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ILDiI!ría
No. 366, Mayo - Junio 1987
INDICE
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LA REALIDAD NACIONAL
Para esbozar el cuadro nacional que determina tales planes me
bastaría seguir las líneas que ha trazado especialmente en documen-
tos básicos el Partido Agrario Nacional, con un claro espíritu analí-
tico y un noble afán de la República. La población panameña se ha-
lla dividida entre una minoría de nuestras urbes principales y una
notoria mayoría rural dispersa y abandonada en nuestros montes,
sin vida del espíritu y en lo trágicamente primitivo de la vida física.
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EL TORO
En este amanecer por Claridad, apenas en su prólogo, la mar pa-
rece un jugo de luceros.
Por esa mar así tan rútila, bastante lejos, un solitario barco de
turismo, muy ancho y largo, y muy alto, de blanco nítido, de tres
chimeneas blancas también, pero éstas, en lo superior, con unas
parejas franjas azulencas. El barco enorme es imponente mas sin
arogancias, como los hombres de valor auténtico, casi siempre
poseedores de una regular y no estudiada ni fraguada majestad
intrínseca y serena.
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al Chino Nato, usted señor! ¡Qué bueno era el Chino Nato! ¡Pobre-
cito! Lo difuntó una noche, allá en su tienda, un marinero de mari-
nería de por el Sur, para robarle del mostrador quince balboas. ¿y
sabe cómo el marinero mató al Chino? Pues con punzón de picar hie-
lo, el barbarÍsimo. ¡Muy barbarísimo en la maldad ese marinero, que
no creía en el Señor Dios!
El New Amsterdam avanza en un océano sin oleaje. Yo soy
oleaje interior.
-Creo que oí mencionar al Chino Nato. ¿ Y que hacías tú por ese
callejón del Chino?
-Jugaba toros en la placita donde se acaba el callejón, cerca a
esa casa mayor en que mandaba el Presidente.
-¿Pero de qué vivías allí?
- En ese tiempo iban a Panamá muchos toreros, de verdá. Iban
el Gallo. Y Joselito. y el Belmonte. Y el Espejo. Y el Morenito
de San Bernardo. Y otros más. Y lo mismo que en la guerra toitos
los chiquilos juegan a la guerra, como había tantos toreros los
muchachos de por allá jubámos toreo. Yo era toro. Y me pagaban
por ser toro, en la placita del callejón, mis cuatro riales. O seis
riales. ¡ Uf!, y hasta más. Así iba ganando yo. Y bastante aquello
pa esos tiempos de esos días.
Mi presión sanguínea siempre ha sido inalterable en el dolor, en
el obstáculo, en la cólera. Pero ahora siento que sube extraordina-
riamente mi presión, por excepcionales emociones rápidas.
-¿Quiénes jugaban a los toros?
-Déjeme ver... Déjeme ver... Pues los Arango. y unos Fábriga.
Dos Orilá (dos Orilac). Dos Arosimena (Arosemena). Un mucha-
chito Legüis (Samuel Lewis). Un Chico Barro (Chichi Obarrio).
y otros así. Hasta cuatro más...
Este buque de turistas, que contemplo ahora otra vez tras venta-
nal y limoneros, sigue con su prestancia color blanco por la Punta de
San Carlos, rumbo al Norte. ¿Atractivo éste como aquel otro del
Océano Atlántico? ¡No! ¡Qué va! El otro era superior. Pues nada
como aquello que había allá, y que yo vi, y sentí, y viví en aquel
otro barco, New Amsterdam..
Claridad, Julio-19 7 4.
GLORI
Ha aparecido nuevamente -edición póstuma- para una fascina-
ción casi mundial, el "Una Donna e Mussolini", la osada autobiogra-
fía de Leda Rafanelli. Pero esta ebullción común, como la anterior,
no tiene explicaciones aceptables. Ni la Rafanell, ni la Rachel de
Mussolini, fueron' jamás sentir fundamental del Duce. Clara Graziela,
o la Petacci, fue el verdadero amor de Mussolini, y para Mussolini,
muy raigal y pasional, de exclusividades rechazantes, y único. Ella
de veinte y Mussolini en algo más de los cincuenta, pero llevados con
acierto. Este rector del Faccio itálica había realizado ya, hacía un
decenio, su marcha histórica hasta Roma con sus banderas y clarines,
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con sus cien mil camisas negras ostentosas. Lo mismo que en la so-
nante Aída, de Giuseppe Verdi, en el desfie de los vencedores que
retornan de Africa. Ya habían sido las conquistas de la Abisinia y
de la Albania, fáciles y rápidas. Ya era así, por los lugares italianos,
el Imperio nuevo, con Mussolini portador del cetro, y en improvisada
imitación del otro Imperio secular y casi de leyenda. Y la Petacci,
abandonando al muy buenmozo conyuge toscano, fue caminando
por las vías romanas tras ese Emperador, quien a su vez venía como
un levísimo trasunto por senderos de luz de dos milenios. Lo físico
y lo espiritual de una mujer, como una propicia ofrenda para el
César i Ave Cesar Imperator!
Los primeros encuentros de los dos fueron en una abandonada
casa oficial, por el Transtíber, y después en algo escondido Centro de
Estadística, no muy lejos de Piazza Berberini, donde está el Bernini.
Pero el hábito forja el desembozo, y repentinamente, como en salto,
esas citas de amor acontecieron en II Palazzo di Venezia, Piazza di
Venezia, cónclave del Faccio, asiento del Gobierno nacional desde
el cual el Duce oteaba cotidianamente los horizontes italianos con
una desconfianza que ese surgen
te semidiós tomaba pronto en la
confianza. Y así, el precavido amor de Clara y Mussolini se volvió
audaz y retador, casi de propensión beligerante.
Ante ese desafío resuelto, Clara Petacci comenzó a ser ya, para
la capital y la nación, la descarada que iba llevando su descaro a
un éxito insolente en que la hembra, libre de su túnica también se
liberaba del natural recato ante el Imperio. Se la estimó como a una
presuntuosa ególatra, dispuesta a recibir a toda costa, sobre la piel
en juventud perfecta, lo adicional y reflejantemente ornamental
de aquella inmensa llamarada humana prendida por el Señor para el
favor y resplandor de Italia. Era aquella fatídica mujer la repetición
de un pájaro especial, la urraca, que según la noción zoológica
asegura, lleva siempre entre su pico, hacia el nidal, cosas y cosas ruti-
lantes. Y llegó al clímax el escándalo. Pero, por el creciente miedo
general a Mussolini, era de dientes apretados, casi sangrante, aquel
escándalo.
Mas va llegando para Italia, no la hora cero, sino la hora bajo
cero. El Eje Roma-BerIín- Tokio tiembla y desespera. En esa
Italia lo ilusorio estructural se va haciendo un ascendente crujimiento
desde lo norteño, por el Alto Alivio hasta Sicilia donde George
Patton, en unas penetraciones triangulares, va luchando con su fusile-
ría de América del Norte, con su estrategia singular de " ¡hacia lo im-
posible siempre, y rápido!". Se va apagando el poderío del Faccio,
mero relumbrón de unas metáforas ligeras como de fuegos de artifi-
cio. Huyendo a la tempestad, se van las águilas romanas, renacientes
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está su nombre entre los reos, señoral" Ella otra vez, con esa vibra-
ción que presta siempre la voluntad alzada hasta lo máximo:" ¡Nada
me importa que no esté ni nombre, y yo me voy con él y su destino!"
y aquí en este terminar, se hace una realidad el tierno y clásico
decir con el cual se esboza algunas veces a los idilio
s empezantes:
"Como hermana y hermano,
se van los dos cogidos de la mano"."
Por el trecho fatal, Clara Grasiella, así mano apretante de la
mano, expresa cariciosamente a Mussolini: "Vade con ti a l'ómbra.
¿Questo ti piace?" (me voy contigo hacia las sombras. ¿Ello te pla-
ce?). Pero en Mussolini es la respuesta del silencio, ya prologal de
todos los silencios. Y cuando caen juntos los dos, esa sonrisa singular
que tuvo iniciaciones en Claretta cuando el encuentro súbito por
la vía de Dongo, todavía está intacta allí sobre el inerte rostro pálido
como signo vital de amor hasta en la muerte.
Leda Rafanelli -repito que la segunda publicación es póstuma-
murió por el setenta y dos, y hay una cruz determinante sobre su
túmulo en Salerno. Pero en cuanto a la Petacci, nada se sabe de su
tumba. La Rafanell quiso perpetuarse con unas páginas eróticas.
y Clara GrazielIa no redactó nunca una sílaba sobre la pásión del
árbitro de Italia y de ella para ese árbitro. El bullcio sobre la Leda
pronto pasará, pues la mediocricidad siempre es efímera. Y, contra
ello, la majestad creciente de Claretta, la mujer más iracundamente
despreciada en la centuria veinte, comienza a ser, en cuanto al
redentor final de su existir humano, como una imposición en los
espíritus selectos. Porque rompiendo moldes de las tragedias habi-
tuales, desde Willam Shakespeare hasta O'Neil y Kaufman, esa Clara
Patacci, con su propia sangre y sus propios nervos, valiéndose de su
vida y su sonrisa como elementos primos del portento, ha creado la
tragedia de sencillez y dulzura, o sea lo maravilloso y nuevo de lo
alegre-trágico. Además, Clara Pettaci, frente a la opacidad de Leda
Rafanell, con la infinita comprensión de Dios para la muy risueña
mártir espontánea, flotando en una inmortal ingravidez, está por
siempre en la gloria...
Claridad, sábado 17 de abril de 1976.
Claridad, Noviembre-1974.
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del ser humano mayestático, que tiene una libertad, antes que todo,
para aplicarla a una labor de realizaciones casi milagrosas, es la única
que cabe dentro de nuestro régimen presente, dentro del Estado que
tenemos. Yo no afirmo, ni puedo afirmar -digo en otras palabras
más concretas lo que ya antes he esbozado- que nuestras libertades
para el hombre dejen de ser una reserva para oponerlas al intento de
cualesquiera mandones de ocasión, que surgieran en nuestra patria
con la abrupta animalidad de los zarpazos tigrescos. Pero además de
la libertad como reserva, o con ella, y con más importancia que ella,
está, en los tiempos pacíficos de nuestra vida demo.crática, la otra
libertad primordialmente destinada a llenada, por cada cual, de un
rico contenido que se derrama hacia la sociedad para la dicha de to-
dos. Si viene a nuestra República algún día -y yo confío en que
nunca venga- up régimen de transgresiones anacrónicas, que enton-
ces nos dediquemos, olvidando lo demás, a defender la libertad
humana como cercado inviolable. Entre tanto, el trabajo constructi-
vo. Nuestras libertades no son, a título de que vivimos confiada-
mente dentro de una paz jurídica, libertades de almohadones, o li-
bertades de hamaca.
Sin que se pueda argüir a este respecto que por qué el individuo
tiene que hacer si el Estado que se creó en el 46 se ha abstenido de
hacer, o ha hecho poco. Por una parte -como creo que ya lo he
dicho anteriormente- solo soy en este instante el intérprete jurídico
del sentido y misión de la personalidad individual, o de lo que signi-
fican hoy sus libertades o derechos. y no soy un funcionario de
estadística, destinado al inventario, en números o en curvas gráficas,
de lo que dejó de realizar, o realizó, nuestro Estado nacional, desde el
10. de Maro de 1946 a Mayo del año 1964. Y, por otra parte, si
el hombre no hace dentro de su libertad, como está obligado, porque
el Estado tampoco hace, o porque hace poco, caeremos en la fatali-
dad de un círculo irrompible: "Yo, hombre, no hago lo que hasta
ahora me es posible hacer con los pocos, bastantes o muchos ele-
mentos que poseo dentro de mi libertad, porque tú, Estado, tampoco
haces todo lo posible dentro de los imperativos que te marca la Cons-
tituición del 46". Y "yo, Estado, no hago lo que debo hacer según
mi obligación constitucional porque tu, hombre, tampoco haces
dentro de la contemporánea interpretación de tus libertades y de
acuerdo con los medios. aun cuando sean ellos escasos, que hasta
ahora te he proporcionado, o que posees por tu cuenta". Sería
un equilibrio de inercias, como excusa o represalia. Sería la tragedia
constitucional. Sería echar por la borda, al mismo tiempo y para
siempre, los principios nutricios, para el Estado y para el hombre,
jurídicamente plasmados en la Constitución que nos rige.
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LA "COSIFICACION" DE RECASENS
Luis Recasens Siches, quien ha sido profesor de la Universidad
Autónoma de México, de Tulane, de Madrid, y de otras egregias,
tiene en su "Tratado General de Filosofía del Derecho" un título
completo sobre la vida humana "objetiva". Y allí dice:
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¿Cuáles son los motivos por los cuales tantos que pueden hacer,
y hacer mucho, no hacen como los otros que poseen iguales o inferio-
res condiciones? Ellos son múltiples. Y merecen un ensayo separado
y hondo. Pero yo solo esbozaré aquí, a la ligera, algunos de esos mo-
tivos :
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al are, han sido así también con sus museos no oficiales, con sus
gaerías no oficiales, y, en estos últimos tiempos, con su Lincoln
Center fantástico, que es foija individual únicamente, y en el cual
comienzan a concentrarse todas las posibildades estéticas del Univer-
so. Se suele hablar a la ligera de la conquista del Oeste. Pero la
conquista del Oeste no fue un exclusivo y grato trasladarse a Califor.
nia. que recibiría a los inmigrantes con imaginarios regueros de oro
por los suelos y con ilusorios jardines paradisíacos. Las trece Colo-
nias de los finales del diez y ocho eran embrionaros establecimientos
de las cercanías del Atlántico. La conquista del Oeste fue la domina-
ción de toda una increíble inmensidad territorial, hosca y bravía.
por los centauros de esas colonias, contra la fiebre, contra el áspid,
contra la flecha envenenada, ante el abismo, frente a las cumbres
hendidoras de los cielos y los torrentes insalvables. Rememórese.
como ejemplo, la conquista de Oregón. Según Nevins y Steele
Commanger en su "Biografía de un pueblo libre", por las abruptas
vías hacia Oregón nacían los niños, fallecían los nacimientos y
eran éstos enterrados sin que siquiera hubiese tiempo de colocar
una cruz sobre su túmulo. Para los que encontraban indios, leopar-
dos y mal tiempo, o eran víctimas del cólera, aquel viaje inverosímil
resultaba una terrible agonía. Y sin embargo -sigue la "Biografía
de un Pueblo Libre" -al aparecer cada día el sol en el horizonte
desértico, desde los carretones en reposo transitorio se escuchaba
el W'ito "¡Arrba! ¡Arribal" Y en 1849 Oregón se encontraba ya orga.
nizado como terrtorio. En 1964 tiene más, mucha más riqueza, y
más cultura que nuestra República. ¿Por qué? Porque los hombres, no
los decretos oficiales, daban el grio de " ¡arriba!'. ¿Cómo? Bajo el im-
perio de una constituci6n de fundamentos clásicos, en que solo se
plasma una libertad pasiva, o meramente protectora de los derechos
del hombre, que éste transformaba por sí solo en libertad de ejecutar
construcciones milagrosas. Y si nosotros que tenemos una Constitu-
ción en que la libertad no es solo de protecci6n sino también de un
realizar obligatorio, sin embargo no hacemos, no producimos, cada
cual a altura máxima, a la voz de "hacia adelante", o "hacia arba.',
esta nación panameña no prosperá a pesar de todos los deseos, o a
lo sumo prosperará con paso lento como de bueyes cansinos.
PREOCUPACION y DESAHOGO
Y oídme ésto que os diré como preocupación y desahogo: El
Estado tiene que hacer como interventor en la justicia social, y como
auxilar del individuo, sobre todo para ayudar y levantar al enfermo,
al mal nutrido, al ignorante, al que vive todavía en una vida primaria,
y no realiza libertad activa porque no puede realizarla. Pero el
Estado es solamente una persona jurídica, como sus entidades
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131øgio de Justo.
Arosf!mena
Discl'søpronuftciado pø
JOSElSAACF ABlttGA
.li~töiMéxco,e12S..ck..FebJ'o.deI9M,..al~ft~al..
Wbiè0y...Pueblo Mexcao"a nomb.del. Ese..o.
St'PIelente,. Riearo.M. Aras EipiltÉ)a,.. y. de la
NØi.,nPanameíia, la estatua del U-.tre patrio.
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Capítulo V
del ochenta era una ciudad muy sucia, pobre, abandonada, próxima
a la ruina. Sabía también, por las conversaciones que escuchaba en
casa de mi abuelo, que la frustrada obra del canal francés, con las
distintas prórrogas habidas, sólo había dado a Panamá un restringido
auge ocasional, como a puñados esporádicos que no causó ningún
realce estable y apreciable. Y conocí igualmente -lo conocía tam-
bién cualquier muchacho como yo, de once años~ que la llamada
Guerra de Mi Días había barrdo con todo asomo de lo próspero
y había hundido a este país, y sobre todo a esta capital, aún mucho
más en la miseria casi sin remedio. Así, esto que yo veía ahorajubi-
losamente, me daba una sensación de repentino amanecer, lleno de
luz, de erial de pronto convertido en huerto próvido.
Es cierto que ya en aquellos días de mi llegada José Domingo de
Obaldía, nuestro Ministro en Washington, había enviado al Gobierno
de la Casa Blanca aquella nota escrita por Morales en que se hacían
muy graves advertencias sobre las interpretaciones del Tratado
Hay-Bunau Varilla. Pero ello era sólo preocupación muy bien funda-
da de nuestros altos y entonces reducidos círculos con preocupación
intelectual idónea para apreciar estos problemas. Y en lo general,
la colectividad se hallaba bien impresionada con el mensaje halaga-
dor que personalmente trajo el Secretaro Taft en representación
de su Gobierno. Y más impresionada estaba todavía porque el
propio Teodoro Roosevelt, desde las gradas de la Catedral, había
dicho a Amador Guerrero lo siguiente ante multitud que oía con
optimismo: "Yo os empeño mi palabra, y en nombre de esa palabra
protesto a vos y a vuestro pueblo las seguridades de mi cordial apoyo
y de un trato mutuo que se funde en las bases de una completa y
generosa igualdad entre las naciones", aquello era, en realidad, un
aliciente, y grande.
Fuera de esa seguridad que Taft ,y Roosevelt ofrecieron, había
una exultante sensación de un respaldo universal para nosotros.
Pues salvo el caso de Colombia --muy explicable por aquellos años-
todas o casi todas las naciones habían reconocido nuestra indepen-
dencia de manera explícita. Nuestro escudo nacional aparecía
por todos los despachos públicos. Flameaba nuestra bandera nacio-
nal, abierta al sol y a los vientos. El "Alcanzamos por fin la victo-
ria" de nuestro himno panameño era la esencia de lo que se sentía
en esta capital en esos días cargados de entusiasmo. Y junto a ese
Himno Nacional, la fe elevaba cantos optimistas mientras se iban
foijando planes y más planes con certeza de éxito. Corría el oro del
Canal. Y una abundancia hasta entonces nunca conocida corría
también por todas partes como el oro, y parecía adentrarse en los
espíritus.
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te. Por ser así, muy respetuosamente hago yo míos los cuatro ver-
sos a fin de determinar airosamente este capítulo sobre la ciudad
que vi, que conocí, y por la cual desde el primer momento yo tuve
tantas simpatías...
Capítulo XI
Cuando murió el forjador de empresas y filántropo, don José
Gabriel Duque, le siguió su hijo don Tomás Gabriel còmo Director
de La Estrella de Panamá y del Star and Herald, y copartícipe en
múltiples industrias. Por ello, y porque tenía plena confianza en
don Jerónimo Avilés -ya afianzado en nuestro medio- don Tomás
iba al periódico con frecuencia bien nutrida, pero no lo hacía de un
modo cotidiano. Así creo que nunca se había dado cuenta don
Tomás de quién era este tal Fábrega cuyo nombramiento para repor-
tero había él autorizado hacía no mucho.
Sin embargo, un día cualquiera ya casi al anochecer, uno de mis
compañeros en el ofkio de buscar noticias me dijo en alta voz y
repentinamente: "i Fábrega a la Dirección!. Te espera en esa oficina
el señor Duque." Sentí extrañeza. Me fui a la Dirección y tras el
saludo hubo este diálogo:
---¿Usted es Fábrega, el que con mi autorización fue ascendido
por Aviés a reportero hace algunos pocos meses?
-Sí, señor Director, para servr a usted en lo que pueda.
-Agradecido. Y dígame una cosa: ¿Usted corrigió una vez un
editorial que Avilés había hecho bastante mal, y después usted
prestó ayuda a ese Avilés con otros editoriales que él hizo aparecer
en el perdiódico?
-No, señor Duque. No ha habido nada de eso.
-¿Que nunca ha habido nada de eso?
-Ya se lo he dicho, señor Duque.
-¿Por qué no dice la verdad, como es lo propio? Jerónimo
Avilés me lo ha contado todo, espontáneamente, y con detales.
-Don
Jerónimo Avilés, mijefe inmediato, me dio implícitamente
un voto de confianza. Me pareció una traición, y hasta una indebida
ostentación, contestar con sí ante su pregunta, señor Duque. Ahora
expreso ese sí sin el menor reparo. Le adiciono que ahora son ya
escasísimos los editoriales o proyectos de editoriales en los cuales
ayudo a don Jerónimo. Porque, como usted sape mejor que yo, a
más de que se cuenta con algunos colaboradores para la columna, ya
don Nicolás Victoria J., quien mejora de salud, está empezando a
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Capítulo XXV
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Porque la vida suele ser por todas pares más abundosa y repetida,
y suele ser también más vara o poliforme sobre el proscenio del
planeta. Esta mi apreciación, tan categórica, no viene de lucubracio~
nes hondas y complejas. Mi estimación proviene de lo simple. La
está ofreciendo la óptica.
Pues la vida se va imponiendo aquí y allá, con mucha seguridad
en demostrarse, en su expansión continua, en sus andares fáciles,
confiada cn que para ella no hay la frontera ni el obstáculo, con algo
así como una ccrtidumbre firme de que ella es indispensable en todo
el orbe, y para el orbe, y sobre el orbe. Y ello es así en la entera rea-
lidad, pues si la vida está fundida con el hombre, ella también está
regada en el gredal que el hombre pisa con su planta. Sin esa vida
múltiple y feraz, no observaríamos nunca aquellos leños que se hacen
llama en el bohío, ni a este frto de aquí, en su madurcz, que ante
nosotros cae sobre la grama, ni a esa gaviota solitaria que se fugó
quizas de un verso de Miró y ahora va por esos cielos sin saber
a dónde. y así la vida, tan fundamental y tan eleml'lltal, tan efectiva
y absoluta, es siempre vibración y calidez en lo hondo del océano,
en la cumbrera, y en el cedral, el matorral, el colmenar, y en la crjsá-
lida. La vida está callada y soterrada en este peligroso tremedal
cercano al río. La vida está, golpeante y resonante, en este potro
que por allá va galopando para desbaratar al horizonte con su crin
revuelta. En el cenit, anda ella en inquietud, indócil y traviesa.
En el nadir, la vida anda de ronda....
¡Cómo no ha de creerse, pues, con apreciaciones del vistazo o
golpe, que el continuo misterio de la vida ha de ser siempre, para
siempre, de fascinaciones primordiales, de jerarquía no comparable,
ya que ella es así tan adpatada y adaptable, tan rodeante y tan
próxima y distante! Por eso se ha inquirido sobre su origen en no
escasas veces. Y, tras esa inquisición, algunos dicen que surgió la
vida repentinamente, en generación o brotes espontáneos. Y dicen
otros que a la vida hay que tenerIa sólo como a una sucesión de vida,
que en su decurso va trayendo en sí los gérmenes de otra y de otras
reemplazantes vidas, en dirección a lo infinito. Mas nadie se confor-
ma con una u otra explicación, no aclaratorias, sino confundientes.
Pues cada una de esas versiones, cómodas y fáciles, más que un oníri-
co puente establecido encima del abismo, es un abismo echado a la
ligera sobre un puente onírico. Y, entre tanto, sigue la vida indife-
rente, en su expansión tenaz, en su carrera rápida, llevándose ella
siempre en sus entrañas la invarable incógnita.
Mas, pese al permanecer de ese misterio en cerrazón total, sobre
el origen de la vida, por aquella notoria condición de ser la vida tan
universal y de hallarse esa vida tan omnipresente, nos solemos olvidar
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y ahora aquí, con esa misma lentitud, pero con logro exacto, el
pensamiento humano va aumentando su capacidad y calidad, se va
afianzando, se va nutriendo de cualidades cooperantes, hacia lo
mejor y superior, con dirección a lo perfecto. Y continúa así ese
pensamiento realizándose, ahora en plenitud segura, haciéndose de
completa percepción, de memorización, de vinculación, y de abstrac-
ción, para el dominio en el análisis preciso, para las generalizaciones
atrevidas, para llegar a la universalidad sin detener su audacia, y sobre
poniéndose inaudito con un desdén de circunstancias, y más allá del
tiempo y del espacio. Y ahora ya ese pensamiento, echado a lo
absoluto, resulta con idoneidad para escoger semilas apropiadas,
trazar los zurcos paralelos, propulsar al hecho, fabricar los pueblos,
esbozar doctrinas, dirigir los rumbos, acoplar los ritmos, ir impulsan-
do a la Historia. Siendo unidad, se va hacia la eficaz diversidad prolí-
fica; siendo central apretujada, se hace sin embargo elástico para
lograr lo heterogéneo. Su dominio tiene algo divinal: nada sobre
el, todo bajo él, parece ser su condición ingénita.
Pero he aquí que en esas graderías mentales ascedentes hay un
instante, un tramo o un peldaño, que no es posible ubicar bien en
esa escala tan parecida a prematura escala de jacob, pero que está
sin duda alí por algún punto del proceso mágico. Es el peldaño, o es
el punto, o el instante, en que el humano, en su evolución mental
maravilosa, no se reduce ya a pensar en lo exterior, en lo que afuera
ven sus ojos, palpan sus manos, oyen sus oídos con fervores cándidos.
¡Es el instante singular por su intensidad conmovedora, no superado
en el proceso, en que el hombre se percata, tenso en sus asombros,
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mico. El hombre siempre había creído que su tierra .la tierra del ga
lardón por tener él un pensamiento constituía la dimensión y la
función suprema en el sistema planetario entero. Y Tolomeo de
Egipto había auspiciado esa teoría, o acrecentado el sueño humano,
cuando en Alejandría puso en los cielos, por las noches, ojos escfU-
tantes, y declaró a la humanidad que ésta su tierra era eje y centro
universal de lo que existía y brilaba en los espacios. Pero pasan
centurias, y Copémico proclama, con marcada exactitud en cálculo
astronómico, que la tierra solo es un súbdito pequeño alrededor del
sol, y que sigue a ese sol, uniéndose a su séquito como un paje hu-
milde. Y hay una conmoción en el espíritu del hombre, que de
pronto se siente rebajado al rebajársele su tierra, su propiedad, su
hogar y pedestal, y su proscenio. Y el gran pensamiento humano,
confundido, amengua la intensidad de sus creaciones. Porque es ya
la nueva crisis. Y, èn la crisis, no pocos hombres de superioridad
en el pensar van doblegando la anteriormente siempre levantada testa.
La crisis por el proceso contra Sócrates tiene un propicio desaho-
go en la sagrada cólera platónica, cuando Platón, ante aquel eco
criminal de la sentencia contra el hombre sabio que anhelaba defi-
nido todo, y hurgar en todo la verdad suprema, categórico y airado,
y con mucho desdén, y con decir rotundo, dicta a la inmortalidad
su libro La República. Y tal crisis, con los años, va remansándose
en fervores místicos cuando Erasmo de Rotterdam, ansioso de que
el pensar humano sobreviva intacto, alza los ojo,s a los cielos, y
expresa aquella inolvidable invocación de ruego: iO Pater Sócrates,
ora pro nobis...!
La crisis que inició Copémico, sin él buscarIa ni quererIa, se hace
de pronto una nueva exaltación de los espíritus sensibles aquel día
en que BIas Pascal, tan elogi~do luego por Martín Buber, el gran fió-
sofo israelí, expresa repentinamente a aquellos deprimidos, como en
una inesperada ráfaga de aliento: "Verdad esta primacía del sol, y
esta minimez de nuestra tierra. Verdad también, por una conexión,
la pequeñez del hombre en relación con la pequeña tierra en donde
habita. Pero igualmente es la verdad que este hombre, así tan redu-
cido, es el único ser con una capacidad casi divinal para medir tama-
ños, conocerse a sí mismo como brizna, examinar la relación, estable-
cer la proporción, y distinguir lo mínimo y lo máximo. De tal modo
que así - pregona Blas Pascal - j el hombre es grande por su gran
espíritu!". Y entonces, por el eficaz decir de BIas Pascal, hay un
efluvio por el mundo. Sonríe otra vez el hombre pensador. Pone
los pies encima de la crisis. Va él irguiendo de nuevo esa cabeza
que era doblegada, y el pensamiento humano vuelve a la aupadora
seguridad de su especial grandeza.
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LA ACCION SALIENTE
PRESENTIMIENTO
Fue cierto día en el hogar de doble piso, hecho de adobe y teja
parda, sin portales, y levantado por nuestro Parque Catedral -ahora
de la Independencia- y en vecindades de lo que fue y es hoy aún
nuestro Cabildo. Escribía él, como diariamente, un artículo de
fondo para el día siguiente llevarIo él personalmente, como siempre,
hasta La Estrella, y entonces seguir allí con sus arreglos del periódi-
co. Se hallaba en su biblioteca personal, desordenada con tanto libro
y tanto opúsculo, y tanto periódico de canje, con diferentes idiomas.
Iba él trazando párrafos y párrafos con la acostumbrada prontitud.
No se había percatado, en su quehacer, de que muy cercanas a él se
hallaban allí callada y afectuosamente, doña Dolores Quesada y
María Dolores Arosemena Quesada Rice, ésta la hija predilecta.
Volvió los ojos al fin. Levantó con lentitud la frente, suspendiendo
el redactar, con creciente gravedad, en don Mariano muy excepcio-
naL. Y expresó a las dos mujeres así con la pluma quieta y suspendi-
da, y dando énfasis de solemnidad a sus palabras: "Yo quiero que
cuando muera depositen en mi mano, para irme así hasta el más
allá, alguna Estrella de Panamá o algún Comercio de Lima". No
añadió nuevos vocablos. No se oyó allí nada más en el posterior
silencio largo. Aun cuando se habría podido oír. Porque un fatal
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EL CUMPLIMIENTO
Ese decir testamentario aconteció -casi lo puedo decir yo 'con pre-
cisión- del dos al cuatro de Mayo de mil ochocientos sesenta y ocho.
y el treinta y uno de Mayo exactamente, o sea unos días después
apenas, cuando aún no se había iniciado la solana en esa Plaza
Catedral, y el astro empezaba sólo a echar sus primeras glorias en las
puntas de las dos torres coloniales, don Mariano Arosemena, de
setenta y cuatro años de edad, pero pletórico de vitalidad espiritual y
físca, al abrir en el piso alto una ventana para que entrase mayor luz
de esa naciente, con el ímpetu perdió la estabilidad. Se fue hacia
abajo. Chocó contra el empedrado de la plaza, hecho de piedra de
los ríos. Y sin agonizar, murió entre púrpuras...
y arriba, con su dolor, María Dolores rememoró el reciente en-
cargo paternal, tan sentencioso. Si encontró, en su natural pertur-
bación, en cercanías a la recámara mortuoria, un número de La
Estrella o del Comercio, no lo sé bien, pues ni lo he leído, ni me lo
han dicho los míos. Pero si sé que halló uno de los dos. y lo
llevó María Dolores, temblorosamente, al atáud. Y lo apretó con su
cariño triste entre la antes peleadora garra de la diestra, todavía no
rígida. Para que don Mariano se fuera de la vida, como lo quería y
lo había pedido, con sus páginas de imprenta, en muy justa prolonga-
ción de su tan profundo afecto de periódicos. Su predilección con
él en la existencia, y su predilección con él, en el ya no existir más.
Anteriormente en la luz, y ahora en las sombras. En la inquietud
constante y en la quietud de permanencia eterna. En el todo y en la
nada. Sobre la tierra, bajo la tierra, con sus páginas, en comunión
infinita...
EL BUEN EJEMPLO
Esto fue lo que me enseñaron escritos ya amarilentos por el
tiempo, y sobre todo, como he dicho, ese cQntinuo traspasar de tra-
diciones íntimas, venidas hasta el ahora por el cauce de los míos
como un muy ligero arroyo largo de sentires quedos. Y la figura que
he esbozado ante vosotros de una manera propicia, pues don Maria-
no Arosemena es y será, como el genio tutelar de los hogares roma-
nos, protector e inspirador para nosotros, hoy y siempre, en la fami-
lia periodística, conduce a los siguientes comentarios, meditaciones u
orientaciones, y conclusiones precisas:
Dado que, como ya expresé, lo que hicieron los antepasados bien,
merece ejemplo, me explico muy claramente que en mi infancia se
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TECLAO Y MUSICA
Cuando venía algún intervalo, me iba, corriendo escalera abajo,
a los talleres. Y colocando a un lado mi valija de guardar papeles,
muy desgastada ya ella por el constante manoseo, aprendí de Jeffers,
a cambio de tres o cuatro cigarlos que me iba consiguiendo yo de
aquí y de allá, a fijar velocidad exacta; ya ajustar resortes; ya mover
palancas, para mecánica de prensas, chica y grande. Recuerdo, y
con claridad, al largo y encorvado Joe, un hijo de un antillano, con
corazón muy nacional de santanero clásico, quien me enseñó bastan-
te sobre ramas de cuadrilátero de planas; sobre lingotes de a seis pun-
tos, divisorios verticales de columnas rectas; y sobre aquello de una
plica, o dos, o tres, según cada circunstancia, en separación de los
parágrafos. Y recuerdo lo mismo, y con cariño grande, a Romerito,
y a Bissot, y a Cañizales, tres maestros de la tipografía y de la bon-
dad. Me permitieron ellos, echándose la responsabilidad por los peli-
gros, hacer ensayos de tecleo en los linotipos. Yo allí, dando con los
dedos, sentía el fogaje de mi júbilo, y del potente foco eléctrico.
Pero seguía y seguía golpeando más en el teclado, y con la lectura
en el atril de acero liso. Porque sentía yo, en mi muchachez, la muy
exaltante sensación del artista frente al piano. Y que estaba -así
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EL SEROR INSPECTOR
De súbito me trasladaron, por alzarme, a inspector de los reporte-
ros de La Estrella, para revisar allí lo escrito por los otros. Pero no
quise el oficio. Porque me daba desazón esa tarea ante los otros
compañeros íntimos y de mi mismo nivel, en conseguir información
particular o de oficina pública. y al ser yo muy tozudo en la renuen-
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SIGUEN SECUELAS
TRASCEDENCIA
Lo mismo que conoció bien don Mariano que no bastan ni libros,
ni cuadernos, ni maestros en la escuela, para sembrar ilustración y
para mover debidamente cuando es preciso estremecer las almas
con un bien recio estremecer. ' Suprímase los periódicos, y no pocos
ánimos creadores quedarán impávidos. Suprímaselos, y habrá poca
cultura de país. Suprímaselos, y quedará la Historia dividida en dos.
Benjamín Frank1in escribió Memorias y volúmenes científicos. Pero
también se fue al periódico. Y Simón Bolívar no se acercaba a hojas
periodísticas porque no había imprentas por sus marañas primitivas
y sus toldas guerreras trashumantes, aunque sin duda le habrían placido
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lA JORNADA ULTIMA
y vuelvo, por conexión, al Mayo de sesenta y ocho, en ese hogar
de don Mariano, en Catedral, y en cercanía del Cabildo. Porque eso
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este Banco, hemos perdido "ese miedo de vivir" que analizó Henry
Bordeaux en páginas definitivas. Manteniendo cada cual dentro de su
sitio en el Banco, cualquiera sea ese sitio, el ímpetu para realizar,
mantendremos también el empuje de nuestra institución y ganaremos
la fórmula para que nuestra vida, ya sin miedo, sea, además, una
vida constantemente jubilosa.
NO HA Y EN LA VIA CUMBRES MAXIMS
Y, por último, escuchadme lo siguiente; Ni nuestra connatural
dote de habilidad, recientemente descubierta y antes perdida, ni cono-
cimiento teórico y práctico, deben significar jamás para quienes labo-
ramos en el Banco que hemos llegado a la cúspide de los aciertos pro-
ductivos. Toda la existencia humana debe conducir a un proceso
de mejoramiento. Y ese proceso encierra su atractivo mágico en
que él corre y corre siempre hasta lo infinito. Pueblo, institución u
hombre que creen haber alcanzado la cima, envuelven en esa creencia
el dramático empezar de un inmediato y rápido descenso. En la
geografía existe el pico del Everest, en las montañas Himalayas;
como la más alta de las cimas, y así seguirá él perpetuamente con s~
magnitud inigualable. Pero no hay dimensiones máximas en la ex-
tensión de la vida. Olvidémonos de la medida de cumbres en el
ascender de nuestro Banco. Se va subiendo y subiendo siempre. Y
la institución no tiene un tope en el ascenso.
PRIMERA REAliDAD
Frente a la escasa posibildad de que el fenómeno nación desapa'
rezca en el mundo, el panorama de los tiempos nos está diciendo
que ella -llegada a su floración con la victoria del pensamiento libe-
ral, en la centuria diC' y ocho- se sigue reafirmando en el presente
y echa nuevas raíces que ya se adentran a la hondura de los siglos
próximos. Luego, no es lo razonable despreciar, o soslayar, a la
nación como un hecho permanente.
SEGUNDA REAliDAD
Las experiencias manifiestan que no todas las naciones constitu~
yen un peligro para la paz en la tierra. En otros términos: El nacio-
nalismo, en su acepción común de orgullosa predestinación o de tarea
mesiánica, no es condición esencial de la nación en sí misma. Se
puede conducir a la nación hacia el extremo del nacionalismo intran-
sigente, por un soplar continuo y malicioso en el brasero del senti-
miento colectivo. Y así el nacionalismo hitleriano se acentuó con
la estridente repetición del clásico "Blut und Boden" (sangre y suelo)
lanzado como un "slogan" sobre las masas alemanas con intención
que rebasaba en mucho los linderos de una inocente síntesis política.
y en lo jurídico estalló -si lo bárbaro cabe en lo jurídico- en la
bárbara definición de Rosemberg: "Derecho es para nosotros única-
mente lo que sirve a la grandeza germánica". Pero ha habido y hay
en la tierra todo un acervo de naciones, sin peligrosas reacciones
de nacionalismo psicótico, que han cumplido noblemente su misión
para la paz y la cultura del orbe. Y ello es así sobre todo en las
naciones pequeñas, como sería precisamente nuestro caso panameño.
Pues, salvo raras excepciones, muchas naciones como Suiza, Noruega
Bélgica en Europa, y el Uruguay en América, al afianzar lo nacional,
solo han dado la resultante de una cuota para el progreso del mundo.
y así cabe la insistencia en declarar que una cosa es la nación, y otra
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CUARTA REALIDAD
Con el nacionalismo hiperbólico, la nación se torna en amo, y
el individuo en esclavo. Pues allí la naciÓn es en sí fin exclusivo,
y el individuo un aporte, anónimo y encorvado, para servir a ese
fin. Pero en la nación equilibrada, la situación es diferente. Y lo
diré con las palabras del catedrático español doctor Luis Legaz La-
cambra en su novÍsima obra "Filosofía del Derccho": "La nación
asegura, a través del tiempo, la continuidad de los bienes sociales
necesarios al individuo. La nación inserta al hombre en un medio
nutricio en que se alimenta física, intelectual y moralmente, después
de haber recibido en él la vida". De tal modo -expreso yo- que en
la nación no deformada, si el hombre da, el hombre recibe. Y en-
tonces concreto así la realidad que vengo comentando: ¡en la estrecha
relación de la nación con el hombre, la nación es un ambiente de
bienestar para el hombre!
QUINTA REALIDAD
No importa si la democracia es antes que la nacion, o, por el
contrario, la nación da el ser a la democracia, aunque yo creo en lo
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EL TIPO B
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'3êit~1jia;~endez/Re,.eira:
lil/il~l~f:o....il'po~i()lico...Y...4.(køión....Prô.~i;tiøa..
fervor único, de allí que entre sus mensajejs haya una convergencia o
unidad troncal perfectas. De allí también que sus ideales no cunfun-
dan ni desvíen, sino que sean hitos de luz en los caminos panameños.
:NO QUISO APARECER COMO UN MESIANICO
El no buscó ser un mesías; ni quiso ser un Moisés; ni pretendió
ser una estatua erguida frente al horizonte. Y esa ausencia de vani-
dad en su labor apostólica, es una nueva explicación de por qué no
se dedicó como otros, apresuradamente, a la citada fábrica industrial
de ideales, desvinculados de la sustancia de su espíritu. Los escena~
rios habituales de sus reflexiones y sus prédicas --grupos de juventud,
minorías de sHección, profesores y maestros- indican, por su propia
categoría, que él no calculó jamás aparecer ante la gran masa humana
nacional como el' enviado de Dios o el caudilo. Los temas, siempre
restringidos, de sus admoniciones y consejos, más aún que el escena-
rio, son tam.bién indicación de que él estuvo siempre lejos de la
búsqueda de las aureolas mesiánicas. Jamás dio fÓrmulas económi-
cas para aumentar los diferentes ramos de la riqueza nacional, y
conseguir de tal manera, en el futuro, el bienestar mayoritario. Ni
predicó reformas a nuestros métodos fiscales, para tener en el porve-
nir un erario fuerte y próvido. Ni sugirió transformaciones técnicas
en los Órganos o funciones estatales, con la promesa de un mañana
de perfecciones jurídicas. Presentó, sí, a esa cultura que fue su nu~
men y su norte, como base fundamental indispensable para las próxi-
mas conquistas espirituales y morales, y aun de orden material, en
la República y América. Y por ser él esa cultura una matriz eterna
de valores, desprendió de ella, viendo hacia el mañana, su evangelio
de amor y comprensión entre los hombres, arraigo para la naciÓn,
sostén para la libertad, resorte para la vida democrática, y guía
para la juventud en su tránsito y sus éxitos.
Así exclamó tras la primera guerra universal, frente a la Europa
desolada y al espíritu de los hombres intoxicado s por el odio: "Solo
la educación y el conocimiento mutuo, que crean la simpatía y el
amor, pueden hacer el milagro de establecer la paz entre los hom-
bres" .
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EL ESPIRITU y LA MUERTE
Una tarde del cincuenta y dos, en su casa del Valle de Antón,
a la sombra de un pomarrosa secular que se extendía sobre el
pequeño huerto, platicábamos él y yo, como tantas otras veces, so-
bre cosas nobles. Me refirió, en ese diálogo, que él tenía la costum-
bre de levantarse en plena noche, cuando en sus ratos de desvelo le
irrumpía la fórmula de realización para una obras material, o alguna
idea vertebral para su próximo discurso, y se iba apresuradamente
hacia su mesa de trabajo para trazar una síntesis, y retornar a su le-
cho. El no sabía, ni presentía, en la noche de agosto trece de mil
novecientos cincuenta y cuatro, que al día siguiente -el sábado en la
mañana~ vendría la muerte para cortar de súbito su cadena de accio-
nes y pensamientos. Y me parece posible que, si se buscan en los
últimos manuscritos de Octavio Méndez Pereira, se encuentre, entre
aquellos papeles resguardados por manos femeninas amorosas, alguna
hoja sobre la cual ~en esa última noche del viernes trece~ hubiese él
esbozado a lápiz, con su invariable letra grande y clara, una doble
anotación para una sentencia o parábola, y para una urgente mejora
física en alguna de las secciones del Centro universitario. Esa pos-
trera cuartila, de tenerla aquí entre nosotros, sería, en sí misma, el
más cabal y elocuente símbolo de lo que fue Méndez Pereira en su
vivir, como apóstol y como forjador de creaciones inmediatas. A
falta de esa página sugestiva, valga, pues, ante vosotros mi disertación
sobre aquella equilbrada y asombrosa actividad que hubo en el hom-
bre superior y múltiple. Ha existido exclusivamente el mérito de mi
sinceridad, de una profunda y afectuosa sinceridad, al deciros lo que
he dicho de Octavio Méndez PereIra. Pero .expresó el fiósofo del
Norte: " ¡La palabra sincera, jamás fue del todo perdida!"
12 de Agosto de 1960.
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Co;m"omùo
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EL RETORNO
¿Por qué hablo así en esta forma? Porque los tiempos que han
sucedido poco a poco por un período acentuado no inspiran un ale-
gre canto a la bandera, sino una voz de contrición. ¿Critico con la
pasión del amargado? Yo no soy un margado, porque mucho me ha
dado y me sigue dando mi país, que nada me ha debido nunca, y
sin embargo me ha sido fuente de inmerecida distinción continua.
No soy tampoco un predicador. No constituyo un ejemplo. No
tengo misión de apóstol. Soy solamente un panameño que al recor-
dar en estas horas especiales a don Manuel E. Amador, el autor de
la bandera, se siente en el deber de repetir a tono recio, que repercuta
en la República el clásico grito de Hamlet sobre las losas de Elsinor:
"¡Ser o no ser es la cuestión!". Una vez fuimos. Una vez vivíamos
todos llenos de esperanzas. Una vez en nuestra patria había un risue-
ño porvenir. Y la mejor pleitesía a don Manuel Amadro está, más
que en el elogio a su obra de unas formas inmortales, en el propósito
formal, al cual yo invito, de que un espíritu limpio sea nuestro pró-
ximo rumbo; de que dejemos rencores por una sólida unión de los
hombres de alma recta que existen en nuestra tierra; de que borremos
y corrijamos los pecados cometidos en la vida pública; de que nuestra
conciencia se haga clara y nuestra senda sea exacta; de que tornemos
en ascenso nuestro reciente descender continuo; de que pensemos
menos en nosotros mismos, pensando más en el país. Es hora ya de
que empecemos a considerar de nuevo que en la vida de los hombres
hay motivos superiores e idealistas que dan a esa vida más prestancia,
sentido de mayor altura, y actuemos desprendidamente, despojados
de egoismos y de cálculos, araigando y fortaleciendo a la comunidad
de la nación, impulsando cada cual sin mezquindades para obtener
una mejor y más sólida República. Contamos aún con las reservas
espirituales para hacerlo, pese a que esas reservas no están aflorando
mucho todavía de modo pleno a la superficie de la patria. Echemos
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mano a esas reservas de una manera total con toda fe, sin vacilación
y sin tardanzas. Y cuando llegue ese día -día que yo aguardo espe-
ranzado- de la rectificación total, definitiva, se efectuará milagrosa-
mente otro homenaje como una prolongación del de esta noche me-
morable. Pues, entonces, esa bandera panameña que en el ilustre
compatriota fue creación y fue pasión, se agitará graciosamente en
las ciudades y en los campos, en las avenidas y las mas, en las llanuras
y en las cumbres, orgullosa de ser el símbolo perfecto de una pujante
y renaciente fuerza creadora nacionaL. Y podremos manifestar en ese
día jocundamente: ¡Cumplimos ya con la República. Hemos cum-
plido con Manuel E. Amador, en forma plena. ¡Hemos honrado a este
emblema de la patria en un completo cumplimiento de un muy
sagrado y muy gozoso compromiso cívico...!"
25 de Marzo de 1969
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FORMA Y CIRCUNSTANCIA
Toda creación mental, y su version a la forma, dominan sobre
ambiente y circunstancia, no lo contrario. Se puede y debe realizar
la forja sin influencia de 10 ocasional, en adversidad () en fortuna, y
sin que haya supeditación humilde al invierno o al verano, a sol
que nace o se pone. Probablemente por París, en este instante y en
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anhelo inquieto y del realizar de tal anhelo, cubre y rebasa las magni-
tudes académicas. Por lo cual no se puede ni se debe contemplar
a Alfaro únicamente aquí en este recinto, tan amado porque hay en
él mucha ilusión de nuestras almas, y tan sagrado porque en la patria
es tabernáculo. Sino también en toda la capacidad de un ser humano
extraordinario que tuvo en sí, o que desbrozó, muchísimos kilóme~
tros de horizontes amplios. Y para esa observación del hombre en
su integridad, hay que ir recorriendo y observando la extensión vital
del ser bajo el examen. y hay, sobre todo, que sumergirse en la épo-
ca, que respirar y aspirar su atmósfera, alumbrarse con su luz, adivi-
nar en sus sombras. Es decIr, que la clave del intérprete de ahora,
no puede ser el escenario actual, sino aquel en que el humano va
caminando su vida.
J osé Ortega y Gasset es acertador en cuanto a ambas condiciones
de medición y sumersión cuando, en su "Interpretación de la Historia
Universal", critica él a Harold Toynbee en relación con sus volúme-
nes "Estudios de la Historia". Pues este Toynbee -dice el español-
va examinando pueblos y seres del ayer con un criterio greco-inglés
intolerante, de índole Oxford. Y en cambio nuestro Diógenes de la
Rosa -cuantiosa cifra panameña- no empieza a mediar a Alfaro
con mediciones del sesenta y cinco, sino del año tres más aledaños.
Es cuando la República en surgencIa tiene todavía, por un decenio
y medio aproximadamente, no muy poco de nadir, y escasas perspec-
tivas de zenIt. Se empiezan a abrir entonces las escuelas por urbe
y monte. Pero la tónica nativa dominante no es de cátedra, ni de
ambición de cátedra. La inclinación bastante general en eso primi-
genio, en que Tío Sam es todavía para nosotros Padre Sam, resulta
paz, seguridad, comodidad, gustosamente novÍsimas. Corre el oro y
corre el vino de orígenes canaleros, con una temporalidad que la
ilusión eterniza. El regocijo es capitosa música nocturna. Y nuestros
mozos panameños, confusos en el viaje comercial desde París, o
Viena, o Estambul, cree encontrar en brazos de mujer hechos
círculos mecánicos, nimbo de gloria máxima para hombre.
SURGENTE MAXIMO
y Ricardo AIfaro hace y clava su escalera. Y sube. Entre otros
altos menesteres ascendentes, de escribano en Ministerio a Juzgador
en Tribunal del mundo. De Profesor, ora de Historia y ora de De-
recho, hasta Rector de la República. y todo ese adelantar y recibir
honores, no vienen para él jamás por métodos furtivos. Nunca por el
muy criollo y americano "compa: iécheme una mano!", de este
compadre,. bostezante junto a horcón, a aquel otro compadre que
trepó a la cima con empujón de circunstancia. Nunca por lo del
gitano, que abandona al anterior altar ya exhausto de prodigios
para PQstrarse frente al otro nuevo altar de los milagros. Ni va él
así por ayudarse en árbol genealógico, ya éste decadente en su
milenio, y con el peligro de que, al agarrarse a él, la rama cruja y
se quiebre. AIfaro seguramente sabe bien aquello rústico, pero no
muy desacertado, dicho por don Juan Vicente Gómez, Redentor
de Venezuela por veintisiete años dolorosos, a quien Laureano
Valenila Lanz -un gran talento arrodilado- calificó de "el César
Democrático": "Pues en las políticas del mundo -decía el señor
don Juan Vicente- es la ley del Señor, mi Dios, que argunos den tren
pa dentro, y argunos salgan pa fuera". Y Ricardo AIfaro no está
jamás dentro de la fórmula del César.
LA ACCION CON IMPETU
AIfaro es de esos éxitos frecuentes porque su ímpetu vital ha-
ce a los éxitos. Colabora diligentemente para aquel Convenio
Taft, que la infidelidad de la otra parte torna, en la realidad, en
burlador pseudo-convenio. Coopera para el Tratado Guardia-
Pacheco, de fronteras, beneficio istmeño que rechaza el Parlamento
nacional, sin un cálculo de patria, y desoyendo el eco aquel de don
Justo Arosemena: "La conciencia, por encima de los partidos polí-
ticos". Redacta el Código Judicial de Panamá, y hace de agilidad
las normas adjetivas viejas, simplificando el incidente y dando pron-
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LA LUZ, LA SOMBRA
CUMBRE Y LLANADA
Bajo esa luz, de mis diez y siete a mis diez y ocho voy a su bufe-
te, cercanías de la bajada del Mercado Público. Pregunto a Alfaro
por inconstitucionalidad e ilegalidad de un muy transgresor decreto
de Alcalde capitalino, doctor éste en jurisprudencia y picardía.
Alfaro dice: "Escriba". Le contesto: "Doctor, no, yo escucho".
Cuando termina su explicación clara y solícita, me advierte: "Quiero
ver el borrador de la entrevista". Le respondo: "Me han ascendido
de mensajero a reportero de La Estrella, y tanteo a veces como edi-
torialista de trasmano o contrabando. Esto no es una entrevista.
Es para un editorial que, por lo sólido que usted me ha proporciona-
do, pegaré muy duro a este señor Alcalde del Distrito". Me pone él
la mano en mi hombro. Por la primera vez, y para siempre, y con su
particular sonrisa de amplitud como los llanos antoneros, me expresa
un "tú" casi paternal. . Y yo le trato de "maestro" -para cambiar de
cuando en cuando a "Profesor" - por la primera vez, y para siempre.
No son, desde ese momento, las dos vidas paralelas, porque no
pueden serIo. Pero son, desde ese día y hasta el final, las dos vidas
de una vecindad estrecha y permanente. Lo cual no es de extrañar
en lo geológico del mundo. Pues es común que la montaña, al ter-
minal de su ladera, sea colindante con planicie. El así, por su existir,
monte y cumbrera. Yo, la llanada limítrofe. Y hablo aquí esta no-
che en la tribuna ilustre. Pero también desde mi muy apreciado
predio fronterizo.
PASTOR Y HORNERO
En nuestra Escuela Nacional de Leyes -advertencia ésta, o señal,
para que la Universidad de Panamá constituya en su porvenir siempre
profundidad en reflexión, y nunca superficialidad en alboroto-
corta él a veces repentinamente la exposición de catedrático. Y dice
un justo elogio animador a Víctor Florencio Goytía, a Víctor de
León, a Enrique G. Abrahams, o a Felipe .luan Escobar, Fabián
Velade, Galileo Solís, o a otros del núcleo. Y en cuanto a mí, a la
salida de una conferencia: "Anda a mi biblioteca, aquí en mi casa,
cerca al Instituto Nacional, y amplía mi disertación en Fernando
Vélez y en Manresa". O "toma esta llave del Ministerio de Gobierno,
y ahonda allí, sobre este tema, por los tomos de Sánchez Román y
de Laurent. Dialogaremos este sábado". Según Hornero, los monar-
cas griegos fueron "bravos en la guerra, laboriosos en la paz, buenos
pastores del rebaño, prudentes i:n el consejo". El profesor Alfar o
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AHORA EN LA CAMARA
La Cámara. Junto a la mesa Ministerial, con (;; tapete verde.
Ricardo Alfaro, Ministro o Secretario de Gobierno, Fmtre semi-
círculo, el doctor Francisco Filós, el padre, autoridad jurídica del
tiempo. Y yo en las barrras. Filós aduce la inconstitucionalidad de
un proyecto de ley escrito y presentado por Alfaro con su represen-
tación ejecutiva. Cuando Filós da término a su examen, Ricardo
J. Alfaro se levanta, y expresa sin eufemismo o balbuceo: "Acepto
con plenitud que el análisis del doctor Filós ha sido exacto. Me
declaro convencido". Va a la mesa secretarial y exclama ahora:
"Yo retiro mi proyecto". Y retorna con su legajo entre las manos.
muy erguido, y dando sus acostumbrados pasos ágiles, ahora más
rápidos, casi él triunfaL. Y yo, entre la multitud, en la observación
del Profesor, recibo allí una lección que va penetrantemente hasta
la carne de mi vida: Que el reconocimiento público de error, ni es
ni acarrea debilidad o merma. Es particularidad en hombres de
valía. Fórmula de carácter más nobleza, no para menores. Igual
a lo que se dice en los anuncios de escenario: "solo para mayores".
Para mayores, como Alfaro.
PRIMERO Y ULTIMO
La crisis económica mundial durante el lapso presidencial de
Alfaro es, entre nosotros, un oleaje golpeador que casi tumba y
barre a la República. El Tesoro Nacional cuenta por céntimos.
El Banco Nacional se halla crujiente, ya en un prólogo de quiebra.
Se deben, por acumulación desesperante, meses y meses de soldada a
los empleados públicos. Alfaro dicta, en la Presidencia, su decreto
de prelaciones oficiales. Primero, pago de mensajeros y maestros,
Tras ellos, pago a los escribientes del Gobierno. ¿y después? Yo no
recuerdo bien todo el orden ri6TllOso. Pero sí recuerdo que de
último, y de manera muy expresa, el señor Presidente del Estado.
Los últimos serán siempre los primeros, dice la Biblia. Pero aquí
cambia la página sagrada. Y por disposición de un panameño con
pulcritud y dignidad muy suyas, el primero en la Nación es ahora
el último.
POR UN DEPOSITO
En la miseria de ese tiempo no hay alimentos, medicinas, anesté-
sicos, ni algodón ni gasa en el Hospital Santo Tomás, y la muerte
por abandono obligatorio amenaza con añadir sus víctimas a las
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..'
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dotas. Y estoy pensando en una nueva historia para ellos que co-
mience así: "Erase un hombre de muy gran tamaño, al cual me
solía acercar frecuentemente. y una tarde ese hombre, así tan
grande, repentinamente crecio más todavía, próximo a mí. Se
alargó, así de pronto, más que a altura de guayacán o de espavé.
Muchísimo más aún que cigua canelo, o amarilo, y que la palma
real". Y ya me parece ver a esos mis párvlos, como yo pretendo,
sin un solo parpadeo, allí inmóviles y atónitos ante la visión fantásti-
ca para ellos, y para mí muy verdadera, de ese árbol así grandísimo
y que se va agrandando más aún, y muy extrañamente súbito.
SOLO UNA FRASE
Ricardo Alfaro, frente al choque político empezante, manifies-
ta a la Nación que será él un supervigilante muy estricto de justicia
democrática. Me encuentro, frente al Hotel Central, con Don Víctor
Cruz Urrutia, mozo entonces como yo, recién graduado de ingeniero
en Norteamérica. Me manifiesta Urrutia así: "El Presidente Alfaro
mantiene en los puestos claves a unos de un bando, y a otros del
contrario. Esto no es imparcialidad. Esto se llama compensación
de arbitrariedades". Yo siento que la expresión esa, tan precisa, co-
rresponde a una realidad. Dejo cálculos políticos, y con autorización
de Urrutia, voy portando mi lealtad hasta la mesa de Alfaro. Le
repito lo de esa "compensación de arbitrariedades", y doy el nombre
del autor acertadísimo. Alfaro no hace comentario. Sólo se lleva su
índice y su pulgar al borde de los lentes, como inconscientemente lo
hace siempre en los instantes tensos. y al fin me expresa, casi cable-
gráfico: "Enterado, y hasta luego". Pero cinco días después me lla-
ma a su Despacho. "Lee estas páginas". Decretos y más decretos en
que se cambia, para toda la República, desde Secretarios o Ministros
hasta Gobernadores, Alcaldes distritoriales y jefes y sub-jefes de
Telégrafos, por hombres constituyentes de garantía rotunda. La
compensación de arbitrariedades se ha tornado en la seguridad para
las urnas. y es ya ahora -como expresó Lleras Camargo para su
propia circunstancia- la plena neutralidad beligerante. iVíctor
Cruz Urrutia no ha sabido nunca que él fue factor muy importante,
por frase única-! y iqué poder en una frase! - en la imparcialidad
electoral auténtica. Ahora lo sabrá ya. Como él sabe también,
desde antes, que la verdad aun cuando sea ella adversa, surte visible
efecto en funcionarios con sensibilidad en la conciencia, como la
piedra que cae conmueve al lago, por muy grande que éste sea, con
una agitación de ondas concéntricas.
TRANSCENDENTAL
Cuando Ricardo Alfaro llega de América del Norte para encar-
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garse del poder, no faltan por allí algunos quc rezongan: "Este, tan
vinculado con los yankees trae, desde Washington, toda la cartilla de
instrucción política". Acerbidad quc no es para extrañeza. Porque
lo dijo bien el dramaturgo norteamericano .J ohn Dos Passos en
"Destination": "El odio es pleitesía habitual que el pigmeo rinde
siempre a la grandeza". Pero es lo cierto que un familar, muy queri-
do para Alfaro, se encucntra transitoriamente en Washington. Y
siguiendo él práctica istmeña hasta entonces natural, envía a los de su
Partido, en Panamá, este cablegrama de esta sustancia, que se publica
acá en órgano de prensa: "Por aquí todo magnífico. Felicitémosnos".
y en seguida declara AIfaro desde el Solio, pasando sobre los nexos,
los afectos, y la sangre que es su sangre: "Quiero y debo entender
que este cablegrama si!,'1ifica que está muy bien de salud nuestra
familia residente o transeÚnte por América del Norte. Porque tengo
decidido que, desde ahora, la política del país se resuelva exclusiva-
mente en el país, y nunca en Washington, ni en ningÚn lugar forán-
neo". Es voz de tumbas panameñas cuyos hombres viejos hilvanaron
su ilusión de libcrtad con un tejido de eentuarias. Voz de istmeños
del presente a quienes la humilaciÓn, fardo sobre hombros, hace
protestantes. Voz de los que acaban de nacer, y quieren saltar ya
desde las cunas para sus primeros pasos libres. Primera voz de la
RepÚblica que pone para siempre punto final a la intromisión de la
política extranjera. Y a través de Ricardo Alfaro, la RepÚblica pres-
tante y arrogante encarna en hombre para liberaciones irrestrictas.
LOAS POR AMERICA
Voy escuchando en este predio o en este otro, de este tiempo
o este distinto tiempo, los elogios de varones cuyos prestigios, más
todavía que sus títulos, cruzan las patrias. De Don Ricardo Jiménez,
Costa Rica, cercano a mí por mi admiración aun cuando distante
por edades. De Carlos Lozano y Lozano, quien falleció después
trágicamente en la cumbre, en MedeIlín, terraza del Nutibara. De
Padila Nervo, en un paseo por XochimiIco, frente a la copa de
tequila, y entre flores de las orilas del canal indígena, y música de
Lara. De Víctor Maurtua, penalista e internacionalista del Perú,
en el Hotel Bolívar, Lima. De Don Arturo Alessandri R., tratadista
superior, entre las arboledas de su hermano Eduardo, por el Sur de
Chile, a mil cuatrocientas milas de Santiago. De Henry Holland,
sub-Secretario de Estado, cuya distracción está en los autores españo-
les clásicos, en la ya histórica casa Blair, ciudad de Washington.
De Milton Eisenhower, Presidente de Johns Hopkins, y mi compañe-
ro circunstancial en una reunión de América. Y últimamente,
entre varios, como homenaje póstumo, hace año y medio, por Cara-
cas, oigo esto de labios del chileno don Carlos Vicuña Fuentes, pro-
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LA ESTATUA
Por ese viento inexorable del año setenta y uno, como otra rea-
firmación de pleitesía eterna comenzante, aquí hemos colocado el
busto de Ricardo J. Alfaro en escultura de Y olanda Alfaro de Maddux
-vásta~o dilecto- moldeada con el primor, y más amor, y más el
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f1'nsa,Yos .y iVluflograj'ías
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DISCURSO
Señores:
Es muy difícil para mí venir con animo sereno a este lugar
consagrado por la religión, por el patriotismo y por cuanto de más
elevado y noble hay en el alma humana, a visitar la tumba de un
amigo que fue para mí como un hermano y cuyo afecto sincero y
profundo era una de las satisfacciones íntimas de mi vida, un consue-
lo en las horas tristes, una esperanza alentadora en los días adversos.
Si se tratara solamente de un homenaje individual de mis sentimien-
tos, yo vendría aquí solitario y silencioso, a evocar el espíritu del
amigo que ha dejado a mi alrededor un vacío inllenable y a rendirle
a sus cenizas el tributo de afecto que le rindo diariamente a su
memoria; pero no se trata solamente de una manifestación personal;
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RESTAURACION DE INMUEBLE S
El contenido museo
gráfico de esta Institución se inició con las
colecciones donadas por la familia De Obaldía, que incluían muebles
antiguos, obras de arte, pinturas, fotografías, documentos históricos,
vajilas y otros enseres de época.
Posteriormente, fue enriquecido gracias al denodado esfuerzo,
gestiones y científica labor de investigación heurística del Prof.
Mario J. Molina C., gestor y director de la obra del Museo, quien
logró recopilar preciados materiales de valor histórico y cultural,
hasta el grado de rescatar obras del pionero de la pintura en Chiriquí,
Alberto Franco, que se encontraban, prácticamente, en el anonima-
to, al igual que otros pintores como Ida BeIli y Héctor Falcón.
También fotografías iluminadas de L. Gallardo y P. Martínez, pintu-
ras coloniales anónimas del siglo XVIII, estandartes pintados, un
amplio muestrario del arte textil, fotografías de Enrique j. Vial y
otras piezas valiosas de escultura religiosa como las columnas talla-
das que pertenecían a un altar colonial de Bugaba, del siglo XVIII,
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CONTENIDO MUSEOGRAFICO
PLANTA BAJA
SALA DE ARQUEOLOGIA
Esta sala muestra evidencias de la población que vivió en la región
occidental Chiriquí-Bocas del Toro, desde 5,000 a.c. hasta la llegada
de los españoles.
En ella se muestran los siguientes aspectos:
LITICA: Objetos de piedra hechos para diversos usos, como hen-
dir la madera y cortar árboles; piedras de moler para preparar el maíz
y la monumental escultura del "Sitio Ceremonial de Barriles".
CERAMICA
El período Chiriquí Clásico cxhibe vistosas piezas como "trípo-
des", negativo, bizcocho y líneas rojas.
Las escogidas piezas aquí presentadas muestran el desarrollo dc
esta artesanía, cuyo tipo más antiguo, el escarificado, se estaba usan-
do para el año 200 a.C. Entre el 1,000 Y el 1,500 d.C., la cerámica
alcanzó un gran desenvolvimiento, destacándose los tipos bizcocho,
negativo, líneas rojas, lagarto, con la aparición de la pintura como
aplicación decorativa de la pieza. Es el período de Chiriquí Clásico.
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COLLARES Y COLGANTES.
Hechos con cuenlas de piedras preciosas y semiprcciosas, como
jade, jadeíta y ágata, además de oro. Fueron utilizados para denotar
poder y prestigio.
La sala termina con una sección etnográfica destinada a los
guaymíes, grupo que en la actualidad conserva muchas de las prácti-
cas y tradiciones de sus antecesores, con muestras de sus artesanías,
formas de vida, danzas y otras costumbres.
En el arreglo museográfico de esta sala, tuvimos la valiosa colaQo-
ración de la profesora Marcela Camargo de Cooke, museógrafa espe-
cialista del IN AC.
Critica Literaria
I'ZI'CA\R lD'OA !lZlri(j ¡RO K(O .S'(' O ll'\ iZ lE;,3
n. El Perseguido
Candanedo, César Augusto. El Perseguido / César Augusto
Candanedo.- Panamá: INAC, 1986.- 17 5p.
"a mayores dificultades se da la medida del que es hombre",
A. Planteamiento iniciaL.
Candanedo en Los Clandestinos dramatiza el tráfico y explota-
ción de los hombres del Chocó en el exótico Darién y en La otra
frontera plantea el desalojo de los campesinos en la Cuenca del
Chagres, para dar paso al Lago artificial de Gatún, gran depositario
de agua del Canal de Panamá.
"Mucho Hombre" es el título original de la novela El Perseguido,
y en ella Candanedo recoge lo mejor de su creación literaria, según
su propia opinión. Trabajó en la obra en los últimos cinco años, y
es el fruto de su vocación de escritor y expresión auténtica de su
sentimiento permanente de panameño orgulloso de su nacionalidad.
B. Aproximación argumental.
Candanedo organiza su conjunto literario en seis capítulos. Su
temática es histórica y de ambiente costumbrista, se ubica en el
Panamá de finales del Siglo xix y principios del Siglo XX, tiene
como escenario la Provincia de Chiriquí.
Sus personajes se mueven en una acción de fuerte realismo y su
prosa es, primordialmente, impresionista. El acento está colocado
sobre los problemas del hombre campesino, especialmente, en torno
a sus temores míticos, luchas políticas y sencillas aspiraciones.
En El Perseguido, el hombre es uno con su naturaleza, se siente
la inmensidad del llano como en el terrible y trágico duelo entrc el
toro cerrero y los vaqueros. De igual manera, es cautivante la alegría
del bosque con su rítmico cantar de pájaros y las pericias que com.
partimos con Juancho, el hábil constructor de jaulas. Son tiernas
las escenas del agua prometida entre Gabriel y Fifi, "agua para que
todo reverdezca y para que el amor crezca vivo y fresco, con el agua
vendrán las f1ores, los frutales, los pájaros y las sombras, la circula-
ción de voces y sonidos, ruidos y cantos".
Otra de las facetas que nos hacen vibrar por su tensa trama son
las que se refieren a el Fugitivo y su tenaz persecución por Los Escor-
piones_ Es "la víbora del odio" que desata las pasiones y venganzas
entre conservadores y liberales durante la Guerra de los Mil Días.
Gabriel, el perseguido, supera todos los sufrimientos y ansiedades,
utilizando su ingenio, instinto y firme voluntad para sobrevivir.
Después de la guerra, la miseria colectiva entonces es aleccionante
como Gabriel -" "mucho hombre" - se pone los pantalones y trabaja
en todos los oficios para llevar el sustento a su familia, se hace tala-
bartero y limpiador de sombreros Panamá, así como "ingeniero de
ojo".
El Perseguido es una naracción matizada con tintes poéticos,
"la tarde muere entre bostezos de una brisa remolona", también
abundan sus máximas, refranes y anécdotas como las del pintoresco
odontólogo, "mordiendo la cola de un lagarto no entra la polilla al
diente". El trasfondo conceptual de la obra es optimista y pleno
de esperanzas como su estampa de la construcción del caño de agua,
venciendo lomas y pedregales, en ocho kilómetros de lucha contra
la naturaleza, el hombre triunfa.
Recomendamos que para la edición del INAC se complemente
la obra con un glosario pues son muchos los modismos.
III. Apreciación del jurado
Los doctores Osvaldo VeIásquez y Humberto Zárate, con el
licenciado en Bibliotecología Ricardo Arturo Ríos Torres, decidie-
ron, después del análisis minucioso de las trece obras presentadas
al Concurso Ricardo Miró 1986, otorgar, por unanimidad, el premio
único de novela a El Perseguido que se presentó con el seudónimo
El Peregrino.
"El Perseguido es una narción plena de candor y de humaniamo dig-
nificante. Su expresividad descriptiva es suti y hermosa tanto por el
énfasis que pone en los detaes del paisaje y costumbres de la época
como en los perfies de sus personajes.
El Perseguido es relevante por su estilo llano, ajeno a las complejidades
sicológicas. Sui acentuados tono, poéticos y fiosóficos nacen de la
espontaneidad de la vida campesin y se viten de la beUeza natural
de lo cotidiao.
Su dieño estructural es lineal y orgo, su prosa tiene todo el
vigor plático del Panamá rural".
iv. Comentario final
Es significativo que a la par de Roge1io Sinán y J osé María Núñez,
César Augusto Candanedo sigue también enriqueciendo la narrativa
panameña con su prosa vivaz. No existen límites a la capacidad crea-
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REPUBLICA DE P ANAMA
LOTERIA NACIONAL DE BENEFICENCIA
PLAN DE LOS SORTEOS ORDINARIOS OOMINICALES
A PARTIR DEL 4 DE MAYO DE 1986
SORTEO No. 3506
EL BILLETE ENTERO CONSTA DE 300 FRACCIONES
DIVIDIDAS EN DIEZ SERIES DE 30 FRACCIONES
CADA UNA, DENOMINADAS: A,B,C,D,E,F,G,H,I,J.
PREMIOSMAVORES
BILLETE TOTAL DE
FRACCION ENTERO PREMIOS
1 PRIMER PREMIO, Series A,B,C,D,E,F, B/.l,OOO B/. 300.000 B/. 300.000
G,H,I,J.
1 SEGUNDO PREMIO Series A,B,C,D,E,F, 300 90,000 90,000
G,H,I,J,
1 TERCER PREMIO Series A,B,C,O,E,F, 150 45,000 45,000
G,H,I,J.
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REPUBLlCA DE P ANAMA
LOTERIA NACIONAL DE BENEFICENCIA
PLAN DE LOS SORTEOS ORDINARIOS INTERMEDIOS
A PARTIR DEL 4 DE JUNIO DE 1986
SORTEO No. 1022
EL BILLETE ENTERO CONSTA DE 195 FRACCIONES
DIVIDIDAS EN 13 SERIES DE 15 FRACCIONES CADA UNA,
DENOMINADAS A,B,C,D,E,F ,G,H,I,J,K,L,M.
PREMIOS MAYORES
BILLETE TOTAL DE
FRACCION ENTERO PREMIOS
1 PRIMER PREMIO, Series A,B,C,D,E, B/.l,OOO B/.195,OOO Bi' 195,000
F,G,H,I,J,K,l,M.
1 SEGUNOO PREMIO, Series A,B,C,D,E, 300 58,500 58,500
F,G,H,I.J,K,l,M.
1 TERCER PREMIO, Series A,B,C,D,E.F, 150. 29,250 29,250
G,H,I,J,K,l,M.
DERIVACIONES DEl PRIMER PREMIO
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