El Desarrollo Emocional Bajo El Cielo de La Pandemia

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“El desarrollo emocional: bajo el cielo de la

pandemia “

El desarrollo emocional

Cuando se habla de desarrollo emocional o afectivo se hace referencia al proceso por el cual
los niños y las niñas construyen su identidad, su autoestima, su seguridad, la confianza en sí
mismos y en el mundo que los rodea, a través de las interacciones que establecen con sus
pares significativos, ubicándose como una personas únicas y distintas. Mediante este proceso,
la niña o el niño puede distinguir las emociones, identificarlas, manejarlas, expresarlas y
controlarlas. Es un proceso complejo que toma particular importancia en estos tiempos
porque en el reencuentro presencial habrá que poder nombrar los afectos y sus intensidades,
en muchas ocasiones compartidos, hablar de ellos, dramatizarlos, ubicarlos en objetos
externos, darles sentido. El desarrollo emocional de las y los bebés. Las y los bebés son
personas que nacen con una serie de conductas innatas y espontáneas fundamentales para
generar los vínculos de apego. Se construyen como sujetos de derecho. Es responsabilidad de
las y los cuidadores primarios y complementarios hacer que se cumplan esos derechos: a jugar,
a ser escuchados, a tener un lugar, a recibir alimentación adecuada, entre otros. La pandemia
ha puesto en «estado de espera» algunos de estos derechos. El sostén emocional.

El sostén Emocional
La necesidad de ser sostenido emocionalmente por otro y la búsqueda e interés en la relación
humana son rasgos de salud mental que los niños y las niñas manifiestan desde su nacimiento.
El sostén emocional es la respuesta apropiada frente al sentimiento universal de desamparo
con el que todos los niños y las niñas llegan al mundo.

Este sostén permite construir un lazo emocional íntimo con las y los cuidadores primarios más
cercanos y con las cuidadoras de los espacios de cuidado de primera infancia, y es posible en el
contexto de un vínculo estable, de apego con estos cuidadores. Un vínculo estable es un
vínculo cotidiano y previsible, y que en los primeros tiempos cuente con la presencia central de
una o más personas que se ocupan de la crianza. A partir de una estabilidad y de la
previsibilidad en el vínculo con sus cuidadores y cuidadoras, es posible que las niñas y los niños
construyan una relación de apego seguro. Ningún bebé crece bien en soledad: siempre tiene
que haber un adulto en condiciones asimétricas. La pregunta es si se ha podido mantener esta
asimetría bajo el cielo de la pandemia. Todos los vínculos han estado profundamente
comprometidos durante la pandemia y es posible que las relaciones de sostén de muchas
niñas y niños se hayan desestabilizado, incluso porque los cuidadores y cuidadoras durante la
pandemia han visto sus subjetividades afectadas y desorganizadas. Hay que volver al
encuentro con intensidades controladas, con exigencias moderadas, con planes que recuperen
el contacto permitido, la capacidad de jugar sobre lo sucedido, con una actitud abierta y no
exigente. Habrá que retornar a escenas novedosas en su geografía, en su utilización del uso del
tiempo y el espacio. Será importante emplear lo que hay disponible: la voz, la mirada
sostenedora, el movimiento corporal que ofrece gestualidades, el uso de objetos reconocibles
por colores, brillos, sonidos, que les darán sentido a las actitudes de sostén. Se deberá
incrementar lo visual, pero la sonrisa y la gestualidad de la boca quedarán suspendidas a causa
del barbijo, por lo que habrá que encontrar recursos que las reemplacen en su sentido: un
lenguaje corporal más amplio que se atreva, que pruebe, que se corrija, que juegue. Habrá que
animarse a inventar nuevas corporalidades.

La regulación afectiva.

En la primera infancia las niñas y los niños carecen de la capacidad de regular por sí mismos
sus estados emocionales y quedan a merced de reacciones intensas. Frente a ello, el contacto
físico y emocional (hablar, abrazar, tranquilizar) permite a las niñas y los niños establecer la
calma en situaciones de necesidad y aprender a regular por sí mismos sus emociones. Cuando
una niña o un niño llora sin ser consolado, se encuentra solo en el aprendizaje del paso del
malestar a la calma, lo que puede generar carencias para desarrollar su autorregulación
afectiva. En estos casos, es posible que la niña o el niño presente dificultades para auto
calmarse, no únicamente en sus primeros meses sino a lo largo de todo su desarrollo. Como la
regulación afectiva solo es posible en el contexto de una relación con otro ser humano, el
adulto a cargo de la crianza de un bebé debe poner en juego una capacidad empática que le
permita acercarse a la comprensión de lo que necesita esa o ese bebé que, si bien aún no
puede expresarse con palabras, se comunica con otros recursos (gestos, miradas,
movimientos, llantos, sonrisas). Las respuestas emocionales del adulto en sintonía con el
estado interior de niñas y niños crean un estado compartido de regulación emocional que
lleva, unos meses después, al logro de la autorregulación afectiva por parte de los pequeños.
Entonces, en el aprendizaje de las emociones, primero es el adulto el que las nombra; luego
comparte con las niñas y los niños esa manera de nombrarlas y, por último, las niñas y los
niños las nombran y explican por su propia cuenta: «Estoy triste, enojado, contento, celoso,
enojado, alegre». Durante la pandemia las mayores regresiones se produjeron a partir de las
dificultades en la regulación afectiva. Se perdieron algunas autonomías y algunas emociones
nuevas (como el miedo) tuvieron que ser nombradas para poder elaborarlas y asimilarlas. El
miedo, ese sentimiento intenso y de variados destinos (al otro que puede contagiar, al afuera,
al virus) fue el afecto más desplegado en los niños y niñas durante la pandemia, compartido
con adultos y sin que pueda ser significado con formas no retraumatizantes. Deberá, entones,
ser tomado y elaborado especialmente en sus formas de expresión. En pandemia hay algunas
acciones corporales que han quedado suspendidas. Sin embargo, es imprescindible buscar
estrategias sustitutivas que permitan el aprendizaje emocional y sus diferencias: el rostro y la
voz, los gráficos expresivos, las dramatizaciones, el uso de personajes que representan
emociones, la invención de lo cotidiano. Los vínculos afectivos y la confianza básica. La
confianza básica es un logro que se da como resultado de la repetición de interacciones
satisfactorias entre niña o niño y sus cuidadores primarios. Puede entenderse como un pilar
para la interacción con el otro: el niño o niña que desarrolla su confianza básica podrá después
explorar el mundo, crecer, separarse de sus cuidadores primarios y así constituirse como
individuo. La confianza se relaciona con la seguridad que tiene cada niño o niña al saber que
sus cuidadores son sensibles a sus necesidades tanto físicas como emocionales, y que estarán
a su disposición si los necesita. Los niños y las niñas que se sienten seguros respecto de las y
los adultos que los cuidan no ignoran los riesgos de aventurarse alejándose un tanto de ellos,
pero avanzan de todas formas sabiendo que tendrán dónde apoyarse si llegaran a necesitarlo.
Otro ejemplo se puede ver en las primeras veces que las familias dejan a los niños o niñas en el
CDI o jardín de infantes: en un principio es probable que se sientan angustiados, pero superada
esa etapa, tendrán confianza en que volverán a buscarlos y se quedarán sin mayores angustias.
A causa de la pandemia, se va a necesitar la reconstrucción de la confianza básica en las
cuidadoras y en los espacios. Existen casos en los que la confianza básica de una niña o un niño
se puede ver interrumpida, como ocurre cuando una persona que tiene el rol de cuidado
primario muere o se ausenta de la relación. En esos casos, será necesario retomar la
construcción de confianza con otra figura. La expectativa que tienen las niñas y los niños sobre
los demás se crea a partir de experiencias tempranas concretas de interacciones positivas y
repetidas en el tiempo. De esta forma, se construyen esquemas mentales acerca de cómo es
estar con el otro. Los vínculos afectivos estables y contenedores reducen el malestar
emocional y refuerzan los sentimientos positivos en niñas y niños. A esto es a lo que hay que
tender con la vuelta a los centros de desarrollo infantil y los espacios de cuidado.

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