El Alto Barroco en Centroamerica

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

EL ALTO BARROCO EN CENTROAMERICA

Las civilizaciones llegan en todos los períodos históricos a cierta ma-


durez, y entonces empiezan a decaer en una elaboración extremada en
lugar de adelantar con nuevos conceptos o inventos. En la antigüedad esta
etapa cultural se llamaba el helenismo, y se distinguió por el orden corin-
tio en la arquitectura y se simboliza en la estatua atormentada de Lao-
conte envuelto, junto con sus hijos, por una serpiente de mar. En la
América precolombina fue la época florida del maya que se puede apreciar
en la ciudad medieval de Chichén Itzá construida antes de la llegada de
Kukulcán a Yucatán con sus guerreros toltecas por el año 1002. En
España llegó después de la Reconquista y el descubrimiento de América,
y se extendió a la América hispánica en el siglo xvn y floreció allí durante
todo el siglo posterior. Ejercían el poder las cortes virreinales de Lima
y México que presumían rivalizar con Madrid, y una clase ociosa se dedi-
caba a elaborarlo todo y hasta a exagerarlo. La alta sociedad buscaba la
elegancia en una artificialidad amanerada; se adornaban las iglesias y los
domicilios lujosamente; las estatuas de los santos fueron vestidas de sedas
y rasos; el baile, el modo de hablar y de escribir, todos se hicieron muy
elaborados.
Presenciamos esto en aquel maravilloso museo, la ciudad de Santiago
de los Caballeros o, como se llama hoy, la Antigua Guatemala. La igle-
sia de la Merced allí demuestra cómo el barroco centroamericano se desa-
rrolló paulatinamente para adaptarse al sitio, a la sombra de tres volcanes
amenazadores, arñansándose después de la construcción atrevida de la
Recolección y la iglesia de la Compañía de Jesús, ahora prisionera dentro
del mercado municipal actual. Es un barroco del trópico, templado y
fresco en la altura de la Antigua, pero inquieto a causa del ambiente
geológico. Se formó un estilo muy destacado y propio, un «barroco de
IQ T. B. Irving

los temblores» para citar al historiador de sus formas Pal Relamen 1 . No


era rico pero sí noble, y el barroco de las Indias españolas resultó más
atrevido que el de Europa.
Las colonias tanto en su literatura como en su religión se asemejaban
a la madre patria; en lugar de desarrollar sus propios motivos y parti-
cipar en el Renacimiento europeo, buscaban su inspiración en la península
ibérica; y como España se encontró pronto en una época estéril, lo que
ofrecía a menudo eran sus lacras. No había mucho que se derivara de
Francia ni de Italia, para no mencionar a Inglaterra y Alemania. Durante
el siglo XVII no oímos nada del clasicismo reinante en Francia, y mucho
menos del florecimiento de las letras inglesas; ni siquiera de Sor Juana
de México. La literatura colonial fue demasiado catequista para ser uni-
versal. Con los Borbones en el siglo xvm llegó más influencia francesa,
sobre todo en la ciencia y la medicina2. Así no existía ningún Malherbe
criollo que pusiera fin a la tendencia, y en las manos de unos imitadores
inhábiles, se degeneró. Se redactaron poesías dirigidas al sol, a la luna, a
muchos objetos vanos; los presuntos poetas tenían miedo de confesar
quiénes eran, de redactar algo que tuviera significado serio.
La figura que supo decir más que nadie fue aquella mujer extraordi-
naria de la Nueva España, Sor Juana Inés de la Cruz (o de Asbaje y
Ramírez, para darle sus apellidos seculares). La monja Juana Maldonado
de Paz o de la Concepción en la década de los años 1620 es otro ejemplo
parecido medio siglo antes, en el convento de la Concepción en la Antigua
Guatemala. Rica y consentida por su padre según los datos, improvisaba
«versos ingenuos y repentinos» 3 . Disponía de media docena de criadas
negras y tocaba el órgano y otros instrumentos musicales. Nunca se han
descubierto sus versos y hay quienes dudan de su existencia, pero su
sombra simpática puede servir como el prototipo de una poetisa del
barroco incipiente al estilo de Sor Juana en México aunque su talento
nunca se acercó al de la monja mexicana. Sin embargo, el ambiente anti-
güeño fue igual y típico.
El primer siglo de la colonia española, desde la conquista inicial de
Centro-América por don Pedro de Alvarado hasta 1600, fue una época
agresiva, llena de actividad nerviosa y de fuerza primitiva. Después de la
conquista militar, siguieron contiendas ocasionales con los indígenas toda-

1. Baroque and Rococó in Latín America (New York 1967, Dover), cap. 8, pp. 122-136.
2. Véase mi artículo «On the Enlightenment in Central America» en The Ibero-American
Enlightenment por A. Owen Aldridge (Urbana 1970, Univ. Illinois Press), pp. 282-297.
3. Cito del inglés, que es más claro (Thomas Gage, The English-American, London 1946,
Routledge, p. 203; y Nueva relación, Guatemala 1946, Soc. de Geografía e Historia, p. 182).
El alto barroco en Centroamérica \\

vía no sumisos, y pronto la lucha contra la naturaleza tropical, una lucha


que continúa en la actualidad, como vemos en las tres novelas del maes-
tro guatemalteco recientemente fallecido, don Flavio Herrera, tituladas
La tempestad, El tigre y Caos. Los españoles consolidaron sus adquisi-
ciones, y hubo un gran desarrollo cultural y social; se fundaron nuevas
instituciones de enseñanza y de religión, y alrededor de este núcleo, se
formó la nueva clase ociosa e intelectual que cultivaba las artes. Centro-
América tenía varias ciudades tales como Ciudad Real en Chiapas, Que-
zaltenango o la vieja Xelajú indígena, Sonsonate y San Salvador entre
los pipiles emparentados lejanamente con los aztecas de México, Coma-
yagua en Honduras, las viejas rivales de León y Granada en Nicaragua, y
Cartago en Costa Rica. Se dividía el Istmo en quince provincias, contando
con Chiapas en el noroeste que es ahora estado mexicano, hasta Costa
Rica en el sudeste. Había quizás unos cinco millones de habitantes en
Centro-América, a pesar de la despoblación de regiones enteras como
Nicaragua en el curso violento de la conquista. Fue una cultura casi
analfabeta que hacía un drama de la vida: la fastuosidad conducía a su
finalidad inmóvil, congelada. Esta sociedad era de castas, y gozaron del
espectáculo en los días de fiesta y de la ornamentación en los edificios
públicos y casas particulares.
En aquella época había teatros en Lima y en México, y hasta algunos
dramaturgos locales. Antonio Paz y Salgado nació alrededor de 1700 en
Guatemala, donde murió en 1757; escribía comedias de escasa morali-
dad, intriga frivola y argumentos necios4; estas comedias se presentaban
en potreros o sitios baldíos tales como los que describe José Milla en
las Memorias de un abogado para la Nueva Guatemala de la Asunción
a principios del siglo xix. Gustavo Correa y Calvin Cannon han estudiado
ha Loa en Guatemala 5 como una contribución al estudio del teatro po-
pular hispanoamericano. Durante la colonia se organizó también otro tea-
tro catequista para beneficio de los indígenas, y existen piezas no estu-
diadas en el Archivo. El viejo drama quiche como Rabinal-Achí o «Varón
de Rabinal» quedaba oculto en sus pueblos, esperando al abate Brasseur
de Bourbourg en el siglo xix para resucitarlo.
El segundo siglo colonial, o sea, el xvn, presenció una retirada y a
la vez una consolidación, a medida que los centros coloniales querían
remedar a la madre patria. El palacio del Capitán General en Santiago

4. Kline, Walter D., «Antonio Paz y Salgado, Colonial Guatemalan Satirist», Hispania
Dec. 1958, XLI: 471-476.
5. La Loa en Guatemala (New Orleans 1958, Tulane University).
22 T. B. Irving

de los Caballeros, los colegios y demás centros de instrucción, y todos


los órganos del gobierno se basaron en modelos peninsulares. Se desta-
caban las castas sociales donde los europeos gobernantes ocupaban los
cargos superiores; los criollos existían como una clase bastante ociosa en
medio, asistiendo a la universidad, administrando sus tierras y más tarde
llegando a ser profesionales; los mestizos o «ladinos» como se llaman en
Centro-América, constituían la clase obrera, siendo artesanos organizados
según sus gremios 6 ; mientras que los indios y unos cuantos negros tra-
bajaban en la agricultura y hacían las tareas pesadas al pie de esta pirá-
mide social. Las altas clases gozaban de mucho poder económico y dispo-
nían de más tiempo del que podían gastar útilmente; así el dinero se
dirigía al lujo y a las construcciones fastuosas mientras sus jerarcas pasa-
ban el tiempo en ceremonias y fiestas. La pasión barroca de hacer un
drama constante de la vida encontró su finalidad en las bizarrerías, sobre
todo en un ambiente que disponía de pocos recursos por falta de una
economía fuerte o minera.
Lo barroco centroamericano significaba así una elaboración constante
de valores simbólicos infinitos, tanto españoles y cristianos como mayas
y quizás mudejares. Los mayas forman una raza ceremoniosa y así la ma-
nera barroca fue una expresión muy natural para ellos, especialmente
cuando aprendieron a manejar los nuevos útiles de que disponían. Asimis-
mo los arabescos en el patio mayor del claustro mudejar de la Universidad
de San Carlos, que se construyó hacia fines de la época colonial en Santiago
de los Caballeros, demuestran la persistencia de otras formas peninsulares.
Vemos este estilo mudejar en la rica herrería de los balcones y en los
azulejos y la loza de las casas por todo el Istmo centroamericano.
¿Qué pasaba con la literatura durante este período, la época del claustro
de piedra y de sus ideas afines? En Centro-América la literatura dejó de
expresarse sinceramente porque la colonia española había suprimido los
sentimientos y la cultura de los indígenas; el movimiento barroco se pro-
dujo dentro de esta sociedad de castas intensamente estratificada, un mun-
do neo-medieval que dirigía España según las normas feudales. La sociedad
en su mayor parte analfabeta permitía que la riqueza se dirigiera hacia la
ostentación. El alto barroco representa la Edad Media en Centro-América,
el período entre el imperio maya o los reinos quiche, cakchiquel, pipil o
chorotega, y las repúblicas de taifas modernas. Leyendo a Meneos Franco 7

6. Samayoa Guevara, Héctor Humberto, Los gremios de artesanos en la ciudad de Gua-


temala, 1524-1821 (Guatemala 1962, Edit. Universitaria).
7. La literatura guatemalteca en el período de la colonia (Guatemala 1937, Tip. Nacional);
véase también Ramón A. Salazar, Historia del desenvolvimiento intelectual de Guatemala, Época
colonial (Guatemala 1951, Edit. Min. Educ. Púb.).
El alto barroco en Centroamérica \}

se pensaría que no se escribió nada que valiera la pena durante la colonia;


las pinturas y los breviarios proclaman una fuerte influencia eclesiástica.
Diego de Carbajal fue el primer oficial inquisitorial, nombrado en
1579. Desde 1573 tenemos las instrucciones mandadas para el Santo
Oficio. Había actividad inquisitorial en Granada, Nicaragua, donde persi-
guieron a unos flamencos por su luteranismo, pero pocos centroamericanos
murieron ajusticiados como herejes; la mayor parte de las víctimas eran
locos, y muchos castigos se proporcionaron por ofensas a la moral así como
por hechicerías y bigamia, igual que pasó en la Nueva Inglaterra puritana.
Había espantos, brujos, supersticiones: el Sombrerón, la Llorona y la
Tatuana viven hasta hoy en los cuentos de abuelas y sirvientes. Hubo
pesquisas de vez en cuando durante el siglo xvn, sobre todo de franceses
sospechosos de ser calvinistas, como los jansenistas iban a sufrir más tarde.
Sin embargo, nada de esto consiste en problemas intelectuales y pocos
son teológicos; las tentativas de duda religiosa durante la colonia española
eran pueriles (como hasta la fecha son): nunca tenían ningún contenido
intelectual, sino que consistían en negaciones; ni ninguna vinculación con
el mundo externo hasta después de la llegada de las ideas francesas con el
cambio de la dinastía en el siglo siguiente. Las comunicaciones coloniales
eran escasas e incómodas, y los viajes eran difíciles. Las ideas del histo-
riador Fuentes y Guzmán confirman mucho de lo que quisiera decir acerca
del pensamiento colonial, pero han sido ignoradas o más bien archivadas
y empolvadas. Después del descubrimiento de sus grandes Preceptos his-
toriales, podemos afirmar que Fuentes y Guzmán fue el gran escritor y
casi el único pensador del Reino de Guatemala 8 . Su padre había sido
alcalde ordinario en 1636, lo que demuestra su vinculación con la oligar-
quía de aquel entonces.
Las ceremonias barrocas se presencian en los actos universitarios: iban
en coche con tiros largos y dos cocheros, los graduandos. En la universidad
Carolina el grado o título de doctor, antes que ser un título científico, fue
un blasón nobiliario. Durante el siglo xvn ocurrieron dos sucesos capitales
en el Reino: llegó la imprenta, y se fundó la Universidad de San Carlos.
Así la cultura centroamericana se iba afirmando.
La primera imprenta había aparecido en México en 1622; en Lima
once años más tarde, en 1633. Llegó tarde a ambas capitales virreinales.
Pero en El Salvador ocurrió algo impresionante: un fraile franciscano lla-
mado Juan de Dios del Cid, fabricó una pequeña imprenta penosamente

8. Guatemala 1957. Etlit. Min. Educ. Púb.; véase también mi artículo «Preceptos histo
ríales» en la Revista Iberoamericana, julio-diciembre 1959, XXIVr 315-320.
14 T. B. Irving

como la de Gutenberg dos siglos antes, o quizás bajo mayores obstáculos,


para imprimir una obra, El puntero apuntado con apuntes breves9. Este
librito o folleto describe el modo de preparar el añil, y vio la luz en 1641,
o sea, nueve años después de la importación de la imprenta a Lima. El
único ejemplar se conserva hasta hoy en Santiago de Chile, gracias a las
investigaciones del gran polígrafo don José Toribio Medina quien visitó
Guatemala a principios de este siglo, recogiendo materiales bibliográ-
ficos. Fray Juan de Dios había improvisado su instrumento sin pedir per-
miso eclesiástico, y las autoridades lo mandaron destruir como máquina
peligrosa.
En el año se importó la primera imprenta sancionada por el gobierno
y la iglesia; la trajo Juan José de Pineda Ibarra (1629-1680), un «espa-
ñol» aunque dicen que nació en México. Esta imprenta, la primera oficial,
fue sancionada por el señor obispo fray Payo Enríquez de Ribera porque
quería imprimir un sermón suyo. Más tarde él llegó a ser obispo de
Michoacán, y luego arzobispo de México, lo cual demuestra la categoría
de varias regiones coloniales. Ibarra llegó a Guatemala en 1660 con su
taller y su familia; más tarde su hijo fue el capitán Antonio Pineda Ibarra.
Imprimió votos de gracias y orlas o xilografías, como vemos en las tarjetas
o títulos universitarios del Archivo Nacional contemporáneo. En 1663
salió su primer libro, un tratado teológico, y allí se imprimió el poema
épico y barroco La Thomasiada, de Sáenz de Ovecuri, cuatro años más
tarde. 10
Don Marcelino Menéndez y Pelayo dice que La Thomasiada que apa-
reció en 1667 fue un «monumento de mal gusto»; posee una versificación
absurda y es tan complicada que no se puede leer con paciencia. El doctor
angélico no nos ayuda para comprender la América hispánica, sino es otra
manifestación del barroco. Su autor fray Diego Sáenz de Ovecuri, natural
de Villasatra en Cantabria, habla de otro tema medieval que no es ame-
ricano y así la debemos colocar dentro de una historia literaria de interés
general. Pero sí es barroco y así figura aquí. Se ocupa de 150 «diferencias»
o combinaciones métricas distintas, y hay partes donde se suprime suce-
sivamente una de las cinco vocales. Esto pasó antes de la influencia del
claustro universitario pero con la imprenta; los dos se demoraron mucho
en llegar. La universidad de San Carlos recibiría su cédula en la década
posterior, en 1676.

9. Reyes M., José Luis, Acotaciones para la historia de un libro (Guatemala 1960, Edit.
Min. Educ. Púb.); contiene el texto de «El puntero apuntado con apuntes breves».
10. Vela, David, (ed.), La Thomasiada (Guatemala 1960, Edit. Min. Educ. Púb.).
El alto barroco en Centroamérica \$

Una segunda imprenta llegaría en 1714. El encargado de ella en aque-


lla época, don Sebastián Arévalo, se hizo célebre por sus tareas universi-
tarias, y un total de 700 libros salieron de las dos máquinas durante la
época colonial: muchos de ellos eran crónicas, y fuera de los Vreceptos
historiales que sólo se imprió hasta este siglo xx, eran crónicas al estilo
barroco. Una fue la Historia lamentaría, por fray Francisco Vázquez, otra
por Francisco Ximénez sobre Chiapas y Guatemala, y una tercera sobre
el mismo tema por fray Antonio de Remesal; son las más notables y son
obras que influyeron en el gran novelista del siglo pasado, José Milla.
Ximénez salvó el Papal-Vuh, al incluirlo en su historia que se encuentra
ahora en la biblioteca Newberry de Chicago, donde el Licenciado Adrián
Recinos lo descubrió hace un cuarto de siglo. Otros títulos son: Instruc-
ción de litigantes o Guía para seguir pleitos; El mosqueador o abanico
con visos de espejo que por poco llegó a ser narración; Conclusiones filo-
sóficas en la ciencia y destreza de las armas; Mística escala de Jacob, por
fray Pedro Melián de Betancourt. Mucho de esto tiene un olor medieval
y las producciones sufrían una severa vigilancia de parte de la censura,
como sufriría Simón Bergaño y Villegas un siglo después.
Con la presencia de la imprenta en Guatemala, surgió el periodismo; y
su primera tentativa fue barroca. Se publicó La Gazeta de Goathemala
durante los años 1729 a 1731; fue un «prontuario o indicador de fiestas
religiosas» u por la mayor parte, y representa un periodismo de informa-
ción inadecuada; refleja un «ambiente apático e iletrado» para citar a la
señorita profesora Carmen Ydígoras 12. Lo hemos descrito en otra parte,.y
así sólo lo mencionamos ahora para proceder al establecimiento de la
Universidad de San Carlos.
A fines del año 1622 se había presentado el primer choque por causa
del privilegio de conceder grados en una universidad centroamericana. El
primer claustro universitario ya existía cuando llegó Tomás Gage, en 1625
o en 1626, y hubo varias tentativas de fundar cursos académicos. Sin
embargo, la erección de la Universidad de San Carlos sólo ocurrió en el
año 1676. Reinaba un verbalismo libresco porque los alumnos aprendían
de memoria lo que el profesor les dictaba en aquella época y aquel país
casi sin libros. Los textos eran raros e importados del exterior, y lo que
imperaba fue el concepto ptoloméico del universo. La ciencia natural des-
pertada con el descubrimiento del Nuevo Mundo todavía no había cam-

11. Apuntes para la historia de la literatura guatemalteca, Épocas indígena y colonial (Gua-
temala 1942, Tip. Nacional), p. 306.
12. Compendio de la historia de la literatura y artes de Guatemala (Guatemala 1959, Edit.
Min. Educ. Púb.).
J(j T. B. Irving

biado el Istmo centroamericano a pesar del creciente interés de Europa


en el asunto; existía una seudoconciencia de conocimientos ocultos y bru-
jerías de los indios, disfrazados o pervertidos por el peso del sistema
colonial.
Había ocasión de algunos estudios lingüísticos, sobre todo del dialecto
cakchiquel del maya, porque el problema de idiomas en aquella colonia
poblada de indígenas lo exigía. En 1724 salió una impresión de la versión
original del obispo Francisco Marroquín de su Doctrina cristiana en lengua
guatemalteca, y después, en 1753, el Arte de la lengua metropolitana del
Reyno cakchiquel. Pero paulatinamente se engendró la decadencia y al fin
la cátedra desapareció porque nunca enseñaron eficazmente este idioma.
Hasta hoy día los «native informants» caminan por las calles centroame-
ricanas, sobre todo en los Altos de Guatemala, pero no se sabía cómo
enseñar el idioma vivo de ellos.
Ahora debemos ocuparnos de un guatemalteco de nacimiento, el padre
Rafael Landívar. En 1750 el joven Landívar se marchó a México para
realizar sus estudios avanzados en el colegio jesuíta de Topotzotlán, en
las afueras de la capital mexicana. Se había graduado del colegio San
Francisco Borja con su doctorado y licenciatura en 1747; gozó de una
«inteligencia precoz, contemplativa». En 1762 el todavía joven catedrático
volvió ya formado a Guatemala, donde enseñó en su ciudad nativa de
Santiago de los Caballeros. Cinco años más tarde sufrió, con todos los
compañeros de su orden, la expulsión de la patria, y al fin se radicó en
Bolonia, Italia. Tenía 36 años cuando salió de Guatemala para siempre
y así comienza la larga lista de desterrados centroamericanos. Su Rusti-
catio mexicana fue impresa, una primera edición de la obra en Modena
en 1781, y luego la segunda en Bolonia al año siguiente (más tarde hubo
otra en Leipzig de Alemania). Murió en Bolonia en 1793; otro famoso
jesuíta, el padre Isla, traductor o restaurador de Gil Blas al castellano,
recibió sepultura en la misma iglesia.13
La Rusticano mexicana inició el canto de la realidad americana, en el
aspecto de su naturaleza. Landívar colocó la belleza clásica de Grecia y
Roma al lado de la americana en México y Centro-América. Como Andrés
Bello más tarde y como muchos exilados hoy, sentía nostalgia por las
tierras centroamericanas en el destierro I4. Podemos afirmar que Landívar
es muy centroamericano; cantó maravillosamente la vida campestre tanto

13. Se trasladaron los restos de Landívar a Guatemala mientras el Dr. Carlos Martínez
Duran servía como ministro de Guatemala en Italia hace veinte años.
14. R. H. Valle, Índice de Rafael de Landívar (Bogotá 1941), p. 11.
El alto barroco en Centroamérica 27

en México, donde pasó doce años de estudiante, como en su patria chica


de Guatemala. El tono de la obra landivariana es virgiliano, y anticipa las
descripciones exuberantes del movimiento modernista, como también a los
románticos, sobre todo a Andrés Bello, víctimas de igual exilio y nostalgia
en Londres. Landívar pinta la vida, las artes y oficios y el paisaje de
México y de Guatemala, al igual que lo encontramos en Las tradiciones
guatemaltecas, de Pepe Batres, sesenta años más tarde:

He de cantar... la preciosa grana y el añil.

Una «lidia» de toros en México figura en su obra, deporte hispánico


que Batres también describe; y una «pelea de gallos» que sigue muy
popular en Guatemala. Cuando dice que «encierra en la dulcísima gar-
ganta, el cenzontle», nos habla de un pájaro cantor americano. Defendía
al indio: «¡Tanta es la habilidad de aquella gente, / que estúpida reputan
e indolente!» Nos dice con nostalgia:

Hay una ciudad


lejos de aquí,
del mundo conocido
con el nombre de-México...

Conoció los lagos de México como Chalco y Tezcoco, y el origen de las


chinampas o jardines flotantes de Xochimilco, al sudeste de la capital
azteca; su sección sobre los lagos evocó la admiración de don Marcelino
Menéndez y Pelayo. Anticipa algo del estilo del cubant) Heredia, deste-
rrado del trópico en la frontera con el Canadá en su Oda a Niágara o
ante los monumentos de los aztecas con En el teocalli de Cholula; y quizás
algo de los sentimientos de Olmedo del Ecuador ante la belleza natural
americana. Landívar fue el primero de los desterrados centroamericanos;
Irisarri sería el siguiente; luego partirán los hermanos Diéguez, Domingo
Estrada, Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, cada uno con su propio
motivo para ausentarse de la patria.
Desafortunadamente, la obra de Landívar ha desaparecido casi por
completo de la literatura centroamericana sin hablar de la mundial porque
Landívar, al contrario de Dante, se dejó escapar a los tiempos modernos
cuando escogió un idioma medieval como su instrumento; se sirvió del
latín, el idioma de una Europa pretérita y no americana para su mensaje.
Su obra sólo sobrevive únicamente por medio de las traducciones; en
cierto sentido Tomás Gage con su picardía pertenece más a Guatemala
o tanto como Landívar, porque se le puede leer todavía aunque su inglés
18 T. B. Irving

es muy hispanizado. Landívar quedó fuera de Jas corrientes literarias a


pesar de la belleza tan íntima y entrañable de su saludo al «cara parens,
dulcís Goathemala, ¡salve!»
Acabamos de pasear por el barroco en los trópicos, a veces un barroco
plateresco tal como lo presenciamos en las iglesias de la Antigua o los
pueblos mineros de Honduras. Santiago de los Caballeros quedó inmovi-
lizado para siempre allí entre sus volcanes, preservado como Pompeya por
la acción sísmica, con un anhelo hacia lo eterno y lo frivolo a la vez.
Markman, Kelemn y Gage nos ofrecen una idea de la vida en el valle de
Panchoy durante el Reino de Guatemala, aquella época tan desconocida
del mundo español y del mundo no hispánico, donde presenciamos una
mezcla rara de razas, influencias y estilos.

T. B. IRVING
Universidad de Tennessee
Knoxville. Tenn. 37916

También podría gustarte