Revista 12
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2. Memorias
Revista
del Centro de Estudios de
Sobrarbe
N.º 12 - 2
Redacción y Administración:
Centro de Estudios de Sobrarbe
Plaza España, s/n
22340 BOLTAÑA
(Huesca)
Artículos
1 Sanz Hernández, M.ª Alexia, 1997, “Construyendo el silencio colectivo o la cara oculta de la
memoria”, Temas de Antropología Aragonesa, n.º 7, Zaragoza, pp. 7-37.
Para las generaciones que no conocieron el conflicto e incluso ni el régimen
franquista, resulta extraño concebir que aun hoy en día persisten en las familias
y casas de Sobrarbe historias que han sido tratadas como “secretos” familiares,
que se consideran vergonzantes, hasta llegar a “negar” a hermanos y familiares,
pues hemos hallado a través de la documentación y la bibliografía, referencias a
situaciones, origen de conflictos soterrados en pueblos o incluso como unos hijos
desconocían la existencia de algunos de sus parientes, “marcados” por haber sido
ejecutados. También nos hemos encontrado con negativas o reticencias a publicar
algunas de las memorias de hombres y mujeres de la comarca que sabemos conser-
van sus descendientes.
Aunque aquel silencio fue roto por iniciativas como la de José María
Escalona, a quien agradecemos su colaboración, y con la creación del Museo de
la “Bolsa de Bielsa” –como puedo refrendar en el propio ámbito familiar–, no
debemos olvidar que la guerra no se redujo a dichos acontecimientos –aunque en
muchos casos fueron en aquellos meses de la primavera de 1938 que la guerra alcan-
zó a muchos pueblos del Sobrarbe–. Había comenzado en aquel verano de 1936,
de “descamisados” y piras “purificadoras” de santos e iglesias, un hecho de fuerte
impacto en las gentes de Sobrarbe. Pero uno de los acontecimientos que aún man-
tiene un carácter polémico es el de la destrucción de lugares de la comarca en la
primavera de 1938, obra en unos casos de incendios provocados por el ejército repu-
blicano y en lo que sería el espacio de la “Bolsa”, de los bombardeos aéreos de los
aparatos alemanes e italianos –aún colea este tema, si observamos los comentarios
que figuran en el blog sobrarbenses.com en la entrada sobre La Bolsa de Bielsa–.
Con el fin de ayudar, incluso a nosotros mismos a comprender lo sucedi-
do, que no a juzgarlo, hemos reunido en este segundo volumen del número 12 de
la revista Sobrarbe una serie de textos relacionados con la memoria histórica de
tal conflicto en Sobrarbe. Abrimos el número con un trabajo realizado por Ana
Gómez y Sofía Jiménez, para cuya elaboración contaron con una Ayuda a la inves-
tigación concedida por el Centro de Estudios de Sobrarbe, titulado “La memoria
colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil”, donde podemos hallar
numerosos testimonios pero también reflejo de aquel “silencio” así como deseo de
anonimato, que conduce a obviar cuestiones que pudieran en algunos casos consi-
derarse escabrosos o conflictivos, pues solo figuran, en la mayor parte de los casos,
mencionados de pasada.
Junto a este trabajo, una serie de textos que son trabajos memorísticos,
recuerdos, en casi todos los casos elaborados con mucha posterioridad a los hechos
narrados, y por lo tanto, filtrados y rehechos en la propia memoria, pero donde
hablan mujeres y hombres de la comarca.
Para concluir, un artículo obra de Joseph Verdier, traducido del francés, que
nos permite ofrecer otra visión sobre la “Bolsa”, desde el lado galo. Concluimos
este número con la edición facsímil de un texto, bastante desconocido, que ofrece,
una visión claramente partidista, pero también coetánea de la “Bolsa de Bielsa”,
desde la visión de un entusiasta pro-franquista francés.
Nuestro deseo es que estas páginas queden abiertas a aportaciones futuras,
no ha quedado agotado el tema, y que podamos así ofrecer más información y ayu-
dar a transmitir aquella memoria. Como conclusión, estas palabras del catedrático
de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova:
“El futuro de la memoria pasa por transmitir esas experiencias de violencia
política y de violación de los derechos humanos a nuestros jóvenes, a quienes no forma-
ron parte de esa historia. Algunos dicen que ya vale, que estamos hartos de memoria,
de guerra, de historia, aunque nunca nos hartemos de fútbol o del chismorreo que
domina la programación televisiva. Nos pasará como a Ireneo Funes, el personaje del
cuento de Jorge Luis Borges Funes el memorioso, capaz de aprender muchas cosas,
pero incapaz de pensar. España la memoriosa: mucho recuerdo, pero sin justicia ni
verdad.Y sin ley”.
(“Después de tanta memoria…”, El País, 20-9-2007)
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1 Sirvan de perfecto resumen las siguientes palabras: “Toda fuente histórica derivada de la percep-
ción humana es subjetiva, pero solo la fuente oral nos permite plantear un reto a esa subjetividad,
penetrar las capas de la memoria, excavar en sus penumbras, con la esperanza de alcanzar la ver-
dad oculta”. Thompson, P., La voz del pasado. Historia oral, Valencia, Alfons el Magnànim, 1988,
p. 171.
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2. Criterios metodológicos
Uno de los objetivos que pretendemos alcanzar con este trabajo de investiga-
ción es desbrozar de entre los recuerdos de las mujeres entrevistadas la verdad cons-
tituida por un conjunto de hechos biográficos. Pero apuntemos inmediatamente que
estamos lejos de comulgar con el concepto de marcado tinte positivista por el que se
entiende que la fuente oral es la panacea o la tabla de salvación ante la inexistencia
2 Término dado a la memoria por la escuela historiográfica francesa de los Annales; cf. Alonso, L. E., La
mirada cualitativa en sociología. Una aproximación interpretativa, Madrid, Fundamentos, 1998, p. 71.
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no habrían sido localizados. Los historiadores orales pueden ponerse en el lugar del
editor: pensar qué evidencia se necesita, buscarla y conseguirla.
- La realidad es compleja y multiforme, y es mérito primordial de la historia
oral permitir la recreación de la multiplicidad de puntos de vista en mayor medida
que la mayoría de las fuentes. La historia oral propicia una reconstrucción del pasa-
do más realista y más justa, una alternativa a la interpretación establecida.
- En algunos campos, la historia oral no se queda en un mero cambio de
enfoque, sino que puede abrir también nuevas e importantes áreas de investigación.
En nuestro caso, tenemos la posibilidad de acercarnos a la mayoría no organiza-
da –en un momento de gran politización y abundancia de documentos escritos y
gráficos emitidos por las múltiples organizaciones políticas y sindicales– y entender
cómo fue la experiencia cotidiana de la guerra y su impacto en la vida familiar y
comunitaria.
- Con la introducción de evidencias nuevas, desde abajo, con los cambios de
enfoque y la apertura de nuevas áreas de investigación, al cuestionar algunos de los
juicios y aseveraciones de los historiadores comúnmente aceptados, al reconocer
grupos humanos sustanciales que habían sido ignorados, la historia se hace más
abierta y democrática.
- Pero hay en este cambio otra dimensión de igual importancia. El proceso
de escribir historia cambia a la par que el contenido. El uso de la evidencia oral
derriba las barreras entre los cronistas y su audiencia, entre la institución académi-
ca y el mundo exterior. Este cambio nace de la naturaleza esencialmente creativa y
cooperativa del método de la historia oral. Una vez que el historiador se ha puesto
a entrevistar, se encuentra inevitablemente trabajando con otros; como mínimo con
sus informantes. Sin olvidar otra de las ventajas clave del método: su flexibilidad,
su capacidad de concretar una evidencia allá donde se necesite.
- Los historiadores que hacen trabajo de campo participan de unas experien-
cias a nivel humano a las que no tendrían acceso desde su mesa de trabajo3.
3 “El uso de la voz humana fresca, personal, concreta, siempre hace presente el pasado con una
extraordinaria inmediatez. Las palabras imprimen a la Historia un aliento vital”. Thompson, óp. cit.,
p. 27.
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4 Vid. cap. 5.
5 Ibídem, p. 144.
6 Vid. Folguera, P., Cómo se hace historia oral, Madrid, Eudema, 1994, pp. 29, 32 y 33.
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“El ‘de casa’ sabe por dónde le pueden salir, es más difícil que le
engañen, comprende los matices, cuenta de entrada con más contactos
útiles y, previsiblemente, se le considera de buena fe. Todo esto, el foras-
tero lo ha de aprender y construir. Pero también en esto puede haber
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En nuestro caso concreto, el hecho de que nuestra familia sea del Sobrarbe
nos ha sido de gran utilidad a la hora de contactar con las informantes y a la hora
de conocer los patrones culturales que rigen en la zona. Por otro lado, nuestra con-
dición de foráneas, pues nos hemos criado en un ámbito urbano, ha supuesto para
nosotras un distanciamiento beneficioso de nuestro objeto de estudio y una mayor
neutralidad.
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GUÍA DE LA ENTREVISTA
1. Contar el proyecto y crear un ambiente propicio y distendido.
2. Preguntas:
- Origen geográfico y familiar de la entrevistada.
- Primeras noticias de la guerra. Dónde estaba, cómo se enteró y
cómo se sintió ella y su entorno inmediato. Qué supuso ese primer
momento.
- Qué reacción hubo en el pueblo donde vivía la entrevistada. ¿Hubo
bandos? ¿Hubo enfrentamientos entre personas conocidas?
- Quién tuvo que ir a la guerra, tanto de su familia como del pueblo.
- Qué pasó con los que se quedaron en el pueblo (mujeres, personas
mayores y niños). En qué cambiaron sus condiciones materiales de
vida y su trabajo.
- ¿Tuvieron que abandonar el pueblo en algún momento? Tenemos
que aclarar si fue al principio de la guerra o tras la caída de la
Bolsa de Bielsa, con la retirada de las tropas republicanas, cuando
pasaron a Francia.
- Condiciones del paso a Francia, recibimiento y visión del país.
Tiempo de estancia y lugar. Vuelta a España y diferencias con res-
pecto a lo que habían dejado antes de irse.
- Para los que se quedaron, cómo vivieron el cambio de poder y
de situación política: ¿se notaron cambios en las formas de vida
(p. e., en relación con los curas, maestros o fuerzas del orden; en lo
económico; casos de represión, etc.)?
- Cómo se vivió desde aquí, en una zona donde el conflicto bélico en
sí ya había acabado, el desarrollo final de la Guerra de España.
- Sugeriremos la posibilidad de realizar otras entrevistas.
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FICHA DE LA INFORMANTE
Nombre, apellido o seudónimo
Nombre de la casa
Fecha y lugar de nacimiento
Estado civil (en la época estudiada y posteriormente)
Nivel de escolaridad
Tipo de escuela a la que asistió
Otros estudios
Trayectoria laboral
Nombre del padre y lugar de nacimiento
Nombre de la madre y lugar de nacimiento
Estudios del padre y profesión
Estudios de la madre y profesión
Nombre de los hermanos y hermanas, y breve biografía
Nombre del marido y breve biografía
Dirección de la entrevistada
En caso de anonimato, población
Tendencia político-ideológica
Religión
Estatus social (en el periodo estudiado y posteriormente)
Observaciones
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Cinta 1, cara A
cara B
Cinta 2, cara A
cara B
Cinta 3, cara A
cara B
Entrevistadora
Breve descripción de las entrevistas
Documentación que se adjunta a la entrevista
¿Autorización?
Observaciones
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3. Contextualización documental
El capítulo que ahora nos ocupa tiene como objetivo situar al lector en el
contexto histórico en el que se ubica cronológicamente el contenido narrativo de los
testimonios que hemos recogido y que presentaremos en el cuarto capítulo de este
trabajo. En ese sentido, hemos juzgado necesario que la contextualización abarcara
ciertos aspectos de la época anterior a la de la Guerra Civil (desde la proclamación
de la República en 1931), de la propia guerra y de la primera posguerra. Pero no es
este el lugar para trazar un resumen histórico de las condiciones sociales, políticas
y económicas de la actual comarca del Sobrarbe desde el año 1931 hasta el inicio
de la década de 194011. Lo que pretendemos es ofrecer ciertos datos, documentos,
apuntes, que el proceso mismo de nuestro trabajo de campo, las entrevistas en sí y
su consiguiente análisis nos han obligado a buscar o a tener presentes.
10 Lo hemos hecho en todas las entrevistas. Cf. apartado 2.3.5., ficha técnica de la entrevista.
11 Para el lector interesado en un amplio desarrollo histórico de la Guerra Civil, cf. la bibliografía al
final de este trabajo.
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Elecciones municipales,
5 y 12 de abril de 1931
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Ejemplo n.º 1: ABC, edición de Sevilla. Se puede observar siempre la fecha de emisión del parte, en
Salamanca, y la de su publicación por el diario, en Sevilla. Colección particular
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Ejemplo n.º 2: ABC, edición de Madrid. Diario publicado el 10 de marzo de 1938. Colección particular
Ejemplo n.º 3: ABC, edición de Madrid. Misma fecha que el anterior. Colección particular
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que resistir, aunque sea de manera tenaz y heroica; hay que pasar de una posición
defensiva a otra ofensiva. De ahí la exigencia de una organización nueva en la que
ejército leal y milicias voluntarias se complementen. Por decreto del 10 de octubre
de 1936, Largo Caballero, jefe de Gobierno y ministro de la Guerra, crea el Ejército
Popular. Desaparecen las columnas y se forman unidades regulares: brigadas,
divisiones, cuerpos de ejército. En Aragón, las columnas, y después las unidades
regulares, dependían formalmente de la Consejería de Defensa de la Generalitat
de Cataluña y más en concreto de su Delegación del Frente de Aragón, cuya sede
estaba en Sariñena. Tras los sucesos de mayo en Barcelona, estas tropas se integran
en el Ejército Popular. El 6 de junio de 1937 se crea el Ejército del Este, cuyo origen
se halla en las columnas que, sobre todo en Cataluña, y también en Levante y en el
propio Aragón, se formaron para recuperar los territorios aragoneses ocupados.
Con Negrín, jefe de Gobierno tras la dimisión el 16 de mayo de Largo
Caballero, se toman nuevas medidas14. Se crea el Ministerio de Defensa Nacional,
que concentra las antiguas carteras de Guerra, Marina y Aire, se nombra ministro
a Indalecio Prieto y se constituye el Estado Mayor Central, cuyo jefe será el coronel
Vicente Rojo. Al frente del Ejército del Este, que tenía su base en Lérida, se nom-
bra al general Sebastián Pozas. De los tres cuerpos de ejército que componen el
Ejército del Este (X, XI y XII), el X C. E. abarca desde los Pirineos hasta la sierra
de Alcubierre, y está formado por las divisiones 28, 29, 31 y 43. Esta última tiene su
cuartel general en Boltaña; la componen las brigadas 72.ª, 102.ª y 130.ª, y es man-
dada por el coronel Escassi. Su emplazamiento se ciñe a la zona pirenaica hasta el
río Guarga.
14 Será una constante de Negrín recordar en sus discursos la imperiosa necesidad de un ejército orga-
nizado y disciplinado. En condiciones dramáticas, a raíz de la retirada de Teruel del ejército repu-
blicano, se dirige por la radio al país para explicar la situación del momento y, remontándose a la
toma de Teruel en diciembre de 1937, expone lo que constituyen las grandes líneas de su reforma:
“(...) el Gobierno de la República decidió aplicar una norma elemental de estrategia: des-
baratar los planes del enemigo, adelantándose a él; imponerle nuestra voluntad, obligán-
dole a combatir donde a nosotros nos conviniera. Y a mediados de diciembre se emprendió
la ofensiva de Teruel. En una semana conquistamos la ciudad fortificada. Nuestro ejército
hizo miles de prisioneros. Nuestra mil veces gloriosa aviación derribó numerosos aparatos
alemanes e italianos. Por todo el mundo corrió entonces la nueva, de sobra conocida por
nosotros, de que la República poseía un Ejército, no solo animado de espíritu y entusiasmo,
que en los primeros meses le permitieron hacer frente a un enemigo superior, sino dotado
también de las condiciones precisas para acometer, con éxito, las empresas más arriesgadas
y difíciles desde el punto de vista de la técnica militar”. (ABC, Madrid, 27/2/1938)
En el acto de entrega de los nombramientos de los nuevos oficiales de la Escuela Popular de Guerra,
el 14 de abril de 1938, declara:
“Os exijo, ante todo, disciplina. Habéis de tener en cuenta que en el castigo tenéis que ser
inflexibles para con vuestros subordinados, pero benévolos al mismo tiempo, porque todos
somos compañeros”. (ABC, Madrid, 15/4/1938)
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En el parte del 21 de mayo de 1938 leemos solo estas líneas: “Este: La actividad
registrada en los distintos sectores careció de importancia”. (ABC, Madrid, 21/5/1938)
Pero en una nota del Ministerio de Defensa Nacional publicada en Madrid
el 19 de mayo de 1938, se dice:
La resistencia de la 43.ª División en el alto valle del Cinca –como por otra
parte los contraataques en la zona de Tremp– no puede decidir el final de la contien-
da, pero sí supone un duro contratiempo para la penetración del ejército de Franco
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en una zona que linda con Francia. Se trata de un ejemplo de resistencia tenaz de
una división organizada y disciplinada, siguiendo las líneas directrices anheladas y
exigidas por el Gobierno de Negrín que ya hemos apuntado en páginas anteriores.
La visita de Negrín supone un reconocimiento no solo al valor e incluso al heroís-
mo de unos hombres dispuestos a luchar, en su mayoría, por la causa republicana
–aunque hubiera en la 43.ª División sentires políticos varios, desde comunistas
hasta anarquistas–, sino también a la tenacidad y, en cierto modo, optimismo, de
unas tropas dispuestas a no ceder.
Recogemos de un artículo del Boletín de información del E. M. del Ejército de
Tierra unos párrafos que insisten sobre esa idea de resistencia heroica:
También en los partes oficiales del Ministerio de Defensa se insiste sobre esta
resistencia, y el adjetivo heroica acompaña a menudo al nombre de la 43.ª División:
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“Este: Las facciones atacaron por tres veces con gran intensidad
nuestras posiciones del collado de Santo en el sector de la 43 división
propia, siendo enérgicamente rechazadas. Sufrieron más de 20 bajas
vistas, entre ellas la de un capitán”. (ABC, Madrid, 8/6/1938)
El parte oficial del Ministerio de Defensa refleja solamente la lucha entre los
dos ejércitos:
Lo que resulta claro es que asistimos ahora al avance definitivo del ejército
rebelde:
“En el Cinqueta y el alto Cinca se han ocupado por nuestras tropas los
pueblos de Serveto, Señés, Puértolas, La Fortunada y otras posiciones.
Estas operaciones han demostrado, una vez más, la fortaleza de nues-
tras tropas, puesto que se han verificado bajo frío intensísimo y copiosa
nevada”. (ABC, Sevilla, 14/6/1938)
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Pero en otra crónica también firmada por Stefani el tono se vuelve feroz:
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“París 17. Se ha sabido que hasta el presente ocho mil milicianos rojos
de la famosa 43 División han sido repatriados a España roja. Esta
mañana han ocurrido graves desórdenes, porque durante las operacio-
nes de plebiscito numerosos milicianos, aun no queriendo ser enviados
a España nacional, tampoco deseaban pasar a la España roja. El pre-
fecto les declaró que en ningún caso podían quedarse en Francia, y por
lo tanto, se vieron obligados a resignarse y montar en los trenes que
les esperaban para trasladarlos a Cataluña. Las autoridades francesas
aseguran que para esta noche todas las operaciones de selección o ple-
biscito habrán terminado”. (ABC, Sevilla, 18/6/1938)
Las cifras que dan los historiadores son las siguientes: 411 y cinco enfermos
eligieron Irún; 6.885 optaron por pasar a Cataluña15. De ahí, la 43.ª División fue a
luchar al frente del Ebro, en particular entre las sierras de Cavalls y Pàndols, donde
sufrió durante los enfrentamientos de agosto numerosas bajas.
Es esta una compilación de partes de guerra y de crónicas –escasas–, que se
refieren a la 43.ª División. No se trata, pues, de un estudio de sus luchas, de sus
problemas, de los posibles enfrentamientos internos, ni del análisis de los motivos
concretos de la sorprendente visita de Negrín. Hemos querido ver sobre todo cómo
una gesta guerrera se convierte en un símbolo. Al principio los partes, con su estilo
lacónico, apuntan ciertos hechos que nos permiten seguir, no siempre de una mane-
ra muy precisa, la lucha; de repente, tras la visita de Negrín, esta división se erige en
un ejemplo para todos, incluso en los momentos trágicos de la retirada. Oigamos a
Negrín, dirigiéndose al país el 19 de junio de 1938:
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Fuentes. Revista Monte Perdido y Martínez de Baños Carrillo, F. (coord.), óp. cit.
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16 No creemos necesario insistir aquí en que el lector no puede esperar en las próximas páginas un
catálogo de hechos o datos empíricamente comprobados. Los principios y criterios metodológicos
que hemos seguido y que llevan a aceptar la posible presencia de inexactitudes o errores los hemos
expuesto en el primer y el segundo capítulo de este trabajo; cf. especialmente los apartados 1.2., 2.1.
y 2.2.
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17 Ya fuera por el lugar o las circunstancias ambientales en que se iba a desarrollar la entrevista; ya por
la percepción por nuestra parte de la imposibilidad de plantear la cuestión, esto último debido a la
experiencia adquirida con casos como los que se exponen a continuación.
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se habla bien”, “cuando no se tienen estudios”18. Hay que recalcar que, curiosamente,
las personas que adujeron tal causa no viven habitualmente en la comarca, sino en
la gran ciudad, y mostraron, por el contrario, una gran predisposición y ningún
miedo a narrarnos sus recuerdos, a expresar sus convicciones y a que las reprodujé-
ramos sin inhibición ninguna.
4) Alguna de las entrevistas previstas, con cuyas teóricas protagonistas entra-
mos en contacto y estuvimos en tratos para establecer una fecha de reunión, a la
que fueron dando repetidamente largas, finalmente no tuvieron lugar. El desinterés
por su parte o quizá uno o los dos motivos expuestos en el párrafo anterior sean la
causa de tal negativa.
El lector podrá constatar en la tabla que, a modo de resumen, se presenta a
continuación, que fueron dos las entrevistas inicialmente previstas y no realizadas
a pesar de que contactamos con las personas correspondientes. Como estos, en la
tabla se recogen los datos externos más importantes referentes a las entrevistas.
Sirva de guía indicativa para que el lector ubique, en cierto modo, los testimonios
en cuya lectura se va a sumergir a lo largo del presente capítulo.
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21 Alemania e Italia y algunas compañías privadas de Estados Unidos establecieron líneas de crédito
con los militares sublevados para suministro de materias primas y armamento.
22 Más tarde la Unión Soviética iniciaría sus envíos.
23 Juliá Díaz, S.: Historia económica y social moderna y contemporánea de España. II. Siglo xx, Ma-
drid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1997, pp. 97-101.
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del alzamiento y del comienzo de la guerra por personas de fuera que llegaban al
propio pueblo, sede del ayuntamiento del municipio. Ella, junto con otras niñas,
escuchaba las conversaciones de los adultos: “Nosotras escuchábamos, no creas que
no escuchábamos; era joven yo, pero me gustaba escuchar cuanto se sentía decir de la
guerra”. Se hablaba mucho en esos días del estallido de la guerra, de su evolución,
de la proximidad del frente, de lo que ocurría en Madrid y en Barcelona, de los
“rojos” y de los “nacionales, porque los nacionales estallaron la guerra sin avisar a
nadie, se lo tomaron por su mano”.
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Ad: La primera frase que pronuncia Ad: “Yo en la guerra no estuve”, llama la
atención por la rotunda convicción que expresa sobre que las guerras las viven solo
los que empuñan las armas en el frente y no la población civil situada en la reta-
guardia. Sin embargo, su posterior afirmación “pero también nos llegaron”, denota,
de alguna manera, su idea de que también le tocó sufrirla, aunque fuera de una
forma diferente.
Ad, niña de diez años en julio de 1936, recuerda la noticia del comienzo de
la guerra: “El día 17 de julio es cuando estalló la guerra y dijeron: «Ha estallado
la guerra, ha estallado la guerra»”. Seis chicos jóvenes del pueblo de Ad fueron
movilizados: “Iban a hacer fortificaciones, que les decían, a hacer trincheras”. Todos
volvieron menos uno, al que mataron en Gistaín “cuando se supone que intentaba
desertar” del ejército republicano. Por su parte, a los casados del pueblo que no
habían ido a la guerra, los mandaban a picar a la carretera que se estaba haciendo
por Campodarbe.
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corrida por esos chicos: “Primero fueron movilizados cuatro, después hubo cinco. Dos
mataron, a otro malhirieron y otro quedó sano; al que fue a la guerra más tarde, tam-
bién lo hirieron. Y además había otro hermano, que se murió antes de ir a la guerra”.
P anota: “Era un chico de mi año, que murió aquí y aquí está enterrado, mientras que
los otros, ¡cualquiera sabe!”. Y recalca: “Si no es el pequeño y el que murió en casa,
todos mis hermanos fueron marchando a la guerra: los mayores que yo y el que era más
joven que yo. Otros chicos del pueblo también fueron a la guerra y en total murieron
siete, bien jóvenes”.
Uno de los hermanos de P murió en Teruel, pero P se dirige a su marido para
que sea él quien relate las circunstancias de la muerte de ese hermano. J confirma
que murió donde dice su mujer, “pero no precisamente en el frente de Teruel. Después
de haber perdido nosotros Teruel26, fueron poniendo resistencia las brigadas de trinche-
ra, porque no quedaban de los de asalto. Eran los de trinchera los que aguantaron y, en
un sitio en el que se hicieron fuertes, no se cómo se debía de llamar, cerca de Alcañiz,
allí lo mataron”. P retoma la palabra para narrar la muerte del otro hermano: “Al
otro lo cogió un batallón de moros en Madrid y le cortó la cabeza. Todo el batallón.
Los moros degollaron a varios soldados y voltearon los cuerpos y las cabezas de los
muertos”. Y prosigue: “Al último lo hirieron, y lo trajeron a Francia, casi deshecho, a
Tarbes. Yo estaba entonces a cien kilómetros de París, y fui a verlo. Le arreglaron muy
bien las piernas, pero no me las dejaron ver. En cuanto se curó, lo mandaron para aquí,
a casa, a España, porque en Francia no los querían. ¡Y qué suerte, porque entonces
estalló la guerra allí, en seguida! En la guerra de Francia mataron a toda la gente que
podían, por ejemplo al amo que yo tenía, en el hospital donde yo trabajaba, en Doué-
la-Fontaine, una persona muy buena”27.
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y a los dos días, aquí, mataron dos curas, en Morillo. Yo estaba en la cama pasando las
fiebres tifoideas”. Para G, el horror de la guerra se escenifica, en primer lugar, en los
asesinatos de “muchos curas y monjas”; en la comarca, el del cura de Aínsa, el del de
Santa Tecla, “que estaba en Boltaña”, el de Banastón, el de El Pueyo de Araguás...
“Mataron a cinco de vez”.
G era la mediana de tres hermanos: la mayor, una chica; el pequeño, un
chico, que no tenía edad para ser movilizado. Pero, en cambio, en el pueblo fueron
llamados a filas varios hombres y dos chicos murieron; G precisa que, a lo largo
de la guerra, se movilizaron en España a hombres y muchachos de “treinta y tres a
dieciocho años”28.
28 En el ABC publicado en Madrid el 22 de abril de 1938, se publica una disposición del Gobierno de la
República (21 de abril) ordenando la incorporación a filas de los reemplazos de 1927 y 1941, esto es,
la de los hombres que tenían veinte años en el 27 y la de los muchachos que los tendrían en el 41. El
5 de enero de 1939 el Gobierno de la República movilizó, in extremis, las quintas de 1922 y de 1942.
29 La columna de milicianos “Ascaso”, desplegada en el sector de Huesca, estaba compuesta por pe-
queñas agrupaciones de diferente signo político, entre ellas una de la Federación Anarquista Ibérica
(FAI) denominada “Los Aguiluchos”, al mando de García Oliver. Un buen número de los mili-
cianos que integraban “Los Aguiluchos” era de las Cinco Villas. Por la mayoría de los testimonios
recogidos hemos constatado que tenían fama de comportarse brutalmente. Conviene plantearse, sin
embargo, si, en la comarca del Sobrarbe, la mayoría de las personas entrevistadas emplea la denomi-
nación de “Los Aguiluchos” refiriéndose propiamente al grupo dirigido por García Oliver. Hemos
observado que, más bien la utilizan en uno de los tres sentidos siguientes: o bien como sinónimo
genérico de “milicianos” (“los Aguiluchos” son, por antonomasia, “los milicianos”); o bien como
sinónimo de “milicianos exaltados”; o bien como sinónimo de “grupo de incontrolados”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
era el hermano que estudiaba para cura en el seminario, y al que solo le faltaba un
año para acabar sus estudios. Se fue a Francia, para escapar del bando rojo, “pen-
sando que en Francia lo iban a cobijar o a guardar; pero lo que hicieron fue cogerlo y
llevarlo a la frontera de Irún”. Le hicieron decidir si volvía con los rojos o entraba a
España por Irún; él se decantó por esto último, con la esperanza de que, en la zona
nacional, le dejarían reemprender sus estudios y acabarlos. Pero el resultado fue
otro: “Los estudios que le dieron fueron un fusil al día siguiente y una orden: «Tú vete
para el frente»”. Lo que hizo para no estar en el frente, “porque sabía que nosotros
estábamos del otro lado, fue alistarse en una academia de alféreces”. Otro de los her-
manos de Ae murió en la Batalla del Ebro, dicen Pb y Ae, y concluyen que, durante
la contienda, murieron, en los frentes abiertos en España, veintiséis muchachos de
Bielsa.
Lb: En julio de 1936, Lb tenía veintitrés años. El primer recuerdo que tiene de
la guerra es la llegada al pueblo de “unos camiones llenos de milicianos con fusiles”;
en ese momento tomó ella conciencia de que la guerra había comenzado realmente.
La familia estaba compuesta por seis hermanos en total, tres chicas y tres chi-
cos. De los tres hermanos varones, los tres estaban en edad de poder ir a la guerra.
Su hermano mayor estuvo luchando con el ejército republicano y, en Barcelona, “a
la retirada, lo escondieron los señores para los que trabajaba mi hermana, que eran
muy buenos señores, para que no lo cogieran los nacionales”. El segundo hermano
“se casó cuando la guerra, para no ir al frente, porque entonces respetaban un poco
a los casados. A los solteros los ponían en primera línea y a los casados, más en reta-
guardia. Y él pensó: «Si me caso, no tendré que ir al frente de momento», y se casó
entonces, por lo civil, claro. Luego se tuvo que casar por la iglesia”. Al hermano
pequeño, en cambio, “lo mataron en el frente, en La Puebla de Híjar”. Él no fue
reclutado sino que “se quiso marchar antes”, de voluntario, “porque los chicos jóve-
nes del pueblo decían: «¡Vámonos al frente, venga!, ¡Venga, va!», se lo tomaban como
si fuera broma”. Así pues, unos cuantos chicos jóvenes del pueblo se alistaron como
voluntarios y estuvieron luchando inicialmente en distintas columnas de milicianos,
aunque no se veían entre ellos, pues a cada uno lo mandaron a un sector diferente.
Lb recuerda que uno de ellos, con el que mantenía correspondencia habitualmente,
estuvo luchando en el frente de Huesca. Posteriormente, fueron integrados dentro
del Ejército Popular.
T: Con diez años de edad cuando estalló la guerra (“aunque no eran los diez
años de ahora, que éramos más tonticos”), T advierte, al principio, que son pocos
los recuerdos que tiene de los años de la contienda. Pero el primero que le viene en
mente tiene que ver con la iglesia de su pueblo: “Hicieron un fuego en la plaza, la
saquearon, sacaron todos los santos y en mi casa hubo un disgusto muy grande, porque
era una iglesia muy bonita, muy antigua”. Los responsables de esos actos “eran unos
señores venidos de fuera, no sé de dónde, a los que llamaban milicianos”. “Éramos
pequeñas y nos avisaban de que no saliéramos de casa, de que no fuéramos a la plaza,
63
Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
porque estaban saqueando la iglesia”. Pero pasados dos o tres días, la iglesia se había
transformado en otra cosa: “No sé si un parque móvil o arreglaban coches”, recuerda
T, y corrobora: “No había misas ni nada, porque estábamos en zona roja. Esto quedó
en zona roja”.
En el pueblo de T se creó un comité que ella relaciona con la FAI, porque
recuerda que oía conversaciones en las que se hablaba de esta, “pero yo no sabía
qué era”. Sabe también T que, quizá por iniciativa de la FAI, de los miembros
del comité o de los propios milicianos, se cambiaron ciertas costumbres sociales,
por ejemplo, el saludo o la despedida, pues “en vez de hola o adiós había que decir
«¡Salud!»; yo no sé si había que poner el puño o algo, porque yo no lo he puesto nunca”.
T solo tenía hermanas y ninguno de sus familiares más directos fue moviliza-
do. En cambio sí sería movilizado durante el desarrollo de la guerra, “de la quinta
del biberón, que les decían entonces”, su futuro marido quien luchó con los republi-
canos. Hubo otros chicos movilizados también y T cree que unos de ellos, de una
casa, murieron, si no recuerda mal, apunta.
Af, Ag, Tb: Las hermanas Af y Ag, hijas de “casa buena de labradores”,
tenían trece y siete años, respectivamente, en julio de 1936. Tb también tenía siete
años. Todas ellas recuerdan el sonido de las campanas como aviso de que llegaba
la aviación sobre su pueblo y también la constatación de que “cuando sonaban las
campanas, los aviones ya estaban encima”. Pero, conscientes de que esas imágenes
corresponden, de hecho, a un periodo avanzado de la guerra, cuando los nacionales
arreciaban su ataque contra la comarca previamente a la formación de la Bolsa de
Bielsa en abril de 1938 llevan su discurso a épocas anteriores, a los primeros meses,
con su pueblo “colectivizado y en manos de los milicianos”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
Milicianos (el arrodillado a la derecha es Antonio Dueso Gistau) y jóvenes en Bielsa. 1937.
Colección: Manuel López Dueso
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
Pero pronto se vio que las cosas se complicaban y, además, al poco tiempo,
varios chicos del pueblo se fueron yendo al frente, “voluntarios o movilizados, no
recuerdo exactamente cómo en cada caso. Mi hermano mayor, que había acabado
hacía poco la mili, y otros chicos del pueblo estuvieron en el frente de Huesca, en arti-
llería. Mi hermano pequeño fue movilizado más tarde, en el año 37, porque él era más
joven (era del 17, tenía veinte años escasos), y tuvo que acudir a Biescas. De los que
se fueron de aquí murió uno, en Híjar”.
Ah, Rc: Con once años cuando estalló la guerra, para Ah el primer recuerdo
de la vida “en guerra” fue el de salir de su casa a la plaza del pueblo y ver, con terror,
que unos aviones sobrevolaban el pueblo y lanzaban algo a lo lejos, supuestamente
bombas. Pero, a continuación, la reflexión la lleva a meses previos a la instaura-
ción del frente en la zona y previos a la presencia del ejército republicano en las
calles del pueblo, meses caracterizados por las colectivizaciones emprendidas en
el verano de 1936. Rc, su marido, corrobora esa reflexión.
S, Sb: Hermanas de muy corta edad cuando se inició la guerra, lo que saben
de la movilización de familiares, vecinos o conocidos les ha llegado por conver-
30 Una persona presente en la conversación con Jb, la artífice de que se pudiera realizar la entrevista,
narra un episodio similar: al principio de la guerra, “en esos primeros días de exaltación revoluciona-
ria”, intentaron quemar la imagen de la Virgen del santuario de Bruis. La imagen, de gran antigüe-
dad, nunca llegó a arder. “Parecía un milagro, pero es que quizá la imagen fuera de un material que no
arde”, apuntilla.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
Rd, Re: Rd tenía veintidós años cuando estalló la guerra; Re tenía trece. Vivían
ambas en dos pueblos de La Fueva. Re describe el inicio de la guerra identificándolo
con la llegada de los trabajadores de la carretera de Toledo, bastante más politiza-
dos que la población autóctona. Los llama “guerreros”31, aunque más adelante se
corregirá: “¡Eran milicianos, los de Toledo eran milicianos!”. Y fueron precisamente
ellos los responsables de la quema de la Virgen de Santa Bárbara, describe Re. Su
abuela tuvo que ver cómo se quemaba la Virgen en su propia cocina, a pesar de
que intentó evitarlo repetidamente sacándola varias veces del fuego, hasta que un
miliciano la amenazó con pegarle un tiro. Rd, por su parte, cuenta que los milicianos
también quemaron las imágenes de la iglesia de su pueblo natal32.
E: Ella y su hermano eran fruto del primer matrimonio del padre, quien se
había casado en primeras nupcias con una chica asturiana de buena familia (“de
los del anís La Asturiana”) a la que se llevó a vivir al Sobrarbe. “Mi abuelo paterno
31 ¿Quizá por “guerrilleros”, posiblemente porque está pensando en los maquis, cuya presencia y
actuación en la zona tienen muy grabadas en la memoria ambas entrevistadas? Efectivamente, a lo
largo de la conversación, narrarán varios episodios referidos a los primeros años de la posguerra
protagonizados por maquis.
32 La historia que cuenta Re nos hace pensar en la que nos contó Jb. Nos preguntamos si podría tra-
tarse de la misma historia y si podrían ser hermanas las dos narradoras, y, efectivamente, así es.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
estuvo primero de juez en Boltaña y luego en Oviedo y allí fue donde se conocieron
mis padres”. La familia paterna de E era de Fanlo y quería que, como primogénito,
fuera el padre de E “el que llevara Fanlo, pero él dijo que no, que eso no era para él”.
“A mi padre le gustaba más ser abogado que ser agricultor”. Pero no solo la abogacía
y la familia llenaban su tiempo, también se interesó por la política, lo que le llevó
a militar en Unión Republicana y a salir posteriormente elegido en las elecciones
a compromisarios celebradas el 26 de abril de 193633. La actividad política le puso
en contacto con destacadas personalidades de la vida política nacional, E recuerda
que su padre “era amigo de Martínez Barrio”34, pero, al mismo tiempo, también le
valió la acusación de “masón” por parte de la derecha. “En un libro que se llamaba
La Cruzada o algo así, un libro con muchos tomos, ahí salía mi padre como masón. Y
encima mi familia de Asturias era de derechas, mientras que mi familia de Aragón, de
izquierdas”. Otra consecuencia de la agitada vida política del padre fue el traslado
de la familia a la ciudad de Huesca; fue allí donde falleció la madre, cuando E era
todavía una cría. “Mi madre murió de parto en Huesca, iba a tener otro niño y murie-
ron el niño y ella”. Pese a vivir ya en Huesca, siguieron pasando largas temporadas
en el Sobrarbe; de hecho, el alzamiento del 18 de julio los sorprendió estando de
vacaciones allí (“estábamos, a Dios gracias, en Boltaña”). Al triunfar la sublevación
en la ciudad de Huesca, la familia ya nunca pudo regresar, viéndose obligada a
renunciar a su casa, a sus pertenencias y al dinero que tenía en el banco.
Es consciente de que, si el alzamiento no los hubiera sorprendido fuera de
Huesca, la vida de su padre habría corrido, con toda seguridad, peor suerte, pues,
tras la sublevación de Huesca, se desató una brutal represión caracterizada por
la creación de listas negras y por fusilamientos sin juicio previo. Alrededor de un
centenar de personas fueron fusiladas en los primeros días, acusadas todas ellas de
pertenecer a la masonería35. Se trataba básicamente de profesionales liberales,
de políticos republicanos y de personas vinculadas al periódico republicano radical
izquierdista El Pueblo. Entre los ejecutados estaba el alcalde de la ciudad, Mariano
Carderera; el ex alcalde Manuel Sender (hermano del escritor Ramón J. Sender); el
vicepresidente de la Diputación, Mariano del Pueyo, y el pintor anarcosindicalista
Ramón Acín. E recuerda la tristeza de su madrastra (“de mamá”) cuando supo lo
33 Fue el candidato más votado del partido judicial de Boltaña. Cf. tablas de las elecciones en el apar-
tado 3.1.
34 Diego Martínez Barrio (1883-1962), político republicano, fue miembro del Partido Radical, de Ale-
jandro Lerroux, y, con este, ministro de la Gobernación de septiembre a octubre de 1933. Discon-
forme con la política conservadora de los radicales, fundó Unión Republicana, partido que entró
a formar parte del Frente Popular en las elecciones de 1936. Tras la destitución de Alcalá Zamora,
ocupó interinamente la presidencia de la República de abril a mayo de 1936. Fue consejero de Azaña
durante la Guerra Civil y, ya en 1945, fue nombrado presidente de la República española en el exilio.
35 Resulta difícil cuantificar el número de víctimas tanto por problemas ligados a las fuentes como por
el intento institucional de olvido del pasado iniciado durante la Transición y continuado en años
posteriores.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
que iban diciendo por Huesca las que hasta ese momento había considerado como
sus amigas: “A Gazo, a la mujer y a los hijos, salchichas hay que hacer con ellos, que
desaparezcan”. Cada vez que los republicanos bombardeaban la ciudad, la gente
salía enfervorecida a la calle pidiendo venganza, lo que se traducía en nuevos fusi-
lamientos y muertes36. “Mi padre, cuando vio lo que pasaba, bajó a Huesca” y, al
pasar por delante de una licorera que había en las afueras de Huesca, en la carretera
de Barbastro, le dijo el dueño: “No entres, Gazo, porque han cogido ya Huesca los
militares, no se te ocurra entrar”. “Y allí mismo, en Santo Domingo, dio la vuelta y,
como tenía un coche rojo, alguien lo debió de ver pues, a parientes que teníamos en
Bandaliés y Loporzano, los volvieron locos buscando por todas las casas a ver si estaba
por ahí mi padre escondido. Hasta que se enteraron, claro, de que estaba en Boltaña”.
E explica que el padre de su marido, que era inspector de Correos y estaba afiliado
a Izquierda Republicana, fue una víctima más de la represión vivida en Huesca,
siendo detenido y fusilado a los pocos días de la sublevación37.
Como la abuela materna de E y el resto de familia por parte de madre vivían
en Asturias, “cada año íbamos a pasar el verano con ellos o bien mi hermano o bien
yo, y el año de la guerra le tocó ir a mi hermano. Mi padre lo dejó cuando tenía nueve
o diez años y lo volvió a ver cuando tenía veinte”. “Nosotros sabíamos de Asturias o
por la Cruz Roja o por gente que conocíamos en Francia que hacían de intermediarios
para el envío de cartas”.
36 Interviene el marido de E para apuntarnos que un día, tras un bombardeo republicano en Huesca,
los nacionales fusilaron a 95 personas.
37 “Quedamos ya pocos de aquella época y además hay mucho miedo a hablar, hay mucho miedo todavía.
Y es que se pasó mucho, no os podéis hacer idea de lo que pasamos; fue tremendo, una cosa horrible. Yo
no sé cómo la gente en ciertos momentos se vuelve tan carnicera, porque matar personas es algo muy
fuerte, muy fuerte” (marido de E).
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
las ciudades sublevadas más próximas. El día 24 de julio, en medio del entusiasmo
popular, las columnas de milicianos iniciaron su marcha hacia Aragón. Pero antes
de que las columnas catalanas llegaran a la zona oriental de la provincia de Huesca,
ya habían comenzado a organizarse los voluntarios de la zona. Un ejemplo es el de
los voluntarios republicanos del entorno de Barbastro, quienes habían creado las
“Milicias de Barbastro”, de composición mayoritariamente anarquista.
La llegada de las columnas de milicianos en el verano de 1936 abrió un pro-
ceso revolucionario que trastocó drásticamente las relaciones sociales de poder y
la estructura de la propiedad de los medios de producción. Todos estos cambios se
articularon a través de los comités revolucionarios, constituidos a iniciativa de los
responsables de las organizaciones obreras y políticas de las diferentes localidades, y
de las colectividades. Estos organismos de carácter político y económico, creados en
sustitución de los antiguos ayuntamientos, disfrutaban de gran autonomía, si bien
se hallaban sometidos al poder de las milicias.
Una de las primeras actuaciones de estos comités fue la prohibición de los
partidos de derechas y la confiscación de los bienes de todos aquellos que de una
forma u otra se hubieran opuesto a la República. Establecieron también un siste-
ma de reparto de alimentos pagados con vales emitidos por los comités. El dinero
quedó abolido, lo que supuso un cierto caos económico debido a que cada localidad
emitía sus propios billetes locales, aumentando de esta manera la masa monetaria
en circulación.
Ab: Tenía catorce años cuando llegaron los soldados del Ejército Popular a
Belsierre y a otros pueblos de los alrededores del suyo. Sabe Ab que la guerra ya
estaba avanzada, que los militares se asentaron en lugares como Belsierre cuando
esta localidad, en marzo de 1938, se encontraba ya en pleno frente como conse-
cuencia del repliegue de la 43.ª División hacia la línea del río Cinca. Los avances
nacionales por el este y el sur y la desbandada protagonizada por la 31.ª División
propiciaron este repliegue de la 43.ª y la creación de la denominada Bolsa de Bielsa.
Ab rememora cómo Puyarruego, pueblo vecino, se encontraba en medio de dos fue-
gos y que en Belsierre estaba “el fuerte, porque allá arriba en la iglesia hicieron unas
fortificaciones que eran tremendas”.
Ab tiene el recuerdo de cómo miraban estupefactos la llegada de un gran
número de soldados que bajaban por el camino de Gallisué, “serían en total unos
mil”. Le viene a la memoria también “cuando el Esquinazau llegó a mi pueblo: nos
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
hizo ir a todos a buscar agua a la fuente con pozales para dar de beber a los soldados
que estaban en la plaza, las crías pequeñas y todo, con un pozal en la cabeza y, ¡hala!,
para arriba. ¡Claro! Ellos venían y no sabían dónde estaba la fuente: allí, en la plaza,
no había fuente; en Bestué hay fuente en la plaza, pero allí no, había que ir a buscarla
fuera. De eso me acuerdo mucho”. El vivo recuerdo de cuando llegaron los militares
a la zona, de que todo se llenó de soldados, se completa con otro: el de los jefes
alojándose en las casas. Y Ab detalla: “En Belsierre, en casa Choanico, estaba todo
el alto mando y, en casa de mis tíos, los muleros y también un par de médicos. Otros
médicos estaban en mi pueblo, dos en casa y otros dos en casa Superio”. No recuerda
haber tenido sensación de miedo al ver aparecer a los soldados. Afirma que, al ser
una niña, no era consciente del peligro que la guerra entrañaba; de hecho, una vez
asentados los militares republicanos, ella iba y venía casi a diario sola, “andando o
con un burrico”, pues su madre la enviaba a visitar a sus tíos que vivían en Belsierre.
Tiene la imagen de todo el camino lleno de militares. En cuanto al trato de los sol-
dados con la gente del pueblo, en general lo recuerda como bueno.
Las vísperas de ir a Francia, cuando ya les avisaron de que muy pronto ten-
drían que marcharse, Ab fue enviada por su madre a Belsierre para hacer compañía
a su tía. El tío había tenido que esconderse en la Barona debido a que “lo perseguían
para matarlo hasta la punta del puerto y, como lo sabía, se marchó de casa y solamente
estaba tía, y yo que bajaba casi todos los días”. El tío permaneció escondido en la
Barona mientras duró la presencia militar en Belsierre.
Ab relata que durante la guerra se realizaron muchas denuncias que no res-
pondían a motivos políticos sino, más bien, a envidias o a antiguos rencores perso-
nales. Es el caso de su tío, que fue denunciado ante el comité local por algún ene-
migo personal del mismo pueblo. Hay que tener en cuenta, dice, que la gente de la
zona, exceptuando a algunos, no estaba muy politizada, pero, si alguien tenía algún
enemigo personal, aprovechaba para denunciarlo, acusándolo de ser de derechas.
“Hay gente de aquí que tiene el corazón muy negro. ¿Piensas tú que se necesitaba que
vinieran de allá ni de acá? ¡Pero si eran los pueblos los malos! ¿Y qué se creían? Pues
que, con que desapareciera esta u otra persona, ellos iban a subir hasta arriba”. Ab
define a su tío, que fue juez, como una buena persona que no se metía nunca con
nadie.
“Cuando nos avisaron de que teníamos que irnos, de lo que teníamos en casa
(no mucho, pues entonces tampoco se tenía mucho: cosas de casa, un poco de cerdo…)
nosotros nos llevamos, para marchar, un jamón y también matamos conejos, pero
¿cuánto podíamos llevar al hombro?”. Ab detalla cómo lograron llevarse el, quizá,
más preciado de esos víveres. Por el camino que va de Puértolas a Escuaín, encima
de Bies, hay unas cuevas donde su familia había escondido unos cuantos jamones,
con la intención de que los soldados no se los pudieran requisar y, en caso de tener
que ir a Francia, poder encontrarlos a la vuelta y tener algo que comer. Como su
padre no estaba, porque había sido movilizado, y Ab era la mayor de tres hermanas,
poco antes de que se tuvieran que ir a Francia su madre la envió a buscar un jamón
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
de los que tenían escondidos para el viaje. A lo largo del trayecto se cruzó con un
gran número de militares: “¿Dónde vas?”, le dijo uno. “Yo voy a Escuaín”. “Y ¿qué
vas a hacer en Escuaín tú?”. “Pues nada, a ver a unos tíos que tengo allí”. “Pues me
parece que en Escuaín ya no hay nadie”. Se lo decía para que tuviera miedo y no
fuera, pero ella continuó su camino. Al volver de la cueva, bajaba ella con el jamón
cuando le salieron al paso dos militares, los mismos que se habían dirigido a ella
antes, que exclamaron: “¡A eso has ido tú, te bajas un jamón!, ¿eh?”. “¿Dónde están
los jamones que tienes escondidos allí?”, le preguntó uno de los soldados. “¡Madre! Si
solo tenemos este, solo este, lo habíamos metido allí por miedo,” contestó ella. “Deja a
la niña que marche, que se vaya, que se vaya. Venga, no le digas nada más”, mediaba
el otro soldado. Pero el primero era tajante: “El jamón se queda aquí. Tú te vas con el
burrico, pero el jamón se queda aquí”. Ab, mientras tanto, pensaba que si le quitaban
el jamón sería terrible, ya que no tendrían comida para llevarse a Francia. Al final,
el soldado más amable logró imponerse al otro.
Los soldados también le preguntaron que dónde estaba su padre, que por
qué no había ido él a buscar el jamón. Ella les respondió que su padre estaba ya en
la guerra. Su padre era pastor y el alzamiento le sorprendió estando en la Tierra
Baja con las ovejas. Subió inmediatamente al pueblo al saber que la guerra había
comenzado y, una vez allí, fue movilizado para luchar en defensa de la República.
“Cuando supo él que se iba a poner aquí un censo de militares se subió a casa; si se
hubiera estado abajo no le hubiera pasado nada, ni hubiera ido a la guerra tampoco,
pero aquí lo cogieron, tenía cuarenta años entonces”. Luchó en la guerra hasta el final
de la Bolsa de Bielsa.
En abril de 1938 se dio orden de evacuar a la población civil de los pueblos
englobados dentro de la Bolsa de Bielsa. En el cercano Puyarruego, dice Ab, se que-
daron dos viejos que se negaron a irse y los mataron. Se evacuó, por tanto, a toda la
población civil, excepto a los hombres que estaban en época de servicio militar, a los
que incorporaron al ejército, como le ocurrió al padre de Ab. Este fue mulero duran-
te la guerra: trasladaba municiones, comida y lo que le mandaran con los mulos. A
los hombres de la zona que estaban luchando en la Bolsa no se les permitió pasar a
Francia con sus familias.
Ac: Recuerda que, ya en abril del 38, ante la amenaza de la llegada inminente
de los nacionales, la escondieron, junto a otros, en un pajar de Puyarruego; mien-
tras, otras personas del pueblo optaban por esconderse en Escuaín. Pero Ac, can-
sada del pajar y pese a contar solo diez años, decidió volver a su pueblo andando.
“Por la carretera bajaban todo mulos con heridos de alguna batalla que había habido.
Y mamá empezó: «¿Por qué has tenido que bajar esta noche?, estábamos mejor tu
padre y yo solos, ¿no ves que pueden llegar los nacionales?»”.
En cuanto al grado de politización en el pueblo, Ac explica que había una
familia de derechas, la que le vendió el terreno a sus padres, y otra de izquierdas.
Pero, casualmente, uno de los miembros de dicha familia de izquierdas era falan-
72
La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
gista. Este tenía una tienda en Monzón y al comenzar la guerra volvió al pueblo a
esconderse, ya que su vida corría peligro. Tampoco el pueblo era un lugar seguro
para él, pues, al fin y al cabo, estaba situado en zona republicana y cualquier perso-
na podía denunciarlo ante los comités revolucionarios que se crearon al comienzo
de la guerra o ante grupos de milicianos que estuvieran por la zona. Tanto es así
que “se tuvo que marchar apresuradamente porque, en un control de los Aguiluchos
que pasaban por ahí, lo reconocieron de Monzón”. Un chico de un pueblo vecino fue
el encargado de ayudarle a pasar a Francia, lo que le valió al chico el calificativo
de “desertor”. Los Aguiluchos protagonizan otro episodio del relato de Ac, pues se
comentaba en aquel entonces que iban a acudir a buscar al cacique del pueblo para
llevárselo; este, presa del pánico y escopeta en mano, pidió al padre de Ac que lo
subiera a Belsierre en mitad de la noche y allí permaneció escondido por un tiempo.
Recuerda que “la primera vez que vinieron a bombardear un no sé qué de
Lafortunada, nos sueltan de la escuela a mirar los aviones y empiezan a ametrallar
dando la vuelta por Puértolas. Corriendo nos escondimos en una alcantarilla, pues
venían por el Plano”.
Los días previos a la evacuación definitiva del pueblo fueron de gran confu-
sión: mientras unos se preparaban ya para marchar a Francia, otros se resistían a
dejar el pueblo o bien se escondían en Escuaín o en las cuevas de la Barona38. Pero
no todos iban en la misma dirección, pues Ac expone el caso de unos ancianos que
una noche, aprovechando un descuido, cruzaron el río y se fueron a Muro de Bellós,
en zona nacional. La gente fue abandonando el pueblo en diferentes momentos:
Ac, sus padres y hermanos se marcharon de los primeros, mientras quedaba toda-
vía bastante gente en el pueblo, entre ellos gran parte de su familia. Recuerda que,
cuando bajaron a decirle a su abuela que se marchaban a Francia, esta lloraba
amargamente. Ante la amenaza de que llegaban “los moros” y de que matarían a
todos, se marchó otra tanda, donde iban sobre todo mozas. En casa de su familia
materna quedó solo una tía con hijos pequeños y la abuela: “se quedaron solo viejos
y críos”. “Pero cuando ya se puso la cosa tan mal, una noche, con pistola en mano y
culata de fusil, los fueron sacando. Al subir de día a Bielsa, los nacionales los ametra-
llaban por la carretera. Iban ametrallando a la gente civil que subía a última hora. De
los de la Barona mataron a tres, una familia que tenía seis hijos, de la que quedaron la
madre y tres hijos”.
38 Pensaban que la llegada de los nacionales sería un paseo, pero el frente se estabilizó tres meses y
todos acabaron pasando a Francia, acatando, de este modo, la orden de evacuación.
73
Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
Escalona en esos momentos de la retirada, a los enfermos se les vio bajar “como
podían” por las casas, presos de la desesperación.
F, por su parte, expone una anécdota también contada, esta vez, de primera
mano: cuando la retirada, en Tella, al día siguiente de que quemaran Escalona
(apunta E), un soldado republicano que estaba solo se dio cuenta de que cerca de él
había un hombre, un soldado enemigo; el soldado de Franco tosió y, ya fuera que el
soldado republicano percibiera la presencia del otro gracias a haber oído su tos, ya
fuera que primero lo viera y luego oyera su tos, en todo caso el soldado republicano
se fue retirando y pudo salvar la vida. Cree E que el soldado de Franco también
vio al soldado republicano y está convencida F de que incluso tosió para ponerlo
sobreaviso.
F recuerda ciertas amenazas de soldados que circulaban por el pueblo cuan-
do ya se preparaba la retirada republicana, dirigidas a su madre: “A tus hijas nos las
llevaremos y a ti te cortaremos el cuello”. E relativiza las amenazas diciendo que no
eran sino el resultado de unos momentos de gran tensión39 y, por qué no, de gran
miedo en los propios soldados que, como consecuencia, “jugaban” a infundir miedo
también a la población. F reconoce que otros soldados, “de otra división” a su enten-
der, sí eran respetuosos con la gente del pueblo, pero le vuelven a la memoria esas
voces amenazantes que se unen a la visión también de los soldados deambulando
por las calles armados. Insiste en ello refiriendo que se ve a sí misma en el balcón
de su casa, con seis o siete años, leyendo o estudiando, y fijándose en los soldados
que pasaban por debajo y uno de esos hombres con un hacha pequeña al cinto, col-
gándole por detrás del pantalón, y que imprecaba a su madre que se fuera porque,
de lo contrario, le cortaría el cuello y a sus hijas se las llevaría. F no podía evitar
echarse a temblar cada vez que veía a aquel hombre.
La sensación de miedo de la niña se une a una sensación de desamparo, moti-
vada porque su madre se había tenido que quedar sola con su propia madre, muy
mayor, sus hijas de seis y cuatro años, y una sobrina de dos años. L cuenta cómo su
tía bajó a Barbastro a comprar tela para hacer unos vestidos y ya no pudo volver,
porque avanzó el frente y se encontró en el otro bando. L cree que el día que su tía
bajó a Barbastro fue el 17 de julio (del año 1936, se supone) y que el 18 de julio ya
le fue imposible regresar. R la corrige, diciéndole que todo eso fue un año más tarde,
cuando la guerra ya estaba avanzada. Para R, la vida que se hacía en los pueblos
mientras la guerra estuvo lejos, era la misma que se había hecho siempre; la tía de
F y L se había tenido que ir de Barcelona porque allí las cosas sí se habían compli-
cado y por eso se había trasladado, precisamente, a su pueblo de origen. Y durante
un tiempo pudo seguir haciendo una vida normal, y decidió ir a Barbastro porque
a su marido, movilizado, lo habían trasladado a Barbastro.
39 En relación con esta idea, cf. también la expuesta por Lc en este mismo apartado 4.2., infra.
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40 Aun afirmando que en la mayoría de los pueblos de la comarca la politización de la población era
escasa y compartiendo la opinión del gran peso en la toma de decisiones de los venidos de fuera,
Lc sostiene que estos solo podían actuar contra ciertas personas porque habitantes de la zona se las
señalaban. Ahí se barajaron motivos como las rencillas personales, claro está.
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llevaron el ganado “y, encima, los fuimos a acompañar, porque dijeron que lo escon-
derían en la Barona y marchamos todos juntos, pero cada uno con su rebaño, y de casa
nuestra me tocó a mí. Los acompañamos hasta el puente de los Presos, a la entrada
de Añisclo”. Ad añade: “Nosotros teníamos dos bueyes, como en todas las casas: uno
era muy manso y el otro era grande y fuertote, pero era más furo. Para los de casa era
muy bueno pero para el que no conocía, no. Pues por ahí lo mataron, por ahí por esas
fileras lo mataron a cañonazos. Siempre me acuerdo de cómo se llamaba: se llamaba
Chaparro”.
Pero no todos los vecinos acataron la orden de abandonar el pueblo, entre
ellos la madre de Ad, que “se quedó sola aquí: mamá no quiso abandonar el pueblo y
otros tampoco”. Recuerda que su madre le contaba, tiempo después, que “cuando
llegaba la aviación marchaban todos corriendo a una casa que tenía un patio de bóve-
das”. “Un día, cuando volvió se encontró la casa llena de soldados nacionales y les
dijo: «¿Qué hacen ustedes aquí, si esta casa es mía?», y le contestó uno: «Tú cállate,
porque si no te vamos a matar»”. Del susto, la madre de Ad se puso malísima, hasta
el punto de que la tuvo que atender el médico que iba con ellos. “Y después, se hicie-
ron amigos y la tenían para fregona: ella les fregaba todos los platos y ellos le daban
de comer. Ella estuvo siempre fregándoles a ellos hasta que se marcharon”.
Entre unos primero y los otros después “nos quedamos pelados, sin nada,
pelados completamente”, concluye Ad. De todos los animales que tenían solo con-
servaron unas gallinas que su madre, durante la guerra, mantuvo escondidas debajo
de unos cubos.
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“por lo menos” podían comer. Lo que sí empezó a escasear, cuentan, fueron los
productos no básicos como el azúcar, el café, etc., pues los suministros no llegaban
a las tiendas con normalidad debido al conflicto bélico. La harina, por el contrario,
la obtenían sin problema debido a que disponían de un molino en el pueblo.
41 Ante el peligro de que cayera Madrid, se planteó la posibilidad de que columnas que luchaban en
el frente de Aragón, en esos momentos estancado, se dirigieran a la defensa de la capital. Se eligió
a un dirigente de prestigio, Durruti, que, muy reticente al principio, finalmente aceptó la misión. El
13 de noviembre de 1936 los hombres de Durruti se hallaban en Madrid.
42 En circunstancias que han dado pie a diversas interpretaciones. Fue la noche del 19 al 20 de noviem-
bre de 1936, en el trayecto al Hospital Clínico, que habían pretendido tomar sus hombres pero cuyas
plantas superiores seguían en poder de los nacionales.
43 Con la creación del Ejército Popular por parte del Gobierno de Largo Caballero, a partir de octubre
de 1936 se fue movilizando a los hombres llamándolos por reemplazos o quintas. Sin embargo, la
militarización de las columnas de milicianos en Aragón no se hizo del todo efectiva hasta abril de
1937, debido a la gran impopularidad de la que gozó dicha medida gubernamental tanto en Catalu-
ña como en Aragón, zonas donde el sindicato cenetista tenía especial implantación.
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en cama que no se podía mover. Me contestaron que más valía que nos marcháramos,
porque aquí no sabían lo que podía pasar”.
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Af, Ag, Tb: Los recuerdos, ya con respecto a los primeros meses de la guerra,
son nítidos en las dos hermanas Af y Ag, que describen la nueva situación de su
pueblo, colectivizado y en manos de los milicianos: “Nuestro padre no quiso formar
parte de la colectividad y, por lo tanto, no podía coger a jornaleros. Fue a la cárcel y
después, con los nacionales, volvió a ir a la cárcel”. Describen ambas con tristeza los
actos antirreligiosos de los milicianos: “Teníamos en casa una Virgen. Escondimos
la estatua en un pajar, porque decían que los milicianos revisarían las casas. Y con tan
mala suerte que tuvimos que alojar a los milicianos en casa y, por obligación, les tuvi-
mos que dejar el pajar, con lo cual encontraron la estatua y la tiraron campo abajo”.
En ese mismo sentido prosiguen: “Nosotras éramos religiosas como el que más y nos
dolía ver a los santos tirados por el suelo y ver a los milicianos bailando sobre ellos en
la plaza. ¡Y luego, con los nacionales, nos llamarían a nosotras rojillas, como querién-
donos insultar!”.
Más adelante, los avisos de los bombardeos, la existencia de un refugio en la
plaza para protegerse de las posibles bombas49, se entrelaza en su memoria con
la presencia de soldados y oficiales, ya del Ejército Popular, por las calles. Después,
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un miedo tremendo. Me acuerdo de que nos daba miedo ir por ahí por la glera porque
nos parecía que era un sitio más peligroso. Había combates cada vez más cerca, bata-
llas tremendas (murieron varios chicos que conocíamos) y los republicanos tuvieron
que ir retrocediendo. El Estado Mayor se trasladó a Sarvisé y Broto”. La situación
aún no parecía desesperada y los vecinos del pueblo de Lc seguían en sus casas,
pese a las recomendaciones del novio de Lc, que les aconsejaba que se fueran: “Su
propia hermana –que estaba con nosotros, porque él se la había llevado de Valencia,
donde estaba en un convento– lo acusaba de loco, diciendo que lo que quería es que
todos se fueran para poder llevárseme a mí. Otros no entendían por qué iban a querer
entrar aquí en el pueblo los franquistas. Pero, como los fascistas siguieron avanzando
y avanzando, llegó un momento en que esto se quedó en tierra de nadie, entre los dos
fuegos: los fascistas estaban en Muro y los rojos en Laspuña, los Planos, etc. Aquí
se estancó la Bolsa. Para entonces, claro, ya habíamos salido del pueblo”. La mayo-
ría de los vecinos había decidido refugiarse en Escuaín, porque pensaba que los
nacionales cruzarían pronto el Bellós y las tropas pasarían rápido. Lc describe, de
nuevo, las tensiones entre los hombres mayores del pueblo, que querían esconderse
en Escuaín, apoyados por la hermana monja, y el novio de Lc, que les recomendaba
que no se quedaran allí ocultos porque podían llegar grupos de “incontrolados” y
acusarlos de estar esperando la llegada de los franquistas. Finalmente, los hombres
del pueblo se convencieron de la conveniencia de pasar a Francia, pero Lc y algunas
otras personas decidieron bajar a su pueblo a recoger algunos enseres; en el camino
se encontraron, efectivamente, con “una patrulla de incontrolados”, dispuestos a
matarlos. La “patrulla” los acompañó a Escuaín y sentenció que a las mujeres las
dejaría vivir, pero que, a los hombres, los mataría, acusados de esperar al enemigo;
la llegada providencial del novio de Lc acompañado de dos sanitarios, evitó esas
muertes. “Dijo que estábamos allí porque teníamos miedo a las bombas; dijo que él se
hacía responsable de nosotros y que se nos llevaba, y nos acompañó hasta Santa Justa
y al día siguiente a Bielsa”. Afirma Lc que los momentos de tensión máxima (como
fueron los anteriores a la retirada) fomentan las actuaciones de incontrolados así,
“gente quemada” por alguna razón (muertes de familiares, de amigos o de compañe-
ros); “unos se resignan, pero otros no, y quieren vengarse”. Tal fue el caso, según Lc,
de ese grupo, procedente de las Cinco Villas, “donde había habido muchas muertes de
militantes de las izquierdas”. “Estaban tan quemados que fusilar les parecía normal”.
Ah, Rc: Los que protagonizaron las colectivizaciones eran grupos venidos
de fuera, afirman ambos. Tuvieron mucha importancia en la toma de decisiones
unos comediantes a los que el estallido de la guerra sorprendió en la comarca y los
trabajadores de la presa de Mediano, más que la gente del pueblo. Se colectivizaron
las tierras y se agruparon las tiendas. La tienda se abastecía de lo que se tenía en las
casas del pueblo, por ejemplo, una familia que tuviera dos cerdos tenía que entregar
uno. Los “clientes” tenían que servirse de unos “cartones”, “una especie de abonos”,
aclaran. Hubo, además, otros cambios formales: Ah recuerda el saludo “salud” y el
llevar un lacito colorado en el pecho.
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para protegerse de los cuales “la gente se refugiaba en los túneles de la carretera de
Plan”.
Pero un poco antes, previamente a que el ejército sublevado llegara, a finales
de marzo de 1938, a Barbastro y acometiera la ofensiva hacia la zona del Sobrabe,
Rc fue llamado a filas. Tenía 18 años y con él se fueron tres jóvenes de Aínsa. Estuvo
en el frente desde el 11 de marzo de 1938: primero los llevaron a Graus, donde pasa-
ron quince o veinte días, de ahí a La Puebla de Castro, luego –conforme avanzaban
los nacionales– en dirección a Benabarre. Bombardeados o ametrallados, hubo una
desbandada y Rc y su grupo volvieron hacia Graus. De nuevo sufrieron un bombar-
deo y se encontraron con civiles que huían, en carros. Nueva desbandada y largo
camino hacia el norte. Rc y sus compañeros llegaron, finalmente, a Gistaín, donde
no había nadie. Querían seguir con el ejército de la República, pero no encontraban
a nadie. En Salinas, por fin, encontraron una compañía del cuerpo móvil, que nece-
sitaba muleros, y así se reincorporaron al ejército. Actuaron en el puerto de Sahún,
después en Saravillo (suministrando material a los que estaban en el Cotiella), hasta
que les dieron la orden de que fueran al Cotiella a anunciar que llegaba el enemi-
go, que avanzaba y que había que retirarse. Se perdieron, lograron –pese a todo–
pasar el aviso a quien debían, volver a Saravillo, retirarse a Bielsa (el 14 de junio de
1938, apunta con escrupulosidad) y a Parzán (15 de junio).
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Restos de la única flecha que resta y que junto al rótulo “REFUGIO” indicaba en las calles de Boltaña
la existencia de un refugio antiaéreo, improvisado en bodegas.
Fotografía: Manuel López Dueso
Rd, Re: Los aviones sobrevolando los campos de su pueblo natal es una imagen
perfectamente viva en la memoria de Re50. Cuenta ella misma que había una niña a
la que le gustaba mucho ponerse un jersey rojo, pero a la que no le dejaban ponér-
selo para que no llamara la atención de la aviación. Tanto Rd como Re afirman que
en sus respectivos pueblos no hubo bombardeos, aunque Rd dice que cerca del suyo
cayó una bomba que, sin embargo, no provocó daños. Sí que oían, en cambio, el
ruido de las ametralladoras en la falda de la Peña Montañesa (sierra Ferrera), pero
insisten en que ninguno de sus pueblos fue “tomado, ocupado” ni por los milicianos,
ni por los militares, ni ninguno de ellos fue primera línea de frente, ni la población
tuvo que ser evacuada en ningún momento. Así que, milicianos primero, militares
después, acudían allí básicamente en busca de víveres y para organizar los “convo-
yes”, “porque necesitaban gente de por aquí para llevarlos,” aseguran. Ellas insisten
en que la gente del pueblo escondía, sobre todo, los jamones, bien muy preciado.
También acudieron los milicianos al principio en busca de personas denun-
ciadas. Fue el caso del padre y del tío de Rd, “que era forestal”, especifica ella
misma. “Se les acusaba de que eran de derechas, por eso decían que venían a buscar-
50 Y que comparte con su hermana Jb; cf. su testimonio en este mismo apartado 4.2.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
los”. Pero ni Rd ni Re dan mucha credibilidad a esa suposición porque ambas están
convencidas de que la gente de sus pueblos, en general, estaba muy poco politizada.
El tío y el padre de Rd murieron asesinados en Campodarbe.
Frente a la escasa politización de sus pueblos –núcleos relativamente poco
poblados, habitados por labradores de tierras bastante buenas y ganaderos ricos–,
Rd y Re constatan que el ambiente era muy distinto en Mediano y Tierrantona,
donde vivían muchos de los obreros que trabajaban en la construcción de la presa
de Mediano y había muchos más jornaleros y gente asalariada, “por lo que allí sí
que hubo colectivizaciones”.
En el año 1937, Rd se casó, “por lo civil, claro, pues entonces no podías casarte
por la iglesia”, con un mozo del pueblo de Re. Una y otra se muestran compungidas
por lo mal que lo pasaron los curas, es su mayor pesar. Recuerdan con horror que
se decía que “en Murillo de Campo”, en expresión de Re (Rd corrige: “Murillo de
Liena”) ataban a los curas por las extremidades a camiones que tomaban direccio-
nes opuestas. “Quedaban despedazados, descuartizados”, concluye Rd. “Era horrible,
horrible”, repite Re.
A pesar de toda la tristeza que hechos como ese les producen, pueden contar
en un tono divertido una historia poco dramática, cuyo protagonista es el cura que
tenían en sus pueblos en el año 1936. Se trata de la historia del cura León, que vivía
en Rañín con la casera; al estallar la guerra no tuvo que huir, porque él o su casera
eran parientes del jefe del Comité de Mediano, “un tal Feliciano”. Además, era
bastante “izquierdoso”, porque no intentó esconderse ni pasar inadvertido; todo lo
contrario: en esos meses de primeros albores revolucionarios hizo pública su rela-
ción íntima con la casera, con la que se casó, “también por lo civil, claro”. Cuando
llegaron los nacionales, la pareja se fue, pues ambos temían por su vida.
Feliciano y otros miembros del Comité de Mediano, o quizá del formado en
Tierrantona, Rd y Re afirman que no lo recuerdan bien, acudían a los pueblos de
ambas a convencer a la gente de que se afiliara al comité. Pero ellas dan a enten-
der que eso, en sus pueblos, era “poco más que tener un carné”. “Otra cosa era en
Mediano o Tierrantona”.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
E: Recuerda que ella y los demás críos sentían gran curiosidad por todo lo
que ocurría en aquellos agitados días, por todos los cambios que se estaban pro-
duciendo en Boltaña, “nos metíamos por todas partes”. Y como oía a los mayores
hablar de la guerra, sobre todo sentía curiosidad por saber “qué era aquello de
la guerra”. “Entraban unos, salían otros, milicianos, gente de aquí o de allá. Había
mucha gente yendo y viniendo. Yo me acuerdo de que, cuando venían, decía la gente:
«¡Que vienen los del POUM, o los de la FAI! Críos, ¡venga!, a casa»”. Pero los niños
en vez de ir a casa se escondían y espiaban a esas personas extrañas que llegaban al
pueblo. Recuerda también cómo, después de quemar los santos en la plaza, la igle-
sia fue trasformada en herrería. Se quemaron todas las imágenes excepto una talla
de un Cristo “que al parecer era fantástica” y que permaneció un tiempo en la nueva
herrería, hasta que un día un grupo de milicianos, al ver la imagen, le pegaron un
tiro. El padre de E, que, en cuanto veía milicianos, iba detrás pensando que pudie-
ran estar buscando a alguien, reprendió pistola al cinto al autor del disparo: “Ahora
mismo acabas de matar a uno que era como tú o aún más avanzado que tú, porque
Jesucristo fue el primer comunista que hubo en el mundo, o sea que ya lo sabes: a ese,
no lo toques”. Viendo que la talla corría peligro, el padre de E junto a otras perso-
nas del pueblo decidieron esconderla “en el calabozo más oscuro de la cárcel que, me
parece, estaba en una calle que hay bajando de la plaza”. Nunca más se volvió a saber
del Cristo: al llegar los nacionales se buscó para reestablecerlo a su antiguo lugar,
pero sin éxito. E siempre ha oído decir que fueron las milicias catalanas las que se
lo llevaron. “Sin embargo, yo me acuerdo mucho de los milicianos catalanes porque
eran los únicos que me gustaban a mí. Eran alpinistas, iban vestidos de blanco todos,
tenían unas pintas estupendas, además hasta me acuerdo de que uno que era de Mataró
se enamoró de una tía mía. Estos chavales eran educados, majísimos”. Y prosigue: en
cambio, “cuando llegaban los otros milicianos íbamos corriendo a escondernos, nos
daban más miedo; claro: como yo oía decir a papá que eran tremendos, que venían a lo
loco o que iban por ahí buscando gente…”. Aunque ella piensa que si los milicianos
mataron a algunas personas de la zona, estas habían sido denunciadas previamente
por la gente de los pueblos.
Pese a lo agitado de la situación, se hizo un esfuerzo porque ciertas institu-
ciones funcionaran con normalidad, como lo demuestra el hecho de que los niños
siguieran asistiendo regularmente a la escuela. De hecho, la segunda esposa de su
padre, “que era maestra, se puso de maestra en Boltaña”.
E recuerda que, teniendo ella once o doce años, le dijo un día su padre: “Y
ahora tú a callar; tú todo lo que veas no digas nada porque mira que nos matarán a
todos, empezando por ti”. Le dirigió estas palabras con la intención de infundirle
miedo; después su padre continuó hablando: “Tenemos un cura aquí escondido, que
si lo cogen lo matan y encima nos matan a todos, así que tú calla”. Ella le prometió
que no diría nada. Finalizada la conversación con su padre, se dirigió a la cocina de
casa y, una vez dentro, vio a un señor “que llevaba en el ojal de la solapa una banderi-
na republicana” que enseguida llamó su atención y pensó: “Qué banderica más boni-
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
ca que lleva ahí”. Después se acercó al desconocido y le dijo: “¡Oye!, que me ha dicho
papá que aquí hay un cura escondido”: “Sí, sí” respondió él; “Y ¿dónde está?”, pre-
guntó E: “Soy yo”. Todavía sonríe E al recordar lo pronto que rompió la promesa
de guardar el secreto a su padre (“¡Qué maneras de guardar un secreto!”), pero, claro,
ella era todavía una cría. Sorprendida por la revelación hecha por ese señor tan mis-
terioso que estaba en la cocina y no creyendo posible que un cura pudiera ir vestido
con pantalones en lugar de sotana, se dirigió a él de nuevo: “¿Cómo vas a ser tú si
no llevas sotana?”, a lo que él respondió: “Sí, soy yo, y además ya te habrá dicho tu
papá que no tienes que decir nada”. Finalmente, convencida de que aquel señor que
estaba frente a ella era el señor cura, le aseguró guardar esta vez el secreto. “Aquella
noche, no sé a qué hora, de madrugada, yo veía mucho revuelo en casa, y lo cogieron y
se lo llevaron a Francia”. Este cura fue el único del pueblo que, una vez finalizada la
guerra, “le dio un aval a mi padre para que, cuando quisiera, pudiera volver a España”.
En julio del 36 un hermano del padre de E, “tío Marín”, estaba de alcalde en
Boltaña “y en Boltaña entre mi padre y tío Marín no mataban a nadie, pero a nadie”.
Realmente la gente del pueblo que podía correr algún peligro había huido a Francia
o estaba escondida. Recuerda que, por aquel entonces, le dijeron a su padre un día
en Aínsa que cuando llegaban “los de la FAI o los del POUM o los que había en
aquellos momentos” se extrañaban de que en Boltaña no se hubiera matado a nadie.
La justificación que recibían los milicianos a la ausencia de muertes en Boltaña era
que los hermanos Gazo se oponían a cualquier acción de ese cariz, por lo que en
alguna ocasión alguno llegó a proponer: “¡Oye! Pues cargaos a los hermanos Gazo
y punto”. “En Aínsa le contaron eso a papá y le dijeron: «Cuidado, porque a tal día
habéis estado en trance de morir los dos hermanos»”. Al saber que los milicianos
recelaban de ellos, “tío Marín se fue de alcalde, dejó lo de la alcaldía porque ya estaba
harto y entonces papá fue a Barcelona –debía de estar entonces ya allí el Gobierno de
la República–51 y les dijo: «Mira, pasa esto, Marín ha dejado el cargo y yo, ¿qué hago
allí? Y encima tengo una familia a la que tengo que dar de comer. Mi mujer se ha pues-
to a trabajar allí de maestra, pero yo quiero hacer algo». Y lo mandaron a Albacete
de no sé qué”. El padre de E se fue a Albacete dejando al resto de la familia en
Boltaña, pues creyó que allí estarían más seguros que en su nuevo destino; además,
la madre trabajaba y no podía dejar su puesto de maestra. Sin embargo, cuando su
padre fue nombrado delegado de la Confederación Hidrográfica del Ebro, en esta
ocasión toda la familia se trasladó a vivir a Cataluña. De Boltaña fueron en coche
hasta Mollerusa, pero no recuerda cuál fue el camino que siguieron hasta llegar a
Cataluña, aunque cree que no fue por Francia. “Vivimos en Mollerusa, pues no sé si
un año, por eso yo sé catalán, porque fui al colegio en Mollerusa. Mi padre nos dejó
allí porque él entonces estaba en Barcelona, que lo nombraron, después de muchos
jaleos en Boltaña, delegado de la Confederación Hidrográfica del Ebro”. Recuerda
51 Tras haber enviado al Estado Mayor del Ejército a Barcelona en octubre de 1937, el propio Gobierno de la
República, encabezado por Juan Negrín, el 31 de noviembre se trasladó también de Valencia a Barcelona.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
con tristeza que por esas fechas supo del bombardeo terrible que los nacionales
llevaron a cabo sobre Lérida, en el que murieron muchos niños52.
Conforme el ejército nacional avanzaba implacable, el repliegue republicano
hacia la frontera francesa se hizo inevitable. Abandonaron entonces Mollerusa y se
trasladaron un tiempo a Llivia (“cerca de Puigcerdà”), junto a la frontera francesa.
“Nos dejaron a las familias en Llivia, donde, además, recuerdo que estaba también la
familia de Madariaga53, que escribía y hablaba por la radio. Mira, yo, que era una
cría, pasé a Francia sentada en sus rodillas, nevando a todo nevar. Como, para que
nos marcháramos todos, cogieron dos o tres coches, yo me acuerdo que pensé que, si se
llegaban a despistar y uno se iba para un lado y otro para otro, me quedaría allí sola.
Pero después, en Bourg-Madame me parece que fue, nos encontramos ya todos y allí
empezó la odisea de Francia”.
4.3. Francia
Desde principios del siglo xx la población civil se ha visto inmersa en todos
los conflictos bélicos que se han producido, sufriendo sus consecuencias en un
grado no alcanzado hasta entonces. La Primera Guerra Mundial fue el primer
ejemplo de lo que se ha llamado “guerra total”, en la que los frentes estaban en
todas partes y no solo en los campos de batalla. Además, se empezó a hacer uso, de
forma intencionada, de prácticas en las que las principales víctimas era la población
civil: deportaciones forzosas de grupos humanos, asedios a poblaciones, bombar-
deos aéreos... La Guerra Civil española supuso el recrudecimiento de todas estas
prácticas debido, sobre todo, al poder de la aviación para diezmar a la población
civil (bombardeo de Guernica) y a la especial importancia que cobró el fenómeno
de los desplazamientos de población, inherentes a toda guerra moderna.
La evacuación de la población civil (niños, mujeres y ancianos en su gran
mayoría) de los pueblos de la Bolsa de Bielsa fue ordenada a partir de abril de 1938
como consecuencia de la evolución del frente y el avance ya imparable de las tropas
franquistas. Se calcula que, como consecuencia de la evacuación del Alto Aragón
en 193854, se exiliaron alrededor de unas 24.000 personas. Hay que ponerse en el
52 Aun ajena al presente trabajo, una conversación mantenida en 1997 ó 1998 con una vecina de Lérida
versó, en cierto momento, sobre ese bombardeo. Su relato, que citamos de memoria, se desarrolló del
siguiente modo: su padre, que era profesor de matemáticas en el instituto de Lérida, estaba dando clases y
llamó a un niño a la pizarra, para tomarle la lección y para que realizara unos ejercicios; él se quedó en la
tarima, y el niño, a su lado, junto a la pizarra. De repente oyeron un ruido atronador y un polvo espeso los
cubrió por todas partes; cuando pudieron ver algo se dieron cuenta de que el aula, la clase con los niños,
había desaparecido; solo quedaban ellos dos. Había caído una bomba sobre el instituto.
53 Salvador de Madariaga (1886-1978), escritor y diplomático republicano. Fue ministro de Instrucción Pu-
blica y de Justicia con Alejandro Lerroux (1934) y delegado de la Sociedad de Naciones.
54 El 26 de marzo de 1938, una vez liberada Huesca de su cerco, prosiguió el desarrollo de la operación pre-
vista por los nacionales: dirigirse hacia el río Cinca. Ese mismo día, la División 43.ª al mando del teniente
coronel Beltrán el Esquinazau comenzó un repliegue ordenado hacia la línea del Cinca, quedando embol-
sados definitivamente el día 6 de abril.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
lugar de estas gentes que tuvieron que abandonar contra su voluntad pueblos, casas,
pertenencias, campos sembrados, animales, costumbres y formas de vida, paisajes,
para entender el tremendo desamparo y desarraigo que debieron de sentir, reflejado
en los rostros tristes que nos muestran las fotografías del éxodo.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
las casetas para dormir”. Le viene a la memoria una anécdota ocurrida en esos días.
Al día siguiente de hacer noche en Hospital de Parzán emprenden camino a Francia
quedándose ella un poco rezagada de sus familiares. Vio a una mujer con una bolsa
de lana que llamó su atención por sus llamativos colores, se preguntaba dónde iría
esa mujer con esa bolsa de lana que a ella le había gustado tanto. La mujer se acercó
a unas matas, sacó un buen número de monedas de la bolsa y las enterró entre las
matas. Ab tiene el recuerdo de que en la bolsa había monedas plateadas y doradas
(“dobletas de plata y de oro”), estas últimas nunca antes vistas por ella. Sin embargo,
lo que más ilusión le hizo fue poder quedarse con la bolsa de lana, abandonada por
la mujer tras enterrar las monedas. Años después Ab le propuso a su marido ir a
buscar las monedas enterradas, pero nunca llegaron a hacerlo pues habían pasado
muchos años y no se acordaba del lugar exacto; además, ya habían construido la
carretera. Todo este episodio de la bolsa de lana lo tiene Ab muy presente, es uno de
sus principales recuerdos de la travesía a pie a Francia.
Ab menciona otro episodio protagonizado por sus dos hermanas: Cristina,
que tenía cinco años cuando la guerra, y Virginia, que tenía tres. En la punta del
puerto había una cuerda, que servía para facilitar el descenso por un camino abierto
en la nieve. Le impresionó la gran cantidad de nieve que encontraron a lo largo de
todo el recorrido. Reconoce que los franceses se portaron muy bien (“trabajaron en
Francia para podernos rescatar aquí, en eso sí”) pues había muchos chicos jóvenes
que ayudaban a la gente, principalmente a niños y ancianos, a bajar el puerto. “Y
querían llevar a mis hermanas, querían llevarlas en el hombro para que no tuvieran que
andar. Pues no hubo medios, ellas querían andar. Ahora, que al poco rato la de tres
años ya estaba en el suelo, porque se resbalaba. Y arriba, cuando llegaban las personas
que no podían bajar el puerto, había como una camilla y las despachaban para abajo y
abajo las recibían. Yo me acuerdo de aquello, aquello sí que me horrorizó. Yo, cuando
vi que marchaban, pensé: ¡Estos no se verán más!”55.
Al tío de Ab le estaban esperando en el puerto los soldados para detenerlo,
ya que creían que quería pasarse al bando nacional. Ya le andaban buscando hacía
tiempo, motivo por el cual había tenido que permanecer escondido en la Barona
hasta el momento de emprender camino a Francia. Antes de llegar al puerto, un
conocido le puso sobre aviso, con el fin de evitar que ocurriera una desgracia, lo que
le permitió cruzar la frontera sin ser detenido.
Continuaron camino y al día siguiente llegaron a Fabian, pequeña localidad
situada al otro lado de la frontera. Allí montaron en un coche que les condujo a
Saint-Lary, “en Saint-Lary todavía, cuando yo pasé hará diez años, aún estaba el
corral de las vacas donde nos pusieron, ¡igual que los cerdos!”. La primera impresión
que tiene Ab al llegar a Francia, más concretamente a Saint-Lary, que era un lugar
55 Lc cuenta que a su cuñada, la hermana de su futuro marido, la bajaron así. Cf. infra en este mismo
apartado.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
de paso, es muy negativa. No sintió que se les diera un trato respetuoso sino más
bien todo lo contrario. Refiere con cierta indignación, apenas atenuada por el paso
de los años, que incluso llegaron a separar a las familias. Sin embargo, ella tuvo
suerte ya que su familia permaneció unida. En Saint-Lary los alojaron, junto a
otros compatriotas, en lo que ella denomina un “corral de vacas”, del que no les
dejaban salir, ni siquiera para orinar. Recuerda también que se lavaban en un abre-
vadero. Un día, después de lavarse, Ab y dos amigas, aprovechando el despiste de
los gendarmes que las custodiaban, se escaparon para poder hacer sus necesidades.
Fueron hasta un campo cercano y al volver se encontraron con los guardias. Ellas
intentaron entrar para reunirse de nuevo con sus familiares, pero los guardias no les
dejaron, así que dieron la vuelta al corral y entraron por la parte de atrás56.
La estancia de Ab y su familia en Francia se prolongó unos dos meses, pues
hasta que no avanzara el frente no podían plantearse el regreso a casa. Ella tiene,
sin embargo, la sensación de una larga estancia. Desde Saint-Lary los trasladaron
en coches a Arreau. Eran los gendarmes quienes iban distribuyendo a la gente en
los diferentes coches y precisamente fueron unos gendarmes quienes llevaron a Ab y
sus amigas en coche hasta Arreau, separándose así esta de sus familiares. Al llegar a
Arreau recuerda que les ofrecieron, a modo de bienvenida, unos trozos de pan con
paté que ellas se negaron a aceptar. “Allí, quietas. ¡No nos movieron de allí! Pero,
claro, como bajaban muchos coches unos detrás de otros, pues no nos podían atender,
o sea que nosotras nos despistamos de ellos. Y yo, con tanta suerte, que vi a mi madre
que bajaba en un coche asomada a la ventanilla. Ella pensaría: a ver si las veo. Al
verla, ¡mira!, ni guardias ni nadie. Las otras se quedaron atrás pero yo eché a correr y
un poquito antes de que el coche parara, ya estaba yo allí esperando. ¡Qué alegría, qué
alegría más grande!”, dice visiblemente emocionada, aun después de haber pasado
tanto tiempo. “Separaron a muchas familias”, insiste de nuevo.
Tras el reencuentro con su familia, los llevaron a un pueblo con estación
de ferrocarril, del que no recuerda el nombre57, y una vez allí los metieron en un
vagón “de esos de carga y de animales”. Salieron de noche y estuvieron un día entero
viajando; por suerte, les habían dado un poco de comida, aunque nada de beber.
Después de un día entero de viaje llegaron a Burdeos a las diez de la noche; se acuer-
da perfectamente de la hora porque al llegar a la estación oyó las diez campanadas
de un reloj. Recuerda que se asustó mucho llegando a Burdeos al divisar desde el
tren “tanta cantidad de agua”. En la estación había muchísimas mujeres que salieron
a recibirlos con bocadillos.
Lc se incorpora a la conversación con Ab recordando que la gente de izquier-
das salía a recibir con comida a los refugiados republicanos. Le sorprendió a Ab que
56 Una corta frase de Lc, que se sumará activamente durante un rato a la conversación, corrobora el
sentir de Ab: “Fueron duros”.
57 Podría ser Lannemezan.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
entre las mujeres de la estación, había una que preguntaba a gritos si había alguien
de Bestué; ella le contestó: “Aquí, aquí”. Resulta que esta mujer era de casa Calisto
de Bestué, parientes lejanos, aunque no la conocían personalmente. Se llevaron
gran alegría al encontrarla. También recuerda que todo el mundo gritaba mucho en
la estación. “Me acuerdo de que nos dieron unos bocadillos muy grandes y pastillas
de chocolate. De todo, hija mía, allí había de todo, pues la gente salió a la estación a
socorrer a los desgraciados que íbamos, así es la cosa. Eso fue una gozada, pero ya
no vimos otra cosa más hasta que llegamos al pueblo en el que nos dejaron”. Una vez
en el pueblo de acogida, “fuimos a parar a un hotel, nos alojaron en un hotel aquella
noche para cenar”, pero recuerda que les dieron sopa de no muy apetecible aspecto
y que ella no quiso cenar. Y prosigue: “Pero luego nos llevaron a una caseta de monte
para dormir allí todos, sin váter y sin nada”. Contrasta mucho, por el tono de voz y
el énfasis que pone, el recuerdo que tiene de la llegada a Burdeos y la fría llegada
al pueblo de acogida. Aunque sí reconoce como algo positivo que en el pueblo les
daban habitualmente dinero para que pudieran comprar comida. Sin embargo, ella
recuerda que comían mal debido al afán ahorrador de su tía, que destinaba tan solo
una pequeña parte del dinero que les daban a comprar comida. Hasta el alcalde
reñía a la tía. La madre de Ab iba a recoger tuca al campo, con esta planta hacían
unas tortillas que estaban muy buenas. El diálogo entre Ab y Lc se aviva.
Lc: “Hubo departamentos en Francia que fueron muy buenos para los refugia-
dos, pero hubo otros que de ningún modo”. Lo ilustra refiriéndose al lugar donde, una
vez acabada la guerra, en abril de 1939, tuvo a su hija, “un campo de refugiados en
Chalon-sur-Saône, en la Borgoña”: “Nació la niña y me metieron en una sala de medi-
cina general y a mi lado se moría una persona aquella noche. Una atención deplorable,
una cosa horrorosa”58.
Ab: “No, no, atenciones ninguna, yo con las mismas alpargatas que me fui, volví
a casa. Estaban rotas”.
Lc: “Pero hubo otros sitios en los que los refugiados estuvieron bien. Nosotros,
cuando pasamos de la Bolsa, estuvimos muy bien en Cholet, en La Tessoualle, muy
bien, muy bien atendidos”59.
Ab: “Sí, por ejemplo, a los de Belsierre, que fueron todos a un sitio, allí les dieron
ropas para todos, calcero, comida, de todo, incluso paté. Muy bien”.
Lc: “En abril de 1938, cuando se situaron las fuerzas rojas ya en esta zona, la
población civil tuvo –tuvimos– que salir porque se estabilizó el frente. Mi marido60
decía que pasarían rápidamente, pero como se estabilizó el frente aquí en el Plano
de Escalona y en Belsierre y todo esto, y los otros (los nacionales) se asentaron por
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
ahí por Muro, entonces la población civil tuvo que ser evacuada a Francia. Allí había
provincias o pueblos en los que te recibían muy bien y otros en los que no”.
Ab: “No estuvimos muy bien, no”.
Lc: “Dependía de si eran de izquierdas o de derechas. Como a todos nos consi-
deraban rojos, si la zona era de derechas, el trato era peor”.
Ab cuenta una anécdota que viene muy al caso. Un día, estando en el pueblo
francés (cuyo nombre no recuerda) al que la destinaron, salió con algunos familia-
res a dar un paseo por la carretera. Se dirigían a otro pueblo, que estaba a cuatro
kilómetros, a visitar a unos parientes. En el camino, se cruzaron con un señor fran-
cés que les preguntó de qué bando eran, si nacionales o rojos, y que si eran nacio-
nales les daría dinero. Ellos contestaron que nacionales y así pudieron hacerse con
el dinero que este hombre les ofrecía.
Lc: “Había gente generosa”.
Ab: “Sí, había generosos, pero no muchos”.
Ac: El permanente sentimiento de inseguridad unido a la llegada de la orden
de evacuación de la población civil marcan el inicio de la huida a Francia. Ac recuer-
da cómo cerraron la puerta de casa e iniciaron la marcha a pie con un hatillo de
ropa al hombro, que iban abandonando conforme aumentaba la dureza del camino.
Pasaron la primera noche en Salinas “porque ya era tanto lo que pasaba por Bielsa
que miraron de pasarnos por Plan. Estuvimos un par de días en Salinas detenidos para
mirar de pasar y al final en vez de ir por Plan fuimos por Bielsa”. Una vez en Bielsa,
hicieron noche en una casa “en los porches” que había sido abandonada por sus
dueños. La casa permanecía intacta, tenía un comedor con una mesa “grandísima”,
las camas de hierro aún tenían puestas sábanas limpias, pero lo que más llamó su
atención fue que “el dueño de la casa había dejado un porrón de vino, se ve que pensó:
por si llega alguien”.
Al día siguiente fueron a Barrosa, a unos kilómetros al norte de Bielsa, en
Parzán. Allí, junto a unas antiguas minas se encontraba “la casa de La Bosara”,
donde hicieron noche. “La Bosara” era una mujer extranjera “grandona, rubia, muy
alta y fuerte”, que estaba casada con un hombre de nacionalidad suiza llamado
Bosshard, de ahí el mote de ella. Este hombre era el propietario, junto a un socio
que tenía en Boltaña, de la explotación minera de Parzán. A la mañana siguiente
continuaron subiendo y Ac recuerda que, aunque era el mes de abril, el 38 fue un
año de muchas nieves. “Había mulos para subirnos a caballo pero se nos congelaban
los pies y nos tuvieron que bajar para hacernos andar, porque es que había mucha nieve
acumulada aquel año en el puerto, y era horrible”. Le viene a la memoria también
la anécdota ocurrida con un soldado que se iba de permiso y que había comprado
unos zapatos muy bonitos de cuero para regalárselos a una hermana, “pero como le
pilló la Bolsa y no iba a ir, me los dio”. Recuerda Ac estos zapatos con cariño, eran
marrones y blancos, le venían un poco grandes y no hacía más que resbalarse con
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
61 Mayenne, villa del departamento de La Mayenne, departamento que limita al noroeste con Bretaña,
forma parte de la región de Pays-de-la-Loire.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
Ad: Recuerda Ad que, cuando la línea del frente estaba ya muy próxima, el
alcalde del pueblo, recibiendo órdenes, mandó a todos los vecinos que abandonaran
sus casas y se refugiaran en Puértolas, del otro lado del río Bellós: “Allí estuvimos
unos días; ya luego se llenó todo de militares”. Entre esos militares reconocieron a
varios chicos de la zona, que les invitaron a comer; uno de ellos era de su mismo
pueblo y se convertiría años más tarde en su marido. “Después nos dijeron que
había que ir marchando y fuimos a casa de unos parientes en Santa María, de donde
era nacida mi abuela. Allí estuvimos dos o tres días y después marchamos una tarde,
andando, a Bielsa”. Una vez en Bielsa se reunieron con unos familiares que “habían
encontrado una habitación para todos: éramos once, con una cama y un colchón en
el suelo”. Cenaron, se acostaron y, antes del amanecer, emprendieron el camino a
Francia. Ad recuerda que su padre, que había ido a trabajar a Francia en más de una
ocasión, en un momento en que empezó a oírse mucho ruido de agua dijo: “Aquí
está Barrosa”. Cuando llegaron al Hospital de Parzán, vieron como “los que habían
llegado el día anterior marchaban al puerto, a coger el camino para ir a Francia”. Se
quedaron descansando un día en Hospital de Parzán y tuvieron que dormir en un
pajar repleto de personas y burros que utilizaba la gente para llevar la carga. Al día
siguiente, mientras subían por el estrecho sendero, “se veía aquel camino negro de
gente. Y arriba, cuando llegamos a la punta del puerto, nos paramos a almorzar. Me
acuerdo de que mi hermana había puesto siete salchichones y un pan”.
El primer pueblo de Francia al que llegaron fue Aragnouet, donde les dieron
algo de comer, y de allí los llevaron en un camión hasta Fabian. De Fabian fueron
en autobús a Saint-Lary y de Saint-Lary a Lannemezan, localidad en la que los
esperaba el hermano de Ad, que ya llevaba algún tiempo trabajando en Francia.
Este condujo a la familia a su casa, en un pueblo llamado Trie-sur-Baise, a treinta
kilómetros de Tarbes, y allí es donde permaneció Ad durante cuatro años. Una de
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
que podría pensarse dado lo tajantes que habían sido en su orden de evacuación:
“Aquellos señores les dieron de comer”.
Continúa P con su narración del trayecto hacia Francia: después de Salinas,
a los que no podían andar “los soldados los llevaban con machos hasta la punta del
puerto. Después a la bajada, hacías como podías, porque había mucha nieve. Además,
los franceses tenían mucho corazón con nosotros y ayudaban a los mayores y los
llevaban hacia abajo, hacia el llano, donde, en una caseta, nos estaban preparando
café con leche, galletas, croissants. Una vez allí, nos llevaron en un camión a Arreau.
Dormimos todos juntos en un edificio: los hombres en el piso de arriba y las mujeres
abajo, sentadas”. Al día siguiente los metieron en un tren: “A cada uno lo pusieron
en el vagón en el que tenía que ir. Llegamos a Burdeos y allí nos cambiaron de tren
también. Entonces unos nos fuimos para un lado y otros para otro; tantas familias
para aquí, tantas familias para allá, como se ve que habían escrito allí. Había un fran-
cés que decía los que tenían que bajar allí, los que tenían que cambiar de tren...”. A
la familia de P no la separaron y su tren solo hizo una parada más antes de llegar
a su destino. En la parada que hicieron no salieron, solo les dieron de beber “por-
que comida ya llevábamos nosotros”. Al mismo tiempo, “los mayores, como mi tío y
mamá, lloraban, porque se preguntaban a dónde nos llevarían. No sabíamos a dónde
íbamos, pero sabíamos que habíamos pasado ya Burdeos, donde había una familia de
aquí, de este pueblo, que salió a la estación a ver si llegaban sus padres, hermanos...
Mi tío y mamá seguían llorando, pero yo estaba tranquila. Muchos del pueblo fuimos
a parar al mismo sitio, a Doué-la-Fontaine. Nosotros estuvimos muy bien; otros fueron
a sitios malos, pero nosotros no”63.
Los recuerdos que P se dulcifican intensamente cuando habla de su estancia
en ese lugar, Doué-la-Fontaine64. “Allí trabajaba de cocinera en un hospital, ¡y me
quedé dos años! Toda la gente era de pueblos y mi patrón era el alcalde. Estábamos
ciento cincuenta, la mar de bien, es lo único que se puede decir de cómo estuvimos”. P
prosigue con su descripción: “Yo trabajaba con un cocinero francés y nos entendía-
mos muy bien: porque yo el francés allí lo cogí más cerrado, no como aquí en Lourdes,
donde era un poco más..., ¿como lo diría?, un poco más basto”. La comparación lin-
güística tiene su razón de ser: “Yo había estado en Francia, en Lourdes, antes de la
guerra, en casa de una prima hermana casada allí. Como ella trabajaba en un hotel,
desde antes de las siete de la mañana hasta por la noche, yo le cuidaba a los dos nenes
que tenía y le hacía la comida a su marido. Vine a España un año antes de que estallara
la guerra. Y estuve muy contenta de venir, porque así vi a mis hermanos, que si no nos
los hubiera visto”. Como su experiencia en Lourdes había sido para ella muy grata,
en el momento en que, por el cariz que tomaban los acontecimientos con motivo
del establecimiento de la Bolsa, P y sus familiares se vieron obligados a abandonar
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
el pueblo y a emprender el camino hacia Francia, ella los tranquilizaba y los conso-
laba: “Mis padres y mis tíos lloraban a todo llorar por tener que marchar a Francia.
Y yo les decía: «No, se asusten, que a mí no se me ha olvidado aún el francés, y nos
lleven a donde nos lleven ya me defenderé». Así que nos llevaron a Doué, donde estuvi-
mos la mar de bien”. Insiste P: “Yo estaba muy contenta en Francia y mi padre
también estaba bien, porque antes de casarse había estado mucho trabajando en
Francia, conocía Burdeos, conocía Tolosa, y también se hizo amigo del patrón que
yo tenía, le decía cosas en francés, que aún se acordaba. Y el patrón, precisamente,
nos proporcionó una casita muy maja que tenía él a las afueras de Doué, para que
viviéramos nosotros. Además decía que conseguiría traerse allí a mi hermano herido
que estaba en Tarbes. Y el patrón, que no tenía hijos, quería que me casara yo con
un sobrino suyo, que era policía secreto y que tenía un año menos que yo, pero él
¡igual se hubiera casado! El patrón nos daba todo lo que tenía, y debía de tener
mucho dinero porque el hospital, que era grande, era todo de él. Nos decía: «Su hija,
casada, se quedará aquí, y ustedes en la casita con su hijo, que vendrá de Tarbes». La
casita tenía un jardín muy bonito y papá lo arreglaba. ¡Yo no tenía ningunas ganas
de volver a España!”. Sin embargo, no todos se encontraban igual de a gusto: “Mi
madre, entre que no entendía nada y que los hijos no sabía si los habían matado o
no, no hacía más que llorar. Por eso no quiso que nos quedáramos más, pero yo me
hubiera quedado. Y si me hubieran matado en la otra guerra, ¡pues mala suerte! Mamá
insistía e insistía en que yo volviera con ella, así que volvimos. Y aún me acuerdo del
patrón, llorando y llorando; nos abrazó y nos dijo que no nos hubiera querido conocer.
Se quedó triste, triste es poco; nos decía que estaba harto de guerras, y al pobre lo
mataron los alemanes”.
Los hermanos de P no habían muerto aún cuando ella, su familia y los demás
vecinos del pueblo fueron evacuados hacia Francia, afirma J. Pero, a su entender,
momentos como esos, “en los que empezaron a faltar sus familiares o en los que
dejaron de tener noticias de ellos”, fue cuando la población no movilizada “empezó
a conocer la guerra, empezó a saber qué era”. Y abunda en la idea, concretando en el
caso de la Bolsa: “Algunos, hasta que se les obligó a irse a Francia, no concebían que
estaban viviendo en guerra, porque en sus quehaceres diarios no había cambiado nada
y no habían oído tiros, bombardeos, ni nada. Fue entonces, con la retirada, cuando
pudieron darse cuenta de qué pasaba”.
La muerte a mano de los moros del hermano que luchaba en Madrid, se la
describió a la propia familia de P un hermano de J, que presenció el degüello y, ante
ese horror, “se quedó casi caído”, dice P, haciendo suyas las palabras que el chico
empleó.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
bajaron andando. Pero, desde Parzán, apunta Rb, las personas mayores, enfermas o
cargadas con críos pequeños subieron el puerto montadas en mulos “de los que lle-
vaban los soldados”. Todos los del pueblo se fueron juntos, pero, una vez en Francia,
fueron separados en grupos, destinados a lugares distintos. Rb pasó cuatro meses
en Francia, los dos primeros “en la colonia”, los dos últimos en un lugar que cree
situar bajo el nombre de Bretaña65; en todo caso, los trataron muy bien y ella allí se
encontró muy a gusto.
Pb, Ae: Dado que los padres de Pb estaban en Francia, tras haber sido venci-
das las reticencias de la abuela, que era la más contraria a abandonar el hogar66, Pb,
su hermana y la abuela que las cuidaba pasaron la frontera, antes que la mayoría
de los refugiados de la Bolsa de Bielsa. Una vez reunida toda la familia, estuvieron
viviendo todos juntos en casa de una hermana de la madre de Pb “cerca de Bañeras
de Bigorra, cuatro o cinco meses”. Para Pb, ni el paso a Francia ni la estancia allí fue-
ron traumáticos: “Yo no vi ni un gendarme”. Además, se encontraba en un ambiente
familiar, grato a su madre –nacida, a su vez, en Francia, pues sus padres habían ido
a trabajar allí, como era habitual entre tantas familias del Pirineo oscense, “cuando
la época de las minas”–. Pero narra la triste historia de una señora, que en el cami-
no de Francia, llevaba a dos niños, “a uno de la mano y al otro a corderetas; el que
llevaba cogido de la mano se le escapó y ya no lo vio más”. El padre de Pb, desde el
lado francés, hacía de guía, ayudando a pasar a la gente que huía de la Bolsa.
Pb, por lo tanto, no vivió los meses de la Bolsa en la casa familiar, sin embar-
go tiene muy presente la necesidad de hablar del final de la retirada republicana de
la zona y del incendio del pueblo de Bielsa. Expone Pb que este no fue quemado
por los rojos, en la retirada, “al final de la retirada”, como tantas veces se afirma.
Ae, que luchó con los republicanos en la Bolsa de Bielsa, la apoya en su afirmación
e ironiza con cierta amargura: “Hay que decir que lo quemamos nosotros, pero no
fue así”. Pb explica que en Bielsa cayeron bombas incendiarias y que las bombas
mataron a dos personas, una de ellas, un maestro, la otra, una chica. Cuenta que
un responsable de los bombardeos de los nacionales escribió, en su momento, una
carta donde confiesa su culpabilidad “y pide perdón a Bielsa”; actualmente se está
intentado que esa carta, propiedad de sus hijas, llegue al Ayuntamiento de Bielsa y
sea expuesta públicamente.
Ae, a su vez, explica que “el mismo día del bombardeo y destrucción de todo
esto” estuvo en Bielsa a las doce del mediodía, y estuvo “buenos ratos”. Estaban
65 Si no fue en esta región, pudo ser acogida en un departamento limítrofe con Bretaña, como Ac, o
en el mismo departamento que P. Aunque esta da el nombre exacto de la localidad donde ella y su
familia fueron acogidos, J la sitúa, en dos ocasiones a lo largo de la conversación, en Bretaña; la
cercanía de esta región es la que ha podido causar la confusión tanto en J como en la propia Rb.
66 También Lc constata que las ancianas eran las más reticentes a emprender la marcha. Así ocurrió
con su propia abuela, a quien al final la tuvieron que obligar a salir de su casa.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
juntos un teniente y él, dando vueltas por todo el pueblo, mirando: “Nadie nos
daba instrucciones, nadie nos mandaba, no teníamos jefes, no había nadie, no sabíamos
qué hacer. Teníamos la batería cerca de Parzán. La infantería no se había retirado
completamente aún. Unos se iban retirando por un canal de La Ibérica; otros, por el
monte; en fin, por varios sitios”. Ae fue subiendo hacia Parzán y ya estaba cerca de
la localidad, pero no iba por la carretera, porque era peligroso: “Cuando empezó el
bombardeo fuerte, las bombas llegaban tanto a Parzán, como cerca de Salinas, como
a Bielsa: tiraban tantas que llegaban a todos los sitios”. En esos momentos “pasé el
río y me metí dentro de una cueva; desde allí vi cuándo empezó a salir humo, a salir
polvo, a verse el fuego, una hoguera negra, grandísima, hacia arriba. Y era durante el
bombardeo”. Ae prosigue: “¿Que a mí me dicen que, cuando estaban bombardeando,
fue gente a pegar fuego a las casas? ¡A ver quién se lo cree! ¿Quién se mete ahí? Cuando
yo di la vuelta al mediodía, no había nadie; ni un gato había en el pueblo. Yo, que pre-
sencié el bombardeo, desde luego que no me lo creo”.
Ae recuerda brevemente momentos dulces durante los meses de la Bolsa:
“Había un capitán conmigo, en la misma batería, un ingeniero naval de Valencia,
Sorribas, al que le gustaba mucho la música; en una chabola, en una caseta que
tenía por encima de San Juan de Plan, donde teníamos las cuadras, su asistente, un
tal Ferrán, tocaba el violín; lo oías toda la noche y nos tenía a todos sorprendidos”.
Recuerda, cómo no, momentos de necesidad: “Un día le dije a Sorribas que me iba
a Bielsa a ver si encontraba algo para comer. Después de preguntarme si volvería y
de darle yo mi palabra de que sí, me prestó una caballería, para que fuera hasta allí,
a cambio de que le trajera algo. A la vuelta le dije que no había encontrado nada,
pero yo bromeaba: le había traído un jamón”. Pb asiente: “La gente robaba lo que
podía por las casas”. Y Ae refiere otro episodio de la retirada protagonizado por el
hambre: cuando estaban apostados en Laspuña “y no sabíamos a dónde teníamos
que ir a emplazar las piezas para la artillería, oímos un ruido cerca de una cuadreta:
era un gallo; como no andábamos bien de comida, nos acercamos a él con un saco: yo
me quedé en la ventana, otro para vigilar y otro entró para adentro. Venga a retorcer
cuellos y llenamos el saco de gallinas y gallos; cerca de veinte cogimos”.
En cuanto a los civiles de la zona de Bielsa, “no se marcharon todos a la
vez y, además, unos lo hicieron voluntariamente, por miedo, y otros, no. Los mandos
republicanos, conforme pasaban los días, les iban avisando de que la cosa se ponía
mal. Empezaron a marcharse en abril y en junio aún estaban marchando. Nosotros,
los militares, los últimos, pasamos el 16 de junio. Había un bombardeo muy grande.
Habíamos llegado a la punta del puerto; estábamos allí todos los militares acumula-
dos, todos los de la retirada –los civiles ya habían pasado–, y los gendarmes no nos
dejaban pasar. Nosotros temíamos que nos bombardearan, pero allí, junto a la fronte-
ra, no bombardearon. A la mañana siguiente, en cuanto se hizo de día, sí que nos dieron
permiso para pasar la frontera y bajar a los pueblos franceses”. Expone Ae cómo, a
continuación una vez que las tropas republicanas cruzaron la frontera, los soldados
tuvieron que elegir a qué lado ir. “Hubo mozos que, aunque tuvieran los ideales por
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
los que estábamos luchando, se fueron con Franco; los de Escalona y los de Muro, por
ejemplo, se fueron todos con los nacionales” recalca.
Lb: El grupo que se había escondido de la Barona (Lb, su amiga, los críos y
los demás familiares) permaneció ocho días oculto en la cueva, hasta que un día
apareció por allí un teniente del ejército republicano que les comunicó que debían
irse urgentemente a Francia. Y desde la cueva, sin poder pasar antes por casa,
emprendieron directamente camino a Francia. Recuerda que cuando iban caminan-
do, a la altura del Hospital de Tella, vieron cómo sobresalía de la tierra la mano
de una persona que había sido enterrada. “Después pasamos el puerto, íbamos por
dentro de la nieve, por una senda que habían hecho. Yo me caí y me di con la rodilla en
una piedra, recuerdo que me bajaba la sangre y no tenía con qué curarme”.
Una vez en Francia, los condujeron hasta un refugio en el que tuvieron que
dormir por el suelo. La estancia allí duró aproximadamente un mes, de abril a mayo
de 1938. “Y allí me puse muy mala, con cuarenta de fiebre, en el suelo y con piojos”.
“Después me llevaron a un hospital. No entendía nadie francés, claro, pero dio la
casualidad de que había una monja de Barcelona y cada día me traía una cucharada
de agua de Lourdes para que me pusiera bien”. Al salir Lb del hospital, iniciaron los
trámites para solicitar los papeles que les permitirían regresar al Sobrarbe, pues,
conforme los nacionales iban tomando los pueblos de la Bolsa, “se podían pedir los
papeles para volver”. Calcula Lb que permaneció unos dos meses en Francia junto
“a mi cuñada, los nenes y un tío nuestro”, sin tener apenas noticias de sus padres
hasta que por medio de la Cruz Roja les fue llegando algo de información.
Solicitaron los papeles en el mismo refugio en el que estaban y, una vez con-
seguidos, era cuestión de sumarse a una de las expediciones de regreso que se orga-
nizaban desde allí. Se hacía pública la fecha de la siguiente expedición y la persona
que quisiera regresar solo tenía que comunicarlo. Los familiares de Lb volvieron en
una expedición anterior, dejándola a ella sola en Francia, pues no estaba repuesta
del todo de su enfermedad. “Me fui poco a poco recuperando, porque se comía bien,
una leche buenísima y queso”. Recuerda que los franceses, con la intención de que
se animaran, tocaban para los refugiados españoles el acordeón y les hacían bailar;
también les enseñaban a montar en bicicleta.
En esos días, igual que cuando tuvo que marcharse a Francia, la imagen del
teniente de oficina gallego que había conocido no la abandonaba. Aferrándose a
su recuerdo, ella se había llevado consigo su foto y todas las cartas que él le había
escrito, y conservaba una y otras durante su estancia en Francia. Pero en el refugio
conoció a una joven comunista, “que me cuidaba y se portaba muy bien conmigo”,
que la advirtió del peligro que entrañaba que, al entrar por la frontera de Irún, le
encontraran las cartas de un militar del ejército republicano. En el tren de regreso,
poco antes de la frontera, Lb rompió las cartas y la foto en mil pedazos y los fue
soltando lentamente por la ventanilla. A Lb le parecía que quedaban suspendidas
en el aire aquellas palabras de amor que, a partir de ese momento, ya solo la acom-
pañarían en su recuerdo.
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nos traían la comida para que nos la hiciéramos nosotros, abundante y buenísima, y
¡con el hambre que llevábamos! Comimos muy bien, muy bien”.
La familia de Lc decidió volver a España, pero ella se quedó con la gente
de su pueblo en el refugio, a la espera de poder reunirse con su novio: “Él seguía
en España, en la Bolsa de Bielsa, y nos escribíamos. Cuando cayó la Bolsa, en junio,
se fue a Cataluña y me dijo que me fuera allí con él para que nos casáramos. Pero
yo estaba un poco indecisa. Aunque no sabía uno francés, en el refugio, los artículos
de los periódicos que trataban de España, con un diccionario, los traducíamos (no es
que entonces aprendiera la lengua, pero creo que ese ejercicio me sirvió luego) y las
noticias que daban no eran nada esperanzadoras. Empezaba a ver que la guerra esta-
ba perdida, pero una chica que estaba conmigo en el refugio, Carmen de Sorribas, me
animó mucho: me animó a que me fuera a Cataluña y se vino ella conmigo. Nos fuimos
en tren”.
Jd: El recuerdo más nítido que tiene de la guerra es que “marché a Francia con
mi madre, mi abuela y mis hermanos”. Pasaron a Francia por el puerto de Bujaruelo
y recuerda que hicieron el largo camino a pie, “aunque igual algún rato me llevarían
a caballo, porque era muy pequeña”. No todo el pueblo cruzó al país vecino, aunque
“muchos nos tuvimos que marchar”. Una vez en Francia, el primer pueblo al que
llegaron fue Gavarnie y “allí es donde estuvimos hasta que nos buscaron casa en algún
sitio”. No recuerda el nombre de la localidad francesa a la que fueron destinados,
pero “no lo pasamos mal, estuvimos en una casa de acogida que nos dieron y no me
acuerdo de haber pasado hambre ni nada”. “Yo me acuerdo de que nos daban para
desayunar café con leche, bollos, pan”. No puede decir con exactitud el tiempo que
duró su estancia en Francia, aunque cree que no se prolongó mucho. “Estuvimos en
Francia hasta que pudimos venir a Torla; supongo que estaríamos unos meses, hasta
que llegaron los nacionales al pueblo”.
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Vuelta a casa, sea antes de que finalice la Bolsa de Bielsa, sea tras la
“liberación” del Sobrarbe, sea una vez acabada la guerra. El camino.
Descripción del pueblo a la llegada, situación de las casas, constatación
de robos, primeras impresiones. El hambre
A: La familia de A volvió a España por Irún. Su pueblo estaba aún en territo-
rio inaccesible para los civiles, aún dentro de la Bolsa de Bielsa, por lo que, a la espe-
ra de poder regresar a casa –a la espera de la “liberación”, “como decían entonces”,
recuerda A– A y su familia se alojaron en la casa natal del padre, en Labuerda. Allí,
“para sacar alguna perra”, les lavaban la ropa a los militares. Pero sacaron algo más
que perras: “Con aquella ropa nos llenamos de piojos. ¡Unos piojos! Yo no me podía
aguantar, me tenía que rascar. Mi padre me decía: «Estate quieta»; y yo le contestaba:
«¡Que se estén quietos ellos!»”.
En Labuerda, “para criarse algo”, iban a trabajar la huerta que tenía allí
la familia de A, cerca de la carretera que sube a Escalona y después a Bielsa.
Por la carretera veían bajar a los muertos del frente, cargados en mulos, uno a
cada lado de cada mulo, colgando. Los llevaban a Labuerda para que los ente-
rraran.
Finalmente pudieron regresar a su pueblo. En su casa, de la que A recuerda
la imagen de volver a ver los cuadros colgados tal como los dejaron al irse, encon-
traron a una persona muerta, una mujer, tapada con una manta. Era una tubercu-
losa del sanatorio de Pineta, pero nunca se pudo saber quién era67. Tuvieron que
llevar el cadáver a Boltaña y hacer papeles en el Juzgado. Además, por prevención
sanitaria, les prohibieron quedarse en la casa; se la desinfectaron y se la dejaron
cerrada durante, por lo menos, quince días, a lo largo de los cuales se la volvieron a
desinfectar varias veces más. Así pues, no pudieron aprovechar la ropa ni nada de lo
que habían dejado en la casa, y eso que habían tenido la suerte de que su casa no se
había quemado, frente a la mayoría de las casas del pueblo que, según recuerda A,
sí estaban quemadas. A la penuria de no poder aprovechar lo que habían dejado en
casa, se unía el hecho de que tampoco tenían dinero para comprar cosas; la única
excepción eran los alimentos, porque los comerciantes les fiaban: “Los comerciantes
nos daban crédito”. Poco a poco, aun sin los hombres jóvenes, que seguían en la
guerra, volvieron a preparar los huertos, encontraron algunos animales domésticos
que, guiados por el instinto, volvieron a casa (un burro y alguna vaca) y empezaron
a retomar el pulso a la vida y a sacar el pueblo adelante.
67 Lc expone, con respecto a los enfermos del hospital de Pineta, que los mandos de la 43.ª División
les propusieron que eligieran si pasar a Francia o pasar al bando adversario. El jefe de Sanidad de
la división republicana acompañó a los enfermos que habían decidido irse con los nacionales hasta
Escalona, pues así habían acordado con las autoridades sanitarias nacionales. Pero al llegar a casa
del Sastre (la primera de Escalona, bajando por la carretera desde Bielsa), empezó a recibir tiros,
que no sabía de dónde venían. La muerta, según Lc, sí se supo quién era, una chica de Zaragoza.
109
Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
Pero ese volver a cierta normalidad fue lento. El padre de A, antes de abando-
nar el pueblo, había enronado en el Plano un baúl grande, en el que había guardado
ropa. Había disimulado el baúl poniéndole sarmientos quemados encima y, durante
todo el tiempo que la familia de A estuvo fuera, nadie descubrió el baúl. Cuando,
finalmente, A y su familia rescataron el baúl, “con eso nos vestimos”; “yo tenía edad
entonces de poder vivir un poquito y no había dinero para comprar nada más”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
que las que hacían la comida, la repartían mal, pues reservaban la mejor parte y en
abundante cantidad a los hombres “que iban a desalojar todas las casas”68, mientras
que a las mujeres les daban un minúsculo plato de lentejas, judías o bien garbanzos.
Su alimento diario consistía en unas sopas a primera hora de la mañana y un plato
de legumbres al mediodía, cantidad visiblemente insuficiente para Ab, quien afirma
que cuando se es joven se tiene mucha hambre. Contrariamente a su situación, sus
hermanas, que eran crías todavía, estaban en una casa situada en el Coso, hasta la
que se acercaba Ab para mirar por la ventana cómo comían huevos fritos, patatas
fritas, carne o pollo.
En la planta baja del hospital donde dormían, había unos militares. Uno de
ellos se enamoró locamente de una amiga de Ab que era de Santa María –localidad
cercana a la suya– y algo mayor de edad que ella, pero su amiga no quería salir con
ese chico pues no se atrevía a estar a solas con él. Así que el soldado le preguntó
a Ab que por qué no les acompañaba, de carabina. Ab aceptó la propuesta, pero a
cambio puso una sola condición: “Yo sí os acompañaré, al cine y a todos los sitios
que queráis ir, pero ¡mira!: el chusco del pan que tú tienes, para mí”. Él en un principio
estuvo un poco reacio al trato: “Pero el chusco, ¿cómo quieres que te lo dé, si después
yo me quedo sin nada?”. A lo que ella le contestó: “Sí, sí, pero luego tú te comes un
buen plato de rancho”. Finalmente, el soldado aceptó las condiciones impuestas por
Ab y ella los acompañó siempre en sus paseos. Recuerda que para distraerse y saciar
el hambre, mientras la pareja estaba inmersa en sus conversaciones y devaneos, ella
se dedicaba a coger cerezas de unos cerezos que por allí había69.
Un día el soldado les dijo que les había encontrado a ella y su amiga un tra-
bajo de dos o tres horas en la cocina de la cárcel de Barbastro. Ab en un principio
se negó a aceptarlo, pues no le apetecía trabajar en un sitio así, pero finalmente
accedió. El trabajo consistía en pelar y cortar patatas y hacer lo que les mandaran
las cocineras del centro penitenciario, a cambio de lo cual les darían un inmenso
bocadillo a cada una. El primer día de trabajo, al ver el bocadillo “como un brazo
de grande”, no pudo evitar emocionarse, pero en vez de comérselo allí mismo como
hacía su amiga, lo guardó para comérselo en casa y así poder compartirlo con su
madre y su tía. Una mujer que trabajaba en la cocina le preguntó que por qué no
se comía el bocadillo, a lo que Ab le contestó que lo guardaba para comérselo más
tarde junto con su madre y su tía. “Me trajo todos lo días después tres bocadillos así
de grandes. Ya no pasé más hambre”. Al poco tiempo de permanecer en Barbastro
emprendieron la vuelta a casa. “Al subir de Barbastro aquí, subimos en un camión
que no llevaba laterales, nada, con una cuerda metida desde adelante para atrás, aga-
rrados allí todos y por el Alto el Pino. Llegamos a Aínsa y allí nos cogió otro camión,
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
que llevaba laterales; el otro marchó. Pero mi madre dijo que se iba a quedar en Aínsa,
pues tenía amistad allí con una señora: «A ver si me da algo de comer para cuando
lleguemos a casa». Recuerdo que le dio judías y tocino. En casa no había nada, lo que
había era nada más que calamidades, solo calamidades. Y nosotras subimos aquí con
mi tía, y ella se quedó en Aínsa y después subió con algún transporte. De esa manera
empezamos a comer”.
Cuenta Ab que, cuando llegaron al pueblo, todavía seguía la Bolsa en Tella y
Bielsa, aunque tardaría pocos días en caer. Una vez allí, se encontraron con que no
había ni colchones: “la Señorita, como la llamaban entonces”, de un pueblo vecino,
muy bien relacionada con las nuevas autoridades, se los había llevado. Algunas
casas estaban quemadas, entre ellas parte de la suya, debido al efecto de las bombas
incendiarias que se lanzaron cuando el frente estaba situado allí. Insiste en que ni
su pueblo ni ninguno de los pueblos de la zona fueron quemados por los soldados
republicanos en la retirada: “Se quemó por las bombas, no lo quemaron. Quemarlo,
nadie, ni Escalona ni ningún pueblo de por aquí. Se quemaron por las bombas incen-
diarias que tiraban...”.
Recuerda también que no había pan, pero por suerte su familia tenía
escondida en la Barona una carga de harina, “lo menos ochenta o noventa kilos”,
que, cuando su tío llegó al pueblo, subieron a desenterrar. También recibieron
la ayuda de unos soldados nacionales que estaban en la escuela de Escalona y les
dijeron: “Y, ¿qué vais a hacer aquí? Os vais a morir de hambre, si aquí no hay nada
y no traéis nada. Pues mira, mientras estemos nosotros en Escalona, bajáis y os dare-
mos comida”. Ante tal ofrecimiento, ella y otro chico del pueblo no dudaron en
bajar frecuentemente a Escalona, con una cesta cada uno, a que los soldados les
dieran rancho. Esto les ayudó a mitigar la escasez con la que se encontraron a la
vuelta a casa y “cuando marcharon ellos, ya nos fuimos arreglando como buenamente
pudimos”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
ahorro; pues esos eran los primeros que les quitaban. Y entonces en Irún te daban el
dinero justico para llegar a Barbastro”70.
Tras requisarles todos los ahorros en la frontera, dándoles solo a cambio algo
de dinero para la vuelta a casa, Ac y su familia continuaron la vuelta al Sobrarbe.
Fueron en primer lugar a Zaragoza, allí se quedaron unos días en casa de un
pariente lejano que era jefe de Correos “y vivía en Correos en Zaragoza, en aquellas
ventanas de arriba, al lado de Santa Engracia”. Luego se trasladaron a casa de unos
conocidos de Laspuña que también vivían en Zaragoza: “Fíjate, una parcela con dos
camas, las cinco mujeres en una y papá y el marido de Rosa de García en otra”. Un
día en Zaragoza les ocurrió una divertida anécdota: estaban en la plaza de España
esperando el tranvía que los conduciría a casa de la familia de Laspuña que tan
amablemente los había acogido; cuando llegó, “empujamos a la abuela por la culera
para arriba, se pone el tranvía en marcha y los demás abajo. Pero ella se ve que pegó
la hebra con el conductor, que le dijo: «No se preocupe abuela, que yo soy de Guaso»”.
El conductor indicó a la abuela de Ac dónde tenía que bajarse “y cuando llegamos
con pena, allí estaba la abuela. Mira qué odiseas, ¿verdad?”.
De Zaragoza fueron a Barbastro y de Barbastro a Aínsa. “Una vez allí nos
fuimos a casa Torrén de Labuerda, donde nos recogió tía Nieves, la única persona
de la familia que estaba ya en el pueblo”. Al llegar Ac y su familia al pueblo vieron
cómo cerca de su casa había unas trincheras de cuando el frente estuvo estabilizado
en la zona. Para construirlas, los soldados republicanos habían empleado todos los
colchones que pudieron encontrar por las casas. Inmediatamente, los miembros de
la familia de Ac quisieron subir a las trincheras a buscar algún colchón para poder
dormir más cómodos, pero la tía les advirtió de que no lo hicieran pues podría
haber alguna bomba. Por fin, se decidieron a subir a las trincheras al día siguiente
a coger algún colchón y no se encontraron con ninguna sorpresa desagradable.
Afirma Ac cómo algunos del pueblo se hicieron con un mayor número de colchones
que otros, no importándoles que pudieran hacerles falta también a otros vecinos.
El pueblo de Ac estuvo tres meses entre dos fuegos, de ahí el estado tan
deteriorado en que quedó cuando ya el frente fue avanzando hacia Lafortunada.
“Fueron meses de mucha lluvia y por eso no se quemó todo, pero fuego le dieron por
una punta y por otra”. Ac hace alusión así al posible incendio del pueblo por los
soldados republicanos en la retirada, al menos es lo que ella ha oído decir, pero no
tiene la certeza, pues también conoce la versión de que el incendio fue consecuencia
de las bombas incendiarias que arrojaba la aviación nacional. Su casa, que estaba
70 En relación con todo este pasaje sobre los billetes, son ilustrativas las siguientes palabras de Lc:
“En la frontera de Irún había un equipo de gente que decía si valían los billetes o no; a veces, con
la excusa de que no valía, se los quedaba. Era un robo. Quizá le fue mejor al que tenía el dinero en
el banco, pero ahí también se dio picaresca, porque hubo directores de bancos que les dijeron a sus
clientes que tal serie o tal otra no valía y no era verdad”. Lc afirma que hay que tener en cuenta que
entonces no había tanto dinero circulante como ahora.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
junto a la abadía, por suerte no se quemó, pues la casa del cura sí se vio afectada
por el fuego. También recuerda Ac que todos los cristales de la casa tenían agujeros
de bala y, aparte de no quedar en ella ni un colchón, otra cosa que entonces era
muy común, estaba todo lleno de chinches y piojos: “Eso era impresionante, hasta
en cuadricos, cosicas que había, había chinches, estaban por todos lados”.
Cuando llegaron al pueblo, las únicas pertenencias que traían con ellos eran
el mantón negro de su madre y una manta que les había dado la Guardia Civil. A su
padre no le quedó más remedio que pedirle algo de dinero prestado a un compañero
de trabajo de La Ibérica. Este “le mandó veinte duros y compramos media docena de
platos y media docena de cucharas, o sea que hubo que empezar de cero”.
Rb: Desde el lugar donde había sido acogido el grupo en el que se encontraba
la familia de Rb, en Bretaña posiblemente, los refugiados volvieron a España por
Irún (“aún me acuerdo de eso”). Allí hicieron noche; pasaron dos o tres días en
Barbastro; desde allí los subieron en un camión a Escalona71. En un corral de una
era de Escalona pasaron la última noche antes de subir a su pueblo, pues no había
carretera y tenían que recorrer el último trecho de su camino andando. Al llegar
a su pueblo de origen no se lo encontraron quemado, apunta Rb, excepto alguna
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
casa, pero sí que “estaba destrozado, todo sin nada”: las puertas y las ventanas de
las casas, rotas; basura; las casas, desvalijadas; nada de comida; nada de ropa; las
camas, desvencijadas. “Cuando volvimos ya no había rojos, como decían entonces”,
pero tampoco militares nacionales, solo algunas pocas personas del pueblo que
habían llegado antes que el grupo de Rb.
La vida en esos primeros tiempos, una vez de vuelta al pueblo, la fueron
pasando “no muy bien”. Resume Rb el racionamiento y la escasez: “Todo racionado:
te daban tanto de esto, tanto de lo otro; tantos gramos o kilos o lo que fuera de azúcar,
de harina, de harinas malas. Los campos, sin cultivar; los bichos, perdidos. ¿Comer?
Muchos días no había nada”. Solo un par de años después, la cosa empezó a cam-
biar.
Pb, Ae: Los padres de Pb tenían en mente regresar a España por Irún, y así
lo hicieron, sin el resto de la familia, que se quedó en Francia. Las dos personas
que habían huido con el padre de Pb, no convencidos de la conveniencia de volver
a España, ni siquiera a la zona franquista, también se quedaron en Francia. Un
tiempo después de la marcha de los padres, las dos niñas y su abuela volvieron
también a España, como aquellos, por Irún: “Allí nos alimentaron asquerosamente.
Nos llevaron en unos trenes horribles y, al llegar a Barbastro nos estaba esperando mi
padre, con un camión de La Ibérica para subir hacia arriba”.
La madre de Pb, antes de irse a Francia, había escondido la ropa en una
cueva, “creyendo que la rescataría”. Camino de regreso, cuando aún estaban en
Barbastro, estaba contenta pensando que, por lo menos, su familia y ella iban a
poder disponer de la ropa que tenían. Pero, cuando llegaron a su lugar de origen,
se encontraron con que en la cueva no había nada. Supieron que una persona
conocida, cuyo nombre y apellidos Pb recuerda, y que había tenido su ropa escon-
dida también en la misma cueva, la había vendido72. “No teníamos nada, ni colcho-
nes, ni sábanas, ni ropa, ni vajilla para comer”, detalla Pb, y enlaza con lo siguiente:
“Menos mal que nos llevaron a Saravillo, a una casa de la empresa, donde pudimos
dormir en colchones como Dios manda”. Aparte de todo ello, la tristeza que embargó
a toda la familia se debió al hecho de que encontraron que Bielsa estaba completa-
mente arrasada (“no quedaba en pie más que una casa, una casa solo, una que hay en
la plaza; no quedaba más”, detalla Pb) y la casa donde había nacido la propia Pb,
quemada73.
72 Lc explica que, durante el final de la retirada, los soldados republicanos se refugiaron en cuevas y
que incluso el puesto de Sanidad, donde se atendía a los heridos, estaba en una cueva, más arriba de
Salinas.
73 Sobre las convicciones de Pb con respecto al incendio de Bielsa, cf. supra, apartado 4.3.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
diciéndole que no volvieran de momento al pueblo, “porque estaba todo tirado”, así
que, de Francia, se fueron a Barcelona, donde estuvieron viviendo un año. Había
muchos pisos que estaban abandonados y “estábamos en un piso por la Sagrada
Familia, íbamos a un colegio”. Fue en Barcelona también donde se reunieron con su
padre y con los demás hombres de la familia.
Cuando M y sus familiares regresaron al pueblo “nuestra casa estaba tirada,
como otra más, no porque las hubieran bombardeado o incendiado (que el pueblo no lo
bombardearon), sino por culpa de algún obús del frente, porque como el pueblo había
estado en la línea del frente...”. Entre las ruinas no había nada de nada: “ni tenedor,
ni cuchara, ni cuchillo, ni mantas, ni sábanas, todo se lo habían llevado”. Se dice que
venía gente de otros pueblos, de la parte de Campo, hombres que llegaban con
mulos y arramblaban con lo que podían. Una máquina de coser que había compra-
do la madre de M antes de la guerra y que la habían escondido, dentro de un aguje-
ro, en casa de la abuela de la misma M, la encontraron. “Había gente que enterraba
cosas, más pequeñas, y luego las encontraba o no; uno de los vecinos enterró en una era
una lata con monedas de oro en la era de su casa, pero con tan buena casualidad que
le tocó un obús. Yo siempre he oído decir que en Bielsa y en Boltaña hubo gente que
se hizo muy rica después de la guerra”. Y añade M, enlazando con esa idea, que su
padre decía que, “cuando la retirada en Cataluña, había gente que llevaba maletines
con muchas joyas y que a un señor le pesaba tanto su maletín, cargado de oro, que lo
tiró montaña abajo. ¡Alguien lo recogería!”, exclama M. “Y en Bielsa pasaba igual:
algunos no podían con lo que llevaban y se deshicieron de sus maletas; dos o tres se
hicieron ricos”.
La madre de M había pasado a Francia bastante dinero que habían ganado
con la madera; lo pasó escondido a Francia y, de nuevo, a España, y le valió, por
lo menos en parte, porque había series que sí se consideraban válidas, y ella tenía
bastantes billetes de esas series; en cambio, “hubo gente a la que no le valió ni un
duro”.
Una vez que la familia de M se vio de nuevo en el pueblo, ante la situación
descrita, “mi madre y mi padre tuvieron que bregar como todos para poder comer y
por aquellos montes a picar [madera] para ganar algo de dinero. ¿Hambre? Yo no
sé que se pasara”, pero recalca después M que, si bien ellos no pasaron hambre,
hubo mucha gente que sí, “mucha gente que lo pasó mal” y que no podía com-
prar en el Mesón de Puértolas, “donde pusieron una cooperativa”. M cuenta que,
dada la ubicación del Mesón junto a la carretera, era un lugar idóneo. Estable-
ció “la cooperativa” uno cuyo hermano había sido militar en la zona nacional,
que “había recogido muchas cosas de la zona nacional”: “las llevaron para allí y allí
estaba el suministro, desde allí se suministraban productos para toda la comarca: el
arroz, el azúcar, la harina, los productos que no se criaban, todo”. Su madre, “que
era muy trabajadora, se espabiló a criar cerdos, gallinas, pollos, de todo”. La cuñada
de su madre, que vivía en Araguás –mujer vistosa que se tenía que poner un pañue-
lo en la cabeza para parecer una vieja y evitar así que los soldados nacionales, ya
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
Lc: Al padre de Lc, maderista, cuando aún estaban todos en Francia le llegó
una carta de unos amigos de Sarvisé que le avisaban de que la madera de una
parte del monte que él había comprado en una subasta se la iba a llevar el ejército
nacional y que, si no quería perder lo que había invertido, debería procurar estar
presente en la operación. Decidido a hacer lo posible para no perder el dinero, vol-
vió a España, pero no a su propio pueblo, que “durante la Bolsa estuvo en terreno
de nadie y al que, hasta que la 43.ª División se retiró definitivamente a Francia, el 16
de junio de 1938, no podían acceder los civiles”. Así pues, el padre de Lc y la mujer
de este, una vez en la comarca, tuvieron que alojarse en casa de una hermana, en
Aínsa, a la espera de que el acceso a su pueblo quedara libre. Cuando, finalmente,
pudieron volver, el pueblo estaba quemado, aunque ellos aún pudieron considerarse
afortunados pues una parte de la casa se había librado del fuego. Lc recuerda que
a su padre le dijeron que un perro que tenían y que se había quedado allí cuando
ellos se marcharon había estado merodeando por la casa durante los meses en que
sus habitantes estuvieron fuera. En cuanto a la madera, aclara que su padre “no
recuperó nada. Se la llevaron y a él no le pagaron nada”.
Mientras, el hermano mayor de Lc, que seguía en el cuerpo de artillería, había
estado luchando en la Bolsa de Bielsa. “Estaba en Saravillo porque la artillería esta-
ba allí”. Pero empezó a tener problemas, debido a motivos no se sabe si fundados
o infundados: “Alguien hizo correr el rumor de que él, como otros, se quería escapar
y, si eso llegaba a oídos de los mandos, podía estar realmente en peligro. Total, que se
pasó a Francia antes de que se ordenara la retirada militar. Como estaba movilizado,
en Francia no se pudo quedar, porque allí solo guardaban a la población civil, así que se
fue con los fascistas y estos lo mandaron al Ebro. Allí tuvo que participar en la Batalla
del Ebro y lo pasó muy mal”.
Lc, por su parte, se había quedado en el refugio de Francia y, tras la caída de
la Bolsa, había decidido reunirse con su novio en Cataluña. Una vez allí, se casa-
ron: “Nos casamos en el Ayuntamiento de Vic, el 10 de agosto de 1938, y Carmen de
Sorribas fue la única mujer, aparte de mí, que hubo en la ceremonia. El novio no pen-
saba hacer ni comida ni nada, claro, pero el Estado Mayor organizó una comida con
todos los jefes de la 55.ª División”. Y prosigue: “Al poco tiempo, de Vic los enviaron
a Seo de Urgel y, a los dos o tres días, mi marido mandó una ambulancia a buscarme.
Vivíamos en Nogués de Segre –donde estaba el Estado Mayor–, en una habitación
con derecho a cocina. Los dueños no eran nada amables y pasábamos casi hambre. La
señora mayor de la casa se puso enferma y mi marido le procuró algún medicamento y,
a partir de entonces, nos vendían algo para comer”. La estancia en Nogués de Segre se
prolongó unos meses: “Estuvimos allí hasta enero de 1939, pero entonces ya tuvimos
que pasar a Francia, aunque no juntos”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
Lc afirma rotundamente: “Yo el peor recuerdo que tengo de Argelès son las
ratas. Un día me desapareció una ropa de la niña y es que se la habían comido las
ratas”. De ese campo, a otro: “Nos llevaron a Bram, en el departamento de Aude, a
dieciocho kilómetros de Carcasona. Era un campo horrible, horrible sin matices. Se
morían los niños a montones; mi hija estaba moribunda y mi marido venía todos los
días del barracón donde estaba él pensando que se habría muerto. Llevaban a los niños
muertos a la morgue y las ratas se los comían por la noche, hasta que las madres se
sublevaron y las dejaron que se quedaran velándolos”. Respira Lc al relatar que salie-
ron de ese campo y “nos llevaron de nuevo a Argelès”. “Este era un campo menos
rígido. Además, físicamente, no te sentías tan oprimido como en Bram, era grande,
era distinto”. El marido de Lc y otro médico salieron del campo con un permiso de
enfermedad y Lc consiguió también que la dejaran salir para ir a ver a su marido
enfermo: “Con la niña, hasta la estación, el camino fue un suplicio; dejé la maleta, lo
dejé todo. Iba a reunirme con mi marido, que no iba a volver al campo, pues se había
escapado a Toulouse. Yo tampoco iba a volver. Pero, una vez en Toulouse, ¿qué hacías?
No tenías dinero, no tenías papeles, no tenías nada. Fue entonces cuando decidí volver
a España. Estábamos cobijados en casa de una familia de origen español que tenía
un hijo en Zaragoza, un hijo, francés, que no quería ir a la guerra. Pero no podíamos
estar mucho tiempo en esa casa, donde había otra gente cobijada, porque los alemanes
sospechaban”.
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Ah, Rc: A los soldados republicanos que habían pasado a Francia con el
ejército el 16 de junio se les plantearon dos opciones: o seguir combatiendo con
el ejército republicano o entregarse al ejército franquista. Rc decidió volver a
España por Irún: “La guerra estaba perdida; los nacionales habían cortado el frente
separando Cataluña y Valencia de Madrid y no queríamos volver a otra Bolsa”. En su
decisión y en el viaje de regreso lo acompañó un chico de Aínsa (uno de los cuatro
que habían sido movilizados juntos), mientras que los otros compañeros de Aínsa
se fueron a Barcelona a seguir luchando por la República. Rc cruzó la frontera por
Irún y, como represalia por haber luchado con el bando republicano, fue inter-
nado en varios campos de concentración: en Bilbao, en Santoña, donde lo pasó
muy mal, y en la Magdalena, en Santander, donde se encontró relativamente bien.
Relata cómo “si salías de allí, volvías al frente, así que había quien rompía los avales
en cuanto le llegaban”. Una vez fuera, tuvo que tomar otra decisión: “Al salir del
campo de concentración te encontrabas con requetés, legionarios, falangistas y el ejér-
74 José Maldonado (1900-1985), miembro de Izquierda Republicana, salió diputado del Frente Popu-
lar por Asturias en las elecciones de febrero de 1936. Fue el último presidente del Gobierno de la
República en el exilio.
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cito: a ver con qué bandera querías luchar. Yo lo tuve claro: el ejército”. Lo llevaron
a Estella, a la caja de reclutas, donde hizo la instrucción y, de allí, lo mandaron a la
Batalla del Ebro. Formaron un batallón nuevo integrado todo él por reclutas que
procedían del bando republicano; como no tenían mucha confianza en ellos, dice
Rc, los mantuvieron un poco de lado, no en primera fila. Veían, desde su posición,
cómo los republicanos, por la noche, tomaban posiciones que, durante el día, eran
bombardeadas por los aviones de Franco. Rc estuvo en Reus, en cuyas bodegas se
emborrachaban los soldados, recuerda. Participó en el avance hacia Barcelona: en
Sitges hubo tiroteos; en el Llobregat durmieron casi juntos nacionales y republi-
canos: se oyeron camiones y, cuando pudieron ver de qué se trataba, constataron
que eran los republicanos, que habían cruzado el río; a continuación el avance fue
tranquilo. Tras la toma de Barcelona “a finales de enero de 1939”, fue trasladado
sucesivamente a Berga, a Igualada, a Monistrol, donde había un grupo de guerri-
lleros, a Seo de Urgel y finalmente fue acuartelado en Tarragona. La guerra había
acabado pero él no había podido disfrutar aún de ningún permiso para visitar a su
familia.
Jc: Tras la entrada del ejército de Franco en Barcelona (26 de enero de 1939),
los restos de las tropas del ejército republicano entre los que luchaba Jc se fueron
retirando hacia Francia. Una vez en el país vecino y proclamado el final de la guerra
(1.º de abril), “siguiendo el consejo de los militares de carrera, que no iban a poder
volver a España, pero que recomendaban a los que sí podían que volvieran”, regresó a
España.
Jd: Al llegar de nuevo al pueblo, este estaba en buen estado, pero se encon-
traron con la desagradable sorpresa de que les habían robado la mayor parte de sus
pertenencias: “Se llevaron animales y nos quitaron las cosas que teníamos”. Y prosi-
gue: “Algunos espabilados que se quedaron se refugiarían en algún sitio donde no los
verían o sabían ellos que se podían quedar, que no les iba a pasar nada, y aprovecharon
para llevarse todas las cosas que hubiera de valor. Ya sabían ellos dónde había cosas de
valor, ya”. No fueron, por tanto, personas extrañas al pueblo las que se apropiaron
de sus pertenencias, sino algunos vecinos que no habían huido a Francia. “Los que
fueron agudos no se marcharon, y esas personas se quedaron luego con todo. Se metie-
ron en las casas de los demás y se pusieron a robar. ¡Había allí tanto!”. “De los que
no se marcharon había unos que se llevaron de mi casa la máquina de coser, la vajilla
y todo lo bueno que teníamos, eso se lo oía decir a mi abuela entonces”. Aún sabiendo
quiénes eran “no pudimos hacer nada, porque se lo habían llevado mientras nosotros
no estábamos y, como no los habíamos visto, pues nada. No obstante, sabemos que
fueron ellos. Y, aparte de todo, eran familia nuestra y vinieron a robarnos las cosas que
les apetecieron”.
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75 Vid. Salomón, M.ª Pilar: “La defensa del orden social: fascismo y religión en Huesca” en Casano-
va, J.; Cenarro, Á.; Cifuentes, J.; Maluenda, M.ª P., y Salomón, M.ª P., óp. cit., pp. 127-167.
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Ac: Al volver de Francia con los suyos, se encontraron con que otra familia
del pueblo estaba viviendo en su casa. Estas personas habían regresado antes al
pueblo y, al encontrar su casa quemada, se alojaron en la de los padres de Ac. Esto
obligó a la familia de Ac a tener que instalarse en casa de los abuelos maternos.
Como muchas casas del pueblo estaban quemadas, conforme volvía la gente al pue-
blo se iban instalando en las que estaban en mejor estado, esto supuso que varias
familias tuvieran que compartir casa. Ac comenta incluso el caso de los miembros
de una familia que “dormían con cuatro tablas encima de los animales y les subía el
vapor de las vacas y los bueyes”. Las malas condiciones de vida que se dieron en
el pueblo tras la guerra elevaron considerablemente la mortalidad, dándose sobre
todo muchos casos de muerte por tuberculosis. Muchas veces fueron los hombres
que volvían enfermos de luchar en la guerra o de los campos de concentración o
de las cárceles, los que transmitieron enfermedades contagiosas a miembros de sus
propias familias. Conforme fue pasando el tiempo se fueron rehabilitando las casas,
lo que supuso que cada cual volviera a la suya y una mejora considerable en las
condiciones higiénicas.
G: Los habitantes del pueblo de G afirma esta que no tuvieron que ser eva-
cuados. La familia de G vivió pacientemente la retirada de los republicanos, “que
quemaron los puentes de Aínsa, Escalona y Bielsa”, y la entrada de los nacionales,
“que llegaron desde Biescas”. Afirma G que ella y sus parientes, como tantas otras
familias de pueblos no evacuados, como tantas otras de Aínsa o Banastón, cuando
entraron los nacionales pudieron quedarse en casa “sin más”, sin que les pasara
nada.
Pb, Ae: Al volver de Francia y encontrarse con que “Bielsa estaba deshecho y
donde vivíamos antes también”, resume Pb, tras vivir provisionalmente en Saravillo,
ella y su familia iban a tener que instalarse en Salinas, sede, como antes de la gue-
rra, de parte de los empleados de La Ibérica y lugar donde se habían construido los
chalés para ciertos responsables de la empresa. “Había allí un sargento malísimo: a
toda la gente que venía del campo de concentración que tenía que entregarse a él, lo
zurraba”. Como a tantos otros, a Ae “casi lo zurró también”, afirma ella. Al hilo de
esta afirmación, Ae exclama que se salvó de los palos de ese personaje, pero solo
de eso. Narra Ae que él y su hermano habían luchado con los republicanos en Cataluña
y que, cuando la retirada republicana de Barcelona, se quedaron en la ciudad y
estuvieron deambulando varios días por sus calles, cruzándose con los militares
de Franco, de entre los cuales “nadie nos decía nada, quizá porque íbamos vestidos
muy parecidos”, supone. Un día llevaron a la estación de ferrocarril una maleta de
una persona que había trabajado en La Ibérica y que estaba enferma (un primo de
Pb) y vieron cómo el tren estaba compuesto por vagones de viajeros y también por
vagones de carga, “a los que se subía todo el mundo”. A raíz de eso, al día siguiente se
les ocurrió coger el tren y emprender rumbo de vuelta a casa. Llegaron a Barbastro
y uno “de los que llamaban Pelayos nos avisó de que hacia Bielsa no podíamos ir si
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
no teníamos un pase de alguien de Falange, por ejemplo”. Pero, “aun no teniendo pase
ni nada”, cogieron el autobús y se plantaron en Aínsa. De ahí, andando siguieron
carretera arriba, junto con otros cinco o seis chicos soldados que, en las mismas
circunstancias que ellos, regresaban a casa. Cerca de Labuerda los alcanzó una
camioneta descapotable, “de aquellas de asalto”, de la Guardia Civil; los guardias
civiles que iban en el vehículo invitaron al grupo a subir a la camioneta, porque
iba a ir hasta Salinas y podía llevarlos. Se montaron y, al llegar a Lafortunada,
“donde había unas guardias, unos parapetos y prisioneros limpiando la central, nos las
vimos y nos las deseamos para poder pasar de allí”. El teniente que los recibió en su
punto de llegada los tranquilizó y les dijo “que allí nadie les diría nada. ¡Estuvo el
hombre más amable!”. Pero, a la mañana siguiente, los habían denunciado el jefe de
Falange y el ayuntamiento y tuvieron que bajar a Salinas, a tratar con el sargento
antes citado. Ae entró solo, sin su hermano, a hablar con él y este lo primero que le
preguntó era si conocía al joven cura de Salinas, recién salido del seminario en 1936,
que habían matado durante la guerra; “a cada pregunta me insultaba y yo, a callar,
mientras miraba hacia una percha con los latiguillos que empleaban para pegar a la
gente”. Tras unas cuantas preguntas, “se suponía que ya tenía información sobre mí”
y, además, no quiso que entrara el hermano de Ae, porque, a su entender, “ya sabía
suficientemente quién era”. A otra persona que pasó al despacho a continuación, un
chico de Guadalajara que trabajaba también en La Ibérica, “le hizo preguntas aún
más raras que a mí: que qué pintaba él allí, si era de Guadalajara, etc.”. Al poco, Ae
y su hermano supieron el resultado: “Mañana a las seis de la mañana, a Barbastro,
al campo de concentración”. Al día siguiente los estaba esperando en la carretera un
coche, donde había una persona amarrada con cuerdas (“por cierto, aquel murió, de
las palizas que le dieron”). Ae preguntó si no les daban papeles y el sargento con-
testó que ya se los mandarían a Barbastro. Una vez en Barbastro, se presentaron
en la oficina que correspondía, donde les preguntaron si entraban voluntarios en
el campo, a lo que Ae respondió que sí, “pues, ¡como no nos conducía nadie!”. Un
comandante los recibió, les hizo que expusieran su caso y les preguntó cómo, si
habían estado en un pueblo tan cercano de la frontera el día anterior, no se habían
ido a Francia. “Nosotros le respondimos que por qué nos íbamos a ir a Francia si allí
no teníamos a nadie, si nuestra familia estaba en España”. El comandante dio un
golpe en la mesa. “¡Voy a encerrar a todos esos falangistas, porque tengo aquí a siete
mil muchachos pasando hambre, sin motivo alguno seguramente!”. El comandante
se quejaba de que los avales para muchos de esos prisioneros no llegaban. Afirma
Ae que parece ser que el ayuntamiento se había reunido y había decidido no firmar
avales para los muchachos de la localidad que estaban en los campos de concen-
tración, “para nadie, tampoco para los que estaban en peligro de morir, por ejemplo,
un chico de aquí que estaba en Tarragona, condenado a muerte. Él no hacía más que
reclamar a la familia para que fuera al ayuntamiento y le mandara la documentación
que hiciera falta. El caso es que lo fusilaron”. Ae expone también cómo el suegro
de un prisionero de Santoña tampoco hizo los papeles pertinentes: “No le hizo los
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
avales al yerno, porque habían acordado que aquí no se hacía ningún aval. Al final, el
chico salió y se salvó, pero mucho tiempo después”.
Siguiendo la recomendación del comandante, Ae y su hermano esperaron al
día siguiente para ingresar en el campo de concentración, “porque esta noche no vais
a tener ni manta, ni cena, ni nada”. Pasada la noche, cuando llegaron al cuartel –en
la carretera de los cuarteles, donde estaba entonces el campo de concentración–,
un centinela los recibió, este habló con un oficial, que salió a la puerta del recinto
a preguntarles qué les pasaba. Ellos respondieron que querían entrar en el campo,
era casi una ironía: “¡Casos que se dan!”, exclama con cierta sonrisa Ae.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
el Plano, debajo de un nogal, ahí hay no sé cuántos enterrados: Por eso yo a los de
casa les decía: «No paséis por allí encima, por favor, no paséis con los animales por
allí»”. Hasta allí llegaban también familias que buscaban a sus hijos y que creían
que tenían que estar enterrados allí.
T: El primer encuentro con los nacionales, cuando los vecinos que se habían
escondido en el monte –entre los que se encontraban T y su familia– bajaron al
pueblo, fue tranquilo: “Nos preguntaban dónde vivíamos, en tal casa, en tal sitio, de
tal manera, y volvimos a casa”. Pero, si bien para T no fue traumático el paso del
pueblo del bando republicano al de Franco (“Aquí se fueron unos [los rojos] por aquí
y llegaron los otros [los nacionales] por allá”), sí recuerda cómo se decía: “Ahora
vienen los nacionales, ahora vienen los nacionales”, y una prima suya, una niña más
pequeña que ella, que le preguntaba: “¿Y cómo son los nacionales?”. A lo que su tía
les contestaba: “¿Pues cómo quieres que sean?”. Y la madre de T: “Pues personas
como los demás”. Finalmente, cuando entraron los nacionales en el pueblo, la pri-
mita exclamaba: “¡Anda! Si son igual que todos”.
La nueva presencia militar en el pueblo no le causó a T miedo, pero no le pasó
en absoluto inadvertida, pues, frente a la ausencia de imágenes de los milicianos,
primero, y de los soldados republicanos, después, tiene viva la imagen de numerosas
tropas nacionales: “Hubo un cuartel de soldados; se juntaron muchos militares”, justi-
fica. T afirma, en referencia a la salida obligada de gente del pueblo afín al régimen
republicano, que, “aunque yo no lo recuerdo muy bien, algo hubo. Muchos se fueron a
Francia a vivir: unos por irse y otros porque sus ideales eran diferentes. Si hubo alguna
cosa mal, me parece que la hicieron más los nacionales que los otros, porque los otros
no pararon mucho aquí”, resume T.
T sabe que hubo partes retransmitidos por la radio anunciando el final de la
guerra, pero ella no recuerda haber oído ninguno, “porque no todas las casas tenía-
mos radio”. T cuenta, a continuación, que se hablaba por entonces de una radio
“que debía de ser clandestina, por el nombre que tenía”, confirma T: “Radio macuto,
pero no sé quién era”.
Uno de los curas que anteriormente se han citado76 volvió de inmediato al
pueblo y al poco estaba ya cantando misa.
Af, Ag, Tb: En el pueblo habían entrado ya los nacionales, pero gran parte de
las familias refugiadas en el monte no había bajado aún. Los mandos nacionales, al
notar la ausencia de tales vecinos, mandaron a alguien del propio pueblo a que les
transmitiera el mensaje de que podían regresar y de que no iban a tomar represalias
contra ellos y que incluso los obsequiarían con queso y jamón. “Corría el bulo de
que los nacionales en la plaza repartían jamón”, afirman Af y Ag, y continúan: “¡Era
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
el jamón de las casas del pueblo! ¿Cómo no iban a repartirlo, por lo menos un poco?
Habían arramblado con las cosas que quedaban en las casas vacías y hasta saquearon
las tiendas”, por ejemplo, la de la familia del futuro marido de Af.
Inmediatamente después de la llegada de los nacionales, “nos empezaron
a hacer la vida imposible”, dicen Af y Ag, y relatan que a su padre “lo detuvieron
y lo encarcelaron en Huesca, por haber sido concejal del ayuntamiento durante la
República”77. Una serie de personas del pueblo, entre los que se encontraban hom-
bres y mujeres afiliados o vinculados a Falange, empezaron a manejar a su antojo
la situación y a actuar con total impunidad: “Fueron rencillas, represalias personales,
rencor por parte de señoras que iban bajo palio, y se ensañaron con nosotros y con
otros”.
Tanto Af y Ag como Tb están de acuerdo en dejar claro que, aunque “es bien
cierto que los rojos hicieron aquí cosas que nos horrorizaron (quemar santos, desman-
telar la iglesia, saquearla) y hay que decir, si cometieron excesos, que los cometieron,
lo de los nacionales fue peor. Fue desde el principio, pero duró y duró. Crearon un clima
de miedo que no te dejaba vivir ni respirar”. Ellas y sus familias estaban amedren-
tadas y lo repiten una y otra vez. Para Af y Ag, “lo de menos era que nos llamaran
rojillas, que nos hicieran salir de casa con el brazo en alto y cantando el Cara al sol”, e
insisten: “Eran las represalias, las injusticias, el miedo que te atenazaba. Nos hicieron
la vida imposible”. Y describen cómo, en ese ambiente de miedo y represión en el
que era fundamental la intervención de los que estuvieran bien vistos por los nue-
vos dueños de la situación, un cura “al que nuestro padre había salvado la vida una
noche, cuando, estando de vigilante en un puente, lo vio y lo dejó marchar”, no quiso
ayudarles “firmando algo, presentándose en algún sitio”. Lo necesitaban porque un
miembro de su familia estaba en peligro de muerte, pero la ayuda no llegó.
“Otros pudieron marcharse y, en eso, tuvieron mejor suerte,” anota Af. Los que
después serían su marido y su suegro tuvieron que irse a Francia: “Mi suegro tam-
bién había sido concejal republicano. Estuvieron allí tres o cuatro años”.
Fc: Para Fc, se vivió también con miedo la llegada de los nacionales. Ella y
sus familiares no se habían ido en ningún momento del pueblo y, desde su casa,
siguieron el curso de los acontecimientos en los tiempos de las colectivizaciones, en
los posteriores a estos –más tranquilos, aún bajo dominio republicano–, y en los
momentos en que el ejército republicano se retiró. La angustia no los abandonó
cuando entró en el pueblo el ejército de Franco.
Ah, Rc: El verano de 1938 lo pasó Ah ya en su casa, pero su padre fue encarce-
lado: “estaba en la era trillando y la Guardia Civil se lo llevó”. Primero lo encerraron
en la cárcel de Boltaña; después se lo llevaron a la de Huesca y, finalmente, a la de
Barbastro. Estuvo en prisión dos años. A otros hombres del pueblo también los encar-
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
celaron. La mayoría estuvo en Barbastro, recuerdan Ah y Rc, pero alguno estuvo inclu-
so en Mahón, aunque, según les parece a ambos, todos volvieron78. Eran momentos
de una represión muy dura, recuerda Ah, en los que afloraban deseos de venganza
por parte de personas a las que “los rojos les habían matado un familiar”, apunta.
Rd, Re: Retomando la idea de que sus pueblos nunca estuvieron en primera
línea de fuego, vuelven a narrar la situación de retaguardia propiamente dicha que
vivieron también una vez que se produjo “el cambio de los rojos a los nacionales”.
Se repite, de nuevo, la búsqueda del abastecimiento del ejército: “Como esta era una
zona de buenos campos y huertos, y había mucho ganado, vinieron a buscar a muchos
por aquí”, explica Re, y prosigue: “Varios familiares míos, y concretamente mi padre,
fueron reclutados para que llevaran los convoyes de abastos a los soldados que estaban
en el frente. A papá lo mandaban a Orna, a Muro de Bellós y a Puyarruego, y volvía
con los pies destrozados”.
78 Lc recuerda, por el contrario, que en Barcelona mataron a una de las personas de Aínsa encarcela-
das. Se había casado con una chica que estaba embarazada cuando él murió y que se fue a Francia.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
eso. Y uno que estaba en la cárcel cuando ella estuvo me dijo: «¡Pobre chavala, las que
pasó! Nos daban unos vasos de aceite de ricino con moscas y con todas las porquerías
que encontraban, las metían ahí dentro y nos las hacían beber. Y a esta chavala, yo lo
he oído porque estaba al lado de ella, le decían que si se acostaba con ellos no le darían
más. Y la otra les pegaba cada escupitajo y los ponía a parir»”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
desde que volvieron a vivir en su pueblo hasta el final oficial de la guerra, pero sus
palabras revelan que “poquito a poco fuimos madurando la idea de que aquello se iba
a acabar”.
Los hombres jóvenes no estaban, anteriormente por la guerra, una vez acaba-
da esta, porque muchos tuvieron que repetir el servicio militar. Al hermano mayor
de A y a muchos otros chicos, a pesar de haber hecho la guerra, en ese caso con los
republicanos, “esa forma de ser soldado no les valió”. En consecuencia, el hermano
de A tuvo que hacer la mili dos veces más79, y A exclama: “Estábamos ya más hartos
de escribirles, y de que vinieran y que se marcharan, y de que cada vez que se marcha-
ban un saco de cosas, para que comieran, ¡porque les daban tan poca comida!”.
Constata A la diferencia entre el ambiente en que vivían las chicas jóvenes
antes de la Guerra Civil (todas muy unidas, paseos, bailes, la escuela con una maes-
tra coja), cuando volvieron al pueblo, pues faltaban algunas chicas, como Lc, que
se había ido a Cataluña, y una vez acabada la guerra. Y concluye: “Después de la
guerra no nos divertíamos tanto pero lo que podía divertirnos lo sabíamos aprovechar
mucho, porque habíamos tenido una experiencia un poco fuerte”.
Ab: Conserva un vivo recuerdo del momento en que les llegó la noticia del
fin de la guerra, que fue acogida con gran alegría en el pueblo: “Aquello fue una
fiesta, se celebró mucho”. Un hombre de Santa María que tenía radio les comunicó
la noticia.
En cuanto a los cambios que supuso la instauración del régimen de Franco,
Ab afirma que “antes era de una manera y después era de la otra”, aunque comenta
que, en general, su forma de vida continuó siendo la misma. Sin embargo, un cam-
bio sí es perceptible: hasta julio de 1936 ella asistía regularmente a la escuela, pero
la guerra supuso el fin de su escolarización y no retomó sus estudios con posterio-
ridad. Hace hincapié en que antes de la guerra había maestras en todos los pueblos
de la zona (Escuaín, Puértolas, Belsierre, Bestué); de hecho, la maestra de su pueblo
vivía en su casa.
Su futuro marido, que era de Puyarruego, pertenecía a la denominada “quinta
del biberón”, la última quinta llamada a filas para combatir en el Ejército Popular, y
estuvo luchando “con los rojos” hasta que Cataluña cayó definitivamente; después
pasó a Francia. Allí fue recluido en un campo de refugiados en el que coincidió
con el marido de Lc, y con un conocido de Belsierre. Uno de los requisitos nece-
sarios para salir del campo y volver a España era la obtención de un aval, es decir,
un documento oficial en el que una autoridad local, ya fuera alcalde, cura o juez,
accedía al regreso de una persona que, aun habiendo luchado en el bando perdedor,
79 Lc recuerda que el Gobierno de Franco promulgó una ley por la que los mozos a los que les había
correspondido hacer el servicio militar durante la Guerra Civil con los republicanos, tuvieron que
hacerlo durante tres o cuatro años.
131
Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
deseaba regresar a casa. Estos avales no eran fáciles de conseguir, dependían mucho
de la significación política de la persona solicitante y de la arbitrariedad de las
autoridades locales. El futuro marido de Ab solicitó al alcalde de su pueblo el aval
necesario para regresar, pero le fue denegado. Cuenta Ab las penurias que su mari-
do pasó en el campo de Francia, debido a las pésimas condiciones de vida que allí
se daban, y el sufrimiento de constatar cómo otras personas sí obtenían los avales
con relativa facilidad. De hecho, el tío de Ab, que era juez de paz, consiguió avales
para muchas personas de la zona. “Si mi marido hubiera pedido los avales a mi tío,
se los hubiera mandado”. Finalmente, logró regresar a su pueblo, aunque por poco
tiempo, ya que tuvo que hacer el servicio militar de nuevo, esta vez en Barbastro,
donde permaneció cuatro años, lo que supone un total de siete años como soldado.
“Cuando vino de la guerra, de los rojos, enseguida hicimos amistad y después estuvo
cuatro años en Barbastro. Teníamos solamente noticias por carta, pero yo tenía carta
todos los días”. Pero no acaban aquí las dificultades del futuro marido de Ab, pues,
al acabar el servicio militar, no le fue nada fácil encontrar trabajo. “No se pudieron
colocar en ninguna parte todos los que habían luchado en la Bolsa. A mi marido, mira
que le buscaron trabajo sus hermanas en Zaragoza, pero les decían: «No, no, si no
tuviera esto (refiriéndose a que había sido soldado republicano) lo cogeríamos inme-
diatamente, pero así, de ninguna manera». ¡Mira si había problemas!”.
Ac: A los dos meses de su regreso al pueblo, el 1 de abril de 1939, se anunció
el final de la guerra. Recuerda que unas niñas del pueblo se pusieron a cantar el
Cara al sol, pero Ac no conocía todavía la letra de la canción y esto lo achaca a que
su familia fue de las que más tiempo permaneció en Francia, mientras que las otras
familias, al llevar más tiempo en España, ya estaban más familiarizadas con las
nuevas costumbres.
Recuerda también que el cacique del pueblo se quedaba sistemáticamente
con el racionamiento que el Auxilio Social enviaba y que incluía mantas, azúcar,
aceite, harina, arroz... “¡Qué bien nos habría venido una manta!”, exclama Ac, pero,
en lugar de repartirlas, “se hicieron una bata cada uno y se paseaban por la era” ante
el asombro del resto. En lugar de distribuir entre todos los vecinos lo que el Auxilio
Social enviaba periódicamente, tal era su finalidad, lo utilizó el cacique para pagar
a los obreros que le estaban construyendo su casa. Se acuerda también Ac de que
un día fue la mujer del cacique a la escuela a decir a los niños y niñas que allí había
que eran hijos de padres marxistas y que los tenía que educar.
Esta familia de caciques que vivía en el pueblo aprovechó sus buenas rela-
ciones con las nuevas autoridades para acrecentar su poder, aunque ya antes de la
guerra “tenían la tienda, se ponían unos sillones en la carretera que te daba respeto
pasar”. Como habían cedido los terrenos para construir la iglesia, disponían de un
sitio de uso exclusivo, “la parte de la derecha de los primeros bancos”, donde nadie
más podía sentarse y “además, tenían hasta un altar para ellos”.
Ac no recuerda haber pasado hambre, pues siempre había algo que poder lle-
varse a la boca, “aunque no era ni mucho menos la abundancia de antes de la guerra”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
Lo que más echó de menos fue la ausencia de pan. Comían cocido, recau, verdura
y tenían también conejos y gallinas. Además, en muchas ocasiones iban a ayudar a
“torcer hierba” a una familia del pueblo y a cambio les daban de comer y cenar. Otra
cosa que les favoreció fue que su padre tenía un sueldo fijo, pues continuó trabajan-
do para La Ibérica una vez terminada la guerra. La madre siempre repetía a Ac y a
su hermana: “Hijas mías, si os casáis, por lo menos con uno que sea de plantilla”. “Mi
padre cobraba cuarenta duros, ochenta y era fijo aunque estuviera malo. Y me acuerdo
de que había una casa en Barbastro que se llamaba Torres La Cadena y cada dos o
tres meses mamá bajaba y llenaba un cajón con cantos de jabón, el kilo de azúcar, el
kilo de arroz, pastilla de chocolate, todo, y luego un cuarterón de aceite de tres litros,
a lo mejor para el año; y eso no todo el mundo se lo podía permitir”.
La maestra que había antes de la guerra, “doña Julia”, fue destituida por las
nuevas autoridades y durante un tiempo no hubo escuela en el pueblo80. Como los
padres de Ac querían que sus dos hijas continuaran su escolarización, las manda-
ron “con doña María de Lafortunada a Belsierre unos meses, porque aquí no había
escuela”. Cuenta Ac que doña Julia, la antigua maestra, fue separada del cargo “por
roja”. “Siempre decía mi marido que los maestros, a nivel intelectual, siempre habían
sido de izquierdas”81.
Cuando abrieron de nuevo la escuela de su pueblo, dejó de asistir a la de
Belsierre y el tiempo fue pasando, ella fue creciendo. “Te advierto que no hubo varia-
ción, no hubo cambio, de mi abuela a mi madre, no hubo cambio. Mi madre me enseñó
a coser y me hizo ir a Laspuña a aprender más; yo he hilado, he torcido, he amasado,
he cargado, he hecho de todo, éramos un buen partido. Era para haber continuado: la
abuela, mi madre y así, la vida para ellas continuaba igual, empezaba en el pueblo y
terminaba en el pueblo”.
A sus ojos, la represión se hizo notar de distintas maneras, por un lado, tuvo
conocimiento de personas de su entorno que habían sido encarceladas o llevadas
a campos de concentración; por otro, supo también que las autoridades locales se
negaron a conceder avales a algunas personas que pretendían regresar a España o
que, habiendo regresado ya, permanecían encarceladas. “El que estuvo en la cárcel
de Barbastro y no pudo volver al pueblo fue el hermano de una tía mía. Venían de casa
buena, sin embargo, ella estuvo sirviendo en Barbastro para poder llevarle la comida; él
sentía, por este motivo, una gran gratitud hacia ella. Eran de un pueblo de ocho casas
80 Los maestros fueron considerados portadores de ideas revolucionarias y por ello fueron objeto de
constante represión legislativa. Cf. explicación inicial del apartado 4.5.
81 Entre las unidades de voluntarios organizadas en Barbastro se reclutó a principios de 1937 un ba-
tallón de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (FETE), sindicato adscrito a la
Unión General de Trabajadores (UGT). Este batallón estaba compuesto por maestros y estudiantes,
siendo su impulsor un maestro de Canfranc.
Lc añade que la mayoría de los oficiales de la 43.ª División eran maestros y que un gran número de
los maestros que ejercieron durante la República en la provincia de Huesca se exiliaron a Francia.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
y lo denunciaron los mismos del pueblo. Creo que ella nunca quiso volver allí y que
vendieron la casa”. Comenta también el caso de un chico del pueblo que volvió “del
campo de concentración” con fiebre de Malta.
El haber sido republicano o el que te consideraran republicano suponía gra-
ves dificultades o incluso humillaciones y vejaciones. Un tío de Ac de Boltaña poco
antes de la llegada de los nacionales huyó a Cataluña, lo que le valió a la vuelta
que no le volvieran a contratar en La Ibérica, en represalia por republicano. “Más
terrible aún fue el caso de una chica de Guaso a la que los soldados nacionales viola-
ron y raparon el pelo”. Probablemente no fue el único caso que hubo, pero “como
después ya no se hablaba de nada…”. Fuera del Sobrarbe, Ac supo de dos chicas de
Ayerbe a las que, “acusadas de rojas, les raparon el pelo, les hicieron beber aceite de
ricino y hasta tenían prohibido abrir las persianas de su casa”. El rapar el pelo y dar
de beber aceite de ricino fue un castigo infligido específicamente a mujeres, con el
que se perseguía humillarlas y señalarlas públicamente como “rojas”. En la mayoría
de los casos se las consideraba “rojas” por el mero hecho de ser hijas, hermanas o
mujeres de “rojos”.
Menciona Ac con mucho cariño a unos curas vascos que estaban desterrados
en el Sobrarbe; recuerda especialmente a uno de ellos, “don Pedro Atutxa”, que lle-
vaba siempre unas botas con los cordones desatados y les enseñó a cantar una misa
en francés. “Me acuerdo de que después de la guerra te tenían que hacer comulgar,
pues nosotros no habíamos comulgado. Bajamos a Aínsa; en una casa tenían unos
trajes de comunión y mamá pagó cinco pesetas para que nos los dejaran. Yo iba de
ángel con alas y todo azul, y mi hermana de Santa Teresa”. Fue don Pedro Atutxa el
encargado de darles la primera comunión.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
cada casa o por cada uno (no sé, por cada uno sería…). En casa compraban trigo
donde podían a escondidas, luego iban a moler también a escondidas al molino de
Guaso, al molino de Laspuña si se podía. Mira, para poder comer, había que ir siempre
como si lo hubieras robado. ¡Cuántas veces he ido a Aínsa a moler de noche, a escondi-
das de todos! Mientras dormía el delegado, el molinero nos pesaba el trigo, nos daba la
harina y nos marchábamos para arriba, y a lo mejor se nos hacía de día por el camino.
Hemos vivido una vida muy dura, muy dura”. Recuerda Ad que, durante un tiempo,
“trajeron a unos militares a Labuerda de descanso”, y su padre le dijo: “Cuando pases
por Labuerda te echarán el alto, pero tú no te acobardes. Te dirán: «¡Alto! ¿Quién
vive?» y tú dices: «España».” Al pasar por Labuerda los militares les salieron al paso
y tras el consabido “¡Alto! ¿Quién vive?”, Ad se quedó completamente paralizada
por el miedo, aunque confiesa que solo sintió miedo esa primera vez. Logró reunir
las fuerzas necesarias para contestar: “España”. Acto seguido les preguntaron los
militares qué dónde iban y Ad les contestó: “A moler trigo”. “Eso era la penitencia
más grande del mundo, no podíamos moler lo que era nuestro siquiera, todo racionado.
Aquí se pasó mal, muy mal”.
La diferencia entre lo que había vivido en Francia y lo que vivía en España
era, para Ad, flagrante: “En Francia también trabajábamos como brutos, pero no nos
faltaba nada, porque teníamos de todo. Trabajábamos la tierra y criábamos pollos,
conejos, corderos, terneros, cerdos; trabajábamos mucho pero no nos faltaba comida.
Además allí, cuando estalló la guerra de Alemania con Francia, nos daban racio-
namiento cada semana, que aquí no. Todas las semanas ibas y te daban racionamiento,
los martes (siempre me he acordado), que era el día del mercado en el pueblo; y te
daban un kilo de azúcar, un trozo de jabón, de todo, un poco de todo para que no se
muriera de hambre la gente. Pero aquí, nada; ¡bueno, aquí! ¿Racionamiento? Cuando
llegaba, si Dios quería”. Y no es que en Francia siempre les hubiera ido todo bien:
“En Francia, al principio, pasamos hambre de pan”, pero el hermano de Ad se hizo
amigo del panadero, que era muy fumador, y le propuso darle todo el tabaco que
le correspondía del racionamiento a cambio de pan: “¿Malo? Sí… ¡daba un mal de
estómago! Pero era pan”.
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Sofía Jiménez Castillón y Ana Gómez Rabal
comida, pero como soldado de segunda y porque no había de tercera, que si no hubiera
sido de tercera. Y la noche que daba lentejas para cenar, no me querían ir a cenar los
artilleros y aquella noche me tomaba yo un plato de lentejas con buenas cucharadas,
porque eran más que buenas. ¡Y huevos fritos para comer! Todos los días, además,
un cuarto de litro por hombre para comer y un cuarto de litro para cenar de vino de
Almudévar y que, sin pasar por ninguna mano más, iba directamente para el comedor;
los artilleros se lo bebían y ¡qué contentos se ponían! Así que después, por donde quiera
que me veían, empezaban: «¡Viva fulano! ¡Viva! ¡Viva!». Pero eso no me gustaba, por
lo que un día le dije al capitán de cuartel que quería ir a hablar con el señor coronel,
gobernador militar, para decirle que no quiero que me vengan vivas y con historias: yo
trabajo para que coman y para comer yo también. Que a mí no me faltaba de comer,
por eso trabajaba yo así: porque le tenía miedo al hambre, que, si no, no hubiera tra-
bajado así”.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
en una pensión de unos señores que eran de Salinas y que tenían dos hijas. Las tres
se paseaban por el Coso cuando oyeron “unos gritos por los balcones y una manera
de tocar campanas” que se asustaron, pensando que venía otra guerra: “Y era que la
guerra se había acabado”.
La noticia del final “oficial” de la guerra coincide, en la memoria tanto de Pb
como de Ae, con la salida de este último del campo de concentración de Barbastro.
Insiste Ae en que, ejemplo de una injusticia absolutamente flagrante y muy repre-
sentativa de la época (anterior y posterior al parte oficial que daba por terminada
la contienda), fue la vigencia del acuerdo común y general tomado por las fuerzas
del ayuntamiento de su pueblo natal sobre la denegación de avales, decisión que
pone en boca de sus autores en los siguiente términos: “A estos que estuvieron en la
zona roja: a estos no se les hace ningún aval, que han sido unos asesinos, unos inde-
seables”82. “Si no se tenían avales no se salía, aunque después la gente fue saliendo,
porque tampoco le interesaba al régimen dar de comer a tanta gente”, sostiene Ae. En
su caso, estuvieron Ae y su hermano en el campo de concentración veintiún días.
Resultó que el teniente que tan amablemente los había recibido cuando llegaron a
su pueblo, fue destinado al campo de concentración de Barbastro; a los veintiún
días de la entrada de los dos hermanos, por el altavoz –“porque llamaban por el alta-
voz para todo, para lo bueno y para lo malo, pero nosotros pensábamos que solo podía
ser para algo malo, porque como sabíamos que no nos iban a hacer los avales...”– los
llamaron. El teniente los hizo sentar frente a él y les dijo: “Aquí tenéis los avales,
pero no os los han hecho en vuestro pueblo, sino en Barbastro, dos señores que no os
conocen”. Había intervenido en ello un tío de Ae, que tenía ciertas influencias. El
teniente les explicó, refiriéndose a las autoridades del pueblo, que “aquella gente es
muy mala gente, porque no quiere que vuelva nadie para quedarse ella con todo”. Ae
insiste en que el teniente, “sin decirlo muy claro, se notaba que estaba muy descon-
tento de los gerifaltes de turno, con los falangistas y todo eso”. Así pues, el día en que
oficialmente terminó la guerra, el 1 de abril, Ae se vio “libre”. Sin embargo, al salir,
“como me cogían las quintas”, lo llamaron a filas para cumplir el servicio militar,
pero, como eran tres los hermanos que estaban en el servicio (“un tercero que luego
se haría sacerdote”), la familia pudo reclamar a uno de los tres y reclamó a Ae. De
vuelta a su pueblo en otoño, encontró trabajo como capataz de una brigada de
reconstrucción de “Regiones Devastadas” y estuvo trabajando en la reconstrucción
de Javierre; en mayo de 1940, Pb y Ae se casaron. Pero, en agosto del mismo año, Ae,
“como todos los del valle”, fue llamado de nuevo a filas “porque me cogieron de nuevo
las quintas”: “nos juntamos de Laspuña, de Escalona, de Lafortunada, de Bielsa, de
Barbastro y yo fui destinado a África, donde estuve dos años”. Ae estuvo cumpliendo
el servicio militar un total de tres años.
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Las familias poderosas que se habían hecho dueñas y señoras del ayunta-
miento y del pueblo se valieron también de sus influencias para aprovecharse de
las ayudas a las “Regiones Devastadas”. Cuando empezaron a edificar, relata Ae,
“edificaron las casas de ellos y, cuando terminaron de edificar las casas de ellos, vino
una riada que cortó la carretera y las obras de las casas se acabaron”. Pb cuenta
que, mientras, había familias enteras que no recibían ninguna ayuda y que vivían
hacinadas en una habitación, “donde dormían el padre, la madre y los hijos”. Ella no
estaba aún en la comarca y no pasó hambre: no había pasado durante la guerra y
no pasó después de la guerra, “porque a su padre, los de la empresa, si no le pagaban,
le daban todo”. Y prosigue: “Se compraba la comida de estraperlo. A Bielsa llegaba el
azúcar, la harina y mantas, pero se las quedaba quien se las quedaba, las familias bien
colocadas, los de Falange. Menos mal que había un campo donde se criaban patatas y
remolachas, y había quien cocía la remolacha en casa para sacar azúcar”.
Lb: Como las condiciones de vida en el pueblo eran realmente duras, pues
ni siquiera disponían de una casa propia en la que vivir, ni tenían dinero suficien-
te para rehacerla, una vez finalizada la guerra Lb decidió marcharse a trabajar a
Barcelona, donde tenía a dos hermanas viviendo desde antes de 1936. Estas traba-
jaban en la ciudad como criadas y no les resultó difícil encontrarle un trabajo de lo
mismo a Lb. Pero Lb además, habilidosa con las manos, estudió corte y confección
y pudo coser para conocidas artistas, la Bella Dorita y Victoria de los Ángeles. Son
gratos recuerdos para ella que contrapone al pesar de los tiempos de la guerra y de
la primera posguerra.
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La memoria colectiva de las mujeres del Sobrarbe sobre la Guerra Civil
menos; ya no pensabas que iban a venir los aviones y que iban a bombardear, porque,
aunque aquí no pasó nunca nada durante la guerra, oírlos los oías, porque estaban
cerca”.
T expresa su convencimiento de “la inutilidad de la guerra”, lamento que,
explica, compartía con su marido, a quien le parecía doloroso recordar los episo-
dios vividos, “bastante sangre había corrido”. T se fue con 18 años a Barcelona y
allí se casó con su entonces novio, por lo que solo pasó los primeros cinco años de
la posguerra en su lugar de origen. Pero sabe que precisamente en esos años los
hombres que habían luchado en el bando republicano tuvieron que pedir avales
para poder regresar al pueblo. Para conseguirlos, “de algo podía valer el haber sido
monaguillo antes de la guerra o el tener una buena relación con el cura”.
Af, Ag, Tb: Como corroboración del ambiente represivo que las tres entrevis-
tadas han descrito83, Af relata la historia de un hermano de su marido, cuyo final,
“por suerte”, no fue cruento: “Mi cuñado estuvo diez años en la cárcel, uno conde-
nado a pena de muerte. Se le había acusado de matar al hijo de una familia pudiente
de Barbastro. El mismo cura que no nos ayudó a nosotros, muy influyente, estaba
entonces en Zaragoza, y en este caso sí que ayudó a que mi cuñado fuera indultado”.
“Con el nuevo régimen, nuevas obligaciones”, resumen las tres entrevistadas.
Frente al recuerdo del saludo “salud” con los milicianos, el Cara al sol, con los
nacionales. Recuerdan la obligación de ir a la sede de Falange, “donde no se enseña-
ba nada pero se inculcaba espíritu nacional”. La sede estaba en la plaza del pueblo,
en la casa de una destacada familia republicana que había tenido que irse a Francia.
“Las niñas íbamos allí y, si nos portábamos mal, nos mandaban a la falsa, con las
ratas. Los niños tenían que ir por ahí de excursión con un cura que les obligaba a
rascarle la espalda”, afirma Ag. Ella misma cuenta también cómo hizo la comunión
con traje de Falange, “azul con el yugo y las flechas en rojo. Era un vestido de otro
color, pero mi madre me lo tiñó para que yo pudiera comulgar como se exigía”. Ag,
más tarde, se fue a vivir con unos tíos a Burgos: “Allí estuve seis años y una cosa que
me chocó muchísimo fue el color del pan: en Burgos brillaba el pan blanco; aquí, por
ese tiempo, el pan era negro”.
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hambre aunque luego, después, se fue espabilando”, M caracteriza los nuevos tiempos
como los de una época “en que no había libertad de nada”. Resume la situación alu-
diendo a la falta de libertad de expresión en la vida diaria: “La gente no podía hablar,
porque, si hablabas, liabas la castaña...”. A ello suma M la imagen de la Guardia
Civil, presencia que recuerda atenazadora en la vida cotidiana: “La Guardia Civil
venía mucho por los pueblos a ver si pasaba algo y, claro, la gente no se movía”. Luego,
recuerda M, llegaron de Francia aquellos “a los que llamaban los maquis”; en el
pueblo de M no entraron, pero se instalaron en Laspuña, donde “estuvieron dos o
tres días”84. M narra cómo el cura de Laspuña, que también era el cura del pueblo
de M pero vivía en Laspuña, oyó que decían “que ha venido el Frente de Liberación,
que ha venido el Frente de Liberación” y se echó por una ventana a la calle, pero no
se hizo nada. A raíz de la llegada de los maquis, la Guardia Civil lo interrogó; sin
embargo, el cura de Laspuña “defendió siempre a aquella gente, porque a él no le
habían hecho nada” y lo llamaron, a raíz de ese episodio, “el cura rojillo”85. Pero es
que, en un ambiente de miedo como el que imperaba, “la gente no se podía mover
para ningún sitio”, afirma M. No obstante, M detalla a continuación que, si por
algo resultaba menos asfixiante el ambiente en pueblos como el suyo, era porque se
trataba, precisamente, de pueblos pequeños, “donde todos éramos familia”, “donde
no había ideales, no había ideas políticas”, esto es, donde no había un alto grado de
politización y, por lo tanto, no había habido enfrentamiento de bandos entre los
vecinos del pueblo durante la guerra. “En el pueblo no pasó nada”, recalca M, y a
modo de ejemplo cuenta que a su propia casa “iba a comer, o a cenar, la Guardia
Civil”. Había entonces muchas personas que se iban a Francia clandestinamente y
otras que entraban en España también clandestinamente, “bandas de maquis” que
cruzaban la frontera y maquis solos que se refugiaban en el bosque, y los guardias
civiles le decían a su madre: “¿Tú te crees que vamos a estar ahí, en el monte, toda la
noche, para que venga uno de Francia y nos pegue un tiro? ¡Ni hablar! ¡Vamos a recoger
y a dormir a tal pajar!”.
El padre y los tíos de M, ex soldados republicanos, como otros hombres
del pueblo, se dedicaban a ir a picar madera por Torla y el valle de Broto, “ya no
decían nada, no hablaban, no se metían en nada después de haber pasado todo aque-
llo”. En cambio, recuerda M cuántas veces repetían que un hermano de la madre
de M y uno de su padre, quienes, tras el estallido de la guerra, habían ido a avisar
a unas personas de Escalona de que corrían peligro de muerte y a aconsejarles que
se escondieran en la Barona, tuvieron que sufrir en esa nueva época la enemistad
y el rencor de esas personas, muy bien situadas y muy bien relacionadas a raíz de
la instauración del régimen de Franco. El padre de M se lamentaba: “¡Mira que si
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y que nunca les contaba nada a sus hijos. La gente no hablaba y muchos no saben lo
que sufrieron sus padres”.
Lc tuvo muy pocas noticias de su marido mientras duró la Guerra Mundial.
Algunas veces se escribían a través de unos intermediaros de Italia o de Andorra.
Otras cartas llegaban oficialmente “con unas rayas que habían marcado los alemanes
para señalar cosas que querían traducir”. Meses sin correspondencia, sin saber si su
marido estaba muerto o no, se acabaron en 1946, cuando Lc decidió irse clandes-
tinamente con su hija a Francia. De Saravillo fueron andando hasta Gistaín, y de
Gistaín, a las doce de la noche, con un grupo de varias personas, emprendieron el
camino hacia arriba. Tenían que pasar la frontera antes de que se hiciera de día,
para no ser descubiertos por la Guardia Civil, y lo consiguieron. En Saint-Lary se
encontró Lc con su marido.
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Rd, Re: Teniendo en cuenta la descripción que han dado en varias ocasiones
de la “buena situación” de sus pueblos89, insisten en que hambre y necesidad durante
la guerra no pasaron. Contraponen, sin embargo, su experiencia a “lo mal que lo
pasaban las personas que vivían en la ciudad”. Pero, frente a la primera situación,
“la posguerra fue terrible”. Había que dar todo el trigo que se tuviera y las familias
de Rd y Re se guardaban un poco para molerlo a escondidas, de noche, y hacer
pan blanco. El marido de Re, con el que se había casado ya después de la guerra,
se llevaba pan blanco a Madrid, “pues allí no había”. Rd recuerda que molían en
Formigales; Re, en Morillo de Monclús.
Otra idea referida a la posguerra, también de la década de 1940 pero pos-
terior a la anterior, es la presencia de maquis en La Fueva. Rd y Re afirman que
muchos maquis eran de la zona, pues conocían el terreno. Uno de los principales
era de La Pardina, de Castejón de Sobrarbe. Entre los maquis había una mujer que,
cuando en algún pueblo se encontraba con la Guardia Civil o con los soldados, se
hacía pasar por una mujer del pueblo, disimulando echándoles comida a las gallinas
o a las vacas.
Jd: “Aunque yo era todavía una cría, recuerdo que oía decir a los mayores que
pasaban muchas calamidades”. Ese era el ambiente que respiraba Jd, en el que el
hambre y la necesidad adquieren todo el protagonismo: “No teníamos pan y había
que comer pan de panizo, que era muy basto. En mi casa masaban y todo, pero claro, no
había trigo, no había harina, no encontraban trigo para poder molerlo y poder comer.
Muy mal. Después de la guerra lo pasamos realmente mal, de eso sí que me acuerdo,
de que pasamos calamidades”. Y no solo había problemas con la harina, pues Jd
recuerda que tampoco tenían aceite y que se veían obligados a comer las escasas
cosas que había. Así pues, las farinetas, hechas con harina de panizo, se convirtieron
en parte importante de su dieta. “Pasamos mucha necesidad porque no había para
comer. Y encima éramos ocho de familia y, para comer todos, se necesitaba tener una
buena olla. Lo pasamos mal, sí”.
La madre de Jd hacía la ropa de toda la familia reaprovechando telas viejas
que tenía por casa: “Mi madre me hacía vestidos con telas que tuviera; también le
hacía los calzoncillos a mi padre”. Aunque también recuerda que, de vez en cuando,
aparecían gitanos “que vendían telas de barato precio y, a lo mejor, en vez de darles
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dinero les daban comida”. Este trueque de telas por patatas u otros productos del
huerto era una forma asequible de conseguir telas con las que vestir a toda la fami-
lia, en un momento de gran escasez económica como fue la posguerra.
Después de la guerra Jd empieza a ir a la escuela y recuerda “que había un
maestro para los chicos y una maestra para las chicas”. La nueva moral que imperaba
en el país consideraba pernicioso, por no decir pecaminoso, para la educación de
los niños el que asistieran a clases mixtas: “Estábamos así, en clases separadas; ellos
con su maestro, nosotras con nuestra maestra. ¿Cómo iba a ser de otra forma?”, se
pregunta Jd con cierta ironía90.
90 Además, ¿los papeles reservados a estos futuros hombres y mujeres en la sociedad franquista, no
eran tan distintos que debían recibir, unos y otras, una educación diferenciada?
91 Ella no recuerda este dato concreto, es su marido quien se lo confirma.
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5. Agradecimientos
Francisca Allué, Cecilia Allué, Áurea Arnal, María Arnal, Pilar Bestreguí,
Teresa Campo, Juan Campo, Luciano Candel, Josán Casabona, María Castillo,
Luisa Castillón, Ramón Castillón, Elisa Castillón, Rosa Ceresuela, Antonio
Escalona, Pilar Estévez, Pere Farró, Ascensión Garcés, Eva Gazo, Teresa Gracia,
Ascensión Jiménez, Fernando Jiménez, Asunción Lamúa, Amalia Lamúa, Felicitas
Lamula, Generosa Laplana, Emilio Lavilla, Leonor Naval, Julio Nogués, Carmen
Rabal, José Román, Recuerdo Salinas, Justa Salinas, Rosa Sallán, Ana Sampietro,
Felicitas Sánchez Puértolas, Luisa Sánchez Puértolas, Avelina Plana, Elena
Valverde, Ramona Vendrell y Juanita Viu.
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PRENSA DE LA ÉPOCA
• ABC, ediciones de Madrid y Sevilla, 1936-1939. Colección particular.
• Heraldo de Aragón, Zaragoza, 1936-1939. Hemeroteca de la Diputación
General de Aragón.
• Vida Nueva, órgano de la 43.ª División. Boltaña, 1937-1938. Biblioteca
Provincial de Zaragoza.
DOCUMENTALES
AGUILERA, Ana; BLASCO, Inmaculada; GIL, Ana Esther, y ORGILÉS,
María: Aguaviva: Una historia en femenino. Documental histórico que
rescata la memoria de las mujeres de un pueblo de Teruel durante la
II República, la Guerra Civil y la Posguerra. Colectivo de Estudios
Visuales y de Investigación Histórica de Mujeres (E.V.H.I.M.), 1996.
CAMINO, Jaime: Los niños de Rusia, España, 2001.
CORCUERA, Javier: La guerrilla de la memoria, España, 2002.
SIERRA, Daniel, y SIERRA, Jaime: La Guerra Civil española, VII: La gue-
rra cotidiana, España, s. a.
THOMAS, Hugh; TUSSELL, Javier, y FRASER, Ronald (asesoramien-
to histórico): La Guerra Civil Española, Granada Televisión, 1982.
Distribuido en España por Planeta, 6 DVD, 2005.
OTRAS FUENTES
• Conversaciones y entrevista con Julián Antonio Ramírez, periodista (locu-
tor durante su exilio en Francia de Radio París, emisora en español de la
Radiodifusión Francesa) y miembro de la Caravana de la Memoria. Se le
rindió un homenaje en marzo de 2003 en Muchamiel (Alicante), al que asis-
timos.
• Entrevista con Jordina Medalla, coautora del libro, junto con Daniel Martí,
El cinema a la vila d’Arbúcies, Gaüses, Llibres del Segle, 1998, elaborado a
partir de los testimonios orales recogidos en el pueblo gerundense que apa-
rece en el título.
• Asistencia al taller “La entrevista como parte esencial de la narración etno-
gráfica”, impartido por Severino Pallaruelo en Labuerda el 15 de marzo de
2003, dentro del ciclo “Taller de documental”, inscrito en Espiello. Muestra
de documental etnográfico de Sobrarbe.
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SOBRARBE
Revista del Centro de Estudios de Sobrarbe, n.º 12 - 2
2. Memorias
En el pasado se sufrió la tragedia de la guerra1
Por Francisco Bergua
1 Nota del editor: Este relato pertenece al texto mecanografiado y encuadernado por el autor “En el pasado se
sufrió la tragedia de la guerra, en el presente todo es diferente”. Agradecemos a Francisco Bergua y a su familia
el habernos facilitado el volumen y permitirnos incorporarlo.
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Mes de julio, los nacionalistas se apoderan del pico Oturia de Santa Orosia,
que era su objetivo, nosotros nos estacionamos en el pueblo de Bergua.
Mes de agosto: nos trasladamos a Sarvisé, haciendo salidas al frente de
Biescas, por intervalos.
Mes de septiembre: las mismas alternativas, y los acemileros con sus mulos
fueron trasladados al pueblo de Yésero.
Mes de octubre del corriente año. Ofensiva en el Alto Aragón por los republi-
canos: la División 43.ª, atacando por la parte de Arguisal, pasando el río Gállego,
apoderándose del pueblo de Biescas con muchas bajas, profundizándose más de
5 km en campo enemigo. El pueblo de Gavín quedó cercado durante 3 días, llegó el
contraataque enemigo para abrir paso a los cercados de Gavín, siendo rechazados
y al cuarto día se vencieron: fue lo que dijo el que mandaba estas fuerzas cercadas:
“No me rindo, que me habéis vencido”.
Por la parte de Orna, la 27.ª División atacaron por la ermita de San Pedro,
con la pérdida y recuperación de posiciones de los dos bandos, en el curso del mes;
por nuestra parte se presentaron varios ataques, y la salida por la noche para el
cambio de posición de la artillería.
Mes de noviembre: siguiendo la misma tónica, hostigamiento en todo el sec-
tor por una y otra parte, por nuestra parte, cambio de posiciones.
Mes de diciembre: se presentó un invierno muy duro, con temperaturas
de 10 a 12º bajo cero, como consecuencia de esto, en primera línea los centinelas
tenían que ser relevados cada media hora, y muchos no resistían, quedando hela-
dos mayormente de brazos y piernas. Nosotros nos encontrábamos en el pueblo de
Gavín, todo destruido por la guerra montando tiendas de campaña, y nosotros, los
cocineros, en un coche abandonado, pero con mucho frío.
Mes de enero del 38: ataques espontáneos en varios frentes, en nuestro sector
cambio de posiciones de nuestra artillería.
Mes de febrero: lo más destacado del frente de Aragón fue la ofensiva sobre
Teruel por los republicanos, después de varios días de ataques con temperaturas de
15º bajo cero, fue conquistada la capital, y el día 28 del mismo mes los nacionales
la recuperaron. Por nuestra parte, sin ninguna acción, con un intenso frío en todo
el sector.
Mes de marzo: ofensiva de los nacionalistas por el sur de Teruel y el Ebro. En
el sector del Alto Aragón, hostigamiento por los dos bandos, a finales del mes en
curso fue el traslado con la artillería de Biescas al frente de Orna.
Mes de abril del 38: Sigue la fuerte ofensiva de los nacionalistas con dirección
al Mediterráneo por la derecha del río Ebro, con grandes masas de aviación y de
artillería.
El día 4 del corriente, llegan a Lérida, y el día 14 cortan por el Mediterráneo.
Las fuerzas de la República se retiran al lado del Ejército del Centro. Los naciona-
les, con apoyo de la aviación y la artillería, siguen avanzando dirección a Castellón.
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2 Nota del editor: Sería en el departamento del Maine-Loire, la localidad de Cholet La Tessoualle.
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declaración que tenía que decir, que fuera positiva para mí, me despojé de todo el
papeleo que llevaba, y la declaración que tenía que hacer, documentación ninguna,
me presenté ante la autoridad.
Pregunta: “¿De dónde viene usted?”.
Respuesta: “De España”.
P.: “¿Con quién ha venido?”.
R.: “Con la 43.ª División”.
P.: “¿De qué provincia es usted?”.
R.: “De Huesca”.
P.: “¿Documentación?”.
R.: “Ninguna”.
P.: “¿Qué edad tiene usted?”.
R.: “16 años”.
Me cachearon, repitiéndoles que no llevo documentación, nada más que un
billete de 500 pesetas, preséntelo, y me dieron 30 francos.
Me retuvieron en un local cerrado con llave durante tres días, se enteraron
las francesas que allí había un retenido español, trayéndome bocadillos, siendo
agradecido. La declaración era mañana y tarde, por saber si yo cambiaba en mi
declaración, ateniéndome a ello, demostrándoles mi completa seguridad. Todo esto
representaba la clave para poder conseguir lo que yo deseaba, que era el poder pasar
como refugiado.
Después de cuatro días de declaraciones, me dijeron que partiríamos con un
chendarme (sic) a Hendaya, yo replique que a Hendaya sí, pero a la frontera no iría
por mi pie. Conducido por un chendarme, cogimos el tren, en el recorrido él me
demostró que por qué no partía a la zona de Franco, que la guerra la tenía ganada,
y me importunó diciéndome que Franco era bueno; yo le contesté que esta propaga-
ción me da a demostrar que le pagan bien, y a mí me sirve de molestia. A continua-
ción yo le dije: “Dónde me conduce, ¿a Hendaya o a la frontera?”. No, le conduciré
al suprefet (sic) de Hendaya, me presentó ante él, y me preguntó lo mismo que yo
declare en Bayona, que ya tenían mis datos, conforme con todo esto, me fotografia-
ron, me dieron un traje usado de paisano, y me preguntó si tenía familia refugiada
en Francia, le dije que sí. ¿Sabe su dirección? Si lo sé de memoria, Departamento
de Maine-Loire, Chole La Tesoal (sic).
Llamó por teléfono al alcalde de este pueblo, diciéndole si había una familia
en ese refugio que se llamara F. Bergua, le contestó que sí, dígale que le mandamos
a su hijo a ese refugio. El alcalde fue a hacérselo saber esta buena noticia que mi
padre no se lo creía, “será una confusión”, dijo. El alcalde le propuso que esa comu-
nicación era afirmativa, y que partiremos mañana a la estación de Chole con mi
coche, a su encuentro para traer a tu hijo.
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escuela, estaba ocupada por 40 españoles, todos conocidos, para compartir juntos
la buena comida y variada, y poder cocinar al estilo de España. Todo fue como
renacer en un nuevo día, con pesares, sufrimientos y alegrías.
Teníamos la plena libertad de poder salir a todo el entorno durante el día,
como también daban pruebas de ser humanitarios los particulares, dando ropas
y calzado para equiparnos, no dejaban trabajar, porque al estar internados en un
refugio, el Gobierno no lo permitía.
Se leía la prensa cada día, los acontecimientos en España seguían, se presen-
tó la batalla del Ebro, la más sangrienta y la decisiva, las dos partes probaron sus
fuerzas, hasta que venció la Intervención extranjera, como se esperaba.
Nosotros decidimos estar allí hasta terminar con la guerra de España, que
fue el 1 de abril de 1939, la guerra en Europa era eminente. Nuestro camino menos
malo era regresar a España. Después de estar un año con aquella buena vida, y vol-
ver de nuevo a nuestro país, todo destruido y despojado, encontrando nuestra casa
vivienda calcinada. En el mes de junio de 1939 fue el regreso a España, al llegar a
la aduana todo fue cacheo y registro a cada uno, entregando el poco dinero que lle-
vaba, a mí me mandaron al campo de concentración en Deusto, Bilbao. La familia
la dejaron seguir su camino, pero sin rumbo. Llegando al campo de concentración
todo era diferente: poca comida, dormir en el suelo, mucha disciplina a la hora de
izar la bandera, para esta formación en la plaza, había que estar firmes saludando
y cantando en voz alta los himnos nacionales, el que no cumplía estos requisitos,
el castigo era la verga, y dos horas firme frente a la bandera. Concentradas más
de 8.000 personas, sin ropa y sin dinero, sin espacio, en la nave que era ocupada,
nuestra posición sentados en el suelo, no había ropa para nadie para cubrirse. En la
puerta de entrada de la nave, durante la noche se presentaban escenas de terror. Las
personas que tenían que pasar a las cárceles antes las presentaban en la puerta de la
nave, y al penado le decían estas palabras: “Ponte firme, rojo criminal”, dándole con
la verga, una y otra vez, hasta que la persona caía al suelo desvanecido.
Mi situación era a ver si encontraba a un conocido que me prestara dinero
para escribir a los tíos, me encontré con un chico de Ceresa, exponiéndole el caso.
Me prestó tres pesetas, escribí a los tíos hasta tres cartas, diciéndoles el caso, que
necesitaba que me mandaran lo que el Ayuntamiento tenía que proceder con su
firma y otras autoridades para que me mandaran el aval.
Al término de 20 días ya me comunicaron en la plaza por medio del altavoz,
mi nombre, contestando con voz de alegría. También comunicaban con el altavoz
los que pasaban a ingresar en las cárceles, su contestación era débil y triste.
Nos condujeron al tren con dirección a su destino, haciendo parada en
Logroño, todos se salían del tren para comprar pan, yo me quedé el último, me
preguntaron: “¿Y usted qué?”. “No llevo dinero”. “Tome pan”. Quedé agradecido.
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Recuerdos de un “largo” verano
Por Clotilde Duch Campaña
Por deseo de M.ª Pilar Deza, esposa de mi hijo Bernardo, voy a procurar
recordar lo que pasamos en nuestro veraneo que duró veintitrés meses.
Salimos en un taxi de Huesca el día 2 de julio de 1936, la madre, la hermana
de mi marido y mis cuatro hijos: Clotilde, de once años; José Enrique, de nueve;
Bernardo, de siete, y Ramón, de tres, y dos muchachas.
La noche anterior de salir, escuché una conversación de la cocinera con la
portera, que hablaban de una sublevación que se estaba preparando para la “igual-
dad y fuera el capitalismo”, esto me sirvió para saber cómo pensaba la cocinera y en
el momento que sucediera algo saber a qué atenernos.
Llegamos a Sarvisé donde ya habíamos veraneado otros años y nos instala-
mos en la casa llamada “de Don Blas”, una de las mejores del pueblo. Los primeros
días los pasamos relativamente tranquilos, pero la gente se veía preocupada. En la
tienda del pueblo me saludó un hermano del médico Artero –que tanto bien hizo
en Huesca–, que estaba con unos amigos, me explicó que la cosa estaba muy mal y
que algo iba a pasar en pocos días, yo le dije que deseaba que de una manera u otra
se arreglara todo pues con esa incertidumbre no se podía vivir. Fui con cuidado con
lo que decía, pues sabía que él no pensaba como nosotros.
Pasamos unos días de intranquilidad siempre con el miedo de lo que podía
suceder y así llegó el 18 de julio, nos enteramos enseguida por la radio de lo ocurri-
do, pero no creímos nunca que tuviera las consecuencias que tuvo.
No recuerdo bien el día que empezamos a ver milicianos por el pueblo, uno
de los días llegó el novio de la cocinera, que era uno de los cabecillas del pueblo de
Grañén, y dijo que ahora “el dinero no valía nada” y que se llevaba a su novia y a la
otra muchacha. Yo le dije que lo encontraba natural y lo traté de la mejor manera.
Comió en casa y después de comer y de darles a las muchachas algo del poco dinero
que teníamos, marcharon los tres dejándonos bien tranquilos, pues como sabíamos
su manera de pensar no podíamos hablar con tranquilidad.
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Clotilde Duch Campaña
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Recuerdos de un "largo" verano
supimos que ya estaba fuera de España. De estas noticias nos enterábamos por los
encargados del molino que eran de los nuestros.
Llegó el mes de septiembre y como sabíamos lo que esto iba a durar, decidí
mandar a los niños a la escuela, hablé con la maestra que no me puso ningún incon-
veniente y empezaron a ir a clase todos los días, pero llegó a la escuela un grupo
de milicianos y se llevaron a la maestra y su madre de ochenta años, después de
unos días nos enteramos que habían matado a las dos, esto nos horrorizaba ya que
estaban siempre amenazando.
Cada día se veía más gente rara vestida con monos verdes a los que llamaban
“aguiluchos”.
No recuerdo bien el día, pero sería en el mes de septiembre cuando llegaron
unos milicianos a las nueve de la noche, diciéndome que fuera con ellos, que alguien
quería hablar conmigo. Me metieron en una habitación donde estaban varios mili-
cianos sentados alrededor de una mesa y me preguntaron: “¿Dónde había estado ese
día y si llevaba ese mismo vestido?”. Yo les dije que solo había estado en la tienda
comprando, entonces se pusieron a hablar entre ellos, diciéndome que podía mar-
char, puesto que se había tratado de una equivocación. Al salir no pude menos de
decirles que podían haberme evitado el susto.
Teníamos una amiga de Tudela que estaba en casa de unos parientes del pue-
blo en cuya casa no escaseaban de nada, así que ella nos traía lo que podía. Un día
llegó a la cocina y vio a mis hijos en la mesa de la cocina, con un plato cada uno,
donde quedaba un poco de aceite, de haber frito unas morcillas –regalo de alguna
casa del pueblo–, les preguntó: “¿Qué hacéis aquí?”. A lo que yo contesté: “Esperar
a ver si tienen un poco de pan para recoger ese aceite”; no quiso oír más y se marchó,
al poco rato regresó con un gran trozo de pan con el que los niños pudieron dejar
bien limpio el plato.
En la casa donde estábamos hacían calderada todos los días para los tocinos
y ponían las patatas pequeñas, mis hijos iban con un palo largo y pinchaban alguna
patata que se comían bien satisfechos. Cuando lo veían les alborotaban, pero ellos
no hacían caso y en cuanto se descuidaban volvían a por más.
En el mismo pueblo pasaban el verano una hermana mía con su marido y los
hijos, al marido no se puede decir de qué partido era, pero con los rojos no estaba
bien considerado, así que por precaución se fue a Barcelona. Como mi hermana era
profesora de la Escuela Normal, en vista de que los chicos se quedaban sin maestra,
les daba ella algún rato de clase.
Pasaban los días y los meses y cada vez íbamos peor de alimentos. Un día
me encontré con un médico cuando iba a buscar pan a una casa que sabía habían
amasado, me preguntó que dónde iba a esas horas, pues yo desde que me dieron el
susto de aquella noche, después de las ocho de la noche en invierno ya no salía de
casa. Al decirle lo que iba a buscar, me dijo que procurara que no me viera nadie
y entrara en el portal donde tenían el hospital y que cogiera un paquete que estaba
173
Clotilde Duch Campaña
encima de una silla, así lo hice, encontré no solo un pan sino algo más, no recuerdo
el qué, pero era algo que nos vino muy bien.
Otro día me encontré con un miliciano que llevaba un libro de francés, estaba
en el portal del lavadero de nuestra casa; sin saber cómo, empezó la conversación y
al ver a los niños les dijo si querían que les diera un rato de clase de francés, a los
chicos les pareció bien y a mí también, por lo que a las cuatro de la tarde venía a
casa y estaba un buen rato con ellos. Yo observaba lo que les decía y, por lo que oía,
comprendí que era de los nuestros. Al ver que el pan lo llevábamos escaso, me dijo:
“No se preocupe, señora, que yo procuraré traerle algún chusco de los que nos dan a
nosotros, se les diré a los compañeros y no empezaremos más que los que necesitemos
nosotros y les traeremos los que queden enteros”, así lo hizo. Otro día, al ver que los
niños llevaban cuerdas en vez de cordones en las botas, les dijo: “Mañana os traeré
unos cordones”, y así fue, pues al día siguiente se los trajo junto con un paquete de
caramelos. Al ver lo bien que se portó le dije si podía yo hacer algo y me contestó
que le vendría muy bien una chaqueta de punto gruesa, pues pasaba mucho frío; al
decirle que se la haría, me trajo un montón de madejas de lana azul, con lo que le
hice la chaqueta rápidamente. Sobró bastante lana con lo que le hice otra chaqueta
al pequeño que le vino muy bien pues el pobre iba casi de verano.
No puedo menos de recordar lo buenos que fueron todos los del pueblo con
nosotros, el médico de Broto, cuando venía a Sarvisé, no dejaba de pasar por casa
para ver cómo estaba mi hija, que tuvo una especie de enfermedad al hígado, por lo
que le recomendaron un plan de comidas que hubiera sido imposible sin la ayuda
de una casa del pueblo donde comían los jefes de los milicianos, como ellos tenían
ternera todos los días, la dueña de la casa me dijo: “No se apure, yo todos los días
le guardaré la carne que necesita. Un día les haré albóndigas, otro día en guiso con
verduras, así les escamoteare lo que tiene que comer su hija”. En otra casa nos daban
los corazones de las patatas, yo no sabía lo que era eso y resulta que era lo que que-
daba de la patata después de quitar lo bueno para sembrar. En otra casa sembraron
judías y nos daban la verdura que necesitábamos. Cuando amasaban, que lo hacían
en todas las casas, siempre nos daban una “torta prima”, se llama así porque es la
primera que sacan del horno.
La gente del pueblo se enteró de que yo había recibido noticias por la Cruz
Roja de la parte nacional, vinieron a pedirme que escribiera a la Cruz Roja para
poder tener ellos noticias de sus familiares que estaban en la otra zona. Yo lo hacía
con gusto, ellos, agradecidos, me daban algo que siempre venía bien. En aquellos
días yo hacía todo lo que sabía, cosí trajecitos para niños, hice jerséis para recién
nacidos, para alguno mayor, trajes pantalón, ayudábamos a sembrar patatas, judías,
maíz, en los portales de las casas desgranábamos maíz, donde nos daban una buena
merienda para todos los que habíamos ayudado. Excuso decir que ayudábamos
todos. Un día fui a llevar un jersey a una casa y se empeñaron en que merendara,
yo dije que tenía mucha prisa y no podía quedarme, ellos me dieron un buen trozo
de jamón con el que tuvimos para comer al otro día todos.
174
Recuerdos de un "largo" verano
Un día nos avisó la mujer del maestro de Broto que fuéramos a buscar algo
que tenía para nosotros, fueron mis hijos, pues yo tenía prohibido salir de Sarvisé,
y volvieron con un saco de chuscos de pan y una capaceta con alguna lata de carne
de búfalo que con patatas cocidas resultaba un plato de alimento. Ese mismo día
por la tarde estaba en casa un farmacéutico de Zaragoza y al decir él que lo que
más escaseaba era el pan, yo le saqué cuatro chuscos, lo agradeció diciéndome:
“También usted los necesitará”, entonces mi hijo el mayor le contestó: “No, Antonio,
que mamá tiene un saco en la cocina que nos han dado en Broto”. Yo les enseñé el
saco, que aunque no estaba lleno ni mucho menos, con este pan pudimos hacer
sopas de leche que les gustaban mucho a mis hijos y era un buen alimento. Y así
fueron pasando los días...
En la casa donde estábamos había una señora de bastante edad y como sabía
por otros veranos que hacíamos unas pastas de nata, me preguntó si se las haría
puesto que ella me proporcionaría todo lo necesario: huevos, azúcar, harina, etc.,
para que yo se las hiciera en mi cocina pues no quería que se enterara su familia; yo
enseguida acepté, pues pensé que al hacerlas algo nos daría, como así fue. Esto se
repitió alguna vez y siempre lo hacía con gusto.
Había también una señora de Zaragoza que se llamaba Pilar Carrascón, que
veraneaba cerca de nuestra casa, y cuando veía salir humo de nuestra cocina, a hora
no acostumbrada, venía enseguida, pues comprendía que algo estábamos haciendo
y ella también quería participar.
En el tiempo de recoger el maíz tenían costumbre en el pueblo de reunirse en
el portal de las casas varios vecinos para “espinochar”, cuando se acababa la faena
hacían una buena merienda que a nosotros nos servía de cena. Cuando nos enterá-
bamos que en alguna casa lo estaban haciendo, nos acercábamos y nos aceptaban
con gusto.
En tiempo de matanzas, no pasábamos necesidad, de todas las casas del pue-
blo (menos de dos) nos traían un buen presente que consistía en torteta, morcilla,
un trozo de hígado, otro de costilla y de alguna de un buen trozo de lomo, y como
entonces nos encontrábamos con bastantes provisiones, poníamos algo en conserva
para tener cuando lo necesitábamos. Así iban pasando los meses sin saber cuándo
iba a terminar.
En las primeras navidades, los niños de la casa donde estábamos habla-
ban de lo que les iban a poner los Reyes y el tercero de mis hijos, que todavía
no sabía que fuera los padres, esperaba encontrar algo en el balcón; me costó trabajo
de convencerlo de que eran los padres. Al pequeño le preparamos un caballo que era
un palillero, le pusimos una cuerda y con eso fue feliz llevándolo por toda la casa.
El marido de mi hermana se fue a Barcelona a enterarse de lo que pasaba y,
como tardaba en volver, mi hermana fue unos días a estar con él, dejando a sus dos
hijos a nuestro cuidado, y cuál no sería mi sorpresa que a su vuelta nos dijo que
estaba embarazada; como pudimos, fuimos haciendo lo necesario para un recién
175
Clotilde Duch Campaña
nacido y con algo que le dieron de alguna casa completamos el equipo. Pasaron
los nueve meses y un buen día nació el niño que, gracias a Dios, como en el pueblo
había instalado un hospital, la atendió un médico y un practicante y todo se resol-
vió normalmente.
Al marido de mi hermana lo detuvieron cuando se quería pasar a los nacio-
nales y se lo llevaron a la cárcel de Barbastro, desde allí le mandó a mi hermana
una carta diciéndole que se fueran a Castejón de Monegros, donde tenía él familia y
estarían más seguros que en Sarvisé. Excuso decir cómo me quedé yo el día que ella
marchó. El niño que nació, como ella no tenía casi leche, estaba a punto de morir.
Antes de marchar lo bauticé por si moría, cuando los vimos marchar, tanto mis
hijos como yo nos quedamos sin saber lo que les iba a suceder.
No recuerdo bien el día que vinieron a decirme que me iban a detener y que
me llevarían a la cárcel de Broto, esto me lo dijo el alcalde del pueblo, que era amigo
nuestro y se había enterado. Efectivamente, a las diez de la noche, se presentaron
dos milicianos preguntando por mí, iban con grandes escopetones, yo, sin dar mues-
tras del miedo que estaba pasando, me fui con ellos después de dar un beso a cada
uno de mis hijos. Al preguntar la madre de mi marido que ¿dónde iba?, le dije que
a Broto en coche. En la calle esperaba un camión donde vi alguna cara conocida
de los nuestros que también los llevaban detenidos. En el recorrido me dijeron que
habían matado a un primo hermano mío que llevaba el mismo apellido, yo pensé:
lo mismo harán conmigo.
Al llegar a Broto, como la cárcel era un solo cuarto, nos llevaron al hotel, me
dejaron en una habitación con guardias a la puerta. Allí estuve siete días sin poder
salir de ella, por tener siempre guardia a la puerta. También estaban detenidos los
farmacéuticos de Broto (Auría), que lloraban desconsoladamente; yo procuraba
animarles diciéndoles que como eran bastantes los detenidos, no creía que nos
pasara nada, solo el susto. También había varios chicos de dieciséis años que nos
animaban con sus chistes y buen humor.
Mis hijos venían a verme algún día. Pasado el tiempo, llegó el juicio, vinie-
ron unos milicianos de graduación, nos iban juzgando uno a uno. Cuando me
tocó a mí, entré serena y vi encima de la mesa un sobre con la letra de mi marido,
entonces comprendí por qué me habían detenido. En la carta decía que pronto nos
reuniríamos y que todo marchaba bien. Me preguntaron que si conocía la letra, les
dije que era la de mi marido, yo no sé quienes eran, pero se portaron muy bien y me
aconsejaron lo siguiente: que procurara no salir de casa, hablar lo menos posible,
que no escribiera a nadie porque podría encontrarme en algún compromiso y que
no me moviera de Sarvisé hasta que pudiera volver a Huesca.
Al salir del hotel después del juicio me encontré con un señor conocido que me
dijo que si quería me llevaría con su coche a Sarvisé, yo le contesté que había subido
con los del pueblo y con ellos regresaría. Cogí un pequeño paquete con mi ropa y
volví a mi casa más tranquila, pero siempre con el miedo de lo que podía ocurrir.
176
Recuerdos de un "largo" verano
Fue pasando el tiempo, un día vino mi hija diciendo que había visto a unos
milicianos con unos cuchillos muy grandes, le pregunté lo que hacían y me dijo
que cortaban jamón, que en casa de Vicente les habían dejado entrar y les habían
ofrecido vino, para que no les hicieran daño.
Vimos que se acercaba el triunfo de los nacionales, empezaban a pasar tropas
en camiones y a verse más milicianos por el pueblo, nos enteramos de gente que
habían matado por no pensar como ellos. Se llevaron al alcalde y a cinco más de
otras casas, al día siguiente nos enteramos de que los habían matado a todos, menos
a uno que se hizo el muerto y, cuando marcharon, se fue corriendo a refugiarse en
el monte en un sitio seguro. Nos iban contando que se iban acercando al pueblo,
esto nos alegraba, pero por otro lado nos horrorizaba porque no sabíamos lo que
iba a pasar.
El 2 de abril, a las nueve de la mañana, nos dieron la orden de que teníamos
que marchar porque el pueblo iba a ser destruido, no sabíamos ni a dónde nos lle-
vaban ni qué iban a hacer con nosotros.
Poco después nos reunieron a todos los del pueblo, nos llevaron a la borda
del Campeso, allí tomamos algo de lo que cada uno llevaba, dormimos un poco y
al día siguiente muy temprano, cuando empezaba a salir el sol, se escucharon ruidos
tremendos y se veía cómo ardía todo el pueblo, las gentes lloraban desesperadas y
al mismo tiempo callaban por miedo, porque nos amenazaban siempre con matar-
nos, igual que habían hecho con otros y muchos que encontramos muertos por el
camino.
A las nueve de la mañana, emprendimos otra vez la marcha hacia Fanlo,
allí cada uno se refugió donde pudo, estaba todo el pueblo vacío por lo que fue
fácil encontrar sitio para alojarnos y comida que habían dejado los que se habían
marchado. Nosotros nos refugiamos en una casa donde pudimos comer y dormir
en cama.
Al día siguiente nos dieron la orden de marchar, yo miré lo que había de
comer que pudiera llevarme, encontré huevos y una gallina que cogí sin ningún
reparo y emprendimos la marcha sin saber dónde íbamos a parar. Antes de marchar
nos dieron leche y pan, lo que quisimos. Al principio la marcha fue muy agradable
entre pinares y con tiempo hermoso, pero cuanto más íbamos andando, el terreno
se hacía más árido, el calor sofocante. Al poco tiempo de andar, sacamos la gallina
que habíamos cogido en Fanlo, hicimos fuego con intención de asarla, pero no nos
la pudimos comer porque sabía a demonios.
La madre de mi marido, que era una señora de ochenta años, no podía más,
parecía que los dientes le crecían, yo tenía miedo de que le ocurriera algo, la pobre
señora solo pedía agua, que nosotros no le podíamos dar, por fin vimos un pueblo
y mis hijos mayores fueron corriendo con un vaso a buscar agua para su abuela,
que le reanimó un poco.
177
Clotilde Duch Campaña
Por fin llegamos al pueblo, donde todavía vivía alguien, pudimos comer y
dormir en la falsa. Yo me bajé de la falsa y me puse en la cocina junto al fuego,
me puse a hacer una especie de mochilas, con unos trozos de tela, aguja e hilo que
encontré para que los mayores llevaran algo con más comodidad. Mientras cosía
escuchaba lo que pasaría en los días sucesivos, decían que en la frontera había
mucho peligro y que se quedarían muchos por allí, debido a la nieve, porque al no
ser del pueblo no estaban acostumbrados al frío y no podrían pasar. Yo callaba, pero
cada vez más horrorizada. Con estas noticias tan poco tranquilizadoras no pude
dormir en toda la noche, viendo como mis hijos dormían tan juntitos y tranquilos
con el sueño reparador, después de la gran caminata que habíamos hecho aquel día.
Al hacerse de día, empezamos a oír ruidos y conversaciones de gente que
ya empezaba la marcha, la madre de mi marido estaba la pobre que apenas podía
moverse, los pies tan inflamados que no podía ponerse las zapatillas; al verla que no
estaba en condiciones, fui a la calle a hablar con algún miliciano, le dije lo que pasa-
ba, que ella no podía dar ni un paso, y había que buscar algún medio para poderla
llevar; me dijeron que la dejáramos allí, les contesté que si ella tenía que quedarse,
nos quedábamos todos, en vista de mi decisión pusieron una caballería para poder-
la llevar, iban un miliciano tirando del ronzal, otro sosteniéndola, los demás sin
separarnos. Llegamos a otro pueblo, donde estaban preparando la comida, había
unas calderas donde ponían la carne que iban asando, mis hijos les pidieron que si
podían darles algo de carne, nos dijeron que sí, comiendo cada uno lo que quiso.
Creo que desde Escalona nos montaron en un camión lleno de municiones,
yo no hacía más que mirar a mis hijos para que no se movieran ni tocaran nada,
pues creía que en cualquier momento podíamos explotar todos de tan lleno de
metralla que iba.
Así llegamos a Lafortunada, no recuerdo bien, pero al mirar dónde podíamos
dormir, me vio un miliciano tan desesperada que me proporcionó una vela y una
caja de cerillas. Me vino muy bien la vela para ver mejor, encontramos una bodega
para dormir. Al día siguiente emprendimos la marcha, nos dieron toda la leche y
pan que quisimos, mi suegra seguía sin poder caminar, por lo que uno de los jefes
de la milicia nos dijo que cuando llegara algún camión lo parara y la montara, le
contesté que a mí no me harían ningún caso, que era él quien tenía que pararlo. Por
fin, montaron a mi suegra y mi hija mayor y al pequeño, cuando vio que se subían
todos, me dijo que eso no era lo que yo le había pedido, le dije que mi suegra era
completamente sorda y por fuerza tenía que ir mi hija, y mi hijo pequeño, porque
estaba muy cansado de las caminatas que habíamos hecho. Mi cuñada, mi hijo y yo
emprendimos la marcha a pie. Al poco rato pasó una tartana que llevaba cantaros
de leche y le dije que nos dejara montar, no puso muy buena cara, diciendo que los
caballos eran muy espantadizos y que en cualquier momento podíamos volcar, pero
a pesar de todo nos subimos los cuatro, y dando tumbos y más tumbos llegamos a
Bielsa sanos y salvos.
178
Recuerdos de un "largo" verano
En Bielsa nos encontramos con mi suegra y mis dos hijos, allí estaba el
farmacéutico de Aínsa, que era pariente nuestro, y al verlos llegar, los hizo entrar
en una casa hasta que llegamos nosotros. Nos atendieron muy bien, nos dieron
enseguida un buen caldo, pensaban que nos quedáramos a comer, cosa que nos
hubiera venido muy bien, pero al poco rato dijeron que había que marchar. Como
todos íbamos muy mal calzados, dijeron que así no podíamos pasar la frontera,
como en esa casa tenían un buen comercio, nos bajaron a un sótano donde habían
escondido muchas cosas, allí nos calzaron a todos, así pudimos hacer la travesía
con tranquilidad.
Nos montaron en un camión, pero después de unos kilómetros, el camión no
podía pasar, nos bajaron a todos, dejándonos bastante lejos de las minas de Parzán,
tuvimos que andar con mucha dificultad, el pequeño me dijo: “Mamá, no puedo
más”, y como yo tampoco podía, me acerqué a unos hombres que estaban hacien-
do trincheras y les dije si podían cogerlo pues ya veían como estábamos todos,
tan complacientes fueron que cogieron al pequeño en brazos y lo llevaron hasta el
mismo Parzán, les di las gracias por el favor que me habían hecho.
Cuando llegamos a Parzán nos instalamos en la cocina, pero cuando nos
vieron, dijeron que allí no podíamos estar, porque era donde comían los jefes, por
lo tanto, cuando ellos llegaban, nos sacaban. Yo les dije que a las horas de comer
saldríamos todos, y cuando marcharan ellos, volveríamos. No sé si por compasión
o porque Dios quiso, se conformaron y así hicimos, cuando llegaban ellos a comer
nos salíamos y a la noche dormíamos tranquilos acostados todos debajo de las
mesas que eran bastante largas.
Al día siguiente de llegar, el pequeño se quedó dormido enseguida, pero
me pareció que el sueño no era tranquilo, llamé al farmacéutico de Zaragoza, que
venía con nosotros, me dijo que estaba agotado y deshidratado, y que si no tomaba
algo no podría resistir, como era muy pesimista no lo creí, pero como llevaba una
lata de leche condensada que había recogido en Fanlo, la abrí como pude, le prepa-
ré un vaso de leche, pero no hubo manera de que se tomara la leche, y se volvió a
dormir. Al día siguiente vi un médico conocido y le dije lo que pasaba, lo vio y me
dio una medicina que le fue muy bien, además del sueño que le duró casi todo el día.
El médico me dijo que procurásemos salir pronto de España, mejor ensegui-
da, a los dos días emprendimos la marcha hacia Francia, como mi suegra no podía
caminar, la pusieron en una artola, a un lado ella, al otro, mi hija; como el peso no
era igual, al pequeño en el centro haciendo de contrapeso, así llegamos a un sitio
donde la caballería no podía pasar, entonces a mi suegra la colocaron en una manta
y la bajamos arrastrando la manta por la nieve hasta llegar a un río, cogimos una
senda de barro resbaladizo, hasta encontrarnos con mi suegra, nos encontramos
con gente conocida, nos dieron algo de comer.
Ese mismo día, al atardecer, llegamos a la frontera con Francia, donde nos
vacunaron y nos instalaron a dormir en un almacén.
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Mis recuerdos
Por Emilia González Puyuelo (Aínsa, 12/3/1921)
Origen
Nací en Aínsa, en casa de mis abuelos, casa Emilia. Estaba en la carretera,
una casa grande que por detrás daba al río, en esa zona había un huerto. Tenía un
desnivel de 2 pisos de altura.
Primeras noticias
Mi padre era carabinero y estaba destinado en Parzán. Allí me cogió la
guerra. Fue así: vino un guardia y le dijo: “Hazte cargo del puesto que nos vamos a
Boltaña. Algo ha pasado”. Y ya se quedaron allí concentrados. Y los que fueron a
parlamentar a Jaca ya no volvieron hasta que acabó la guerra. Incluso un coche de
mi tío José Puyuelo, le llamaban “El Opel”, se quedó toda la guerra allí y su chófer
también. Porque Boltaña quedó en una zona y Jaca en otra.
Cómo se sintio
Vi mucha preocupación porque veía a mi madre y mi padre con mucha incer-
tidumbre.
1 Tío Emilio era un hermano de mi madre que había venido de Zaragoza a pasar 15 días en casa y no
pudo regresar.
181
Emilia González Puyuelo
En Aínsa fue horrible. Requisaron todo el género de las tiendas y las convir-
tieron en una: una de calzados, una de tejidos... y con moneda diferente.
Unos “comediantes” que estaban por allí y pocas personas más se pusieron al
frente de todo. Se llevaron preso al administrador de Correos, pero él se puso novio
con la hija de un dirigente y no lo mataron.
Era un desconcierto horrible. Mataron a tío José, al de casa Bernad y dos de
casa Sánchez, suegro y yerno. Antes de llevarlos a Barbastro y matarlos, les obliga-
ron a barrer las calles. Tío José decía: “Yo, de alcalde, no hice barrer a nadie, cada
uno se barría su propia puerta”.
182
Mis recuerdos
Recibimiento en Francia
La primera noche dormimos en Arreau. A pesar de no ir en expedición nos
trataron muy bien. Nos dieron sopa caliente y sardinas de lata. Al día siguiente y
en tren, nos llevaron a Pontex-les-Forges, al lado de Mimizan, pasamos por Tarbes.
Nos llevaron al departamento de Les Landes. El campo era una fábrica en desuso.
Había cocina, pero la comida francesa no nos gustaba, y pusieron dos cocineras del
campo. Una era de Yésero y otra de Gavín, tres jóvenes por turnos les ayudaban.
Aquí estuvimos siete meses.
Regreso
Regresé a Cataluña porque a mi padre lo destinaron de Bielsa a Lloret de
Mar. Desde Lloret me fui a pasar quince días con mi tío Emilio2 a Barcelona, y en
estas que ocuparon Barcelona, y sin poderme comunicar con mis padres me tuve
que ir de nuevo a Francia con mis tíos.
Esta segunda vez estuvimos en Larche, del departamento de La Courrez3 (al
lado de Brive-La-Gaillarde). Aquí sí que nadie hablaba español. En este refugio
recuerdo que se murieron dos niños de sarampión. Nos acogieron en el cine de la
localidad y nos atendieron muy bien. Con mesas servidas con mantelerías y todo.
Durante el viaje salían al tren a darnos cosas: pan, chocolate...
2 Ante la imposibilidad de volver a Zaragoza hizo los cursillos y se hicieron carabineros él y su hijo.
Al poco tiempo ya era teniente y lo destinaron a Barcelona. Enseñaba a soldados a conducir en La
Rabassada. Cuando la evacuación lo llevaron a Argelès-sur-Mer. A la vuelta, después de 5 años, lo
llevaron a prisión, pero los ingenieros que él había salvado lo avalaron y salió de inmediato.
3 Nota del editor: Por la referencia, corresponde al departamento de La Corrèze.
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Relatos de lo ocurrido durante
la Guerra Civil española (1936-1939)
Por José Clavería Fumanal
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José Clavería Fumanal
Las fuerzas nacionales, como se hacían llamar, encabezadas por los generales
Franco, Mola y Sanjurjo, trataban de derrocar el Gobierno de la República, legal-
mente constituido por votación popular.
En seguida se incorporó al ejército, o más bien fueron llamados a filas, mi
hermano Mariano, que era el mayor de los tres hermanos. Un poco más tarde
Federico al ejército republicano, que fue la zona de esta provincia que quedamos
nosotros, se incorporaron porque el Gobierno llamó sus quintas. Mariano del 36 y
Federico del 38.
La capital de Huesca, así como Jaca y parte de la provincia, quedaron domi-
nadas por las Fuerzas nacionales, como se hacían llamar los sublevados, o sea, el
general Franco y demás.
Aquel verano lo pasé muy apurado de trabajo, el acarreo del trigo y la trilla
fue muy duro. Quedábamos en casa los padres y la hermana Benilde, dos años más
joven que yo. Éramos pocos para la faena que había y además la preocupación de
la guerra. Combates todos los días y los hermanos metidos en ellos.
Mamá sufría mucho y lo pasaba muy mal, así como todos.
Así fue transcurriendo el tiempo, meses de guerra, combates y más combates.
Nosotros en casa con mucho trabajo y preocupación.
Así llegamos al mes de marzo de 1938, que los nacionales ocuparon toda esta
zona de la provincia que todavía estaba en poder de los rojos, que era como ellos
nos llamaban, excepto el valle de Bielsa, que se hicieron fuertes los rojos y se formó
allí una bolsa que los nacionales la llamaron “La Bolsa de Bielsa”, que se componía
del valle de Añisclo, Peña Montañesa, valles de Plan, Gistaín y Bielsa.
Los rojos aguantaron unos tres meses. Nada más se comunicaban por el
puerto de Bielsa con Francia; lo tenían muy mal para aguantar las embestidas de los
nacionales; de artillería, aviación y toda clase de equipo que los nacionales tenían,
estaban bien equipados; en cambio los rojos solo tenían fusiles y alguna ametralla-
dora; para suministrarse de Francia tenían que pasar el puerto a pie y lo tenían muy
difícil para aguantar mucho tiempo.
Durante este tiempo, voy a narrar lo que tuve que hacer.
Como digo antes, en el mes de marzo, ocuparon esta zona de La Fueva de la
que soy yo; concretamente del pueblo de Formigales, pueblecito de unos veinticinco
vecinos.
El día 28 de marzo, que ya se acercaban los fascistas, como les llamábamos
nosotros a los nacionales, mi madre me dijo: “Hijo mío, ya tengo los otros dos hijos
en la guerra. ¿Por qué no te marchas a Francia con otros vecinos del pueblo?”.
Así lo hice. No había tiempo que perder. Me puse de acuerdo con los que
se marchaban que eran Antonio “del Sastre”, Ramón “de Botiguero”, Daniel “de
Sastre portal”, Basilio “de Rufas”, José “de Cabrero” y Pepe “de l’Arpargatero”,
que soy yo.
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
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José Clavería Fumanal
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
Encima de la nieve nos comimos el pan que nos quedaba con leche conden-
sada y apuramos el último trago de vino.
Nos reintegramos a la fila, un poco más animados.
El día era estupendo, lucía un sol espléndido y no hacía nada de viento, cosa
que contribuyó a que la gente y niños fueran aguantando.
Empezamos el descenso por tierras francesas, pues la cima delimita la fronte-
ra. Hay que resaltar que mientras estuvimos en territorio español teníamos mucho
miedo a que apareciera la aviación como el día anterior, pues en la nieve éramos
blanco seguro, pero gracias a Dios no vimos ninguno en toda la mañana.
Descenso abajo, se adelantaba más, en algunos sitios se nos hundía la pierna
en la nieve hasta la ingle, pero cara abajo se marchaba mejor. Ya cuando llegamos al
final de la nieve había un paso muy peligroso, se formaba allí una garganta que para
abajo era un acantilado muy alto, poco trozo como unos doce metros y la anchura
de unos treinta centímetros. Estaba muy helado y había que tomar todas las pre-
cauciones; al fin pasamos, pero alguno perdió el equilibrio y se precipitó garganta
abajo dando más vueltas que un ovillo, casi no se alcanzaba la vista. Por desgracia
fueron más de uno los que se quedaron allí.
Ya pasado aquello la nieve quedaba atrás. En un recuesto que tocaba el
sol nos quedamos descansando un rato, pues los pies ya no podían más. El calcero
casi deshecho, pero había que seguir. Reemprendimos la marcha hacia el Hospital
francés. Allí sí que había guardias. Nos hacían pasar y a los militares, que los había,
les fueron quitando las armas. Había allí un montón de fusiles, pistolas y otras
armas.
Desde allí ya había carretera a Bañeras de Luchón, pueblo más próximo. Los
que tenían los pies más lastimados y no podían más, los trasladaron en coche a
Bañeras, los demás, andando; había unos diez kilómetros. Como pudimos, fuimos
andando a duras penas, pues como he dicho antes, el calzado ya no aguantaba más.
Las mujeres y los niños fueron trasladados en coche.
Al fin llegamos, con apuros, a Bañeras y nos pusieron en unos garajes que
ya habían adecuado al efecto. Estábamos allí miles y miles de refugiados sin saber
dónde ponernos todos hambrientos sin ropa ni calzado, en fin, todos hechos una
lástima.
Empezaron a darnos comida, ya estaban preparadas las cocinas militares.
En unas perolas grandísimas, haciendo sopa de fideos. Todos en fila a coger un
plato de sopa y después un bocadillo de sardina de lata. ¡Qué buena nos sabía a
todos! Mira si era buena que nos volvimos a colar en la fila y coger otra vez la sopa
y los bocadillos, como muchos; pues aquel día no controlaban mucho, cosa que
se terminó. En días sucesivos no se podía colar nadie. La comida siguió la misma
durante los tres días que estuvimos en Bañeras. Los días 30, 31 de marzo y 1 de
abril. Aquello era, como se puede suponer, una multitud de personas que no nos
podíamos mover.
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
mis padres y hermanos. Por todos se interesó mucho. Lo pasamos muy bien todos
juntos. Se había traído una máquina de cortar el pelo, pues hay que recordar que él
cuando estaba en el pueblo ya nos cortaba el pelo. Era aficionado y en el pueblo no
había más cortapelo que él. Nos repasó a todos y nos dejó como nuevos. Como he
dicho antes, nos trajo algunas ropas como camisas, pantalones y calzado.
Él ya nos dijo: “Ganará la guerra Franco”.
Quería llevarme a su casa pero no lo permitieron, pues hasta aquellos días lo
permitían, pero había llegado una orden revocándola. Tenía que hacer un papel de
su ayuntamiento autorizándolo para estar con él. Así que tuvo que marchar sin mí
pero con la esperanza de llevarme otro día que volvería con el dichoso papel. Esto
era sobre el 11 ó 12 de abril y el día 17 por la tarde ya nos obligaron a regresar a
España, para eso nos hacían pasar por una oficina allí en el patio de uno en uno,
donde preguntaban: “¿Dónde quiere ir, a Hendaya o Port Bou?”, Hendaya era la
zona de Franco y Port Bou la zona roja o republicana. Nosotros deliberamos un
poco para decidir dónde ir. Como nuestra casa estaba en la zona de Franco, decidi-
mos entre todos ir a Hendaya. Desde la oficina ya nos separaban, los de Hendaya
a un lado y los de Port Bou a otro. Allí mismo, en el patio, el jaleo que armaron los
que iban a Port Bou. Los hasta entonces compañeros, al ver que nos íbamos con
los fascistas, como les llamaban a los de Franco, suerte de los gendarmes que allí
había, si no nos linchan a todos. De tantos como allí estábamos, solo unos cincuen-
ta salimos para Hendaya.
En cuanto terminaron de pasar por la oficina todos nos sacaron de allí
inmediatamente, pues nos vociferaban de mala manera. Nos decían: “Cabrones,
traidores, os hemos de matar a todos” y muchas lindezas más que no quiero recor-
dar. Nosotros, con la cabeza baja, no nos atrevíamos a decir ni palabra, como ya
he dicho antes, suerte de los gendarmes. Ya fuera de allí nos llevaron andando por
las calles de la capital hasta la estación del ferrocarril, en seguida nos pusieron
en un vagón escoltado por los gendarmes, esperando que pasara algún tren para
acoplar el vagón. Así fue, antes de hacerse de día ya estábamos en la estación de
Burdeos, nos bajaron del tren y nos pusieron en un almacén de aquella estación y el
gendarme de la puerta sentado esperando el tren que a las ocho de la mañana nos
transportaría a Hendaya.
Voy a contar una anécdota curiosa que nos sucedió allí. Al rato que
estábamos en el almacén cada uno acomodado como podía, vimos que el
guardia de la puerta que nos vigilaba estaba dormido, sentado en una silla junto
a la puerta con el fusil entre las piernas y la puerta abierta; como Antonio de
Sastre tenía allí un hermano en Burdeos, decidimos salir los cuatro y deambulamos
un rato por fuera de la estación. Se divisaba toda la capital y Antonio, que ya había
estado alguna vez en Burdeos con su hermano, nos decía: “Mirad aquellas casas de
allá, por allí vive mi hermano, ¿qué os parece, nos marchamos allí en vez de volver a
España?”.
191
José Clavería Fumanal
Estuvimos un rato indecisos, sin saber qué hacer. Al fin decidimos volver a
la estación porque pensamos, si nos vamos nos cogerán y a lo mejor es peor. Así lo
hicimos, volvimos al almacén donde habían quedado los compañeros, y el guardia,
que entonces ya estaba despierto, al vernos allí que veníamos de fuera, se quedó
con una cara de asombro que no se lo podía creer. Nos dijo no sé qué cosa de mal
humor, pero como no le entendíamos ni sabemos qué es lo que dijo.
Como ya se hacía la hora del tren, las ocho de la mañana, nos condujo al
vagón reservado para nosotros. En ese vagón no iba nadie más que nosotros y los
dos guardias que nos conducían. El tren era el expreso Burdeos-Vizcaya. Sobre las
doce del mediodía llegamos a Hendaya, pasamos un viaje muy bueno. Era el día 18
de abril, Pascua de Resurrección. El tren estaba abarrotado de gentes que salían a
pasar el domingo por las Landas, unos pinares impresionantes, y por allí andaba la
gente por las sombras, pues hacía un día soleado, estupendo.
También tengo que destacar que esos pinares los explotaban para la recogida
de resinas. En todos los pinos se veía tres o cuatro cacharros colgados al tronco, pre-
viamente habían hecho en el tronco unas hendiduras en forma de uve y allí estaba
colgada la latita para recoger las gotas de resina que por allí iban cayendo.
Como digo anteriormente, el viaje fue muy entretenido.
Ya Hendaya, allí nos bajaron del tren siempre escoltados por los gendarmes
que nos acompañaban. Nos llevaron a la aduana, que se encontraba en la punta del
puente que une Hendaya con Irún, un puente largo. Allí el gendarme de la aduana
nos recibió de manos de los gendarmes que nos acompañaban, nos dijo el gendar-
me de la aduana: “¿Dónde vais, desgraciados? En cuanto lleguéis allí os van a matar
a todos. Todos los días vemos cómo les disparan hasta que los matan”. Todo esto en
perfecto español.
Como se puede suponer, el ánimo que se nos puso a todos no es para contar.
Le rogamos al gendarme que no queríamos pasar, que nos quedábamos allí, pero él
nos contestó: “Ya es tarde, ahora tenéis que pasar y adelante”.
Ya es de suponer con qué ánimo cogimos el puente internacional de Irún. Es
un puente larguísimo o por lo menos a nosotros nos lo pareció.
Fuimos lentamente avanzando por el puente y cuando ya estábamos cerca de
la punta del puente ya se divisaban los guardias civiles españoles, el miedo iba en
aumento y apenas nos movíamos. Los guardias ya notaban que teníamos miedo y
al fin nos llamaron: “Eh, ustedes, no tengan miedo y vengan más deprisa, que aquí no
se mata a nadie. ¿Qué os ha dicho ese cabrón de francés?, que aquí os íbamos a matar,
¿no es así?”.
–“Sí, señor”, le contestamos a coro.
–“Pues venga, adelante, que aquí no se mata a nadie, ya lo sabemos de otros
días que a todos les dice igual ese cabrón”. El ánimo se nos levantó, ya un poco más
sonrientes nos acercamos a ellos. ¡Qué momentos más emocionantes pasamos todo
192
Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
el grupo! Ya entre la ilusión y la duda que a todos nos embargaba, nos dieron la
mano uno a uno y nos daban palabras de consuelo que buena falta nos hacía.
¡Qué momentos más emocionantes!, que aún ahora al escribirlos se me pone
la carne de gallina, como vulgarmente se dice.
Desde allí nos llevaron a una oficina para hacernos la ficha correspondiente,
sacándonos una foto de carnet a cada uno y tomándonos declaración. Registrarnos
para ver qué llevábamos, incluido el dinero. Todos llevábamos dinero de la Repú-
blica que nos lo recogieron dándonos el correspondiente papel donde anotaban las
correspondientes series por si algún día les daban valor. Pues hay que saber que
la moneda de los rojos no tenía valor en la zona nacional. Pues ellos tenían otra
moneda. Por suerte yo tenía unos francos que me había dado mi tío Jesús el día que
nos vino a ver a Perigeaux. Me los cambiaron por moneda de los nacionales y así
me convertí en el único del grupo que tenía dinero. La verdad, no lo necesitábamos.
Nos daban comida y nos trataban bien. Pues si dijera lo contrario, mentiría.
Por la tarde todos en grupo, eso sí, nos permitieron campar por las calles
de San Sebastián. Se veía mucha gente toda animada como si no pasara nada.
Guardias civiles, muchos militares y lo que más me llamó la atención fue muchas
monjas tranquilitas, sin prisas. Otra cosa me extraño, ver por todas las calles las
gentes de ambos sexos con boinas rojas y camisa azules.
Por la tarde nos llevaron en tranvía que circulaba desde San Sebastián a
Fuenterrabía, que es un barrio de las afueras. Está esto en un montículo metido
en el mar, rodeado de agua por todas partes menos por una, por la que entramos.
Había muchas casas y paseos, todo verde. ¡Qué bonito resultaba todo aque-
llo! Ver los barcos, en el mar y en tierra, todo verde. Resultaba precioso y al otro
lado de la ría se divisaba el territorio francés que poco antes habíamos dejado.
¡Cuántas emociones y recuerdos se agolpaban en nuestra cabeza!
Desde allí, como tenía dinero, llamé por teléfono a Zaragoza al cuartel de
la Guardia Civil, pues tenía allí a mis tíos Joaquín y María. Que el tío Joaquín era
guardia civil y con la dirección que llevaba yo pude contactar con ellos, pues hacía
más de dos años que no sabíamos de ellos ni si les había ocurrido algo durante la
guerra.
¡Qué emoción sentía yo! A ver si me contestaban y más si cabe yo no había
hablado nunca por teléfono. Al fin se pone al aparato mi prima Feli, que es la hija
mayor de mis tíos. No me entendía, pues estaba tan emocionado y nervioso que
no veas. Al fin hablamos un poco y supe que todos estaban bien. Ella también se
puso muy contenta de saber de nosotros. Me preguntó: “¿Pero dónde estás?”. Yo le
contesté en Fuenterrabía al lado de San Sebastián. Ya más tranquilo, después de los
miedos que había pasado al regresar a San Sebastián.
Nos llevaron a cenar al Auxilio Social, bastante bien dadas las circunstancias,
después a la estación de ferrocarril, donde nos alojaron en un almacén que había
193
José Clavería Fumanal
mucho esparto esparcido por el suelo y allí nos tumbamos a dormir y dormimos,
¿por qué no?, después del día tan atareado que habíamos llevado.
No he mencionado que ya en Perigeaux habíamos notado la presencia de pio-
jos y chinches en cantidad, pero aquí en este almacén había muchos más. Cuando
nos despertamos ya no podíamos conciliar el sueño de nuevo, pues parecía que el
esparto se movía de tantos que había, cosa por lo demás normal en un país que
hacia dos años y medio que estaba en guerra donde la higiene, como es natural,
brillaba por su ausencia, por lo demás, bien.
Por la mañana del día siguiente 19 de abril, nos levantamos sobre las siete a
desayunar un poco de café con leche, le llamaban “aguachirri”, pero por lo menos
estaba caliente, que nos vino muy bien para entonar el cuerpo y luego a las ocho al
tren con dirección a Zaragoza; en el camino nos dieron un bocadillo de sardinas con
bastante pan, ¡qué bueno nos sabía!, pasando un viaje distraído viendo tantos pue-
blos y paisajes que nunca habíamos visto. Así sobre las cuatro de la tarde llegamos
a la estación del Norte de Zaragoza. Desde allí nos condujeron al Gobierno Civil,
que se encontraba en el paseo de la Independencia frente a la plaza de Aragón,
andando que hay un buen trecho. Ese día era fiesta nacional, por las calles había
mucha gente y un bullicio bastante animado. Andábamos muy cansados y ver tan-
tas gentes con boinas rojas y camisas azules y casi todos llevaban correajes en ban-
dolera, incluido las mujeres, sobre todo las más jóvenes. Todos nos miraban, una
cuadrilla de unos 50 conducidos por dos guardias que eran soldados requetés, por
supuesto con boinas rojas y nosotros bastante mal vestidos, pues desde que había-
mos salido de casa no se había cambiado nadie, pues no había recambio, bueno,
excepto yo que, sin pretensiones, era el mejor vestido. Como ya he contado, cuando
estuvo mi tío a visitarme me trajo ropa, que llevaba puesta, así que sin farol, era el
mejor vestido.
Andando, andando, ya bastante cansados, llegamos al Gobierno Civil, allí
esperando mientras uno de los guardias entró dentro del Gobierno para ver dónde
nos alojaban mientras esta espera, vi allí cerca un grupo de tres guardias civiles y,
sin pensarlo dos veces, me acerqué a ellos para preguntarles por mi tío Joaquín,
a ver si lo conocían, ¡cuál no sería mi sorpresa al comprobar que uno de aquellos
guardias era mi tío Joaquín!, ¡qué emoción para los dos! Nos abrazamos efusiva-
mente durante un buen rato, como es de suponer con lágrimas en los ojos y emo-
cionadísimos entonces vino conmigo a donde se encontraba el grupo y saludar a los
compañeros del pueblo. Todos muy emocionados preguntando unos por los otros.
¡Qué contentos estábamos todos!
Entonces el tío Joaquín fue a hablar con el guardia que estaba al cargo nues-
tro para ver si yo y otro compañero, Antonio de Sastre, que era vecino de mi casa,
por eso conocido de mi tío, podíamos ir con él a su casa y le dijo que sí, siendo un
guardia civil confiaba en su palabra; con tal que al día siguiente a las ocho de la
mañana estuviera en la estación del Norte, pues nos tenían que conducir a Huesca.
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
Así se hizo, mientras que los demás de la expedición eran conducidos a un asilo
para cenar y pasar la noche.
Tío, Antonio de Sastre y yo fuimos a su casa, que era el cuartel de la Guardia
Civil de Zaragoza. Nos llevó en el tranvía que pasaba por delante del cuartel, cosa
que nos vino muy bien, pues los pies los teníamos lastimados de tanto andar.
Ahora viene lo bueno, al vernos entrar en casa, la tía María y las tres hijas.
Feli, que era la que había hablado conmigo el día anterior por teléfono, Conchita y
Pilarín. Se me abalanzaron encima, todas a la vez con suspiros llorosos de alegría,
que no puedo describir. Yo tampoco podía hablar de tanta emoción. Al rato, ya más
tranquilos, iban preguntando por todos, mis padres, hermanos y demás del pueblo,
alegrándose mucho al saber que todos se encontraban bien y de no habernos pasado
nada a ninguno después de tanto tiempo sin saber unos de otros. La emoción, como
puede suponerse, era indescriptible. Ya los ánimos más tranquilos, nos prepararon
algo de comida y bebida, pues lo necesitábamos. Entre preguntas y respuestas se
pasaba el tiempo sin darse uno cuenta. Ya se hizo la hora de cenar, más tarde de lo
que ellos acostumbraban. Se pasó el tiempo tan a gusto comentando las cosas que
habían ocurrido. Ellos también contaban las suyas. La cena se pasó despacio, pues
había mucho que hablar y no se terminaba. Ya rendidos nos fuimos todos a descansar.
Al día siguiente nos levantamos y después de desayunar teníamos que estar,
como he dicho antes, a las ocho en la estación del Norte, para unirnos a la expedi-
ción que nos había de conducir a Huesca. Antes la tía María nos había preparado
unos buenos bocadillos que muy a gusto los aceptamos. Después de despedirnos
con lágrimas en los ojos de emoción, el tío Joaquín nos acompañó a la estación. Allí
nos esperaba la expedición, como era de reglamento, el tío nos presentó al encarga-
do de la expedición, y subimos al tren; no sin antes despedirnos del tío y darle las
más expresivas gracias por lo que había hecho por nosotros.
El tren se puso en marcha camino a Huesca. ¡Qué bonito me parecía el pai-
saje!, con lo contento que estaba después de haber pasado aquella noche tan mara-
villosa en casa de los tíos. ¡Qué fascinante me parecía todo aquello!
Al fin Huesca. Esto era el día 20 sobre las doce del mediodía. Nos llevaron al
Gobierno Civil, después de consultar las listas y demás protocolos, el guardia que
nos acompañaba había terminado su cometido y despidiéndose de todos nosotros
correctamente, como así había sido su comportamiento durante el viaje pues no
teníamos nada que reprocharle, más bien le estábamos agradecido.
Después de todo esto nos llevaron a comer a un asilo o comedor de Auxilio
Social, como le llamaban entonces. Ah, y nos dijeron en el Gobierno Civil que des-
pués de comer ya nos podíamos marchar cada uno a nuestras casas por el medio
que pudiéramos. Hay que recordar que entonces no había ningún servicio público,
todo tenía que ser por camiones militares que quisieran llevarte.
Ya sentados en el comedor del asilo que era llevado o regentado por curas y
monjas, como es natural, nos hicieron poner de pie para rezar y dar gracias a Dios
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José Clavería Fumanal
antes de comer. Así pues, rezamos el Padrenuestro y el Ave María. Después de per-
signarnos, a comer.
¡Qué contentos estábamos! La comida era buena, por lo menos a nosotros
nos lo pareció. Después de comer nos dijeron que ya podíamos marcharnos cada
uno a nuestras casas como pudiéramos.
La solución era, en aquel tiempo, ir a las gasolineras porque allí paraban
los camiones militares a repostar. Si tenías suerte te llevaban donde tenías que ir.
Así fue, marchamos a la gasolinera y al poco de estar allí llegó un camión cargado
de pipas de vino (toneles) que lo transportaba a Labuerda para los militares que
estaban allí, pues hay que decir que al ser liberada toda esta zona, quedó una parte
entre Laspuña, Peña Montañesa, Escalona y río Bellós que el ejército republicano
se atrincheró allí en esa parte e hizo frente al ejército nacional. Esa zona se le llamó
la “Bolsa de Bielsa” donde el ejército republicano resistió unos tres meses. Estaban
sitiados pero se comunicaban con Francia por el puerto de Bielsa, claro, solo podían
pasar personas lo que podían pasar al hombro, era lo que servía para ir sobrevivien-
do en la zona esa. Algunas municiones y víveres para ir resistiendo.
Esto lo dejamos para otra ocasión.
Le decimos, al conductor del camión: “¿Dónde se dirige usted?”. Se miró un
papel, se ve que era la hoja de ruta y dijo: “No sé ni dónde voy, pues no he estado
nunca por allí, a Labuerda me ponen en el parte”.
–“Hombre, eso lo conocemos nosotros –le dijimos–, somos de cerca de allí, si
nos pudiera llevar, ¡qué favor nos haría!”.
–“Hombre, eso está hecho, venga, suban arriba del camión. ¡Ah! ¿Alguno de
vosotros lleva alguna bota o algo que sirva para poner vino?”.
Yo le contesté: “Aquí traigo una bota que me traje de casa”.
“A ver esa bota”, dijo el chófer.
La saqué del saco y se la entregué.
¡Qué contento se puso el hombre! Y nosotros más. Al ver que habíamos teni-
do tanta suerte. Llenó la bota de vino con una goma que llevaba y a beber todos.
Así que ya habíamos empinado la bota un par de veces, dijo: “Venga, subid al
camión, y el de la bota conmigo en la cabina”.
Así fue, emprendimos viaje hacia Barbastro. Por el camino charlando con
el conductor de todas las incidencias que habíamos pasado, llegamos a Barbastro.
Allí paró un rato. Tenía que visar la hoja de ruta por el comandante militar de
Barbastro. Ya una vez cumplimentada dicha diligencia, continuamos viaje hacia
Aínsa, ya desde Barbastro.
Nuestra ilusión se iba subiendo al máximo. ¿Cómo podíamos pensar que
estábamos muy cerca de nuestras casas?
El camino parecía que se nos hacía largo.
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
Al fin Mediano, punto donde teníamos que dejar el camión, pues era el punto
más cerca de Formigales. Entonces no había carretera como ahora.
Le dije al conductor que ya habíamos llegado al punto donde teníamos que
dejarlo pues era el punto más cercano de nuestro pueblo. Así lo hizo, paró el camión
y echamos un trago de vino de la bota y, como quedaba poco en la bota, subió él
al camión y puso un poco más para que tuviéramos para el camino. Echamos un
nuevo trago todos juntos, pues al conductor también le gustaba.
Después de darles las más expresivas gracias nos despedimos del conductor
que también estaba muy contento de habernos podido llevar hasta cerca de nuestras
casas. Pues se le notaba que era un hombre muy bueno y con ganas de hacer el bien
en todo lo que podía. Y se marchó el camión dirección Aínsa-Labuerda.
Nosotros cogimos los macutos que teníamos al hombro y camino adelante,
pues teníamos hasta Formigales unas tres horas andando. Ya anochecía, pero no
nos preocupaba en absoluto, ese camino lo conocíamos muy bien, lo habíamos
hecho muchas veces. Así fuimos marchando todos contentos pensando que cada
paso que dábamos nos acercaba más a casa.
¡Qué alegría sentíamos todos de pensar que pronto estaríamos en casa con
nuestros padres y hermanos!
Al fin sobre las diez de la noche llegamos a Formigales. ¡Qué ilusión sentía-
mos todos de pensar que ya estábamos en nuestras casas! Una duda nos embargaba,
¿la familia estaría bien, como la dejamos?, pues no habíamos sabido nada más de
ellos, ni ellos de nosotros desde que habíamos salido de casa.
Después de chocarnos las manos fuertemente nos despedimos y cada uno a
su casa.
Al llegar a mi puerta, estaba abierta, y no tuve que llamar (en casa era cos-
tumbre no cerrar la puerta hasta que se iban a dormir), entré y lo primero que me
encuentro fue el perro Matías, como así le llamábamos. Más contento, dando saltos
y brincos alrededor mío. El perro no ladró como era costumbre cuando entraba
alguien conocido en casa. Los demás no se enteraron que llegaba y así fui subiendo
por la escalera y ya en la sala acompañado del perro que no me dejaba, di alguna
voz. “Papá, mamá”, pues se oía hablar en la cocina que estaba más retirada, salien-
do mamá.
–“¿Quién llama?”.
Casi se desmaya al verme a mí allí.
–“Hijo mío, ¿ya estás aquí?”.
¡Qué alegría! Y nos fundimos en un abrazo muy fuerte.
Seguidamente salieron papá y las hermanas Benilde y Encarnación, que eran
los que estaban en casa. Todos en una piña abrazados, llorando de alegría. No se
puede describir la emoción que todos sentíamos en aquellos momentos.
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
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toda. Después de la siesta había que pensar en coger las caballerías para ir a buscar
fajos de trigo para trillar al día siguiente.
Cuando llegábamos del primer viaje, mamá ya estaba de nuevo en la era con
la merienda, que casi todos los días se componía de ensalada y tortilla de patata,
nos sabía a gloria. Era la comida que más a gusto hacíamos durante el día.
Otro viaje lejos y cuando llegábamos en la era del segundo viaje ya casi era
de noche. Cargar los sacos de trigo y llevarlos a casa. Así todos los días hasta que se
terminaba la trilla. Cuando se terminaba, no teníamos ganas más que de descansar
y dormir.
Después de un par de días de descanso, ya se encontraba uno mejor.
Aquel año fue trágico. Nada más terminar la trilla, una tarde de aquellas,
nada más levantarme de dormir la siesta, me llama mama.
–“Oye, Pepe, tienes que ir a casa del sastre, pues ha llamado Antonio, que cuan-
do te levantaras fueras por allí, que corría prisa”. (Antonio era el vecino)
Marché en seguida. Al llegar allí lo encontré con el Sr. Ramón de Torres que
era el alcalde del pueblo. Los dos con cara seria.
Yo, al verlos así, ya me temí que algo gordo pasaba, en efecto, así era. El
Sr. Ramón me alargó un telegrama que llevaba en la mano, y me dijo: “Toma,
míratelo”.
Mi asombro llega al límite, cuando leo el telegrama y ponía, nada menos, que
mi hermano Federico había muerto el día 31 de julio de 1938, en el frente del Ebro
y estaba enterrado en Venta de Mareo (Tarragona).
Lo mandaron al Sr. alcalde para que nos lo comunicara.
Yo no salía de mi asombro. ¡Qué pena tenía! Lloraba y lloraba sin saber qué
me pasaba.
Al fin me hizo reaccionar el Sr. alcalde: “Ahora a ver quién se lo comunica a
tus padres, por eso te hemos llamado a ti, para que se lo hagas saber como puedas;
pues seguro que se conformarán mejor si se lo comunicas tú que no que lo haga yo”.
El problema gordo venía ahora. ¿Cómo podría decir a mis padres que
Federico había muerto? Al fin, como pude, hice ánimos y marché a casa.
Mamá, al verme tan serio con la cara llorosa, exclamó: “¿Hijo mío, qué pasa,
qué te ha dicho Antonio? No me ocultes nada”. En estas apareció papá. Al vernos
a los dos con aquella cara exclamó lo mismo: “¿Qué pasa hijo, te han comunicado
alguna mala noticia? Cuéntanoslo ahora mismo”.
A mí no se me ocurrió otra cosa que les dije: “Miren, Federico ha muerto en
el frente del Ebro”.
Se me abrazaron los dos. Todos llorando. No sé cuánto tiempo estuvimos así.
Al fin papá, muy doloroso en esto pero no nos queda más remedio que sobrepo-
nerse como podamos. Lo más difícil era mamá, no había manera de consolarla, un
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Relatos de lo ocurrido durante la Guerra Civil española (1936-1939)
desespero que no había manera de que se fuera haciendo a la idea. Pero no había
más remedio que ir asimilándolo como mejor se pudiera, pues para todos era una
situación dolorosa que había que ir superando.
Luego llegó la hermana Benilde, que estaba por allí y no se había enterado,
otra vez, poco más o menos, la misma escena. ¡Qué doloroso me resulta poder
narrar estas escenas que al recordarlas, se me pone la carne de gallina como vul-
garmente se dice!
Como pudimos, entre todos nos fuimos recuperando dentro de lo posible.
Mamá era la que no había consuelo para ella. Nada más hacía que suspirar y decía:
“Este ya sabemos que está muerto, pero, ¿y Mariano, dónde estará, igual le han mata-
do también?, y luego se te llevaran a ti. No se puede resistir esto”.
En fin, era de un verdadero desconsuelo. Pues Mariano, tampoco sabíamos
dónde estaba. Sabíamos que también se encontraba en el frente del Ebro, pero por
la parte roja. Así que igual se habían matado entre ellos. ¡Qué brutalidad es pen-
sar esas cosas!, pero todo era posible, porque Federico se encontraba en la parte
nacional.
Así fuimos pasando el verano, con más penas que glorias; esto era en el mes
de agosto y para el 8 de septiembre, ya tenía que incorporarme al Ejército. No veas,
otra vez se reproducían las escenas de dolor.
Mamá no paraba de exclamar: “No es bastante con haber perdido un hijo, que
ahora me maten el que me queda”.
En fin, de desastre era aquello. De tres que éramos, solo se quedaban con la
hermana Benilde.
Llegó el 8 de septiembre y me tuve que incorporar al ejército.
Por aquello de si podía tener alguna ventaja, en vez de incorporarme en
Huesca, me fui a Zaragoza, pues estaba allí mi tío Joaquín que era guardia civil y
tenía muchos conocidos.
Se lo expliqué, y me dijo: “Te incorporas aquí en Zaragoza, yo conozco al
comandante de la caja de reclutamiento y ya veremos lo que puede hacer”.
Así fue, me incorporé allí y dijo el comandante, a propuesta de mi tío: “En
vez de ir al cuartel te quedas en casa de tu tío, que es de mi plena confianza y ya te
avisaremos cuando tengas que incorporarte en el cuartel”.
Así fue, me quedé en casa de mis tíos. Por lo menos veinte días tardaron en
avisarme que tenía que incorporarme al cuartel.
No sabéis de lo que me libré en esos días. Todos los que se incorporaron en
Huesca en zona roja, por haber estado en esa zona, los llevaron a campo de con-
centración, mezclados con los prisioneros de guerra, donde lo pasaron muy mal.
Allí los tuvieron hasta que llegaban informes del ayuntamiento, como que durante la
dominación roja, no se habían destacado en nada y que eran muy buenas personas.
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Memorias de una guerra (1937-1939)
Por Amado Estop Fantova
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Uno más de la “Bolsa”
Por Enrique Satué Buisán
(Escartín, 3-7-1919 – † 10-9-1986)1
1 Estuvo en la “Bolsa” con dos hermanos más: Ángel y Vicente, este último, teniente.
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Enrique Satué Buisán
o de aves silvestres por los mismos, y como éramos tantos para perseguirla, tocába-
mos a muy poco, y de ciento a viento, tampoco había sal para la composición de la
comida; un servidor me mantenía muchos días con brotes de zarzas hervidas que las
hacíamos cocer en latas, y de la misma forma hacía con los ganchos de las patatas
extraídos de la patatera después de meses nacidas, se llegó al extremo de que alguien
se comía hasta las aves de rapiña y de algún lagarto que otro que es muy frecuente
su presencia en la primavera.
Ahora vamos a tocar otros temas, que les podemos llamar bien hechos
ocurridos o anécdotas de guerra, pero las tres primeras fueron las siguientes: El
día 20 de abril, en una trinchera en un prado delante de la iglesia del citado
Laspuña, nos hallábamos seis milicianos jugando a las cartas al “arrastrado”,
dentro de la trinchera, oportunidad, fortuna y suerte, nos cae un morterazo del 81
en medio del corrillo, se clava en la tierra, nos hace migas la baraja y no explota.
Otra, el día cuatro de mayo, al dirigirme a la torre del pueblo a llevarles el desa-
yuno a la escuadra de milicianos que estaban de centinelas, con dos ametralla-
doras, situadas en la misma, cuando subía yo por la una de las escaleras que tenía
la mentada torre, para el acceso al campanario, en el momento tan oportuno de
llegar al piso más alto por un extremo, viene un cañonazo del enemigo que entró
por el hueco de una campana al otro extremo del citado piso y tampoco explotó,
pero el andamio para el emplazamiento de las máquinas, municiones y perso-
nal, todos bajaron revueltos por el citado hueco de la escalera hasta el suelo de la
iglesia, y no les pasó nada, y yo me quedé en lo alto del campanario con la lechera
en la mano haciendo de centinela, lo mismo que un palomo torcaz, sin saber lo que
ocurría, a causa del polvo y estruendo que se originó. Otro día, 21 de mayo, hacien-
do el relevo en una posición a la margen izquierda del citado pueblo de Laspuña,
con el cabo de escuadra, salta el citado cabo una pared en un bancal de uno cin-
cuenta de altura, y yo que seguía detrás, dispuesto también a saltar la citada pared
a la misma línea que lo hizo el cabo mencionado, llega un cañonazo del calibre
pequeño 7’5, me pasa rozando entre medio de las dos piernas y va a dar al cuello
del citado cabo que le separó la cabeza del cuerpo, y los demás todos quedamos
ilesos sin novedad.
En este sector permanecimos mi batallón aguantando ataque sobre ataque de
infantería y armas pesadas, pero lo más duro y cruel era el constante bombardeo
de artillería y morteros día y noche, haciendo bajas intensas, bajando la moral a
todos nosotros por carecer de inferioridad de armamento, municiones, hambre,
amenazas a muerte de cualquier cosa rara o contrariedad de los mandos como de
costumbre, y así hasta el 31 de mayo que nos relevaron para trasladarnos de des-
canso a los pinares próximos a Lafortunada, cerca de Salinas, aquí permanecimos
cuatro días con muy poca tranquilidad a pesar de que era como periodo de descan-
so, por causa de los fuertes bombardeos que la aviación enemiga efectuaba sobre la
retaguardia de aquel circuito, y a partir de esta fecha 5 de junio ya empezó la gran
ofensiva por la parte del valle del pueblo de Plan, y nuestro batallón, como digo
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Uno más de la “Bolsa”
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Enrique Satué Buisán
bien por haber sido destruidas en retirada, o la mayoría por abandono, por carecer
de transportes, de vehículos y caballerías, en la Bolsa de Bielsa sitiados, pues me
refiero a artillería y morteros, porque como armas automáticas llamemos, aunque
pocas se poseían, algunas ametralladoras y fusiles ametralladores.
También deseo hacer constar otra anécdota más en estos últimos días de ase-
dio o retirada que es lo siguiente: como dotación única de utensilio y menaje recuer-
do que el 3 de mayo pasado me habían dado de calzado en la compañía en el sector
de Laspuña, unas alpargatas de las típicas hechas en el valle de Bielsa, por carecer
de botas para los milicianos en el mentado asedio, queridos lectores, con un par de
alpargatas dos meses, por trincheras llenas de agua y barro, andando constante-
mente, lloviendo, nevando, con barro como digo antes hasta la rodilla, y teníamos
que resistir con ellas o sin ellas, y con todo ello quiero decir y jamás olvidaré que en
el antepenúltimo día de resistencia que anteriormente ya menciono, ya no llevaba
alpargata en el pie derecho por habérseme deshecho totalmente, y recuerdo que
para calzarme ese pie tuve que improvisarme con dos macutos de campaña rollados
y atados, con cuerdas sobre el pie aludido, pero gracias y como si lo viviera en este
momento que lo escribo ahora mismo, por la tarde de ese mismo día citado, en oca-
sión de estar trasladando a otro miliciano compañero de mi compañía herido grave
de metralla de mortero, sobre el abrigo de una cueva en un barranco para poderlo
asistir, en compañía de otro compañero más, el mentado compañero herido me dijo
en su agonía: “¡Satué!, si muero quítame estos buenos zapatos y cálzate tú, no vayas
descalzo”. Añadiendo en sus pobres palabras de aliento el citado herido, “acuérdate
dónde me dejáis, Enrique, y ya lo dirás si vives a una tía mía que vive en Valencia,
llamada Julia Soler Puig”, que en estos momentos no recuerdo su calle y número,
pues así lo cumplí porque su agonía solamente duró unos veinte minutos, repito, lo
recuerdo ese chico mientras viva, son episodios de una guerra, “pero qué amargo”.
La lucha sigue, la trilita y el humo de los morterazos nos atontaban en muchos
momentos, la nieve helada saltaba como la tierra por encima de nuestros cuerpos
tendidos como una tormenta, pues repito había que resistir por esa parte de valle
fuera como fuera para proteger al resto de la citada 43.ª División, que iba retirándo-
se por el otro lado del valle hasta llegar a Bielsa, para continuar ellos a la frontera
francesa, y por último, por cuanto a nuestra parte también dieron la orden de irnos
replegando en retirada los supervivientes que quedábamos con dirección hacia la
mentada frontera, pero por el puerto de Plan, sujetando al propio tiempo la feroz
persecución del avance de las tropas del Tercio y Regulares del Ejército Nacional,
dejando con tristeza y pena el terror que proporcionaba aquellos momentos de
abandono de los compañeros muertos y heridos en estos últimos días de lucha, que
como cosa natural no podíamos llevar con nosotros, repito, todo había que aban-
donarlo. Con todo esto, a las nueve horas del día 14 de junio de 1938 pasábamos la
expresada frontera para introducirnos totalmente en país vecino de Francia, auto-
rizado por el Gobierno de aquella nación, trámite que según hizo el doctor Negrín
cuando nos visitó en la Bolsa de Bielsa citada, a mediados de mayo de este año; y al
216
Uno más de la “Bolsa”
llegar a la primera aduana de esta nación, los gendarmes nos hicieron entregar las
armas y nos cacheaban de uno en uno a todas las fuerzas en general, y por la noche
de este día, montamos en autocares, nos trasladaron a toda la División a Toulouse,
aquí nos pasaron también de uno en uno por un control que lo presidían varias
autoridades francesas, y estas nos preguntaban: “Usted, a dónde desea ir, a Franco o
a la República”, y un servidor decidí ir a la República. Entonces unos salíamos por
una puerta para coger el tren que iba a Barcelona, y los otros por otra puerta para
coger el tren que iba Hendaya, zona de Franco, o nacional, salíamos de Tolouse
a las 12 horas del día 15 de junio de la estación de esta localidad en dirección a
Portbou, España, con los consabidos insultos de palabra entre los milicianos de un
tren y otro, momentos antes separados con su ideología reservada en su interior,
mientras estuvimos todos juntos en una zona obligada y casi asediada; y por este
hecho de que los unos se iban a la zona de Franco, se les consideraban como fas-
cistas traidores a la zona roja o republicana, y todo quedó así, puesto que entre un
tren y otro sobre el andén y las vías había más de trescientos gendarmes poniendo
orden e impidiendo que nadie bajara de los vagones en el momento que montabas
en el convoy después de haber salido del indicado control de clasificación; ya en
marcha, un tren con más de cuarenta vagones por una línea general electrificada
circulábamos por el sur de Francia en dirección al mar Mediterráneo, para llegar a
la indicada estación de Portbou a las 19 horas de este día, continuando a Castellón
de Ampurias (Gerona), aquí permanecimos dos días toda la división o parte de ella
que vino a la zona republicana; antes de pasar más adelante quiero hacer constar
que al pasar por todas las estaciones entre Toulouse y Portbou, España, se hallaban
todos los andenes de las mismas abarrotadas de comida de todas clases, destinada
para entregar a las fuerzas republicanas en el trayecto de paso para nuestra nación,
además había concentrada en dichos puntos miles y miles de gente que nos aplau-
dían por nuestra heroicidad y valentía, que me supongo a mi criterio sería gente
adicta a la causa que defendíamos.
Continúo relatando: desde Castellón de Ampurias, salíamos la división
con destino a Barcelona con 15 días de permiso concedido por el Gobierno de
la República, en recompensa por la heroica resistencia en la Bolsa de Bielsa del
Alto Aragón, cuya valentía y heroísmo fue felicitada y decretada con fecha de 20
de junio de 1938 en Barcelona, por el entonces presidente de la República doctor
Negrín. En Barcelona esta división recibió los más altos honores, actos, festivales,
agasajos, etc., todo pagado en los cines, teatros y demás espectáculos, la comida
también gratuita en las dependencias militares, recuerdo que en el Teatro Price
de aquella capital, nos dieron dos grandes discursos, representados el primero
por personalidades del Gobierno de la República, y el segundo representado por
altos cargos políticos, entre ellos la delegada entonces del Partido Comunista de
España, doña Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, en compañía de los altos jefes de
la expresada 43.ª División, que regentaba como primer jefe de la misma el teniente
coronel entonces Antonio Bueno, apodado “el Esquinazau”, natural de Canfranc
(Huesca). Una vez finalizado el citado discurso, la mentada “Pasionaria”, que
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Enrique Satué Buisán
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Diario de guerra
Por Ramiro C. de Sobregrau i Jubert
Nota previa.- Recién obtenido el empleo de alférez provisional tras un cursillo realizado en Dar-Riffien
(Marruecos), el autor, D. Ramiro C. de Sobregrau i Jubert, fue destinado en Zaragoza al Tercer Cuerpo
de Ejército, el día 6 de febrero de 1938. Ya en Jaca se le dio destino el día 10 de febrero en el 5.º Batallón
Arapiles n.º 7.
Allí obtuvo el mando de la sección de morteros del Batallón el día 14 de febrero. Por ausencia
del oficial correspondiente, se le atribuyó eventualmente el mando de la Compañía de ametralladoras
pesadas. Se mantuvo al mando de ambas unidades durante toda esta campaña y toda la guerra.
Después de pasar el mes de febrero en Jaca, realizando ejercicios y prácticas de tiro, la unidad
salió con destino a Javierre del Obispo.
Diario noveno
1 de marzo [de 1938].- Estoy de servicio. Mañana, si no hay novedad, me voy
para regresar.
2 de marzo.- Por la mañana salimos en camiones hacia un pueblo llamado
Javierre [del Obispo].
3 de marzo.- Me voy por la mañana hacia Jaca donde paso el día reuniendo
lo necesario para ir a quedarme al frente.
4 de marzo.- Con la 4.ª Compañía voy a Javierre. Las posiciones están en unas
montañas altas sobre el pueblo.
5 de marzo.- Voy al relevo. Recorremos las posiciones. El camino es muy pesa-
do y empinado. La cota más alta está a 1.700 m. Desde las posiciones se domina
Biescas y otros pueblos pequeños. Se domina gran cantidad de picos del Pirineo y
estribaciones.
6 de marzo.- Yo no estoy en las posiciones. Me quedo en el puesto de mando,
en Javierre. Estoy instalado en una de las casas.
7 de marzo.- La mayoría de las casas están quemadas de cuando nos lo toma-
ron los rojos que [...] 9 meses en poder suyo. Quedan muy pocas familias y apenas
ninguna chica.
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Ramiro C. de Sobregrau i Jubert
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Diario de guerra
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Ramiro C. de Sobregrau i Jubert
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Diario de guerra
Ayer nosotros tuvimos una leve. Nosotros, después de penosa marcha, llegamos
al pueblo de Vió, donde los rojos ofreciendo alguna resistencia hacen una baja y
un muerto al 9.º de Bailén. Finalmente, por la noche, entramos. Pernoctamos. El
pueblo está horrorosamente saqueado. Se nota que varias casas han servido de
enfermería. Resulta evidente que han tenido bajas. Algunos batallones marxistas
huyen montaña arriba hacia la frontera. Pasarán el puerto malísimamente, si es que
pueden. Han incendiado algún pueblo.
14 de abril.- Es Jueves Santo. No lo parece, pues seguimos marchando hacia
Escalona. Recorremos una barbaridad de camino. Al llegar a la vista de dicho pue-
blo y de otros que hay por los alrededores, observamos que están llenos de enemigos
que se preparan para el ataque. Cuando la 2.ª Compañía bajaba ha comenzado un
fuerte tiroteo, inicio del combate. Hemos emplazado las máquinas y la artillería
ha batido formidablemente los reductos de los rojos. Las granadas explotaban por
todas partes. Los rojos han ido retirándose. Se ha visto circular camillas y se ha
visto caer gentes de ellos. La 2.ª Compañía ha tenido dos bajas: una leve y la otra
de pronóstico reservado. Por el pueblo pasa la carretera de Barbastro. Ha sido un
buen combate.
15 de abril.- Los rojos se hacen fuertes en las posiciones que ocupan en los
pueblos y en la falda de la Peña Montañesa. Todo el día hay tiroteo y cañoneo, este
especialmente por parte nuestra. Ellos solo tiran a contrabatería, logrando localizar
una del 7’5. No la enmudecen, pero la “bordan”. La 4.ª Compañía ha intentado
una salida, debiendo replegarse con 6 bajas, heridos leves menos uno de pronóstico
reservado. Se han visto bajas en las filas enemigas. Tienen acumulada mucha tropa
y gran número de armas automáticas.
16 de abril.- Hoy hemos fortificado en previsión de cierta espera. Solo hay
algún pequeño tiroteo y algún cañonazo. Ayer una sección del 11 América entró en
Escalona. Se nubla.
17 de abril.- Durante la noche el enemigo ha fortificado brutalmente abrien-
do trincheras por todas partes. La artillería bombardea bastante intensamente
dichas posiciones. Anteayer, las fuerzas de Moliner sostuvieron un bravo combate
bajo la Peña Montañesa. Parece que operaremos mañana. Está bastante nublado.
18 de abril.- Seguimos igual. Batimos muy fuerte el campo enemigo con
artillería y mortero. Anuncian para mañana el ataque a las posiciones rojas. Temo
tendremos muchas bajas. Por la noche transportamos las ametralladoras del 7.º
Batallón Bailén a las posiciones de la 4.ª Compañía y me hago cargo de ellas hasta
después del ataque.
19 de abril.- La artillería dispara algo menos y los rojos ni se dejan ver.
Aprovecho la noche para convoyar munición por la zona batida donde está la
4.ª Compañía. La luna era espléndida y aún resultaba agradable andar de noche.
Todavía no he movido mis máquinas. Esperaré hasta unas horas antes de empezar
el avance.
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Ramiro C. de Sobregrau i Jubert
20 de abril.- Por la mañana nos han tiroteado más que de costumbre. Durante
la noche nos han estado disparando, ayer con artillería, hoy con mortero de forma
prácticamente continua. Estoy ya harto de no avanzar.
21 de abril.- Se espera la aviación. La artillería desde la mañana bate fortí-
simamente todo el campo enemigo. Hay momentos en que estallan numerosísimas
granadas simultáneamente sobre los objetivos. Ya cerca de mediodía vienen 5
aviones de reconocimiento. La artillería redobla los cañonazos para señalar los
objetivos a la aviación. El día comienza a nublarse. Creo que, desgraciadamente,
nos mojaremos. Lástima pues no tenemos tiendas de campaña. Amaina el norte y
el tiempo escampa.
23 de abril.- Voy hasta las posiciones donde tengo dos y tres ametralladoras.
Todo sigue relativamente calmado en cuanto a avanzar. Solo la artillería y los mor-
teros disparan bastante. En el campo rojo no se ve a nadie, a pesar de que hay gente.
Por la noche ni tan solo encienden fuego. Nosotros en cambio los encendemos a
cientos. Visto de lejos parece un numeroso pueblo. Todo y que el tiempo amenaza
lluvia, no acaba de decidirse. Estoy más que harto de la guerra. Cuanto más avan-
za, más aumenta mi angustia por verlo todo terminado. La calma de estos días me
trae loco. Si por lo menos atacásemos seguramente avanzaríamos hacia delante.
Son más de 100 km los que nos llevan de ventaja las otras fuerzas que avanzan por
Cataluña.
Diario Décimo
Este diario se inicia con un extracto del mes, curiosamente fechado el día 31 de
abril (día que no existe) según se transcribe a continuación y sigue luego con el orden
cronológico normal.
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Diario de guerra
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Ramiro C. de Sobregrau i Jubert
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Diario de guerra
que se pasan se quejan mucho de ello. Su vida es para enloquecer, de día metidos
en el refugio. Solo de noche pueden moverse y aún entonces tienen el peligro de los
morteros que de vez en cuando hacen fuego.
Día 1.º de junio.- Va pasando el tiempo y con él nuestras fuerzas van avan-
zando, no tanto como sería mi deseo, pues tengo ganas de hallarme de nuevo en el
seno de la familia y dejar esta vida nómada.
Día 2 de junio.- Continuamos en el mismo estado que los últimos días.
Día 3 de junio.- Los rojos han vuelto a ocupar terreno por la parte de Monte
Perdido. Llegan a hacer una incursión a Fanlo, donde ya no teníamos gente y pare-
ce que mañana vamos hacia allí.
Día 4 de junio.- Hemos salido temprano hacia Vio y por la tarde hacia Nerín,
donde nos hemos instalado. Es montaña bastante abrupta.
Día 5 de junio.- Por la tarde subo a las posiciones que ocupan los esquiadores
en La Estiva, 2.010 metros. El Monte Perdido queda enfrente, a unas 4 horas. Los
rojos ocupan Cuello de Mondicieto, Las Cutas y otras alturas. Se les ve convoyar
y fortificarse. A la izquierda queda Ordesa. Es un buen paisaje de montaña, si bien
no de extrema belleza. He tomado algunas fotos.
Día 6 de junio.- Se espera y observa por si nos ordenan atacar o bien quedar
en contención. Opino que deberemos atacar.
Día 7 a 10 de junio.- Están las fuerzas como en días anteriores. Hoy se toma al
enemigo Puyarruego, Peña Montañesa y Escalona, dejando prácticamente cercado
Laspuña.
Día 11 de junio.- Nos mandan subir a La Estiva para operar. Es una mala
papeleta. No creo que pueda hacerse nada positivo. Llueve y hay niebla todo el día.
Hace mucho frío. No podemos hacer nada.
Día 12 de junio.- Subimos de nuevo a La Estiva y la 1.ª ocupa el Mondicieto
sin resistencia y la 2.ª la falda de la misma montaña pasando por puerto Arenas.
Hace viento del norte, frío en extremo. Parece imposible que nos hallemos en el mes
de junio.
Día 13 de junio.- Las fuerzas de la Agrupación y las de la División avanzan
notablemente, a pesar de la resistencia que ofrece el enemigo. Frente a nosotros no
desaloja. Se fortifica en los altos. Se escucha a lo largo de todo el día un casi conti-
nuo bombardeo de aviación y de artillería. Las fuerzas progresan.
Día 14 de junio.- Por la mañana nos preparamos para avanzar debido a la
favorable posición del enemigo si se hace fuerte. Por el lado de Tella se escucha un
fuerte bombardeo y se ve al enemigo subiendo desde abajo. Nosotros efectuamos
un intenso fuego de ametralladoras y mortero, logrando hacer retirar al enemigo
desmoralizado tras dos días de derrota en el frente de Laspuña, Puyarruego, etc. La
1.ª Compañía toma sierra Custodia, 2.600 m. El enemigo no les hizo ni un momen-
to de resistencia. Ya de noche voy a trasladar las ametralladoras, emplazándolas
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Ramiro C. de Sobregrau i Jubert
dominando la entrada del Cañón de Añisclo, en el paso de los “mazos” del Monte
Perdido. Durante la tarde se han visto más de tres batallones venir de Tella para
huir por Añisclo. Dos han podido. El otro ha debido refugiarse en el macizo de las
Tres Marías para escapar a Espierba. Hago noche aquí.
Día 15 de junio.- Temprano me dan aviso de cargar las máquinas (ametralla-
doras) e ir al puesto de mando desde donde bajamos a Nerín y pernoctamos en Vio.
La Bolsa de Bielsa, pese a la ayuda francesa, se acaba.
Día 16 de junio.- A las 5 de la mañana iniciamos la marcha pasando por
Alturas de Puyarruego y por el pueblo, tomado pocos días antes. Yo tenía curio-
sidad por ver este pueblo que tantos días nos tuvo entretenidos. Es un espectáculo
salvaje. La vida de los milicianos rojos debe haber sido terrible. No hay una sola
casa que no tenga miles de impactos. La mayoría están destrozadas por los obuses
que han abierto las paredes. El suelo está lleno de trozos de metralla. Está fortifi-
cado en extremo. Todo trinchera cubierta y las casas llenas de aspilleras. Vi donde
cayó el camarada Antonio Torrecillas Perea a unos 6 ó 7 m del parapeto enemigo.
Pasamos por Escalona. Está completamente quemado y llegamos a
Hospital. Hacemos alto y pernoctamos en este pueblo. Nos notifican que hoy se ha
llegado a la frontera.
Día 17 de junio.- El generalísimo nos ha concedido la Medalla Militar
Colectiva por la actuación en esta bolsa a todos los que han operado. Por la tarde,
con el mando vamos a visitar la central de Lafortunada que los rojos han destruido.
Después seguimos hacia arriba, hacia Bielsa. El paisaje es cada vez más pirenaico
y más bonito. No se parece en nada al tramo del valle de Fanlo. La carretera va
discurriendo por un valle rico y pintoresco, hoy [...]. la poesía de la naturaleza por
las huellas de la guerra y las manos criminales de los rojos que han turbado la paz
de estas soledades y destruido sus riquezas. Son más de cien los coches que han
quemado y despeñado al huir. De Bielsa, que era un pueblo grandote, ni una sola
casa. Todo, completamente todo, ha sido derruido. El ganado que no se han podido
llevar lo han sacrificado. Hemos llegado a Parzán. Está igual que Bielsa. ¡Lástima!
¡Es tan bonito este valle! Qué triste espectáculo es la guerra, especialmente donde
la horda traidora no deja nada sano. Hay Tercio y Regulares, toda tropa mercena-
ria. Me dan un asco terrible en su chulería, tanto más cuanto que ni el Tercio ni
nadie ha superado el heroísmo desinteresado de las primeras Brigadas Navarras y
de muchas unidades de voluntarios. Me duele y me causa reparo ver estos parajes
tranquilos y reposados, conmovidos hoy por la guerra.
Día 18 de junio.- Hoy, cuando menos lo pensaba, me han dado permiso.
Salgo a las 5 de la tarde. Cerca de Labuerda tenemos un choque con otra camio-
neta. Resultan 5 heridos, uno de los cuales grave. Con distintos camiones llego a
Monzón, donde tomo el tren hasta Miranda.
Día 19 de junio.- Los trenes van muy llenos. Llego a Miranda a las 6 de la
tarde y sigo hacia Burgos donde llego a las 8 de la noche. Padre tiene una gran
alegría y sorpresa al verme.
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Desde el Pirineo de Aragón, Huesca
Por Joaquina Guillén Mur
Soy una oyente que tanto oigo hablar de la Guerra Civil, pues yo también les
voy a explicar un poco cómo se vivió, durante todo el proceso de la guerra, en mi
casa, todos asustados, y todos los del pueblo igual, no sabíamos cómo se iba a pasar.
Ya nos dijeron que nos teníamos que ir a esconder a una cueva que había a
una hora del pueblo andando, que la guerra había estallado. Muchos, por no ir a la
cueva, se marcharon a Francia, que tenían familia allí.
A mi padre lo llamaron que tenía que ir a la guerra. Mi madre todos los
días llorando, con ocho hijas, la mayor quince años y la más pequeña, cuatro años.
Nos llevaron a la cueva a unas treinta personas del pueblo, las mujeres del pue-
blo todas llevaban algo para comer. Llevaban queso hecho de casa, muy bueno,
jamones, patatas, todo lo que podían. Mi abuela era muy mayor, no quiso marchar
de casa, de vez en cuando le llevaban algo.
Lo que no teníamos agua, teníamos que ir a una fuente muy buena, una agua
cristalina, llamada la Fuen de Peti. Nos mandaban por agua a las más pequeñas,
porque abultábamos menos y no fuéramos descubiertas por la aviación. Teníamos
que bajar por una senda muy pendiente. Yo un día tropecé, se me cayó la badina de
la agua, empezó a dar vueltas para abajo, ya no se vio más, luego las mujeres a una
a reírme por no traer agua.
Los aviones pasaban todos los días, a veces pasaban en grupos de siete avio-
nes, otras veces grupos de cuatro. Enseguida corríamos a escondernos para que
no nos vieran. Las mujeres mayores, si se asomaban un poco fuera de la cueva,
se ponían delantales negros para no ser vistas por los aviones. Las más pequeñas
pasábamos mucho tiempo fuera, ya que al mismo lado de la roca había en lo más
alto un criadero de golondrinas, y allí mirábamos cómo hacían nidos con arcilla y
el revoloteo que hacían saliendo de los nidos y entrando. Había muchas, aquello
nos daba alegría.
A los dos días de dejar la cueva y bajar al pueblo, en la misma montaña, se
atrincheraron los rojos de la guerra y los nacionales en otra montaña, lejos, pero
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Joaquina Guillén Mur
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Desde el Pirineo de Aragón, Huesca
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Joaquina Guillén Mur
leche en badinas en la cabeza, a media hora de camino, nos ayudábamos mucho las
mujeres del pueblo.
Y con la lana hacíamos mucha ropa, cardábamos la lana, después hilarla,
después hacíamos jerséis, calcetines, refajos, no se podía comprar como ahora, no
había dinero como ahora.
Si alguno lo prefiere, se lo puedo redactar todo en chistabino.
Marzo de 2005.
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Diario de operaciones
(Desde el 10 de marzo de 1938 al 1.º de abril de 1939)
Día 11.- Son las 10 de la mañana, nos vamos a dicho centro de reclutamiento,
donde nos toman la filiación, advirtiéndonos que al día siguiente volvamos a las 9
de la mañana a la oficina. Después nos dedicamos a pasear por el pueblo y entabla-
mos amistad con algunas chicas. Transcurre el resto del día sin novedad.
Día 12.- Como nos habían dicho, a las 9 acudimos, nos hacen formar y pasan
lista. Faltan muchos. Nos comunican que el rancho se dará en una torre que hay a
2 kilómetros del pueblo. A las 12 vamos hacia allí. Tenemos de rancheros a 3 ó 4
quintos que han salido voluntarios. Nos dan por primera vez un rancho que está
malísimo, lo tiramos y nos vamos a comer a una cantina. Como no se han incorpo-
rado todos no hacemos nada, nos dejan todo el día libre.
Día 13.- Como el día anterior, a las 9, lista, y ya nada. Comemos, paseamos
un rato y nos vamos al cine. Salimos y nos vamos pronto a dormir.
Día 14.- A las 9 vamos a pasar lista. A las 12 a comer, nos dan lentejas que
están mejor que el arroz de ayer. Nos vamos a un bar hasta las 7 que vamos a pasear
a los porches que es donde pasean las muchachas del pueblo. Paseamos con unas
amigas que nos hemos “facilitado”.
233
Francisco Pérez Pérez
Día 16.- Continúa sin haberse incorporado todos, por lo tanto, seguimos
igual.
Día 17.- Seguimos igual.
Día 18.- Hoy en la lista ya faltan pocos. El resto del día sin novedad.
Día 19.- Primer día de instrucción. La manda un alférez que ha llegado hoy.
La hacemos en el campo de fútbol. A la hora de costumbre a comer, por la tarde,
nada. Formamos 450.
Día 20.- A Sallán y a mí nos dice el teniente nos quedemos en la oficina para
ayudarle. Así pues, ya no haremos instrucción. Nos pasamos el día paseando.
Día 21.- A las 9 vamos a la oficina, estamos poco rato. Por la tarde hasta la
hora de ir a pasear a los porches la pasamos en el café. Luis y yo nos hemos bus-
cado novia. Por la noche nos vamos a los porches, paseo con mi “hallazgo”, nos
retiramos los últimos.
Día 22.- Como el día anterior.
Día 23.- Vamos al cine con nuestras “futuras”.
Día 24.- Sin novedad.
Día 25.- Sin novedad.
Día 26.- Sin novedad.
Día 27.- Rumores de marcha.
Día 28.- Ya no hay instrucción, nos dan el traje “kaki”. Se dice que salimos
hoy. Nos despedimos de las amistades. A las 7 no nos han dicho nada. Voy a des-
pedirme de mi “tormento”. Me anoto su dirección, Conchita Baldellou, plaza de
Costa, 5. A las 10 de la noche nos dan la orden de salida, ya parecemos verdaderos
“veteranos”. Entre gran alborozo, ocasionado en su mayor parte por el exceso de
alcohol, abandonamos el pueblo. Unas milicianas del Socorro Rojo han intentado
darnos ánimos arengándonos en un mitin, pero como a ninguno nos hace ninguna
gracia el ir a “pegar tiros”, aprovechándonos de la oscuridad reinante, las tiramos
con todos los objetos a nuestro alcance, piedras, latas, etc. Andamos toda la noche.
Al pasar por La Puebla de Castro, nos perdemos del grupo que va en cabeza, al que
no encontramos en toda la noche. Llegamos al mesón del Grado, rendidos por el
cansancio y por vez primera nos acostamos en el suelo en la acera de dicha casa. Al
pasar el puente me he dado cuenta de que lo están minando.
Día 29.- Nos despierta el tronar ronco de la explosión de un puente que ha sido
volado en la lejanía. Nos enteramos de que nos llevan a Estadilla. Emprendemos
234
Diario de operaciones
la marcha y sobre las 2 de la tarde, cerca de este pueblo, nos encontramos al resto
de la expedición. En total unos 250 de 500 que llegamos a estar en Graus. Todos
juntos llegamos a Estadilla y nos llevan a unos olivares en los cuales hay milicianos,
que nos dan latas de rancho en frío, tenemos un hambre “canina”, las devoramos
en unos segundos. Viene la aviación y bombardea el puente Las Pilas, sobre el
Cinca, y seguidamente rompe el fuego la artillería enemiga. Ahora me doy cuenta
de que estamos en el frente. Las granadas de metralla estallan en el aire y la metralla
empieza a causar los primeros heridos. Estoy nervioso. A las 6 de la tarde atacan
los moros y pasan el río, comenzando nuestra retirada. Como no nos han dado
armamento vamos más libre y nadie nos priva de que corramos a discreción. Vamos
todos los del pueblo menos Victorino. Como es ya de noche tiran bengalas que lo
ilumina todo. Verdaderamente que si estos artefactos luminosos no llevaran consigo
un mensaje de muerte, sería divertido. El pueblo está ardiendo por todas partes,
no se puede apreciar si son los edificios u otra cosa, pero sí que por doquier hay
llamas y señales de incendio. Hace explosión un polvorín y un camión cargado de
municiones. Andamos hasta las 2 de la madrugada que llegamos a Guinaliú (sic.).
Dormimos en un pajar. Al salir el sol nos despertamos y oímos a la aviación que
ametralla, nos asomamos a la puerta, y veo que lo hace sobre un rebaño de ovejas.
Día 30.- Nos enteramos de que vive aquí el “Indio”. Vamos a su casa y su
señora nos hace de comer, no hemos comido nada caliente desde que salimos de
Graus. Estando en el balcón vemos pasar por la calle a Ramón de Anselmo y a
Simoné, que también son fugitivos como nosotros, los llamamos y nos acompañan
a comer. Salimos enseguida, andamos hasta que se hace de noche y decidimos
acampar al aire libre, tendemos las mantas y como el cansancio y el sueño es mucho,
dormimos profundamente.
Día 2.- Son las siete, me levanto. Por todas partes se ve a la población civil
preparándose para salir. Los milicianos andan por las casas recogiendo cántaros
235
Francisco Pérez Pérez
para subir agua a la línea de fuego. Me junto con Pepito de Talegueta, Sallán y
Rafael y decidimos marcharnos a Liaso, desde allí nos vamos a Moriello. Hay
muchas fuerzas que hacen la retirada. A las 6 de la tarde entran después de un duro
combate los nacionales en Boltaña. Celebramos la noticia con una comida exqui-
sita, y partimos para Boltaña. Bajamos con el panadero, el Sr. Torres y sus respec-
tivas familias. Al llegar a las inmediaciones del pueblo, en una casita a la orilla del
camino, hay una avanzadilla de los rojos con un fusil ametrallador. Nos detienen
preguntándonos dónde vamos, nos damos cuenta que nos hemos puesto en grave
aprieto, y para despistarlos decimos que nos hemos enterado que han retrocedido
los nacionales y vamos a por víveres para cruzar la frontera y huir a Francia. Nos
hacen colocar en fila delante del fusil ametrallador, en tanto que va uno de ellos
a avisar al teniente de compañía; hace que nos presentemos a él, y ordena seamos
detenidos y conducidos por dos milicianos al puesto mando del batallón que está
en Escalona; al pasar por San Fertús veo a mis hermanas en el riachuelo cogiendo
agua, intento hablar con ellas pero los milicianos no me lo permiten. Por suerte, en
la casa que se halla establecido dicho P.M. encontramos a Callau, y este hace que
nos pongan en libertad, pero ya no tenemos más remedio que ir a presentarnos al
Cuartel General de la División 43.ª.
Día 3.- Sobre las 7 de la mañana llegamos a Salinas. Nos encontramos con
Aused y Dueso, nos presentamos y como los engañamos diciendo no estamos com-
prendidos en quintas todavía, nos destinan a Fortificaciones, nos reúnen una canti-
dad de fugitivos que han conseguido controlar, y al mando de un sargento, salimos
para la línea de fuego a hacer trincheras, desde esta posición se divisa perfectamente
Labuerda. Con una ametralladora que han emplazado en la torre nos tiran algunas
ráfagas. Antes de llegar a dicha posición, en la carretera me encontré con mi her-
mana y sobrinos que junto con otras personas de Broto los han obligado a huir a
Francia. No he comido en todo el día, me dan de las provisiones que ellos llevan.
Me despido de ellas y continúo. Al atardecer nos retiran a una vaguada detrás de
la línea. Cenamos un rancho nauseabundo, pero a pesar de todo lo comemos con
gana pues el apetito se deja sentir bastante. Preparamos un lecho entre la maleza,
pero a media noche tenemos que levantarnos a la lumbre, pues el frío reinante no
nos deja dormir. Fumando hojas de arbustos secos, transcurre el resto de la noche
hasta que amanece. Están con nosotros Crescencio y Acero.
Día 4.- Antes de la salida del sol y en una lata desayunamos un poquitín de
café y seguidamente nos llevan a las trincheras. Hacemos refugios contra los mor-
terazos, que tiran muchos.
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Diario de operaciones
237
Francisco Pérez Pérez
Día 20.- Por la mañana ha venido el teniente y nos dice: “Salgan todos los que
no estén comprendidos en quintas”. Como nos hicimos pasar por “personal civil”,
salimos también, menos Rafael y Pepito, que se han ido al Hospital, enfermos.
Acompañados por un sargento nos llevan andando hasta el puerto, 3 horas de
marcha, nos alojan en pajares y acto seguido comenzamos el ascenso a la cumbre,
4 horas nos cuesta de coronarla, con picos y palas abrimos camino en la inmensa
mole de nieve helada, hace un frío terrible, estamos descalzos. Encontramos algu-
nos trozos de pan tirados en la nieve, de lo que abandona el personal que pasa a
Francia, que comemos con gran deseo, el hambre cada día es mayor, pues para
comer nos dan dos trocitos de carne y un pedacito de pan, que constituye todo
nuestro alimento. A las 4 bajamos al Hospital de Parzán, que es donde tenemos la
cocina, cenamos lentejas y nos acostamos, no podemos dormir de frío. La cara hace
6 u 8 días que no me la he lavado.
Día 21.- Nos dan un poquito de tocino sin pan para desayunar y empren-
demos el ascenso hasta el puerto. Por el camino encontramos varios mulos que
evacúan los heridos a Francia. Salimos a las 7 de la mañana y llegamos a la cumbre
a las 11, o sea, donde parte España y Francia. Para comer nos han dado un troci-
to de carne frita y medio chusco. Sobre las 4 de la tarde tenemos que abandonar
el trabajo pues empieza a nevar intensamente, a un metro de distancia ya no nos
divisamos de unos a otros debido a la intensidad de la nieve. Vienen varios mulos
que transportan de la nación vecina harina, gasolina y otras materias. Algunos
esquiadores y “gendarmes” franceses ayudan a pasar los heridos. Nos saludan con
el puño cerrado. Nos dan tabaco.
Día 22.- Continuamos igual, abriendo paso en la nieve.
Día 23.- Sin novedad.
Día 24.- Sin novedad.
Día 25.- Sin novedad.
Día 26.- Para librarme del calvario en que estamos atravesando, decido ir al
médico con la excusa de que padezco del corazón y no podía subir la terrible cuesta.
Como ve que es mentira, para vengarse me da una purga de unos polvos terrible-
mente amargos. La tiro sin tomarla y me quedo en la cocina.
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Diario de operaciones
Día 29.- Por la tarde, cuando han bajado del puerto, un sargento de la 72.ª
Brigada nos llama a Sallán, Dueso, Aused y a mí, nos hace subir a un carro y
acompañados de él nos bajan a Lafortunada. Toda la noche ha estado lloviendo,
llegamos calados completamente y nos suben a las posiciones de primera línea.
Está la noche muy oscura, tenemos que ir cogidos para no perdernos, a un paso ya
no se ve nada. Un centinela nos da el alto, contesta el sargento y nos dejan pasar.
Llegamos a una cueva junto a la Peña Montañesa y allí pasamos el resto de la noche
al calor de la lumbre.
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Francisco Pérez Pérez
la a cabo para conseguir mis propósitos. Cojo su fusil, correaje y bombas de mano
y me voy al puesto, la consigna es cualquier movimiento sospechoso que vea hacer,
fuego con las bombas de mano. Me pongo un abrigo ruso que me presta uno de
mi escuadra, estoy en el puesto, me quito el abrigo, correaje y fusil, dejo el reloj del
cabo dentro de una cartuchera pues no quiero llevármelo por tratarse de un mucha-
cho muy bueno. Está muy oscuro (interrumpo el diario pues he estado escribiendo
completamente a oscuras) –continúo el diario ahora que tengo un rato libre–.
Cuando quedé solo empecé a andar muy despacio por un bajador lleno de piedras
sueltas. Cuando llevo andados unos veinte metros oigo detrás de mi ruidos. Estoy a
punto de darme un ataque. La sangre se me agolpa en las sienes y parece que se me
va a paralizar la circulación. Me tiembla todo el cuerpo, grito, me echo a correr y
me caigo, me he dado un golpe terrible pero no lo siento. Sigo corriendo hacia las
posiciones nacionales y escucho, me han dado el alto. Me quedo quieto, la emoción
no me deja hablar de momento, por fin consigo hablar y grito: “Camaradas, no
tiréis, que me paso”. Me pregunta el centinela si traigo armas, contesto que no. Subo
hasta la trinchera y me rodean muchos, acosándome a preguntas. Ya empieza a cla-
rear el día. Me dan tabaco y leche con café, llevándome a presencia del teniente de
la compañía, me hace algunas preguntas y ordena se me lleve al puesto mando del
comandante. Le explico al comandante dónde están emplazadas las ametralladoras
rojas. Viene la aviación nacional y bombardea las líneas rojas. Escoltado por un sol-
dado voy a Labuerda a presentarme al teniente coronel. Me hace muchas preguntas,
comemos como no lo habíamos hecho hacía mucho tiempo y junto a otros que se
han pasado la misma noche, bajamos a Aínsa. Nos suben al pueblo y me encuentro
a mi familia que habían bajado a verme, pues un sargento de automovilismo que los
conocía, al dar mi nombre en una oficina, se dio cuenta que era familia de ellos y sin
decirme nada subió a buscarles con un camión. Nos llevan a dormir a una cuadra
que es donde he proseguido mi diario.
Día 3.- Me levanto con un dolor de cabeza terrible, debido a las emociones
de ayer y la dureza del suelo, pues hemos dormido sin mantas. Acompañado por
el sargento de automovilismo me voy a una peluquería para arreglarme, desde que
salí de Graus no me he afeitado ni arreglado el pelo, así que ofrezco un estado
lamentable. Acto seguido me voy al río a lavarme, que también me hacía una falta
enorme. Al subir me encuentro con mis tías que han bajado a verme y a traerme
ropa limpia. Estando con ellas en la carretera pasa el general Solchaga, las llama
preguntándolas si soy familia de ellas, y me autoriza para subirme a casa hasta
mañana a las 8 de la mañana.
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Diario de operaciones
soldado aviso a mi tío Antonio, viene a verme, diciéndome volverá al siguiente día
a las tres. Dormimos en el suelo, con una manta, así que pasamos mucho frío.
Día 5.- A las 7 desayunamos café con leche. Para comer, rancho en frío.
A las 2 nos hacen preparar, y formados y escoltados nos conducen a la estación.
Encuentro a la dueña de la casa que estábamos en Graus, a Carmencita Boren y al
hermano de Paco del cuartel. Partimos con rumbo a Zaragoza a donde llegamos
sobre las 8 de la noche, nos apeamos del tren y a pie atravesamos toda la capital
para ir al cuartel de San Gregorio. Somos más de 2.000.
Día 7.- Diana a las 6. Desayuno café. Para comer, lentejas. Para cenar, carne
con patatas. Me encuentro los primeros piojos. Para cama, el suelo.
Día 6.- Me avisa el cartero que pase a recoger un certificado. Lo recojo y veo
son los informes. Los entrego seguidamente.
Día 10.- Instrucción por la mañana. A las 6, paseo hasta las 8. Después cena-
mos y a dormir.
Día 11.- Me encuentro a Zamora, que se había pasado el día después que yo
lo hice.
Día 16.- Habíamos sacado entradas para ir a los toros y nos dan la orden de
que nadie salga del cuartel, que vamos a salir en una expedición.
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Francisco Pérez Pérez
Día 17.- Salimos una expedición de unos 250 en el tren. Pasamos por
Zaragoza, continuando la marcha sin saber a dónde nos dirigen, llegamos a
Almacellas y nos ordenan bajar del tren, nos dan rancho en frío y quedamos en
unas eras a dormir.
Día 18.- Nos llevan en camiones, a lo lejos se oyen cañonazos. Paramos en
unos olivares, a 3 kilómetros de Balaguer, donde nos incorporamos a un tercio de
requetés que ha sido retirado del frente (Tercio del Pilar).
Día 19.- Por la mañana nos dan un mosquetón y la boina roja. Los veteranos
nos enseñan el manejo del fusil y a tirar bombas de mano. Nos agregan a las com-
pañías, a Victorino le destinan a la 2.ª y a mí a la 4.ª.
Día 20.- Vamos a la instrucción, que consiste en desplegar, simular ataques a
posiciones enemigas, etc. Por la tarde, teórica, todo esto al aire libre, pues estamos
en un campamento, para techo tenemos los olivos.
Días 21 al 26.- Como en días anteriores.
Día 27.- Por la tarde nos bajamos con Lacambra y otros amigos a Balaguer.
Estando en un café se lía a tirar la artillería roja. La metralla causa algunos heridos.
Salimos a la calle y nos refugiamos en los porches. Por toda dirección vuelan las
tejas de los tejados y otros objetos. Después de un intenso cañoneo cesan de tirar y
aprovechamos para regresar al olivar. Llevan algunos heridos al hospital.
Días 28 al 30.- Continuamos con la instrucción.
Día 1.º de julio.- Volvemos a bajar a Balaguer. Bebemos mucho hasta poner-
nos medio borrachos.
Día 2.- Sin novedad.
Día 3.- Rumores de que vamos a salir al frente.
Día 4.- Nos equipan de munición, bombas de mano, careta contra gases y
machete. Sobre las 10 de la noche nos hacen levantar, ordenándonos nos preparemos
con todo el equipo. Partimos por la carretera con dirección a Balaguer. Pasamos
dejando el pueblo a nuestra espalda y continuando hasta el frente. Relevamos a una
Centuria de Falange, como soy el primero de la escuadra, tengo que relevar al centi-
nela de estos. Tenemos que hablar en voz baja debido a la proximidad del enemigo.
Estoy de centinela hasta las dos, que me acuesto en la chabola.
Día 5.- Al amanecer subimos dos de cada pelotón a por el café a la cocina
que se encuentra bastante retirada de la línea de fuego. Los rojos nos obsequian con
algunos tiros. Tomo el café y me entretengo en tirar algunos tiros a los rojillos que
andan por lo alto de la trinchera. Pasamos el resto del día sin novedad.
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Diario de operaciones
Día 9.- Cada tres días me toca un día de guardia durante el día, y por la
noche, todas tenemos que salir de escucha hasta la alambrada.
Día 14.- Son las tres de la madrugada. Tengo que salir de escucha. Está ame-
nazando una gran tormenta. A un metro de distancia no se divisa nada debido a la
oscuridad reinante. De pronto empieza a llover torrencialmente. En un momento
me ha calado la lluvia por completo la ropa. A la luz de un relámpago me parece
haber visto bultos que se aproximan hacia nuestra alambrada, echo el alto y nadie
me contesta. Sacó la horquilla a la bomba que tengo en la mano, dispuesta para
tirarla, la lanzo, a la explosión salen todos los demás a la trinchera y se forma un
nutrido fuego de fusilería y ametralladoras, terminando este pronto, pues mis sos-
pechas habían sido vanas. Me relevan y me acuesto, no puedo dormir de frío, pues
tengo la ropa empapada completamente.
Día 15.- Amanece sin novedad, dedicamos el día a sacar el agua de las trin-
cheras.
Día 30.- Nos avisan de que estemos preparados con el equipo. Viene una
compañía de moros a relevarnos. Andamos toda la noche.
Día 31.- Al amanecer llegamos a un campo de aviación que había sido de los
rojos. Nos dan rancho en frío y con las mantas hacemos tiendas de campaña para
librarnos del sol, que da mucho calor. A las 6 de la tarde salimos hacia Menarguens
(Lérida). Llegamos de noche y relevamos a una Compañía de Regulares. Estamos a
unos 200 metros de las trincheras enemigas, o sea, al otro lado del río Segre. Salgo
a relevar al centinela moro, arrastrándome sobre el suelo, pues debido a la proxi-
midad del enemigo hay que tomar toda serie de precauciones. El puesto está en la
misma orilla del río, al lado opuesto se encuentra el centinela de los rojos, camu-
flado entre unas matas, se hace el puesto. Se oye perfectamente hablar y cavar en la
trinchera enemiga. Me relevan a las 2 horas.
Día 1.º de agosto.- A la salida del sol oímos que desde su trinchera nos lla-
man los rojos, y nos proponen hacer un pacto de no tirarnos un tiro, como estamos
dominados en altura por ellos, aceptamos. Charlamos un rato. Nos dicen si quere-
mos cambiar papel de fumar por tabaco, pasan el río 4 ó 5 y bajamos a la orilla a
llevarles el tabaco, lo cambiamos y cada uno regresamos a nuestra trinchera.
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Francisco Pérez Pérez
Día 9.- Son las 10 de la noche. Aprovechando el pacto que tenemos, se ponen
a trabajar en un nido de ametralladoras y a hacer un camino, con objeto de caso de
atacar, poder bajar los tanques. Emplazamos un ametrallador y los tiroteamos. Ha
quedado roto el pacto.
Día 10.- Amanece y vemos que han hecho varias mirillas en la trinchera para
batirnos con más facilidad. Se las deshacemos a tiros. Tiran balas explosivas.
Día 16.- Nos releva una compañía de soldados de la 13.ª División que han
venido del Ebro. Nos llevan a una casa a las afueras de Albesa, denominada
Camporrellets (Lérida). Estamos en plan de descanso.
Día 1.º de octubre.- Nuevamente volvemos a las posiciones del Segre, vamos
un poco más cerca de la cabeza de puente de Balaguer. Desde la orilla del río hasta
la trinchera hay aproximadamente medio kilómetro, así que la primera sección tiene
que bajar por la noche hasta la misma orilla a la avanzadilla, tenemos que bajar una
sección cada cinco días.
Día 6.- Sobre las 5 de la tarde emprendemos la marcha a pie hasta Albesa,
donde está preparada una caravana de camiones. Subimos a estos, y partimos con
dirección al frente del Ebro. Salimos cantando.
Día 7.- Está amaneciendo, los camiones apagan la luz, esto nos demues-
tra que estamos cerca del frente. Llueve copiosamente. Muy cerca ya se oyen las
explosiones de las bombas de mano y el tableteo de las ametralladoras. Están en
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Diario de operaciones
combate. Bajamos de los camiones calados por la lluvia y ateridos por el frío, y
vamos a coger uvas a una viña que hay a la orilla de la carretera. Entre los olivos se
ven muchas baterías emplazadas y camufladas con ramaje, polvorines, puestos de
Sanidad, camiones transportando material de guerra, ambulancias, fuerza que va y
viene. Nos dan rancho en frío consistente en una lata de sardinas, un chusco y una
cantimplora de vino. Nos acercan a la línea de fuego, ordenándonos vayamos en
fila de a uno y guardando distancia. La artillería roja, que se ha dado cuenta de la
maniobra, comienza a romper el fuego sobre nosotros, la metralla ocasiona algunas
bajas. Pasan algunos mulos con soldados muertos. Por todas partes se ve huellas de
la metralla, árboles destrozados, trincheras, hombres y mulos muertos que huelen
terriblemente, nidos de ametralladora, aparatos de aviación que han sido destruidos
en algún combate, obuses sin explotar. Paramos en una vaguada donde ya llegan las
balas perdidas. No cesa de tirar la artillería de ambos lados.
Día 10.- Amanece. Por vez primera vamos a entrar en fuego verdadero. A
las 9 de la mañana salimos en fila de a uno hacia la línea de fuego, hemos dejado
las mantas y el macuto para no llevar tanto peso. El teniente me ha ordenado que
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Francisco Pérez Pérez
vaya al mando de una escuadra, de cabo. La artillería comienza a tirar sobre las
trincheras que tenemos que tomar. Nos vamos aproximando, algunos cañonazos
hacen cortos y caen sobre nosotros, tenemos que lamentar algunas bajas de nuestra
propia artillería. Nos refugiamos contra una pared, cae un proyectil, matando a un
muchacho e hiriendo a cuatro. Como nos ven que vamos hacia ellos, empiezan a
tirarnos con los tanques y ametralladoras, tiran con balas explosivas que al chocar
dejan sordo de la explosión, así como las granadas de mortero y cañón, hay un
fuego horrible, me tiro al suelo y con las uñas escarbo en la tierra hasta hacer un
agujero donde poder refugiar la cabeza para librarla de las balas. Después de unas
horas de intenso cañoneo, nos lanzamos al asalto. Entre las explosiones continua-
das de las balas y toda clase de proyectiles, no cesa de oírse los gritos de dolor de los
heridos que llaman a los camilleros para que los recojan. Transcurrido un momento
de combate de bombas de mano, se rinden los que defendían la posición, otros han
huido. Voy a registrar a un comisario que ha muerto en el combate y lleva los bolsi-
llos llenos de bombas de mano. La trinchera ha quedado completamente destruida,
así como varios fusiles que han sido alcanzados por la metralla cuando hacían
fuego sobre nosotros. Seguimos adelante hasta otra trinchera que han abandonado,
hay un rojo con la cabeza atravesada de un balazo, por los orificios causados por el
tiro le brota abundante sangre. Está terminando, lo registramos encontrándole un
carnet de comunista, dinero y otros objetos. Paramos el avance y con los machetes
hacemos trinchera para refugiarnos, pues continúan batiéndonos desde otra posi-
ción. En este ambiente de nerviosismo anochece, continúo preparando el parapeto,
pues seguramente tendremos jaleo, cojo un cuerpo extraño, tiro de él, veo que es
el brazo de un miliciano que había quedado enronado en la trinchera destruida a
mis pies, tengo que continuar encima de él, pues ya tengo el parapeto casi termi-
nado. De pronto oímos gritos de “¡Arriba España!”, y vienen dos corriendo hacia
nuestra posición, se pasan. El alférez coge un fusil y le dispara un tiro al que viene
delante, hiriéndole en el vientre, pues como venían corriendo, creímos que era un
ardid para cogernos desprevenidos y atacar, pues ya acostumbran a usar estas mar-
tingalas. Huye gritando, pero a los pocos pasos cae medio muerto, lo terminamos
de matar para evitarle sufrimientos, el otro huye otra vez hacia los rojos. En un
refugio encontramos otro que la metralla de un cañonazo le ha cortado un pie y le
han abandonado, lo recogen los camilleros evacuándole al puesto de sanidad para
curarle. Viene una compañía de zapadores y hacen trincheras, oyen los rojos cavar
y empiezan a tirarnos con una ametralladora, hay una luna magnífica, que les per-
mite ver nuestros movimientos, me refugio en el agujero de una bomba de aviación.
Un centinela tira una bomba porque le ha parecido que venían a contraatacar, y se
forma un fuego espantoso, me lío a tirar bombas y en pocos minutos tiro las 25 que
contenía, cesa el fuego, se han retirado. Transcurre media hora aproximadamente
cuando vuelven de nuevo al ataque, pero tampoco logran acercarse a nuestra trin-
chera, han llegado hasta la alambrada, intentando cortarla, pero no lo han conse-
guido, les hemos causado muchas bajas, a la luz de las explosiones de las bombas
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Diario de operaciones
Día 11.- En los ataques de ayer, entre muertos y heridos hemos tenido más
de 30 bajas. Sobre las 2 de la mañana nos retiramos a una vaguada detrás de la
posición. Amanece y subimos a la trinchera de refuerzo, hoy no operamos noso-
tros, lo hace una bandera de la Legión. A la hora de ayer comienza la preparación
de la artillería y la aviación, el chirriar de los proyectiles que pasan sobre nuestras
cabezas se hace ensordecedor, son miles los que pasan, empiezan a desplegar los
legionarios. Los rojos les dejan acercar y abren el fuego, caen muchos que ya no
vuelven a levantarse, llegan cerca de las trincheras donde resisten los rojos, dan el
asalto pero tienen que retroceder, cesando el fuego por un momento. Nuevamente
y con más intensidad vuelven a volcar nuestras baterías sus proyectiles sobre la
posición. Desde nuestro observatorio vemos el espectáculo perfectamente, aunque
algunas veces tenemos que acachar la cabeza, pues nos han localizado como fuerza
de refresco, y nos tira la artillería, así como las balas que se pierden de las destina-
das a los atacantes. Cae una verdadera lluvia de proyectiles sobre nuestro parapeto,
pero por suerte quedan casi todos sin hacer explosión. Estoy con un muchacho
de Las Bellostas, un proyectil que ha estallado delante de nosotros le causa una
pequeña herida en la nariz, ha sido un pequeño rasguño. Serán las 3 de la tarde, nos
han dado rancho en frío, pero lo hemos tirado, pues el jaleo y la sed nos impiden
el comer. Continúa tirándonos la artillería, algunos se van a un refugio, pero yo
no puedo marcharme, pues el sargento me ha ordenado que estuviera alerta por si
nos teníamos que marchar de allí, para avisar a los demás. Vuelven a desplegar los
legionarios, una batería de un calibre extraordinario levanta enormes cantidades de
tierra y piedras, uno de estos cañonazos cae dentro de la trinchera de los rojos, y se
ve salir despedido a gran altura a uno de estos, por segunda vez dan el asalto los
legionarios, y nuevamente tienen que retirar. Por el camino que evacúan los heridos
van dos camilleros llevando un herido en la camilla, y se repite el caso de los rojos,
pero esta vez desgraciadamente son nuestros los que han sufrido el terrible inciden-
te, salen disparados con fuerza por el aire, caen al suelo y quedan inmóviles los tres,
los ha matado. Vuelven por tercera vez al asalto los legionarios cuando ya oscurece,
se entabla gran combate de bombas y por fin logran desalojar de sus refugios a los
rojos, hay tres líneas de trinchera y 6 de alambrada. Ya es de noche por completo
cuando llega el contraataque por parte de los rojos, combaten un rato y por fin cesa
el fuego. Tenemos que estar toda la noche de pie dentro de la trinchera por si se
repiten los contraataques y es necesario ir a reforzar a los legionarios.
Día 12.- Al amanecer nos llevan a reforzar a la 1.ª Sección que está a nuestra
derecha, a las 10 de la mañana salen a operar. Nos ponemos en refugio esperando
la orden de salir, ya hace más de 2 horas que la artillería ha comenzado su prepa-
ración y todavía no nos han avisado. Salimos tres y nos metemos en el agujero de
un cañonazo, una verdadera lluvia de proyectiles rojos caen sobre nosotros, uno
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Francisco Pérez Pérez
de estos cae encima de nosotros, hiere a los tres que estaban conmigo, la cartuchera
me salva de que se aloje un trozo de metralla en mi cuerpo, pues la munición impide
el que la atraviese. Salgo corriendo y sigo en busca de la compañía que ya va delan-
te, me ven y tiran varias ráfagas de ametralladora, las balas se clavan a mis pies,
levantando nubecillas de polvo. Paso por una pequeña vaguada, casi no se ve del
humo y el polvo de los proyectiles que estallan, es un verdadero milagro que no haya
sido herido, me cruzo con varios enlaces que llevan partes, así como varios cami-
lleros que evacúan heridos. Encuentro a dos camilleros de mi compañía que bajan
a un muchacho andaluz con la cabeza atravesada de un balazo, uno de los camille-
ros se ha puesto enfermo, y un capitán de la Legión me hace que ayude al otro a
evacuar al herido. Tiro el fusil y correaje y me voy a llevarlo. El tiro le atraviesa la
cabeza de parte a parte, no habla pero se incorpora en la camilla y nos mira como si
estuviera loco, pesa mucho y como llevo varios días sin comer ni dormir me fatigo
muchísimo, la sed no cesa de atormentarnos, llegamos a una noria y paramos para
beber. En la orilla del camino hay un legionario muerto que ya empieza a oler muy
mal. Llegamos al botiquín y tenemos que esperar pues hay muchísimos heridos.
Como está muy grave el páter le da la absolución y lo llevamos hasta la carretera,
tenemos que andar más de tres kilómetros, todo el camino batido por la artillería
roja que no cesa de tirar. Encontramos a unos acemileros con mulos y hacemos que
lo carguen en uno de estos, para que lo lleven hasta la ambulancia, pues a nosotros
nos es materialmente imposible el continuar, estamos completamente agotados.
Vemos que viene la aviación, se interna en terreno enemigo, le salen al encuentro las
“ratas” rojos y entablan combate, caen tres aparatos, los pilotos se tiran con para-
caídas. Se llevan al herido en el mulo y nos volvemos cuando empieza a ponerse el
sol. Cuando llegamos arriba ya ha cesado el combate. Por todas partes se ven mulos
transportando munición hasta la 1.ª línea, fuerza que va y viene. En una vaguada
hay varios de nuestro tercio heridos y muertos. Cogemos otro herido y lo bajamos
hasta el botiquín, volviendo a por otro, pero ya dejamos la camilla, pues ya es impo-
sible el continuar, no podemos ni sostenernos en pie. Son más de las 10 de la noche y
decidimos acostarnos en un refugio donde encontramos una manta, para cabecera
tengo una cantimplora, pero no noto si es dura o si se trata de un buen almohadón.
Me duermo profundamente.
Día 13.- Despierto y puedo apreciar que ya hace mucho rato que ha salido el
sol. Salimos del refugio y vamos en busca del resto de la compañía que encontramos
en una vaguada retirados de la 1.ª línea, hemos quedado muy pocos. Pasan lista y
van contestando el que ha sido muerto o herido, entre los muertos figura Lacambra.
No puedo impedir que unas lágrimas resbalen por mis ojos. Para calmar la tristeza
de que somos objeto, compramos a los moros, que se dedican a vender en la línea de
fuego, varias botellas de coñac y anís, bebemos hasta ponernos borrachos. No cesan
los combates, ahora les toca a otras unidades, nosotros ya hemos cumplido nuestro
cometido hasta hoy, ahora a esperar el día de mañana. Seguimos en la vaguada,
donde hay algunos muertos que ya empiezan a descomponerse.
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Diario de operaciones
Día 15.- Nos retiran a 2.ª línea y nos refugiamos entre unas rocas, nos suben
rancho en frío, agua y café. Nos lanzamos sobre el agua como fieras pues tenemos
una sed enorme. Llevamos varios días con el agua racionada. Nos pasamos el día
metidos en los agujeros entreteniéndonos en matar los piojos, que los hay a mon-
tones. La artillería nos tira algunos cañonazos, pero estamos muy bien protegidos
y no sufrimos ninguna baja. Quedamos en la compañía 25 de 110 que éramos al
comenzar las operaciones. No cesan de oírse ni un momento las ametralladoras,
cañonazos y toda clase de armas de fuego en las sierras cercanas. Anochece y nos
acostamos, apretándonos unos contra otros para no sentir el frío, pues no tenemos
mantas.
Día 20.- La artillería nos tira más que de costumbre, sobre las 5 de la tarde
comienzan a tirarnos también con morteros del 81; por vez primera nos suben
rancho caliente para cenar, salimos de los refugios para cogerla. De pronto oigo el
silbido de un morterazo y a continuación una terrible explosión que me hace caer
al suelo. Me llevo la mano a la cabeza y noto que empieza a salirme mucha sangre,
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Francisco Pérez Pérez
Día 21.- Por la mañana nos dan un poquitín de leche, y a las 4 de la tar-
de nos llevan hasta Alcañiz, donde subimos al tren que nos conduce hasta
Zaragoza. Llegamos de madrugada, alojándonos en el Hospital Mercantil. Por
vez primera después de mucho tiempo duermo en cama, la que encuentro muy
extraña.
Día 22.- Me levanto a las 11 y me lavo, hacía ya muchos días que lo había
hecho, por lo tanto el agua queda completamente negra. Después de comer salgo
a dar una vuelta por Zaragoza y voy al Pilar. Como no había estado en Zaragoza
más que de paso, no conozco las calles y no sé volver al hospital, por fin pregunto
a un señor y me indica por dónde tengo que regresar, llegando a la hora de cenar.
Cenamos y me acuesto.
Día 25.- Continúa doliéndome mucho la herida, tienen que darme inyeccio-
nes para calmar el dolor tan agudo que me produce, paso el día muy mal, por la
tarde se me calma un poco el dolor y consigo dormir un rato.
Día 28.- Me dan el alta y me voy a la estación donde cojo el tren para
Zaragoza, continuando hasta Barbastro, donde llego a las 4 de la mañana y a las 6
en el coche salgo para Boltaña, llevo 12 días de convalecencia.
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Diario de operaciones
Día 29.- A las 10 llego a Boltaña después de nueve meses que hacía que había
salido.
Día 21.- En un camión salgo para Zaragoza, voy a la representación del ter-
cio y me dicen que este se encuentra en Alguaire (Lérida). Como tengo que ir por
Barbastro, me voy otra vez a casa.
Día 22.- Salgo para mi punto de destino. Llego por la tarde, encuentro en la
compañía muchos quintos que han llevado nuevos para cubrir las bajas.
Día 24.- A las 10 de la noche salimos todo el tercio con dirección al frente,
llegamos a Balaguer donde nos alojan en una iglesia. Dormimos en la misma.
Día 27.- Como el día anterior, pero con niebla. Sobre las 8 aparece sobre
el cielo nuestra aviación y nuestras baterías rompen el fuego sobre las posiciones
enemigas. También hay preparados varios tanques. A consecuencia de la poca
visibilidad debido a la niebla, la aviación en vez de arrojar sus bombas sobre las
posiciones enemigas, lo hace sobre las unidades que estamos preparadas para ope-
rar. Nos metemos en las acequias, después de repetidas veces de pasar descargando,
los antiaéreos le indican su error y se retiran. A consecuencia del bombardeo ha
ocasionado varias bajas y ya suspenden la operación.
Día 29.- Sobre las tres de la madrugada nos dan la orden de prepararnos con
todo el equipo y salimos hacia las trincheras. Vamos a la posición del “Merengue”.
Día 30.- A las 12 después de comer el rancho en frío, dicen vamos a salir, pero
más tarde retiran la orden. Desde la trinchera vemos que está operando una ban-
dera de Falange. Los rojos empiezan a abrir el fuego de sus ametralladoras desde
sus nidos, empiezan a caer los primeros muertos y heridos, la artillería no cesa de
tirar; asaltan algunas trincheras que se resisten con bombas de mano, en otras sacan
pañuelos blancos en señal de rendición. Hacen muchos prisioneros. En una posición
que se resistían, al verse envueltos, huyen por una trinchera hacia un barranco, la
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Francisco Pérez Pérez
artillería los localiza y les lanza una lluvia de granadas rompedoras. Siguen avanzan-
do, los tiros ya se oyen lejos. En fila de a uno salimos nosotros, al pasar un campo
que está batido, nos enfilan con una ametralladora y nos tiran sin cesar, pasamos
todo el tercio y no hacen ninguna baja, después pasa un tabor de regulares y una
bandera de la Legión y tampoco les ocasionan ninguna baja. Seguimos hacia delan-
te, en una vaguada hay muchos muertos, completamente destrozados de los cañona-
zos. Los tanques se retiran para atrás pues ya empieza a oscurecer. En una posición
que acaban de tomar hacemos alto para pasar la noche. Se oyen ya muy pocos tiros.
Día 31.- Hoy vamos también de refuerzo. La artillería nos tira mucho, pasan
los proyectiles rozando nuestras cabezas pues estamos resguardados contra unos
ribazos. Continuamos hacia delante hasta colocarnos detrás de unas paredes, los
tanques tiran sobre los nidos con sus piezas. Un tanque tiene que detenerse por
habérsele roto la cadena. Cesa la operación, anochece y acampamos en un olivar,
la primera Sección tiene que ir de avanzadilla.
Días 2 y 3.- Nos llevan a un llano donde está emplazada la artillería y nos
colocamos en unas chabolas que el día anterior habían sido de los rojos. Como ya
no llegan los tiros, compramos bebidas a los moros y nos ponemos alegres.
Día 4.- Salimos de refuerzo, la artillería nos bate más que a los de primera
línea. Sobre las 6 de la tarde tomamos Mongay (Lérida). Desplegamos por el pue-
blo a requisar por las casas, cogemos un cerdo y nos lo llevamos a las afueras del
pueblo donde está la compañía, con un machete lo matamos y con paja le quema-
mos el pelo. Cuando nos disponíamos a cortar para asarlo, viene un comandante
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Diario de operaciones
de la Legión con dos legionarios y el dueño del semoviente y nos hacen cargar con
él para devolvérselo a su dueño. Cuando regresamos de entregarlo, cargamos las
mantas de paja para hacer un lecho para pasar la noche.
Días 5 al 9.- Nos llevan a Mongay y nos alojan en el corral de una casa.
Día 10.- A las 8 de la mañana viene una caravana de camiones y nos trasla-
dan a Lérida, alojándonos en un cuartel, nos dicen que podemos salir hasta las seis
de la tarde. Vamos por las cantinas a comer y beber. A las 8 cogemos todo el equipo
y nos llevan a la estación, no sabemos dónde vamos. Nos ponen en los vagones y
nos dormimos.
Día 11.- Nos despierta el tren al ponerse en movimiento.
Días 12 al 16.- Al mediodía llegamos a la estación de Peñarroya (Córdoba).
Hemos pasado por Zaragoza, Logroño, Valladolid, Salamanca, Cáceres y Badajoz.
Al mediodía de este día 16, llegamos a Peñarroya, salimos del tren y nos llevan a
las afueras del pueblo junto a la artillería que está emplazada. Llueve un poco. Los
piojos, de tantos días sin limpiarnos, están a montones. Nos dan rancho en frío y
al poco rato viene una caravana de camiones y nos llevan a un pueblecillo que le
llaman El Hoyo, desde donde ya se oyen tiros. Está evacuado. Nos colocamos detrás
de unas paredes hasta que busquen alojamiento. Empieza a llover copiosamente.
Hacemos hogueras pero se apagan con la lluvia. Así transcurre la noche, estamos
ya calados por la lluvia.
Día 17.- Sobre las once de la mañana salimos en fila de a uno, por todas
partes silban las balas sin saber de dónde proceden, después de mucho andar dan la
orden de que nos retiremos y regresamos al pueblo, dormimos en una casa.
Día 18.- A las 7 de la mañana salimos a operar de refuerzo. Algunas mujeres,
al vernos partir tan alegres, lloran. Empieza la operación, va delante un tabor de
regulares, estamos parados en una vaguada más de tres horas mientras nuestras
máquinas y las rojas entablan combate, por fin subimos a la posición que ha sido
tomada por los moros, y vemos más de treinta muertos a cuchillo y bomba de
mano, que al entregarse los moros les han matado. Quedamos de posición, nos
separa de la enemiga un río.
Días 19 al 22.- Continuamos sin novedad.
Día 23.- Por la mañana salimos con intención de avanzar, pero al llegar al pie
de la posición, como no nos han empezado a tirar, vemos que la han abandonado
durante la noche. Llegamos hasta el pueblo de Fuenteovejuna (Córdoba). Vamos
por las casas requisando en las que encontramos mucha comida, que ha abando-
nado la gente que ha huido con los rojos. Cuando ya nos habíamos acostado en
un pajar, nos hacen levantar y vienen los camiones, llevándonos a la estación de
Peñarroya. Sigue lloviendo.
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Francisco Pérez Pérez
Día 24.- Nos llevan a Pueblo Nuevo, junto a Peñarroya, es un pueblo muy
crecido y bonito.
Días 25 al 27.- Continuamos en Pueblo Nuevo.
Día 28.- Volvemos al frente para operar. Nos ponemos en un olivar donde
hay emplazada mucha artillería. Sigue lloviendo, llevamos varios días sin secarnos
la humedad, cortamos ramas de los olivos para resguardarnos de la humedad del
suelo, y nos acostamos teniéndonos que levantar al poco rato por haberse calado
las mantas.
Día 29.- Lo pasamos en una posición, entre las cuevas que ofrecen las piedras.
Días 30 y 31.- En el mismo sitio.
Día 1.º de febrero.- Vamos para adelante y nos ponen en una casa de campo.
La artillería nos tira algunos cañonazos.
Día 2.- Desplegamos en un campo y viene la aviación roja, evoluciona un rato
y por fin se va sin tirar.
Día 3.- Salimos a operar, nos tiran con ametralladoras y tanques, tenemos
que permanecer pegados al suelo, salimos hacia adelante, al saltar una alambrada
se engancha mi capote, como tiran mucho no puedo detenerme a soltarlo y tiro de él
hasta romperlo, continúo avanzando y me quedo descalzo, como me duelen muchí-
simo los pies decido quedarme en una trinchera y no continuar, hasta que cesa el
fuego y me voy para atrás, hasta la cocina. Junto con otros que se habían quedado
descalzos también, nos acostamos y al poco rato nos despiertan para anunciarnos
que el Tercio se retira, nos unimos a la compañía, subimos a los camiones donde
nos trasladan hasta la estación que nos dan botas, pues vamos casi todos descalzos.
Me encuentro a Luis que está en el tercio de Montserrat.
Día 4.- Salimos en el tren hacia Zaragoza.
Día 7.- Llegamos a Ateca (Zaragoza) y nos alojan en una casa.
Días 8 al 16.- Continuamos en Ateca.
Día 17.- En camiones nos llevan a Luco (Teruel).
Días 18 al 20.- Continuamos en Luco.
Día 21.- Me conceden 4 días de permiso.
Día 23.- Llego a Boltaña.
Día 24.- Al levantarme por la mañana me encuentro con mucha fiebre y
decido no salir, pues ya tenía que marcharme para llegar el día que cumplía mi
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Diario de operaciones
FIN
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SOBRARBE
Revista del Centro de Estudios de Sobrarbe, n.º 12 - 2
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Manuel López Dueso
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Desde el otro lado de los Pirineos
4 Ver su aportación sobre la guerra en el valle de Broto en “La guerra civil en el Alto Ara: odios en-
contrados”, en aa.vv., 2008, Guerra Civil. Aragón, tomo VI, El Pirineo. Edit. Delsan, Zaragoza,
págs. 15-182.
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Manuel López Dueso
y para los cuales pudo ser su guía o “pasador” José Gistau, “Barranco” u hombres
de la red “Pat O’Leary” de la que formaba parte el maestro altoaragonés Francisco
Ponzán; de hombres y mujeres de la “resistencia”, también fugitivos, como el grupo
de dieciséis hombres y dos mujeres que a finales de junio de 1943 cruzaron por el
puerto de Barrosa, hasta llegar a Bielsa, o como relata Henri Cabannes, su paso
en octubre de 1943, por el puerto de Plan5, o de judíos, como aquella familia que
estuvo un tiempo refugiada en Boltaña y que concurrían el domingo a misa. Incluso
en la tradición oral y la literatura hay relatos de pasadores que traicionaron o ase-
sinaron a las personas que se confiaban a su protección para atravesar la frontera.
No podemos olvidarnos, como el régimen vencedor no hizo tampoco, de
aquellos “rojos”, pues muchos hombres y mujeres debieron quedarse en Francia
para salvar su vida de sumarias ejecuciones, y aún en 1969, como aparece en
los expedientes de la denominada “Causa General”, se procedía a investigar por
la Comisión Dictaminadora de repatriación de exiliados políticos, solicitando
informes a la Guardia Civil y al Ayuntamiento, así como los antecedentes que figu-
raran en poder del fiscal jefe de la Causa General, sobre la “conducta, actuación y
cargos habidos durante el dominio rojo” de aquellos que pretendían regresar a sus
pueblos de origen. El “centinela de Occidente” no bajaba la guardia pese a que
ya habían transcurrido más de “25 años de paz”. Algunos no querían olvidar ni
perdonar, como se refleja en algunas de las respuestas a esta Comisión de algunos
ayuntamientos.
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Saint-Lary 19381
Por Joseph Verdier
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Joseph Verdier
Saint-Lary 2008
Setenta años han pasado desde los trágicos sucesos que han desgarrado los
vecinos valles del Sobrarbe. Setenta años de duelos, de miseria, también de odio.
Pero, ¿quién hablará de la voluntad, el coraje, la abnegación, la solidaridad –incluso
y sobre todo en el exilio– del que dieron pruebas estas hordas de refugiados que en
abril de 1938 franquearon, a más de 2.000 m de altitud, los puertos del valle d’Aure,
por zanjas apresuradamente cavadas en las paredes de nieve?
Más, setenta años también de un asfixiante mutismo sobre estos dolorosos
sucesos, silencio de tristeza, también de pudor, a veces de desesperanza.
Sin embargo, el silencio no es el olvido, bajo el silencio sobrevive la memoria.
Y yo que tenía cinco años en 1938, ¿qué recuerdos conservo? Algunas escasas
imágenes, pero más bien ancladas decenios más tarde: el horizonte encendido pudo
ser Bielsa, Parzán o el incendio del sanatorio de los llanos de Pineta. Las visitas, a
la tarde, después de la escuela, a los refugiados hacinados en las pequeñas cuadras,
pobres de paja o de pajaza; aquel momento que nunca olvidaré cuando papá me
ordenó poner mi mano en la de aquel pequeño, con su traje aragonés, como gesto de
amistad: hubo también aquella visita al pueblo vecino de Tramezaïgues donde me
acuerdo de haber visto una pirámide de fusiles y ametralladoras amontonadas en la
entrada de la carretera de Rieumajou, donde fue sin duda desarmada una parte de
la División 43.ª al pasar por este valle. Hubo también el lento desfile de los rebaños,
innumerables, que incluso de noche, pasaban bajo nuestras ventanas con sus ensor-
decedoras esquilas. Imágenes fugaces de la miseria de los otros, pero no es con esto
con lo que se aporta un testimonio.
Entonces, ¿quién puede aportar todavía un relato oral de esta miseria huma-
na? ¿Los adultos de la época? Prácticamente casi todos han fallecido. ¿Los niños, los
pequeños refugiados que tenían mi edad? Seguro, ellos aún viven y yo he encontrado
algunos que sobreviven en la región de los Altos Pirineos. Cada uno tiene su histo-
ria, sus recuerdos, pero ellos reconocen que es muy fragmentario: algunos nombres
de los lugares atravesados, una noche en una granja superpoblada, a veces un bol de
leche o de chocolate, un tren para encontrarse en el otro extremo de Francia.
Quedan sobre todo los testimonios escritos, esencialmente la labor de los pe-
riodistas de diarios locales, regionales o nacionales.
Para relatar la cronología de los sucesos que marcaron, en la vertiente france-
sa, lo que fue la “Bolsa de Bielsa”, como se denomina generalmente a este episodio
doloroso, sumerjámonos en los diarios y las revistas ilustradas de la época.
Los diarios locales y regionales que han relatado estos sucesos eran: La Dépê-
che du Midi, de Toulouse; Le Républicain, de Tarbes; Le Semeur, de Tarbes, diario
diocesano.
Destacar que la edición departamental de la Petite Gironde, de Bordeaux,
desgraciadamente no se ha conservado.
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Saint-Lary 1938
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Joseph Verdier
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Saint-Lary 1938
Saint-Lary 2009
El providencial túnel carretero Aragnouet-Bielsa permite ahora flaquear los
Pirineos sin ninguna dificultad, se puede decir que Aure y Sobrarbe están en sim-
biosis.
Esto ha permitido, al final de este verano, organizar en Saint-Lary, con la
cooperación, cuán preciosa, del Museo de Bielsa, una exposición sobre los sucesos
tan dolorosos como trágicos que acabamos de evocar. Esta exposición ha tenido un
gran éxito, con, como nota destacada, la salida del 6 de septiembre, donde nuestros
amigos belsetanos se nos unieron para comulgar en este espíritu de deuda a la me-
moria. Además de la riqueza de documentos fotográficos prestados por el Museo de
Bielsa, numerosos testimonios orales de supervivientes o de sus hijos dieron a esta
jornada un profundo toque de humanidad y fraternidad.
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Normas para la presentación de originales
Los trabajos que se atengan a la orientación de esta Revista se enviarán redactados en cual-
quiera de las lenguas de uso pirenaico, aunque preferentemente en castellano o aragonés, dado el ámbi-
to de la misma, presentados —como máximo— en 50 páginas de formato DIN A4, mecanografiados o
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nas que ocupa, página(s) citada(s). En el caso de homenajes, colecciones de artículos de uno o varios
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‘en’ entre el título del artículo y el del libro. Cuando convenga que conste el año en que se publicó por
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precisarse el número total de volúmenes de la obra.
Para los estudios o textos escritos en aragonés, ya sea aragonés común o alguna de las
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Normalización de l’Aragonés (Huesca, 1987). Al incluir voces aragonesas, los autores pueden optar
entre el uso de dichas normas y la transcripción fonética (salvo, naturalmente, cuando se trate de la
reproducción literal de un texto con características gráficas propias).
Las colaboraciones a esta Revista irán precedidas de una nota en la que figurará su título
y un resumen de unas 10 líneas (más otro en castellano, si el original no se ha redactado en este idio-
ma). Además, junto al nombre del autor o autores, es interesante hacer constar su trabajo, situación
académica, direcciones, noticia de otras materias estudiadas o en proyecto relacionadas con Sobrarbe,
etcétera, con el único fin de nutrir el fichero de personas que comparten los objetivos de este Centro
de Estudios.
El texto impreso será el resultante de la corrección —sin añadidos que modifiquen la
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nidas en sus escritos, el Consejo de Redacción decide su aceptación y, si es el caso, propone cambios
formales en relación con estas normas.
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