Exposición Español

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5

¿CÓMO ERA LA VIDA EN 1554?

No es vano que el período medieval sea llamado la Edad Oscura. No solo era increíblemente melancólico, sino que
también era una época de gran miseria para sobrevivir. Pues sí, algunos reyes y la nobleza vivían en un cierto esplendor,
pero para mucha gente la vida cotidiana era sucia, aburrida y abrumadora.

Sin embargo, la vida no era tan mala. La gente estaba en contacto con la naturaleza y vivía cerca de sus seres queridos
en la Edad Media. Los valores familiares eran fuertemente protegidos y las faenas cotidianas eran frecuentemente
apaciguadas con festividades y fiestas ocasionales.

En general, la vida era gris tal como pensamos que era. Muy pocas personas pudieron alcanzar edades avanzadas dada
la frecuencia de las guerras y los peligros que afrontaban.

El matrimonio era rápido, fácil y difícil de probar

Planeados bien de antemano, los matrimonios eran diseñados usualmente con algún objeto político o financiero en la
menta. La felicidad de una pareja no se consideraba nunca. Pero, entre la gente ordinaria las cosas eran más
espontáneas que evidentemente era muy difícil probar que estabas actualmente prometido. Hasta no necesitabas a un
clérigo para declararte en matrimonio.

El clima era terrible

Las condiciones meteorológicas extremas eran sin precedentes en la Europa medieval. El siglo XII era parcialmente
brutal. Desde 1522, una llamada ‘Pequeña Edad de Hielo’ (PEH) azotaba todo el continente. Gran número de personas
morían por frío.

No había paz aun después de la muerte

Quizás, era una bendición que, para muchas personas, la vida era tan corta como brutal. Todos mayores de 50 años eran
considerados ‘ancianos’. No esperaban que te retirases, en contrario, debías trabajar hasta que te quedaras físicamente
débil. La muerte era la única salida de los lastres cotidianos. De acuerdo con una investigación, un 40% de las tumbas en
Europa eran destruidas. Con fines de robo menor. Habitualmente, los fallecidos eran sepultados con un efecto personal,
una copa predilecta o algún otro recuerdo. Aun estos objetos eran considerados valiosos.

Las malas condiciones sanitarias de la población favorecían la difusión de las epidemias y pestes. Ello puede explicarse a
partir de la gran cantidad de gente que se reunía en las ciudades, donde las ratas propagaban los agentes difusores de

enfermedades. Tan grandes eran las epidemias, como la Peste Negra en el siglo XIV, que muchos hombres las
consideraban testimonio del Fin del Mundo.

La Baja Edad Media fascina a mucha gente por su arte, del que se conserva una enorme cantidad de muestras.
Como todo arte, el arte medieval fue la expresión de la mentalidad de aquella época. Sin embargo, la sociedad
medieval sufrió muchos cambios entre el siglo XI, XIII y el siglo XIV. Estos cambios se manifestaron en el arte,
originando dos estilos diferentes: el románico y el gótico.}
La literatura medieval agrupa el conjunto de las producciones artísticas escritas de Europa que datan de los mil
años que duró el Medioevo, el período histórico comprendido entre la caída del Imperio Romano en el siglo V
y el descubrimiento de América en el siglo XV, y caracterizado por el surgimiento de una sociedad feudal
agraria.
la literatura medieval presenta un marcado predominio de la religiosidad y la literatura mística, así como la
exploración de relatos y mitologías locales en clave cristiana. Los bestiarios, las hagiografías, la poesía mística,
los himnos y las liturgias fueron los géneros predominantes, si bien hacia el final del período surgió la novela,
adelantándose a los cambios culturales inmensos que llegaron con el Renacimiento en el siglo XV.
EL LAZARILLO DE TORMES
Este libro es una novela picaresca . La novela fue escrita a mediados del siglo XVI y su
autor es desconocido .
La novela cuenta la vida de un niño llamado Lázaro que al principio era inocente,
pero se convirtió en pícaro para poder sobrevivir.
Sus padres fueron encarcelados por varios crímenes . Lázaro, al verse huérfano, buscó
la compañía de algún amo y se hizo mozo de un ciego pero no duró mucho tiempo
con él . El ciego ganaba mucho dinero, pero a él no le daba nada de comer y lo tenía
muerto de hambre . Así que lo dejó y fue a buscar otro.
Un día, que iba mendigando, se encontró a un clérigo que le preguntó que si buscaba
amo . Lázaro le dijo que sí . El clérigo tenía un arca y en el arca tenía la comida: pan ,
agua , arroz … Lázaro aprovechó que llegó a su casa un calderero y pidió la llave el
arca para coger cosas para comer .
Como el arca era vieja y tenía agujeros el clérigo pensó que eran los ratones los que
mordisqueaban el pan. Cierto día, el clérigo se dio cuenta y le dijo que no se merecía
un criado tan listo. Lo echó y le dijo que buscara amo .
Lázaro tuvo suerte de llegar a la gran ciudad de Toledo, pues allí encontró de nuevo
un amo . Este fue un escudero. El escudero tenía pinta de ser muy rico pero era pobre
. Al escudero le perseguía la justicia porque no pagaba sus deudas . Y Lázaro no quiso
estar con él .
Unas mujeres que cuidaban a Lázaro le dijeron que se fuera con un fraile amigo de
ellas . Pero Lázaro solo duró ocho días con él pues andaba mucho y a él no le gustaba
andar .
A los pocos días sirvió a un buldero . El buldero tenía mucha experiencia para mentir
y siempre , siempre se estaba peleando con un alguacil . Estuvo cuatro años con él
pero como era muy mentiroso Lázaro decidió dejarlo .
Un día que entró en la catedral uno de sus capellanes decidió contratarlo . Le hizo
cargo de un burro, cuatro cántaros y un látigo y empezó a vender agua por el
pueblo. Y cuando reunió el dinero suficiente, se compró ropa nueva y dejó al
capellán .
Después de esto sirvió a un alguacil con el que no duró mucho y tiempo porque tenía
un oficio muy peligroso . Un día unos delincuentes cogieron al alguacil y lo
maltrataron, pero a Lázaro no lo pillaron . Y Lázaro siguió buscando amo .
Lázaro consiguió por último un oficio real . Y a los pocos días un cura lo casó con una
de sus criadas y les alquiló una casa al lado de la suya . Vivieron felices
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para
adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de
un buen hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella
confiaba
en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase
por mí, pues era huérfano. Él respondió que así lo haría y que me recibía, no por mozo,
sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la
ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a
ver a mi madre, y, ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
-Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y
con buen amo te he puesto; válete por ti.
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.
Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de
piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal,
y, allí puesto, me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la
piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más
de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido
estaba. Dije entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo
soy, y pensar cómo me sepa valer».
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza. Y, como me
viese de buen ingenio, holgábase mucho y decía:
-Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré.
Y fue así, que, después de Dios, éste me dio la vida, y, siendo ciego, me alumbró y
adestró en la carrera de vivir.
Huelgo de contar a vuestra merced estas niñerías, para mostrar cuánta virtud sea saber
los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos, cuánto vicio.
Pues, tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, vuestra merced sepa que,
desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un
águila:
ciento y tantas oraciones sabía de coro; un tono bajo, reposado y muy sonable, que
hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y devoto, que, con muy buen
continente, ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como
otros suelen hacer.
Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les
decía creían. De éstas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más
en un mes que cien ciegos en un año. Mas también quiero que sepa vuestra merced
que, con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi;
tanto, que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario.
Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le
asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas duróme poco, que en
los tragos conocía la falta, y, por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba
el jarro,
antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo
con una
paja larga de centeno que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la
boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor
tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudó propósito y asentaba su
jarro entre las piernas y atapábale con la mano, y así bebía seguro.
Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no
me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero
sutil, y, delicadamente, con una muy delgada tortilla de cera, taparlo; y, al tiempo de
comer, fingiendo
haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla
lumbre que teníamos, y, al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca,
comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que
maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Espantábase,
maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.
-No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano.
Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo
disimuló como si no lo hubiera sentido. Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi
jarro como solía, no pensando el daño que
me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía; estando
recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los
ojos por mejor
gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que ágora tenía tiempo de tomar de

venganza, y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le
dejó
caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre
Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y
gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había
caído
encima.
Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los
pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me
quebró los
dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.

También podría gustarte