Francisco, El Papa de La Iglesia-Comunión
Francisco, El Papa de La Iglesia-Comunión
Francisco, El Papa de La Iglesia-Comunión
Eduardo Casas
Índice
La esperanza que ha suscitado el Papa Francisco, en el mundo y en la Iglesia, no tiene sólo que ver
con su carisma personal. Su fuerza de atracción conlleva, además, la referencia a una Iglesia impulsada desde
el Concilio Vaticano II hasta el presente: la Iglesia-Comunión.
Este rostro de la comunidad creyente nos habla de un perfil más humano, más integral e inclusivo que
se expresa en capacidad de respeto, escucha atenta, cercanía afectuosa, actitud conciliadora, sentido del
humor, sencillez, apertura ecuménica e interreligiosa, disponibilidad para dialogar, mirada preferencial hacia
los vulnerables sociales, estímulo por una evangelización inclusiva de la promoción humana, etc.
La primera comunión de la Iglesia es la que nace vincularmente de la caridad. Es ese amor el que está
generando un nuevo estilo de eclesialidad, servicio y ministerio.
El Papa Francisco nos revela y nos aproxima -con gestos, actitudes y palabras- al corazón de la
Iglesia-Comunión, uno de los mejores rostros de la Iglesia del siglo XXI.
Eduardo Casas
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Que Francisco sea el primer Papa latinoamericano y argentino después de dos milenios de
cristianismo es una gracia histórica que marca la providencia de un tiempo esperanzador y profético para la
Iglesia en su diálogo con el mundo. El componente latinoamericano y argentino es mucho más que una
variable geográfico-cultural en el nuevo pontificado. Es una perspectiva teológico-pastoral que se asume
universalmente en la práctica concreta del ministerio de Pedro. La incidencia latinoamericana y,
particularmente argentina, es un horizonte inherente a la mentalidad de nuestro Papa que, seguramente, se
traducirá en la praxis y en la doctrina.
Sus palabras -en su saludo inaugural- lo ubican en un lugar explícitamente escogido: “Saben que el
deber del Conclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi
al fin del mundo... Pero estamos aquí”. El Papa del fin del mundo es mucho más que una metáfora. Viene de
nuestras latitudes que, para el centro europeo del corazón vaticano, es –ciertamente- los confines del mundo.
Es el sur del sur. Que tengamos un Papa de los confines significa que se ubica en las fronteras, en el más allá
del espacio conocido y reconocido. Un Papa de los umbrales donde están los que habitan más allá de todo
límite humano: los excluidos, los vulnerables, los sufridos, los postergados y los olvidados. El Papa de los
confines es el pastor universal de todos los confinados.
El Papa Francisco es portador de una gracia pastoral inédita para el cristianismo del siglo XXI. Nos
regala un lenguaje vital, sapiencial, humano, sencillo y profundo a la vez. Una palabra que empatiza con las
problemáticas de los nuevos contextos culturales emergentes. Un Papa con perspectiva pastoral para los
conflictos humanos y eclesiales entendiendo que lo pastoral puede llegar a ser una de las mejores políticas.
Su palabra no está exenta del gesto, forman una unidad. Se primer gesto pontifical fue inclinarse ante la
oración del pueblo creyente antes de impartir su primera bendición papal. El sello mariano de su ministerio
ha quedado también unido a ese primer gesto papal.
Que un Papa salga en Vanity Fair significa que ha trascendido las fronteras culturales, colocándose
más allá del patrimonio de la iglesia y de la fe. Lo que impacta en la sociedad es el factor humano del Papa
Francisco: actitudes decididas, palabras simples y contundes, gestos cercanos y sencillos, coherencia, buen
humor, ternura y cordialidad, entre otros rasgos. El mundo simplemente necesita calidad humana. Esto revela
que lo espiritual no está reñido con lo humano. Al contrario, la espiritualidad no es otra cosa que vida
humana en la plenitud de su profundidad.
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El papa Francisco es mucho más que el personaje más popular del año 2013. Es una figura que
trasciende incluso el ámbito de la Iglesia católica y la mirada de la fe. Es un pastor, un líder y un referente
para un mundo globalizado que necesita, en medio de las vicisitudes y búsquedas del siglo XXI, un
testimonio de coherencia y esperanza con la serena certeza de que es posible la sencillez y la profundidad en
un mismo corazón.
El papa Francisco es una inspiración para aquellos que necesitan la posibilidad de una sociedad, una
cultura, una iglesia y una humanidad capaz de renovarse a través de palabras y gestos comprometidos.
Cuando una persona trasciende la posibilidad de toda frontera (incluso los umbrales de las culturas y las
expresiones religiosas) estamos ante la presencia de alguien que puede tener, en su cometido, el secreto de lo
que el mundo necesita recibir. En eso reside la fuerza de la popularidad del Papa actual.
Hay quienes afirman que este factor humano se debe al carácter latino del Papa Francisco. Desde una
mirada política y eclesial, el factor humano y su componente latinoamericano constituyen una perspectiva
política, teológica y pastoral que el Papa asume consciente y universalmente en la práctica concreta de la
gestión de su ministerio.
Hemos sido testigos de uno de los acontecimientos más trascendentales e históricos de la Iglesia de
todos los tiempos. Hay quienes afirman que después de la gracia extraordinaria del Concilio Vaticano II -en
el siglo XX- la elección del Papa Francisco es uno de los hitos más relevantes del siglo XXI, no sólo para la
Iglesia sino para la comunidad global en medio de una crisis ética de referencialidad testimonial de
liderazgos.
¿En qué radica lo extraordinario de este hecho significativo? En que, por primera vez, en dos milenios
de historia occidental, la Iglesia Católica –en su símbolo máximo de autoridad: el ministerio de Pedro- ha
dado un viraje desde su eurocentrismo.
Los grandes papas del siglo XX y el siglo XXI han sido todos europeos –León XIII (italiano); Pío X
(italiano); Benedicto XV (italiano); Pío XI (italiano); Pío XII (italiano); Juan XXIII (italiano); Pablo VI
(italiano); Juan Pablo I (italiano); Juan Pablo II (polaco) y Benedicto XVI (alemán)- lo cual, sin duda, ha
configurado el posicionamiento eclesial universal desde la perspectiva europea, como no podía ser de otra
forma.
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El sentir universal actual es de gran esperanza: el mundo es mirado desde otro ángulo en la Iglesia.
Roma no queda ahora en el mismo lugar. Entendiendo por Roma, la Iglesia católica apostólica romana.
Latinoamérica no deja de ser Occidente pero es otro Occidente. Quizás, el Nuevo Occidente, el
Occidente redescubierto. El Occidente vulnerable y pobre, el Occidente de la esperanza y la renovación: el
Occidente espiritual.
Este “matiz latinoamericano” del ministerio de Pedro es una promesa de mayor riqueza para la
comunión universal de la Iglesia y el mundo: se pasa de una tradición milenaria monocultural a la promesa
de otra configuración posible con una mayor diversidad desde una multiculturalidad y transculturalidad
totalmente distinta e inédita, al menos para la Iglesia Católica en su papado.
En muchos está ahora más fuertemente instaurado el anhelo por superar el eurocentrismo y ensayar
una Iglesia –desde los hechos concretos- más colegiada, más plural, más universalmente inclusiva, con la
propuesta de un cristianismo policéntrico, articulando tradiciones plurales.
El Papa Francisco sabe de esto: su mirada preferencial hacia los vulnerables sociales; su puente de
diálogo ecuménico e interreligioso; su evangelización inclusiva de la promoción humana, entre otras cosas,
es el aporte que Latinoamérica hace a la Iglesia universal en su persona y servicio.
El Papa Francisco es portador de un don inédito para el siglo XXI. Que sea el primer Papa
latinoamericano -después de dos milenios de cristianismo- es una gracia histórica que marca la providencia
de un tiempo esperanzador y profético para la comunidad global, en medio de una crisis ética de
referencialidad testimonial de liderazgos.
Por primera vez en la historia occidental, la Iglesia Católica –en su símbolo máximo de autoridad: el
ministerio de Pedro- ha dado un viraje desde su eurocentrismo. Las palabras del Papa Francisco -en su saludo
inaugural- lo ubican (a él y a toda la Iglesia) en un lugar explícitamente escogido: “saben que el deber del
Cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin
del mundo”. El Papa del fin del mundo es mucho más que una metáfora. Viene de nuestras latitudes que,
para el centro europeo del corazón vaticano, ciertamente resulta el confín del mundo: el sur del sur.
Que tengamos un Papa de los confines significa que se ubica en las fronteras, en el más allá del
espacio conocido y reconocido. Un Papa de los umbrales donde están los que habitan en el más allá de todo
límite humano: los excluidos, los vulnerables, los sufridos, los postergados y los olvidados. El Papa de los
confines es el pastor universal de todos los confinados.
A partir de estos confines nos ha propuesto un nuevo éxodo: “salir” define el dinamismo actual de la
Iglesia: “que toda la pastoral sea en clave misionera. Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las
periferias existenciales. Una Iglesia que no sale se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es
verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle:
tener un accidente. Ante esta alternativa, prefiero una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La
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Este camino tiene un destino explícito: “salir de nosotros mismos hacia todas las periferias
existenciales”. La mirada es universal e inclusiva: “todas las periferias”. Desde los confines a las periferias.
El confín es metáfora y realidad del límite y de la frontera. Lo que confina o linda es aquello que marca,
señala y divide: el último término a que alcanza la vista, el extremo más alejado que se puede llegar a ver.
La periferia –tal como la define la geometría- es la circunferencia cuyo diámetro, el segmento más
extenso que atraviesa y vincula dos puntos de dicha circunferencia, se halla en el centro. El concepto de
periferia también se extiende a todo aquello que rodea un cierto centro, una zona determinada, un contorno
específico, un perímetro señalado: la región que está en los alrededores de un cierto núcleo, los márgenes.
El Papa Francisco ha marcado así explícitamente el “mapa de ruta” de esta “salida misionera” de la
Iglesia: de los confines a las periferias y de las periferias al centro -al corazón del mundo- provocando así un
movimiento en la Iglesia. Esta acción y dinamismo de la comunidad creyente -simbolizados por hermosas
metáforas geométricas y geográficas- nos hablan de espacios, ámbitos, contornos, entornos, zonas, líneas
fronterizas, umbrales, entramados y bisagras en donde convergen y se entrecruzan mundos culturales
diversos. Este itinerario es un camino, un proceso pastoral y espiritual inclusivo: la comunión de adentro
hacia fuera y de afuera hacia adentro, saliendo y entrando, lo cual ha producido un desplazamiento, un
corrimiento.
Esto coincide con dinamismo de este tiempo. Sabemos que “no estamos sólo en una época de
cambios sino en un cambio de época” 5 en la cual se reconocen “elementos positivos”6. Este presente “es
una ocasión providencial”7 y “constituye para la Iglesia un gigantesco desafío”8 donde se compromete su
profetismo histórico.
Esta transición epocal nos plantea encontrar nuevos y necesarios posicionamientos frente a la realidad
que, necesariamente, genera también una nueva mirada de la Iglesia ya que las estructuras y paradigmas
1
Carta del Papa Francisco a la 105º Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Vaticano, 25. 03. 2013
2
DA 362
3
DA 365
4
DA 367
5
NMA 24
6
NMA 27
7
NMA 28
8
NMA 95
7
Este corrimiento nos hace buscar y resignificar nuevamente el centro ya estos caminos transicionales
señalan un horizonte socio-cultural de frontera, han provocado un desplazamiento de enfoque y perspectiva:
vamos caminando hacia otra dirección.
No sólo somos protagonistas de una transición sino –incluso- de una colisión de paradigmas. Nos
situamos en una ruptura que no es la producida por el desmoronamiento sino la irrupción que provoca el dar
a luz. Es la ruptura del parto, la que alumbra vida, a pesar del dolor. Los encuadres y posicionamientos -en
la fricción que produce el corrimiento- han ido implotando, lo cual ha producido, a su vez, la explosión y
fragmentación de los antiguos paradigmas. Estamos, por lo mismo, en una inflexión privilegiada de la
historia. No es un momento pacífico. Es transición, colisión, implosión, explosión, fragmentación y ruptura.
Todo esto supone el corrimiento: un profundo y fecundo alumbramiento.
Actualmente nos encontramos en el medio, la bisagra que abre y cierra, el espacio entre salir y cruzar
los umbrales. Esto produce las más variadas reacciones personales e institucionales. Históricamente siempre
en la Iglesia -en los momentos pendulares de transición y tensión epocal- han coexistido, por lo menos,
principalmente, dos posturas divergentes y casi paralelas en lo doctrinal, lo pastoral y lo disciplinar. Por un
lado, los que están más cerca de la periferia, entre las líneas fronterizas, avizorando lo que hay alrededor, lo
que se encuentra afuera y está viniendo, haciendo las veces de atalaya, observando y escrutando el panorama
exterior y, por otro, los que están ubicados más hacia el centro, contemplando el adentro. Estas dos
ubicaciones generan posicionamientos diversos y miradas distintas del “adentro” y del “afuera”. Las
tensiones internas liberan fuerzas contenidas, paradojales, encontradas que se disparan en diversos sentidos.
El Papa Francisco quiere estar a la altura de esta hora histórica, aportando la voz de la Iglesia en el
concierto plural de las nuevas culturas emergentes. Es preciso encontrar nuevos y necesarios
posicionamientos frente a la realidad. Estos nuevos posicionamientos eclesiales –de los cuales el Papa
Francisco es uno de sus exponentes más significativos- generan nuevas éticas, nuevas lógicas, nuevos
lenguajes y nuevas miradas. Una “nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos y en su
expresión”9 de la cual el beato Papa Juan Pablo II habló desde 1983 en adelante.10
9
LPNE 16
10
Cf. Juan Pablo II, Discurso en la XIX Asamblea Ordinaria del CELAM, Puerto Príncipe (Haití) 9.3.83; Homilía en la Misa por la
Evangelización de los Pueblos; Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984; Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio Olímpico
de Santo Domingo, 12.10.1984
8
Las periferias existenciales son realidades complejas de problemáticas humanas, culturales, sociales
y eclesiales, tanto emergentes (que se instalan por la agenda pública) como subyacentes (cuestiones de
fondo) que reflejan –de un modo especial- los planteos que produce el corrimiento en la construcción de
nuevos paradigmas. Son realidades conflictivas, polémicas, desconcertantes que repercuten en la sensibilidad
social y en la captación de la opinión pública, admitiendo múltiples miradas y posiciones, susceptibles de
diversos fundamentos ideológicos tanto en lo científico, filosófico, ético y teológico, desde un diálogo
intradisciplinar, transdisciplinar e interdisciplinar entre las ciencias y la fe, con enfoques múltiples, diversos
y plurales, suscitando debates abiertos y posicionamientos abiertos que no admiten formulaciones fáciles y
simplismos reductivos. Son problemáticas de camino y frontera, umbrales y periferias que provocan un
desplazamiento de enfoque y perspectiva de manera constante.
El horizonte socio-cultural actual es, casi en su totalidad, un paradigma de frontera. En sus debates
esenciales es una “periferia existencial”. Se ubica en los márgenes. En ese sentido, toda la cultura
emergente es marginal, periférica, fronteriza y adveniente. Por lo mismo, para la Iglesia “es necesario
comprender el mundo en que vivimos y su modo de ser, frecuentemente dramático”. 11 Allí deben
descubrirse “los indicadores del futuro; hacia dónde va el movimiento de la cultura” 12 para descubrir “los
profundos anhelos y problemas de los seres humanos” 13, detectando “los desafíos que el actual proceso de
transformación cultural plantea; e igualmente, discernir las aspiraciones que están implícitas en
aquellos”.14
El Papa Francisco ha captado muy bien esta realidad. Su propuesta -expresada en un itinerario de
corrimiento- nos lo confirma abriendo una perspectiva de mucha esperanza en el ejercicio del diálogo entre
Iglesia y cultura posmoderna.
La solidaridad es un valor humano, social y cristiano. Se es solidario para otros y con otros. Consiste
en una comunión fraterna que hace que no podamos ser felices unos si no lo somos con los demás, en
equiparidad de condiciones, generando lazos de pertenencia.
Hay que superar el concepto de solidaridad cerrada y asistencialista en una solidaridad abierta, un
“pathos”, una “pasión solidaria”. El Papa Francisco habla de una “cultura de la solidaridad” donde las
asimetrías sociales se conviertan en el impulso organizado de un reclamo legítimo de igualdad de derechos y
oportunidades (personales y sociales), capaces de generar un impacto significativo a través del compromiso
y la acción transformadora. Sin incidencia en la realidad, no hay solidaridad eficaz. Sin promoción, no hay
dignidad.
La solidaridad, tal como la entiende la fe, va más allá de lo “políticamente correcto” de la gestión
pública. Es una gracia de Dios que nace a partir de disposición y apertura. La misionalidad de la Iglesia
11
GS 4
12
DP 420
13
DP 1128
14
ECC 29-31
9
consiste en “salir”, ser enviada, dialogar con las realidades: “¡La Iglesia tiene que salir a la calle! ¡Si no
sale, se convierte en una ONG y la Iglesia no es una ONG!”.15
La cultura del descarte es uno de los principales factores de exclusión social. No se desprecian
simplemente cosas sino también personas: “Nadie es descartable. Tampoco nadie puede permanecer
indiferente ante las desigualdades que existen en el mundo. No se cansen de trabajar por un mundo más
justo y más solidario. No hay bien común si se ignoran pilares como la vida, la familia, la educación, la
salud y la seguridad. No pierdan la confianza: ¡la realidad puede cambiar!”.17
Sabemos que todo don es un regalo y un servicio para los demás. Ser solidario consiste en empatizar
con las necesidades de los otros, descubriéndonos útiles para servir, ayudar, cooperar, trascender las propias
necesidades, pertenecer a una comunidad, integrar esfuerzos, involucrarse de manera participativa y creativa,
responsable y transformadora, llegando a las diversas estructuras institucionales y sociales para una
promoción más completa, una humanización más digna y una evangelización más integral.
En la escuela católica, la solidaridad debe ser más que una mera acción. Es un proyecto institucional,
una planificación pedagógico-pastoral inclusiva, un proceso que se traduce en opciones antropológicas y
epistemológicas junto a prácticas institucionales concretas.
El Papa Francisco aboga por una rehabilitación de la política como tarea de servicio y en un cambio
eclesial capaz de redescubrir la capacidad iluminadora, dialogante y transformadora de la fe inculturada.
15
Papa Francisco. Discurso a los jóvenes argentinos. Catedral de San Sebastián, 25.07.13.
16
Papa Francisco. Audiencia General. Plaza de San Pedro, 05.06.13.
17
Papa Francisco. Discurso en la favela Varginha. Río de Janeiro, 25.07.13.
10
que Jesús haga el milagro. Todos comen, quedan saciados, sobra y cuando comienzan a aplaudirlo a Jesús
para hacerlo rey, se retira.
Esos son los dos rasgos que me han tocado el corazón cuando leí el Evangelio: la solidaridad de un
chico y la soledad del Maestro. Y entre los dos se va haciendo este milagro: saciar inquietudes,
preocupaciones, ilusiones. No olvidemos a los chicos y a la soledad de aquellos que tienen la responsabilidad
de educar. El chico es el que nos trae lo nuevo, lo distinto, lo que está naciendo y se abre a la esperanza:
¿tenemos el corazón suficientemente abierto para dejarnos sorprender todos los días por la creatividad de un
chico, sus ilusiones, sus ocurrencias, sus travesuras, su transparencia?; ¿Tenemos el corazón cerrado en una
especie de museo de conocimientos y métodos adquiridos o tenemos un corazón receptivo y humilde como
para ver la frescura de un chico? Si no tengo un corazón sensible, el chico se queda con los cinco panes y los
dos pescados sin saber a quién dárselo, se frustra en su ilusión y solidaridad.
Después del milagro, Jesús se va solo a la montaña. Ninguno de nosotros es capaz de recibir la
frescura, la espontaneidad, la solidaridad de un chico, si no es capaz de sobrellevar la propia soledad. Es uno
el que está al frente de una comunidad o al frente de un aula. El maestro es el que con esa soledad profunda,
receptiva, que lleva en su reflexión, en su oración, en su soñar despierto, reelabora las preguntas que la
espontaneidad y la solidaridad de los chicos nos hacen.
Hay muchos chicos que nos dicen: Tengo cinco panes y dos pescados. Pido al Señor que cada uno de
nosotros sepa poner nombre a los panes y a los pescados que cada chico de nuestros barrios, de nuestras
familias, de nuestras aulas, nos presenten en su solidaridad. Señor, tengo cinco panes y dos pescados. No le
digamos: “Vos, mocoso, qué sabés, estudiá y después hablamos”.
No, digámosle. “A ver, cómo se llaman, cuáles son. Hablemos de tus cinco panes y dos pescados”.
Ahí se inicia ese diálogo del maestro y el discípulo. Que el Señor a todos nos conceda esta gracia. Dejémonos
sorprender por los chicos. Que así sea.
11
GS- Gaudium et Spes, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Concilio
Vaticano II, 1965.
DP- Documento de Puebla. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 1979.