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2007

ILDiI!ría
No. 366, Mayo - Junio 1987

INDICE

PORTADA Elogio de Justo Arosemena, por


José Isaac Fábrega ........ 48
Retrato de José I. Fábrega . . .. 3
Por esa vida, por
EJ)ITORIAL José Isaac Fábrega ........ 57
Nuestro homenaje a Don José El tema de Oro, por
Isaac Fábrega . . . . . . . . . . . .. 4 José Isaac Fábrega ........ 68

RETAZOS DE LA OBRA Billete de Banco- Papel Moneda-


LITERARIA DE Papel Moneda de Curso Forzoso,
por José I. Fábrega . . . . . . .. 85
DON JOSE L. FABREGA
Discurso de Aceptación Don Mariano..., por
pronunciado por el Licdo. José José L. Fábrega . . . . . . . . . .. 88
l. Fábrega, candidato nacional Se va produciendo un cambio
a la Presidencia de la República. 6 en la psicología del panameño,
A intervalos, por por José 1. Fábrega . . . . . . . . 104
José I. Fábrega . . . . . . . . . .. 16 ,Es Panamá una Nación?, por
José L. Fábrega. .......... 114
Sentido y Misión de la
personalidad individual en el Octavio Méndez Pereira: Idealismo
Estado Panameño, por Apostólico y Acción Práctica,
José Isaac Fábrega ........ 26 José Isaac Fábrega ........ 134

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La Bandera de la Patria: Museo de Histori y Arte ''José


Compromiso Cívico..., por De Obaldía, por Pro/. Mario J.
José Isaac Fábrega ........ 147 Molina y Pro! Dalva Acuña
de Molina .. . . . . . . . . . . . . 188
Alfaro, por José Isaac
Fábrega ............... 15 7 CRITICA LITERARIA
ENSA VOS y MONOGRAFlAS El Perseguido, por Ricardo
Arturo Ríos Torres. . . . . . . . 201
Don José Isaac Fábrega en el
recuerdo, por Elsie Alvarado Lotería Nacional de Beneficencia
de Ricord . . . . . . . . . . . . . . 173
Planes de Sorteo. . . . . . . . . . 205
José Isaac Fábrega, Panameño
Cabal, por CONTRAPORTADA
Miguel Mejía Dutary . . . . . . . 175 Lotería Nacional de Beneficencia,
"Una Institución del Pueblo,
Carlos Antonio Mendoza, creada para beneficio del
por Juan B. Sosa. . . . . . . . . . 180 Pueblo ".

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JOSE ISAAC F ABREGA


(1903 - 1986)

Jurista. Educador. Escritor. Fue Catedrático de Derecho de la


Universidad Nacional y Asesor Jurídico del Banco Nacional de
Panamá, por más de treinta años. Director de la Estrella de Panamá
Miembro de la Academia Panameña de la Lengua y de la Historia.
Fue Diputado a la Asamblea Nacional y Miembró de la Convención
Nacional Constituyente (i 945-1948). Ministro de EducaciÚn en dos
circunstancias diferentes, en 1944 y en 1950.

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F/lil/)rÙil

La Revista Lotería rinde un homenaje a José Isaac Fábrega, uno


de los más destacados intelectuales panameños del presente siglo,
recientemente fallecido.
Fábrega fue jurista notable, catedrático de Derecho, pero sobre
todo sintió afición por las letras, y se sintió inclinado por el periodis-
mo actuante. Hombre de pluma elegante, existe un copioso testimo-
nio de sus escritos; su pasión por escribir lo acompañó a lo largo de
su jornada por la vida.
Desde sus mocedades se vinculó al periodismo a través de las
páginas de La Estrella de Panamá, periodico en el que llegó a fungir
de Director, y, en los años posteriores a esta encomienda, sirvió una
columna, que él mismo tituló Intervalos.
Pero José Isaac Fábrega hizo incursiones en la novela, en el
cuento, y aun en la poesía; aun caando fue celoso en extremo para
exhibir estas últimas producciones. No existe la menor duda de que
lo mejor de la pluma de José Isaac Fábrega se encuentra en sus ensa-
yos, de los cuales nos hemos permitido hacer una selección.
En sus últimos años, José Isaac Fábrega estaba escribiendo sus
Memorias, obra que, según él, le daría el material para cinco tomos
de trescientas páginas cada uno.

Anticipadamente él tituló esos libros Por esa vida, pero, cuando


ocurrió su muerte en el mes de septiembre de 1986, unicamente
avanzaba por el tercer tomo, por lo cual
la obra queda trunca.
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Sin embargo, consideramos que lo escrito tiene un gran valor


para la historia, la literatura y la política del país. Por generosidad
de su viuda, Doña Inés de Fábrega, reproducimos en esta oportuni-
dad tres capítulos, tomados al azar, del primer libro Por esa vida.
(El V, el XI Y el XV).
José Isaac Fábrega tiene dos obras de significación. En primera
instancia nos referimos a su trabajo Algunas opinones de carácter
jurídico, emitida como Asesor Lega del Banco Nacional de Panamá
y sus Escntos, que se editaron en dos tomos. De sus opiniones jurídi.
cas hemos seleccionado un trabajo sobre el Papel Moneda, y de
sus Escritos, obra de mayor pretensión, los siguientes trabajos:
Don Maano, que constituye un ensayo sobre la trayectoria de
Don Mariano Arosemena, como político, como periodista y como
historiador; Se va produciendo un cambio en la psicología del pana-
meño; ¿Es Panamá una nación? ; Octavio Méndez Pereira, y su idea-
lismo patriótico.
Junto a estos trabajos incluimos, además: Elogio de Justo Arose-
mena; Alfaro; Sentido y Misión de la Personalidad individual en el
Estado Panameño; Su Discurso al aceptar la postulación a la candida-
tura a la Presidencia de la República (1948) y que constituye un
programa de gobierno, y finalmente tres de sus Intervalos, publica-
dos en la Estrella de Panamá, como un testimonio de su ejercicio
del periodismo.

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Retazos de la Obra Literaria de Don José Fábrega

Señor Presidente de la Convención del Partido Nacional Revolu-


cionario: señores Delegados; señores representantes de las Concentra-
ciones Independientes de Hombres y de Mujeres; señores Emisarios
de los Partidos Políticos y Grupos Cívicos; compatriotas:

No he pedido ni insinuado un solo momento que se tomase


la decisión de recomendar mi nombre para la candidatura presiden-
ciaL. Y no porque yo deje de apreciar todo el relieve que confiere
tal honor especialísimo, sino exclusivamente porque el ciudadano
reflexivo, que comprcnde lo que entraña la misión de dirigir a la
República, guarda una especie de continencia decorosa que le impide
brindarse alegremente para tan graves destinos. Pero el Partido
Nacional Revolucionario, representado plenamente por vosotros, me
ha proclamado candidato a la Primcra Magistratura como generosa
culminación de ofrecimiento inesperado y espontáneo, según in-
formes obligantes que me trasmite vuestro digno Presidente en elo-
giosas palabras producidas por su habitual gentileza. y ante ese
hecho registrado por armoniosa disposición de voluntades libres,
domino la sensación que me estremece por una de las más altas
distinciones que las democracias otorgan, y serenamente declaro
que acepto la postulación, con pleno conocimiento de que en esta
hora solemne de la Historia política panameña, remata para mí
todo reposo espiritual y físico y se abre para mi vida un período
ineludible de luchas y responsabilidades.
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LA NACION COMO SINTESIS

Pero dejo constancia de que no son las responsabilidades y las


luchas de la campaña eleccionara las que surgen ante mí con más
notoria persistencia entre el noble vocerío de vuestras aclamaciones
y las leales respuestas de mi agradecimiento. Porque si la única
justificación de la contienda política radica en el propósito de alcan-
zar el Gobierno para lograr el bien público, es instintiva condición
que, quien se lanza al cívico debate, mantenga primordialmente
ante su espíritu la noción exacta y firme de los fines que persigue,
no sólo por motivos de prelación o sistema, sino también porque, sin
el cabal conocimiento del objeto que se busca, no se logran los ímpe-
tus que enaltecen la refriega ni menos todavía los sacrificios que
determinan el triunfo. y en segura identidad con todos vosotros,
manifiesto que ese bien público que constituye nuestras preocupacio-
nes radica y se compendia en la Nación,'no tomada ella como expre-
sión ocasional de vaguedades líricas, ni como deidad abstracta que se
inventa para excusar sistemas reprobables, sino tan sólo en el sentido
natural y prístino de nuestro suelo, nuestra comunidad, nuestros
intereses éticos y físicos, lo que nos dejaron los de ayer, lo que man-
tenemos los de hoy, lo que debemos entregar honradamente a
quienes vengan mañana.
Así declaro ante vosotros que el Gobierno qU'e ha de iniciarse
cuando obtengamos la victoria, tendrá a la Nación como inspiración,
señuelo síntesis de todas sus actividades. y manfiesto igualmente
que, contra toda aparente paradoja, esa perenne devoción por el
todo nacional llevará implícita en sí misma una constante obliga-
ción para con todas las provincias, las regiones, los distritos, los
individuos. Precisamente la ausencia de un sentido abarcador de lo
que entraña la Nación como entidad completa y unitaria viene a
ser lo que por años, y apenas con honrosos intervalos, nos ha llevado,
como de tumbo en tumbo, a un método de injusticias preferencias
en cuanto a porciones o núcleos de seres humanos y en cuanto a
pueblos y comarcas del territorio patrio. Por no partir, en nuestras
andanzas de estadistas del concepto de una Nación en que el todo se
halle formado por equilibrio de sectores, existen trágicamente en el
solar istmeño, muy cerca del que goza las prerrogativas de la civili-
zación de Europa o Norteamérica, el hombre de nuestros montes
que viene a ser, en su miseria y abandono, la antítesis dolorosa del
ser, consciente y animoso de los actuales tiempos. Por ese error
fundamental de percepciones, recargamos con aturdido afán los
privilegios de la antesala capitalina, por ganar el elogio de visitante!;
engañados con el avance panameño, sin darnos exacta cuenta de que
nuestra vanidad y ligereza nos están conduciendo a la formación
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de un organismo estrafalario en que hay una cabeza cuasi gigantes-


ca - la ciudad máxima de la República - sobre tronco y extremida-
des de un retardado crecimiento, o caídas ya en los extremos de la
completa parálisis. y abrigo la sensación de que recojo y reproduzco
todo un mandato del pueblo al proclamar, como proclamo con énfa-
sis, que el Gobierno que se establezca en el próximo período consti-
tucional mediante vuestro apoyo y el de todos los hombres transfor-
madores que existar. en nuestra tierra, sobre todo presentará el
aspecto de la acción reflexivamente pareja, por la cual se beneficien,
con un baño de sol igualitario, seres, núcleos y comarcas que se han
hallado medio en sombras desde los tiempos del Departamento o
desde los siglos de la colonia.
EL MAS FUERTE VINCULO NACIONAL
En los tratados de Ciencia Política, al definirse a la Nación como
unidad humana sobre unidad geográfica, se suele manifestar que el
primero y más importante de los dos factores - el factor humano _
tiene su clave en la reunión de seres individuales vinculadas entre
sí por idioma y tradiciones, ö por recuerdos comunes de zozobras y
alegrías, de vicisitudes y glorias. y sin restar trascedencia a tales
vínculos estrechos, he llegado a la serena conclusión, que no es pro-
ducto de mente extraordinaria, ni tampoco es el fruto de inspira-
ción celeste, sino verdad que imperiosamente brota del drama interno
de nuestro pueblo, de que lo que requerimos ante todo para plasmar
la integridad de la Nación, es lo que se podría denominar la satisfac-
ción y la alegría, en todos y cada uno de nuestros hombres, de ser y
sentirse como parte viva y palpitante de la comunidad panameña.
Eficaz es sin duda relatar a las masas panameñas CÓmo nos separa-
mos de la Península el veintiocho de Noviembre de mil ochocientos
ventiuno, y cómo nos independizamos de Colombia el tres de No-
viembre de mil novecientos tres. Conveniente resulta en forma
idéntica expresar a nuestro pueblo cómo Tomás Herrera defendió
nuestros fueros con su espada, al iniciarse la quinta década del
siglo diez y nueve, y también cómo a la década siguiente formuló
Justo Arosemena, entre los párrafos de su Estado Federal, la maravi-
llosa profecía de nuestros próximos destinos. Pero ni aquello que
constituye las esencias de nuestra epopeya y nuestra cívica; ni las
viejas canciones populares de nuestros poetas predilectos; ni las
amadas concejas que van pasando de generación en generación como
un acervo inacabable de familiares sentimientos, nada es en sí sufi-
ciente para lograr el hecho máximo de una comunidad suficientemen-
te compactada frenta a los golpes exteriores o a los embates internos.
Nuestro pueblo experimenta el desencanto de un desnivel profun-
do y permanente que le impide sentarse sosegadamente para escuchar
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en hogareña placidez esos mensajes del pretérito. Nuestro pueblo,


en porción considerable, es un triste conjunto, indiferente o amarga-
do, que abriga la seguridad o la intuición de que no vive en el activo
radio de la existencia nacional, contra el dato frío y escueto que
brindan pomposamente los números de los censos. Nuestro pueblo
constituirá esa Nación que debemos afirmar, y casi quizás establecer,
cuando cada uno de sus hombres logre decir jocundamente: "Esta
República es de todos y al mismo tiempo mía. Para mí es su justicia
social, su igualdad política, el bienestar que produce su 'riqueza,
el amparo que proporcionan sus instituciones jurídicas. y al esme-
rarme por su perennidad y su progreso, estoy velando por lo que
me pertenece, no ya sólo como un teórico derecho, sino también
como tangible realidad que diariamente llega hasta mi hogar en
bienhechoras ondas circundantes". y me permito aseguraros, con
la solemnidad propia del momento, que si tal expresión será el signo
de que se ha logrado al fin el vínculo más recio para afianzar a nues-
tra patria como unidad definitiva, resultará incansable mi constancia
para lograr, tras la gloria del triunfo en los comicios, la otra aún más
intensa y duradera de qut esa voz popular alcance la reciedumbre
de incontenible grito unánime el día en que yo abandone la Presiden-
cia de la República.
LA LIBERTAD EXTERIOR PARA LA VIA DE LA NACION
Para lograr esa fecunda placidez de todos los panameños, y de
todos los hombres que habitan nuestra tierra, será ante todo preciso
velar con una máxima constancia por nuestra libertad exterior o
independencia nacional, porque, cuando ésta disminuye, aminora
también en proporción la interna libertad para labrar la dicha indivi-
dual o colectiva, ya que el reposo familar nunca resulta posible si
la vieja heredad corre peligros de intervenciones o men~as. No
esbozo torpemente la necesidad o las ventajas de constituimos en
fantástico Estado desafiante, voluntarioso y exigente. Somos parte
integrante del mundo civilizado y democrático, y debemos seguir
escrupulosamente la línea que nos señala tan apreciable jerarquía.
Somos sección inseparable del gran concierto americano, y nos co-
rresponde brindar nuestros aportes para que este continúe, porque
una simple relación de pare a todo nos informa que nosotros peligra-
remos o desapareceremos el día en que peligre o desaparezca como
entidad libre la América. Tenemos compromisos especiales con
Los Estados Unidos, y debemos cumplirlos porque radica en ello
nuestro honor y con él nuestra defensa. Pero ello no es obstáculo
a que exprese dos normas intachables que habremos de seguir cons-
tantemente si de veras deseamos conservar intacto el patrimonio que
s_e ha entregado a vuestro celo. La primera norma es la siguiente:
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Nunca debemos aceptar compensaciones materiales a trueque de la


soberanía de la República, porque el día en que ello se establezca,
seremos como el naúfrago de un buque milonario, que levanta deses-
peradamente hacia los cielos puñados de oro que salvó de la catástro-
fe, trágicamente erguido sobre el estrecho círculo oprimente de algún
islote desierto. Y la segunda~ pauta es como si¡ne: Si en el transcurso
de los años o los siglos se presenta, irreductible, la antinomia entre
ellibre vivir de la República y el próspero funcionar del Canal Inte-
roceánico, férreamente debemos sostenernos en el primer extremo
contra el último, porque, no hay ni habrá una pauta, en el Derecho
Internacional especialmente atesorado por la cultura del Occidente,
que otorgue preferencias al desarollo del Canal sobre el existir de
la República.
NECESIDAD DE LA LIBERTAD INTERNA
Si no resulta imaginable la Nación segura y próspera sin esa li-
bertad que la proteja entre los pueblos, tampoco, es ella concebible
sin una interna base firma de libertadores para el hombre. Los hom-
bres que constituyen la colectividad nacional han de ser libres por el
profundo respeto que en sí merece la personalidad humana, y tam-
bién porque una suma de seres sin libertades puede brindar los resul.
tados de un mecánico artificio, pero nunca el de esa Nación bullente,
alegre y constructura que es esencia de nuestros planes y brila en el
horizonte de nuestras esperanzas. Pero ese mismo sentido de la-
libertad que exige la República, explica que ella no ha de limitarse
a mantener fríamente en nuestras leyes básicas, como una simple
tradición política, la vieja tabla virginiana de mil setecientos setenta y
seis, a los principios franceses de mil setecientos ochenta y nueve.
La libertad que requerimos es ágil, próvida, podría decirse militante,
y siempre lista a transformarse en brazo que detenga al sable irreve-
rente; y en molde que reduzca los tamaños del funcionario peligrosa-
mente envanecido con la efímera aureola que el poder público con-
cede. Por esa libertad que no equivale a simple fórmula ligera, morirá
en el ambiente panameño esa especie de miedo candoroso para osten-
tar una actitud gallardamente personal frente a los hechos que acon-
tecen en el vaivén de la República. Esa fecunda libertad será la foija
de la audacia inquieta que ahonda en todos los problemas, asciende
a todas las tribunas, suelta la amarra del prejuicio que nos detiene
en el ascenso, y nos hace rebeldes ante el viejo núcleo constituido
astutamente por sí mismo, desde el albor de la República, en el
único mantenedor, dispensador, apoderado o intérprete de la liber-
tad. Y declaro que nunca, en los destinos que vuestro apoyo me la-
bre, preferiré el placer insano de abajar espíritus, a la fruición glorio-
sa de contemplar un pueblo que se yergue con la sonrisa del orgullo,
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su pensamiento constamentemente libre a flor de labio como en


un gesto supremo de dignidad humana.
LA LIERTAD ELEClORA
La más trascedental de todas esas libertades es sin duda la liber-
tad electoral, porque, cuando ella no existe, todas las otras se relajan,
el pueblo se hace indiferente o cínico, la democracia degenera en
espectáculo grotesco, los Gobiernos nacen corrompidos y pasan
derramando corrupción desde su cuna hasta su término. La inmensa
mayoría de las tragedias que han azotado a las Repúblicas de Améri-
ca, con inclusión de la nuestra, han tenido su causa primordial en
los abusos contra el sufragio libre. Y tan araigado se halla ese hecho
en lo profundo de ml espíritu, que ahora, cuando los acontecimien-
tos me conducen a ser factor priordial en la contienda, anhelo
como nunca, por encima de todas las victorias, la que, salvando
nuestro proceso electoral de toda máscula, salve también para el
presente y el futuro la austeridad de nuestras instituciones y el
prestigio de la República. Invito así a mis compatriotas a un debate
polí tico cuya serena altura constituya preparación espiritual para el
ejercicio honrado de las urnas. En hermandad de panameños, los
invito a que no auspiciemos las antiguas prácticas de engañar a
nuestras masas con alardes de liberalismo y democracia mientras
bregamos con astucia porque actúen como apóstoles de nuestra
Causa el Mandatario o sus Minstros. Formalmente los invito a que
apoyemos al actual Gobierno en sus empeños de justicia electoral
plena e inequívoca, frente a la añeja fórmula mañosa de la imparcia-
lidad política verbal como ropaje de la parcialidad política efectiva.
Que en lo que a mí se refiere, dejo constancia rubricada de que,
como no abrigo aptitudes para ejercer el poder con el fusil que
atropella o con el oro que envilece, no aceptaría la jefatura del
Gobierno que suIja el ocho de Mayo si no naciera éste plenamente
del querer libre del pueblo y no mantuviera sus raíces en la concien-
cia libre del pueblo.
EL GOBIERNO EN LA NACION
Ese Gobierno que proporcione a la Nación la perfecta calidad
jurídico-política de Estado ha de ser, en su esencia ética, el concien-
zudo cumplidor de un mandato precisamente definido, y no anacró-
nico dueño omnipotente. De tal concepto del Gobierno, brota en mí
una instintiva repulsión contra toda tendencia a convertir el mando
público en instrumento de caprichos, en pretexto para una vida de
indolencias, en fuente donde se sacien las pasiones, en ocasión para
el provecho sórdido, en motivo para un sistema de adulaciones
perniciosas con su trágico espectáculo de labios perpetuamente
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abiertos al elogio y dorsos que se doblan hasta el suelo en un servl


tenunciamiento del decoro humano. Rechazo desd~ ahora, por im-
periosa voz de mi conciencia, toda idea de un Gobierno de familia,
de un privilegio de castas, de un predominio de círculos, de todo
aquello que corresponda a la nación de una República al servcio
de un Presidente y no de un -Presidente al servcio de una República.
Rechazo la venganza que es ruindad siempre, y desde lo alto de los
bastiones oficiales es. también afrentosa cobardía. Declaro, en mi
criterio irremplazable sobre un Gobierno democrático, que los
cargos no se ofrecen con un sentido caprichoso, ni se reparten los
dineros públicos como regalos personales, ni se resuelven los proble-
mas con inspiración repentina, ni se pierden los días y se detiene a la
Nación abandonado lo integral y sustantivo por los negocios banales.
Para el despilfarro, el escrúpulo; sobre lo adjetivo, lo primario; contra
el empirismo, la técnica; frente a la República estática, la República
dinámica: sin esa norma, no hay éxito de gobierno; con esa norma
como estrella y numen, no habrá fuerza que detenga nuestro camino
hacia el triunfo.
LA ACCION DEL ESTADO
Si el Gobierno (o el Estado en la expresión precisa) debe auspi-
ciar la libertad individual que ante vosotros he exaltado con palabras
férvidas, no puede él limitarse a esa misión resguardadora, porque
agudas urgencias determinan una acción reciamente afirmativa que
cubre todo el panorama nacional y toca múltiples órdenes de la vida.
Pues quienes hoy piensan todavía que la sola libertad es una fórmula
total para la dicha del pueblo, son como el héroe pintoresco de un
cuento clásico del Norte, que reposó casi dos siglos a la sombra
de un árbol adormecedor y misterioso, y al deambular después
desorientado por las calles y plazas de su pueblo, no lograba entender
entre su asombro, que eran otros los hombres, las costumbres, las
inquietudes y los tiempos. Mientras mayor resulta el desarrollo
individual y colectivo, más es precisa la actuación prudente del
Estado para ajustar desequilibrios económicos e injusticias sociales
que aparecen, como secuela inevitable, del laberinto del progreso.
Mientras menor es el avance colectivo, más se hace indispensable
la labor estatal recia y metódica, como auxiliar en las conquistas
de cultura y bienestar que no ha logrado el ser individual por su
exclusivo esfuerzo. y nosotros, aun siendo un medio casi primitivo,
tenemos ya, por condiciones peculiares, conflctos económicos que
resolver y asperezas sociales que limar. Pero también tenemos, sobre
todo, la angustiad ora realidad de un retraso nacional que exige del
Estado golpes grandes y certeros, para saltar hacia adelante contra
la sordidez y la desidia, contra los vaticinos de nuestros hombres

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pusilánimes, contra tantos espíritus que se declaran avanzados y


son los oponentes sistemáticos a toda audaz y reflexiva innovación
que roce levemente su dichosa dominación social o su fácil y jugosa
preponderancia política.

LABOR ESTATAL A BASE DE PLANES


Esa acción de nuestro Estado debe ante todo concretar a la
salud del hombre, a la independencia económica del hombre, a la
cultura del hombre. Y tales tres aspectos del problema panameño,
que me ha placido contemplar en los programas del Partido Nacional
Revolucionario, constituyen como un engarce indestructible, de tal
modo que un Gobierno de orientación definïtiva no puede separar
a su capricho el plan que corresponde a la salud y el que atañe a la
cultura, o el referente a la economía y el vinculado a la salud. Por-
que precisa hacer notorio que un Estado o un Gobierno que laboran
sin un plan integral reflexivamente concebido frente al cuadro de la
existencia colectiva, se comporta en su actuación con esa especie
de bohemio desenfado del jugador que determina un número de la
ruleta caprichosa, y se encoge luego de hombros en espera de la res-
puesta de la suerte. No es posible gobernar una nación por niedio
de órdenes errátil es , en que hoy se destruye lo que se hizo ayer, y
en que la trunca y aislada disposición que hoy se rubrica lleva implíci-
ta en sí misma la contradicción de mañana. No es posible gobernar
sin los dictados de la Historia y los informes estadísticos, sin la celosa
observación del ambiente espiritual y el panorama físico, sin los
aportes de la técnica y la experiencia de los hombres prácticos, sin
que descienda el estadista hasta los fondos últimos del pueblo y
reciba allí directamente los mensajes que se esconden en cada grito
de miseria. No aceptaría yo, por ningún título, la postulación presi-
dencial que tan generosamente me ofrecéis, si no estuviera persuadi-
do de que al llegar el momento recogeré afanoso todo informe
necesario para un Gobierno que planea con un criterio responsable:
desde los números que surgen de las estadísticas hasta las voces
que brotan en las honduras del pueblo.

LA REALIDAD NACIONAL
Para esbozar el cuadro nacional que determina tales planes me
bastaría seguir las líneas que ha trazado especialmente en documen-
tos básicos el Partido Agrario Nacional, con un claro espíritu analí-
tico y un noble afán de la República. La población panameña se ha-
lla dividida entre una minoría de nuestras urbes principales y una
notoria mayoría rural dispersa y abandonada en nuestros montes,
sin vida del espíritu y en lo trágicamente primitivo de la vida física.
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y si en el sector urbano es bajo el grado de salud del hombre que


trabaja, en las zonas urbanas rurales causan estrago permanente
las enfermedades trasmisibles, que impiden al ser humano los esfuer~
zos cotidianos y exterminan todo brío para la superación y las
conquistas. Vivimos del comercio de las ciudades terminales, que no
explotamos con el debido beneficio al cual tiene la Nación un legíti-
mo derecho, y descuidamos el afán agrícola que representa el porve-
nir de nuestras grandes masas, la estabildad en el trabajo, la más
sólida seguridad de nuestra futura economía. No pensamos jamás
en realizar concentraciones campesinas sobre tierras propicias a su
esfuerzo, para fundar así la agricultura técnica que no es siquiera con-
cebible entre los miles y más miles de actuales labradores trashuman-
tes. No hemos trazado rumbo alguno para explotar las industrias
adaptables a nuestro medio panameño por la demanda del mercado
y la posibilidad de encontrar entre nosotros la materia prima. Nuestro
elemento de labor fluctúa entre la esperanza del retorno a los traba-
jos canalera s y el apremiante afán de figurar en un renglón de las
planilas de las obras públicas. Quien logra un cargo del Gobierno
por buena suerte política, resuelve transitoriamente los problemas
de su hogar, pero vive siempre en inquietudes frente a la suerte del
futuro. Nuestras generaciones nuevas se levantan sin un cabal sentido
de la realidad que atravesamos y sin flecha alguna que señale los rum-
bos de nuestro destino. Nuestra enseñanza popular no se ha amol-
dado todavía, ni en lo rural ni en lo urbano, a las exigencias del
presente ni tampoco a la creación de una fuerte y decorosa persona-
lidad colectiva. Nuestra organización administrativa corresponde
aún, en grado perceptible, a la tendencia empírica. Nuestro sistema
fiscal es caprichoso y sin un método científico, y se inventan impues-
tos con desgreño, sin un sentido de justicia. Y si es fuerza reconocer
que los gobiernos se han preocupado a veces, y siguen preocupándo-
se, por corregir tantos males, hay también que aceptar con espíritu
animoso que es ingente la tarea que se presenta ante los ojos de
quien otea los horizontes, no cruzados los brazos en la actitud de
observador paciente, sino llevando nervosamente entre las manos
la pica que pulveriza y el instrumento que construye. Repito, con el
énfasis que la certeza proporciona, que no podremos realizar una
labor abarcadora mientras no exista un vasto plan que envuelva la
salud, la economía, la redención de los espíritus. y también repito,
con igual firmeza, que sin hombres sanos, independientes, y espiri-
tualmente redimidos, no lograremos nunca la auténtica nación, y
que buscaré y obtendré la victoria electoral para buscar y obtener
luego la victoria de la Nación auténtica.
Señor Presidente de la Convención Nacional del Partido Revolu-
cionario:
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Habéis tenido tales expresiones para mi modesta personalidad


de panameño y ciudadano, que la noble emanación de vuestra sim+
patía me proporciona la confianza para romper con toda tradición
de la oratoria política y terminar ante Vos, y ante esta augusta
Convención, no con período majestuoso sino más bien con la sencila
frase que se dice, como en íntima confidencia, en los gratos encuen-
tros amicales o en las cálidas pláticas de familia. Salí en día inolvi-
dable, señor Presidente, hace ya muchos años, de este pueblo natal
de Santiago de Veraguas, llevando sólo en mi pobreia mi diploma
escolar de la enseñanza primaria; y hoy retorno trayendo con orgu-
llo, ante mis viejos compañeros, mi ser robustecido por la brega con~
tra todos los obstáculos Y al mismo tiempo con mi frente libre de
toda mácula. Yo quisiera expresarlo en frase análoga, y espero
expresarlo sin vacilaciones, señor Presidente, cuando tras un cuatre-
nio de gobierno vuelva en busca de reposo a estos parajes venerandos:
Salí de este sitio de la Convención Nacional del Partido Nacional Re-
volucionario llevando la credencial de Candidato a la Presidencia:
y hoy regreso prestigiado por mi afán en el progreso de la Patria,
y no sólo con la frente limpia de mácula, sino también trayendo
en ella los laureles con que los pueblos premian a los hombres
que los supieron dirigir sin más guía que la honradez, sin otra inspi-
ración que la justicia, sin más norte ni ambición que la gloria de la
República.

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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

JJ(Q) ~¡f H ~A. Ace lF ÁlÆ M ¡g (GLp~

EL TORO
En este amanecer por Claridad, apenas en su prólogo, la mar pa-
rece un jugo de luceros.
Por esa mar así tan rútila, bastante lejos, un solitario barco de
turismo, muy ancho y largo, y muy alto, de blanco nítido, de tres
chimeneas blancas también, pero éstas, en lo superior, con unas
parejas franjas azulencas. El barco enorme es imponente mas sin
arogancias, como los hombres de valor auténtico, casi siempre
poseedores de una regular y no estudiada ni fraguada majestad
intrínseca y serena.

Probablemente zarpó este transoceánico de Valparaíso. O del


Callao. O de la desembocadura de ese Guayas en que el río se
ahoga en el Pacífico. Y quizás va hacia Puntarenas. Hacia Acapulco.
Al San Pedro de los Angeles, con su lejanía de muchas torres sobre
los pozos de petróleo. Y hasta ese Vancouver canadiense, donde
los cien paisajes, de ilusión cambiante, se van apretujando hasta llna
síntesis. Ya este barco ha pasado Punta Chame. Y se aproxima
ahora a Punta de San Carlos, mientras las tres chimeneas van echan-
do al mismo tiempo un humo fuerte, probablemente superfluo
como tantas ideas innecesarias que la mente humana arroja porque
sí, y se pierden.
Este buque se parece al New Amsterdam, de la Holandesa. Y
él se va. Y mis recuerdos vienen...
* * *

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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

Abril, y año sesenta y nueve. En este trasatlántico New Amster-


dam, J uliana, desde su trono y con su cetro y su corona, dentro de
su marco de oro, solicita con su sonrisa democrática que la inviten
también al juego de barajas. En una de las bibliotecas, libros flamen-
cos, y de N oruega y Dinamarca, y de Finlandia, en sus idiomas, y de
los cuales no abro ni una págia porque anticipadamente entiendo
que no entiendo. En una de las cafeterías, con un café muy greso y
tónico, de espécimen "Costa Rica", sobre una muy mediana imita-
ción de "Un Castilo", de Van Scorel, un ocasional rayo de luz pone
misericordiosamente algo de gloria. En la piscina de la izquierda,
en esta tercera planta de este New Amesterdam, cinco nadadoras
suecas parecen unas bañistas en un charco del Paraíso Terrenal,
antes de aquello.
Miro por el barandal al horizonte, y es ya Holanda, todavía
en casi imprecisión, pero un poco precisable en cuanto al Escalda,
al Mosa, al Rhin, con sus deltas de más complejidades que el del
Nilo, junto al Mediterráneo. Miro hacia adentro, y en la cubierta,
y en la proa, por esas máquinas y jarcias, unos oficiales todos
holandeses, rubios y atléticos. y aquí mismo muchos otl'OS tripu-
lantes, trabajadores éstos sin un título, con un tipo general de gentes
filipinas, uniformemente de un color cobre sin brilo.
Una de la tarde. Hora para el comedor. Y bajo a mi camarote,
en búsqueda de la chaqueta y la corbata, por uno de esos ascensores
q~e van y vienen con rapidez inexplicable, en desperdicio de urgen-
cias.
-Buenas tardes. Tu hablas, como buen filipino, tu tagalo. Y,
posiblemente, algo de inglés. Pero quizás algo de español también.
Mientras tú iímpias este camarote y yo me arreglo, ¿quieres que ha-
blemos español?
-Ni el tagalo, ni el inglés. Soy castellano. Mis otros compañeros
son de Filipinas. Yo no, señor.
-¿De qué lugar?
-De Panamá. Llevo ya muchos años sobre el agua, y sólo paso
por Colón para tomarme mis cervezas. Pero yo soy de tierra paname-
ña. ¡Sí señor!
Disimulo por una precaución nacida de experiencias.
-He estado alguna que otra vez en tu país. Le conozco algo.
¿En qué población naciste?
-Nací por laos de aquel Pacora, en Utibé. Pero me crié por la
capital, por Calle Séptima, por el Callejón del Chino Nato. En la
misma esquinita de esa Séptima y Avenida B. ¡Si hubiera conocido
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2007

al Chino Nato, usted señor! ¡Qué bueno era el Chino Nato! ¡Pobre-
cito! Lo difuntó una noche, allá en su tienda, un marinero de mari-
nería de por el Sur, para robarle del mostrador quince balboas. ¿y
sabe cómo el marinero mató al Chino? Pues con punzón de picar hie-
lo, el barbarÍsimo. ¡Muy barbarísimo en la maldad ese marinero, que
no creía en el Señor Dios!
El New Amsterdam avanza en un océano sin oleaje. Yo soy
oleaje interior.
-Creo que oí mencionar al Chino Nato. ¿ Y que hacías tú por ese
callejón del Chino?
-Jugaba toros en la placita donde se acaba el callejón, cerca a
esa casa mayor en que mandaba el Presidente.
-¿Pero de qué vivías allí?
- En ese tiempo iban a Panamá muchos toreros, de verdá. Iban
el Gallo. Y Joselito. y el Belmonte. Y el Espejo. Y el Morenito
de San Bernardo. Y otros más. Y lo mismo que en la guerra toitos
los chiquilos juegan a la guerra, como había tantos toreros los
muchachos de por allá jubámos toreo. Yo era toro. Y me pagaban
por ser toro, en la placita del callejón, mis cuatro riales. O seis
riales. ¡ Uf!, y hasta más. Así iba ganando yo. Y bastante aquello
pa esos tiempos de esos días.
Mi presión sanguínea siempre ha sido inalterable en el dolor, en
el obstáculo, en la cólera. Pero ahora siento que sube extraordina-
riamente mi presión, por excepcionales emociones rápidas.
-¿Quiénes jugaban a los toros?
-Déjeme ver... Déjeme ver... Pues los Arango. y unos Fábriga.
Dos Orilá (dos Orilac). Dos Arosimena (Arosemena). Un mucha-
chito Legüis (Samuel Lewis). Un Chico Barro (Chichi Obarrio).
y otros así. Hasta cuatro más...

-Y, ¿te trataban ellos bien?


- Y más que bien. Siendo yo humilde, éramos compañeros
de buen trjto. Y a ocasiones me daban ellos más que riales. Hasta
un peso, y peso y medio, o algo así. Déjeme ver... Y había uno
que sabía mucho en el capear del toro, con sábana coloraa. Pero
ése era duro en banderilazos que me hacían doler, y muy bastante,
el costilar.
Ya no me sube la presiÓn. Porque la sangre se me hiela. Y ese
hielo de mi sangre, por la sensación, se me hace sólido.
-¿y cÓmo se. llamaba ese muchacho del manteo y las banderi-
llas?
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2007

y en el New Amsterdam, por el Atlántico, cerca a las costas


holandesas, oiga lo inesperado. Lo inesperado, ¡no! Lo que yo
presiento ya, jadeante y expectante:
-Déjeme ver... Era algo así como un Isás. Déjeme ver bien,
con mi cabeza... Ya. ¡Ahora sí! Era un Isás... Un José Isás era ese
torero.
No hay aquí telepatía. No existe una revelación de complica-
ciones psicológicas. Son aquí ahora las dos vidas de dos hombres,
que estuvieron juntas antes, y que se aproximan otra vez por natural
ley muy espontánea.
-Tú, ¡Pacorita de Utibé...!
-Tú, iJ osé Isás Fábriga. Tú José Isás...!
Y en este barco que tiene enfrente al litoral de Holanda, un
camarote se hace plaza de toreo. En el recinto para lidias, toro y
torero. El torero entrega con cariñosa discreción, al toro, su bilete
norteamericano de mayor cuantía, como un abono muy ligero a los
peuicios por banderillazos recios del torero. Toro y torero se van
aproximando más y más. Y entonces -lo no conocido antes jamás
en tauromaquia- ¡se abrazan estremecidamente toro y toreador!
* * *

Este buque de turistas, que contemplo ahora otra vez tras venta-
nal y limoneros, sigue con su prestancia color blanco por la Punta de
San Carlos, rumbo al Norte. ¿Atractivo éste como aquel otro del
Océano Atlántico? ¡No! ¡Qué va! El otro era superior. Pues nada
como aquello que había allá, y que yo vi, y sentí, y viví en aquel
otro barco, New Amsterdam..
Claridad, Julio-19 7 4.

GLORI
Ha aparecido nuevamente -edición póstuma- para una fascina-
ción casi mundial, el "Una Donna e Mussolini", la osada autobiogra-
fía de Leda Rafanelli. Pero esta ebullción común, como la anterior,
no tiene explicaciones aceptables. Ni la Rafanell, ni la Rachel de
Mussolini, fueron' jamás sentir fundamental del Duce. Clara Graziela,
o la Petacci, fue el verdadero amor de Mussolini, y para Mussolini,
muy raigal y pasional, de exclusividades rechazantes, y único. Ella
de veinte y Mussolini en algo más de los cincuenta, pero llevados con
acierto. Este rector del Faccio itálica había realizado ya, hacía un
decenio, su marcha histórica hasta Roma con sus banderas y clarines,
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con sus cien mil camisas negras ostentosas. Lo mismo que en la so-
nante Aída, de Giuseppe Verdi, en el desfie de los vencedores que
retornan de Africa. Ya habían sido las conquistas de la Abisinia y
de la Albania, fáciles y rápidas. Ya era así, por los lugares italianos,
el Imperio nuevo, con Mussolini portador del cetro, y en improvisada
imitación del otro Imperio secular y casi de leyenda. Y la Petacci,
abandonando al muy buenmozo conyuge toscano, fue caminando
por las vías romanas tras ese Emperador, quien a su vez venía como
un levísimo trasunto por senderos de luz de dos milenios. Lo físico
y lo espiritual de una mujer, como una propicia ofrenda para el
César i Ave Cesar Imperator!
Los primeros encuentros de los dos fueron en una abandonada
casa oficial, por el Transtíber, y después en algo escondido Centro de
Estadística, no muy lejos de Piazza Berberini, donde está el Bernini.
Pero el hábito forja el desembozo, y repentinamente, como en salto,
esas citas de amor acontecieron en II Palazzo di Venezia, Piazza di
Venezia, cónclave del Faccio, asiento del Gobierno nacional desde
el cual el Duce oteaba cotidianamente los horizontes italianos con
una desconfianza que ese surgen
te semidiós tomaba pronto en la
confianza. Y así, el precavido amor de Clara y Mussolini se volvió
audaz y retador, casi de propensión beligerante.
Ante ese desafío resuelto, Clara Petacci comenzó a ser ya, para
la capital y la nación, la descarada que iba llevando su descaro a
un éxito insolente en que la hembra, libre de su túnica también se
liberaba del natural recato ante el Imperio. Se la estimó como a una
presuntuosa ególatra, dispuesta a recibir a toda costa, sobre la piel
en juventud perfecta, lo adicional y reflejantemente ornamental
de aquella inmensa llamarada humana prendida por el Señor para el
favor y resplandor de Italia. Era aquella fatídica mujer la repetición
de un pájaro especial, la urraca, que según la noción zoológica
asegura, lleva siempre entre su pico, hacia el nidal, cosas y cosas ruti-
lantes. Y llegó al clímax el escándalo. Pero, por el creciente miedo
general a Mussolini, era de dientes apretados, casi sangrante, aquel
escándalo.
Mas va llegando para Italia, no la hora cero, sino la hora bajo
cero. El Eje Roma-BerIín- Tokio tiembla y desespera. En esa
Italia lo ilusorio estructural se va haciendo un ascendente crujimiento
desde lo norteño, por el Alto Alivio hasta Sicilia donde George
Patton, en unas penetraciones triangulares, va luchando con su fusile-
ría de América del Norte, con su estrategia singular de " ¡hacia lo im-
posible siempre, y rápido!". Se va apagando el poderío del Faccio,
mero relumbrón de unas metáforas ligeras como de fuegos de artifi-
cio. Huyendo a la tempestad, se van las águilas romanas, renacientes
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2007

y lucientes, recién salidas de unas fábricas verbales. El gran aparente


sol de esos remedos imperiales se desploma con el trasmonte en el
proscenio. Es el ajustamiento eterno sobre el orbe, ley de equilibrios
en los pueblos.
Los guerreros que antes pasaban en los desfies de espectáculo
con elevaciones de su diestra al recién llegado César imponente, ahora
aprietan los puños ante él, en negación rebelde de último momento.
Los serviles, doblados anteriormente a su presencia, hoy le dejan en
soledad, porque quien ayer tenía tanto que ofrecer, hoy nada tiene.
y hasta Rachel, la esposa virtuosísima, le dice tartamudeantemente,
en Vila Como, por teléfono, que no puede acercarse a su refugio
sólo a ochocientos metros de distancia, porque la prole quizás
caiga, por descuidos, en el peligro circundante. ¡Pobre el Benito
Mussolini! Nunca advirtio él anticipadamente, como nunca lo advier-
te ningún amo, que el esclavo arrastrador de sus cadenas con exhibi.
ción de regocijo, cuando llega la hora del azar entonces, en otro
regocijo reemplazante, pega sin compasión, con las viejas cadenas
rotas por la suerte, sobre la espina vertebral del amo.
La Historia, cuando se hace vuelco, como acontece ahora por
Italia, va presentando en páginas seguidas desde lo inversímil hasta
lo aún más inverosímiL. Ya Mussolini, con la cohorte celosamente
vigilante, va siendo conducido, desde Dongo, por los senderos más
solitarios y recónditos. Y aquí el nuevo sacudimiento de la Historia,
lo superlativo de esa Historia en un capítulo violento. Clara Petacci
llega a ese camino abruptamente, y es ella allí la aparición de lo
increíble en formas de mujer, lo advinente como un deslumbramien-
to que brota de un alucinógeno. Dice al "Sargento Pedro" - sobre-
nombre encubridor- con unos términos precisos: " ¡Debo acercarme
a Mussolinni!" Asperamente le responde Pedro: "¡Yo lo prohíbo!".
Pero Claretta salta prohibiciones; se va con ímpetu al amado, y su
sonrisa extraordinaria ante él es de bálsamo sedante; certeza del
amor donde no existe una esperanza; beso temblante de la pasión
sin declinar frente a las doce bayonetas rígidas.
Ya por Menaggo, y a la media noche, hacen entrar al detenido
a albergue montañero. Ella: "iExijo irme yo con él!" Sargento
Pedro: "¡No lo hace usted de ningún modo!" Pero la decisión de
esa mujer es una fuerza doblegante. Y en el recinto campesino, el
pecado se torna excelsitud, noche nupcial esa noche última. Mas no
ha terminado aquí lo inusitado que ahora ascendentemente va hacia
lo supremo. A la mañana, el "Coronel Valerio" -sobrenombre
expreso- va leyendo en alta voz la lista de los ya próximos a su hora.
Claretta:" ¡Usted omitió mi nombre, y dígalo!"Valerio:" ¡Pero
si no
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

está su nombre entre los reos, señoral" Ella otra vez, con esa vibra-
ción que presta siempre la voluntad alzada hasta lo máximo:" ¡Nada
me importa que no esté ni nombre, y yo me voy con él y su destino!"
y aquí en este terminar, se hace una realidad el tierno y clásico
decir con el cual se esboza algunas veces a los idilio
s empezantes:
"Como hermana y hermano,
se van los dos cogidos de la mano"."
Por el trecho fatal, Clara Grasiella, así mano apretante de la
mano, expresa cariciosamente a Mussolini: "Vade con ti a l'ómbra.
¿Questo ti piace?" (me voy contigo hacia las sombras. ¿Ello te pla-
ce?). Pero en Mussolini es la respuesta del silencio, ya prologal de
todos los silencios. Y cuando caen juntos los dos, esa sonrisa singular
que tuvo iniciaciones en Claretta cuando el encuentro súbito por
la vía de Dongo, todavía está intacta allí sobre el inerte rostro pálido
como signo vital de amor hasta en la muerte.
Leda Rafanelli -repito que la segunda publicación es póstuma-
murió por el setenta y dos, y hay una cruz determinante sobre su
túmulo en Salerno. Pero en cuanto a la Petacci, nada se sabe de su
tumba. La Rafanell quiso perpetuarse con unas páginas eróticas.
y Clara GrazielIa no redactó nunca una sílaba sobre la pásión del
árbitro de Italia y de ella para ese árbitro. El bullcio sobre la Leda
pronto pasará, pues la mediocricidad siempre es efímera. Y, contra
ello, la majestad creciente de Claretta, la mujer más iracundamente
despreciada en la centuria veinte, comienza a ser, en cuanto al
redentor final de su existir humano, como una imposición en los
espíritus selectos. Porque rompiendo moldes de las tragedias habi-
tuales, desde Willam Shakespeare hasta O'Neil y Kaufman, esa Clara
Patacci, con su propia sangre y sus propios nervos, valiéndose de su
vida y su sonrisa como elementos primos del portento, ha creado la
tragedia de sencillez y dulzura, o sea lo maravilloso y nuevo de lo
alegre-trágico. Además, Clara Pettaci, frente a la opacidad de Leda
Rafanell, con la infinita comprensión de Dios para la muy risueña
mártir espontánea, flotando en una inmortal ingravidez, está por
siempre en la gloria...
Claridad, sábado 17 de abril de 1976.

DON LUIS HORACIO MORENO


Acaba de pasar por Claridad, rumbo a Coclé, don Luis Horacio
Moreno, uno de mis íntimos. Por una conexión de ideas, voy repa-
sando ahora su existencia, junto a mis páginas en blanco. Y he aquí
esa vida de don Luis, o de don Lucho Moreno:
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Pueblo natal, Penonomé. Y al terminar en la primaria, puesto


máximo. La beca para secundara, que como galardón le da el Esta-
do, resulta escasa en lo económico, y la familia tiene que ayudarle
pese a que hay en ella, por total, seis párlos. Luis Horacio com-
prende el sacrificio, y a su vez realizar esfuerzo ingente en pizarón,
en libros, en cuadernos, en tareas caseras. Leí en su hogar, en Pana-
má, frente a café retinto, sus credenciales de la muy prestigiosa
escuela de La Sale. y reza así esa credencial dicente: "Perito Mer-
cantil, Bachiler en Ciencias y Artes. Sobresaliente en todas las mate-
nas con un porcentaje nunca igualado en el planteL. Día catorce
de febrero, año de Dios cuarenta y seis". La Salle fue establecida
por el año seis. Cuarenta años de existencia cuando Luis Moreno
obtuvo el título. Y a lo largo de todos los cuarenta, ese Moreno,
el superior en todo, según esa credencial. Quien haya hecho algo
semejante en el país, haga el favor de levantar el índice.
¿y después? A vender, como dependiente tras mostrador de
tienda de artefactos, por la Central, en cercanías de Calle Jota.
El ahorro de céntimos y céntimos. y con el ahorro, a California.
La Berkeley University. Terminación de la premédica. Magna
Cum Laude. Pero se le han acabado ya sus reales panameños. Y a
San Francisco, a una hora y cuarto de la Berkeley. En San Francisco,
a preparar "hot dogs", quizás con delantal, por quioscos de la
Market, de la Powell, de la Mason, de la Gear Street. y a vocear
el San Francisco Chronicle, y el Los Angeles Examiner, por la Unión
Square, bajo los pinos coníferos. Con los "hot dogs" Y los periódi-
cos, ya sonante la alcancía. y hacia París...
La Sorbona. Medicina tras la premédica de Berkeley. Pero le vie-
ne inesperado obstáculo económico más grande que el Everest, en el
Tibet-Nepal, con sus ocho mil ochocientos ochenta metros de tama-
ño. E imposible traspasar ese EVerest. Porque Luis Moreno anda por
Saint Honoré y por la Vendo me con los zapatos algo rotos y por
tanto inútiles para dominar al monte del tropiezo grande. Tras año
y medio de Medicina, con todo éxito, la Sorbona - pese a ser tan
rigurosa como han de ser las Facultades auténticas- le entrega un
certificado con los siguientes términos precisos: "De notas sobresa-
lientes, y con derecho a todos los estímulos". y con esa recomenda-
ción hacia la patria...
El Palacio Presidencial, con esa recomendación de la Sorbona
sobre aquello del estímulo. Su excelencia lee el papel de la Sorbona.
Su Excelencia mira a los ojos de Moreno y encuentra en ellos una
luz de independencia. Luis Moreno no servirá jamás a Su Excelencia
de satélite ni acólito. Su Excelencia, a Luis Moreno: " ¡Le felicito,
jovencito. Siga usted estudiando mucho, jovencito. y que vaya a
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usted bien sIempre, ¡jovencito!". Baja Moreno la escalera con la


testa baja. Pero en el patio presidencial, a la salida, nuevamente
hacia lo alto la cabeza indómita.
Hay que apurarse. Monta lavandería barata en Calidonia. Y,
al mismo tiempo, es ayudante de plomero en Plomería "La Nacio-
nal", cerca a la fábrica de pan "Flor Panameña". Nuevos centavos y
centavos. Y en direcciÓn al Brasil, donde vida y escuela son más
baratas. Pero en Brasil no encuentra un cupo ni uno solo para
Escuela Mèdica. ¿A doblegarse? ¡No! Entre Derecho y Medicina
hay una distancia enorme. Pero no queda otro camino. j Y a lo
jurídico! Por las mañanas, Facultad Pontificia para leyes. Por las
tardes, a ganarse unos cruzeiros. Y por las noches, desde las ocho
hasta las once, Facultad de Leyes, Universidad del Brasil, o del
Estado. Empate de dos Universidades diferentes. Empate de la
noche con el día. Y aquÍ, sobrepongámonos al resentimiento ya la
envidia verde. iAceptémoslo! Lo de Luis H. Moreno es un caso
único.
Pero nuevas dificultades econÓmicas, ahora mayores que el
Everest, el Godwin Austen, y el Kauchenyunga, uno sobre otro.
Y ante el obstáculo fantástico, hacia su país, para hacer en él de la
desesperanza otra esperanza. Y la esperanza se le vuelve fe. Porque
el Punto CW1Iro -ahora el AID.... de Norteámérica, abre en Panamá
torneo para estudiar agronomía. Don Luis Horacio Moreno, invicto
en el Concurso. ¿No ha podido ser médico o jurista? Pues a la
Agronomía, en la Arkansas University. Y tras cuatro años, un
Ingeniero Agrónomo de Arkansas. Puesto de honor, como resulta
a él siempre.
Acá don Eduardo Healy, desde el Chase, está revolucionando lo
bancario en Panamá y dando vitalidad al
Interior eon los novÍsimos
préstamos agrícolas. El Ingeniero Luis Moreno a las provincias
para examinar aquellas tierras y enviar dictámenes a Healy. En sus
pocos momentos de descanso, a leer de todo, bajo cedro o roble.
Por lo cual se sabe él ahora en el setenta y cuatro, de memoria,
a León Felipe, el español, y a Neruda, el de República de Chile.
Sobre todo éste en su "Canción Desesperada". Y también, bajo
los árboles, páginas psicológicas y sobre todo sociológicas. Por
lo que conoce bien del "Zoo Humano" -Desmond Morris- a "La
Escuela Social" de G. Aranzadi. Pero resulta que su trato frecuente
con Eduardo Healy le crea un interés muy especial por lo económi-
co. ¿Qué hace en esa circunstancia? Ya ha ganado algún dinero
en el Chase Bank -ahora The Chase Manhattan Bank- y con ese
dinero, a Comell University, New York. En Comell, brilantemente,
"Master" en Ciencias Económicas. Y como no está aún satisfecho,
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

ahora a esa Sociología que comenzó a leer en Panamá bajo los


cedros y los robles. y otro "Master" de Cornell, ahora éste en
materias sociológicas. y hacia Tocumen.
Por el sesenta y ocho, cuando está como banquero por el Chase
de David o de Chitré, le llaman de Norteamérica. Hacia New York,
a la Central del Chase, con sus setenlü pisos. En la terraza del seten-
ta, las águilas del Chase Manhattan, atisbado
ras de los Chase en
cinco Continentes. El Presidente de las águilas: "Hemos seguido a
usted paso tras paso. ¿Quiere usted ser Gerente General de los Chase
de Panamá?". Y enseguida Luis Moreno con el " ¡sí!", y sonriente,
sin los balbuceos de la modestia falsa. Y otra vez para Tocumen.
En estos Chase de Panamá, tras medio siglo, primer Gerente General
istmeño.
Ahora, por julio de este setenta y cuatro, nueva llamada telefóni-
ca. Y hacia la terraza del setenta, por New York. El jefe de las
águilas: "La economía de América Latina es bien compleja. Y en
cada una de las repúblicas de allá hay que estudiar y resolver prob1e~
mas fundamentales diferentes. ¿Quiere usted ser Jefe de AcciÓn
Ejecutiva de las ciento veinte instalaciones Chase en la América
Latina?". Y la respuesta" isí!" como antes, y sonrisa, sin rodeos
humildes. Don Luis Horacio Moreno partirá de Panamá a New York,
para irse luego deteniendo en todas partes, de Brasil a México, el
día veintiocho de este mes, octubre. Pero seguramente volverá él a
la tierra patria dentro de dos o tres años, con nuevos planes y creacio-
nes nuevas. Y se le verá otra vez por los caminos panameños que
tanto transitó él, y amó, y seguirá amando y transitando. Cuando el
recién llegado pase entonces por allí, dirán los de las bancas de los
parques, los del taburete echado a la pared, los que durmieron una
siesta de dos horas y tres cuartos, en la hamaca: " i Regresó este suje-
to molestoso, de la buena suerte y de la vida cómoda!". Dirán todos
los ecuánimes, que felizmente son aún de notoria mayoría: " iRetor-
nó un modelo de hombre!". Y me diré yo entonces, en silenciosa
convicción, mientras le abrazo fraternalmente en Panamá, o en esta
Claridad a donde volverá sin duda alguna para ejercitar más su vieja
práctica de llevarse -como ahora- todos los limones de mis cuatro
limoneros extraordinanamente próvidos: "Independientemente de
obras oficiales, esta nación tiene mucho apremio por contar con unos
dos mil panameños como es éste, tan tesonero e intrépido. Con esos
dos mil istmeños como Luis Moreno, iqué gran forjar para el país!
iY qué progreso y qué cultura para grandes! iQué gran República... !".

Claridad, Noviembre-1974.

2&
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Señor Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas;


Honorables Miembros de la Corte Suprema de Justicia; Señor Pro-
curador General de la Nación; Señores miembros del Cuerpo Diplo-
mático; Señores Profesores; Señores estudiantes universitaros;
Señoras y Señores:

La Constitución del 46 no es de fundamento o inclinaciones


socialistas: Ni socialismo utópico del estilo Tomás Moro. Ni socia-
lismo a lo Proudhom. Ni tampoco el socialismo que se esboza en
el Manifiesto de Marx y Engels y que luego, en "El Capital" se ubica
en la categoría de socialismo científico.
Esa Constitución del 46 es de tipo intervencionista. Mas, pese a
tal modalidad, no llegó a suprimier las libertades individuales, y man-
tuvo éstas en su esencia.
¿Por qué quienes, en una forma o en otra. laboramos en la Consti-
tución del 46 levantamos un Estado intervencionista?
Porque. dentro de nuestras urgencias colectivas, no podíamos
conformamos con las constituciones clásicas, limitadas a la típica
sección dogmática - declaración de derechos o libertades individua-
les - y a otra sección - la orgánica - destinada a las funciones de
los poderes estataes, hoy denominados "Orgaos", con un vocablo
más técnico. Porque, para hoy y el futuro, requeríamos un Estado
que llenara. en beneficio colectivo, los vacíos que el individuo, por
sí solo, no estaba en la capacidad de nivelar, por no contar con lo
económico. con el personal colaborador indispensable ni con las
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fuerzas coercitivas oficiales. Y porque ~ como posicion ante el


problema- si no buscábamos, como he dicho, la institución de un
Estado socialista, tampoco nos amedrentaba el Estado intervencionis-
ta en cuanto ese intervencionisto resultaba indispensable al bienestar
panameño. Independientemente del aporte espiritual de cada uno,
es verdad incuestionable que, en el proceso formativo de la Constitu-
ción del 46, tuvo mucho auge el pensamiento central de j.D. Moscote
sobre un Estado contemporáneo, amoldado a las exigencias naciona-
les. Y ya Moscote, desde 1934, había expuesto en sus "Onentacio-
nes a la Reforma Constitucional":
"Nosotros bien sabemos que interencionismo solo, no.es socia-
lismo.. La insdustria reglamentada; el comercio reglamentano, eran
cosas características de la economía de la Edad Media, del antiguo
régimen de Francia y Alemania hasta los últimos tiempos, y de la
higlaterra de los Tudøres V los Estuardos. Si el intervencIonismo
fuera sociaismo, el mercantiismo habría sido un siiitema sociaista, y
el mundo habría vivido bajo el régien socialista la mayor pare
de su Histori".
y esa idea capitular de Moscote implica lo que ya he manifestado
anteriormente. Si los arífices de la Constitución del 46 no buscába-
mos, alegremente, una fórmula socialista, tampoco desechábamos,
temblorosamente, una fórmula intervencionista:
NUEVAS MODALIADES EN LOS DEREæOS INDIVIDUALES
Se requería, para el bien común, la extirpación del viejo concepto
de la propiedad privada e intangible, aharcadora no solo de "jus
utendi", sino también del "ju. abutendi". y en el arículo 45
de la Constitución se estableció que la propiedad privada implica
obligaciones para su dueño, por razón de la función social que le
atañe.
Se quiso, para bien de todos, que no existieran extralimitaciones
en las relaciones obrero-patronales. y en el capítulo constitucional
sobre el trabajo se estatuyó la intervención del Estado para regular
esas relaciones con un cnterio firme y abarcador sobre justicia social.
Se estimó que existía un interés estatal directo en la cultura
colectiva. Y en los arículos 79 y 81 del instnimento fundaental
se estipuló que el Estado penetraría en el antes sacrosanto predio
de la enseñanza privada, para que ésta fuera cónsona con la eficaz
formación de los educandos, y para preservar el tesoro social de
nuestra Historia, nuestro idioma colectivo, y nuestra cívica.

En la apreciación de que a la sociedad le era indispensable una


garantía permanente en cuanto a los servcios y precios de los
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2007

arículos de primera necesidad, se dio al Estado -artículo 227-


los poderes para su ingerencia en los citados aspectos, hasta entonces
tradicionalmente venerados.

y en el juzgamiento de que la economía nacional requiere a veces


reajustes, guías, o ampliaciones y equilbrios justicieros, se estatuyó
-artículo 225, del cual me declaro responsable sin excusas ni are-
pendimientos- que las actividades económicas corresponden pri-
mordialmente a los particulares, pero que el Estado intervendrá
en ellas con el fin, entre otros, de acrecentar la riqueza nacional y
asegurar sus beneficios para el mayor número posible de habitantes.
y así fue lo mismo en otros angulos. Se creó el intervencionismo
estatal donde la exigencia de hoy, o la visión del mañana, reclamaban
tal creación. Ello implicó restricciones a no pocas de las libertades
clásicas del hombre. Pero no había el goce de exagerar tales restric-
ciones. Se procedió más bien quizás, en todo caso, con esa "angustia
vital" de que nos trata Max Scheler. y tal angustia vital, o tal necesi-
dad sin euforias, no se encontraban -ello es obvio- contradicto-
riamente mezcladas con el deseo de asesinar los derechos individua-
les, para contemplar, hechos cadáveres, esos derechos que nacieron
hace ya tiempo dilatado, entre ilusión y heroísmo.

POR QUE SE PRESERVARON, EN LO FUNDAMENTAL, LOS


DERECHOS INDIVIDUALES CLASICOS.
¿Por qué esa Constitución del
46, siendo francamente intervencio-
ni sta, contenía la preocupación de no lastimar, más allá de la medida
exacta, las libertades o derechos clásicos? Van en seguidas las razo-
nes:
Ante todo, por un motivo que podríamos denominar de lógica,
y que surge, prístinamente, de lo expresado hasta ahora. Si nuestro
Estado resultaba intervencionista por necesidad, y el, a través de la
Constitución, restringía algunas de las libertades clásicas sin miedo,
pero también por necesidad dependiente de tal intervencionismo,
venía a ser lo adecuado, o lo que he calificado como lógico, que
tales ibertades resultaran intocadas donde no era inevitable tocadas.
y la prueba del ánimo que abrigábamos los Convencionales del 46,
es que, pese a las cortapisas obligadas, al mismo tiempo establecimos
modalidades atinentes a derechos o libertades que antes, por lo
general, no se registraban en nuestras normas jurídicas. Ejemplos:

La pautas del 46 trajeron como consecuencia la liquidación


definitiva del araigo, o mandamiento de ne exeat, con los cuales
anteriormente el individuo podía resultar físicamente paralizado
por sus obligaciones económicas en mora.
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

La Constitución en vigencia -arículo 21- eliminó la desigual-


da jundica de sexos. Y así la mujer se yergue por la priera vez
entre nosotros con el prestigio de una persona humana en definitiva
integrdad, y con los mismos derechos o libertades que poseemos
los varones...
La Constitución supriió -arículo 58- las antiguas ditinciones
entre los hijos legítimos y los hijos naturales. y hoy, el que nace
en nuestro Estado, por el solo hecho de nacer es en seguida un ser
humano, con los mismos fueros legaes que los otros seres humanos,
y con todas las facilidades para desarollar e imponer su personalidad,
en airosa ostentación de sus derechos intactos.
y -va aquí el último ejemplo- en el arículo 49 se consagra que
las manifestaciones o reuniones no se encuentran sometidas al permi-
so oficial previo. De tal suerte que fenecieron las disposiciones ante-
riores sobre tal autorización que traían frecuentemente negativas
constrictoras para las libertades del hombre.
Así, con esa lista de creaciones a favor de la persona individual,
se confirma plenamente que no estábamos los Convencionales del
46 dedicados placenteramente a tronchar, a tajos locos,los derechos
o libertdes del hombre, puesto que creamos otros de ellos allí donde
nuestros afanes al respecto no afectaban al Estado que íbamos
levantando con su acción interventora, porque estábamos todos deci-
didos a levantarlo. Y, por otra pare es lo cierto, que nosotros no
podíamos cancelar, de la noche a la mañana, todo ese haz de liber-
tades que constituyeron grata tradición de nuestros antepasados
hasta llegar a la Cartila fundamental de i 904, texto éste en el cual
cada uno de nosotros mismos había leído, y absorbido, al abrir
nuestro espíritu al Derecho o la política, esa lista de garantías hu-
manas ofrecidas a los panameños por la República en albores. Las
tradiciones requieren su amputación quirúrgica cuando ellas equiva-
len a estancamiento o estorbo. Pero las tradiciones son respectables
cuando, como en el caso del 46, ellas, en vez de molestar, pueden ser
utilizadas para la inyección de nuevos gérmenes de vida.
Recordad -es oportuno recordarlo- que a los panameños
nos tocó el legado del individualismo español, férreo allá, y podría
decirse intransigente. A tal extremo que ofrece una idea del mismo
aquella célebre admonición que se lanaba a los principes aragoneses
como previa condición para ceñirles la corona:
"Nosotros, cada uno de los cuales vale tanto como vos, e que
todos juntos valemos más que vos, vos facemos rey si fisiéseis dere.
cho o si guardás nuestros fueros y libertades. E si non, non!."
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

Rufino Blanco Fombona, el escritor venezolano, exalta ese amor


a la libertad individual en Aragón, en todos los reinos de España,
en la unidad estatal de Isabel la Católica y Fernando, a través de su
libro permanente "El Individualismo Español en el Siglo XVI.....
Según expresa Fombona, con su maestría en el lenguaje, ese fue el
individualismo que se importó a nuestra América. Según expreso
yo ahora, en mi decir sin maestría, ese individualismo transportado
floreció en el Nuevo Mundo, y echó profundas raíces, pese a los dés-
potas esporádicos que se han solido pasear por el solar americano
sobre los textos jurídicos. Aquí, en las tierras panameñas, aquella
siembra española encontró un medio fecundo. Entre nosotros se
podía, y se pudo, en 1946, acondicionar ciertas libertades al inter-
vencionismo estatal en advenimiento. Pero los Constituyentes del
46 no podíamos, mediante normas jurídicas, destruir súbitamente
la idiosincrasia panameña, para la cual la libertad es oxígeno. El
hacerlo, habría sido traición a nuestro pueblo. Por la traición, o
como reacción contra ella, habría caído estrepitosamente, quizás
desde su aprobación, la Constitución del 46.

EL CIUDADANO EMINENTEMENTE SOCIAL


Pero precisa consignar que esas libertades o derechos constitu-
cionales del 46 son de un sentido, o contenido, más completo o
abarcador que los inherentes a las constituciones antiguas. Seré
más claro, volviendo para ello a J. D. Moscote en sus apuntes sobre
las Constituciones contemporáneas.
"En ellas -y para nosotros, digo yo, en la nuestra del 46- se
contempla no al hombre abstracto de Rousseau, ni al individuo
agresivo, frente al Estado, de Spencer, sino al ciudadano eminente-
mente social".
Con lo cual debe entenderse -gloso yo ahora a Moscote- que
si nuestra actual Constitución ofrece al hombre todo un lote de
libertades o derechos, no es solamente para que ese hombre se
refugie en ellos. La misión y sentido de la personalidad individual
en el Estado panameño son ahora muy distintos a lo que antes lo
eran. Las actuales libertades exigen al individuo que llene a aquellas
de vitalidad, que las eche a funcionar animosamente y sin descanso,
en realizaciones empeñosas. No se trata de reducirse a hablar o a
grtar orgullosamente "mi derecho", con la expresión de Emanuel
Kant: "El meum jus'" No se trata, en el presente caso, de liberta-
des para malgastadas en bostezos perezosos o en andadas rutinarias.
Los derechos individuales aún ofrecen el antiguo ángulo clásico que
se puede traducir en esta frase: "No se debe hacer nada contra mí
dentro del círculo de fueros que me ha dejado y consagrado la Con
s-
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2007

titución del 46". Pero presentan, a la misma altura, y con surgente


importancia, este otro ángulo nuevo que, a la vez, puede ser concre-
tado en el siguiente término: "Yo debo hacer todo lo posible, en un
sentido de afirmaciones productivas, dentro del círculo de fueros
que me ha dejado y consagrado la Constitución del 46." De modo
que el sentido y misión de la personalidad individual dentro del Es-
tado que hoy tenemos consiste en no usar solo las libertades como
escudo para defenderse, sino también, de manera primordial, como
pala y azadón para hacer o fabricar en el propio bien, y en el de los
otros. Es libertad de servicio. Es libertad para foijar. Es libertad
para aplicarla en el sentido en que se expresaba Kennedy hace unos
diez y ocho meses, con las siguientes palabras, aproximadamente
textuales si no me falla la memoria: "Nosotros tenemos un gran
país en que gozamos de una segura libertad, pero no tanto para dedi-
carIa a aprovechamos de él, como para consagrarla a que ese gran
país se aproveche de nosotros." Y como se me puede y debe pregun-
tar por qué esta interpretación que doy con énfasis, contesto inme-
diatamente:
10.-La exaltación de los derechos individuales por escritores
políticos y filosóficos, y la inserción de esos derechos en un cúmulo
de constituciones nacionales, significaban principalmente, en las
últimas centurias, una reacción contra los métodos despóticos:
un enfrentarse directo al absolutismo monárquico. El absolutismo
ahogaba al hombre: luego, había que levantar, de prisa, un cerco
de libertades a favor del hombre y contra tal absolutismo.
john ißcke se afana en Inglaterra, allá por 1700, por predicar
el derecho natural que tienen todos los hombres.
Rousseau compendia su valioso aporte contra el despotismo
reinante en el elogio intencionado y fervoroso de la "eminente
dignidad de la persona humana".
Montesquieu manifiesta lo siguiente, que es una reafirmación"
de que se buscaba ansiosamente un valladar de derechos para el
hombre: "La libertad es la tranquilidad que proviene de la opinión
que cada uno tiene de su seguridad".
jefferson escribe el 3 de julio de 1776: "Todos los hombres han
sido creados iguales, y están dotados por su creador de derechos
inalienables" .
Los revolucionarios franceses manifiestan en 1789: "Los hom-
bres nacen libres y viven libres e iguales. El fin de toda asociación
política es la conservación de los derechos naturales e imprescripti.
bles del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la
seguridad, la resistencia a la opresión".
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2007

Las expresiones de Jefferson se incrustan en la Constitución de


Norteamérica. Las declaraciones de los revolucionarios del 89
van a la Constitución francesa del 91. Y así siguen iguales transcrip-
ciones de libertades o derechos individuales en las excertas jurídicas
fundamentales, con el mismo carácter de coraza, con el mismo corte,
con el mismo numen. No importaba, en esa etapa desesperada de los
anales políticos, que se sacasen o no jugos vitales a los derechos o
libertades del hombre. Era asunto de protección, reclamada por la
necesidad, contra el terco despotismo impuesto a título divino.
La cuestión, la gran cuestión, que se fue traspasando bravÍamente y
con apremio de un político a otro político, de un instrumento bási-
co a otro instrumento básico, se encontraba plasmada, o estallaba, en
una lucha de libertades: la libertad naciente, y creciente de los
hombres contra la libertad engreída, secular e ilímite de los monarcas
sagrados.
Pero ya está superado el tiempo en que las libertades o los dere-
chos del hombre tenían mero carácter de muralla. En nuestra época,
en nuestro Estado del 46, ese concepto valioso pero circunstancial
es incompleto, y eficaz a lo sumo a medias. La exclusiva libertad-
muralla ha dejado ya de serIo. La interpretación de nuestras liberta-
des individuales para tenderse si se quiere -so título de que para ello
se es libre- a dormitar perpetuamente y sin temores detrás de aquella
muralla y a su sombra, es anacrónica y falaz. O es falaz por anacróni-
ca.
20.- Toda Constitución obedece a una unidad fundamental, a un
fin básico definido hacia el cual se' dirigen todas las partes del instru-
mento. No puede haber, para dar un solo ejemplo, dentro de un mis-
mo pensamiento fundamental político, una Constitución que sea al
tiempo, hibridamente, monárquica y republicana. Y esa armonía
sustancial entre las partes del todo constitucional no obedece a
visión estética o a simple razón de euritmia. La génesis, el por qué
raigal de un instrumento de derecho, cubren o nutren a todo el ins-
trumento, dentro del rigor que encierra lo jurídico. Y además existe
la realidad -válida sobre todo en cuanto a las constituciones- de
que si éstas son elaboradas de una manera heterogénea o con secto-
res disímiles, esas constituciones se dislocan, se paralizan, y hasta
estallan con una dispersión de piezas rotas: como elementos inco-
nexos de una fábrica mecánica.
La Constitución del 46 si, como ya se ha dicho, no es socialista,
tiende hacia el bien social: hacia el hacer social, que es algo sustan-
cial, aunque distinto. El Estado tiene en esa Constitución una mi-
sión activa con miras a lo colectivo. Y sería precisamente lo dislo-
cado, lo desajustado, que mientras el Estado está obligado a la

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2007

actividad social, el individuo pueda complacerse dentro de su liber-


tad, en estériles quietudes de parito. El individuo es, en la Consti-
tución del 46, "un ciudadano social'~, como dijo anticipadamente
el gran maestro Moscote. Para ello, precisamente, el Estado en la
Constitución, además de la función de interventor, tiene la otra,
hasta donde ello sea posible, de un auxiliar de la vida individual,
en cuanto a cultura espirtual, a la higiene y la salud, a la seguridad
de los hogares, y al desarollo económico. No es del caso considerar
que el Estado no haya hecho por todos, o no haya hecho en todo,
lo que ha debido hacer por todos, después del 46, en esa segunda
misión que no es ya solo de intervencionismo, sino de ayuda al
individuo. Solo estoy interpretando: y digo así, interpretando, que
si el Estado tiene que hacer para lo social, como interventor, y el
Estado tiene que hacer también para mejorar al hombre, es preciso
,concluir que a ese hombre no le es permitido reducirse a la inercia
libre, o sea a mantenerse ajeno a la menor repercusión en beneficio
social.

MISION POSITIVA DEL HOMBRE A TRA VES DE LOS MILENIOS


30.-Los pensadores que no han escrito con la angustia de poner
a flote la libertad individual para hundir la de los déspotas; o sea los
que han partido abstractamente de la contemplación del hombre en
sí, como ser dotado de posibilidades positivas, han exigio a éste la
perfección, la renovación, la actividad que va dejando siembras
próvidas. Ello ha sido en toda época, a través de los milenios, inde-
pendientemente de que, como ya queda expresado, ciertos políticos,
fiósofos y constituciones, en las últimas centurias, se han dedicado
exclusivamente a contrarrestar, a favor del hombre, los efectos de lo
omnímodo.
Así expresaba ya Aristóteles en su Etica a Nicómaco, Libro 1,
Capítulo 1, estas palabras rotundas;
"Seamos en nuestra vida como los arqueros, que tienen un blan-
co".
y decía después San Pablo en su Carta a los Efesios, en síntesis
sugestiva y con un giro lleno de donaire:

"Así también nosotros andemos en novedad de vida".


San Francisco de Asís y Joaquín de Fiore emplearon con fre-
cuencia, poco después de 1200, y aplicándolos al hombre, y a su
vida, los términos "renovatio", "nova vita", "renasci", "Regenerar",
que son un llamado a la intrepidez humana en un hacer y conquistar
constantes.
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2007

Leonardo de Vinci, el polifecético incansable, al referise a la


necesidad humana de hacer y desbordarse decía estas palabras prá.
ticas:
"Donde no hay nervos ni huesos, no hay tampoco fuerza capaz
de manifestarse en ninguna especie de movimiento".
Juan Pico de la Mirandola, el pensador neoplatónico, expresa
lo siguiente, en su obra "De Omnis Dignitate", que pone en labios
del Hacedor Supremo al dirigirse ésta al sér humano:
"He dotado a todas las criaturas de una naturaleza definida, y
las he confinado dentro de cierto límite. Tú no estás confinado en
límite ninguno. Tú crearás esos límites a tí mismo, bajo la dirección
que he colocado en tí, para que puedas degenerar, convirtiéndote en
un bruto, o puedas elevar tu especie a la altura celestial, de acuerdo
con tus deseos".
Emile Faguete, en su obra "Política y Moralistas del Siglo XI"
estudia a Augusto Compte y expresa en ese libro, de su cuenta, lo
que sigue:

"La libertad es algo negativo, lo que quiere decir que no es nada.


La libertad es un 0010 o un veto individual. Con un "yo no quiero",
"yo os detengo", pronunciado con energía por milones de hombres,
nada podría resultar más que una huraña inmovilidad. Se trata, sII
embargo, de marchar, de actuar, de hacer algo en la existencia",
Ralp Waldo Emerson, guiado por el pensamiento político de su
tiempo, y persuadido de que debe existir la menor cantidad de
Gobierno, o la menor intensidad de Estado, estaba, sin embargo,
convencido de que el ser humano debe hacer, debe actuar contIIua.
mente, aun cuando sea de su propia cuenta. Del primero de sus
"Siete Ensayos" titulado "La Confianza en Sí Mismo" es esta frase
sentenciosa:
"Sepa el hombre conocer su valor y dominar las cosas. No ande
ambiguamente, vagabundeando de acá y para allá, con aparencia de
mendicante, de bastardo, de intruso, en un mundo creado para éL."

y Emerson manifiesta en ese mismo Ensayo lo siguiente, que


contiene un sano sentido de hacer y hacer continuamente, y no de
decaer en anquilosis originada por la envidia, y que yo mantenía
escrito, como guía, bajo el vidrio de mi modesta mesa de trabajo,
en mi mocedad nutrida al mismo tiempo de penurias restrictivas y
de proyectos audaces:

"El que aspira a ser un hombre, debe ser un inconforme".


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2007

El vieJo poeta norteamericano Sidney Laiere se lamenta de


aquellos que no usan la liberta en su aspecto constnictivo. Y
exclama de esta manera despectiva:
lOToda su vida consiste solo en no mori....".

y ahora, dando un salto, Maín Heidegger, mósofo, representan-


te, junto con Jaspers, de la mosofía eXÍltencialista, para quien el
hombre se encuentra como perdido en el mundo, lana cste grto
de protesta contra el ser humao que no hace:
lOLa personalidad se pierde en la existencia banal... 1"

José Orega y Gasset, a veces fosforescente como luces de benga


la, pero con un enorme e imperecedero saldo favorable de pens..
miento macizo, tiene en su "Ensimismamiento y Alteración" estos
conceptos, muy propicios a la meditacón remansada:
"El hombre es ante todo algo que no tiene realidad coiporal ni
espiritual: es un programa como tal; por lo tanto es lo que aún no
es, sino lo que aspira a se. Todo lo demás del universo consiste
en lo que ya es. El astro es lo que ya ei, ni más ni menos. Todo
aquello cuyo modo de ser consiite en lo que ya es, lo llamamos
coia; la cosa tiene su ser dado y logrado. En cite sentido el hombre
no es una cosa, sino una- pretenlÍón: la pretensión de ser esto o lo
otro" .
y Luis Legaz Lacambra, el moderníiimo profesor de FUosofía
del Derecho, se expresa así en su obra destinada a su especialidad
académica:
"La personalidad jurídica es una manera de ser de la eXÍltencia,
que podnamos calificar como un esta en situaciones jurídicas.
Pero un estar que implica su contraparida activa y diámica: el
hacer, usando de la liber, situaciones jurídicas nuevas.... El
hombre tiene como destino da una forma a su persona abstracta:
No dormirse en 101 laureles de la diidd que posee sino realizar
una existencia digna" .

y después de las citas digo: Si a través de los milenioi, y aún en


tiempos en que había continuos niidoi de cadenas, al estudiare
a la personalidad humana en forma abstracta o aislada, con SUI
valores inherentes, su potencialidad característica, y su intrínicca
excelsitud maravilosa, se ha estimado a esa personalidad como un
ser para la perfección y la acción, para llenar toda su vida con peren-
nes empresas animosas, con mayor razón ha de ser ello en 101 actuales
tiempos en que han quedado liquidados, como sistema, los amos
caprichosos y los monarcas ultra-centralistas. Ese milenaro concepto
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

del ser humano mayestático, que tiene una libertad, antes que todo,
para aplicarla a una labor de realizaciones casi milagrosas, es la única
que cabe dentro de nuestro régimen presente, dentro del Estado que
tenemos. Yo no afirmo, ni puedo afirmar -digo en otras palabras
más concretas lo que ya antes he esbozado- que nuestras libertades
para el hombre dejen de ser una reserva para oponerlas al intento de
cualesquiera mandones de ocasión, que surgieran en nuestra patria
con la abrupta animalidad de los zarpazos tigrescos. Pero además de
la libertad como reserva, o con ella, y con más importancia que ella,
está, en los tiempos pacíficos de nuestra vida demo.crática, la otra
libertad primordialmente destinada a llenada, por cada cual, de un
rico contenido que se derrama hacia la sociedad para la dicha de to-
dos. Si viene a nuestra República algún día -y yo confío en que
nunca venga- up régimen de transgresiones anacrónicas, que enton-
ces nos dediquemos, olvidando lo demás, a defender la libertad
humana como cercado inviolable. Entre tanto, el trabajo constructi-
vo. Nuestras libertades no son, a título de que vivimos confiada-
mente dentro de una paz jurídica, libertades de almohadones, o li-
bertades de hamaca.

Sin que se pueda argüir a este respecto que por qué el individuo
tiene que hacer si el Estado que se creó en el 46 se ha abstenido de
hacer, o ha hecho poco. Por una parte -como creo que ya lo he
dicho anteriormente- solo soy en este instante el intérprete jurídico
del sentido y misión de la personalidad individual, o de lo que signi-
fican hoy sus libertades o derechos. y no soy un funcionario de
estadística, destinado al inventario, en números o en curvas gráficas,
de lo que dejó de realizar, o realizó, nuestro Estado nacional, desde el
10. de Maro de 1946 a Mayo del año 1964. Y, por otra parte, si
el hombre no hace dentro de su libertad, como está obligado, porque
el Estado tampoco hace, o porque hace poco, caeremos en la fatali-
dad de un círculo irrompible: "Yo, hombre, no hago lo que hasta
ahora me es posible hacer con los pocos, bastantes o muchos ele-
mentos que poseo dentro de mi libertad, porque tú, Estado, tampoco
haces todo lo posible dentro de los imperativos que te marca la Cons-
tituición del 46". Y "yo, Estado, no hago lo que debo hacer según
mi obligación constitucional porque tu, hombre, tampoco haces
dentro de la contemporánea interpretación de tus libertades y de
acuerdo con los medios. aun cuando sean ellos escasos, que hasta
ahora te he proporcionado, o que posees por tu cuenta". Sería
un equilibrio de inercias, como excusa o represalia. Sería la tragedia
constitucional. Sería echar por la borda, al mismo tiempo y para
siempre, los principios nutricios, para el Estado y para el hombre,
jurídicamente plasmados en la Constitución que nos rige.
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

HACER TRABAJO, Y HACERL AHORA


40.-La Constitución estatuye expresamente que el trabajo es un
deber del individuo. Y, mediante tal obligatoriedad, se consigna
expresamente que no existe en Panamá una libertad vacía, sino una
libertad que encierra un régien para hacer, o trabajar, o para que la
existencia del hombre sea un motor en movimiento. ¿Cómo ha de
entenderse ese deber de trabajar? En nuestro léxico "trabajar" tiene
una primera acepción, un poco apática: "Ocuparse en cualquier
ejercicio, obra o ministerio". Pero luego, como aclarando, o robus-
teciendo, ese mismo léxico define el trabajar de la siguiente manera:
"Solicitar, procurar, o intentar alguna cosa con eficacia, actividad o
cuidado". Lo cual indica que en el hacer o trabajar humanos debe
haber siempre nervio, tensión, ímpetu, afán de mejoramiento de la
obra, o de las obras sucesivas. Y aquí viene la memoria del Miguel
Angel inmortal, quien después de buriado su Moisés, y no satisfecho
aún de su creación arística adirable, dio a aquella estatua un
marilazo: ¡porque su Moisés no hablaba!

y si este es el sentido del trabajo -actividad, eficiencia, cuidado-


inchiido en el léxico español, que es el léxico de la Constitución
panameña, también se desprende el mismo sentido del arículo 63
de dicha Constitución, en aronía con el todo de la misma. La
Constitución ordena trabajar, no por aquel castigo celestial de
"gaarás el pan con el sudor de tu frente". Lo dispone así, como
una orden, porque la Constitución respeta al hombre, pero siempre
digido éste a una tendencia social, ya que toda esa Constitución
está ubicada en tal tendencia. El hombre debe trabajar para sí
mismo. Pero su obra debe repercutir en lo colectivo. Y la suma
de trabajos, de todos los hombres que trabajan, ha de tener influen-
cia en la sociedad, mucho más si ese cúmulo de 'trabajos se realiza
hasta el máximo que cada uno pueda ofrecer según sus posibildades.
Ese arículo 63 de la Constitución establece también que el trabajo
es un derecho. Y el arículo 41 determina que el individuo es libre
en el escogimiento del trabajo que le sea más conveniente. Pero,
elevado al mismo tiempo, por la priera de la dos disposiciones,
el trabajo a obligación ineludible, ya no puede ser entendida ésta
como simple compromiso flojo de llenar una fórmula pasajera o de
cumplir, pot no dejar, con una mera aparencia. Tal obligación
constituye, jurídicamente, una actitud permanente de eficiente
actividad, en plenitud foijadora, para nosotros mismos, para los que
dependen de nosotros, para bien de esa sociedad que es una preo-
cupación asidua del Estado. E interpretada y aplicada esa obligación
jundica con sentido práctico, como precisa interpretarla y aplicarla,
ella ha de consistir en un hacer ya, apenas esté plasmado en el cere-
37
Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

bro el esquema Íntegro del juicioso y gozoso planeamiento, y no en


una cómoda sucesión de postergaciones apáticas. Recuérdese a Juan
XXII, cuando preguntó a uno de sus Cardenales si se podría inaugu-
rar en 1964 el Concilo Universal. El Cardenal contestó: "Será impo-
sible, Su Santidad". Y replicó el Pontífice Înmortal: "¿Que no podre-
mos comenzar en 1964? Entonces, si ello es así, ¡iniciemos en 1963
ese Concilio Ecuménico!" Expresaba así Oscar Wilde: "Nunca hagas
hoy lo que puedes dejar para mañana". Y el apotegma de Wilde,
juguetonamente cínico como tantos de su pluma, es apreciado
muy en serio por no pocos panameños. Pero en cambio Winston
Churchil, en medio de los afanes circundantes de la contienda
mundial, lanzaba continuamente esta expresión, como el grto
estremecedor del conductor dominante: "Hacer, ahora!" Y lo
entrañado en la Constitución del 46, para la obra individual que
debe repercutir en lo social, no es, no puede ser, la fórmula abúlica
y retardatoria del escritor inglés del siglo diez y nueve: es, y tiene
que ser, la fórmula casi trepidante del estadista inglés del siglo
veinte.

EL TRABAJO HA DE VOLCARSE HACIA AFUERA

PPecisamente cuando he expresado que la libertad no se puede


concebir únicamente para la propia protección ocasional, sino tam-
bién para el hacer, me he querido referir a un hacer trabajo en
actuación constante, y hacia afuera. Todas las libertades o derechos
como, por ejemplo, los de pensar, expresarse, trasladarse, y purifi-
carse en la oración al Dios que el individuo escoja, están regidos por
la exigencia de un trabajo que, desde luego, por corresponder ese
trabajo a una necesidad social, debe ser realizado hacia afuera, con
trascendencia a lo colectivo. Quien se encierra en sí mismo perma-
nentemente para el meditar místico o silencioso, para las oraciones
sin palabras, es respetable desde el punto de vista de su religión
para la cual este mundo carece de importancia, porque es solo sitio
de tránsito y de preparación para la vida eterna. Pero ese clausurado,
o ese ermitaño, no está trabajando jurídicamente. Porque su santi-
dad contemplativa no refleja en la sociedad como lo pide el Estado.
Y, al contrario, quien se aquilata moralmente día por día, y sale a
actuar en el medio colectivo, ese sí está trabajando en el concepto
jurídico: y trabajando doblemente. Pues su perfeccionamiento
ético, para vivir y actuar en la sociedad, hará que su trabajo sea más
fecundo y eficaz, o sea más correcto y exacto. Y porque por ese
contacto con lo exterior, el virtuoso activo será ejemplo continuo,
y contribuirá a que los demás también se perfeccionen cada uno, y
hagan todos reflejar su actuar limpio en el provecho colectivo.
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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Lo mismo pasa con todas las esferas del pensamiento, y no


únicamente con el religioso o místico. Yo puedo ser, en hipótesis,
un gran filósofo, un gran teórico de la política, un genial economista.
Pero si me paso la existencia huraño, solitario, en una cueva, exclusi-
vamente para mí, con mi pensamiento filosófico, con mis ideas
económicas, o con mis tesis políticas, yo no estoy trabajando social y
jurídicamente, pese a todos mis esfuerzos. Mas, en cambio, si lanzo
hacia afuera mi pensamiento, por humilde que él resulte -como en
este caso mío frente a vosotros- entonces estoy realizando trabajo,
y trabajo verdadero, según lo quiere el Estado. Porque esa tarea de
pensar, en uno u otro aspecto del pensamiento que yo he escogido
libremente, una vez arrojada por mí hacia afuera, como realidad he-
cha y transmitida, tiene una trascendencia de índole colectiva: sirve
para que piensen mejor que yo, para que los otros se dispongan a
pensar, y a entregar a la vez su pensamiento. y así la creación de
pensamiento volcado hacia lo social, por pobre o equivocada que
ésta sea, es un trabajo, en lo jurídico: Es creación, ya directa o ya
indirecta, de cultura. Yo leí en un estudio, creo que de Hènry
Bergson, una disquisición interesante sobre si primero fue el pensa-
miento y después la acción, o si fue al contrario, y sobre qué vale
más, si la acción o el pensamiento. Pero ello no tiene importancia
por el aspecto presente. Lo importante es que el solo hecho de
pensar -pensar pleno, hasta donde cada cual pueda hacerlo- se
confunde con la acción, cuando ese hecho de pensar desciende a la
sociedad: porque se hace realida reproductiva, se materializa.
Henry David Thoreau abrigaba una gran rebeldía en cuanto al
trabajo obligatorio. Hasta el punto de que en su "Ensayo sobre la
Desobediencia Civil", sostenía textualmente que el hombre "no
estaba destinado a ser servidor útil del Estado soberano en el mundo".
Pero aquel hombre que vivía por las montañas, como un continuo
vagabundo exótico, escribió y transmitió, desde sus breñales, aquel
"Walden" que es un canto tonificante al mundo y a la vida, como el
himno a la naturaleza, de Goethe. Después de ciento cincuenta
años, ese Walden de Thoreau permanece fresco e intacto, transmitido
a todos los idiomas del mundo. Y Thoreau, el aparetne gitano,
trabajó para sí y para los demás, e intensamente, según lo quiere
ahora la Constitución del 46 como deber para nosotros.

LA "COSIFICACION" DE RECASENS
Luis Recasens Siches, quien ha sido profesor de la Universidad
Autónoma de México, de Tulane, de Madrid, y de otras egregias,
tiene en su "Tratado General de Filosofía del Derecho" un título
completo sobre la vida humana "objetiva". Y allí dice:
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2007

"Muchos actos de la vida humana dejan detrás de sí una huelIa,


un rastro, y esto ocurre no solo con actos egregios, sino también
con actos humildes. El Quijote, en el momento en que Cervantes
lo escribía, era una peripecia de su vida individual, un pedazo o re-
guero de su propia existencia. Pero después de escrita esa obra, y
aún después de muerto Cervantes, sigue allí el Quijote cristalizado,
que puede ser repensado por cada uno de nosotros. Se presenta
como un complejo de pensamientos objetivados, fosilizados, cosifica-
dos".
j Cosificar!: j Qué término tan atrevido, tan novedoso, y al mismo
tiempo decidor! Qué vocablo tan felizmente inventado para manifes-
tar la condición del trabajo que es trabajo verdadero, de un reflejo
social u objetivo por su cosificación ante los ojos o el espíritu de una
colectividad o del mundo. Para Luis Recasens Siches, en esa obra de
la Filosofía del Derecho, las virtudes de San Francisco de Asís
-quien no se encerró en sí mismo- han quedado cosificadas cuando,
por el ejemplo, han resultado como un módulo cristalizado o como
paradigma de conducta. Para él las actividades de Henry Ford se
cosificaron cuando pasaron a ser un método industrial con el nombre
de "fordismo". Para él también el hacha de silex resultó cosificada
cuando quedó como guía primaria técnica. Y hasta la Venus de
Milo se cosificó para Recasens, no porque se yerga ella todavía en
el museo del Louvre, sino por el aporte que esa escultura significa
como sentido estético inspirador de los siglos.
y yo pienso que todo lo que se hace como producción afirmativa
resulta en cosificación, o en trabajo verdadero por quedar cosificado,
salvo aquello -moral o intelectual- que se guarda selladamente en
las entrañas del ser sin que brote a la superficie. Pues hay trabajo
verdadero, o cosificado, aun en aquello que sin tener la magnitud
del Quijote, de San Francisco, de Henry Ford o de la Venus, o sea
sin ser en sí cosificación inmortal, sino de tipo transitorio, ayuda a
crear, en lo social, la elevación espiritual o material, a acrecentar los
bienes existentes, a trascender hacia el futuro colectivo aun cuando
sea en forma sencilla e invisible. Yo levanto una moderna residencia,
cómoda y atractiva, para mi esposa, para mis hijos y para mí. He
hecho esa construcción sin pensar en los demás, sino tan solo en mí
y los míos. Y dicha construcción quedará en ruinas dentro de ochen-
ta años o un ciento, mientras en cambio seguirán intactos por el mun-
do desde el Quijote hasta la Venus. Pero, al hacer mi residencia, yo
he trabajado en trabajo verdadero. He cosificado: y, por ello, he
realizado una tarea de condición social, como lo quiere el Estado.
Porque ese edificio mío será un aporte -pequeño, pero efectivo-
para afianzar nuestra civilización, en el sentido ésta de métodos
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

de vida de una colectividad o un pueblo. y ese edificio será tam-


bién -- aun cuando ello parezca extraño- una cuota indirecta y
diminuta, pero siempre cuota, para la cultura, que es ante todo
el conjunto de las manifestaciones del espíritu de un pueblo. Porque
quienes vengan tras de mí, en mi grpo familiar, tendrán más ampli-
tud, o más placidez, para pensar y divugar, en cosificación de efectos
colectivos. Y porque, como dijo José Enrique Rodó, el gran urugua-
yo aquel de períodos aroniosos e ideas imperecederas, "sin el
brazo que nivela y construye no tendrá paz el brazo que sirve de
apoyo a la noble frente que piensa".
Síntesis del presente punto 40.: Las libertades del 46 no son solo
libertades para proteger, sino igualmente para hacer, en labores
positivas, como queda demostrado. Trabajar, en el sentido consti.
tucional, es inflar la vela de libertad con el soplo de las acciones
atrevidas, reflejadas éstas en la sociedad de que formamos parte. Y
trabajar, en ese sentido jurídico, no es sólo realizar hacia dentro
-con nuestra pulcritud ética escondida o nuestro pensamiento gene-
ral incomunicado- sino además realizar hacia lo exterior, hacia la
colectividad, con la virtud, con la idea, con la tarea de carácter
físico. Las libertades panameñas exigen a la personalidad invidual,
en otras palabras, un actuar cosificado, según el término del prestigio-
so catedrático de la Filosofía del Derecho. Así al cosificar, al hacer
para nosotros, y también para los otros de una manera tangible,
estamos no solamente proporcionando nuestro aporte, sino también
coadyuvando a la armonía social en lo espiritual y lo físico. Porque,
por ley que se podría denominar de equilibrio o reajuste en las
creaciones, los otros se esmerar por no ofrecer siempre lo mismo
que nosotros, en repeticiones estériles y superabundancias inútiles,
sino más bien por aumentar lo que aún es poco, por completar lo
que está trunco, por mejorar lo imperfecto, ya sea a través del méto-
do de adiciones amigables, ya por medio de esa competencia que, si
es leal, rinde un espléndido saldo para el avance de todos. De suerte
que cosificar no solo resultará entregar nuestra cuota individual,
sino también detener las realizaciones desordenadas o caóticas: o
sea impedir, como dice jacques Martain en "Los Derechos del
Hombre" que se registre en la sociedad "la anarquía de los átomos".
De lo que he expresado fluye, en mi concepto, el sentido y
misión de la personalidad individual dentro de un Estado que es
intervencionista, pero que deja, sin embargo, al hombre, las liberta-
des que no ha necesitado restringir, y otras libertades adicionales
a fin de que, con todas ellas, se luche contra cualesquiera transgre-
siones y también, en trascendental categoría, se luche en la acción
permanente afirmativa. Y todo eso que he expresado representa
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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igualmente el sentido y misión de la personalidad humana en cuanto


ésta se encuentra dentro de un Estado que, además de ser interven-
cionista, tiene la tarea constitucional de ayudar a esa personalidad,
hasta donde sea posible, para ascender en la vida.

¿HEMOS CUMPLIDO CON EMPLEAR NUESTRA LIERTAD


EN HACER?

En cuanto a valernos de las libertades o derechos individuales


como nn cerco defensivo. todos los panameños cumplimos, o estamos
listos a cumplir, con ese objeto específico. Por estar acostumbrados
a la vieja herencia del individualismo español, y a las antiguas carilas
constitucionales de libertades clásicas. Y porque, además dentro del
carácter panameño en sí que es definido, nadie sabe resignare, en
nuestro medio, a "dejarse pisar la manta", como reza una expresión
vernácula de singular colorido.
Pero en cuanto a usar la libertad como instrumento de hacer,
no solo para nosotros, sino también en derivación a lo social, conside-
ro que los panameños con posibildades al respecto no hemos cumpli-
do totalmente nuestra misión o destino. En Panamá hay un número
de unidades que han triunfado -ha habido ~ hay bastantes en esta
Universidad~ para sí y para lo social, en múltiples actividades prove-
chosas, surgiendo por sí solas de la hondonada a la cumbre, validas
únicamente de su talento y su conciencia permanente sobre el desti-
no tangible de la personalidad humana. Pero hay también cantidad
considerable de unidades nacionales que, poseyendo ese talento
y esa capacidad de conciencia, se han quedado estacionadas, y 110
producen trabajo fundamental al grado de las otras mencionadas,
y ni siquiera a grado parecido: permanecen en apenas tenues actua-
ciones, de un mínimo rutinario, como si su círculo de libertades
fuese alambrada de púas paralizante del hombre. Más todavía: hay
un número crecido de unidades panamqías, que, además de su
talento, y sus posibildades de conciencia para capta su obligación
individual y colectiva, tiene ya sea por herencia fácil, o por motivos
adventicios, elementos adicionales de los cuales disponer para hacer
de la existencia una victoria rotunda. Y, a pesar de ello, no triunfan
para sí, y mucho menos para el medio. Su libertad es virginal. Pero
de una virginidad carente de virtd y, por el contrario, pecadora.

¿Cuáles son los motivos por los cuales tantos que pueden hacer,
y hacer mucho, no hacen como los otros que poseen iguales o inferio-
res condiciones? Ellos son múltiples. Y merecen un ensayo separado
y hondo. Pero yo solo esbozaré aquí, a la ligera, algunos de esos mo-
tivos :
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Nosotros hemos pasado épocas de abundancia, no provocada


por nosotros, o no debida a nuestro mérito. La ferias de Portobelo;
las minas de California; la construcción del Ferrocar; las espléndi-
das erogaciones en los intentos del Canal Francés; la construcción
del Canal por Norteamérica; el gran auge económico que trajeron las
dos contiendas mundiales; y las obras adcionales de la Zona canalera,
han sido fuentes espléndida de bienestares temporales, en que el
oro nos ha llegado en profusión extraordinara. y ese pretérito
de auge, golpea aún en nuestros ánimos. No pocos esperan aún
otras rachas de fortuna, obtenidas sin el menor sacrificio. No pocos
sienten que Panamá es otro Israelbiblico, preferido por el Señor,
quien no deja perecer a sus hijos predilectos. En medio de una. liber-
tad lánguida o negativa, hay quienes siguen agardando el man
descendido de los cielos. Y así algunos suelen rehuir la libertad posi-
tiva de inclinarse para sembrar el maíz que se produce en la tierra.
por ello, y otras razones, muchos no hemos aprendido a sentir
las emociones del crear. A esa noble emoción de crear sobre la
tierra, la denominron. "Renacimiento", en cuanto a los siglos
XV y XVI, para distinguida de la actitud contemplativa prevalente en
el medioevo. Pero todo lo que hay de grande sobre el orbe se
ha debido a una serie de nacimientos, o renacimientos, en que el
hombre se ha solazado en hacer obra espiritual p,ara lanzarla a 10
externo, o en vencer los tropiezos físicos, construir en lo cercano, y
dominar lontananzas. Osvaldo Spengler denominó a esa intrepidez
"el sentido fastuoso de la vida". Pero nosotros, o algunos de nos-
otros, tomamos el sentido fastuoso de la vida por un aspecto distin-
to. Dentro de una libertad desfallecidaente manejada, queremos
esa libertad para aceptar el fausto como un don gratuito. No quere-
mos el fausto de la vida como una permuta razonable entre la intensi-
dad del ímpetu que ofrecemos y el valor de la obra que hacemos
por nosotros mismos con energías y orgulo. Libertad pasiva para
que nos den. No-libertad activa para hacer y para dar lo que hace-
mos.
Algunos de nosotros abrigamos, como una contradicción, o como
una ambivalencia en cuanto a ciertos sentimientos. Tenemos genero-
sidad para con el fracasado o el inerte. Y regalamos a éstos, despren-
didamente, todo el pan de nuestra alacena y hasta el único traje
presentable que poseemos. Pero, pese a esa generosidad, solemos,
no pocos, ser hoscos y severos con todo aquel que sobresale en algo,
sobre todo en lo económico. Ello por más 'que el triunfo en lo
económico se haya efectuado a base de honradez y sacrificios. y
por más que aquel que alcance la victoria proporcione trabajo a cien
familias, cumpla sus prestacionos sociales con largueza, y haga reper-
cutir sus realzaciones en otros varos aspectos del bienestar colectivo.
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No se trata, en este caso, del resentido que abriga un odio general,


para todo y contra todos. Es un modo particular de reacción especia-
lísima, que resulta inexplicable, pues se registra hasta en hombres
de común nobleza. Pero explicable o no explicable, aquella extraña
reacción conduce a motejar al hacedor victorioso ~sobre todo si es
creador de empresas múltiples- de "potentado insolente", de "ab-
sorbente y codicioso", de "individuo que quiere todo para sí y nada
deja a los otros". Y se le tiran pedrejones, si se puede, para que ellos
atraviesen su camino. Y si llegara a morir, no se intentaría escribir
sobre su tumba esta inscripción justiciera: "Aquí yace un gran bene-
factor de la República". Le dirían en el epitafio: "Aquí yace un
despreciable acaparador impenitente". y esa actitud enerva y ame-
drenta. Hay panameños de visión y energías que podrían dedicar su
libertad a actividades magníficas. Pero se detienen. Sienten miedo
por el rencor, por los epítetos, por los pedrejones en la vía. y
sienten temor también quizás al epitafio....

Algunos -ya lo he expresado- ahincados en el pretérito, estiman


a Panamá como la antigua Israel mimada por el Ser Supremo con
un amor especialísimo. Pero otros, como reemplazo, se han creado
otra ilusión o pretexto, por el cual se ha venido deteniendo a la li-
bertad, en su sentido dinámico, desde antes de la Constitución del
46, Y más aún después de ella. Esos otros han arbado al pensamien-
to de un Estado que ha de ir a los extremos de la acción sin que
tenga nada que hacer el individuo. "¡Que lo ejecute el Estado!"
" j Que lo ejecute el Gobierno!"; " j Esto no me toca a mí sino al Gobies-
no!", se suele manifestar en ciertas zonas panameñas. Y ese Estado,
ese Gobierno, ese "Gobiesno", son así los encargados del maná;
de que caigan los muros de Jericó; de que se abran las aguas del
Mar Rojo; de solventar todo problema del país, o provincial, munici-
pal, familar, o individual, mientras bosteza el individuo para que ac-
túe ese ente estatal, misterioso y taumatúrgico. Y no puede existir
una completa libertad activa, donde todo ha de constituirse en un
deber del "Gobiesno".
Ese concepto fatal lo hemos prohijado los políticos. En todas
nuestras propagandas ante el pueblo -y yo no quiero constituirme
en excepción impoluta- los políticos hemos prometido que al
llegar al Ejecutivo o a la Cámara, transformaremos repentinamente
a Panamá en un paraíso, con sombras y frutas para todos. Y se nos
ha creído, o no se nos ha creído. Pero como ninguno de nosotros,
con el deber de conductores, hemos dicho la verdad de que si el Esta-
do ha de hacer su parte, la mayor contribución corresponde al indivi-
duo, así se ha afianzado la perniciosa idea esencial de que el Estado
es como un mago de cuyo cubilete ha de salir una dicha general en
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varedades fantásticas. ¡Que trabaje el mago en el escenario! ¡y que


yo, individuo, permanezca en mi butaca, solo mirando y recibiendo,
con mi libertad pasiva o quieta!
LOS HOMBRES HACEN LA GRAEZA DE WS ESTADOS
Mucho amamos a la colectividad, pero sin nuestra intervención
pariclÙar, como con un idealismo a la distancia. Y deseamos fervo-
rosamente que ella se afiance y progrese, pero, eso sí, sin considerar
indipensable para ello ni los jugos de nuestros espíñtus ni el sudor
de nuestras frentes. Pues no captamos adecuadamente que en las
colectividades más pujantes de la Historia son los hombres con la
suma de sus acervos personales, en las generaciones sucesivas, quienes
han edificad.o la mayor pare de su grandeza. Ello ha sido así, y
continúa siéndolo, dentro de todos los Estado, de cualquier tipo o
esfera. Atenas fue lo que fue por la calidad pasmosa de sus hombres,
y no de una manera principal por las medidas oficiales aun cuando
arbara a ,su Gobierno un rector excepcional como Pericles. Roma
tabién fue lo que fue por el sentido político de los romanos, por
las tácticas guerreraf de aquel pueblo, por su tesón para construir
ciudades con un plan de permanencia, por su pensamiento que aún
conmueve y por su verbo que aún resuena, y por ese su común
foijar de pautas jurídicas asombrosas que se mantienen casi intactas
ya transcurrdos veinte siglos: No fue por la reyecía. No por los
CónslÙes. No por la fórmlÙa de la República. Tampoco por el
Senado. Tampoco por la estructura del Imperio.
y para no seguir sintetizando Historia, me traslado en la Geogra-
fía y en los milenios: En los Estados Unidos los hombres han inyec-
tado y continúan inyectando por su cuenta, a la libertad de cada
uno, un febri hacer personal, sin cobijarse engreídamente bajo las
faldas del Estado. El Estado ha hecho indiscutiblemente desde los
días en que, bajo Hamilton, se disctía en Norteamérica si se debía o
no da protección a la incipiente industria nacional frente a la indus-
tria foráea. Ma las realzaciones estatales han sido y son allá muy
poco ante el empuje colosal de milones y más milones de hombres
intrépidos. Yo estoy, todos estamos en desacuerdo total con la polí-
tica exterior de Norteamérica. Pero no me halo apreciando aquí a
ese país en sus relaciones oficiales e internacionales, sino en el
exclusivo campo de su acción individual como pueblo constructor,
en que se han realizado y se realizan transformaciones portentosas.
Dede los tiempos del Mayflower fueron y son allí los hombres,
no el Gobierno, quienes con fuerzas mitológicas han triunfado como
cíclopes sobre la tierra, sobre el mar, en el espacio, con la piedra,
con el hierro, con los laboratorios pariclÙares para la Ciencia, con las
universidades privada para la preparación académica. Y, en cuanto
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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al are, han sido así también con sus museos no oficiales, con sus
gaerías no oficiales, y, en estos últimos tiempos, con su Lincoln
Center fantástico, que es foija individual únicamente, y en el cual
comienzan a concentrarse todas las posibildades estéticas del Univer-
so. Se suele hablar a la ligera de la conquista del Oeste. Pero la
conquista del Oeste no fue un exclusivo y grato trasladarse a Califor.
nia. que recibiría a los inmigrantes con imaginarios regueros de oro
por los suelos y con ilusorios jardines paradisíacos. Las trece Colo-
nias de los finales del diez y ocho eran embrionaros establecimientos
de las cercanías del Atlántico. La conquista del Oeste fue la domina-
ción de toda una increíble inmensidad territorial, hosca y bravía.
por los centauros de esas colonias, contra la fiebre, contra el áspid,
contra la flecha envenenada, ante el abismo, frente a las cumbres
hendidoras de los cielos y los torrentes insalvables. Rememórese.
como ejemplo, la conquista de Oregón. Según Nevins y Steele
Commanger en su "Biografía de un pueblo libre", por las abruptas
vías hacia Oregón nacían los niños, fallecían los nacimientos y
eran éstos enterrados sin que siquiera hubiese tiempo de colocar
una cruz sobre su túmulo. Para los que encontraban indios, leopar-
dos y mal tiempo, o eran víctimas del cólera, aquel viaje inverosímil
resultaba una terrible agonía. Y sin embargo -sigue la "Biografía
de un Pueblo Libre" -al aparecer cada día el sol en el horizonte
desértico, desde los carretones en reposo transitorio se escuchaba
el W'ito "¡Arrba! ¡Arribal" Y en 1849 Oregón se encontraba ya orga.
nizado como terrtorio. En 1964 tiene más, mucha más riqueza, y
más cultura que nuestra República. ¿Por qué? Porque los hombres, no
los decretos oficiales, daban el grio de " ¡arriba!'. ¿Cómo? Bajo el im-
perio de una constituci6n de fundamentos clásicos, en que solo se
plasma una libertad pasiva, o meramente protectora de los derechos
del hombre, que éste transformaba por sí solo en libertad de ejecutar
construcciones milagrosas. Y si nosotros que tenemos una Constitu-
ción en que la libertad no es solo de protecci6n sino también de un
realizar obligatorio, sin embargo no hacemos, no producimos, cada
cual a altura máxima, a la voz de "hacia adelante", o "hacia arba.',
esta nación panameña no prosperá a pesar de todos los deseos, o a
lo sumo prosperará con paso lento como de bueyes cansinos.

PREOCUPACION y DESAHOGO
Y oídme ésto que os diré como preocupación y desahogo: El
Estado tiene que hacer como interventor en la justicia social, y como
auxilar del individuo, sobre todo para ayudar y levantar al enfermo,
al mal nutrido, al ignorante, al que vive todavía en una vida primaria,
y no realiza libertad activa porque no puede realizarla. Pero el
Estado es solamente una persona jurídica, como sus entidades
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autónomas y de descentralción física o geogrfica son, de la misma


manera, unas personas jurídicas. Y las persona jurídicas solo hacen,
en los hechos prácticos, a través de las personas naturales, con el
cerebro de éstas, con su sangre y con sus nervos, con su voluntad y
su entu.iasmo. Eic Estado, y toda esas entidaes, requieren, para
su actuaci6n positiva, o concreta y palpitante nó lcincuenta hombre.,
ni cien hombres, sino muchí.imos hombres, sobre todo en un medio
democrático donde, para los servcios oficiales, hay un tumar.e cons-
tate. Y si los hombres que podemo. hacer en la vida cotidiana
plenamente, no lo hacemo. hasta el máximo posible; si no nos sabe-
mos, y si no sabemos dirigir; si no sabemos planear, y ejecutar con
raidez lo planeado; si no contaos con la agidad y experiencia
que nos brinden nuestro ejercicio individual continuo, no formare-
mos el id6neo y gran equipo disponible para llenar, en nuestro turno,
al Estado en sus Organos y entidades, y llevar a ese Estado, con
nuestro esfuerzo o nuestra técnica, a cumplir esa tarea doble y
difícil de interventor acertado y de auxiliador con eficacia. Y así
el sentido y la misión de la personalidad en el Estado panameño es,
en total, y hasta donde a cada cual sea posible, ser para sí, ser para
la colectividad, y ser para que el Estado sea lo que, en la Constitución,
ha de ser o hacer ese Estado,
Yo esta noche he sido, he hecho, he trabajado, aun cuando esta
exposición no merezca vuestro aplauso. Porque al entregaros mis
ideas para que las rectifiquéis, las ampliéis, o las mejoréis idóneamen.
te, he realizado libertad de carácter positivo, o sea que he ucosífica-
do", Y como una de las características de las libertades positivas
es una superación infatigable, yo os prometo que, la próxima vez
que ascienda a la tribuna universitaria, lo hare bastante mejor. O
algo mejor, por lo menos....

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131øgio de Justo.
Arosf!mena
Discl'søpronuftciado pø
JOSElSAACF ABlttGA
.li~töiMéxco,e12S..ck..FebJ'o.deI9M,..al~ft~al..
Wbiè0y...Pueblo Mexcao"a nomb.del. Ese..o.
St'PIelente,. Riearo.M. Aras EipiltÉ)a,.. y. de la
NØi.,nPanameíia, la estatua del U-.tre patrio.

(Edición del Ministerio de Educación Pública con motivo de la fecha


del 9 de Agosto de 1955, aniversario 1380. del nacimiento
de Justo Arosemena).

P ANAM, REP. DE P. - 1955

Excelentísimos señores Representantes de la Nación mexicana


y del Distrito Federal;
Excelentísimos señores Jefes de las Misiones diplomáticas;
Señores:
Justo Arosemena, en su vivir de acción y pensamiento, siguió la
misma trayectoria de otros grandes de la América. Primero, como
en un maravilloso otear del mundo, el poderoso ideal ramificado en
proyecciones ecuménicas. Después, como en un recoger de alas
despacioso y reflexivo, la cuna, la región, la nación, a las cuales se
va sirvendo desprendidamente, en un consorcio equilibrado de prác-
ticas realizaciones perentorias y de ilusiones románticas. Y luego
-o al mismo tiempo que ese darse a los trajines solariegos- nueva-
mente la ampliación: pero no ya como al principio, hacia todo el
universo, sino exclusivamente hasta cubrir, en plan preciso, la exten-
sión del Continente. No ha sido ni parvedad, ni súbita timidez, ni
desaliento y derrota, lo que ha llevado a muchos de los americanos
superiores -y a Arosemena en esa pléyade- a abandonar un poco o
mucho lo universal para discurrr principalmente, en ir y venir
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fecundos, entre la patria y América. El oportuno replegarse solo ha


tenido como origen, para tales hombres, una plena conciencia del
deber exacto; un sentido de adecuada ubicación para rendir mejor
trabajo; una creciente convicción de que sembramos mejor los ameri-
canos, para el futuro del mundo, cuando ponderadamente echamos
la semila por los caminos que cruzan el nativo lar y siguen por los
valles y collados del Hemisferio de Occidente.
El hombre universal en las prieras actividades del espíritu....
Observad a Arosemena cuando, en esos preliminares movimien-
s de fronteras, siente y piensa con medidas de
tos despreciativo

universo. Es 1837. Y a los veinte años de edad, es recibido en


Nueva Granada de doctor en Jurisprudencia. Su nueva meta acadé-
mica es la República de Chile, a la cual llegará un día en revalida-
ción de su título, para que se diga noblemente en el Consejo de los
ilustres claustros santiaguinos: "Arosemena no ha venido a someter-
se a un examen, sino a enseñamos cosas que no sabemos". Pero
ahora, en la mocedad apenas inicial y entre los frescos lauros granadi-
nos, se lanza, en mesurado estudio de jurista, contra la arbitraredad
prevaleciente sobre el orbe al definirse y c1asificarse los delitos.
Todavíz, pese a Beccara y a Bentham -escribe el mozo con dolor-
la antipatía y la simpatía rigen las pautas penales. Todavía -sigue
diciendo- no ha penetrado en la conciencia universal que hay
principios que consultar en la legislación penal de las naciones. Y
se adentra el casi imberbe pensador por laberintos de problemas
básicos, con una entusiasta fe en que amanecerá un día sobre la
tierra en el cual resultará extinguida la maldad humana por los
recursos de la ciencia.
Es 1839. Y a los veintidós años solamente, publica su tratado
sobre "El Gobierno, los Gobernados y los Poderes Políticos". Y
cuando aún prevalece en los espíritus la tesis del contrato como
origen del Estado y el Gobierno; cuando Tomás Hobbes y Juan
Locke y Juan Jacobo Rousseau han reafirmado, en sucesión de
siglos y cada cual por un aspecto, esa triunfante tesis etiológica,
he aquí que Arosemena, sin juvenil pedantería y siempre medi-
tando frente al mundo, exalta y aquilata la doctrina, todavía bru-
mosa, de que el fenómeno estatal no tiene nacimiento en el contra-
to, sino en complejas fuerzas sociológicas que se entrelazan miste-
riosamente, por incesante devenir histórico, en las entrañas colecti-
vas.
Es 1841. Y con rara serenidad, a los veinticuatro años no cumpli-
dos, edita en Nueva York sus "Apuntamiento s para la introducción
a las Ciencias Morales y Políticas" -que con manos y espíritu afec-
tuosos repasé hace pocos días en la biblioteca universitaria de Tula-
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ne, en Norteamérica- como si ya su vocación definitiva fuese situar.


se sobre cumbres máXimas, donde domina lo integral y hay un
deiidén por los límites.
Y, luego, es la preocupación ante una Europa y una América y
un mundo en que, pese a las Cartas de Derechos de 1776 y 1789,
Y a las Constituciones escritas en las tierras nuestras a la lumbre de
los unánimes incendios iniciados en ellO, la vieja fuerza material ata-
ca a los dominios del espíritu, y a las fórmulas de libertad se opone
la falacia de la seguridad que a individuos y naciones ofrecen las
dictaduras. "La libertad en política -clama entonces Arosemena
en ensayo sustantivo- no es sino la seguridad de ejercer nuestras
facultades benéfica e inocentemente". "La seguridad no es sino la
libertad de ejercer esas facultades contra toda restricción abusiva".
"La libertad y la seguridad no encierran, pues, antagonismos y ellas
son complementaras". "No hay seguridad sin libertad. Y la liber-
tad sin la seguridad no es nada...." Al sustentar aquella fórmula
de seguridad en libertad, contemplaba el panorama universal de
aquellos años undívagos. ¡Pero quién sabe si también avizoraba este
escenario del presente en que la democracia sigue con su fe tensora,
brindando empeñosamente sus libertades remozadas como la base
más segura para emprender la redención de individuos y naciones!
Y sigue así en su pensar y actuar de proyecciones ecuménicas....
y así, siempre en su inquietud abarcadora, traba amistad en
Europa con Cladstone y Thiers, con Herbert Spencer y Stuar
MilI, y con ellos transcurre gratamente, de las concepciones fiosó-
ficas a las creaciones políticas. No hay tesis económica naciente, no
hay un aserto precursor de advenimientos jurídicos, que él no capte,
analice y envíe a América, como carga de pensamiento por los
mares, en una síntesis magnífica. No hay cruzada salvadora del deco-
ro humano en la cual él no intervenga con acción y verbo. Como
Procurador de Panamá, se constituye en defensor de los esclavos
panameños. Como parlamentario de la patria grande, paricipa direc-
tamente en la ley 21 de 1851 sobre libertad de los esclavos granadi-
nos. Como mente y corazón siempre agitados en un plano orbicular,
realiza propaganda en beneficio de los esclavos africanos, y en No-
viembre del 55 es designado Presidente Honoraro del Instituto de
Libertad para el Africa. Como Ministro Plenipotenciaro de Colom-
bia, se dirige el 4 de Enero de 1873 al Ministro de Relaciones de la
nación francesa, y el 16 de Febrero al Ministro de Relaciones de
Inglaterra, y les dice, en alegatos que golpean y alumbran, que el
decoro universal está exigiendo la gestión de las dos grandes poten-
cias para que cese la esclavitud en Cuba y Puerto Rico. Y son tan
propios de su espíritu esos sueños de hermandad y dignidad de la
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fama humana, que cuando publica en Bogotá su "Código


de Moral Basado en la Naturaleza del Hombre", ya en lo cimero
de su vida, puede advertirse todavía, junto al preciso análisis cien-
tífico, el antiguo vagar de su ilusión por una tierra de paz y amor
en que los hombres extraigan de su propio sei una fórmula de convi-
vencia fraternal sintetizada en espontáneas normas éticas.

El espíritu se posa en ellOla nativo....


Pero el panameño que ha volado con tal ímpetu, lleva en sí,
como latente sentimiento que con el tiempo se hace ley, el recuerdo
de la infancia en que vio al progemtor, don Maano Arosemena, en
ajetreos de consolidación' de independencia con José de Fábrega,
y José de Valarno, y otros patriotas principales. El supo bien,
por referencias de cuna, cómo el padre, pluma en mano y vida en
juego, desafió la iracundia del Virrey de Sámano que huyó de Santa
Fe de Bogotá para agitar en Panamá sus odios, cuando toda Nueva
Granada ardía por doble lumbre de las aldeas en llamas y de las
glorias de Bolívar. El aprendió ~mente precoz, captadora del am-
biente en el hogar procero- por qué el Istmo, roto ya el lazo con
España, se acercó a la Gran Colombia, conducida en sus caminos
incipientes por el índice del Gemo. El contempló, con atónitos
ojos inexpertos, cómo ese Genio se iba hundiendo en una tumba a
las orilas del Atlántico, bajo unos tamardos centenarios que
comenzaban a arojar desde el prier momento sobre el túmulo
una sombra luminosa, y cómo tabién su Gran Colombia se iba
hundiendo, ya sin guía, en el abismo de los tiempos. Y comprendió,
rota ya la unidad ecuatoriana, venezolana y granadina, que el Istmo
debía seguir con Nueva Granada por doble imperativo de goegrafía
y política. y así para Justo Arosemena el Istmo llega a tener un
aspecto y un sentido de casona solarega. Y Nueva Granada, o sea
Colombia, es como el huerto largo y ancho ~gran pedazo de la here-
dad bolivarana- que ofrece grtos horizontes a la casona dilecta.
La casa es modesta y pobre, y él siente afán de prestigiarla. El am-
plio huerto secular es a veces azotado por vendavales rugientes. Y,
con otros colombianos de anmoso espíritu, él va rehaciendo con
amor cuando pasa la tormenta. Por ello, precisamente, el hombre
de concepto universal traza un repliegue intencionado, para pensar
más en el Istmo y en Colombia, y ya entonces oscilar acompasada-
mente, como un péndulo de luz, entre la patria y la América.
En el deparamento del Istmo, o en la patria chica, da servicios
irrestrictos como Juez, como Fiscal, como miembro del Cabildo,
como letrado' de Hacienda, en la función administrativa, en menes-
teres de cátedra. No hay un aspecto del posible adelantar istmeño

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al cual él no se aproxime con su seria reflexión y su esp"eranza alegre.


Desde América o de Europa, desde cualquier punto en que se encuen-
tre en su gestión multiforme, vuelan al Istmo sus epístolas cargadas
afectuosamente de consejos próvidos. Dicta afanoso, para el Istmo,
preceptos sobre comercio y sobre industrias. Reajusta los aranceles.
Escribe códigos que son .modelo de arquitectura jurídica. y cuando,
al fin de una jornada vespertina, camina lento y todavía gallardo
por las entonces retorcidas rúas de la ciudad capitalina, liberales y
conservadores panameños se descubrcn ante el eximio liberal, aún
en los días de intransigencias hoscas, cn esa como inconsciente y
noble inclinación común de los hombrcs ante el símbolo.
y justo Arosemena era, en efecto, un símbolo....
y es un símbolo -el de la patria que precavidamente observa
los horizontes del ticmpo- cuando en 1844, en su estudio sobre
"Una Comunicación Intermarina", sin desdeñar la conveniencia
de un futuro canal interoccanico, nos advierte a los panameños
del ahora, con asombrosa profecía, que la base principal del bienestar
de los istmeños se hallará en los propios ímpetus dc su biceps y su
espíritu, y nó en foráneas construcciones o en circunstancias adven-
ticias.
y es igualmente un símbolo -símbolo ahora de la patria istmeña
en el proceso para el vivir independiente- cuando elio. de Febrero
de 1855 publica en Bogotá su estudio "El Estado Federal", de tras-
cendencia taumatúrgica. El 27 de ese mes, al impacto dc ese estudio,
es reformada la Constitución unitaria granadina de 1853, y el lstmo
de Panamá recibe fueros especiales como excepción a la general
centralización jurídico-política. El 15 de Julio de 1855 se posesiona
Arosemena de la nueva investidura de Presidente del Estado Federal
del Istmo. El 28 de Septiembre -apenas han pasado algunos meses-
renuncia al solio panameño. ¿Por qué presenta su renuncia? Afirma
que por motivo insoslayable de moral política. Pcro hay algo indi-
cador de que el patricio deja el mando porque, al fundar con sus
esfuerzos el nuevo Estado Federal istmeño, ya cumplió para ese
Istmo de su cuna y sus mayores, quizás sin darse él cuenta en el
preciso instante, la misión inexorable de colocar el primer hito
decisivo en los caminos a la República libre....
Del solar nativo a la extensión neogranadina....

En Nueva Granada o Colombia -en el glorioso e inolvidable hUer-


to común de aquellos años- vierte él también toda su mente y cora-
zón en los servicios nacionales. Su amor al Istmo no amortigua su
inclinación a Colombia. Como el fervor por Colombia no amengua-
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rá tampoco un ápice su devoción por América. Es Senador de la


República: y su oratoria de preciso corte, en que hay un desplegar
de silogismos, es insistente lámpara discreta para alumbrar en los
problemas colombianos. Es Presidente del Senado: y en esa augusta
rectoría, tiene la doble autoridad de su oficial investidura y su pres-
tancia de repúblico. Asiste a la Constituyente de Ríonegro: Y
aquella junta egregia lo destina a dirigir los históricos debates en que
refulgen las ideas, bajo el influjo del verbo, como espadas que se cru-
zan bajo el sol del trópico. Trabaja para Colombia en leyes, en
informes, en proyectos, en libros reafirmado res de su talento precla-
ro. Le imparten la orden de trasladarse a Lima en especial plenipo-
tencia, y triunfa allí con su tacto, y retorna a Panamá para seguir
modestamente sobre la mesa cotidiana, en sus labores de sabio.
Se le confiere una misión a Chile, y su rápido actuar en La Moneda
es un consorcio anonioso de simpatías y argumentos. Cuando
descansa en Panamá, entre seres predilectos y recuerdos caros, se
le urge d" Bogotá para el traslado a Inglaterra, y allí presta eficaz
ayuda en el ajuste ventajoso de la deuda colombiana. Cuando
surge inquietud en Latinoamérica por posibles intromisiones en
controversia del Pacífico, Colombia le da un pliego de consignas
delicadas y con él la credencial como Mini;tro en Washington. Y
cuando el Presidente Guzmán Blanco frunce voluntariosamente el
ceño en Venezuela por el problema fronterizo, y hay amenazas
de guerra, Arosemen3 va a Caracas y, en una agilidad escalonada, va
domeñando día por día la intransigencia del tirano y los peligros
se disuelven en un pacto de arbitraje trascedente para los fines
colombianos. Su triunfo allí es inesperado. Y en una noche cara-
queña de regocijos diplomáticos, en que se oyen los brindis por las
dos repúblicas, expresa él a su auxiliar, ya en las clásicas cales colo-
niales, bajo la luz de las estrellas: "Ya he hecho todo lo posible por
Colombia. Hoy he terminado ni carera pública!"
Carrera de mente y pluma, de desinterés y probidad...
¡Su carera pública! Carrera de mente y pluma, de desinterés y
probidad, en que el talento se destaca con actividades poliformes,
y en cambio lo moral es uniforme, fuerte como coraza, agresiva
unas veces como espada, invunerable a negociados fáciles y conce-
siones elásticas, podría decirse orgullosa y quizás terca, siempre ella
-su moral- fielmente dentro de él, en altura y hondonada, desde
los años juveniles a la fecha inexorable. Por esa moral que cubre lo
público y lo privado, cuando en 1880 se le ofrece, por segunda vez,
la Cartera de Relaciones Exteriores de Colombia, responde que él
no puede ayudar al Gabinete bajo una Constitución que es instru-
mento transitorio, querer de un solo parido, y nó creación de la
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República. Por esa moral así, cuando en 1884 se le asigna la Cartera


de Instrucción Pública de Colombia, él -flor y nata de cultura-
contesta en brote de conciencia que la ignorancia popular exige,
como rector de educación, a un colombiano preparado en los proble-
mas pedagógicos. Y por esa moral única, cierta vez que se le ofrece
la candidatura presidencial de la patria colombiana, comenta que es
difícil gobernar con la entonces notoria corrpción de su partido
político.
y otra vez... iqué vez aquella para ejemplo de la ambición sin
órbitas ni frenos de algunos hombres de la América! Su secretario,
Julio Borda, le entrega en la ciudad del A vila una carta del Presidente
Rafael Núñez, ya entonces casi omnipotente en los destinos colom-
bianos: "Yo cuento -le escribe Núñez- con los votos del Congreso.
y he resuelto que ninguno como usted para asumir la Presidencia".
y Arosemena dicta a su secretario, en la siguiente esencia: "Para el
doctor Rafael Núñez: Agradezco profundamei¡te la inmerecida defe-
rencia. Pero tengo un nombre que perder y principios que respetar.
y no acepto que SE ME NOMBRE Presidente de Colombia",
El espíritu vuela ahora sobre América...
Este es el hombre del mundo, y del Istmo, y de Colombia. ¿ Y
el de América? iOh, qué desvelo, y qué ilusión, y qué pasión, por
esa América que en el tremedal político del siglo guarda escasas
semejanzas con el sueño de sus héroes! Escribe en Francia su "Es-
tudio sobre las Constituciones de la América Latina", en varios
tomos que se agotan en ediciones sucesivas, y a la serenidad cien-
tífica del sociólogo y jurista se junta una inquietud iluminada por
dotar a nuestros pueblos de silares firmes, sobre los cuales sea posi-
ble un reajuste de repúblicas. Da a la luz en Inglaterra -y en el idio-
ma inglés, que domina con maestría- su "Institución del Matrimonio
en el Reino Unido". Y mientras la crítica de Londres atribuye a
Spencer ese volumen rebelde, Arosemena escribe a América que su
obra no es solo para los ingleses, sino también para todos los ameri-
canos que entiendan la libertad como se entiende en Inglaterra. En
el 61 envía un proyecto de Constitución para Bolivia como ayuda
-explica- a una hermana nación del Hemisferio. En el 78, se yer-
gue en el Senado Colombiano, y obtiene que sea ley de la República
su proyecto por el cual Colombia reconoce beligerancia a los patrio-
tas cubanos. En el 86, en una carta escrita a Panamá desde Caracas,
le consulta Antonio Leocadio Guzmán, progenitor del Presidente
Guzmán Blanco, si Venezuela debe adherirse a Chile y al Perú en la
defensa contra intentos españoles, o más bien ha de reservarse para
ocasión más propicia. Y le contesta Arosemena en síntesis: "Es
preciso robustecer la alianza general de la Asamblea de Lima. Pero
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primero urge unirse a Chile y al Perú, para extirpar las actuales


amenazas y libertar luego a Cuba y Puerto Rico. La América no será
libre y unida mientras el pendón de España esté flameando en el
Golfo de Méjico. Así pensó Simón Bolívar.....

En la ciudad de Lima se adelanta a un siglo...


y pues él pensaba siempre en la unidad como Bolívar, de allí
que en el 63 coincide con los peruanos en la urgencia de reunir un
congreso de la América en la ciudad de Lima. Chile muestra su
renuncia, y Arosemena corre a él, y persuade a los chilenos. Su
propio Estado colombiano se manifiesta confidencialmente temeroso
por lo extremado del proyecto, y en oficio de Agosto del 64 rebate
Justo Arosemena el argumento de los suyos, e impone su concepto
sobre una alianza categórica. El Congreso Interamericano de Bolívar
de 1826, ~dice rotundo- se disolvió en el fracaso. El Congreso
limeño de 184 7 ~continúa~ fue un fracaso semejante. Precisa
-añade- que la experiencia del pretérito nos guíe para una fijación
de alianza práctica... ¿Por qué la nerviosa urgencia en aquel ánimo
sereno? Porque las islas "Chincha", del Perú, se encuentran inespe-
radamente dominadas por la escuadra de los Monarcas Católicos. Y
en el Caribe hay persistencia de dominaciones anacrónicas. Y en el
bastión mexicano, Maximiliano y Carlota han entrado imperialmen-
te el día 12 de Junio por las vías de TenotchitIan histórica y rebelde,
a la sombra de bayonetas napoleónicas, mientras anda Benito Juárez,
cejijunto y encorvado, llevando la República a la espalda....
¡La alianza firme de Gobiernos! Y Arosemena presenta en Lima
su proyecto de una alianza americana. Y tras otras presentaciones
sustantivas, comienza a caminar hacia el futuro, avanzando en más
de un siglo, y logra la aprobación, en ese gran Congreso americano
del año 64, de su moción tendiente a que la residencia en cualquier
punto de la América apareje derechos de ciudadanía para todo ameri-
cano. Por algo escribe luego a Bogotá, desde Lima: "Me retiro con
la persuación de haber servido a mi país y a América". Y por algo,
años antes, le había escrito a Panamá desde Santa Fe de Bogotá
Mauel MurilIo, el 7 de Noviembre de 1855: "Si granadinos, ecuato-
rianos y venezolanos, reconstruimos a la Gran Colombia -como lo
espero antes de tres años- trabajaré para que usted sea el primero
en ocupar el solio de Bolívar.."
Arosemena y Morelos: dos símbolos convergentes....
¿Por qué un decir tan minucioso sobre este hombre panameño cu-
ya figura está aquí inmóvil por los rigores de la estatua, como lo
estuvo muchas veces por predominio del cerebro? Yo nací en su
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misma patria. Pero comprendo bien que no existe ni prudencia, ni


prestancia, en andar por caminos y ciudades en un no solicitado rela-
tar de glorias íntimas. y soy de su misma sangre. Mas no me ha mo-
vido pobre vanidad a expresar las excelencias del abuelo, pues sé que,
en muchas ocasiones, del frondoso árbol secular brotan retoños
escuálidos. Lo he presentado como él fue, y como sigue siendo to-
davía, porque el ilustre Presidente Constitucional de mi República,
don Ricardo Manuel Arias Espinosa, me dijo con precisión que, al
entregar a Justo Arosemena en lineamientos de símbolo hiciese alar-
de fraternal de que donamos al Gobierno mexicano -Jepresentado
en el preclaro Mandatario don Adolfo Ruiz Cortines- y al noble
pueblo de México, lo mejor y más amado que guardamos entre valo-
res panameños.
jY qué bien quedará aquí ese nuestro hombre superior, en tierras
del Anáhuac legendario en que los ojos del pensador se favorecen
con inmedibles horizontes físicos y lontananzas de milenios! j Qué
adecuada para él esta gran nación axial de nuestra América, llamada
como ninguna a reunirse en un solo plano espiritual el ayer y el
presente americanos, y a formar con nuestros grandes hombres del
pretérito y del hoy una gran federación de cerebros permanentes!
Recibid, pues, Excelentísimos Señores, a nombre de mi Gobierno y
de mi pueblo, a este Justo Arosemena, estadista y soñador, que por
ley de espiritual ecología encuentra suyo este ambiente en que el
inmortal NezahualcoyotI forjó normas de gobierno para su nación
y versos para los cofres milenario s de la cultura mexicana. Recibidlo
en reciprocidad por aquella hermosa estatua veneranda del gran
Morelos salvador, que México ofreció un día a los panameños en
afectuoso gesto inolvidable. Allá está en su pedestal don José María
Morelos, junto al Pacífico istmeño, con su impetuoso porte, lo mis-
mo que cuando iba desde Charo hasta Carácuaro, con sus dos criados,
su escopeta y sus pistolas de arzón, en arojado comenzar de reden-
ciones fabulosas. Allá, junto a ese mar, causa Morelos la impresión
de' que ha logrado resurgir físicamente del martirio de San Cristóbal,
y, traspasados lindes mexicanos, anda ahora preguntando cómo se
hallan las libertades por tierras del Continente. iY que acá Justo
Arosemena también provoque la impresión de que dejó al Istmo pa-
nameño, y ha caminado hasta México para inquirir, en el país pujante
de las creaciones generosas, cómo se halla la unidad continental que
fue el central de sus sueños! ¡y qué símbolos más perfectos a través
de la distancia! Arosemena acá, y allá Morelos, en altas preocupacio~
ncs convergentes: ¡Al fin, la espada y el cerebro americanos en ser-
vicio exclusivo de la América..!

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,1 D ~~I f;', I i'~~., \/'1; i ti'/\ i l$ .1 ¡~ . f'; ,ei A

¡ Por esa Viåa!

Capítulo V

Según ya he referido, había oído en mi hogar, y también leído


un poco, sobre unas capitales grandes y fastuosas, ya de Europa o ya
de América. Y así, este Panamá, cuando lo vi pur la primera vez,
no me causó mayor asombro. Pero sí lo encuntré muy limpio,
podría decirse que brilante, de una gran simpatía que penetró en mí
desde el primer momento. No dejc de pensar frecuentemente en mi
Santiago de Veraguas, del cual, como ya escribí, tr;ije diez aÙos de
recuerdos. y todo aquello de allá solía llegarme a la memoria, desde
las conversaciones en mi casa hasta la jaula de bambÚ y aquel caballi-
to negro que yo llamaba siempre "mi automóvil". Pero aquello era
el ayer. Y yo me encontraba ahora en este hoy de la ciudad de
Panamá, donde estaría -- lo sabía bien- la base primordial de casi
toda mi existencia. Comprendo ese muy sentimental y casi doloroso
'no me hallo aquí", de aquel poblano o aldeano que nunca meditó
en la posibilidad de abandonar su rúa tranquila y silenciosa, el
pomarosa viejo, y aquel cuadro vital del campesino que al descuajar
breñal y chumicalcs echa al espacio su saloma larga y temblorosa
que brota como una voz de lo terrígeno.
De alli, de eso de encontrarme como en vida distinta pero en cen-
tro propio, resultÓ que esa expresada simpatía que experimenté al
llegar a Panamá fuese una simpatía como de orgullo, simpatía de
cariÙo que se hacía gozosa. Yo había leído allá en Santiago de Vera-
guas, en no sé qué revista bogotana, aquellas frases de Salvador
Camacho R., según las cuales el Panamá que él visitó por el decenio
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del ochenta era una ciudad muy sucia, pobre, abandonada, próxima
a la ruina. Sabía también, por las conversaciones que escuchaba en
casa de mi abuelo, que la frustrada obra del canal francés, con las
distintas prórrogas habidas, sólo había dado a Panamá un restringido
auge ocasional, como a puñados esporádicos que no causó ningún
realce estable y apreciable. Y conocí igualmente -lo conocía tam-
bién cualquier muchacho como yo, de once años~ que la llamada
Guerra de Mi Días había barrdo con todo asomo de lo próspero
y había hundido a este país, y sobre todo a esta capital, aún mucho
más en la miseria casi sin remedio. Así, esto que yo veía ahorajubi-
losamente, me daba una sensación de repentino amanecer, lleno de
luz, de erial de pronto convertido en huerto próvido.
Es cierto que ya en aquellos días de mi llegada José Domingo de
Obaldía, nuestro Ministro en Washington, había enviado al Gobierno
de la Casa Blanca aquella nota escrita por Morales en que se hacían
muy graves advertencias sobre las interpretaciones del Tratado
Hay-Bunau Varilla. Pero ello era sólo preocupación muy bien funda-
da de nuestros altos y entonces reducidos círculos con preocupación
intelectual idónea para apreciar estos problemas. Y en lo general,
la colectividad se hallaba bien impresionada con el mensaje halaga-
dor que personalmente trajo el Secretaro Taft en representación
de su Gobierno. Y más impresionada estaba todavía porque el
propio Teodoro Roosevelt, desde las gradas de la Catedral, había
dicho a Amador Guerrero lo siguiente ante multitud que oía con
optimismo: "Yo os empeño mi palabra, y en nombre de esa palabra
protesto a vos y a vuestro pueblo las seguridades de mi cordial apoyo
y de un trato mutuo que se funde en las bases de una completa y
generosa igualdad entre las naciones", aquello era, en realidad, un
aliciente, y grande.
Fuera de esa seguridad que Taft ,y Roosevelt ofrecieron, había
una exultante sensación de un respaldo universal para nosotros.
Pues salvo el caso de Colombia --muy explicable por aquellos años-
todas o casi todas las naciones habían reconocido nuestra indepen-
dencia de manera explícita. Nuestro escudo nacional aparecía
por todos los despachos públicos. Flameaba nuestra bandera nacio-
nal, abierta al sol y a los vientos. El "Alcanzamos por fin la victo-
ria" de nuestro himno panameño era la esencia de lo que se sentía
en esta capital en esos días cargados de entusiasmo. Y junto a ese
Himno Nacional, la fe elevaba cantos optimistas mientras se iban
foijando planes y más planes con certeza de éxito. Corría el oro del
Canal. Y una abundancia hasta entonces nunca conocida corría
también por todas partes como el oro, y parecía adentrarse en los
espíritus.
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La fe, la ya expresada fe siempre risueña que había en esta


capital, era observable en todas partes, en los humanos y en las
cosas, por las avenidas y las plazas, hasta en el último recodo. En
la Avenida Central y la Avenida B -esta ahora casi sin comercio-
iban haciendo tiendas y más tiendas con lo mejor de Norteamérica
y París, de Roma y Viena. Abría la buena y bien surtida sastrería
de Justiniani, por la Calle Octava. Abría la sastrería Rodríguez,
el español dè trajes a la inglesa, cerca al Hotel Central, en Calle
Quinta. El polaco Podolski vendía y compraba perlas en su concha
detrás de un mostrador, en el extremo de la Calle Sexta, cerca del
Pacífico. Otro polaco, el Láaro famoso, muy parlanchín, inquieto
y apoplético, ofrecía por todas partes "los diamantes que él adquirió
una vez de un príncipe de Africa". Y don José Misteli, gran caballe-
ro suizo, de Lucerna, establecía cerca a Catedral su joyería en que
mil filigranas de oro refulgían con zafiros, rubíes, topacios, perlas
y diamantes. Era en esta capital un muy razonable anhelo_ como
de desquite de los recién pasados días tristes e ingratos: "iHoy es
mi díal" podía decirse cada panameño como por otra razón lo dijo
Jorge Washington.
Antes era únicamente aquel viejo Hotel Central, establecido en
la última mitad del siglo diecinueve. Ahora prestaban sus servicios
adecuados los pequeños hoteles: el Corcó, el Europa, el Español,
y el Italiano, siempre muy llenos de extranjeros llegados a esta
capital por atractivos talismánicos. y sobre todo, se había abierto
el Metropole, al frente de Santa Ana. Ese Metropole tenía recámaras
bien puestas, comedores gratos, club nocturno, un bar surtido y
espacioso, de todo lo deseable como hotel en esta capital ansiosa de
olvidar penas y agravios. El administrador -no sé si el propietario-
de ese Metropole era Charlie Cantor, norteamericano como su mu-
jer, y, como ella, de un aspecto facial entre sajón y árabe. Los dos
eran gordísimos, infinitamente gordos. Por las tardes solía salir
esa pareja conyugal a da paseos por la ciudad en coche abierto,
tirado necesariamente por dos cabalos grandes y potentes. Conocían
a todo el mundo en Panamá, y así iban los dos dando con la mano
saludos y más saludos a diestra y a siniestra con una gran sonrisa
entre los labios. Los dos hoteleros Cantor se sentían casi panameños.
y siendo así, yo habría puesto a la pareja, a tono con los tiempos
"¡Panamá Contental", como nombre o símbolo. Creo que habría
sido un símbolo perfecto.
Comenzaron a funcionar el Teatro Aurora- donde ahora se halla
un bilar público- el Amador, el Dorado, el Variedades con cintas
de Búfalo Bil, el peleador contra los indios; del detective célebre
Nick Carterj del cómico francés Max Lender; de la italiana Pina
Menichell, una romántica muy triste con aire de una reina que había
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perdido el trono y la corona. Llegó alborotosamente el afamado


circo Sharp and Doodley con sus: diez trapecios, dos enanos, una
jirafa, un león y un elefante. Empe~aron las noches del domingo las
retretas por Catedral y por Santana;'las de Santana dirigidas por Má-
ximo Arrieta Boza, el célebre Chichito, el del también célebre "Pes-
cao", y las de Catedral por Alberto Galimani, quien solía dar inicio
a sus conciertos con la overtura de vale y Aldeano, y terminarIos
con Francisco, un pasadoble muy popular de aquellos días. En la
Avenida Central, donde después fue el Teatro Cecilia, se estableció
el fino "Le Jardin", un club nocturno de un francés, en donde había
el imán de unas francesas y rumanas gentilísimas, de la música insi-
nuante, de la champaña Mumm y Viuda de Cliquot, y de un salón
bastante penumbroso. Se inició el Panamá Athletic Club donde
Francisco Arias Paredes y Domingo Díaz Arosemena, dos magnífi-
cos muchachos, fueron campeones del base-ball como serían después
campeones de otras lides de mayor alcance. En la sección de Vista
Alegre, en las afueras, se inauguró el Casino para juegos. En esa
misma Vista Alegre se construyó la Plaza para toros, que bautizó
Agustín García, llamado "el Maya", y donde después actuaron El
Gallito, el As Belmonte y otros, de modo que la alegría española
se fundió en la plaza con la alegría del alma panameña. Paz, prospe-
ridad, confianza y júbilo creciente eran en la ciudad de Panamá
los signos dominantes i la dicha en Panamá iba de ronda!..
Llegó a nuestro Teatro Nacional la compañía italiana de opera
Bracali. Llegaron a ese teatro los actores María Guerrero, Virgiia
Fábregas, Ernesto Vilches, éste un insigne de lo trágico. Y nos visita-
ron Rubén Darío, José Santos Chocano, y Francisco Villaespesa,
éste un español, poeta y dramaturgo. Vilaespesa había llegado a
Panamá para observar aquí la presentación de sús dos dramas "Gra-
nada de los Rubíes" y "Leona de Castila". Permaneció por ello
aquí varias semanas. Por ello seguramente se dio cuenta del magnífi"
co presente y gran futuro de la ciudad de Panamá, y extendió él su
visión a toda nuestra patria. Con su impresión de la ciudad y su
mirada en la República, Vilaespesa foijó un bellísimo poema, que
me aprendí muy pronto casi de memoria. Transcribo aquí una
estrofa del poema a Panamá del gran Francisco Villaespesa;
"Siempre ascendente prosigue el YUdo
hasta que cumplas tu último mito
y saciar puedas tu sed de cielo
en lo infinito de lo infinito"
Lo que yo he escrito en estos párrafos sobre el Panamá que vi y
que conocí como una grata realidad y una brilante perspectiva, lo
ha dicho mucho mejor el español preclaro en cuatro versos sol
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te. Por ser así, muy respetuosamente hago yo míos los cuatro ver-
sos a fin de determinar airosamente este capítulo sobre la ciudad
que vi, que conocí, y por la cual desde el primer momento yo tuve
tantas simpatías...

Capítulo XI
Cuando murió el forjador de empresas y filántropo, don José
Gabriel Duque, le siguió su hijo don Tomás Gabriel còmo Director
de La Estrella de Panamá y del Star and Herald, y copartícipe en
múltiples industrias. Por ello, y porque tenía plena confianza en
don Jerónimo Avilés -ya afianzado en nuestro medio- don Tomás
iba al periódico con frecuencia bien nutrida, pero no lo hacía de un
modo cotidiano. Así creo que nunca se había dado cuenta don
Tomás de quién era este tal Fábrega cuyo nombramiento para repor-
tero había él autorizado hacía no mucho.
Sin embargo, un día cualquiera ya casi al anochecer, uno de mis
compañeros en el ofkio de buscar noticias me dijo en alta voz y
repentinamente: "i Fábrega a la Dirección!. Te espera en esa oficina
el señor Duque." Sentí extrañeza. Me fui a la Dirección y tras el
saludo hubo este diálogo:
---¿Usted es Fábrega, el que con mi autorización fue ascendido
por Aviés a reportero hace algunos pocos meses?
-Sí, señor Director, para servr a usted en lo que pueda.
-Agradecido. Y dígame una cosa: ¿Usted corrigió una vez un
editorial que Avilés había hecho bastante mal, y después usted
prestó ayuda a ese Avilés con otros editoriales que él hizo aparecer
en el perdiódico?
-No, señor Duque. No ha habido nada de eso.
-¿Que nunca ha habido nada de eso?
-Ya se lo he dicho, señor Duque.
-¿Por qué no dice la verdad, como es lo propio? Jerónimo
Avilés me lo ha contado todo, espontáneamente, y con detales.
-Don
Jerónimo Avilés, mijefe inmediato, me dio implícitamente
un voto de confianza. Me pareció una traición, y hasta una indebida
ostentación, contestar con sí ante su pregunta, señor Duque. Ahora
expreso ese sí sin el menor reparo. Le adiciono que ahora son ya
escasísimos los editoriales o proyectos de editoriales en los cuales
ayudo a don Jerónimo. Porque, como usted sape mejor que yo, a
más de que se cuenta con algunos colaboradores para la columna, ya
don Nicolás Victoria J., quien mejora de salud, está empezando a
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enviar de nuevo, de cuando en cuando, sus artículos. El último


editorial lo escribí hace mes y medio aproximadamente. Ahora estoy
en la labor de reportero, o sea en mi oficio actual en el periódico.
Ya he dicho a usted todo, señor Duque.
"Comprendido", me manifestó él con rostro grave, como si tuvie-
ra aún cierto desagrado por la negativa que le había yo dado al
comenzar la plática. Y después del "comprendido" me añadió,
siempre con cierta gravedad: "Quisiera que me hiciese ahora un
proyecto de editorial, mesurado pero firme, sobre el desorden exis-
tente en las oficinas del Juez Ejecutor de Panamá. Me detalló punto
por punto en qué consistía el desorden. Le expliqué que me esperase
un rato para poner en orden las ideas sobre el asunto, y para luego
redactar debidamente el respectivo editorial. Le llevé lo producido.
Lo aprobó. Me dijo algo secamente: "Gracias, y lléveselo a Avilés".
Y me aparté del escritorio del señor Duque, con las cuartilas en la
mano, diciéndome lleno de optimismo: "Espero no tener que ver
nunca más a este señor. ¡Cuánta severidad!; y ¡qué tensión he senti.
do allí dentro, en su despacho! ¡Ya salí de eso, gracias a Dios!".
¿Ya salí de eso? En aquella ocasión sí. Pero después tuve que
volver a entrar. Porque pasados dos o tres semanas, don Tomás
Gabriel Duque me hizo llamar de nuevo a su oficina. Y me pidió
allí que le escribiese un.proyecto de editorial sobre algo que era muy
urgente y de una enorme trascedencia. Después de un momento
de silencio le expresé : "Yo no quisiera escribir eso, señor Duque".
¡Para qué fue aquello!.

-¿Que usted no quiere escribir eso que le ordeno?


-No quisiera escribirIo: líbreme de eso, por favor.
-¿Usted sabe bien con quién está hablando aquí en estos mo-
mentos?
-Sí, señor Duque, estoy hablando, comedida y respetuosamente,
con el Director de La Estrella y del Star and Herald, con el Presidente
de la Compañía Unida de Duque S.A., miembro de varias asociacio-
nes de importancia, hombre conspicuo en Panamá, y ciudadano de
quien se dice que llegará a ser algún día designado Encargado del
Poder Ejecutivo, y hasta Presidente titular de la República. Pero
insisto atentamente en suplicar a usted que no me someta a esa
orden que me ha dado. Tengo mis razones, y me haría usted un
gran servicio al retirar esa orden.
Y apenas terminé, me dijo el señor Duque un "váyase" rotundo.
Y me fui sin saber si debía irme a mi mesila de trabajo de reportero
en el periódico, o a la calle para siempre. Pero habría yo dado unos
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seis o siete pasos, cuando retrocedí inmediatamente, porque el


señor Duque me hizo una llamada con un "tenga la bondad de regre-
sar y de sentarse en esa sila, cerca a mi escritorio". Y hubo la siguien-
te plática:
- "Perdóneme usted, Fábrega. Me contraró con su negativa.
Pero en seguida recordé una recomendación que me hacía mi padre,
quien con frecuencia me solía decir: Acostúmbrate, antes de proce~
der contra alguien que te adversa, a tratar de ponerte en el lugar del
otro'. He fallado con usted. No puse con usted en práctica esa
máxima. Ahora se da usted cuenta de por qué le he vuelto a llamar y
le he pedido que se siente".
En seguida me preguntó por la razón que yo tenía para que me
molestase el escribir el editorial solicitado. Le contesté que lo que
él quería de parte del Gobierno a través de una nota editorial, ni era
"urgentísimo", ni era de "enorme trascedencia" y que eso todo el
mundo lo sabía muy bien, y que en Panamá habría, ante ese ar-
tículo, la sensación de un interés personalísimo, ajeno al interés de
la República. Y al final de esa exposición, le adicioné, ya como en
sello, que ojalá se olvidara de ese editorial porque a él, a don Tomás,
y al periódico, podría causarles enorme desprestigio el publicarlo.
Hablé sencilamente, sin arrogancias de maestro sabio, de una manera
expresamente comedida y cada frase. Y luego me quedé en silencio,
yen espera de la reacción del señor Duque.
Se levantó él rápidamente de su asiento. Me echó un brazo sobre
mi hombro. Y me manifestó en seguida lo que aquí transcribo:
-Oye esto, José Isaac: En adelante tú serás para mí únicamente
José Isaac, como te acabo de expresar. Y yo seré para tí Tomás
Gabriel, familiarmente. Nada de usted entre los dos. De tú a tú,
desde ahora y para siempre. Queda convenido.
Sentí un enorme asombro.
-¿y esto por qué, Tomás Gabriel?
-¿Sabes por qué? Porque ya estoy bastante fastidiado de que
tanta gente conteste con un sí a lo que yo diga sobre esto o sobre
aquello. Me quedo numerosas veces en la duda de si ese frecuente sí
es insincero o es sincero. Y tú, un muchacho que es reportero de
La Estrella, me has contestado con un ¡no! que es producto de tu
alma o tu conciencia, ¡y ahora, José Isaac, un fuerte abrazo!.
Nos abrazamos cariñosamente. Y yo, tras aquel abrazo, me sentí
a veces raro por el cambio. Pues cuando él pasaba por la oficina
general, iba saludando con un gesto amable de la mano. y como ex-
cepción, al caminar frente a mi mesa de trabajo, surgían un "cómo
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estás, José Isaac" y un "cómo estás Tomás Gabriel", que causaba


perplejidad a todos los presentes. Sucedía así continuamente. Pero
esa nueva vinculación no se redujo a mera fórmula social ni a nada
semejante. Existió entre los dos una amistad íntima y auténtica que
es una de las agradabilidades más intensas de la vida humana en los
dominios del espíritu. Y mediante esa amistad, aprendí a conocer
muy bien a Tomás Gabriel cn múltiples aspectos.
Al principio él, cuando impartía sus instrucciones, parecía
bastante brusco. Pero en seguida, al explayarse con respecto a esas
instrucciones, la palabra mesurada se hacía generalidad para todos.
No poseía una gran cultura intelectual, pesc a que se había graduado
en Norteamérica, pero su cerebro era abarcador y penetrante, y cap-
taba los conceptos de mancra rápida. Tomás Gabriel nunca odió a
nadie, ni se valió de represalias. No creyó en la división de razas o
de clases, y conservaba cn tono igual con el Presidente del Club
Social y con el labriego de su finca que le hacía la cosecha de toma-
tes. Desde luego, había en Tomás Gabriel condiciones o acciones
negativas, porque muy pocos son los santos en los siglos. Pero sobre
lo negativo en don Tomás, lo positivo era de una superioridad muy
llamativa. Era de gran acierto y honradez en los muy altos cargos
públicos que desempeñó no pocas veces. Y la generosidad era su
virtud sobresalientc, y él practicaba esa gcnerosidad sin la ostenta-
ción común en los ricachos, y más bien, por lo general, en forma
oculta y en silencio. Conocí, por la intimidad ya antes mencionada,
de esa generosidad llevada a grado de nobleza. Conocí, por esa mis-
ma vinculación con él, la lista de familias de esta capital que habían
caído en mala situación de orden económica, y a las cuales él les
remitía privadamente una mensualidad oportunísima. En su muy
amada población de Chepo socorría constantemente a viudas, huérfa-
nos y ancianos, unicndo a aquella ayuda su cariño. Cuando uno de
los empleados del periódico se encontró peligrosamente cnfermo,
hizo que la esposa de ese empleado trasladase a éste al Panamá -un
hospital magnífico de entonces- lo instalas en cuarto privado con
enfermeras especiales, y lo mantuvIese allí el tiempo nccesario, por
cuenta particular de don Tomás, no de la empresa. Y casos como
éste se multiplicaron varias veces. Y cuando don Rodolfo Chiari,
lleno de deudas de índole política, se retiró a su ingenio de Aguadul-
ce tras haber perdido la campaña Valdcs-Chiari, Tomás Gabriel se
iba a ese ingenio cada diez o quince días para saber qué necesitaba
don Rodolfo, acompañarIo e incukarIe aliento prÓvido.
Yo nada le pedía en dinero, ni en mis momentos de mayor urgen-
cia. Y los ascensos que recibí en La Estrella de Panamá, hasta llegar
a Jefe de Redacción y Director temporal de ese periódico, fueron
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todos consultados y discutidos con la Junta Directiva de la empresa,


de modo que no hubo canongías a favor mío, sobre todo cuando
Tomás Gabriel no sabía ser un otorgante de prebendas. Todo entre
nosotros fue afectivo. Nada sórdido. Y así fue siempre hasta su
muerte. Cuando esa muerte advino casi repentinamente, miles de
panameños lamentaron mucho aquella partida de un ciudadano
meritísimo.
Hoy, en la sección urbana de Punta Paitila, hay una hermosa
vía que se denomina oficialmente "Tomás Gabriel Duque", y en la
cual, también oficialmente, se ha levantado un busto de ese compa-
triota. Es lo justo que quienes pasen por allí y miren esa efigie
experimenten una sensación de simpatía hacia ese panameño que
debe figurar en los anales del presente siglo. Fue él un hombre de
gran mérito. Un mérito de verdad, y no ficticio como hay no
pocos por el mundo.

Capítulo XXV

Los candidatos presidenciales para el período comprendido entre


mil novecientos treinta y dos y mil novecientos treinta y seis, eran
dos panameños sin ninguna tacha y ambos resaltantes. Por una par-
te, como candidato del Parido Liberal Renovador, figuraba don
Francisco Arias Paredes, o sea "don Pancho", h9mbre de innata
simpatía, de especial caballerosidad, de un talento natural bien
conocido, y un industrial infatigable en sus quehaceres especiales.
Por la parte contraria, como abanderado del Liberal Doctriario,
figuraba el doctor Harmodio Arias Madrid, campesino nacido por hu-
milde caserío denominado Río Grande, levantado por su propio
esfuerzo únicamente, graduado con ese esfuerzo como jurista, en
London University, muy famoso como profesional más tarde, Pro-
fesor que fue p'e la primera Escuela de Derecho, como ya lo he dicho.
iDos campeones que se enfrentaban en la lucha cívica!
El doctor Ricardo J. Alfaro, pese a sus contactos personales con
don Harmodio y con don Pancho -y sobre todo con el último- se
había propuesto observar neutralidad absoluta en toda la contienda.
Para ello cambió desde Ministros hasta Alcaldes por ciudadanos de
imparcialdad total y así aceptados por los dos partidos. La neutrali-
dad de Alfaro fue tan estricta que hoy todavía se ignora a favor de
quién fue su voto personal el día de las elecciones. Y aquí cabe
exclamar con un anhelo sincerísimo: ¡Cómo volvieran esos tiempos!
Dentro de esa situación fue escogido don Enrique Geenzier, un
poeta celebrado, como Ministro de Relaciones Exteriores en reempla-
zo del doctor J.J. Valarno, un "panchista" decidido. Don Enrique
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Geenzier regresÓ así de Caracas, donde era representante de nuestra


patria panameña, y se encargó del Ministerio. Y yo, después de aque-
lla escena en la Presidencia de la República, cuando aquello de mi
renuncia comentada en otras páginas, seguí como segundo, o Subse-
cretario, con el señor Geenzier ya mencionado. Y lo hice así porque
yo, debido a criterio muy particular, simpatizaba especialmente con
la candidatura de Harmodio Arias, pero todavía calladamente, es
decir, sin realizar actividad política alguna.
Pero empezada ya aquella campaña, recibí de Harmodio Aras
una notaL informal, lirmada en la Chorrera -él iba hacia Coclé en
menesteres del Partido- nota que decía casi exactamente: "Que-
rido José Isaac: He pensado mucho en estos días, y lo he confirmado
al meditar con calma durante el presente viaje, que lo necesito a
usted como Diputado a la Asamblea en el próximo período, si la
victoria presidencial es mía, como así lo espero. La situación econó-
mica y fiscal es pésima, como usted lo sabe, pues ello viene más o
menos del año veintinueve, por una repercusión universal. Y los
aprovechadores se valdráQ de esa situación para formar escándalos
en la Cámara, hasta derribar quizás a mi Gobierno o entorpecer
todos los planes redentores que yo tenga. Por ello, como le he dicho,
lo necesito a usted en esa Cámara como un buen soporte. No se preo-
cupe por su elección. Yo lo haré meter en alguna papeleta, y será
mía la propaganda. Espero que me acepte. Gracias y abrazos.
Harmodio".
Mi conciencia me decía que no podía expresar un "no" ante
aquella carta grata y sorpresiva. Contesté al doctor Arias con un
sí. Renuncié mediante explicaciones claras y prudentes ante Geen-
zier y ante Alfaro, y me lancé abiertamente a la política, con afanes
plenos.
El doctor Harmodio alquiló un cuarto privado en el Hotel Cen-
tral, calle de por medio con el Directorio Nacional de su Partido, o $e~
el Partido Liberal Doctrinario que ya he citado anteriormente. A ese
cuaro se entraba por la parte posterior del mencionado hotel, única-
mente. Y sólo conocíamos el lugar, a más del doctor Arias desde
luego, el Ingeniero Tomás Guardia (padre), don Enrique A. jiménez,
el doctor José Antonio Sosa Jované, don Manuel María Valdés, don
Rogelio Navarro, y quien escribe las presentes páginas. Alí hacía
Harmodio Arias todos sus planes de campaña, y nosotros casi siempre
nos limitábamos a observarlo, para intervenir en eso o en aquello
por muy pocas veces. Harmodio Arias parecía muy frío, calculador
de sus proyectos, ajeno a los discursos, salvo unos dos que pronun-
ció en Penonomé y en la provincia chiricana. Su rostro no demostra-
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ba por lo común sensacion de ninguna índole. Su nombre iba co-


rriendo por las ciudades y los campos como "el candidato de los
pobres" o como "El Cholito de Río Grande", yesos apodos servían
mucho de propaganda en la campaña. Averiguaba por los. jefes
políticos, o caudilos de cada pueblo y cada aldea, y se acercaba a
ellos sin ninguna compañía, manejando él su automóvil, éste de un
par de pasajeros solamente. Llevaba una cuenta exacta acerca del
número de cédulas que había a su favor en cada aldea. Tenía en el
Central un mapa de la República, hecho por él a lápiz, con todos los
detalles necesarios. Y ponía una banderita roja en cada sitio donde
esperaba su victoria, y otra de color verdoso donde él se sabía perdi-
do. Era, pues, meticuloso hasta el extremo y sus palabras no eran
muchas. El domingo de las elecciones, como a las tres o tres y media
de la tarde, ya se sabía con gran certeza que de Harmodio Arias era
el triunfo en casi toda la República. Y no sé si ese mismo día, o al
día siguiente, don Pancho Arias remitió al vencedor su efusivo
mensaje de felicitaciones, que contribuyó sin duda a hacer a ese don
Pancho Arias un gran señor de la política.
y para que se vea bien elaramente lo cuidadoso y lo mental que
era Harmodio Arias cn sus cálculos: De las ciento cincuenta y seis
banderas rojas -las del triunfo- que había ido colocando Harmodio
Arias en su mapa, únicamente había perdido éste en siete caseríos,
o sea que allí había debido hallarse la bandera verde. iEnorme habi-
lidad!.
No hubo grandes celebraciones ese domingo de victoria. Harmo-
dio Arias recibió a un grpo de sus amigos en su casa, una de las
primeras del barrio de Bella Vista, y a las diez y media de la noche
ya todo había terminado en esa casa y en nuestra urbe.
Al día siguiente, lunes, Harmodio Arias se fue primero a su
bufete denominado entonces "Fábrega y Arias", y luego se encerró
de nuevo en su ya mencionado cuarto del Hotel Central, a meditar
en los problemas patrios, sin esperar siquiera las credenciales para
Presidente, pues éstas le fueron entregadas una semana después
aproximadamentc. Pasé unas dos horas con él, allí en el Hotel
Central, en aquel lunes. La conversación, entre los dos, resultó para
mí muy interesante. Trataré sobre ella en un próximo capítulo.

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Discurso pronunciado por José Isaac Fábrega en la convocatori


de la Academia Panameña de la Lengua, para dar la bienvenida al
nuevo académico Leonidas Escobar Arango. Esta disertación tuvo
lugar el día 7 de diciembre de 1977, y constituye, sin lugar a dudas,
uno de los trabajos literarios de mayor calidad del Dr. José Isaac
Fábrega.

Yo saludo con mi unción al señor Director de la Academia, y a


mis muy apreciados compañeros, y a las muy prestantes damas y
distinguidos caballeros que amablemente se hallan con nosotros
en esta noche especialísima.
y os doy la bienvenida a vos, señor Leonidas Escobar, nuevo
Académico de Número, que desde hoy lo sois por vuestro gran mere-
cimiento intelectual y ético. Ya vos os digo aquí, señor, con alboro-
zo y gratitud a un tiempo, que de vuestra magnífica oración reciente,
para mí ha surgido el tema de oro, muy propio de esta tribuna casi
secular, tan prestigiosa y prestigiante.
y el tema de oro está en el pensamiento humano, éste en su
aparecer y, florecer, y en su decaimiento y su dolor, y en su intrepi-
dez, su júbilo y victoria. Y un adecuado ordenamiento ante todo
me lleva a meditar un poco si el gran misterio del pensar humano, en
cuanto a imán, es superior o es inferior al otro gran misterio de la
vida con su imposición sobre la tierra. Con apreciación cuantitativa,
se debería quizás decir que existe una seducción mayor por el miste-
rio de la vida que por la cuna o el principio del pensar del hombre.
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Porque la vida suele ser por todas pares más abundosa y repetida,
y suele ser también más vara o poliforme sobre el proscenio del
planeta. Esta mi apreciación, tan categórica, no viene de lucubracio~
nes hondas y complejas. Mi estimación proviene de lo simple. La
está ofreciendo la óptica.
Pues la vida se va imponiendo aquí y allá, con mucha seguridad
en demostrarse, en su expansión continua, en sus andares fáciles,
confiada cn que para ella no hay la frontera ni el obstáculo, con algo
así como una ccrtidumbre firme de que ella es indispensable en todo
el orbe, y para el orbe, y sobre el orbe. Y ello es así en la entera rea-
lidad, pues si la vida está fundida con el hombre, ella también está
regada en el gredal que el hombre pisa con su planta. Sin esa vida
múltiple y feraz, no observaríamos nunca aquellos leños que se hacen
llama en el bohío, ni a este frto de aquí, en su madurcz, que ante
nosotros cae sobre la grama, ni a esa gaviota solitaria que se fugó
quizas de un verso de Miró y ahora va por esos cielos sin saber
a dónde. y así la vida, tan fundamental y tan eleml'lltal, tan efectiva
y absoluta, es siempre vibración y calidez en lo hondo del océano,
en la cumbrera, y en el cedral, el matorral, el colmenar, y en la crjsá-
lida. La vida está callada y soterrada en este peligroso tremedal
cercano al río. La vida está, golpeante y resonante, en este potro
que por allá va galopando para desbaratar al horizonte con su crin
revuelta. En el cenit, anda ella en inquietud, indócil y traviesa.
En el nadir, la vida anda de ronda....
¡Cómo no ha de creerse, pues, con apreciaciones del vistazo o
golpe, que el continuo misterio de la vida ha de ser siempre, para
siempre, de fascinaciones primordiales, de jerarquía no comparable,
ya que ella es así tan adpatada y adaptable, tan rodeante y tan
próxima y distante! Por eso se ha inquirido sobre su origen en no
escasas veces. Y, tras esa inquisición, algunos dicen que surgió la
vida repentinamente, en generación o brotes espontáneos. Y dicen
otros que a la vida hay que tenerIa sólo como a una sucesión de vida,
que en su decurso va trayendo en sí los gérmenes de otra y de otras
reemplazantes vidas, en dirección a lo infinito. Mas nadie se confor-
ma con una u otra explicación, no aclaratorias, sino confundientes.
Pues cada una de esas versiones, cómodas y fáciles, más que un oníri-
co puente establecido encima del abismo, es un abismo echado a la
ligera sobre un puente onírico. Y, entre tanto, sigue la vida indife-
rente, en su expansión tenaz, en su carrera rápida, llevándose ella
siempre en sus entrañas la invarable incógnita.
Mas, pese al permanecer de ese misterio en cerrazón total, sobre
el origen de la vida, por aquella notoria condición de ser la vida tan
universal y de hallarse esa vida tan omnipresente, nos solemos olvidar
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a veces de lo tremendo de su arcano, y la tomamos sonreídamente


como a una callejera, montañera, caminera, que nos saluda con "qué
tal", frecuentemente, como un amigo viejo y estimable. Por lo cual
experimentamos menos la impulsión existente, como he dicho, y
llevada a investigación, como también he dicho-. por conocer la
fuente de esa vida que por la verdad del pensamiento humano en
cuanto a su extrano arranque o a su ignota génesis. No deja de reinci-.
dir, de cuando en cuando, la ya expresada voz inquisidora de "por
qué la vida". Pero es más recia, y es más alta, y de mayor asiduidad,
más ilusión y más pasión, aquella otra voz humana que interroga
siempre: "¡Por qué este espíritu!".
y es que nosotros, todos los humanos, ponemos subconsciente-
mente un interés mayor en conocer sobre lo nuestro, porque es
nuestro, que en inquirir sobre lo ajeno, o lo que siendo para nosotros
o en nosotros, también es para todos y de todos en una propiedad
comunitaria. Siempre rastreamos la ya lejana credencial en relación
con nuestro huerto viejo, porque, abundante o pobre, es nuestro
huerto. Siempre nos vamos al arcón añoso para saber quién fue el
antepasado, humilde o principal, que nos dejó su nombre, porque
precisamente es este nuestro nombre. Y el hombre está bien entera-
do de que, a diferencia de la vida, el pensamiento es suyo, y solo
suyo, y de más nadie, ni en lo adventicio ni en lo cierto, porque ello
es ley de inexorable cumplimiento.
El pensamiento en el yo humano corresponde a la silente impo-
sición de aquel Sancta SanctolUm del extraordinario templo salomóni..
CQ, siempre ese sagrario allí escondido a las miradas, bien resguardado
por las siete llaves, pero sentido, o conocido, pese a aquella vastedad
y a aquellas lujosas formas de oro y de plata, y de alabastro y már-
mol, y de nutridos cedros del cedral del Líbano. El pensamiento
humano es en nosotros una aguja de luz, constante en lo sensible
sin causar herida, y es como una ave en cautiverio grato, denotativa
siempre de su estar porque ella, constantemente, roza con sus alas la
prisión orgánica. El socavón de minería no sabe nunca que el dia-
mante está escondido dentro de él en oquedades hondas. El hombre,
en cambio, sí conoce que en las intimidades de su ser se halla enclaus-
trado el pensamiento, siempre aguardante de surgir y de lucir al sol,
o contra el sol, su rutilancia más que diamantina. Y tan suyo, tan
trascedentaJ es en el hombre ese pensamiento que le da su tono
y le hace esencia de su esencia, que, cuando morimos, los que deja-
mos en la tierra nunca se preguntan cómo sería, o en cuál instante,
nuestro postrer pálpito vital, sino, exclusivamente; para quién sería
el apagado adiós de nuestro pensamiento al éste desprenderse de lo
material para irse, como en una flotación, en el decurso eterno.
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De allí esa predilección tan radical y natural, pese a toda impor-


tancia de la vida, por el problema del pensar, en esa aparición sobre
la tierra, extraña como lo imposible que se cambió de pronto en lo
posible, o como el vacío que se hizo plctora de pronto. De allí
también, del gran afán preferencial, que Zoaga, Darwin, Dubois,
Sheleimann, Gordon Childe, y ocasionalmente Hamold Toynbee, y
muchos más en lista selectiva, se hayan esmerado tanto, con dife-
rentes vocación o ángulos o vías, en conocer en dÓnde y cuándo, y
por qué, y cÓmo aconteció el prodigio de la idea.
AquÍ este Desmond Morris, maestro actual en cátedra y en
libro, sin abandonar del todo al rumbo darwiniano, comenta que
quizás un día un grpo de unos seres, todavía inferiores, se llenÓ
de miedo porque venían los lobos en tropel auIlante, y el núcleo,
en brote defensivo, se organizó contra el ataque próximo, y de esa
organización urgente y necesaria vino la idea en su gran alumbra-
miento. Y entonces aparece, ante el decir de Morris, una sonrisa
respetuosa, pero siempre una sonrisa, porque tiene algo o mucho de
risueño que el pensamiento de los hombres probable y directamente
tenga su origen en el pánico.
y acá ahora Henry Lipton, también un contemporáneo muy
preclaro como Desmond Morris, en su obra "Estudio sobre el Hom-
bre", parece hacemos la feliz promesa, mediante el nombre sugesti-
vo "Orígenes" --o sea el nombre de un capítulo-- de que será él un
buzo denodado que se irá hasta el fondo y subirá de allá la concha
madreperIa en donde está el secreto preciosísimo. Mas de aquí
que Lipton se arrepiente muy pronto del buceo, deja escafandra
y vara de tantear la hondura, y se detiene en un braceo superficial
y fácil sobre sus propios y agradables párrafos undosos. Y tras este
Henry Lipton siguen las teorías, una hipótesis reemplaza a la anterior
hipótesis, y todo es como una sucesión de ensueños inconexos.

Así, ahora, este otro explorador informa que primero fue el


Homo Erectus, y tras éste el Homo Sapiens, y apareciÓ después
el Horno Faber. Pero no dice tal explorador lo que anhelamos
tanto que nos digan, o sea, por qué y cómo al ser erguido advino
repentinamente el prodigioso paipadear de ideas. La enunciación
de los problemas es una previa condición para, atinadamente, resol-
verlos. Mas los problemas no se resuelven de por sÍ, solo enunciándo-
los. Y la manifestación de que hubo el Homo Erectus, Horno Sapiens.
Homo Faber, precisamente es una enunciación sin solución ninguna.

Ahora aquÍ expone este fisiólogo que en un día desconocido,


de unos tiempos también desconocidos, milones y más milones de
diminutas células nerviosas fueron acumulándose, fueron ajustándose
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en pasmosa técnica, y de aquella admirable preC1SlOn apareció la


maquinaria o factoría de pensamiento humano. Pero hIta al científi-
co que añada cuándo nació, cómo aprendió su ingeniería, el pensa-
miento previo y especial que diseñó, foijó, y movió aquella fábrica
genial que elaborÓ para la tierra al pensamiento humano en propor-
ción masiva. En medio de las sombras del misterio, siempre ellas
circundantes, ese previo pensamiento, realizador de la mecánica,
siguc perpetuamente allí, entre aquellas sombras.
y pues nada se encuentra y siguen dunas, dunas, y más dunas,
por más que se ande en el desierto como un beduino que se pierde,
entonces solemnemente se declara que todo en el Cosmos viene del
acaso, y que de este acaso originó también el casi sobrenatural
espíritu del hombre. Pero ningÚn fenómeno se cumple sin que haya,
con antelación, la causa del fenómeno. Y el acaso no es equivalente a
causa, sino, por el contrario, negación de causa. Y además aquello
del acaso, del azar, de suerte, o del destino, generalmente es expre-
sión del que se rinde y que formula esa invocación en la hora crucial
de su desánimo. Siempre, siempre, y mientras más se intenta el avan-
zar, más y más se va alejando el pertinaz arcano con relación al
germen de la idea. Y ese arcano es por lo tanto como la fémina
engreída, que va apartándose en esguinces, con esquivez siempre
mayor mientras ella se sabe inspÚadora de mayores ansias.
Entonces, ya fracasados y cansados, nos vamos hacia Dios, como
sucede siempre cuando ya una gran desesperanza inerte necesita cam-
biar en esperanza inquieta. Vamos nosotros hacia Dios como Alex
Carrell, en su desazón ante el enigma médico insondable; como
Alberto Einstein --muy bien recuerdo sus palabras- cuando él tuvo
que saltar en un segundo todos los vacíos frente a enormidades
impasables en matemáticas y en física; como Henri Bergson y Jacques
Maritain en sus crecientes agonías inÚtiles por no encontrar jamás la
exacta relación de Ser a Cosmos. Y podría contestar Dios a las
interrogaciones suplicantes: "Yo hice al hombre con mi imagen,
y yo le proporcioné bastante de mi espíritu en el día del Génesis".
Pero Dios, ese de verdad, no es espectacular, no es de jactancias, co~
mo lo son los dioses de la tierra. Y entonces Dios, ese de verdad,
guarda silencio...
Mas ya que no hay la clave nunca y que hasta el mismo Dios,
por ser quien es, nos la rehuye, dejemos para siempre la infructuosa
bÚsqueda. Y como un sedante, y sin ningún "por qué", vayamos
con aproximaciones razonables y visión ideal hacia las fases sucedi-
das necesaramente para que el pensamiento llegue a pensamiento.
Dentro de tal visión, muy concordante con un proceso ajeno al arti-
ficio, sucede que un ser viviente por el mundo, como tantos y tantos
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seres todavía instintivos, por la primera vez experimenta no defini-


ble admiración ante una estrella, temor no calificable frente al vór-
tice, regocijo igualmente imprecisable porque afuera está cantando
un pájaro en el alba. Y alí, en esa sensación rudimentaria, es el
anuncio, quizás el punto de partida, del increible viaje hacia lo insóli-
to.
Luego, -¿cuándo? ¡nadie sabe!- va despertando en ese ser una
certeza de que hay en él temor por ese vórtice que sigue allí como
amenaza, una certeza de que existe en él asombro por esa estrella
que otra vez asoma. Y esa percepción así sobre su miedo, sobre su
admiración, sobre su júbilo, o esa certeza así sentida y repetida, es
una iniciación de la conciencia, o el comenzar del pensamiento hu-
mano. Ese hecho de pensar es todavía impreciso, pero ya es el
hecho más trascedental para los tiempos. Cuentan que los milagros
suelen advenir con mucha rapidez, de pronto, como en la atmósfera
el relámpago. Pero, por ser excepcional, o por ser único, se va desa-
rrollando lento este milagro.

y ahora aquí, con esa misma lentitud, pero con logro exacto, el
pensamiento humano va aumentando su capacidad y calidad, se va
afianzando, se va nutriendo de cualidades cooperantes, hacia lo
mejor y superior, con dirección a lo perfecto. Y continúa así ese
pensamiento realizándose, ahora en plenitud segura, haciéndose de
completa percepción, de memorización, de vinculación, y de abstrac-
ción, para el dominio en el análisis preciso, para las generalizaciones
atrevidas, para llegar a la universalidad sin detener su audacia, y sobre
poniéndose inaudito con un desdén de circunstancias, y más allá del
tiempo y del espacio. Y ahora ya ese pensamiento, echado a lo
absoluto, resulta con idoneidad para escoger semilas apropiadas,
trazar los zurcos paralelos, propulsar al hecho, fabricar los pueblos,
esbozar doctrinas, dirigir los rumbos, acoplar los ritmos, ir impulsan-
do a la Historia. Siendo unidad, se va hacia la eficaz diversidad prolí-
fica; siendo central apretujada, se hace sin embargo elástico para
lograr lo heterogéneo. Su dominio tiene algo divinal: nada sobre
el, todo bajo él, parece ser su condición ingénita.
Pero he aquí que en esas graderías mentales ascedentes hay un
instante, un tramo o un peldaño, que no es posible ubicar bien en
esa escala tan parecida a prematura escala de jacob, pero que está
sin duda alí por algún punto del proceso mágico. Es el peldaño, o es
el punto, o el instante, en que el humano, en su evolución mental
maravilosa, no se reduce ya a pensar en lo exterior, en lo que afuera
ven sus ojos, palpan sus manos, oyen sus oídos con fervores cándidos.
¡Es el instante singular por su intensidad conmovedora, no superado
en el proceso, en que el hombre se percata, tenso en sus asombros,
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de que dentro de cl se cncuentra el pensamiento como un enorme


privilegio extraño. Instante de la gran revelación, sin medición pese a
que solo es un instante, en que, por la primera vez, y para siempre,
el hombre piensa que él piensa!
El hombre piensa que él piensa, y un día vendrá con las edades
en que otro hombre, éste muy genial, cuyo nombre será René Descar-
tes, lanzará a lo universal su " ¡pienso, luego éxito!", con un muy há-
bil silogismo de premisas tácitas. Pero este hombre, en este instante,
con su exaltación porque conoce ya de su grandeza nunca por él
soñada y nunca presentida, va anticipándose a René Descartes y
dice en su interior, con inocente orgullo, en previa y oportuna varia-
ción del silogismo clásico: "Yo soy el hombre, y soy lo superior,
porque yo picnso".
"Yo soy el hombre, y soy lo superior porque yo pienso!", y
cree él allí, con alegría, que el sol transita por los cielos para que a
este ser del don extraordinario le sean más fáciles sus pasos por
caminos claros. Y cree él tambicn que si en unas ocasiones la luna
de dulce luz asoma por los llanos, ello es así para que esa suavidad
lunar le sea un sedante de su sueño, y pueda él expresar después,
al advertir ya al alba comenzante, como un milón de años más
tarde dirá un preclaro del pensar que se llamará Fritzgerald Scott,
por una región del mundo que se llamará la América del Norte:
"iOh noche que se va, tierna es la noche...!"
y este hombre que ya tiene en este instante un pensamiento, y
sabe que lo tiene, experimcnta aquÍ la urgencia de ir desbordando a
lo exterior esto que hay como un fuego en su cabeza, como un
pálpito en su tórax. Recurre él, en ese desahogo, a elaborar imáge-
nes en troncos, sobre la piedra del recodo, sobre el barial recién
endurecido, en la bajera dc ÓP¡.ùo aún innoble, por la pared de la
caverna, y por la mole, y en el túmulo. y así inconsciente, pero
idóneo, este hombre da impulsiones iniciales para que otros huma-
nos, en los siglos, hagan dcspués mejor extraversión en signos gráfi-
cos, en los papiros babilónicos, en desenvueltos pergaminos griegos,
con el punzante stilus del romano sobre cera blanda, con la pluma
quitada al águila del cerro, con esta otra nuestra pluma de hoy,
invicta por las páginas.
Pero al mencionar a nuestra pluma de hoy no traigo alegorías,
no foijo aquí expresión genérica o unÍvoca. Porque esta pluma
de hoy, la que yo digo, es especialmente la efectiva, la sucesora últi-
ma y real de la gabira bronca, esa gran pluma verdadera de metal
recio, de asidero idÓneo, de muy esmerada punta para el trazo. Es
esa misma pluma que vi tanto entre las manos del doctor Eduardo
Chiari, de Julio Fábrega Arosemcna y Harmodio Arias, y de Ricardo
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Alfaro y J .D. Moscote, y la de Octavio Méndez, y a la cual he sido y


sigo siendo leal toda mi vida para copiar, siquiera en algo material,
a esos grandes varones panameños, todos mis bienamados profesores
ínclitos.
i Animosa y de agilidades esa pluma, para dar un servicio compe-
tente y pronto! Ella es rotunda en rasgos y perfies cuando la idea que
escribe es ya definitiva. Temblorosa ella, y no muy poco, en sus an-
danzas, cuando en cambio la idea desciende desde arriba con unas in-
seguridades oscilantes. y si el pensamiento sigue en su tarea, aunque
ya el véspero comience, y sea ya el tiempo para encender la lámpara
esquinal, causa la pluma amable una impresión de intencionado
transcurrir enérgico a fin de que la testa fatigada tenga emulación,
y así la extraversión se torne en unos renovadores ímpetus creati-
vos. y si al amanecer, cuando la nueva luz ya cruza la ventana y
corre por la estancia, y ya otra vez está la mano cerca del rimero de
hojas esperantes, he aquí que ahora, casi corno en plan, esa acuciosa
pluma se va empapando mucho con el sol naciente. Para que así
este hombre pensador, foijador, madrugador, comience el día con la
ilusión alzante de que en e~a alba despertó su idea con tanta brilladu-
ra que a quella idea chorrea sobre el papel en borbotón de lumbre.
Noble esa pluma así, casi porción de nuestro yo mèntal, prologación
estilizada que se alargó de nuestro propio espíritu. Y si el primer
humano aquel en el instante aquel en que pensó" iyo soy el hombre,
y soy lo superior porque yo peinso!", hubiese podido guiar la porten-
tosa pluma de hoy para una versión feliz de su delirio, seguramente
habría llegado entonces a nosotros el más valioso aporte psicológico
la más cualitativa síntesis del júbilo, cápsula de asombros, cifra del
orgullo, poema perennal y universal de gloria muy superior a cuales-
quiera glorias dadas hasta hoy al mundo por el verso.

Mas pese a la eficacia de esa extraversión con las imágenes aún


toscas, con el signo aún burdo, un sentido cabal de realidad indica
que antes que el método visual, quizás unos momentos antes sola-
mente, la primera interpretación del yo del hombre es la expresión
verbal. O es la palabra. Probablemente esta palabra primigenia es
solo de unas confusas sílabas de alarma por la ola que va a estrellarse
y diìuirse, entre sangrar de espumas, dando contra el contiguo acan-
tilado impávido. O es una dura exclamación de cólera y espanto
por este rayo rápido y fatal que destrozó a su árbol preferido. O es,
esta palabra elemental, en este humano elemental, una expresión de
temblorosos balbuceos en el primer amor deseante por esa mujer
que viene entre las breñas, dichosa porque ya ella tuvo también
recientemente un pensamiento, coronado de flores montaraces el
cabello suelto, trajeada aún con el originario traje albar y de resoles
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tenues. Y así acontece aquello de "y primero fue el verbo", o la


palabra, que el Evangelio pone en el Creador Supremo, y que descien-
de al hombre y para el hombre.
y esa palabra, o ese verbo del sér humano así nidimentario, des-
pués y pronto se afirmará con mucha precisión para la interpretación
exacta del espíritu sobre la tierra y en los tiempos. Así viniendo por
los tiempos, alcanzó esa palabra hasta nosotros, hombres de este
siglo, como nave espacial carguera de la idea, como trajinera de cami-
nos largos que va trayendo a nuestros lares pensamientos de otros y
va llevando a la distancia pensamientos nuestros. iY qué prodigio
multiforme palpita en esa excepcional palabra, que conozco en algo
porque la oí en ilustres pueblos de Occidente, hecha un decir de
cosas estupendas, y la oí también por graves pueblos del Oriente
vertida en reclamantes voces de silencio!
Esa palabra es difícil y es elástica, y ella es serenidad, más clari-
dad, en disertación de cátedra o tribuna. Por una acdón de contrac-
ción verbal, lleva en sí misma esa palabra mucho de dolor en expre-
sión de despedida cerca del ciprés, frente a la cruz de tumba con el
terrón apenas removido. Esa palabra es de dOL-oso giro en galanteo
a la novia; corta, y cortante, si ella es trasportadora de la chispeante
sátira atrevida; digna, y escueta, y despaciosa, ante una toga magis-
tral, para el análisis jurídico. Y si por el ocaso es hora de plegarias
en hogar o templo, en ese instante la palabra humana se hace suavi-
dad, se torna ingrávida, y es un par de alas de paloma para llevar las
preces hacia lo alto, como lo dijo Víctor Hugo, como aún mejor lo
repitió don Andrés Bello para así hacer, de esa creación francesa,
estrofa americana. Pero si en cambio la palabra está en el parlamen-
to libre, entonces ella, lejos de suavidades o murmullos leves, va con
esa libertad más allá de columna y capitel, atravesando al muro y la
techumbre, dominando ella a la ciudad, la aldea, la ranchería, reven~
tando y resonando en todos los solares, estremeciendo a la república
o al reino, cambiando al reino en la república. Qué detenido, y qué
angular reultó Arquímedes, el griego aquel de Siracusa, cuando ex-
presó su "idame algún punto, como apoyo,. y yo con mi palanca
alzaré al mundo!" ya que él pudo añadir con mucho acierto: " ¡dad-
me la palabra para apoyar allí mi genio, y efectuaré, con dirección
al bien, la mutación del mundo!". Y cuán completa la verdad dicha
en el presente siglo por Baldomero Sanín Cano, maestro para tres
generaciones y de cuatro pueblos, cuando él exclamó a los vientos,
férvdo y vidente: "¡Ay de aquella nación que pierde la palabra!".
Pero he aquí que el pensamiento humano, poseedor de la pluma
y la palabra como instrumentos de divulgación feliz y espléndida,
con tanta intensidad en su valor intrínseco, y cuya luz es conjunción
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de soles tropicales en la mitad del día y de aurora boreal en medio


de la noche, ese mismo pensamiento humano ha padecido muchas
agonías, ha sufrido él muchas crisis de un gran dolor inmerecido.
Es la primera crisis esencial cuando el proceso contra Sócrates,
tan bien descrito ese proceso por Alfredo Ernesto Taylor, maestro
actual en aulas de Edimburgo, quien se vale de Jenofonte y de Pla-
tón, y de Aristófanes y Esquines, para ir tejiendo con su enorme
habilidad de Historiador y de Psicólogo todos los complicados hilos
de la urdiembre trágica. Son aquí ahora, en Tribunal, aquellos qui-
nientos jueces populares. Junto a los jueces es, como Fiscal, Melito,
el hijo de Melito el Viejo, quien con voz oficial acusa a Sócrates de
predicar una moral ajena a normas estatales, de corromper con sus
principios éticos socavadores del Estado, de negar y despreciar a la
legión de diosos del Estado. Los quinientos juzgadores oyen a Meli-
to con esa solemnidad que la mediocridad impone frecuentemente
en quien actúa. Sócrates escucha aquello, y solo se defiende con
expresión irónica y aguda: "¡Esto de aquí es únicamente un juicio
criminal en contra del ingenio!". Los quinientos juzgadores dicen su
voz condenatoria, y Sócrates, ya en la cárcel, bebe entonces el vaso
öe la muerte. Y la terrible admonición de que el pensamiento alzado
habrá de ser en el futuro el sometido pensamiento humilde, va como
grto escalofriante a las ciudades griegas, por el Mar Egeo, por esos
pueblos costaneros de Africa y del Asia, y alcanza hasta esa
Roma que está ya evolucionando para ser Imperio, más aún que por
el poder de sus legiones bélicas por el poderoso y casi increíble
genio que hay en el romano.
Ocurre la segunda crisis, la más trascedental, la más tremenda de
la Historia humana, en Jerusalén, de aquella sometida Palestinas,
encima de un montículo. El pensamiento humano, hecho doctria
de las almas es condenado, y es abofeteado, y es escarecido, allí
en ese montículo como un montículo cualquiera. A las tres de la
tarde de tal día, único en el mundo, sucede la consumación del sacri-
ficio máximo. A esa hora, que hoy nos resulta por lo magna como
una hora intemporal, todo se hace oscuridad, advienen los relámpa-
gos, y hasta se rasga el velo de los cielos según relatos apostólicos.
Pero el eco de la tragedia sucedida, es decir, la voz del trueno en esa
tarde, parece circunscrita únicamente a Jerusalem, a aquel montículo,
a aquellos al~daños pobres donde hay un huerto con unos cuantos
árboles de olivo. Aunque ese trueno constreñido, el trueno de la
crisis, después irá con gresos retumbares por anchos ámbitos del
orbe desde el Oriente hasta Occidente.
y hay nueva crisis capital, tiempos después, surgida ella extraña-
mente del grado de importancia de los astros que andan por lo cós-
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mico. El hombre siempre había creído que su tierra .la tierra del ga
lardón por tener él un pensamiento constituía la dimensión y la
función suprema en el sistema planetario entero. Y Tolomeo de
Egipto había auspiciado esa teoría, o acrecentado el sueño humano,
cuando en Alejandría puso en los cielos, por las noches, ojos escfU-
tantes, y declaró a la humanidad que ésta su tierra era eje y centro
universal de lo que existía y brilaba en los espacios. Pero pasan
centurias, y Copémico proclama, con marcada exactitud en cálculo
astronómico, que la tierra solo es un súbdito pequeño alrededor del
sol, y que sigue a ese sol, uniéndose a su séquito como un paje hu-
milde. Y hay una conmoción en el espíritu del hombre, que de
pronto se siente rebajado al rebajársele su tierra, su propiedad, su
hogar y pedestal, y su proscenio. Y el gran pensamiento humano,
confundido, amengua la intensidad de sus creaciones. Porque es ya
la nueva crisis. Y, èn la crisis, no pocos hombres de superioridad
en el pensar van doblegando la anteriormente siempre levantada testa.
La crisis por el proceso contra Sócrates tiene un propicio desaho-
go en la sagrada cólera platónica, cuando Platón, ante aquel eco
criminal de la sentencia contra el hombre sabio que anhelaba defi-
nido todo, y hurgar en todo la verdad suprema, categórico y airado,
y con mucho desdén, y con decir rotundo, dicta a la inmortalidad
su libro La República. Y tal crisis, con los años, va remansándose
en fervores místicos cuando Erasmo de Rotterdam, ansioso de que
el pensar humano sobreviva intacto, alza los ojo,s a los cielos, y
expresa aquella inolvidable invocación de ruego: iO Pater Sócrates,
ora pro nobis...!
La crisis que inició Copémico, sin él buscarIa ni quererIa, se hace
de pronto una nueva exaltación de los espíritus sensibles aquel día
en que BIas Pascal, tan elogi~do luego por Martín Buber, el gran fió-
sofo israelí, expresa repentinamente a aquellos deprimidos, como en
una inesperada ráfaga de aliento: "Verdad esta primacía del sol, y
esta minimez de nuestra tierra. Verdad también, por una conexión,
la pequeñez del hombre en relación con la pequeña tierra en donde
habita. Pero igualmente es la verdad que este hombre, así tan redu-
cido, es el único ser con una capacidad casi divinal para medir tama-
ños, conocerse a sí mismo como brizna, examinar la relación, estable-
cer la proporción, y distinguir lo mínimo y lo máximo. De tal modo
que así - pregona Blas Pascal - j el hombre es grande por su gran
espíritu!". Y entonces, por el eficaz decir de BIas Pascal, hay un
efluvio por el mundo. Sonríe otra vez el hombre pensador. Pone
los pies encima de la crisis. Va él irguiendo de nuevo esa cabeza
que era doblegada, y el pensamiento humano vuelve a la aupadora
seguridad de su especial grandeza.
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y la otra cnsis, la más profunda de los tiempos, la que adviene


tras de Sócrates-aquella crisis del montículo- hace que aquel apenas
adonnido trueno ahora otra vez retumbe por los ámbitos. Al pnnci-
pio, aquel enorme estruendo andante solo ocasional indiferencia.
Después suscita él un desagrado, como un rechazo de mensaje adver-
so. Luego viene una reflexión naciente, y un apunte de aurora en la
conciencia humana. Y aquella crisis sin igual, por medio de transfor-
maciones sorprendentes, se va convirtiendo en huerto florecido, de
perdón y amor, cuyas frondas se alargan a abarcar la tierra. Y es ya
de tal intensidad la rectificación ahora positiva, que el sib'10 de esa
crisis, el signo de un doble travesaño al tope de un montículo cual-
quiera, hoy se levanta por lo más austral del mundo amencano,
entre Chile y Argentina, con dimensión visible a todos los humanos,
sobre una cumbre de los Andes, y desde alí es, para los ámbitos del
orbe, un perpetuo mensaje fraternal de América.
Pero entre una y otra cnsis, y tras otras nuevas, hay lugares y
períodos en que, como un trasunto de catástrofes, como en un resur-
gir de viejos gérmenes nocivos, aparecen las fauces del león, haces
de leños crepitantes, dogal al cuello, cárcel y cadenas, maquinaria
infernal que entre un grtar de libertad y de igualdad echa a rodar
cabezas y cabezas porque hay en ellas pensamiento adverso, tralla
oficial tendiente a que el penar corpóreo duela en las ideas, paredón
de la izquierda o la derecha frente al cual los fusiles andan a la carga
entre un himno tnunfal para el Estado Nuevo. No son los potros
de Sargón, no son los carros de Ramsés Segundo, que aniquilan
hombres por ganar las tierras y fundar imperios. Aquí es solo el
pensamiento humano intransigente, fijo y angular, con un ángulo
estrechísimo, siempre fanático y dogmático, organizado ese pensa-
miento para extirpar hasta la muerte al pensamiento libre cuya
fuerza está solo en su valor intrínseco, y levantar sobre el despojo
espintual el dominio brutal del criterio único.
Milones de esos pensamientos libres van a la pelea con decisión
heroica. Otros se van esquivamente hacia el quehacer intelectual
sin huellas, igual, superficial, y fastidioso con el fastidio que las desi-
lusiones ponen en los ánimos. Otros se dan para que un victorioso
los maneje, y conseguir así la paz mental, o más bien la paz del
leño y de la piedra. Y otros echan su ideal a los zanjones, para ven-
der su ser espiritual a algún señor de valimiento y conveniente
paga. Son distintas posturas, o actuaciones. Pero en conjunto es allí
el drama, es el gran drama.
Hace ahora cincuenta años, frente a los vencidos que lastimosa-
mente dicen lo de ayer, lo de mañana y siempre, sin moverse un
momento con la acción creativa, manifestó Unamuno con sus modos
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caústicos: "Se copian a sí mismos diariamente. Son los fecurtdos en


el auto-plagio".
Hace ciento cincuenta años escribió más o menos Fedor
Dostoyevski en su imperecedero Gran Inquisidor, con la visión
terrífica de los que rinden su pensar al fuerte para gozar la inexisten-
te dicha del vacío inmutable: "Te he encerrado, Señor, en esta cárcel
porque has regresado al mundo intempestivamente para insistir aquí
en tu dignidad y libertad cristianas. Vete de aquí,
Jesús, y no pertur-
bes otra vez a esta humanidad tan amansada y sosegada. ¡Deja que
yo, el Gran Inquisidor, mantenga al hombre y a su idea en calma y
felicidad bajo mi látigo!
y hace ya dos mil doscientos años, ante el pensar trocado en
mercancía de tráfico, Publio Terencio, el de Cartago y Roma, puso
en los labios de su imaginario y real Gnatón, el sórdido, como la esen-
cia de una de sus sátiras: ¡Se él dice sí, yo digo sí; si el dice no, yo
digo no; y siempre así resultan buenas mis ganancias!
De modo que estas crisis que acontecen para que vengan otras
crisis; esto del pensamiento humano que se encuentra inerme contra
el otro pensamiento de lanza y yelmo y de coraza, sujetando éste a
aquél bien sujetado con el cordel de normas asfixiantes, golpéandolo
con las macanas aborígenes, cegándole los ojos con su propio llanto,
metiéndole y ahogándole en su propia sangre, est~ del pensamiento
erguido y soberano que en la pelea se vuelve pensamiento mártir;
del pensamiento libre que se da al final, y se retracta, para que el no
pensar por sí le proporcione la desolada paz completa de la nada, o
una paz de dependencia, proporcionada gota .. gota en dosis hemeo-
páticas; del pensamiento libre que no crea como antes, y se reduce el
monorrmo, y con la desilusión se vuelve rutinario; esto del pensa-
miento humano libre que después se vende mísero para quedar, con
sus monedas y sus joyas, en miseria espléndida; esto del fragor, esto
del horror y del dolor, y de unos gritos atrevidos, y de otros grtos
desgarrados, todo esto no es solo de hoy, ni del ayer cercano, sino
de siglos extensísimos en que, con perversidad de recuITencias ter-
cas, es incendiada aquÍ o allá esta o esa porción del maraviloso
bosque espiritual y universal de la cultura humana. y yo he pensa-
do, algunas ocasiones, que si caminara hacia adelante, por los tiempos,
aquel hombre primiRenio que se sintió, en aquella vez, dichoso y or-
gulloso porque le adivino repentinamente el pensamiento como un
don, como un prodigio o sortilegio, y este hombre así de los cando-
res prístinos contemplara este cuadro cruel de las ideas que se consu-
men para ser escombros, entonces él se acercaría para adicionar de
la siguiente suerte a Jorge Luis Borges en su Aleph, en esa Letanía
genial de Los Felices: " ¡ E infeliz - añadiría él con brote agónico - to-
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dos nosotros, hombres que pensamos, pero feliz la bestia de mis


montes que no piensa nunca!" Se arepentiría él después, quizás,
de lo así escrito. Pero allí continuaría ese hombre candoroso,
con su soipresa y desencanto,.tenso y atónito.

Mas ya se va atenuando un poco la visión de Atila y Gengis


Kan, quienes conferenciaban antes en la cumbre, viendo siempre
hacia abajo y ambos sonreídos, con un alegre sonreír de salvajerías
aprobatorias. Ya hay ahora esparcida por la tierra, cada día con
más vehemencia, una común señal para el retorno del pensar huma-
no hacia aquellas libertad y dignidad conque advino al mundo el
hombre primitivo, en distinción excelsa. El pensamiento sojuzgado
está inconforme como nunca, con una inconformidad que es ya beli-
gerencia dispuesta a irse victoriosamente hasta el final, al último
reducto. El pensamiento reducido y siervo exige la devolución de
toda su dimensión y toda su realeza. Los trozos, hechos una incita-
ción en dramas de Grass Gunter, alemán rebelde, se van en un milón
de copias -yo le he visto- al fondo de las valijas y los fardos, más
allá de la alambrada y barrcada tras las cuales se inicia lo prohibido.
Ya la sumisión espiritual se fuga de las cárceles, planta su tolda en
territorio libre, y cambia en una agitación de acción aglutinante.
Ya se está oyendo y repitiéndo, como un tónico propicio, la palabra
de Lao Tse, el fiósofo aquel del muItimilenario libro del "Sendero y
Línea Recta", en que decía ese hombre previsoramente, con su
oriental clarvidencia: "Y en la lucha de dos púgiles, vencerá el
púgil del pensar más ágil". Ya está otra vez sonando y resonando
aquella rimada voz anunciadora, de aquel lírico sureño: "Tras de
cada nublado hay un lucero, y tras recia tormenta sacudido florece
más y más el limonero". Este fenómeno mundial naciente es sobre
todo americano, y se viene imponiendo más y más, con una gran
rotundidad dentro del ser de nuestra América. Y vos, señor Leoni-
das Escobar, nos habéis presentado aquí esta noche la halagadora
realidad con acertado ejemplo.
Con este ejemplo, traído en frases atinadas, de don Gil BIas Tejei-
ra, el panameño altivo que moldeó él, y sólo él, a su exclusivo arbi-
trio, su pensamiento honrado y sus sentires libres de turbiezas; que
fue dominando cuestas y más cuestas con un vencer de todos los
obstáculos, que subió a las cumbres sin esperar el empujón de manos
poderosas; que divulgó su credo liberal de formas democráticas
sin desviarse jamás a soplos convenientes; que escribió sobre el país,
con un acento de égloga nativa, únicamente aquello que él quería,
porque nadie mandaba nunca en sus quereres; que para seguir los to-
nos de sus págias calladaente interrogaba sólo a su conciencia; y
que fue dando y esparciendo su libre luz por esta vida, para que tal
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luz, la inapagable de su ideal intacto, continuase alumbrando siempre


como ahora mismo está alumbrando para todos, triunfalmente sobre-
puesta al tiempo y a la muerte.
y vos, señor Leonidas Escobar, a quien reitero aquí la bienvenida
de esta Casa al llegar hasta nosotros como Académico de Numero,
vos, sin quererlo ni buscarlo, con sólo vuestra presencia evocadora,
habéis arrbado aquí como una prueba personal, y adicional, de que
el pensar mundial, y sobre todo el nuestro, el de la América, el
del Istmo, está tornando a viejos resplandores, porque para ello hay
sobre el orbe una totalidad de convergencias próvidas.

Ello de ser así, como sois vos, representativo de valores altos,


muy notoria unidad de cambios favorables, acontece porque lleváis
mucha riqueza y entereza en vuestro espíritu, abierto éste siempre
sin temores, y no en bolsa resguardada con hebila o nudo. Siempre
lo habíais sido vos así, señor Leonidas Escobar, y por algo don Luis
Carlos Echandía escribió sobre vos, muy justamente, cuando esta-
bais en la temprana mocedad, y ya entonces ibais andando hacia
adelante, lleno de sueños de conquistas nobles, certero, intrépido y
bizarro: "Este Leonidas Escobar surgente -decía entonces Echandía-
no anda jamás por nocturnal escala de atrevidos, sino continuamente
por la senda clara, abierta por sus propias manos a la luz del día".
¡y qué bien, en esto de Echandía, vuestra exacta figura de tesón y
fe, y de cerebro y alma!
Pues sólamente conocéis del estudiar nutricio; de ,plática cordial
en que el intercambio de cultura se va tejiendo en modos cristalinos;
del foijar brillante sin buscar el brillo; del quehacer cotidiano que,
más que ser gota de sudor bajante, es un sello de honor encima de la
frente. Y cuando en la noche, ya avanzante, finalizáis la brega del
diarismo junto al montón de partes noticiosos, entre cuartilas, entre
lápices, entre ruidos de máquina impresora, y recibís vuestra soldada
ajena siempre a la prebenda innoble, os vais entonces al hogar en don-
de es siempre -la expresión no es mía- sabroso el pan, reparador
el sueño, fácil el bien y limpia la conciencia.
Es entonces allí, en la total serenidad sagrada, donde vos redaç-
táis con trazos antológicos vuestra "Muerte del Pastor" donde las
ideas, al descender, se van tornando en lágrmas que cuajan, y vuestro
"Destino Ecuménico del Istmo", en que se llama a que el esfuerzo
sea un precipitante para que muy pronto advenga ese destino. Alí,
en oasis familiar, lo de la "China Libre", "Mirando hacia Alemania
Occidental", "Mirando a Venezuela", en reafinnación de vuestra
creencia -"y de mi creencia- de que más y mucho más que mentes
dirigidas, planean y llevan al hacer feliz las mentes libres. Allí
aquel vuestro "Don Carlos Lacerda", que de La Estrella de Panamá
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voló al Brasil con el mensaje de que solo en la lucha contra el mal se


forja el hombre verdadero. Y alí vuestro "Colombia y Panamá"
fraterno; vuestro "Catalino AITocha", en el elogio a su labor históri-
ca, y alí también vuestro "Samuel Lewis Arango", en que cada
expresión es trozo de buen bronce que aportáis para realizar la
merecida estatua al recordado panameño ilustre. Y si tanto así, y
con tanta intensidad, habéis hecho espiritualmente en vuestro hogar,
también tenéis desde ahora, para el crear fecundo y solitario, a esta
Academia de la lengua en que el alero parece dar una intensa y segura
inspiración, vertida en luz, al ofrecer su sombra. Entonces, estando
aquí, y laborando aquí en propicia calma, comprenderéis muy bien,
por experiencia propia y repetida, que efectivamente, como advirtió
el filósofo Lao Tse, ya está venciendo el púgil del pensar más ágil, y
que como dijo el lírico del Sur, ya encima de la nube está el lucero.

Esto de referirme a vos directamente, me hace presente en este


instante que vos nacisteis por solar de Antioquia. Vinisteis desde
allá tras el amor de moza panameña, plena de gracia y de virtud, y
entonces os quedasteis para siempre aquí, con la mujer y con la tie-
rra. y os hicisteis, tras aquello, un nacional de Panamá, por una
ley de vuestro corazón, por otra ley de la República. Mas nacionali-
zarse no es renunciar a las viviendas viejas sino juntarlas con las nue-
vas, como en un gran crisol de sentimientos cálidos. Así, al rememo-
rar lo de antes, lo de aquel lugar de allá que aún guarda vuestras hue-
llas, recordaréis seguramente a Gregorio Gutiérrez O., cantor de los
maizales antioqueños, a Epifamio Mejía el de aquellas coplas para
esos montes antioqueños altos, agdos y azulencos. Y escuchad,
que acentuaré en vuestra memoria algo de Mejía, pues lo aprendí
de unos abuelos míos que unieron mucho corazón a un ambicioso
pensamiento:
"Yo que nací altivo y libre
sobre una sierra antioqueña,
llevo el hierro entre las manos,
porque en el cuello me pesa!"
Seguid pues vos, como hasta ahora, como en los versos de Mejía,
con el hierro entre las manos, porque el seguir así para vos es fácil
por costumbre y por razón congénita. Y que ese hierro, entre las
manos, continúe por siempre allí en condición de acero, y que el
acero continúe a su vez siendo la pluma redactora de pensares dignos.
y que si el hierro asciende a vuestros labios, en ellos sea él como can-
dencia roja y crepitante, y ésta refleje en mucha rutilancia para ayu-
dar a los istmeños a que vayamos sin desvío, con penacho de honor
en el espíritu, por unos caminos claros, rectos y anchurosos.
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

Porque precisa que en esta tierra panameña se diga siempre con


soberbia como aquel hombre primigenio: "¡Yo soy el hombre, y soy
lo superior, porque yo pienso!". Precisa que en nuestro afán de
panameños por la idea espontánea y nunca claudicante, el pensamien-
to humano constituya siempre el tema de oro, como él ha sido tema
de oro para mí esta noche. Necesitamos que quienes ahora somos, y
mañana sean en esta nación de Panamá, nunca tengamos que excla-
mar desosegadamente, como Erasmo de Rotterdam en su oración
para el pensar humano comprimido: "iO Pater Sócrates, Ora pro
Nobis!", y necesitamos que ni los de hoy, de esta nación, ni los de
mañana aquí en esta nación, por las generaciones sucesivas, hasta el
final del mundo y de los tiempos, tengamos nunca que exclamar,
con una imitación de la exp¡esión de Baldomero Sanín Cano, el gran
maestro de la América: "¡Ay de esta nación de Panamá, que sólo
tiene un pensamiento inútil como si no tuviese ella pensamiento,
porque ya perdió la pluma, y también ya ha perdido la palabra...!"

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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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Memorándum para el Banco Nacional

Uhimamente se ha lanzado en Panamá la muy infundada especie


de que el Gobierno Nacional proyecta hacer una emisión de papel
moneda. Esa falsa información ha llegado hasta el exterior. Y como
el Banco Nacional, a pesar de que él está bien enterado de que el
rumor no cuenta con base alguna, quiere saber mi opinión sobre el
sentido auténtico de aquello del "papel moneda", presento a la
Institución el siguiente análisis:
a) El papel moneda es un documento que emite el Estado, y al
cual dicho Estado le otorga todas las características del dinero. Pue-
de ser que al emitir el Estado el papel moneda, éste se encuentre
respaldado, para darle alguna solidez, con dinero depositado en efec-
tivo en alguna entidad oficial, en cantidad equivalente al veinte, al
cuarenta, al cincuenta o al sesenta por ciento de la suma representada
en el papel moneda emitido. Es posible, en otras palabras, y para
citar un ejemplo, que al hacerse una emisión de un millón de balboas
en papel moneda, se guarden al mismo tiempo en depósito oficial,
como respaldo de tal emisión, trescientos mil, o cuatrocientos mil
balboas en e.ectivo. Pero ello no sucede siempre, porque el Estado,
al realizar la emisión, no se compromete a la conversión del papel
monedada en la correspondiente cantidad física de moneda metáli-
ca cada vez que así lo desee un tenedor de unidades de dicho papel
moneda. Por ello en algunos Estados, y sobre todo de la América
Latina (lapso de la revolución mexicana, en tiempos de Pancho Vila;
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

y lapsos correspondientes a algunas de las guerras civiles neogranadi-


nas o colombianas del siglo pasado) ante el apremio del Tesoro Públi-
co por tener manera de hacer sus pagos, se ha recurrido al expe-
diente de imprimier papel moneda, no ya con poco respaldo, sino
sin respaldo de ninguna naturaleza, en la misma forma en que se
imprime la página de alguna revista o el programa de algún teatro.
y ello ha llegado a suceder así porque -repito lo dicho al princi-
pio- es característica del papel moneda que sea lanzado a la circula-
ción como si fuera dinero en sí mismo, sin que el correspondiente
tenedor tenga derecho a que le devuelvan, a la presentación, en dine-
ro metálico sonante, la cantidad de cien pesos, o balboas, o quetzales,
o yens, estampada en el pedazo de papel litografiado. El Estado,
al echar al seno de la economía nacional un cuadrilátero de papel
moneda que tiene marcado, por ejemplo, cien balboas (B/.IOO.OO),
se limita a expresar simple y llanamente: "Aquí van a ustedes cien
blaboas". Y en ningún caso expresa: "Aquí va a ustedes un docu-
mento que representa cien balboas; que traerá a ustedes facilidades
para manejarlo; que es solamente un instrumento o medio fiduciario;
y que yo me comprometo a cambiarles en cien balboas en metálico
efectivo al momento en que ustedes hagan, para ese cambio, la pre-
sentación de este documento a la Tesorería Nacional".

b) El bilete de Banco es un documento totalmente respaldado en


efectivo y que contiene la promesa oficial de que será convertido en
igual cantidad de dinero metálico a la simple presentación que haga
a este respecto el tenedor. Se le suele denominar "bilete de Banco"
porque la correspondiente emisión es hecha generalmente por un
Banco Central del Estado, o por otra entidad Bancaria oficiaL. Pero
el Estado se encuentra siempre detrás del bilete de Banco para cum-
plir su compromiso de conversión total e inmediata apenas ésta sea
exigida. De tal manera que el bilete de Banco, a diferencia del
papel moneda, no encierra el elemento o la modalidad de pretender
el constituir dinero en sí mismo, sino que corresponde a un certifica-
do de que el tenedor tiene en depósito y a su orden la cantidad
metálica equivalente a la suma especificada en tal certificado. Los
biletes norteamericanos, por ejemplo, son biletes de Banco. No son
papel moneda.
c) La diferencia ya anotada (que formula, como he dicho en
otros términos, no con simples fines teóricos o académicos sino para,
llegar a conclusiones prácticas) se encuentra establecida en múltiples
tratados, y entre ellos, para citar un solo ejemplo, en la modernísima
obra del economista W. Heller titulada "Diccionario de Economía
Política". Y así dice ljeIlcr a las páginas 242 y 243 de su citada obra:
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

"Papel moneda son medios de pag en papel que no solamente


representan al diero, como bilete de Banco, o ayudan como éste al
tráfico, sino que poseen todas la propiedaes del dinero. El papel
moneda no es, por tanto, un mcdo de pago acesorio ni provisiona,
sino definitivo, en el sentido de que no es reemboliible en meta, como
los certificados en oro o plata de los Estaos Unidos, son biletes del
Estado, pero no papel moned, puesto que son biletes emitidos por el
Estado que representa el oro y la plata."
d) Las características del papel moneda, de las cuales la princi-
pal es, como ya se ha visto, que no es redimible, o transformable en
metálico cuando 10 quiere el tenedor, hace que dicho papel moneda
resulte sumamente peligroso y de consecuencias muchas veces des"
quiciadoras para la economía del país, cuando el Estado lo hace
de aceptación obligatoria o sea de curso forzoso.
Por lo expuesto en el parágrafo anterior los distinguidos juristas
doctor Educardo Chiari, doctor J .D. Moscote y doctor Ricardo J.
Alfaro, insertaron en el anteproyecto a la Constitución de 1946
el artículo 227 que decía así en forma tajante:
"Artículo 227.-No habrá en la República papel moneda de curso
forzoso".
También por lo ya expresado, en la nueva Comisión que revisó
ese anteproyecto -y en la cual figuraba yo como uno de sus miem-
bros- se dejó intacto el texto ya transcrito que habían redactado
los doctores Chiari, Moscote y AIfaro. E igualmente por lo ya expre-
sado, al aprobarse la nueva Carta Magna de 10. de marzo de 1946,
por la Asamblea Constituyente de la cual también fui unidad, hubo
un total respeto por este artículo 227 del anteproyecto, que cambió
sólo de número, y quedó siendo, con su mismo texto inicial, el ar-
tículo 214 de esa Constitución actualmente en vigencia.
Por lo tanto el Estado panameño puede crear el papel moneda.
Pero no puede hacer obligtorio a nadie la aceptación del papel
moneda, porque tal condición de obligatoriedad está expresa y refle-
xivamente prohibida por la Constitución Nacional.
En Panamá hay, desgraciadamente, una gran confusión entre a)
papel moneda; b) papel moneda de curso forzoso; y c) bilete de
Banco. Por esa cónfusión, y por razón de método, he tratado de
cubrir, para el Banco Nacional, todos los aspectos sobre esta materia.
Panamá, 14 de agosto de 1961.

JOSE ISAAC F ABREGA,


Abogado Consultor del Banco Nacional de Panamá.

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1I((j)~¡g ll§A\,i:-(C IfJ',A\¡lll~lt~(Cuj,\

Señor don Pantaleón Henríquez Bemal, Presidente del Sindicato de


Periodistas y señores Periodistas;
Exmo. Señor Ministro de Agricultura y Ganadería, representante del
Gobierno Nacional;
Exmo. Señor Obispo de Panamá, Representante de la Iglesia Católica;
Excmos. Señores Miembros del Cuerpo Diplomático;
Señor Alcalde del Distrito de Panamá;
Señoras y señores:
Tuve un antepasado -era Mariano Arosemena- tan adverso al
reposo innecesario, que en aquella su imperecedera obra "Apunta-
mientos", cubridora de medio siglo diez y nueve, se dolía de que el
panameño, su paisano, dedicase indolentemente más de cien días en
el año a las careras de caballos y peleas de gallos, para luego descan-
sar, y seguir 'con más gallos y caballos, sin dejar la frivolidad siquiera
en parte, y sin alzarse en algo con mayor hombrada. Y si he dicho
-debo advertirlo ante vosotros sin perder segundos que ese don
Mariano así fue mi ascendiente, no lo expresé con inclinación,
siquiera tenue, a darme tono. Pues es mi credo, y muy raigal, que
descender de gentes de valía es provechoso en cuanto los vástagos
quedan constreñidos para seguir por huellas de sinceridad, de acucio-
sidad, de honorabilidad, de libertad, de amor de patria, y de un amor
de surco en tierras y en cerebros, sabiendo siempre que si aquellos
viejos destrozaron los chumicales a machete para abrimos caminos
de rectitud, en afanes sin paréntesis, no podemos los sucesores, en
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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traición, estar después en desmayo poco varonil; ni en caída de


iniquidad; ni tampoco en zigzagueo ni en tropezón de componen-
das turbias e ímprobas; de oportunismos sórdidos.
y en cuanto a mí, en lo personal -y necesito ser bien claro-
entre mis culpas, con ser muchas y no chicas, jamás he pretendido ni
en asomo leve, transformar mis agrietadas tumbas venerandas en
escaño para el ascenso grande o mínimo, ni he invocabo jamás
añejos proceratos como razón de privilegios. Sino que he estado an-
dando, y sigo en ello, con la exclusiva credencial de mi bien resguar-
dada dignidad humana, terca e incólume.
TRADICIONES E HISTORIA
¿y entonces? Pues resulta entonces que he mencionado aquello de
mi vínculo con un istmo superior porque ello ofrecerá la clave de
por qué, al referirme yo a don Marano Arosemena en este círculo
propicio y en esta hora, para mí trascedental en que la evocación
del panameño aquel es de surgencia idónea y espontánea, diré sobre
algunas cosas que ya conoce más o menos mi país, pero también
sobre otras de adición, venidas por el tiempo en lo verbal, y no en las
páginas. Pues eso así, que no está en libros, se ha venido relatando
entre los míos desde aquella generación a la siguiente, y de esta a la
otra, y así siempre. Como una tradición en las veladas hogareñas
íntimas, austeramente patriarcales, bajo la vieja lámpara heredada,
de boca en boca, y corazón a corazón siguiente. Y aquello como una
delgada linfa del sentir sencilo, apenas ligeramente rumorosa, y
no con la soberbia alborotosa de río grande y prepotente que viene,
en su transcurrir, por torrenteras máximas.
LABOR OCULTA
Y digo así con tal sentir muy mesurado, que ese don Mariano
Arosemena era de una tan bien traída desazón fecunda que contra
aquello de afanarse sólo en lo de gallos y caballos, solía irse, por los
finales del diez y ocho y sobre todo al empezar el diez y nueve, por
el Magdalena, a bote y remo, hasta Santa Fe, de Bogotá, dizque en
quehaceres ordinarios. Portaba desde allá al retorno, en lo más
escondido de su alforja, los ejemplares de la Carta francesa de Dere~
chos, traducida furtivamente por Narño. Y entonces repartía aque-
llo sigilosamente por acá, en nuestro solar, para prender candelas de
independencia y libertad en nuestras gentes coloniales.
EL HOMBRE EN PREPARATIVOS
Como venía él de vascos con no muchas letras, y quería beber
adecuadamente en las primeras fuentes de cultura con intenciones
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penetrantes, pese a no ser hombre religioso se acercó a los clérigos


de Panamá y del Sur, y absorbió con perfección a los latinos clásicos.
Necesitaba también conocer directamente lo que en aquellos días
acontecía en el mundo y apreciar las ocasiones con mejor acierto.
y así aprendió además, con el vascuense original de sus abuelos, el
portugués, y el francés y el inglés, y el italiano. Y ya entonces, empi-
nándose, observó sin dificultad los horizontes políticos. Requería
ser militar, siquiera un poco, para su secreto afán libertador. Se
arrimó a los cuarteles españoles en el Istmo. Se instruyó en milicias.
Alcanzó a Capitán y a Coronel de Dragones. Y con esa personalidad
que historiador panameño, muy querido para mí, me ha calificado
con sus palabras categóricas como la más imantada y fuerte del
país, se iba ganando para la causa americana no solamente a nuestros
criollos impávidos, sino también a peninsulares que vivían aquí, cuan-
do ya andaba galopando Simón Bolívar con sus guerreos milagrosos.
PANAMENO IRREDUClIBLE
En 1819, por Septiembre, llegó a nuestro Istmo Juan de Sámano,
el Virrey, tembloroso de cólera y terror, por aquello de Boyacá,
en que ganó la América. En la ira de ese señor todavía tan poderoso
-así lo cucntan los anales- y al mismo tiempo tan cobarde y sin pie-
dad, una noche Mariano Arosemena, muy rodeado por fusiles, fue a
la cárceL. Y el mismo día en que salió él de aquella cárcel, y pese a
que los amigos le advertían que en el horizonte de las rúas había
cadalsos, don Mariano comenzó, sin dilación ni titubeo, a levantar
ánimos istmeños contra ese gran señor don Juan de Sámano. Firmó
el acta de Independencia del veintiuno -no fue el primero en esa
firma, sino el sexto, pero solo ello así por circunstancia perentoria
con gran fervor de ese don Mariano hacia Simón Bolívar, como cen-
tro éste, y guía y seguridad de la tan soñada y tan amada libertad
istmeña. Pero vino un día, de lo sureño, Antonio Leocadio Guzmán,
traycndo el nuevo documento que confería al libertador americano
unos poderes con escasísimos límites. Y Leocadio Guzmán no había
dejado aún nuestra bahía para el retorno, cuando aquel don Mariano
cambió su ánimo, y no embozado, sino en público. Así el ferviente
de ese Bolívar que había donado libertad, se transformó repentina-
mente en adversario intransigente de este Bolívar que restringía la
libertad. Más que cosas de los tiempos, eran cosas de don Mariano
con su ser humano de excepción muy rara, sólido y único, irreducti-
ble como baluarte colosal, hecho con nervio y espíritu.
y LLEGO ALZURU...

José Domingo Espinar, rector entonces en el Istmo, demostró


sus simpatías por este Simón Bolívar, ahora de exagerada facultad

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en los poderes públicos. y don Mariano se enfrentó a Espinar, con


esa su no mudable voluntad indómita. Entonces José Eligio Alzuru
vino a Panamá, con su cohorte de soldados de Venezuela y Ecuador,
rezagos inconvenientes de la pelea libertadora, y se constituyó
aquí en dueño y señor de los hombres y las tierras. Don Mariano
le hizo frente. Y fue otra vez a la cárceL. Y en seguida el Coronel
Alzuru lo embarcó, con otros de mi mismo nombre, para tirarlo
sobre las costas chilenas. Y ya andando por las aguas, don Mariano,
con su labia mágica, logró ganar al Capitán, quien echó hacia atrás
la proa hasta pasar por Punta Mala, y entrarse al Golfo de Montijo.
y por allá, con otros míos animó a la cholada veragüense, y a algu-
nos rústicos más de caseríos de Azuero, hasta formar sus fias milita-
res. Cuando llegó don Mariano Arosemena desde abajo, con otros
pocos comandantes, y con soldados de unos rifles herrumbrosos, y
de pies descalzos, ya el General Tomás Herrera, con batallón capitali~
no, acababa de fusilar al Coronel Alzuru tras encuentros en Vique y
Río Chico. Pero de haber llegado a tiempo don Mariano, el Coronel
Alzuru no habría padecido así, con venda sobre los ojos, muerte de
fusiles. Porque Mariano Arosemena no era de tales procederes. Y
él, sin árbol y sin soga, y apretando, y apretando más las manos,
habría estrangulado al déspota. Así era ese hombre....
EN LOS AFANES DE COMERCIO
No contaba con recursos económicos para tantos quehaceres
redentores. Y se fue entonces a Jamaica en un velero para establecer
comercio con el Istmo. Pero no se conformó con su éxito. Y toman-
do a su país como almacén de tránsito, amplió el negocio mercantil,
que fue haciendo y haciendo más, ya desde México hasta abajo, en
la Argentina, pese al fangal traidor, y al mar colérico, y a cerros
broncos, y al abismo negro, y a los vientos bravos y a todo lo demás
adverso de aquellas primitivas latitudes hoscas. Ya entonces, tras
esa especulación, no le era necesaria más fortuna personal, pues había
allegado no poca. Pero quería ahora el bienestar, no para él, sino
para esta tierra de su amor inquieto. Y como en Santa Fe de Bogotá,
por una ley número 20, se otorgó al Istmo la libertad para el comer-
cio, pero sujeta esa regla burladora a condición futura, gritó así
aproximadamente don Mariano a aquellos hombres de la ley:
" i Primero un ferrocaril o un canal, y después el comercio libre
como vosotros disponéis, eso así no! Porque es irónico y absurdo.
Transfórmese en el Congreso Granadino esa norma tan ajena a
realidades. Porque en primer término ha de ser la libertad arancelaria
en Panamá, para que el mundo se dé cuenta de que este país es
convergencia de los pueblos. Y después, cuando adviertan las nacio-
nes que esta tierra es, en la práctica, el centro natural para su tráfico,
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2007

entonces con toda espontaneidad, como secuela de los hechos, ven-


drá esa vía que juntará Pacífico y Atlántico". Y lo decía él de esa
manera con su muy resonante voz de tempestad de trópico.
CAAL ISTMERO
y mientras así clamaba categórico, como en todo era varón de
precaución aguda y acción rápida, analizaba al mismo tiempo, para
el Gobierno de Inglaterra, las facilitades de un canal por Chepo -así
dicen los documentos conocidos al respecto- porque al norte de la
región chepana está Mandinga, con bahía magnífica. y porque al
Sur de Chepo se halla la boca de un río con el nombre de Bayano,
ancha esa boca, e idónea. Siempre su cuna panameña, para la guerra
y la paz. Siempre viendo él las lontananzas de su patria para captar
ésta en sus problemas, para avizorar la libre y próspera. Siempre en
sus planes esbozados fervorosamente para que su país natal fuese
trepando, y trepando más, hasta cumbreras bien altas. Siempre él
allí con sus sueños...

LA ACCION SALIENTE

Pero ¿qué fue lo más saliente en el istmeño múltiple? Pues toda-


vía nada de lo que he dicho yo esta noche gratísima, que será en mí
recordación de permanencia. Porque lo primordial de don Mariano
estuvo en su vocación, su devoción y su pasión por el periódico. Y
así cuando llegó a Panamá nuestra primera imprenta y se fundó
"La Miscelánea del Istmo", Arosemena estaba allí, con otros más,
en el taller, frente a cuartilas con pluma en mano dispuesta e in-
telecto en arco de tensión continua.
Cuando después apareció "El Gran Círculo Istmeño", llenó él
allí no pocas páginas. Cuando surgió más tarde "El Istmo", allí
Mariano otra vez, con regocijo - intrépido. y poco después en el
"Comercio Libre", con ese mismo ímpetu continuo que parecía
ya en él como el espíritu en unidad perfecta con el ser orgánico.
y luego en "La Libertad", con entusiasmo por los muy bien defini-
dos rumbos del periódico. Y nueva brega en "El Indice". Y así
en "La Crónica". Y otra faena en el "Noticioso del Istmo America-
no", ahora en forma muy particular, con aportes resaltantes sobre
cosas panameñas. Pues si don Mariano poseía muchas ideas de lati-
tud mundial, en cambio, en lo sentimental, por contrapeso -y suce-
dió lo mismo a otros varios de los suyos- se iba él recogiendo poco
a poco, e inconscientemente, para concentrar en el país su pálpito.
Como sucedió en sus escritos "Los Viajes a California", en que
no había ni viajes ni viajeros, y en que desde acá, inmóvil en el
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terro, analizaba lo muy nuestro, con orla de galanas fantasías para


atractivo de sus párrafos, diseccionando, criticando, sugiriendo rec-
tificaciones y reconstrucciones apropiadas, tratando de imos echan-
do hacia adelante y hacia arba con rudos empujones carosos.
Como cabe a los periodistas de verdad, que observan los lodazales
para secar y nivelar con interés patriótico y que hacen escombros
para enseguida levantar sobre ellos, amorosamente, la arquitectura
triunfal.
EL MOVIMIENTO
Era el tiempo en que el heredero suyo, Justo Arosemena, de
veinticinco años de edad, había gado en Santa Fe su doctorado en
leyes, con unos lauro s estupendos, y se preparaba, aquí en los lares,
para después allá en el Sur, por la República de Chile, poner asombro
en catedráticos. Y en esa tregua en que el renuevo promitente repo-
saba transitoriamente de su estudio aquí en sus predios, don Mariano
fundó "El Movimiento", cuyo nombre caía muy bien con el sentido
de esas páginas. Se llevó a laborar con él a su hijo mozo. Y habría
sido cosa muy buena de observar a tronco y a retoño con el hacer,
en ese nuevo periódico. Allí, el progenitor, trazando sus renglones
rapidísimos, según la condición de su carácter. Y allí el vástago don
justo Arosemena llevando por el contraro, remansadamente, su plu-
ma sobre cuartillas, en el gestar muy cuidadoso de pensares básicos.
El mayor, como era intrínseco en él, echando unas fogatadas móviles
y ardientes. El menor, empezando ya, como en ligero resplandor,
anunciador de aurora, con esas luces tan discretas y al mismo tiempo
tan diáfanas que más tarde despejarían neblinas en Colombia y
alargarían reflejos beneficiosos por América. El viejo, mientras re-
dactaba en sus papeles, haciendo más atrevida su mirada siempre en
desafío. El otro sólo surgiente, echando serenamente líneas, entre
tenues paradeos de aquellos grandes ojos luminosos que Méndez
Pereira describía tan bien, y que según escritora de Inglaterra, la
Baronesa de Wilson, tenían un algo o mucho de nidal de idea. Don
Mariano encarámandose, allí en ese semanario "Movimiento", sobre
la cresta de las olas incansablemente undívagas. Justo, apartando olea-
jes esmeradamente para meterse a lo profundo. Aquel como el ave
crolla montañera, de plumaje ya un poco descolorido por añoso,
pero fuerte todavía en el inquieto músculo ágiL. Y el Justo que sólo
se ensayaba ahora en el periódico paterno, como un apenas comen-
zante cóndor que poco a poco se iría alzando a unas muy altas in-
mensidades serenas. Pero los dos, por sobre toda diferencia anímica,
allí juntos en ese "Movimiento", con el común amor de sangre, y del
hogar, y de la patria, y del periódico, que no es un escaso amor para
soldar, en el espíntu, a dos hombres.
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y EL PERIODISTA MIRA A AMERICA


Pero he aquí que ese don Mariano, de quien dije antes quc, si
miró a lo universal, en aquello otro del sentir fue especialmcnte
de nosotros, ya años antes de fundar su "Movimiento" impuso lo
cerebral sobre sentires vernáculos. y se le metió el pensamiento de
un diario de calidad continental, como silar y brújula. Era por el
ochocientos treinta y cinco. Y desde el Canadá, hasta lo sureño,
es decir, en las dos Américas, había ya cntonces, es verdad, tres dia-
rios. Pero dos eran impresos en Brasil, y aparecían en portugués,
y desde luego no eran para todos. Y el tercero era El Mercurio, de
Valparaíso, en Chile, quc si bien dcspués se hizo de justa nombradía,
aún por cste treinta y cinco carecía de golpe. Entonces don Mariano
Arosemena se fijó, desde acá, en Lima. Porquc Lima constituía,
por diferentes causas, ancho y alto escenario americano. Y, sobre
todo, porque existía ya en Lima, hacía más de una centuria y casi
dos, San Marcos, la Universidad, segunda en ambas Américas, pero
primera en trascedencia. Pues la otra de Santo Tomás, Santo Domin-
go, que había en el Continente, mucho mayor en cuanto a edad, no
poseía los timbres dc la limcña de San Marcos, y se hallaba en las
lejanías de su retiro isleño. Lima era el punto.

y siendo así, cierto día, como al finar el ochocientos treinta y


siete, aquel istmeño hecho a la actuaciÓn veloz, que no descansaba
nunca porque siempre los descansos le ocasionaban cansancio, tomó
desde Panamá bajel hacia el Perú, con su esposa doña Dolores Quesa-
da conducida del braccro, y con su plan de diario continental en el
hondón de la testa.
Allá, en casona de esas muy alongadas rúas que los limeños deno-
minaban "jirones", y que siguen llamando así siendo ahora vías
contemporáneas, el peregrino don Mariano se encerró, en no pocos
días, con sus sobrinos, los Miró Quesada, a platicar de este y aquel
proyecto sobre periÓdico grande. Y echó la familia Miró Quesada,
por los jirones limeños, el primer número de El Comercio -ese
mismo diario de hoy- el cuatro del mcs dc Mayo de mil ochocicntos
treinta y nueve, una mañana en que el sol tcnía mucha palidez por
su dolencia de niebla, como aún acontece allá frecuentemente, y en
que sin embargo, por contrastes, en la interioridad de don Mariano
iba alumbrando un sol bien despejado, y bien alegre y rutilante.
Allí escribió él, con entusiasmo, en algunas ediciones primerizas.
y al rctornar después, muy satisfecho, a su país natal, continuó
desde acá con sus artículos para El Comercio de Lima, como siem-
pre. Pues sin ser de su efectiva propiedad ese periódico, lo tenía
él como muy suyo. Ya que es ley natural que la ilusión de un hom-
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bre, hecha ya una realidad, relacione a aquella con ésta. Y hasta


otorgue fueros...
AHORA EN LA ESTRELLA
Parecía ahora él, tras tanta lucha, reposando por la primera vez
en el hogar vernáculo. Pero era mil ochocientos sesenta y uno. Y
la Estrella de Panamá, que había advenido tras el Star, y también
tras el Star & Herald, en medianías de la centuria, requería un primer
redactor de competencia que conociera bien ese oficio de escribir,
oficio que a los intonsos parece fácil de hacer, y es muy difíciL.
La Estrella se acercó hasta don Mariano, con la oferta de una soldada
halagadora, para el cargo. Pero él no reparó en lo de monedas. Sino
que revolviéndose otra vez en su índole, fue todavía más rápido en
decir que sí que en el oír de la propuesta. Y desde entonces, y por
años, fue don Mariano el redactor de La Estrella de Panamá, hasta
ese día inexorable en que no pudo él ya más ver sus cuartilas ni aga~
rrar su lápiz. Y esto último lo trae aquí ahora, en recuerdo del
corazón -pues el corazón guarda en muchas ocasiones más memoria
que la mente- otra anécdota de muy intacta tradición v. además.
de unos anales escritos, ya estos pálidos de tiempo. Viene la anécdo-
ta. Se relaciona con esa Estrella de Panamá. Y encierra un signo,
o un símbolo.

PRESENTIMIENTO
Fue cierto día en el hogar de doble piso, hecho de adobe y teja
parda, sin portales, y levantado por nuestro Parque Catedral -ahora
de la Independencia- y en vecindades de lo que fue y es hoy aún
nuestro Cabildo. Escribía él, como diariamente, un artículo de
fondo para el día siguiente llevarIo él personalmente, como siempre,
hasta La Estrella, y entonces seguir allí con sus arreglos del periódi-
co. Se hallaba en su biblioteca personal, desordenada con tanto libro
y tanto opúsculo, y tanto periódico de canje, con diferentes idiomas.
Iba él trazando párrafos y párrafos con la acostumbrada prontitud.
No se había percatado, en su quehacer, de que muy cercanas a él se
hallaban allí callada y afectuosamente, doña Dolores Quesada y
María Dolores Arosemena Quesada Rice, ésta la hija predilecta.
Volvió los ojos al fin. Levantó con lentitud la frente, suspendiendo
el redactar, con creciente gravedad, en don Mariano muy excepcio-
naL. Y expresó a las dos mujeres así con la pluma quieta y suspendi-
da, y dando énfasis de solemnidad a sus palabras: "Yo quiero que
cuando muera depositen en mi mano, para irme así hasta el más
allá, alguna Estrella de Panamá o algún Comercio de Lima". No
añadió nuevos vocablos. No se oyó allí nada más en el posterior
silencio largo. Aun cuando se habría podido oír. Porque un fatal
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presentimiento, dando pasos no dismulados, se hallaba allí por esa


biblioteca, en vigilancia, de ronda...

EL CUMPLIMIENTO
Ese decir testamentario aconteció -casi lo puedo decir yo 'con pre-
cisión- del dos al cuatro de Mayo de mil ochocientos sesenta y ocho.
y el treinta y uno de Mayo exactamente, o sea unos días después
apenas, cuando aún no se había iniciado la solana en esa Plaza
Catedral, y el astro empezaba sólo a echar sus primeras glorias en las
puntas de las dos torres coloniales, don Mariano Arosemena, de
setenta y cuatro años de edad, pero pletórico de vitalidad espiritual y
físca, al abrir en el piso alto una ventana para que entrase mayor luz
de esa naciente, con el ímpetu perdió la estabilidad. Se fue hacia
abajo. Chocó contra el empedrado de la plaza, hecho de piedra de
los ríos. Y sin agonizar, murió entre púrpuras...
y arriba, con su dolor, María Dolores rememoró el reciente en-
cargo paternal, tan sentencioso. Si encontró, en su natural pertur-
bación, en cercanías a la recámara mortuoria, un número de La
Estrella o del Comercio, no lo sé bien, pues ni lo he leído, ni me lo
han dicho los míos. Pero si sé que halló uno de los dos. y lo
llevó María Dolores, temblorosamente, al atáud. Y lo apretó con su
cariño triste entre la antes peleadora garra de la diestra, todavía no
rígida. Para que don Mariano se fuera de la vida, como lo quería y
lo había pedido, con sus páginas de imprenta, en muy justa prolonga-
ción de su tan profundo afecto de periódicos. Su predilección con
él en la existencia, y su predilección con él, en el ya no existir más.
Anteriormente en la luz, y ahora en las sombras. En la inquietud
constante y en la quietud de permanencia eterna. En el todo y en la
nada. Sobre la tierra, bajo la tierra, con sus páginas, en comunión
infinita...

EL BUEN EJEMPLO
Esto fue lo que me enseñaron escritos ya amarilentos por el
tiempo, y sobre todo, como he dicho, ese cQntinuo traspasar de tra-
diciones íntimas, venidas hasta el ahora por el cauce de los míos
como un muy ligero arroyo largo de sentires quedos. Y la figura que
he esbozado ante vosotros de una manera propicia, pues don Maria-
no Arosemena es y será, como el genio tutelar de los hogares roma-
nos, protector e inspirador para nosotros, hoy y siempre, en la fami-
lia periodística, conduce a los siguientes comentarios, meditaciones u
orientaciones, y conclusiones precisas:
Dado que, como ya expresé, lo que hicieron los antepasados bien,
merece ejemplo, me explico muy claramente que en mi infancia se
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me metiera con tozudez, entre cerebro y. alma principiantes, el ser


más tarde, lo mismo que antecesores de mi vida, un hombre de tareas
jurídicas. Como lo he sido y lo soy, supliendo la escasez mental con
el continuo esmero concienzudo en leyes. Y se descifra así también
cómo, por mi adolescencia, de tanto oír la relación de aquello de don
Mariano con la pluma, me ganó súbitamente y para siempre la idea
obsesiva de ser yo un luchador en los periódicos. Y con esa tozudez
en mi ánimo, me fui a la Estrella de Panamá. Pedí una plaza cual-
quiera, sin importarme la que fuese, siendo ella de ese diario. Y me
sentí periodista, al igual que don Mariano. Pues me dieron esa plaza
así pedida...

Mi cargo aquel, cuando yo andaba por edad de diez y siete, fue


de mandadero. Para que caminase de continuo, por las noches, desde
la calle Demetrio Brid hasta la All America Cables, por Angelini, en
la estación del tren, ganando callos para mis pies muy andadores, y
quince balboa al mes para mi bolsa, tan escuálida. Y con sólo ser
portador de unos papeles del periódico, por aquÍ, y por allá, y por
más allá, en ese transitar seguido, por las sombras, ya me sentía,
con mi ilusión juvenil, muy animoso y satisfecho. Lo mismo que
si estuviera de verdad en el trajín de imprenta, como aquel mi don
Mariano. Porque así es el ejemplo limpio. Da muchas fuerzas. Pone
alegrías. Conduce al norte..

TECLAO Y MUSICA
Cuando venía algún intervalo, me iba, corriendo escalera abajo,
a los talleres. Y colocando a un lado mi valija de guardar papeles,
muy desgastada ya ella por el constante manoseo, aprendí de Jeffers,
a cambio de tres o cuatro cigarlos que me iba consiguiendo yo de
aquí y de allá, a fijar velocidad exacta; ya ajustar resortes; ya mover
palancas, para mecánica de prensas, chica y grande. Recuerdo, y
con claridad, al largo y encorvado Joe, un hijo de un antillano, con
corazón muy nacional de santanero clásico, quien me enseñó bastan-
te sobre ramas de cuadrilátero de planas; sobre lingotes de a seis pun-
tos, divisorios verticales de columnas rectas; y sobre aquello de una
plica, o dos, o tres, según cada circunstancia, en separación de los
parágrafos. Y recuerdo lo mismo, y con cariño grande, a Romerito,
y a Bissot, y a Cañizales, tres maestros de la tipografía y de la bon-
dad. Me permitieron ellos, echándose la responsabilidad por los peli-
gros, hacer ensayos de tecleo en los linotipos. Yo allí, dando con los
dedos, sentía el fogaje de mi júbilo, y del potente foco eléctrico.
Pero seguía y seguía golpeando más en el teclado, y con la lectura
en el atril de acero liso. Porque sentía yo, en mi muchachez, la muy
exaltante sensación del artista frente al piano. Y que estaba -así
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seguía la sensación aquella- ante un pentagrama hecho con los plo-


mos de las galeras calientes. Y que así; con teclado y pentagrama, y
el golpeo de manos, me hallaba yo allí forjando la canción triunfal
de una música de ideas. iY qué gloriosa esa música!
CAMBIOS Y CAMBIOS
De mensajero me cambiaron un buen día - iy qué día aquel para
risueño! -a corrector de pruebas, un menester en que no perdonaba
nunca, en esas tiras, coma de más, ni de menos, y en que me agarra-
ba yo al diccionario como un náufrago, para una desesperada evita-
ción de hundirme en el dislate. Y al ver mi ahínco pronunciado, mis
superiores me echaron a trabajar de reportero, en recompensa.
Me designaron, en ese nuevo oficio de la Estrella, para ir a entrevistar
a muchos de esos que algunos denominaban los "notables", y algunos
otros "los conspicuos". Y como el término "integérrimo", tan so-
nante, se hallaba entonces muy de moda, todos esos notables y cons-
picuos recibían ese adorno de integérrimos, lo mismo que en lo
tribal se coloca a los caciques, en la testa, la muy policroma pluma
de ave, como un símbolo.
En mi faena entrevisté a algunos prec1aros de verdad, ya algunos
de mentira. Y al observar y al calificar a unos y otros personajes,
y al apuntar contestaciones, me reafirmé, en esas mis entrevistas, en
importante realidad, para mí trascedental, que me ha servido mucho
por la vida. Y es que hay en mi país -como en todos los parajes-
los prominentes de médula y esencia, y los otros prominentes de
impresión, de falsedad o fantasía, pura fachenda. Como unas pren-
das de joyería que son legítimas, y como esas otras prendas que en
el léxico mercantil del mundo denominan de "plaquet". Brilantes
estas afuera. Pero que en cualquier momento, y al primer golpecilo
ocasional ~y en aquel caso mío, de realizar entrevistas, a las prime-
ras respuestas- dejan caer el oropel, y dan el cobre. Por lo cual,
pese a mi poca perspicacia natural, ese ejercicio de La Estrella de
Panamá, en realizar entrevistas, con ojos y almas frente a frente,
me ha adiestrado en la gimnasia de calar valía de hombres y de
mujeres que he encontrado por esos mundos de Dios. Porque a muy
corto plazo me he comentado en mi interior, y con bastante acierto:
"iEste es plaquet!". "iEsto es auténtico!".

EL SEROR INSPECTOR
De súbito me trasladaron, por alzarme, a inspector de los reporte-
ros de La Estrella, para revisar allí lo escrito por los otros. Pero no
quise el oficio. Porque me daba desazón esa tarea ante los otros
compañeros íntimos y de mi mismo nivel, en conseguir información
particular o de oficina pública. y al ser yo muy tozudo en la renuen-
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cia, cuando esperaba mi despido sucedió al contrario. Pues me


nombraron Jefe de Redacción en el periódico, para sentirme yo de
un solo golpe levantado a lo muy alto, hasta la gloria. Allí, intentan-
do trocarme de mozo de veintidós en señor serio, de cuarenta, hice
lo que estuvo en mí que no fue mucho, por sentar el orden cuando
había desorden. Hice esfuerzo superior para cambiar, aun cuando
fuere en algo, mi pluma lerda en la pluma ágiL. Por ir prestando a mi
escritura tosca siquiera un poco de donaire. Por estudiar, matando
sueño con café, cosas del mundo y, sobre todo, los problemas del
país, y así, en mis editoriales cotidianos, ir transformando, con ansia
desesperada de hacer posible lo imposible, superficialidad y ligereza
en médula. Así, de Jefe de Redacción de aquel periódico, 'me hallaba
siempre en tensión. Pero yo no rechazaba esa tensión continua. Y
más bien la mantenía, y con beneplácito. Porque José Martí dijo
una vez que el mundo es de los nervosos. Y ello puede ser de
exactitud en lo genérico. Pero, en lo particular, el periodismo no
exige nerviosidad, sino muy necesariamente la tensión alta. Y, aun
cuando yo haya sido en ello una excepción, en cuanto a la imprenta
el mundo no es de los nerviosos sino exclusivamente de los hombres
tensos.
REClORIA
Presente está, como si me hallara yo viéndolo, aquel momento en
que en su nombre, y de los suyos, don Tomás Gabriel Duque -rostro
unas veces severo, pero con un corazón hecho de pan tierno y vino
cálido- se me acercó repentinamente hasta mi mesa del periódico.
Y me dijo él así, sin más ni más: "Es usted desde esta fecha Director
de La Estrella de Panamá, sin condición, ni restricciones". Le di
mi mano en gratitud. Y sentí como que a mí me daba la suya, desde
lo eterno, don Mariano. Y dominando con voluntad y dientes apre-
tados mi flaqueza de ánimo, intenté ser de justicia en esa rectoría.
No dejarme llevar nunca por entusiasmos alocados ni rencores tóxi-
cos. No derribar estatuas merecidas, ni tampoco, por acomodo o
sordidez, tomar barro de lodazal y convertirlo en pedestal de
mármoL. Y respetar a aquellos árboles de buena producción para
el país. Y no hacer leña de los árboles caídos. Y amar la honestidad,
la serenidad, la libertad, y ante todo y sobre todo, la lealtad a la
República. Y sé bien que en mi cargo de Director no hice a La Es-
trella. Ella me hizo. Yo no la prestigié. Me prestigió. No fui el
modelador de su renombre. Ella fue molde de mi espíritu. No pude
seguramente realizar con mis esfuerzos lo que yo quería. Pero sí
realicé lo que yo pude. No gané, por lo mismo de no poder hacer
lo que quería con mi ilusión, laureles para mis sienes. Pero sí gané
la paz de mi conciencia. Y así me fue muchísimo mejor. Porque

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aun cuando haya muchos laureles, si la conciencia está maItrecha,


esos laureles, según cuentan, dan dolor como un apretado círculo
punzante.
ULTIMO DIA
Hasta que un día, tras trece años y algo más de dirección, encon-
tré de pronto que, por cosas de la vida, era yo una unidad -no la
más alta- en oficina para leyes, ella con renombre. Y catedrático.
y Director de mi periódico. Y, por remate, un Ministro con Cartera
en el Gobierno. Y esto último, entre otras cosas, para gastar el
tiempo en aplacar, no con garrote sino con palabra, unas huelgas que
se extendían por la República, impulsadas por ignaros. Pues la igno-
rancia, en contubernio con ambiciones políticas, siempre ha tenido
engendros demagógicos. Mi responsabilidad me decía, a grito calla-
do, que no podía yo con cuatro menesteres. Y renuncié a la Direc-
ción de mi periódico, La Estrella, para seguir en lo otro. Soy hombre
de ojos muy secos. Pero el día de la separación de mi periódico,
sí tenía los ojos húmedos entre tanto abrazo. Me surgieron varias
lágrimas. No bastante numerosas, pero gruesas. Y las dejé correr
a libertad por mis facciones pálidas. Las respeté así, porque eran
lágrimas legítimas. Pero me las habría quitado de inmediato, ponien-
do sobre pena y depresión goce y levantamiento reemplazantes,
si hubiera avizorado entonces, desde lejos, que llegaría en los años
una noche -esta de ahora, en que estamos- en que otros escritores
militantes se acordarían de mí, con mis andares de periódico, y me
otorgarían esta medalla de oro al mérito, que más que cosa de justi-
cia, es prenda de mi gratitud, orgullo real para mi casa, y un timbre
democrático en mi nombre, y prueba de sensibilidad delicadísima
en periodistas magnánimos. Si don Mariano estuviese aquí, diría
con su mano en mi hombro, y mirando sonreído hacia vosotros:
" i Qué gentes tan generosas estas que hubo y hay por los periódicos!"

SIGUEN SECUELAS

y lo que hacía Mariano Arosemena- y dejando ya lo que de él


gané, y continuando en las secuelas- el actuar con el regocijo y el
impulso que él ponía en páginas, demuestra para vosotros, y para
los que vendrán tras de vosotros en la brega, que cuando el escribir
es una honradez, y una justicia, y un fervor por el país, y un hacer
por la cultura de los pueblos, y un empujar para el bien, y un atajar el
paso al mal, y un buen capricho de nación eterna, entonces el perio~
dismo no es tedioso, sino placer y encantamiento. Y que en esa
circunstancia, el sudar entre las prensas es de agradabilidad como un
rocío. Y que eso que llaman tantas veces el peso agobiador de los
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periódicos, no es el tal peso sino un airón que ofrece mucha gallar-


día y que no molesta en nada, por ingrávido.
LO PERMANENTE, Y NO LO EFIMERO
Las páginas de don Mariano, las que él fundó y en que ayudó
-unos jalones del devenir de este país- constituyen en sí la negación
rotunda de eso que dicen por allí, de que el periodismo es intrascen-
dente, y flor fugaz, fresca en el amanecer y ya marchita por la tarde,
o antes. Pues quien quiera profundizar en acaeceres panameños, está
forzado a recurrir a don Mariano y a sus hojas. Y ello pese a que sus
impresos fueron múltiples y de corta duración, y a que cuando algún
periódico le sucumbía de pronto en lo total, allí inmediatamente,
con distinto nombre y hasta con otros rumbos, echaba él a la vida
otro periódico, seguro de lo que hacía, para esta patria, con esa gran
tenacidad. Pues los números de los periódicos son efímeros por ín-
dole. Y hasta el periódico en sí mismo, con su raíz de empresa y con
su fronda, se acaba y queda en lo anónimo. Pero ello es sólo en la
hoja, o en lo palpable con las manos, como cosa física. Pues la idea
estampada en esa hoja no es eventual, y queda allí escondida y lista
a resurgir, y repetir con el tiempo lo que ya antes dijo. La página
se va, y el p.nsamiento se queda. La página cae en canasta, y lo men-
tal, que hubo en ella, se detiene en los espíritus. Hay horas en que
la idea de los periódicos tonifica inmediatamente, como un licor
de efectos rápidos. Y hay horas en que las ideas de diario o sema-
nario se acumulan como el mosto de un tonel. Pero ese mosto que
esta allí, guardado y quieto en ese continente de madera vieja, es
una esencia de reservas próvidas para que luego, al tiempo del apre-
mio salga del mosto aquel nuevo licor maraviloso, de mayor fuerza
y de mejor calidad para prender los ánimos. Don Mariano conocía
muy bien ese secreto del licor y el mosto. Por ello aquella terquedad
de hacer periódico. Y enteraos también vosotros del secreto. Así
como éL.

TRASCEDENCIA
Lo mismo que conoció bien don Mariano que no bastan ni libros,
ni cuadernos, ni maestros en la escuela, para sembrar ilustración y
para mover debidamente cuando es preciso estremecer las almas
con un bien recio estremecer. ' Suprímase los periódicos, y no pocos
ánimos creadores quedarán impávidos. Suprímaselos, y habrá poca
cultura de país. Suprímaselos, y quedará la Historia dividida en dos.
Benjamín Frank1in escribió Memorias y volúmenes científicos. Pero
también se fue al periódico. Y Simón Bolívar no se acercaba a hojas
periodísticas porque no había imprentas por sus marañas primitivas
y sus toldas guerreras trashumantes, aunque sin duda le habrían placido

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las columnas, allí en los campos de pelea, para imprimir cn medio


tiroteo esas proclamas, tan muy suyas, que hacían audaces a los tími-
dos y como toros embestidores a los hombres débiles. y Sarmiento,
aquel del Sur. Muchos tomos, mucha tarea de gobernante, mucha
cátedra. Mas él se iba directamente a los periódicos cuando quería
que alguna cepa de un pensar o un sentir penetrase hasta los pueblos,
en sus entrañas de futuro, y reventase en la épocas. Y aquel otro,
José Martí. Iba Martí echando por Nueva York, o por Tampa, o
Guatemala, un verbo tal que enloquecía. Pero así, dejando a veces
ese verbo, se acercaba él a los periódicos. Y escribía relámpagos.
Porque el periódico fue así en tiempos de don Mariano. Y lo fue
antes. Y lo es después. Y será siempre.

EL PERIODISMO ANTE TODO


Y don Mariano demostró también -y por algo conté yo aquí
de sus quehaceres diferentes- que se puede poseer habilidades múlti-
ples, y hacer cosas muy distintas, e ir del afán común hasta el heroi-
co. Pero que si hay entre todo ello la afición para escribir en impren-
ta, ya esto se vuelve entonces reclamación, y preferencia, y hábito.
Y siempre, aun cuando se deje la cuartila, a ella se torna. Y si se
tiran al rincón los lápices, se vuelve inconscientemente a recogerlos.
Y hay otra vez en lo interior un clamoreo, cuando se pasa de nuevo
al frente de talleres viejos, como si aquella tinta de la imprenta que
había caído allí antes por la piel, se hubiese hundido en las arterias
como sangre revuelta con la propia sangre. i Y no me digan gue no!
Porque yo dejé el diarismo hace ya tiempo, como sabéis muy bien.
Y, .sin mebargo, cuando no he comenzado aún mi labor profcsional
del día, y de la biblioteca de mi casa no puedo todavía ver mi limone-
ro por las sombras, o de la otra biblioteca de mi pequeña finca soli-
taria no se divisa aún, entre lo negro, al mar pegando con su golpe
inútil a la roca inmóvil como la mala suerte al hombre estoico, allí
me encuentro ya, mientras los otros duermen, redactando cosas muy
mías, como si afuera hubiese una abundante luz, por mi antigua
sensación muy recordada de que hacer periódico es hacer Génesis.
Como pasó a Mariano Arosemena. Como pasará a vosotros, pese a
cambios y nuevos cambios, en quehacer privado o público. Pues
quien se amarra al periódico una vez, amarra a ese periódico su vida.
Tal sucede con la vuestra. Y con la mía también, Lo cual no es ma~
lo, sino bueno. Pues esa cadena gruesa no mortifica y causa gozo,
por aIígera.

lA JORNADA ULTIMA
y vuelvo, por conexión, al Mayo de sesenta y ocho, en ese hogar
de don Mariano, en Catedral, y en cercanía del Cabildo. Porque eso
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de sugerir don Mariano en esa casa, y a los comienzos de ese mes,


que al fallecer le aprisionasen un periódico en la mano, nos parece
hoy en esta sala como un símbolo dicente, con un sentido profundo.
No sugirió él a los suyos una oración con el elogio de sus luchas
pOf libertad frente a los déspotas. Ni de su afán por hacer de este
país centro mundial para el comercio, y por abrir un canal interoceá-
nico. No pidió que le llevasen en cortejo señorial, con marcha de
trompetas fúnebres sonoras. Ni insinuó que con haberes de su for-
tuna limpísima en negocios desde México hasta el Sur, le llevasen en
ataúd de una caoba muy bruñida, y levantasen sobre su tierra sepul-
cral un bronce o mármoL. Ni que a sus pies le colocasen sus arreos
de Capitán de las Milicias y Coronel de Dragones, como signo de su
tan ágil preparación silenciosa para futuro plan heroico. No reclamó
que le dejasen junto a él su volumen preferido entre aquellos que
leía con sus facilidades de políglota. No exigió que acercasen a su
cuerpo aquella Declaración francesa de derechos que traía él desde
Santa Fe de Bogotá hasta su país entre dos filas de peligros. Ni
que le envolviesen en la bandera gran colombiana o ganadina, como
muy digno de sus méritos. Quiso un periódico, ya La Estrella o
ya El Comercio. iY sólo un periódico!
y yo, que no soy un hombre muy echado a cosas fúnebres sino
por el contrario a lo jocundo, y que nunca pienso mucho en el morir
porque sé que por lo común la vital fascinación del crear y crear con
el espíritu, es de efectos traumatúrgicos, y suele robustecer y prolon-
gar nuestra salud sin medicinas ni médicos, sin embargo, al recordar
aquello de aquel hombre, medito ahora que, cuando nosotros nos
vayamos, dejemos aquí en el mundo, lo que debemos dejar, como
yo dejaré a los míos, con gran amor, esta Medalla que me habéis
donado generosamente como una extraordinaria exaltación en cuajo
de oro. Pero que partamos todos, en el larguísimo viaje, con un
periódico en la diestra. Como se debe hacer, tras de la vida, con
aquello que tanto hicimos en la vida. Como se debe hacer para se-
guir unidos, en el polvo, con aquello que se había juntado, con
unidad perfecta, a nuestro espíritu. Y como se ha de hacer lógica-
mente si en el empate del ser humano y el no ser, hay una lógica.
y como lo hizo aquel, mi don Mariano..

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Jj(D ~~ .:ê: 'L§l.\!,"CIf"p~ i1~ I ~z lE: ie; è\

En exposicion que formularé dentro de pocos días en centro uni-


versitario, tendré que hacer la revisión de la vida nacional en múlti-
ples aspectos y ánh'1los. Pero permitidme que ahora, sin conferencia
ni ensayo, examine rápidamente al hombre de nuestro país por
aspecto especialísimo. Pues de tal observación se desprenderán
conclusiones provechosas para la acción común en nuestro Banco.
ADVENIMIENTO DEPRIMENTE
Los panameños advenimos desde hace muchos tiempos a la vida
con un complejo trágicamente estancador de inferioridad o deficien-
cia innatas. Nos habíamos venido considerando a nosotros mismos
como la debilidad o la nulidad casi absolutas con la secuela del fraca-
so inexorable. Y en cambio, en comparaciones afianzadoras de ese
sentido de impotencia casi congénita, habíamos estimado siempre
que todas las perspectivas de la realización abundante habían sido
puestas por el Señor de los Cielos en el espíritu y las manos de los
extraños que pisaban nuestra tierra. Y no me romontaré a los tiem-
pos de los tres siglos de colonia, pues tendría que efectuar entonces
un extenso recorrido innecesario. Ubicados en el siglo diez y nueve,
se advierte inmediatamente una serie de circunstancias traídas por
la Historia, o por los hechos, que vinieron coadyuvando, una tras
otra, a esa impresión de nuestra propia ineptitud insacudihk. Hici~
mos la independencia de 1821. Y una triste necesidad indiscutible,

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que golpeó indudablemente en el espíritu individual del panameño,


nos condujo a renunciar inmediatamente a la alcanzada libertad y
a fundirnos modestamente en la Gran Colombia para encontrar el
amparo que no podíamos proporcionarnos por nosotros mismos.
Durante el período departamental pasaban por el Istmo hombres
valientes que iban como aventureros a la búsqueda del oro en el Oes-
te de N orteamérica. y nosotros estimábamos a aquellos hombres
llenos de osadía como factores de una leyenda, que iban sin vacila-
ciones hacia el centro de esa leyenda fabulosa. y cuando ellos regre-
saban de California, pasando siempre por el Istmo victorioso y orgu~
llosos con su carga metálica fulgente, desde nuestra pequeñez y
nuestra humildad mirábamos a aquellos triunfadores con el tamaño
de los cíclopes. Los de afuera constituían para nosotros el todo.
Nosotros mismos éramos la nada.
FERROCARRIL... CANAL...TRATAOO DE 1903
Desde los comienzos del 19 suspirábamos por la unión de nues-
tras costas atl&uticas con las del Pacífico. Y fueron unos foráneos
rubios quienes, desde el 28 de Enero de 1855, comenzaron a asom-
brarnos con el traqueteo de sus vagones y el resoplido de sus locomo-
toras. Bogotá fue para nosotros el centro lejano y maraviloso de
donde emanaban todo el brilo intelectual que sustituía a nuestra
ignorancia y toda la sutil habildad que reemplazaba a nuestra tor-
peza política. Los franceses, al llegar a nuestro país, en los intentos
de construir el Canal, acentuaron en nosotros la persuación de
nuestra miseria connatural irremediable, con sus formas exquisitas
en la vida cotidiana y con su clásico y pomposo atuendo parisiense.
Norteamérica, con el triunfo en la obra colosal, nos dio un mayor
incremento a la sensación de que nosotros no éramos nada ni podía-
mos hacer nada, y de que sólo desde afuera venían los que eran todo
y los que podían hacer todo. Nosotros éramos, por nacimiento, lo
tristemente negativo. Los demás veían la primera luz de la vida
trayendo dentro de su cuna el signo de lo positivamente victorioso.
En la cláusula primera del Tratado General de 18 de noviembre de
1903 pusimos temblorosamente nuestra, independencia bajo el ala
resguardadora de los Estados Unidos. En la cláusula séptima de aquel
tremendo pacto bipartito, y en el artículo 136 de la Constitución
del año cuatro, auspiciamos el que la América del Norte podría
intervenir en nuestro país para restablecer la paz y el orden público,
consignando así el reconocimiento de nuestra incapacidad hereditaria
en disposiciones jurídicas nacionales e internacionales. y en no po-
cas ocasiones fuimos a Washington con una lastimosa naturalidad, so-
lo explicable por la seguridad en nuestra tradicional e invariable
ineptitud absoluta, a solicitar la intervención de Norteamérica,
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declarando, con nuestros ruegos quejumbrosos, que carecíamos de


idoneidad para la vida democrática. El no ser, el no tener, el no po-
der nunca jamás, constituían en nosotros un fenómeno psíquico
permanente.
NI SABIAMOS NI INTENTABAMOS
Más aún: Nosotros no sabíamos, ni intentábamos saber, porque
lo encontrábamos innecesario, del ajetreo comercial en escala consi.
derable, de las labores de agencias o representaciones, ni de la polea
para el taller, ni de las turbinas para la fábrica. Aquellos eran altos
menesteres propios únicamente para los hombrcs de la China, o de
Norteamérica o de Europa. Nos concentrábamos reducidamente
en los fáciles negocios de cantinas, o de casas de arrendamiento para
los antilanos dedicados a las labores canaleras. Muchas de nuestras
legumbres nos venían de Costa Rica y nuestras naranjas de California.
y milares de toneladas de granos nos llegaban del Ecuador o del
Asia. No es exagerado manifestar que la ortiga y el chumico eran el
símbolo más cercano a la realidad de la producción de nuestra tierra
panameña. No podíamos hacer más, ni esperar más, por aquella
estancadora certeza nacional de que lo mínimo, lo absolutamente
mínimo, constituía el exclusivo signo tozudo y fatal de nuestras vi-
das. No quiero significar que los que los otros hacían por nosotros,
o traían para nosotros, se debía siempre y directamente a nuestras
súplicas originadas en un complejo de inferioridad. Pero sí digo que
todo lo que por necesidad imperativa solicitábamos que se nos diera
o se nos hiciera, aumentaba más y más nuestro complejo. Nosotros
no éramos todas las veces la causa fundamental del desaliento. Pero
aquello de que dependiéramos indispensablemente de lo extranjero
para todo, aumentaba sin duda nuestra depresión y nuestro sentido
de incompetencia, que venía de una génesis casi telúrica. y permi-
tidme una anécdota.

EL MITO INDIGENA Y BELISARIO PORRAS


Yo recuerdo, entre mis lecturas, algo que sucedió creo que en
el Istmo y creo que siendo Vasco Núñez de Balboa el principal fac-
tor del episodio. Había cierta porciÓn territorial de no poco número
de hectáreas por las cuales, según concejas indígenas, nadie podía
atravesar nunca. Pues quien por ellas daba un paso, caía muerto
instantáneamente. Pero Vasco Núñez de Balboa, o el conquistador
que fuese, picó un día con las espuelas a su caballo y cruzó la tierra
vedada llegando intacto y sonreído al otro extremo. Los indios
quedaron atÓnitos. Pero había resultado roto el sortilegio con el
golpeo de los cascos. Y tras Balboa siguieron poco a poco caminan-
do los nativos, cada vez con mayor confianza, y adueñándose de
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aquel suelo, hasta entonces intocado, para transformarlo en región


fructífera y habitable. Para mí el Vasco Núñez de la existencia repu-
blicana panameña fue por un ángulo muy particular el doctor Belisa-
rio Porras, sin que con ese ángulo quiera referirme a la totalidad de
las variadísimas actuaciones del histórico Dirigente. Dijo él del 14
al 15: "Nosotros no tenemos por qué seguir sumisamente ceÚidos
a codificaciones extranjeras". y en 1917 pusimos en vigencia nues-
tros propios códigos que en no pocos aspectos se apartaban de las
tradicionales matrices colombiana y española. Hubo sorpresa noto-
ria. Pero se dio el primer mazazo al mito de nuestra ineludible inca-
pacidad atávica. Sin embargo, esa demostración sugestiva de Belisa-
rio Porras con los Códigos esencialmente panameños, estuvo todavía
lejos de ser suficiente para arrancar de sus raíces profundas la vieja
seguridad de nuestra imperfección ingénita a grado máximo. Con
la excepción del ilustre Augusto S. Boyd como cirujano, estimába-
mos, en Panamá, que no podía existir aquí más hombre de bisturí
que el indiscutiblemente valioso Mr. Herrick, ni más clínico que el
seguramente meritorio Mr. james, ni más unidades que la gratamente
inolvidable de Mr. Getz en el ramo patológico. Los liliputienses
no podíamos ser adición a los gigantes. Cuando en 1929 pensába-
mos en levantar nuestro Palacio de justicia actual, trajimos por
segunda vez, de Italia, como la cosa más natural del mundo, a aquel
arquitecto e ingeniero Ruggieri que había ya coadyuvado tanto en
la construcción de nuestro Palacio Nacional de hoy, al irrumpir
la República. El Superintendente del Hospital Santo Tomás era el
Mayor Bocock. Y hubo un gran grito general de alarma cuando
Bocock anunció que se retiraría de Panamá para siempre. Pues
estábamos seguros de que quedarían sin asistencia nuestros enfer-
mos y aumentaría el porcentaje de nuestros muertos. Actuaban
Adison T. Ruan y Mr. Morrel como Contralor y Sub-Contralor
Generales ¡y en qué abandono tristísimo y frente a qué perspectiva
deprimente nos encontramos cuando Ruan y MorreIl aliñaron su
equipaje para dejar nuestro país! Era consejero y guía de la Policía
Nacional -hoy la Guardia Nacional- aquel imborrable Mr. Lamb a
quien observábamos con curiosidad los muchachos de ese tiempo,
por su bien cuidada barba florecida y su porte artístico que nos
causaba la impresión de figura cinematográfica. y cuando los pana-
meños nos dimos cuenta de que Mr. Lamb se nos iba, la expresión
fue unánime: "¡Se acabó la Policía!" Pero pasaron el signo
re
Ruggieri, y Mr. Herrisk, Mr. james, Mr. Getz, Mr. Ruan, Mr. Morrel,
Mr. Bocock y Mr. Lamb. iY no vino ninguna catástrofe! La urgencia
nos empujó a entregar esos servicios a la rectoría de compatriotas
nuestros, quienes comenzaron a dejamos perplejos con sus pruebas
de habilidad inesperada. Y ello ayudó un poco más a aminorar la
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2007

leyenda que ya Porras había comenzado a destruir con el atrevimien-


to de sus Códigos.

SE SIGUE DESTRUYENDO LA F ABULA


Pese a ese decaimiento de la fábula enervante, la verdadera afir-
mación rotunda para ser y hacer por nosotros mismos se fue afin-
cando más o menos a partir de 1932. Harmodio Arias expresó desde
el solio presidencial: "Es vergonzoso que gran parte de ese arroz que
constituye nuestro plato básico cotidiano lo traigamos del extran-
jero". Y comenzaremos del 33 al 34 a producir más y más nuestro
aroz y otros granos, nuestras frutas, nuestras legumbres, nuestros
tubérculos, aun cuando nuestro verdadero empuje para la creación
se afianzó más o menos del 48 al 50. Y mientras así empezábamos
a la forja de la confianza interna en nosotros mismos, se quiso atra-
vesar de nuevo el territorio misterioso e intocable del episodio
indígena, esta vez en el plano de nuestra vida internacional que
habíamos venido. considerando resignadamente como intangible.
Harmodio Arias, Ricardo AIfaro, Narciso Garay, Carlos L. López,
Demóstenes Arosemena y yo, todos ellos en sus corceles potentes y
yo sobre mi jamelgo cuyo lerdo pasitrote no se acompasaba al ímpe-
tu veloz de mis inconformidades juveniles, atravesamos por los pre-
dios estimados como intransitables del Tratado de 1903 que parecía
ya establecido para lo eterno. Manifestamos a Norteamérica: "Los
panameños estamos dispuestos a valernos por nosotros mismos,
y no queremos intervenciones en nuestros asuntos domésticos".
y el 2 de Marzo de 1936 resultó cancelada para siempre la injerencia
norteamericana en nuestra vida, que luego borramos también de la
norma constitucional en adecuada consonancia. Expresamos igual-
mente entonces: "Los panameños no deseamos más el resguardo
de Norteamérica para nuestra vigencia, en el mundo, como un res-
petable Estado libre". Y se redujo a la nada, para siempre la cláusula
primera del Tratado de 1903 en que los Estados Unidos garantizaba
nuestra independencia. Nos quedamos, pues, así, intencionalmente
solos con nuestra exclusiva personalidad para lo interior y ante el
universo. De la secular noción fantástica sobre la incapacidad inhe-
rente a nuestro propio ser, habíamos pasado así, en ángulos varia-
dos, a la otra noción opuesta de la capacidad latente. Y vinieron la
extensión de nuestra agricultura y nuestra ganadería, la creación de
corporaciones industriales y de empresas panameñas de comercio,
y la formación creciente de muy idóneos profesores nuestros, y pro-
fesionales nuestros, para los distintos ramos de la ciencIa humana.
Contra la añeja inseguridad en cuanto a nosotros mismos, con su
secuela de parálisis, hay pues ya ahora la seguridad en nosotros
mismos con sus consecuencias bienhechoras. Y dejadme, aprecIadísi-
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

mos compañeros míos en el Banco Nacional, 'que os presente algunos


atisbos, ya situados en este plano de que ha surgido una medida
nueva, radicalmente rectificadora en cuanto a nuestra raigal inhabili-
dad panameña.
NO HA Y AUN LA TOTAL REDENCiON ESPIRITUAL
Todavía no todos los panameños, y posiblemente no todas las
numerosas unidades colaboradoras en el Banco, han arribado a esa
naciente convicción de la potencialidad esencial panameña. Por el
contrario, es todavía minoritaria, y posiblemente muy minoritaria,
la cantidad de compatriotas que han anulado completamente aquel
prejuicio retardatario. La apreciación razonablemente optimista
del propio valer innato, radica sólo hasta ahora en algunas zonas
humanas. Pues es difícil despojar completamente a todos en sólo
unos cuantos años, de lo que se había venido acumulando en los
espíritus con amargos y espesos aditamentos de centurias. Y a todos
nosotros corresponde ir inculcando la buena nueva por todos los
ámbitos del Banco Nacional en la República. Precisa ir con la saluda-
ble transmisión a esas unidades que son honradas, puntuales, con
cordialidad y magníficas intenciones, pero que, sin culpa suya ni de
nadie, llevan aún escondido en las entrañas el añoso cuento de nues-
tra incapacidad con su resultante de malsano apocamiento. La pala-
bra de todos nosotros, comunicante de entusiasmo, será elemento
para la fe de los incrédulos o vacilantes que aún existan. Pero el
factor principalísimo será nuestra acción común tesonera, y podría
decirse trepidamente, en la faena bancaria. Porque de toda acción
cotidiana infatigable se desprenden continuamente, hacia las vecin-
dades humanas, increíbles irradiaciones taumatúrgicas.
LA CAPACIDAD NO DEBE SER ELEMENTO AISLADO
No hay que interpretar nunca mal, y peligrosamente, ninguna
de las realidades que se someten al análisis. El hecho de que existan
panameños -y vosotros entre ellos- que hayan aprendido y compro-
bado que la capacidad no es para nosotros exclusivamente artículo
mercantil de importación, está lejos de significar que las posibili-
dades de creación latentes en la colectividad vernácula contra lo
que se creía penosamente, son por sí solas prendas seguras y únicas
para alcanzar nuestros éxitos. La capacidad original o consustancial
es el continente. Y el conocimiento y la experiencia son el conteni-
do. De poco o nada nos sirve la habilidad que traemos como un
germen al nacer, si no la echamos luego a andar con adecuados
instrumentos. El Gerente General don Jorge T. Velásquez, con el
respaldo de la junta Directiva, ha creado cursos de desarrollo perso~
nal para los empleados nuevos y los antiguos que cubren continuas

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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

conferencias destinadas a Cajeros, Contadores, Secretarios y otros


empleados análogos. Y la InstituciÓn está recurriendo con frecuen-
cia a regiones ex teriores para la especialización de no pocas unidades
jóvenes y para solicitar consejos generales de carácter técnico. Y
debemos seguir así continuamente. Sería absurdo que nos limitára-
mos a decir cómodamente: "Ya contamos con la revelación de que
somos hombres capaces". Y nos quedáramos sentados con esa capa-
cidad, que equivale a disponibilidad oportuna y que es la base indi-
pensable para la posterior construcción de la obra, pero que no es ni
puede ser, por sí misma, la propia obra. Hago énfasis en que hemos
puesto en evidencia que los panameños poseemos las mismas ejecu-
torias vertebrales que los extranjeros. Pero también hago constar
que no debemos enccrrarnos por tal motivo en una estrecha muralla
nacional, y que estamos obligados a aceptar que las fuentes supremas
del saber, nutricias para esas ejecutorias nuestras, residen todavía
en los más desarrollados centros extranjeros, por un almacenamiento
de cultura y práctica milenarias. Nosotros podemos: pero ese "po-
demos" aislado, constituye una mera expectativa por sí sola intras-
cedente.
NO SEAMOS ESPECIALISTAS EN TODO
No creamos que el que hayamos venido al mundo con capacidad
primordial significa que todos somos capaces para todo, o seamos co-
mo aquel curandero gitano al cual encontré hace dos años en el cami-
no dc Scvila a Córdoba, y que ostentaba en su trashumante carretón
cste letrcro lleno dc erorres ortográficos: "Dotor de la medicina,
especialista en todas las especialidadcs". La especialidad en todo es
la superficialidad en todo. Y lo digo porque a veces, con nuestra
eficiencia natural, nos solcmos lanzar por atajos extraviados que no
conducen hasta el sitio en que es aplicable provechosamente esa
eficicncia, ya que ésta es, en cada individualidad, de tipo o corte
personaIísimos. Y expresaré aquí una idea mía, y que no sé si
comparten el Gerente General señor Velásquez, y los otros elemen-
tos de nuestra rcctoría institucional, pero que expongo bajo el auspi-
cio generoso de la comprcnsión de esos altos funcionarios, y respaldo
por mi muy leal devoción al Banco Nacional y por mi cédula de
ciudadano libre: Quien no se sienta cn el Banco con condición para
Cajero, o para los libros de Contabilidad, o para las labores de la esta-
dística interna, o para examen de créditos, o para afanes semejantes,
está llamado, en mi opinión personaIísima, a pedir honrada y pronta-
mente su traslado a otro departamento conveniente, para su propia
ventaja y la de la institución bancaria. Y quien no tenga una íntima
vocación para ningún ramo de actividades bancarias, debe buscar
-también es mi opiniÓn muy personal~ otros rumbos más armónicos
no
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2007

con su auténtica inclinación espontánea. En esa índole de mutacio-


nes no hay ninguna humilación, sino un reajuste natural e inteligen-
te. Yo poseo la autoridad para referirme a esos reajustes. Sufrí
hace algún tiempo un descalabro político equivalente a una heca-
tombe personaL. Pero no me sonrojé, ni me quejé, ni me amilané,
ni me desahogué con el proceder de un amargado. Hice premioso
y minucioso examen introspectivo. Comprendí que por caracterís-
ticas condiciones personales no reunía en mí los factores para entu-
siasmar a las masas, las cuales -ello sea dicho de paso- resultaron
seguramente perspicaces en no escogerme como Presidente de la
República. Y apliqué inmediatamente todo el juego de motores
que el buen Dios me concedió, exclusivamente a la práctica de la
jurisprudencia y, por adición, a la Cátedra universitaria. Aquí
estoy con todo el conjunto de motores en continua agitación veloz.
y algunas veces, mientras ellos siguen dando sus rápidas revoluciones,
yo miro por curiosidad o distracción a aquel pretérito de mi ruina
temporal. Y me digo entonces sonreído: ¡Qué lección, qué introspec-
ción, qué cambio tan oportuno y qué posterior victoria! Estoy a
muy larga distancia de ser un hombre ejemplar. Pero en esto del
cambio ágil, sin temor, sin dolor, sin rencor y sin soberbia, sí puedo
presentarme ante el personal del Banco como ejemplo.

NO SOMOS NACION DE ARCANGELES


La mayor parte de los panameños son de índole moral magní-
fica. Pero tampoco lleguemos a los extremos de pensar que los nacio-
nales constituimos un gran congreso de arcángeles establecidos en
una sesión permanente. Y así esa bondad corriente tiene sus excep-
ciones, y no pocas. Hay istmeños que, por una trabazón de compli-
caciones psíquicas, se han dedicado sólo a construirse dentro de la
boca una diminuta pero potente y rápida fábrica de venenos. Si un
desconocido comete contra otro desconocido una apn¡¡piación indebi-
da o una estafa, viene el rutinario proceso judicial, pero las fábricas
no se mueven, pues a sus propietarios no les interesa lo acaecido.
Pero las fábricas bucales mantienen un departamento de astuta y
anbelante vigilancia para todo aquel que surge y tiene nombre limpio
o economía que perder. Y si, por ejemplo, el acto delictivo se come-
te en una resaltantc institución de crédito. comienzan en seguida
a funcionar a toda producción esas empresas particulares dedicadas
a causar perjuicios con el instrumento principal de sus diabólicas
lenguas. Se dice lo sucedido al oído o en sordina, con la táctica
de despertar un más intenso interés y de conseguir que la noticia
circule. Se multiplican por diez o por veinte y hasta por ciento los
montos de lo que ha sido base aritmética de aquella acción indebida.
lB
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Se envían por la Agencia Postal, a todas las direcciones, cartas anóni-


mas con la sarcástica advertencia de que ellas contienen datos confi-
denciales. y se habla, con fingidas lamentaciones de comediantes, de
un supuesto pánico que se está iniciando y hasta de una imaginaria
próxima catástrofe. N o expreso esta realidad ni por vosotros, ni por
los demás actuales empleados que no se hallan en este Congreso, ni
por mí entre todos. Pues desde hace ya tiempo considerable hasta el
presente la selección de nuestros elementos se viene haciendo con
cada vez más intenso rigor, particularmente en lo ético. Hablo con
la mirada hacia el porvenir ya que el Banco, por su índole, está llama-
do a una vida permanente y sin intermitencias. Y sería lástima que
con el nuevo conocimiento de que los panameños sí gozamos de una
destreza natural, alguno o algunos tuvieran en los años del futuro
la infeliz idea de aplicar en el Banco esa destreza a algún menester
punible. El Banco Nacional es entidad primordial de la República.
y quien en su recinto decidiera ir contra él en cualquier época del
mañana, cometería la doble insensatez de dañarse a sí mismo en su
honra y su libertad, y de dañar en sus intereses a la República. Y
todo ello, desde luego, mientras funcionarían a todo empuje las
máquinas individuales originadoras de tóxico. Yo sé bien que por
lo general mis ideas escritas o verbales tienen la mala suerte de
morir olvidadas el mismo día en que ellas nacen. Y estoy ya acos-
, tumbrado a ello con resignación muy cristiana. Pero quisiera, sí,
, ~.
1',
"..que esto particular de que en el futuro nadie debe caer en el doble
"..,,,

absurdo de emplear su habilidad natural en detrimento propio y


del Banco, constituyese como un taladro que fuese horadando
poderosamente en el macizo de los futuros decenios.
EL ENORME JUBILO DEL HACER
Nuestro Banco Nacional, con su naciente estructura cuatripartita
de Banca Comercial, Banca Hipotecaria, Banca Agro-Pecuaria y
Banco para el Crédito Industrial, y con las sucursales y agencias que
va abriendo más y más por los predios de la República, es un campo
cada vez mayor para que asciendan con su seguridad en sí mismos, y
sus nociones y experiencias aquellos titulares de credenciales adecua-
das. Pero la espera no debe ocasionar jamás disminución de energías.
Cuando el artista remata el día de su jornada, se goza a solas en lo
ya efectuado, sin pensar en premios. Cuando el jurista termina su
dictamen con la persuación de que ha usado método, lógica, análi-
sis, filosofía y agudeza penetrante, siente en seguida un gran gozo
interno inenarrable aun cuando sepa que aquel esforzadísimo trabajo
sólo será leído por el cliente interesado que lo guardará en sus ana-
queles. Pero hay siempre ese placer de la creación. Pulverizando
herencias psicológicas los empleados, o muchos de los empleados de
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

este Banco, hemos perdido "ese miedo de vivir" que analizó Henry
Bordeaux en páginas definitivas. Manteniendo cada cual dentro de su
sitio en el Banco, cualquiera sea ese sitio, el ímpetu para realizar,
mantendremos también el empuje de nuestra institución y ganaremos
la fórmula para que nuestra vida, ya sin miedo, sea, además, una
vida constantemente jubilosa.
NO HA Y EN LA VIA CUMBRES MAXIMS
Y, por último, escuchadme lo siguiente; Ni nuestra connatural
dote de habilidad, recientemente descubierta y antes perdida, ni cono-
cimiento teórico y práctico, deben significar jamás para quienes labo-
ramos en el Banco que hemos llegado a la cúspide de los aciertos pro-
ductivos. Toda la existencia humana debe conducir a un proceso
de mejoramiento. Y ese proceso encierra su atractivo mágico en
que él corre y corre siempre hasta lo infinito. Pueblo, institución u
hombre que creen haber alcanzado la cima, envuelven en esa creencia
el dramático empezar de un inmediato y rápido descenso. En la
geografía existe el pico del Everest, en las montañas Himalayas;
como la más alta de las cimas, y así seguirá él perpetuamente con s~
magnitud inigualable. Pero no hay dimensiones máximas en la ex-
tensión de la vida. Olvidémonos de la medida de cumbres en el
ascender de nuestro Banco. Se va subiendo y subiendo siempre. Y
la institución no tiene un tope en el ascenso.

SIRVE MUY BIEN, Y SIRVE MUCHO


Y he terminado, después de haberme extendido bastante. Pero
resulta que todos en el mundo poseemos nuestros pequeños o gran-
des egoísmos. Yo hace tiempo no me encontraba con muchos de
vosotros. Y abrigaba vivo interés, aun con el sacrificio de vuestro
tiempo, de conversar un rato con vosotros sobre motivos nobles.
Discutid ahora vosotros sobre los problemas teóricos y prácticos
cotidanos, y yo estaré aquí a vuestro lado todo el tiempo para ente-
rarme calladamente, sin la intromisión del intempestivo. Pero redu-
cido ya en este momento a mi solo círculo de abogado Consultor
del Banco Nacional, comenzaré a saborear una gran satisfacción al
pensar, en mi silencio, que os habré ofrecido algún aporte si llego a
lograr que penetren y se graben en el espíritu de todos los componen-
tes de nuestra amada institución bancaria estas verdades sencilísimas:
N o es cierto que el panameño nació lisiado de enfermedad irremedia-
ble de espíritu o voluntad, copartícipe de su ser orgánico. El pana-
meño no ha advenido con facultades fundamentales inferiores a las
del extranjero. El panameño sí sirve. y cuando él se ayuda con la
preparación teórica o práctica, no sólo sirve bastante. ¡Entonces el
panameño sirve muy bien, y sirve mucho!
6 de Noviembre de 1966.
lIS
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2007

lj(CDfilE Il;3A ACe; Il,AI831~Z )~:(G1A

SEl'OR RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE PANAMA;


SEl'ORAS y SEl'ORES:

Al comunismo no le interesa la nación como entidad permanente,


pues la naciÓn se explica sobre todo como base y esencia del Estado.
Y, como dijo José Stalin cn su discurso ante el Congreso comunista
de Julio del año treinta, "el máximo desgaste del Estado con el obje-
to de preparar la desaparición del Estado: tal es la fórmula marxista".
El anarquista científico -independientemente de su lucha física
que llega hasta los extremos de Bakunine y sus puñales- pretende y
vaticina una especie de retorno al Estado de naturaleza, en que los
hombres se engarzarán amablemente, sin coacción y sin Gobierno,
en hermosa profusión de células hermanadas. Y dentro de ese siste-
ma, la nación no tendría razón de ser, pues resultaría ella únicamen-
te, tras el feliz advenimiento, institución anacrónica, sin fines y sin
sentido.
Para Crosman -el de Oxford- la nación es solamente un fenó-
meno adventicio, que existe como tal únicamente mientras se siente
sobre ella un Gobierno poderoso que la mantenga intangible frente a
injerencias extrañas, y deja de ser nación cuando sucumba el Gobier-
no. Para Harold Laski -el fenecido catedrático de Londres- la
nación, en su actitud contemporánea, es un peligro en relaciÓn con
el concierto del mundo. Y para el simple soñador, no vinculado a
una doctrina específica, la nación es tan solo como un tránsito
hacia una hermosa humanidad pareja, igual en lengua, y en costum-
bres, y en el nivel de la vida, sin división de voluntades ni división
de frontcras.
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ACTITUD PERSONAL FRENTE AL PROBLEMA


¿ y mi actitud personal frente a esas tesis o tendencias? Las
niego con un respeto temperamental y reflexivo por las ideas de los
otros. Pero no estoy ante vosotros para análisis que tendría las
dimensiones de un libro. Y así expongo simplemente, a manera de
premisas y sin ánimo axiomático, determinadas realidades, conformes
con el pensar y el sentir de quienes creemos en la nación como
valor en sí y como eficacia, como status de convivencia general,
y como fórmula nutricia para la vida espiritual, y podría decirse
física, del Estado que en ella se alimenta. He aquí tales re.lidades,
expresadas de una manera metódica:

PRIMERA REAliDAD
Frente a la escasa posibildad de que el fenómeno nación desapa'
rezca en el mundo, el panorama de los tiempos nos está diciendo
que ella -llegada a su floración con la victoria del pensamiento libe-
ral, en la centuria diC' y ocho- se sigue reafirmando en el presente
y echa nuevas raíces que ya se adentran a la hondura de los siglos
próximos. Luego, no es lo razonable despreciar, o soslayar, a la
nación como un hecho permanente.
SEGUNDA REAliDAD
Las experiencias manifiestan que no todas las naciones constitu~
yen un peligro para la paz en la tierra. En otros términos: El nacio-
nalismo, en su acepción común de orgullosa predestinación o de tarea
mesiánica, no es condición esencial de la nación en sí misma. Se
puede conducir a la nación hacia el extremo del nacionalismo intran-
sigente, por un soplar continuo y malicioso en el brasero del senti-
miento colectivo. Y así el nacionalismo hitleriano se acentuó con
la estridente repetición del clásico "Blut und Boden" (sangre y suelo)
lanzado como un "slogan" sobre las masas alemanas con intención
que rebasaba en mucho los linderos de una inocente síntesis política.
y en lo jurídico estalló -si lo bárbaro cabe en lo jurídico- en la
bárbara definición de Rosemberg: "Derecho es para nosotros única-
mente lo que sirve a la grandeza germánica". Pero ha habido y hay
en la tierra todo un acervo de naciones, sin peligrosas reacciones
de nacionalismo psicótico, que han cumplido noblemente su misión
para la paz y la cultura del orbe. Y ello es así sobre todo en las
naciones pequeñas, como sería precisamente nuestro caso panameño.
Pues, salvo raras excepciones, muchas naciones como Suiza, Noruega
Bélgica en Europa, y el Uruguay en América, al afianzar lo nacional,
solo han dado la resultante de una cuota para el progreso del mundo.
y así cabe la insistencia en declarar que una cosa es la nación, y otra
11&
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2007

cosa es la hinchazón nacionalista. La hipertrofia del corazÓn es


peligrosa. Pero la posibilidad de la hipertrofia no amengua la impor-
tancia del corazón como motor de la vida. Resumen: la nación
-motor vital del Estado- no es, como tal, un peligro.
TERCERA REALIDAD
Si la nación se puede traducir en un haz de voluntades concor-
dantes, o en una unidad de espíritu -como dijo Ernesto Renán en
"¿Qué es la Nación?", aquel estudio todavía vigente- allí donde hay
una nación, hay una tácita cooperativa para el bien común: todos y
cada uno se interesan por lo que a todos pertenece. Y además en la
auténtica nación. resulta siempre este fenómeno de un doble juego
de fuerzas centrípetas y centrífugas: Esa auténtica nación se csmera
por su Gobierno; lo selecciona cuidadosamente; lo vigila; lo inspira;
lo respalda; lo impulsa; lo tonifica, en una acciÚn inacabable, que va
de la periferia en dirección hacia el centro. Para que entonces ese
Gobierno así ajustado, y reforzado por una savia vital, deje de actuar
únicamente en el gotear perezoso que algunas veces constituye su
faena restringida, y se derrame desde el centro por toda la periferia
-como el Nilo en las crecientes desde Junio hasta Septiembre- y
prÓvidamente la fecunde con un hacer torrentoso. Y así se puede
expresar en una síntesis: la verdadera nación, en las naciones-Estados,
es el resorte principal del Ímpetu del Gobierno. O el resorte principal
de la grandeza del Estado.

CUARTA REALIDAD
Con el nacionalismo hiperbólico, la nación se torna en amo, y
el individuo en esclavo. Pues allí la naciÓn es en sí fin exclusivo,
y el individuo un aporte, anónimo y encorvado, para servir a ese
fin. Pero en la nación equilibrada, la situación es diferente. Y lo
diré con las palabras del catedrático español doctor Luis Legaz La-
cambra en su novÍsima obra "Filosofía del Derccho": "La nación
asegura, a través del tiempo, la continuidad de los bienes sociales
necesarios al individuo. La nación inserta al hombre en un medio
nutricio en que se alimenta física, intelectual y moralmente, después
de haber recibido en él la vida". De tal modo -expreso yo- que en
la nación no deformada, si el hombre da, el hombre recibe. Y en-
tonces concreto así la realidad que vengo comentando: ¡en la estrecha
relación de la nación con el hombre, la nación es un ambiente de
bienestar para el hombre!

QUINTA REALIDAD
No importa si la democracia es antes que la nacion, o, por el
contrario, la nación da el ser a la democracia, aunque yo creo en lo
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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segundo. Estas son cosas sutiles de prioridades genéticas. Y lo im-


portante es lo siguiente: Si la nación es -como lo es- una armonía
niveladora entre los hombres, y si ella es -como lo es- participación
continua y esmerada de absolutamente todos en el todo, mientras
sea más intensa la existencia nacional, será también más intensa la
existencia democrática. y presento lo mismo por otro ángulo:
Hans Kelsen escribe en su obra magstral "Esencia y Valor de la
Democracia", al criticar la posición marxista por la cual la democra-
cia está fundada en la igualdad económica: "Es el valor de la liber-
tad, y no el valor de la igualdad el que define en primer lugar la idea
de la democracia". Y ahora comento yo, al margen de las palabras
del ilustre austríaco: Nadie puede negar que la nación encierra,
por su carácter intrínseco, un ambiente natural de respeto y digni-
dad para los seres que la forman, o sea un venero generoso de liber-
tades humanas. Lo cual permite resumir en la siguiente forma
esta quinta realidad que he presentado ante vosotros: Si la nación
nutre y amplía a la libertad; y si la libertad es la idea - o es el nervio
primordial- para toda democracia, como sostiene Hans Kelsen,
allí entonces donde hay una nación hay un silar y un impulsö
para la vida democrática. Nación, dice libertad. Nación, dice demo-
cracia.
SEXTA Y ULTIMA REALIDAD
Donde palpita la nación auténtica -ya lo he dicho anteriormen-
te- hay siempre una tendencia general, en los hombres que la inte-
gran, a mantenerla, mejorarla, ennoblecerla, y conducirla con acierto
máximo. De modo que la plenitud de la nación envuelve una garan-
tía de defensa del Estado que en ella se constituye. O sea que, donde
existe la nación auténtica, las reservas humanas nacionales se impo-
nen vigorosamente sobre toda contingencia, para que el Estado salga
victorioso frente a la crisis jurídica, ante el peligroso obstáculo econó-
mico, contra el trastorno moral y contra el caos político. Pero he
presentado esta ansia de supervivencia nacional del Estado, teniendo
en cuenta sobre todo la actitud interna. Y aquí aclaro que en lo ex-
terior, viendo hacia afuera, el fenómeno es idéntico. Pues si la nación
cuida al Estado, o mejor dicho a su Estado y supervivencia-que es
la propia nación más su Gobierno-contra el germen disolvente
que aparece en su sistema biológico, del mismo modo y por igual
impulso ella resulta además, para ese Estado, como un celoso centine-
la que acompasadamente se pasea, de día y de noche, por la región
fronteriza, o a manera de un ojo clínico que se abre siempre dispues-
to a prevenir la aparición de lo exógeno.
y no hablo así con el propósito de hacer un juego literario. Lo
que digo, es extracto de la Historia. Tomo al desgaire un caso: el
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de Polonia. Pues como ella logró esencias de nación desde hace ya


muchos siglos -desde el octavo o noveno- su vida se sintetiza en la
hazañosa aplicación de sus vigores para salvarse a sí misma; para
salvar a su Gobierno como fórmula polaca: para salvar, en conse-
cuencia, al Estado de Polonia. Fue desmembrada en 1772, en
1773, en 1795, y repartida esas tres veces, como una fruta comesti-
ble, entre Rusia, Prusia y Austria: iY superó a su destino! Fue
entregada a los prusianos en 1807 como ducado o provincia. ¡y se
refugió en su propio ser irreductible para esperar con calma dolorosa
los momentos de resurgir como Estado! Pasó en 1805 a ser porción
de la influencia rusa. ¡y siguió en su latente rebeldía! ¡Perdió en
1863 hasta el último vestigio de autonomía administrativa, y se
mantuvo impertérrita! Y si tras su última resurrección como un
Estado soberano ~del 18 al 19 de la presente centuria- es una vícti-
ma actual del despotismo soviético, allí está todavía, tras la Cortina,
aherrojada pero intacta, con la boca amordazada pero el pulso firme,
segura, en su admirable tozudez, de nuevos días de libertades y
glonas.
Lo cual conduce a la siguiente observación precisa: Los Estados
nacionales sin una gran potencia física, pueden perder en ocasiones
su condición o calidad de Estados. Y ello resulta aún más posible
en la presente etapa universal, en que el impulso heroico de los hom-
bres puede poco ante el golpe frío y metódico de las modernas má-
quinas de guerra. Pero hay también este hecho cierto en que concre-
to la sexta y última de las realidades enunciadas: Mientras vive la na-
ción, la denominada muerte del Estado es casi siempre un tránsito
pasajero. y en los Estados pequeños -como en el caso del nuestro-
no es el ejército, no es el arsenal, no es la escuadra de aeroplanos:
es la nación en sí misma, con su potencia espiritual eterna y porten-
tosa, la única fuerza doble, defensiva y ofensiva, para que el Estado
continúe pese a todos los paréntesis una centuria tras otra, triunfan-
do con gallardía sobre el dolor y la muerte.
LA GRAN CUESTION FUNDAMENTAL
y ya aquí irrumpe la gran cuestión, fundamental para una mente
panameña: si la nación tiene importancia como un fenómeno estable;
si la nación no es un peligro; si ella implica libertad; si es sila de
democracia; si su clima es provechoso a la salud de sus hombres; si
sus ímpetus vitales vigorizan al Gobierno; si la nación es vértebra y
credencial en la existencia del Estado, ¿podemos decir nosotros que
contamos con ese acervo nacional de virtudes y efectos milagrosos?
En una forma más concreta y también más apasionante: ¿Panamá
es una nación? ¿Panamá es una nación en todo su panorama, del
Darién a Chiriquí, desde San Bias hasta Bocas? ¿Panamá es una nación
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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aseguradora, por sí misma, de que esto, es decir nuestra tierra libre,


nuestra colectividad libre, nuestro Gobierno libre, permanecerán y
seguirán andando con sus propias energías, bajo la fórmula de Estado,
domeñando 'bravamente los embates de lo interno y de lo externo
para nuestra tranquildad, la de nuestros hijos, y los hijos y los nietos
de nuestros hijos, por los caminos del tiempo?
Eusebio A. Morales -mi maestro inolvidable en las aulas de
Derecho- volcaba en un discurso del 16 su depresión ante el proble-
ma, para enseguida dominarse y decir a la juventud su palabra de
esperanza. Octavio Méndez Pereira - mi gran amigo, el gran após-
tol- desbordó su preocupación ante el hecho nacional en un ensayo
del año 46, cuyo título resulta como un amargo compendio de su
propio contenido: "Panamá, país y nación de tránsito". Y ahora
Ricaurte Soler -un valor juvenil y una promesa- advierte en un estu-
dio sustantivo la nota del pensamiento nacional a lo largo del siglo
diez y nueve. Y todo ello, en su conjunto, demuestra una oscilación
entre optimismo y pesimismo, entre lo que es, y lo que no es y debe-
ría ser en el futuro. Por lo cual es imperativa una nueva observación,
buscando por otras vías. Sin que valgan como elemento decisivo o
principal, en esa búsqueda afanosa, ciertas aisladas actitudes paname-
ñas en un minuto fijo de la Historia, que se han solido invocar al-
gunas veces para decir alegremente; "AqVí se halla la nación, demos-
trada con los hechos". Así se han citado en ocasiones la independen-
cia del 30, la del 31, la del 40, el Convenio de Colón en el 61, para
aribar rotundamente a conclusiones eufóricas. Y no se puede sosla-
yar ninguna de aquellas fechas como indicios gratamente afirmativos.
Pero si yo contara con tiempo y vosotros con paciencia, quizás
podría demostrar -para citar un ejemplo- que en los brotes separa-
tistas del 30 y el 31 convergieron circunstancias y factores que,
en análisis estricto, les restan mucho de un desbordadoy común
arranque nacional para erguirse como Estado. Gustavo Le Bon
-el forjador de la psicología positivista- analiza sabiamente cómo
entran muchos elementos pasajeros -y entre ellos el del contagio-
en algunos momentáneos arrebatos colectivos. Lo cual hace pensar
en lo siguiente por explicable asociación de ideas: El salto ágil,
la voz recia, el golpe rudo, dan agradable impresión de plenitud
orgánica. ¡Pero la ciencia médica, para saber la verdad interior del
organismo, toma al hombre que gritó, golpeó V pegó, y lo lleva
al laboratorio!
HA Y QUE ENTRAR AL LABORATORIO
¿Entramos al laboratorio? Para la Ciencia Política, en definición
ordinaria ~véase entre otros a John Burgess- la nación es unidad de
hombres sobre unidad geográfica. y como esa unidad de hombres

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2007

-sin mengua de la importancia del elemento goegráfico- constituye


nervio y vida de la estructura nacional, el investigador político pre-
gunta con interés apremiante: ¿y dónde está la argamasa que reúne
a los hombres en ese haz de caracteres específicos, distinto a los otros
haces nacionales existentes en el orbe? Y la respuesta general que
suele darse, es más o menos la siguiente; En el idioma común y la
común literatura; en la religión común; en las tradiciones seculares;
en las iguales costumbres concretadas en un modo de ser y hacer
frente a la vida cotidiana; en los capítulos de Historia realizados, y
vividos, y grabados sobre el suelo nacional como una huella perenne,
y volcados como inquietud en el presente, para seguir al porvenir
como un viaje hacia lo ilímite, y hasta en la tierra física donde se
hallan, hechos cruces en las tumbas, miles y miles de árboles que
fueron, y miles de árboles que son para tornarse en cunas, en todo
ello -dicen los tratadistas- está el gran aglutinante que da unidad y
fuerza, y permanencia a la nación por el aspecto colectivo. Donde
no existen tales vínculos, o varios de ellos por lo menos -se declara
de modo casi unánime- la nación es sólo forma y deleznable aparien-
cia. Donde se hallan tales nexos, o varios de ellos por lo menos,
allí sí está -se asegura- la nación por el aspecto de la unidad en los
hombres, categórica y precisa, diferente a las demás unidades nacio-
nales, lista y armada para seguir en los siglos.
y aquí caben, en seguida, estas dos observaciones necesarias:
La primera es que sería caprichosa negación el no aceptar la verdad
de que en el medio panameño sí existen, visiblemente, un número
plural de aquellos nexos indispensables a la nación como unidad en
sus hombres. Y la segunda observación, que vienè de la primera,
es que -quienes en una u otra forma nos hallamos en condición
para hacerlo- debemos afianzar continuamente esos nexos o instru-
mentos, y hasta crear con paciente habilidad algunos otros que nos
faltan, como un sistema elemental de precaución razonable. Yo
declaro que ello ha sido en mí inquietud de pluma y de palabra, e
igualmente con la acción en mis tránsitos fugaces por los estadios
del Gobierno.
Sin embargo, esos factores de cohesión, examinados con esmero,
sólo dan al analítico severo la limitada sensación de lo extremo o lo
objetivo. Idioma, ritos religiosos, modalidades del vivir, huellas mar-
cadas en la tierra, todo ello, y lo demás, tienen mucho de lo que está,
de lo almacenado, de lo que se encuentra allí para nosotros, pero
no se halla necesariamente dentro de nosotros. Esos motivos de la
unión, puestos en orden de lista, son unas cosas de valor, pero cosas
de inventario. Ellas están, y son, para juntar. Pero no juntan por sí
solas a los hombres, si entre éste y aquel hombre, entre tú y yo,
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no existe la convergencia espiritual en captar y poseer esos motivos


o cosas. Hay un fluido misterioso que recorre los espíritus y les da
un clima común en un momento preciso, cuando un grupo contem-
pla, en absorción, el sol que cae sobre el paisaje, la cascada que se ha-
ce muselina, o la mujer que exhibe su esbeltez como pidiendo una
corona. Pero el ciego o el cretino que ocasionalmente se hallan
en el núcleo, no tienen participación en esa cita acercadora. Están
allí, sin embargo, la mujer, la cascada, el sol poniente. ¡Pero no
están para ellos!
ERNESTO RENAN Y GEORGE jELLINEK
Lo atisbó Ernesto Renán cuando dijo, en expresion ya citada:
"La nación es unidad de los espíritus". Y lo sostiene gravemente
el maestro universal George Jellnek en su "Teoría del Estado".
Para el genial alemán, es aceptable la existencia de los factores
externos que se forman complejos y confusos, y van andando y
sumándose por el turbión de la Historia. Pero ellos no son nación,
o no producen nación, mientras no entran al espíritu del hombre
suficientemente culto. La nación, para serIo, no puede quedarse
afuera: tiene ella que penetrar en nuestro yo personal, asimilada
plenamente por nuestra propia cultura, e instalarse en la conciencia.
Por ello dice jellnek con frase nítida: "La unidad subjetiva de la
nación es, por su naturaleza, el resultado de una cultura elevada".
También por ello manifiesta en una forma clarísima: "La nación
es más bien algo esencialmente subjetivo: esto es la característica
de un determinado contenido de la conciencia". ¿Está basada la apre-
ciación de J ellineck en la tesis del idealismo filosófico, por la cual la
realidad última de las cosas radica en el espíritu del hombre? Puede
serIo. Pero esa tesis es también de un total sentido práctico. Hay
los factores, las cosas, la materia prima que se han ido elaborando
misteriosamente sobre la tierra nacional como un producto de la
Historia. Pero eso que hay, ese inventario de que hablé hace un
rato, no tiene categoría, no es nación en cada hombre, mientras
éste no lo tenga como nación, no lo piense como nación, no lo vuel-
va una nación en la fábrica de su espíritu. Y la nación existe así,
exclusivamente, en la medida en que existen hombres que la contie-
nen en lo íntimo. Y la nación no tiene vida, no es todavía, en cuan-
to al número de hombres fincados en el predio nacional, que no pue-
den captarIa y recibirIa. Hay quizás, en tal o cual unidad geográfi-
ca, ocho milones de hombres que allí moran ante un paisaje común,
con su lengua, con su modo de vivir, con sus trajes semejantes, y
hasta con cierta identidad de rasgos físicos. Pero si solo hay dos
milones que lo saben, porque lo han aprehendido y lo mantienen
en lo interior de su mente, la nación está compuesta sólo por el suelo
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más los dos milones de hombres. Y si -en hipótesis extrema~ no


mora allí ni un solo hombre que comprenda a la nación, la reciba y
la mantenga, entonces, pese a aquella muchedumbre situada en el
territorio, no hay nación, y el territorio está solo. iEso es todo!
PERO LA TE ORlA NO ESTA COMPLETA

¡Pero no! He dicho mal: Eso no es todo. Y con humilde atrevi-


miento adiciono la tesis del maestro diciendo que, además de existir
la percepción de la nación de manera total y permanente, es preciso
que en la conciencia receptora haya un ambiente sentimental acoge-
dor por el cual experimentemos, afectuosamente, que esá nación
es la nuestra, y nos gocemos en tenerla, como también nos gozamos
en ser nosotros para ella.
¿Me permitís un ejemplo? Voy a Italia. Mi cultura espiritual, con
su aceptada medianía, me presta el mecanismo suficiente para captar
los prodigios del escenario italiano. Aquí, en esta ruina del foro,
está el verbo de la República. Aquí, en esta columna de Trajano,
está la gloria del Imperio. Estas ciudades tendidas en la extensión
de la península, me recuerdan las cartas de libertad que Roma iba
proporcionando a esas vilas en aumento, para que fueran luego
todas ellas ~sin los romanos presentirlo~ lentas fábricas silenciosas
de la unidad italiana. Aquí se hallan las catacumbas, de las cuales
surgió la fe de Cristo para ser vínculo de luz entre los hombres de
Italia. He aquí las tumbas de Dante, y Ariosto, y Torcuato Tasso;
las de Boccacio y Petrarca; las de Manzoni y Leopardi; la tumba de
Gabriel D'Anunzio, y la apenas recién cerrada de Papini: ¡todas las
tumbas inmortales de aquellos seres inmortales que dieron vida y
esplendor a la expresión italiana! Entre palacios florentinos, entre
muros agrietados, y antiguas rúas empedradas por las cuales sigue
pasando la gloria; entre cuadros de Rafael y estatuas de Donatello,
advierto la presencia de Nicolás Maquiavelo, quien grita, frente a
invasiones extranjeras, la necesidad de la unidad italiana, desde el
siglo quince. Y -ya en el siglo diez y nueve- observo la vigencia
de Cavour que da forma a la unidad con el talento político, y la de
José Garibaldi que perfecciona esa unidad con el buril de su espada.
En medio de todo aquello, contemplo milones de hombres y muje-
res, desde el Po hasta Córcega, que tienen en sí a su Italia con orgullo
y alegría, y la piensan y la sienten, y la dicen y la cantan. Y exclamo
en un arrebato de admiración y simpatía: "¡Aquí en todo esto, en
esta firme unión maravilosa, capto y comprendo a la nación italia-
na!".
Pero al tornar de mi viaje, sólo me queda la memoria grata.
Porque Italia penetró en mí para dejar esa huella de admiración

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y simpatía. Pero Italia no entró en mí para actuar a la manera de


realidad permanente. Y mucho menos entró en mí -que es lo impor-
tante en este ángulo- para que yo la tuviera como mía, y a la vez me
sintiera parte de ella, en perenne complacencia y plenitud de afecto.
Lo cual dice que no sólo resulta suficiente limitarse a comprender a
la nación, sino que es insuficiente comprenderla aun con la adición
de un brote --como en el caso de Italia~ de admiración y simpatía.
La simpatía por la nación que comprendemos, para que ésta sea
nuestra nación en nuestro ser interno, no es simpatía de turistas.
Es una acumulación de simpatías, que va formando lentamente
un depósito afectivo en nuestro espíritu. Es una sucesiva toma
de querencias, desde la infancia hasta el sepulcro, y ellas forman el
calor con que guardamos a la nación en el espíritu. No se trata de
una dramática reunión de las llamadas "emociones-choques", Es el
caso, por el contrario, de la: "emoción delicada" que define Wiliam
james, y que los otros psicólogos denominan "sentimiento". Al
sentir a la nación en el dominio afectivo, si ella está dentro de noso-
tros, al mismo tiempo nosotros nos encontramos en ella. Y hay
una tácita cohesión con todos los demás hombres que la sienten.
Pero si no la sentimos afectuosamente, y llega hasta nosotros en
tenencia, pero no en una jocunda propiedad espiritual, no hay un
vínculo con ella, no nos hallamos a la vez en ella, no formamos
hermandad con los demás que también se hallan en ella: la nación,
sin la "emoción delicada" de Wiliam James, es como el número
aritmético que tenemos en la mente, pero no se vincula con nosotros,
a pesar de ese hecho frío de encontrarse en nuestra mente. Conoci-
miento o conciencia, más atracción afectiva, y en ninguna circunstan-
cia indiferencia, y mucho menos rechazo: ¡he aquí la fórmula!
¿y LA PRUEBA DEL LABORATORIO?
Diréis vosotros ahora: Lo expresado es aceptable. Pero, ¿y la
prueba de laboratorio? La prueba del laboratorio se iba haciendo,
implícitamente, al mismo tiempo que iba fijando las normas. ¡Ya
está hecha! Y el resultado es el siguiente:
EL TIPO A
Panameños que no capta, y no reciben a la nación porque no
pueden entenderla. Son una parte apreciable de los 57.634 paname-
ños radicados en jurisdicción de la República y especialmente en Pa-
namá, Colón y Bocas, más los miles de panameños radicados en
la Zona del Canal, que se expresan en inglés, y trasmiten a sus hijos
el ingés que recibieron, y absorben la cultura en el idioma inglés, y
sólo saben de tradición, de historia, de arte, y de manera de vivir
aquello que se halla impreso en los volúmenes ingleses. Porque
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no sólo hay la circunstancia de que tales panameños no aportan, en


lo objetivo, su cuota de aglutinante o argamasa para una misma
lengua nacional, sino que ellos, además, y esto es aquí lo importan-
te- no tienen el instrumento interno primordial para captar a la
nación en sus líneas y su esenèia. Y no se diga que los suizos se
dividen en regiones con idiomas diferentes y que allá, a pesar dc
ese hecho, todos comprenden a Suiza. Desde los días de la adver-
tencia que hizo el Barón de Monesquieu, no cs permitido realizar
ese cómodo trasplante de los fenómenos de un mcdio a otro medio
diferente. Ni nuestra nación es la Suiza, ni el grupo a que me refic-
ro está formado por suizos. Ya lo dijo el talentoso Jorge Westerman
al referirsc al problema panameño de asimilación de ese grupo:
"Enviaron ~los que vinieron al Istmo- sus hijos a pequeñas escuelas
particulares, usualmente conectadas con una iglesia, y en donde
aprendieron Historia inglesa, goegrafía y cívica, contaron en libras,
chelines y peniques e ib'1oraron completamentc el hecho de que
estaban viviendo en Panamá". Aclaro yo ahora que he mencionado
a "parte muy apreciable" de ese núcleo que se vale del inglés como
idioma cotidiano, y no a la totalidad, para dar margen adecuado
a los que son bilingües por nacicnte inclinación hacia lo nuestro y
ya tienen facilidad fundamental para captar lo panameño. Y advierto
que no formulo inculpaciones ni a ese grupo rehacio ni al Estado.
Yo no estoy determinando responsabilidades de nadie. Sólo estoy
dando a vosotros el resultado de un análisis.
Son también, en el Tipo A, muchos de los 3.184 indios chocoes
que moran en el Dariénj de los 1.334 kunas que viven en Panamá
y los 13.389 kunas de San BIas. Y cn cuanto a indígcnas i guaymíes,
son igualmente muchos de los 1.122 que hay en V craguas, y los 6.620
que hay en Bocas, y de los 10.294 conquc cuenta Chiriquí. y si se
afirma, en contra de mi tesis, que esos indios sí comprenden a la
nación, yo contesto que algunos de ellos -y sobre todo unos del
núcleo de San Blas- sí tienen un incipiente elemento intelectual
para captar lo nacional aun cuando sea en sus contornos. Pero la
mayor masa de los indios está encerrada en sus dialectos. Y su ima-
gen exclusiva, en lo interior de su espíritu, es -sin que otra pueda
ser- la propia tribu en su presente, más la visión retrospectiva de
lo suyo únicamcnte lo suyo, representada por su mito regional, sus
fórmulas cabalísticas, su medicina yerbática, y sus cantos y sus danzas,
que no son lo seccional en un engarce, con tonos de variedad, a lo
total de la nación, sino lo scccional como un islote separado, en la
verdad objetiva y la verdad del sujeto. Cuando surgen físicamente
a la extensión del panorama nacional, son meros excursionistas auto-
máticos que van al trueque de lo agrícola por mercancías elaboradas,
y retornan con éstas en la mano, pero sin la más mínima impresión
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de la nacion en la conciencia. Piensan hoy comb en los tiempos


coloniales. Piensan hoy -más todavía- como en la edad precolom-
bina. Y yo, que los he visto muy de cerca, en sus querencias nati-
vas y también fuera de sus límites, he sentido la triste sensación,
de que su mente y la mía, mi captación y la suya, es la total separa-
ción entre lo restringidamente seccional que se encuentra en su cere-
bro, y los ampliamente nacional establecido en el mío, categórica-
mente dividido por murallón de centurias.
¿y hay más todavía en ese tipo A? Hay muchos más todavía!
Pues la República contaba en 1950 -según el último censo- con
64% de elementos rurales, o sea con población rural de 515.588
habitantes, de la cual toda -y descontando únicamente al nucleo
de los indios- está formada por el campesino interiorano. Y de ese
campesinado -400.00 más o menos- hay en una sola provincia,
o sea en Veraguas, 42.188 analfabetos, y en el total de la República
133.466 analfabetos rurales. Y todos aquellos seres que no conocen
las primeras letras, no conocen a la nación, no captan a la nación.
No esencialmente porque a la nación sólo se la aprehenda sabiendo
leer y escribir, sino más bien por la verdad fundamental de que los
que han mantenido por los siglos una cerrada y trágica bastedad en
el espíritu, necesitan de las letras como elemento primordial para
el milagro de transformar el primitivo mecanismo intelectual en el
fino instrumento pot el cual es captable la nación como unidad en
tiempo V en espacio. Y no expreso yo con esto que solo esos campe-
sinos que no conocen las letras, son entre ellos, los ineptos para
aprehender a la nación y tenerla en la conciencia. Mis reflexivas
incursiones múltiples por nuestro medio panameño, me permite
asegurar -yo lo he visto, lo he observado, lo he sentido- que miles
de agricultores del país, que asistieron a la escuela por los años de la
infancia, han perdido poco a poco el rudimiento de su cultura
inicial y han vuelto a la bastedad, como en dramática ataraxia de la
mente que ya había dado sus prieros pasos por las sendas espiritua-
les de la vida. ¿Producto ello de los males físicos que trascienden
al espíritu? ¿Deficiencia en los programas de la enseñanza rural?
¿Consecuencias del alcohol a grandes dosis periódicas? ¡Quién lo sa-
be! Ha podido ser también la falta de resistencia --por no insistir en el
estudio- ante el reclamo de lo bárbaro con su potencia de siglos.
En la novela "La Vorágine", de José Eustacio Rivera, la montaña
se traga a los caucheros. ¡En el caso panameño del basto que empezó
a dejar de serlo, y retornó a la bastedad, es posible que la montaña
se haya tra~ado al alfabeto!.
Yo sé que en estas circunstancias se acostumbra sostener que la
intuición reemplaza a la inteligencia. Pero no hay que jugar con las
palabras cuando ellas han de envolver conceptos trascedentales.
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Psicológicamente, la intuición es el rápido conocimiento, o la visión


de una cosa, sin un previo raciocinio. Pero la intuición acontece a la
medida de la capacidad del intelecto. El radio en que maravillosa-
mente surge la intuición, coincide exactamente con el radio -y
no suele ir más allá- que cubre la inteligencia. Y así para cubrir
a la nación, y captarIa aun cuando sea de una manera imprecisa, la
inteligencia ha de tener previamente una extensión que va mucho
más allá del abarcar campesino. Las intuiciones de Newton y de
Einsten, y de Enrique Poincaré, guardaban correspondencia con un
acervo de ciencia. Y Bolívar tuvo la intuición -en su carta de
Jamaica- sobre el futuro de la América, porque su mente tenía
ya la proporción del Hemisferio. La mente municipal, sólo pro-
duce la intuición municipaL. El agricultor de nuestros campos,
sólo forja la intuición sobre cambios en la trampa para cazar los
conejos. El vaquero de nuestros campos sólo forja la intuición sobre
una más cÓmoda postura para ordeñar a su vaca. Para el ilustre
colombiano don Hermando Téllez "en muchos de esos taciturnos y
humilados colombianos que avanzan con la frente vencida, por
todos los caminos de la montaña o el valle, la totalidad de la Historia
va resumida y concentrada en el bello nombre sonoro del Liberta-
dor". ¡y ojalá ello sea realidad, y no un festón literario! Porque
los más de nuestra gleba panameña, no tienen -ni pueden tener-
la intuiciÓn de la nación, a través de nuestra Historia, ni del nombre
del Libertador Simón Bolívar, ni de ningún otro nombre. Captan
su roza, su bohío, sus aparejos, y la venta del camino en que se
embriagan sábado y domingo, hasta los límites del cerro. Y en cuan-
to a nombres se refiere, captan el del Alcalde por temor. iY el del
curandero regional, por esperanza!
Unidades atrincheradas y encerradas en un idioma extranjero;
unidades clausuradas correspondientes a las secciones indígenas;
unidades campesinas, de mente opaca, del solar interiorano: Estos
son los del Tipo A. ¿Cuántos suman? Pueden ser trescientos mil,
o trescientos cincuenta mil, o mucho más todavía. Pero ya en
este número o en otros, ellos no captan la nación; ellos no son
la nación. ¡y en cuanto a ellos, nuestra nación, no es nación!

EL TIPO B

Son aquellos que captan la nacion, pero no la mantienen con


agrado. Van ellos de la indiferencia hasta el rencor, y del rencor
a la indiferencia. Y existen entre los indios ya letrados, que observan
a la nación y la reciben en la mente, pero sólo para decirse "esto no
es mío, porque es sólo de los blancos", y experimentan a veces la
amargura de su estable desamparo. Existen, los de este tipo, entre
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los llamadoi criollos -jamaicanos- que ya hablan en español, y al


captar a su nación, y querer entrar en ella, han sufrido la depresión
-que observó el ya citado Jorge Westerman- por la repulsa paname-
ña, despreciativamente concretada en el término "negros jamaica-
nos", o en el vocablo de "chombos". Son también del Tipo B,
los hombres campesinos del interior de la República, que al mante-
ner y fortalecer el inicial aprendizaje de la enseñanza primaria, han
visto, con su mente y despierta, los cuadros de la nación, y han
comprendido con dolor y protesta silenciosa, que esa nación no es
de ellos ° para ellos, porque han sido únicamente en su existencia
obligada humildad para el patrón, recreo para los parásitos, ganancia
del cantinero, amenaza del corregidor, granjería de los caciques,
anónima unidad circunstancial inyectada con alcohol, para acercarse
a las urnas. Son de ese Tipo B, los hombres de las ciudades pana-
meñas que han captado a la nación, y comenzaron amándola, y han
desgastado ese amor al mendigar desesperadamente año tras año,
de puerta en puerta de oficina pública, o a la entrada de la casa del
jefecilo político, una inclusión, siquiera transitoria, en las planilas
del Gobierno. Están también, entre este núcleo, los que saben que
existe la nación, pero saben igualmente que ellos tienen un valor
intelectual y ético. Y al sentirse constantemente postergados por el
núcleo nacional,. se han enfrentado a esa nación que llevan en el
cerebro, como ante un monstruo armado de injusticias. Y están,
además, los que, al pbservar en varios lapsos los arreglos delictuosos
realizados en mengua del Tesoro Público, si han entendido a la na-
ción, la han entendido únicamente como una feria gitana. Y están
igualmente todos los que nacieron sin hogar: los miles y miles de
hombres panameños que viven esa tragedia. Conocen a la nación
por labor fría del intelecto. Pero no la buscan jamás en lo íntimo
afectivo. Y, al contrario, la rechazan como explicable reacción
del pesar acumulado, o a modo de un desquite natural por su fraca-
so, al caminar hacia atrás en una búsqueda infructuosa de dos nom-
bres misteriosos.

Porque precisa no olvidar que el sentir, o el amar a la nación, es


consecuencia de un proceso de simpatías acumuladas. Lo agradable
y lo desagradable son dos extremos entre los cuales se mueve el
péndulo de la vida. Y cuando todo circunda al hombre de efectos
desagradables; cuando esto- lo desagradable- es lo que el medio
nacional impone al hombre con persistencia invencible, éste capta
únicamente a ese medio nacional, o a esa nación, como el más débil
capta la presencia del más fuerte que lo injuria con terquedad siste-
mática. Viene entonces la acumulación de antipatías por la nación.
Viene entonces, con la antipatía, esa impotencia reprimida -podría
decirse mordida- que Max Scheler determina, en su famoso "Re-
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sentimiento en lo Moral", como una de las causas o antecedentes del


fatal resentimiento. Este se halla, precisamente, en el espíritu de
muchos de esos panameños que captan a la nación, pero sólo para
hacerse una cuenta rencorosa de las miserias y dolores que padecie-
ron en su ambiente. Y si acaso se me da, para negar el fundamento a
lo que podría denominarse "resentimiento urbano" un cuadro capita-
lino de avenidas, y de cines, y de sitios de paseo, yo contesto, para
citar un solo dato, que en lo urbano de la República, y especialmente
en Panamá y Colón, hay 43,409 viviendas de un sólo cuarto que
sirve de dormitorio, comedor, sala, cocina, y en el cual se hacinan
hombre y mujer, y tres, y cuatro y más hijos. Y si a la vez se me pre-
senta, para negar su fundamento al "resentimiento rural", las risueñas
pinceladas del extraordinario panameño doctor Bclisario Porras en
su agradable "El Orejano", y yo respondo que ello fue noble entu-
siasmo -sin rigores de epopeya- del generoso compatriota por dar
color a lo terrígeno. Y añado que en el métodico estudio de Ofelia
Hooper, está la verdadera sombra espesa en que se incuba, en nues-
tros montes, el natural resentimiento. Pues ese resentimiento es así
natural -o es humano y explicable- en esos muchos que hoy lo
llevan en las ciudades y los campos. No es el complejo resentimiento,
casi patológico, que Gregorio Marañón ha examinado en Tiberio. No
es tampoco el anormal resentimiento del que anhela fantásticas
conquistas, y siente sorda hostilidad contra el medio que las niega.
Esa perturbación, esa anormalidad del resentido panameño, es más
bien normalidad, porque vosotros, y yo, y todos, absolutamente
todos, la crearíamos en nosotros, si al ir llevando nuestra vida por
los parajes nacionales, mientras andamos y andamos, encontramos
continuamente, más que sorpresas amables, cerrazón en el horizon-
te y espinas en los caminos.
y así, en este Tipo B, se encuentran todos -los de las ciudades
y los montes- que captan intelectualmente a la nación, pero con una
natural indiferencia: o _ los que captan a la nación, pero con un
natural resentimiento. ¿Cuántos son? ¡Son muchos miles! Y ellos
no son la nación: iy la nación, tampoco es ellos!
EL TIPO C
Panameños que captan a la naClOn, y la mantienen con afecto.
Sois vosotros, y soy yo. Son aquellos profesores, y maestros y pro-
fesionales, y estudiantes universitarios, y comerciantes e industriales
que, al captar a la nación en una mente cultivada, la guardan con la
memoria permanente de lo que ella les brindó, o con la lámpara
votiva de su fe en lo que ella brindará mañana. Es el labriego men-
talmente preparado para el cultivo moderno, que da a la nación, reci-
be de la nación -en ese fluente intercambio de la nación con el hom-

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bre- cuando consigue crédito y semilas, y va ampliando su terre-


zuela, y calcula gratamente las lejanías nacionales tras su horizonte
de mazorcas. Es también el aldeano plácido que labora diariamente,
con ahorros para su bolsa, en su segura fábrica casera. y al ir por
esos caminos para vender sus productos, encuentra en cada nueva
aldea de la República la grata repetición del escenario en que se forja
su dicha. y como no todos los trabajadores de las urbes panameñas,
que captan a la nación, son torvos o indiferentes, el Tipo e se halla
también en el garantizado obrero del comercio; en el permanente y
bien pagado empleado de la fábrica; en el dueño del banco del mer-
cado; en el plomero, el sastre, el zapatero, que, en esa "áurea media-
nía" ensalzada por Virgilio, abren, en las veladas del hogar, el periódi-
co o la radio, y .gozan cuando la nación advierte alguna buena pers-
pectiva, y les duele su nación cuando ella sufre la inundación o la
epidemia. y pues no he dicho -ni podría de cirlo- que absolutamen-
te todos los indígenas o los criollos que han logrado entender a la
nación la tienen con brusquedad o sin apego, el Tipo C, que muestra
el laboratorio, cubre igualmente a ese llamado criollo y ese indio
que, por motivos personales de su propia vida, sienten hacia ella el
interés que la nación mostró por ellos. No expreso que el indio
excepcional, el criollo excepcional, el maestro, el profesional, el
comerciante, el industrial, el estudiante, el labrador, el artesano,
que sienten favorablemente a la nación, experimentan esa compla-
cencia porque ella les ha brindado un paraíso. El hombre ante la
nación, ni exige ni podría exigir una continua felicidad paradisíaca.
En la ya antes expresada oscilación entre lo agradable y lo desagra-
dable, no hay una vida, no hay un medio nacional, en que el hombre
no reciba su porción de desagrado. La simpatía por la nación que
lleva al clima de lo afectivo permanente, solo exige que no haya
ese desagrado persistente y circundante, bravío y ceñudo, en que
la nación parece saborear la enemistad hacia el hombre, y el hombre
paga con igual moneda. y los hombres que están libres de ese cerco,
y han recibido en el vivir, su razonable porción de paz y dicha, son
los únicos hombres que, al captar a la nación, constituyen como fuer-
za armónica, como fluidos convergentes, como unidad en el espíritu
sobre unidad en la tierra, la exclusiva realidad de la nación panameña.
Pueden ser cincuenta mil, doscientos mil, trescientos mil o cuatro-
cientos mil, ante los 803.000 que en 1950 tenía y ante los 890.000
que en 1957 tiene nueska República. Pero ellos, los del Tipo e,
cualquiera sea su número, constituyen hoy la nación de una manera
exclusiva.
NI AUDACIA, NI DESEO DE ORIGINAUDAD...
¡Sí! Ni el Tipo A, ni el Tipo B son la nación, y ella es y está exclu-
sivamente en este último Tipo C que realiza por sí solo, con prescin-
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

deni:a de los otros, sobre la tierra panameña el "plebiscito constan-


te" de que habló Ernesto Renán, ya citado por otro ángulo. Yo sé
que mi teoría será atrevida para muchos, y constituirá para no
pocos un escándalo. Pero advierto que no intento ser audaz ni
original, sino solo presentar la realidad cuya honrada aceptación
es primer requisito indispensable para orientamos y salvamos.
Yo sé que se me dirá, con el afán de destruir mi tesis, tan contraria
a la fácil y a la falsa presentación de una nación panameña'retocada
por la hipérbole: "Esta división de tres tipos diferentes es inexacta
e inepta. Hay elemcntos panameños que no están en ningún tipo.
Por ejemplo -sc seguirá manifestando, siemprc en ataque a mi
tesis-- el mercader que capta a la nación, que debería llevarla en
sí con regocijo porque ha recibido de ella muchos bienes, y que sin
embargo vendería en cualquier momento a esa nación por unos
cuantos centavos, ese mercader no está ubicado en el Tipo A, ni en
el B, ni en el C, de la tesis tripartita. Y el político vernáculo, habili-
doso y 10hrrero, que tiene toda la sutileza espiritual para entender a la
nación, que se ha aprovechado de ella día tras día, y quc a pesar de
todo ello solo contempla a esa nación como instrumento o pedestal
para su propio beneficio, ese político gitano -se expresará igualmen-
te en contra de mi tesis- tampoco puede ser catalogado en ninguno
de los tipos presentados como síntesis del fenómeno relativo a la na-
ción panameña". Pero respondo a esas palabras: El mercader y el
político de inteligencia clara y alma sórdida, deberían figurar en el
Tipo e de los que captan a la nación y la mantienen con agrado. Pero
ellos tienen la deformación moral de quien no sabe agradecer los
favores recibidos, o del hijo que no reacciona frente al amor de un
padre siempre desvelado por ayudarle y protegerle. Por ello tales
especímenes no están en el Tipo C. y por tal deformación se encuen-
tran ellos en el B, o sea en el tipo de los hombres que captan a la
nación porque tienen el talento para aprehenderla plenamente, pero
no mantienen a la nación, no la sientcn con halago, y experimentan
hacia ella antipatía o indiferencia. Yo sé que se expresará también
en otro aspecto de la crítica: "Pero esto de quc hay sercs que no
captan a la nación, y también seres que la captan pero que nunca la
acogen con tenencia cálida, esto pasa en todo el mundo y no tan solo
en nuestro medio, y por tanto no debe preocuparnos". Y yo contes-
to: Lo que suceda en otras latitudes nada resta a la trágica hrravedad
del problema panameño. "Mal de muchos consuelo de tontos",
expresa un sabio refrán que tendría exacta aplicación en la presente
circunstancia. Y, además, cabe aclarar que la cuestión no está en
que aquí, o allá, existan o no existan elementos del Tipo A, o del
Tipo B, que resultan negativos para el todo nacionaL. La cuestión
primordial consiste en si hay o no hay, cn relación con ese todo na-
130
Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

cional, un grande o un pequeño procentaje de unidades humanas de


Tipo A o de Tipo B, que no captan a la nación o que, captándola,
no la aprehenden permanentemente y con afecto. Es asunto, pues,
de números. Cuando esas unidades son escasas, no hay peligro. Ya
medida que el número es mayor, el peligro va aumentando. En
Inglaterra, en Francia, en Italia, en Norteamérica, hay sin duda algu-
nas cuantas unidades que no entienden a la nación o que, luego de
entenderla la contemplan con frialdad o la rechazan con violencia.
Pero esas tales unidades son allá una inmensa minoría, frente a una
vigorosa mayoría de Tipo C vinculada afectivamente a la nación,
consustanciada con ella. Entre nosotros es distinto. Entre nosotros
la notoria mayoría es del Tipo A Y del Tipo B, y allí está, precisa-
mente, nuestra innegable tragedia.
¿POR QUE TODO ELLO ES ASI?
Por qué ello es de esa manera -a pesar de que en algo ha mejo-
rado- después de más de cincuenta años de la nación ser Estado?
Por los siguientes factores:
Algunos de nuestros Gobiernos - no todos nuestros Gobiemos-
no han dado toda su importancia al gran problema nacional, por su
falta de cultura.
Algunos de nuestros Gobiernos -no todos nuestros Gobiemos-
han confundido muchas veces la engañosa y ocasional prosperidad
del Tesoro panameño con una general prosperidad de la colectividad
panameña.
Nuestros Gobiernos -no todos nuestros Gobiernos- han preferi-
do muchas veces lo rápido, lo banal, lo intrascedente, lo fastuoso,
la gran mole impresionante, a lo paciente, silencioso y sustantivo,
que proporciona redención a nuestros hombres y panameños.
Nuestros Gobiernos -no todos nuestros Gobiemos- y también
muchos de nosotros, hemos solido contemplar equivocadamente la
vida de la nación en esta agitación capitalina, con algarabía de tran-
seúntes. que chocan en las aceras, y alboroto de seis mil o más bocinas
en un continuo ejercicio.
Nuestras gentes responsables -todos nosotros entre eIlos- nos
hemos adormecido, de una manera increible, con el arrullo de cier-
tas frases musicales, a cuyo acento halagador hemos soñado con un
destino nacional glorioso y fijo. Una de tales frases -por ejemplo-
es aquella que dijo Simón Bolívar sin querer perjudicamos: "Si el
mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señala~
do para ese august? destino". y otra es la fabricada por nuestra
industria casera: i Panamá, puente del mundo, corazón del univer-
so...!"
131
Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

Y, por último, como la nación está formada solo por el Tipo C,


de hombres que la perciben y la sienten afectivamente, de allí que
los empujes vigorosos, el aporte intelectual, la vigilancia constrictora
hayan dado poco impulso a la acción de los Gobiernos.
TENEMOS QUE HACER NACION A QUIENES
NO SON NACION...
y este último factor -el más trágico de todos- nos da la clave
de lo que está frente a nosotros, en el problema estremecedor de una
nación que es, y no es, - o de una nación que es pero en islotes de
espíritu. Pues quienes somos la nación, tenemos que hacer nación,
a quienes no son nación. Y al expresar esta meta, no precisa ofrecer
aquí recetas determinadas o fórmulas específicas de Gobierno.
La solución de cada aspecto primordial sobre salud, sobre cultura,
sobre progreso económico, sobre equilibrio social, sobre un orden
político y jurídico, sobre todo 10 que levante a todo panameño
a una vida nacional de plenitud sin paréntesis, no cabe en muchas
conferencias. Ni es necesario que quepa. Porque el urgentísimo
deber de quienes contamos con la gracia y con la carga de constituir
hoy nuestra nación, se compendia en lo ya dicho: a los que no son
nación, hay que hacer que sean nación, o que la nación sea dentro
de ellos. Lo cual exige que comencemos pronto a ser honorable-
mente cívicos, y dejemos nuestra práctica común de aprobar las
actuaciones oficiales cuando el Gobierno es amigo nuestro, y de cri-
ticar y desalentar cuando él no es nuestro amigo. En esta situación
que confrontamos sobre el reducido cuadro nacional, no podemos
dedicamos a ese jugar egoísta. Si la nación somos pocos en la uni-
dad y la fuerza, hay que emplear aquella y ésta en empujar -no en
insinuar- a los Gobiernos para que piensen en la nación, y actúen
sin interrupciones en ensanchar la nación dentro del límite físico,
como única garantía de eternidad del Estado. Ello ha de significar
una actitud beligerante a través de los decenios. Los que tenemos
la responsabilidad porque se capte a la nación, y se quiera a la nación,
y ésta sea unidad de hombres de Panamá a Chinquí, desde el Darién
hasta Bocas, no debemos descansar, ni hoy, ni mañana, ni después,
hasta que haya la plena incorporación de todos los panameños en la
nación panameña. Actuar en plan de ir formando más nación, y por
tanto más firmeza del Estado, y dejar como secundario lo que no
sirva a ese plan: este ha de ser el pliego de exigencias ante todos los
Gobiernos. ¡Frente a una ley que no refleje en beneficio de ese
plan, nuestra palabra de alerta! ¡ Frente a la acción guberna-
mental que no se vierta en la nación por anodina y efectista, nues-
tra protesta rotunda! ¡ Frente al gasto innecesario, la repulsa necesa-
ria! ¡Ante el programa nacional del auténtico estadista, el respaldo,
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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sin mezquindad, del ciudadano auténtico! ¡Ante el acto concreto y


unánime! Y ello ha de ser así para que todos, el. empresario y el
obrero, el del campo y la ciudad, el blanco, el negro y el mestizo,
el indígena guaymí y el criollo de Calidonia, reciban en su naciÓn,
y a través de su nación, una cuota sustantiva de paz, y de bienestar
y de cultura, repartida con justicia. La justicia en sí misma es alta-
mente meritoria: pero ella tiene, algunas veces, lo inasequible de las
deidades abstractas. La justicia instalada en la naciÓn, y repartida
con la idea de que todos los hombres son de la naciÓn, y todos tienen
su derecho, es la justicia tangible y de eficacia práctica. Y todo esto
que hay que hacer, debe hacerse sin una tregua si, además de que
queremos afianzar la libertad, la democracia, la convivencia, la cultu-
ra, todo aquello que hemos visto que produce la naciÓn, buscamos
para nosotros y los nuestros una nación amplia y fuerte para un
Estado amplio y fuerte, contra los golpes del destino en lo interior
y lo externo. ¡Hoy, desde ahora! y no desde mañana, porque el desti-
no puede echarsenos encima cualquier día y ~lo mismo que Polonia~
hay que estar listos a esperarIo. Aquello de la "cita con el destino",
es una frase de cartel. El destino jamás acepta citas, ni tampoco las
concede, porque Uega cuando quiere. ¡Que si llega contra nosotros
algún día con intención aviesa y con el ceño adusto y ojalá nunca
llegara!- no tengamos entonces el Tipo A, y el Tipo B, y el Tipo e,
sino un solo hombre panameño, sentado sobre unidad de geografia,
con la unidad de su espíritu. Y entonces a la pregunta "¿Panamá es
una Nación"? podremos contestar concienzudamente, con júbilo
y con orgullo: "Panamá era, en su elemento humano, una naciÓn
de retazos, o una nación parcial y trunca. Panamá ahora es la nación:
¡porque es la nación completa".
16 de diciembre de i 956.

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,J1((D i) IÉ rr ~5l l\ /1,\ (e wÆ Iff I~Z Ir!; (G k,\

'3êit~1jia;~endez/Re,.eira:
lil/il~l~f:o....il'po~i()lico...Y...4.(køión....Prô.~i;tiøa..

Señor Rector de la Universidad de Panamá; Señora de Méndez


Pereira y demás miembros de la familia Méndez; Señores Decanos,
Profesores y estudiantes; Señoras y señores:
Méndez Pereira fue en su vida el equilibrio entre idealismo defi-
nido, de atinada ubicación y fórmulas adecuadas, y la creación tangi-
ble y práctica realizada para el hoy con urgencias palpitantes. Se
pensará probablemente ante estos calificativos al idealismo de Mén-
dez, que intento determinar la posición del panameño dentro de ese
idealism'o filosófico que transita de Platón a San Agustín, de Kant a
Hegel, por dos mil quinientos años, entre variantes complejas. Pero
yo no me refiero al idealismo filosófico. Menciono solo al idealismo
de acepción corriente, que consiste en forjar y aconsejar proyectos
redentores y en señalar, con índice de espíritu, la senda para condu-
cir esos proyectos, y el tiempo de su futuro desarrollo en la nación
o en el mundo. Y si pongo de relieve las condiciones específicas
de Octavio Méndez Pereira en cuanto a planear, y predicar, y fijar
rumbos, es ello así porque a veces -no pocas veces- ese idealismo
soñador, pese a todas sus apariencias imantadas, está lejos de llenar
fines salvadores por deficiencias genéticas.
IDEALISTA S POR COMODIDAD O PASATIEMPO
El urdidor de ideales colectivos corre el peligro de caer en lo que
sería dable definir como una plácida comodidad. Porque el dejar
que la mente vuele para forjar y sugerir lo que deben realizar en el
mañana inmediato las generaciones todavía incipientes, yen el maña-
na mediato las otras generaciones no advenidas, sin que el mismo
guía se obligue a comenzar ahora la obra, por compromiso inexora-
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

ble, con pacto de sudor y sacrificio, suele encerrar en sí mismo cierta


grata facilidad auspiciadora de exageraciones ilímites. Si el apóstol
no lo es de veras; si el ideal que se propugna no es como un des-
garramiento del propio yo personal, que siente en su intimidad las
injusticias, los vacíos, y los errores presentes, hay entonces una hu-
mana tentación para ir alegremente, fantaseando y fantaseando, en
un inacabable delinear de perspectivas utópicas. Más todavía: Puede
ser que, inicialmente, el creador y predicador de los ideales solo diga
lo que brota directa y honestamente de su ser como un clamor impe-
rativo. Pero bien se sabe que en psicología hay los "hábitos moto-
res". y si no existen la vigilante responsabilidad, y el dominio de
sí mismo para el refreno oportuno, con frecuencia la creación de
ideales convierte a algunos idealistas -sin que ellos mismos se perca-
ten~ en engranaje automático para la fábrica de sueños. Y el ideal
cuantitativo y no cualitativo; el que viene de un cómodo ejercicio;
el ideal hábito y fábrica, confunde con su cantidad y densidad, y
desvía dañinamente por los errores de visión encerrados en el fárrago
de proyecciones inconexas.
IDEALIST AS POR VANIDAD
También puede acontecer -y acontece- que el fraguador de los
ideales, además de sentirse cómodo en su faena exenta de fatigas,
experimente halagos de grandeza en su misión apostólica. No es rara
en la condición humana, la fruición por el papel de mesías. No es
extraño que se goce orgullosamente en la actitud de un Moisés que
lleva al pueblo a tierras de promisión, atravesando desiertos. Las
estatuas de los grandes hombres no solo atraen por la figura que
evocan y por el arte que ostentan. Ellas causan una especie de admi-
ración respetuosa porque impresionan como signos de consagración
y permanencia. Y no han faltado los hombres que han comenzado
como sencilos sostenedores de sus ideales precisos, y van luego
perturbándose vanidosamente, y parapetando luego su posición apos~
tólica con nutrida sucesión de improvisaciones quiméricas. Porque
llegan a estimar su propio yo de guiadores como estatuas en forma-
ción que necesitan remate, y en las cuales se advierten ya la cabeza
adivinadora, y los ojos oteadores, en un aseguramiento de la existen-
cia sin término. "i Cherchez la femme!", suelen decir los franceses
cuando los hombres caemos en actuaciones insólitas. " iCherchcz la
vanité!", puede exclamarse algunas veces, cuando los idealistas se
desbordan persistentemente sin atención a fronteras. Y quien
predica ideales por vanidad, como el que los pregona por comodidad,
no apunta casi nunca acertadamente hacia la tierra prometida. Corre
el riesgo de que sucumban sus seguidores, de hambre y sed, entre
idealismos desérticos.
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IDEALISTA S PARA LA DESTRUCCION EXAGERADA


Hay, además, idealistas que en la pasión que los enciende, en el
afán de imponer sus sueños como una norma inequívoca, intentan
prestar relieve a lo que según ellos debe ser, mediante una negación
rotunda de todo lo que hoyes como reunión, aumento, y mejora-
miento de lo que fue en el ayer. Se puede representar a estos apósto-
les con su mano siniestra dirigida hacia el mañana en que radican su
ideario, y con su diestra -la más apta- sobre el mango de enorme
mazo metálico, para convertir en escombros las realidades circundan-
tes. No consideran, no pueden considerar esos críticos integrales, lo
que expresó Alexis Carrel en "La Conducta en la Vida": "El grpo
social incluye no solamente a los vivos, sino también a los muertos:
los muertos que nos rodean con su amor, su previsión, su pensamien-
to, y con frecuencia también con sus errores; los muertos sin cuyas
casas que habitamos, sin cuyos campos que cultivamos, sin cuyos
conocimientos que empleamos, y sin cuyas doctrinas y técnicas, solo
seríamos unos bárbaros". Para esos apóstoles apasionados, es distin-
to. Para ellos la barbarie existe en lo que hicieron y nos legaron
nuestros muertos, y en todo lo que añadimos los de ahora para au-
mentar esa herencia. Para hoy, el apocalipsis. Tras el completo cata-
clismo, vendrá el génesis de sus ideales apostólicos como una aurora
inmortal. Y como el génesis ha de ser abarcador, porque el apocalip-
sis es total, sin que se salven una reputación, un valor, una estructura,
ni un capitel, ni una piedra, entonces el apó~tol se desboca en un co-
nocimiento pedantesco sobre todos los problemas, con rápidas
soluciones absolutas para salvar el povenir. Así el apóstol desorienta.
Así el apóstol engaña.
IDEALISMO Y DEMAGOGIA
Y ello no es todo. Pues en cualquier apostolado hay una lógica
inconformidad, aun cuando no sea ella la total e indeseable inconfor-
midad iconoclasta de que he tratado en estos párrafos. Las elimina-
ciones y las creaciones que sugiere el guía apostólico para los días
del futuro, implican una rebeldía correspondiente a realidades del
hoy. El idealista más sereno y contenido, es un abierto o tácito
rebelde en cuanto a la esfera en que concreta su tarea evangélica.
y siempre en el universo -y especialmente en el de hoy -el alma
colectiva ha estado, y está impregnada por ansias insatisfechas,
vale decir por rebeldías latentes, que han sido, serán, palancas para
el avance sociaL. De allí que la palabra del apóstol, al
llegar hasta
el campo humano pleno de gérmenes rebeldes, gane en tantas ocasio-
nes un premio de simpatías. Si lo que el apóstol pide crear o cance-
lar en el futuro guarda directa relación de aspiraciones con el anhelo
colectivo, desde - las masas rebeldes va brotando, hacia el apóstol
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rebelde, una creciente simpatía que se podría denominar de consan-


guinidad espiritual, en un símil comprensible. Si lo que el apóstol
busca hacer, o transformar, no es de la misma esencia y orden de lo
que sueña la colectividad en el momento preciso, desde las masas
rebeldes hacia el apóstol rebelde aflora una simpatía de menor gra-
do, pero siempre simpatía, que se podría denominar de afinidad espi-
ritual, en la extensión de mi símiL. Y cuando el apóstol que comenzó
con prístinas intenciones de redimir por redimir, advierte esa simpa-
tía, y la saborea golosamente, y capta en ella una gran fuerza -como
lo es- aprovechable en su servicio, en ese apóstol, hasta entonces
puro, puede surgir la tentación de valerse de esa fuerza como asidero
político. No pocos han sucumbido en esa tentación del beneficio
personal político, según relatos biográficos. y apenas viene la caída,
se comienza a preparar artificiosamente nuevos motivos apostólicos
para afinazar y acrecentar el predomino personal surgente. Ya es la
plena demagogia. Y el idealismo auténtico es lealtad: por su esencia,
tiene que ser lealtad. La demagogia es traición, donde surja y como
surja: y de modo particular, si está encubierta por una vieja y respeta-
ble túnica de apóstol.

MENDEZ PEREIRA FUE IDEAUSTA PURO


Méndez Pereira no fue así. No fue idealista por entretenerse
alegremente en echar al espacio los ideales, como los niños que jugue-
tean con las burbujas polícromas. Su idealismo fue secuela de su
conformación espiritual: quizás podría afirmarse que el idealismo le
fue ingénito. Creyó en la cultura, sintió la cuhura, vivió la cultura,
murió pensando en la cultura. Y los ideales que predicó fueron como
frondosas ramazones de esa cultura esencial, participante de su ser,
que se extendían y se extendían en dirección al infinito. Por ello
la vulgar comodidad y placidez de fabricar idealismo, fue en él algo
muy distinto: necesidad, absoluta necesidad de exteriorizar sus idea-
les que presionaban en lo Íntimo. Méndez Pereira silencioso, Mén-
dez Pereira con mordaza, se habría asfixiado espiritualmente, o ha-
bría sentido, con dolor perenne, la trágica deformación de su perso-
nalidad y su vida. Méndez Pereira sin mordaza -como estuvo 6l
todo tiempo- al hablar de sus ideales en la cátedra o la tribuna, en
la academia o el congreso, en Panamá, Bogotá o Lima, ponía en
sus frases, al impulso de esa necesidad inexorable, no solamente
su cerebro sino también su sÍstole y su diástole, sus torrentes arteria-
les, la cordería de sus nervios, como si en él la exposición de ansias
y consejos tuviera los caracteres de una función fisiológica. Y por
no ser, como han sido otros, el alegre y entretenido productor de
ideales en cantidad industrial; por haber circunscrito su misión de
apóstol a solo aquello que era de él, y estaba en él, y amaba él con
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fervor único, de allí que entre sus mensajejs haya una convergencia o
unidad troncal perfectas. De allí también que sus ideales no cunfun-
dan ni desvíen, sino que sean hitos de luz en los caminos panameños.
:NO QUISO APARECER COMO UN MESIANICO
El no buscó ser un mesías; ni quiso ser un Moisés; ni pretendió
ser una estatua erguida frente al horizonte. Y esa ausencia de vani-
dad en su labor apostólica, es una nueva explicación de por qué no
se dedicó como otros, apresuradamente, a la citada fábrica industrial
de ideales, desvinculados de la sustancia de su espíritu. Los escena~
rios habituales de sus reflexiones y sus prédicas --grupos de juventud,
minorías de sHección, profesores y maestros- indican, por su propia
categoría, que él no calculó jamás aparecer ante la gran masa humana
nacional como el' enviado de Dios o el caudilo. Los temas, siempre
restringidos, de sus admoniciones y consejos, más aún que el escena-
rio, son tam.bién indicación de que él estuvo siempre lejos de la
búsqueda de las aureolas mesiánicas. Jamás dio fÓrmulas económi-
cas para aumentar los diferentes ramos de la riqueza nacional, y
conseguir de tal manera, en el futuro, el bienestar mayoritario. Ni
predicó reformas a nuestros métodos fiscales, para tener en el porve-
nir un erario fuerte y próvido. Ni sugirió transformaciones técnicas
en los Órganos o funciones estatales, con la promesa de un mañana
de perfecciones jurídicas. Presentó, sí, a esa cultura que fue su nu~
men y su norte, como base fundamental indispensable para las próxi-
mas conquistas espirituales y morales, y aun de orden material, en
la República y América. Y por ser él esa cultura una matriz eterna
de valores, desprendió de ella, viendo hacia el mañana, su evangelio
de amor y comprensión entre los hombres, arraigo para la naciÓn,
sostén para la libertad, resorte para la vida democrática, y guía
para la juventud en su tránsito y sus éxitos.
Así exclamó tras la primera guerra universal, frente a la Europa
desolada y al espíritu de los hombres intoxicado s por el odio: "Solo
la educación y el conocimiento mutuo, que crean la simpatía y el
amor, pueden hacer el milagro de establecer la paz entre los hom-
bres" .

Así dijo en "Panamá, País y Nación de Tránsito": "Pocos países


como el nuestro necesitan mantener encendido en la escuela un eleva-
do y noble ideal de cultura, endilgado a formar la conciencia de los
intereses y valores permanentes de la nacionalidad y de los bienes
comunes de la humanidad: l.engua, religión, ciencia, arte y literatu-
ra".
y expresó el siete de noviembre de mil novecientos treinta y
cinco, pensando en la personalidad y la libertad como esencias nacio-
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nales: "En las naciones débiles y pequeñas como la nuestra, sobre


las cuales se ciernen los nubarrones del imperialismo, cultura general,
ciencia e investigación significan, más que en ninguna otra, autono-
mía, personalidad, y libertad efectiva".
y advirtió a los universitarios que se graduaban en mil novecien-
tos cincuenta y cuatro, refiriéndose a cómo debe ser la juventud
arada de la cultura: " iUnajuventud que no esté minada por pasión
crítica destructiva y negativa, ni por sometimiento servil a las dicta-
duras que envilecen; una juventud que está unida para crear, no para
destruir; para avanzar y renovarse, no para sentarse en el camino y
renunciar a la lucha; con la frente alta y el corazÓn más alto hacia el
porvenir; no con la cabeza inclinada por el peso de los yugos o la
nostalgia de las cadenas; una juventud, en fin, que tenga el impulso
hacia arriba, desde donde se ven amplios los caminos de la libertad
y, con ella, los del derecho y el deber y la justicia!".
NO FUE UN DESTRUcrOR POR METODO
Si no fue apóstol por vanidad, o distracción agradable, tampoco
se dedicó a arremeter con su verbo contra todo lo existente, para
dar así mayor motivo y énfasis a sus planes del futuro. Seguramente
él estimaba, con el investigador y pensador de Europa, que, desgra-
ciadamente, "los medios de destrucción son muchos más numerosos
que los medios para ayudar a la vida". Y atacó sin vacilaciones
lo que, en su honrado juzgamiento, no era idóneo para auxiliar a la
vida. Pero también exaltó justicieramente lo que, en el cuadro
nacional, significaba para él un aporte de algún orden a nuestras
fuerzas vitales. En mil novecientos quince, recién llegado de Chile,
decía así sobre nuestra educación, sin mezquinos regateos: "Un
país que se ha mostrado capaz de levantar su educación en el breve
espacio de doce años, hasta el florecimiento actual, no puede ser
acusado de retrógrado". En mil novecientos veinticuatro cuando, ya
de Secretario de Instrucción Pública, envió a la Cámara Legislativa su
primera Memoria sobre el Ramo, insistió en esa actitud noble y ecuá~
nime de aceptar lo beneficioso realizado por los demás hasta enton-
ces, para proporcionar consejos luminosos sobre lo que era necesario
cancelar, o levantar, en el futuro educativo. Así fue en todo. Y lo
fue, inclusive, cuando luego, al referirse a la nación que él soñaba
sustentar sobre sillares de cultura, en vez de lanzarse, piqueta en
mano, contra lo afirmativamente nacional que los demás acumularon,
soltaba estas expresiones de valorización equitativa:
'Si vivimos en
la etapa de los errores o las vacilaciones ~ ¡quién no los tiene !~. yatra-
vesamos momentos de crisis, hemos dado ejemplo de que no hemos
perdido nuestra fisonopiía propia, ni el poder de resistencia, ni el
sentido de cohesión nacional, ni la conciencia de nuestro destino en
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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el porvenir". Y es que él tenía una doble fe. Tenía una fe profunda


en sus ideales. Y abrigaba también la fe en que ellos se impondrían
en el país por su virtud intrínseca. Sabía él, con modesta convicción,
que su antorcha de pensador se mantendría siempre encendida, des-
pejando las cerrazones de los años, sin la necesidad de levantada so-
bre montones de escombros.
NO FUE APOSTOL PARA GANAR SIMPATIAS
Yo ignoro si Méndez Pereira aspiró al poder supremo. Pero,
de todas maneras, ni cuando fundó un núcleo político, ni cuando su
permanencia en el Gobicrno lo vinculó directa o indirectamente a
los afanes políticos, jamás puso en sus ideales ingredientes destina-
dos a cautivar multitudes. Si yo sé, como ya he dicho, que los
apóstoles, por ser rebeldes, despiertan la simpatía de numerosos
rebeldes, con mucha mayor razón lo sabía él con su cerebro pene~
trantc. Pero nunca insufló su prédica de rebeldías intencional es para
afianzar, extender, o aumentar la simpatía popular. En la entraña
de nuestros pueblos aún se guarda -consciente o incoscientemente-
una porción de la vieja herencia del diez y ocho, de la libertad como
fórmula exclusiva de redención para los hombres. Por ello la sabida
exclamación de acento desesperado: "iOh santa libertad: cuántos
crímenes se cometen en tu nombre!" Por ello dijo Marañón en un
ensayo: "Vivimos todavía la etapa de los derechos, pero no de los
deberes. Exaltamos la libertad, y nunca la obligación correspondien-
te". Pero Méndez Pereira no fue de los apóstoles que, saliéndose
de su centro, se lanzan a la prédica sonora de la libertad sin contra-
peso, para señuelo de intonsos. El, al contrario, dijo corajudamente,
con la tácita renuncia a los aplausos fáciles: "El clima de toda acti-
tud dirigente es también la responsabilidad, sin cuya conciencia la
libertad se puede convertir en espada de dos filos o en patente de
corso para fabricar reductos o torres egoístas y petulantes". Un
hombre que hablaba así, no podía ser jamás el apóstol disminuido
a demagogo. La demagogia esboza siempre paraísos inefables donde
no hay responsabildad, pues no hay en ellos preocupación ni sufri-
miento.
Porque nunca, en la conexión de su bagaje espiritual con sus
mensajes apostólicos, se separó del apotegma de Emerson según el
cual "nuestros sueños son consecuencia de aquello que conocemos
en estado' de vigilia"; y porque su prédica le venía de adentro, como
un impulso inevitable y un fuego inextinguible, su estilo -palabra y
pluma- palpitaba y se encendía, con variante intcnsidad, en admira-
ble relación con los motivos de su plática. Expresión verbal e idea,
formaban en Méndez Pcreira unidad inseparable. Y al evocar al
Maestro en esta noche de recuerdos, aquella unidad tan suya -de
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2007

pensamiento y período- viene a nosotros, está entre todos nosotros,


con milagrosa presencia. No es extraño que lo esté. Continuará
estándolo en el tiempo....
OBRA CREADORA Y MEDIO NACIONAL
Pero ya dije, al comenzar, que Octavio Méndez Pereira constituyó
el equilibrio entre el que señala a los otros rumbos para hacer maña-
na, y el hacedor del presente. Y yo fui exacto. Porque ese evangelis-
ta fervoroso de los grandes valores del espíritu, contituyó un dína-
mo para la acción del momento, con el mérito excepcional de que
esa actitud creadora surgió, y se mantuvo en él, a pesar de que en
el medio nacional no hay toda la inspiración, o el acicate, o el tónico,
para la forja permanente de construcciones inmediatas y de que, por
lo común, los hombres -guías ven solo el hoy como un tránsito
fugaz hacia el futuro a donde avientan sus sueños.
y me explicaré sobre esa quizás parcial pero enervante ausencia
de un ambiente colectivo inspirador para el hacer empeñoso. Y es
que aquí, en nuestra nación, si se va con la corriente y no contra
ella, con el hábito dejos más -no hablo del hábito de todos~ y no
contra él, la postura natural conduce a realizar siempre lo mínimo,
con un mínimo de preocupaciones y jadeos. No procedemos en
exacta violación de la sentencia "no dejemos para mañana lo que
podemos hacer hoy". Pero hacemos hoy muy poco. Y también
muy poco mañana. Y lo mismo al día siguiente. Y tenemos todavía,
en muchas unidades nacionales, algo o bastante del musulmán
que se instala resignadamente, o gratamente, en la puerta de su hogar,
a ver pasar el destino.
Hay miles de hombres panameños cuya rutinaria producción no
va nunca más allá de la propia subsistencia. Porque su anemia y su
malaria, la ignorancia y la deficiencia de carácter tráfico, los inhibe
-sin su culpa- para ambiciones bullentes y producciones intensas.

Hay hombres bien equipados para la empresa industrial o mercan-


til que se reducen a actividades diminutas. Porque ignoran el goce
varonil de dar un salto sobre vallas rutinaras. O porque temen impo-
nerse a la quizás relativa realidad de que la generosidad del panameño
se contradice a veces de manera extraña: mano abierta y fraternal pa-
ra aquel que no vence a la miseria; gara cerrada, de enemigo, para
quien doma a la miseria tras silenciosas jornadas de sacrificios herói-
coso

Somos muchos los profesionales del bufete, de la clínica, de los


laboratorios o los planos, que reducimos la tarea al horario inal-
terable. Sin que la lámpara nocturna, la cabeza que se inclina pensa-

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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

tivamente, y el cuaderno en un trance de preñez sobre la mesa casera,


converjan a la creación trascedental para el acervo panameño.
Son no pocos los que podrían dar, por su aptitud, una importan-
te cuota de creación en las letras o en el arte. Y se reducen a decir:
"Estoy pensando en un ensayo". O "quiero escribir ese poema".
O "proyecto un óleo simbólico". Y nunca echan a la luz ni ensayo,
ni óleo, ni poema. Pues se aplastan con la indiferencia general para
las obras artísticas. Sin saborear el goce inigualable que la creación
proporciona, aunque la gloria exterior venga tardía como lo dijo
Víctor Hugo: "La gloria es el sol de los muertos.."
y ha sabido, y hay todavía, no pocas figuras públicas que, al
llegar a los cargos nacionales, circunscriben sus servicios a meneste-
res de fórmula. Pues dictan oficios en profusión sobre motivos
baladíes; asisten con puntualidad a todas las ceremonias, y reciben
visitas y más visitas, so pretexto de amplitudes democráticas. Pero
ahí detienen su hacer, que no es hacer de alumbramiento. Y rehuyen
las construcciones efectivas, rápidas sin precipitaciones, abarcadoras
sin desvíos, que surgen como vigencia permanente, y dejan árboles y
frutos, y cubren la ávida tierra nuestra como conquistas rematadas,
y hacen correr a la naciÓn hacia adelante y hacia arriba, sin consultar
el calendario y al reloj, con esa alta y continua fiebre saludable que
enciende, para la creación, a los grandes estadistas constructores.
LA GRAN TAREA BIBLIOGRAFICA
Octavio Mcndez Pereira -lo prueba su obra visible- no se plegó
en nihgún instante a la abstención infecunda. Comprendió que esa
abstención de los demás, obliga al panameño constructor a triple
actividad compensadora: A crear en la medida razonable de todo
hombre laborioso. A crear de modo generosamente adicional para
ofrecer, siquiera en parte, la cuota de quienes nada brindan al país
como tarea de creaciÓn. Y a crear por la dedicación a proporcionar
salvadora idoneidad, mediante alza de niveles, a aquella sección
humana que no crea por falta de vitalidad para los ímpetus creado-
res. Tomó, de mozo, pala y azadÓn. Y los dejó solo en la hora en
que su mano se abrió pálida por los rigores de la muerte.
Escribió y publicÓ, como obras vivas que cito sin engarce de
materias y sin orden cronológico, sus ensayos sobre Bolívar; sobre
Dante; sobre Lconardo de Vinci; su Gramática Elemental; sus Ele-
mentos de Educación Cívica; sus Memorias de Educación Pública;
su Cervantes y el Quijote ApÓcrifo; sus Fuerzas de Unificación;
sus Emociones y Evocaciones; su Hi~toria de la Educación Pública
en Panamá, su Historia de la Literatura Española; su Historia de
Iberoamérica. El estimaba que era hacer para la patria el agrandar,
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a sus justas proporciones de símbolos o columnas nacionales, a las


figuras panameñas escondidas en los recodos del pretérito. Lo sé
porque, siendo yo mozo incipiente, me llamó -para mi asombro por
ese escogimiento repentino- a su despacho de Educación Pública,
para que me fuese a Colombia, a hurgar en los archivos bogotanos
el pensamiento y la labor política de don Pablo Arosemena. Yo no
pude aceptar -motivos íntimos- la estimulante oferta del compa-
triota que ya era, en relación conmigo, una cumbrera nacional frente
a un retazo de valle. Y nació, desde entonces, entre los dos, una
amistad que sigue aún siendo para mí una lámpara votiva en la cual,
con mi propia mano, vierto mi aceite para que ella constituya ahora
una humilde contribución en su tumba iluminada. Pero lo impor-
tante es que, entonces, me dijo él como razón de su propuesta:
"La nación, para serio, necesita urgentemente la veneración general
a sus valores representativos. Y precisa que traigamos a la superficie
estos valores". Ello explica por qué Octavio Méndez Pereira exaltó,
con párrafos definitivos, a don Manuel J osé Hurtado en su prestan-
cia de maestro insigne. Por qué, en su acción creadora permanente,
rescató a Justo Arosemena de la admiración imprecisa y vacilante
que le envolvía confusamente, para alumbrar con luz de inmortali-
dad la magnificiencia de sus méritos. Y por qué, en el Tesoro del
Dabaibe, fue trayéndonos, por las cuestas de la Historia, agarrados
de la mano en su pasión amorosa, a Vasco Núñez de Balboa ya Ana-
yansi, como síntesis de dos corrientes sanguíneas. Y en esas obras
-en toda su obra bibliográfica- producía Méndez Pereira con una
ilusión fresca y renovada, sin detenerse a examinar dubitativamente,
al pasar de un libro a otro, si el país le había hecho ya, o le haría
después, el merecido pago de laureles.
BL RECTOR Y EL SECRETARIO
Como Rector del Instituto Nacional, su actuar prolífico fue
igual al de Dexter y Moscote, en la difusión intelectual y en la mejora
material, en las disciplinas pedagógicas, y en la amorosa y detallada
vigilancia de ave mayor para el cuidado del nido. Como Scretario
de Instrucción Pública, forjó planes y programas; dividió atinadamen~
te la enseñanza elemental en la rural y urbana; celebró conferencias
de Inspectores; adoptó textos escolares; dio existencia al "Día del
Libro"; levantó casas para escuelas; aumentó notablemente la matrí-
cula escolar y el número de profesores y maestros; hizo subir el
presupuesto para la cultura nacional a porcentaje extraordinario;
y, como él mismo lo declaró con expresión exacta, los rumbos que
impartió a la educación "no fueron solo de conocimientos, sino
también de adquisición de aptitudes". El hombre de acción intrépi-
da rompió entonces la tradición de mantener, en las despendencias
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oficiales, subalternos anquilosados que se amparan en su vieja perma-


nencia, como en una alegación de prescripción adquisitiva. La intre-
pidez buscó a la intrepidez para la colaboración en el servicio. Y al
seleccionar, para su ayuda, a funcionarios ágiles, que supieran produ-
cir al ritmo a que él producía, siguió anticipadamente el apotegma
feliz que Pierre Méndes- France insertó recientemente en sus reflexio-
nes de político: "Gobernar, es escoger".
BRAZO Y ALMA DE LA UNIVERSIDAD
Mas la creación de sus creaciones, fue la Universidad. Se le
enfrentó, en masa ululante, el consorcio de inútiles o egoistas que
temen a la cultura porque ella es encumbramiento y también despla-
zamiento. Y los cambió. ¡y los venció!. Contó apenas con anuali-
dades de veinte mil balboas -no podía ser suma mayor en ese mil
novecientos treinta y cinco de Presupuesto reducido- y repitió el
milagro biblico de la multiplicación de los panes. No tenía suficien-
tes profesores panameños. Y trajo, yo no sé cómo, una pléyade
valiosa de catedráticos foráneos. Echó a andar la Facultad de Dere-
cho y Ciencias Políticas; la de Ciencias Sociales y Economía; la de
Filosofía, Letras y Educación; la de Ciencias Naturales; la de Ingenie-
ría y Agricultura; supliendo el oro que le faltaba con el hierro de la
voluntad que poseía. Trazó, con J .D. Moscote, planes de estudios
y programas cuyas líneas esenciales todavía perduran. Encontró
que la Universidad padecía de asfixia física en la estrechez del Ins-
tituto. Y concibió, con su locura fértil, la ciudad universitaria que
muchos denominaron "Fantasías de Méndez Pereira", con esa eterna
ironía despreciativa de la mediocridad que no sabe hacer, frente a la
superioridad que sabe y puede. Solicitando con virtuosa terquedad,
tocando puertas y empujándolas si se negaban a abrirlas, fue consi.
guiendo los medios económicos para acoplar en este sitio edificios
de estudios y administración, bibliotecas y laboratorios, muebles y
vías, sin que nada se esquivase a ese portento de producciones
taumatúrgicas. Si dio cuerpo material a la Universidad de Panamá,
comprendió bien que ella no podía ser solo construcción, ni fríos
programas académicos. E impulsó la ebullción; la difusión por
ondas de amplitud creciente; la discusión atrevida de doctrinas, y el
ahondamiento de problemas. Se percató de que la Universidad
requiere, en lo espiritual, un engarce sistemático de variedad de obje-
tos específicos. y se consagró -léase a Alfredo Castilero C., brilan-
te joven maduro, en su jugoso ensayo sobre el tema~ a encauzar a la
Universidad de Panamá hacia fines particulares convergentes, diri-
gidos a esa misión total que cumplen las universidades auténticas.
Pero no quedó satisfecho. Porque no se satisfacía nunca en
hacer para la Universidad, o sea hacer para la República. Ideó la
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Escuela de Medicina. Volvieron los retardatorios a entretejer sus


alambradas de temores y prejuicios. Expresó Méndez Pereira textual-
mente en su discurso inaugural de aquella Escuela: " ¡Yo dije que se
abriría de todos modos!" Y se abrió, de todos modos, nuestra Escue-
la para médicos. Y sigue ella abierta y próspera, con la continua-
ción indeclinable de los impulsos vitales que le infundió Méndez
Pereira, como seguirán del mismo modo, por la virtud de esos impul-
sos, todas nuestras Facultades y nuestra Universidad de Panamá en
su unidad espiritual, moral y física, como almácigo de cultura supe-
rior y torreón de vigilancia. Porque es característica de los creadores
verdaderos que el aliento con que ellos crean siga después, por su
vigor inicial, vivificando su creación, para su idoneidad y su vigencia
eternas.
En él golpeaba la verdad de que el hombre "es homo faber, por-
que es homo sapiens". En él había el acicate de su propia creencia
-expresada al referirse a la potencia creadora de la América del Nor-
te- de que "no es la vida la que se hace por el pensamiento, sino el
pensamiento el que debe adaptarse a la vida". Si en esa doble tarea
continúa como apóstol y creador -tarea de vida y pensamiento- su-
frió injurias y traiciones, nunca guardó rencores ni ejerció venganzas,
no solamente porque en su alma, llena hasta el borde de bondad, no
había espacio para el mal, sino también porque no tenía tiempo para
odiar y realizar represalias quien se absorbió con vocación en la múl-
tiple tarea conjunta del pensamiento y la vida. Prefería beneficiar
a la juventud y a la República con el mensaje y la acción, que mante-
nerse en actitud guerrera frente a calumnias y acechanzas. Prefería
allanar pacientemente el promontorio de interpretaciones malignas,
a abrir zanjones de rencor para hundir a los adversarios. Yo estuve
no pocas veces junto a él cuando, al recibir el golpe traicionero,
se encrespaba y se agitaba, por ser él también de carne humana para
tornar inmediatamente, como si nada hubiese acontecido, a la sereni-
dad augusta de su ideal y al ritmo rápido de sus obras prácticas.
Yo lo ví proyectando y construyendo, en horas de desajustes genera-
les y contratiempos tormentosos, confiado y animoso como siempre,
como si tuviese la persuasión de que las. aguas tornan siempre a su
nivel y vuelven a aparecer, tras la tragedia, los árboles que se planta-
ron esforzadamente, hundiendo bien las raíces, y las torres que se
levantaron sabiamente sobre una base granítica. Y también lo pude
ver cuando se fue un día de Panamá con su troja de ambiciones, por
creciente constreñimiento de la política vernáculo; y regresó, ya
canceladas las circunstancias adversas; y no se limitó, en ese retorno,
a expresar en la Universidad el "como decíamos ayer" del episodio
clásico, para exclamar con su actitud de estoico e invencible, "como
decíamos, y como hacíamos ayer", y seguir diciendo y haciendo...
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EL ESPIRITU y LA MUERTE
Una tarde del cincuenta y dos, en su casa del Valle de Antón,
a la sombra de un pomarrosa secular que se extendía sobre el
pequeño huerto, platicábamos él y yo, como tantas otras veces, so-
bre cosas nobles. Me refirió, en ese diálogo, que él tenía la costum-
bre de levantarse en plena noche, cuando en sus ratos de desvelo le
irrumpía la fórmula de realización para una obras material, o alguna
idea vertebral para su próximo discurso, y se iba apresuradamente
hacia su mesa de trabajo para trazar una síntesis, y retornar a su le-
cho. El no sabía, ni presentía, en la noche de agosto trece de mil
novecientos cincuenta y cuatro, que al día siguiente -el sábado en la
mañana~ vendría la muerte para cortar de súbito su cadena de accio-
nes y pensamientos. Y me parece posible que, si se buscan en los
últimos manuscritos de Octavio Méndez Pereira, se encuentre, entre
aquellos papeles resguardados por manos femeninas amorosas, alguna
hoja sobre la cual ~en esa última noche del viernes trece~ hubiese él
esbozado a lápiz, con su invariable letra grande y clara, una doble
anotación para una sentencia o parábola, y para una urgente mejora
física en alguna de las secciones del Centro universitario. Esa pos-
trera cuartila, de tenerla aquí entre nosotros, sería, en sí misma, el
más cabal y elocuente símbolo de lo que fue Méndez Pereira en su
vivir, como apóstol y como forjador de creaciones inmediatas. A
falta de esa página sugestiva, valga, pues, ante vosotros mi disertación
sobre aquella equilbrada y asombrosa actividad que hubo en el hom-
bre superior y múltiple. Ha existido exclusivamente el mérito de mi
sinceridad, de una profunda y afectuosa sinceridad, al deciros lo que
he dicho de Octavio Méndez PereIra. Pero .expresó el fiósofo del
Norte: " ¡La palabra sincera, jamás fue del todo perdida!"
12 de Agosto de 1960.

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Co;m"omùo

-DISCURSO EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE


DON MANUEL AMADOR-

Hnorable Presidente del Consejo Municipal; Honorables


Munícipes; Distinguidos Miembros dc la familia Amador;
Señores:
Celébrase hoy el centenario del .natalicio de don Manuel E.
Amador, un panameño prcclaro, de concepciones felices y cjecucio-
ncs adecuadas, quien, plasmando cn las interioridades de su espíritu
y luego sobre una hoja de papel un magnífico símbolo dicente, nos
entregó, con intención de etermidad, la bandera de la República.
Tener aquí presente ahora, en el recuerdo admirativo, a don
Manuel Amador, es tener, por asociación clara y directa, a su crea-
ción majestuosa, o sea al emblema. Y el afianzar ahora en nuestras
mentes la realidad, las formas, los colores de la enseña, es la manera
natural y podría decirse lógica, de rendir nuestro tribuno al hacedor
maritísimo. y por ello, precisamente, yo quiero decir aquí ahora,
en esta Casa Municipal ya prestigiada por la Historia, que ese legado
que nos dio el ínclito Amador a los impulsos de inspiraciÓn trascc~
den te, no debe seguir sicndo únicamente, como lo ha sido hasta aho-
ra de una manera general, elemento rutinario del desfie estudiantil;
ornamento de fachada en el edificio nacional; prenda que va con la
alegre cabalgata como elemento tradicional, vistosamente colorido,
en los festejos colectivos. La enseña de nuestra patria puede ser,
y ello se explica, acostumbrada nota de alegría o forma de solemni-
dad indispensable para los actos oficiales.
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UN SENTIDO HALAGADOR DE NUESTRO EMBLEMA


Pero la bandera de la patria no fue ideada por don Manuel
Amador, el muy venerado artífice, especialmente para esos menes-
teres restringidos en que se hace necesario una nota de gravedad o
un toque de lo risueño. Esa enseña nacional, con sus cuatro cuadri-
láteros y sus estrellas en azul y rojo, se identifica con la patria.
La bandera va pasando por los espacios de la patria. Pero, ante
todo, la patria está en esa bandera en la forma de una síntesis. Y
por ser ello de tal suerte, debo expresar esta noche que la patria
es halago y atractivo. Pero es también, y especialmente, compromi-
so cívico. La patria es el privilegio de poseer nuestro huerto y de
andar cotidianamente por las veredas preferidas. Y de abrir nuestro
suelo promisor con la ilusión de la cosecha. Y de ver, agradablemen-
te, cómo corren las aguas espumantes por el riachuelo cercano a la
heredad centenaria. Y de amar apasionadamente a la mujer prefe-
rida en la ciudad o el caserío lugareño. Y de ver amorosamente, con
unos ojos de emoción, cómo va creciendo el hijo a la manera de la
espiga recta. Y de tararear la canción vieja cuyos ecos se van perdien-
do por nuestros ámbitos dilectos. Y de contemplar al árbol secular
con cuyas ramas fue fabricada nuestra cuna. Y de observar también
al otro árbol aquel, surgente apenas, que ofrecerá un día la madera
para formar la cruz como un signo piadoso en nuestra tumba. Pero
esto es lo sentimiental y lo sencilo que hay en la patria representada
en la bandera de don Manuel Amador, el panameño augusto. Esta
cs la patria de querencia tierna que cantó Ricardo Miró en aquellos
sus pcrennes aIcjandrinos nostálgicos.
LA PATRIA: IMPERATIVO CIVICO
junto a esa patria delicada, y podría decirse sedante, o más
bien quizás llamarse suave, existe el complemento inexorable de
la patria dura o recia que neccsita y que reclama. Y cuando flamea
frente a nosotros la bandera que Amador nos entregó con una racha
de inspiración que movió espíritu y mano, no está cn ella solamente
la generosa patria fácil sino también, en unidad, la que exige con
exigencia perentoria. La patria da, pero ella pide, Y no ello en un
sistema mercantil de trueque sórdido. Sino, por razón muy explica-
ble, de compensaciones justicieras que podrían simplificarse en esta
fórmula; "iPara seguir dándote mi vida, yo, esta tu patria en que
naciste, necesito imprescindiblemente que tú alientes y fortifiques
a esa vida!". Y este último mensaje del emblema de Amador, que
nos vienc entre los pliegues y el ondear de nuestro lienzo desde hace
más de seis decenios, e~ e! l:ue en nutridas ocasiones no hemos sabi-
do recibir, o no hemos querido recibir, esquivándonos y escurrién-
donos con gitanadas frecuentes.
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La patria es suelo. Pero ante todo es hombres que moran sobre


la costra de ese suelo. Es decir, que la patria es materia física, pero
ante todo es espíritu. Y la actitud, más la aptitud, del espíritu de
esos hijos de la patria, es lo que ofrece a ella su decoro; su prestigio;
su progreso; su seguridad para evitar sacudimientos y caos, en cance-
laciones abruptas. Y esto es lo que no hemos entendido, o no desea-
mos entender, o no podemos entender aún, los no pocos que conta-
mos solo con la patria como elemento que nos fue donado para re-
creos y prebendas. En los primeros tiempos de República, había
más comprensión de la verdad que es esa patria. Pero después, salvo
en el caso de varones nobles y de lapsos gratos que se deben men-
cionar con honradez categórica, el recibir y el no entregar, el apro-
piarnos del goce con exclusión del sacrificio, han sido calladamente,
para muchos, nuestro lema acomodaticio y nuestro porte funesto.

AUSENCIA DE PLAN AUTENTICO

Pese a la preparación intelectual de no pocas unidades paname-


ñas, raras veces nos hemos trazado un plan gubernamental abarca~
dor, con un sistema de prioridades adecuadas que vayan desde el
problema de más urgencia al que se puede postergar temporalmen-
te. Un plan que vaya recorrendo intensamente de la ciudad a las
aldeas. Un plan que sea preocupación en lo atinente a la salud del
labrador y al mismo tiempo, al bienestar completo del obrero en
las empresas de la industria. Un plan que corra sin ninguna intermi-
tencia desde el relleno de la charca donde amenazan los insectos
mensajeros de enfermedades trasmisibles, al sistema de regadío que
infunda fertilidad, y dé el milagro de la siembra en pardas regiones
secas. No hemos hecho labor para los más. Hemos tenido una cazu-
rra y egoísta reducción de números. No ha sido ello nota permanen-
te. Pero sí ha sido, y bien se sabe, de una creciente frecuencia
en la escuela, por ejemplo -y yo he sido Ministro de este ramo, y
yo soy de los culpables- no hemos querido damos cuenta de que la
Educación es unidad eslabonada que parte severamente desde las
aulas campesinas. Y de que sigue rigurosamente con una rígida y
metódica enseñanza secundaria. Y se enlaza, armónicamente, con
la Universidad, en que a lo especial de la profesión se adicionan,
desde el humanismo progresivamente acumulado en los años de ante-
rior aprendizaje, a la esmerada investigación nutricia de nuestro
acervo cultural istmeño. He conocido, por rareza, en nuestros
montes, algunos mozos con la práctica preparación indispensable
para bregar victoriosamente por la vida. He tenido en la Universi-
dad alumnos sobresalientes que son hoy prez de la República. Pero
afirmo que, muchas veces, quienes se hallan en capacidad de reali-
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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zarlo, o podemos, como yo, proporcionar siquiera su modesto


aporte para esa realización, no hemos fraguado aún totalmente
en las escuelas nacionales al hombre en su plenitud, con la concien-
cia de su ser moral y su intangible dignidad, armado intelectualmen-
te y con un sentido real para luchar en la exisJencia y ser aporte
de creaciones redentoras, en vez de un desesperado, amargado y
cabizbajo en su derrota y desaliento, frente a un muro de imposi-
bles. Lo que digo no es una crítica a todo lo que se ha hecho en el
pretérito. Lo que digo es la visión de mis ojos y mi espíritu retros-
pectivamente radicados sobre sección no pequeña en la extensión
de lo que ha sido. Y he citado a la educación como un ejemplo,
a manera de demostración de que hemos sido fragmentarios en la
vida pública. Porque lanzamos a lo angular es evitar el esfuerzo.
E ir a retazos significa o incapacidad, o irresponsabilidad y pereza.
Con una exagerada profusión de diplomas, y de fotografías sobre
actos oficiales, disimulamos nuestra abulia frente a la obligación del
actuar totalmente abarcador en beneficio público. Pero ni diplomas
ni fotografías son en sí mismos, o por sí, exclusivamente, aportes
a la patria panameña. Y ni en los unos ni en las otras hay un real
homenaje a la bandera.
EL DERROCHE

De mil novecientos tres hasta el presente presupuesto nacional


ha sumado bastante más de mil milones de balboas. Y con el acervo
económico de entidades estatales autónomas o semi-autónomas,
el citado presupuesto asciende casi exactamente a dos mil milones
líquidos. ¿Qué se hicieron los dos mil milones repartidos con
desgreño, cuando no ha sido con malicia? ¿Se ha construido para el
país, se ha adelantado para este país, entre mano de obra y material
y en los servicios públicos de resultados apreciables, lo concerniente
a esa suma? No pocas veces las entradas correspondientes al erario
público han sido manejadas con pulcritud absoluta y con felices
aciertos. Más, pese a tales paréntesis habidos, de limpieza moral y
de creación fecunda, yo expreso ante vosotros con vehemencia:
Cuando pasa frente a nosotros la bandera que creó Manuel Amador
con un impulso genial, no sigamos imaginando que ella nos dice cari-
ñosamente: "¡Qué amor y qué gratitud siente para vosotros la patria
que simbolizo!" Acercándonos a la realidad cruda y honesta, pense-
mos que la bandera nos expresa sin rodeos, con el ondear de su lien-
zo: "La patria ha sido defraudada. ¡y yo lo expreso a nombre,
de ella, por ser su síntesis y símbolo! Y como símbolo y síntesis
os pregunto, ¡panameños!, si ese derroche, ya consciente o inconscien-
te, continuará como método!" Sí. Eso diría nuestra bandera en
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severa interrogación y no con desbordes amables. No. No interpre-


temos habilidosamente su decir para nosotros de una manera distin-
ta.
LOS PARTIDOS POLITICOS
Ya he expresado, y es bien sabido, que la patria no es solo suelo
sino también, y sobre todo, reunión de hombres asentados en sus pre-
dios. Tales hombres constituyen la gran familia de la patria. Y en
la familia de la patria es imposible, humanamente, que existan uni-
dad de pensamiento y sentimiento en lo social, en lo económico y
político. Las diferentes inclinaciones sobre fórmulas gubernamenta-
les para una patria dichosa, conducen a la creación espontánea y
necesaria de los partidos nacionales, pues, siempre hay una diferen-
cia: Los distintos programas como método para actuar desde el
Gobierno en mayor beneficio de la patria, y hay también, al mismo
tiempo, por razón lógica, una común vinculación pese a tales norma-
les diferencias: El anhelo de cada núcleo en el acierto de gobernar
con su programa propio para que esa patria, muy amada, sea l más
feliz y más próspera. Pero no habían pasado muchos años desde
el surgir de la República cuando ya nuestros partidos comenzaron
a iniciar combinaciones con intereses equívocos. y vinieron enton-
ces los partidos nuevos. Y se juntaron unos y otros por convenien-
cias del momento. Y hubo lapsos de separaciones y rupturas por
razones secundarias. Y vinieron los juegos y rejuegos, hasta el punto
de que ya hemos alcanzado, con el tiempo, más o menos a una do-
cena de partidos en la política vernácula, cada cual con un nombre
llama.tvo, cada uno con sus dueños, cada uno con una sigla debida-
mente estudiada para imprimida en la memoria pública como una
hábil propaganda. Esos partidos políticos -me refiero a muchos
de esos que se han venido acumulando, multiplicando y transfor-
mando de manera rápida en unos cuantos decenios- raras veces
han tenido algún ideal, algún destello de espíritu, algún motivo
de separaciÓn en un anhelo especial relacionado con el bien de la
República. Esos partidos han sido. frecuentemente. como una
agrupación de beneficios mutuos o, más aún, como una sociedad
anónima de simples fines lucrativos. Y salvo algunas excepciones,
entre los cuadros que ellos forman para las
luchas transitorias el
factor aglutinante ha sido siempre un candidato presidencial, sea
él quien sea, cuyos resortes pasajeros hagan propicio el lograr a toda
costa las ven tajas que se obtienen en las cumbres públicas.

PATRIA HECHA HIPODROMO


Un pcnsador francés contemporáneo, profesor hoy de Ciencia
Política cn la Universidad de París, expresa en reciente libro sus-
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tancial que esos partidos de estas tierras, y de parte de Asia y de


Africa, no han salido todavía de lo sombrío de la Prehistoria. Pero
yo creo que los partidos panameños sí han salido de la torpeza pre-
histórica. Ellos han sido -no digo todos- unas cómodas y bien
dotadas asociaciones de elementos perspicaces que forman combi-
naciones entre sí, para enfrentarse astutamente a similares combi-
naciones adversas. Cada conjunto, -ya lo he dicho en otra frase-
ensaya por lo común llegar hasta la victoria sin una idea fundamen-
tal relacionada con la patria. Ha habido en esos partidos de tipo
personalista, atomizados más y más según cada conveniencia, la
creencia más o menos arraigada en no muy pocos de que la polí-
tica es el arte de triunfar, y de que quien anda en tal empeño, pue-
de ir saltando sin rubores todos los obstáculos ya sea el legal o ya
el ético. El Istmo ha sido así una cancha en que los ojos pene-
trantes han escogido frecuentemente su boleto para apostarlo a aquel
equino con mayor promesa de resultar el ganador en la carrera.
y así el proceso democrático en que la patria debe ser meta decisi-
va, se ha tornado en una escena jamelga. ¿y esa patria? Esa patria
ha sido un hipódromo para el torneo de los equinos. iY la bandera
nacional? ¡La bandera que trazó Amador en sus impulsos férvidos
ha sido, en no escasas ocasiones, símbolo de ese hipódromo al cual
hemos reducido indolentemente a la patria!
UN CRISTIANISMO DE RENCORES
Nuestra nación fue católica, y lo sigue siendo aún. Pero ese cato-
licismo ha venido perdiendo más y más su pura esencia cristiana.
Encendemos nuestros cirios en los altares de los templos. Y camina~
mos las procesiones por las calles y las plazas hasta llegar al cansan-
cio por rendición de los músculos. Pero entre tanto en repetidas
veces olvidamos al Señor del Tiberiades y del Sermón de la Montaña,
y del Huerto de Getsemaní; y del Calvario que se erguía junto a los
valles del Cedrón para perpetuarse luego como un signo de grandeza
eterna en la mitad de los milenios. Y cumplimos el rito fácil y habi-
tual dejando lo fundamental de la doctrina más severa y más profun-
da y más hermosa que se ha escuchado entre los hombres desde
los tiempos del Génesis. Entre los signos de ese rito externo y osten-
toso, odiamos sin misericordia, alimentamos resentimientos que ni
fenecen ni declinan, con el esmero cariñoso con el cual mimamos
a nuestras plantas predilectas. Y aguardamos, a largo plazo, con
los dientes apretados y mirada torva, la ocasión de la venganza negra
con una esperanza tóxica, irónicamente opuesta a la esperanza divina
que predicaba el Mesías. Y así ese cristianismo fácil, distinto al
del perdón y al del olvido que enseñaba el Galileo con su voz de
dulcedumbre, ha venido con los años, haciendo más numerosas y
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profundas las gretas sentimentales de la patria istmeña. Dentro


de unos cuantos meses, al llegar las fiestas patrias para los días de
Noviembre se harán los clásicos paseos con la bandera que trazó
Amador como un hermoso brote férvdo. Y cuando ella venga pasan-
do, nosotros, los de esos odios cavernarios; nosotros estos cristianos
que arojaríamos a Jesús, si él Viniera a nuestra tierra, como se
arroja a inoportuno maníaco, doblegaremos la cabeza frente a esa
nuestra bandera traicionada con frecuencia diciéndonos a nosotros
mismos como en fórmula vacía: " ¡Ya me incliné repetuosamente ante
la enseña nacional que iba flontando por las vías. Ya cumplí con
mi deber de panameño!". ¡y seguiremos, no pocos, con el odio
bárbaro. Y formaremos nuevas gretas anchurosas, aun cuando la
patria se desmorone con estruendosa catástrofe y se hunda en ella
nuestro emblema!
DISMINUCION Y DEFORMCION DE LOS VALORES
HUMNOS
Al pasar de los decenios y cada vez acentuando el mal, hemos
venido confundiendo, o reemplazando, las escalas de los valores
humanos. A la arrogancia del ignorante la denominan coraje. La pi-
cardía resulta hoy habildad admirable. Pensamos -y lo pensamos
no pocos- que la honradez consiste exclusivamente en no ponerse
una máscara en las noches y en no abrir puertas ajenas con ganzúa.
Y ya hemos olvidado muchas veces que la honradez total auténtica
encierra múltiples facetas que van desde la lealtad a toda prueba
hasta el cumplimiento inexorable de la palabra empeñada. Con una
lamentable cobardía practicamos en precavido cuchicheo, cerca al
hombre poderoso, la crítica del "sotto voce", para abrazar sonreí-
damente, a los minutos, a ese mismo potentado si él se acerca a
nuestro círculo con su atuendo inconfundible dispensador de favores.
Para muchos la política -ya lo he dicho en otros términos- es un
afán de trastienda. Y no pocos, en lo oficial, nos doblegamos con
servilismo repugnante ante el sol que está naciendo, y volvemos
después tranquilamente las espaldas para siempre, cuando declina
ese soL. Cuando antes desempeñar un cargo público significaba
en nuestro medio nacional obligación insoslayable ante la patria y
la conciencia, desde una época a esta parte -insisto en que hay no
pocas excepciones- ese puesto oficial es un fión para tornarse rico
en unos días con una especie de ambición desesperada y enferma.
Pues ya no importa para nada el perder un nombre limpio si adquiri-
mos, como pago, una hermosa mansión soberbia en que luego recibi-
remos la admiración comunal. Y para ser un personaje, con derecho
a los tributos del respeto ilímite, muchos tenemos como medida
pobremente peculiar algún caraje de último modelo y de paño
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inglés originado en los talleres de Manchester. La sencillez de expo-


sición es ausencia de saber. Y la petulancia en la expresión tiene
carácter científico. La polémica elevada es producto fastidioso de
contendores sin ímpetus. Y los insultos soeces, y hasta de frases hil-
vanadas sin reglas gramaticales, tiene hoy, para cierto público
sediento de truculencias, las condiciones de una atractiva lucha varo-
niL. La caballerosidad indeclinable que practicaban antes los abuelos,
se ha tornado, más y más, en cuantía de la ganancia adquirida. Abri-
gamos la malicia de que todas las cartas del jugar están marcadas, y
nuestros dados cargados. Se ha destrozado mucho la confianza mu-
tua, y se empieza tristemente a no creer en nada ni en nadie. La
cuestión, para no pocos, es de hacer dinero y más dinero como meta
exclusiva de la vida. Para muchos, el brilo de las monedas se confun-
de con el brilo de la gloria ilustre. Y todo ello significa el comienzo
del derrumbe de los valores espirituales que han hecho fuertes a las
patrias a través de las centurias. Nuestra bandera tiene un asta.
El asta se apoya siempre en un firme pedestal que, mucho más que
de mármol, ha de estar constituido por el espíritu sociaL. Pero,
pobre bandera istmeña, ésta que hizo Manuel Amador con un destino
manifiesto de firmeza y afianzamiento permanentes! ¡No puede ha-
ber afianzamiento para el asta del emblema nacional, porque esta-
mos en la pronunciada iniciación de una triste decadencia en el espí-
ritu común, sano y fecundo, que ha de servir de pedastal!
LA NI:KEZ y LA ESPERANZA
En los niños están las esperanzas patrias. Están ellas en los hoga-
res en que surgen los retoños de los cuales deberíamos aguardar espe-
ranzados el reemplazo halagador de las actuales generaciones que
declinan. Pero el ser que va abriendo su espíritu incipiente a los cua-
dros de la vida es un constante receptor que almacena en las hondu-
ras inconscientes las realidades circundantes. El ámbito hogareño
entra en el niño. El párvlo, al parecer despreocupado, va absorbien-
do insensiblemente lo que ve, lo que siente, lo que escucha entre los
suyos, desde el nacer de las auroras hasta que en las primeras horas
de la noche se echa al descanso de su cuna. Y cuando en la tónica
familar, como suele suceder ya con bastante frecuencia entre nos~
otros, está imperando diariamente la imagen groseramente inmoral
del superhombre de Nietzsche, según la cual el aplastar y seguir hacia
adelante sin detenerse ante ningún obstáculo es la fórmula completa
para la vida perfecta, en aquel niño risueño, con el rostro de ángel,
se está incubando peligrosamente el futuro ciudadano sin escrúpulos,
para quien la talega rebosante de oro, venga el metal de donde venga,
es el único sentido de la existencia humana y el exclusivo signo de
victoria. Posiblemente ese infante esté inclinado, casualmente, sobre

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un trozo de papel, con una caja de lápices, dibujando risueñamente


con su manecila aún temblorosa, los cuadros y los luceros de la ban-
dera panameña. Pero mientras él acá en el exterior está trazando
nuestro emblema, adentro, entre los repliegues del alma aún en for-
mación, se está engendrando lentamente el deformado ser espiritual
que después constituirá otro elemento disolvente para la patria del
mañana. Quien no quiera aceptar tal realidad, que es un retazo acre-
centado poco a poco en los años en el devenir de la República, o
está flotando en una nube o, mucho peor aún, está ya él personal-
mente sumergido en ese mismo tremedal que hemos venido forman-
do lentamente en nuestra patria con nuestras repetidas actitudes ya
torpes, ya desidiosas, ya un poco ajenas al escrúpulo.

EL RETORNO
¿Por qué hablo así en esta forma? Porque los tiempos que han
sucedido poco a poco por un período acentuado no inspiran un ale-
gre canto a la bandera, sino una voz de contrición. ¿Critico con la
pasión del amargado? Yo no soy un margado, porque mucho me ha
dado y me sigue dando mi país, que nada me ha debido nunca, y
sin embargo me ha sido fuente de inmerecida distinción continua.
No soy tampoco un predicador. No constituyo un ejemplo. No
tengo misión de apóstol. Soy solamente un panameño que al recor-
dar en estas horas especiales a don Manuel E. Amador, el autor de
la bandera, se siente en el deber de repetir a tono recio, que repercuta
en la República el clásico grito de Hamlet sobre las losas de Elsinor:
"¡Ser o no ser es la cuestión!". Una vez fuimos. Una vez vivíamos
todos llenos de esperanzas. Una vez en nuestra patria había un risue-
ño porvenir. Y la mejor pleitesía a don Manuel Amadro está, más
que en el elogio a su obra de unas formas inmortales, en el propósito
formal, al cual yo invito, de que un espíritu limpio sea nuestro pró-
ximo rumbo; de que dejemos rencores por una sólida unión de los
hombres de alma recta que existen en nuestra tierra; de que borremos
y corrijamos los pecados cometidos en la vida pública; de que nuestra
conciencia se haga clara y nuestra senda sea exacta; de que tornemos
en ascenso nuestro reciente descender continuo; de que pensemos
menos en nosotros mismos, pensando más en el país. Es hora ya de
que empecemos a considerar de nuevo que en la vida de los hombres
hay motivos superiores e idealistas que dan a esa vida más prestancia,
sentido de mayor altura, y actuemos desprendidamente, despojados
de egoismos y de cálculos, araigando y fortaleciendo a la comunidad
de la nación, impulsando cada cual sin mezquindades para obtener
una mejor y más sólida República. Contamos aún con las reservas
espirituales para hacerlo, pese a que esas reservas no están aflorando
mucho todavía de modo pleno a la superficie de la patria. Echemos
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mano a esas reservas de una manera total con toda fe, sin vacilación
y sin tardanzas. Y cuando llegue ese día -día que yo aguardo espe-
ranzado- de la rectificación total, definitiva, se efectuará milagrosa-
mente otro homenaje como una prolongación del de esta noche me-
morable. Pues, entonces, esa bandera panameña que en el ilustre
compatriota fue creación y fue pasión, se agitará graciosamente en
las ciudades y en los campos, en las avenidas y las mas, en las llanuras
y en las cumbres, orgullosa de ser el símbolo perfecto de una pujante
y renaciente fuerza creadora nacionaL. Y podremos manifestar en ese
día jocundamente: ¡Cumplimos ya con la República. Hemos cum-
plido con Manuel E. Amador, en forma plena. ¡Hemos honrado a este
emblema de la patria en un completo cumplimiento de un muy
sagrado y muy gozoso compromiso cívico...!"
25 de Marzo de 1969

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Señor Presidente de la Academia Panameña de la Lengua; Señores


Académicos; Señores representantes del Gobierno Nacional; Señor
Rector de la Universidad Santa María; Señores Profesores de la Uni-
versidad de Panamá; Señor Rector del Instituto Alberto Einstein;
Señores miembros de la Academia Panameña de la Historia; Señores
miembros de la distinguida familia Alfaro; Señoras y Señores:
Merece mucha aprobación el escritor de esmerada prosa igual,
cualquiera sea su tema. El forjador es así, tan suyo o tan sí mismo
en engarzar de locuciones, porque abriga la sensaciÓn de que en su
cántaro uniforme se pueden ir ofreciendo, con una diversidad en
cosecha y calidad, distintos vinos confortantes. Por ello creo que el
pensamiento, arriba en el espíritu, y abajo dentro del molde en que
se va plasmando, es de índole intangible y soberana. Con las dos
caracterí sticas de la exclusividad y de la omnicomprensión, en su
perímetro, tan exigidas por la Ciencia para la soberanía estatal de
repúblicas o reinos. Y por ello pienso también, muy respetuoso,
que hay una hipérbole, prolongada a una ficción, cuando Hipólito
Tainc proclama en la Sorbona que las ideas -y para él todas las ideas
y no sólo las estéticas- siempre reciben su mayor fuerza vital por
rlonación del ámbito rodeante.

FORMA Y CIRCUNSTANCIA
Toda creación mental, y su version a la forma, dominan sobre
ambiente y circunstancia, no lo contrario. Se puede y debe realizar
la forja sin influencia de 10 ocasional, en adversidad () en fortuna, y
sin que haya supeditación humilde al invierno o al verano, a sol
que nace o se pone. Probablemente por París, en este instante y en
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calleja secundaria, se halla surgiendo de una testa en anonimia la


última escuela filosófica. Tal vcz la transformadora técnica genial
se está ahora completando, frente a una taza de café, en cafetería
común de las riberas del Michigan, y no por una compulsión de Ins-
tituto Tecnológico. Y hasta quizás tras barrotes de J arkov, o de
Nanking, el poema definitivo de amor humano y alegría, y libertad
y fe, se está revelando al mundo, en el minuto, con una estrofa muy
rotunda de silencio en cárceL. Siempre, así, la imponente realidad
del pensamiento señoriaL. Y siempre también allí el modo fraseológi-
co igualmente parejo en este forjador o en este otro, para servir
a su señor con una servidumbre noble.
DIVERSIDAD EN LA UNIDAD
Pero nada de ello -y me refiero ahora sobre todo al sesgo de las
frases--- impide calificar de excelsitud a la multiplicidad en la expre-
sión, dentro de un solo hombre. De suerte que los modos sean sub~
modos, o el estilo se haga sub-estilos, en armonía no con el ambien-
te exógeno -y vuelvo a Taine- sino con el embrión interno, ya
aspirante a ser el polen. Esa vinculación de ideas de un hacedor
con variedad de lineamientos externos, sin que éstos pierdan por
ello el signo personal, y se podría decir idiosincrático, significa, o
es, un privilegio para una mano que escribe. San Agustín -tan
elogiado por Moscote en un ensayo permanente- lleva en sus Confe-
siones, hasta el léxico, al pecado mortal ya hecho rescoldo. Pero en
la Ciudad de Dios, frente a Roma destrozada y humanidad desorien~
tada, lo arquitectónico de San Agustín, auxiliando a la sustancia, va
estilizándose hasta lo alto celestial. Y ahora es índice. Rousseau,
en su Nueva Eloísa, hace con la expresión mucho esfuerzo de terne-
zas. y Rousseau, en el Contrato Social, es lenguaje de amplitud
para los hombres que todavía andan por allí, deambulando prístinos.
Pero allí, en esa elaboración, cuando él se va acercando al Pacto
unánime, se hace, y sobre todo en su final, casi como árida demostra-
ción de la verdad huscada en el teorema matemático.
Leí a Poncio Pilato, del actual Roger Callois, el de la audacia
psicológica. Cuando allí Judas Iscariote grita al funcionario que él
-Judas~ traicionó a Jesús de Galilea como un virtuoso y obediente
cumplidor de los destinos humanos, allí el estilo de Callois merece
el calificativo de idóneamente brutaL. Mas el lenguaje se hace fasci-
nante, y casi fantasmagórico, cuando Pilato va de noche, muy nervio-
so y en consulta, hacia Marduck, el adivino de Caldea. Pues mientras
Marduck está profetizando cosas estupendas, y van entre las sombras
del jardín, como secuelas del misterio, las luces verdes y errátiles,
aquí lo literario de Callois tiene también un misterioso juego de
luciérnagas. Y yo leí también al "Cuarteto de Alejandrí a", del con-
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temporáneo inglés Lawrence DurreIl, gracias a Elsie Alvarado de


Ricord, mentora eficasísima. Y, por los cuatro volúmenes, el fondo
de la creación va hacia la redondez del mundo, por destino. Pero al
mismo tiempo lo exterior, o sea lo gráfico, pese a una variedad acom-
pasada a la temática variante, se vuelve una concentración para irse
con lo multiforme espiritual de Lawrence Durrell a ese destino
orbicular.
ARBOL y RIO
Vargas Llosa no es, en redacción de la Ciudad y los Perros, exac-
tamente igual al de Diálogo en la Catedral, aquí de plática compleja.
Pero siempre es Mario Vargas Llosa. Siempre es único. Jorge Luis
Borges, como en Aleph es fantasía, y a pedazos hasta es mitología,
vuela él en el idioma. Y ese Borges, por la clase del pensar en "His-
toria de la Eternidad", se acerca allí con remansada voz hacia lo eter-
no, y murmurando: "La eternidad: un juego. O una esperanza fatiga-
da". Mas, ya en Aleph o en Eternidad, siempre allí el ciego alum-
brante. Y todo ello de escritores con sub-estilos o sub-modos, sin
perder carácter gráfico, es como lo troncal que estalla en ramas cor-
tas, largas, y retorcidas o rectas. Y, sin embargo, es siempre el árboL.
O como el río aquel, de velocidad que pasa a lentitud, de remolino
tornado en agua resignada, de corriente con regularidad, de golpe
contra el pedrejón con mucha rabia de espuma. Y sobre todo lo ver-
sátil, allí el río eterno. Río. Arbol y río. Y ello es Alfaro.
ARBOL y RIO EN RICARD ALF ARO
Este Ricardo J. Alfaro, con el entusiasmo del instante, es, refi-
riéndose a Bolívar, de la tonalidad enérgica siguiente: "juega el
Libertador con el destino, por el tablero gigantesco de la América,
batalla
la colosal partida de ajedrez, donde la pieza que se mueve es la

que se libra, y la región que cambia de dominio". Escribe con Aro-


semen a y Chiari en La Palabra -periódico no igualado todavía en
nuestras polémicas- y su escribir es una punta que rasga la profundi-
dad, mas sin derrames de sangre. Habla frente al monumento de don
Pablo Arosemena, por el Palacio de Justicia -yo estoy allí, física-
mente junto a él, para seguirle inmediatamente como su ac6lito en
el verbo- y aquí tiene él, sin intención, el mismo estilo solar de aquel
tribuno istmeño- colombiano, cooperador, en rutilancia de relámpa-
go, para una época histórica.
En su exposición sobre su nueva exerta procesal, se abre la fraseo-
logía con suficiente anchura para que se pueda observar bien el pálpi-
to jurídico. Sus mensajes presidenciales enseñan el por qué y el
cómo un idioma de majestad no exagerada, porque hay allí -como
siempre en Ricardo Alfaro- ese sentido de proporción, de relativi-
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dad, de comparación y de límite que sólo el hombre de talento tiene


y ejercita. Sus esbozos biográficos suben la expresión cuando la
idea realza al mérito. Sus alegatos y dictámenes jurídicos son el exa-
men en que las frases van corriendo con el método creativo. Nunca,
en aquello, esa coraza de lenguaje abstruso mediante la cual la medio-
cridad, en la pelea de leyes, y además en otras, intenta una protec-
ción a su ignorancia con miedo.
Está en su prólogo a la ley institucional número nueve, y año diez
y siete -repetida después en otra igual- y allí lo fraseológico va
atemperándose a una didáctica muy propia para que la receptividad
del futuro aplicador se haga más fáciL. Y como ahora está en su Vida
de Tomás Herrera, entra a Ayacucho. Y en Ayacucho, cuando el
Coronel José María de Córdoba "tan bravo como Leonidas y hermo-
so como Alcibíades" -escribe nuestro escritor- lanza a las tropas y
a los tiempos el "armas a discreción, y paso de vencedores", enton-
ces este Ricardo J. Alfaro va casi hasta el frenesí. Con un bello
desorden de los períodos en combate. Casi rompiendo las continen-
cias idiomáticas, como se va rompiendo, en esta máxima batalla,
a las banderas españolas. Trascendental en frase y en parágrafo,
como este encuentro bélico es trascedental para una América libre.
Cuidadoso hasta en el último vocablo de sus decires académicos.
Sistemático en la búsqueda de la etiología del anglicismo. De magna-
nimidad y austeridad equilbradas, en su redactar de prólogos para
volúmenes ajenos. Idóneo en términos de pluma, para el esquema
biográfico. Y, sin embargo, no está agotado él todavía en esta
multiplicidad de rasgos en el léxico. Porque de pronto irrmpe,
con una prosa cantadora, para la presentación de nuestros frutos
agrícolas, o del trópico. Y mientras se va pasando sobre letras,
éstas llegan a ser como bateas autóctonas pulidas, para guayaba
semiblanda todavía, y pintona. Para naranja del Boquete o Santa
Fe. Para fresa terrígena, dulce o agridulce, grande y pulposa. Y ya,
ahora sí. Ya observadas en su conjunto las sub-maneras de los trazos
negros en las hojas, se impone al observador la sensación de un sorti-
legio. Mago, ese Alfaro. Mago que de una pluma hace bandera. De
página de periódico, figura de ámbar. De esta otra redacción, marti.
llo. De esta reunión de unos vocablos, broche de esmeraldas. Y al
echarse él completamente hacia lo lírico, va de arpa tensa a vaso de
Murano. En seguida, a ola del mar. De allí, a la orquídea. Y con
mucha prontitud, la estrella cambia en paloma.

ALF ARO EN SU DIMENSION


Esta Academia de la Lengua es magna. Pero el existir completo
de Ricardo Alfaro, largo y anchuroso, pletórico y desbordado del
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anhelo inquieto y del realizar de tal anhelo, cubre y rebasa las magni-
tudes académicas. Por lo cual no se puede ni se debe contemplar
a Alfaro únicamente aquí en este recinto, tan amado porque hay en
él mucha ilusión de nuestras almas, y tan sagrado porque en la patria
es tabernáculo. Sino también en toda la capacidad de un ser humano
extraordinario que tuvo en sí, o que desbrozó, muchísimos kilóme~
tros de horizontes amplios. Y para esa observación del hombre en
su integridad, hay que ir recorriendo y observando la extensión vital
del ser bajo el examen. y hay, sobre todo, que sumergirse en la épo-
ca, que respirar y aspirar su atmósfera, alumbrarse con su luz, adivi-
nar en sus sombras. Es decIr, que la clave del intérprete de ahora,
no puede ser el escenario actual, sino aquel en que el humano va
caminando su vida.
J osé Ortega y Gasset es acertador en cuanto a ambas condiciones
de medición y sumersión cuando, en su "Interpretación de la Historia
Universal", critica él a Harold Toynbee en relación con sus volúme-
nes "Estudios de la Historia". Pues este Toynbee -dice el español-
va examinando pueblos y seres del ayer con un criterio greco-inglés
intolerante, de índole Oxford. Y en cambio nuestro Diógenes de la
Rosa -cuantiosa cifra panameña- no empieza a mediar a Alfaro
con mediciones del sesenta y cinco, sino del año tres más aledaños.
Es cuando la República en surgencIa tiene todavía, por un decenio
y medio aproximadamente, no muy poco de nadir, y escasas perspec-
tivas de zenIt. Se empiezan a abrir entonces las escuelas por urbe
y monte. Pero la tónica nativa dominante no es de cátedra, ni de
ambición de cátedra. La inclinación bastante general en eso primi-
genio, en que Tío Sam es todavía para nosotros Padre Sam, resulta
paz, seguridad, comodidad, gustosamente novÍsimas. Corre el oro y
corre el vino de orígenes canaleros, con una temporalidad que la
ilusión eterniza. El regocijo es capitosa música nocturna. Y nuestros
mozos panameños, confusos en el viaje comercial desde París, o
Viena, o Estambul, cree encontrar en brazos de mujer hechos
círculos mecánicos, nimbo de gloria máxima para hombre.

SON LOS SURGENTES


Mas dentro de esa dejadez, o ser trivial, van irrumpiendo, con
acervo aún reducido, Eduardo Chiari, Demóstenes Arosemena,
Guilermo Andreve, Carlos L. López, Jephta Duncan, Méndez Perei-
ra, Catalino Arrocha, y Harmodio Arias, y Daniel Crespo, y Fermín
Nodau, y otros análogos. Y entre todos ellos, en promesa y cali-
dad, sobresaliente Alfaro. Van esos jóvenes, contra superficialidad y
liviandad, heroicamente tozudos. Pisan la fiesta. Y rompen círculos
ornados con farolilos polícromos. Parecen haber oído a Waldo
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Emerson cuando grita a Norteamérica: "Para ser un hombre, se


necesita ser un inconforme". A José Martí en lo de "caballo de
paseo no gana batallas". Al mismo José Martí con lo de "la tierra
es de los nerviosos". Y quizás han escuchado a aquel Walt Whitman
norteño, creo que en una de sus estrofas clásicas de "Hojas de Hier-
ba", cuando él musita: "Soy suficiente como soy". Mas para este
núcleo de los muchachos loablemente ambiciosos -se desprende
ello de su práctica- la autosuficiencia de Walt Whitman no corres-
ponde al " ¡soy, y hasta aquí, y ya basta! !". Para ellos, más todavía
que el "renovarse o morir", del itálico D' Anunzzio, se encuentra el
"detenerse es retroceder", que dijo yo no sé quién, y quizás nadie.

SURGENTE MAXIMO
y Ricardo AIfaro hace y clava su escalera. Y sube. Entre otros
altos menesteres ascendentes, de escribano en Ministerio a Juzgador
en Tribunal del mundo. De Profesor, ora de Historia y ora de De-
recho, hasta Rector de la República. y todo ese adelantar y recibir
honores, no vienen para él jamás por métodos furtivos. Nunca por el
muy criollo y americano "compa: iécheme una mano!", de este
compadre,. bostezante junto a horcón, a aquel otro compadre que
trepó a la cima con empujón de circunstancia. Nunca por lo del
gitano, que abandona al anterior altar ya exhausto de prodigios
para PQstrarse frente al otro nuevo altar de los milagros. Ni va él
así por ayudarse en árbol genealógico, ya éste decadente en su
milenio, y con el peligro de que, al agarrarse a él, la rama cruja y
se quiebre. AIfaro seguramente sabe bien aquello rústico, pero no
muy desacertado, dicho por don Juan Vicente Gómez, Redentor
de Venezuela por veintisiete años dolorosos, a quien Laureano
Valenila Lanz -un gran talento arrodilado- calificó de "el César
Democrático": "Pues en las políticas del mundo -decía el señor
don Juan Vicente- es la ley del Señor, mi Dios, que argunos den tren
pa dentro, y argunos salgan pa fuera". Y Ricardo AIfaro no está
jamás dentro de la fórmula del César.
LA ACCION CON IMPETU
AIfaro es de esos éxitos frecuentes porque su ímpetu vital ha-
ce a los éxitos. Colabora diligentemente para aquel Convenio
Taft, que la infidelidad de la otra parte torna, en la realidad, en
burlador pseudo-convenio. Coopera para el Tratado Guardia-
Pacheco, de fronteras, beneficio istmeño que rechaza el Parlamento
nacional, sin un cálculo de patria, y desoyendo el eco aquel de don
Justo Arosemena: "La conciencia, por encima de los partidos polí-
ticos". Redacta el Código Judicial de Panamá, y hace de agilidad
las normas adjetivas viejas, simplificando el incidente y dando pron-
162
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titud al cumplimiento del fallo definitivo. Interviene en el nuevo


Código Civil, y dedica decisiva insinuación a la transformación audaz
de nuestro Derecho Positivo Interno. Cuapdo Belisario Porras
---la gran visión en gran acción- cancela desaliños heredados, y hace
un Registro Público ejemplar por el sistema Torrens o australiano,
allí Ricardo J. AIfaro con sus decretos idóneos, completa la obra re-
gistral arquitectónica y ajusta, y no muy poco, al mecanismo. Cuan-
do el ejército norteamericano invade a Chiriquí -protección al
terrateniente Wiliam Chase, por encima de la dignidad de una na-
ción- las resonancias de R ir.ardo J. AIfaro quizás no conmueven la
indolencia del Estado transgresor. Pero allí quedan, endureciéndose
esas frases, y volviéndose unas piedras para el arsenal de la República.
Jamás se detiene Alfaro en escalón, a descansar. Porque en Alfaro,
descansar, es causa de cansancio.
Por su actuación en Asambleas Americanas, puede decirse,
acerca de él, aquello sobre Pericles: "La verdad mora siempre
entre sus labios". En la preparación del Tratado General del treinta
y seis -todavía leo con frecuencia los cuatro volúmenes de actas
como a lecciones de dialéctica- Ricardo Alfaro, frente a Merrell,
Castle, Hackworth, Dugan, Summer WeIles y Cordel HuIl, es defensi-
vo, y agresivo, y sorpresivo. Un español y un autóctono. Con la
armadura, o con la desnudez del torso. El arcabuz. y la flecha.
En Ministerios, ya de Gobierno o ya de Relaciones, es decisión,
no distracción para visitas inútiles. Con Eduardo Chiari y J. D.
Moscote hace el anteproyecto para la nueva Carta básica, por un
término no escaso. Son allí ellos, Licurgos en la austeridad; Solones
en la tendencia democrática; Hans Kelsen, contemporáneo, de
Austria, para engarzar la libertad con el sentido social, y para un muy
real y muy efectivo Estado de Derecho. Ya después, en la Asamblea
Constituyente del año cuarenta y clnco al año cuarenta y seis, Dióge-
nes de la Rosa, Gil BIas Tejeira, José Dominador Bazán, Gaspar y
Harmodio Arosemena, Domingo Turner -mucho más éste un Conse"
jero que un Secretario General- y otros así, frente a aquel antepro-
yecto, atacan algun'as veces, con una antítesis, para transitar así
por el proceso intelectual que preconiza Jorge Guilermo Federico
HegeI. Pero este Ricardo J. Alfaro, con esos otros dos juristas sabios,
ha sido tesis para después de antítesis alcanza a síntesis. O como el
principio. O el silar. O como la cantera.

Tribunal de La Haya, Suiza, año sesenta más o menos. Y los


fallos del Juzgador Ricardo Alfaro repercuten, más que por jurisdic-
ción mundial, por valor intrínseco. Con anterioridad es San Francis-
co, mil novecientos cuarenta y cinco. Y es París, mil novecientos
cuarenta y ocho. Y llega a San Francisco ya París la voz de Ricardo
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Alfaro, defensor de los Derechos Humanos - iy qué bien Humberto


Ricord ahonda en ello! -frente a un mundo aún bárbaro que despla-
¡¡a dizque despreciativamente al Superhombre aquel de Federico
Niezsche, para entonces implantar allí, impávidamente. a nuevos
Superhombres.
y con más anterioridad Ricardo J. Alfaro crea, muy arrojada-
mente original, la institución de un Fideicomiso muy personal y
panameño, y diferente del anglosajón y el de Roma. Lo adoptan
Puerto Rico y México. Lo da al público, relevantemente, en libro,
G. Hanse Voelkel, de la Corporación Legal de Nueva York. Sigue ese
Fideicomiso Alfaro y nacional hasta el Instituto de Derecho Compa-
rado, de Estraburgo, en Francia. Y allí, en el laboratorio y en la
cátedra, lo muy desarrollado dentro de un país sub-desarrollado,
gana el asombro.
DESORDEN CASI LIBERINTICO
Pero he aquí que este Ricardo Alfaro, cuyo hacer corresponde
a unas muy diferentes proyecciones del poder intelectual centrí-
fugo, llega hasta parecer como un desorden, o un laberinto. Tal
como sucede cuando por Washington -y Washington es Roma,
con sus porciones de Atenas- se suscita, entre selectos del espíri-
tu, discusión sobre una cristalería en exhibición abierta. Sigue
y sigue la fina disparidad, ya ahora pública. Hasta cuando un día
el "News", de Washington, declara con esta esencia: "Esta vidriada
es de Bohemia, y exactamente de Praga, por la segunda mitad, siglo
diez y ocho. Pues así lo dictaminó ayer tarde don Ricardo J. AIfaro,
primera autoridad en la materia, para nosotros y entre muchos.
Conviene, así, que cese la polémica". Y yo, con ese "News" entre
mis manos, ni salto, ni me estremezco. Soy un orgullo panameño
inmóviL.

LA LUZ, LA SOMBRA

Thomas Carlyle, el de Los Héroes, atribuye a Oliverio Cronwell


una mitad de demonio y otra de ángeL. Lo cual después, con inter-
pretación muy extensiva, mas no aceptable para mí, se aplica con
nivelación a todos los humanos. Se dirá, con el recuerdo del inglés,
que yo sólo expongo aquí lo positivo o lo superior de Alfaro. Y sé
también que cuando dijo Dios "hágase la luz", y la luz fue hecha,
sin embargo dejó Dios bastante sombra, por contraste. Pero hay
ya ahora demasiada sombra por la tierra. Y creo bien justificado
que, en algo de compensación personalísima, al referirme a este Ri-
cardo J. AIfaro panameño, trate yo de que su corazón y su cerebro
y voluntad, sean esta noche con un algo de luz de mi maestro, por
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2007

mis labios, con una audacia mía, no de soberbia sino de mi admira-


ción en espontaneidad reverberante.

CUMBRE Y LLANADA
Bajo esa luz, de mis diez y siete a mis diez y ocho voy a su bufe-
te, cercanías de la bajada del Mercado Público. Pregunto a Alfaro
por inconstitucionalidad e ilegalidad de un muy transgresor decreto
de Alcalde capitalino, doctor éste en jurisprudencia y picardía.
Alfaro dice: "Escriba". Le contesto: "Doctor, no, yo escucho".
Cuando termina su explicación clara y solícita, me advierte: "Quiero
ver el borrador de la entrevista". Le respondo: "Me han ascendido
de mensajero a reportero de La Estrella, y tanteo a veces como edi-
torialista de trasmano o contrabando. Esto no es una entrevista.
Es para un editorial que, por lo sólido que usted me ha proporciona-
do, pegaré muy duro a este señor Alcalde del Distrito". Me pone él
la mano en mi hombro. Por la primera vez, y para siempre, y con su
particular sonrisa de amplitud como los llanos antoneros, me expresa
un "tú" casi paternal. . Y yo le trato de "maestro" -para cambiar de
cuando en cuando a "Profesor" - por la primera vez, y para siempre.
No son, desde ese momento, las dos vidas paralelas, porque no
pueden serIo. Pero son, desde ese día y hasta el final, las dos vidas
de una vecindad estrecha y permanente. Lo cual no es de extrañar
en lo geológico del mundo. Pues es común que la montaña, al ter-
minal de su ladera, sea colindante con planicie. El así, por su existir,
monte y cumbrera. Yo, la llanada limítrofe. Y hablo aquí esta no-
che en la tribuna ilustre. Pero también desde mi muy apreciado
predio fronterizo.

PASTOR Y HORNERO
En nuestra Escuela Nacional de Leyes -advertencia ésta, o señal,
para que la Universidad de Panamá constituya en su porvenir siempre
profundidad en reflexión, y nunca superficialidad en alboroto-
corta él a veces repentinamente la exposición de catedrático. Y dice
un justo elogio animador a Víctor Florencio Goytía, a Víctor de
León, a Enrique G. Abrahams, o a Felipe .luan Escobar, Fabián
Velade, Galileo Solís, o a otros del núcleo. Y en cuanto a mí, a la
salida de una conferencia: "Anda a mi biblioteca, aquí en mi casa,
cerca al Instituto Nacional, y amplía mi disertación en Fernando
Vélez y en Manresa". O "toma esta llave del Ministerio de Gobierno,
y ahonda allí, sobre este tema, por los tomos de Sánchez Román y
de Laurent. Dialogaremos este sábado". Según Hornero, los monar-
cas griegos fueron "bravos en la guerra, laboriosos en la paz, buenos
pastores del rebaño, prudentes i:n el consejo". El profesor Alfar o
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2007

no es rey de paz ni de guerra. Pero sí, en la Facultad, el consejero y


el pastor. Y, sobre todo, es un hornero pródigo en un pan espiritual
de calidad, y bien horneado, para diez y nueve mentes ávidas.

AHORA EN LA CAMARA
La Cámara. Junto a la mesa Ministerial, con (;; tapete verde.
Ricardo Alfaro, Ministro o Secretario de Gobierno, Fmtre semi-
círculo, el doctor Francisco Filós, el padre, autoridad jurídica del
tiempo. Y yo en las barrras. Filós aduce la inconstitucionalidad de
un proyecto de ley escrito y presentado por Alfaro con su represen-
tación ejecutiva. Cuando Filós da término a su examen, Ricardo
J. Alfaro se levanta, y expresa sin eufemismo o balbuceo: "Acepto
con plenitud que el análisis del doctor Filós ha sido exacto. Me
declaro convencido". Va a la mesa secretarial y exclama ahora:
"Yo retiro mi proyecto". Y retorna con su legajo entre las manos.
muy erguido, y dando sus acostumbrados pasos ágiles, ahora más
rápidos, casi él triunfaL. Y yo, entre la multitud, en la observación
del Profesor, recibo allí una lección que va penetrantemente hasta
la carne de mi vida: Que el reconocimiento público de error, ni es
ni acarrea debilidad o merma. Es particularidad en hombres de
valía. Fórmula de carácter más nobleza, no para menores. Igual
a lo que se dice en los anuncios de escenario: "solo para mayores".
Para mayores, como Alfaro.
PRIMERO Y ULTIMO
La crisis económica mundial durante el lapso presidencial de
Alfaro es, entre nosotros, un oleaje golpeador que casi tumba y
barre a la República. El Tesoro Nacional cuenta por céntimos.
El Banco Nacional se halla crujiente, ya en un prólogo de quiebra.
Se deben, por acumulación desesperante, meses y meses de soldada a
los empleados públicos. Alfaro dicta, en la Presidencia, su decreto
de prelaciones oficiales. Primero, pago de mensajeros y maestros,
Tras ellos, pago a los escribientes del Gobierno. ¿y después? Yo no
recuerdo bien todo el orden ri6TllOso. Pero sí recuerdo que de
último, y de manera muy expresa, el señor Presidente del Estado.
Los últimos serán siempre los primeros, dice la Biblia. Pero aquí
cambia la página sagrada. Y por disposición de un panameño con
pulcritud y dignidad muy suyas, el primero en la Nación es ahora
el último.
POR UN DEPOSITO
En la miseria de ese tiempo no hay alimentos, medicinas, anesté-
sicos, ni algodón ni gasa en el Hospital Santo Tomás, y la muerte
por abandono obligatorio amenaza con añadir sus víctimas a las
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ouas muertes. El Presidente me pide mi compañía por el teléfono.


Caminamos a pie, por Catedral y la Central, él cabizbajo y silencioso,
y yo con interrogantes de silencio. Llegamos a, los depósitos fama-
céuticos Van der Hans, por un recodo de la vía. Lec aquí él muchos
apuntes en tono alto. Pide y pide lo más urgente para el servicio
hospitalario. Le manifiestan cortésmente: "Nuestro crédito en el
ex terior está paralizado, y el crédito del Estado, en el comercio
del país, alcanzó ya al cero. Pese al deseo, nos negamos con toda
consideración, a proporcionarle estos artículos". Entonces Ricardo
Alfaro clama sin equívocos: "iEntreguénme, por favor! ¡Soy fiador
personal de la República!". Y es la entrega. Y es aquí que el Manda~
tario constituye la garantía de su mandante. O que el apoderado,
de inferioridad o supeditación por su índole, responde ahora, con su
yo, por su poderdante o superior -el pueblo, o la nación, o el Esta-
do-- quien debería tener la responsabilidad total por el encargo.
Con lo cual, en penumbroso depósito de tienda, se rompe la tradición
mundial de relación entre el factor y el principal, en los negocios
habituales, civiles o mercantiles, de actividades cotidianas. La Histo-
ria no recogerá la escena registrada en sitio tan común, de acumula-
ción de droguería. Porque la Historia, en cuanto a lo anecdótico,
echa frecuentemente en dirección al drama. Pero de todos modos es
aquí, en un lugar de mercancías, la personalidad humana que se alza
con magnificencia y con su rumbo propio y señeró. iO es aquí él!
GRANDEZA EN RISA
Yo necesito, dentro de mi ubicación en el combate para el próxi-
mo cuatrenio ya en la cercanía, una opinión del Presidente Alfaro,
ella legal escuetamente, pero en mi criterio y en el de otros, como
una fijación contra una determinada y perjudicial dubitación jurídi~
co-política. Esa opinión es importante por la capacidad, el nombre
y el renombre, y la equidad en la contienda, de este opinante. Alfa-
ro, ante mis preguntas, me habla con el entusiasmo que ofrece él
siempre a su discípulo. "Maestro: Déjeme ir a la Secretaría veinte
minuI's para plasmar a máquina esta exposición, y observar si la he
entendido". Vuelvo, y él revisa y la aprueba. "Maestro: Tenga la
bondad de estampar aquí su firma". Me contesta: "Te he dicho que
has sido exacto en la versión, pero ésto es para tí y para más nadie".
"Maestro: Pero esto es opinión científica, y usted me dijo una vez
que la creación científica no debe nunca aparecer con timidez
y esquivez de anónimo". Está el Presidente ahora un poco desabrido,
y torna a leer. Y me comenta, algo punzante, con pluma alzada en
la mano: "Me preocupas mucho, porque te encuentras ya en declina-
ción mental. Aquí en esto que has escrito hay bastante subrayado.
y se dice que el mucho subrayar es merma de vigor intelectual para
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expresar lo que se quiere". Replico, inocentemente y en seguida:


"No creo en estos denominados apotegamas que dan vueltas por
allí. Por ejemplo: Tampoco creo, collo se afirma, que la letra
hermosa es, por lo común, un atributo típico en mediocres". Irrum-
pe él, con una risa mientras dice: "Como tú lo sabes bien -y has
demostrado aquí que bien lo sabes- yo tengo letra clara y elegante,
y hasta se expresa que soy el primer calígrafo del Istmo. ¡Qué res-
puesta -me añade- para feliz y rápida! ...Contra mi golpe pequeño,
tú con el golpe grande!". Me confundo por mi muy pobre ausencia
de malicia y tacto. "Maestro: Usted conoce cómo le quiero y le
venero. No me di cuenta. Esto ha sido casualidad originada en mi
torpeza". Continúo con mi vergüenza, y él sigue y sigue con su
risa alegre, sin atención a mis excusas: "¡Así se pelea, muchacho!...
¡y me has ganado vertiginosamente en el encuentro!". Firma él su
dictamen prontamente y, otra vez, un "¡magnífico!" jocundo.
y yo tengo un anterior conocimiento de grandezas hechas bondad,
benignidad, austeridad, o equidad, y lo genial o heroico. Pero tam-
bién me entero ahora de una adicional grandeza especialísima, hecha
una carcajada jubilosa, que pasa como un torrente cubridor y arrasa-
dor de mezquindad, de solemnidad, y vanidad, y de prejuicios egó-
latras.
GUAYACAN O ESPAVE CRECIENTES
Estoy, por Ricardo Alfaro, en cargo de confianza, dentro de mi
transitar siempre corto y esporádico por la vida pública. El Presiden-
te Alfaro me imparte orden telefónica. Por razón para mí básica
-única disparidad fundamental con el doctor AIfaro, por la vida-
previa explicación verbal niego obediencia. El Presidente me repite
su instrucción, en un escrito personal mas con el escudo panameño.
y más explícito en motivos, contesto en carta de reafirmación,
que remata en mi renuncia. Por la tarde, va hasta mí el doctor Ale-
jandro Tapia, muy recordado matemático, jurista, y escritor y
orador, Contralor General de la República. "El Presidente está
hosco y áspero, y me cornisiona para que lleve a usted ante él".
Voy, y me dice el Presidente Al faro , desde su escritorio, seco y
sintético: "Transemos mediante una condición indispensable". Y
tras su última sílaba, toma mi carta de renuncia, y la convierte en
pedazos. Yo manifiesto, estupefacto: "Pero me anuncia usted una
previa condición, y sin decirla rompe mi renuncia". Y él entonces:
" iAh, sí! ... Se me había olvidado. La condición es que sigas siem-
pre así como esta vez. Y que por nada cambies nunca". y ahora,
por un engarce, expreso yo en esta Academia de la Lengua, un poco
familiar y confidente: Poseo una descendencia de unos pequeños
intranquilos a quienes trato de aquietar en algo refiriéndoles anéc-

168

..'
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2007

dotas. Y estoy pensando en una nueva historia para ellos que co-
mience así: "Erase un hombre de muy gran tamaño, al cual me
solía acercar frecuentemente. y una tarde ese hombre, así tan
grande, repentinamente crecio más todavía, próximo a mí. Se
alargó, así de pronto, más que a altura de guayacán o de espavé.
Muchísimo más aún que cigua canelo, o amarilo, y que la palma
real". Y ya me parece ver a esos mis párvlos, como yo pretendo,
sin un solo parpadeo, allí inmóviles y atónitos ante la visión fantásti-
ca para ellos, y para mí muy verdadera, de ese árbol así grandísimo
y que se va agrandando más aún, y muy extrañamente súbito.
SOLO UNA FRASE
Ricardo Alfaro, frente al choque político empezante, manifies-
ta a la Nación que será él un supervigilante muy estricto de justicia
democrática. Me encuentro, frente al Hotel Central, con Don Víctor
Cruz Urrutia, mozo entonces como yo, recién graduado de ingeniero
en Norteamérica. Me manifiesta Urrutia así: "El Presidente Alfaro
mantiene en los puestos claves a unos de un bando, y a otros del
contrario. Esto no es imparcialidad. Esto se llama compensación
de arbitrariedades". Yo siento que la expresión esa, tan precisa, co-
rresponde a una realidad. Dejo cálculos políticos, y con autorización
de Urrutia, voy portando mi lealtad hasta la mesa de Alfaro. Le
repito lo de esa "compensación de arbitrariedades", y doy el nombre
del autor acertadísimo. Alfaro no hace comentario. Sólo se lleva su
índice y su pulgar al borde de los lentes, como inconscientemente lo
hace siempre en los instantes tensos. y al fin me expresa, casi cable-
gráfico: "Enterado, y hasta luego". Pero cinco días después me lla-
ma a su Despacho. "Lee estas páginas". Decretos y más decretos en
que se cambia, para toda la República, desde Secretarios o Ministros
hasta Gobernadores, Alcaldes distritoriales y jefes y sub-jefes de
Telégrafos, por hombres constituyentes de garantía rotunda. La
compensación de arbitrariedades se ha tornado en la seguridad para
las urnas. y es ya ahora -como expresó Lleras Camargo para su
propia circunstancia- la plena neutralidad beligerante. iVíctor
Cruz Urrutia no ha sabido nunca que él fue factor muy importante,
por frase única-! y iqué poder en una frase! - en la imparcialidad
electoral auténtica. Ahora lo sabrá ya. Como él sabe también,
desde antes, que la verdad aun cuando sea ella adversa, surte visible
efecto en funcionarios con sensibilidad en la conciencia, como la
piedra que cae conmueve al lago, por muy grande que éste sea, con
una agitación de ondas concéntricas.

TRANSCENDENTAL
Cuando Ricardo Alfaro llega de América del Norte para encar-
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2007

garse del poder, no faltan por allí algunos quc rezongan: "Este, tan
vinculado con los yankees trae, desde Washington, toda la cartilla de
instrucción política". Acerbidad quc no es para extrañeza. Porque
lo dijo bien el dramaturgo norteamericano .J ohn Dos Passos en
"Destination": "El odio es pleitesía habitual que el pigmeo rinde
siempre a la grandeza". Pero es lo cierto que un familar, muy queri-
do para Alfaro, se encucntra transitoriamente en Washington. Y
siguiendo él práctica istmeña hasta entonces natural, envía a los de su
Partido, en Panamá, este cablegrama de esta sustancia, que se publica
acá en órgano de prensa: "Por aquí todo magnífico. Felicitémosnos".
y en seguida declara AIfaro desde el Solio, pasando sobre los nexos,
los afectos, y la sangre que es su sangre: "Quiero y debo entender
que este cablegrama si!,'1ifica que está muy bien de salud nuestra
familia residente o transeÚnte por América del Norte. Porque tengo
decidido que, desde ahora, la política del país se resuelva exclusiva-
mente en el país, y nunca en Washington, ni en ningÚn lugar forán-
neo". Es voz de tumbas panameñas cuyos hombres viejos hilvanaron
su ilusión de libcrtad con un tejido de eentuarias. Voz de istmeños
del presente a quienes la humilaciÓn, fardo sobre hombros, hace
protestantes. Voz de los que acaban de nacer, y quieren saltar ya
desde las cunas para sus primeros pasos libres. Primera voz de la
RepÚblica que pone para siempre punto final a la intromisión de la
política extranjera. Y a través de Ricardo Alfaro, la RepÚblica pres-
tante y arrogante encarna en hombre para liberaciones irrestrictas.
LOAS POR AMERICA
Voy escuchando en este predio o en este otro, de este tiempo
o este distinto tiempo, los elogios de varones cuyos prestigios, más
todavía que sus títulos, cruzan las patrias. De Don Ricardo Jiménez,
Costa Rica, cercano a mí por mi admiración aun cuando distante
por edades. De Carlos Lozano y Lozano, quien falleció después
trágicamente en la cumbre, en MedeIlín, terraza del Nutibara. De
Padila Nervo, en un paseo por XochimiIco, frente a la copa de
tequila, y entre flores de las orilas del canal indígena, y música de
Lara. De Víctor Maurtua, penalista e internacionalista del Perú,
en el Hotel Bolívar, Lima. De Don Arturo Alessandri R., tratadista
superior, entre las arboledas de su hermano Eduardo, por el Sur de
Chile, a mil cuatrocientas milas de Santiago. De Henry Holland,
sub-Secretario de Estado, cuya distracción está en los autores españo-
les clásicos, en la ya histórica casa Blair, ciudad de Washington.
De Milton Eisenhower, Presidente de Johns Hopkins, y mi compañe-
ro circunstancial en una reunión de América. Y últimamente,
entre varios, como homenaje póstumo, hace año y medio, por Cara-
cas, oigo esto de labios del chileno don Carlos Vicuña Fuentes, pro-
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2007

fesor de idioma y de sociología, y de leyes, y siempre tan rebelde


que, ya en su ancianidad, mantiene una pelea entre fuego del pensar
y nieve externa que hay en su testa: ¿"Me dice usted que murió
ya Ricardo Alfaro? ¡Cayó un pilar del gran rancho americano!".
VIDA SIN TERMINO
Por febrero del sesenta y nueve, aproximadamente, Claudio
Arrau, con su embrujada y embrujadora mano universal, da en
nuestro Teatro Bella Vista sus versiones de Juan Sebastián Bach y de
Beethoven. y comenta allí Ricardo Alfaro: "Las centurias diez y
siete a diez y nueve fueron para intensificación en la creación de
música. Y la centuria actual es para extraordinaria ejecución de las
creaciones clásicas. ¡Cómo gozamos y gozaremos este siglo!", En
la expresión entusiasta está la posición anímica de Alfaro en relación
con las épocas. Basta conversar con él como yo converso casi ritual-
mente por los sábados- para darse cuenta de que él hace unidad de
ayer y de hoy con el mañana. Su vida, en su sensación, va corriendo
sin un dique de años. O, para él, no son los años.
Quizás en ello influyan que hasta él -más desde luego, que hasta
mí según la pleitesía extranjera ya esbozada- llega la elogiosa voz
de los diferentes pueblos y hombres. El presidente quizás, con senci-
llez color de gloria, que tendrá esa perennidad que el mundo otorga
en sus recuerdos. y él así, con abandono en su ilusión, muy natural
y explicable, nunca se dedica a examinar el factor "terminación",
ya que para él siempre hay la vida tras la vida. O todo es vida.
Pero dos años después de lo de Arrau -febrero del setenta y uno-
"soplan vientos inexorables", según el decir del poeta transitante
de Colombia a México. Por consecuencia del remolino fatal de
aquellos vientos, aquí nos congregamos, con devoción, esta noche.
Es aquí el primer brote cultural de eternidad para Ricardo Alfaro,
o de que la vida continúe como la vida, según su ánimo. Pero, por
una precaución muy conveniente, su producción intelectual comple-
ta debe ser catalogada por Rogelio Alfaro u otro descendiente. y
debe ir siendo ella repartida por los Gobiernos Panameños desde lo
más alto de Canadá, hasta más allá del Nahuel Huapí y del Esmeral-
da, en lo del Sur. Para que, generación tras generación se mantenga,
en homenaje a Alfaro, una americana lámpara perpetua. O para una
inmortalidad asegurada.

LA ESTATUA
Por ese viento inexorable del año setenta y uno, como otra rea-
firmación de pleitesía eterna comenzante, aquí hemos colocado el
busto de Ricardo J. Alfaro en escultura de Y olanda Alfaro de Maddux
-vásta~o dilecto- moldeada con el primor, y más amor, y más el
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ideal de estirpe. Y bien ese busto aquí, muy propicio en su lugar,


muy cobijado en su templo. Pero del busto meritísimo, precisa pasar
ahora hacia la estatua entera, y por la calle, o por la plaza pública,
bajo el soL. Las estatuas son ornato generoso. Gracia que llega al
visitante. La ofrenda artística. Pero también muchas estatuas llevan
en sí la insinuación, casi la orden, para la determinación trascedentaI.
César lloró frente a la estatua de Alejandro por no haber ganado
aquél la gloria del Macedonio, éste aún en juventud. Las líneas
de Guilermo Pitt, resaltantcs en el relieve de aquel grabado célebre
de Holl, fueron después, sin duda, ímpetu de Palmerston, Gladstone,
Disiaeli, Churchil. y así esa estatua de Ricardo AIfaro, alzada por
lo muy abierto del país, probablemente traiga un día -un día de
años o decenios y decenios- por un futuro mensaje a uno de tantos
advinentes nuestros, propósito y ejecución para igualdad, o imagen o
semejanza en relación con el varón supremo. Porque ello apremia.
Porque cuando Alfaro nos faltó, nadie como él quedó. Nadie, como
él, después lo reemplazó. Y ninguno otro, así como él, asoma aún
por nuestros horizontes.

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f1'nsa,Yos .y iVluflograj'ías

¡EIL,iir;/'\IL\Wb,\llt~\I(D(() 11)1", ,!(iCr)I~ZiiJ

~nJø$é J~~ FtiÒM..I;:;iieIRecueråo

La extraordinaria trayectoria de hombre público de don José


lsaac Fábrega permite expresar que era admirado por todos, inclusi-
ve por los que aÚn no lo habían conocido personalmente: catedrá-
tico de Derecho en la Universidad de Panam~; abogado de gran re-
nombre; escritor que enriqueció la bibliografía nacional con valiosas
obras entre las cuales se destacan las novelas premiadas Crisol y La
gaviota; Escritos varios y otras más recientes; como periodista labo-
ró desde muy joven, llegó a ser director del diario La Estrella de Pa-
namá y fue por mucho tiempo su editorialista; fue sobre todo un
orador que no tuvo rival por su capacidad ex positiva, que triunfa so-
bre cualquier tema, desde el más sencillo hasta el más difícil; su vi-
bran le voz regis lraba espontáneamente el tono preciso, la in ten si-
dad y el alien lo que su verbo requería.
PerteneciÚ a la Academia panameiia de la Len~a y a la de la
historia.
.Fue un ciudadano integérrimo en quien se aliaron la brillantez del
intelecto, la magnanimidad del corazón, una acrisolada honradez y
esa ¡.rran perspicacia propia de quienes trabajan y se esfuerzan desde
muy temprana edad, para detectar la calidad humana de aquellos
a quienes trataba.
Por su talla moral, por su cultura y por su disposiciÓn a la polí-
tica de altura, en una ocasiÓn fue postulado para presidente de la
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República, pero las circunstancias que han marcado el clima poIí~


tico istmeño nunca han sido muy favorables a los altos valores in-
telectuales.
Lo conocí personalmente en el recinto de la Academia Panameña
de la Lengua. Llevo como una condecoración el recuerdo de que fue
él, por su propia iniciativa, el proponente de mi ingreso como miem-
bro de número a dicha Institución.
Entre las cualidades de don José Isaac Fábrega hay una que lla-
ma mucho la atención: su absoluta caballerosidad, en una época en
que la cortesía parece haber perdido terreno, acosada por las urgen-
cias y por el afán competitivo que caracteriza las relaciones perso-
nales en el mundo del trabajo. Don José Isaac siempre mantuvo in-
cólumes la naturaleza y el gesto del caballero.
No lo vi en los días en que su salud mermó, pero siempre procu-
ré informarm~ a travcs de los más allegados. Es presumible que la
falta de salud hubiera afectado su estado anímico, y prefiero recor-
darlo como era en la vida activa: la sinceridad de su conducta; el
noble ademán de cortesía que signaba todos sus actos; su palabra
siempre brilante, justa y de una pulcritud de esencia y forma que
podría servir como ejemplo en cualquier medio social.
Su amplia frente era quizá el rasgo físico más llamativo, el sím-
bolo exterior de su nobleza. Su mirada frontal, radiante y vigorosa,
nunca cedió a los embates de la edad y reflejaba una vida interior
llena de optimismo, de fuerza y claridades.
Es muy difícil aceptar la partida de una persona como don José
Isaac Fábrega: parece que se lleva consigo una estimable parte del
mundo, o que un área sensible de nuestro ambiente académico ha
sufrido una especie de de forestación espiritual irreversible.

Panamá, junio de 1987.

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Digitalizado por la Asamblea Nacional
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\'i!I(((lUff,IL )~(KJJlrJ\ il__DiU,)lJ\~)'f

José .lsQSFáj,¡e,4,Ptimeño Cabøl

l,a vida suele ulrccenios, a veces, compensaciones no exentas de


profunda tristeza, Así en esta ocasiÓn a mí, que no tuve oportunidad
de asistir ¡i sus exequias y a su sepelio, gracias a la deferencia de mi
apreciado amigo y colega, el profesor don Pablo l'inilla Chiari, se
tie deiiaia la hunra de escribii algunas líneas de elogio en ineiiioria
del Licenciad" clUIl .Ios( lsaac Fábrega. nin'. mi admiraciÓn por el
desaparecidu, ciudadano egregio. panameño ejeniplai y, por sobre
toda otra cosa, hombre de verdad, ùe rectitud, d(' bien.
A Ull aÚo de su iiiuerte se me hace dificil desprenderme de su
presencia, Su afabilidad, su don de gente, su superioridad espiritual,
han realizado a lo largo de muchos afios de trato cordial en el Minis-
tenu de EducaciÓn y en la Academia PanameÙa de la I ,engua, el lie-
dio singulai de que aun cuando disentía, y en muy pocos casos, con
su criteriu.FuiÚS se pudo entibiar siquiera la sincera estimaciÓn y
respeto que mc iispirÓ siempre la pureza de su intenciÓn y la genero-
sidad de sus propÚsitos, Tenía la Tara condición de saber atraer hacia
sí y de unir voluntades: unía y no separada. Por eso fue cabeza, y
la ni;s alta, entre amigos y colegas, fue como un vigía que marca el
derrotero. janÙs una violencia ni una intenipcLUlcia, No le oí
una palabra dura para nada ni para nadie. Y todas esas cualidades
supciion:s estaban, empero, adornadas de una firme voluntad, tan
incorruptible, como fue incorruptible su espíritu.
DO!i José lsaac Fábrega fue, para quienes tuvimos el privilegio
de concedo, un panameÙo íntegro. La vida de la naciÓn encontraba
ell (,1, a toda hora y en toda oportunidad, un intÚprete generoso.
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Ninguna de las alegrías o de las penas de nuestro pueblo dejó su


espíritu sin resonancia. Para todas tuvo un afecto alerta y una honra-
da y cálida comprensiÓn.
Don José Isaac Fábrcga fue ejemplo para sus conciudadanos por
su constancia, por su denuedo, por su ecuanimidad. Sus decisiones
no emanaban del impulso ciego, sino de la voluntad lúcida y acendra-
da.
En varios años de relación con este eximio ciudadano no le oí
descender a un vocablo impropio, dictado por el rencor o envenena-
do por la amargura. Tenía la convicción de que el hombre es hom-
bre, no por lo que se jacta de ser en la plaza pública, sino por lo que
es su fuero interno, a la luz inviolable de su conciencia y por lo que
alcanza a domeñar cn sí mismo cuando consigue coordinar su com-
portamiento con sus principios, sus propósitos con sus normas y sus
pasiones con su ideaL. Sensible, cordial e, indudablemente vulnerable
a los dardos de la censura, no reaccionaba a la herida con la violencia.
Colaborador suyo durante su gcstión como Ministro de Educación,
hube de someter a su decisión buen número de asuntos desagrada-
bles. En cada caso su resolución fue la más desinteresada, la más
piadosa, la más humana.
Hay en todos los países seres que, con la vida, se disminuyen.
Otros, en cambio, incluso después de muertos, crccen ante nosotros.
A estos últimos pertenece José Isaac Fábrega.

Todo ello, con ser mucho, no es sino un aspecto de su personali-


dad. Ella estaba integrada por una amplia cultura, resultado de su
actividad múltiple que abarcó distintos aspectos de su vida pública y
se extendió por más de medio siglo en el desempeño de altos cargos
en el gobierno, la Universidad, las Academias e instituciones cultura-
les.
Reunía en su espíritu las cualidades preeminentes del hombre
de letras.
Desde sus producciones juveniles reveló su genuina vocación de
escritor, dueño de los medios de expresión, una prosa ágil, viva, vigo-
rosa y sugerente, con movimiento y color y una aptitud fina para
analizar y reconstruir psicológicamente un cuadro brillante en el
que desfilan sucesos y personajes.

Sus palabras corresponden plenamente a sus ideas, estas últimas


siempre encendidas, preparadas para la acción.
Pero deseo detenermc ahora en algunas iniciativas que desarrolló
el señor Fábrega desde el Ministerio de Educación.
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2007

El corto período de su tránsito por el Ministerio de Educación


fue impresionante y trabajó para cimentar en sus líneas fundamenta-
les el sistema educativo con intrépida persistencia y con noble
espontaneidad.
Para él la educación era el servicio nacional de mayor importan-
cia: el supremo.
Fue don José Isaac Fábrega un hombre disconforme; y por dis-
conforme un iniciador.
El problema de buenos locales era, en lo material, el más apre-
miante de los problemas educativos de la República en ese momento.
Salvo excepciones reconfortantes, muchos de los que existían o eran
de particulares, construidos originalmente para servir de habitación,
e implicaban para el Estado un elevado gasto de alquileres que, en
ciertos casos, no correspondían ni al precio de los inmuebles ni a su
aptitud de real aprovechamiento, o, si eran propiedad del Estado,
un buen número constituían adaptaciones de casas inadecuadas,
arcaicos recintos mal ventilados e iluminados, con instalaciones
higiénicas deficientes, sin espacio para bibliotecas, laboratorios y
talleres, con aulas oscuras.
De inmediato, el señor Fábrega concibió un plan de construccio-
nes escolares para un crecido número de poblaciones de las diversas
regiones del país, nuevas escuelas cuyas partes se subordinaron al
destino de su función, con visión pedagógica certera, con cualidades
técnicas apropiadas.
Se construyeron nuevas escuelas sin olvidar que el verdadero lujo
de un plantel escolar no son los mármoles y los bronces, sino la utili-
dad combinada de todas sus dependencias, la articulación de sus
partes, el ejercicio congruente de su función. Quiso don José Isaac
Fábrega escuelas bellas; mas no por el derroche de materiales decora-
tivos, antes por esa belleza insustituible que emana de toda cosa
que corresponde adecuadamente a la voluntad de servicio de quien
la crea. Pidió a sus colaboradores que se preocuparan por la solidez
de los edificios, por que se les dotara de cómodos y duraderos mue-
bles, bibliotecas y laboratonos, pues no quería establecimientos
vacíos. Todo esto significaba fuertes erogàciones, pero su cnterio
era que el país no tenía suficientes recursos económicos para levan-
tar edificios que, por baratos sean transitorios y que, por baratos y
transitorios resulten caros a fuerza de arreglos, de innovaciones y de
"mejoras".
Desde hace mucho, los panameños de mente clara se han preocu-
pado por establecer la unidad nacional sobre las bases sólidas de la
escuela.
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2007

Don José Isaac Fábrega, panameño de mente clara, al ocupar el


Ministerio de E.ducación quiso convertir en realidad esta preocupa-
ción. Creía firmemente que para que la conducta práctica sea
suficientemente armónica con las necesidades reales de la sociedad,
es preciso que haya un fondo común de verdades de que todos
partamos, más o menos deliberadamente, pero de forma constante.
Para lograr esa necesidad consideraba que el único medio es una
educación sistemáticamente calculada y que sea igual para todos
cualquiera que sea la profesión que deban escoger, pues por más
que esas profesiones parezcan disímilcs todas deben obrar de consu-
no porque todas tienden a un mismo fin, que es el bienestar social
y todas deben partir de principios concordantes.
Sostenía el señor Fábrega la tesis de que la unidad nacional
exige un ciclo medio práctico, amplio y unificado.
En su afán de llevar su idea a la práctica, pidió su colaboración
al insigne educador y meritorio ciudadano Dr. José D. Moscotc,
que se la brindó generosamente. Desafortunadamente el corto
período de su gestión como Ministro de Educación malogró tan
prometedor proyecto de reforma de la educación media.
No obstante lo anterior es importante indicar los puntos esencia-
les de este intento de reforma de la educaciÓn media panameña
formulados por estas dos eminentes figuras públicas.
Frente al daño que ha producido la tradición memorista de
nuestra pedagogía de tipo académico, el primer objetivo de la refor-
ma quiso ser el de eliminar ese mal, vitalizando los métodos didácti-
cos y equilibrando, en los planes, las horas de exposiciÓn con las
horas de actividad en los laboratorios, las bibliotecas y los talleres.
Otros de los objetivos proyectados fue el de substituir las tareas
hechas en el domicilio, tan fatigosas para padres y alumnos, tan úti-
les para el brilo aparente de ciertas asignaturas, pero tan estériles
para el rendimiento efectivo de los colegios, por el estudio dirigido
en los propios centros docentes, bajo la orientación diligente de un
profesor, lo que permitiría, entre otras cosas, que los -estudiantes
dispusieran en realidad de su tiempo libre, bien fuese para dedicarse
a los deportes, bien para descansar y csparcir el ánimo en paseos y
lecturas de sano divertimiento.
En tercer lugar deseaba don José Isaac Fábrega que el estudiante
con menor aptitud para determinadas asignaturas no se convirtiera
en límite que detuviera el progreso de sus compañeros y que, en
cambio, mejor dotado para otras disciplinas, no se viera, a su vez,
contenido en eUas por quienes avanzaban con dificultad y con lenti-
tud. Se pensÓ para darle soluciÓn a la anterior dilicultad en la cons~
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

titución de grpos móviles que otorgarían mayor homogeneidad


a cada conjunto, y ayudarían en muchos casos, a los padres y educa-
dores a advertir, con menores riesgos de incertidumbre por qué
sendas iba revelándose la vocación positiva del estudiante.
Por último, tuvo el Ministro Fábrega el propósito de aligerar
los programas, conservando en ellos los temas esenciales, procurando
asociarlos con las asignaturas afines y, en lo posible, presentando
cada unidad de trabajo de modo de ligar el aspecto teórico con la
experiencia práctica; es decir, con la aplicación del conocimiento
en el laboratorio, las bibliotecas y el taller.
Hubo siempre en don José Isaac Fábrega un ideal educativo.
"Vivir es aprender-afirmaba con su voz plena~y someter los bríos
de la vida a ritmo, razón y armonía".
Por eso quería una considerable y tranquila obra de educación
para levantar sobre el atropello y el desafuero, tan frecuentes en
nuestro turbulento proceso histórico, otros valores de convivencia y
tolerancia. Una educación orientada hacia la formación integral
del hombre. Estimuló siempre a los jóvenes, con su palabra, con su
apoyo. Y siempre estuvo anuente a dialogar con la juventud.
Encaró la vida con optimismo y la vida le dio todo lo deseable:
amor de los suyos; talento reconocido; pública y respetuosa conside-
ración.
Ya se nos ha apagado Sft palabra, siempre cálida. Se ha desvaneci-
do su sonrisa acogedora; su gesto cordial, estimulante; sus ojos
avizores y profundos. Pero nos queda viva su alma en su obra que
refleja sus desvelos de patriota, en sus frases armoniosas y refulgen-
tes, en la vibración de sus ideas.
Sean las líneas anteriores mi pequeño homenaje a la memoria de
un hombre que si nuestros sucesores conocerán por su prosa encen-
dida y persuasiva, nosotros conocimos también por lo que vale tanto
como la inteligencia y el estilo: el ímpetu generoso del corazón.

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llUJJA\I~f ILt §(G~i~

El ciudadano que rige hoy los destinos de la Patria panameña


tiene ascendencia entre los luchadores que en el primer cuarto del
siglo xix libraron la mejores lides por la libertad americana y entre
aquellos raros personajes de singulares virtudes, que fueron recep-
táculo del respeto, y estimación de la sociedad y de la época en que
vivieron. El caballero venezolano don Antonio Mendoza, Capitán
del Ejército Libertador, y don Victoriano Soto, Secretario de la
Diócesis istmeña y Escribano Público de Panamá, fueron los abuelos
del doctor Calors A. Mendoza, cuyo padre, don Juan, desempeñó
a su vez, en el Istmo, los más altos e importantes cargos en el orden
administrativo y judicial, ejerció la Presidencia del Estado en 1871 Y
1872 Y murió en Bogotá en 1876, joven todavía, cuando tenía
asiento en el Senado de Colombia como Plenipotenciario por el
Estado dc su nacimiento, que representó en ambas Cámaras en más
de tres períodos.
De él dijo Aníbal Galindo, como el mejor elogio al despedir
sus despojos yertos, "que había muerto pobre, casi en la miseria,
cuando una simple condescendencia en el ejercicio de los altos desti-
nos que ocupó, habría bastado para legar una fortuna a sus hijos";
frases que en sí condensan los méritos y raros quilates de una vida
de abnegación y de desprendimiento puesta al servicio de su patria.
Del matrimonio legítimo de aquel patriota distinguido y de la
respetable señora doña Josefa Soto, que aún vive rodeada del respeto
de sus coterráneos, nació en Panamá el 31 de octubre de 1856
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Carlos Antonio Mendoza, quien niño aún y después de haber demos-


trado su amor al estudio y la precocidad de su inteligencia en las
aulas de primera enseñanza existentes en la época en esta capital,
siguió en 1869 a complementar su educación en Bogotá, becado
por el Gobierno del Estado presidido por el General Buenaventura
Correoso, en el cual actuaba su padre como Secretario General.
Causas distintas y ajenas a las buenas disposiciones del joven le obli-
garon a regresar al lado de su familia en 1875, en el hervor de las
pasiones que en aquel período de la historia de Colombia agitaron
los partidos políticos. Fue entonces cuando entró a prestar sus ser.
vicios en la casa comercial de Arosemena Hermanos, y en esos sus
pasos iniciales en la lucha por la vida le sorprendió la infausta nueva
de la muerte del autor de sus días, lo que obligó al joven Mendoza a
redoblar sus bríos para concurrir con el aporte del producto de sus
faenas al sostenimiento del huérfano hogar, aceptando el puesto de
Archivero de la Secretaría de Gobierno que le ofreció en aquella
situación de luto y desamparo el Presidente del Estado, General
Rafael Aizpuru.
Con el desempeño de este modesto cargo comenzó Mendoza su
carrera pública. Desde entonces y hasta 1884 ocupó en los gobiernos
del Estado Soberano los puestos de Tesorero del Estado, Goberna-
dor de la Provincia de' Panamá, Subsecretario de Hacienda, Diputado
a la Asamblea Legislativa y Miembro del Cabildo en Panamá.
En 1885 fue Secretario de Gobierno del General Aizpuru, habien-
do acompañado a este jefe en la revolución que encabezó para con-
currr con los liberales en aras al plan general de derrocar el Gobier-
no de la Unión, pues afiiado Mendoza por herencia y por tempera-
mento al Partido Liberal, prestó en toda ocasión a su causa política
el contingente valioso de sus luces y de sus esfuerzos en todos los
campos de la actividad, ya en el periodismo, donde temprano s se
inició con bríos y culminó con éxito, ora en la tribuna política,
donde su verbo sonoro y arebatado a veces ha tenido siempre el
poder de convencimiento y el empuje peculiar de los caudillos' y
conductores de pueblos, o bien en los campamentos, cuando su par-
tido jugó al azar de las armas la solución de intrincados pr;:blemas
políticos o la reconquista de sus derechos concuIcados.
Como consecuencia de esa actitud sin intermitencias y del régi-
men implantado en Colombia después de aquella aciaga lucha,
Mendoza saboreó en ocasiones el pan amargo del ostracismo y en
otras aprendió a amar más la libertad privado de ella en el fondo de
las prisiones, ya que en la selección de las víctimas de la venzanga o
de la suspicacia de sus adversaros políticos, le tocó por lo común
y para su mayor prestigio, ser de los escogidos.
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Alejado forzosamente el Partido Liberal de toda ingerencia y


representación en la cosa pública, Mendoza, hombre de ideas concen-
tradas y de fidelidad a los principios de su credo, que no tiene
condiciones de claudicar ni acepta la resignación como virtud,
vivió durante la larga noche de la regeneración colombiana -pe-
ríodo de prueba que no resistieron muchos- en las alternativas de
sus labores en el foro, donde tiene conquistado nombre, en la prensa,
en la dirección política de su partido y en los esfuerzos de todo
orden para alcanzar el predominio de éste en el Gobierno de la Re-
pública. "La Idea", "El Deber", "El Ciudadano" y "El Criterio"
fueron tribunas que levantó cn medio de un régimen asfixiante
que ahogaba toda expresión del pensamiento, en cuyo interregno
desempeñó en su partido los cargos de mayor honra y confianza,
como miembro del Directorio Departamental, Delegado, con el
doctor Pablo Arosemena, a la Convención Liberal que se reunió
en Bogotá en 1897, candidato escogido por sus copartidarios para
representar en el Congreso colombiano algunas de las Secciones
del antiguo Departamento de Panamá, Secretario de Gobierno del
Jefe Civil y Militar, doctor Belisario Porras, en la campaña de 1900
y Visitador Fiscal en la que terminó el tratado del "Wisconsin" cn
1902.
La obra de haccr del territorio istmeño un cstado independicnte
en el consorcio universal, encontró en Mendoza al obrero infatigable,
cuando pendientes los anhelos de los patriotas istmeños de la deci-
sión del Congreso Colombiano respecto del Canal Interoceánico,
preparaban en silencio las bases del edificio que, sólido y magnífico,
se levantó el 3 de noviembre de 1903; Y fue, como ya se ha dicho,
"cerebro del movimiento, de los que organizaron el país y redactaron
los documentos" como el acta de independencia del Cabildo de
Panamá.
Con la Junta del Gobierno Provisorio colaboró Mendoza en
el importante puesto de Ministro de Justicia, hasta que nuevas in-
constancias del destino y veleidades de pasiones adormecidas, que
siempre pusieron a prueba la entereza de su carácter, lo redujeron
de nuevo a la condición de un simple particular en la República que
había ayudado a fundar, bien que investido del cargo honorífico
de Tercer Designado, que le confirió la Convención Constituyente.
En Bocas del Toro estableció entonces su bufete de abogado,
trabajó con éxito abriéndole su clara inteligencia camino amplio a
la fortuna, cuando los acontecimientos políticos que se iniciaron
a principio de 1908 para renovar en los comicios populares los Altos
Poderes de la Nación, lo obligaron, como hombre de partido, a
trasladarse a la capital para asumir al frente del liberalismo la actitud
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de un combatiente tenaz en una lucha que culminó en la ascensión


del señor don José Domingo de Obaldía a la Presidencia de la Repú-
blica. El país sabe cual fue la actitud del doctor Mendoza en esos
momentos de vacilaciones y rebeldía en el seno mismo del Partido
Liberal y sabe cómo su verbo vibrante e impulsivo decidió, en noche
memorable, la suerte de la candidatura presidenciaL.
En mérito a su labor política y en reconocimiento a su conducta
en esa campaña cívica, con la cual se inauguró la era del sufragio de
la República de Panamá, la ciudadanía capitalina llevó con sus votos
al doctor Mendoza al ayuntamiento del Distrito, el Presidente electo
lo llamó a colaborar en su Gobierno al frente del delicado cargo de
Secretario de Hacienda, y a su turno la Asamblea Nacional acogió
su nombre para depositar en él la Segunda Designatura en la sucesión
legal del Poder Ejecutivo.
Los acontecimientos dolorosos que en el término de un año han
arebatado a la patria los dos meritorios ciudadanos en quienes radi-
caba la Primera Designatura y la Presidencia Constitucional, han
elevado al doctor Mendoza al puesto de Primer Magistrado de la
República. El país, que conoce las relevantes dotes de tan distingui-
da personalidad, sus condiciones de laboriosidad, su inteligencia y
su patriotismo visible en cada acto de su accidentada y luminosa
vida pública, espera confiadamente que su paso por el alto puesto
que honran tales antecedentes, dejará la huella de un gobierno
recto, justiciero y honrado.

DISCURSO

pronunciado en febrero de 1917 ante la tumba del


Dr. Carlos A. Mendoza

Señores:
Es muy difícil para mí venir con animo sereno a este lugar
consagrado por la religión, por el patriotismo y por cuanto de más
elevado y noble hay en el alma humana, a visitar la tumba de un
amigo que fue para mí como un hermano y cuyo afecto sincero y
profundo era una de las satisfacciones íntimas de mi vida, un consue-
lo en las horas tristes, una esperanza alentadora en los días adversos.
Si se tratara solamente de un homenaje individual de mis sentimien-
tos, yo vendría aquí solitario y silencioso, a evocar el espíritu del
amigo que ha dejado a mi alrededor un vacío inllenable y a rendirle
a sus cenizas el tributo de afecto que le rindo diariamente a su
memoria; pero no se trata solamente de una manifestación personal;
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se trata de un homenaje colectivo que el país entero le tributa


al que fue uno de sus servdores más preclaros y por eso vengo yo
también, confundido con mis conciudadanos, a dejar oir mi voz en
esta imponente peregrinación nacional.
Durante más de un cuaro de siglo existió entre el Dr. Mendoia
y yo la amistad más cordial e íntima que pueda existir entre dos
hombres. Unidos, primero, por los lazos de una espontánea simpa-
tía personal y luego por el vínculo indestructible de las ideas y de
las aspiraciones políticas, Mendoza y yo siempre estuvimos juntos
en la desgracia y en la fortuna; en la lucha, en la derrota y en el triun-
fo. Juntos sufrimos prisiones, persecuciones y ostracismos; juntos
vimos la muerte cara a cara en horas solemnes y juntos llegamos a
ocupar posiciones de responsabilidad en nuestra nación recién
creada. Tuve por esas circunstancias especiales la oportunidad de
conocer a fondo, mejor que nadie en el país, con una sola excepción,
el Dr. Belisario Porras, las cualidades de Mendoza, el poder de su inte-
lecto, el temple acerado de su carácter, su honradez y su lealtad
insospechables, su gallardía caballeresca y su generosidad sin límites.
Desde muy joven, Mendoza se vio envuelto en los torbellinos
políticos tan comunes en nuestras incipientes democracias, y su
prematura entrada en el campo de acción de los partidos en pugna
debió alterar profundamente el proceso de su actuación política.
A la edad en que los hombres que desean dedicarse a una carrera
pública se hallan en las Universidades estudiando teóricamente
los problemas trascedentales del Estado, ya Mendoza ocupaba puesto
prominente en la dirección de una agrpación política fuerte y pres-
tigiosa. Así, en vez de haber entrado a la vida política con el bautis-
mo de pensador, las circunstancia hicieron que Mendoza recibiera
al iniciar su carrera el bautismo de hombre de acción.
Los hombres que llegan a poseer influencia eficaz en la dirección
de los destinos de un país pueden clasificarse en tres grandes catego-
rías: los pensadores políticos, los políticos emocionales y los políti-
cos de acción. Cuando un solo hombre reúne en sí esas tres formas
de la actividad política o siquiera dos de las más esenciales, ese
hombre escala las alturas del genio y sus obras son grandiosas e
imperecederas.
Mendoza no poseía un espíritu educado para encontrar en la
meditación y en la especulación intelectuales las fórmulas aplicables
a la situación de un momento o de una época; su espíritu se guiaba
por intuiciones, esto es, por inspiraciones geniales difíciles de expli-
car y de clasificar por el fiósofo, inspiraciones que tienen sus raíces
hondas y ocultas en la vida emocional pero que frecuentemente
conducen a graves errores.
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El espíritu de Mendoza se educó y disciplinó para la accion y


por eso su vida fue un continuo despliegue de irresisti?le e inconteni-
ble energía. Lanzado en alguna dirección, nada le detenía en su
curso; sus fuerzas se centuplicaban prodigiosamente y sus golpes y
sus ataques eran rápidos, rudos y certeros. Pero para que todas
esas energías le condujeran a la victoria final, Mendoza necesitaba
la cooperación de hombres reflexivos que moderaran sus entusiasmos
desbordantes y que le advirtieran la presencia de peligros que él no
veía en la exaltación de la lucha. Esas fueron sus deficiencias como
político y tal vez ellas fueron la causa de su muerte prematura.
Sin embargo, si el entusiasmo abrasador de los hombres de fe es una
deficiencia y es un peligro; si él conduce a mortales desilusiones y
a caídas momentáneas, yo lo prefiero siempre a la apatía melancóli-
ca de los hombres que marchan entre sombras y entre dudas, por
una ruta sin meta visible, gobernados por el miedo o dominados
por una pereza espiritual invencible, y es por eso por lo que yo
admiraba a Mendoza como político; yo veía en él siempre la encar-
nación de una voluntad viril y activa engrandecida por un noble
e inspirador entusiasmo.
Mendoza fue un hombre que poseyó, además, otras cualidades
menos visibles, pero que sin embargo contribuyen a completar las
líneas de su carácter como hombre, como ciudadano y como políti-
co. Aún en medio de las luchas más tremenda, jamás le vi sacrificar
una amistad por malevolencia o por egoismo. Como ciudadano
cumplió siempre su deber sin vacilaciones; como político fue siempre
disciplinado y fiel a sus doctrinas.
Mendoza tenía convicciones personales profundas sobre la
eficacia de la unidad de los partidos y sobre el papel de éstos como
agentes activos o como entidades reguladoras en el gobierno de un
país. El creía en la conveniencia de los gobiernos de partido desde
el momento en que existieran agrupaciones políticas claramente
delimitadas y perfectamente organizadas que dispusieran de recursos
y medios legales para hacer efectivo el sufragio popular. Y ese con-
cepto es el que debe prevalecer para que la república democrática
exista, prospere y perdure.
SEr\ORES:
Dispensadme que haya pretendido hacer en pocas palabras un
bosquejo del carácter y un análisis de la vida política del hombre
ilustre cuyo nombre venimos a honrar en este recinto. El puesto
prominente que Mendoza ocupó en el país y las varias actividades
en las cuales hizo sentir su influjo, no pueden ser consignados, ni
siquiera enumerados, en un breve discurso. Lo que Mendoza fue
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para Panamá no es necesario decirIo en discursos 11 en libros a los


panameños de hoy porque ellos lo llevan escrito y grabado profunda-
mente en sus corazones, y basta dirigir la mirada a esta concurrencia
para apreciar lo que es y lo que vale el haber conquistado un hombre
la gratitud, el afecto y el aprecio de todo un pueblo.
Esta peregrinación tiene además, un alto significado. Ella es a
un tiempo recuerdo y estímulo; tributo de admiración a una memo-
ria venerada y voz de aliento para los que aún continuamos la jornada
de la vida, en marcha hacia un ideal superior. ¿Quién, en presencia
de este espectáculo inolvidable puede creer en la ingratitud popular?
¿Quié no ve cn cste acto la expresión más sinçera de una igualdad
que conforta los espíritus y que les abre a todos nuestros conciuda-
danos la puerta de las aspiraciones nobles, por elevadas que ellas
sean y por irrealizables que parezcan?

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HISTORIA DE LA CREACION DEL MUSEO.


La historia de crear un Museo de Historia en la ciudad de David,
que llevara el nombre de José De Obaldía, surgió por iniciativa
del Prof. Mario José Molina C., en el año de 1976, posterior a un
viaje realizado a la ciudad de Bogotá, en donde comprobó la rele-
vancia histórica de este personaje, tanto para Panamá como para
Colombia.
Después de que el Prof. Molina, conjuntamente con la Prof.
Dalva Acuña de Molina, presentaron este proyecto a la Dra. Reina
Torres de Araúz, Director del Patrimonio Histórico Nacional en ese
mismo año, esta acogió con entusiasmo y optimismo esa idea, brindó,
desde ese momento, la total orientación técnica y respaldo moral
necesarios, a la vez que recomendó la formación de la Sociedad
Amigos del Museo con personas que se distinguieran por su admira-
ción e interés en rescatar y preservar los valores históricos y artísti-
cos de la provincia.
El nombre de don J osé De Obaldía para este Museo reunía todos
los méritos para una obra de esta naturaleza, ya que fue una de las
personalidades políticas más destacadas del país durante el siglo
XIX, pues fue Presidente encargado de la Nueva Granada en varas
ocasiones, entre los años de 1851-1855, Presidente del Estado Sobe-
rano de Panamá en 1860 y fundador de la Provincia de Chiriquí en
1849, ya que formaba parte de Veraguas hasta ese momento. En
unión de Mariano Arosemena, fundó el periódico El Gran Círculo
Istmeño, La Unión y otros; luego con Juan Nepomuceno Venero
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Durante estos años, de ardua y dedicada labor de su Director,


Prof. Mario J. Molina C., el Museo De Obaldía ha prestado significa-
tivos servcios a la comunidad con la presentación de su haber museo-
gráfico al público, exposiciones en la Feria Internacional de San
José de David, donde obtuvo un honroso primer lugar, colaboración
con otras asociaciones para realizar exposiciones, como el Club de
Jardinería, Club Soroptimista, Escuela de Bellas Artes y las Embaja-
das de Alemania y Yugoslavia, acreditadas en el país. Ha organizado
y presentado conciertos líricos, recitales poéticos y festivales folklóri-
cos, significando con todo esto que el Museo De Obaldía es una enti-
dad viva que participa para y con la comunidad, contribuyendo a
elevar y afianzar el nivel cultural en la provincia.
Durante parte de este período, el Museo De Obaldía ha contado
con el asesoramiento técnico y contribuciones económicas del Ins-
tituto Nacional de Cultura, especialmente en la museografía, donde
hemos contado con la valiosa colaboración de la especialista Prof.
Marcela Camargo de Cooke, así como de la Dirección del Patrimonio
Histórico Nacional y sus restauradores, Jacinto Almendra, piezas de
metal, Jaime Caballero y Germán Pérez, pinturas y esculturas religio-
sas, realizando el trabajo de restauración en gran parte de las obras
de arte; el apoyo del Ministerio de Educación, la colaboración de
diversas entidades del Estado como: DIGEDECOM, IPAT, MOP,
Bingo Nacional de David, IDAAN, IRHE, INTEL, INDE, el respaldo
económico del Ministerio de Planificación, Municipio de David,
Lotería Nacional de Beneficencia, el BancO Nacional de Panamá,
la Caja de Ahorros, Fuerzas de Defensa, la Petroterminal, la Chiriquí
Land Co., la empresa privada de David, los pintores chiricanos y la
comunidad en general, que ha creído en esta obra y que se ha perca-
tado de su tremenda importancia en el desarrollo cultural de la
provincia y del país.

RESTAURACION DE INMUEBLE S

Cuando la Sociedad Amigos del Museo José De Obaldía recibió


esta casa para que fuera la sede del Museo de Historia y de Arte
José De Obaldía, tal tarea se encomendó al profesor Mano J. Molina
Castilo.
Nos dice el Prof. Molina que la dirección de los trabajos de res-
tauración de la casa Obaldía los realizó en base a consultas a arte-
sanos, fotografías antiguas y observación de estructuras de otros
inmueblcs antiguos del casco viejo de la ciudad de David, además
de consultas en obras históricas y arquitectónicas.
Prevaleció un criterio histórico, además que había que acondi-
cionar la casa para que funcionara como Museo. Se trató de darle a
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este importante paso de la obra todos los detalles de su arquitectura


original, pues acusaba ciertos aspectos modernos introducidos por la
última generación de la familia Obaldía que vivió en este inmueble.
Su estado físico fue otro de los obstáculos que hubo que salvar,
y para ello se contó con la gran colaboración de la Chiriquí Land
Co., que suministró todo el material de madera utilzado en esta
restauración.
En el aspecto técnico se contó con la colaboración de la Arq.
Lidia Guilermina López, quien hizo el plano de levantamiento
de la planta, recomendó reforzar la estructura y hacer algunos
cambios en el techo, piso, divisiones, etc.
En esta primera etapa se contó con la valiosa donación cle don
Miguel Brenes Candanedo, quien suministró una gran cantidad de
vigas 8 x 8 para tales fines, de la vieja casa de doña Manonguita
Hassán.
Participó en el trabajo aresanal Andrés Montenegro, quien le
dio al techo vistosidad y semejanza original.
En el resto de la obra de restauración del inmueble Obaldía,
hay que reconocer el valioso trabajo del maestro de obra Antonio
Jiménez, quien realizó los trabajos de albañilería, ebanistería, arte-
sanía, cocina, elaboración de vitrinas, bases y módulos de exposición,
los cuales, sin duda, merecen un elogio por haber alcanzado niveles
arísticos.
Con referencia a los materiales utilizados en la restauración de la
casa, el Prof. Mario J. Molina Castilo se preocupó por adquirir, de
algunos restos de casas del casco viejo de la ciudad de David, baldosas
de arcilla, cuadros, horcones de níspero, tejas, tejones, adobes,
terrones y otros materiales de áreas rurales, como San Pablo, Monti-
lla, Alanje, Gualaca y San Juan del Tejar; además de la compra de
mangle, caña blanca, caña brava, los cuales, sin duda, le han dado
gran parte de su aspecto original.
De alí, el vialioso aporte del Prof. Molina en el rescate de una
de las piezas más importantes de la arquitectura del siglo xix, no
sólo por su estilo de construcción regional, sino también por su
interesante e importante pasado histórico.

HISTORIA DE LA CASA OBALDIA


El Museo de Historia José De Obaldía se aloja en una antigua
residencia de mediados del siglo xix inicialmente mandada a cons-
truir por don José Lorenzo yallegos, quien apoyó, en es~a área, el
movimiento independentista de Panamá de España; postenormente,
residencia de don José De Obaldía, casado con Ana Gallegos.
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Esta casa no sólo ha tenido una gran función histórica como


centro de reuniones donde se firmaron acuerdos de importancia
como el Acta de David de 1861, sino que también se hospedaron
en ella figuras de renombre, como el General Francisco Moraián,
el investigador alemán Moritz Wagner, el Dr. Rafael Núñez, Josc
Hilario López, Manuel Amador Guerrero, etc.
En esta residencia vivieron en diferentes époc:is los hijos de
José De Obaldía, José Aristides, José Domingo De Obaldía, segundo
Presidente Constitucional de Panamá, con su esposa e hijos, Agustín,
José Manuel, Gustavo, Fabio, Generoso y Lorenzo, quien fue propie-
tario de la casa durante gran parte del período republicano y cuyos
hijos, Celia, Serafina y José Arsenio, fueron sus últimos dueños.
Esta casa representa uno de los últimos vestigios de la arquitec-
tura regional con influencia española, con gruesas paredes de terrón
revestidas con cal y canto, grandes puertas de madera delimitadas
con arcadas de piedra, piso superior y paredes de madera, techo de
caña brava, mangle y tejas y piso inferior de baldosas de arcila.
La propiedad está delimitada por una tapia construida al estilo
antiguo, con terrón y, en la parte superior, revestida con tejas.
En su interior tiene un hermoso jardín con grandes y antiguos
árboles frutales, rosales y plantas antiguas decorativas y medicina-
les.
Finalmente, un parque, donde se han colocado bancas de madera
y hierro, semejantes a las constituidas a principios de siglo, donde se
realizan diversas actividades culturales y sociales.

El contenido museo
gráfico de esta Institución se inició con las
colecciones donadas por la familia De Obaldía, que incluían muebles
antiguos, obras de arte, pinturas, fotografías, documentos históricos,
vajilas y otros enseres de época.
Posteriormente, fue enriquecido gracias al denodado esfuerzo,
gestiones y científica labor de investigación heurística del Prof.
Mario J. Molina C., gestor y director de la obra del Museo, quien
logró recopilar preciados materiales de valor histórico y cultural,
hasta el grado de rescatar obras del pionero de la pintura en Chiriquí,
Alberto Franco, que se encontraban, prácticamente, en el anonima-
to, al igual que otros pintores como Ida BeIli y Héctor Falcón.
También fotografías iluminadas de L. Gallardo y P. Martínez, pintu-
ras coloniales anónimas del siglo XVIII, estandartes pintados, un
amplio muestrario del arte textil, fotografías de Enrique j. Vial y
otras piezas valiosas de escultura religiosa como las columnas talla-
das que pertenecían a un altar colonial de Bugaba, del siglo XVIII,
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Digitalizado por la Asamblea Nacional
2007

un sagrario, último vestigio de un retablo colonial de la iglesia de


Alanje, orfebrería, imaginería, pilas bautismales, de agua bendita y
todo un complejo en este campo del arte religioso.
El Prof. Molina también efcctuó la labor de rescate de valiosos
materiales como restos de vajilas de familias antiguas de David,
armas de la Guerra de Coto, de los Mil Días, fotografías antiguas
ampliadas por el Banco Nacional de Panamá, mobiliario de época,
ejemplares de periódicos de inicios de la República como el Agricul-
tor, el Noticiero, Centinela del Valle, Ecos del Valle, El Valle de la
Luna, lo mismo que documcntos de carácter histórico de la época
colonial, departamental y republicana, así como otros enseres que
reflejan formas de vida del chiricano, tanto de las áreas rurales como
dc las urbanas.
Entre los objctivos propuestos para la realización de este Museo,
podemos señalar, básicamente, el rescate, conservación y difusión de
los diversos y valiosos bicncs culturales de la provincia, para que el
chiricano conozca y se enorgullezca de su historia y el panameño,
en general, valore la contribución histórica, política y artística del
hombre de esta región en la formación integral de la Nación.

CONTENIDO MUSEOGRAFICO

PLANTA BAJA
SALA DE ARQUEOLOGIA
Esta sala muestra evidencias de la población que vivió en la región
occidental Chiriquí-Bocas del Toro, desde 5,000 a.c. hasta la llegada
de los españoles.
En ella se muestran los siguientes aspectos:
LITICA: Objetos de piedra hechos para diversos usos, como hen-
dir la madera y cortar árboles; piedras de moler para preparar el maíz
y la monumental escultura del "Sitio Ceremonial de Barriles".
CERAMICA
El período Chiriquí Clásico cxhibe vistosas piezas como "trípo-
des", negativo, bizcocho y líneas rojas.
Las escogidas piezas aquí presentadas muestran el desarrollo dc
esta artesanía, cuyo tipo más antiguo, el escarificado, se estaba usan-
do para el año 200 a.C. Entre el 1,000 Y el 1,500 d.C., la cerámica
alcanzó un gran desenvolvimiento, destacándose los tipos bizcocho,
negativo, líneas rojas, lagarto, con la aparición de la pintura como
aplicación decorativa de la pieza. Es el período de Chiriquí Clásico.

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Los alfareros aborígenes se especializaron, además, en la confec-


ción de pitos y ocarinas, de gian significado artístico y musicaL.
La mayor parte del material que se presenta en esta sala es pro-
ducto de la valiosa donación heeha por la arqueóloga Dra. OIga
Linares y del Museo Antropológico Reina Torres de Araúz, además
de otras piezas donadas por el señor Miguel A. Brenes Pérez y otros.

COLLARES Y COLGANTES.
Hechos con cuenlas de piedras preciosas y semiprcciosas, como
jade, jadeíta y ágata, además de oro. Fueron utilizados para denotar
poder y prestigio.
La sala termina con una sección etnográfica destinada a los
guaymíes, grupo que en la actualidad conserva muchas de las prácti-
cas y tradiciones de sus antecesores, con muestras de sus artesanías,
formas de vida, danzas y otras costumbres.
En el arreglo museográfico de esta sala, tuvimos la valiosa colaQo-
ración de la profesora Marcela Camargo de Cooke, museógrafa espe-
cialista del IN AC.

SALA DE LA PRESENCIA ESPANOLA EN CHIRIQUI


Destaca la conquista de las tierras chiricanas por los españoles,
así como la fundación de las primeras ciudades, Remedios, Alanje,
David y los pueblos de San Félix, San Lorenzo, BoquerÓn, Bugaba,
Dolega y San Pablo, a través de mapas históricos artísticamente
elaborados.
Sobresale la pintura al óleo del Lic. Gaspar de Espinosa, quien,
en unión de sus huestes, se constituyÓ en el primer español en llegar
a tierras chiricanas a comienzos del siglo XVI.
La conquista del occidente panameño significó la creación de un
nuevo orden social, económico, político y religioso, lo cual quedó
demostrado en nuevas formas de vida desarrolladas posteriormente a
la presencia y dominio españoL.
Así, esta sala muestra botijas, peruleras, estribos, monedas,
armas, objetos de uso personal y diversidad de documentos que
reflejan una época vivida en estas tierras, así como algunos aspectos
de la economía colonial.
SALA DE ARTE RELIGIOSO.
Esta sala exhibe los aspectos más destacados de la presencia reli-
briosa española en Chiriquí representados a través de las expresiones
artísticas, pues, a la par de la conquista, la Iglesia desarrolló una
tarea de evangelización auxiliada con esculturas, imágenes de vestir,
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Su mobiliario es original, formado por mecedoras de mimbre


tejido, consolas de mármol, mesas auxiliares, paragüero y otros obje-
tos, como la lámpara antigua de kerosene que pende del techo,
hecha en azulita y malaquita y pinturas de la familia, donde se
destaca el óleo de don José De Obaldía y la miniatura de doña
Antonia Galegos de Franceschi.
En sus paredes se distinguen las obras del pionero de la pintura
en Chiriquí Alberto Franco, como también las de Ida Belli y Héctor
Falcón.
Finalmente, el toque de elegancia lo dan las finas cortinas de
terciopelo sostenidas por antiguos cortineros de plata.

SALA DE HISTORIA REPUBLICANA

En esta sala se reseñan los acontecimientos históricos más rele-


vantes del primer cuarto del siglo XX, como la construcción del
Canal de Panamá por los norteamericanos, con lo que se dio respues-
ta a las necesidadeš de navegación del mundo, a la vez que Estados
Unidos se consolidaba como potencia imperialista al fortalecer su
dominio en el área del Caribe y América, lo cual le facilitaba su
poderío sobre lugares cercanos y distantes manejados como colonias.
También se hace alusión a la presencia del negro en nuestro
país, llegado como consecuencia de los trabajos de construcción del
ferrocarril de Panamá, el canal francés y el canal construido por los
norteamericanos.
Se destaca la construcción del Ferrocarril Nacional de Chiriquí,
gracias al esfuerzo del Presidente Belisario Porras, en 1916, con lo
cual contribuyó notablemente al desarrollo económico de la provin-
cia y al crecimiento de los pueblos ubicados a lo largo de la vía férrea.
Se muestra en esta sección la presencia francesa en Chiriquí
con leyendas, planos, placa mortuoria y diversas actividades sociales
desarrolladas en la ciudad, así como las fotos de los cónsules france-
ses Dionisio Lambert y Eugenio Loefleur.
Sobresalen en esta sala los acontecimientos de la "Guerra de
Coto" de 1921, en la que Panamá luchó por problemas limítrofes
con Costa Rica y en la que participaron activamente los chiricanos
comandados por el Gral. Manuel Quintero Vilarreal. Acompaña
esta sección el pabellón nacional y la bandera de la cruz roja origina-
les, y armas utilizadas en el desenvolvimiento de esta guerra.
Se presenta sección de la Medicina en Chiriquí, donde se destaca
la labor del Dr. Maximiliano De Puy, médico alemán, establecido
en David, y diversos objetos de uso medicinal y farmacéutico, como
morteros, lo mismo que un elaborado botiquín confeccionado en
madera.
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Finalmente, descuella la pnmera cámara fotográfica Daguerre


Tipo traída a Chiriquí por el artista fotógrafo francés Enrique
Jacquilón Vial en 1904, con una colección de fotos de diversas
personas del lugar, que desafían el paso del tiempo.
También en esta sección se exhiben documentos, lámparas de
algunas naves, equipo de bucear de don Francisco Gallegos, utiliza-
dos a principios del siglo, y otros objetos de singular importancia.

En las salas dc Historia de los siglos xix y XX, ha habido un


valioso aporte del Museo de Historia de Panamá con material y
documentos relativos a la época.
RECAMARA DE EPOCA
Contiene el mobiliario de la familia De Obaldía, destacándose
la cama de bronce con cubrecama tejido en guipure, estantes y cómo-
das y trabajados en caoba, escupidera, palangana de plata y otros
enseres de uso y decorativos, propios de una recámara de ese perío-
do.
En sus paredes se exhibe una secuencia de trabajos de arte
textil realizados por damas chiricanas de finales del siglo XiX y
principios del siglo XX, producto, en muchas ocasiones, de la escuela
de doña Carmen De La Lastra, una de las principales maestras de
este arte en la provincia.
Esta recámara finaliza con un pequeño y elaborado balcón con
vista a los jardines interiores del Museo.
COCINA RURAL
Este sector fue construido especialmente para complementar las
diversas formas de vida de la región; pues en él se presentan los
aspectos rústicos del quehacer del hombre chiricano a través de sus
manifestaciones artesanales.
En esta cocina se construyeron sus paredes, puertas y ventanss
de caña brava y su techumbre de teja. En uno de sus extremos se
levantó un fogón de adobe que contiene los implementos de cocina
de uso popular en la época, que como cazuelas o calderos; también
muestra un pilÓn, cestas tejidas, molinilos y otros objetos caracte-
rísticos del período y de la situación social presentada.
COCHERA
Esta cochera fue construida con gruesos troncos de mangle y
techo de teja, con el propósito de albergar una carreta de carga
y un coche de pasear o quitrín, medio propio de transporte de las
familias con recursos econÓmicos y, más recientemente, de utilidad
recreativa.
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Critica Literaria
I'ZI'CA\R lD'OA !lZlri(j ¡RO K(O .S'(' O ll'\ iZ lE;,3

L César Augusto Candanedo, "mucho hombre".

NaciÓ en David, Chiriquí, en 1906, es autodidadci. Durante 40


años trabajó en Salud PÚblica, lo que le permitió recorrer todo el
país ganando valiosas vivencias nacionales, testimoniadas en sus
numerosos relatos, publicados en su mayor parte con el seudÚnimo
del Bachiller Carrasco. Desde 1969 ha laborado en la ComisiÚn de
I,egislaciÚn y en la Asamblea del Poder Popular. Candanedo es un
insaciable lector y siente especial admiración por el escritor paragua-
yo Augusto Roa Bastos.

fIa sido galardonado, en dos ocasiones, en el Concurso Ricardo


Miró, con dos segundos puestos en el gcnero de novela. En 1948-49
con Fuera de Ley, publicada en 1957 con el nombre de Los Clandes-
tinos y en 19F'9.60 con La otra frontera, publicada en 1967, El
Profesor Ricardo Segura se ocupa de esta novela en 1961-62 en su
tesis de graduacilin en la Universidad de Panamá.

Candanedo desarrolla, en sus numerosos cuentos, un peculiar


naturalismo narrativo de intenso contenido sociaL. Entre su haber
bibliográfico se cuentan: El Cerquero y otros relatos (1967), Memo-
rias de un caminante (1982) y Palo duro (1986). Ahora, a sus ochen-
ta aiìos, con su novela EL PERSEGUIDO gana el premio único de
novela en el Concurso Ricardo MirÚ 1986.
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n. El Perseguido
Candanedo, César Augusto. El Perseguido / César Augusto
Candanedo.- Panamá: INAC, 1986.- 17 5p.
"a mayores dificultades se da la medida del que es hombre",
A. Planteamiento iniciaL.
Candanedo en Los Clandestinos dramatiza el tráfico y explota-
ción de los hombres del Chocó en el exótico Darién y en La otra
frontera plantea el desalojo de los campesinos en la Cuenca del
Chagres, para dar paso al Lago artificial de Gatún, gran depositario
de agua del Canal de Panamá.
"Mucho Hombre" es el título original de la novela El Perseguido,
y en ella Candanedo recoge lo mejor de su creación literaria, según
su propia opinión. Trabajó en la obra en los últimos cinco años, y
es el fruto de su vocación de escritor y expresión auténtica de su
sentimiento permanente de panameño orgulloso de su nacionalidad.
B. Aproximación argumental.
Candanedo organiza su conjunto literario en seis capítulos. Su
temática es histórica y de ambiente costumbrista, se ubica en el
Panamá de finales del Siglo xix y principios del Siglo XX, tiene
como escenario la Provincia de Chiriquí.
Sus personajes se mueven en una acción de fuerte realismo y su
prosa es, primordialmente, impresionista. El acento está colocado
sobre los problemas del hombre campesino, especialmente, en torno
a sus temores míticos, luchas políticas y sencillas aspiraciones.
En El Perseguido, el hombre es uno con su naturaleza, se siente
la inmensidad del llano como en el terrible y trágico duelo entrc el
toro cerrero y los vaqueros. De igual manera, es cautivante la alegría
del bosque con su rítmico cantar de pájaros y las pericias que com.
partimos con Juancho, el hábil constructor de jaulas. Son tiernas
las escenas del agua prometida entre Gabriel y Fifi, "agua para que
todo reverdezca y para que el amor crezca vivo y fresco, con el agua
vendrán las f1ores, los frutales, los pájaros y las sombras, la circula-
ción de voces y sonidos, ruidos y cantos".

Candanedo sabe poner emoción y dolor en las palabras cuando


relata con melancolía la epidemia de viruela, "ya ni se lloraba porque
los muertos se les tenía como enemigos pues cada uno de ellos, pro~
ducIría nuevos muertos". Su entonación más impactante es en su
relación de La Pulgosa; allí las crueles torturas en el cepo y con el
rebenque de calabazo se agudizan con la mancha siniestra de piojos,
garrapatas, pulgas y moscas, "allí hasta los más hombres se cagan".
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Otra de las facetas que nos hacen vibrar por su tensa trama son
las que se refieren a el Fugitivo y su tenaz persecución por Los Escor-
piones_ Es "la víbora del odio" que desata las pasiones y venganzas
entre conservadores y liberales durante la Guerra de los Mil Días.
Gabriel, el perseguido, supera todos los sufrimientos y ansiedades,
utilizando su ingenio, instinto y firme voluntad para sobrevivir.
Después de la guerra, la miseria colectiva entonces es aleccionante
como Gabriel -" "mucho hombre" - se pone los pantalones y trabaja
en todos los oficios para llevar el sustento a su familia, se hace tala-
bartero y limpiador de sombreros Panamá, así como "ingeniero de
ojo".
El Perseguido es una naracción matizada con tintes poéticos,
"la tarde muere entre bostezos de una brisa remolona", también
abundan sus máximas, refranes y anécdotas como las del pintoresco
odontólogo, "mordiendo la cola de un lagarto no entra la polilla al
diente". El trasfondo conceptual de la obra es optimista y pleno
de esperanzas como su estampa de la construcción del caño de agua,
venciendo lomas y pedregales, en ocho kilómetros de lucha contra
la naturaleza, el hombre triunfa.
Recomendamos que para la edición del INAC se complemente
la obra con un glosario pues son muchos los modismos.
III. Apreciación del jurado
Los doctores Osvaldo VeIásquez y Humberto Zárate, con el
licenciado en Bibliotecología Ricardo Arturo Ríos Torres, decidie-
ron, después del análisis minucioso de las trece obras presentadas
al Concurso Ricardo Miró 1986, otorgar, por unanimidad, el premio
único de novela a El Perseguido que se presentó con el seudónimo
El Peregrino.
"El Perseguido es una narción plena de candor y de humaniamo dig-
nificante. Su expresividad descriptiva es suti y hermosa tanto por el
énfasis que pone en los detaes del paisaje y costumbres de la época
como en los perfies de sus personajes.
El Perseguido es relevante por su estilo llano, ajeno a las complejidades
sicológicas. Sui acentuados tono, poéticos y fiosóficos nacen de la
espontaneidad de la vida campesin y se viten de la beUeza natural
de lo cotidiao.
Su dieño estructural es lineal y orgo, su prosa tiene todo el
vigor plático del Panamá rural".
iv. Comentario final
Es significativo que a la par de Roge1io Sinán y J osé María Núñez,
César Augusto Candanedo sigue también enriqueciendo la narrativa
panameña con su prosa vivaz. No existen límites a la capacidad crea-
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tiva del ser humano y cuando se une el talento a la madurez experi-


mental de una vida siempre renovada, surgen florecientes obras de
extraordinaria sensibilidad.
Lo importante de la novelística contemporánea es que se desen-
vuelve libre de ataduras, que tiene versatilidad técnica y desarrolla
una actitud innovadora tanto en las formas como en su fondo. Nos
identificamos con Ernesto Sábato cuando nos dice:
"la literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una fonna -
quizás la más completa y profunda de examinar la condición human.
La novela de hoy se propone fundamentalmente una indagación del
hombre". i
César Augusto Candanedo se corresponde sin ambigüedades
entre el decir y el hacer, por ello toda su obra tiene la eficiencia de
la honestidad.
Las evidencias, en el concurso de novelas 1986 del Ricardo
Miró, son alentadoras pues nos demuestran un esfuerzo serio por
definir, un rumbo más preciso en nuestro quehacer literario. Pode-
mos mencionar otras obras, como Piedra sin rostro, Donde es más
claro el cielo, Ron y Charol, Mientras pasa la lluvia. Por ello consi-
deramos oportuno recomendar que a partir de 1987 se edite otra
obra en cada sección o género que a juicio del jurado reúna los méri-
tos requeridos, la publicación deberá contar con la previa autoriza-
ción de su autor.

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REPUBLICA DE P ANAMA
LOTERIA NACIONAL DE BENEFICENCIA
PLAN DE LOS SORTEOS ORDINARIOS OOMINICALES
A PARTIR DEL 4 DE MAYO DE 1986
SORTEO No. 3506
EL BILLETE ENTERO CONSTA DE 300 FRACCIONES
DIVIDIDAS EN DIEZ SERIES DE 30 FRACCIONES
CADA UNA, DENOMINADAS: A,B,C,D,E,F,G,H,I,J.
PREMIOSMAVORES
BILLETE TOTAL DE
FRACCION ENTERO PREMIOS
1 PRIMER PREMIO, Series A,B,C,D,E,F, B/.l,OOO B/. 300.000 B/. 300.000
G,H,I,J.
1 SEGUNDO PREMIO Series A,B,C,D,E,F, 300 90,000 90,000
G,H,I,J,
1 TERCER PREMIO Series A,B,C,O,E,F, 150 45,000 45,000
G,H,I,J.

DERIVACIONES DEL PRIMER PREMIO


18 Aproximaciones, Series A,B,C,D,E,F,G,H, 10 3,000 54,000

9 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J. 50 15,000 135,000


90 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J. 3 900 81,000
900 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J. 1 300 270,000
DERIVACIONES DEL SEGUNDO PREMIO
18 Aproximaciones, Series A,B,C,D,E,F ,G,H.I,J. 2.50 750 13,500
9 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J. 5 1,500 13,500
DERIVACIONES DEL TERCER PREMIO
18 Aproximaciones, Series A,B,C,D,E,F, G,H,I,J. 2 600 10,800
9 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J. 3 900 8,100
.!~~rel1i!.s._ TOT AL B/.1,02o,900

El valor de la emisión es de B/.l,650,000.00 El precio de un Bilete Entero es de


B/.165.00. El precio de una Fracción es de 8/.0.55.
Preparado por: Sección de
Estad ística y Análisis,

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NUMERO S PREMIADOS EN LOS SORTEOS DE LA


LOTERIA NACIONAL DE BENEFICENCIA LOS
DOMINGOS DE MAYO Y JUNIO, 1987

SORTEOS No. PRIMERO SEGUNDO TERCERO


Mayo 3 3558 7911 1161 7278
Mayo 10 3559 2873 5027 1940
Mayo 17 3560 5498 4470 9826
Mayo 24 3561 3778 115£ 8860
Mayo 31 3562 4398 6956 8773

Junio 7 3563 9136 9549 9490


Junio 14 3564 4715 7334 1044
Junio 21 3565 1280 8360 4303
Junio 28 3566 8645 6847 9444

206
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REPUBLlCA DE P ANAMA
LOTERIA NACIONAL DE BENEFICENCIA
PLAN DE LOS SORTEOS ORDINARIOS INTERMEDIOS
A PARTIR DEL 4 DE JUNIO DE 1986
SORTEO No. 1022
EL BILLETE ENTERO CONSTA DE 195 FRACCIONES
DIVIDIDAS EN 13 SERIES DE 15 FRACCIONES CADA UNA,
DENOMINADAS A,B,C,D,E,F ,G,H,I,J,K,L,M.

PREMIOS MAYORES
BILLETE TOTAL DE
FRACCION ENTERO PREMIOS
1 PRIMER PREMIO, Series A,B,C,D,E, B/.l,OOO B/.195,OOO Bi' 195,000
F,G,H,I,J,K,l,M.
1 SEGUNOO PREMIO, Series A,B,C,D,E, 300 58,500 58,500
F,G,H,I.J,K,l,M.
1 TERCER PREMIO, Series A,B,C,D,E.F, 150. 29,250 29,250
G,H,I,J,K,l,M.
DERIVACIONES DEl PRIMER PREMIO

18 Aproximaciones, Series A,B,C,D,E.F,G, 10 1,950 35,100


H,I,J,K,l,M.
9 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J,K,l,M. 50 9,150 87.150
90 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J,K:L,M. 3 585 52,650
900 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J,K,L,M. 1 195 175,500

DERIVACIONES DEl SEGUNDO PREMIO

18 Aproximaciones, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J, 2.50 487,50 8,775


K,L,M.
9 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I,J,K,L,M, 5 975 8,775

DERIVACIONES DEl TERCER PREMIO


18 Aproximaciones, Series A,B,C,D,E,F,G,H, 2 390 7,020
I,J,K,L.M.
9 Premios, Series A,B,C,D,E,F,G,H,I.J,K,L,M. 3 585 5,265
1,014 Premios TOTAL B/. 663,585

El valor de la Emisión es de 8/.1,072,500. El precio de un Billete Entero es de


B/.l 07.25. El precio de una fracción es de B/.O.55.

Preparado Por: Sección de


Estadística y Análisis.

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NUMEROS PREMIADOS EN LOS SORTEOS DE LA


LOTERIA NACIONAL DE BENEFICENCIA LOS
MIERCOLES DE MAYO - JUNIO DE 1987

SORTEOS No. PRIMERO SEGUNDO TERCERO


Mayo 6 1070 5536 1155 5999
Mayo 13 1071 5742 0674 0622
Mayo 20 1072 5173 5069 4058
Mayo 27 1073 1936 8260 3716

Junio 3 1074 4923 2136 0743


Junio 10 1075 2519 9388 3582
Junio 17 1076 5638 1816 0907
Junio 24 1077 2712 1151 9708

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