V Domingo de Pascua
V Domingo de Pascua
V Domingo de Pascua
Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a conocer
o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y siguiendo el
instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado. Se
hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su
trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca
precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento
teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser de Dios, dado en
comunión.
Sobre este transfondo hay que captar el misterio de la Iglesia. A través de los
tiempos, la Iglesia es la historia de la Palabra única entregada por Dios en
Jesucristo. «¡El Reino ha llegado a vosotros!». La Palabra de Dios no tiene
más palabra para hacerse oír que palabras de hombres que balbucean el
misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se puede ya oír la Voz
eterna. El Amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos de los
hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se
efectúa ya el gran gesto de Dios.
**
Sois el Cuerpo de Cristo,
y, mediante su resurrección,
y nosotros sabemos
Con Jesús,
te pedimos:
Por la Iglesia,
Reflexión: Hechos de los Apóstoles 6, 1-7
14,1-14 Partida de Jesús. El tema del discurso –presentado en
forma de inclusión en Jn 14,1.27: no se turbe vuestro corazón– gira
en torno a dos verbos: “me voy” y “vuelvo”. El “me voy” indica el
“lugar” hacia el que va (Jn 14,1-17) y el “camino” para llegar a él:
Jesús es el camino para llegar al Padre. El “vuelvo” (Jn 14,18-27) se
refiere a la pascua. La pascua condena y supera la horfandad de los
discípulos.
En una especie de conclusión (Jn 14,28-31) se resumen los grandes
temas: partida y retorno de Jesús; la fe y el amor y la relación entre el
Padre y el Hijo. Esto, a su vez, hace que aparezca un tema nuevo: el
de la alegría.
- Cuando Jesús dice que es el Camino… no está queriendo decir que no haya
en absoluto ningún otro camino… Él mismo valorizó la fe de otras personas
creyentes que no formaban parte del Pueblo escogido de Israel. ¿«Todos los
caminos llevan a Dios»… aun sin pasar por Roma?
CREO EN DIOS POR JESUCRISTO
Jesús nos dice: “Creed en Dios y creed también en mí” y también nos dice que para
creer en Dios tenemos que acercarnos a El: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.
Pero, tal vez, después de 2000 años de cristianismo, cuando nos acercamos a El,
pasamos por alto la novedad “escandalosa” que nos trajo. La novedad en su vivencia de
Dios y en su relación con las leyes religiosas de su tiempo. Recordemos algunos
ejemplos.
Jesús ama a los pecadores y comparte con ellos la mesa con gran escándalo de los
fariseos. Porque hay que imaginarse lo sorprendente que resultaba, en aquella época,
este comportamiento, que era el reverso del comportamiento de un hombre religioso.
Otra vez, Jesús permite que una mujer descarada se acerque al convite que le han
brindado en casa de Simón y le unja la cabeza con un costoso perfume. Jesús se pone
del lado de esa mujer y acalla las murmuraciones con su palabra: ¡dejadla! En otro
momento lo vemos trabando conversación con una samaritana, o sea, con una hereje.
No es extraño que los apóstoles quedasen sorprendidos y perplejos. Hay más: Jesús
acepta la hospitalidad de un publicano y lo elogia a pesar de la mala reputación y el
rechazo de que eran objeto los de su profesión. No podemos olvidar el escándalo que
originó cuando se enfrentó al templo, el lugar sagrado por excelencia, en el que los
sacerdotes consideraban que es ahí donde se contabilizaban los verdaderos creyentes. El
estupor que causó cuando habla de Dios y lo hace diciendo que es como un padre-madre
que ama hasta lo más profundo de sus entrañas, con acogida incondicional, a pesar de
todos los pesares. Nos deja sin palabras el amor a los enemigos que, aun a riesgo de
pasar por traidor, Jesús tenía. Y quedaría todavía por citar su comportamiento con los
leprosos, con la cananea, su delicadeza con la hemorroisa…
Por todo esto Jesús provocó duras reacciones de sus contemporáneos y allegados. No lo
comprendieron o, sencillamente, lo veían como un peligro para sus intereses. Estas
reacciones pueden ser muy parecidas a las nuestras. En el fondo, tal vez, el Dios que
anuncia Jesús no es el Dios que esperaban ni que esperamos. No es un Dios al que
podamos manejar a nuestra conveniencia. Tampoco es el Dios “adecuado” que pensaron
y pensamos en las filosofías y teologías. Y Jesús sufrió estas reacciones. El pasó por la
zozobra interior por la que pasa toda persona que se ve descalificada por aquellos que
tienen el derecho y el depósito de la ortodoxia. La angustia y la ansiedad en el huerto de
los olivos, su increíble grito en la cruz, donde sufre la tentación del abandono, son el
indicio del tormento de quien se pregunta quién tiene razón. Pero es justamente en esta
imagen que Jesús ofrece de Dios -y por la que, indiscutiblemente, le dieron muerte las
instancias oficiales- donde Dios se reencuentra. Al final de todo, al final incluso de
aquel sábado de silencio, el Dios del que Jesús ha dado testimonio manifiesta que El es
el verdadero Dios y da la razón a Jesús en contra de sus perseguidores y sus
razonamientos.
Contra todas las evidencias Jesús cree en este Dios hasta el extremo. Una fe que lo
tiene todo a su favor porque lo tiene todo en contra. Y yo quiero seguir creyendo con El
y por El, aunque, a veces, tiemble mi corazón. Este Dios de Jesucristo desbordante de
compasión, enamorado de su creación y de sus criaturas; este Dios de Jesús, un poco
loco, que descoloca mi ordenada vida y me lleva a caminos y estaciones donde me
resisto a ir; este Dios por el que Jesús no sólo ha creído que debía vivir, sino también
que debía aceptar la muerte cuando no había otra cosa que hacer ante los que justamente
querían otro Dios, a la medida de sus seguridades; este Dios de Jesús que no se puede
encerrar en un tratado de Teología ni de “Buenas Costumbres”…
MARICARMEN
MARTÍN
El cuarto evangelista ha sabido resumir en términos muy gráficos lo que Jesús
significaba para las primeras comunidades creyentes: ”Yo soy el camino, la
verdad y la vida”.
Los hebreos del desierto sabían muy bien que uno puede seguir mil caminos
diferentes por las áridas tierras del Arabá y dejarse atraer por mil rastros
distintos. Pero, si uno no acierta con el camino verdadero, ese puede darse por
hombre muerto. Los griegos que escuchaban en sus plazas a los filósofos, les
oían hablar y hablar de verdades muy diferentes a cada uno de ellos. Pero,
¿dónde encontrar la verdad? ¿quién puede ayudar a descubrirla?
Los hombres de todos los tiempos queremos vivir. Vivir más. Vivir mejor.
Pero, vivir ¿qué?, vivir ¿para qué? ¿Qué es vivir la vida? ¿Qué hay que hacer
para acertar a vivir? Son preguntas tremendamente elementales y sencillas a
las que no es fácil responder. Uno puede ingenuamente pensar que vivir es
algo que uno lo sabe ya, y que lo único importante es que a uno le dejen vivir.
Pero la realidad no es tan sencilla. No se trata de ser un “vividor” ni tampoco
se trata de ir “tirando la vida”. Se trata de descubrir cuál es la manera más
acertada, más humana y más completa de enfrentarse a una existencia que se
nos presenta con frecuencia tan oscura y misteriosa. En este reto profundo
precisamente es donde se nos plantea el ser cristianos.
Ser cristiano es antes que nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos
encontrado con él. Por encima de toda creencia, fórmula o interpretación lo
verdaderamente decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con
Cristo.
En primer lugar, descubrir a Jesús como camino es escuchar en el la
invitación a salir de nosotros mismos, a cambiar, a avanzar, siempre.
Descubrir a Jesús como camino es no establecernos nunca, no creernos ya
seguros de todo, renovarnos constantemente, sacudirnos de perezas y de
seguridades. Orientarnos hacia Jesús significa crecer como personas, ahondar
en la vida, construir siempre, hacer historia cada vez más al estilo del
Evangelio. Seguir el camino de Jesús es apoyarnos en Cristo para andar día a
día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la
incredulidad a la fe. Es reconocer a Jesús como Dios y Señor de la vida.
En segundo lugar Jesús nos invita a encontrar en El la verdad porque Jesús es
la verdad y así poder descubrir desde él a Dios en la raíz y en el término del
amor que los hombres damos y acogemos. Darnos cuenta, por fin, que la
persona solo es humana en la medida en que ama. Descubrir que la única
verdad es el amor. Y descubrirlo acercándonos a la mujer y al hombre
concretos que sufren y son olvidados, maltratados y excluidos.
En tercer lugar, Jesús nos sugiere encontrar en él vida porque El es la vida. En
realidad, las personas creemos a aquel que nos da vida. Porque ser cristiano no
es admirar a un líder ni formular una confesión sobre Cristo. Ser cristiano es
encontrarse con un Cristo vivo y Resucitado capaz de hacernos vivir y de
apostar a favor de la vida, de todo lo que es vida.
Para los creyentes, cristianos, Jesús es “camino, verdad y vida”. Jesús es otro
modo de caminar por la vida. Otro modo de ver y de sentir la existencia. Jesús
es para el hombre otra dimensión más honda. Otro horizonte y otra
comprensión. Jesús puede ser para nosotros otro modo de ser. Otra libertad.
Otro estilo de vivir y otra esperanza para morir.
¿Jesús es para mi alguien que me ayuda a caminar, seguir adelante y a vivir la
verdad?
¿Leo el Evangelio para enterarme cuál es el estilo de vida de Jesús?
¿En mi trabajo soy eficiente, honrado y solidario?
LA UNIÓN EN LA FE Y LA TAREA
Toda comunidad humana viva, sea religiosa o de cualquier otro signo, pero,
insisto, también las religiosas, en su dimensión humana y en su carácter vivo,
se encuentran con todos los rasgos de la humanidad, por lo tanto, también con
la tensión, la diferencia y la disparidad de criterios.
Los cristianos lo sabemos porque nos lo dice la Biblia, porque nuestra historia
está salpicada de diferencias y disparidades, porque, afortunadamente, hoy
existen modos diversos de vivir, expresar y celebrar ese acontecimiento tan
genial y sorprendente que es conocer a Dios tal como Jesús nos lo ha
desvelado, y porque no somos una comunidad de muertos vivientes que
repiten y repiten ritos, cantinelas y expresiones eternamente inamovibles.
Desde Jesús sabemos que las palabras de Dios y sobre Dios deben ser vivas,
significativas, chocantes, transformadoras.
Desde Jesús sabemos que la relación con Dios debe ser histórica, real,
humanizadora y conducida a través de los seres humanos.
Dios y los pobres son las dos grandes tareas de la comunidad cristiana. Porque
Dios y los pobres son los dos grandes problemas de la humanidad que anda
preguntándose por el sentido de su vida y las posibilidades de la esperanza y
que anda buscando cómo solucionar la situación de tantos hermanos nuestros
hundidos en la miseria más dramática o en la convivencia más violenta.
Y sí que hay verdades conceptuales que podemos buscar y expresar. Pero una
es la verdad. Aquella en la que el ser humano se descubre en sus limitaciones
pero abierto a un futuro que le hará posible la plenitud, la felicidad y la
alegría. Es la verdad viva en el Jesús Señor y Servidor a la vez.
V DOMINGO DE PASCUA
Os llevaré conmigo
Jn 14,142
Encontrarse con
Hacerse más cristiano
Cristo
Seguir el camino de Jesús Etapa decisiva
ENCONTRARSE CON CRISTO
Ser cristiano es, antes que nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de
habernos encontrado con él. Por encima de toda creencia, fórmula,
rito, ideologización o interpretación, lo verdaderamente decisivo en
la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Una Iglesia donde se quiere a las personas y se busca una vida más
digna y dichosa para todos «se hace notar» en el mundo de hoy
porque eso es precisamente lo que más falta en el mundo: en las
relaciones entre pueblos ricos y pobres, en la economía controlada
por los poderosos, en la sociedad dominada por los fuertes.
ETAPA DECISIVA
Hech 6,1-7
Sal 32
1 Pe 2,4-9
Jn 14,1-12
1. Situación
Pero el Señor cuenta con nuestra fragilidad y pecado. Por eso existen los sacramentos,
especialmente la Palabra y la Eucaristía, para renovar permanentemente la vida de la
Iglesia.
2. Contemplación
La lectura de los Hechos nos habla de las tensiones internas entre los cristianos de
Jerusalén (¡para que no idealicemos el cristianismo primitivo!), y nos hace comprender
la riqueza de servicios de la comunidad: el servicio de la Palabra y la oración y el
servicio de la comunión de bienes. Anotemos estas dos dimensiones, para que no
reduzcamos la vida de la Iglesia a realidades puramente espirituales o a sólo la
promoción de la justicia. El Reino implica al hombre integral. Otra cosa es el modo de
realizar ambos servicios, por ejemplo, si actualmente debe ser la parroquia la que
organice la solidaridad con los pobres o los cristianos hemos de luchar, más bien, en
colaboración con otros movimientos aconfesionales.
Cada una de las frases de Jesús adquiere una densidad especial, iluminada por el
Misterio Pascual.
- Cómo Jesús es el anhelo más ardiente de nuestro corazón. «El Espíritu y la Esposa
dicen: Ven, Señor Jesús» (Ap 22).
3. Reflexión
Cuando uno alimenta su fe en la Palabra y la Eucaristía, como vamos haciendo cada
domingo, al principio se siente incómodo, sobre todo sí es persona realista y su
experiencia espiritual se ha concentrado en la vida ordinaria, no en las prácticas
religiosas. Le suele parecer que lo escuchado en la Palabra y celebrado en la Eucaristía
o bíen tiene poco que ver con sus problemas concretos, o bien supone un nivel espiritual
que le sobrepasa.
Es la obra del Espíritu Santo que nos lleva al conocimiento de «lo largo, lo ancho, lo
alto y lo profundo del amor de Cristo que supera todo conocimiento» (cf. Ef 3).
4. Praxis
- Dedicar algún tiempo a leer despacio, a «dejarse hacer» por los discursos de la Cena,
tan significativos en el conjunto de la Sagrada Escritura.
- Hacerme consciente, en algunos momentos de mi vida ordinaria, del don que es vivir
en comunión con Jesús, mi fuente íntima de ser y actuar.