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Qué Es El Neoliberalismo y Qué Hacer Ante Él

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Qué es el neoliberalismo y qué hacer ante él

Existen modelos alternativos más equitativos, dentro del marco mismo de la economía
capitalista, como el nórdico, o el chino, donde se combate exitosamente la pobreza
Abel Pérez Zamorano

El capitalismo fue promovido y teorizado en su fase ascendente como liberalismo: libertad de


inversión, de movilidad de mercancías y de venta de la fuerza de trabajo, freno a la injerencia
económica gubernamental. Representantes científicos de esta tendencia histórica fueron Petty,
Smith y Ricardo. El libre mercado, bandera liberal, se instituyó en Inglaterra en 1846, con la
eliminación de aranceles a las importaciones de granos. Dejar hacer, dejar pasar, fue el lema. En ello
se inspiraron precursores y líderes de la Reforma en México. José María Luis Mora, prominente
liberal, fue seguidor del pensamiento de Jean-Baptiste Say, divulgador de la obra de Smith; en igual
dirección se orientaba Esteban de Antuñano, pionero de la industrialización. Desde la Reforma y el
porfiriato, hasta el primer tercio del siglo veinte, aquí imperó el liberalismo.
En el mundo cerró su período clásico con la Gran Depresión de 1929. Desde 1933 un nuevo modelo
se impuso: con el New Deal de Roosevelt y luego con el “Estado de Bienestar” en la posguerra
creció la intervención económica del Estado. En México, a partir de los cuarenta y hasta inicios de
los ochenta predominó ese modelo; en ese periodo se fundó el Instituto Politécnico Nacional, se
crearon el IMSS y el ISSSTE y muchas obras e instituciones que sería prolijo enumerar. Pero el
“Estado de Bienestar” keynesiano terminó en crisis, y fue remplazado por el neoliberalismo: el nuevo
liberalismo, superado y llevado a sus extremos; el capitalismo en su expresión más salvaje,
tremendamente acumulador y empobrecedor, que había renunciado a muchos elementos teóricos
racionales y científicos que sustentaban al liberalismo clásico.
Al neoliberalismo lo determinan características bien definidas: 1) Por principio, cuestiona la injerencia
del Estado en las economías “centralmente planificadas” (aunque no deja de asignarle algunas
funciones auxiliares); y es que su intervención para distribuir compite y resta ganancias a las
empresas. Concibe al mercado como forma suprema y eficiente de asignación de recursos, mediante
la acción de los precios, en el libre juego de oferta y demanda. Pero el mercado es un concepto
máscara, una abstracción que oculta los intereses concretos de los grandes empresarios, y el
proponerlo como rector de la economía implica, de facto, entregarles la conducción de la economía,
dejando así a la sociedad a merced del mercado, diseñado para concentrar. Al respecto, Joseph
Stiglitz acierta al decir: “Además, no hay nada en los mercados que garantice que sean humanos, en
ninguno de los sentidos de la palabra”.
2) Privatizar la economía; que el gobierno no tenga empresas; por ejemplo, que ya no explote ni
venda combustibles; deben hacerlo las petroleras, o gaseras, y así con los ferrocarriles y autopistas;
que la educación deje de ser obligación de Estado y se convierta en negocio privado, e igual la salud
pública y la vivienda.
3) La máxima “desregulación”: suprimir toda regla que limite la explotación del trabajo y la
acumulación, dando total impunidad a las empresas y atando de manos al Estado. Exige, como el
liberalismo, un Estado pequeño y barato, para reducir su poder frente a los consorcios, volverlo
dependiente y convertirlo en rehén. Desmantela los gobiernos de países pobres quitándoles poder y
soberanía con tratados comerciales y leyes globales, hechura de las propias potencias, para que
impongan su dominio, ellas sí con gobiernos fuertes.
4) Exige irrestricta libertad para mover capitales entre países o sectores, en busca de mayor
rentabilidad, la llamada “liberalización financiera”, aunque se desfonden economías nacionales.
También, libre movimiento de mercancías, auténtico eufemismo, y trampa, pues el libre mercado no
es tal. Los países fuertes envían sus excesos de producción a los mercados de economías
sometidas, sin permitir a éstas protección alguna; ellos, en cambio, se protegen (véase la política de
Donald Trump).
5) Reducción de impuestos a empresas, argumentando que así se incentivan inversión y
crecimiento, que, gracias a la “filtración”, automáticamente distribuirán el ingreso. Es el esquema
fiscal regresivo, donde quienes más ganan, menos pagan. Y como esto reduce el ingreso al erario,
amplían la base gravable, obligando a que más pobres contribuyan. Postula la reducción del gasto
público, el equilibrio fiscal, la responsabilidad financiera, y está bien no gastar más de lo que entra,
pero ello no excluye aumentar ingresos para aumentar el gasto en inversión y bienestar.
6) Congelar los salarios, “para evitar presiones inflacionarias”. Así se teoriza y justifica la reducción
del ingreso de los trabajadores. Fundamental en este engranaje económico-político es suprimir toda
resistencia social organizada.
El neoliberalismo es el modelo económico, y político, de los gigantes empresariales, verdaderos
dueños de los gobiernos, a los que imponen condiciones. Dice conocida ley histórica (ahora negada
por decreto): la clase que detente el poder económico tendrá también el político; hoy, tras la
barahúnda retórica antineoliberal, los corporativos siguen imponiendo su ley. Para cerrar esta
exposición, vale la pregunta: ¿qué de lo antes expuesto está cambiando el actual gobierno?
Es preciso, y urgente, un cambio real. Necesitamos un Estado fuerte que aplique medidas
distributivas: incrementar los ingresos gubernamentales y priorizar en el gasto a los sectores de más
bajos ingresos; un esquema fiscal progresivo donde paguen más quienes más ganan, y que los
pobres paguen poco, o nada; propiciar la creación de empleos productivos, bien remunerados,
permanentes y con derechos laborales garantizados. Establecer regulaciones ambientales y hacerlas
respetar. Negociar dignamente con los socios comerciales protección a nuestros sectores
productivos más sensibles y salvaguardar la soberanía financiera. Pero nada de esto hará un
gobierno avasallado por el gran capital; solo los damnificados del neoliberalismo en alianza, tomando
el poder, pueden hacerlo.
Ésta no es una posición antiempresarial, atentatoria contra la propiedad privada y el derecho a la
ganancia: de facto, el neoliberalismo condena a la ruina a miles de pequeñas empresas, y despoja
de toda propiedad a las grandes masas, incluso de medios de consumo. Existen modelos
alternativos más equitativos, dentro del marco mismo de la economía capitalista, como el nórdico, o
el chino, donde se combate exitosamente la pobreza. Debemos sustituir al neoliberalismo por un
modelo menos desigual. En conclusión, toda la evidencia indica que no es el nuestro el mejor de los
mundos, y que existen alternativas viables para cambiarlo. 

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