Tema Del Ensayo

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UNIVERSIDAD TECNOLOGICA DE HONDURAS

UTH

Trabajo de Español

Tema: El Ensayo

Catedrático: María Teodora Vargas Gutiérrez

Estudiante: Cindy Melissa Padgett Pineda

Número de cuenta:202310060129

Sección (VIR/DO-1)

08-02-2023
La Ciudad de Ezequiel, Roberto Castillo

Propósito del ensayo: Persuadir al lector de la situación por la que pasa nuestra
Honduras ante tanta indiferencia y necesidad.

Curiosa ciudad ésta, la de Ezequiel Padilla. En sus muros de luz no


queda ningún indicio de empresa fundacional alguna, porque, desde el
primer instante, la mirada que los recorre va metamorfoseándose con
Introducción ellos. Surge así el ver como experiencia que no cesa y que tanto

convoca la desesperanza como el dolor, la brutalidad como el


desamparo.

Tesis Surge así el ver como experiencia que no cesa y que tanto convoca la
desesperanza como el dolor, la brutalidad como el desamparo.
cuerpo Sus calles nunca están desiertas, pese al constante tráfico de
soledades que tanto de día como de noche las abruma. En ellas, de
sorpresa en sorpresa, el ojo gira y se ensancha, retrocede y se
disminuye, pero nunca deja de mirar. No se traga la claridad
ambiental, siempre dudosa, sino que la aporta. El tiempo, de suyo
escurridizo, crea, a sabiendas de todos, la ilusión de detenerse en este
manchón o en aquel mentón; tiempo que llena hasta el último de los
recovecos en que se desdobla la ciudad pero que no se deja captar,
sino que constantemente hace sentir que nos observa.
¿Qué es el color en esas calles que carecen de dioses tutelares?
Agonía en el originario sentido de la palabra. Es decir, lucha o
combate; y la más radical de las luchas: la que se libra entre la vida y
la muerte, cotidianamente renovada en los lugares donde hay seres
humanos e indicada con toda clase de signos o cubierta por
incontables símbolos en la experiencia de la ciudad. Tal vez venga al
caso recordar que, en la primera teoría de la tragedia, el argón se
constituye como el verdadero centro organizador de la obra. Pero
también puedo decir, de manera nada conceptual, lo que es esta
marcha de colores que en ningún momento da tregua a nuestros
sentidos: la manotada de la vida (Honduras no ha descubierto su color,
pero no hay que descartar que nos esté aguardando en el brillo de los
ojos de los niños).
Ciudad de espacios abiertos, la que el objeto de estas líneas los
expande de manera constante. En ellos siempre habrá lugar para
cuantos no encontraron acomodo en la otra ciudad, la que sólo se
interesa por que conviene a sus pequeñas miras administrativas y
desecha el acecho, excluye o disimula la abundancia de males y no
oculta su pretensión de dejar de ser terrena. Las plazas no están
rediseñadas. El desgaste de sus piedras pudo producirse al ser
lamidas éstas por animales famélicos que no cesan de reproducirse; o
a lo mejor lo que era sólido decidió hacerse polvo sin dar cuenta de
este acto a nadie, mucho menos a los poderes que no aceptaban que
nada se les fuera de las manos. En medio de la sangre, o a pesar de
ella, los rostros y las miradas de los héroes nos contemplan desde otra
vida, distinta de la que les inventaron los que costearon sus primeros
monumentos.
Partida en unos cuantos millones de mitades, que son las divisiones
de los hombres respecto de sí mismo, la ciudad respira con una
dificultad que acaso se manifieste mejor en el “déme” o “regáleme” que
salta sin rodeos desde las voces de los niños (antes decían que
estábamos en las orillas del mundo; ahora resulta que todas las orillas
se han movido para acá). Pero esto marginal que viene en camino es,
paradójicamente, éxodo. Sale de todas partes, y por efecto suyo la
forma se vuelve orfandad, pero no sucumbe, sino que, por el contrario,
revienta en la luz enfurecida.
Nacimos del vientre, que nos lo dio todo, pero no la forma. Ésta habrá
que buscarla, y para tal cometido nadie está nunca suficientemente
preparado. El que vaya por ella tendrá que guiarse por el instinto de la
luz, que igualmente permite desgajar un momento de la cobertura
histórica que lo preserva como entrever ese blanco rasgado por una
cuchillada o el tajo que cortó de golpe una garganta.
Todo es memoria entre estos términos que no abogan por la rigidez.
Memoria multiplicadora disparada hacia la construcción de su propio
tiempo, no tributaria del que nos devora. En ella, los seres más
cercanos seguirán siendo los niños. Potencia que recuerda, gracias a
la deshumanizada mirada del otro, algún lugar para el hombre –
siempre relegado por él mismo- en el mundo brutal del futuro.
En el taller de esa asombrosa ciudad, el arte no busca el refinamiento
por el refinamiento mismo, tampoco el color vendible. Su técnica no
desdeña el valor de ninguna enseñanza, pero a todas las que acoge
las restriega con auténtica pasión artesanal en la cruda realidad de los
hechos, de los que siempre regresa con algo nuevo que ofrecer.
De modo muy claro se advierte, por las señas que salen de todos los
intersticios, una fatiga y también un deterioro del espacio urbano.
Ambos coinciden con el envilecimiento de quienes lo habitan. Pero
esta degradación es producida por un poder externo del que la luz
siempre ofrece unos trazos a tono con la velocidad o indignación de la
mano; esto explica la abundancia de zarpazos luminosos. La ciudad
duele en muchas partes, pero sobre todo en el arte. Se suceden las
generaciones, la indiferencia sigue igual. A veces la lluvia tiene la
virtud de recordar que nadie se queda sin mojarse. Descubrimos
también otro de los significados de este espacio: por él estamos todos
en la misma cárcel.

Conclusiones: Tal es la ciudad de Ezequiel Padilla Ayestas, no expuesta ni


abarcada en plenitud, sino solamente sugerida con unas pocas
palabras. Ciudad terrena, ciudad de los hombres que se afirma sobre
su propia propuesta, esa que habla directamente al ojo y que la ve y
que jamás incurre en la tentación de pararse sobre las huellas de lo
andado. Para entrar aquí hay que renovarse en alguno de los tantos
sentidos que lo humano permite y propicia. Por eso recurrí a los
mecanismos de la ficción, que me hicieron sentir como si fuera el
primero en visitarla.
Comentario personal: Ensayo La Ciudad de Ezequiel.

El escritor y filósofo hondureño Roberto Castillo, nos habla en su ensayo de la ciudad de


Ezequiel, haciendo referencia a las ciudades de nuestro país Honduras. Cuantas
necesidades pasan nuestros hermanos hondureños, tanta indiferencia del gobierno y de
la sociedad. No entiendo en qué momento del camino se perdieron los valores morales
que en el seno de nuestro hogar se nos inculcaron, y nos convertimos en una sociedad
decadente a punto de convulsionar, donde se perdió el amor al prójimo donde lo malo lo
vemos con buenos ojos y lo bueno no miramos mal.

El escritor también se refiere en su ensayo a la crisis económica, social y política, que


someten a la población a la pobreza, la violencia, la inseguridad, la falta de derechos que
como ciudadanos nos corresponden. Temor, miedo, Tristeza y desesperanza es lo que
vemos en nuestro diario vivir, una Honduras llena de necesidades sin oportunidades y
con mucha violencia.

Cuanta corrupción más tiene que soportar nuestro pueblo que esta estancado, y no da
paso a esas oportunidades que tendrían que ir destinada a los que realmente necesitan.
Cuanto desempleo, cuanta pobreza. Esta es la realidad que pasa nuestro pueblo
hondureño, tan duro y tan triste y aunque duela tanto es la realidad.

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