Una Pasión Eclesial

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Retrato del P. Francisco Palau y Quer

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P. FRANCISCO PALAU y QUER
Una pasión eclesial

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EULOGIO PACHO

P. FRANCISCO PALAU y QUER


Una pasión eclesial

Segunda Edición

CARMELITAS MISIONERAS
ROMA

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Edita:
Carmelitas Misioneras
Casa General
Via del Casaletto, 115
00151 Roma

Con aprobación eclesiástica

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PORTICO

Aunque trivial, no deja de ser cierto que cada hombre


es hijo de su tiempo. Nadie es libre de elegir el marco
histórico de su existencia. En eso no hay mayor o
menor fortuna o desgracia, acierto o error. En lo que
sí existe diferencia es en la conciencia que cada uno
adquiere del hecho y en las reacciones frente a él. En
el fondo, lo que define a las grandes personalidades
de la historia es la actitud vital adoptada ante el
mundo circundante. Entre la masa de los arrastrados -
marionetas-, emergen los protagonistas, las figuras
que se constituyen empresas de la misma historia.

Francisco Palau es hijo de una época agitada y


convulsa. Tiene conciencia clara de ello, pero
analiza, escruta con afán los "signos de su tiempo" y
reacciona como un protagonista comprometido. Aporta
su grano de arena para mejorar el futuro. Por eso ha
superado la prueba del tiempo y ha entrado en la
galería de figuras destacadas del siglo XIX. Ninguna
prueba mejor puede aducirse que su peripecia humana.

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Hogar austero y bullicioso

Las viejas casas de Aytona (Lérida) se recuestan sobre


agrestes colinas, casi confundiéndose con su tierra parda y
desnuda. Las nuevas construcciones se abren a la fértil
llanura de intenso verdor. Paisaje de contrastes violentos.
Allí nace Francisco Palau y Quer una fría mañana del 29 de
diciembre de 1811. Le han precedido en el hogar de José
Palau Miarnau y Ma. Antonia Quer Esteve seis hermanos.
Le siguen todavía otros dos: Teresa y Juan. Según
costumbre familiar y local, Francisco es bautizado el
mismo día del nacimiento. A los 6 años (11 de abril de
1817) recibe el sacramento de la Confirmación.

La vivienda familiar (hoy restaurada y convertida en


museo) es relativamente amplia, pero no sobrada para el
bullicio de tantas bocas. Algunas fincas en la vega y unas
parcelas de secano en los cerros a todos en el trabajo, pero
son insuficientes para disfrutar de cierta holgura
económica. Durante la infancia de Francisco la penuria se
agudiza a causa de las perturbaciones políticas y sociales
acarreadas por la invasión francesa y consiguiente guerra
de la Independencia (1808- 1814). Pese a todo, en el
hogar Palau-Quer se vive honesta y honradamente: hay

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amor, hay hijos, hay trabajo. La entereza cristiana domina
las adversidades. No faltan la alegría ni la serenidad de lo
suficiente para vivir y, a veces, ni la felicidad de
innecesarias exigencias. Se proclama hogar de “cristianos
viejos” no por referencia social sino por recia tradición
religiosa y conducta ejemplar. Las prácticas cristianas de
honda raigambre se asumen y asimilan con naturalidad:
participación intensa en la vida parroquial, frecuencia de
sacramentos, devoción mariana impregnan el clima
religioso en que transcurre su infancia Francisco Palau.

Se inicia pronto en las letras y siente aún niño la ilusión de


ser algo, por dar sentido y contenido válido a la vida. Años
más tarde, en mirada retrospectiva, reconocerá la
precocidad de sus anhelos y motivaciones existenciales.
Aprovecha en los estudios primarios mucho más que sus
hermanos y compañeros. Prueba de ello es que el maestro
rural insta a la familia para que le facilite instrucción
superior. Las posibilidades son menguadas, pero la
Providencia abre camino. Su hermana Rosa Palau siente
afecto especial por Francisco. Al contraer matrimonio en
1824 con Ramón Benet se traslada a Lérida y acoge en su
casa a Francisco para que pueda proseguir sus estudios.
Allí permanece durante cuatro años saturados de ilusiones.
No es el adolescente superficial y despreocupado. Medita
y reflexiona intensamente sobre el sentido de aquella
formación humana y cultural que está adquiriendo. ¿A qué
ideales ha de servir?

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Parroquia de San Antolín de Aytona (Lérida)

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Disciplina y rutina del Seminario

Fenecen las vacaciones estivales de 1828 y Francisco, a sus


diecisiete años, tiene ya una respuesta comprometida. Ha
esbozado el plan futuro de su vida: piensa consagrarse a
Dios y al servicio de los hombres en el sacerdocio. Quiere
decir que ha de perfeccionar su formación cultural y
espiritual en el Seminario. Los recursos familiares,
incluidos los de su hermana Rosa, no alcanzan a cubrir los
gastos del pensionado. Apoyado en informes favorables
sobre su conducta y en las recomendaciones de Juan
Camps, párroco del pueblo natal, consigue una beca de
“porcionista” (septiembre de 1828), que le permite
sufragar las cargas económicas de su carrera sacerdotal. La
inicia con el curso de 1828-1829 y se prolonga hasta el de
1831-1832, en que la interrumpe inesperadamente. En
total ha completado tres años de humanidades y filosofía y
uno de teología. Los ha superado a plena satisfacción de
superiores y profesores. Libros de registros y matrículas lo
atestiguan con la fría elocuencia de programas, horarios y
exámenes.

Han sido cuatro años duros, de empeño tesonero y de


entrega responsable al deber de cada día. La disciplina del

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Seminario de Lérida era rigurosa son concesiones. La
rutina y la monotonía hacían casi cuartelero el horario ya
de por sí sobrecargado. Se sucedían, en cansino alternarse,
el estudio, la plegaria en común, los ejercicios de
repetición y los actos de esparcimiento en grupo. El
madrugón cotidiano recortaba notablemente las horas de
sueño y la refección alimenticia estaba lejos de ser
suculenta; bien que mal se quedaba en apenas suficiente
para aquellos cuerpos jóvenes en pleno desarrollo físico.
Para colmo durante los meses de clases, el frío agudo y
prolongado de Lérida campaba a sus anchas por los pasillos
y las estancias del caserón del Seminario. La pintura exacta
de aquella vida tiene tintes inconfundibles de heroísmo
para nuestra sensibilidad actual. Francisco Palau la asumió
como exigencia de su vocación, como condición
indispensable para conquistar la meta de su ideal, de su
sacerdocio.

Durante los cuatro años de preparación, el joven


seminarista apenas mantuvo otros contactos personales
que con la familia y los ambientes religiosos de Lérida. No
lo permitía la disciplina del Seminario. Tuvo, en cambio,
tiempo de pensar y ponderar sus proyectos de vida. Se
esforzó lealmente por identificar de la manera más
concreta posible, el norte de su existencia, algo que
colmase su ansia y su capacidad de amar. Humanamente
tenía abierta de par en par la puerta del sacerdocio y con
ello una situación social apreciada y apreciable. Con prisas
prematuras se le había conferido la tonsura clerical a
comienzos del segundo curso de filosofía (19 de diciembre
de 1829). A la altura de sus veintiún años Francisco ha
madurado psicológica y espiritualmente lo suficiente como

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para decidir de su futuro con plena responsabilidad.
Reconoce que su vocación no es el sacerdocio, tampoco el
matrimonio cristiano. Busca aún un poco a tientas, pero
está convencido de que su llamada va por otro camino: el
de la vida religiosa. Se fue al claustro – confiesa- en busca
del amor concreto que diese finalidad segura a su
existencia. Pero ¿en qué familia?

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Carmelita en ciernes

Al llegar el verano de 1832, Francisco ha tomado una


decisión trascendental: no seguirá en el Seminario camino
al sacerdocio. En consecuencia renuncia a la beca
conseguida cuatro años antes. Lo hace después de
programar su inmediato futuro. A los pocos meses da otro
paso decisivo: ingresa en el Carmelo Teresiano,
trasladándose a Barcelona (23 de octubre de 1832). Viste
allí el hábito religioso e inicia el noviciado el 14 de
noviembre de 1832, adoptando el sobrenombre religioso
de Francisco de Jesús, María y José. No ha habido nada de
improvisación. Sabe muy bien que son “tiempos recios”
para la vida religiosa en España y aún en toda Europa. Pero
él no tiene dudas ya de su vocación; tampoco le asustan los
riesgos que pueda correr.

Ha conocido en Lérida la vida de los Carmelitas Descalzos;


ha contactado con ellos y se ha entusiasmado con el
simbolismo del profeta Elías, con las gestas de Teresa, con
los silencios contemplativos de Juan de la Cruz. Esos son
sus sueños, sus ideales: el celo eliano-teresiano, el silencio
contemplativo. Los estudia y acaricia durante el año
preparatorio del noviciado y los va asimilando en los
sucesivos. Nada atestigua mejor su identificación con ellos

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como el gesto irrevocable de su profesión y la fidelidad
nunca desmentida a lo largo de su existencia, pese a los
azarosos avatares en que se vio envuelto.

La regularidad y exactitud en que se desarrolló el año del


noviciado no impidieron al joven aspirante comprobar la
precaria situación en que se desenvolvía la vida religiosa
acosada por la hostilidad revolucionaria del ambiente
circundante. El mismo marco conventual del noviciado, el
monasterio de San José, sito en las Ramblas barcelonesas,
era testigo cualificado del clima angustioso que rodeaba la
vida comunitaria. ¿Amilanarse? El miedo no hizo jamás
aparición en el horizonte vital de Francisco Palau. Ni
siquiera en el trance en que iba a jugárselo todo, incluso la
vida. El ideal clarificado, la vocación definida y
dolorosamente madurada, por encima de todo.

Cuando años más tarde se consuma el drama previsto de


su alejamiento violento del convento, tiene aún fresco el
recuerdo de las disposiciones interiores que embargaban el
ánimo al momento de su consagración religiosa por la
profesión. Lo recuerda él con éstas palabras: “Cuando hice
mi profesión religiosa la revolución tenía ya en su mano la
tea incendiaria para abrasar todos los establecimientos
religiosos… no ignoraba yo el peligro apremiante a que
me exponía, ni las reglas de previsión para sustraerme a él.
Me comprometí, sin embargo, con votos solemnes a un
estado, cuyas reglas creía poder practicar hasta la muerte,
independiente de todo humano acontecimiento” ( VS p.
16-17)

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Fachada del Convento San José de Barcelona

Pero la identidad de su vocación religiosa, frente a otras


opciones cristianas, era algo más concreto y preciso. “Si
por un instante hubiera yo dudado sobre un punto tan
esencial para abrazar mi estado, ciertamente no sería yo
ahora religioso, pues hubiera seguido otro género de
vida”( VS p.17). Confiesa al mismo tiempo que cuando,
años después de la profesión, los superiores le anunciaron
que debía ordenarse sacerdote accedió “bajo la firme
persuasión de que esta dignidad en modo alguno me
alejaría de mi profesión religiosa” (VS p. 17). Con estas
convicciones y en este estado de ánimo emite sus votos

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solemnes, consagrándose a Dios por la profesión religiosa
el 15 de noviembre de 1833.

El sombrío panorama que se cierne sobre la vida claustral


desaconseja que fray Francisco y sus compañeros se
trasladen desde el noviciado a los colegios de formación
superior que posee la provincia carmelitana de Cataluña en
diversas ciudades del Principado. Los superiores deciden
que sigan allí en la comunidad de San José de Barcelona,
completando la formación religiosa y sus estudios de
teología. A ello se dedica con ahínco y responsabilidad fray
Francisco durante los años 1833-1835. Reanuda así su
preparación al sacerdocio interrumpida desde que
abandonara el Seminario de Lérida. Ve acercarse esa meta
cada vez que recibe alguna de las órdenes sagradas: 21 de
diciembre de 1833, órdenes menores y subdiaconado; 22
de febrero de 1834, diaconado. Con frecuencia aparece en
público ejerciendo en la concurrida iglesia carmelitana de
San José esos ministerios preparatorios para el sacerdocio.
La seriedad y gravedad de su porte apenas ocultan la
íntima satisfacción que siente al verse revestido de los
ornamentos sagrados.

Aquel ritmo de vida pautado por el estudio, la observancia


regular, las prácticas de iniciación pastoral y la intensa
oración duró poco. La marea revolucionaria y anticlerical
rompió diques y truncó sus ideales de vida comunitaria y
sus anhelos sacerdotales. El 25 de julio de 1835 las turbas
enardecidas asaltaban con teas incendiarias los conventos
de Barcelona. Los moradores del convento de San José,
como los de tantos otros, se salvaron de una muerte cruel
gracias a la generosa acogida de buenos vecinos. En la

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precipitada huida nocturna fray Francisco demostró su
entereza y la veracidad de su disposición al martirio, antes
que renunciar a la profesión religiosa, deteniéndose a
ayudar a un religioso anciano incapaz de ponerse a salvo
por sí solo. El recuerdo de aquel trance dramático lo
revive años más tarde en clave rigurosamente espiritual,
más bien mística: “Era yo joven de veintitrés años. Vino la
Revolución de 1835; encendió mi claustro, y eran tan
vivos mis deseos de ver a mi Amada sin velos y cara a cara,
que no cuidé salir de entre las llamas. Vino mi amada, me
tendió su mano y salí ileso”(MRel p. 22). De la noche a la
mañana quedaba roto el hilo de su vida. ¿Cómo anudarlo o
recomponerlo?

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Espera de un retorno imposible

En un primer momento fray Francisco no midió en toda su


gravedad la tragedia abatida contra la vida religiosa.
Arrojado violentamente de su convento, fue recluido, al
igual que otros religiosos, en la prisión barcelonesa de La
Ciudadela. A primeros de agosto solicita para él y para sus
compañeros de encarcelamiento un traje decoroso de
seglar y un pasaporte para trasladarse libremente al pueblo
natal. A fines de ese mes vuelve así de forma inesperada a
la casa paterna. Las primeras emociones fueron intensas y
contrapuestas, entremezcladas de pena y alegría; dolor por
la injusta persecución; gozo desbordado por el entrañable
e inesperado reencuentro con los suyos.

Todos pensaban que la brusca interrupción de la vida


comunitaria sería nube pasajera. Suponían pronta su
reanudación. Durante la espera, súbditos y superiores
entablaron contactos y correspondencia. Tardaron en caer
en cuenta de que acariciaban ilusiones vanas. Mientras
llega la hora del retorno a su querida comunidad, fray
Francisco vive lo mejor que puede sus compromisos
religiosos. “Me conformé –afirma- lo mejor que pude con
las reglas de mi profesión religiosa”(VS p.18). Lo hace
alternando la ayuda, como diácono, en la parroquia natal

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de San Antolín, y retirándose a la soledad en una cueva
situada en una finca a dos km de Aytona. Servicio pastoral
y aislamiento contemplativo son los polos
complementarios de su vocación carmelitano-teresiana.
Sobre ellos gira por entonces el eje de su vida.

Pasan los días, los meses, los años. La perspectiva de


vuelta al claustro se aleja sin remedio. Las medidas
antirreligiosas de los gobiernos se vuelven cada vez más
hostiles. Culminan por entonces en el decreto con que se
prohíbe a los religiosos volver a sus conventos y vestir en
público el hábito religioso, exige a los ordenados “in
sacris” sujetarse a la jurisdicción de los Ordinarios (9 de
marzo de 1836). Pese a ello los superiores comunican al
diácono Francisco su deseo de que se prepare para la
ordenación sacerdotal. Obedece, con las disposiciones
interiores que quedan reseñadas, y se traslada a Barbastro
(Huesca) para la ordenación que tiene lugar el 2 de abril
de 1836, de manos del obispo Santiago Fort y Puig.

Ahora que se ve sacerdote y religioso expulsado del


claustro ¿qué rumbo imprimir a la vida cuando cuenta
apenas veinticinco años? La vuelta al convento se aleja sin
atisbos de proximidad. La espera se vuelve ilusoria. Un
retorno imposible. En el ánimo del joven sacerdote va
calando la idea salvadora. Ha aceptado el sacerdocio sin
renunciar para nada a su vocación religiosa en el Carmelo
Teresiano. No puede realizarla en la forma corriente y
tradicional; tampoco vale reducirla a un buen propósito
sin concreción, como si fuera una entelequia. Si la
vocación es genuina y firme ha de encontrar cauces en

24
Catedral de Barbastro (Huesca)

25
cualquier circunstancia. Lo comprueba él mismo a la luz
de la experiencia de éstos y de los años sucesivos: “Para
vivir en el Carmen sólo necesitaba de una cosa, que es la
vocación; muy persuadido estaba yo de ello como lo estoy
todavía… no necesitaba de edificios que presto iban a
desplomarse… ni por otra parte podía dudar tampoco de
que el estado religioso dejara de ser reconocido por la
Iglesia universal y de consiguiente por todos sus
miembros” (VS p. 17). Consecuente con tales principios,
se entrega generosamente al cumplimiento de las
exigencias vocacionales en sus circunstancias concretas.
Apenas se dio entonces cuenta del sentido providencial
que tenía su alejamiento definitivo de la vida conventual.
Lo descubrirá más tarde, cuando adquiera conciencia clara
de su misión como fundador del Carmelo Misionero. La
Providencia lo llevó a esa obra por el misterioso camino de
la renuncia a la vida regular en el Carmelo Teresiano.

Para estas fechas ya había meditado asiduamente sobre la


situación de la Iglesia. Era perseguida más allá del ámbito
religioso, especialmente en España. Aquí el panorama
político hacía más angustiosa su situación. El nuevo
sacerdote conoce las intervenciones recientes de la Santa
Sede a fin de paliar las circunstancias adversas.
Respondiendo a las instancias de la apelación pontificia del
22 de febrero de 1837 se pone a disposición de los obispos
de la subdelegación catalana (encuadrada en los dominios
carlistas de entonces) y se entrega con entusiasmo y celo
singular a la predicación de misiones populares en las
diversas diócesis del Principado. La eficacia de su acción
pastoral y la reciedumbre de su celo apostólico, pese a los
cortos años de experiencia, encuentran refrendo

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autorizado en los obispos que se disputan su colaboración
y le conceden generosamente el título de Misionero
apostólico, con el que se siente muy honrado. Años más
tarde (en 1854) solicita su confirmación por la
Congregación romana de Propaganda Fide.

La definitiva derrota del ejército carlista en Berga (julio de


1840) sorprende a Francisco Palau entregado a su
ministerio apostólico. Ha vivido y ha actuado como
sacerdote durante los tres últimos años en territorio
dominado por los “carlistas”. Se ha mantenido al margen
de la política; no ha superado los límites propios de su
condición religiosa y sacerdotal. No importa; los
“liberales” triunfantes usan poca liberalidad con quienes no
les son abiertamente partidarios. Quienes temen o
sospechan represalias y persecuciones cruzan la frontera
francesa para ponerse a salvo. Francisco Palau no se siente
seguro y hace lo propio. ¿Está complicado en acciones
políticas o militares?

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Amarguras del Exilio

Como si no fuera bastante el destierro del claustro se


añade ahora el de la patria. Cada vez se distancia más de la
vida comunitaria y del refugio familiar. Otra vez a
recomponer, a oscuras del futuro, el hilo de la propia
existencia. La limpieza de complicaciones políticas de
cualquier género queda bien patente en la declaración de
Francisco Palau ante las autoridades y a vista del atesto de
éstas. Con él traspasan la raya francesa por Prats-de-Molló
otros ocho compañeros el 21 de julio de 1840. Entre los
ocho figura su hermano menor, Juan, que le acompañará
ya de por vida, salvo breves intervalos. Ambos hermanos
Palau se declaran libres de cualquier compromiso o
implicación con el bando carlista, por eso mantienen total
independencia, incluso económica, y plena libertad de
movimientos en la conflictiva zona confinante de España.

El destierro dura once largos años. Los dos primeros en


la diócesis y departamento de Perpignan, los otros en el de
Montauban. Se le plantea de nuevo a Francisco el
problema de la vocación. Las autoridades civiles y
eclesiásticas le consideran sacerdote y como tal se conduce
ante ellas. El mismo se ve, ante todo, como religioso,
pero ya sin esperanza de regresar al claustro. El Carmelo

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está suprimido en España y en Francia, aunque aquí inicia
por estos años una tímida reorganización.

Se le ofrecen pocas alternativas. Sigue aferrado a su


propósito de “cumplir lo más fielmente posible” su
compromiso vocacional. Lo mismo que antes en Aytona,
lo realiza alternando un moderado apostolado con la
asiduidad a la oración en la soledad y el retiro. El
apostolado lo ejerce prioritariamente entre compatriotas
exiliados como él y en las comunidades religiosas de
Perpignan, en particular las Clarisas. Aquí conoce a Teresa
Christiá, vinculada por años a su dirección espiritual. Para
asegurar la vertiente contemplativa de su vocación se
retira asiduamente a la soledad, frecuentando la célebre
cueva de Galamus y otros parajes próximos. Ayudado de
su hermano Juan labra algunas posesiones de tierra,
adquiridas por contrato regular, que alivian sus precarios
medios económicos de subsistencia.

Pronto comprueba que la zona francesa de Perpignan es


foco inseguro de conspiraciones y atentados. Merodean
por allí fanatismos políticos y intrigadores hábiles y
desaprensivos. Opta por lugar más tranquilo y seguro. Se
traslada a primeros de 1843 a la diócesis de Montauban
estableciéndose en Caylus, junto al santuario mariano de
Livron y al castillo de Mondésir. Su tenor de vida no
cambia sustancialmente. Adquieren mayor amplitud y
resonancia las dos dimensiones fundamentales de su
existencia: el apostolado y la vida solitaria o
contemplativa. Se intercambian y alternan con singular
naturalidad. Personalmente las integra en perfecta unidad.

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Intenta motivarlo también en sus admiradores y
seguidores.

Desde las medrosas grutas de Mondésir se irradia con


fuerza irresistible la fama de aquel sacerdote español que
lleva una vida austera a lo de Juan Bautista. Es solicitado
por los párrocos del contorno para reavivar las prácticas
cristianas de las poblaciones vecinas o incluso lejanas. A su
cueva acuden gentes curiosas y almas selectas en busca de
testimonio vivo de fe y también de dirección espiritual. Su
imán espiritual atrae muy pronto sendos grupos de
discípulos o secuaces: un puñado de piadosas mujeres
reunidas en la casita levantada por Teresa Christiá cabe el
Santuario de Livron, y un grupo de solitarios, procedentes
en su mayoría de exiliados españoles como él, que se
establecen primero en las grutas de Mondésir y más tarde
en la soledad de Cantayrac.

Le reconocen espontáneamente como padre, maestro y


guía. Es a la vez responsable de sus destinos ante las
autoridades. Esos grupos, pese a su precaria situación
jurídica y legal, constituyen los primeros ensayos de
agrupación religiosa intentada o aceptada por el que será
ya en adelante Padre Francisco Palau. Aunque fracasaron
como grupos comunitarios, algunos de sus miembros
prolongarán personalmente ese intento inicial. Tal es el
caso de Juana Gratias, una de las dirigidas de Livron que
entra en contacto con Francisco por esas fechas de 1845-
1846. Lo mismo sucede con alguno de los ermitaños que
se le unen en el trabajo y en el tenor de vida, copiado casi
a la letra de los llamados “desiertos” carmelitanos.

31
Santuario de Nuestra Señora de Livron,
Caylus (Montauan)

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Las obras de Francisco Palau llevan el sello de la
contradicción. También ahora se ceba en él y en sus
seguidores. Envidia y celotipia de algunos párrocos de la
zona que no ven con buenos ojos el peregrinar de sus fieles
a la cueva del solitario español. Arrecian las acusaciones y
denuncias a la autoridad eclesiástica. También pleitos y
suspicacias por parte de Teresa Christiá, cada vez menos
resignada a obedecer. Exageraciones y alguna provocación
innecesaria de sus compañeros de soledad frente a las
autoridades civiles y policiales. Todo se conjura contra su
actividad pastoral y su estilo de vida. De nada sirven sus
protestas y sus humildes ruegos. La situación empeora
constantemente. Se agrava aún más durante el viaje que
realiza a España en 1846. Su estancia se prolonga más de lo
previsto (marzo de 1847). Cuando regresa a Caylus trata
de calmar los ánimos y de arreglar las cosas, hasta piensa,
por un momento, nacionalizarse en Francia. Dado el cariz
que toman las calumnias y persecuciones contra su persona
y su obra, desiste del propósito y decide volver
definitivamente a España.
¿Con qué intenciones, con qué planes?

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Las mieles del triunfo

Cuando Francisco Palau cruza la frontera de regreso a


la patria (finales de abril de 1851) tiene en mientes algunos
proyectos; hasta trae en mano alguna obra en marcha. La
situación de la Iglesia en España ha mejorado mucho con
respecto a la que existía cuando él se exilió. Acaba de
estrenarse el nuevo Concordato (marzo de 1851) entre el
Gobierno español y la Santa Sede. Se vislumbran ciertas
posibilidades con la paz religiosa restaurada. Lo que no es
factible es el retorno a la vida conventual. Pese al
Concordato, sigue suprimida salvo excepciones
singularísimas.

Todo hace suponer que Francisco Palau no ha podido


conectar con los primeros núcleos de la restauración del
Carmelo Teresiano en Francia, a pesar de que se han
llevado a cabo mientras él vivía allí y no lejos de su
residencia habitual. Si al instalarse en España aún le queda
algún residuo de esperanza de volver a la vida comunitaria,
debe consumirlo rápidamente. Antes de decirle
definitivamente adiós, se concede un tiempo de reflexión.
Se trata, al cabo, de encontrarle una vez más rumbo a la
propia existencia.

La acogida cordial del obispo de Barcelona, José


Domingo Costa y Borrás, viejo conocido desde los días del
seminario de Lérida, le garantiza su incardinación como

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sacerdote a la diócesis de Barcelona. Apenas le queda otra
alternativa, pero antes de dar ese paso se interna largas
jornadas (mayo-julio) por las agrestes soledades del
Montsant para meditar en su futuro y programar su vida.
Concluidos los días de retiro y silencio se llega hasta
Lérida y Aytona en visita a los suyos. No son sólo los
familiares.

Durante los últimos años de estancia en Francia ha


logrado trasladar allí los restos del grupo espiritual de
Livron y aumentar sus efectivos con piadosas mujeres del
lugar. Los dos grupos de Lérida y Aytona, que ahora
visita, están bajo la dirección de Juana Gratias que le sirve
de enlace. Es la obra que trae entre manos al regresar de
Francia. Tampoco cuajará en fundación sólida y
continuada, pero será la referencia próxima para los
intentos sucesivos y logrados.

Al finalizar los meses de verano está de vuelta en


Barcelona y a las órdenes de su obispo José Domingo
Costa y Borrás. El prelado deposita plena confianza en el
sacerdote carmelita y le encomienda la dirección espiritual
de los seminaristas. A la vez ayuda al anciano párroco de la
céntrica iglesia de San Agustín. Sin percatarse de ello, le
han colocado en el trampolín del éxito y del triunfo. A los
pocos meses de iniciar su experiencia pastoral en
Barcelona, Francisco Palau tiene un diagnóstico perfecto
de la situación religiosa de la ciudad. Le afligen males que
reclaman remedios más eficaces que los tradicionales.
Urge una renovación amplia y profunda a la acción
pastoral. Y pone manos a la obra.

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En poco tiempo programa y organiza la revolucionaria
empresa de la “Escuela de la Virtud”, que se inaugura
solemnemente el 16 de noviembre de 1851. Todo está
pensado y programado al detalle. Falta una instrucción
religiosa o cristiana adecuada.
Hay que ganar la batalla a la incredulidad y al fanatismo en
el campo de la cultura. La “Escuela de la Virtud” se
convierte en un modelo de enseñanza catequética. Al
segundo año de su nacimiento se desdobla ya en una
cátedra permanente de enseñanza superior religiosa. El
impacto de la obra en los medios culturales, religiosos,
políticos y sociales se hace sentir muy pronto. Francisco
Palau ha movilizado en torno a la “Escuela” a todas las
fuerzas religiosas de la ciudad, incluida la prensa. Ante el
Éxito conseguido, piensa extender la obra a otras capitales
de España. Por una vez, y al cabo de tanto tejer y destejer
su existencia, saborea las mieles del triunfo, pero por poco
tiempo.

Los sectores anticlericales y revolucionarios de Barcelona


se percatan pronto del rival que les ha salido en la “Escuela
de la Virtud”. No están dispuestos a perder terreno, sobre
todo entre las nuevas clases proletarias que se apiñan en el
cinturón industrial de la ciudad. Movilizan a la prensa
sectaria – como siempre aureolada de libre y progresista-.
Arrecian las invectivas, las sátiras, las calumnias y los
infundios contra la “Escuela”. Al fin, una ocasión servida
en bandeja.

37
Nuestra Señora de las Virtudes,
patrona de la “Escuela de la Virtud”, Barcelona

En marzo de 1854 estallan las huelgas laborales en


Barcelona: los enemigos de la “Escuela” se apresuran a
denunciarla como causante e instigadora de la revuelta
social. Una vez más se coló la insistente acusación política
reaccionaria. Con precipitación inexcusable, las

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autoridades militares dieron fáciles oídos a la calumnia y
decretaron la clausura violenta de la “Escuela de la Virtud”
(31 de marzo de 1854)

De nada sirvieron las aclaraciones y protestas de su


Director. Al contrario, se tomaron por desacato y
desprecio. En consecuencia, se decretó el destierro
fulminante de Francisco Palau a la isla de Ibiza. Recluido
en el barco correo, zarpa para su nuevo, trágico destino, el
9 de abril de 1854. ¿Qué queda de su obra pastoral
innovadora? ¿Cuál el nuevo destino de su vida?

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40
Comenzar de nuevo

No le queda nada; está solo y abandonado. La ruina de


la “Escuela” le arroja al destierro totalmente desarmado. A
las mieles del triunfo sucede el acíbar del anonadamiento.
Habían desaparecido a mano airada los grupos de dirigidas
de Lérida y Aytona. Unas fincas compradas en las
estribaciones del Tibídabo con vistas a futuros proyectos
fundacionales quedaban en apurada situación económica,
casi en hipoteca. Amigos y colaboradores de la “Escuela”
renunciaron a todo apoyo. Francisco Palau llega a Ibiza
calumniado, perseguido y vigilado.

Las autoridades civiles y eclesiásticas deben mirarle y


custodiarle como a persona intrigante y peligrosa. No
tardarán en convencerse de lo contrario, Él ha de
reemprender el camino, mejor, buscarlo de nuevo,
comenzar de cero su andadura. ¿Cuántas veces, Señor?
Seguro que tal fue su primer suspiro de invocación cuando
se vio solo y aherrojado en la isla del confinamiento.

No llegan a dominarle no el abatimiento ni el


desaliento. Recompone de nuevo la trama de su hilo
vocacional: de la soledad contemplativa al servicio
apostólico, de éste al retiro y al silencio. Son las dos

41
actividades dominantes que van a polarizar su existencia
durante los seis largos años de destierro ibicenco (1854-
1860). Son, en el fondo, las coordenadas naturales de su
vocación carmelitana. Rincones solitarios y callados
abundan en Ibiza. Muchos pueden colmar sus exigencias
de retiro y silencio.

Explora el terreno y escoge para morada un plácido


recodo en la ensenada de Es Cubells, a pocos kms. del
pueblecito de San José y de cara al espejo del mar. Allí
levanta una rústica vivienda en el trozo de tierra
generosamente cedido por los vecinos del lugar.

Consume horas alargadas, inacabables en el silencio y


en la meditación. Se alternan con interminables caminatas
por bosques y campos. De tanto en tanto, encuentros
fortuitos o buscados con labriegos y pescadores. Madura
con cierta rapidez nuevos planes y proyectos. Mantiene
asidua correspondencia con los antiguos colaboradores de
la “Escuela de la Virtud”.

Una vez más el imán de su contagiosa personalidad


atrae a colaboradores y discípulos. Llegan incluso de
Barcelona algunos íntimos amigos, hijos suyos espirituales,
como Ramón Espasa y Gabriel Brunet. Se reanuda en Es
Cubells una elemental forma de vida comunitaria sazonada
de oración, trabajo y retiro; algo similar a lo practicado
durante el exilio en Caylus y Cantayrac.

42
Parroquia de San José, San José (Ibiza)

Con la llegada de compañeros y discípulos se amplía la


vivienda y se construye una humilde capilla. El P.
Francisco, con singular destreza, logra trasladar a ella la
imagen de Nuestra Señora de las Virtudes que presidia la
“Escuela de la Virtud” de Barcelona.

Comienza entonces un proceso de transformación


religiosa de la Isla que tiene su centro de irradiación en
esta capilla. Con el andar del tiempo, y gracias al P.
Francisco y los suyos, se convierte en centro y Santuario
Mariano de Ibiza.

43
Santuario de Nuestra Señora del Carmen, Es Cubells (Ibiza)

La difusión de la piedad mariana no hace otra cosa que


abrirle de par en par las puertas del apostolado apenas
entreabiertas hasta entonces.

Pronto las autoridades isleñas deponen sus recelos contra


él cambiándolos por la estima y confianza. Ello le permite
dilatar el apostolado, especialmente el de la predicación,
por todos los rincones de la isla. Sienta las bases de una
profunda recristianización que completará años más tarde

44
cuando vuelva en plan de misionero popular, llamado por
la jerarquía eclesiástica y aclamado por la población
entera.

Su celo apostólico y su fama de sacerdote ejemplar


llega fácilmente a las otras islas del archipiélago balear. Es
solicitado para predicar, de manera especial en Mallorca.
Allí se traslada en varias ocasiones adquiriendo
popularidad y suscitando entusiasmo religioso. En uno de
esos viajes se cree autorizado a trasladarse hasta Barcelona
para arreglar urgentes asuntos personales y de familia
(diciembre de 1857). La estancia se prolonga más de lo
deseado y proyectado. Suficiente para que se extienda la
noticia de su reaparición con intenciones de reorganizar la
“Escuela de la Virtud”. El falso rumor alarma a las
susceptibles autoridades. Es detenido improvisamente en
el domicilio de un amigo (8 de marzo de 1858) y
confinado de nuevo a Ibiza por tiempo indefinido.

Esta vez el retorno a Ibiza no implica alteraciones notables


en su vida. Sigue la andadura de los años anteriores. Se
acentúan algunas de sus iniciativas. Multiplica las
relaciones epistolares, los recursos en favor de su
liberación y las vindicias de la calumniada “Escuela de la
Virtud”.

A este fin prepara y publica la célebre apología La Escuela


de la Virtud vindicada (Madrid 1859). Pero más que sus
actividades se intensifica y crece la vertiente interior de su
maduración espiritual.

45
Durante las plácidas jornadas de retiro y soledad en Es
Cubells y otros parajes de la Isla, le sobra tiempo para
ahondar en sus pensamientos, para caldear su espíritu,
para ensanchar horizontes vitales. Nunca como ahora le
aguijonea el supremo interrogante: ¿Cuál es el sentido de
mi vida? ¿A quién y para qué sirve? Siente dentro de sí,
contenidos por las fuerzas de las circunstancias externas,
unos ímpetus espirituales que le hacen estallar el pecho.
Personalmente nada le falta, nada apetece, nada le
ilusiona.

Allí en la soledad ha encontrado su celda claustral, su


amada soledad. Pero un misterioso tirón interior le
impulsa hacia los otros, hacia las gentes que andan sin
norte ni guía por la vida. Hay algo que le une y vincula a
ellas, pero no sabe definirlo con precisión ni claridad. De
tanto en tanto siente urgencia de retirarse más, de aislarse
hasta del más mínimo contacto humano para rumiar sus
vivencias íntimas y dar forma definida a su pensamiento.

Se recluye en el indómito islote del Vedrá. En las


entrañas de la roca ha descubierto antros y rincones
únicos. Allí se imanta y se impregna su espíritu de
resonancias místicas y proféticas inefables. Aquel inmenso
y pétreo vigía, centinela del Mediterráneo, se convierte en
su Patmos apocalíptico y revelador. Allí recibe
inspiraciones y soplos que lo transforman.

46
Islote El Vedrá (Ibiza)

Las noches tormentosas que pasa solo en aquella


medrosa soledad semejan a la oscuridad que ha probado su
espíritu en años de afanosa búsqueda. Pero está cercana la
luz iluminadora, su radical transformación interior. El
centro de su amor supremo, la figura real de la Iglesia, va
tomando cuerpo poco a poco. Le falta apenas una
referencia, un contacto inmediato con los hermanos, con
los miembros de ese cuerpo místico o misterioso. Se lo
proporcionará su liberación del confinamiento.

Se produce el 1 de mayo de 1860, gracias a la amnistía


general concedida por el gobierno central de Madrid.
Desde ese momento queda libre el P. Francisco para

47
regresar a la península y establecerse donde quiera. Al
poco tiempo de trasladarse a Barcelona le llega una noticia
largamente esperada: los tribunales de más alta instancia
de la nación acaban de sancionar con su veredicto la
absoluta inocencia de la “Escuela de la Virtud” y de su
director, Francisco Palau. La justicia humana llegaba
tarde, ¡pero al fin llegaba! Inocente y libre. ¿Libre, para
qué?

48
Fidelidad a la propia misión

Tenía “ideas y resoluciones encadenadas suspensas”


durante su cautiverio en Ibiza (Ct 46), pero no se
precipita. Como siempre, pondera los pasos a dar. Es lo
que hace mientras cumple con algunos compromisos de
predicación en Cataluña y Baleares. Se halla sumergido en
ellos cuando, casi de improviso, las experiencias eclesiales
largos años remansadas irrumpen en su espíritu. Afloran a
la conciencia de Francisco Palau, iluminándola en los senos
más profundos, durante un ciclo de predicación en
Ciudadela (Menorca) en la primera quincena de
noviembre de 1860.

Son fechas memorables para él, no se borrarán jamás de su


memoria. Dividen radicalmente su existencia en el antes y
el después. Se le manifiesta la realidad consoladora del
misterio de la Iglesia. Ve entonces cómo su vocación está
inserta en esa realidad, que se ofrece como ideal, como
objeto supremo y definitivo de su amor. El efecto de esa
experiencia misteriosa es determinante: se le concede lo
que hacía muchos años “pedía con muchas lágrimas,
grandes instancias y con clamor de espíritu; y era conocer
mi misión”. Dios se ha manifestado abiertamente; ha fijado
“el camino, la marcha, la misión”. ¿ A qué se siente

49
Catedral de Ciudadela (Menorca)

decidido? A realizar la misión que acaba de


manifestársele. A ella se entrega con decisión
inquebrantable los años que le restan de vida.

La fórmula global que condensa la misión confiada al P.


Francisco, no parece a primera vista comprometerle
seriamente. La sintetiza así: se reduce a predicar a los
pueblos que la Iglesia es infinitamente bella y amable; a
predicarles que amar a la Iglesia es cumplir el precepto del
amor a Dios y al prójimo. “Este es el objeto de misión –
exclama- y tú, Iglesia, eres los prójimos formando en Dios

50
una sola cosa”(MRel p. 341). Al traducir en formas
prácticas ese programa de vida es cuando necesita
discernimiento y entrega. Predicar la belleza de la Iglesia
implica amarla y demostrar el amor con el servicio
incondicionado. Amor y servicio se han de manifestar con
hechos, a veces con respuestas heroicas.

A lo largo de los últimos años de su vida, la Iglesia le


exigirá pruebas muy duras de esa voluntad incondicional
de servicio. Comprende entonces Francisco Palau que no
puede abrazar su misión eclesial impunemente. Lo cierto
es que él se coloca siempre en actitud de escucha y
discernimiento para descubrir la llamada que la Iglesia le
confía en cada momento. Tres son las causas principales
por los que discurre el servicio eclesial tras el
descubrimiento de su vocación. No son tres momentos
sucesivos; se conjugan y alternan hasta la muerte. El
predominio y la intensificación de cada uno de ellos
corresponde a determinados límites cronológicos.

 Los primeros años, una vez recobrada la libertad de


acción (1860-1866) siente especial llamada a la
predicación y a ella se entrega con la pasión que suele
poner en todas las cosas. En el momento inicial sus
preferencias van a las grandes ciudades, porque piensa
que son los focos decisivos del bien y del mal. Una
recristianización de las mismas significa la
transformación religiosa de todo el país. Barcelona,
Madrid, Palma y otras ciudades son testigos
entusiastas de su verbo encendido, de su pasión
apostólica entre 1860-1863. Desplazamientos

51
penosos, viajes incómodos, alojamientos de fortuna,
cansancio, frío y hambre son sus acompañantes más
habituales. Todo lo considera exigencia del servicio
eclesial. Imperativos de su misión.
 En una segunda etapa, sin abandonar la predicación
tradicional, se entrega a las misiones populares, para
las que es solicitado especialmente por los prelados de
Barcelona e Ibiza. Ambas diócesis fueron misionadas
en diferentes correrías y con resonantes éxitos durante
los años 1864-1866. Con posteridad a esas fechas la
actividad de predicador va decreciendo
paulatinamente, aunque no desaparece jamás. Siente
la llamada de la iglesia a otros servicios, su misión le
reclama en otros campos.
 Casi al mismo tiempo que inicia sus cursos de
predicación, reanuda los afanes fundacionales. La
misma predicación le abre las puertas, si bien en
algunos momentos reconoce que le impide una
concentración en este sector de su actividad. Lo
asume convencido de que es la realización más clara y
auténtica de su paternidad espiritual en la Iglesia. Para
llevarla a cabo reúne los restos de la obra iniciada
antes del confinamiento en Ibiza. Secundado por
Juana Gratias, conquistada en Montauban y alma de
los núcleos anteriores de la Lérida y Aytona, logra
poner definitivamente en marcha el Carmelo
Misionero, arrancando de la fundación de Ciudadela
(1860-1861). En la rama femenina, de la de Es
Cubells y San Honorato de Randa en la masculina.

52
Els Penitents, Vallcarca (Barcelona)

Temiendo un nuevo fracaso, si la obra quedaba


recluida en las Islas, se apresuró a darle consistencia en
ambas ramas con las fundaciones de Barcelona,
precisamente en los terrenos que antes comprara en las
faldas del Tibidabo. Desde 1860, Els Penitents, o casa de
Santa Cruz de Vallcarca, será el epicentro de su obra
fundacional, tanto para las Hermanas como para los
Hermanos.

Los tanteos y provisionalidades de los primeros años


(1861-1862) cristalizan en fórmulas definidas Y
realizaciones sólidas a partir de 1863, cuando el P.
Francisco adquiere conciencia clara de que el designio
providencial de su vocación carmelitana, forzada a
desarrollarse fuera del claustro, está orientado a esta obra

53
fundacional. Es por entonces cuando se define con claridad
la configuración de su familia religiosa. Gracias a ella
mantiene la unidad interna cuando en los años siguientes
se extiende por Cataluña y el Alto Aragón (1864-1868).

A primeros de 1867 obtiene el nombramiento de


Director de los Terciarios del Carmen en España por el
Comisario Apostólico y Procurador del Carmelo
Teresiano español en Roma. Representa el
reconocimiento legal de su obra de fundador y la base
jurídica para extenderla y afianzarla, cosa que él se
apresura a ser mediante reglas y estatutos adecuados.
Todos ellos quedan recogidos y ordenados en las
Constituciones que entrega a sus hijos e hijas espirituales
pocos meses antes de morir (1872).
 En los últimos seis años de vida, alternó el P.
Francisco su actividad de predicador y fundador con él
apostolado más comprometido y exigente de su
servicio eclesial: la asistencia espiritual y material a los
marginados de la sociedad. Acudían a la residencia de
Els Penitents como a único refugio posible para sus
desgracias y desdichas.

Se trataba de enfermos incurables con síntomas y


cuadros clínicos muy complejos. Ofrecían una
fenomenología que iba desde la esquizofrenia aguda hasta
las formas típicas de energúmenos, es decir, posesos o
endemoniados. Si el diagnóstico clínico no era siempre
claro, sí lo era el social y el espiritual: se trataba de seres
desgraciados, abandonados de la sociedad, auténticos
marginados de ella y por ella.

54
Desde los primeros casos y contactos, el P. Francisco
sintió inmensa compasión, y se comprometió a remediar
la situación en la medida de sus fuerzas y posibilidades.
Propendió con cierta exageración a dictaminar casos de
posesión diabólica. Por lo mismo, a servirse de las armas
espirituales aplicadas por la Iglesia en esos casos:
exorcismos y otras oraciones. Pero no se limitó a eso.
Llegó a crear una institución benéfica, especie de hospital,
para tratar y asistir integralmente a los pobres enfermos:
asistencia material y espiritual.

Surgieron pronto incomprensiones y obstáculos a su


acción pastoral y benéfica. Primero fueron las autoridades
eclesiásticas quienes no vieron con buenos ojos aquella
actividad pastoral tan comprometida. En el ánimo del P.
Francisco se entabló una sorda lucha. Estaba
absolutamente persuadido de la llamada de la Iglesia a
aquella misión ardua; no podía traicionarla. Debía, por
otra parte, sumisión y obediencia a su Prelado, que más
bien se oponía a ella. Durante tiempo se enfrentaron en su
espíritu dos impulsos contrastantes, resistencia y sumisión.
No hubo solución salomónica.

Autorizado por el Ordinario emprendió viaje a Roma


para exponer al Papa sus ideas sobre el exorcistado y
aclarar su actividad. Aprovechó la estancia en Roma
(diciembre 1866 - marzo 1867) para regular su obra
fundacional y conocer la situación de la Iglesia en su
mismo centro. De regreso a España, amplió y perfeccionó
la lucha contra el mal y la impiedad, iniciando la
publicación de un Semanario, dirigido por él con el título
de El Ermitaño (1868 – 1873).

55
Se sirvió de sus páginas como de palestra para combatir las
ideas antirreligiosas del tiempo y para defender su heroica
misión entre los marginados de Vallcarca; también para
difundir sus opiniones sobre la importancia del exorcistado
y la conveniencia de establecerlo como ministerio
permanente en la Iglesia. Con ese proyecto en mientes
viajó de nuevo a Roma (enero-febrero de 1870) para
presentarlo a los Padres Conciliares del Vaticano I.

Las autoridades civiles de Barcelona veían, cada vez con


mayor encono, la actividad de aquel sacerdote. Su obra
parecía fácilmente como acusación o denuncia respecto al
desinterés de las mismas. Se le llegó a denunciar al P.
Francisco como practicante ilícito de la medicina, y fue
encarcelado con sus colaboradores más directos el 28 de
octubre de 1870.

A los tres meses se le concedía libertad provisional y se


le permitía volver a Vallcarca, mientras seguía su curso el
proceso que se había instruido contra él. A distancia de un
año (octubre 1871) el Juez de primera instancia dictada
sentencia absolutoria para el P. Francisco y sus
colaboradores. “Los hechos declarados y probados no
constituían delito”. Para el historiador actual constituyen
pruebas elocuentes de una entrega y de un servicio
heroico. Hasta esos extremos llevaba el P. Francisco la
fidelidad a la llamada de la Iglesia, a la misión que ella le
había confiado.

56
“Trueque de suerte”

Consumió los últimos años de su vida (1871-1872) en


desvelos de fundador, pero sin renunciar a otras
actividades, como tampoco había descuidado nunca la
vertiente contemplativa, ni siquiera en los meses de más
acuciantes compromisos. Siempre que podía ser retirada al
Vedrá o a su refugio preferido de Santa Cruz de Vallcarca.
Eran reclamo permanente de sus ansias contemplativas. La
asiduidad al retiro y la entrega a la dirección de sus hijos e
hijas espirituales colmaron de serenidad e íntima
satisfacción aquel corazón decepcionado y herido por
tantas persecuciones y sinsabores humanos.

Hasta su vigorosa fibra física parecía haber recobrado la


energía de los años juveniles. Era pura ilusión. Las
penitencias rigurosas, la actividad febril, los disgustos y las
persecuciones habían minado su robusta contextura física.
En determinado momento percibe con claridad que se
acerca su fin. Lo siente únicamente porque considera aún
necesaria su presencia para la marcha fundacional.

El último gesto de su entrega a esta misión fundamental es


el viaje que realiza a Calasanz (Huesca) para visitar y
acompañar a las Hermanas que socorren a los apestados y

57
les prestan asistencia espiritual. Es la última semana de
febrero de 1872. Aprovecha la ocasión para visitar en su
Aytona natal a los familiares que le quedan y a los
Hermanos y Hermanas allí presentes. Últimos recuerdos,
últimos consejos, despedida definitiva. En Barcelona,
centro de su actuación, le esperan asuntos urgentes. No ha
tenido tiempo de despacharlos cuando es reclamado desde
Tarragona.

Sale sin demora el 10 de marzo de 1972. Llega enfermo y


cansado; tiene que guardar cama. Su estado se agrava
rápidamente. Le rodean sus hijas, reunidas allí en la última
fundación por él realizada. Le asisten sacerdotes, que,
como él, fueron expulsados del claustro carmelitano por la
revolución. Pese a todos los cuidados, aquel cuerpo se
desmorona. Se da cuenta que ha llegado su hora, la hora
de contemplar cara a cara el rostro de su “Amada”, la
Iglesia. Ha suspirado mil veces por ese momento. En su
postrer invocación deja escapar este lamento: “¡Dios mío
habéis trocado mi suerte!”.

Sí, había suspirado vivamente el martirio; se había ofrecido


a Dios como víctima, como inmolación por los pecados y
las persecuciones contra la Iglesia. Había estado cerca de
esa anhelada palma, y ahora se veía morir arrebatado del
lecho por una simple pulmonía. ¡Había aceptado con
entereza cristiana tantos trueques en su vida! También
había pedido con insistencia al Señor morir en la más
completa soledad, en coloquio secreto con su Amada, la
Iglesia, y ahora se veía rodeado del cariño de sus hijas.

58
Al lado de ese truque final querido por la Providencia,
bien poco significaban los padecimientos a lo largo y ancho
de su agitada existencia: trueque del Seminario por el
Carmelo, trueque del claustro por el siglo, trueque del
religioso por el sacerdote, trueque del predicador por el
exorcista, trueque del carmelita teresiano por el fundador
del Carmelo Misionero…
¡Caminos de fe! Rutas misteriosas trazadas por la
Providencia para llegar al último plácido suspiro del
luchador infatigable. Suspiro definitivo tanto y más
encendido eclesialmente que el de Teresa de Jesús:
“¡Cuán dulce, cuán agradable, cuán deleitable debe ser el
reposo en los brazos de una Madre virgen y tan pura cual
es la Iglesia triunfante!”

59
60
Genio y figura

Francisco Palau vivió en una época convulsa, de


profundas transformaciones políticas y religiosas, de crisis
indecisas entre lo precedente y el futuro. Asumió con
intensidad difícil de conmensurar el drama religioso de su
tiempo. Buscó afanosamente de por vida un equilibrio
satisfactorio entre las tendencias, al parecer contrastantes,
que polarizaban con impelente urgencia sus afanes
espirituales y apostólicos. Por eso, sus actitudes y sus
decisiones son paradigma para quienes han de vivir en
tiempos en que la crisis -como cambio permanente- se ha
instaurado a manera de categoría determinante de
conductas y posturas. ¿Cómo era Francisco Palau?

Porte físico

De rasgos fuertes y bien marcados, a juzgar por la


iconografía llegada hasta hoy. Los datos biográficos
seguros revelan otros menos perceptibles a primera vista.
De mediana estatura y de constitución recia se proyecta
como figura adusta y severa. Ni el porte ni los modales la
hacen especialmente atrayente. Tampoco los rasgos
fisonómicos la dulcifican; la encuadran en un marco de

61
seriedad y serenidad. De esa efigie austera emanaba algo
que atraía e imantaba a quienes comunicaban con aquel
espíritu superior.

El sayal carmelitano o la sotana clerical que envolvían


su cuerpo hacían destacar la frente espaciosa, prolongada
prematuramente por la calvicie. El pronunciado mentón y
los marcados surcos que lo unían con ojos y nariz,
conferían a su rostro moreno cierta rigidez atenuada por la
mirada suave y profunda de sus grandes ojos. Su
constitución física fue extraordinariamente robusta, de una
fibra increíblemente resistente. Lo reconoce él mismo,
cuando, a fuerza de asperezas y no pocos excesos
penitenciales, había comenzado a resquebrajarse su salud.
Sólo una constitución tan recia puede explicar los rigores,
las privaciones y las penitencias que soportó con entereza
admirable, pero hoy difícilmente comprensible. La
austeridad de su vida requiere una fortaleza física fuera de
lo común.

Temple moral

Emerge de una psicología llena de contrastes. Fácil y


cómodo enumerar una serie de rasgos inconfundibles de la
personalidad de Francisco Palau. Mucho más arduo el
reconstruir con fidelidad la semblanza de una personalidad
compleja. La simple enumeración de los trazos más
salientes de su espíritu con figura y un temperamento casi
contradictorio: tantos y tan marcados son los contrastes
que perfilan su fisonomía inconfundible. Francisco Palau
es temperamental en todo; sin quererlo ni aún pretenderlo

62
graba huella profunda en todo lo que hace y en todas las
personas que se mueven en su órbita.

Reflexivo y calculador, es al mismo tiempo intuitivo en


sus ideas y rápido en sus decisiones. Pragmático y realista
en sus obras y empresas, se vuelve a veces idealista y
soñador, hasta olvidarse del entorno que le rodea. Lógico
y razonador en sus planes y proyectos, posee una
imaginación desbordante capaz de las más atrevidas
representaciones. Siente por eso un impulso incontenible
hacia lo plástico y figurativo.

Coherente con los principios que informan su vida, se


muestra extraordinariamente flexible en la adaptación a
condicionamientos y circunstancias concretas. Combina
hábilmente la rectitud y el oportunismo legítimo. Tenaz
en lo que se propone, es generosamente condescendiente
con los demás. Celoso del nombre y la fama de los otros,
sufre con entereza casi heroica los atentados a su fama y
reputación. Intrépido en sus empresas e ignorante de lo
que es el miedo, se va desarmado cuando debe corregir o
amonestar. Reacio naturalmente a la rutina y a lo vulgar,
se somete disciplinado los requerimientos de la obediencia
y a las manifestaciones de la Providencia. Escrutador
incansable de situaciones y motivaciones nuevas, asume
con singular discernimiento los valores adquiridos y
seguros.

De carácter reservado y temperamento introvertido,


Francisco se abre generoso a la comunicación y a la
amistad. Su presencia austera a primera vista, suscita
simpatías y confianzas. Sobrio y ponderado en sus

63
manifestaciones afectivas, se interesa por todo lo humano
-familia, trabajo, amistades-, vibra ante cualquier
espectáculo bello, sobre todo de la naturaleza. Sobrio y
retraído en el trato, se vuelve fácilmente expansivo y
acogedor; hasta efusivo con sus íntimos, como se percibe
en la correspondencia epistolar: “Me hallaréis siempre en
paz, siempre amigo, siempre de buen humor” (Ct 117)

Enamorado del silencio, del retiro y de la soledad, es y


se siente a la vez apóstol de actividad múltiple y
desbordante. Su capacidad de vivir y hacer vivir, es fuerza
dinámica que arrastra a discípulos y admiradores. Gracias
al secreto que domina toda su vida espiritual, integra en
suprema unidad los contrastes más impensables. La
superación de tantas y tan pronunciadas paradojas emana
de su fe inquebrantable en ideales capaces de alimentar
constantemente la vida más allá de intereses y valores
coyunturales.

Durante un largo período de su vida, la unidad radica


en la búsqueda de ese ideal supremo; más tarde en su
conquista, en la entrega total a él. La Iglesia centra su
amor, asienta y armoniza la vida entera. En ese punto de
convergencia cobran unidad su itinerario espiritual y su
actividad apostólica. Ahí se funden el retiro y la actividad,
la lucha y la paz, los fracasos y los éxitos, la resistencia y la
sumisión, el esfuerzo personal de abnegación y la profunda
vida teologal, el amor a Dios y al prójimo.

Una misteriosa fuerza interior elevó y multiplicó las


energías naturales del P. Francisco ensamblando en una
sola pieza el apóstol inflamado y el contemplativo

64
solitario, el luchador indomable y el heraldo de la paz. A
cada trecho de su vida surge en el impetuosa la llamada a la
soledad, al más recóndito silencio. Cuando parece
ensimismado en la música callada del retiro, una sacudida
misteriosa le lanza al mar agitado de la actividad pastoral.
Así, una y otra vez, a lo largo de los años, como si la vida
fuera un tejer y destejer ilusiones humanas en torno al
misterioso hilo tendido sin cesar por la Providencia.

Poco importa que esa Providencia le haya arrancado del


claustro carmelitano para que se sienta hijo del gran
profeta Elías y de la Madre Teresa. Su condición jurídica
de sacerdote secular no empece a su celo y a su espíritu
eliano-teresiano. Mantiene íntegros los ideales de su
profesión religiosa y los enriquece con una savia
carismática que los vuelve totalmente eclesiales. En la
lejana perspectiva de un siglo, el perfil de su silueta
histórica se aureola de gloria. Es el fracasado, que triunfa;
el frustrado, que se realiza en plenitud; el profeta, que se
adelanta los tiempos; el soñador realista; el arriesgado,
que acierta; el luchador, que acepta y se humilla; el grano
de trigo que muere y germina...

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66
Apóstol en todos los frentes

Si el itinerario íntimo del P. Francisco Palau está


enmarcado siempre por el amor a la Iglesia, su intenso
servicio no es otra cosa que la prueba de ese amor, la
contraseña de autenticidad. El somero repaso de las
principales expresiones de ese servicio amoroso completa
algunas de las facetas de su personalidad religiosa y
espiritual. Su pródiga actividad apostólica brota, unas
veces, a impulsos de circunstancias externas y de
requerimientos superiores; otras, nace de lo más hondo de
su amor eclesial, del reclamo insistente de su misión. Sus
manifestaciones más prolongadas y consistentes son las
siguientes:

Predicador incansable

Ve la recristianización del ambiente español y europeo


como una auténtica obra de evangelización. Las múltiples
y variadas actividades dentro de este campo son -según
formulación suya insistente- una de las muchas formas que
puede y debe adoptar la proclamación del evangelio para
acomodarse a las circunstancias de lugar y tiempo.

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Él ensayó una variada gama de formas y realizaciones:
en un primer momento, impedido por los
condicionamientos externos, practicó con asiduidad la
predicación tradicional de sermones, panegíricos,
novenarios y festividades. Fueron las primicias de su
actividad apostólica junto con la administración de los
sacramentos. Casi de inmediato, la dedicación intensa a las
misiones populares (1838 – 1840) que se reanudan luego de
conseguir la libertad del confinamiento en Ibiza (1864-
1866). Se trata de la forma más con genial a su sentido
práctico y a la eficacia que persigue siempre. Es también
la vertiente apostólica en que logró frutos más sazonados.

De mayor resonancia social fueron los cursos de


predicación en las grandes ciudades –Barcelona, Madrid,
Palma- a partir de 1860. El mismo reconoce que no
surtieron efectos tan palpables y manifiestos como las
misiones. Prosiguió, no obstante, esa actividad hasta los
últimos años de su vida. Su palabra tenía una fuerza
especial, algo que calaba hondo en el auditorio, a juzgar
por los testimonios de los contemporáneos, incluidos los
elogios de la prensa y el reconocimiento de los pastores.

Director y guía

Se conduce con una madurez impropia de la edad en


que comienzan las realizaciones concretas. Los años de
exilio en Francia (1840-1851) corresponden a la
cristalización de esta actividad pastoral que no se
interrumpirá prácticamente hasta la muerte. Durante la

68
estancia en Caylus-Liron, la figura del solitario español
irradia intensa y extensa espiritualidad por el contorno.

Se acercan a su gruta en busca de orientación y de


dirección espiritual personas de muy diversos segmentos
sociales: sacerdotes, religiosos y seglares de noble alcurnia
y fama literaria, como Eugenia Guérin y otros miembros
de su familia. La calidad de su magisterio y la maestría de
sus orientaciones es reconocida por todos, incluso por los
que comienzan a sentir los celos de la envidia. Nadie
mejor que los grupos de discípulos y de hijas espirituales
de Cantayrac y Livron testimonian la entrega y la firmeza
de su padre y maestro en las vías del espíritu.

Destaca entre todos el caso de Juana Gratias, rendida


desde entonces a la dirección del P. Francisco. Ningún
testimonio tan elocuente como la correspondencia
epistolar para descubrir el desinterés, la limpieza de miras
y la prudencia con que el P. Francisco practicó este
excelso ministerio. Fue uno de los cauces por los que
transmitió con mayor eficacia y autenticidad su espíritu a
los miembros de la familia religiosa del Carmelo
Misionero. El tacto exquisito con que supo orientar a los
primeros discípulos e hijas espirituales queda reflejado en
sus cartas y atestiguado en la documentación biográfica.

69
Catequista renovador

Se hizo patente en la gran obra de la “Escuela de la


Virtud” de Barcelona. Se trató de un tipo integral y
revolucionario de catequesis. En sus programas quedaban
englobadas al mismo tiempo la catequesis elemental y la
formación religiosa de adultos a diversos niveles. Gracias a
la vinculación por el establecida entre la “Escuela” y las
diversas organizaciones de la ciudad, el radio de acción de
cristianizador de la empresa se extendió de manera
insospechada, sirviéndose incluso de la prensa diaria. Si a
todo esto se añade su ambicioso plan de establecer la
“Escuela” en otras ciudades importantes, se calibrará
mejor el indudable acierto conseguido en este campo.

No sé limito, con todo, al período y a la obra de la


“Escuela”. Buena parte de su actividad evangelizadora en
Ibiza fue auténtica catequesis. Se dio cuenta de la urgencia
de una regeneración cultural para que prosperara allí la
transformación religiosa de la que empeñó todas sus
energías. Dentro del marco de la catequesis practicada en
la Isla, destaca la realizada a través de la devoción
mariana, en concreto con la celebración del Mes de
Mayo. Exponente de sus métodos catequísticos a este
respecto es el librito titulado Mes de María (1861-1862)

70
Escritor

Más por exigencias pastorales que por vocación o


consagración a la pluma, logró, sin embargo, componer
páginas originales que ocupan lugar de privilegio en la
literatura religiosa y espiritual del siglo XIX español. Su
producción es notablemente desigual. Ligada a
circunstancias muy concretas del lugar y tiempo, debe
leerse salvando inevitables distancias respecto de nuestros
gustos actuales. Hace falta superar barreras estilísticas y
preocupaciones coyunturales para sintonizar con las
páginas de sus libros: Lucha del alma con Dios, La vida
solitaria, Catecismo de las Virtudes, Mes de María, La Escuela
de la virtud vindicada, La Iglesia de Dios figurada por el
Espíritu Santo y otras.

Mención especial merecen las páginas de índole


autobiográfica recogidas modernamente en dos libros: las
Cartas y Mis relaciones con la Iglesia. Las 169 piezas reunidas
en el epistolario son fuente insustituible para conocer y
comprender al P. Francisco Palau. Por esas páginas
desfilan sus planes y proyectos, sus preocupaciones y sus
ansias. En ellas se desvelan los repliegues de su alma
enamorada de la Iglesia y entregada al servicio de los
demás. Pese al estilo confidencial y por eso mismo poco
cuidado, no ofrecen dificultades en la lectura y
comprensión; resultan páginas atractivas para cualquier
interesado en acercarse a su persona.

71
Autógrafo del Padre Francisco Palau

72
Diverso es el caso de Mis Relaciones, especie de
apocalipsis palautiana. Su lectura exige imperiosamente el
conocimiento previo de las claves secretas que sellan esas
páginas misteriosas. No basta saber que encierran
singulares experiencias religiosas. Lo que dificulta su
comprensión es el ropaje que las envuelve. Hay que
acercarse a ellas conscientes de que se trata de algo
secreto, no escrito para la publicación. También de que
no es un tratado ordenado con una clara progresión
doctrinal o simplemente temática.

No existe más que una secuencia cronológica referida a


la vida íntima del autor. Este no hace otra cosa que poner
por escrito las vivencias profundas que siente en la oración
-de la mañana y de la tarde- o inmediatamente después.
No intenta ofrecer materia de meditación para los demás;
fija en el papel los movimientos íntimos de su propia
oración, que gira siempre en torno a su único amor, la
Iglesia. De ahí las inevitables repeticiones, la insistencia
una y otra vez en idénticos sentimientos y coloquios.

El modo más seguro de desorientarse en este mundo de


imágenes, visiones y revelaciones, es la lectura seguida y
completa del escrito, por lo menos antes de estar
familiarizado con su peculiar género literario. Hay que
afrontarlo por etapas y por partes, según los ciclos
cronológicos en que aparece distribuido.

73
Exorcista

Ha sido considerado generalmente como exorcista por la


arriesgada y azarosa actividad en favor de los marginados
que acudían a su residencia de Santa Cruz de Vallcarca
(Barcelona). Queda referido el momento culminante de
esta actividad peculiar a la que se sintió llamado por su
vocación eliana y carmelitana. Cualquiera que sea el juicio
sobre la situación material de aquellos enfermos (en su
mayoría trastornados física y psíquicamente), el
apostolado del P. Francisco está motivado por los más
altos ideales espirituales. Si su diagnóstico es a veces
clínicamente inexacto, las realidad de su servicio eclesial
es incuestionable, como incuestionables son algunas de sus
curaciones. La traducción más exacta de ese trabajo al
lenguaje moderno no es otra que la del servicio a los
marginados de la sociedad. La diversidad de las causas y
de las situaciones no altera la identidad del contenido
espiritual y apostólico.

Publicista y periodista

Otra vertiente de la actividad pastoral del P. Francisco


por más que esté al margen de los parámetros en que hoy
se regulan y enmarcan esas categorías profesionales. Pese a
la deficiente preparación, Francisco Palau percibió con
extraordinaria clarividencia la importancia decisiva de un
arma tan ágil como la prensa. Se dio cuenta muy pronto
de su eficacia para cualquier obra social, tanto para el bien
como para el mal. Acaso tenga mayor mérito esta

74
clarividencia que las realizaciones concretas en este
campo. El simple hecho de introducirse decididamente en
él es ya un dato muy revelador de su temperamento y de
su valentía.

Las primeras iniciativas corresponden a los años de su


destierro en Francia, aunque sus intentos de movilizar la
prensa en favor de la vida religiosa apenas lograron
aceptación. La alcanzaron luego durante la preparación y
el funcionamiento de la “Escuela de la Virtud”. Colaboró
asiduamente entonces en el periódico El Ancora, pero lo
más determinante es que toda la prensa importante de
Madrid y Barcelona se sintió sacudida por él y por su obra.

Siguió muy de cerca las luchas periodísticas entre


defensores y detractores de la “Escuela” y ello le permitió
reproducir largos extractos en su apología La Escuela de la
virtud indicada (1859). La realización más propia y
específica de sus afanes apologéticos es la creación o
fundación de un singular semanario bautizado con el
pintoresco rótulo de El Ermitaño. Nació al socaire de la
revolución y como arma para luchar contra la propaganda
antirreligiosa. Fue vehículo de sus teorías sobre el
exorcistado, a la vez que instrumento de propaganda
religiosa. Iniciado en 1868 apenas sobrevivió un año al
Fundador.

75
Fundador

Indiscutiblemente el título que mejor cuadra a la


realización más duradera del P. Francisco Palau. Si hoy
goza de fama histórica y suscita entusiasmos apostólicos en
la Iglesia, es porque muchas hermanas le reconocen y
llaman “nuestro padre”: son las Carmelitas Misioneras y las
Carmelitas Misioneras Teresianas. Esparcidas por cuatro
continentes prolongan la vida y el espíritu de ese
Carmelita del siglo XIX.

El Carmelo Misionero no es un hecho ocasional en su


vida; no brota de un acontecimiento aislado. Obedece a un
proceso de maduración interior que se va confrontando
con ensayos y realizaciones progresivas. Cuando cuaja en
algo firme y continuado, el Fundador lo percibe como
concreción específica de “su paternidad sobre las almas” -
“en la Iglesia y de la Iglesia”- . Toma cuerpo
definitivamente cuando se le esclarece interiormente lo
que es la Iglesia, y cuando el misterio de la misma se
convierte en savia de su existencia.

El Carmelo Misionero es fruto de esa experiencia en la


que el amor y el servicio se viven como plenitud del
precepto de la caridad, por cuanto en la Iglesia se realiza la
unidad de vida entre Dios y los próximos, entre Cristo y
los hermanos. Desde esa perspectiva se unifican
radicalmente el amor a Dios y a los prójimos. La vida
interior y el servicio apostólico no son otra cosa que
dimensiones de esa unidad, vertientes de la misma
realidad espiritual. Por eso el Carmelo misionero nace
esencialmente eclesial.

76
Casa de Ejercicios Santa Teresa, Es Cubells (Ibiza)

Ese sello original e inconfundible grabado, por deseo


voluntad del Fundador, en su descendencia religiosa,
viene a injertarse en el viejo tronco del Carmelo
Teresiano. Las mejores esencias del celo eliano y del
espíritu teresiano se asumen en el Carmelo Misionero
gracias a la formación y al carisma del P. Francisco. Una
vez esclarecido el sentido de su vocación al Carmelo
Teresiano ( Ct 93), Francisco Palau se empeñó en
trasvasar a su obra fundacional el rico caudal de aquél.

Surgía asi una nueva forma de armonizar la vida


contemplativa y el servicio apostólico; una fusión
profunda entre lo personal y lo comunitario, entre la
oración individual y la oración eclesial, un modo original

77
de vivir la Iglesia. Es lo que quiso legar el P. Francisco a
los Hermanos Terciarios Carmelitas y a las Carmelitas
Misioneras. Desaparecidos los primeros su espíritu y su
obra se prolonga y desarrolla en sus hijas.

78
Carisma, magisterio, doctrina

Francisco Palau no fue teólogo de cátedra ni maestro


de profesión. Jamás intentó sentar plaza de teórico
doctrinario, ni tan siquiera en las esferas de la enseñanza
religiosa. Vivió con intensidad las verdades de la fe
cristiana y trató de hacerlas realidad en la vida de otras
personas. Si empuñó la pluma fue precisamente para eso:
para ejercer su ministerio pastoral y para comunicar a sus
íntimos las propias vivencias eclesiales. Dado el carácter
práctico de sus escritos, sería injusto exigirle un cuerpo de
doctrina bien sistematizado y orgánico.

Su magisterio es fragmentario y discontinuo; se centra


en la temática de la moral y de la espiritualidad cristianas;
se cimenta en la elaboración teológica de la tradición
escolástica. Donde alcanza mayor originalidad es en los
escritos de índole autobiográfica. La razón es muy sencilla.
El proceso de la elaboración mental va de la experiencia a
la teoría y no al contrario. Resulta inadecuada una síntesis
de su pensamiento a base de esquemas preconcebidos.
Hay que penetrar en la vida íntima y desde allí tratar de
reducir a categorías doctrinales las experiencias inefables.

79
La vivencia íntima del P. Francisco gira en torno a la
realidad Misteriosa de la Iglesia. El mundo de sus
preocupaciones, el entramado de su pensamiento está
polarizado por ese núcleo central. Su caso es excepcional
en la historia de la espiritualidad cristiana. No se conoce
ninguna otra figura similar de mística radical y
esencialmente “eclesiocéntrica”. Tampoco de una
doctrina que sistematice los elementos y aspectos de la
espiritualidad cristiana en dependencia directa de ese
punto de convergencia. Bastarán algunas sumarias
indicaciones para ver cómo vida y doctrina se entrecruzan
en ese punto de conexión.

“Una persona mística”

Tres años de afanosa búsqueda, la Iglesia se le presenta


a Francisco Palau como término concreto y definitivo de
su amor. Por un continuado proceso de interiorización
consigue ver y vivir la Iglesia como realidad única e
individual con quien puede relacionarse directamente de
tú a tú, igual que con una persona amada. Es decir, el
misterio de unidad e identidad de Cristo y los cristianos en
el Espíritu Santo es posible y real porque hay una vida y un
ser. Mejor que de “cuerpo místico”, hay que hablar de
“persona mística”, capaz por tanto, de relaciones
interpersonales, como una Esposa que responde a nuestro
amor.

80
Misterio insondable

La visión personificada de la Iglesia reviste importancia


decisiva en la vida y en la doctrina del P. Francisco. La
encuentra fundamentada además en ese artículo de la fe
que profesa la “Iglesia una y santa”. La unidad de ser y de
vida se realiza pese a la multiplicidad de miembros y
elementos que componen la Iglesia. Cómo se armonizan
en perfecta unidad es algo que supera la capacidad de
comprensión humana. Cualquier formulación que se
proponga para definir esa realidad es incapaz de reflejarla
fielmente. Es algo intraducible en conceptos y categorías
humanas, lo mismo que los otros misterios de la fe. Y es
que la realidad vital de la Iglesia es misteriosa dentro de la
revelación divina en que se nos comunica. De ahí que su
“personalidad” sea “mística”. Hasta que llegue a la
consumación en la escatología final, la Iglesia
permanecerá misterio insondable para los viadores.

Realidad Temporal y visible

La intrínseca condición misteriosa y espiritual no


excluye una dimensión humana y temporal, al contrario la
integra y supone. Para el P. Francisco una de las vertientes
de la misma es precisamente esa: la convergencia de los
elementos externos con la realidad suprema del amor
entre los hombres y de estos con Cristo en el Espíritu
Santo. La presencia de una jerarquía y de unas estructuras
visibles corresponde a la situación histórica, visible y
temporal de la Iglesia. De ahí proviene su condición frágil

81
humana, defectuosa y hasta pecadora, pese a que en sí
misma, en la unidad de amor y de fe, según el P.
Francisco, la Iglesia es santa y perfecta.

Plan divino de salvación

La gozosa realidad de la Iglesia es obra de la Trinidad,


cuya vida y santidad refleja inconfundiblemente. Responde
al plan trazado por Dios, Uno y Trino, para la salvación
del hombre; por eso mismo se realiza progresivamente a
lo largo del tiempo. Tiene su origen en la mente del
Padre; la constituye en su dimensión interna y visible el
Hijo; la anima y aglutina en unidad el Espíritu Santo. Los
estadios temporales de la iglesia -peregrina, purgante y
triunfante- no son otra cosa que situaciones históricas o
realizaciones concretas de ese designio de salvación. Se
trata de otra vertiente que vincula necesariamente la
Iglesia a una dimensión visible y temporal. Pero la vez
descubre su condición escatológica, que el P. Francisco
resalta tanto a nivel personal como a nivel colectivo o
social.

Cristo Total

En íntima relación con la visión personalizada de la


Iglesia está la insistente afirmación del P. Francisco sobre
la presencia permanente y actual de Cristo como cabeza
del “Cuerpo Místico”. En cuanto tal denominación se
refiere fundamentalmente a Cristo-cabeza y a los
miembros, debe evitarse cualquier tipo de dicotomía, ya

82
que jamás pueden estar separados la cabeza y los
miembros, Cristo y los prójimos. Para que pueda
hablarse de la Iglesia, como algo diferente de ambos, es
necesario ver y pensar en esa unidad misteriosa. De ahí
que para el P. Francisco la fórmula adecuada y equivalente
de la realidad eclesial sea la acuñada por algunos Padres de
la Iglesia: “El Cristo Total”, “El Cristo Místico”.

Tipología específica

La unidad y la pluralidad, la dimensión espiritual y


visible, la naturaleza misteriosa de la Iglesia obligan a
buscar fórmulas figuradas para representar mejor lo
inexplicable e inefable a través del lenguaje técnico y
corriente. El P. Francisco logra en este sentido cotas
impensadas. Para referirse a la pluralidad la Iglesia, en
convergencia hacia la unidad, acoge las figuras
tradicionales del jardín, de la grey, de la vid y los
sarmientos, de pueblo (y hasta “pueblo de Dios”).
Cuando intenta plasmar la unidad suprema, aunque sea en
aspectos diferentes, recurre de manera insistente a la
“tipología” bíblica. Muchas figuras femeninas del A. T. se
convierten en arquetipos de la Iglesia, que es fiel como
Raquel, intrépida como Judith, etc. Son tipos
fragmentarios o parciales; el único cabal y perfecto, por
cuanto abraza todos los aspectos y dimensiones, es la
Virgen María.

83
Eucaristía, unión mística

En aplicación concreta y correcta de las constataciones


anteriores, Francisco propone una original y profunda
espiritualidad eucarística. Según él, la incorporación al
Cuerpo Místico, iniciada en el bautismo, se realiza
plenamente en la Eucaristía, en la comunión del cuerpo
de Cristo presente bajo las especies de pan y de vino. Esa
incorporación en plenitud es posible gracias a la doble
unión que acontece en la comunión eucarística: junto con
la unión real y sacramental con Cristo, en la singularidad
de su cuerpo, alma y divinidad, se verifica otra unión
mística o misteriosa con el Cristo constituido en Cabeza
de su Cuerpo Místico. Dada la inseparabilidad de la
cabeza y de los miembros, la unión real comporta la
unión mística con el Cristo Total. Por tanto, cada uno se
entrega a la vez que se comunica con la realidad de la
Iglesia. En consecuencia, es entonces cuando se hace
parte más vital de la misma; realiza la plena incorporación
al Cuerpo Místico de Cristo.

María, tipo perfecto

Es otra de las grandes intuiciones innovadoras del P.


Francisco. El contenido doctrinal o teológico tiene
importante derivación en la vida espiritual. Sintoniza con
la visión propuesta por el Vaticano II, al contemplar a
María enmarcada en el misterio de la Iglesia. En el plan
divino de salvación para el hombre, que se realiza en la
Iglesia a través del tiempo, María fue predestinada por

84
para ser Madre de Dios y a la vez, o en consecuencia,
tipo acabado de la Iglesia.

Mirar y contemplar a María fuera de esa perspectiva


equivaldría, según el P. Francisco, a empobrecer y
distorsionar su figura y su misión. Dios ha querido que sea
el espejo en que se reflejan todas las perfecciones de la
Iglesia; el modelo perfecto de su santidad y de su pureza,
no sólo en el plano abstracto sino en su desarrollo
dinámico. Por eso el P. Francisco repite con insistencia
que María, aislada de la Iglesia, no es el objeto ideal de su
amor; no ha de contemplarse como persona individual,
pese a sus títulos y grandezas, sino unido
inseparablemente a la Iglesia.

Vivencia teologal

Calar en estas realidades hasta hacerlas savia de la


propia vida, para traducirlas luego en conceptos
adecuados, supone compenetración personal con ellas. Es
fruto de la contemplación amorosa más que de estudio o
investigación intelectual. De ahí otro de los puntos claves
de la espiritualidad palautiana: la importancia
trascendental de las virtudes teologales. La Iglesia no
puede vivirse en el plano de la experiencia más que a la luz
de la fe y de la vida teologal intensa. La realidad
misteriosa del Cristo Total es un dato de fe y sólo a través
de la fe y del amor puede convertirse en motor de la
propia existencia.

Reciamente anclado en la tradición del Carmelo


Teresiano, Francisco Palau centra su dirección espiritual

85
en el desarrollo de la vida contemplativa y teologal,
convencido de que es la única forma de dar motivaciones
auténticamente sobrenaturales a la vida. Oración y vida
teologal son los dos pilares fundamentales del edificio
interior. Son los que sostienen la comunicación directa
con las cosas divinas; las que unen al hombre con Dios.
Por eso insiste tanto el P. Francisco en presentar la
oración como unión con Dios y los prójimos: unión
afectiva y efectiva.

Abnegación y servicio

Al colocar a la Iglesia en el centro de la vida


contemplativa y teologal, el P. Francisco enriquece el
patrimonio de su tradición religiosa con una aportación
original. Señala un motivo fundamental de convergencia
unitaria entre contemplación y servicio apostólico. Para él
son dos dimensiones o vertientes de la vivencia eclesial:
una responde al amor, la otra a sus pruebas. También
radica ahí su armónica fusión de la oración individual o
contemplativa y de la comunitaria o litúrgica; se trata en el
fondo de una sola oración eclesial, por cuanto en la Iglesia
y de la Iglesia.

Recalca el P. Francisco Palau, que el servicio


apostólico implica necesariamente esfuerzo y entrega;
reclama por eso negación de sí mismo, de las cosas
propias, para asumir las exigencias de los demás. Junto a
la motivación sobrenatural, alimentada en la vida teologal
y en la oración, urge la necesidad de la abnegación
interior, de la pobreza y de la mortificación, como

86
condición imprescindible para mantener firme el temple
apostólico y no convertir sus manifestaciones en funciones
puramente humanas o profesionales.

El jugo interior bruta de la vida teologal y de la


oración, pero es imposible que dure sin un clima
apropiado de austeridad, de esfuerzo y el sacrificio. Todo
ello reclama imperiosamente una actitud permanente de
abnegación sostenida en la fe y en la caridad. No son
planteamientos especulativos, son constataciones de
experiencia, traducidas luego en consejos y enseñanzas
para los demás, de modo especial para sus hijos e hijas
espirituales.

***

Francisco Palau, carmelita de cuerpo entero,


contemplativo y apóstol en una pieza, abrió en el
Carmelo Teresiano un cauce nuevo y fecundo de
espiritualidad eclesial que, a distancia de un siglo, sigue
alimentando sueños e ilusiones.

Al evocar su figura de asceta penitente y de místico


eclesial se perciben ecos inconfundibles de celo profético,
de temple paulino, de ardor teresiano.

Para sintonizar con Francisco Palau hay que entregarse


sin reservas, luchar sin tregua, amar y servir sin límites ni
fronteras, hasta la heroicidad, a los hermanos, a la Iglesia.

87
88
***

La Congregación de las Carmelitas Misioneras, don del


Espíritu a su Iglesia, nació de la gracia carismática
concedida a Francisco Palau y Quer (1811-1872) como
experiencia del misterio de la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo.
Los planes fundacionales brotan al compás del proceso
interior de su itinerario espiritual, impulsado
permanentemente por el amor a la Iglesia, amor que
funciona en unidad a Cristo y a todos los hombres. La
“obra de Dios” logra afianzarse definitivamente (1860)
cuando la vivencia eclesial alcanza su plenitud en el
Fundador.
A las formas tradicionales de apostolado –Salud,
Educación y misiones- se han ido incorporando, a raíz de
la renovación conciliar, otras de corte más actual:
catequesis, pastoral social, atención a los pobres y
marginados, promoción de la vida espiritual, colaboración
en la pastoral diocesana y parroquial, etc.
El Carmelo Misionero quiere convertir en testimonio
gozoso ante el mundo la vida evangélica, casta, pobre y
obediente en obsequio de Cristo y participación en su
misterio pascual.
Nuestras comunidades – “uniones de fraternidad”
animadas por los mismos ideales comparten su misión en
la Iglesia unidas en la oración, el trabajo, la sencillez y la
alegría. Toda Carmelita Misionera, mensajera del
Evangelio por los caminos del mundo, es portadora del
mensaje palautiano: predicar la belleza de la Iglesia santa;
anunciar el amor a Dios y a los hermanos allí donde sea
“enviada”.

89
Las Carmelitas Misioneras en este momento están
presentes en 39 Naciones:

Europa: España, Francia, Inglaterra, Italia, Polonia,


Portugal, Rumanía.
América: Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia,
Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, México,
Nicaragua, Perú, Puerto Rico, República Dominicana,
Venezuela.
Asia: Corea, Filipinas, India, Indonesia, Japón, Tailandia,
Taiwán.
África: Camerún, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial,
Kenya, Malawi, Nigeria, República Democrática del
Congo, Tanzania.
Oceanía: Varroville Sydney (Australia, 2004).

90
ABREVIATURAS

Cat = Catecismo de las virtudes: Textos Palautianos 5.

Ct = Cartas, edición Burgos 1981

EVV = La Escuela de la virtud vindicada: Textos


Palautianos 6.

Igl = La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en


los Libros Sagrados: Textos Palautianos 3.

Leg = Legislación: Textos Palautianos 4.

Lucha = Lucha del alma con Dios: Textos Palautianos 8.

MM = Mes de María: Textos Palautianos 7.

MRel = Mis Relaciones con la Iglesia, edición Roma 1997.

VS = La vida solitaria: Textos Palautianos 2.

91
92
GUION BIOGRAFICO

1811 Nace el 29 de diciembre en Aytona (Lérida) España.

1828-32 Estudios de filosofía y teología en el seminario de Lérida.

1832 El 14 de noviembre viste el hábito en el convento de San José


de Carmelitas Descalzos Barcelona.

1833 Profesa el 15 de noviembre como Carmelita


Descalzo en Barcelona.

1835 El 25 de Julio es incendiado el convento de Barcelona y


expulsados los religiosos.

1836 Es ordenado sacerdote en la catedral de Barbastro el 2 de abril.

1840-51 Exilio en Francia por los azotes políticos producidos en


España.

1843 Intensa vida solitaria en los alrededores del santuario de


Nuestra Señora del Livron.

1851 Regresa a España en abril; se incardina en la diócesis de


Barcelona; funda la “Escuela de la Virtud” en noviembre.

1854 Suprimida arbitrariamente la “Escuela” es confinado a


Ibiza el 9 de abril.

1854-60 Reside en Ibiza. Vive intensamente el problema de la Iglesia


y su misterio en medio del mundo.

93
1860-61 En las Islas Baleares funda las congregaciones de los
Hermanos y de las Hermanas Carmelitas.

1862 Realiza diversos viajes a Barcelona, tratando de consolidar su


obra fundacional.

1864 Predica misiones en Barcelona y en la isla de Ibiza.

1866 El 8 de diciembre llega a Roma, donde permanece varios meses.

1867 En enero obtiene el Comisario Apostólico de los Carmelitas


Descalzos de España, la patente de Director de los Terciarios de la
Orden.

1870 Viaja de nuevo a Roma con ocasión del Concilio Vaticano I.

1872 Enero- marzo. Redacta y pública las Reglas y Constituciones de la


Orden Terciaria de Carmelitas Descalzos, que se imprimen en Barcelona.

1872 El 10 de marzo llega enfermo a Tarragona y el día 20 fallece.

94
INDICE
Pórtico...... pag. 7

Hogar austero y bullicioso..... 》9

Disciplina y rutina del Seminario...... 》 13

Carmelita en ciernes.... 》17

Espera de un retorno imposible..... 》 23

Amarguras del exilio... 》29

Las mieles del triunfo... 》35

Comenzar de nuevo..... 》 41

Fidelidad a la propia misión.... 》 49

“Trueque de la suerte”...... 》57

Genio y figura....... 》61

Apóstol de todos los frentes...... 》 67

Carisma, magisterio, doctrina.... 》79

Abreviaturas...... 》91

Guión biográfico...... 》93

95
96

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