Cartaphilus: Revista de Investigación y Crítica Estética

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Cartaphilus

Revista de investigación y crítica estética

ISSN: 1887-5238 n.º 14 │2016 │ pp. 73-89

EDUARDO CHIRINOS DEMUESTRA


QUE EXISTIÓ HOMERO

MARÍA JIMÉNEZ GARCERÁN


Universidad de Murcia

Resumen: Eduardo Chirinos (1960-2016) que la tradición ejerce sobre el poeta


es un poeta peruano con aspiración de moderno y, el segundo, por las
universal: sus referentes artísticos y referencias más o menos explícitas que
literarios superan con creces las conforman homenajes poéticos a las
fronteras de su tierra natal, como él haría obras de la antigüedad. Es precisamente
al trasladarse a los Estados Unidos. El esta diversidad de voces en torno a
objetivo de este trabajo es explorar una ciertos ejes temáticos y estructurales lo
parte de sus acercamientos que hace de Chirinos un poeta original y
intertextuales, la poesía homérica y, en que merece atención desde el punto de
general, la literatura clásica. Tras una vista crítico y académico.
reseña sobre la vida y obra del autor, en
Palabras clave: Eduardo Chirinos, poesía,
este trabajo se estudia la presencia de la
Homero, literatura peruana, literatura
literatura clásica en su obra desde dos
comparada
puntos de vista: el primero, por el peso

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Abstract: Eduardo Chirinos (1960-2016) importance of tradition in Chirinos’ poet-


is a Peruvian poet with universal aspira- ry; in second place, explicit and implicit
tion: his artistic and literary models ex- references and homage to Homer’s
ceed his homeland’s borders. The aim of works. That diversity is precisely what
this work is exploring a part of his literary makes Chirinos an original poet, who
approach, Homeric poetry and, generally, merits attention from critical and aca-
classic literature. After some notes about demic fields.
Chirinos’ life and works, this work studies
Keywords: Eduardo Chirinos, poetry,
classic literature presence, according to
Homer, peruvian literature, comparative
two points of view: in the first place, the
literature

INTRODUCCIÓN

Ricardo Reis, el heterónimo más clásico de Fernando Pessoa, decía que “en el
poema más pequeño de un poeta debe haber algo en que se note que existió Ho-
mero”. Lo que me seduce de esa frase no es su defensa del conocimiento como
condición necesaria para comprender un poema. Lo que me seduce es su apuesta
por la originalidad. Un poema —si es realmente original— sabrá conducir a sus lec-
tores hasta el origen mismo de la tradición literaria. Un poema es siempre el punto
de partida de una tradición, nunca su punto de llegada (Chirinos, 2012a: 69).

Es la voz de Eduardo Chirinos en Anuario mínimo, una especie de biografía


poética donde recoge una serie de experiencias significantes en su vida y su poesía.
El objetivo de este trabajo no es otro que el que se presenta en el fragmento cita-
do: llegar a la tradición literaria, en este caso la de los poemas homéricos, a través
de Chirinos. Las características de su poesía permiten, en efecto, recorrer libro a
libro una extensa biblioteca en la que, junto a Homero, están otros muchos grandes
escritores —también músicos, pintores…— de todos los tiempos. Puesto que sería
demasiado ambicioso para un trabajo de esta extensión buscar las referencias ho-
méricas en la obra completa de Eduardo Chirinos (que, por cierto, es difícil conse-
guir desde España), usaremos como corpus su antología personal, Catálogo de las
naves (1978-2012), donde el propio poeta recopila sus versos imprescindibles.
Después de un resumen de su vida y su obra, en este trabajo se pueden ver
las distintas formas que la literatura toma en los versos del poeta peruano y, a con-
tinuación, un análisis de las influencias de la épica homérica en su poesía: desde las
apariciones de la figura mitificada de su autor hasta las de sus personajes. En cual-
quier caso, no será necesario un comentario demasiado amplio para percatarnos
del respeto que Chirinos tuvo siempre por la tradición. Sirva este trabajo, además,

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para dar a conocer a Eduardo Chirinos. Se trata de un autor que, aunque ya ha sido
valorado por la crítica, está aún empezando a ser objeto de tratamiento académi-
co. ¿Qué mejor acercamiento a un autor contemporáneo que el que lo acerca al
más antiguo de nuestros poetas? Comprobar que en sus versos está Homero inclu-
ye su obra en la amplia tradición literaria que este encabeza. Espero que las pági-
nas que siguen, que mientras se escribieron pasaron de ser regalo a ser homenaje,
alcancen todos estos objetivos.

1. EDUARDO CHIRINOS Y SU BIBLIOTECA

Eduardo Chirinos Arrieta fue un poeta y profesor peruano, fallecido recien-


temente. Trabajó como profesor de Lengua y Literatura españolas en la Universi-
dad de Montana. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés,
portugués, alemán y griego (Oviedo, 2008: 651). Además de poesía, ha publicado
antologías, crítica literaria, obras misceláneas y literatura infantil. En los últimos
años, se ha ido haciendo un hueco en antologías de la poesía peruana y en historias
de la literatura, por lo que se le considera el poeta más prolífico de su época. Gene-
ralmente se le incluye como parte de la llamada Generación de los 80, pero el pro-
pio Chirinos (apud Gazzolo, 2014: 27) reconoció que, en el caso de señalarlos como
grupo, este estaría marcado por la diversidad: “cuando se habla de los poetas del
ochenta resulta complicado y hasta excesivo hablar de ‘generación’ (siempre es
excesivo hablar de “generaciones”)”; añade lo siguiente:
La impaciencia con la que deseamos entrar al paraíso de la juventud quienes fui-
mos niños en los sesenta, se estrelló con la muerte de las utopías, y tuvimos que
conformarnos con tristes migajas que ni siquiera servían de consuelo. Esas migajas
fueron la materia de la que estaban hechos nuestros poemas: con ellas tuvimos
que arreglárnoslas, cada uno como pudo, dando lugar a la dispersión discursiva
que hace tan difícil (y tan inútil) definirnos como generación.

Chirinos nació en Lima en 1960, en el seno de una familia numerosa que


nada tenía que ver con la literatura (“Eduardo Chirinos y su opción…”, 2014). Aun-
que desde niño estuviera interesado ya por la mitología, la geografía, la historia y
los libros (Hinojosa, 2012), no se percató de su vocación literaria hasta años más
tarde. Fue su hermana la primera que lo reconoció como poeta cuando usó un
poema suyo para un ejercicio de clase y la maestra lo alabó ante el asombro de
todos (Cadavid, 2013). Ingresó en la Universidad Católica en 1978, una época de
gran ebullición intelectual. Durante esos años conoció a los escritores que la crítica
situaría después, a su lado, en la Generación de los 80. Obtuvo la licenciatura en
Lingüística y Literatura con una tesis sobre Jorge Eduardo Eielson (Oviedo, 2008:
651).
Su primera obra publicada es la recopilación de algunos poemas que tenía

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dispersos y que, como conjunto, no tenían un tono definido, así que se podían ads-
cribir a varias voces poéticas diferentes, al modo de los heterónimos de Fernando
Pessoa. Así, los Cuadernos de Horacio Morell (Lima, 1981) nacieron sin el amparo
de la firma del autor, como la edición de los escritos de un poeta que se suicidó a
los diecinueve años (“Eduardo Chirinos y su opción…”, 2014). Junto a la atribución a
un apócrifo, encontramos otros juegos borgianos en el libro; por ejemplo, mezcla
datos ficticios con otros reales, como la referencia a escritores como Emilio Adolfo
Westphalen y Javier Sologuren. En los años siguientes aparecen Crónicas de un
ocioso (1983) y Archivo de huellas digitales (1985). En 1986 se le concede una beca
del instituto de Cooperación Iberoamericana, con la que permanece en España has-
ta 1987. Su relación editorial con nuestro país comienza cuando publica aquí Ser-
món sobre la muerte (1986) y Rituales del conocimiento y del sueño (1986). Cuando
vuelve a Perú empieza a trabajar como periodista cultural en el diario La República
y en la revista Meridiano de Lima (Oviedo, 2008: 651). También trabaja como pro-
fesor de literatura en la Universidad Católica de Lima. Durante los siguientes años
aparecen El libro de los encuentros (1988), Canciones del herrero del arca (1989) y
Recuerda, cuerpo… (1991).
Dos años después, en 1993, marcharía a los Estados Unidos junto a Jannine,
su esposa, con el objetivo de continuar sus estudios en la universidad de Rutgers,
Nueva Jersey. Allí se doctoró con una tesis sobre el silencio en la poesía hispanoa-
mericana, La morada del silencio (Almenara, 2014). Ya en el país norteamericano,
donde residió desde entonces, publica El equilibrista de Bayard Street. Según Gui-
chard (2012), el título “nos remite a un equilibrio personal”, y añade que “también
a la idea de equilibrio entre diferentes fidelidades literarias […]. Entre diferentes
territorios y formas de vida (Perú y Estados Unidos […]). Entre el pasado y el pre-
sente, el movimiento y la permanencia”. Sus siguientes publicaciones serían Abece-
dario del agua (2000), Breve historia de la música (2001), Escrito en Missoula
(2003), No tengo ruiseñores en el dedo (2006) y Catorce formas de melancolía
(2009).
En 2010 publica Mientras el lobo está, libro con el que recibe el XII Premio
Internacional de Poesía Generación del 27. El mismo año aparece Humo de incen-
dios lejanos, un poemario que mezcla lo académico con lo popular y con un estilo
lúdico. El poeta colombiano Ramón Cote (2010) sostiene que el siguiente libro,
Humo de incendios lejanos, publicado también en 2010, es el libro más personal del
autor: “pareciera como si el autor hubiera querido inventar un nuevo pentagra-
ma para su poesía, donde la abrupta interrupción de los versos, donde la falta pre-
meditada de puntuación le permite entrar a otro reino que la propia poesía le tenía
deparado”. Dos años después aparece Anuario mínimo, una suerte de autobiogra-
fía fragmentaria de la que hemos extraído la cita inicial del trabajo. En 2013 encon-
tramos un libro con el que el autor pretende devolver la voz a los animales de la
tradición fabulística, Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácti-
cas); cada poema es el monólogo dramático de un animal (Cadavid, 2013). Chirinos
añade: “es un ejercicio de humildad originado a partir de un proceso personal que
viví al estar enfermo, pues detecto que hay algo de nosotros que se quiere quedar

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al morir, un impulso que es básicamente animal” (“Une Eduardo Chirinos el mundo


biológico…”, 2005). Fragmentos para incendiar la quimera y Medicinas para que-
brantamientos del halcón se publican en 2014. El primero consiste en una serie de
poemas en prosa escritos partiendo de determinadas obras pictóricas que el autor
posee; el segundo está muy marcado por la enfermedad que acabó llevándose a
Eduardo.
En 2015 apareció el último libro publicado en vida del autor, Siete días para
la eternidad, un homenaje al poeta griego Odysseas Elytis, según dicta el subtítulo.
El pasado miércoles 17 de febrero de 2016 nos sorprendía la muerte de Eduardo. Al
parecer, el cáncer de estómago que creíamos curado había resurgido hasta acabar
con la vida del poeta. La editorial Point Des Lunettes nos ha informado de que está
preparando, para el 12 de abril, la presentación de su último poemario, Harmonices
Mundi, en la Universidad de Salamanca.
Luis Arturo Guichard (2012: 135-136) ve dos partes muy diferenciadas en su
obra poética. Según él, los libros de la primera parte “tienen todos una dicción más
contenida, más “clásica”, si se quiere. No en vano Ramón Cote Baraibar, en una
antología profética, dijo que Chirinos era, hacia principios de los noventa, el más
“clásico” de un entonces emergente grupo de poetas hispanoamericanos 1“. De la
segunda parte dice que es “es más libre, más dispuesta a dialogar con las vanguar-
dias históricas y con las numerosas ramificaciones que éstas tuvieron (y tienen) en
Hispanoamérica”. A pesar de estas líneas generales, se suele decir que la caracterís-
tica principal de la poesía de Chirinos es el eclecticismo, hasta tal punto que Carlos
M. Sotomayor (2006) dijo en una ocasión que una peculiaridad de su poesía era el
“juego de máscaras” que imponía. Octavio Pineda añade una característica muy
señalada también por la crítica, la adhesión a la estética culturalista, y matiza: “un
culturalismo que, en su caso, está alejado del concepto de erudición, puesto que
consiste en crear un entramado de referencias culturales, históricas, literarias, e
incluso zoológicas, para promover una intertextualidad integradora y un diálogo
con varias tradiciones, construyendo así su propia tradición” (Pineda, 2014: 33). Ese
culturalismo es la clave que posibilita este trabajo, pues en la obra de Eduardo Chi-
rinos abundan las referencias, homenajes, convergencias… con autores y obras de
todas las épocas. De hecho, podríamos decir que Chirinos es uno de esos poetas en
los que se encuentra todo lo que se busca.

2. LA TRADICIÓN LITERARIA: EN EL TEXTO Y EN EL PRETEXTO

Los elementos de la tradición toman en los versos de Chirinos formas diver-

1
Prólogo a Diez de ultramar. Presentación de la joven poesía latinoamericana, Visor, Madrid, 1992.
La referencia es de Guichard.

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sas: podemos encontrarlos desde como títulos y otros paratextos hasta en la propia
estructura de algunos poemas. Así, en las páginas de su antología personal Catálo-
go de las naves (2012b), hallamos la cita de algunos versos de Aleixandre (Chirinos,
2012b: 143), referencias a poetas como Hölderlin o Pessoa (Chirinos, 2012b: 9), un
homenaje a Rubén Darío (Chirinos, 2012b: 316), otro a Garcilaso de la Vega (Chiri-
nos, 2012b: 190) algunos personajes de Shakespeare (Chirinos, 2012b: 117, 307),
recuerdos de los versos de Vallejo (Chirinos, 2012b: 115) o de Juan Ramón Jiménez
(Chirinos, 2012b: 187)… y tantos más (Borges, Sartre, Dante, Pedro Salinas, Fray
Luis de León, Huidobro, Lope de Vega… y muchos otros que yo no conocía hasta
ahora) que sería imposible citarlos aquí a todos. Hay ocasiones en las que un solo
verso ajeno (Chirinos, 2012b: 111) o la visita a algún lugar relacionado con el poeta
al que homenajea (como la tumba de Pedro Salinas; Chirinos, 2012b: 173) dan lugar
al desarrollo de todo un poema. En cualquiera de estos casos, a través de los versos
de Eduardo Chirinos accedemos a una amplia y variada biblioteca que nos muestra
la tradición desde un punto de vista lúdico y curioso.
En el caso de la tradición de época clásica, nos encontramos con que el
acercamiento más básico que a ella hace el poeta peruano es mediante la forma.
Sus poemas tienen algo de épica cuando usa un verso largo, más o menos regular y
de tono casi narrativo. También en cuanto al contenido se acerca a menudo a los
poemas homéricos: apenas hay en su poesía un tratamiento explícito del amor, que
en muchas ocasiones va unido al tema de la creación poética, mientras que sí po-
demos señalar el ensalzamiento de los valores tradicionales. Por ejemplo, se pre-
gunta ubi sunt los poetas clásicos en su poema introductorio a Archivo de huellas
digitales (Chirinos, 2012b: 59):
Se desmorona la pared en la que antaño se escribieran poemas
tan hermosos.
El polvo disputa su reino con las aguas,
la oruga se convierte en mariposa, en populla invidente ante la luz.
Homero, Ovidio, Dante, ¿qué se hicieron?,
un manojo de papeles que archivamos como huellas digitales,
viejas citas que guardan un museo como fieras leones disecados.
Ah, pero la muerte sacude la raíz del nacimiento y las palabras
se suman al lento transcurrir de nuestra sangre;
¿acaso en Garcilaso no hallamos las huellas de Virgilio?,
¿acaso en Virgilio no hallamos las huellas de Teócrito?
Así es la historia.
De esa leche nos amamantamos,
de ese útero habremos de salir para tornar alguna vez en busca de refugio.

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Se desmorona la pared en la que antaño se escriberan poemas tan hermosos.


El polvo se mezcla con las aguas, la polilla
se deshace al contacto con la luz y nuestros ojos
recuerda temblando una visión:
¿Es allí donde hemos de mirar?

Sirva este poema para entender cómo Chirinos entiende la tradición y cómo
pretende insertarse en ella acogiendo las huellas de aquellos que estuvieron antes
que él: “No somos nunca quieres somos. Detrás/ de nuestros gestos otras caras
asoman (Chirinos, 2012b: 264)”, reconoce en otra ocasión. De esta forma, su poesía
se convierte en una sinfonía donde “hace mucho ruido (Chirinos, 2012b: 269)” el
conjunto de voces que extrae de los libros. Entre aquellos cuya voz se oye más
fuerte debemos destacar, junto a Homero, a Horacio. A su vida dedica un poema
extenso titulado “El mejor de los poemas de Roma”, de El libro de los encuentros,
donde combina las referencias a la vida de Horacio con otras a su obra literaria
(Chirinos, 2012b: 88-89). A un fragmento de la Epístola a los pisones se refiere en el
poema “Ridiculus mus. Epístola a Quinto Horacio Flaco” (Chirinos, 2012b: 27), y a
su épodo Beatus ille en un poema de igual nombre (Chirinos, 2012b: 21). El poeta
siente nostalgia por los tiempos anteriores de la poesía pero, aunque ve los cam-
bios en la literatura como una muestra del envejecimiento del mundo, nota que los
temas siguen siendo los mismos (Chirinos, 2012b: 309):
El mundo envejece.
Los viejos poetas cantaron las flores,
los rayos del sol, las hojas secas, el ardor
siempre vivo de la nieve
Pero un día
decidieron callar. O cantar otras cosas:
el rubor de tus mejillas, el dolor

de los placeres, la hondura del silencio.


La máquina absurda y ciega de la historia.

Y el mundo envejece. Mira las flores,


los rayos del sol, las hojas secas, la nieve.

Fruto de esta nostalgia es también el uso de figuras mitológicas como sím-


bolos universales del desconocimiento del devenir (Edipo en “Nocturno”; Chirinos,

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2012b: 106), o de la ayuda para salir de situaciones complicadas (el hilo de Ariadna
en “Biografía de una noche cualquiera”; Chirinos, 2012b: 84). También resultado de
todo el proceso por el cual Chirinos muestra los andamios de nuestra tradición lite-
raria es el homenaje que en muchos de sus versos hace a la figura del poeta homé-
rico y a su obra, elementos de los que nos ocupamos a continuación.

3. SE NOTA QUE EXISTIÓ HOMERO

Para hablar de la presencia de Homero en la poesía de Eduardo Chirinos de-


bemos partir de su propia concepción de su obra, tal y como la reúne, selecciona-
da, en Catálogo de las naves (2012b). Como explicita en el título y después en el
prólogo, pasado el tiempo, ve sus libros como vería Homero las naves aqueas, que
por una u otra causa describió en el conocidísimo fragmento del canto II de la Ilíada
(Homero, 2010: 116-126). Así habla Chirinos del catálogo homérico:
En el Libro Segundo de La Ilíada, el poeta incluye un extenso catálogo que registra
las naves que las ciudades aqueas enviaron como contribución a la guerra de Tro-
ya. No podemos saber si la ardua morosidad de ese catálogo (ocupa 486 versos en
la versión inglesa de Pope) respondió a consideraciones políticas que recomenda-
ban enaltecer las ciudades aliadas. Tal vez se trataba de la necesidad de halagar a
un auditorio cada vez más exigente y vasto, o de un remanso retórico que aliviara
al poeta de la enorme concentración mental desplegada. A estas consideraciones
se podría añadir otra más desinteresada: la de perpatuar en la memoria aquellas
ciudades que de otro modo hubieran sido castigadas por el olvido. Me gustaría
pensar que Homero sabía íntimamente que era necesario sacrificar las miserias de
su biografía para que los héroes y ciudades de su catálogo pudieran sobrevivir a los
complejos laberintos de sangre, a los caprichosos e insondables designios de los
dioses, a la rueda de la fortuna que edifica y fortalece imperios para hundirlos y
desbaratarlos después.
A su modo, este libro es también un catálogo de las naves. Sus páginas ofrecen un
balance de poco más de treinta años dedicados a la más inocente de las ocupacio-
nes, como la llamaba Hölderlin sin ninguna ironía.

En esa declaración de intenciones es muy significativo que esté el poeta


homérico. En efecto, Homero, en los versos de Chirinos, no solo representa a toda
la tradición —como en la cita de Pessoa que abre este trabajo—, sino que toma
forma propia tanto como figura mitificada como por las referencias de diferente
extensión que pueblan la obra poética del autor peruano. En primer lugar podemos
hablar de cómo la figura de Homero, o comoquiera que se llamara el escritor-

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compilador de la Ilíada y la Odisea, aparece como viene siendo habitual, como poe-
ta ciego. Como ejemplo podemos citar los últimos versos de la tercera sección de
“Poema escrito el domingo de Pascua”, que cierra el Catálogo de las naves (Chiri-
nos, 2012b: 343-345):
El círculo de
la muerte que atraviesa el círculo de la vida
y lo parte en dos como el Mar Rojo, como los
senos de la mujer que danza, como sus ojos
donde surcan los trirremes de Homero. Ayer
leí algo sobre Homero. “El encrespado mar
color de vino”, solía repetir en sus poemas.
Ese mar anuncia la sangre de nuestros
antepasados, la trágica destrucción de los
trirremes. ¿Pero acaso Homero confundía
los colores? Tal vez los colores confundían
a Homero. Pero algo dicen que era poeta,
por algo dicen que era ciego.

Se refiere Chirinos a un epíteto habitual en la épica homérica, que a veces


se traduce como “mar color de vino” pero que, según Pierre Carlier (1999: 11) se
refiere a “mar vinoso” en tanto ““mar espumoso”, que espuma como el vino que se
acaba de verter en una crátera”. A lo largo de la antología encontramos otras refe-
rencias breves a Homero, como en “El centinela”: “Homero versifica en la metra-
lla./ Su treno estremece los muros,/ rezuma el olor que atormenta a los soldados
vencidos (Chirinos, 2012b: 147)”.
Para adentrarnos ya en las referencias del poeta peruano a los poemas ho-
méricos podemos empezar con un recuerdo al principio de la Ilíada. El clásico “La
cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles (Homero, 1991: 103)” pasa a Chirinos en
tono acusativo hacia la inspiración poética, odiosa cuando falta: “Canta odiosa di
algo ayúdame no te hagas la desententida/ sé que estás allí merodeando entre mis
libros arrojándome palabras/ de otros burlándote de mi mal disimulada impacien-
cia (Chirinos, 2012b: 194)” y sigue un poema extenso, por entero dirigido a la odio-
sa inspiración poética. Son muchas las ocasiones en que los personajes homéricos
aparecen así, de forma breve. Por ejemplo, en el siguiente fragmento (Chirinos,
2012b: 67), cita a Leucotea, la ninfa marina que lo rescata cuando naufraga por
culpa de la balsa que le había dado Calipso al dejarlo partir. Ella le aconseja que
abandone la balsa y se ponga el velo que le entrega bajo el pecho y no lo soltara
hasta llegar a tierra (Homero, 2005: 142). En el poema de Chirinos, junto a la tradi-
ción homérica, encontramos la bíblica (Lot) y la mitológica (Urano):

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(La mujer de Lot convertida en estatua de sal,


los genitales de Urano flotando entre las olas.
Fue su hijo quien los arrojó al mar, como Ulises el velo de Leucotea,
la ninfa de hermosos pies al rescatarlo del naufragio).

En otro momento, los héroes homéricos encabezan una enumeración de


protagonistas literarios de la antigüedad (Chirinos, 2012b: 149-150):
Fui Aquiles quien mató a diez mil troyanos y lloró de piedad ante el
viejo Príamo. Fui Odiseo escuchando su historia en el palacio
de Alcínoo. Fui Simbad y una moneda arde aún en la palma de mi mano. Fui Sigfri-
do […]

Con respecto a la Ilíada, se refiere a la escena en la que Aquiles, que no se


siente reconfortado tampoco matando a Héctor, habla con el anciano Príamo y
finalmente permite que se lleven el cadáver, al final del canto XXIV (Homero, 1991:
598-604). De la Odisea nombra los momentos en que Ulises, mientras está en el
palacio de Alcínoo, cuenta su propia historia a lo largo de cuatro cantos (Homero,
2005: 196-276). Por otro lado, y junto a estas referencias breves, podemos citar el
poema 11 de Catorce formas de melancolía (Chirinos, 2012b: 307). Se trata de una
albada que recoge escenas literarias de varias épocas. De Homero, cita los amores
de Helena y Paris, motivo de la guerra de Troya que está como marco contextual
tanto en la Ilíada como en la Odisea:
La página donde Beatriz muere cada
noche. Los pechos de Helena en las
manos de Paris. El pañuelo envenenado

de Desdémona. El canto de la alondra.


Los atardeceres de Ovidio en Tomi.
Las mañanas sin luz del prisionero.

La noche que se va sin decir nada.

En adelante analizaremos algunos poemas dedicados por entero a persona-


jes o hechos relacionados con la obra homérica.

Habla Tiresias

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El adivino Tiresias es protagonista de este poema que aparece en Rituales


del conocimiento y del sueño. Chirinos recoge las circunstancias que rodean su mi-
to: que, por ver a Minerva desnuda mientras se bañaba, quedó ciego y que, por
separar a dos serpientes que estaban copulando, fue mujer durante un tiempo.
Tiresias aparece en la Odisea durante el descenso de Ulises al Hades. Allí se en-
cuentran y el adivino pronostica la vuelta de Ulises a Ítaca (Homero, 2005: 241-
243). El poema de Eduardo Chirinos (2012b: 110) es un monólogo dramático donde
Tiresias se muestra como adivino, aunque no hace referencia a Ulises ni a la obra
homérica:
Soy Tiresias, a quien llaman Adivino,
aquel que golpeara una noche a la Serpiente
para luego convertirse en mujer. Soy Tiresias
el vidente, a quien llaman Hijo de la Noche,
Dicen que mi mayor virtud es la prudencia.
No lo niego,
La noche me enseñó a revelar lo necesario
y callar el destino que angustia y atormenta al hombre.

Máscara de Nadie
Sí es un claro homenaje al protagonista de la Odisea este otro poema, del
mismo libro, que nos recuerda el episodio del cíclope Polifemo y cómo Ulises y sus
compañeros se libran de él mediante las estratagemas del héroe, que entonces
dice llamarse “Nadie”. Este fragmento aparece en la Odisea durante el relato de sus
hazañas que hace Ulises en el palacio de Alcínoo: “Cíclope, ¿me preguntas mi ilus-
tre nombre? Pues voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie. Nadie me llaman siempre
mi madre, mi padre y todos mis camaradas” (Homero, 2005: 209). Mediante esa
máscara de Nadie, el poeta se identifica con Ulises y se dirige a él en un momento
de desesperanza. En su discurso, recuerda algunos episodios de la Odisea (Chirinos,
2012b: 111-112):
Ahí, va nuestro carro, Nadie, despeñándose al abismo,
trazando su flama en la pureza del aire;
ahí nuestra lanza que el tiempo ha oxidado,
la vieja fotografía de Penélope con su aguja de hueso. […]
Ahí nuestros amigos, Nadie, hermosos como reos marchando
hacia el patíbulo.
¿Reconoces a Diómedes, domador de caballos?
¿A Paris, por quien suspiraban las vendedoras de pan?

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¿A Cleóbulo, a quien amaste como al mejor de tus alumnos?


Tampoco sé hacia dónde se dirigen. Marchan en círculo
y desaparecen como aves al menor estampido.

Ithaca
A la patria de Ulises también dedica Chirinos un poema, en El equilibrista de
Bayard Street (Chirinos, 2012b: 160). El poeta se ve como un viajero que, al contra-
rio que Ulises, no va a Ítaca sino que procede de ahí. En ese sentido, su poesía esta-
ría inspirada por la nostalgia de la tradición, representada por Homero.
Cuando en el futuro te pregunten
de dónde has venido
no dudes en responder “de Ithaca”. Tú vienes
de donde todos van. Sin Penélopes
ni Argos ni Telémacos, tu viaje ha sido
plácido y largo, lo sé, aunque no tienes
ocasión ni forma de decirlo, sólo el llanto
o el ténue balbuceo: ojos enormes
para capturar el mundo
y tres o cuatro sílabas: aquellas que hemos olvidado.
Es esa nostalgia la que me mueve, por ella
he viajdo a muchos sitios, por ella
no he llegado a ninguna parte. Tú gateas
como el monarca en su reino
y ni siquiera eres esclavo de tus necesidades.
He viajado para serte.

Es primavera, pero la nieve aún cae en Ithaca


a miles de kilómetros de los desiertos del Perú.

Las sirenas y el mar


El mar es uno de los grandes símbolos de la poesía de Chirinos. A menudo
aparece relacionado con el silencio, signo de salud, o con la emanación poética
causada por la inspiración. Relacionadas con el mar están las sirenas, conocidas por

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el episodio relatado en el capítulo XII de la Odisea (Homero, 2005: 265-167). Hasta


cuatro poemas de la antología de Eduardo Chirinos están dedicados a estas criatu-
ras mitológicas. El más destacable es “Para evitar la música de las sirenas. Esbozo
para una poética del mar (Chirinos, 2012b: 62-63)”, donde, en efecto, traza toda
una teoría sobre las posibilidades poéticas del mar. Parece defender que “un poeta
oscuro será siempre más valioso/ que cien héroes muertos, no lo olvides”, así que
el poeta debe evitar la música de las sirenas, las metáforas fáciles y gastadas por la
tradición. Sin embargo, solo leyendo unos cuantos poemas de Chirinos nos damos
cuenta de lo que confirma al final del poema: los más grandes hablaron del mar y
son recordados. Los ecos de las coplas de Manrique, la mitología, la historia de Uli-
ses y una anécdota infantil completan este poema para hacer de él una muy buena
muestra de cómo es la poesía de Chirinos: llena de referencias, irónica, lúdica.
Has de saber ante todo
que la poesía nos conduce a desconfiar del mar.
El mar es fuente de metáforas fáciles: muerte y nacimiento
conviven en sus aguas,
del mar nace la vida y nuestras vidas
son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir.
Peligroso bañarse entre sus aguas y aún mojarse las manos o los pues;
el mar seduce, su canto arrulla y nos ofrece salmos de gloria,
la música de las sirenas.
Pero no es conveniente la gloria: un poeta oscuro será siempre más valoso
que cien héroes muertos, no lo olvides. […]
Pero son los niños quienes realmente saben del mar.
Ellos refuerzan sus castillos de arena con murallas de arena
y temen el advenimiento de las aguas.
Que sea parecido tu temor, conserva siempre más cuidado:
una ojeada es peligrosa, un brevísimo baño y estarás perdido.
Egeo cedió y fue un ahogado ilustre.
Odiseo lo supo y arriesgó su vida por caer en tentación
mas tú no caigas.
Hoy día pocos recuerdan su memoria
y un poeta oscuro siempre será más valoso que cien héroes muertos,
no lo olvides.

En “Sueño con sirenas (Chirinos, 2012b: 171)”, el poeta se identifica ya to-

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talmente con Ulises cuando describe cómo resistió la tentación de las sirenas. A
ellas las identifica con una especie de femme fatale para recrear la experiencia
amorosa al tiempo que la literaria:
Yo también he cerrado los ojos,
he soportado el correaje que me ataba al palo mayor
pero no pude evitar su perfume de alas negras,
su armonioso canto que enceguece el alma.
Porque quise zafarme.
Contra mi terca voluntad quise zafarme y conocer el vértigo que produce la caída,
la insaciable ficción del deseo.
Debo recordar que su cabello era largo y engañoso como una red,
que en sus ojos brillaba una dulce maldad, que su boca
sólo podía conducirme a la desesperación o al desastre.
Pero su voz era música para mis oídos
y sus manos —las tenebrosas alas que fueron—
buscaron con ardor enlazarse con las mías.
Jamás la tuve mas que en sueños.
A veces veo su cola asomando a la superficie
y escucho esa risa burlona que nunca pude comprender.
Entonces me armo devalor y nado a su isla;
allí retozan los cadáveres,
luego se esfuman o transforman en arena.
Ella cubría el mundo con los ojos y me borró con la mirada.
Ahora sólo deseo despertarme.

Una versión más breve del tema enconrtramos en “Ojos de sirena (Chirinos,
2012b: 161)”, donde el poeta identifica al buitre con los amenazantes sirenas: “Veo
con alivio al buitre que se acerca, amenazante y sin miedo./ Antes de morir veo en
sus ojos/ los tristes ojos de una hermosísima sirena”. También breve es el primer
fragmento de “Coloquio de los animales (Chirinos, 2012b: 132)”, titulado “Las sire-
nas y el viejo”, cuyo protagonista, el viejo, obstinado, se mantiene atado al mástil
para oír a las sirenas, que murieron en el dilivio. En estos dos últimos poemas, Chi-
rinos toma la imagen clásica de la sirena —mitad ave, mitad mujer— y la combina
en ocasiones con la contemporánea.

Casandra, hija de Príamo

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La virtud profética de Casandra, como señala Óscar Martínez García en su


edición de la Ilíada, no aparece expresada en Homero (2010: 701). El personaje
aparece solo citado en algunos versos, tanto de la Ilíada como de la Odisea, aunque
no recibe un tratamiento amplio. Se trata de un personaje marginal de la obra Ho-
mérica que sí tiene un rol fundamental en, por ejemplo, la Orestiada, de donde
Chirinos extraería sus atributos. Sin embargo, lo incluyo en este trabajo porque
toma bastante presencia en la poesía de Chirinos. A esta hija de Príamo, rey de
Troya, dedica el poeta, al menos, tres poemas. El primero, “Monólogo de Casan-
dra”, de Rituales del conocimiento y del sueño recrea el mito de Casandra, su poder
adivinatorio y su condena a no ser creída. Así termina su monólogo: “Nadie me
creerá entonces,/ pero nada me habrá impedido decir esta triste verdad (Chirinos,
2012b: 109)”. El segundo poema dedicado a Casandra es el inspirado por una danza
escrita en la Orchésographie d’Arbeau (1596), un tratado de danza francés. El poe-
ma de Chirinos (2001: 18), que recoge la estructura musical pregunta-respuesta de
la canción, retoma ese último verso y da una nueva forma al mito clásico:
Si nadie contempla los astros
cuando escucha tu voz

Si nadie
observa el futuro
cuando lo miran tus ojos

Búscame

Aunque sea con serpientes


Búscame

Y dime al oído tu triste verdad

El tercer poema que Chirinos dedica a Casandra está incluido en No tengo


ruiseñores en el dedo y se titula “Ojos ciegos de ver”: “La noche/ trae su claridad, el
día nos la niega./ Así es siempre, ¿no, Casandra? (Chirinos, 2012b: 271).

CONCLUSIONES

Como hemos comprobado a lo largo de estas páginas, Homero está en los

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versos de Chirinos como están tantos otros que le siguieron. Sin embargo, toma el
poeta ciego un lugar especial como padre de la tradición literaria occidental: él y
sus héroes son los que encabezan las enumeraciones de miembros de la tradición.
El poeta y los héroes homéricos aparecen a menudo en temas que no son de los
más conocidos: un epíteto, un personaje secundario… Pero sobre todo, Eduardo
Chirinos usa los motivos más citados de la obra homérica: Ulises y el cíclope Poli-
femo, las sirenas… porque, como muestran una imagen prototípica, sirven al poeta
para identificarse con ellos.
La diversidad de voces de todas las épocas que se combinan en la de Chiri-
nos hace de él un poeta original, aunque parezca una contradicción. Por encima de
todas las variaciones de su obra —hemos citado poemas de forma y tono muy dife-
rentes entre sí— permanece una constante en la poesía de Chirinos: su hospitali-
dad —por cierto, también característica de la literatura clásica— con todos aque-
llos que dejaron su huella por escrito. Por esto, Chirinos emerge como objeto ideal
de trabajos basados en la comparación, como este: en él podemos encontrar artis-
tas de todas las artes, muchos desconocidos para la mayoría. De hecho, en otras
ocasiones, hemos tenido la oportunidad de relacionarlo con la historia de la músi-
ca, con la fábula latina, con los poetas peruanos del siglo XX… Digamos por él todo
aquello que le quedó por decir el pasado 17 de febrero.

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