V Domingo de Pascua

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V Domingo de Pascua

 20 de Abril de 2008

Misa pr. Gl. Cr. Pf. Pasc.

 
 

 
 

LA IGLESIA, FUTURO DEL MUNDO

Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a conocer
o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y siguiendo el
instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado. Se
hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su
trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca
precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento
teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser de Dios, dado en
comunión.

Sobre este transfondo hay que captar el misterio de la Iglesia. A través de los
tiempos, la Iglesia es la historia de la Palabra única entregada por Dios en
Jesucristo. «¡El Reino ha llegado a vosotros!». La Palabra de Dios no tiene
más palabra para hacerse oír que palabras de hombres que balbucean el
misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se puede ya oír la Voz
eterna. El Amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos de los
hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se
efectúa ya el gran gesto de Dios.

El tiempo de la Iglesia se confunde con el de la espera y la esperanza. La


referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan decisiva como la
referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia recuerda, y su fe es
memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a la futura
consumación. Y aunque viva ya la totalidad del misterio de Cristo, no lo
vivirá en plenitud mientras no alcance la visión del cara a cara. Dios se ha
revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará toda
su dilatada vida para descubrir la profundidad y la riqueza de esta revelación.
El tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: «¡Venga tu Reino!».
Con la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de
llegar a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.

**
Sois el Cuerpo de Cristo,

¡y no hay que profanar el amor!

Sois la Viña plantada por Dios,

¡y no debéis nutriros de fuentes estériles!

Sois el pueblo consagrado,

¡y no podéis coquetear con el mundo caduco!

¡Señor, ten piedad de nosotros!

ORAR CON JESUS EN LA ULTIMA CENA

Te damos gracias, Dios y Padre nuestro,

porque tu Hijo Jesús ha puesto sus ojos en nosotros,

nos ha elegido y ha puesto en nuestras vidas semillas de vida


eterna.

Para llevar hasta el final

la obra de amor que le habías confiado,

se entregó a sí mismo a la muerte

y, mediante su resurrección,

derribó el muro de oprobio,

que nos separaba de ti.

Y porque ahora vive junto a ti,

el cielo y la tierra se abrazan

y nosotros sabemos

adónde nos empuja el deseo de nuestro corazón.

Escucha, Padre, la oración de tu Hijo amado,


y transfigura por medio de tu Espíritu

la mirada de quienes comulgan en su cuerpo.

Haz que podamos ya, en el misterio eucarístico,

contemplar la gloria de tu Hijo

y vivir de su vida permaneciendo en él.

Sí, Padre, reconocemos

que has enviado a tu Hijo al mundo

para que en él tengamos lugar en tu morada.

Tu Espíritu ora en nosotros,

y cuando nos mueve a suplicar:

«¡Ven, Señor Jesús!»,

la mesa del pan partido

se convierte en cita de fe y de esperanza.

Por esta gracia que nos anima cual fuego devorador,

por esta fuente viva que alimenta nuestro deseo,

te damos gracias, Padre de ternura,

por Jesús, la estrella radiante del nuevo día

que amanece ya sobre nuestra tierra.

Con Jesús,

que entrega a los suyos el testamento de su amor

tras haberles lavado los pies

y compartir con ellos el pan y el vino del Reino,

te pedimos:

Por todos los que sufren separaciones dolorosas,


para que puedan descubrir en Jesús el camino de una morada
donde hay lugar para todos.

Por los que buscan la verdad, la fe y la esperanza,

para que encuentren en el Evangelio

una llamada a superarse en la confianza en Dios.

Por los que trabajan en el mundo al servicio de Dios,

para que su testimonio se haga transparente mediante la fe y la


verdad de sus obras.

Por la Iglesia,

para que sea capaz, a lo largo de los siglos,

de inventar una palabra de esperanza siempre nueva,

gracias a su fidelidad al Espíritu de Cristo.

Por los elegidos por Cristo para ser sus apóstoles,

para que vivan su vocación como una amistad

en la acción de gracias y en la abnegación constante.

Por cada uno de nosotros,

para que descubramos la ansiada noticia

de que el amor lo es todo, con tal de que se viva en la fidelidad


al mandamiento del Señor.

Por nuestros hermanos que padecen persecución,

para que reconozcan la presencia de Jesús a su lado, en el dolor


y en la prueba.

Para que apoyemos fielmente a la Iglesia,

que experimenta el difícil combate en favor de la justicia y la


verdad.

Para que vivamos los tiempos de crisis


como un alumbramiento del futuro

que exige nuestra fe y nuestro compromiso.

Para que la ausencia física de Cristo nos permita descubrir

que el rostro de cualquier hombre lleva la impronta del Eterno.

                                                       
Reflexión: Hechos de los Apóstoles 6, 1-7

En la la lectura de hoy se nos presenta el modo de proceder y


comportamiento de las primeras comunidades cristianas frente a las
necesidades de sus miembros y orientados bajo la luz del Evangelio.
Ante el crecimiento y expansión del mensaje cristiano se produce lo
que podemos llamar una "crisis de crecimiento".
Crecía el número de discípulos y se iban multiplicando las
comunidades de fe, oración y vida. Los Apóstoles cargaban con el
peso de la evangelización y la tarea de atender a los pobres de las
comunidades; ello amenazaba su dedicación a la oración y al servicio
de la Palabra.
Por otro lado, la armonía existente hasta ahora, sufre una pequeña
"crisis" a causa del conflicto que se origina entre los cristianos de
origen judío ("los hebreos") y los cristianos de origen helenista ("los
helenistas").
Los "hebreos" habían vivido siempre en Palestina; hablaban arameo;
leían las Escrituras en hebreo y el centro de su vida religiosa lo
constituía el templo.
Los "helenistas" vivían en la Diáspora; hablaban griego; leían las
Escrituras en griego; se reunían en la sinagoga y su vida religiosa
estaba recortada por las normas de los lugares en los que habitaban.
Por ello, en las primeras comunidades judeo-cristianas se destacan
estos dos principales grupos con características culturales distintas.
Entre ambas tendencias surgieron ciertas tensiones, no sólo
administrativas (porque decían que atendían con predilección a los
necesitados de origen "judío"), sino que afectaban a la doctrina y al
modo cristiano de vida.
Por ello, se reúne la comunidad en orden a resolver las diferencias
surgidas.
Y nombran a siete hombres "llenos del Espíritu Santo" para que
atiendan -de momento- las necesidades materiales de la comunidad
cristiana.
Posteriormente serán los responsables de anunciar el Evangelio a los
no judíos siendo de gran importancia para la expansión del
cristianismo.
Hoy como ayer, existen necesidades graves entre nosotros: paro,
hambre, enfermedad, marginación, soledad...
Muchos dicen:
* ¿por qué la Iglesia no se dedica a atender estas necesidades con
todos los medios de que dispone?...
* ¿por qué se hacen Iglesias en vez de viviendas?...
* ¿por qué el Papa gasta dinero en viajes y no lo reparte entre los
necesitados?...
* ¿por qué se guardan tesoros y no se venden para remediar
necesidades?...
Si prestamos atención a la Palabra de Dios, vemos que Dios es más
sabio que los hombres y más paciente que nosotros mismos.
Por algo dice que "no sólo de pan vive el hombre".
Los Apóstoles, en la lectura que hacemos hoy, afirman que deben dar
primacía a la proclamación de la Palabra de Dios y a la oración, sin
descuidar la labor asistencial.
Ciertamente:
* es necesario el pan y la salud de cada día. Por eso la Iglesia tiene
multitud de Centros asistenciales.
* es necesaria la oración personal y comunitaria. Por eso se
construyen Iglesias.
* es necesario el trabajo y urgente la proclamación de la Palabra de
Dios. Por eso los Sacerdotes y el Papa y otros muchos cristianos
dedican su esfuerzo a una profunda y generosa labor misionera.
En la lectura de hoy vemos cómo los Apóstoles se dedican a la
oración y a la predicación del Evangelio.
Así es cómo se va construyendo el pueblo de Dios, la Iglesia, pues
como dice San Pablo, ¿cómo van a creer si no se les envía
mensajeros de la Buena Noticia?
 
Nota: Hch 6,1-7

• 6,1-7: El tono de armonía y unanimidad que reina en los sumarios


precedentes (Hch 2,42-47; 4,32-35) se rompe ahora a causa de un
conflicto entre los cristianos de origen judío y los de origen
helenista. Más allá del episodio concreto, este pequeño relato es un
reflejo de las tensiones que se produjeron en las primeras
comunidades entre cristianos procedentes de diversas culturas,
especialmente entre los de origen judío y los demás. Las diferencias
no eran sólo de tipo administrativo, sino que afectaban a la doctrina y
al modo cristiano de vida, como veremos más adelante (Hch 15).
Para solventar el problema, el grupo de los helenistas elige a siete
hombres llenos del Espíritu Santo, que según los capítulos
siguientes, tendrán como misión anunciar el evangelio en Samaría
(segunda etapa del programa trazado por Jesús en Hch 1,8). Son,
pues, los responsables y guías de un grupo cristiano que comenzó a
llevar la buena noticia a los no judíos. Aunque en la visión
unificadora de Lucas los responsables de este grupo sean presentados
como auxiliares de los apóstoles, parece que históricamente los
helenistas tuvieron gran importancia en la expansión del
cristianismo, como el mismo Lucas reconoce (véase Hch 8,1-4;
11,19-21).
 
 
 
Reflexión: I Pedro 2, 4-9
 
Cuando se dice que la Iglesia debe dedicarse a resolver los
problemas de carácter puramente humano, es porque se le quiere
despojar de su carácter sagrado.
Es verdad que para el fuerte materialismo actual no tiene demasiado
sentido lo espiritual, lo sagrado.
Pero también es verdad que Jesús es el Salvador del hombre, el
Redentor de nuestros pecados.
La Iglesia está cimentada en él como "Hijo de Dios", "Santo de
Dios", "Salvador", "Redentor".
Solamente por él, que es camino, verdad y vida, podremos alcanzar
el Reino.
Por algo el Apóstol Pedro insiste, en esta 2ª lectura, que la Iglesia, la
comunidad cristiana, es una nación consagrada a Dios y un pueblo
elegido por Dios para proclamar el carácter salvador de Jesús.
Este pasaje sirve de principal apoyo a la teología del sacerdocio
común de los fieles.
Ya el tercer Isaías (Is 61,6) había anunciado un sacerdocio universal,
al que ahora Pedro parece dar el espaldarazo definitivo.
Como siempre en la tradición bíblica -continúa--, esta elección-
vocación para constituir un sacerdocio consagrado se convierte en
misión. Una misión que, siendo una y única, se orienta en dos
direcciones: el servicio a Dios y el testimonio-anuncio para los
hombres. Con ello se funden aquí dos concepciones: la del
sacerdocio como mediación cultual y la del sacerdocio como
mediación testimonial.
De todos modos, Jesús es la piedra angular sobre la que se levanta un
"pueblo consagrado" llamado a entrar en la luz maravillosa de Dios.
 
Nota: 1 Pe 2,4-9

• 2,4-10: Es éste probablemente el pasaje que sirve de principal


apoyo a la teología del sacerdocio común de los fieles. Ya el tercer
Isaías (Is 61,6) había anunciado un sacerdocio universal, al que ahora
Pedro parece dar el espaldarazo definitivo. Como siempre en la
tradición bíblica, esta elección-vocación para constituir un
sacerdocio consagrado, se convierte en misión. Una misión que,
siendo una y única, se orienta en dos direcciones: el servicio a Dios y
el testimonio-anuncio para los hombres. Con ello se funden aquí dos
concepciones: la del sacerdocio como mediación cultual y la del
sacerdocio como mediación testimonial.
 
Comentario: Jn 14,1-12

 
14,1-14 Partida de Jesús. El tema del discurso –presentado en
forma de inclusión en Jn 14,1.27: no se turbe vuestro corazón– gira
en torno a dos verbos: “me voy” y “vuelvo”. El “me voy” indica el
“lugar” hacia el que va (Jn 14,1-17) y el “camino” para llegar a él:
Jesús es el camino para llegar al Padre. El “vuelvo” (Jn 14,18-27) se
refiere a la pascua. La pascua condena y supera la horfandad de los
discípulos.
En una especie de conclusión (Jn 14,28-31) se resumen los grandes
temas: partida y retorno de Jesús; la fe y el amor y la relación entre el
Padre y el Hijo. Esto, a su vez, hace que aparezca un tema nuevo: el
de la alegría.

Dentro de esta estructura y contenido fundamentales deben


destacarse también estos otros aspectos:

La necesidad de creer en Jesús. Sólo así se puede entender que su


partida sea para el bien de los discípulos. Jesús es el único camino
hacia el Padre; es todo lo que el hombre necesita para la salvación.

La aclaración sobre el lugar al que Jesús se dirige. Jesús va a la casa


del Padre. Como representación “espacial” de la vida, del reino,
aparece por primera vez en todo el Nuevo Testamento.

La explicación de las representaciones mencionadas. En la muerte y


resurrección de Jesús, en lugar de acentuarse su valor y significado
salvíficos, se pone de relieve el aspecto de su ida al Padre a preparar
el lugar para los discípulos. Una vez lograda dicha finalidad, Jesús
vuelve para tomar consigo a los discípulos (Mt 24,40s); el tiempo
salvífico es el de la unión con Jesús en las moradas... En lugar de la
fe se pone de relieve la esperanza.

La continuación de la obra de Jesús en la acción de los discípulos.


Porque creen en él, harán incluso obras mayores que las suyas (Jn
14,12). Ellos seguirán predicando y anunciando la conversión para
que otros tengan también la oportunidad de vivir en las moradas
celestes. Puesto que Jesús va al Padre, los discípulos ampliarán,
“harán mayores obras”, la obra de Jesús a lo largo del tiempo.

El poder intercesor de Jesús por su presencia ante el Padre (Jn


14,13).

Las preguntas de los discípulos (Jn 14,5.8.22) son funcionales y


cargadas de intención; no expresan la ignorancia de quien las hace,
sino la necesidad que todo el munto tiene de escuchar la respuesta de
Jesús, que ellas provocan. A la pregunta de Tomás responde Jesús
presentándose como el camino, la verdad y la vida. Evidentemente
una persona no es un camino, pero sí puede ser el medio para llegar a
otra. Esto es lo que significa la autopresentación de Jesús: él es el
medio único para llegar al Padre.

La respuesta dada a Felipe alude a todos aquellos que se consideran a


sí mismos como reveladores o manifestadores de Dios. El caso más
claro, que subyace a la pregunta de Felipe, era el de Simón el mago
(Hch 8,9ss). Frente a todos ellos se afirma que el único revelador de
Dios es Jesús.

En la pregunta de Judas se halla latente el deseo de todo cristiano:


que Jesús haga una demostración inequívoca de su poder. Y que lo
haga no sólo dentro de la comunidad, sino en el mundo. La respuesta
de Jesús purifica estos deseos tan bien intencionados como
equivocados: para el Revelador lo importante es la fe, guardar su
palabra; dentro de ello no entra el esperar demostraciones ostentosas.
 
 
Reflexión: San Juan 14, 1-12
 
En los últimos momentos de Jesús se va produciendo en sus
discípulos una sensación de angustia e incertidumbre importantes.
Jesús les va anunciando su "partida del mundo" y su vuelta "al
Padre".
Pero estas cosas todavía no entran en la comprensión de sus
discípulos. Hace mucho tiempo que están con él y todavía no le
conocen. Por eso, Jesús tiene que ayudarles diciéndoles "que no
pierdan la calma; que sigan creyendo en Dios y en él".
Solamente esa fe esperanzada y firme en el Señor les hará ver que ha
sido acertada su elección por Jesús y no quedarán defraudados
porque él es el camino, la verdad y la vida.
Cuando nos hallamos desorientados preguntamos por el camino; si
nos hemos perdido, nuestra mayor alegría es dar con el camino. ¡Y
qué felices seríamos en tantas situaciones confusas de la vida si
supiéramos con seguridad dónde está el camino y alguien, con
palabra amiga y gesto firme, nos dijera: por aquí hay que seguir!
¡Pues esa mano amiga y segura es el Señor, tal como nos lo
comunica hoy el evangelista San Juan!
Todos nosotros estamos preocupados por solucionar los problemas
de la vivienda, del trabajo, de la salud, de los estudios...
Pero dejamos poco sitio a la acción de Jesús en esa posible solución.
Ciertamente que Jesús no se presenta como:
* médico que venga a curar nuestras enfermedades,
* maestro que viene a sacarnos de nuestras ignorancias,
* empresario que venga a proporcionarnos un puesto de trabajo o a
cubrir nuestras necesidades materiales.
Sin embargo, Jesús, en el Evangelio de hoy se ofrece como la
solución a nuestras preocupaciones.
Nos dice que él es el camino, la verdad y la vida: ¡todo lo que
nosotros necesitamos y buscamos!:
* se nos ofrecen multitud de caminos para andar por la vida. Y Jesús
afirma que es nuestro camino.
* se nos ofrecen demasiadas mentiras como solución a nuestros
problemas. Y Jesús se nos presenta como la verdad para nosotros.
* se nos ofrecen muy variadas formas de vida que nos llenarán de
felicidad. Y Jesús se presenta como verdadera vida.
La historia de la Humanidad, a través de los siglos, le da la razón.
Jesús es camino porque es la verdad y otorga la vida. Quien edifique
sobre esta "piedra angular", llegará a plenitud. Pero quien la rechace,
se estrellará y será su ruina.

CON OTRAS PALABRAS

Jesús, que acaba de fundar su comunidad dándole por estatuto el


mandamiento del amor, va a explicarle cuál es su relación con el Padre y con
él, que quedará establecida con su marcha al Padre. En primer lugar, los
suyos serán miembros de la familia del Padre, que los acogerá en su hogar.
Jesús va a prepararles el sitio. El Padre, por tanto, estará con ellos como entre
sus hijos. Pero su presencia no será estática, inmovilizado en un templo, sino
dinámica, caminando en la tienda del nuevo éxodo. El camino que recorre la
comunidad se identifica con Jesús mismo, pues la asimilación a su vida y
muerte es el itinerario de cada uno. La meta es el Padre, pues al fin del
camino, en el don de sí como el de Jesús, se manifiesta plenamente su
presencia. Se describe en términos de camino la relación progresiva de
semejanza entre el discípulo y Dios, que lo va convirtiendo en don suyo a la
humanidad cada vez más pleno, como lo fue Jesús.

La comunidad de Jesús tiene que recorrer un camino. La metáfora del camino


expresa el dinamismo de la vida, que es progresión. Es un vivir que va
terminando al hombre. Pero su término puede ser éxito o fracaso. El éxito es
la madurez, el pleno desarrollo de las potencialidades. El fracaso, la
decadencia, la ruina. Jesús marca la dirección en que el hombre se realiza: es
el camino que él mismo ha abierto y trazado, el de la solidaridad con el
hombre y la entrega, el del amor creciente. Ahí se encuentra el éxito de la
vida, la vida definitiva. Todo otro camino lleva a la nada, a la muerte. La
meta es la máxima solidaridad con el hombre, dándose enteramente por él. En
ese amor se encuentra al Padre.

Pero Jesús no es solamente el camino como modelo; al mismo tiempo, la


energía que él comunica (el Espíritu) impulsa y desarrolla en su misma
dirección. Con el Espíritu, Jesús crea una onda de solidaridad con el hombre,
de amor desinteresado que sigue sus pasos y lleva a la humanidad al
encuentro final con el Padre. Así se constituirá el reino definitivo. Jesús
acompaña siempre a los suyos en ese camino. No es solamente individual,
sino comunitario. Su muerte no interrumpe el contacto. El los acompaña, su
amor se asocia al itinerario.

Reflexión personal y en grupo

-Caminos de Dios hay muchos, no uno solo. No es bueno considerarse


poseedor del único camino y despreciar los otros caminos. Lo que Dios
quiere es que amemos nuestro camino, el que Él ha puesto a nuestra
disposición, y que lo sigamos convencidamente. ¿Es mi caso? ¿Amo mi
camino? ¿Minusvaloro los demás caminos?
 
- La iglesia naciente sabe hacer frente a las dificultades con que se encuentra
con auténtica creatividad; ¿colaboramos para que la iglesia encuentre
soluciones nuevas a los nuevos problemas con los que se encuentra en el
mundo con actual?; ¿aceptamos que la iglesia es capaz de innovar o
pensamos que siempre ha de estar mirando al pasado para encontrar en él las
soluciones a sus problemas actuales?

- Juan elabora su evangelio cargado de teología y de proclamación de fe.


Hasta hace unos 70 años el cristianismo católico consideró las palabras
puestas por Juan en boca de Jesús como literalmente históricas, y
pronunciadas además por una persona que tenía plena y absoluta conciencia
de sí misma como hijo de Dios. Hoy día, ningún biblista piensa así. ¿Dialogar
en el grupo –con ayuda de algún experto- sobre “la conciencia de Jesús”.

- Cuando Jesús dice que es el Camino… no está queriendo decir que no haya
en absoluto ningún otro camino… Él mismo valorizó la fe de otras personas
creyentes que no formaban parte del Pueblo escogido de Israel. ¿«Todos los
caminos llevan a Dios»… aun sin pasar por Roma?
CREO EN DIOS POR JESUCRISTO
 
Jesús nos dice: “Creed en Dios y creed también en mí” y también nos dice que para
creer en Dios tenemos que acercarnos a El: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.
Pero, tal vez, después de 2000 años de cristianismo, cuando nos acercamos a El,
pasamos por alto la novedad “escandalosa” que nos trajo. La novedad en su vivencia de
Dios y en su relación con las leyes religiosas de su tiempo. Recordemos algunos
ejemplos.
 Jesús ama a los pecadores y comparte con ellos la mesa con gran escándalo de los
fariseos. Porque hay que imaginarse lo sorprendente que resultaba, en aquella época,
este comportamiento, que era el reverso del comportamiento de un hombre religioso.
Otra vez, Jesús permite que una mujer descarada se acerque al convite que le han
brindado en casa de Simón y le unja la cabeza con un costoso perfume. Jesús se pone
del lado de esa mujer y acalla las murmuraciones con su palabra: ¡dejadla! En otro
momento lo vemos trabando conversación con una samaritana, o sea, con una hereje.
No es extraño que los apóstoles quedasen sorprendidos y perplejos. Hay más: Jesús
acepta la hospitalidad de un publicano y lo elogia a pesar de la mala reputación y el
rechazo de que eran objeto los de su profesión. No podemos olvidar el escándalo que
originó cuando se enfrentó al templo, el lugar sagrado por excelencia, en el que los
sacerdotes consideraban que es ahí donde se contabilizaban los verdaderos creyentes. El
estupor que causó cuando habla de Dios y lo hace diciendo que es como un padre-madre
que ama hasta lo más profundo de sus entrañas, con acogida incondicional, a pesar de
todos los pesares. Nos deja sin palabras el amor a los enemigos que, aun a riesgo de
pasar por traidor, Jesús tenía. Y quedaría todavía por citar su comportamiento con los
leprosos, con la cananea, su delicadeza con la hemorroisa…
 Por todo esto Jesús provocó duras reacciones de sus contemporáneos y allegados. No lo
comprendieron o, sencillamente, lo veían como un peligro para sus intereses. Estas
reacciones  pueden ser muy parecidas a las nuestras. En el fondo, tal vez, el Dios que
anuncia Jesús no es el Dios que esperaban ni que esperamos. No es un Dios al que
podamos manejar a nuestra conveniencia. Tampoco es el Dios “adecuado” que pensaron
y pensamos en las filosofías y teologías. Y Jesús sufrió estas reacciones. El pasó por la
zozobra interior por la que pasa toda persona que se ve descalificada por aquellos que
tienen el derecho y el depósito de la ortodoxia. La angustia y la ansiedad en el huerto de
los olivos, su increíble grito en la cruz, donde sufre la tentación del abandono, son el
indicio del tormento de quien se pregunta quién tiene razón. Pero es justamente en esta
imagen que Jesús ofrece de Dios -y por la que, indiscutiblemente, le dieron muerte las
instancias oficiales- donde Dios se reencuentra. Al final de todo, al final incluso de
aquel sábado de silencio, el Dios del que Jesús ha dado testimonio manifiesta que El es
el verdadero Dios y da la razón a Jesús en contra de sus perseguidores y sus
razonamientos.
 Contra todas las evidencias Jesús cree en este Dios hasta el extremo. Una fe que lo
tiene todo a su favor porque lo tiene todo en contra. Y yo quiero seguir creyendo con El
y por El, aunque, a veces, tiemble mi corazón. Este Dios de Jesucristo desbordante de
compasión, enamorado de su creación y de sus criaturas; este Dios de Jesús, un poco
loco, que descoloca mi ordenada vida y me lleva a caminos y estaciones donde me
resisto a ir; este Dios por el que Jesús no sólo ha creído que debía vivir, sino también
que debía aceptar la muerte cuando no había otra cosa que hacer ante los que justamente
querían otro Dios, a la medida de sus seguridades; este Dios de Jesús que no se puede
encerrar en un tratado de Teología ni de “Buenas Costumbres”…
                                                                                                MARICARMEN
MARTÍN
El cuarto evangelista ha sabido resumir en términos muy gráficos lo que Jesús
significaba para las primeras comunidades creyentes: ”Yo soy el camino, la
verdad y la vida”.
 
Los hebreos del desierto sabían muy bien que uno puede seguir mil caminos
diferentes por las áridas tierras del Arabá y dejarse atraer por mil rastros
distintos. Pero, si uno no acierta con el camino verdadero, ese puede darse por
hombre muerto. Los griegos que escuchaban en sus plazas a los filósofos, les
oían hablar y hablar de verdades muy diferentes a cada uno de ellos. Pero,
¿dónde encontrar la verdad? ¿quién puede ayudar a descubrirla?
 
Los hombres de todos los tiempos queremos vivir. Vivir más. Vivir mejor.
Pero, vivir ¿qué?, vivir ¿para qué? ¿Qué es vivir la vida? ¿Qué hay que hacer
para acertar a vivir? Son preguntas tremendamente elementales y sencillas a
las que no es fácil responder. Uno puede ingenuamente pensar que vivir es
algo que uno lo sabe ya, y que lo único importante es que a uno le dejen vivir.
Pero la realidad no es tan sencilla. No se trata de ser un “vividor” ni tampoco
se trata de ir “tirando la vida”. Se trata de descubrir cuál es la manera más
acertada, más humana y más completa de enfrentarse a una existencia que se
nos presenta con frecuencia tan oscura y misteriosa. En este reto profundo
precisamente es donde se nos plantea el ser cristianos.
 
Ser cristiano es antes que nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos
encontrado con él. Por encima de toda creencia, fórmula o interpretación lo
verdaderamente decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con
Cristo.
 
En primer lugar, descubrir a Jesús como camino es escuchar en el la
invitación a salir de nosotros mismos, a cambiar, a avanzar, siempre.
Descubrir a Jesús como camino es  no establecernos nunca, no creernos ya
seguros de todo, renovarnos constantemente, sacudirnos de perezas y de
seguridades. Orientarnos hacia Jesús significa crecer como personas, ahondar
en la vida, construir siempre, hacer historia cada vez más al estilo del
Evangelio. Seguir el camino de Jesús es apoyarnos en Cristo para andar día a
día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la
incredulidad a la fe. Es reconocer a Jesús como Dios y Señor de la vida.
 
En segundo lugar Jesús nos invita a encontrar en El la verdad porque Jesús es
la verdad y así poder descubrir desde él a Dios en la raíz y en el término del
amor que los hombres damos y acogemos. Darnos cuenta, por fin, que la
persona solo es humana en la medida en que ama. Descubrir que la única
verdad es el amor. Y descubrirlo acercándonos a la mujer y al hombre
concretos que sufren y son  olvidados, maltratados y excluidos.
 
En tercer lugar, Jesús nos sugiere encontrar en él vida porque El es la vida. En
realidad, las personas creemos a aquel que nos da vida. Porque ser cristiano no
es admirar a un líder ni formular una confesión sobre Cristo. Ser cristiano es
encontrarse con un Cristo vivo y Resucitado capaz de hacernos vivir y de
apostar a favor de la vida, de todo lo que es vida.
 
Para los creyentes, cristianos, Jesús es “camino, verdad y vida”. Jesús es otro
modo de caminar por la vida. Otro modo de ver y de sentir la existencia. Jesús
es para el hombre otra dimensión más honda. Otro horizonte y otra
comprensión. Jesús puede ser para nosotros otro modo de ser. Otra libertad.
Otro estilo de vivir y otra esperanza para morir.
 
¿Jesús es para mi alguien que me ayuda a caminar, seguir adelante  y a vivir la
verdad?
¿Leo el Evangelio para enterarme cuál es el estilo de vida de Jesús?
¿En mi trabajo soy eficiente, honrado y solidario?
LA UNIÓN EN LA FE Y LA TAREA

Una comunidad religiosa completamente novedosa e innovadora que tiene


como valor supremo el amor: el de Dios como experiencia humana básica en
la que apoyar la propia libertad y las tareas que constituyen la historia; el del
prójimo como la preocupación constante con la que resolver las cuestiones de
la convivencia; tiene ya en sus primeros momentos fundacionales sus
tensiones y diferencias.

Una cuestión que desautoriza y desmiente a quienes, de un modo ingenuo,


pretenden imponer o favorecer o monopolizar una unidad en la fe o una
comunión homogénea y uniforme sin diferencias de ningún tipo.

Toda comunidad humana viva, sea religiosa o de cualquier otro signo, pero,
insisto, también las religiosas, en su dimensión humana y en su carácter vivo,
se encuentran con todos los rasgos de la humanidad, por lo tanto, también con
la tensión, la diferencia y la disparidad de criterios.

Los cristianos lo sabemos porque nos lo dice la Biblia, porque nuestra historia
está salpicada de diferencias y disparidades, porque, afortunadamente, hoy
existen modos diversos de vivir, expresar y celebrar ese acontecimiento tan
genial y sorprendente que es conocer a Dios tal como Jesús nos lo ha
desvelado, y porque no somos una comunidad de muertos vivientes que
repiten y repiten ritos, cantinelas y expresiones eternamente inamovibles.

En la diferencia nos remitimos a la Palabra y a los pobres. Los dos son la


estrella polar que guía nuestro camino en la historia.

Si en la Palabra encontramos la reflexión más profunda, certera y desnuda


sobre nosotros mismos que nos desvela nuestra propia realidad y nos refleja
en la imagen más nítida que podamos encontrar. En los pobres encontramos la
imagen más nítida, profunda y viva del Dios que, desde Jesús, nos llama a
establecer con Él una relación de seres vivos en lo que la vida tiene de más
cierto y más sentido, en la necesidad y la aspiración.

Desde Jesús sabemos que las palabras de Dios y sobre Dios deben ser vivas,
significativas, chocantes, transformadoras.

Desde Jesús sabemos que la relación con Dios debe ser histórica, real,
humanizadora y conducida a través de los seres humanos.

CAMINANTE, SÍ HAY CAMINO

Dios y los pobres son las dos grandes tareas de la comunidad cristiana. Porque
Dios y los pobres son los dos grandes problemas de la humanidad que anda
preguntándose por el sentido de su vida y las posibilidades de la esperanza y
que anda buscando cómo solucionar la situación de tantos hermanos nuestros
hundidos en la miseria más dramática o en la convivencia más violenta.

Efectivamente, como nos dice Jesús en el evangelio de hoy, Él es el camino,


la verdad y la vida. Porque igual de real es que ése es nuestro camino, nuestra
verdad y nuestra vida.

Sí que hay un camino, es el del Hombre-Dios. Cada uno podremos recorrerlo


con las características de nuestra personalidad. Pero no hay camino al margen
de lo humano y de lo religioso.

Y sí que hay verdades conceptuales que podemos buscar y expresar. Pero una
es la verdad. Aquella en la que el ser humano se descubre en sus limitaciones
pero abierto a un futuro que le hará posible la plenitud, la felicidad y la
alegría. Es la verdad viva en el Jesús Señor y Servidor a la vez.

Y sí que hay vida y posibilidades de vida humana, incluso para quienes


parecen llevar una vida de perros, abandonados. Pero esa vida no es ajena a
Dios ni lejana a Él. En la medida en que, como Jesús, potenciemos el cuidado
de unos y otros potenciaremos la vida de los más necesitados y potenciaremos
la confianza en Dios que también anda necesitado de credibilidad y confianza
en el corazón culturalmente descreído de tanta gente, sobre todo joven, que no
lo considera necesario.

Como la primera Iglesia también la nuestra puede tener sus diferencias,


tensiones y disparidades. Lo importante es que esté viva y mantenga viva esa
doble dimensión de lo religioso cristiano: Un Palabra que nos ayuda a vivir y
un Amor solidario que nos ayuda a vivir mejor.

JOSE ALEGRE ARAGÜES


HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA

 V DOMINGO DE PASCUA

Os llevaré conmigo
Jn 14,142
 

Encontrarse con
Hacerse más cristiano
Cristo
Seguir el camino de Jesús Etapa decisiva
   

Hacerse más cristiano


 
ESTO que vivo yo es fe?, ¿cómo se hace uno más creyente?, ¿qué
pasos hay que dar? Son preguntas que escucho con frecuencia a
personas que desean hacer un recorrido interior hacia Jesucristo
pero no saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar su
propia llamada, pero a todos nos puede hacer bien recordar cosas
esenciales.

Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él. Me han


hablado muchas veces de él; tal vez, he leído algo sobre su vida; me
atrae su personalidad; tengo una idea de su mensaje. No basta. Si
quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo,
tengo que movilizar todo mi mundo interior.

Es muy importante no pensar en Cristo como alguien ausente y


lejano. No quedarnos en «el niño de Belén», el «Maestro de
Galilea» o «el crucificado del Calvario». No reducirlo tampoco a
una idea o un concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien que
está en mi vida y con quien puedo comunicarme en la experiencia
de cada día.

No pretendas imitarle rápidamente. Antes, es mejor penetrar en una


comprensión más intima de su persona. Dejarnos seducir por su
misterio. Captar el espíritu que le hace vivir de una manera tan
humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano, su pasión por la
vida, su ternura hacia el débil, su confianza total en la salvación de
Dios.

Un paso decisivo es leer los evangelios para buscar personalmente


la verdad de Jesús. No hace falta saber mucho para entender su
mensaje. No es necesario dominar las técnicas más modernas de
interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida desde mi
propia experiencia. Guardar sus palabras dentro del corazón.
Alimentar el gusto de la vida con su fuego.

Leer el evangelio no es exactamente encontrar «recetas» para vivir.


Es otra cosa. Es experimentar que, viviendo como él, se puede vivir
de manera diferente, con libertad y alegría interior. Los primeros
cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «sentir como sentía
él» (Fil 2,5); «revestirse de Cristo» (Gal 3,27), reproducir en
nosotros su vida. Esto es lo esencial. Entonces entiende el creyente
desde dentro las palabras de Cristo y las hace suyas: «Tú eres para
mí el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

 
ENCONTRARSE CON CRISTO

Yo soy el camino, la verdad y la vida. Jn 14,1-12

Hay en la vida momentos de verdadera sinceridad en que, de


pronto, surgen de nuestro interior con lucidez y claridad
desacostumbradas, las preguntas más decisivas: En definitiva, ¿yo
en qué creo? ¿qué es lo que espero? ¿en quién apoyo mi existencia?

Ser cristiano es, antes que nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de
habernos encontrado con él. Por encima de toda creencia, fórmula,
rito, ideologización o interpretación, lo verdaderamente decisivo en
la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.

Ir descubriendo por experiencia personal, sin que nadie nos lo tenga


que decir desde fuera, toda la fuerza, la luz, la alegría, la vida que
podemos ir recibiendo de Cristo. Poder decir desde la propia
experiencia que Jesús es Camino, verdad y vida.

En primer lugar, descubrirlo como camino. Escuchar en él la


invitación a andar, a cambiar, avanzar siempre, no establecernos
nunca, renovarnos constantemente, sacudirnos de perezas y
seguridades, crecer como hombres, ahondar en la vida, construir
siempre, hacer historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para
andar día a día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso que
va desde la incredulidad a la fe.

En segundo lugar, encontrar en Cristo la verdad. Descubrir desde él


a Dios en la raíz y en el término del amor que los hombres damos y
acogemos. Darnos cuenta, por fin, que él hombre sólo es hombre en
el amor. Descubrir que la única verdad es el amor. Y descubrirlo
acercándonos al hombre concreto que sufre y es olvidado.

En tercer lugar, encontrar en Cristo la vida. En realidad, los


hombres creemos a aquel que nos da vida. Ser cristiano no es
admirar a un líder ni formular una confesión sobre Cristo. Es
encontrarse con un Cristo vivo y capaz de hacernos vivir.

A Jesús siempre lo empequeñecemos y desfiguramos al vivirlo.


Sólo lo reconocemos al amar, al rezar, al compartir, al ofrecer
amistad, al perdonar, al crear fraternidad.

A Jesús no lo poseemos. A Jesús lo encontramos cuando nos


dejamos cambiar por él, cuando nos atrevemos a amar como él,
cuando crecemos como hombres y hacemos crecer la humanidad.

Jesús es «camino, verdad y vida». Es otro modo de caminar por la


vida. Otro modo de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más
honda. Otra lucidez y otra generosidad. Otro horizonte y otra
comprensión. Otra luz. Otra energía. Otro modo de ser. Otra
libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir.

SEGUIR EL CAMINO DE JESÚS

Los catecismos suelen hablar de algunas «notas» o atributos que


caracterizan a la verdadera Iglesia de Cristo. Como confesamos en
el credo, la Iglesia de Cristo es «una, santa, católica y apostólica».
Ciertamente, no podríamos reconocerla en una Iglesia de
comunidades enfrentadas, donde predominara la injusticia, se
excluyera a los demás y se abandonara la fe inicial predicada por
los apóstoles.

Pero hay algo que es previo y no hemos de olvidar. Una Iglesia


verdadera es, ante todo, una Iglesia que «se parece» a Jesús. Si no
tiene algún parecido con él, en esa misma medida estamos dejando
de ser su Iglesia, por mucho que sigamos repitiendo que
pertenecemos a una Iglesia santa, católica y apostólica.

Parecerse a Jesús significa reproducir hoy su estilo de vida y su


manera de ser; encarnarse en la vida real de la gente como se
encarnaba él; despertar en el corazón de las personas confianza en
Dios y, sobre todo, amar como amaba él. Lo dice Jesús: «Yo soy el
camino, la verdad y la vida». La manera de caminar hacia el Padre
es seguir sus huellas.

A la Iglesia se le nota que es de Jesús si se preocupa de los que


sufren, si se arriesga a perder prestigio y seguridad por defender la
causa de los últimos, si ama por encima de todo a los desvalidos. Si
queremos a la Iglesia hemos de preocuparnos de que en ella y desde
ella se ame a la gente como la amaba Jesús.

Una Iglesia donde se quiere a las personas y se busca una vida más
digna y dichosa para todos «se hace notar» en el mundo de hoy
porque eso es precisamente lo que más falta en el mundo: en las
relaciones entre pueblos ricos y pobres, en la economía controlada
por los poderosos, en la sociedad dominada por los fuertes.

Por otra parte, sólo así se hace la Iglesia creíble. Si no sabemos


reproducir hoy el amor de Jesús, es inútil que tratemos de hacernos
creíbles por otros medios. Se verá que somos como todos:
incapaces de regirnos sólo por el amor compasivo. No seremos
«Iglesia de Jesús» pues nos faltará el rasgo que mejor lo caracterizó
a él. Jesús habrá dejado de ser para nosotros «el camino, la verdad
y la vida».

ETAPA DECISIVA

Llevo un cierto tiempo leyendo diversos trabajos sobre la llamada


«tercera edad». Trato de conocer mejor esa etapa tan decisiva para
el ser humano, pues me parece importante ver, cómo puede la fe
cristiana, iluminar el atardecer de la vida de los hombres y mujeres
de nuestros días.

Es incontable el número de libros que ofrecen orientaciones para


envejecer sabiamente desarrollando de manera sana las diversas
dimensiones de la vida. Quiero señalar aquí, por su carácter sencillo
y práctico, la colección "Para Mayores" de Editorial Popular con
títulos como «Envejecer es vivir». «La fuerza de la experiencia».
«Alimentarse con salud»..

Sin embargo, no siempre se atiende a la dimensión religiosa ni a la


profunda crisis que puede aflorar en ese momento de la vida,
cuando, sin poder evitarlo, la persona comienza a hacerse las
grandes preguntas de la existencia: ¿Por qué he trabajado tanto?,
¿para qué he vivido?, ¿esto era todo?, ¿qué me espera ahora?
Cada edad tiene su forma propia de expresión religiosa, y esta
última etapa de la vida puede ser un auténtico regalo de Dios si el
creyente sabe reavivar su fe y descubrir todas las posibilidades que
se le ofrecen.

La jubilación es un tiempo propicio para encontrarse con uno


mismo y llegar más al fondo del corazón. Es el momento de
escuchar «llamadas olvidadas» y de poner la atención en lo
importante. La persona ha recorrido ya un largo trecho de su
existencia. Conoce mejor su debilidad y limitaciones. Sabe «lo que
da la vida». Ahora llega el momento de la verdad.

La jubilación puede ser, sobre todo, un tiempo de encuentro sincero


con un Dios Amigo y Salvador. Dios está ahí, en medio de nuestra
vida. Ha estado siempre aunque nosotros hayamos caminado largos
años olvidados de él. Es el momento de confiar en su perdón y
escuchar lo que quiere decirnos en el atardecer de nuestra vida.

Tal vez lo primero que se nos pide es aprender a abandonarnos en


sus brazos. Estar ante él en silencio, sin hablar mucho, sin pedirle
muchas cosas. Sencillamente, estar ante él con fe, esperando su
gracia y su perdón, dándole gracias porque, al final de todo, nos
espera y nos ofrece su salvación.

Qué consolador puede ser para los creyentes escuchar al final de la


vida las palabras de Jesús: «No perdáis la calma, creed en Dios y
creed también en mí... Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y
os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también
vosotros.» Todos tenemos ya preparado un lugar en el corazón de
Dios.
SALMO  32

Que tu misericordia, Señor,


venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
 
La palabra del Señor es sincera
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
 
Los ojos del Señor
están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
 
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
 
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
 
 

LOS PLANES DE DIOS


 
«El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad».
 
Estas palabras me tranquilizan, Señor, como han de
tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de la
humanidad.
Leo los periódicos, oigo la radio, veo la televisión, y me
entero de las noticias que día a día pesan sobre el mundo.
 
«Los planes de las naciones».
 
Todo es violencia, ambición y guerra.
Naciones que quieren conquistar a naciones; hombres que
traman matar a hombres.
Cada nueva arma en la carrera de armamentos es testigo
triste e instrumento potencial de los negros pensamientos
que tienen hombres en todo el mundo, de «los planes de las
naciones» para destruirse unas a otras.
Desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje...
La pesadilla internacional de la lucha por el poder en el
mundo, que amenaza a la existencia misma de la
humanidad.
 Ante la evidencia brutal de violencia en todo el mundo,
hombres de buena voluntad sienten la frustración de su
impotencia, la inutilidad de sus esfuerzos, la derrota del
sentido común y la desaparición de la cordura del escenario
internacional.
«Los planes de las naciones» traen la miseria y la
destrucción a esas mismas naciones, y nada ni nadie parece
poder parar esa loca carrera hacia la autodestrucción.
Más aún que la preocupación por el futuro, lo que entristece
hoy a los hombres que piensan es la pena y la sorpresa de
ver la estupidez del hombre y su incapacidad de entender y
aceptar él mismo lo que le conviene para su bien. ¿Cuándo
parará esta locura?
«El Señor deshace los planes de las naciones».
 
Esa es la garantía de esperanza que alegra el alma.
Tú no permitirás, Señor, que la humanidad se destruya a sí
misma. Esos «planes de las naciones», en su edición
inicial, eran los planes de los reinos vecinos de Israel para
destruirlo y destruirse unos a otros. Y esos planes fueron
desarticulados.
La humanidad sigue viva.
La historia continua.
Es verdad que en esa historia continúan los planes de las
naciones para destruirse unas a otras, pero también continúa
la vigilancia del Señor que aleja el brazo de la destrucción
de la faz de la tierra.
El futuro de la humanidad está a salvo en sus manos.
 Contra «los planes de las naciones» se alzan «los planes
de Dios», y ése es el mayor consuelo del hombre que cree,
cuando piensa y se preocupa por su propia raza.
No conocemos esos planes, ni pedimos que se nos revelen,
ya que nos fiamos de quien los ha hecho, y nos basta saber
que esos planes existen. Siendo los planes de Dios, han de
ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin
falta. Esos planes protegerán a cada nación y defenderán a
cada individuo de mil maneras que él no conoce ahora, pero
que descubrirá un día en la alegría y la gloria de la
salvación final.
La victoria de Dios será, en último lugar, la victoria del
hombre y la victoria de cada nación que a sus planes se
acoja. Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de
una eternidad dichosa.
 
«El plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad».
 
La historia de la humanidad en manos de su Creador.
Quinto domingo de Pascua - A

Hech 6,1-7
Sal 32
1 Pe 2,4-9
Jn 14,1-12

1. Situación

Estos domingos de Pascua vamos profundizando en nuestro ser Iglesia desde


perspectivas distintas. En cuanto nos apropiamos el don de ser la comunidad convocada
por Dios y dejamos de poner nuestra mirada en Jesús, lo estropeamos todo.

Pero el Señor cuenta con nuestra fragilidad y pecado. Por eso existen los sacramentos,
especialmente la Palabra y la Eucaristía, para renovar permanentemente la vida de la
Iglesia.

2. Contemplación

La lectura de los Hechos nos habla de las tensiones internas entre los cristianos de
Jerusalén (¡para que no idealicemos el cristianismo primitivo!), y nos hace comprender
la riqueza de servicios de la comunidad: el servicio de la Palabra y la oración y el
servicio de la comunión de bienes. Anotemos estas dos dimensiones, para que no
reduzcamos la vida de la Iglesia a realidades puramente espirituales o a sólo la
promoción de la justicia. El Reino implica al hombre integral. Otra cosa es el modo de
realizar ambos servicios, por ejemplo, si actualmente debe ser la parroquia la que
organice la solidaridad con los pobres o los cristianos hemos de luchar, más bien, en
colaboración con otros movimientos aconfesionales.

El Evangelio, de los discursos de la Cena, nos adentra en lo más íntimo de la vida de la


Iglesia, en la fuente de donde brotan el servicio de la Justicia y el servicio de la Palabra
y de la Eucaristía misma: nuestra comunión con Jesús, camino, verdad y vida.

Cada una de las frases de Jesús adquiere una densidad especial, iluminada por el
Misterio Pascual.

- Cómo Jesús es nuestra mediación absoluta.

- Cómo en el camino que Jesús ha recorrido, desde su encarnación hasta su resurrección,


se nos ha revelado el Padre.

- Cómo Jesús es la fuente permanente de nuestra misión hoy, en continuidad con la


suya.

- Cómo con Jesús lo tenemos todo.

- Cómo Jesús es el anhelo más ardiente de nuestro corazón. «El Espíritu y la Esposa
dicen: Ven, Señor Jesús» (Ap 22).

3. Reflexión
Cuando uno alimenta su fe en la Palabra y la Eucaristía, como vamos haciendo cada
domingo, al principio se siente incómodo, sobre todo sí es persona realista y su
experiencia espiritual se ha concentrado en la vida ordinaria, no en las prácticas
religiosas. Le suele parecer que lo escuchado en la Palabra y celebrado en la Eucaristía
o bíen tiene poco que ver con sus problemas concretos, o bien supone un nivel espiritual
que le sobrepasa.

Estas páginas quieren ayudar a situar la Palabra en la dinámica espiritual de la vida


ordinaria, porque es ahí, no en los momentos especiales de oración o de culto cristiano,
donde se realiza la vocación cristiana. Pero no quisieran privar al cristiano de uno de los
descubrimientos más gozosos de su fe: cómo, poco a poco, la Palabra y la Eucaristía
van configurando con dinamismo propio toda su vida, porque le van sumergiendo, casi
sin darse cuenta, en la vida teologal.

Al principio, a fin de no hacer de la Revelación una ideología, necesitamos confrontar la


Palabra-Eucaristía con la vida. Más tarde va descubriéndose un realismo más hondo:
cierta simplificación interior, la experiencia del «permanecer en Jesús» (tan repetido en
los discursos de la Cena de Juan), la presencia amorosa de Dios en todo, la actitud
constante de entrega a la voluntad de Dios, las entrañas de misericordia con el prójimo...

Es la obra del Espíritu Santo que nos lleva al conocimiento de «lo largo, lo ancho, lo
alto y lo profundo del amor de Cristo que supera todo conocimiento» (cf. Ef 3).

El Espíritu Santo nos lo enseña de muchos modos. Uno de ellos, fundamental, es al


contacto con la Palabra y la Eucaristía. Pero no para centrarnos ahora en las prácticas
religiosas, dejando la vida ordinaria, sino, a la inversa, para descubrir la profundidad de
la vida ordinaria cuando se vive en comunión con Jesús, camino, verdad y vida.

4. Praxis

- Dedicar algún tiempo a leer despacio, a «dejarse hacer» por los discursos de la Cena,
tan significativos en el conjunto de la Sagrada Escritura.

- Hacerme consciente, en algunos momentos de mi vida ordinaria, del don que es vivir
en comunión con Jesús, mi fuente íntima de ser y actuar.

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