Valdes Esp
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Cuando mencionamos el nombre de Pablo, lo primero que nos viene a la mente son sus viajes,
es decir, sus travesías evangelizadoras por tierra y por mar, llevando la Palabra de Dios y fundando
comunidades. Sin embargo, no siempre tenemos en claro cuántos fueron estos viajes, cuáles fueron
los lugares de destino de cada uno de ellos, y qué episodios tuvieron lugar durante su desarrollo.
Normalmente se suele hablar de tres viajes misioneros del apóstol. Pero ¿fueron sólo esas tres
las misiones que emprendió, o hubo algunas más?
Las fuentes bíblicas de las que disponemos para estudiarlos son dos: las cartas auténticas del
apóstol y el libro de Los Hechos de los Apóstoles. Estas dos fuentes son como dos caminos, que a
veces corren paralelos y otras veces se cruzan, pero nunca coinciden. Por lo tanto, si queremos re-
construir los viajes de Pablo no tenemos más remedio que optar en cada momento por uno de estos
caminos de manera autónoma, pero sin descuidar lo que el otro pueda sugerir.
A lo largo de nuestro estudio, como hacen todos los autores, daremos prioridad a la informa-
ción aportada por el mismo apóstol en sus escritos, e iremos completándola en la medida de lo posi-
ble con lo que encontremos en el libro de los Hechos.
En nuestro trabajo abordaremos los siguientes puntos:
1. LA MISIÓN OLVIDADA: ARABIA
2. LA MISIÓN INEXISTENTE: JERUSALÉN
3. LA MISIÓN DESCONOCIDA: TARSO
4. LA MISIÓN PROLONGADA: ANTIOQUÍA
5. LA MISIÓN ITINERANTE: EL PRIMER VIAJE
6. LA MISIÓN INDEPENDIENTE: EL SEGUNDO VIAJE
7. LA MISIÓN FINAL: EL TERCER VIAJE1
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Dejaremos afuera de nuestro estudio el regreso del tercer viaje con la colecta, ya que no se trata propiamente de
un viaje misionero sino de la despedida de Pablo su misión de oriente. Y también excluiremos de nuestro estudio el via-
je de la cautividad a Roma, por la misma razón.
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Hoy los autores prefieren hablar de su “vocación”, en vez de su conversión, ya que Pablo nunca renegó de su
pasado judío (Rm 11,1). Él mismo describe su cambio más bien como una comprensión correcta del judaísmo (Flp 3,3),
una vocación a una “misión especial”: la de llevar a todas las naciones la riqueza propia del judaísmo. Sin embargo por
comodidad seguimos manteniendo el término “conversión”.
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Según Flavio Josefo, en el siglo I existía en Damasco una colonia judía numerosa, formada por entre 15.000 y
20.000 personas (cfr. GJ 2,22,2).
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Seguimos aquí la hipótesis de que Pablo no se convirtió “camino a” Damasco (el viaje que supuestamente ha-
bría hecho desde Jerusalén a aquella ciudad con cartas para apresar a los cristianos no tiene sustento, y la mayoría de los
autores no lo admite como histórico), sino “en” Damasco, donde Pablo vivía y trabajaba en el momento de su conver-
sión.
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Una antigua tradición señala al pueblo de Mismiye como el lugar indeterminado de Arabia donde Pablo habría
ido a predicar. Se encuentra ubicado 40 km al sur de Damasco, y tiene a su favor el hecho de que ningún otro lugar rei -
vindica esta tradición. En el siglo I, Mismiye estaba bien comunicado con Damasco, gracias a una vía prerromana que
unía Damasco con Bosra.
De todas las misiones emprendidas por Pablo, la más desconocida y de la que menos informa-
ción tenemos es la que llevó a cabo inmediatamente después de marcharse de Jerusalén.
El libro de los Hechos dice que se estableció en Tarso (Hch 9,30), y que de allí se trasladó a
Antioquía (Hch 11,25). Pablo, por su parte, en la carta a los Gálatas dice más o menos lo mismo,
aunque en orden inverso: “Después me fui a las regiones de Siria y de Cilicia” (Ga 1,21)
Como la capital de Siria es Antioquía, y la de Cilicia es Tarso, de alguna manera ambas versio-
nes coinciden, al menos en cuanto al lugar geográfico donde Pablo permaneció durante este tiempo.
¿Qué actividad desempeñó el apóstol allí? Lamentablemente sobre esto no tenemos ninguna
información propia de Pablo. Lo único que él reseña de esta época es que a las iglesias de Judea lle-
gaban noticias de su actividad evangelizadora, y que la gente comentaba: “El que antes nos perse-
guía, ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir”; lo cual hacía que los
cristianos glorificaran a Dios (Gal 1,23-24).
De esta breve declaración se desprende que Pablo no permaneció inactivo durante esos años,
sino que, por el contrario, desenvolvió una enérgica labor predicadora a favor del Evangelio, sor-
prendiendo a los judíos y asombrando a los cristianos.
Pero si queremos reconstruir con más detalle este período, no nos queda más remedio que lle-
varnos de los datos que aportan los Hechos.
Basándonos en este texto, podemos afirmar que Pablo, después de abandonar Jerusalén, tomó
un barco en el puerto de Cesarea, y se trasladó por mar hasta la ciudad de Tarso, donde decidió esta-
blecerse para continuar su misión. Puesto que a Damasco, donde antes vivía y trabajaba, ya no po-
día regresar porque su vida corría peligro, buscó una ciudad donde pudiera encontrar cierta acogida
de amigos y familiares.
Durante su permanencia en la ciudad, debió de emprender un trabajo misionero y fundar algu-
nas comunidades, tanto en Tarso como en sus alrededores. En efecto, poco después los Hechos de
los Apóstoles mencionan la existencia de comunidades cristianas en la región de Cilicia (Hch
15,23.41). También es posible que a su llegada ya existieran comunidades cristianas en la región,
fundadas con anterioridad. Entonces lo que habría hecho Pablo es dedicarse a colaborar con ellas y
afianzarlas en su fe.
Sea como fuere, Tarso parece haber sido el centro de operaciones de Pablo por el lapso de va-
rios años. No sabemos cuántos. Algunos autores sostienen que permaneció allí unos dos años, hasta
que Bernabé lo fue a buscar para llevárselo a Antioquía y dar comienzo a una nueva etapa misionera.
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Todos los documentos antiguos parecen indicar que el nombre de “cristiano” no fue una autodenominación por
parte de los mismos creyentes. En efecto, en el Nuevo Testamento este apelativo aparece únicamente en boca de perso-
nas extrañas a la comunidad (cf. Hch 26,28; 1 Pe 4,16; véase también Suetonio, Vita Cl, 25,4; Tácito, Annales 15,44).
Como autodenominación aparece sólo a principios del siglo II, en Ignacio de Antioquia (Ef 11,2; Rm 3,2; Mag 10,3).
Tampoco pudo provenir de los judíos de la ciudad porque éstos, que leían la Biblia en griego, sabían que la palabra
Cristos significa Mesías, y llamar a los seguidores de Jesús “cristianos” hubiera significado aceptar implícitamente su
mesianismo. Hay que concluir, pues, que fueron los habitantes grecoparlantes de la ciudad quienes les dieron este califica-
tivo. El hecho de que la palabra “cristiano” sea un adjetivo latinizado, ha llevado a algunos a suponer que procedió del am-
biente oficial de la administración romana, que no perdía de vista a las nuevas agrupaciones religiosas que surgían.
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Cuando los Hechos hablan de los diversos ministerios que había en la comunidad de Antioquía, dicen: “Había en
la Iglesia de Antioquía profetas y maestros: Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cireneo, Menájem, hermano de le-
che del rey Herodes, y Saulo” (Hch 13,1). Según esto, tenemos dos africanos, un chipriota, un palestino y un cilicio, lo cual
muestra el carácter cosmopolita y abierto de aquella Iglesia, en contraste con la de Jerusalén, más tradicional y uniforme.
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Aunque no tenemos certeza histórica de esta información de Lucas, es poco probable que Pablo se presentara
en Antioquía sin la autorización del responsable de la comunidad. Por otra parte, el mismo Pablo confirma que Bernabé
y él encabezaron la delegación que se presentó en Jerusalén (Gal 2,1). También relata que Bernabé y Pedro desviaron a
la comunidad antioquena del espíritu inicial de apertura hacia los paganos, que él había impreso (Gal 2,11-14). Es, por
lo tanto, bastante probable que fuera Bernabé quien llevara a Pablo a Antioquía para orientar a la comunidad en los nue-
vos vientos de apertura frente a la ley judía.
a) Posibilidades de su historicidad
Desde Antioquía partió el primer proyecto misionero de gran alcance, elaborado por la Iglesia
primitiva. Fue el primer viaje concebido como misión itinerante, para difundir el Evangelio entre
los paganos. Esta iniciativa se vio favorecida gracias a dos factores que se dieron en Antioquía: el
ambiente cosmopolita que reinaba en la ciudad, y la experiencia ecuménica por la que había pasado
la comunidad cristiana local.
Algunos estudiosos ponen en duda el valor histórico de este primer viaje puesto que, a diferen-
cia del segundo y el tercero, no encuentra confirmación directa en las cartas auténticas de Pablo11.
Sin embargo, resulta más difícil aún negar absolutamente su historicidad, ya que en este caso
Lucas tendría que haber “inventado” demasiados episodios para su composición, cosa que no condi-
ce con el espíritu del libro de los Hechos12. Por eso es preferible pensar que Pablo durante su vida
misionera visitó muchas ciudades y pueblos, cuyos recuerdos quedaron grabados en la tradición, y
que posteriormente el autor de Hechos ordenó esos recuerdos dándoles forma de itinerario13. Así ha-
bría compuesto la crónica del primer viaje.
Por lo tanto, aceptamos en líneas generales este viaje como histórico, aunque no en sus detalles.
Veamos cuáles fueron sus principales etapas, tal como lo presenta el libro de los Hechos (13-
14).
La misión estuvo integrada por Bernabé, Pablo y Juan Marcos. Partió de Seleucia, puerto de
Antioquía, y tuvo como primer objetivo la isla de Chipre. La elección de este destino se debió posi-
blemente a varias razones: a) era el destino más accesible desde Seleucia; b) Bernabé era oriundo de
esa isla (Hch 4,36), lo cual les posibilitaría el encuentro con personas conocidas; c) algunos judeo-
cristianos helenistas, expulsados de Jerusalén tras la muerte de Esteban, ya habían ido preparando el
terreno de la evangelización en dicho lugar (Hch 11,19).
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Probablemente unos 9 años, según la opinión de muchos autores, entre el 36 y el 45.
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Si bien con el tiempo Pablo terminará superando a su maestro, hay que admitir que durante la época de Antio -
quía debió de estar en un segundo plano, a la sombra del gran Bernabé. En ese sentido el libro de los Hechos le hace
poca justicia a este último, ya que exalta a Pablo desmesuradamente, hasta colocarlo incluso como jefe de la primera ex-
pedición misionera (cf. 13,9-12.13.16; 14,8-10). En cambio Pablo mismo reconoce el papel decisivo de Bernabé en este
tiempo (Gal 2,9-10; 1 Cor 9,6).
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La 2º carta a Timoteo (3,11) sí alude a este viaje, puesto que menciona expresamente tres sitios que, según He-
chos, Pablo evangelizó durante ese periplo, e incluso en el mismo orden de Hechos: Antioquía (de Pisidia), Iconio y
Listra. Pero 2 Tm es un escrito de un autor tardío, que sin duda conocía el libro de los Hechos.
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Algunas de estas escenas incluso habrían sido inadecuadas para inventar. Por ejemplo, la deserción de Juan
Marcos en mitad del viaje (Hch 13,13), debido posiblemente a que no estaba de acuerdo con la predicación a los paga -
nos en la forma en que Pablo lo hacía. O la aparición de un falso profeta con el incómodo nombre de Bar Jesús (¿Hijo
de Jesús?), al cual Pablo en su enfrentamiento termina calificándolo como Hijo del Diablo (Hch 13,6-10).
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Por esa razón el derrotero de los viajes paulinos no siempre coincide con lo que se deduce de sus cartas, como
por ejemplo la cantidad de visitas a Corinto, o la supuestamente breve estadía en Tesalónica, cuando Filipenses da a en-
tender lo contrario.
a) Alejamiento de Bernabé
Este viaje tuvo mayor duración y abarcó zonas más extensas que el primero, pues no sólo in-
cluyó los lugares de la región de Pisidia que se habían tocado en el primero, sino que se extendió a
la provincia romana de Asia, y alcanzó incluso Europa.
Pablo esta vez no tuvo como acompañante a Bernabé sino a Silvano (o Silas, como prefiere
llamarlo el libro de los Hechos). La razón del distanciamiento entre ambos apóstoles no está clara.
Según Hechos (15,36-40), se habría debido a que Bernabé quería llevar nuevamente a Juan Marcos
como compañero, a lo que Pablo se opuso, teniendo en cuenta que los había abandonado durante la
primera travesía; y después de una agria discusión, cada uno decidió ir a misionar por su lado.
Sin embargo la verdadera razón parece haber sido el incidente que hubo en Antioquía. En
efecto, cuando Pablo se hallaba en Antioquia trabajando, llegó Pedro desde Jerusalén de visita. Y en
esa ocasión los dos apóstoles mantuvieron una dura discusión. El tema central era si la ley de Moi-
sés debía o no ser observada por los paganos convertidos al cristianismo. A raíz de ella, Bernabé
hizo causa común con Pedro en contra de Pablo (Gal 2,13), y esto hizo que las relaciones entre Ber-
nabé y Pablo quedaran resentidas. Por lo tanto, cuando Pablo decidió emprender su segunda misión,
no quiso llevar consigo a Bernabé, y prefirió tomar como compañero a Silvano.
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Esta tipo de explicación, que vemos en el libro de los Hechos, también suele darlas el mismo Pablo. En efecto,
en sus cartas vemos que interpreta algunas circunstancias que se interponen en sus proyectos de viaje como si fueran ad-
vertencias del más allá. Así, por ejemplo, en 1 Ts dice que ha intentado varias veces regresar a Tesalónica para visitar a
los cristianos de la comunidad, pero “Satanás nos los impidió” (1 Ts 2,18).
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Los textos en plural son cuatro fragmentos, que contienen sólo itinerarios de viaje: Hch 16,10-17 (con el tra-
yecto de Tróade a Filipos), Hch 20,5-15 (de Filipos a Mileto), Hch 21,1-18 (de Mileto a Jerusalén) y 27,1-28,16 (de Ce-
sarea a Roma).
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Hechos dice que Pablo evangelizó la ciudad por tres semanas. Pero debe de haber estado mucho más tiempo,
porque durante su permanencia en esa ciudad recibió ayuda económica de los filipenses en dos oportunidades (Flp
4,16), y además tuvo tiempo de encontrar un trabajo estable para él (1 Ts 2,9).
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De todas las misiones descritas en Hch 16-19, la de Berea es la única que no tiene correspondencia en las car-
tas de Pablo.
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El libro de Los Hechos la llama siempre Priscila, forma diminutiva de Prisca. En cambio Pablo en sus cartas
se dirige a ella mediante la forma adulta de Prisca. Algunos biblistas ven en este empleo permanente del diminutivo, por
parte de Lucas, un intento sutil de minimizar su rol y preponderancia en la primitiva iglesia, para poder dejar más en re -
lieve la figura de Pablo.
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Las llamadas Carta A (4,10-23), Carta B (1,1-31; 4,4-7) y Carta C (3,2-4,3.8-9).
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Antiguamente se creía que Pablo debió de haber sufrido esta prisión en Cesarea o en Roma, ya que son las dos
únicas prisiones prolongadas que menciona el libro de los Hechos. Pero las cartas a los filipenses suponen una comuni-
cación fluida entre Pablo y sus destinatarios; y tanto Cesarea como Roma se encuentran muy lejos de Filipos. Por eso
los autores actualmente buscan un lugar más cercano, y prefieren situar en Éfeso el lugar de la prisión. Esto encuentra
confirmación en las declaraciones del mismo apóstol, quien dice en 1 Cor 15,32: “En Éfeso tuve que luchar contra las
fieras”; y en 2 Cor 1,8-11: “en Asia (Éfeso) los sufrimientos sufridos nos abrumaron enormemente, incluso por encima
de nuestras fuerzas; hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida, pues hemos tenido sobre nosotros
mismos la sentencia de muerte”.
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Los autores no están de acuerdo en cuanto al contenido de cada carta. Una posible distribución sería la si -
guiente: Corintios A (1 Cor 1-5; 6,12-9,27; 10,23-11,1; 12,1-14,40; 16,1-12.19-24); Corintios B (1 Cor 6,1-11; 10,1-22;
11,2-34; 15; 16,13-18); Corintios C (2 Cor 10-13); Corintios D (2 Cor 2,14-7,4); Corintios E (2 Cor 1,1-2,13; 7,5-8,24);
Corintios F (2 Cor 8-9).
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Esta sexta carta a los corintios comprende, como dijimos, 2 Cor 8-9. Pero a su vez algunos autores ven en ella
dos cartas distintas. Una (c.8) dirigida propiamente a los fieles de Corinto, y la otra (c.9) para los fieles de Acaya, como
puede deducirse por el diferente lenguaje empleado.
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También en esta fecha escribió Pablo una breve carta, que hoy se encuentra en Rom 16, y que los estudiosos
piensan que originalmente no formaba parte de la carta a los romanos sino que era una esquela independiente, dirigida a
Éfeso, para recomendar a Febe, diaconisa de Cencreas, puerto oriental de Corinto, ante los cristianos locales.
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Los paralelismos entre Jesús y Pablo continúan después de la llegada a Jerusalén, como la comparecencia ante el
Sanedrín, la comparecencia ante el tribunal romano, la aparición de un Herodes, la triple declaración de inocencia, etc.
NdE: Link a los mapas de los viajes de Pablo (como tradicionalmente se los presenta) para confron-
tar con el articulo:
www.multimedios.org/especiales/sanpablo/viajesdesanpablo.php