Sonora
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Si se revisan con detalle las estadísticas de la cosecha de 1926–1927, se
pueden resumir las características de esta fase de desarrollo agrícola como
sigue:
• La producción todavía es diversificada. Por hectáreas cultivadas aparece en
primer lugar el trigo, seguido por el maíz, garbanzo, arroz y frijol. Y por kilos
cosechados, el trigo y maíz conservan sus lugares, pero ahora seguidos del
arroz, alfalfa, caña de azúcar, garbanzo y frijol. Y si se toman los datos de
exportación de 1926, entonces el orden es: garbanzo, arroz, tomate, frutas
frescas, hortalizas y legumbres. Sin embargo, ya desde 1912 es perceptible
que el trigo y el arroz comienzan a imponerse sobre el conjunto, anunciando el
futuro de la región. Desde esta época, el trigo era el cultivo más importante del
estado, y estaba dirigido a los mercados local y nacional (DEN 1928, 144–45;
Aboites 1991, cuadro A7).
• Las tedencias son firmes en cuanto a las regiones productoras. A la cabeza
dos municipios del valle del Yaqui, Bácum y Cócorit, que aportan casi 20
millones de kilos de trigo y más de 30 de arroz, y poco más de 11 de alfalfa.
Después siguen Álamos, Etchojoa, Huatabampo y Navojoa, en la cuenca del
río Mayo, que producen maíz, trigo, garbanzo y alfalfa, principalmente. Luego
están Hermosillo y Villa de Seris, en el valle central, donde además de trigo,
maíz y frijol, incluso se cultiva caña de azúcar. Otra vez Caborca, Magdalena y
el municipio de Arizpe, en las cercanías de Cananea, donde se producía una
cantidad considerable de caña. Finalmente, Moctezuma, en la zona serrana,
pero regado por las aguas del río del mismo nombre, afluente del Yaqui, que
seguía cosechando mucho trigo.
• Todas estas zonas están sobre el curso de los ríos: Magdalena, Sonora,
Yaqui, Mayo y Moctezuma, pero también cerca del ferrocarril. Las excepciones
son Arizpe y Moctezuma, pero ambas tienen cerca dos centros de consumo
importantes: Cananea y Nacozari.
• El rasgo más relevante de estas zonas agrícolas es el uso de la tecnología.
Se riega por medio de canales y presas, donde además se utiliza desde el
principio maquinaria agrícola, en particular cortadoras–trilladoras. Por ejemplo,
en el valle del Yaqui se pasa de 4 201 hectáreas de riego cultivadas en el ciclo
agrícola 1911–1912 a 40 555 en 1926–1927. Y en el valle del Mayo ya se
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irrigaban en ese mismo ciclo 26 200 hectáreas (DEN 1928, 161–163; Banco
Nacional de Crédito Ejidal 1945, 11).
Sobre estas actividades centrales (ferrocarriles, minería y agricultura comercial)
cabe hacer una observación importante. Las tres fueron impulsadas por
capitales privados, aunque la federación facilitó su inversión mediante
instrumentos jurídicos y fiscales. De las líneas ferroviarias, por ejemplo, sólo la
del Mayo fue construida con recursos estatales. Las grandes compañías
mineras eran propiedad de empresas estadounidenses, y aunque fueron
mexicanos quienes iniciaron con la actividad agrícola, el empuje decisivo en el
Yaqui fue de la Compañía Constructora Richardson (Okada 2000).
La industria manufacturera nació en ese contexto; impulsada particularmente
por la agricultura comercial y el proceso de urbanización. Para 1910, las
ciudades más destacadas al respecto eran Hermosillo y Guaymas. La primera,
por ejemplo, contaba con El Hermosillense, el mayor molino harinero del
estado, propiedad del vicepresidente Ramón Corral, que funcionaba con 600
mil pesos, ocupaba 75 obreros y tenía una planta de luz anexa, para servicio
de la capital. También se había establecido ahí la Cervecería de Sonora, de
Geo Gruning y socios, con un capital respetable de 500 mil pesos. De igual
forma, destacaban la tenería del señor Carmen Ortega, con 150 mil pesos y 12
operarios, así como La Empacadora, de Felizardo Verdugo y Compañía,
dedicada a empacar carne, con un capital de 100 mil pesos y 10 trabajadores.
En Guaymas, por otro lado, funcionaba la Compañía Industrial y Explotadora
de Maderas, S. A., que fabricaba hielo, fósforos, muebles y clavos de alambre,
contaba con talleres de fundición y planta de luz, una fuerza de trabajo de 100
operarios y declaraba un capital de 500 mil pesos. Ahí mismo estaba la Tenería
de San Germán, con 100 mil pesos de capital y 50 operarios.
Además de las mencionadas, en Hermosillo había otras fábricas medianas de
galletas, harina, ropa, velas, whisky, pieles y una fundición, inexistentes en
Guaymas, que en cambio tenía empresas pequeñas dedicadas a la producción
de calzado, ropa de mezclilla, aguas gaseosas, dulces y chocolates.
Las otras dos compañías grandes del estado no estaban en una ciudad
importante, sino en Los Ángeles, municipio de Horcasitas (distrito de Ures),
justo sobre el cauce del río Sonora y en Ímuris, sobre la ruta del Ferrocarril
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Sud–Pacífico. La primera era la única fábrica de hilados y tejidos de algodón,
que ocupaba a 220 operarios y contaba con 170 telares. En un año, según
cálculos de Ulloa, empleaba unos 330 mil kilos de algodón (importado), y
generaba productos por 450 mil pesos. La segunda era el molino harinero
Terrenate, de Miguel Latz y hermanos, que declaraba un capital de 400 mil
pesos y generaba 20 empleos.
Ciertamente, otros municipios (Álamos, Navojoa, Caborca, Sahuaripa, Ures y
Arizpe) contaban con algunos establecimientos industriales, pero de
proporciones más modestas. En todo caso, importa señalar que la industria
principal del estado era la harinera, pues en 65 molinos se producían 20
millones de kilos al año. La mayor parte de ellos estaban en Ures, Álamos,
Moctezuma y Arizpe, pero se trataba de establecimientos pequeños y
medianos, pues los distritos que aportaban el grueso de la producción eran
Magdalena y Hermosillo, justo donde estaban El Hermosillense y Terrenate.
Los rubros siguientes en importancia eran cerveza, aguardiente, soda, pastas
alimenticias, conservas, piloncillo, pieles, tabaco, ropa y calzado. Sobre los
últimos vale la pena señalar que había 17 fábricas de ropa de algodón y lana
en el estado (10 de ellas en Hermosillo) que producían 280 782 piezas al año, y
que la mayor parte de las 3 7 fábricas de calzado habían sido establecidas por
chinos (11 en Hermosillo y 8 en Magdalena). Al año elaboraban en total 288
200 pares.
En suma, de esta primera industrialización se puede decir que estuvo asociada
a la satisfacción de necesidades básicas de una población creciente, que
aprovechó tecnología convencional y que salvo pocas excepciones el costo de
instalación fue bajo. También es cierto que algunas de ellas no sólo se
orientaron al mercado local, sino a los estados con los que existía una conexión
expedita: Nayarit, Sinaloa, Baja California y Chihuahua. Finalmente, todos los
distritos (excepto Sahuaripa, uno completamente serrano) tenían cierto número
de establecimientos industriales, aunque para 1908 existía una gran tendencia
hacia su concentración en la capital. De los 5 551 675 pesos a que ascendió la
producción en ese año, el distrito de Hermosillo solo aportó 3 500 200, es decir
63 por ciento.
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El panorama cambió para 1930, cuando el modelo de industrialización y
desarrollo estructurado en el porfiriato parecía haber llegado a su fin. En
Sonora, los grandes repartos agrarios se limitaron a dotaciones pequeñas en el
valle del Mayo, y aunque el personal ocupado en minería había disminuido,
tanto la agricultura de exportación como la minería seguían siendo las ramas
más dinámicas de la economía. Ciertamente, la población no creció mucho en
esos 20 años, y tampoco las ciudades, aunque las tendencias demográficas ya
parecían claras; las zonas de atracción de habitantes eran los valles de
Hermosillo, Yaqui y Mayo, la frontera y Cananea y las de expulsión estaban en
la montaña.
La revisión del primer censo industrial de 1930 arrojó un panorama similar al de
1910. La rama principal era la de los alimentos, con 609 establecimientos, que
ocupaban a 3 679 personas y producían 45 por ciento del valor total de la
industria. Se trataba de un buen negocio, puesto que el dinero generado (unos
7 400 000 pesos) fue el resultado de un capital de 5 247 824 pesos (30 por
ciento de la inversión industrial). Sin embargo, se trataba de un conjunto de
fábricas que no ofrecían buenas perspectivas para el trabajador, pues aunque
ocupaba 36 por ciento de la fuerza laboral del sector, pagaba 28.3 por ciento
de los salarios. Y de ese amplio sector, la parte más importante seguía siendo
la de los 80 molinos de harina de trigo, entre las que junto a las fábricas viejas,
como La Hermosillense, aparecieron otras nuevas y gigantes como el Molino
Harinero Regional del Mayo, en Navojoa (Secretaría de la Economía Nacional
1933).
Además, en este rubro se incluyó a las empacadoras de carne, las fábricas de
piloncillo, queso, gaseosas, hielo y, sobre todo de cerveza, alcoholes y
aguardientes, ramos que ya desde 1910 eran importantes en la entidad. En
todo caso, es relevante la elaboración de cerveza, que aportaba una buena
parte del valor del ramo alimenticio, había alcanzado en 1910 una especie de
tope productivo en los dos millones de litros anuales. En 1926, seguía igual.
Por el contrario, los alcoholes y aguardientes, que en el año fiscal 1910–1911
alcanzaron 657 mil litros elaborados en 51 fábricas, se habían reducido a poco
más de 77 mil (incluido el mezcal, tequila y sotoles). En parte, ello se debió a
las campañas contra el consumo de alcohol de los gobiernos locales
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posrevolucionarios, pero no significó que se ingiriera mucho menos de esas
bebidas en el estado; más bien un auge productivo en Sinaloa, de donde
probablemente se importaban entonces los alcoholes y aguardientes (DEN
1928, 273–78).
El caso contrario es el sector de generación de luz, fuerza y calefacción
eléctricas, pues ocupaba el primer lugar en inversión (casi 44 por ciento del
total, es decir operaba con tecnología cara), aunque producía apenas 16. 4 por
ciento del total industrial, y sólo empleaba a 277 operarios en 22
establecimientos. Ellos representaban 7.53 por ciento del personal empleado,
pero 16.27 de los salarios.
Por el valor de las inversiones seguía el ramo textil, el de metalurgia y
productos metálicos manufacturados, cuero y pieles, tabaco, madera y muebles
e indumentaria y tocador. Si se usa la lista por valor producido, casi es el
mismo orden, excepto que el ramo de tabaco aparecía antes que el de
metalurgia. Sobre estos dos últimos conviene hacer algunas observaciones.
El caso del tabaco ilustra lo que pudo haber significado esta primera
industrialización para la fuerza de trabajo. Si a principios de siglo funcionaban
30 fábricas (la mayor parte de cigarrillos) que empacaban, en los buenos años,
alrededor de 5 millones de cajetillas, en la década de los veinte se habían
reducido a seis establecimientos, pero que en 1916, año pico, produjeron más
de 21 millones de cajetillas. De hecho, en un año malo de esa década, 1925, la
fabricación sobrepasó con creces la de principios de siglo (más de 8 millones).
En fin, en estos 30 años, si hubo algún cambio, fue en el sentido señalado por
Kessing, es decir, que la transformación tecnológica inicial no requirió más
mano de obra e incluso pudo estrecharla. En 1930, por ejemplo, esas fábricas
de cigarrillos se habían reducido a cuatro y apenas empleaban a 217 personas
(DEN 1928, 280–81; Secretaría de la Economía Nacional 1933). Por su parte,
la fábrica textil de Los Ángeles parece no haber sufrido mayor cambio
tecnológico en el periodo, pues alcanzó los 170 telares en 1907 y así siguió
hasta 1926. Sus mejores años, si se toma en cuenta el algodón consumido, los
obreros ocupados, las piezas tejidas y las ventas, en realidad fueron los
comprendidos de 1906 a 1913. Entre 1918 y 1925, en cambio, sólo un año
rebasa el centenar de operarios y apenas en 1926 llega a 206 obreros, lo cual
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es señal de franca recuperación. Pero incluso ese año consume unos 100 mil
kilos menos de algodón que en los años de bonanza. El censo de 1930, en
todo caso, registraba 30 establecimientos textiles, con 482 trabajadores, lo que
sugiere que aquí también fueron censados talleres artesanales pequeños. El
colmo para la fábrica de Los Ángeles fue que poco tiempo después se incendió
y quedó paralizada (DEN 1928, 284–85; Vázquez 1955, 182).
De hecho, el total de la fuerza de trabajo ocupada en la industria en 1930, 3
679 personas, era menor al que se había listado a principios de siglo (4 272), lo
que parece una confirmación suficiente de la tesis de Kessing.
El ramo de las empresas de metalurgia y productos metálicos manufacturados
agrupaba a dos sectores completamente dispares. Por un lado a las plantas
metalúrgicas de Cananea y Nacozari, de base tecnológica moderna y cientos
de operarios, pero también a herrerías pequeñas, talleres de reparación y
fundición casi artesanales.
Por último, cabe señalar que los 50 establecimientos que funcionaban en el
rubro "indumentaria y tocador" empleaban a 320 personas con salarios bajos, y
con una base tecnológica limitada. El calzado seguía siendo producido en
talleres pequeños, salvo los de la escuela Cruz Gálvez de Hermosillo, donde en
1927 se fabricaban 400 pares diarios.
En consecuencia, se puede hablar de que el desarrollo industrial en 1930 era
escaso, centrado en la transformación limitada de algunos productos
agropecuarios y minerales. La mayor parte de los comercios, como reconocía
el mejor estudio de la época, era de "pequeñas unidades económicas que
subsisten en algunos casos, sólo para satisfacer la demanda local, demanda
que no encuentra otros productos mejores o más baratos, muchas veces por
falta de vías de comunicación" (DEN 1928, 288).