Cartaphilus: Revista de Investigación y Crítica Estética
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ISSN: 1887-5238 n.º 14 │2016 │ pp. 73-89 MARÍA JIMÉNEZ
INTRODUCCIÓN
Ricardo Reis, el heterónimo más clásico de Fernando Pessoa, decía que “en el
poema más pequeño de un poeta debe haber algo en que se note que existió Ho-
mero”. Lo que me seduce de esa frase no es su defensa del conocimiento como
condición necesaria para comprender un poema. Lo que me seduce es su apuesta
por la originalidad. Un poema —si es realmente original— sabrá conducir a sus lec-
tores hasta el origen mismo de la tradición literaria. Un poema es siempre el punto
de partida de una tradición, nunca su punto de llegada (Chirinos, 2012a: 69).
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para dar a conocer a Eduardo Chirinos. Se trata de un autor que, aunque ya ha sido
valorado por la crítica, está aún empezando a ser objeto de tratamiento académi-
co. ¿Qué mejor acercamiento a un autor contemporáneo que el que lo acerca al
más antiguo de nuestros poetas? Comprobar que en sus versos está Homero inclu-
ye su obra en la amplia tradición literaria que este encabeza. Espero que las pági-
nas que siguen, que mientras se escribieron pasaron de ser regalo a ser homenaje,
alcancen todos estos objetivos.
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dispersos y que, como conjunto, no tenían un tono definido, así que se podían ads-
cribir a varias voces poéticas diferentes, al modo de los heterónimos de Fernando
Pessoa. Así, los Cuadernos de Horacio Morell (Lima, 1981) nacieron sin el amparo
de la firma del autor, como la edición de los escritos de un poeta que se suicidó a
los diecinueve años (“Eduardo Chirinos y su opción…”, 2014). Junto a la atribución a
un apócrifo, encontramos otros juegos borgianos en el libro; por ejemplo, mezcla
datos ficticios con otros reales, como la referencia a escritores como Emilio Adolfo
Westphalen y Javier Sologuren. En los años siguientes aparecen Crónicas de un
ocioso (1983) y Archivo de huellas digitales (1985). En 1986 se le concede una beca
del instituto de Cooperación Iberoamericana, con la que permanece en España has-
ta 1987. Su relación editorial con nuestro país comienza cuando publica aquí Ser-
món sobre la muerte (1986) y Rituales del conocimiento y del sueño (1986). Cuando
vuelve a Perú empieza a trabajar como periodista cultural en el diario La República
y en la revista Meridiano de Lima (Oviedo, 2008: 651). También trabaja como pro-
fesor de literatura en la Universidad Católica de Lima. Durante los siguientes años
aparecen El libro de los encuentros (1988), Canciones del herrero del arca (1989) y
Recuerda, cuerpo… (1991).
Dos años después, en 1993, marcharía a los Estados Unidos junto a Jannine,
su esposa, con el objetivo de continuar sus estudios en la universidad de Rutgers,
Nueva Jersey. Allí se doctoró con una tesis sobre el silencio en la poesía hispanoa-
mericana, La morada del silencio (Almenara, 2014). Ya en el país norteamericano,
donde residió desde entonces, publica El equilibrista de Bayard Street. Según Gui-
chard (2012), el título “nos remite a un equilibrio personal”, y añade que “también
a la idea de equilibrio entre diferentes fidelidades literarias […]. Entre diferentes
territorios y formas de vida (Perú y Estados Unidos […]). Entre el pasado y el pre-
sente, el movimiento y la permanencia”. Sus siguientes publicaciones serían Abece-
dario del agua (2000), Breve historia de la música (2001), Escrito en Missoula
(2003), No tengo ruiseñores en el dedo (2006) y Catorce formas de melancolía
(2009).
En 2010 publica Mientras el lobo está, libro con el que recibe el XII Premio
Internacional de Poesía Generación del 27. El mismo año aparece Humo de incen-
dios lejanos, un poemario que mezcla lo académico con lo popular y con un estilo
lúdico. El poeta colombiano Ramón Cote (2010) sostiene que el siguiente libro,
Humo de incendios lejanos, publicado también en 2010, es el libro más personal del
autor: “pareciera como si el autor hubiera querido inventar un nuevo pentagra-
ma para su poesía, donde la abrupta interrupción de los versos, donde la falta pre-
meditada de puntuación le permite entrar a otro reino que la propia poesía le tenía
deparado”. Dos años después aparece Anuario mínimo, una suerte de autobiogra-
fía fragmentaria de la que hemos extraído la cita inicial del trabajo. En 2013 encon-
tramos un libro con el que el autor pretende devolver la voz a los animales de la
tradición fabulística, Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácti-
cas); cada poema es el monólogo dramático de un animal (Cadavid, 2013). Chirinos
añade: “es un ejercicio de humildad originado a partir de un proceso personal que
viví al estar enfermo, pues detecto que hay algo de nosotros que se quiere quedar
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Prólogo a Diez de ultramar. Presentación de la joven poesía latinoamericana, Visor, Madrid, 1992.
La referencia es de Guichard.
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sas: podemos encontrarlos desde como títulos y otros paratextos hasta en la propia
estructura de algunos poemas. Así, en las páginas de su antología personal Catálo-
go de las naves (2012b), hallamos la cita de algunos versos de Aleixandre (Chirinos,
2012b: 143), referencias a poetas como Hölderlin o Pessoa (Chirinos, 2012b: 9), un
homenaje a Rubén Darío (Chirinos, 2012b: 316), otro a Garcilaso de la Vega (Chiri-
nos, 2012b: 190) algunos personajes de Shakespeare (Chirinos, 2012b: 117, 307),
recuerdos de los versos de Vallejo (Chirinos, 2012b: 115) o de Juan Ramón Jiménez
(Chirinos, 2012b: 187)… y tantos más (Borges, Sartre, Dante, Pedro Salinas, Fray
Luis de León, Huidobro, Lope de Vega… y muchos otros que yo no conocía hasta
ahora) que sería imposible citarlos aquí a todos. Hay ocasiones en las que un solo
verso ajeno (Chirinos, 2012b: 111) o la visita a algún lugar relacionado con el poeta
al que homenajea (como la tumba de Pedro Salinas; Chirinos, 2012b: 173) dan lugar
al desarrollo de todo un poema. En cualquiera de estos casos, a través de los versos
de Eduardo Chirinos accedemos a una amplia y variada biblioteca que nos muestra
la tradición desde un punto de vista lúdico y curioso.
En el caso de la tradición de época clásica, nos encontramos con que el
acercamiento más básico que a ella hace el poeta peruano es mediante la forma.
Sus poemas tienen algo de épica cuando usa un verso largo, más o menos regular y
de tono casi narrativo. También en cuanto al contenido se acerca a menudo a los
poemas homéricos: apenas hay en su poesía un tratamiento explícito del amor, que
en muchas ocasiones va unido al tema de la creación poética, mientras que sí po-
demos señalar el ensalzamiento de los valores tradicionales. Por ejemplo, se pre-
gunta ubi sunt los poetas clásicos en su poema introductorio a Archivo de huellas
digitales (Chirinos, 2012b: 59):
Se desmorona la pared en la que antaño se escribieran poemas
tan hermosos.
El polvo disputa su reino con las aguas,
la oruga se convierte en mariposa, en populla invidente ante la luz.
Homero, Ovidio, Dante, ¿qué se hicieron?,
un manojo de papeles que archivamos como huellas digitales,
viejas citas que guardan un museo como fieras leones disecados.
Ah, pero la muerte sacude la raíz del nacimiento y las palabras
se suman al lento transcurrir de nuestra sangre;
¿acaso en Garcilaso no hallamos las huellas de Virgilio?,
¿acaso en Virgilio no hallamos las huellas de Teócrito?
Así es la historia.
De esa leche nos amamantamos,
de ese útero habremos de salir para tornar alguna vez en busca de refugio.
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Sirva este poema para entender cómo Chirinos entiende la tradición y cómo
pretende insertarse en ella acogiendo las huellas de aquellos que estuvieron antes
que él: “No somos nunca quieres somos. Detrás/ de nuestros gestos otras caras
asoman (Chirinos, 2012b: 264)”, reconoce en otra ocasión. De esta forma, su poesía
se convierte en una sinfonía donde “hace mucho ruido (Chirinos, 2012b: 269)” el
conjunto de voces que extrae de los libros. Entre aquellos cuya voz se oye más
fuerte debemos destacar, junto a Homero, a Horacio. A su vida dedica un poema
extenso titulado “El mejor de los poemas de Roma”, de El libro de los encuentros,
donde combina las referencias a la vida de Horacio con otras a su obra literaria
(Chirinos, 2012b: 88-89). A un fragmento de la Epístola a los pisones se refiere en el
poema “Ridiculus mus. Epístola a Quinto Horacio Flaco” (Chirinos, 2012b: 27), y a
su épodo Beatus ille en un poema de igual nombre (Chirinos, 2012b: 21). El poeta
siente nostalgia por los tiempos anteriores de la poesía pero, aunque ve los cam-
bios en la literatura como una muestra del envejecimiento del mundo, nota que los
temas siguen siendo los mismos (Chirinos, 2012b: 309):
El mundo envejece.
Los viejos poetas cantaron las flores,
los rayos del sol, las hojas secas, el ardor
siempre vivo de la nieve
Pero un día
decidieron callar. O cantar otras cosas:
el rubor de tus mejillas, el dolor
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2012b: 106), o de la ayuda para salir de situaciones complicadas (el hilo de Ariadna
en “Biografía de una noche cualquiera”; Chirinos, 2012b: 84). También resultado de
todo el proceso por el cual Chirinos muestra los andamios de nuestra tradición lite-
raria es el homenaje que en muchos de sus versos hace a la figura del poeta homé-
rico y a su obra, elementos de los que nos ocupamos a continuación.
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compilador de la Ilíada y la Odisea, aparece como viene siendo habitual, como poe-
ta ciego. Como ejemplo podemos citar los últimos versos de la tercera sección de
“Poema escrito el domingo de Pascua”, que cierra el Catálogo de las naves (Chiri-
nos, 2012b: 343-345):
El círculo de
la muerte que atraviesa el círculo de la vida
y lo parte en dos como el Mar Rojo, como los
senos de la mujer que danza, como sus ojos
donde surcan los trirremes de Homero. Ayer
leí algo sobre Homero. “El encrespado mar
color de vino”, solía repetir en sus poemas.
Ese mar anuncia la sangre de nuestros
antepasados, la trágica destrucción de los
trirremes. ¿Pero acaso Homero confundía
los colores? Tal vez los colores confundían
a Homero. Pero algo dicen que era poeta,
por algo dicen que era ciego.
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Habla Tiresias
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Máscara de Nadie
Sí es un claro homenaje al protagonista de la Odisea este otro poema, del
mismo libro, que nos recuerda el episodio del cíclope Polifemo y cómo Ulises y sus
compañeros se libran de él mediante las estratagemas del héroe, que entonces
dice llamarse “Nadie”. Este fragmento aparece en la Odisea durante el relato de sus
hazañas que hace Ulises en el palacio de Alcínoo: “Cíclope, ¿me preguntas mi ilus-
tre nombre? Pues voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie. Nadie me llaman siempre
mi madre, mi padre y todos mis camaradas” (Homero, 2005: 209). Mediante esa
máscara de Nadie, el poeta se identifica con Ulises y se dirige a él en un momento
de desesperanza. En su discurso, recuerda algunos episodios de la Odisea (Chirinos,
2012b: 111-112):
Ahí, va nuestro carro, Nadie, despeñándose al abismo,
trazando su flama en la pureza del aire;
ahí nuestra lanza que el tiempo ha oxidado,
la vieja fotografía de Penélope con su aguja de hueso. […]
Ahí nuestros amigos, Nadie, hermosos como reos marchando
hacia el patíbulo.
¿Reconoces a Diómedes, domador de caballos?
¿A Paris, por quien suspiraban las vendedoras de pan?
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Ithaca
A la patria de Ulises también dedica Chirinos un poema, en El equilibrista de
Bayard Street (Chirinos, 2012b: 160). El poeta se ve como un viajero que, al contra-
rio que Ulises, no va a Ítaca sino que procede de ahí. En ese sentido, su poesía esta-
ría inspirada por la nostalgia de la tradición, representada por Homero.
Cuando en el futuro te pregunten
de dónde has venido
no dudes en responder “de Ithaca”. Tú vienes
de donde todos van. Sin Penélopes
ni Argos ni Telémacos, tu viaje ha sido
plácido y largo, lo sé, aunque no tienes
ocasión ni forma de decirlo, sólo el llanto
o el ténue balbuceo: ojos enormes
para capturar el mundo
y tres o cuatro sílabas: aquellas que hemos olvidado.
Es esa nostalgia la que me mueve, por ella
he viajdo a muchos sitios, por ella
no he llegado a ninguna parte. Tú gateas
como el monarca en su reino
y ni siquiera eres esclavo de tus necesidades.
He viajado para serte.
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talmente con Ulises cuando describe cómo resistió la tentación de las sirenas. A
ellas las identifica con una especie de femme fatale para recrear la experiencia
amorosa al tiempo que la literaria:
Yo también he cerrado los ojos,
he soportado el correaje que me ataba al palo mayor
pero no pude evitar su perfume de alas negras,
su armonioso canto que enceguece el alma.
Porque quise zafarme.
Contra mi terca voluntad quise zafarme y conocer el vértigo que produce la caída,
la insaciable ficción del deseo.
Debo recordar que su cabello era largo y engañoso como una red,
que en sus ojos brillaba una dulce maldad, que su boca
sólo podía conducirme a la desesperación o al desastre.
Pero su voz era música para mis oídos
y sus manos —las tenebrosas alas que fueron—
buscaron con ardor enlazarse con las mías.
Jamás la tuve mas que en sueños.
A veces veo su cola asomando a la superficie
y escucho esa risa burlona que nunca pude comprender.
Entonces me armo devalor y nado a su isla;
allí retozan los cadáveres,
luego se esfuman o transforman en arena.
Ella cubría el mundo con los ojos y me borró con la mirada.
Ahora sólo deseo despertarme.
Una versión más breve del tema enconrtramos en “Ojos de sirena (Chirinos,
2012b: 161)”, donde el poeta identifica al buitre con los amenazantes sirenas: “Veo
con alivio al buitre que se acerca, amenazante y sin miedo./ Antes de morir veo en
sus ojos/ los tristes ojos de una hermosísima sirena”. También breve es el primer
fragmento de “Coloquio de los animales (Chirinos, 2012b: 132)”, titulado “Las sire-
nas y el viejo”, cuyo protagonista, el viejo, obstinado, se mantiene atado al mástil
para oír a las sirenas, que murieron en el dilivio. En estos dos últimos poemas, Chi-
rinos toma la imagen clásica de la sirena —mitad ave, mitad mujer— y la combina
en ocasiones con la contemporánea.
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Si nadie
observa el futuro
cuando lo miran tus ojos
Búscame
CONCLUSIONES
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versos de Chirinos como están tantos otros que le siguieron. Sin embargo, toma el
poeta ciego un lugar especial como padre de la tradición literaria occidental: él y
sus héroes son los que encabezan las enumeraciones de miembros de la tradición.
El poeta y los héroes homéricos aparecen a menudo en temas que no son de los
más conocidos: un epíteto, un personaje secundario… Pero sobre todo, Eduardo
Chirinos usa los motivos más citados de la obra homérica: Ulises y el cíclope Poli-
femo, las sirenas… porque, como muestran una imagen prototípica, sirven al poeta
para identificarse con ellos.
La diversidad de voces de todas las épocas que se combinan en la de Chiri-
nos hace de él un poeta original, aunque parezca una contradicción. Por encima de
todas las variaciones de su obra —hemos citado poemas de forma y tono muy dife-
rentes entre sí— permanece una constante en la poesía de Chirinos: su hospitali-
dad —por cierto, también característica de la literatura clásica— con todos aque-
llos que dejaron su huella por escrito. Por esto, Chirinos emerge como objeto ideal
de trabajos basados en la comparación, como este: en él podemos encontrar artis-
tas de todas las artes, muchos desconocidos para la mayoría. De hecho, en otras
ocasiones, hemos tenido la oportunidad de relacionarlo con la historia de la músi-
ca, con la fábula latina, con los poetas peruanos del siglo XX… Digamos por él todo
aquello que le quedó por decir el pasado 17 de febrero.
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