1922 - Envenenamiento - Juan Nepomuceno Uribe
1922 - Envenenamiento - Juan Nepomuceno Uribe
1922 - Envenenamiento - Juan Nepomuceno Uribe
AUTO
Tribunal Superior del Distrito Judicial. -Manizales, veintiséis de junio de mil novecientos veintidós.
VISTOS. -El Señor Juez 1° Superior de este Distrito Judicial, por auto de fecha veintinueve de abril
último, resolvió lo siguiente:
“Por tanto, el Juzgado administrando justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley, de
acuerdo en parte con el concepto Fiscal, abre causa con intervención del Jurado a Juan Nepomuceno
Uribe por el quíntuplo delito de envenenamiento, comprendido en el Capítulo segundo, Título primero,
Libro tercero del Código Penal, consistente en haber causado la muerte a su hijo Guillermo, haciéndole
tomar, a sabiendas y con el fin de matarlo, una sustancia venenosa, y en haber hecho tomar de la misma
manera y con idéntico fin, también sustancias venenosas a su esposa Sofía Uribe y a sus hijos Sergio,
Germán y Mario, quienes por fortuna escaparon a la muerte, hechos simultáneamente cumplidos en
esta ciudad, en la noche del diez al once de noviembre de mil novecientos veintiuno.
Al ser notificado el procesado de ese auto, interpuso recurso de apelación que le fue concedido motivo
por el cual procede esta Superioridad a resolver el asunto, previas las consideraciones siguientes:
Lázaro Arango U., Teniente de la Policía de esta ciudad, bajo juramento declaró el once de noviembre
del año próximo pasado, lo siguiente: “A la una y media de la madrugada del día de hoy, me informó la
policía de que estaba envenenada la familia de don Juan N. Uribe que habita entre las carreras 10 y 11 y
calles 17 y 18 de esta ciudad. Inmediatamente me trasladé a dicha casa en donde hallé al agente Juan de
la Cruz Martínez quien ya había tenido conocimiento del asunto y noté que tanto el citado señor Uribe
como su esposa y cuatro niñitos estaban verdaderamente intoxicados. Como lo averiguara al señor
Uribe por el remedio que así los tenía, me contesté que era una cápsulas que le habían despachado en
una botica de la ciudad un joven muy buen mozo, descalzo y cuya fórmula le había prescrito el doctor
Guillermo para prepararse y preparar la familia contra la gripa. Salió al corredor de la casa el señor
Uribe y como yo le exigiera con insistencia por la fórmula y por el nombre de la botica y del sujeto que
decía le (p. 914) había despachado las cápsulas me contestó ya otra cosa, pues me dijo que las tales
cápsulas se las había comprado a un propagandista, por lo que noté claramente su contradicción, lo que
atribuí en un principio a su falta de buen sentido por el estado de intoxicación en que estaba. Salí a la
calle y llevé al poco rato al doctor Andrés Patiño Gutiérrez quien empezó a trabajar y hacer remedios a
todos los envenenados. Durante mi permanencia en dicha casa, vi que el señor Uribe entró en dos
ocasiones al excusado y allí se demoraba pensativo. Esta mañana como a las siete dí aviso de lo
ocurrido al señor Comandante de la Policía, quien me ordeno dar parte al señor Gobernador y éste a su
turno me ordenó que me presentara en este Despacho, diera aviso al señor Inspector 2° para que se
encargara de la investigación. Minutos antes de las doce m. de hoy y como muriera el niño Guillermo
Uribe, uno de los envenenados, me trasladé a la casa de Uribe nuevamente acompañado del señor
Inspector 2°, Capitán Jesús Correa Uribe.
Como maliciáramos de que don Juan N. citado tuviera alguna participación voluntaria en el asunto, es
decir, que se trataba de un delito cometido por éste, el señor Uribe fue reducido a prisión por el señor
Inspector con quien lo conduje a la cárcel. En el trayecto voluntariamente hizo al señor Inspector 2° y a
mí la siguiente relación: que desde días anteriores y dada su mala situación pecuniaria y el estado en
que se hallaba su familia, había pensado envenenarlos y envenenarse él, lo que no había hecho el
martes último como lo tenía pensado desde hacía seis meses y que ua veía lo que estaba ocurriendo;
que al efecto con embustes y cartas falsificadas había conseguido que Ramón Castro, boticario de la
Farmacia de Julio Cuervo le vendiera no recuerdo cuántos gramos de morfina; que anoche a las nueve
o diez de la noche había hecho tomar en cápsulas que él mismo arregló a su esposa e hijos y que él
había tomado también. Quedé entonces convencido de que le autor de tal envenenamiento fue el señor
Juan N. Uribe tantas veces citado. Sobre los hechos pueden declarar el Sargento Francisco Jaramillo C.
y el agente Ernesto Marín, quienes me acompañaron en mi primera visita a la casa de Uribe.
Francisco Morales, agente de policía a folio 11, declaró: “Como a las doce y media de la noche
comprendida entre el diez y once de los corrientes, jueves y viernes último, me encontraba de servicio
en la esquina de la carrera 10 a, crucero con la calle 18a cuando un hombre me dijo que allí en una casa
cercana me necesitaba un señor. Acudí al llamamiento y ví qe el señor Juan N. Uribe, asomado a un
tribuna de su casa me llamaba con urgencia. Una vez allí cerca me dijo que le consiguiera un médico lo
más pronto posible, pues que le parecía que él y toda su familia estaban envenenados. Acto seguido salí
a cumplir con tal misión, hablé con el doctor Emilio Gutiérrez y después con el agente Juan de la Cruz
Martínez, llamamos al doctor Jaramillo quien nos ordenó consiguiéramos una hipecacuana mientras él
iba. Así lo hicimos y poco rato después fuí a la casa de Uribe, penetré a dicha casa y noté que en
realidad tanto Uribe como su esposa y cuatro niñitos estaban como borrachos. Después llegó el
Teniente Arango con el doctor Patiño Gutiérrez a trabajar por salvar a los envenenados y yo salí a mi
servicio a la calle, sin que supiera nada de lo que ocurriera después dicha casa hasta ayer que se supo la
muerte de uno de los niños envenenados”.
A folio 5 certifica el Inspector 2° Municipal que en presencia de los señores Juan Hurtado, Víctor
Vélez, Director de la Cárcel y el Teniente de Policía Lázaro Arango tuvo una larga conferencia con el
sindicado Juan N. Uribe y éste manifestó: “que él aburrido con la vida y viendo a su familia pasar
trabajos, sin esperanzas de conseguir un empleo o algo en qué ganar el pan diario, había optado por
envenenarse él y envenenar a su esposa y sus cuatro hijos; que para el efecto había ido donde Ramón
Castro, farmaceuta de la botica “Cruz Roja”, y con engaños y presentándole una carta falsificada de un
amigo que él se forjo en su imaginación, había logrado le vendiera dos gramos de morfina en polvo, los
cuales había encapsulado así: cuatro cápsulas grandes para él y su esposa, y dos pequeñas para cada
uno de sus niños; que a las nueve de la noche había reunido su familia y diciéndoles que iban a tomar
un remedio que los preparaba contra “gripe”, les había hecho ingerir y había ingerido él el veneno,
confiado en que no amanecería ninguno vivo; pero si por desgracia esto sucedía, tenía además, una
cantidad de cianuro como último recurso y para el mismo fin, pero que esta última sustancia, y ya
arrepentido de lo que había hecho la había arrojado por el hueco del excusado. Uribe en medio de su
desesperación decía que el delito que acababa de cometer, era imperdonable antes los hombres, pero
que Dios que lo conocía bien, estaba seguro le perdonaría, y que ojalá existiera la pena de muerte para
que a él se la aplicaran y poder pronto presentarse ante el Tribunal de la Divina Justicia que estaba
seguro le perdonaría. Hace constar el suscrito que el sindicado Uribe desde el primer momento ha
mostrado una serenidad y estado apacible, desconcertante, mostrándose tranquilo ante el cuadro
doloroso de la agonía de su hijito Guillermo, que como a las once a.m. del día de hoy falleció. Tal
actitud de Uribe, paseándose en los corredores de la casa, fumando cigarrillo y atendiendo
correctamente a los visitantes sin que se le notara la menor turbación ni dificultad ninguna para
expresarse, que daba a entender el pleno goce de sus facultades intelectuales, hicieron creer el suscrito
de que en realidad se trataba de un hecho fatal imprevisto y no de un acto criminoso. Cuando el suscrito
le intimó prisión a Uribe, éste no se inmutó en absoluto, diciéndole: “Usted tiene razón señor Capitán
Correa; nos vamos”, y siguió para la cárcel; tan tranquilo, que ninguno de los circunstantes se dio
cuenta de la detención de éste. Una vez Uribe en la cárcel, y quizá porque él sabía que es requisito del
establecimiento ver qué armas lleva consigo el detenido, ofreció voluntariamente su navaja de bolsillo,
manifestando que él ya no intentaría más contra su vida. En consecuencia se firma el presente.
A folio 6 se le recibió declaración indagatoria al sindicado Juan Nepomuceno Uribe, hijo legítimo de
Rafael C. Uribe y Bárbara Arellano, casado con Sofía Uribe, de treinta y nueve años de edad, natural de
la Ceja del Tambo, negociante y vecino de Manizales. Preguntado: ¿Sabe usted o presume por qué se le
recibe declaración indagatoria? Contesta: “Sí señora, si sé, por lo ocurrido en mi casa la noche
comprendida entre el diez y once de las corrientes, de todo lo cual soy único autor responsable”.
Preguntado: Quiere usted hacer una relación minuciosa de lo ocurrido en su casa en la noche expresada
con todos sus pormenores y antecedentes? Contestó: “Sí señor; todos los acontecimientos se
desarrollaron así: Desde hace unos seis meses próximamente venía yo deliberando sobre la manera de
llevar a cabo el envenenamiento de mi familia y el (p. 915) mío en términos que esta era ya una
obsesión estúpida y atormentadora, debido principalmente a la absolución y aguda postración moral en
que he vivido de un tiempo atrás, por consecuencia de la espantosa enfermedad llamada neurastenia o
enfiemitis de la vida, que solo puede apreciarla el que verdaderamente y con intensidad la sufre. No
tengo términos para expresar hasta donde ha llegado por ese motivo mi depresión moral y mi
abatimiento interno y dolor en el alma, como también mi mala situación pecuniaria que no me permitía
atender a mis necesidades y las de mi familia, como cumple a la posición social y cuna a que
pertenezco y pertenece mi familia; y por último el aborrecimiento que le he ido cobrando a la
humanidad por su egoísmo, desconfianza, corrupción y todos sus vicios. Por tales razones repito, mi
deliberación era gustosa a que no quedara vivo ninguno de los que me pertenece inclusive el que
declara. Así, pues, el viernes cuatro de los corrientes me presenté en la farmacia de Uribe y Vásquez de
esta ciudad en donde encontré la farmaceuta Francisco Alvarez, a quien mostrándole una carta apócrifa
dirigida de “El Rey” con fecha anterior y que yo mismo había escrito solicité de Alvarez me vendiera
dos onzas de láudano, dos de cianuro y una de acónito, pues en la carta decía que eran para destruir
animales dañinos en aquella región, según la carta en que firmaba un Ocampo u Osorio, cuyo nombre
me es imposible precisar pues fue el primero que se me vino a la imaginación cuando escribí la carta.
Dije además a Alvarez y aún le puse en la cubierta a la carta que era urgente y que me había llegado
con expreso. Con tales tretas y engaños pude conseguir que Alvarez me despachara lo que le solicitaba
y me fue entregado. El lunes siete de los corrientes fui a la farmacia “Cruz Roja”, también de esta
ciudad y encontré allí a Ramón Castro, de quien solicité me vendiera dos gramos de morfina lo más
concentrada que hubiera y para el efecto lo engañé en la misma forma que a Alvarez, pero a Castro le
dije que esa morfina me la solicitaba un amigo de nombre Juan María Campuzano quien vivía en La
Virginia y que era una morfinómano empedernido y al efecto tenía dicha carta en mi poder, carta que
yo mismo había escrito y firmado con ese nombre imaginario y con el fin indicado. Me dijo Castro que
no había allí la morfina en tabletas como yo se la solicitaba pero que iría a buscarla a otra farmacia. Fue
en efecto a las Droguerías y como no la hallara tampoco, regresó y me hizo saber, ofreciéndome
morfina en polvo pues que era de la única que en su botica se encontraba. Le dije que me la despachara
y me entregó dos gramos. En seguida salí en busca de cápsulas vacías de gelatina para empacar la
morfina, y al efecto en la botica del doctor Hoyos Robledo solicité al farmaceuta de apellido Arango,
cuyo nombre no sé, me vendiera una docena de cápsulas vacías las que dicho señor me proporcionó y
de dos tamaños así: ocho pequeñas y cuatro grandes.
Advierto que a dicha botica fui en dos ocasiones habiendo comprado en la primera vez, cuatro grandes
y cuatro pequeñas y en la segunda vez y como veía que en las ocho cápsulas anteriores no me cabía la
morfina, compré cuatro cápsulas pequeñas con las que completé la docena. Ya en poder de la morfina y
de las cápsulas vacías, el martes último ocho del que cursa, me fui a una manga cerca de “Campo-
hermoso”, y allí envasé, la morfina en las doce cápsulas quedando las cuatro grandes con un gramo
repartido por iguales cantidades más o menos y en las ocho pequeñas envasé el otro grama por iguales
partes, quedando cada cápsula de unos doce y medio centigramos. Estas cápsulas las llevé a la casa y
las guarde junto con el cianuro, láudano y acónito de que antes hablé. Hace unos diez días y de allí en
adelante repetía a mi esposa e hijos que iba a conseguir un remedio indicado como curativo y
preventivo de la gripe. El miércoles último le mostré a mi esposa y a mis hijos la caja con las cápsulas
para que ellos creyeran que ese era el remedio para la gripe, de que les venía hablando. El jueves
próximo pasado, como a las nueve y media de la noche estando ya los niños acostados, pero sin
dormirse pues yo se los había impedido, le manifesté a mi esposa que debíamos tomar ya el remedio,
empezando por el más pequeño de los niños. Así se hizo en efecto, pues éste de nombre Mario tomó las
dos primeras cápsulas y así por turno riguroso, cada uno de los demás niños tomó de a dos cápsulas, de
las pequeñas que en número de ocho había arreglado, luego mi esposa tomó dos cápsulas de las
grandes y por último de un modo muy gustoso ingerí las dos restantes, todas las pasamos con agua. A
poco nos acostamos mi esposa y yo que éramos los únicos que estábamos de pié. De pronto mi esposa
salió a la sala asustada y yo la seguí. Como ella me hiciera el cargo de que to los había envenenado, yo
empecé a convencerla de lo contrario, hasta que al fin me dio a entender que quizá fuera como yo lo
decía, pero noté que no quedó satisfecha. A poco rato empezaron los niños a moverse en la cama,
desvelados y como intranquilos. Como a las once me dijo mi esposa que se sentía como borracha y yo
le contesté que de la misma manera estaba yo, pero que eso era el natural efecto de las cápsulas que
según me había dicho el vendedor daban sueño y borrachera. Ella bastante confundida me dijo que nos
levantarámos y llamáramos un médico, pues que eso estaba muy grave. Nos levantamos entonces y
llamé yo al policía de la esquina a quien le informé de lo ocurrido y con el fin de darle gusto a mi
esposa. Acudió el agente e informado de lo ocurrido hizo llevar médico, pasadas algunas horas que fue
el doctor Ricardo Jaramillo, quien hizo los primeros remedios -consistieron éstos en vomitivos que
todos tomamos.- Cuando ya me convencí de que ya no moriríamos envenenados esa noche saqué de un
pupitre el cianuro, el láudano y el acónito, regué su contenido en la calle y boté a la huerta de enfrente
los frascos respectivos.
Tanto las cartas y demás papeles que me sirvieron para engañar a los farmaceutas los destruí
íntegramente. De tal envenenamiento resultó como consecuencia la muerte de mi hijo Guillermo y creo
que los demás envenenados están mal de salud como es lógico y cuyos nombres son: Mario, Guillermo,
Sergio y Germán y el de mi esposa Sofía Uribe. Los niños nacieron: Sergio y Germán en la Ceja y
Mario y Guillermo en Rionegro. El matrimonio se verificó el cuatro de octubre de mil novecientos
nueve. Preguntado: ¿Sabe usted quién es autor principal, cómplice, auxiliador o encubridor del delito
que se investiga? Contestó: «Yo soy el único responsable.
Los peritos reconocedores de las víctimas del suceso, doctores Ricardo Jaramillo Arango y Emiliano
Gutiérrez, médicos legistas, a folio 12, previas las formalidades legales, expusieron de común acuerdo:
«En la noche del diez de los corrientes hacía las doce p.m. fue llamado el primero de nosotros a prestar
auxilios médicos a la familia del señor Juan N. Uribe, que habita en esta ciudad, entre las calles 17 y 18
y las carreras 10 y 11; al entrar, en la alcoba se hallaba el mentado Uribe, que se paseaba en ella
tambaleante y esteriorizando un temperamento nervioso, en tanto que su esposa la señora Doña Sofía
Uribe y sus cuatro (p. 916) niñitos, Sergio, Germán, Guillermo y Mario; se encontraban en sus
respectivas camas, postrados, y los dos últimos en estado comatoso, próximos a la muerte; de ese
estado logramos sacar a Mario, mediante un activo tratamiento de ipeca y aceites que sirvieron a la vez
que de vomitivo, también de purgante, logrando sustraerlo del entorpecimiento en que se encontraba,
junto con los demás intoxicados. Juan N. Uribe no quiso tomar ninguno de estos remedios, no obstante
los muchos ruegos que con tal fin le hicimos. Desde el primer momento comprendimos que se trataba
de un intoxicación producida por el opio o por uno de sus derivados: náuseas, vómitos, superexitación
nerviosa, enervación profunda, sudor frío y la contradicción pupilar de los niños no daba lugar a duda;
así lo hicimos comprender Uribe, quien no supo negar el origen del envenenamiento. En las primeras
horas de la mañana del once, la intoxicación de los niños Mario y Guillermo, se hizo más y más
intensas: respiración difícil, pulso entrecortado, y entonces fue preciso hacer la respiración artificial,
pero no obstante esto y el tratamiento apropiado, el niño Guillermo sucumbió el viernes como a las
once y cuarto de la mañana. La intoxicación de que se viene hablando, fue menos profunda en Juan N.
Uribe, quien siempre ingirió al fin varias cantidades de café. En doña Sofía y en los niños Sergio y
Germán, estos tres últimos fueron salvados de una muerte segura, gracias a los esfuerzos de los
médicos, lo mismo que la vida del niño Mario. Juan N. a pesar de no haber querido tomar los primeros
remedios, no llegó a tener en estas horas las turbaciones mentales de los intoxicados por el opio. El día
doce a la once y medio a.m. procedimos a practicar la autopsia en el cadáver del niños Guillermo Uribe
Uribe, niño de constitución fuerte, como de unos seis y medio años de edad y que presentaba en el
exterior perfecta sanidad, teniendo solamente una pequeña herida (quemadura) en la región intercostal
derecha, a consecuencia de la aplicación de una bolsa de caucho que contenía agua caliente y la cual le
fue recetada con el fin de reanimarlo. Abierta la cabidad toráxica, hallamos el corazón en sístole; los
demás órganos se encontraron en estado normal; el estómago sólo contenía una abundante cantidad de
café tinto, y las demás vísceras estaban normales. En resumen: la muerte del niño Guillermo Uribe
Uribe, fue producido por un envenenamiento del opio o de uno de sus alcaloides, como morfina
codeina, marceina; pero no queda duda que fue con morfina. A la autopsia del cadáver asistieron el
señor Inspector y su secretario y el señor Fiscal del Juzgado 1° Superior. En constancia se firma esta
diligencia por los que en ella intervinieron.
Como el suceso de que trata el presente sumario es uno de los más graves y escandalosas que registran
los anuales del crimen en este Distrito Judicial, y que ha causado una verdadera alarma, el tratar de
suicidarse el jefe de una honorable familia arrastrándola toda a la tumba por medio de un
envenenamiento colectivo, se procedió a averiguar si el sindicado Juan N. Uribe sufría de verdadera
enajenación mental al tiempo de ejecutar todos los hechos que con tanta minuciosidad y tan
espontáneamente relaciona en su declaración indagatoria, y que él atribuye a la espantosa enfermedad
llamada neurastenia que sufría, debido a la cual venía alimentando la idea, hacía unos seis meses antes,
próximamente de llevar a cabo su envenenamiento y el de toda su familia; y para averiguarlo y por
exigencia especial del mismo sindicado, según el numeral de folio 24, ordeno el señor funcionario de
instrucción, por auto de siete de diciembre último, que los médicos legistas doctores Ricardo Jaramillo
Arango y Emiliano Gutiérrez, examinaran detenidamente y por varias ocasiones y en días distintos, la
persona del sindicado Uribe y luego dieran su dictamen, el que en efecto dieron, en los términos
siguientes (folio 24 vuelta y 25), después de prestar el juramento legal: «Hemos reconocido por varias
veces al señor Juan N. Uribe, hombre fuerte como de 42 años de edad, y no hemos encontrado en él
síntoma alguno que no haga ver una locura, una aberración mental u otra lesión cerebral.
El, Uribe, se queja de que es un neurasténico, de que ha tenido ideas fijas u obsesiones mentales que lo
han precipitado en el crimen. Aqueja abnubilaciones de pensamientos disparatados etc., pero repetimos
no se le halla ningún síntoma de confusión intelectual; nada que justifique el creer que obre bajo la
influencia de una locura. Que es la verdad y firman:
Ahora: si a lo declarado por los médicos se tiene en consideración los medios de que se valió el
sindicado para obtener las sustancias venenosas en las diferentes farmacias donde ocurrió en solicitud
de ellas; su preparación y los engaños de que se valió para propinarlas a sus víctimas, se comprende
que en todo obró con pleno conocimiento, con intención decidida, con absoluta libertad; con malicia
preconcebida, y en fin, con tal inteligencia de que no puede ser capaz un individuo que no tuviera su
mente sana para combinar y llevar a cabo todo lo que combinó y ejecutó el sindicado Uribe.
Sin embargo: se dispuso un nuevo reconocimiento del sindicado por los médicos oficiales señores
doctores, Ricardo Jaramillo Arango y Emiliano Gutiérrez, y éstos a folio 40 expusieron lo siguiente:
«Hemos reconocido nuevamente el señor Juan N. Uribe; este hombre guarda cierto mutismo, pero no
dice disparates; no parece afecto de enajenación aunque quizás se trata de un caso de simulación. Es
preciso estudiarlo con más espacio para decidir sobre su estado mental.
Los testigos Francisco Sánchez M., Bernardo Guingue y José María Gaviria (folio 18 a 20 y 39)
declaran que el primero en una ocasión tuvo que darles protección a la señora esposa del sindicado y a
sus hijos, conduciéndoles de noche, de la casa o fábrica de jabones donde vivían, a esta ciudad, a la
casa de un pariente, por cuanto el sindicado los amenazaba a muerte todos ellos o los amenazó el día
expresado.
Alfredo Díaz M., Emilio Muñoz, Ezequiel Posada y Samuel Nicholls (folio 16 a 18, 20 a 22), amigos
íntimos del sindicado, declaran, que este por las quejas o manifestaciones que hacía, debido a la mala
situación de fortuna en que se hallaba, sin recursos para subvenir a las necesidades de su familia, sin
recurso para subvenir a las necesidades de su familia, daba a comprender siniestras intenciones contra
su propia vida y la de su familia.
Los testigos Carlos Hinestrosa, Evaristo Orzco Ch. y doctor Antonio José Vallejo (folio 26 a 28)
declaran que en la familia del sindicado Juan N. Uribe ha habido varios locos o neurasténicos; que su
padre enloquecía muy amenudo atentado contra su vida; un hermano suyo se suicidó en Ibagué en un
acceso de locura, y un tío materno por la misma causa en el hospital de Cali, y que el sindicado ha sido
neurasténico desde muy joven.
El doctor Carlos E. Putnam en su tratado práctica de medicina legal, tratando de las monomías dice lo
siguiente:
Monomanías. -Ya dijimos que las inofensivas era numerosísimas y como además casi nunca dan lugar
a cuestiones médico legales, no nos ocuparemos de ellas.
“Sólo trataremos de las monomías peligrosas u ofensivas, que son las que más se relacionan con
nuestro objeto, porque incitan a cometer actos penales por las leyes.
Monomania homicida. -Los que la padecen matan o hieren a sus semejantes, unas veces con delirio,
otras sin él. Estos últimos son los verdaderos monomaniacos homicidas; porque no obran impulsados
por ilusiones o alucinaciones, sino por un impulso interior, instintivo, ciego; por una aberración el
instinto que los arrastra a destruir contra su voluntad, sin pasión, sin delirio y sin martirio. Por eso
muchas veces se establece una lucha en la mente de esos infelices entre la tendencia al homicidio y su
conciencia que reprueba estos actos. Esta perversión de las facultades afectivas se presenta hasta en los
hombres más probos y pacíficos.
“Esta monomanía se presenta por accesos, que suelen ir precedidos de síntomas de excitación general;
estos sueles suelen ser cólicos, cefalalgia, insomnio, etc. etc.; la cara se pone pálida o encendida, el
pulso lleno y duro y se presentan temblores y convulsiones generales. Una vez consumado el acto, el
monómano permanece al lado de la víctima, o se denuncia él mismo a la justicia; otras veces se
esconde, pero una vez preso confiesa su delito y lo relata con todos sus pormenores.
El doctor refiere varios casos ocurridos a ese respecto, uno de ellos el siguiente:
N.N., natural de Sopó, y joven trabajador, conducía todas las semanas una carga de quesos, de su
pueblo al mercado de Zipaquirá. En uno de esos viajes se detiene en una posada, del camino; baja su
carga, suelta la bestia que la conducía y al entrar en la habitación tantas veces frecuentada por él, ve
una barra de hierro, la coge, vacila unos momentos; se acuesta, se agita allí tendido; se levanta, y de
repente se lanza sobre un pobre hombre que en esos momentos pasaba por el camino cargado con una
jaula de huevos; lo hiere brutalmente en el cráneo, le saca de su cavidad la masa cerebral y la riega al
lado de su víctima. Hecho ésto, se encierra en su habitación, coloca la barra en el sitio en qu la
encontró, se acuesta y duerme, y al siguiente día prepara su carga y sigue a su objeto a Zipaquirá. Allí,
vendiendo sus quesos lo sorprende la autoridad; refiere lo ocurrido y es trasladado a esta ciudad
(Bogotá). Un cuidadoso examen nos hizo reconocer en este desgraciado una locura parcial que la
clasificamos de monomanía homicida. El enfermo fue remitido al Asilo de locos y allí esta; sin el
examen pericial, es probable que se le hubiera condenado a pena capital”.
El mismo autor dice que “la monomanía es la forma de locura que con más frecuencia se simula por los
criminales para eximirse del castigo que la ley les impone. Como estos, por lo general, son ignorantes,
creen que el mejor medio es hacerse furiosos, atropellarlo todo, hacer extravagancias, no conocer a
nadie, ni contestar acorde a ninguna pregunta; pero con estas exageraciones dan a conocer la farsa.
“Valentini aconseja para descubrir la simulación, la cauterización superficial con el fuego; pero es un
medio cruel e inhumano y por lo común ineficaz. En efecto muchos locos verdaderos se enmiendan con
esta prueba, que ellos consideran como un castigo, y algunos farsantes, por el contrario, han resistido
muchas cauterizaciones sin confesar el engaño. Lo mejor en estos casos es la observación constante,
sobre todo cuando el loco verdadero o fingido, se crea solo.
“Algunos autores aconsejan hablar de síntomas imaginarios de locura para ver si el sujeto en cuestión
dice que los padece o si los ejecuta después. March empleó en un caso este procedimiento: dijo de
modo que lo oyera el loco, que el síntoma más característica del idiotismo era orinarse en la cama; el
loco no se orinó, y de dedujo que verdaderamente era un enajenado.
“Con estos delitos y los expuestos al tratar de las monomanías sin delirio, tendremos más suficiente
para declarar si un sujeto está loco o lo finge”.
En fin, hasta el presente estado del proceso no aparece comprobado satisfactoriamente, que el sindicado
Juan Nepomuceno Uribe hubiera permanecido todo el tiempo comprendido (como seis meses) desde
que concibió el plan de envenenarse, y a la vez envenenar a su familia, en este estado de verdadera
demencia (p. 918) o locura o privado involuntariamente del uso de su razón, para que fuera excusable y
no estuviera por consiguiente sujeto a pena alguna, según el artículo 29 del Código Penal; y como sí
aparece la prueba que para enjuiciarlo requiere el artículo 1627 del Código Judicial, el auto apelado es
jurídico y debe confirmarse.
Campo y muy amplio le queda al enjuiciado para aducir durante el juicio cuanto crea conducente a
comprobar su irresponsabilidad ante el Jurado que puede resolver en conciencia no sujeta a tarifa legal
de pruebas.
Por todo lo expuesto, el Tribunal de acuerdo con el señor Fiscal y administrando justicia en nombre de
la República y por autoridad de la ley, confirma el auto de fecha veintinueve de abril último (folio 62 a
66) apelado por el procesado Juan N. Uribe A”.
ADOLFO VÉLEZ.