Enciclopedia de Las Artes Cotidianas - Laura Sofía Rivero
Enciclopedia de Las Artes Cotidianas - Laura Sofía Rivero
Enciclopedia de Las Artes Cotidianas - Laura Sofía Rivero
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Yo más que una pregunta
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impopular, por no decir deprimente, por no decir ya sabía yo la mesa rectangular de mantel verde, a las semblanzas mal leídas
que debía quedarme en casa. (que, me consta, pueden confundir las siglas del Fonca con las
Quizá si seguimos efectuando este extraño rito de bautizo del Fonacot), a los lugares comunes, al tedio.
editorial es porque la presentación es un ardid para imaginar Hagamos un cálculo vago: si alguien decide gastar dos horas
mundos perfectos, donde todos los libros son excepcionales y a la semana, pensemos, cada quince días en eventos como es-
valiosos, los ponentes se agradecen y miman y acicalan y com- tos; a lo largo de un año habrá destinado la pasmosa cantidad
parten la mesa y el pan; nos hace pertenecer a un mundo en de 52 horas sentado en ese templo libresco a medio derruir,
donde el agua embotellada brota cual manantial plastificado. El preso de un fanatismo digno de las viejecitas arrodilladas que
protocolo acoge una serie de actos ineludibles: 1) la puntual na- recorren los misterios dolorosos entre sus dedos mientras las
rración de cierta anécdota personalísima que nada viene al caso, notas de un órgano cimbran su corazón. El Dios de la Litera-
2) el clímax conmovedor que puede devenir en llanto (al gusto), tura está sediento. Exige su tributo. ¿No puedes regalarle tan
3) la difamación de otros autores o círculos (presentes o no), sólo una hora a la semana? Ven, oveja perdida, confiesa tus
4) la cita sesuda en otro idioma; actos que van subiendo de tono pecados: no terminaste a Proust ni tampoco el Ulises, abando-
como una borrachera. Pero a pesar de ello, de las pequeñas mo- naste un libro en la página 20, no devolviste otro que alguien
ronas de cizaña y terror, el ambiente general es el de la conformi- te prestó y por tu culpa alguna colección quedó incompleta,
dad, medianía estéril, ese sentimiento tan lejano a la literatura. por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa. Top, top. Prime-
¿Quién fue aquél a quien debemos esta actividad por demás ra llamada. Top, top. ¿Sí me escuchan? Atiende a este discurso
sobrada? ¿Cuándo comenzó? Me gusta pensar en los muchos que el presentador va a leer como se lee el padrenuestro, de
Primeros Hombres: el que juntó sus labios con otros para in- corridito y sin pausa. Sólo así expiarás tus pecados.
ventar el beso, el curioso que hurgó entre la cáscara más ruda Espero que en tiempos próximos la conciencia ecológica sea
hasta encontrar agua de coco, el que forjó una nueva pala- capaz de erradicar las presentaciones de libros al sopesar la can-
bra. Todo Primer Hombre, inaugurador de oficio, vive por un tidad exacta de kilos de papel que gastamos al año en personifi-
momento en la tentativa de ser dios o ser demonio. Su actuar cadores. O que, por fin, alguien se harte del genio maligno que
puede devenir legado o lastre o bocanada de olvido. Un Pri- provoca amnesia en los amigos, quienes ya sentados en el pó-
mer Hombre dio origen a este ritual árido y nos comprometió a dium se olvidan de tu nombre y te dicen El Autor o, peor aún,
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te hablan por tu apellido, recordándote lo que pocos: tus años en Se escuchan los aplausos finales. Las sillas rechinan e inaugu-
el colegio, donde más que una persona, eras un número de lista. ran el bullicio. Vuela la pluma y hace piruetas confusas, “¿cuál
Mis únicos dos motivos para asistir a los eventos literarios es tu nombre?”. Las presentaciones diseminan por la faz de la
consisten en sonsacar a mis amistades, ya reunidas, para sudar Tierra ejemplares autografiados que saturan las esquinas de las
—quiero decir, comulgar—mediante lúbricos ritmos latinos librerías de viejo. ¿Es una dedicatoria el mayor beneficio que se
al término del evento, y en perseguir como buitre lo que se puede obtener del contacto con el autor? Hay problemas litera-
ofrezca gratuito, siempre al acecho del mesero inerme. Sólo rios a los que aún no hallamos respuesta. Asistir a estos eventos
eso espero de las presentaciones, pues, en un presente don- nos ubica en la frontera donde pelea la importancia del artífice
de no se necesita salir de casa para ir al cine ni para hacer las con la del artificio. ¿Qué es la literatura fuera de la página? Yo
compras, en este mundo a domicilio, ¿qué nos hace empeci- más que esta pregunta, tengo una sospecha. Si seguimos perpe-
narnos en seguir religiosamente las fórmulas corroídas? ¿Es tuando una práctica como esta sólo por costumbre, pronto el
necesario reunir a ocho personas en una salita para decir lo ser asistente a eventos se convertirá en oficio, como sucede con
que se puede escribir en dos párrafos? Quizá su aporte exis- todos aquellos trabajos creados por la inercia: el del individuo
te, pero no bajo ese formato en donde el diálogo pocas veces destinado a doblar la porción de papel higiénico en la entrada
ocurre entre las participaciones moderadas, sino desperdiga- del baño, el de los promovendedores que disparan balazos de
do en los pasillos, postrero, escurridizo. En las escasas opor- perfume, el del semáforo humano. Tal vez en algún momento
tunidades que he tenido de presenciar intentos frustrados por ya no faltarán editores o correctores de estilo, sino escuchas.
cambiar este protocolo, he topado de bruces con personajes No creo que el viejo truco de abarrotar salones con estudiantes
que caen en la paradoja de pervertir un orden al que, de he- incautos nos siga funcionando mucho tiempo.
cho, se someten. No se preguntan por el objetivo primordial
que nos hace reunirnos y comentar. Se siguen ciñendo a un
mismo y eterno corsé. Semblanzas, aprietan. A mí me pareció
que, aprietan. ¿Concebiste el libro unitariamente o por par-
tes?, aprietan. Voy a leer sólo un fragmento para no aburrirlos,
aprietan. Con mi total agradecimiento para, aprietan.
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Razones para perdonar
a los talleres
Entiendo que haya personas que detestan los talleres. Para qué
abrir uno nuevo si son peleas de egos. Para qué asistir a esos
espacios donde la literatura se ve con ojos de plomero. “Su
texto está tapado, muévale allí, le falta una pieza, ¡no!, ¡le so-
bra!”. Para qué. ¿Cuántos no asisten no porque quieran leer,
sino porque quieren ser leídos? El taller: remedio para la sole-
dad de los ociosos. Esos que hoy hacen papiroflexia; ayer, poe-
sía; mañana, macramé. Talleres para desaburrirse, talleres sin
concreción, talleres para hablar de la escritura con un lenguaje
místico que le han robado a la experiencia religiosa, clerical.
Talleres para perder el tiempo.
Entiendo esos motivos: yo también he sufrido los mismos
maleficios. Pero me resulta imposible compartirlos. Para alguien
como yo, el taller literario es un remanso porque mi biografía
me obliga a hacer una extraña comparación. El primer taller en
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el que estuve carecía de metáforas y lecturas placenteras. Su vo- del deadline. Pero en este punto he llegado a aprender que mi
cación era la rotundidad de la madera, el chirriar de las máqui- única disciplina consiste en encontrar las mejores maneras de
nas, el óxido en serruchos y martillos. Pino, roble, oyamel; disciplinarme.
nuestro diccionario mental. A los doce años llegué a la car- Supongo que un espacio de socialización como el taller iba
pintería no por decisión, sino por los azares de la educación a gustarme: habitante de la periferia, páramo donde la litera-
pública en una secundaria técnica. Taller: ocho horas a la se- tura no estaba más que en casa o a dos horas de camino y otras
mana, rodeada de adolescentes bajo el calor de un cielo hecho dos de regreso. A los talleres les perdono sus deslices porque
de lámina. ¡Taller, ten cuidado, no te cortes los dedos! en ellos encontré lo que había buscado por mucho tiempo: un
Dos cosas le agradezco a ese oficio inesperado: un librero lugar para hablar de lo que las palabras pueden llegar a hacer.
lleno de remaches que ha soportado varias mudanzas y el ser- Le dije adiós a las descripciones llenas de polvo, comencé a
virme hasta ahora como punto de comparación. Por defecto ver posibilidades que la universidad no podía (ni tenía que)
de fábrica, no puedo pensar en el taller como un evento sa- darme nunca.
grado. Sigo asociándolo al sudor, al trabajo, al ruido colectivo, Yo sé que están muy lejos de la perfección. Siempre existirá
a la ayuda entre pares. Quizá porque cuando la lija de agua se el riesgo de caer en rencillas, momentos soporíferos o de es-
rompía, agarrábamos la de otro compañero o porque jamás cuchar un comentario ininteligible. La suerte ha tocado a mi
nadie pensó en fabricar la mejor repisa de la historia, traduz- puerta: mis malas experiencias son pocas y lejanas. Por eso, no
co esas vivencias al taller literario. Lo concibo como eso: un deja de fascinarme la oportunidad de escuchar las lecturas de
espacio de ejercicio, una práctica para aprender de uno mismo los otros. Saber qué buscan, cómo son sus expectativas de un
y de los otros, simplemente un hacer. texto. Ver a la literatura a través de sus lectores, no sólo a través
Su constancia nos es útil a los dispersos, los que prometi- de sus estatuas. El taller no puede ser una clase donde alguien,
mos por fin ponernos en forma y sólo salimos a correr duran- quien sea, adoctrine a otros sobre el oficio de escribir. Aun la
te una semana, los que hemos empezado a aprender a tocar un madera se resiste, las reglas le quedan cortas.
instrumento unas cinco veces o más. Debo confesar que me Me gusta recordar algo que para algunos es un tabú: que la li-
gustaría ser capaz de confiar en los poderes de la inspiración teratura también puede regresar a su estado más sólido y rotun-
y olvidar de una vez por todas el seductor canto de las musas do, dispuesta a serrucharse, a hacer de las palabras objetos que
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responden al tacto. En la soledad, frente a la neblina incandes- Penélope posmoderna:
cente del monitor, puede sentirse bellamente gaseosa. Pero es sobre el amor y la comunicación
esa fluctuación lo que me resulta tan emocionante. Poder salir
de uno mismo, durante un rato, para regresar después. Pero
regresar siendo mínimamente otro. Esa, precisamente, es mi
última razón para perdonar a los talleres: son oportunidades
para descolocarnos. Me hacen recordar que la escritura sirve
no sólo para decir lo que ya sabemos, sino para descubrir algo
nuevo, por ínfimo que sea. Hay textos que empiezan siendo
ejercicios, pero cuyos autores encuentran algo más que una
tarea, más bien, el germen de una aproximación personal. In- Cuando Penélope esperaba la llegada de Ulises en los tiem-
tentando hacer libreros, las piezas se acomodaron mejor como pos heroicos de La Odisea no existían los mensajes al celular,
mesas, bancos, sillas. El taller no es un punto de llegada, sino Facebook o Whatsapp. Bastó sólo la promesa para que ella
de inicio. aguardara pacientemente el retorno del marido. Si Penélope
viviera en nuestra época quizá abandonaría cualquier expec-
tativa luego de un “visto a las 10:48” u otra de esas marcas de
indiferencia que indican la hora exacta —incluso la ciudad o
el lugar específico— en que el amor se ha conectado por úl-
tima vez.
La comunicación no está hecha para los amantes. Crea la
necesidad de revisar a cada minuto una decena de aplicacio-
nes que puedan indicar cualquier rastro de vida o movimien-
to. Pienso tal vez en la época en que las cartas constituían el
único medio de noticias entre dos personas enamoradas. Reci-
bían, probablemente, una misiva cada tres semanas y con ello
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tenían la suficiente certidumbre de la entereza en común. Una O mejor aún, en la mascarada a él se le habría olvidado agre-
pareja actual de jóvenes envía y recibe cerca de una veintena de garla a sus contactos y, en consecuencia, nos toparíamos con el
interacciones por día. Por esta razón, cuando es sólo un mensaje fin prematuro del romance.
el que llega en lugar de esa avalancha tecnológica frecuente co- La carta con la declaración amorosa, el soneto a la amada, los
mienzan los problemas. La ausencia de comunicación es tomada besos entre las rejas: la comunicación es un tema con cimientos
como un indicio negativo que avisa la venida de una tormenta en una larga tradición de obras. Sin embargo, los tiempos re-
próxima. ducidos en la contemporaneidad y la idea hollywoodense del
Quizá la transmisión de mensajes no inmediatos daba a la pala- romance han hecho de este contacto necesario un cliché que se
bra una cualidad mucho más extensa: era equivalente a la acción. acerca al fastidioso acoso. Un hombre que no empalaga es un
Su significado y credibilidad tenían un alcance a largo plazo. hombre que no ama, promocionan las películas. Incluso Noah
Ahora ya no, el efecto dura —si acaso— algunas horas. Tal vez en Diario de una pasión (obra cumbre del cursi sollozo femeni-
es por ello que las relaciones subsisten menos que antes. Nos no) pone en práctica ese mismo estatuto de querer estar con el
fatigamos de saber del otro todo el tiempo. No hay espacio otro todo el tiempo, aunque sea de una manera virtualizada;
para el deseo, cubrimos lapsos de tiempo sumamente cortos escribe una carta por día durante un año entero hasta que, al
para avalar que la relación sigue en pie como si nos persiguiera no recibir ni una sola respuesta, se olvida de su propósito para
la incertidumbre a cada instante. avocarse al trabajo.
Definitivamente ligamos el amor al interés y el interés al Quizá ya no escribimos cartas por lo aburridas que puedan
lenguaje. Tan sencillo como pensar que la muerte de Romeo ser nuestras vidas acopladas, más bien, al registro y no a la na-
o de Julieta es simplemente un problema de comunicación. rración. Somos niños aplicados no a la escuela sino al mundo
Si ella le hubiera enviado un inbox avisando que su muerte contemporáneo. Pasamos lista en nuestros establecimientos
era fingida nadie hubiera fallecido y la historia sería otra. Sin favoritos de consumo y archivamos cada compra en forma de
embargo, hasta en las tragedias posmodernas su teléfono se fotografía al café o a los panecillos recién adquiridos. Consta-
habría quedado sin batería o la computadora no encontraría tamos que todos hacemos lo mismo.
señal de wifi. Allí vemos otra vez a Julieta suicidándose luego Nuestra idea contemporánea de la carta es aquella que solicita
de ver a Romeo recién fallecido y con el smartphone apagado. o, sin más preámbulos, es útil dentro de este mundo altamente
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burocrático. Incluso hasta las cartas a los Reyes Magos no son Chapter four: vestir el traje
más que listas en prosa —a veces ni siquiera eso— donde los de otra lengua
niños se entrenan para hacer solicitudes posteriores, sean de
trabajo o no.
Qué amargo me resulta imaginar el amor como una aplica-
ción o red social. Hacemos check in y registramos el camino re-
corrido. Intentamos hacer de él un amor de película donde nos
regimos por la comunicación al estilo que todos conocen: con-
firmando a cada momento que no hay novedades malas o bue-
nas. Ratificamos nuestra inactividad porque nos protege como
un seguro. Sin embargo, esta manera de interactuar se torna un Para Cinthya y Clemente
roce que desgasta y no uno que acaricia. Penélope ya no tiene
tiempo de tejer por las mañanas y deshilar en las noches. Al En el último mes he pedido cuatro tickets en el aeropuerto de
lado de su iPad, la madeja. Tal vez el rastreo tecnológico la man- Orlando, convencí a una multimillonaria para que donara su
tiene ocupada viendo fotos de frappés multiplicarse por la red dinero a un orfanato, trabajé en una farmacia del centro de
mundial o evitando los múltiples cortejos mientras juega Candy Londres, di una conferencia sobre los peligros que asechan en
Crush. la selva de Australia, y fui, también, un hombre mayor bastante
calvo que sintió el viento frío en su nuca frente al Gran Cañón.
Yo no elegí este multifacético estilo de vida. De hecho, al
empezar cada sesión, suelo preguntarme si estoy a punto de in-
gresar a una clase de inglés o de interpretación escénica. Tomo
lecciones porque mi idioma es insuficiente para abarcar el glo-
bo terráqueo, un mundo que está mayoritariamente escrito en
otra lengua. Los currículums exigen dominarla. También los
mejores salarios. Y mi curiosidad tiene sed de leer con fluidez,
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quiere deslizarse por los textos como si estos fueran mantequi- Para quienes las disfrutan, las clases de idiomas son la recu-
lla, no duras vallas en una carrera de obstáculos. peración de su niño interior. El mundo vuelve a ser una serie
Sin embargo, mis verdaderas motivaciones de bolsillo roto y de objetos sin nombre, tan sólo masa, tan sólo un deseo. Todo
mente intranquila pronto se desvanecen. Mi ánimo comienza se aprende desde el principio: los colores, los números, los
a disiparse y la culpa no la tienen los phrasal verbs, ni el second nombres de los animales. En el cerebro dialogan la experien-
conditional, sino esas actividades bufas en colectivo que se em- cia del adulto y la ingenuidad del infante; vuelve a desplegarse
pecinan por familiarizarme con el inglés. “¡Disfrútalo! Úsalo el territorio de los errores, las preguntas primarias, la necesi-
como en la vida diaria”, dicen mientras me obligan a sostener dad de hablar.
conversaciones que jamás tendría en español. El idioma, las re- Ojalá mi ánimo fuera lo suficientemente dúctil para ver un
laciones humanas, incluso las necesidades básicas rápidamente juego en lo que más bien se me presenta como una másca-
se convierten en un artificio forzado. ra. Desearía sentirme cómoda inventando, usando las palabras
Primer acto: es mediodía, un supermercado con poca gen- que me quedan más cerca y no aquellas que busco en la os-
te, hoy me toca ser la cajera. “¿Qué va a querer?”, pienso con curidad con inquietud, ser una mejor alumna y confiar en la
palabras prohibidas. Y aquí estamos mi compañero y yo: im- sentencia de un buen amigo: “en las clases de idiomas importa
buidos en este teatro del absurdo, rodeados de estantes ima- hablar, no lo que dices; la verdad queda de lado”. Pero no dejo
ginarios llenos de latas que guardan conservas inexistentes, de sentir que mi mayor lección hasta el momento ha sido sa-
hablando un idioma falso fabricado por nuestras mentes, un ber que en inglés yo no soy yo, sino apenas un remedo de mí
espanglish lleno de cochambre, titubeos, palabras inventadas, misma. Tantos rostros se han impuesto sobre el mío que ya
gestos inciertos y frustración traducida a manotazos. “Tea- sólo me concibo como extranjera de mis propias palabras. Me
cher, how do you say ‘papel de estraza’?”, pregunta alguien en he robado un vocabulario, nada de lo que digo me pertenece.
el fondo del salón. Guardan silencio los escenarios que se re- Segundo acto: comienzo a sospechar que mi maestro, más
plican banca tras banca. La ficción está en pausa. “Tortilla’s que enseñarme un idioma, me está confeccionando una vida y
paper”, responde mi chispeante interlocutor. Y todos reini- una personalidad. ¿Cómo decirle que este enfoque turístico de
ciamos ese oficio del sinsentido que es el tratar de darnos a comprar boletos de tren y pedir indicaciones en la calle poco
entender. le sirve a alguien que nunca ha salido del país? ¿Remotamente
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imaginará que mis opiniones en clase distan por completo de II
lo que pienso? Un antifaz para sobrevivir: eso es mostrarme
interesada en lo que no me importa en absoluto. “A voluntary
burden is no burden” o, mejor dicho, sarna con gusto no pica.
¿Qué es lo que saben de mí estas personas que sólo me co-
nocen por lo que puedo decir, no por lo que deseo comuni-
carles? Mis actividades favoritas: conversar, hacer bromas, dar
clases, no las puedo poner en práctica a plenitud. ¿Qué de mí
no está hecho de lenguaje? Soliloquio frente a la ventana. Cae
el telón. Y con esta pregunta termina el tercer acto.
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Elogio a los vecinos
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gritos o estornudos. A veces, la cercanía es tanta que a nadie le tapiojos que compramos, y con una mirada nos reprochan las
sorprendería sentir la transpiración del otro al recargarse en cajas de cerveza que no los dejaron dormir hace dos noches.
el muro endeble de la casa. La peor desgracia que acarrean es la serie de consecuencias
El vecino es un ser incómodo por naturaleza, basurita en el de su propia existencia: mascotas impertinentes, ruidosos pasos
ojo, etiqueta irritante de la ropa nueva. Sin embargo, existen en el techo, indeseables madrugadas acompasadas por los Ánge-
algunos que por convencimiento abandonan cualquier intento les Azules capaces de llevarnos al infierno de la desesperación.
de concordia para tomar el puesto del villano más popular en Ni qué decir de los gritos y las peleas que nos hacen cómplices
el condominio. Ellos aceptan el reto de hundir con empeño su y judiciales a un mismo tiempo. El vecino extiende sus males,
reputación, se nombran a sí mismos los líderes de los altercados se desborda en ellos y nos incluye en la vorágine tempestuosa.
más fatuos y de las rivalidades más absurdas. Esos son los es- Los caseros tienen a bien heredarnos la calamidad de la com-
pecialistas en ocupar el lazo del tendedero en el momento me- pañía de los vecinos, regalo irónico de bienvenida. Sin embargo,
nos oportuno; son los choferes del caos que acaparan los lugares algunas ocasiones muy contadas dan la oportunidad de reivin-
para estacionar; son, en pocas palabras, amos del desorden y la dicar maldad y hartazgo de estos seres colindantes con nuestra
cizaña. Hombres y mujeres cuya maldad enigmática logra mar- vida. El vecino se convierte en una ferretería que presta esca-
chitar las plantas ajenas con una mirada tan simple como certe- leras de metal, taladros y herramientas varias; si su catálogo no
ra. Vecinos expertos en echar mal de ojo y comenzar las cadenas oferta lo necesario, algún otro lo hará: nunca hay falla posible.
interminables de cuchicheos perniciosos. La adversidad hace notar su adhesión necesaria, molesta en la
Sin haber entrado a nuestra casa, nuestros vecinos conocen generalidad, pero oportuna cuando la luz eléctrica desaparece a
de memoria los hábitos y costumbres que marcan el trans- las once de la noche y sólo en él podemos encontrar los fusibles
currir de nuestros días. Leen nuestra basura como las páginas que nos librarán de retornar a los comportamientos primitivos
de un libro abierto; ellos no ven una pila de cajas grasosas de cancelados por nuestra actualidad confortable.
pizza sino la explicación de nuestra repentina engorda; ellos, La aglomeración de los individuos en el mapa de la Tierra
psicólogos amateurs, conocen nuestras vulnerabilidades por el nos desacostumbra a la soledad. Cada vez nos encontramos
shampoo anticaída de cabello; nuestros vecinos saben el secre- más juntos; a veces, unos sobre otros, eternos conurbados. No
to de una vergonzosa enfermedad por las cajitas del jabón ma- queda otra opción más que apelmazarnos para poder alcanzar
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un espacio. La sobrepoblación nos rebasa y nos condena a te- parece no ser compatible con el ritmo de la ciudad. No siempre
ner vecinos todo el tiempo. Nunca estamos apartados ni im- podemos controlar cada circunstancia: por la calle estorbamos
puestos a la incomunicación, vivimos en la hipérbole de la a los otros cuando nos detenemos a ver un producto de nove-
compañía. dad, nuestros motores arruinan el tiempo perfecto de otro au-
Quien haya pisado el transporte colectivo de las grandes ciu- tomovilista si equivocamos una maniobra, la música con la que
dades podrá tener el mejor ejemplo de esta sentencia inevita- nos divertimos en las pocas celebraciones que nos extraen de la
ble: sin dirigirnos una sola palabra, ni un saludo o despedida, rutina inalterable trunca los planes de algún otro que esperaba
apretamos nuestras carnes a los cuerpos de los desconocidos poder estudiar en ese mismo instante o reposar tranquilo en su
mientras el tiempo de nuestro trayecto lo exige. A veces, la único día de descanso.
falta de privacidad llega al punto en que nuestra lectura o Al mirarnos en el espejo de nuestras acciones y ser testi-
nuestra pantalla del teléfono móvil es vista por múltiples ojos gos de las ojeras que el estrés nos cuelga en los pómulos o la
acosadores cuya presencia reprueba, incluso, el cambio de pá- desazón prendida en las líneas de nuestro rostro, podremos
gina porque no han terminado de leer. O es el sobresalto el reconocer que nosotros también somos vecinos de otro. La
que delata su atención cuando brincan o chistan la boca al ver- falta de intimidad nos obliga a desmantelar planes ajenos; vi-
te perder en un minijuego de video. vimos en una intersección constante de la cual no hay mucha
En todos lados colindamos con otros. A veces hallamos una escapatoria.
empatía irremediable sin explicación alguna que nos hace ex- Por eso, no resta sino cuestionarnos cómo erigir un nuevo
trañar a aquel auto que nos acompañó todo un camino y que templo de la vida privada y la autorreflexión sobre tantas es-
ahora da vuelta a la derecha. También nos provoca nostalgia la tructuras que nos fuerzan a no tener reservas y hacer públicas
pérdida de vecinos cuya presencia hizo más dócil la espera en la cada una de nuestras acciones. Es de este modo como, desnu-
fila del seguro social o, incluso, aquellos que alimentaban nues- dos de nuestra felicidad y estatus artificial plasmado en selfies
tro morbo con pláticas extrañas, comportamientos insólitos y y emoticones, nos miramos verdaderamente para descompo-
con inconcebibles escenas dignas de un melodrama televisivo. nernos poco a poco, para llenarnos de huecos y vacíos. Nuestra
Es difícil acostumbrarnos a estas y otras pautas del compor- soledad deshabitada hace de nuestro cuerpo una materia lívi-
tamiento que nos condenan a una vida automatizada. La lucidez da y húmeda. Sólo al alcanzar un nuevo estado de la materia
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y ejecutar un cambio alquímico de carne a agua, podremos Siete roomies en un año
percibir lo fácil que es diluirnos, como las gotas pequeñísimas
que somos, en el océano inmenso de la humanidad.
Salí del cuarto para pedirle a mi roomie, por tercera vez, que
callara la música del pasillo. La encontré hincada en su cama
junto a una chica y un chico, los tres desnudos y con tapones de
papel higiénico en la nariz. Cuando me vieron aparecer —en-
vuelta en una pijama polar de renos, los ojos cansados y con mi
antifaz para dormir en la frente— supe que se arrepintieron de
dejar la puerta abierta. “Güey, bájale por favor a tu bocina, son
las cuatro de la mañana”, le dije y regresé a encamarme, no sin
antes poner el seguro y ver con tristeza y profunda frustración
mi reloj digital: tenía dos horas para descansar antes de que la
alarma sonara. ¿Fue efectivo mi regaño? La música enmude-
ció, pero las risitas siguieron acompasando mi desvelo.
En el último año he tenido siete compañeros de departa-
mento. Siete. En este punto, estoy tan cansada de explicar cómo
funciona el boiler y la lavadora que me pregunto si acaso no de-
bería ya renunciar a esto. Pero qué voy a hacer: ¿vivir sola con
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un salario que apenas y me alcanza para compartir una renta? la compañera que le dio copia de la llave a todos sus amigos, la
¿Mudarme a las afueras de la ciudad, esa periferia de la que ven- parábola del que prometió sacar la basura y guardó la de todo
go huyendo desde hace cinco años? ¿Esclavizarme a un trabajo un mes en su cuarto porque le dio flojera, el cuento de la chica
que me dará días infelices, pero noches cómodas en un depar- que defecaba en la regadera porque decía ser alérgica al papel,
tamento del doble de superficie? Me respondo que no, mien- el relato del roomie que salió a comprar fruta y no regresó ja-
tras recojo la maraña de cabellos que ha tapado una vez más la más, dejando tras de sí todos sus muebles, su ropa y tres meses
regadera. de adeudo.
A veces creo que el problema está en mí y no en ellos. Es Cuando me siento más triste tengo la poco higiénica manía de
cierto que he pecado de cuatro cosas: confiar en el sentido co- buscar departamentos en venta por internet. Una habitación,
mún, aceptar a quienes vivirán por primera vez fuera de la casa pocos metros, la ubicación terrible y ni así podría solventarlo.
de sus padres, sobrestimar la juventud, negarme a creer en el Varias veces he pensado en dejar de aferrarme a la ciudad de
egoísmo. Un amigo, que siempre habla en adagios, me aconse- los derrumbes e irme a otra parte. Pero mi casa, intangible y
jó alguna vez: lo ideal es no vivir con gente totalmente desco- sin paredes, con ladrillos que son más bien rostros, con cimien-
nocida (las sorpresas podrían ser atroces) ni tampoco con los tos que apenas brotan de mis razones por habitar un lugar, sólo
mejores amigos (pues se puede acabar de pleito). Conocidos de está aquí.
segundo grado, medianamente amigos; buscar un intermedio, Por ahora, más que residente de un condominio, me sien-
aristotélica virtud, aurea mediocritas de la vida comunitaria. to administradora de un hostal: limpio algunas áreas comunes,
Aunque he tenido buenas experiencias, son las de menos. veo a los desconocidos usar mis muebles, mis trastes, tomar
Para sobrevivir a la ciudad, a los trabajos malpagados y a un mis especias, dejar abierto mi shampoo; los veo llegar, mudar-
futuro difuso, no queda más que tolerar los ruidos ajenos, los se, irse de nuevo. Me he dado cuenta de que mis fantasías ac-
pelitos en el jabón, las otras costumbres. La intimidad: no un tuales no incluyen el encontrar al hombre idóneo, caballero
derecho, sino una penitencia hecha cifra que tiene predial o andante que llegue a rescatarme de la torre encantada, sino al
fiador. Al hablar con mis amigos, me pongo a repasar algunas roomie perfecto, ese que me librará de sentirme prisionera en
historias de terror: la leyenda del roomie que llegó (a un quin- mi propia casa, ese que vivirá en paz, el que podrá tomar mi
to piso) con un carrito de supermercado robado, la fábula de vajilla porque la cuidará y la lavará y la sentirá suya. Ese que no
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me convertirá ni en su hija a base de regaños ni en su madre Postales sobre los viajes
decepcionada y harta, sino sólo en una acompañante de este
intento en común por encontrar una vida propia sin necesi-
dad de una pareja.
Sobre el refrigerador hay una caja de cereal que ya no le
pertenece a nadie. Siete posibles opciones me pasan por la ca-
beza en el intento de recordar quién era el dueño. Siento una
especie de rencor hacia esos Cheerios de chocolate, ya rancios,
acartonados y huérfanos. Convierto mi hastío en una carta
mental de disculpas, por haber sido alguna vez la mala roomie, Postal 1: Tenemos que transferirlo
descuidada y triste en otros tiempos y en otros departamentos: Ojalá aprendiera a llegar a tiempo a las terminales. Si además
a V. por la comida que abandoné hasta la putrefacción, a A., la de las listas negras que no permiten viajar a los delincuentes,
luz que se colaba de madrugada bajo el quicio de la puerta, a D., hubiera una de usuarios que arriban tarde, yo ya estaría allí.
los ruidos nocturnos, a B., por obligarla a ser cómplice de mi Detesto presentarme sumamente temprano y quemar mis pes-
carga más dolorosa y verla limpiar la melancolía de cuatro años tañas con un sol madrugador. La antelación en altas dosis me
que yo no pude enfrentar. irrita. Me parece que les sienta bien a las personas que creen in-
Mi hostal no tiene nombre, tampoco regala jabones peque- genuamente que todo se puede evitar; toreadores compulsivos
ños. Alberga muchas toallas que los huéspedes han dejado, to- de imprevistos. ¿Llegar dos horas antes de la salida del camión?
das están limpias. A veces es de tres estrellas, a veces de cinco, Jamás.
a veces de una. Se localiza en una buena ubicación, un puesto de Sin embargo, mi repudio por la puntualidad extremísima
verduras enfrente, un Oxxo en la esquina, un buen surtido me ha convertido en un monstruo del retardo que tiene que
de garnacha. No acepta la congregación de tríos amorosos en el vivir esa otra experiencia despreciable: la agitación ante la de-
pasillo. No tiene libro de visitas. Le suplico, querido huésped, mora, “por favor, déjeme abordar”, un correr con prisa sudo-
que apague el boiler antes de meter su ropa a lavar. De lo demás, rosa que sólo tienen quienes juegan carreras contra el reloj. De
desgraciadamente, habremos de encargarnos. allí viene mi hábito por viajar con tan sólo lo indispensable en
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una maleta pequeña, dócil ante el apremio, que puedo abrazar de destinos turísticos, hoteles y transportes me parecían otro
sobre las piernas y no tiene que documentarse. idioma.
Mi problema, pienso, consiste en una manía estúpida: el de- Conocí el mar y tomé por primera vez un avión en el mismo
seo de llegar justo a la hora, sin minutos de menos ni de sobra. año en que cumplí 21. Mis conocidos me llenaron de adver-
La culpa es de mi haraganería que calcula tiempos exactos, tencias y adiestraron hasta el hartazgo. Cuando las turbinas co-
siempre buscando un margen para permanecer pegada a las menzaron a trepidar, me preparé para emocionarme, pero sólo
sábanas. Es hedonista y avara con su tiempo. Quisiera sincro- sentí un leve tirón en el estómago más sutil que los que me
nizarme con el segundero, comulgar con él como si fuéramos provocaban los juegos de feria callejera. Un niño se asomaba
uno solo. Y en ese afán perfeccionista, el mundo hecho table- por la ventana en los asientos contiguos. Me vi a mí misma en
ro, algo a veces sale mal. su propio semblante y noté que lo más cercano a lo que ambos
Conozco a dos personas que han perdido un vuelo alguna pudimos sentir en ese momento fue una rotunda indiferencia.
vez. Yo soy una de ellas. ¿Por qué, entonces, sigo sin tomar Algo parecido me ocurrió con el mar. Se desplegó azul e
precauciones, confiando en una exactitud imposible? Porque infinito en la maravillosa vista de un hotel muy elegante de
prefiero perseverar en mi obstinación que resignarme a una Acapulco. Me pareció bello, pero tan semejante a las postales,
vida preventiva; pero, también, porque el 99% de las veces lle- películas y fotografías que lo prefería en ellas. Representado
go tarde, pero alcanzo mi transporte: todo coincide y se her- era mejor. Mucho mejor. Mi insipidez turista se parecía a cier-
mana seduciéndome a pensar que en realidad está bien el no tas cavilaciones del Phillip Lopate andariego por Florencia:
tomarse nada demasiado en serio. “No sólo era una vista indiscutiblemente y a todas luces ma-
jestuosa, sino una vista ‘oficialmente reconocida’ como majes-
Postal 2: Abroche su cinturón tuosa, lo cual exacerbaba mi aspereza. ¿Algún rincón de Italia
Hace poco tiempo que viajo. En mis primeros 20 años de vida había logrado escapar del ojo usurero de la industria turísti-
no lo hice más que en cuatro ocasiones y dos de ellas se han ca?”. En una de las esquinas del lobby, la luz de una persiana se
borrado en mi casete mental de recuerdos de bebé. Durante mecía ondulante. Comencé a asociar su vaivén con el sonido
mi niñez y adolescencia las conversaciones posvacaciones de exterior. Recuerdo más esos reflejos del sol en el piso que mi
la escuela siempre me parecieron incómodas, pues el universo primera apreciación de una marina salada y portentosa.
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En ambas ocasiones me pregunté por qué no pudieron con- Me encanta bañarme y oler a diferencia, nunca a casa. Pues si
moverme esas primeras veces. ¿Habría algo mal conmigo? ¿O la ciudad es otra, mi espuma también debe serlo. Los colcho-
acaso sólo soy una persona a la que le está negada la sorpresa? nes y las regaderas que no son los del hogar, nos hacen sentir
Fabriqué una enseñanza a modo de moraleja: nunca hay que extranjeros; a veces con mayor eficacia que una ciudad desco-
viajar con las expectativas demasiado altas. Y desde entonces nocida. Urbe de metal y agua, ducha de aspavientos, tapiz de
comencé a hurgar en mis trayectos para encontrar algo que sí cerámicas satinadas y mosaico. Las llaves de agua que regulan
llamara mi atención, más allá de las fotos consabidas, el check el baño frío o caliente son enigmas por descubrir, aventuras
in espiritual, los lugares comunes. de la confortabilidad. ¿Cuánto habrá que esperar para que el
chorro deje de estar helado? Tarda. Quizá jamás entibie. Ba-
Postal tres: Cuidado con el voltaje, no conecte su secadora de cabello ños caprichosos; cuando uno ya se conforma con mojar la piel
Si los viera en pilas inmensas o saliendo de la fábrica, los ja- con agua fría, esta se rebela y arde. Hay regaderas indómitas
boncitos de hotel ya no me gustarían tanto. Adoro su natura- que se afanan en los cambios bruscos y en las sorpresas. Po-
leza compacta, me enternece su fragilidad que sólo se aprecia drían ser minúsculas metáforas de lo que deberían ser los via-
cuando yacen solitos o, si acaso por pares, sobre la porcelana. jes: el perfecto balance entre lo conocido que se nos presenta
Una secreta colección de ellos se mantiene oculta dentro de un inesperado.
cajón de mi casa.
Amo el jabón gratuito de los baños de los hoteles, a dife- Postal cuatro: No se recargue en el muro
rencia de otras cosas que me parecen completamente inadmi- Si tuviera que elegir dos palabras que definieran lo que busco
sibles. Cuando uno comparte una habitación, el retrete y la en las ciudades nuevas, estas serían: personas y comida. En am-
regadera pueden convertirse en una trampa al ser incapaces de bas categorías yacen los motivos suficientes para llenar una ma-
aislar los sonidos o al traslucir una silueta desnuda e incauta a leta y salir de casa. Mi estómago se emociona ante la posibilidad
través de las puertas falsas. de comer lo que en otros lados no se prepara igual y mi curiosi-
Dejé de cargar mi propio shampoo y jabón no sólo para aho- dad se aniña cuando la gente me presenta un territorio que me
rrar espacio de equipaje sino también porque comencé a en- es desconocido. Una calle o un negocio insípido se sazona con la
contrar cierta fascinación en usar los productos de los hoteles. pericia de quien hace de la guía de visitantes un arte.
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Experto en la retórica tan peculiar del turismo, un buen vir- seo está cerrado por remodelación. Logran reírse por el ab-
gilio puede encauzar la selección de puntos de un paseo a di- surdo de recibir comida en porciones minúsculas cuando en
ferentes criterios: hay guías casi institucionales que prefieren el menú aparentaba ser más grande. Construyen su propia ciu-
mostrar las visitas obligadas, esas que todo el mundo debería dad, su propia ruta.
ver; hay históricos que no ven la ciudad como lo que es sino Quizá por ese afán de visitar ciudades encubiertas en una
como lo que ha sido, para ellos en cada esquina se despliega el fachada de ellas mismas, me interesa tanto el turismo de las
polvo de los años; los hay también golosos, a quienes el día nos cosas feas. En lo vergonzoso, inusitado y triste encuentro un
les es suficiente para probar alimentos, dulces y bebidas; los hay placer peculiar. Probablemente mi atracción favorita, la que
orgullosamente oriundos, para quienes la visita debe mostrar más he disfrutado entre todas, es un tren de la ciudad de Xala-
a los demás por qué ese lugar, su lugar, es mejor que cualquier pa que lleva por nombre “El piojito”. Su itinerario, endulza-
otro. Lo que más importa de una ciudad es cómo se ve en ojos do con una grabación que lleva sonando desde hace más de
que no son los míos; casi como un ensayo, vale no por lo que es 25 años, rodea el centro de la capital de Veracruz. La bocina
sino por la perspectiva con la que se observa. comenta, con una voz afectada, los principales sucesos de los
Yo me considero una pésima guía porque mi estilo es el callejones empinados: chismes, leyendas, dichos. “El piojito”
turismo de recuerdos. Muestro lugares que sólo tienen sig- es un pregón popular.
nificado para mí, como si aferrándome a pasar de nuevo por Al menos unas cinco veces he tomado el trenecito con tal
ellos algo en mi memoria se sacudiera y renovara. Creo que de llegar a la última parada. Lento y ruidoso se estaciona sobre
mi papel perfecto dentro de la gran obra de los viajes es el de Xalapeños ilustres frente a una sucursal de Banamex. El locu-
ser acompañante, seguidora de otros pasos, nací esbirra. Mi tor narra algunos hechos sobresalientes en la vida de Antonio
mayor talento es lidiar con la desilusión, pocas cosas podrían López de Santa Anna, su Alteza Serenísima. Y comenta que
arruinarme un paseo o catalogar una visita como mala. nació en una de las casas céntricas de la ciudad, ubicada pre-
Mis acompañantes favoritos se parecen mucho a mí. Aun- cisamente en esa locación que a la fecha no conserva ninguna
que disfruto de aquellos que se quedan boquiabiertos a la me- evocación a su figura.
nor provocación, amo viajar al lado de quienes logran hacer Mis ojos descansan en la marquesina brillante del banco.
turístico lo que no nació para serlo. No se molestan si el mu- Veinte personas más observan junto a mí a los tarjetahabientes
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que sacan dinero del cajero y que no decidieron ser las piezas gos y familiares. Infidelidades, faltas de autoestima, mentiras
detrás de un aparador, la última parada de nuestro recorrido. de todo tipo se camuflan en las letras de Acapulco, Mazatlán y
Amo “El piojito” porque insiste en propiciar turismo en lo Puerto Vallarta, los tres destinos más populares entre los fal-
que ya realmente no importa nada, porque me confirma que sificadores de recuerdos.
en realidad la vida siempre sigue su curso y nunca estará hecha Alguna vez solicité que marcaran mi nombre en un llavero
para mostrarse. justo debajo de las letras de la ciudad donde se desarrolla una
de mis novelas favoritas. Antes de comenzar el trazo, el ven-
Postal cinco: Recuerdo de mi viaje a Macondo dedor me preguntó dónde se localizaba aquel lugar del que
Se les llama recuerditos por el pequeño tamaño, sí, pero ¿no no había escuchado antes. Le respondí con la verdad y conté
será también que el diminutivo hace notar que son recuerdos algunos detalles de la trama. Soltó el filo de buril y apretó el
venidos a menos? Un llavero, una taza, un platón, camisetas ceño. Me pidió que no me burlara de su negocio, pues si al-
y carteras. El recuerdito es una prueba del viaje, testigo de guien descubriera alguna vez la trampa detrás de las inscrip-
trayectos. Las letras del nombre de una ciudad se inscriben ciones arruinaría por completo las razones por las cuales la
con punzón o tinta. ¿Quién habrá comenzado aquella práctica gente acudía a él.
de regalar topónimos sin ton ni son? Me pregunto por qué se Salí sin saber exactamente qué sentir. En un principio, me
considerará cortés atosigar la existencia de otros con souvenirs pareció absurdo e ingenuo el apego que aquel hombre tenía
de lugares a donde ellos ni siquiera han ido. por el comercio de las falsificaciones turísticas. ¿Qué no, aca-
Justo en el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de so, todos podemos mentir y asegurar que hemos ido a donde
México, en la calle de Correo Mayor, entre Moneda y So- no? Su ética por lo fidedigno me parecía absolutamente cues-
ledad, hay un negocio donde se venden uniformes, playeras tionable. No obstante, poco a poco comencé a albergar estima
estampadas y recuerditos. Como estos últimos, independien- por su respuesta. De algún modo ese hombre tenía un poco de
temente de su lugar de origen, son siempre iguales, los due- razón al animarse a lucrar con objetos de este mundo factual,
ños del local ofrecen un servicio único en su ramo: grabar el concreto y perentorio; pero al negarse a transgredir el umbral
nombre que se decida en la piel de los objetos. Cualquier viaje de lo imaginario. Esa es la idea general de los viajes: tan sólo
puede concretarse por 35 pesos. Cualquier mención a los ami- una experiencia sensorial, la búsqueda de lo sólido y rotundo
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en fechas, sitios y objetos. Por eso veía una falta imperdonable Letreros grandes
en quien quería un llavero de Macondo. Estamos tan acos- en ciudades pequeñas
tumbrados en buscar piso en otras ciudades que resulta difícil
o incluso cursi pensar que es más bien algo incorpóreo lo que
nos persigue en cada salida de casa. El viaje en su versión más
consabida es tan sólo un ejercicio de darnos realidad en otras
realidades.
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preferido por los turistas que tapizan sus álbumes no con fa- ver con las raíces de un lugar sino más bien con los bolsillos
chadas ni con el color local sino con las desgarbadas letras. de quienes lo gobiernan. Las seis letras de Xalapa costaron 101
¿Qué le ven a este montón de materia que dicta el nombre mil 959 pesos; Mérida, 86 mil 400. Monclova tomó la delantera
de una ciudad? Parada frente a ellas, no puedo sino sentirlas en esta carrera cuantitativa y desembolsó más de cuatro millo-
un estorbo, una mancha, fea tipografía adolescente sobre una nes para levantar las letras más grandes de todas que abarcan
página de adobe colonial. No están hechas para el disfrute de un área de 16 mil metros cuadrados. Prioridades gubernamen-
la vista humana, sino para alimentar el placer futuro del ojo tales. Triste fue la inversión de Progreso, Yucatán, que vio lle-
de la cámara. Viajeros para los demás, siervos del registro. No varse sus 180 mil pesos por un vendaval que, a los pocos días,
hay turismo más triste que este que obliga a viajar como quien arrancó las letras turísticas del malecón.
cumple una tarea. Fotografías para comprobar, nunca para re- No puedo sino sentir desconcierto ante estas “experiencias
cordar. El mundo que habitamos es parásito de ese otro, el únicas” multiplicadas como fotocopias. Se las devela en impor-
virtual, que cada vez resulta mucho más verdadero. tantes actos públicos, cortan el listón, son noticia. Generan tanto
Lo voluminoso me atosiga por esas ganas ineludibles de pa- alboroto que, incluso, llegan a enjaularlas para evitar que las ro-
recer importante. La fiebre por estos rótulos ha crecido sin ben, tal y como sucedió en Tepezalá, municipio que los locales
freno. Todos quieren un poco del glamour de las colinas de bautizaron como “pueblo mágico” por su capacidad de desapa-
Hollywood. Recuerdo haber estado alguna vez en una ciudad recer las cosas. Las letras turísticas, se repite hasta el cansancio,
cuyas letras monumentales me parecieron más grandes que lo se colocan por el sentido de pertenencia, son motivo de orgullo.
que había por visitar a los alrededores. Frente a mí se desdo- Nunca he sido buena tomando fotografías. Ya me he acos-
bló ese mapa intachable fabricado con el rigor de la ciencia de tumbrado a recibir reproches por mi falta de interés en el
Borges: un mapa tan detallado y perfecto que cubría la exten- obturador. Quizá cometo el error de no necesitar fotos para
sión del mismo Imperio cartografiado. En mi mente comencé sentir que algo sucedió. Quizá confío demasiado en mis cua-
a darle cuerpo a los 64 caracteres de la Heroica Villa Tezoatlán dernos de notas, en mi memoria líquida. Quizá, sólo en este
de Segura y Luna, Cuna de la Independencia de Oaxaca. caso, no me asusta el olvido.
Aunque colocadas para “fortalecer la identidad”, las letro- ¿Llegará el día en que no exista lugar sin letrero masivo, el
tas parecieran obedecer a otros intereses que nada tienen que universo mapeado y referido hasta la náusea? Cada esquina de
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la tierra luchando por sobresalir y denominarse. Me pregunto Alrededor de las velas
cuándo se acabará la gloria de los topónimos y comenzará su
declive. ¿Envejecerán como las estatuas y los edificios, hasta
convertirse en emblemas de un pasado herrumbroso? Una es-
quina en el centro histórico de la capital parece darme la res-
puesta. En la Plaza de la Soledad, las cuatro letras CDMX se
ocultan para el turista. Cubiertas por el comercio informal, se
camuflan entre ropa usada, trastes y gritos. La voluntad de la
calle les dio un mejor destino y terminó por convertir a este
mobiliario urbano en aparador, vigas que dan sostén a una pa- En un mundo donde la luz eléctrica es dictatorial e inevita-
red de puestos. Su única opción fue desistir: no les queda más ble, resulta difícil explicar la existencia de las velas. Todo es
que asumirse como ruinas del presente; monumento, por pri- luminiscente: los anuncios de neón que no se apagan nunca, los
mera vez, verdaderamente colectivo. tenis parpadeantes de los niños traviesos, las pantallas de los te-
léfonos celulares. La gente de los años ochenta no imaginaba la
transformación que sufriría, años después, su teléfono de disco
hasta mutar en un diminuto y rectangular quinqué contem-
poráneo capaz de ser usado en los conciertos como antes se
utilizaban los encendedores.
Las ciudades nos iluminan como la deslumbrante luz en la
cara del acusado en interrogatorio, golpeándonos con su terri-
ble resplandor. Probablemente la razón de que sigamos cons-
truyendo casas es que necesitamos protegernos, ya no de las
bestias ni de la lluvia, sino del imperio de las luces. Fabrica-
mos cuevas donde la oscuridad sea posible dentro del mapa
del alumbrado público y de su visibilidad perpetua.
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A este panorama —tan artificial como inmenso— se enfren- Esos son los gajes del oficio de envejecer: asumir el miedo
tan las velas. Quizá, si no fuera por las fiestas de cumpleaños, a una muerte próxima o, al menos, a no poder disfrutar del
sería nula su razón de ser en el mundo. brincolín de la fiesta por la trágica vomitada de un niño que
¿Cuántas veces en un día se escucharán Las mañanitas en ha vertido dos pares de gelatinas engullidas casi sin respirar.
todo el país? O en el estado en que vivimos. O en la colonia. Desde pequeños asumimos los roles que habremos de seguir
Ni siquiera vale la pena torturarnos al imaginar la copiosa di- en el futuro y, algunos apuestan desde temprana edad, por ser
mensión de esta plaga auditiva en el Día de las Madres. Lo el malacopa de las fiestas.
cierto es que la voz de Pedro Infante es fiel compañera de esos Pareciera que las celebraciones infantiles son simulacros de
pasteles que siguen siendo deliciosas alfombras de merengue la vida: presionados a asesinar nuestros afectos, recibimos el
sobre las que las velas se erigen orgullosas. palo destinado a acabar con la piñata, el arma mortal para dar-
Es una verdad irreductible: el día en que nacieron las velas, le, darle, darle y no perder el tino. Esta es una de las prácticas
nacieron todas las flores. Ni siquiera la inminente llegada de los más aterradoras de la infancia. Suele ser aún más doloroso para
focos ha sido capaz de marcar un punto final en su vida dentro algunos; esos pequeños que abrazan durante todo el día a su
de la cultura, sino que incluso los festejos por cada aniversa- personaje favorito hecho a la imagen y semejanza de la merca-
rio les regalan una supervivencia que impide su extinción. Si dotecnia: con carne de papel maché y sangre de engrudo. La
Darwin hubiera teorizado sobre el devenir de la luz artificial, mortal herida da paso a una hemorragia de dulces celebrada por
no podría explicarse la conservación de una especie tan débil todos aquellos que aclaman su muerte lenta y agonizante con la
como la vela. esperanza de propinar los golpes que anhelaban con saña. Quizá
Las velas son los demonios que siembran en el corazón de por eso dejamos de ser sensibles: desde pequeños nos obligan a
los invitados el ardor y el deseo de ver la cara del festejado ver cómo los demás destruyen aquellas cosas que más amamos.
embarrada en el pastel. Los registros médicos aún no se han Para los amiguitos suele ser un trance gozoso salvo por aquel
atrevido a calcular la cantidad de fracturas de cuello provoca- momento en que esperar el turno se convierte en la tortura más
das por las dolosas manos de quien entonaba las estrofas que grande, sobre todo cuando el tiempo se hace añicos porque pa-
solía cantar el rey David. reciera que a uno le cantan más rápido que a los demás. O tam-
poco falta aquel infeliz que se queda con ganas de pegarle a la
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piñata porque la quebró un niño más pequeño. Alguien de- bocanada de aire es capaz de empujar su fogoso cuerpo malea-
bería tomarse la molestia de prohibir en las fiestas infantiles ble hasta extenderlo por las superficies y objetos colindantes.
que los padres primerizos carguen a sus hijos lactantes para Quizá por eso los escritores cambiaron las velas por la luz de la
“pegarle” al cartón mientras miran el vacío de su corta exis- computadora: evitando el desastroso incendio del papel lleno
tencia, así como la sabiduría popular ha exterminado casi por de tinta. La historia de la literatura señala que el Romanticis-
completo las piñatas de barro capaces de descalabrar chiqui- mo murió achicharrado por los descuidos. Así como habrán de
llos guerrosos y rasgar rodillas sucias. desaparecer los altares de muertos en las escuelas: alarmantes
Nuestros cumpleaños son la exaltación del absurdo: los ni- bombas de tiempo que arrasan con papel picado, fotos antiguas
ños usan un disfraz de adulto con traje y corbata que termina y aserrín cuando las maestras van al baño o la ofrenda queda en
hundido en el piso de la alberca de pelotas, de un momento a manos de un niño piromaniaco.
otro sucumbir ante el proyectil de una fruta que cae del cielo La vela es siempre una amenaza que se beneficia de los tres
como granizo, le prendemos fuego al postre más esperado por estados físicos al mismo tiempo: su peligro es sólido, líquido
todos sólo porque confiamos ciegamente en el poder y magia y gaseoso. Como si la materia del mundo se contrajera en una
incuestionables de las velas para cumplir deseos. varita de cera capaz de sembrar su lumbre en cualquier cuer-
Esta fe que mantenemos en las varitas de cera promueve po susceptible de convertirse en ceniza. La llama nunca nace,
que se conserven indómitas ante la fuerza del foco expandién- la llama es parasitaria de otra llama, de otro fuego: el del en-
dose en formas y tamaños diversos. Las velas con cuerpo de cendedor, el del cerillo al cual le está negado mayor tiempo de
números aparecieron para facilitar el trabajo de las tías que, en vida que un par de segundos y que, para vivir, renace en otro:
tiempos arcaicos, tenían que colocar 7 o 38, según fuera la pe- en la vela de cumpleaños.
drada de la vejez. Ahora, la tecnología de la cera muestra nues- La luz artificial gozará acaso de mayor amplitud y consisten-
tra conquista del fuego con velas capaces de prender una vez cia, pero carece de la sensualidad y ardor del pabilo. La gota
más luego del primer soplo del festejado. líquida que escurre por el tallo es tan semejante a las manos
El tosco parpadeo de los focos de las lámparas es lo más pa- que resbalan por el cuerpo del amante; ambas dueñas de una
recido que tenemos a la vacilación de la llama de una vela. Una lentitud que cancela el tiempo en su paso por la sustancia viva.
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Las velas nos recuerdan nuestra lucha contra el actual es- tre celebraciones alrededor de las velas que nos recuerdan la
píritu de consumo. Ese afán de perpetuar únicamente lo útil y muerte con olor a cempasúchil, los ricos aguinaldos que re-
funcional queda anulado al encender aquella flama incapaz de confortan a quien no ganó suficientes dulces en la piñata de-
vencer en intensidad a los focos de las casas. En las velas halla- cembrina, y las rebanadas de un pastel repartido entre todos
mos el rito, lo sagrado, la fiesta en su versión más pura e íntegra. los invitados. Los cumpleaños son esos ciclos que ante nues-
Dudosamente las generaciones posteriores habrán de pedir tros ojos no son más que acumulaciones de números. Sin em-
posada ante el portón de los hogares futuros alumbrados por la bargo, a un mismo tiempo son el aviso del desgaste de nuestra
pantalla de su smartphone. Nos hace falta el placer de sentir el cera y de nuestro pabilo. Porque, a fin de cuentas, por muchas
fuego en nuestras manos, el riesgo de obtener una quemadura velas que apaguemos, su número siempre estará limitado a la
moderada que, en los niños, es causa de incontrolables llantos. fuerza de nuestra llama; a ese deterioro que derrite nuestras
Ese es el destino de los cirios pascuales, las veladoras de los al- horas hasta que un viento, tan mordaz como sutil, las extinga
tares de muertos, los objetos eróticos que adornan la bañera o la por completo. Resulta más poético pensar nuestros cuerpos
habitación: ser testigos de la evolución tecnológica que no mella vitales como la llama de una vela, aunque quizá seamos mucho
en su uso. Las velas miran a Edison con recelo y a un tiempo le más parecidos a la luz eléctrica y Dios es tan sólo ese niño in-
sonríen orgullosas cuando son encendidas una vez más. quieto que juega inconscientemente con la palanca del switch.
Tal vez depositamos nuestra confianza en el origen prome-
teico de nuestra cultura: con el aparente robo del fuego nos
apropiamos de la ciencia, de las artes y de la técnica. Sin em-
bargo, las velas nos recuerdan que el fuego no nos pertenece,
somos nosotros los que pertenecemos a él. Ceniza somos y a
las cenizas habremos de volver. Las vidas humanas son llamas,
tan delicadas y perfectas en su tambaleante luz cuya fragilidad
habrá de apagar el más mínimo roce de la muerte.
Pasamos nuestra vida rodeados de distintas tonalidades de
luz que alumbran nuestro caminar. Los años transcurren en-
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III
Helenismo pet friendly
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Mis perros predilectos no se distinguen por su raza, sino experto en la confección de chalecos y disfraces miniatura me
por su carácter. Me gustan los reservados y viejos, los que se hace pensar que estos días son crueles con los desvergonzados.
saben ridículos (como si advirtieran que su amo le solicitó al Quien quisiera seguir los pasos del filósofo y optar por existir
peluquero emular en sus cuerpecitos la melena y la cola de un como perro no tendría de otra más que vivir como un huma-
león), también aprecio a los escépticos. Pero quizá mi tipo fa- no cada vez más tristemente humano: embellecido en estéticas
vorito es el de los perros que lo son por elección. caninas donde a lengüetazos se discute qué es lo sublime en el
Cuando Diógenes —cansado de la vida y los horarios, harto mundo perruno y preguntándose, desde la distancia, si existi-
de las premuras e intransigencias— decidió abandonar la cas- rán todavía esos canes flacos y amarillos, habitantes de la peri-
tidad de la polis, desnudarse de su ropaje de hombre para co- feria, que han podido conservar aunque sea en poca medida los
menzar a ser otro espécimen, uno más falto, libre y sonsacador, deleites de la vida más indigna, sucia, precaria y feliz.
tuvo el cinismo de radicalizar sus días y abocarse al oficio de
las pezuñas, comenzó a hablar en un idioma más primordial: la
lengua del ladrido.
Lo que no imaginó en ese entonces es que el perro griego
antiguo —desdeñado por su naturaleza libertina e impúdica—
habría de mutar, siglos después, en una criatura cada vez más
parecida al hombre del que tanto quiso alejarse en un principio.
Un perro posmoderno: ya no liviano, sino frágil; melindro-
so, de estómago sensible, refinado y consentido. Qué espanto
le causarían esas hordas de perros que, en lugar de correr, son
trasladadas en carriolas y se mecen —son mecidos— al paso de
sus dueños.
Vislumbro a un Diógenes de hoy condenado a las dietas ba-
lanceadas. El presente no le permitiría acatar el insulto y vol-
verlo propio. Cada perro vestido por la pericia de un sastre
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Visita al zoológico
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turísticos más populares de los domingos: se presentan como pacho en explicar comportamientos, hábitos y ecosistemas. Si
un viaje exprés a tierras lejanas, donde la arena, el hielo y la el tigre no aparece, es porque está durmiendo, es porque está
selva se concentran en las cercanías de la ciudad. cansado. Ante estos expertos formados en las aulas de la Uni-
Ir al zoológico como paliativo de la intriga parece una bue- versidad de National Geographic, los zoológicos tienen que
na idea, el ideal de la visita muestra la versión edulcorada con encontrar medidas para detener sus disquisiciones:
elefantes colosales, melenas de león, algodones de azúcar y
una infancia recobrada. Pero lo cierto es que entre las priori- “¡Hola! Somos los Hipopótamos del Nilo. El color verde que
dades de los animales no está el mostrarse en su esplendor las observas en el agua forma parte de nuestro hábitat y sirve para
24 horas del día, pocos tienen la vocación del modelaje. Y por protegernos contra los rayos solares y escondernos de algunos
eso el visitante del zoológico tiene que aceptar la desazón de de nuestros depredadores. El personal que nos atiende cambia
ser más un observador de vidrios, rocas y figuras borrosas que el agua periódicamente para nuestro bienestar. Sin embargo,
de la fauna soberbia. debes saber que el olor que percibes es característico de nuestra
“Creo que ya vi al oso”, dice alguien. “Sí, sí, creo que es esa especie”.
mancha café allí entre el pasto y la rejita. Hay como una cosa
peluda, creo que es eso”. En los zoológicos, los animales se Y a pesar de sus esfuerzos, sin importar la coquetería y retórica
convierten en espejismos de sí mismos. Muestran la poca ha- de la personificación, este letrero en el zoológico de Chapul-
bituación que tenemos a la naturaleza: por allá alguien le está tepec no puede detener la insistencia de quienes, día con día,
maullando al león para que despierte, otro dice “oye, gatito, se paran frente al fangoso estanque para quejarse amargamente
ven acá” convencido hasta los huesos de que entiende el espa- del terrible trato a los especímenes. Porque las falsas hipótesis
ñol, un niño en camino a convertirse en el próximo Linneo se reproducen también en cautiverio y nada pierde quien afir-
rebautiza a las especies con el conocimiento que ha absorbido ma que el hipopótamo se ve tristísimo, pobre bestia: para qué
de las películas de Disney: “Mira, mamá, allí está Simba”. aspirar a ser veterinario, si es tan fácil ser psicólogo de animales.
Y es que para qué tomarse la molestia de leer el sumario de Mientras los flashes no dejan de estrellarse en los ventanales
las fichas: todo visitante del zoológico se transforma en bió- y las mamás jalan mocosos para la foto del recuerdo, me pre-
logo tan pronto cruza la puerta de entrada. Nadie tiene em- gunto por esa fascinación por lo exótico. Las series fotográficas
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terminan por ser colecciones de espaldas y traseros que per- Arbustos animales
tenecen a animales diversos unificados en la desdicha de ser
apenas más que bultos. Voy a una jaula vacía de espectadores
en el intento por huir de una excursión de segundo de prima-
ria, una jauría de niños ferales que amenaza con alcanzarme.
Con la mirada busco entre rocas y pasto al lince prometido en
el registro, pero al parecer será otra ausencia más. Ladeo la ca-
beza y un movimiento repentino se dibuja en el cristal. Y no
es mucha mi sorpresa al darme cuenta de que ese ajetreo fur-
tivo no era más que mi propio reflejo en el vidrio contenedor.
Porque quizá el verdadero espectáculo de los zoológicos no Dios se equivocó. O, al menos, fue demasiado tibio y caute-
son los animales sino los visitantes que no se saben observa- loso. Unas tijeras resolverán su falta de imaginación. El jardi-
dos. El rutinario elefante come 170 kilos de alimento por día nero es hábil. Sabrá dar forma a lo que no la tiene, habrá de
mientras el humano grita “Lobo, ¿estás allí? frente al espacio rememorar pezuñas con sus cortes, dará a luz crines y hocicos.
del canis lupus. Afuera de las jaulas y vitrinas otro espectáculo Su oficio será monstruoso: juntará especies y reinos naturales.
de hábitos se replica sin interrupción. Trabajará sin límites.
No reformará la naturaleza por bondad, sino por osadía y,
a veces, malevolencia. ¿Quién imaginó ver a un unicornio a la
salida de esta estación de metro? ¿Quién pensaría en montar
corceles en el camellón de las ciudades? Bestias hechas de pas-
to, musgo y hierbas.
Probablemente en su versión más perfecta este traslape del
universo vegetal y animal resulta menos escandaloso, pues se
escuda bajo las capacidades de la técnica, esa que logra impo-
sibles. Pero aquí, en estos cortes desiguales, en este contexto
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gris que poca relación tiene con los majestuosos jardines, ¿de IV
verdad creyó alguien que embellecería la vista esta creatura
espeluznante?
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El jardín de vuelta
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Es un hombre esquivo y a destiempo. Tiene su propio ritmo. El cuerpo de los otros
Me pasma su cadencia, la extraña sensación de conocerlo. Sien-
to que me comprende y lo comprendo. Él se resiste a las tram-
pas del idioma, no hay frase que lo condense. Es un hombre que
se alimenta de dos únicas certezas: la duda y la incertidumbre.
El hogar sólo existe en su pecho. Sus brazos son los brazos
del reposo. Casi la saciedad, el sueño pleno. Hay frutos bajo
nuestros techos, flores bellísimas, un cielo puro. Me acaricia la
espalda y todo nace. Germina el sol, lo ciño a los arcos de mi
cuerpo. Él duerme junto a mí y se completa todo. Recobramos Lo que siempre me ha gustado
el jardín, sólo eso basta. La mochila o el garrafón. El suéter. Mi bolsa. Mis talones. Mis
antebrazos. Todo se ve mejor en los hombros de quienes deseo.
Los hombros: angulares, ejemplo de masculinidad, tan diferen-
tes a los míos. Disfruto las competencias de natación. Eso es
lo que sintonizo cuando hay Juegos Olímpicos. Se acercan a la
alberca. Se quitan una bata holgada. Y antes de bajar los goggles,
estiran los músculos. Los hombros en su máxima expresión,
alargando cada brazada. El hueso ancho y fuerte en el recuerdo
de por qué un gigante antiguo pudo cargar la bóveda celeste.
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pálpito errado. Se les olvidó repetir y coordinar. No saben ir Lo que les gusta
al compás de los otros. Ellos laten y yo callo. Tengo por desti- A Phillip Lopate: las espaldas, aunque se pregunte qué podrá
no el amar a los corazones desiguales. decir de él amar una parte del cuerpo que alude a la despedida.
A Montaigne: sus bigotes, porque hacen perdurar los aromas
Lo que no me gustaba y ahora sí me gusta del día, revelan el lugar de donde viene y guardan la humedad
El pelo en pecho me daba asco hasta hace pocos años. Me de los besos de la juventud. A Modigliani: los cuellos largos y
recordaba a los viejos, a los actores de telenovela que se em- los ojos vacíos. A Michel Tournier: las rodillas, porque es la
piernaban con sus amantes entre sábanas sedosas, a los años articulación clave de donde parten el esfuerzo, el empuje, el
setenta, a los señores que abren sus camisas corrientes y ven- impulso; porque la forma de las rodillas también revela más
den seguros de coches y viven en la playa y tienen dientes de del carácter de una persona que su cara, pues no saben mentir.
oro. Durante un tiempo amé a un hombre que no era esos A Juan Ruiz “Arcipreste de Hita”: las encías bermejas.
hombres. Se levantaba por las mañanas y se veía su no barba
en el espejo: estiraba su piel y me preguntaba si le había cre- Lo que no debería
cido más. Y yo le decía que no. Se lo decía feliz de saber que Las manos que parecen pezuñas de tan pequeñas que son. Los
faltaría mucho para que el vello llegara a su quijada, el dorso genitales minúsculos de las esculturas grecorromanas. Las la-
de su mano, la cueva de sus oídos, su pecho. gañas. Las pieles picadas por mosquitos, el chapoteo de su sa-
Pero el tiempo fue poblando de pelo a mis conocidos. Incluso liva encarnada.
los que lo perdían en algunos lugares, lo ganaron en otros. No
sólo por costumbre ni por resignación lo fui queriendo, pues Lo que me inquieta
concebí en él la dulce extranjería de lo que no está en mí. Suelo preguntarle a la gente cómo sienten el cuerpo cuando.
Quisiera saber si mis sensaciones son sólo mías o si todos com-
Lo que me pone triste partimos la traducción de nuestros sentimientos a vísceras y
La gente encorvada, incluyéndome. Los labios resecos. Los espasmos parecidos. La timidez se me presenta como un silen-
ojos blanquecinos de los ancianos. cio en el tórax. La tristeza me enfría la garganta y me calienta
los ojos, un picor minúsculo comienzan a hormiguear por mi
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nariz, párpados, pómulos; luego, me vacío. Cuando estoy feliz Ensayo sobre tu ausencia
algo irradia y siento una cola fantasma que se agita emocionada,
quizá alguna vez la tuve y por ahora sólo puedo recuperarla a
ratos.
Me preocupa que todos experimentemos cosas diferentes.
O que aquellos que aseguran percibir lo mismo hayan caído
en un error y sólo usemos las mismas palabras para compor-
tamientos del cuerpo que varían de forma, frecuencia, inten-
sidad. Un amigo me dijo que su tristeza es una mariposa azul
que ya no vuela y yo no le creí nada. Alguno alega que sus pul- I: los asuntos pendientes
mones parecieran derretirse un poco. Otro más, quitado de la Hoy cumplo seis meses de pagar por un servicio que no uso.
pena, reveló que no siente mucho, sólo algo frío y ligeramente Un par de años atrás, el internet y la televisión por cable tradu-
metálico en los nervios. En sus ojos pude ver que, mientras yo cían su banda ancha a un lenguaje práctico: el bienestar de un
explicaba mi sensación de hormigas diminutas pinchándome matrimonio en ciernes. Firmar contratos con las compañías,
en su marcha, él desconfió totalmente de que mi descripción pagar facturas, ver nuestros nombres impresos en las cuentas y
fuera cierta. Sospecho que hemos aprendido a catalogar el áni- papeles, nos hicieron creer que existía una vida común, así lo
mo con etiquetas imposibles. era. Ahora, de todo aquello quedan sólo unos foquitos rojos en
aparatos inservibles que se ramifican a través de una maraña de
cables, sondas larguísimas capaces de conectar el mundo exte-
rior con mi sala de estar. He tratado de cancelar la suscripción
muchas veces, pero los laberintos telefónicos esquivan todas
mis llamadas. “Bienvenido al Centro de Atención a clientes
Izzi. Si desea conocer nuestro aviso de privacidad consulte
nuestra página de internet. Por favor espere en la línea”. Es-
cucho el menú con atención, marco el número de mi contrato,
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digito 1 para confirmar y nuevas opciones se despliegan en mi ble y el internet. Con la conciencia de que nuevamente no po-
oído, presiono 4 para dar de alta, baja o cambiar mis servicios, dré explicar las razones por las cuales necesito otra alternativa,
ignoro la tecla de # que me podría repetir la cantaleta y espero algo, lo que sea, que no implique al titular; decirlo todo sin que
en la línea. ¿Qué mente diabólica ideó esos diagramas de flujo esta conversación se torne una visita con el terapeuta.
infranqueables, murallas con las que se erige esta burocracia del Cuelgo la bocina mientras Alfonso me ofrece doce canales
ring rong? Hacer filas, llenar formas y sacar copias me parecen y algunos megas más de internet si acepto aumentar mi pago a
procesos más tolerables que tan sólo esperar detrás de la boci- 50 pesos extra. Hay hombres subcontratados para no aceptar
na. Prefiero tratar con personas de rostro apergaminado tras un excusas. Pero tal vez fui ingenua al creer que en 20 minutos
mostrador que con esa monótona voz pausada, de dicción per- arreglaría lo que en cuatro años no pude resolver y nos llevó a
fecta, que me repite los pasos con una gracilidad exasperante. este instante. Mi relación con el servicio de red se ha vuelto una
Llevo siete minutos en la línea, digitando números con la metáfora de nosotros. Que llevamos seis meses sin hablar, que
ansiedad de encontrar algún humano que me ayude a cance- anulaste cualquier medio de contacto, que tu ropa, tus libros y
lar aquello por lo que pago aunque ya no uso. “Todos nues- tus tiliches siguen en el departamento, esas cosas no se les dicen
tros operadores se encuentran ocupados, en un momento será a los agentes telefónicos.
atendido”. Una música comienza a sonar, las notas se remo-
jan en una acuarela de Brasil dejándome en claro que el bossa II: el silencio
nova y la samba marcan el compás del himno de la espera. No Las cámaras de Hokkaido Television hacen zoom al rostro de
entiendo el límite entre el ruido y las músicas de fondo. Las Yumi. Han pasado 20 años desde que su esposo le impuso la ley
que cortan el silencio en los elevadores, en las subterráneas del hielo y se limitó a comunicarse con gruñidos o movimien-
bocinas del metro, en los restaurantes de comida rápida. Ele- tos de cabeza. Incluso en el arte de ignorar, los japoneses tenían
gidas, ¿por quién? Convenidas, ¿desde cuándo? que ser asiáticamente imbatibles. De sus tres hijos, uno jamás
“Hola, gracias por llamar a Atención Especial. Le atiende Al- había visto que su padre, Otou Katayama, interactuara verbal-
fonso, ¿con quién tengo el gusto?”. Pronuncio mi nombre con mente con su madre. La cámara tambalea, abre el campo visual
la certeza de que será una errata. De que me dirán de nuevo que y capta el primer intercambio: “Ha pasado un tiempo desde que
no coincide con el del contrato y será imposible cancelar el ca- hablamos”, le dice él después de dos décadas, titubeando como
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si fueran las primeras palabras de un infante que en los fone- sonido, acciona como arma y represalia. Por eso en la Atenas
mas comienza a descifrar el mundo, rompiendo el iceberg de de Clístenes se instituyó el ostracismo como una práctica con-
su mutismo. tra la tiranía. Los griegos votaban por aquel desafortunado que
El lenguaje no sólo es producción mental y sonora, también es sería excluido inscribiendo su nombre en un pedazo de terra-
sensible al tacto, tiene temperatura. Su escala graduada oscila en cota. De esos trozos despostillados toma su nombre el castigo:
dos polos opuestos: en uno está el callar frío y en el otro la mag- el ostracón es palabra que designa a la cáscara de huevo, al ca-
nitud del sonido cálido, reconfortante. Por eso, castigar con el parazón de tortuga y a esos pedazos de cerámica con forma de
silencio se vuelve una punición que sucede a grados bajo cero. concha que albergarían el trazo del exilio. Al pie de la colina
En las palabras hay un hálito vital, un flujo sanguíneo que las de Cerámico, el barrio del gremio alfarero de Atenas, se arro-
hace palpitar y enrojecer; al pronunciarlas se les pone en mo- jaban los productos defectuosos que rodarían hasta romperse y
vimiento, dispuestas a friccionar con el mundo para producir mudar en cascajo. ¿Qué tan doloroso y aleccionador puede ser
una chispa, liberando calor. Vida, cercanía, palabra, movimien- el rechazo? La respuesta la conocen esas especies animales que
to; su naturaleza es la de la combustión, interacción de cuerpos excluyen a quien desafía los hábitos o normas; el proscrito es un
que produce el tacto encendido. Por ende, el silencio premedi- león repudiado que muere de inanición por no pertenecer a la
tado es una anulación del verbo que graniza y aísla; el silencio, cacería grupal.
como la muerte, ahonda las distancias. La burocracia telefónica me parece un ostracismo con ros-
He marcado tu número para pedirte que me ayudes a re- tro nuevo. La soledad a la que conmina es similar a la de todos
solver mis contrariedades telefónicas, pero ya me acostumbré esos mecanismos en los cuales negar la comunicación se vuelve
al tono glacial del buzón de voz anunciando que la llamada pieza clave. Ser ignorado por el conmutador tiene un dejo del
se cobrará al terminar los tonos siguientes, revelándome algo meidung de los amish, del petalismo originario de Siracusa don-
nuevo de las pérdidas en este capitalismo tardío: incluso la in- de los nombres de los exiliados políticos se escribían en el re-
diferencia cuesta un peso por minuto. Es cierto, el vigor del vés de una hoja de olivo, del jerem judío con el que se condenó
verbo, su vitalidad lingüística, también lo vuelve poderoso y a Baruch Spinoza por menoscabar la imagen paterna con sus
aun violento. La legislación del hielo hace del lenguaje un me- ideas; ese anatematismo cuya condena dictó: “ordenamos que
canismo de expulsión. El silencio es más que una negación del nadie mantenga con él comunicación oral y escrita, que nadie
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le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el que Yumi les prestaba a sus hijos: al sentirse desplazado, la
mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada desplazó a ella.
escrito o transcripto por él”. Las palabras no son tan sólo gra- Las facturas de Izzi, a diferencia de tu silencio, sí tienen fe-
fías ingenuas, sino los signos de la pólvora. Si Sócrates prefirió cha de vencimiento. Para mí, la ausencia asume el rostro de una
la cicuta mortal en lugar del exilio fue por negarse a experi- cifra mensual, tres dígitos que vuelven como un recordatorio
mentar la existencia invisible de quien transita por el mundo de lo perdido, un pago pendiente que jamás termina y no tiene
como si no estuviera vivo, pero sin la anulación del dolor, esa para cuándo acabar con el eterno retorno de los vestigios.
única ventaja de la muerte. Es preferible extinguirse a deva-
luarse poco a poco. ¿Por qué nos duele ser excluidos de una III: las presencias
plática, desdeñados por los operadores de teléfono o bloquea- Accedo a Facebook, doy clic en tu nombre, se abre una nueva
dos por la persona a la que en algún momento amamos? La pestaña. “Este contenido no está disponible en este momento.
ciencia aclara las heridas del silencio: la corteza cingulada ante- Es posible que el enlace que seguiste haya caducado o que la
rior de nuestro cerebro se activa cuando somos ignorados y esa página sólo sea visible para un público al que no perteneces”;
misma corteza es la que detecta los diferentes niveles de dolor. la frase traza la estela de tu yo virtual, ahora extinto y del que
La negación de la palabra se vuelve un castigo tormentoso sólo queda este fantasma.
por su cualidad de agresión pasiva: anula al otro y no le ofrece No son las ausencias las que duelen, sino todo aquello que
un plazo límite, la tortura pesa en ignorar cuándo se recobrará permanece de lo perdido. No es la desaparición, son las pre-
la palabra, pues si es la comunicación la que se suprime, ¿cómo sencias. Por eso me fatigan las conversaciones con los agentes
poder preguntarlo? Pueden ser horas, días, meses... ¿Qué pen- telefónicos: ya nada sobrevive de nosotros, pero tu empecina-
saría Yumi durante los 20 años en los que Otou le aplicó la ley do nombre sigue siendo un obstáculo. Y no puedo decirle a la
del hielo? El sufrimiento de ella era no poder hablarle, pero voz del otro lado de la bocina que el problema no está en que
también el no saber si el rechazo acabaría de pronto —hay si- te hayas ido, sino en todo lo que dejaste: los platos sin lavar, la
lencios sin plazos límite— ni tener claro por qué empezó esa cuenta pendiente de pago, una patineta, el cuadro de Pulp Fic-
anulación. La cámara hace zoom a los labios resecos de Otou tion. No puedo dictarle el inventario de lo que queda de ti en
mientras hablan de lo celoso que él se sintió por la atención casa, decirle que desde hace seis meses lo único que conozco de
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ti son dos pesas de seis kilos cada una y un ejercitador de ab- así los objetos se vuelven no sólo evocaciones sino testimonios
dominales, un dinosaurio armable de madera y dos fidgets spin- del pasado. Recuerdan aquella nota del siglo XVIII recuperada
ners, una cigarrera de Marlboro, la filosofía política revuelta por Borges: “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño,
en el librero, una televisión que ya no sirve, páginas de Ser- y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si
gio Galindo y Roald Dahl, el periódico que usaste de cortina, al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?”.
la lavadora, discos de música que van desde The Doors hasta No nos podemos fiar de la veracidad de los recuerdos que, or-
José Alfredo Jiménez, una copa que te robaste en la presenta- denados y resignificados, distan mucho de las sensaciones ví-
ción de un libro, un patito de goma, tu licencia de conducir de vidas y revueltas. Pero los objetos que subsisten a las ausencias,
Tamaulipas, una botella de mezcal que casi te deja ciego, dos como las flores del ensueño, habitan el mundo de la memoria
celulares viejos, un bong de plástico, tus estudios de cardiolo- y el mundo de la experiencia; son crisoles del ayer y el ahora.
gía: el dibujo de tu válvula mitral, aórtica, pulmonar y tricús- Tu retrato se desperdiga en minucias de la casa y su disemi-
pide, los resultados del banco de sangre y el certificado de la nación hace más presente el vacío. No por nada las almohadas
donación que hiciste cuando aún pensábamos que Max sobre- se convierten en el tesoro más valioso y triste de los divorcia-
viviría a la leucemia, un encendedor con navaja, las manchas dos: algodonosas atenuantes de los huecos, bálsamo del cuerpo
que dejaste en la pared, un pez cantante, ropa que sigue col- ausente. Todo objeto que es semilla de la remembranza funcio-
gada en el perchero, tu certificado de bachillerato, el casco que na como las palabras mediadoras, frases que accionan el mundo
usaste tras el sismo, la promesa de un hijo, zapatos ya enmohe- al pronunciarse. Lo sabía el centurión que le pide a Jesucristo
cidos, publicidad de Greenpeace, un frasco lleno de hojuelas ayuda para aliviar a un sirviente paralítico y que, viendo la dis-
de pescado y tu tortuga con su caparazón, cerámica sinople, posición de él para ir hasta su hogar a curarlo, le responde: “yo
donde se inscribe mi nombre ostraquizado. no soy digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya
Los objetos se resisten a la partida y se vuelven flores de bastará para sanar su alma”. La palabra pone en acción.
Coleridge, mediadores entre dos mundos, dos tiempos. Las Quizá por eso el lenguaje es un espejo, alimento de los lo-
pérdidas y los cuentos fantásticos comparten esa intercesión cos, simulacro y permanencia. Aunque la burocracia telefóni-
del umbral. Así como el hombre de “La cena” de Alfonso Re- ca rechace mis solicitudes y tú seas un entusiasta del mutismo,
yes encuentra en su ojal una florecilla modesta que él no cortó, afanado en acabar con los canales de nuestra comunicación, la
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palabra íntima persiste en tanto se le convoque. Tú estás in- Al negarme la palabra me convierto en un eco cada vez más
dispuesto, pero la escritura nunca. difuso y lejano. Si no hablamos, no existimos para el otro. Es-
¿Por qué escribir un ensayo? La respuesta, en su origen, no cribo para explicarme por qué en el verbo también se cifra la
atiende a formas ni aspiraciones literarias o eruditas que pare- existencia. Montaigne y yo, nuestra causa es una sola, pero la di-
cen otorgarle los escritores y críticos de hoy, sino a una huma- ferencia radica en que tu pérdida no fue azarosa, sino un decre-
na y profundísima tristeza. El ensayo no es nada sin la pérdida. to tuyo. Decidir anular los vínculos, arrebatar la palabra, no es
Nace de ella, se alimenta de carencias. Escribo por la misma otra cosa que un simulacro de la muerte. Y no existe otra vía
razón que Montaigne comenzó a escribir ensayos: encontrar para recuperar el lenguaje perdido más que en esta, el habla de
un paliativo de la ausencia. Como él, me he quedado con una Montaigne, habitación de los que están solos. Por eso me aferro
conversación interrumpida y no existe otro refugio que la es- a las contingencias del ensayo, por el derecho a la incertidum-
critura. La amistad de Michel de Montaigne con Étienne de bre, por ser el único texto que puede quedarse como nosotros:
La Boétie se nutría de una confidencia definitiva e iniguala- esperando eternamente en la línea telefónica, ambiguo, incier-
ble. Sus conversaciones eran intercambios desbocados de com- to, inconcluso.
prensión mutua. Con las mejores compañías, esas que nos hacen
encajar sin titubeos, las palabras fluyen a chorros haciendo que
las horas pasen como agua. Luego de la muerte de Étienne de
La Boétie, Montaigne se enfrenta a un dolor peculiar, uno que
le parece peor que ningún otro: el de la soledad producida por
el silencio absoluto. Absorto en sus pensamientos y refugiado
entre las paredes de su torre, nota que la muerte no es otra
cosa que la cancelación de la palabra. “Muerto tú, ¿a dónde van
a parar las digresiones? ¿A quién decirle ahora”, se pregunta,
“los sobresaltos de lectura, los datos insólitos y pensamientos
nimios? ¿Qué hacer con todo eso agolpado en el pecho, la trá-
quea, la cabeza?”.
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Bajo el signo de Esquiro
I:
Existen tres relaciones posibles con los horóscopos: hay de-
votos que supeditan cada una de sus elecciones a la gramática
de los astros; hay escépticos que, al renegar de ellos, los usan
como un asidero para exhibir su racionalidad; y hay quienes
sólo los recuerdan en los momentos de ofuscamiento. Yo per-
tenezco a estos últimos.
Porque, en ocasiones, de alguna sutil fisura emerge el demo-
nio de la abulia. Nos embiste evidenciando el absurdo de vivir.
De pronto, todo futuro profesional no parece cobrar sentido.
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Importa lo mismo desayunar o no. Vestirse con agrado o con agricultores. El cielo: el anuncio divino para los sacerdotes. El
descuido. Arrastrados por la inercia, al entrar al vagón del me- cielo: el mentor del viajero perdido.
tro, gruñe el motor, la marcha sigue, pero las líneas y las di- “Se avecina una época muy buena en el trabajo, llena de éxi-
recciones no llevan a ninguna parte. Te preguntas para qué. Y tos que podrá alcanzar este año si se mantiene estable”, dice mi
no haces nada. Buscas la brújula que fabricaste y ya no sirve. horóscopo de hoy, justo después de tres horas de mi renuncia.
Tomas clase y no encuentras razón para leer a Lessing ni tam- “La salud le sonríe, aunque cambiar de hábitos este mes hará
poco entiendes por qué escribirás un texto de doce cuartillas que se sienta con mayor energía y mejore su bienestar”, pero la
en formato APA que el bote de basura devorará como carroña. infección de mi garganta no ha cedido desde hace tres sema-
La fractura es ya una grieta. nas y media. “La alineación de los astros potenciará el lado más
Allí, sofocada por mi propia indiferencia, me he encontrado romántico de este signo con tanta naturalidad que despertará
algunas veces preguntándome cómo darle sentido a esa mara- mucha atracción hacia el sexo opuesto”, leo mientras guardo
ña cotidiana de omelette con jugo verde, codazos subterráneos, alguna ausencia en mi mesita de noche, convencida, tras las
buenos-días-cómo-estás-yo-muy-bien-y-tú, labores intrascen- predicciones fallidas, de que ya no hay ningún oráculo de tal
dentes. Aunque los existencialistas decían que ante el sinsen- poder o sabiduría que logre dar advertencias tan específicas
tido de la vida, sólo la propia voluntad puede darle forma a las como la del peligro de asesinar al padre y amanecer junto a
preguntas, a mí me fastidia saberme arquitecta de mi propio la tibieza del sexo maternal. ¿Cómo buscar la dirección de mi
destino, compás autoritario, pues no me siento libre sino obli- existencia en un horóscopo que no fue apto para diagnosticar
gada a elegir. Forzada a edificarme justo cuando mi yo no está una faringitis? De aquel fatum primordial sólo subsiste un es-
hecho de ladrillo ni de cantera, sino de un flujo de agua indecisa pejismo adocenado, la más edulcorada estela de nuestra rela-
que se me escurre entre las manos. ción con la magia y el misterio. Son esas crisis, esta urgencia
En esos días que más que días son laberintos confusos, en- por orientar mi cauce, las que develan mi compleja relación
tiendo por qué existieron antiguas generaciones confiadas a la con el zodiaco, pues mi naturaleza es contradictoria: incapaz
fuerza del hado o al artificio de las estrellas. Todos necesita- de militar con el dogmático que en los signos ve una realidad
mos una ruta. Y el cielo, con su inmensidad nocturna se ofre- inamovible, pero tampoco con el desacralizador cegado ante el
ce como un mapa de luz. El cielo: la víspera del estío para los fino tejido de la trama simbólica. Residir en el punto medio es
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peligroso: sí el sitio de la perspectiva múltiple y amplia, pero a competir por los lugares en el calendario. Sólo los primeros
también de la incertidumbre; la geografía con los suelos más en cruzar el río serían seleccionados. Y en ese reto, cada uno
movedizos. Me pregunto quién soy y los espejos enmudecen. muestra su personalidad: el buey, la nobleza por trasladar a la
Me pregunto qué hacer, pero no encuentro pistas. El cordel orilla a los más indefensos; la rata, la inteligencia que la hace
está tenso: rechazo saberme constreñida, pero necesito ver un llegar primero aunque no sabe nadar; el tigre, su fuerza indó-
faro a la distancia. mita que lo vuelve invencible contra la corriente. Llegan uno
Dejo de escribir para prolongar mi búsqueda, paso de un zo- por uno, hasta completar 12.
diaco a otro sin éxito. He desertado de mi empleo, me he mu- Los arbustos se agitan y raspan una vez más los vidrios a
dado de casa, le he dicho adiós a quienes decidieron irse, gateo mi costado. Quizá detrás de ellos hay una creatura que ha sido
a ciegas y necesito aclararme. ¿Qué sobrevive de mí en este convocada por mi cavilación, dispuesta a ser elegida antes que
ramo de despedidas? Capricornios, monos de agua, nacidos en otra. Me asomo convencida de que mi signo será el del animal
el mes de. Se ha caído al océano mi aguja de marear. Cada lec- que no se me ha revelado como constelación sino como una
tura acrecienta el menoscabo. Quisiera hallar de pronto un sig- simple coincidencia. Mala fe, le decían los existencialistas al
no que no existe, capaz de marcar el destino de nosotros los acto de abandonarse a las fuerzas del azar. Pero, nadie elige
borrosos. Exijo desvanecer las huellas de los griegos que ya cuándo nacer. Y tal vez me sienta libre al confiar en las even-
lo sabían todo. Desmantelar el Acuario, copero de los dioses. tualidades, al construir mi propio zodiaco, un dogma, mi se-
Separar a Cástor y Pólux, gemelos. Domar al centauro sagital. miótica personal.
Un ruido secreto rasguña mi ventana, pero la velocidad de Sobre un grueso cable de luz que llega hasta la pared, una
mis consultas me obliga a ignorarlo. Deseo saber cómo fue ardilla aguarda quietísima. Su cola, tensa, se enrosca como un
que los primeros humanos construyeron el lenguaje de la no- signo de interrogación. Enigma roedor, ¿será acaso nuestra
che para así comprender por qué no encuentro respuestas. naturaleza, la de ella y la mía, una sola? Su curiosidad me ha
Pero me doy cuenta de que más que una elección, los anima- buscado y no podré predecir mi futuro, ni construirme uno
les de la banda celeste tan sólo fueron casualidades. Una le- nuevo, si antes no descifro qué significa venir al mundo bajo
yenda dice que el origen del zodiaco chino nació del llamado su potestad.
que el Emperador de Jade hizo a los animales para invitarlos
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II: Nombre El animal que ha acudido a mi llamado se resistirá a la in-
Si mi identidad hoy está fabricada con neblina, ¿qué porcen- terpretación si antes no recibe un nombre. Por eso, mi sig-
taje de mí cabe en mi nombre? Soy cinco más cinco más seis no de la ardilla también debe rascar en su pasado lingüístico,
más ocho letras y aunque las palabras no me abarcan toda, sí olfateando de cerca su historia para conocerse más. Pero el
intentan distinguirme de los otros. Pero el acto de nombrar es origen de nuestra rebelde e inquieta palabra ardilla es un mis-
ambivalente: demarca a sabiendas de que algo escapará de sus terio filológico escondido entre los matorrales. El español es
límites. El verbo está condenado a la mera evocación. Palabras la única de las lenguas romances que se resistió a la idónea eti-
nunca objetos, nunca realidad palpable. mología que proviene del griego σκίουρος (skiouros) y que
Las constelaciones anidan en esa misma paradoja, pues significa “sombra con cola”. En inglés squirrel, écureuil en fran-
toda convención humana está obligada a la contradicción. cés, esquirol en catalán, scoiattolo en italiano y, más griegas que
Los nombres del zodiaco occidental no son sólo una antigua nunca, esquilo en portugués y gallego; todos estos vocablos rin-
deuda con el latín, ni tan poco otro mote para bautizar a los den tributo a la cola de las ardillas, vaporosa poesía de la natu-
días del calendario; son esa urgencia por comprender, ímpe- raleza. En nuestro idioma, la raíz griega sólo se guareció en un
tu de nominar. Preservan la mirada pionera y virgen de quien verbo en desuso, esquilar: trepar por los árboles.
en el cielo vio algo más que el trazo de la luz, pero no encon- Así que, si incluso los nombres científicos de la variopinta
tró explicaciones y tuvo que imaginarlas. Se dice que Newton gama de ardillas conservan la raíz latina sciurus, mi zodiaco
fue el primero en distinguir que los 12 signos narraban dife- será fiel a la tradición. Esquiro rige a aquellos obstinados en los fal-
rentes episodios de la mitología grecolatina. Aries, que signi- sos comienzos, el signo de las búsquedas.
fica carnero, regentado por el planeta Marte, homónimo de
Ares, dios de la guerra para quien los carneros constituían III: Carácter: A favor
la ofrenda principal; capricornio derivado de capra, “cabra”, La mueca de la tristeza desdibuja nuestros rasgos benignos.
y cornu, “cuerno”, representa la figura de Amaltea, la cabra Quizá por eso las personas deprimidas o desorientadas buscan
cuyo cuerno de la abundancia dio alimento a Zeus infante. La en los zodiacos la cartografía de sus virtudes para recordarse
natura o la cultura, todo es tocado por nuestra sed de hallar qué es lo que deberían propiciar en sí mismos. La astrología es
sentido. un termómetro del bien y el mal, tiene una carga moral intensa.
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Aunque presenta cada signo como una dualidad en donde el día en su apremio por buscar comida. Jubilosas, se deslizan
cualidades y defectos cooperan entre sí, su versión más pop entre las ramas mediante correteos y desplantes, dejando en
fabrica juicios tajantes en torno al comportamiento humano. claro que nuestra concepción del movimiento es simple: aso-
Amor. Salud. Empleo. Amistad. Dinero. Sexo. La relativiza- ciamos la lentitud con la tristeza y la rapidez con la felicidad.
ción no ha alcanzado los confines de estas aspiraciones, al me- El letargo es sombrío, pasivo, una conmiseración heraclitanea;
nos en los horóscopos. el dinamismo es risueño, lúdico, fulgor demócrito cambiante.
¿Cómo determinaron los primeros artífices del zodiaco Hoy que no siento un ardor capaz de motivarme a tomar de-
aquellos atributos favorables de la personalidad? ¿Existe acaso cisiones, hoy que ausculto la máquina de vapor guardada en-
alguna virtud que, kantiana, siempre sea óptima? Me es difícil tre mis costillas como se revisa el boiler del hogar en busca de
pensar en una cualidad mía que no me haya traído problemas una llama inexistente, me reconforta imaginarme elegida por un
alguna vez: mi carácter precavido, por ejemplo, me ha hecho animal risueño, aunque esto sea tan sólo un espejismo de la di-
confundirme en bulliciosas marañas de distintos planes b, al vagación, hermeneusis tramposa. El roedor que hurga en los
punto de sentirme más extraviada que si tan sólo hubiera acep- bordes de mi ventana parece darme permiso de reír, me acom-
tado mis propios titubeos. Con las ardillas pasa algo similar, paña fraterno en la inquietud. Hay en las ardillas un inexplica-
pues la previsión que las hace guardar compulsivamente frutos ble carácter amistoso y que propicia el impulso de los humanos
secos para la temporada de escasez, no siempre las beneficia. La por acercarse a ellas cuando saltarinas irrumpen en el rutinario
facilidad con la que llegan a olvidar la ubicación de sus escondi- asfalto. La urgencia por establecer un contacto, más allá de la
tes, las puede dejar en la hambruna extrema. Sin embargo, mu- mano y el pelaje, ha dado origen a un tópico animal que permea
chas plantas germinan a causa de esa amnesia. Quizá por ello los diversas narrativas: el del lenguaje ardillil, cierta preocupación
nacidos bajo el signo de Esquiro a veces construimos reservas por su idioma. Como si no bastara con verlas tomar alguna go-
que terminarán siendo de otros. losina de nuestros dedos, como si fuera urgente sentarnos con
Si destacáramos una sola virtud de las ardillas que les atri- ellas a compartir las impresiones de una jornada, se les represen-
buye nuestro imaginario colectivo, probablemente no sería la ta poseedoras de una lengua alterna o revocadas de su elocuen-
previsión, sino el optimismo. Se les considera un animal alegre cia habitual. ¿Qué saben las ardillas que nosotros no? ¿Por qué
debido a esa energía desbordante que las mantiene activas todo existe esa insistente inquietud por entablar una conversación?
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Aún veo a la distancia la cola inquieta que revuelve los alca- decidido sacrificar cualquier residencia por el placer avieso de
traces de la jardinera y pienso que, pese a ese fervor que se le recorrer los troncos sin un rumbo fijo.
profesa, la ardilla no se concibe como la amiga del ser humano, Esquiro es el signo de la previsión, de los que conjeturan y anti-
sino como su ayudante. Es intercesora entre dos mundos: el cipan en exceso; el signo de la energía alegre y de quienes hacen de
natural y el cultural. ¿Por qué no ocuparían su lugar los perros la comunicación su mejor aliado; domina a los que no nacieron para
o los gatos? Porque por lo general la ardilla no está domestica- habitar en las alturas ni en las profundidades, sino para vincular
da, mantiene un espíritu salvaje, pero tiene la afabilidad sufi- mundos discordantes, Esquiro rige a los mediadores, los que no per-
ciente para rondar la civilización. Es el umbral de los animales: tenecen a nada.
salvaje intrépida del bosque, pero también pelusa de la urbe.
No es divina, pero tampoco mundana: es el demon platónico, IV: Carácter: En contra
transmite los asuntos humanos a los dioses y los asuntos divi- En nuestro lenguaje coloquial ardilla es sinónimo del ego he-
nos a los hombres; mensajera de la natura y la cultura, Hermes rido, pero también del pensamiento y palabra homónima de
animal. Transporta, decían los nórdicos, las palabras entre la axila. Cuando se le atribuye a alguien el estar ardilla, no se uti-
serpiente terrenal y el águila celeste que habitaban en los lími- liza ardido en su acepción de alguien valiente, sino de ofendido.
tes del Yggdrasil, el árbol del mundo. Bautizada bajo el nombre Y en la acrobacia del animalito, entre el que gire o chille, el
de Ratatösk, la única ardilla consignada en una mitología, acep- hablante puede referirse a que se razona ágilmente o a que el
tó su labor de intermediaria. Nunca ha sido un animal prota- cuerpo hiede. ¿Será nuestra lengua polisémica porque, como
gónico, sino mera decoración. No nació voluptuosa ni sublime, nosotros, se resiste a ser definitiva? La versatilidad de las pa-
su naturaleza es humilde, pide poco y no concursa jamás. Su labras las convierte en el espejo de nuestras contradicciones.
aspiración es la modestia. Es el testimonio de que lo bello tiene La condición humana es plural, compleja, volátil; aquellos que
forma de rutina y también puede ser tan sólo parte del paisaje. consideramos defectos también son indispensables para la su-
Mi compañera decide trepar por un ficus que se yergue fuera pervivencia, ciertos rasgos positivos pueden causarnos daño. La
del departamento, el centro de mi mundo, y pienso que qui- curiosidad, por ejemplo, ha sido el móvil de los filósofos, los
zá ella, como yo, se aburre de lo tangible, pero también de lo científicos y los poetas; pero en mí es la culpable de que me en-
etéreo, de lo sagrado y de lo profano; y por eso ambas hemos golosine con datos nimios, el mal del ensayista, única creatura
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capaz de atiborrar hoja tras hoja con información aserrín, un una plaga, como también lo es la Esquiro de la ciudad que en
desperdicio de bello olor. los últimos años se ha vuelto un azote difícil de combatir de-
Resulta fácil volver de la virtud un vicio. La autoconfianza bido a la ausencia de depredadores.
puede tornar en soberbia; la templanza, en tibieza; la honesti- Tengo miedo de ver mis propios vicios ilustrados en este
dad, en cinismo, o la diligencia en un derroche de fuerzas como roedor, amenaza de enfermedades, destructor de ecosistemas,
ejemplifica Tomás de Iriarte mediante la fábula de “La ardilla y empedernido mordelón de cables de luz cuya fibra utiliza como
el caballo” donde el pequeño roedor fanfarronea en torno a su sofisticado hilo dental. Yo misma he percibido el aumento de
activismo y brío para recibir como cruda respuesta estos versos los letreros que exigen a los visitantes de parques y bosques no
del alazán: “Tantas idas / y venidas, / tantas vueltas / y revueltas darles de comer. No obstante, su simpatía con los humanos les
/ (quiero, amiga, / que me diga), / ¿son de alguna utilidad?”. ha permitido seguir recibiendo frituras y golosinas como tri-
También la ardilla tiene días como el mío: vanos, sin sentido, buto. ¿Quién pensaría que sus brillantes ojos traviesos son los
malgastados en corretear tercamente una bellota que jamás se ojos de la plaga? Por eso las ardillas encienden los celos de las
alcanza. palomas y las ratas de ciudad. No tendrán plumas, ni la audacia
A través del vidrio, rastreo el paradero de mi ardilla zodiacal, aprendida en el desagüe; pero no les hace falta. Los humanos las
pero la veo multiplicarse en tres distintos colores y correr en idolatran aunque tras una mordida suya deban recurrir a un tra-
direcciones opuestas como un disparo gris, negro y café que tamiento que consiste en 47 piquetes en el ombligo para evitar
en el aire va trazando con su cola la trayectoria curva y grácil la rabia, según dice la imaginación veterinaria de boca en boca.
de una vida arbórea. Paralelamente, en mi pantalla también se Los humanos las miman aunque sus garras desgasten troncos,
reproducen los datos: ardilla sus características hábitos y cui- ramas y frutos. Los humanos hacen del juicio estético un juicio
dados clip natura qué puede y no puede comer vida y costum- ético: por bellas, las aceptan; por simpáticas, las defienden.
bres de la sciurus vulgaris adoptan a crías huérfanas dónde Utilizar el encanto personal para sortear los obstáculos nos
duermen en invierno zoológico los 10 mamíferos más rápidos vuelve a las ardillas maestras de la intriga, expertas en abusar
de la tierra neoyorkino muere tras comer cerebro de ardilla de la confianza, una turba aliada en la conspiración. Todos los
con ustedes la ardilla voladora 21 de enero día mundial de la animales cambiamos en multitud. Nos olemos, reconocemos
ardilla esta ardilla de Japón tiene pechos. La información es nuestras huellas y chillamos en manada. Los colectivos, por
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eso, resultan sublimes o grotescos; en ellos se despliega la na- el castaño, cruzada por una frágil línea de un amarillo intenso;
turaleza insumisa, el misterio de una fuerza que no se puede más que cola, llama sedosa.
controlar. En grupo, el individuo no existe, no se delimita y, Los Esquiro son diversos entre sí; sólo unidos por rasgos mí-
por eso, es imposible predecir su comportamiento; la natura nimos y por la constante inconformidad, pues nos ata la duda
en masa nos supera caótica, evidencia nuestra propia finitud. de entender nuestra personalidad que a veces parece recia y fija,
Los nacidos bajo el signo de Esquiro son los desgastados, aquellos mientras que en otros días es eso que se diluye en el hastío y
condenados a los esfuerzos inútiles; desmanteladores, los que logran nos hace entregarnos al mandamiento de “El perseguidor” que
que otros se unan a ellos para desarbolar las fuerzas superiores, los que dicta: “Cuando no se está demasiado seguro de nada, lo mejor
persuaden para bien o para mal, confabuladores, disidentes, los siempre es crearse deberes a manera de flotadores”, pues la pregunta de
fieles a la conjura. quién soy jamás tiene respuesta correcta.
La astrología de revista nos intriga por ser una forma in-
V: sondable, pero más cercana, de comprender lo incomprensible.
Fabricar un nuevo zodiaco es difícil: se erige un código que cre- No es extraño que las mayores búsquedas en internet sobre el
ce como un hongo, esparciendo sus sentidos; lenguaje nuevo zodiaco sean consultas acerca del amor, esa otra encarnación
hecho de piezas antiguas. La asociación es interminable, semio- del enigma. Buscamos un paliativo, una forma de tranquilizar-
sis infinita que me insta a buscar para los Esquiro un color, un nos y predecir; sin embargo, por la incapacidad de conocer el
número de la suerte, piedra preciosa, elemento. Pero el signo, futuro, desde tiempos antiguos los oráculos se alojan en la am-
este signo, se apetece abierto y desigual como el animalito que bigüedad, permiten lecturas contrarias que, para los latinos, te-
le ha dado origen. ¿Qué es una ardilla sino esa palabra que se usa nían forma de doble acusativo cuando al pronunciar una frase
para congregar especies tan disímiles? Abarca a la rojiza bosco- como Romanos vincere posse podía interpretarse como “te digo
sa, a la azabache campesina, a la magna voladora con piel aero- que vencerás a los romanos” pero también como “digo que los
dinámica e, incluso, a la extrañísima ardilla de la India, la más romanos te vencerán”.
grande de todas, roedor de dos kilos que de la cabeza a la cola Deseo que esa Esquiro mágica que ya se ha perdido entre
mide un metro de largo. Entre el follaje selvático, despliega los las jardineras acuda a mí cuando la necesite, trepando por las
50 centímetros de una cola multicolor: parda, suavizada hasta ramas de las coincidencias. La necesito lista para morder los
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brotes de mis dudas al dictarme mi horóscopo: ese que dice Autorretrato
que hoy será un día como cualquier otro, fallará de nuevo la
llave de agua caliente, el metro se estancará, comerás comida
corrida, el sol se ocultará a las seis con 42 minutos, serás feliz
a ratos, pero no siempre, y cerrarás los ojos cuando los puntos
de Géminis o Sagitario o Piscis sean visibles desde la oscuri-
dad de la Tierra. Justo en ese momento de quietud y descanso
cuando los animales duermen, mientras que una ardilla des-
ciende por la viva madera de algún árbol y decide quedarse
allí, en la línea que divide la tierra del cielo, renunciando a Odio los sobres de cátsup que no se pueden abrir porque están
infiltrarse en las galaxias y en las estrellas para llenar la noche llenos de grasa. Después de moldearla, odio la sensación que
con animales prosaicos. Pues su misión es permanecer siem- deja la plastilina. Detesto tragar una pastilla y seguir sintiendo
pre en el borde. Para que entonces la vida de este umbral sea su trayecto infinito por la faringe. Odio despedirme de alguien
por fin, para nosotros los huraños, un poco más habitable. que, de hecho, se dirige al mismo lugar que yo. Odio hacer un
ruido con la silla similar al de un gas. Pero más odio que su
mutismo me traicione al intentar recrearlo y comprobar mi
inocencia.
No me gusta cuando en la televisión le dan la palabra a un
reportero y este no escucha a tiempo. Casi nunca me gustan
los desfases. Ni tampoco me gusta que las cámaras dejen de
enfocar el video de alguna caída porque el final queda incierto
y no sé si reírme o no. ¿Cómo sabría yo si acaso me acabo de
carcajear de la muerte de un desconocido?
Aborrezco deshebrar pollo porque su gelatinosa existencia se
me queda pegada en el pulgar y el índice. No me gusta el olor de
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las carnicerías, pero me gustan los esquemas de las partes de la
vaca. Frecuentemente pienso en las monografías, en las muñe-
cas de papel que vestía con ropa recortada. Pienso en diagramas.
Me dan miedo los pares de zapatos en el piso porque parecen
que van a caminar en cualquier instante. Le temo a la oscuri-
dad. Le temo más que de niña porque ahora soy adulta. Nunca
he logrado aprender a encender cerillos. Me dan curiosidad las
puertas, pero no tanto como las ventanas.
Me intriga la perennidad absurda de la miel. Me preocupan
los hogares y las casas. Doy gracias por hablar español y así po-
der leer a Borges y a Cervantes en su idioma original. Nunca
me ha gustado aprender nuevos idiomas. No quiero que mi
hámster muera. Amo las recopilaciones.
Mi verdadera vida no tiene manera alguna de poderse com-
probar. Muchas veces, los registros me evaden. Me avergüenzo
de ser, pero lo olvido. Soy más que una persona, una pregunta.
Índice
El derecho a la miscelánea………….................................................................................7
I III
Yo más que una pregunta…………................................................................................11 Helenismo pet friendly....................................................................................................65
Razones para perdonar a los talleres…………...........................................................17 Visita al zoológico.............................................................................................................69
Penélope posmoderna: sobre el amor y la comunicación......................21 Arbustos animales............................................................................................................73
Chapter four: vestir el traje de otra lengua.........................................................25
IV
II El jardín de vuelta.............................................................................................................77
Elogio a los vecinos...........................................................................................................31 El cuerpo de los otros....................................................................................................79
Siete roomies en un año..................................................................................................37 Ensayo sobre tu ausencia..............................................................................................83
Postales sobre los viajes..................................................................................................41 Bajo el signo de Esquiro...............................................................................................95
Letreros grandes en ciudades pequeñas.............................................................51 Autorretrato......................................................................................................................111
Alrededor de las velas.....................................................................................................55
Enciclopedia de las artes cotidianas, de Laura Sofía Rivero,
editado por Ediciones Moledro, se terminó de imprimir
el X de XXX de 2021, en XXXX, durante la pandemia de coronavirus.
Para la composición se utilizó la fuente Espinoza Nova (Cristóbal Henestrosa),
adaptación contemporánea de una de las primeras tipografías diseñadas y labradas
en América por Antonio de Espinosa, impresor mexicano del siglo XVI.
Cuidó y dirigió la edición Alejandro Arras.
Diseño y maquetación de interiores: Roxana Deneb
Corrección: Martha Santos.