Psicología Del Desarrollo Ii: Unidad I Doltó, F. "La Causa de Los Adolescentes"
Psicología Del Desarrollo Ii: Unidad I Doltó, F. "La Causa de Los Adolescentes"
UNIDAD I
Doltó, F. “La causa de los adolescentes”
Capítulo 1
Según Doltó, la adolescencia es una fase de mutación, y se prolonga según las proyecciones que los jóvenes
recibe de los adultos y según lo que la sociedad les impone como límites de exploración.
En el curso de esta mutación, reproduce la fragilidad del bebé que nace, sumamente sensible a lo que
recibe como mirada y oye como palabras que le conciernen; al adolescente le pasa lo mismo que al bebé
cuya familia se lamenta que haya nacido así o asá, y ambos corren el riesgo de quedar marcados para
toda la vida por esos comentarios.
El adolescente es para los adultos un objeto de cuestionamiento que está cargado de angustia o pleno de
indulgencia, y los padres dejan de ser a sus ojos los valores de referencia.
El papel de las personas ajenas a la familia es muy importante durante algunos meses ya que pueden
favorecer la expansión y la confianza en sí, el valor para superar sus impotencias o, al contrario, pueden estimular
el desaliento y la depresión. Pero, desgraciadamente, la gente no sabe cuál es el período sensible para dicho
joven, ni cuál es su debilidad (inopia).
En este momento de extrema fragilidad, se defienden contra los demás, bien mediante la depresión, o por
medio de un estado de negativismo que agrava aún más su debilidad.
En este período la sexualidad puede ser un recurso para ellos. No tienen vida sexual si no es a través de la
imaginación, con la cual penetran en un falso nivel expansivo de la sexualidad: la masturbación. En el momento
difícil en que los jóvenes se sienten incómodos en la realidad de los adultos por falta de confianza en sí mismos,
su vida imaginaria les sostiene, pero luego se convierte en trampa porque a través de la masturbación se
descarga nerviosamente y tienen mayor dificultad para afrontar la realidad.
La masturbación es un sostén a la excitación de las pulsiones que le permitirían superar esta depresión.
Como se satisface de una manera imaginaria, carece de la fuerza para ir a buscar en la realidad el apoyo, la
camaradería o el amor que le sostenga y le ayude a salir de esta trampa.
Se trata de una edad frágil ya que reacciona ante lo negativo, pero a su vez puede hacerlo a todo lo positivo
que se hace por él, sólo que no lo manifiestan en el momento.
Entre los 11 y los 13 años es el punto de máxima fragilidad.
La época difícil es el momento de la preparación de la primera experiencia amorosa. El joven siente que hay
en ello un riesgo, lo desea y lo teme al mismo tiempo. El riesgo del primer amor es experimentado como la
muerte de la infancia. Este final constituye el verdadero peligro de dicha cresta (cresta culminante en la vida del
adolescente), punto de paso obligado para inaugurar su dimensión de ciudadano responsable, y acto irreversible.
En nuestra sociedad no tenemos el equivalente de los ritos de iniciación que antaño marcaban esta época de
ruptura, lo cual exige de parte de los adolescentes una conducta de riesgo, ya que se reduce a ellos mismos el
paso a otra etapa, sin ayuda de los adultos ni de alguna prueba colectiva que represente públicamente ello.
El hecho trascendental que marca la ruptura con el estado de infancia es la posibilidad de disociar la vida
imaginaria de la realidad; el sueño, de las relaciones reales.
Tras la crisis edipiana, el niño llega a la edad llamada “latencia”. Sabe que es sólo un niño, y por ello se
resigna a esperar el futuro. Puede tener o no la noción de una sexualidad latente, pero comprende que no podrá
encontrar su objeto de amor en la familia.
Hacia los 8 o 9 años, el niño conserva una gran ternura idealizada por su madre, y también por su padre,
aunque con un sentimiento dividido entre la confianza y el temor de apartarse de la ley, y ve en el padre al
garante de la misma, al mismo tiempo que ve en él al testigo ejemplar dueño de sus pulsiones.
A los 11 años manifiesta los primeros indicios de una sexualidad que se anuncia con un fuerte componente
imaginario antes de que el cuerpo entre en juego; esto corresponde, en el muchacho a las primeras emisiones
involuntarias de esperma y, en las muchachas, a las primeras reglas. Pero antes preparan este acontecimiento
fisiológico con una especie de amor imaginario por modelos que se conocen como ídolos de masa.
La primera vida imaginaria que se inicia a los 3 o 4 años pone la mira en las personas del grupo familiar y los
niños tienen la misma opinión que los padres.
A los 11 años estalla el problema latente: en su segunda vida imaginaria, los temas de interés que encuentra
fuera del campo familiar y que deberían prepararle para la vida real siguen teniendo a los padres como
referencia.
Si todo ha ido bien, si no ha habido desgarro familiar, en su segundo mundo imaginario el niño ya no
necesitará tomar sus modelos de la familia, ya que en lo sucesivo sus modelos serán exteriores y se dirigirá hacia
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los grupos. Sigue contando con la familia como un refugio, pero no siente que desempeñe en ella un papel y
pone su empeño en triunfar socialmente.
Entrará en su adolescencia saliendo de la familia y mezclándose en grupos constituidos que, para él,
tendrán momentáneamente un papel de sostén extrafamiliar. No puede abandonar completamente los modelos
del medio familiar sin antes disponer de modelos de relevo.
La adolescencia termina cuando la angustia de sus padres ya no le produce ningún efecto inhibidor al
individuo; alcanza el estado adulto cuando logra liberarse de la influencia de los padres. Sin embargo, el final de
la adolescencia no puede ser vivido antes de los 16 años porque la sociedad no lo permite. Hoy en día el paso a
la edad adulta se traduce muy concretamente en términos de independencia económica, de potencialidad
creadora y de aprendizaje que permitan adaptarse, insertarse en un grupo social.
Capítulo 2
El narcisismo es uno de los riesgos o tentaciones de la adolescencia. Con el amor uno arriesga demasiado la
muerte de todo un pasado (la niñez), sin esperanza de un futuro. En la actualidad hay cada vez más adolescentes
desesperados que huyen al mundo imaginario porque carecen de ritos de paso donde los adultos decreten. No
tienen puntos de referencia claros proporcionados por la sociedad que les permiten animarse a correr un riesgo.
Si se comprometen totalmente en un amor, aceptan su riesgo, no saben en absoluto a dónde van, porque no
tienen posibilidades de ganarse la vida y de asumir las consecuencias de un amor.
La anticoncepción ofrece una nueva posibilidad de conocerse: reservándose, de manera que no hay fruto de
este conocimiento. La sociedad no avala las consecuencias de un amor de jóvenes. La tentación de Narciso viene
de que ya no hay rito de paso. Hay narcisismo en la medida en que hay egoísmo en el amor: se ama sólo a uno
mismo en la ilusión de otro, porque no hay salida a otra cosa. Antes de la concepción, los jóvenes se veían
obligados a correr un riesgo que les conducía a una situación de responsabilidad. Actualmente no tienen más
responsabilidad que la de amar, sin que este amor pueda tener consecuencias.
Actualmente, los jóvenes que no tienen posibilidad de proyectarse en el futuro se ven obligados a limitarse
a roces de unos con otros.
La sociedad no alienta a los jóvenes a hacerse adultos. No les permite hacerse responsables, con lo cual
regresarían a una preadolescencia narcisista (Eco y Narciso no pueden proyectar una relación a futuro porque
Narciso no le corresponde en sentimiento ya que está preso de su propia imagen, cada uno se vuelve hacia sí
mismo).
Capítulo 3
Hasta el Renacimiento no aparecen las primeras representaciones de la adolescencia como tal. Hay aún
ambigüedad.
Capítulo 4
Apartado: Rousseau dice que nacemos, por así decirlo, dos veces: una para existir y la otra para vivir. Una
para la especie y la otra para el sexo. Hasta la edad núbil, los niños de ambos sexos no tienen nada
aparentemente que los distinga: mismo rostro, misma figura, etc. Pero el hombre no está hecho para quedarse
en la infancia. Sale de ella en la época prescrita por la naturaleza. Ya no es un niño pero tampoco un hombre y no
puede adoptar el carácter de ninguno de los dos. Este es el segundo nacimiento, aquí es donde el hombre nace
verdaderamente a la vida.
Parece como si el término adolescente fuera relativamente nuevo. Antes del siglo XX, se prolongaba la
infancia o se entronizaba brutalmente al joven adulto.
El amor sigue siendo un sentimiento de la infancia no transformado. La sexualidad del adolescente vacila
entre homosexualidad y heterosexualidad. Hay algo de adolescencia no terminada en el homosexual, por su
manera de amar lo absoluto y no tolerar la traición. Ello no quiere decir que todos los heterosexuales toleran la
traición de los sentimientos pero transigen, porque para ellos hay algo más importante: la obra en común
concebida del encuentro de dos seres diferentes que acaban por traicionarse.
No se puede estudiar un grupo de edad separado de los demás con los que vive constantemente. Y
precisamente, los niños, al llegar a una edad en que se separan de sus padres, ejercen sobre su entorno cierto
número de efectos psicológicos que son remanentes de la propia infancia de sus ascendientes. Los padres, por su
parte, se despreocupan de la manera de concebir sus relaciones con el niño. A partir del momento en que el niño
no toma ya a sus padres como absolutos, éstos se ven también liberados de la obligación de ser un absoluto para
su hijo, y se encuentran de nuevo en el relativo de una adolescencia recuperada, como convirtiéndose en
modelos para esos niños que han roto la primera relación papá-mamá y que esperan salir de la familia. Los
adultos ansían demostrar que ellos también viven al margen y no están centrados solamente en la vida familiar.
Por ello probablemente la adolescencia sea tan temida por la sociedad de los adultos, y aparezca ésta tan severa
con los jóvenes. Se ven obligados a cohabitar porque en la actualidad no es legar emanciparse, lo cual provoca
efectos secundarios en los adultos.
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El niño adolescente preferiría contemplar a sus padres viviendo la plenitud de su vida sexual,
comprometidos en la vida pública, dando así un sentido a su vida. Desea que sus padres no se ocupen demasiado
de él, aunque estén disponibles cuando tenga necesidad de hablar. Pero, en cambio, los adultos muestran valores
materialistas, y no morales.
Lo que más hace sufrir a los adolescentes es ver que los padres tratan de vivir a imagen de sus hijos, y
quieren hacerles la competencia.
El amor de los niños, primero por los padres y luego por los adultos, es una idealización, puesto que el
cuerpo aún no es capaz de realización en las relaciones sexuales. En el adolescente, la amistad apasionada se
enfoca hacia alguien con quien no pueda considerarse la sexualidad.
Debe continuamente reiniciar el intento de vivir como si este período no debiera terminar jamás. No sabe
cuál es el final. El tiempo del adolescente aparece salpicado de alegrías inmensas y de penas tan repentinas
como pasajeras; la relación con el tiempo es confusa y angustiada. Tiene un humor que oscila continuamente
entre la represión y la exaltación, algo característico de ésta fase.
Las sociedades antiguas suavizaban la angustia de los jóvenes dándoles a conocer el límite en los ritos de
iniciación, esto se empleaba para romper el aislamiento del adolescente, es decir que era un punto de referencia
en el tiempo para su integración a la vida del grupo.
Era la sociedad la que decidía sobre la edad a partir de la cual eran adultos, elección basada en razones
económicas, de estructuras sociales que determinan que en ocasión es mejor que ocurra más tarde, y otras
antes.
La adolescencia se vive a la vez como un exilio y como una iniciación, al término de este exilio. Es el
desarraigo o el encierro lo que desencadena la crisis liberadora. El extrañamiento o la clausura conducen a la
iniciación.
El adolescente busca contactos sociales o afectivos que estén desprovistos de mentira. El adolescente
hablador se esconde detrás del lenguaje, que ya no tiene relación con la realidad pero defiende al sujeto
simbólico.
El adolescente es portador de la verdad. Por algún tiempo no hace más que sostener sus fantasmas sin
pasar a la acción. Consciente de hacer “como si”, la integración social consistiría en hacer los gestos de los
adultos.
Capítulo 5
Hay algo que existe en los adolescentes que no ha cambiado: su preferencia por la amistad, sólo esto les
hace la vida soportable. Este intercambio individual es buscado siempre. Tal vez no siempre satisfecho pero
siempre deseado. Aquellos que están a la deriva, que se lanzan más al colectivo, son quizá los que no han
encontrado esta amistad o han sido traicionados una o dos veces.
La amistad decepcionada es la prueba más difícil de la pubertad: desde el momento en que hay que
abandonar a la familia para dirigirse a lo desconocido, empujado por una sexualidad que ha sido marcada por la
prohibición del incesto, los amigos de edades parecidas adquieren una importancia capital. Como no encuentra
otra motivación que en la fe en sí mismo, si los amigos le traicionan, uno queda como desposeído. Y es en este
punto de abandono donde un colectivo en el que no hay relaciones personalizadas lo que podrá dar cierto
sentido. El colectivo puede ser un refugio y un sustituto de la confianza en uno mismo.
En la escuela es donde se aprende a tomar como referencia el discurso medio, el consenso. Siempre está
este intento de agradar al otro. Son las individualidades las que hacen la fuerza del grupo.
En la medida en que las familias no les proponen ya ritos de paso, en que sus mayores se descalifican
completamente en la investigación de la vida, los jóvenes se reagrupan, aprietan los codos, emplean un lenguaje
algo más gestual, y hacen como si inventaran nuevos intercambios o como si vivieran contra la sociedad
pensando que podrán inventar cosas nuevas.
Capítulo 7
Existe una especie de falta de gracia física que se apodera de los jóvenes en el momento de la pubertad,
más entre los varones que entre las muchachas, y sucede hacia los 12 y 13 años.
Los adolescentes forman el tándem de los contrarios (el bajo con el alto, el gordo con el flaco, etc.) ya que
se trata de la búsqueda de la complementariedad. Los defectos de uno y otros se equilibran, se neutralizan.
Prefieren aparecer en público con su semejante en desgracia para así superar su ansiedad, su malestar.
A partir de los 10 años, tanto chicos como chicas, buscan un cómplice para unirse a los grupos. Y sólo
frecuentan los grupos cuando forman pareja. Pero no permanecen como dúo en el grupo, una vez en la banda, el
dúo se disocia y cada uno forma grupo con otros u otros dúos. El trampolín para entrar en la sociedad es un alter
ego.
En la pubertad, la búsqueda del otro sexo y el descubrimiento de la novedad se hacen más fácilmente
siendo dos.
Hay un egoísmo, no solamente sexual, más desarrollado en los varones que en las mujeres; es un egoísmo
de comportamiento.
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Los padres tienen la sensación de no poder hablar ya con sus hijos aunque lo intenten, y es porque el joven
se defiende de una intrusión en su vida privada. El joven más que palabras, espera actos.
Capítulo 8
Se efectúa con éxito el paso a la adolescencia cuando se rompe con la infancia.
En la fase de latencia los niños quieren una plasmación. El hombre tiene necesidad de proyectos. La
población adulta aplasta en los adolescentes su deseo de evasión diciéndoles “Imposible”.
Muerte iniciática y evasión
Los ritos de iniciación más antiguos tienen como denominador común una dramaturgia de la muerte
iniciática: para efectuar el paso deben morir a la infancia.
Las sociedades siempre han distinguido pubertad psicológica de pubertad social. Los ritos de iniciación
favorecían probablemente la sublimación de la castración simbólica.
Estas pruebas colectivas ayudaban a los jóvenes a librarse del sentimiento de culpabilidad transgresiva que
se apodera de ellos si dan el paso en solitario. Debe ser efectuado a su vez bajo cierta amenaza de
enfrentamiento real con un peligro, a partir de lo cual la transgresión se convierte en entronización y el miedo a
ser castrado queda abolido.
Las realizaciones individualizadas no son iniciáticas a la vida social, a la vida del grupo, como lo eran las
iniciaciones de las sociedades tribales.
El proyecto no puede reemplazar el rito de paso, pero permite prescindir de él.
El rito de paso servía a una comunidad que tenía necesidad de conservar a todos sus miembros, y así los
sujetaba al clan, haciéndoles afrontar riesgos en el interior de la tribu. Hoy en día el rito de paso ya no tiene
justificación, pero el proyecto que responde a la tentación del peligro con cierta prudencia puede ayudar a morir
a la infancia para alcanzar otro nivel de dominio en la vida colectiva.
Lo que caracteriza al adolescente es que dirige su mirada a un proyecto lejano, que él imagina en un tiempo
y un espacio diferentes de aquellos en que ha vivido hasta entonces. Eso nos devuelve a la fuga, aunque no es
una fuga delictiva a menos que los padres la conviertan en transgresiones de prohibiciones con su angustia.
Es la verdadera evasión. La fuga es la escapatoria en negativo, un signo de que ha llegado a su fase
adolescente. Huye encerrándose en sí mismo.
Los comportamientos de los adultos agravan mucho las dificultades de los adolescentes. La adolescencia se
prepara con un apartamiento de los padres en la fase de latencia.
El hecho de exigir que todos vayan vestidos de la misma manera entre los 6 y los 11 años y también en la
época de la adolescencia, puede ser la paradoja de su diferencia: para no ser todos iguales en el interior, adoptan
un uniforme. Aparentan ocuparse sólo de su aspecto físico y de la opinión de sus compañeros.
La adolescencia es un período muy rico si se deja asumir al joven muy pronto todas sus responsabilidades,
sin coartarle, lo cual no quiere decir dar la aprobación.
Si el adolescente tiene un proyecto, incluso a largo plazo, esta salvado: es lo que le hace soportable el
purgatorio de la juventud, en ese estado de impotencia y de dependencia económica.
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Doble progreso en cuanto a la etapa anterior: concentración individual (cuando el sujeto trabaja solo), y
colaboración efectiva (cuando hay vida común). Estos dos aspectos de la actividad son complementarios y se
deben a las mismas causas: la capacidad de reflexión (transformación de la acción individual: el principio de
reflexión, es una deliberación interior, una conducta social de discusión pero interiorizada; piensa antes de
actuar).
. Desde el punto de vista de las relaciones interindividuales, el niño, después de los 7 años adquiere
cierta capacidad de cooperación, dado que no confunde su punto de vista propio con el de los otros sino que los
disocia para coordinarlos. Esto se observa en el lenguaje entre niños. El lenguaje egocéntrico desaparece casi por
entero y los discursos espontáneos del niño atestiguan la necesidad de conexión entre las ideas y de justificación
lógica.
. En cuanto al comportamiento colectivo de los niños, se observa después de los 7 años un cambio
notable en las actitudes sociales, manifestadas, por ejemplo en el juego con reglamento.
En este doble plano, el niño de 7 años comienza a liberarse de su egocentrismo social e intelectual y
adquiere la capacidad de nuevas coordinaciones más importantes para la inteligencia y la afectividad. Se trata de
los inicios de la construcción de la lógica misma, es decir, el sistema de relaciones que permite la coordinación de
los puntos de vista. Por lo que respecta a la afectividad, el mismo sistema de coordinaciones sociales e
individuales engendra una moral de cooperación y de autonomía personal.
En cuanto a los instrumentos mentales que habrán de permitir esta doble coordinación lógica y moral,
están constituidos por la operación, en lo que concierne a la inteligencia, y por la voluntad, en el plano afectivo.
Resultan ambas de una misma inversión o conversión del egocentrismo.
Los progresos del pensamiento
Surgen nuevas formas de explicación.
Una de las formas más simples es la explicación por identificación. En el caso del origen de los astros, los
tipos primitivos de causalidad conducen a decir que “el sol nació porque nacimos nosotros”, pero cuando el
egocentrismo desaparece, el niño considera a los astros como producidos por otros cuerpos naturales y no por
una construcción humana.
Estos desarrollos constituyen la prueba de que la asimilación egocéntrica, principio del animismo, del
finalismo y del artificialismo, está en vías de transformarse en asimilación racional, es decir, en estructuración de
la realidad por la razón misma, pero dicha asimilación racional es mucho más compleja que una identificación.
A partir de los 7 años, el niño es capaz de construir explicaciones propiamente atomísticas, y ello en la
época en que comienza a saber contar. Salvo muy raras excepciones, el niño no generaliza y no construye ningún
sistema. Pero cuando la experiencia se presta a ello, recurre perfectamente a un atomismo explícito e incluso
muy racional.
Experiencia: presentar al niño dos vasos de formas parecidas y dimensiones iguales con ¾ de agua, se le
agrega azúcar a uno. E primer lugar, los menos de 7 años niegan en general toda conservación del azúcar
disuelto, y la del peso y el volumen que éste implica. Hacia los 7 años hay conservación de la sustancia (el azúcar
disuelto permanece en el agua): se van disolviendo en pequeñas migajas o trozos invisibles. El atomismo surge
como “metafísica del polvo”, es cualitativo ya que las bolitas no tienen peso ni volumen.
En una etapa siguiente, alrededor de los 9 años, el niño hace el mismo razonamiento por lo que respecta
a la substancia, pero añade la conservación del peso, no aciertan a captar el volumen y esperan todavía que el
nivel descienda después de la disolución.
Por último, hacia los 11 o 12 años, el niño generaliza su esquema explicativo al volumen mismo y declara
que, puesto que las bolitas ocupan cada una un pequeño espacio, la suma de dichos espacios es igual a la de los
terrones iniciales, de tal manera que el nivel no debe descender: conservación del volumen.
Éste es, pues, el atomismo infantil. Es notable en función del proceso deductivo de composición que
revela: el todo es explicado por la composición de las partes, y ello supone una serie de operaciones reales de
segmentación o partición, por una parte, y de reunión o adición, por otra, así como desplazamientos por
concentración o separación. Supone además principios de conservación que son sucesivamente los de la
substancia, el peso y el volumen.
A partir de los 7 años se adquieren sucesivamente otros muchos principios de conservación (de
longitudes, superficies, etc.). Estas nociones de variación son el equivalente, en el terreno del pensamiento, de la
construcción sensorio-motriz con el esquema del objeto, invariante práctico de la acción.
Las nociones de conservación se elaboran exactamente igual que el atomismo (explicación causal por
composición partitiva): resultan de un juego de operaciones coordinadas entre sí en sistemas de conjuntos que
tienen la propiedad esencial de ser reversibles.
El resultado de estas operaciones consiste en corregir la intuición perceptiva y por consiguiente,
descentrar el egocentrismo, para transformar las relaciones inmediatas en un sistema coherente de relaciones
objetivas.
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Las conquistas del pensamiento así transformado son: la del tiempo (y la velocidad), y la del espacio
mismo, concebidos como esquemas generales del pensamiento, por encima de la causalidad y las nociones de
conservación.
A partir de los 7 años es cuando empieza a construirse un espacio racional y ello mediante las mismas
operaciones generales.
Las operaciones racionales
La forma superior de equilibrio que alcanza el pensamiento propio de la primera infancia es la
INTUICIÓN, a lo que le corresponde, en el pensamiento ulterior a los 7 años, las OPERACIONES.
Una operación es psicológicamente una acción cualquiera, cuya fuente es siempre motriz, perceptiva o
intuitiva. Dichas acciones que se hallan en el punto de partida de las operaciones tienen como raíces esquemas
sensorio-motores, experiencias afectivas o mentales y constituyen, antes de ser operatorias, la propia materia de
la inteligencia sensorio-motriz y, más tarde, de la intuición.
Las intuiciones se transforman en operaciones a partir del momento en que constituyen sistemas de
conjunto a la vez componibles y reversibles, es decir, las acciones se hacen operatorias desde el momento en que
dos acciones del mismo tipo pueden componer una tercera acción que pertenezca todavía al mismo tipo, y estas
diversas acciones pueden invertirse o ser vueltas del revés.
Hacia los 7 años se constituyen toda una serie de sistemas de conjuntos que transforman las intuiciones
en operaciones de todas clases, y esto es lo que explica las transformaciones del pensamiento.
Los sistemas de conjunto no se forman en el pensamiento del niño si no es en conexión con una
reversibilidad precisa de estas operaciones y de esta forma adquieren inmediatamente una estructura definida y
acabada.
Hacia los 6 o 7 años descubre un método operatorio según el cual buscar primero al elemento más
pequeño de todos, y luego al más pequeño de los que quedan, etc. y así consigue construir una serie total. Esta
construcción supone la operación inversa: reversibilidad operatoria, y ello es lo que le permite al sujeto hallar su
método de construcción.
Si las operaciones de seriación son descubiertas hacia los 7 años por lo que se refiere a las longitudes o
dimensiones dependientes de la cantidad de materia, hay que esperar a los 9 años para obtener una seriación
análoga de los pesos, y a los 11 o 12 para obtener la de los volúmenes. Es evidente que estas operaciones están
en estrecha conexión con la construcción misma de dichas nociones de peso y de volumen y especialmente con
la elaboración de los principios de conservación que le son relativos.
Otro ejemplo de sistema total de operaciones es la coordinación de las relaciones simétricas (a=b; b=c;
a=c), que se halla relacionada con la coordinación social de los individuos o con la de los puntos de vista
intuitivos sucesivamente vividos por un mismo individuo (se le pregunta a un niño si X –su hermano- tiene un
hermano y contesta que no, que son solamente ellos dos).
El sistema esencial de operaciones lógicas permite engendrar las nociones generales o clases y
constituye así toda clasificación. El principio que lo rige es el encajamiento de las partes en el todo, o a la inversa,
la extracción de las partes en función del todo.
Hacia los 7 años el todo es comparable a una de sus partes, puesto que cada parte es concebida en
adelante en función del todo (una parte= el todo – las otras partes, por intervención de la operación inversa).
La serie indefinida de los números y sobre todo de las operaciones de suma, multiplicación y sus
inversas, no son accesibles hasta después de los 7 años debido a que el número es un compuesto de algunas de
las operaciones antedichas y supone, por consiguiente, una construcción previa.
El pensamiento del niño se convierte en lógico únicamente por la organización de sistemas de
operaciones que obedecen a leyes de conjunto comunes:
- Composición: dos operaciones de un conjunto pueden componerse entre sí y su resultado ser una
operación perteneciente a ese mismo conjunto.
- Reversibilidad: toda operación puede ser invertida
- La operación directa y su inversa tienen como resultado una operación nula o idéntica
- Las operaciones pueden asociarse entre sí de todas las maneras
Esta estructura general llamada grupos, caracteriza a todos los sistemas de operaciones, con la salvedad de
que en los terrenos lógicos o cualitativos, las últimas dos condiciones presentan ciertas particularidades debidas
al hecho de que una clase o relación añadida a sí misma no se modifica: puede hablarse entonces de
agrupamiento.
La afectividad, la voluntad y los sentimientos morales.
La afectividad de los 7 a los 12 años se caracteriza por la aparición de nuevos sentimientos morales y,
sobre todo, por una organización de la voluntad, que desembocan en una mejor integración del yo y en una
regulación más eficaz de la vida afectiva.
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Los primeros sentimientos morales derivan del respeto unilateral del niño pequeño hacia sus padres
(obediencia). El sentimiento nuevo, que interviene en función de la cooperación entre niños y de las formas de
vida social a que da lugar consiste esencialmente en un respeto mutuo, que es cuando los individuos se
atribuyen recíprocamente un valor personal equivalente y no se limitan a valorar tal o cuál de sus acciones
particulares.
El respeto mutuo conduce a nuevas formas de sentimientos morales:
-En primer lugar, las transformaciones relativas al sentimiento de la regla: es respetada como resultado
de un acuerdo, explícito o tácito. El propio yo consiente en aceptar el acuerdo que le compromete y éste es el
motivo por el que el respeto mutuo lleva automáticamente consigo toda una serie de sentimientos morales
desconocidos hasta entonces: la honradez entre jugadores, la camaradería, etc. La mentira empieza a
comprenderse a esta edad; el engaño entre amigos se considera a partir de éste momento más grave que la
mentira a los mayores.
-Un producto afectivo notable del respeto mutuo es el sentimiento de la justicia. La práctica de la
cooperación entre niños y la del respeto mutuo desarrolla estos sentimientos.
El respeto mutuo que se va diferenciando gradualmente del respeto unilateral conduce a una
organización nueva de los valores morales. La honradez, el sentido de la justicia y la reciprocidad en general
constituyen un sistema racional de valores personales agrupados según una escala.
Los sentimientos interindividuales dan lugar a una especie de operaciones. A medida que éstos se
organizan, vemos constituirse regulaciones, cuya forma final de equilibrio es la voluntad, que es el verdadero
equivalente afectivo de las operaciones de la razón. La voluntad es una función de aparición tardía, y su ejercicio
real está ligado precisamente al funcionamiento de los sentimientos morales autónomos.
La voluntad es una regulación de la energía que favorece ciertas tendencias a expensas de otras. Están
siempre presentes una tendencia inferior aunque fuerte por sí misma (el placer deseado) y una tendencia
superior pero momentáneamente más débil (el deber). El acto de voluntad consiste en reforzar la tendencia
superior y débil haciéndola triunfar.
La voluntad es comparable a una operación ya que es una regulación que se torna reversible. Es, pues,
natural que la voluntad se desarrolle durante el mismo período que las operaciones intelectuales, mientras los
valores morales se organizan en sistemas autónomos comparables a los agrupamientos lógicos.
LA ADOLESCENCIA
La maduración del instinto sexual viene marcada por desequilibrios momentáneos, que confieren una
coloración afectiva muy característica a todo ese último período de la evolución psíquica.
Si bien hay desequilibrio provisional, las conquistas propias de la adolescencia aseguran al pensamiento
y a la afectividad un equilibrio superior al que tenían durante la segunda infancia.
El pensamiento y sus operaciones
Hacia los 12 años empieza el auge en la dirección de la reflexión libre y desligada de lo real, ya que tiene
lugar una transformación fundamental en el pensamiento del niño que marca su final con respecto a las
operaciones construidas durante la segunda infancia: el paso del pensamiento concreto al pensamiento formal o
hipotético deductivo.
Cuando el pensamiento del niño se aleja de lo real, es simplemente que substituye los objetos ausentes
por su representación acompañada de creencia y equivalente a lo real.
Después de los 11 o 12 años, el pensamiento formal se hace posible, es decir, que las operaciones
lógicas comienzan a ser transpuestas del plano de la manipulación concreta al plano de las meras ideas,
expresadas en un lenguaje cualquiera pero sin el apoyo de la percepción, ni la experiencia, ni siquiera la creencia.
El pensamiento formal es hipotético deductivo, es decir, que es capaz de deducir las conclusiones que
hay que sacar de puras hipótesis, y no sólo de una observación real.
Las condiciones de construcción del pensamiento formal se tratan de “reflexionar” estas operaciones
independientemente de los objetos y de reemplazar a éstos por simples proposiciones. Esta “reflexión” es como
un pensamiento de segundo grado: el pensamiento concreto es la representación de una acción posible, y el
pensamiento formal la representación de una representación de acciones posibles.
Sólo después de comenzado este pensamiento formal, hacia los 11 o 12 años, la construcción de los
sistemas que caracterizan la adolescencia se hace posible: las operaciones formales le permiten al pensamiento
desligarse y liberarse de lo real para edificar a voluntad reflexiones y teorías (libre actividad de la reflexión
espontánea).
Todo nuevo poder de la vida mental empieza por incorporar el mundo en una asimilación egocéntrica,
para encontrar más tarde el equilibrio para componerse con una acomodación a lo real. Existe, pues, un
egocentrismo intelectual de la adolescencia.
Esta última forma de egocentrismo se manifiesta a través de la creencia en la reflexión todopoderosa,
como si el mundo tuviera que someterse a los sistemas y no los sistemas a la realidad. Es la edad metafísica por
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excelencia: el yo es lo bastante fuerte como para reconstruir el universo y lo bastante grande como para
incorporarlo.
El egocentrismo metafísico del adolescente encuentra poco a poco su corrección en una reconciliación
entre el pensamiento formal y la realidad: el equilibrio se alcanza cuando la reflexión comprende que la función
que le corresponde no es la de contradecir, sino la de anticiparse e interpretar la experiencia. Y entonces este
equilibrio, además del mundo real, engloba las construcciones indefinidas de la deducción racional y de la vida
interior.
La afectividad de la personalidad en el mundo social de los adultos
La vida afectiva de la adolescencia se afirma por la doble conquista de la personalidad y su inserción en
la sociedad adulta.
La personalidad se inicia al final de la infancia (8 a 12 años) con la organización autónoma de las reglas
de los valores y la afirmación de la voluntad como regulación y jerarquía moral de las tendencias.
Hay personalidad a partir del momento en que se forma un programa de vida, que a la vez sea fuente de
disciplina para la voluntad e instrumento de cooperación; pero dicho plan de vida supone la intervención del
pensamiento y de la reflexión libre.
La personalidad implica descentramiento del yo que se integra en un programa de cooperación y se
subordina a disciplinas autónomas y libremente construidas.
El adolescente se atribuye con toda modestia un papel esencial en la salvación de la Humanidad y
organiza su plan de vida en función de esa idea.
El adolescente se prepara a insertarse en la sociedad de los adultos: por medio de proyectos, de
programas de vida, de sistemas teóricos, planes de reformas políticas o sociales, etc.
En cuanto a la vida social del adolescente, podemos encontrar una fase inicial de replegamiento y una
fase positiva. En el transcurso de la primera, el adolescente parece muchas veces completamente asocial. Sin
embargo, esto es falso puesto que el adolescente medita sin cesar en función de la sociedad, pero le interesa
aquella sociedad que quiere reformar. Además, la sociabilidad del adolescente se afirma, a menudo desde los
primeros momentos, a través de la vida de los jóvenes entre ellos. Las sociedades de adolescentes son
principalmente sociedades de discusión: el mundo se reconstruye en común, y los jóvenes se pierden en
discursos sin fin destinados a combatir el mundo real.
Luego vienen las sociedades más amplias, los movimientos de juventud, dentro de los cuales se
despliegan los ensayos de organización positivos y los grandes entusiasmos colectivos.
La verdadera adaptación a la sociedad habrá de hacerse al fin automáticamente cuando el adolescente
pasa de reformador a realizador.
La metafísica propia del adolescente es una verdadera preparación para la creación personal, siempre
existe una continuidad entre la formación de la personalidad desde los 11 o 12 años y la obra ulterior del
hombre.
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c. La vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo, función que
es puesta con posterioridad al servicio de la reproducción. Es frecuente que ambas funciones no
lleguen a superponerse por completo.
A temprana edad, el niño da señales de una actividad corporal sexual, y a la que se conectan fenómenos
psíquicos que hallamos más tarde en la vida amorosa adulta. Se comprueba además, que estos fenómenos que
emergen en la primera infancia tienen un acrecentamiento regular, alcanzando un punto culminante hacia el final
del 5to año de vida, a lo que sigue un período de reposo. En el curso de este se detiene el progreso, mucho es
desaprendido e involuciona. Transcurrido este período, llamado “de latencia”, la vida sexual prosigue con la
pubertad, y vuelve a aflorar. Aquí tropezamos con el hecho de una acometida en dos tiempos de la vida sexual.
Los eventos de esta época temprana de la sexualidad son víctima, salvo unos restos, de la amnesia infantil.
El primer órgano que aparece como zona erógena es la boca, toda actividad anímica se acomoda para la
satisfacción de dicha zona (FASE ORAL O CANIBÁLICA). Sirve en primer término a la autoconservación por vía del
alimento pero que se evidencia en el chupeteo una necesidad de satisfacción que si bien tienen por punto de
partida la recepción de alimento y es incitada por esta, aspira a una ganancia de placer independiente de la
nutrición y que por eso puede ser llamada sexual.
Ya durante esa fase entra en escena unos impulsos sádicos aislados, lo que ocurre en medida mucho
más vasta en la FASE SÁDICO ANAL, ya que aquí la satisfacción es buscada en la agresión y en la función
excretoria. El sadismo es una mezcla pulsional de aspiraciones puramente libidinosas con otras destructivas
puras.
La tercera FASE FÁLICA, es la precursora de la vida sexual. Aquí desempeña un papel sólo el genital
masculino (falo) y los femeninos permanecen por largo tiempo ignorados. La sexualidad de la primera infancia
alcanza su apogeo y se aproxima al sepultamiento. Desde entonces, varoncito y niña tendrán destinos separados.
Ambos empezaron por poner su actividad intelectual al servicio de la investigación sexual, y ambos parten de la
premisa de la presencia universal del pene. El varoncito entra en la fase edípica, hasta que el efecto conjugado de
una amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el máximo trauma de
su vida, iniciador del período de latencia. La niña tras el infructuoso intento de emparejarse al varón, vivencia el
discernimiento de su falta de pene, de su inferioridad clitorídea y reacciona con un primer extrañamiento de la
vida sexual.
Estas tres fases se superponen entre sí, coexisten juntas. En las fases tempranas, las primeras pulsiones
parciales parten con recíproca independencia a la consecución de placer; en la fase fálica se tienen los comienzos
de una organización que subordina las otras aspiraciones al primado de los genitales y significa el principio del
ordenamiento de la aspiración general de placer dentro de la función sexual. La organización plena sólo se
alcanza en la pubertad, en una cuarta FASE GENITAL. Así queda establecido un estado en que: 1) se conservan
muchas investiduras libidinales tempranas; 2) otras son acogidas dentro de la función sexual como unos actos
preparatorios, de apoyo, cuya satisfacción da por resultado el llamado placer previo; 3) otras aspiraciones son
excluidas de la organización y son por completo sofocadas (reprimidas) o bien experimentan una aplicación
diversa dentro del yo, forman rasgos de carácter, padecen sublimaciones con desplazamiento de meta.
Este proceso no siempre se consuma de manera impecable. Las inhibiciones en su desarrollo se
presentan como las múltiples perturbaciones de la vida sexual. En tales casos han preexistido fijaciones de la
libido a estados de fases más tempranas, cuya aspiración, independiente de la meta sexual normal, es designada
perversión.
Dos intelecciones: la primera, que los fenómenos normales y anormales (es decir, la fenomenología)
demandan ser descritos desde el punto de vista de la dinámica y la economía (distribución cuantitativa de libido);
y la segunda, que la etiología de las perturbaciones se halla en la historia de desarrollo, o sea, en la primera
infancia del individuo.
IV. Cualidades psíquicas
Las energías o fuerzas activas del interior del aparato psíquico (principalmente la libido) se organizan en
una función fisiológica al servicio de la conservación de la especie, y en el carácter psíquico ese aparato y esas
energías están en la base de las funciones que llamamos nuestra vida anímica. Para indagar en lo que es
característico y único de eso psíquico partimos de la conciencia.
Muchos se conforman con adoptar el supuesto de que la conciencia es, sólo ella, lo psíquico, y entonces
la psicología debe distinguir en el interior de la fenomenología psíquica entre percepciones, sentimientos,
procesos cognitivos y actos de voluntad. Ahora bien, estos procesos conscientes no forman unas series sin
lagunas, cerradas en sí mismas, por lo que habría que adoptar el supuesto de que unos procesos físicos o
somáticos concomitantes de lo psíquico. Esto sugiere poner el acento, en psicología, sobre estos procesos
somáticos, reconocer en ellos lo psíquico genuino y buscar una apreciación diversa para los procesos conscientes.
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El psicoanálisis se ve obligado a adoptar un segundo supuesto fundamental: esos procesos
concomitantes presuntamente somáticos son lo psíquico genuino, y para hacerlo prescinde al comienzo de la
cualidad de la conciencia.
La concepción según la cual lo psíquico es en sí inconsciente permite configurar la psicología como una
ciencia natural entre las otras.
Establecemos una serie complementaria consciente de lo psíquico inconsciente. Distinguimos en las
cualidades psíquicas, lo consciente y todo lo otro psíquico es lo inconsciente. Nos vemos llevados a suponer
dentro de eso inconsciente una importante separación. Muchos procesos nos devienen con facilidad conscientes,
y si luego no lo son más, pueden devenirlo de nuevo sin dificultad, pueden ser reproducidos o recordados. Esto
nos avisa que la conciencia en general es un estado en extremo pasajero.
La percepción de los estímulos puede durar un tiempo más largo, siendo así posible repetir la
percepción de ellos. Todo este estado de cosas se vuelve más nítido en torno de la percepción consciente de
nuestros procesos cognitivos, que por cierto también perduran, pero de igual modo pueden discurrir en un
instante. Entonces, preferíos llamar “susceptible de conciencia” o preconsciencia a todo lo inconsciente que se
comporta de esa manera, o sea, que puede trocar con facilidad el estado inconsciente por el estado consciente.
Otros procesos psíquicos, otros contenidos, no tienen acceso tan fácil al devenir consciente, sino que es
preciso inferirlos de la manera descrita, colegirlos y traducirlos a expresión consciente. Para estos reservamos el
nombre de lo inconsciente genuino.
Así pues, hemos atribuido a los procesos psíquicos tres cualidades: consciente, preconsciente o
inconsciente. La separación entre las tres clases de contenidos que llevan esas cualidades no es absoluta ni
permanente. Lo que es preconsciente deviene consciente sin nuestra colaboración; lo inconsciente puede ser
hecho consciente en virtud de nuestro empeño. Cuando emprendemos este intento en otro individuo, no
debemos olvidar que el llenado consciente de sus lagunas perceptivas, la construcción que le proporcionamos no
significa que hayamos hecho consciente en él mismo el contenido ICC en cuestión. Este contenido está presente
en él en una fijación doble: una vez, dentro de la reconstrucción consciente que ha escuchado y, además, en su
estado ICC originario. Luego nuestro continuado empeño consigue las más de las veces que eso ICC le devenga
consciente a él mismo, por obra de lo cual las dos fijaciones pasan a coincidir.
De esto inferimos que el mantenimiento de ciertas resistencias internas es una condición de la
normalidad. UN relajamiento así de las resistencias, con el consecuente avance de un contenido inconsciente, se
produce de manera regular en el estado del dormir, con lo cual queda establecida la condición para que se
formen sueños. A la inversa, un contenido preconsciente puede ser temporariamente inaccesible, estar
bloqueado por resistencias, como ocurre en el olvido pasajero o aun cierto pensamiento preconsciente puede
ser trasladado temporariamente al estado ICC, lo que parece ser la condición del chiste. Una mudanza hacia atrás
como esta, de contenidos (o procesos) preconscientes al estado ICC, desempeña un gran papel en la causación
de perturbaciones neuróticas.
El devenir consciente se anuda, sobre todo, a las percepciones que nuestros órganos sensoriales
obtienen del mundo exterior. Por tanto, es un fenómeno que sucede en el estrato cortical más exterior del yo. Es
cierto que también recibimos noticias CC del interior del cuerpo, los sentimientos, y aun ejercen estos un influjo
más imperioso sobre nuestra vida anímica que las percepciones externas; además, bajo ciertas circunstancias,
también los órganos de los sentidos brindan sensaciones.
Unos procesos conscientes en la periferia del yo, e ICC todo lo otro en el interior del yo, ese sería el
estado de cosas que deberíamos adoptar como supuesto. Hay procesos interiores del yo que pueden adquirir la
cualidad de consciencia, obra de la función del lenguaje que conecta contenidos del yo con restos mnémicos.
El interior del yo, que abraca sobre todo los procesos cognitivos, tiene la cualidad de lo PRECC. Esta
cualidad es característica del yo, le corresponde sólo a él. Sin embargo, la conexión con los restos mnémicos del
lenguaje no es la condición del estado PRECC. El estado PRECC, singularizado por una parte en virtud de su
acceso a la conciencia y, por la otra, merced a su enlace con los restos del lenguaje, es algo particular. Grandes
sectores del yo, y sobre todo del superyó, permanecen inconscientes las más de las veces en el sentido
fenomenológico.
Lo ICC es la cualidad que gobierna de manera exclusiva en el interior del ello. Ello e ICC se copertenecen
de manera íntima. En el origen todo era ello, y el yo se ha desarrollado por el continuado influjo del mundo
exterior sobre el ello. Durante ese largo desarrollo, ciertos contenidos del ello se mudaron al estado PRECC y así
fueron recogidos en el yo. Otros permanecieron inmutados dentro del ello como su núcleo, de difícil acceso. Pero
en el curso de ese desarrollo, el yo endeble vuelve hacia atrás, al estado ICC, y ciertos contenidos que ya había
acogido, los abandona, y frente a muchas impresiones nuevas que habría podido recoger se comporta de igual
modo, de suerte que estas, rechazadas, solo podrían dejar como secuela una huella en el ello. A este último
sector de ello lo llamamos lo reprimido (esforzado al desalojo.
Suponemos que en la vida anímica actúa una clase de energía: la energía nerviosa o psíquica, se
presenta en dos formas: una livianamente móvil y una más bien ligada. Hablamos de investiduras y
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sobreinvestiduras de los contenidos (establece una suerte de síntesis de diversos procesos, en virtud de la cual la
energía libre es traspuesta en energía ligada).
Los procesos de lo ICC o del ello obedecen a leyes diversas que los reproducidos en el interior del yo
PRECC. A esas leyes, en su totalidad las llamamos proceso primario, por oposición al proceso secundario que
regula los decursos en lo PRECC, en el yo.
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Al abandonar progresivamente la infancia, el adolescente va utilizando diversos recursos que le sirven
para moldear su nueva forma de ser y estar en el mundo. Como las viejas estrategias ya no le sirven, va en busca
de figuras que sustituyan o reemplacen a los padres. Personas, creencias, ideologías, ofrecen nuevos modelos de
identificación que le permiten ir construyendo su identidad personal.
El adolescente ha perdido su condición infantil y busca averiguar quién es. En ese proceso de búsqueda,
las amistades son las que ocupan el lugar central de identificación por fuera del medio familiar.
Los grupos constituyen una “zona intermedia” entre la persona y el resto de la sociedad. Sirven como
espacios de ensayos de conductas y prácticas sociales, sin la exigencia del mundo adulto.
En muchos casos, los grupos de adolescentes están cargados de un fuerte contenido opositor al mundo
adulto. Es un mecanismo de autoafirmación que les sirve para ser reconocidos como diferentes de los niños y de
los adultos, es decir, como adolescentes.
Arminda Aberastury enumeró tres situaciones por las que todo sujeto humano atraviesa en el pasaje de
la infancia a la adolescencia y las denominó DUELOS: se trata del trabajo psíquico que un sujeto realiza al perder
un objeto amado y que consiste en efectuar un desprendimiento paulatino. Éstos son:
- Duelo por el cuerpo infantil: el adolescente sufre modificaciones que, por su rapidez e intensidad,
provocan que viva su cuerpo como ajeno o externo, lo que le produce sensaciones extrañas y de falta de
autocontrol.
- Duelo por los padres de la infancia: los padres dejan de ser esas figuras idealizadas, que todo lo saben y
lo pueden. Los adolescentes comienzan a advertir sus debilidades y su envejecimiento.
- Duelo por el rol del niño: las conductas adquiridas durante todo el proceso de la infancia ya no le sirven
al adolescente para desenvolverse en el mundo de relación con los otros. Esto hace que deba renunciar
a su identidad de niño y la búsqueda de otra forma de ser que no es la de adulto, sino la propia del
adolescente.
Otros autores sostienen que la adolescencia no constituye un período de pasaje, sino que es un punto de
llegada a una etapa en la que hay que desenvolverse muchos años, lo cual se explica por factores sociales,
económicos, culturales y de que hoy en día, la adolescencia es idealizada por los medios masivos de
comunicación y considerada como el mejor momento del ser humano, por lo que todos quieren ser
adolescentes: es tener lo más atractivo de la adultez, en tanto desarrollo físico-sexual, y lo mejor de la infancia
por la supuesta ausencia de responsabilidades.
La adolescencia: dimensión sociológica
Los aspectos colectivos y sociales del sujeto humano, son estudiados por la sociología. Los sociólogos
muchas veces equiparan el concepto de adolescencia con el de juventud, por lo que es necesario una línea
divisoria entre ambos grupos: jóvenes menores o adolescentes, entre 15 a 19 años; jóvenes mayores o tardíos,
entre 20 a 24 años; adultos jóvenes, de 25 a 29 años.
Los adolescentes y jóvenes además de compartir la transición hacia la adultez, tienen una forma de vivir
con características propias y diferentes a las de otros grupos. Crean, recrean o copian formas culturales que se
distinguen notoriamente de las de los grupos de otras edades.
La adolescencia es un fenómeno sociocultural que posee un conjunto de actitudes y patrones de
comportamientos aceptados para todos los sujetos de una determinada edad. No es igual para todos los sectores
sociales ni para todas las regiones geográficas. Depende de las condiciones materiales de vida.
Los jóvenes menores o adolescentes son sujetos en crecimiento y formación que requieren de un
tiempo de exploración, de prueba, de consolidación de su identidad. Este proceso tiene, en los sectores medios y
altos de las sociedades urbanas, una particularidad: la dilatación del pasaje a la vida adulta, o, lo que es similar, la
prolongación de la adolescencia. Se posterga la incorporación al mercado de trabajo, lo cual repercute en la falta
de independencia económica y por consiguiente, en la ausencia de proyectos más adultos.
Este estiramiento de la adolescencia, desde una perspectiva social, se relaciona con el concepto de
MORATORIA PSICOSOCIAL, que es un tiempo que el adolescente necesita para “hacer las paces” con su cuerpo,
para terminar de conformarse y para sentirse conforme con él.
Va construyendo su subjetividad a través de una lucha por los objetos perdidos/abandonados y los
nuevos que debe tomar/adquirir.
La moratoria psicosocial es, ante todo, un período de espera otorgado a los adolescentes, desde el
mundo de los adultos, a través de la construcción de espacios y tiempos propios.
Desde otra perspectiva, la moratoria psicosocial corresponde a la necesidad que tiene la sociedad para
organizar su producción económica, pero también cultural. En las sociedades capitalistas modernas se alarga
cada vez más el proceso de capacitación de saberes y competencias para la incorporación al mercado de trabajo.
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Alrededor de la adolescencia se va construyendo una imagen que se traduce en las formas cotidianas
del hablar. El lenguaje forma parte de la cultura de un pueblo y toda cultura halla su sustento en determinadas
condiciones materiales de la sociedad y en cierto imaginario social.
El concepto de imaginario es el conjunto de imágenes –de origen inconsciente, no voluntario- que tiñen
la relación de las personas con el mundo de los otros y de las cosas. El conocimiento de la realidad estará, pues,
fuertemente condicionado por el imaginario social, que se nutre a su vez, de ciertos valores culturales,
predominantes en cada época.
El imaginario social produce que la “realidad” ya no sea LA “realidad”, sino la forma particular que un
sujeto o un grupo tiene de entenderla.
Se ha construido un imaginario social cuyo principal eje es la noción de homogeneización (como si todos
los adolescentes fueran iguales solo por el hecho de ser adolescentes).
Esquemáticamente hay 3 formas de ver o pensar a los adolescentes (no son excluyentes, coexisten):
- Juventud dorada: jóvenes privilegiados, despreocupados. Son individuos que poseen tiempo libre,
disfrutan del ocio y viven sin angustias ni responsabilidades.
- Juventud blanca: ve en ella al Mesías, al Redentor, a los personajes que salvarán a la humanidad, que
podrían hacer lo que no hicieron sus padres.
- Juventud gris: depositaria de todos los males, la delincuencia, violencia, vagancia, drogadicción, etc. Son
los jóvenes confusos, desorientados que se caracterizan por una identidad negativa, que no saben lo
que quieren y viven con angustias y frustraciones.
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particular de ser, en el que comienzan a elegir y hacer valer sus convicciones y maneras de ser- aparecen como
un sector social de gran vulnerabilidad.
Drogas y medicamentos
El fármaco-consumismo constituye una nueva modalidad de la sociedad hiperconsumista, lo cual
establece una pauta cultural: la salud y la sociedad son o pueden ser, controladas por la química.
Drogas y juventud
Los jóvenes son la reserva de la sociedad, su misión es perpetuarla para lo cual tienen que adaptarse. En
éste proceso de adaptación surgen aspectos de confrontación, que estimulan, en ciertas ocasiones, la fuerza o el
motor para el cambio social.
La incorporación de la generación juvenil a la sociedad adulta no es automática e involuntaria. Muchos
jóvenes ejercen su derecho a la crítica y propician la transformación de una sociedad que, en definitiva, es
diseñada y dirigida por los adultos.
Una verdadera adaptación es siempre activa, lo otro es sumisión, dependencia.
La droga se trata de una forma ilusoria de ejercer un rol activo –rebelde- frente a la sociedad que
impone sus valores. Una creencia de hacer algo distinto, opuesto a lo que la sociedad espera, cuando en realidad
lo que se hace, es exactamente lo mismo que sostiene la lógica del mercado, consumir.
A través de la adicción a una sustancia química, el sujeto vive la fantasía de un protagonismo inexistente.
En muchas ocasiones, como en los primeros momentos de experimentación, la droga es utilizada como recurso
de autoafirmación. Cuando la relación con una sustancia se transforma en adictiva, lo que se pone en evidencia
es la dificultad para enfrentar la realidad.
Paradójicamente, hay quienes suponen que la búsqueda de sustancias químicas es para entrar al
sistema, antes que para huir de él. Es, en una sociedad que aumenta la exclusión, una forma –fallida- de inclusión
social.
Algunos jóvenes recurren a las drogas como forma de diversión, siendo el único motivo de encuentro.
Cuando esto ocurre se pone en evidencia el empobrecimiento de la capacidad para generar otras propuestas de
diversión.
Pero no todo contacto con la droga implica ser droga-dependiente, por lo que hay que diferenciar 3
tipos de vínculo con la droga (sea de carácter legal o ilegal):
- Uso: contacto de carácter más ocasional y asistemático con la sustancia.
- Abuso: contacto permanente, regular y de exceso, pero puede realizar otras actividades, laborales, de
estudio, etc.
- Dependencia: relación con la sustancia en la que la persona no puede prescindir de ella, se encuentra
atado.
Prevención
Prevenir es anticiparse, es preparar y disponer previamente todo lo necesario para dar cumplimiento a
los objetivos planteados.
Prevenir las adicciones es reconocer, ante todo, las causas sociales de esa problemática humana. Se
intenta promover espacios –preferentemente grupales- para pensar, compartir vivencias y opiniones, etc.
Es relacionar nuestra vida personal con el marco social, reconociendo que no vivimos en un contexto
que determina en buena parte nuestras conductas. Es, también, recuperar nuestra libertad ya que nos permite
descubrir las posibilidades de participación, integración, etc.
Supone ante todo una actitud frente a la vida.
La intención es, ante todo, promover la salud. Pone el eje en el tipo de relaciones que las personas
establecen; de modo tal, que el acento estará puesto en el sujeto más que en el objeto.
Vivimos en una verdadera cultura de drogas. Se busca a través de la droga, sustitutos para soportar las
exigencias de un estilo de vida que nos impone estar siempre bien.
En última instancia, la droga está al servicio del completamiento, de una falta, de una carencia. El ser
humano es por constitución un sujeto al que algo le falta. Ningún objeto o sustancia podrá completar aquel vacío
constitutivo.
Violencia
Es una expresión de odio que, junto a su polo opuesto, el amor, son constitutivos del sujeto humano.
Con frecuencia se asocia juventud con violencia. Ser joven para ciertos sectores autoritarios es sinónimo
de ser sospechoso, drogadicto, delincuente.
Vivimos un momento histórico donde las conductas y los actos violentos atraviesan todo el cuerpo
social.
Desde una perspectiva social, la violencia hoy puede ser pensada en su relación con la falta de futuro,
pero no puede establecerse una unicausalidad.
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En un mundo donde el individualismo parece ser la única salida, hay muchos jóvenes –y adultos- que
intentan buscar espacios creativos desde donde construir horizontes.
Cuando para ciertos individuos o grupos resulta difícil construir, se destruye.
Existen grupos muy numerosos que no encuentran maneras constructivas de asociarse. Los sectores
más excluidos no encuentran alternativas a la crisis y recurren a formas violentas. Quedan librados a su propio
dominio, pero poco capacitados para ejercerlo.
Sin embargo, la violencia es una verdadera enfermedad social. Hay distintos modos de violencia: verbal,
física, de individuos, de grupos.
En los últimos años crecieron dos procesos paralelos: por un lado un mayor hostigamiento de las fuerzas
policiales hacia la juventud, en los que se asocia el ser joven con el ser sospechoso. Por otro lado surgió en la
sociedad toda, una gran preocupación sobre la seguridad personal y colectiva.
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Las aproximaciones teóricas a la juventud han evolucionado ligadas a la situación histórica, al papel de
los jóvenes en la sociedad, al mismo desarrollo de los movimientos juveniles y en función de las teorías
predominantes en cada momento en las ciencias sociales.
La historia: el surgimiento de la juventud como grupo social
Se puede rastrear la existencia de grupos de jóvenes por consideraciones de edad desde las sociedades
primitivas a las primeras civilizaciones de la Antigüedad, pero la juventud como grupo social definido no cobró
importancia hasta la modernidad. Las sociedades europeas preindustrializadas no establecían una clara
distinción entre la infancia y otras fases de la vida preadulta: en la Edad Media y a principios de la Edad Moderna,
entre las clases populares, a partir de los 7 años “los niños entraban de golpe en la gran comunidad de los
hombres”. La adolescencia llegaba hasta los 21-28 años y la juventud se alargaba hasta los 40-50.
La modernización introdujo cierta autodeterminación de la juventud en relación con el acceso a una
casa o a un mercado de consumo, la configuración de un etilo de vida propio o una elección matrimonial
independiente de la riqueza o de las propiedades, al igual que supuso la creación de espacios para los jóvenes en
los núcleos urbanos.
Los grupos juveniles adquirieron una mayor autonomía y responsabilidad.
El proceso de conformación de la juventud como grupo social definido se inició en Europa entre finales
del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Fueron importantes las consecuencias de los cambios producidos por la
modernización económica, social y política, y el desarrollo del Estado moderno, que creó toda una serie de
instituciones y reglamentaciones que por una parte aumentaron el periodo de dependencia de los jóvenes por
consideraciones de edad y por otra les dieron un perfil característico y facilitaron tanto su organización como su
actuación de forma independiente.
Entre los factores que favorecieron el desarrollo de la juventud como un grupo de edad claramente
definido destacan la regulación del acceso al mercado laboral y de las condiciones de trabajo de niños y
adolescentes; el establecimiento de un periodo de educación obligatoria que se fue ampliando con el paso del
tiempo; la creación de ejércitos nacionales a través del servicio militar obligatorio; o la regulación del derecho de
voto. Estos procesos separaron a los jóvenes de la economía tradicional y familiar y de su dependencia de las
leyes de herencia, a la vez que distinguieron –a través de la edad- a los niños de los adultos capacitados para
trabajar. Algunas de estas instituciones no eran nuevas, pero sí lo era su extensión a todos los estratos sociales.
Sin embargo, el proceso de modernización tuvo diferente ritmo y cronología en los distintos países, lo
que también se reflejó en la problemática juvenil.
La ampliación de la edad de dependencia fue un proceso que tuvo distinto ritmo en las diferentes clases
sociales. Se inició entre las clases altas y medias y la idea de adolescencia no se aplicaba por igual a las mujeres y
a los jóvenes de clase obrera.
La extensión del periodo de dependencia tropezó con la oposición de las mismas familias obreras, que
necesitaban los ingresos extra.
La industrialización, especialmente la llamada 2da revolución industrial, provocó grandes cambios en la
formación y la vida laboral de los jóvenes. Los sistemas de aprendizaje que regulaban la oposición de los jóvenes
en la Europa preindustrial sufrieron una compleja transformación: el camino para trabajos más cualificados y
mejor pagados empezó a depender de la extensión de la educación o la cualificación profesional.
Las consecuencias de la industrialización, como la concentración de la población en las ciudades debido
a la emigración –principalmente de jóvenes- desde el mundo rural, o la regulación del trabajo por tiempo y
salario, hicieron que la gente joven pasase a ser un grupo definido y con mayor independencia en las ciudades.
Así, en muchas partes de Europa, la juventud surgió como un fenómeno urbano.
Esta concentración en las ciudades y el aumento del tiempo libre introdujeron también importantes
cambios culturales, con el desarrollo de las actividades de ocio, que se hicieron cada vez más organizadas y
comercializadas. Sin embargo, el acceso a estas nuevas formas de ocio estuvo al principio limitado a las clases
medias y altas. Esta diferenciación se mantuvo durante bastante tiempo. Así, la formación de grupos de jóvenes
obreros en la calle fue fuente de fricciones con la policía.
A las diferencias económicas, sociales y geográficas hay que añadir las de género y, en muchos países,
las de raza/etnia.
A lo largo del siglo XIX se fue afirmando también la idea de que la situación de los jóvenes trabajadores
en las ciudades podía potenciar la delincuencia juvenil, o, al menos, la indisciplina. Con el fin de crear una
“juventud respetable” se formaron organizaciones juveniles patrocinadas por los adultos en distintos países de
Europa.
El proceso de modernización y la conformación de la juventud como grupo de edad definido permitieron
el desarrollo de movimientos juveniles independientes. Estos movimientos surgieron primero en el ámbito de la
enseñanza superior: las organizaciones estudiantiles universitarias se empezaron a formar en Europa tras las
guerras napoleónicas, y en muchos casos, estas asociaciones de estudiantes estuvieron en el origen de la
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movilización política juvenil. Las primeras organizaciones juveniles obreras surgieron por el agrupamiento de los
propios jóvenes por sus derechos.
La compleja –y a veces conflictiva- relación entre las organizaciones juveniles y las organizaciones de
adultos ha hecho que se distinga entre los movimientos juveniles creados, organizados y dirigidos por los adultos
y las organizaciones para gente joven creadas, organizadas y dirigidas por los mismos jóvenes, lo que ha llevado a
hablar de “juventud en sí” y “juventud para sí”.
La primera gran oleada de movilización juvenil se produjo en Europa en el período de entreguerras. Las
vidas de muchos europeos quedaron inevitablemente unidas por los problemas que surgieron como
consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que tuvo un especial impacto en los jóvenes. La guerra bloqueó,
debilitó o cambió radicalmente las principales instituciones sociales en que se llevaba a cabo su socialización.
Tras la Gran Guerra se hizo patente un creciente interés de los grupos políticos por la juventud y la
programación sistemática de actuaciones dirigidas a captar a los sectores juveniles de la población: tras la
devastación producida por la guerra en casi todos os países beligerantes, se esperaba que la juventud fuera la
fuerza dirigente de un futuro renacimiento: los jóvenes empezaron a ser vistos no sólo como la gente con
problemas necesitada de ayuda o protección, sino también como la fuerza para la renovación y la regeneración.
Pero la guerra llevó a muchos jóvenes a buscar nuevos caminos y soluciones, y a abandonar los valores
sociales tradicionales, mantenidos por los adultos que habían fracasado y les habían fallado. La crisis económica
de 1929 afectó de forma importante a los jóvenes, no sólo porque el desempleo fue importante entre ellos, sino
porque las respuestas a éste y a la crisis económica les afectaron de forma directa: por ejemplo, las familias
retiraron a sus hijos de los centros de enseñanza y los gobiernos recortaron sus presupuestos educativos. Y así, la
participación política alcanzó el carácter propio de la nueva sociedad de masas en el período de entreguerras: se
produjo una politización cada vez mayor de los jóvenes, un crecimiento de las organizaciones juveniles y de su
autonomía, y la juventud jugó un papel destacado, e incluso protagonista, en la conflictividad social y política del
período.
Fue en el período de entreguerras cuando se sentaron las bases de las organizaciones estudiantiles
internacionales. Esta organización y movilización juvenil cada vez mayor hizo que se desarrollaran estudios
académicos sobre la juventud y su problemática desde principios del siglo XX.
Los intentos de explicación
Aunque clásicos como John Locke o Jean Jacques Rousseau iniciaron la definición moderna de la
adolescencia y la juventud, el concepto de adolescencia surgió en el ámbito académico con el libro de Stanley
Hall. Éste partía de las características físicas y psicológicas de la pubertad para desarrollar una noción biológica
de juventud que asociaba la adolescencia –comprendida entre los 14 y los 24 años-, con un período de tensión y
desorden emocional, de confusión interna e incertidumbre, que llevaba a desequilibrios emocionales que podían
provocar desórdenes, desviaciones y neurosis y que comúnmente se expresaban en conductas egoístas, crueles o
criminales. Las obras de Sigmund Freud y sus seguidores reforzaron este modelo e impulsaron la definición del
periodo como innatamente difícil y problemático, además de universal.
Las primeras aproximaciones sociológicas al concepto de juventud se elaboraron en los años 20 del siglo
XX.
Fue en el período de entreguerras cuando se desarrollaron las principales teorías generacionales en que
se siguen basando en gran medida los estudios actuales que parten del concepto de generación.
Se considera a la Gran Guerra como uno de los orígenes de la “cuestión juvenil”, lo que provocó que los
estudios sobre los jóvenes continuaran durante la 2da Guerra Mundial. Esta percepción de la importancia de la
“cuestión juvenil” también influyó en el desarrollo de nuevas políticas dirigidas hacia los jóvenes, como la
ampliación del derecho de voto o la extensión de la educación obligatoria hasta incluir la enseñanza secundaria.
Desde el funcionalismo se enfatizaron las funciones positivas de la juventud en la integración social, aun
considerando la juventud como un periodo de “considerable tensión e inseguridad”.
A partir de los años 50 surgió una visión más relativizada y sociológica que veía la adolescencia, en las
condiciones cambiantes de la sociedad contemporánea, como un periodo de “crisis de identidad” y “moratoria
de rol”, que se caracterizaría “por la combinación de impulsividad y de disciplinada energía, de irracionalidad y de
animosa capacidad”, motivada por factores biológicos y psicológicos.
La especificidad de la juventud es “una norma construida históricamente, desarrollada socialmente e
interiorizada psicológicamente”. La juventud como fenómeno social depende, más que de la edad, de la posición
de la persona en diferentes estructuras sociales, entre las que destacan la familia, la escuela, el trabajo y los
grupos de edad, y de la acción de las instituciones estatales que con su legislación alteran la posición de los
jóvenes en ellas. La existencia de la juventud como un grupo definido no es un fenómeno universal y, como todo
grupo de edad, su desarrollo, forma, contenido, y duración son construcciones sociales y, por tanto, históricas,
porque dependen del orden económico, social, cultural y político de cada sociedad; es decir, de su localización
histórica y del modo en que la “juventud” es construida en una sociedad.
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Ficha de cátedra (Aliani) HALL “Tempestad e impulso”
Tiene una perspectiva evolucionista donde la cultura se incluye en la adolescencia para llegar a un
estudio civilizado. Plantea la adolescencia como una etapa crítica plausible a las desviaciones.
Le da mucho hincapié a la posibilidad de la moralidad a través de la adaptación a la cultura. A través de
los vínculos, los factores ambientales y los medios. Y piensa que el adulto no debe intervenir en el desarrollo de
los niños. Pero si en la adolescencia para reencausarlos.
Plantea 4 etapas:
⮚ Infancia (0-4): donde sucede una recapitulación con la etapa animal a través del gateo, pone todo su
peso en lo sensorio-motriz. Y va a haber aprendizajes de preservación. Los plantea como
antropoides.
⮚ Niñez (4-8): donde el niño se comporta similar al hombre de las cavernas a través del uso de
herramientas.
⮚ Juventud (8-12): donde sucede un retiro paulatino del salvajismo. El individuo empieza a aprender
respeto a su entorno.
⮚ Adolescencia (a partir de los 12): lo plantea como un segundo nacimiento (se despertaban
características genéticas que se conciliaban con la sexualidad puberal) al igual que Doltó. Es una
etapa privilegiada para el progreso de la humanidad a través de la educación en lo relativo a la
inteligencia, la ética y la religiosidad. Donde se llega a un estado civilizado, a través de la adhesión a
las normas. Es un momento angustioso, crítico marcado por el salir del individualismo para empezar
a tener en cuenta al otro. El adolescente tiene una vida fluctuante, donde entra en un período de
euforia, y a la par a uno de tristeza, necesidad de soledad y a la vez de grupo (ambigüedad). El los
describe como que no saben qué es lo que quieren, y le da mucha relevancia al efecto de la religión
en esta etapa de la vida.
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peligro con cierta prudencia, puede ayudar a morir a la infancia para alcanzar otro nivel de dominio en la vida
colectiva. Más allá de que ése proyecto se concretice, lo que la autora parece valorizar en él es la posibilidad de
que oficie de transición permitiendo al joven desplegar sus recursos, dándole un decurso y tramitación
constructiva a la vida pulsional.
La adolescencia no es solo “mutación” del cuerpo, conlleva procesos complejos y tiempo de
resignificación para la construcción de una posición adulta. A la vez esta posición adulta ha de construirse inserta
en determinado contexto socio-historico-político.
Dirá que la mitología helénica es dialéctica: el mito de la eterna juventud que vence a la muerte es
completado por el mito antinómico de la juventud efímera. La juventud emparejada constantemente con la
muerte. “Hay una intuición genial en los griegos que explica de manera simbólica que la adolescencia y la muerte
están absolutamente unidas, son íntimas”. A raíz del mito de Narciso, dirá que éste no ha podido arriesgarse en el
amor con otro y está condenado por haberse replegado al amor de su imagen visual. Si en la actualidad hay cada
vez más adolescentes desesperados –así se dice que huyen del mundo imaginario de la droga, o al otro,
imaginario también, de la muerte que es el suicidio, pienso que es porque carecen de ritos de paso donde los
adultos decreten “a partir de ahora cuentas, eres una persona de valor” (podría decirse que hay una analogía con
ese momento del estadio del espejo en que la madre le da el mensaje al hijo de “eres digno de ser amado”).
Doltó ubica su intervención por la vía del deseo, buscará poner al día el origen del deseo (o no deseo)
que anima a su joven interlocutor. La autora extiende su propuesta para esta tarea en dos vehículos privilegiados:
la pedagogía y la comunicación.
Hace referencia también a cómo el manejo que los medios masivos de comunicación realizan de
distintos casos de suicidio en adolescentes tiene un efecto concomitante en la construcción de las
representaciones que forjan los sujetos.
En cuanto a las causas del suicidio en adolescentes, contempla factores sociales, culturales, familiares y
psicológicos. Habla sobre cambios en la calidad de la vida familiar, fenómenos sociales, presión por el fracaso
escolar, angustia ante el futuro. Hay otros factores que pueden entrar en juego también como ser la muerte o
suicidio de un padre o amigo, la explotación del suicidio por los medios, el carácter romántico atribuido al acto
por adolescentes. Las ideas de suicidio son algo imaginario, y el deseo de llegar verdaderamente al suicidio es
mórbido. Se podría leer aquí que la autora hace una diferenciación de orden clínico entre las ideas de muerte en
el adolescente asociadas a la muerte de la infancia que ha de operar o procesar, de aquellas tendencias suicidas
ancladas en condiciones de estructuración psíquica.
Al abordar el tema de la droga y los adolescentes, expresa que el uso de drogas por los jóvenes se ha
convertido en un problema capital de la mayoría de los países industrializados. Distingue entre uso esporádico,
abuso y consumo.
La autora enuncia “creo que corresponde a los jóvenes adoptar una posición sobre el uso de las drogas
blandas, no a los educadores. Se trata menos de prohibir que de interesarse por lo que arrastra a los jóvenes a
tomar droga. Sería preciso comprender qué simbolismo tiene la avidez de bebida, la necesidad de droga. La
droga neutraliza el camino de la libido hacia la creatividad y hacia la procreación”.
A modo de conclusión: La propuesta de Doltó sobre la adolescencia está en una arista entre el discurso médico y
el psicoanalítico. Concibe a la adolescencia como una construcción moderna.
Apela a saber descifrar el deseo, a escuchar al adolescente, recurriendo a la vez, a estrategias de orden
pedagógico en la medida que exhorta, advierte, sugiere, regañar a los adultos, educadores, profesionales.
UNIDAD II
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J-P. Changeux: “ la psiquiatría deberías de ordenar completamente su práctica. Hasta ahora
la sintomatología está fundada únicamente en el discurso. Esto debería cambiar totalmente,
se debería abandonar totalmente los problemas de la significación y encontrar criterios
objetivos de la desviación mental, criterios cuantitativos”.
En otra parte hablando de Chomsky, Changeux dice: “el dice, más o menos, que siempre se
considero que el lenguaje y los problemas del espíritu formaban parte de un campo
totalmente diferente de las estructuras biológicas tradicionales, Las que expliquen el
funcionamiento del corazón y el hígado, por lo que propone que hay que volver a estudiar
lenguaje sobre las bases parecidas a las que se sirven para estudiar esas funciones”.
Miller: “El lenguaje como el hígado. ¿Le prevé que esto tenga algún porvenir?”
Changeux: “Exactamente como el hígado. Quizás un biólogo sismo excesivo, pero la idea de
base es buena”
Changeux: “No hay que abusar, Chomsky es un poco esquemático, lo admito, pero lo que
con eso quiere decir es qué hay que estudiar el lenguaje como lo haría un biólogo”
El autor inicia este ensayo retomando la ironía mileriana para desplegarlo en sus alcance.
Por seres naturales entendemos a características comunes de una misma sustancia, que se
dividen en tres grandes grupos: reino mineral, reino vegetal y reino animal.
• en cuanto a la definición de animal: animal, nombre científico de todos los seres vivientes,
excepto las plantas. Relativo a la parte sensitiva de un ser viviente, a diferencia de la parte
racional. Ser orgánico que vive, siente y se muere por previo impulso.
nosotros podríamos pensarnos como seres en sí, al modo de ser es que permanecen
idénticos asimismo y determinado absolutamente por su inmanencia.
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A fines del siglo XX el biólogo aleman Jakob con Uexküll revolucionó el estudio del
comportamiento al demostrar que la pertenencia a un ambiente debía pensarse como la
interiorizaxion de dicho ambiente en cada especie.
•Habría en el ser humano una apertura a lo otro, como lo no animal, lo no natural que no es
pura sustancia corporal dada solo en movimiento o en la sensibilidad, como lo explicaría el
diccionario. ¿pero que sustancia serie esta de lo otro? ¿Cuáles serían sus consecuencias? El
hombre se define por lo que podríamos denominar un fuera de sí, por su inclusión en un
lenguaje que define su existencia correlativamente a su falta-en-ser.
La segunda está en relación a su inermidad que sólo puede ser satisfecha por otro ser
humano que opera gracias a ese universo simbólico y al mismo tiempo es urgente.
•Hay una subversión Sin retorno del orden natural, inexorable para complementar el
proceso de hominizacion.
•Los simbólico crea la cosa para el sujeto, quien lo acota, delimita, define y ofrenda para su
captura. Captura que no circulará de inmediato sino por los carriles de lo aparente, lo
imaginario, imprimiendo le visos de verosimilitud y naturalidad a lo real en una captura
ingenua y cotidiana.
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La “idea de base” para un modelo de investigación de lenguaje, como el expresara Changeux
supondría para el ir de las formas orgánicas más simples a los sistemas simbólicos más
complejos. La suposición de este continuismo en el hombre ¿tiene algún correlato para la
naturaleza? ¿existiría en el mundo animal alguna forma de lenguaje que lo corrobore? hasta
lo que se conoce, la forma de comunicación animal demuestran ser muy rudimentarias
comparadas a los modos de expresión que contendrían los caracteres y las funciones
humanas. Una comunicación lingüística parecería faltan los animales, aún cuando
pudiéramos inferir ciertas formas de mensajes hablados.
Pero ante esto se establece: “el conjunto de estas Observaciones hace aparecer la diferencia
esencial entre los procedimientos de comunicación descubierto en las abejas y nuestro
lenguaje. Esta diferencia se resume en el término que nos parece más apropiado para
definir el modo de comunicación empleado por las abejas; no es un lenguaje, es un código
de señales. Resultan de hecho todos los caracteres: la fijeza del contenido, la invariabilidad
del mensaje, la relación con una sola situación, la naturaleza en descomponible Del
enunciado, su transmisión unilateral. No deja de ser significativo, con todo, que este código,
única forma de lenguaje que se haya conseguido descubrir hasta la fecha entre los animales,
pertenezca a insectos que viven en sociedad”
3. Naturaleza, sociedad y cultura. El autor hace referencia a que Jacques Lacan toma una cita
de Saussure: “la dualidad etnográfica de la naturaleza y la cultura está en vías de ser
sustituida por una concepcion ternaria: naturaleza, sociedad y cultura, cuyo último término
es muy posible que se redujese al lenguaje, o sea a lo que distingue esencialmente a la
sociedad humana de las sociedades naturales”
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Como lo han demostrado levi strauss y Freud la prohibicion del incesto Funda el acceso del
hombre al registro simbólico, a su existencia social. En la primera ley que nos aparta del
estado de naturaleza, en una discontinuidad absoluto con la universal, espontáneo,
reproductivo, instintivo y hacer uso de la misma. La provisión regularía y codificaría la
relaciones entre los humanos. En la regla que introduce un orden en el caos y en el azar de
las relaciones. La prohibición del incesto Sería ordenadora de la cultura como lo es el
complejo de Edipo en los sujetos para Freud.
•La cultura es lo que hace surco entre el hombre y la naturaleza, produciendo un saber y
una satisfacción singular que van más allá de lo destinado por la necesidad.
Hemos visto que el lenguaje y todas las leyes que en el se articulan dan cuenta de un nuevo
orden en lo humano que lo sustraen del naturalismo instintivo.
afirmamos que el instinto denota un paquete conductual, transmisible por vía genética que
es patrimonio una especie. Caracterizado por la ausencia de la flexibilidad que podría darle
lo simbólico, no requiere de ningún grado de inteligencia o destreza particular en el
individuo que lo accione.
Fijeza Y rigidez apuntan a satisfacer necesidades vitales de la especie por medio de una
ligazon prefijada a un objeto adecuado.
Freud establece una distinción entre excitaciones externas, por lo general únicas y
momentáneas y excitaciones internas de origen somático. no sólo la pulsión emana de una
fuente somática, sino que su satisfacción no puede ser obtenido por medio de una acción
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dirigida hacer exterior. El sujeto debe poner en juego una serie de comportamientos
complejos, cuyo objeto será modificar (reducir) la fuente interna excitación.
•En Freud, las pulsiones tienen un destino, y brindan la ocasión de relatos más extensos y
pormenorizados, a través de migraciones, sustituciones, entrecruzamiento de diferentes
metas o objetos. Se trata de un recorrido complejo al que es necesario tomar en
consideración, y que ya no era una simple ida y vuelta entre la acción y la reacción.
•La agencia representante de la pulsión Es un concepto que utiliza Freud para designar los
procesos en los que la pulsión encuentra su expresión psíquica, es también la ligazón entre
un representante psíquico y un Quantum de afecto.
•La pulsión deberá ser ligada por el sujeto por medio de una acción que no le es inmanente
a la pulsión misma, pues como veremos esta no tiene un objeto predeterminado.
La acción por consiguiente, para superar este hiato biológico, deberá realizarse
necesariamente por medio de un acto simbólico habilitado culturalmente.
La pulsión sería el impulso que demandaría Una descarga por medio de una acción
específica, en tanto, no hay un formato biológico que le predetermine en su satisfacción. Tal
acción de mujer a tener recorridos complejos, diversos inconscientes, derivado del hecho de
originarse en una apropiación singular de una herencia simbólica. En definitiva, La hipótesis
que abonamos, es la de un sujeto impulsado por un deseo que ha sido marcado por un otro
originario, y que deberá realizarse de alguna manera en su existencia cultural.
5. Objeto.
Vemos como en tres ensayos, Freud nos connota lo versátil de la satisfacción sexual
humana, de la variabilidad de indeterminación de los objetos utilizados para tales fines. La
satisfacción puede buscarse tanto en el propio cuerpo, una persona del otro sexo, del
mismo sexo o hasta un objeto animado o inanimado.
Lacan va a cuestionar la noción de una pulsión genital a la cual las pulsiones parciales
estarían completamente integradas de manera armoniosa. Éstas son parciales, no en el
30
sentido de qué sean parte de un todo, sino porque sólo representan parcialmente la
sexualidad, no representan la pulsión reproductiva de la sexualidad, sino su dimensión de
goce. El objeto se va a concebir para Lacan siempre como parcial.
si bien la idea de un impulso moroso lleva a Freud a proponer una totalización del objeto,
siendo el amar la expresión de la aspiración sexual como un todo. Es también el, quien
propone el amor ligado el concepto de narcisismo. ¿Qué se ama? ¿Cuál es el objeto de
amor? Sin duda amar está ligado al otro, pero en primer término está ligado al narcisismo.
Se llama conforme a lo que uno quisiera ser, a lo que uno es bueno que una fue. Si el objeto
se pretende total estamos en la dimensión del amor. No se trata de lo mismo cuando
hablamos de las pulsiones y sus destinos, que son recortes, marcas desprendidas del otro y
puestas en zonas parciales Del cuerpo del niño. Ninguna pulsión representaría la integridad
de la tendencia sexual. Freud nos evoca una tendencia pulsión al totalizadora en relación al
amor y a la vida, pero también nos recordará su intrincacion con la pulsión de muerte y su
capacidad destructiva y desintegradora.
• El objeto de la pulsión sería aquello que nos indica que lo que encontramos no es lo que
buscamos.
Por ejemplo: partamos del primer objeto de satisfacción. ¿el objeto de la pulsión era la gets,
la leche o la madre? No será nada de eso, ha de ser el desencuentro, el hecho de que el
encontrar eso se constate que no lo es. El objeto sería el seno en el momento del destete,
cuando se lo pierde. Es así, dónde, y cuando se constituye este objeto. Aquello que no logra
reintegrarse de la primera vivencia de satisfacción, argumenta Freud y que sólo puede
recuperarse por medio de la fantasía. Con la sustracción de lo real es posible la
metaforizacion del objeto del deseo, como marca de un resto de insatisfacción que se
desplazamiento metonimicamente.
6. Fuente.
• Podemos definir Cuatro objetos de la pulsión: anal, oral, escópica, invocante. Ellas están
articuladas a cuatro zonas de intercambio, que son a su debido tiempo objeto de la
demanda significante del otro: el ano, la boca, los ojos y el oído.
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estas zonas conformaría en zonas de bordes que pulsan abriéndose o cerrándose a la
demanda del otro según los ritmos de la represión. Es en relación a estos lugares y a su
metaforizacion discursiva donde veremos estructurarse todos los síntomas del orden
psíquico. la historia del sujeto estructuró simbólicamente la apertura y cierre de estas zonas.
Pero también físicamente estas zonas pueden abrirse y cerrarse, siendo muchas veces el
último recurso de los sujetos ante acontecimientos que sobrepasen tales umbrales de
procesamiento psíquico.
7.Meta
La meta de una pulsión es en todos los casos la satisfacción que solo puede alcanzarse
cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión. Pero si bien es cierto que
esta meta última permanece invariable para toda pulsión, los caminos que llevan a ella
pueden ser diversos, de suerte que para una pulsión se presenten múltiples metas más
próximas o intermediarias, que se combinan entre sí o se permutan unas por otras. La
experiencia nos permite también hablar de pulsiones de meta inhibida, en el caso de
procesos a los que se permite avanzar un trecho de n el sentido de la satisfacción pulsional,
pero después experimentan una inhibición o una desviación. Cabe suponer que también con
tales procesos va asociada una satisfacción parcial.
• Las pulsiones están cuartas en su meta, experimentando una inhibición o una desviación,
sólo siendo posible una satisfacción parcial
Freud habla de cuatro destinos posibles de las pulsiones: la represión, la vuelta contra sí
mismo, la transformación en lo contrario, la sublimación.
• en el segundo destino el sol retira el flujo pulsión al del objeto sexual exterior y se vuelve
sobre sí mismo, así la investidura que cargaba el objeto es reemplazada por una investidura
narcisista.
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• en el cuarto la moción pulsiónal desviada de su destino para tomar la vida de la
sublimación, el fin y el objeto sexual son coartados en beneficio de otro fin y objeto de
carácter cultural.
8. Esfuerzo.
Por esfuerzo de una pulsión se entiende su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la
exigencia de trabajo que ella representa. Ese carácter escorza te es una propiedad universal
de las pulsiones y aun si esencia misma. Toda pulsión es un fragmento de actividad, cuando
negligentemente se habla de pulsiones pasivas, no puede mentarse otra cosa que pulsiones
con una meta pasiva.
9. La maldición del sexo. ¿Qué saber nos distingue del reino animal? ¿Qué diferencia
determinante introduciría el lenguaje humano? Saber que nuestro propio cuerpo es mortal
y sexual. Saber que de desplaza y prolifera invadiendo todo nuestro o lenguaje. Ser seres
hablantes. El lenguaje deshace la unidad vital del organismo y altera su finalidad de
supervivencia y reproducción, produciendo más allá que siempre tiene la forma de una
ilusión en el discurso de un sujeto. Escuchar este malla de los irracional abre el campo de la
interpretación de los alusivo, bajo el cual el deseo fluye a través de los significantes que se
emiten. Lo esencial para la escucha un psicoanalista no serás ir en forma exacta una
referencia para cada palabra del paciente, como lo haría un médico, sino poder develar la
propiedad alusiva de estas palabras respecto del cuerpo del propio enunciador.
• la maldición del sexo son aquellos significantes que quedan como signada nivel fantasma
tico y a los cuál es el paciente cree fielmente. Cree que la Infelicidad le habla por medio de
ellos y le da un sentido su drama sintomático. Debido a esta maldición no es más que una
interpretación del sujeto sobre su origen en el lenguaje como s
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Atravesado por la función fálica, el hombre no se hace tal hasta no incluirse entre sus semejantes, según
Lacan. Función fálica que conlleva la exigencia social de acatamiento de la ley de prohibición del incesto.
La prohibición del incesto funda el acceso del hombre al registro simbólico, a su existencia social. La
prohibición regula y codifica las relaciones entre los humanos a través de los lazos de parentesco y alianza,
garantizando la existencia y continuidad de un grupo. En tanto ley vehiculizada por el lenguaje, limita un impulso
sexual primitivo. La prohibición del incesto es al grupo lo que el complejo de Edipo al sujeto.
Es un acontecimiento cultural, ya que la prohibición como mandato abre el espacio de su propia
transgresión como el lugar de una demanda inextinguible. Tal vez por ello, todo ritual de iniciación adulta
exponga un monto de dolor. Así, el dolor comportaría la exigencia de la instauración de una marca que recuerde
la renuncia a una antigua satisfacción natural que, al mismo tiempo, pueda recordarnos la existencia de un
castigo.
La castración permite ordenar lo psíquico, pone a funcionar la ley, hace surgir la posición sexuada como
límite que nos enfrenta a la muerte. Límite que, al mismo tiempo, arma enigmas que se relacionan con el
nacimiento, la muerte y el ser. Una marca que nos humaniza, que hace que tanto el hombre como la mujer, para
acceder al encuentro del partenaire en el juego sexual, estén dispuestos a pagar el precio de la castración.
Las huellas dejadas por el deseo de transgresión están dramatizadas en los síntomas.
El síntoma aparece portando el mensaje cifrado de una renuncia, de una herida narcisista por la que no
se termina de hacer duelo.
El sujeto para poder vivir y hacer lazo necesita tramitar las marcas que le vienen del Otro.
Si el rito trabaja como acto de inscripción de un acontecimiento biológico es porque no ha un estadio
producto de una sucesión metonímica natural, sino que se requiere de un suceso simbólico que anoticie y
nomine, que enlace y separe al mismo tiempo.
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"mirada" somos responsables? ¿Podemos pensar que se adscribe a una mirada similar por parte de los
adultos cuando de ver a los adolescentes se trata? ¿Esta mirada es nueva, o es un mal tan viejo como
años tiene la diferencia generacional? Obviamente los siglos cambian, las culturas cambian y ¿las
miradas, también cambian? Desconfiemos... Desconfiar implica reparar en la mirada adulta, en el lugar
en que esta se posiciona, juzga y sanciona. Sujetos a la evaluación adulta los jóvenes deberían dar
cuenta de dónde están, qué hacen, cómo lo hacen y para qué. Antiguamente este control operaba bajo el
precepto de que podrían elegir mal o desviarse y el adulto debía oficiar de tutor; pero ahora, en esta
última década, Los adultos necesitan saber para otro fin.
Nos admiramos al ver que el nuevo objetivo es: para estar ahí, para hacer eso, para ser eso. Los
adultos plagian a los adolescentes, quieren tomar su lugar y permanecer indefinidamente púberes. En
este sentido podríamos decir que así como el adolescente debe ocupar una posición frente a la crisis en
sus modelos identificatorios y asumir su castración; esto no será sin un adulto que ya haya transitado su
propia crisis. El sitio de la mirada adulta deberá entonces cuestionar su propia imposibilidad, la
imposibilidad de un cierre que ajuste las generaciones como si fuesen lo mismo, y se topará con la
hendidura propia del cambio que supone el traspaso de una generación a otra. Poder soportar la
incertidumbre y lo incierto del devenir, permite trabajar sobre lo que se transmite y lo que se hereda, sin
desentendernos de que como adultos formamos parte de lo que la adolescencia es o puede ser.
Siguiendo la idea, podríamos aseverar que como adultos estamos obligados a poner a disposición, como
decíamos antes “la imposibilidad del cierre", de sutura, en síntesis, la falla o la falta. Razón que nos
lleva a pensar nuevamente en nuestra forma de mirar. ¿Esta mirada propicia o habilita al adolescente a
significar los cambios a los que la “vida” los enfrenta? ¿Permite simbolizar la sexualidad y la muerte?
¿Qué sucede cuando el adulto reniega su falta? ¿Qué ocurre cuando los adultos miran con envidia al
adolescente? ¿Y cuando nadie quiere envejecer, cuando nadie se arruga, cuando madurez ya no es más
sinónimo de posibilidades y sabiduría, sino puro detritus?
Transmisión y función paterna: Freud trabaja que si los procesos psíquicos de una generación no
prosiguieran desarrollándose en la siguiente, cada una de ellas se vería obligada a comenzar desde un
principio el aprendizaje de la vida. En relación con este particular, Freud toma las palabras del poeta
Goethe: «Aquello que has heredado de tus padres, conquistalo para poseerlo.>>
Bajo la forma de costumbres, ceremonias y prescripciones es como las generaciones ulteriores
han conseguido asimilar la herencia. Los códigos culturales tramitan estabilidades y regulaciones; pero,
en la perspectiva histórica hay que poder leer que los códigos nuevos se construyen con las ruinas de los
antiguos. El hombre reacciona frente a aquello que recibe, asimila la herencia afectiva de aquellos que
lo precedieron pero no como receptor, sino como un heredero. Este lazo es paradojal al mismo tiempo
que liga - desliga, genera continuidad-ligadura y discontinuidad-desligadura. En este punto es inherente
al lazo filiatorio la transmisión de la falla. Lo que se transmite es el acto mismo de transmitir, la
continuidad entre generaciones depende de la posibilidad de pasar algo de una generación a otra, y este
pase no se refiere a otra cosa que a la discontinuidad misma. Lo que se pasa de una generación a otra, lo
que se transmite, es la marca de la castración; la cual ubica al sujeto como sexuado y mortal dentro de la
especie. Instituirse en la humanidad implica para el sujeto introducirse en la división poniendo en
escena algo del orden de lo que falta. Este período actúa entonces como espacio para el armado de un
lazo que oficie de relevo del lazo familiar interdicto por el incesto.
Retomemos la pregunta que nos quedó abierta ¿Qué habilita hoy la mirada adulta?
La adolescencia como fitiche: Una manera de mirar de la que nos podríamos hacer responsables es de
esa mirada envidiosa.. Se dice que el envidioso quiere lo que otro posee, alguien “goza" en lugar de él.
Mirada neurótica si las hay, pero ¿no era esta-la mirada que el niño jugaba para con el adulto? Llegar a
ser grande para tener una mujer como la de papá, un auto como él, un trabajo, plata, casa, poder de
decisión.. Sin embargo ahora la mirada de anhelo, de deseo, mira hacia atrás. No se trata de crecer, hay
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que evitar hacerlo. La mirada adulta "fetichiza” a la adolescencia y con ella al adolescente cuando
detiene el proceso que permitiría la inscripción del límite y la posibilidad de ir hacia delante, de crecer.
“En la instauración del fetiche parece serlo, mas bien, la suspensión de un proceso, semejante a
la detención del recuerdo; acaso se retenga como fetiche la última impresión anterior a la traumática, la
ominosa (unheimlich)".4
El adulto detiene el proceso de subjetivación de la castración cuando objetaliza a la adolescencia. Su
mirada ha constituido como traumático el encuentro con algún signo de su propia decrepitud y hace un
acting con posturas tales como: Yo quiero eso que vos tenés.
El adolescente impávido ante esta escena se cree activo pero esta actividad es falsa ya que la
posición que encara el fetiche es pasiva.. Cuando el adolescente se anoticia de esto, una forma neurótica
de resolverlo podría ser entrar en una actividad compulsiva para impedir que este augurio se cumpla. Es
allí, que nos encontramos con las infinitas formas patológicas de los consumos. ¿Podríamos pensar que
a veces estas aparecen como respuesta neurótica (y no perversa) ante el horror angustioso de poder
colmar al Otro?
El adolescente cuando es fijado por la mirada adulta en ese lugar pasivo de objeto experimenta
algo intolerable. En la fetichización se deniegan las marcas de la diferencia sexual, niño-adulto,
madre-hija, joven-viejo, mortal-inmortal, etc. En este cinismo de objetalizar la adolescencia no se
constituye una demanda de amor, no se espera nada del otro amorosamente. Tal vez sea por esto, que las
masas entran en un estado ciclotímico cuando ante la caída de la escena fetichista la demanda de amor
no tiene otra forma de expresarse más que en el sentimiento de angustia. Ser “joven", es el objeto que
encarna un plus de goce que fascina más al adulto que al adolescente. Por suerte muchos adolescentes
no se fascinan; no se sienten ni tan bellos, ni tan lisos, ni tan delgados, ni tan afortunados, la escena es
invivible no se pueden quedar ahí.
Sin embargo, el ingenio popular no descansa y cuando los adultos cada vez más pretenden ser
adolescentes, el sentimiento de lo invivible se hace presente, la adolescencia se les escapa por algún
pequeño agujero. Los adolescentes promueven formas nuevas de "pasar" la adolescencia y ponen en
evidencia la apariencia grotesca del adulto que intenta no crecer. El adolescente hace, "agujero", -sin
saber que lo hace-, con un pearcing tal vez y "falta" al adulto, generando alguna movida cultural que
ellos no comprenden como hacerse flogers o emos.
Desde Hesíodo hasta no hace mucho tiempo atrás, la mirada crítica sobre la juventud pretendía
mostrar que la madurez era un solar a alcanzar y que el ideal prometía un futuro de autonomía Hoy, a
los adolescentes ya no se les promete nada, lo tienen todo aquí y ahora, el adulto duda si tiene algo para
ofrecer, fetichiza la adolescencia y esto no hace mas que aumentar el malestar en nuestra cultura.
0UNIDAD III
44
El lenguaje designa con el nombre de «amor» muy diversas relaciones afectivas, pero después entra en
duda si este amor es el genuino y verdadero, señala entonces toda una escala de posibilidades dentro de los
fenómenos amorosos.
En un cierto número de casos, el enamoramiento no es sino un revestimiento de objeto por parte de los
instintos sexuales, revestimiento encaminado a lograr una satisfacción sexual directa y que desaparece con la
consecución de este fin. Esto es lo que conocemos como amor corriente o sensual. La certidumbre de que la
necesidad recién satisfecha no había de tardar en resurgir, hubo de ser el motivo inmediato de la persistencia del
revestimiento del objeto sexual aun en los intervalos en los que el sujeto no sentía la necesidad de amar.
En la primera fase el niño había encontrado su primer objeto de amor en unos de sus progenitores (la
madre). La represión ulterior impuso el renunciamiento a la mayoría de estos fines sexuales infantiles.
Con la pubertad, surgen nuevas tendencias muy intensas, orientadas hacia los fines sexuales directos. Lo
más frecuente es que el joven consiga realizar la síntesis del amor espiritual y asexual con el amor sexual terreno.
El fenómeno de la “sobre-estimación sexual”: el objeto amado queda substraído en cierto modo a la
crítica, siendo estimadas todas sus cualidades en un más alto valor que en las personas a quienes no se ama o
que en ese mismo objeto en la época en que no era amado.
La “idealización”: el objeto es tratado como el propio Yo del sujeto y que en el enamoramiento pasa al
objeto una parte considerable de libido narcisista. El objeto sirve para sustituir un ideal del Yo propio, no
alcanzado.
Si la sobrestimación sexual y el enamoramiento aumentan puede decirse que el objeto ha devorado al
Yo. En todo enamoramiento, hallamos rasgos de humildad, una limitación del narcisismo y la tendencia a la
propia minoración, rasgos que se nos muestran intensificados en los casos extremos. Esto se observa más
particularmente en el amor desgraciado, no correspondido.
Diferencia entre la identificación y el enamoramiento: En el primer caso, el Yo se enriquece con las
cualidades del objeto, se lo «introyecta». En el segundo, se empobrece, dándose por entero al objeto y
sustituyendo por él su más importante componente. De todos modos, esta descripción muestra oposiciones
inexistentes en realidad. No se trata ni de enriquecimiento ni empobrecimiento. Quizá otro distingo sea el
esencial: en el caso de la identificación, el objeto desaparece o queda abandonado, y es reconstruido luego en el
Yo, que se modifica parcialmente conforme al modelo del objeto perdido. En el otro caso, el objeto subsiste, pero
es dotado de todas las cualidades por el Yo y a costa del Yo.
Del enamoramiento a la hipnosis no hay gran distancia. El hipnotizado da, con respecto al hipnotizador,
las mismas pruebas de humilde sumisión, docilidad y ausencia de crítica, que el enamorado con respecto al
objeto de su amor. Es indudable que el hipnotizador se ha situado en el lugar del ideal del Yo.
El amor sensual está destinado a extinguirse en la satisfacción. Para poder durar, tiene que hallarse
asociado desde un principio a componentes puramente tiernos.
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especie de alma colectiva, la cual, los hace pensar, sentir y obrar de una manera completamente diversa de como
lo harían cada uno aisladamente.
Los sujetos que forman parte de la masa, adquieren en ella un sentimiento de potencia, que hace que
puedan realizar diversos actos que, como individuos aislados hubieran frenado con fuerza; además, los
individuos que participan de la misma, suelen renunciar a sus intereses personales, para trabajar por el interés
colectivo. Otra de las características fundamentales de la masa, es la sugestibilidad, los individuos sumidos en
una masa experimentan un estado particular, similar a la fascinación del hipnotizado con su hipnotizador,
quedando así abolida la personalidad consciente, la voluntad y el discernimiento, ahora los sentimientos y
pensamientos van a estar determinados por el hipnotizador, y por ende, la masa necesitaría de cierto conductor
que la guíe.
El ser humano masificado sufriría una suerte de regresión a una actividad psíquica primitiva, donde
caen ciertas funciones y emergen otras, más afines a los procesos oníricos. Condensaciones y desplazamientos
reemplazan la discriminación por los objetos de la realidad exterior. Comienzan a regir otros niveles lógicos y otra
temporalidad. Para pasar a convertirnos en un animal de horda, dependiente de la voluntad y del amor a un jefe
todopoderoso, que nos guía, orienta y da sentido a nuestra vida.
La masa psicológica formaría, un ser compuesto de diversos elementos heterogéneos. A partir de esto,
Freud establece que si estos sujetos funcionan, en la masa, como una unidad debería haber algo que los enlace
unos a otros, y será eso lo que caracterice a la masa.
Para descubrir esto, va a establecer una diferenciación entre enamoramiento e identificación,
sosteniendo que, en el caso de la identificación, el yo se ha enriquecido con las propiedades del objeto, lo ha
introyectado. En cambio, en el enamoramiento, el yo se empobrece, se entrega al objeto.
Por el contrario, la distancia que separa al enamoramiento de la hipnosis no es muy grande, ya que en
ambas hay ciertas coincidencias como: la sumisión, obediencia y falta de crítica, generadas tanto por el
hipnotizador, como por el objeto amado. Aquello que, en cambio, los diferencia, es que en la hipnosis hay una
exclusión de toda satisfacción sexual, y en el enamoramiento, esta exclusión se da temporariamente, pero
permanece como meta posible.
A partir de estas diferenciaciones, Freud va a establecer que las masas están gobernadas por lazos
afectivos de dos clases, uno dirigido al conductor, y el otro, dirigido a los semejantes. Esta multitud de individuos
se identifican entre sí, ya que han puesto en el lugar de Ideal del yo a su líder, así como sucede en la hipnosis
con el hipnotizador, y en el enamoramiento con el objeto amado.
CAPÍTULO I
El término narcisismo, utilizado desde la descripción clínica, designa aquella conducta por la cual un
individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual, gracias al cual
alcanza la satisfacción plena. En este cuadro, el narcisismo cobra el significado de una perversión que ha
absorbido toda la vida sexual de la persona.
Resultó evidente a la observación psicoanalítica que rasgos aislados de esa conducta aparecen en muchas
personas aquejadas por otras perturbaciones. Surgió la conjetura de que una colocación de libido definible como
narcisismo podía entrar en cuenta en un radio más vasto y reclamar su sitio dentro del desarrollo sexual regular del
hombre. El narcisismo en este sentido para el psicoanálisis, no sería una perversión, sino el complemento
libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación.
Lo que motivó a considerar la imagen de un narcisismo primario y normal fue el intento de incluir bajo la
premisa de la teoría de la libido el cuadro de demencia precoz o esquizofrenia. Los parafrénicos muestran dos
rasgos fundamentales de carácter: el delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés respecto del mundo
exterior, lo cual los hace inmunes al psicoanálisis. También el histérico y el neurótico obsesivo han resignado el
vínculo con la realidad, pero en modo alguno han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo
conservan en la fantasía: por un lado han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo o los
han mezclado con estos, y por el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían
conseguir sus fines en esos objetos (introversión de la libido). Otro es el caso de los parafrénicos. Parecen haber
retirado realmente su libido de las personas y cosas del mundo exterior, pero sin sustituirlas por otras en su
fantasía.
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La libido sustraída del mundo exterior es conducida al yo, y así surgió una conducta que podemos
llamar narcisismo. El delirio de grandeza no es por su parte una creación nueva sino la amplificación y el
despliegue de un estado que ya antes había existido. Así, nos vemos llevados a concebir el narcisismo que nace
por replegamiento de las investiduras de objeto como un narcisismo secundario que se edifica sobre la base de
otro, primario.
Un tercer aporte a esta extensión de la teoría de la libido lo proporcionan las observaciones sobre la vida
anímica de los niños y de los pueblos primitivos. En estos últimos hallamos rasgos que, si se presentasen aislados,
podrían imputarse al delirio de grandeza (sobrestimación del poder de sus deseos, fe, magia, omnipotencia de los
pensamientos, etc.). Formamos así la imagen de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los
objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una
ameba a los seudópodos que emite.
Existe una oposición entre la libido yoica y la libido de objeto. Cuanto más se gasta una, tanto más se
empobrece la otra. El estado del enamoramiento lo concebimos como una resignación de la personalidad propia en
favor de la investidura de objeto y discernimos su opuesto en la fantasía. En definitiva concluimos respecto de las
energías psíquicas, que al comienzo están juntas en el estado del narcisismo, y sólo con la investidura de objeto se
vuelve posible diferenciar una energía sexual, la libido, de una energía de las pulsiones yoica.
El autoerotismo sería un estado temprano de la libido, si se tendría que hacer un recorrido de la libido
este sería: autoerotismo- narcisismo- elección de objeto.. Es necesario que no esté presente desde el comienzo en
el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas
son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para
que el narcisismo se constituya.
El valor de los conceptos de libido yoica y libido de objeto reside en que provienen de un procesamiento
de los caracteres íntimos del suceder neurótico y psicótico. La separación de la libido en una que es propia del yo
y una endosada a los objetos es la insoslayable prolongación de un primer supuesto que dividió pulsiones sexuales
y pulsiones yoicas. Ahora bien, el supuesto de una separación originaria entre unas pulsiones sexuales y otras,
yoicas, viene avalado por muchas cosas y no sólo por su utilidad para el análisis de las neurosis de transferencia.
La introversión de la libido sexual lleva a una investidura del “yo” y posiblemente por esta vía se produce
aquel efecto de pérdida de realidad.
CAPITULO II
La principal vía de acceso a un estudio del narcisismo es el análisis de las parafrenias. No obstante, para
aproximarnos al conocimiento del narcisismo nos quedan otros caminos: la consideración de la enfermedad
orgánica, de la hipocondría y de la vida amorosa de los sexos.
La persona afligida por un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas
del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento, mientras sufre, también retira de sus objetos de amor
el interés libidinal, cesa de amar. Diríamos entonces: El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales
para volver a enviarlas después de curarse. Libido e interés yoico tienen aquí el mismo destino y se vuelven otra
vez indiscernibles. El notorio egoísmo del enfermo los recubre a ambos. El decaimiento de la disposición a amar,
por obra de perturbaciones corporales, se sustituye por una indiferencia total.
También el estado del dormir implica un retiro narcisista de las posiciones libidinales, sobre la persona
propia; más precisamente, sobre el exclusivo deseo de dormir. En ambos casos vemos ejemplos de alteraciones en
la distribución de la libido a consecuencia de una alteración en el yo.
La hipocondría se exterioriza, al igual que la enfermedad orgánica, en sensaciones corporales penosas y
dolorosas, y coincide también con ella por su efecto sobre la distribución de la libido. El hipocondríaco retira
interés y libido de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea. Hay una diferencia
patente entre hipocondría y enfermedad orgánica: en el segundo caso las sensaciones penosas tienen su
fundamento en alteraciones (orgánicas) comprobables, en el primero no.
A cada una de las alteraciones de la erogeneidad en el interior de los órganos podría serle paralela una
alteración de la investidura libidinal dentro del yo. En tales factores habríamos de buscar aquello que está en la
base de la hipocondría y puede ejercer, sobre la distribución de la libido, idéntico efecto que la contracción de una
enfermedad material de los órganos.
Otras neurosis actuales son la neurastenia y la neurosis de angustia. La hipocondría es a la parafrenia, lo
que las otras neurosis actuales son a la histeria y a la neurosis obsesiva, vale decir, depende de la libido yoica, así
como las otras dependen de la libido de objeto; la angustia hipocondríaca sería, del lado de la libido yoica, el
correspondiente de la angustia neurótica.
El mecanismo de contracción de la enfermedad y de la formación de síntoma en la neurosis de
transferencia (el pasaje de la introversión a la regresión) ha de conectarse con una estasis de la libido de objeto, y
podríamos aproximarnos también a la imagen de una estasis de la libido yoica, vinculandola con los fenómenos de
la hipocondría y de la parafrenia.
El displacer en general es la expresión de un aumento de tensión. ¿En razón de que se ve compelida la
vida anímica a traspasar los límites del narcisismo y poner la libido sobre objetos? Esa necesidad sobreviene
cuando la investidura del yo con libido ha sobrepasado cierta medida. Un fuerte egoísmo preserva de enfermar
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pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una
frustración no puede amar.
Hemos discernido a nuestro aparato anímico sobre todo como un medio que ha recibido el encargo de
dominar excitaciones que en caso contrario provocan sensaciones penosas o efectos patógenos. La elaboración
psíquica presta un servicio al desvío interno de excitaciones no susceptibles de descarga directa al exterior, o bien
cuya descarga directa sería indeseable por el momento. Al principio es indiferente que ese procesamiento interno
acontezca en objetos reales o en objetos imaginados. La diferencia se muestra después, cuando la vuelta de la
libido sobre los objetos irreales (introversión) ha conducido a una estasis libidinal. En las parafrenias, el delirio de
grandeza permite esta clase de procesamiento de la libido devuelta al yo; quizá sólo después de frustrado ese
delirio de grandeza, la estasis libidinal en el interior del yo se vuelve patógena y provoca el proceso de curación
que se nos aparece como enfermedad.
La diferencia entre el mecanismo de la parafrenia y la neurosis de transferencia se sitúa en la siguiente
circunstancia: en aquellas la libido liberada por frustración se retira sobre el yo; el delirio de grandeza procura
entonces el dominio psíquico de este volumen de libido; de su frustración nace la hipocondría de la parafrenia,
homóloga a la angustia de las neurosis de transferencia. Esta angustia puede revelarse mediante una ulterior
elaboración psíquica, a saber, mediante conversión, formación reactiva, formación protectora (fobia). En lugar de
esto, en las parafrenias tenemos el intento de restitución, y traen consigo a menudo un desasimiento meramente
parcial de la libido respecto de los objetos, dentro de su cuadro pueden distinguirse tres grupos de
manifestaciones: 1- las de normalidad conservada o neurosis (manifestaciones residuales); 2- las del proceso
patológico (desasimiento de la libido respecto de los objetos, delirio de grandeza, hipocondría, perturbación
afectiva, regresiones); 3- las e la restitución, que deposita de nuevo la libido en los objetos al modo de una histeria
(parafrenia propiamente dicha, demencia precoz) o al modo de una neurosis obsesiva (paranoia).
Una tercera vía de acceso al estudio del narcisismo es la vida amorosa del ser humano. El niño (y el
adolescente) eligen sus objetos sexuales tomándose de sus primeras vivencias de satisfacción. Las primeras
satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las
pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se
independizan de ellas, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la
nutrición, el cuidado y la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales: son, sobre todo, la madre o
su sustituto. Esta fuente de la elección de objeto puede llamarse el tipo del apuntalamiento (tipo analítico).
Ciertas personas cuyo desarrollo libidinal experimentó una perturbación (como es el caso de los
perversos y los homosexuales), no eligen su posterior objeto de amor según el modelo de la madre, sino según el
de su propia persona. Manifiestamente se buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elección de
objeto narcisista.
Todo ser humano tiene abierto frente a sí ambos caminos para la elección de objeto, el narcisista o el del
apuntalamiento, pudiendo preferir uno o el otro. Decimos que tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y la
mujer que lo crió. El narcisismo primario puede expresarse de manera dominante en su elección de objeto.
La comparación entre hombre y mujer muestra que en su relación con el tipo de elección de objeto
presentan diferencias fundamentales. El pleno amor de objeto según el tipo de apuntalamiento es en verdad
característico del hombre. Exhibe sobrestimación sexual que proviene del narcisismo originario del niño y,
corresponde a la transferencia de ese narcisismo sobre el objeto sexual. Tal sobrestimación sexual da lugar a la
génesis del enamoramiento, y se reconduce a un empobrecimiento libidinal del yo en beneficio del objeto.
La mujer con el desarrollo puberal parece sobrevenirle un acrecimiento del narcisismo originario; ese
aumento es desfavorable a la constitución de un objeto de amor dotado de sobrestimación sexual. En particular,
cuando el desarrollo la hace hermosa, se establece en ella una complacencia consigo misma. Tales mujeres sólo se
aman a sí mismas, con intensidad pareja a la del hombre que las ama. Su necesidad no se sacia amando, sino
siendo amadas, y se prenden del hombre que les colma esa necesidad. Tales mujeres poseen el máximo atractivo
para los hombres y no sólo por razones estéticas, sino porque el narcisismo de una persona despliega gran
atracción sobre aquellas otras que han desistido de la dimensión plena de su narcisismo propio y andan en
requerimiento del amor de objeto; el atractivo del niño reside en buena parte en su narcisismo, en su complacencia
consigo mismo y en su inaccesibilidad.
Al gran atractivo de la mujer narcisista no le falta su reverso; buena parte de la insatisfacción del hombre
enamorado, la duda sobre el amor de la mujer, el lamentarse por los enigmas de su naturaleza, tiene su raíz en esta
incongruencia de la elección de objeto.
Un número indeterminado de mujeres aman según el modelo masculino y también despliegan la
correspondiente sobrestimación sexual.
Aun para las mujeres narcisistas, las que permanecen frías hacia el hombre, hay un camino que lleva al
pleno amor de objeto. En el hijo que dan a luz se les enfrenta una parte de su cuerpo propio como un objeto
extraño al que ahora pueden brindar desde el narcisismo, el pleno amor de objeto. Y hay otras que no necesitan
esperar al hijo para dar ese paso en el desarrollo desde el narcisismo (secundario) hasta el amor de objeto. Antes
de la pubertad se han sentido varones y durante un tramo se desarrollaron como tales; y después que esa
aspiración quedó interrumpida por la maduración de la feminidad, les resta la capacidad de ansiar un ideal
masculino que es en verdad la continuación del ser varonil que una vez fueron.
Se ama
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● Según el tipo narcisista:
A lo que uno mismo es (a sí mismo),
A lo que uno mismo fue,
A lo que uno querría ser, y
A la persona que fue una parte del sí-mismo propio.
● Según el tipo del apuntalamiento:
A la mujer nutricia, y
Al hombre protector
Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, habremos de discernir el narcisismo primario
que suponemos en el niño como renacimiento y reproducción del narcisismo propio. La sobrestimación gobierna
este vínculo afectivo. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones y a encubrir y
olvidar todos sus defectos.
Su majestad el bebe debe cumplir los sueños, los deseos irrealizados de sus padres. El conmovedor amor
parental no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres.
CAPÍTULO III
Sobre las perturbaciones a que está expuesto el narcisismo originario del niño, las reacciones con que se
defiende de ellas y las vías por las cuales es esforzado al hacerlo Freud nos dice que su pieza fundamental puede
ponerse de resalto como «complejo de castración» y abordarse en su trabazón con el influjo del temprano
amedrentamiento sexual.
Totalmente imposible colocar la génesis de la neurosis sobre la base estrecha del complejo de castración.
La observación del adulto normal muestra amortiguado el delirio de grandeza que una vez tuvo y
borrados los caracteres psíquicos desde los cuales hemos discernido su narcisismo infantil.
Tenemos sabido que mociones pulsionales libidinosas sucumben al destino de la represión patógena
cuando entran en conflicto con las representaciones culturales y éticas del individuo. A esas representaciones las
acepta como normativas y se somete a las exigencias que de ellas derivan. La represión parte del yo, del respeto
del yo por sí mismo. Las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y mociones de deseo que un
hombre tolera o al menos procesa conscientemente, son desaprobados por otro con indignación total o ahogados
antes que devengan conscientes. Es fácil expresar la diferencia entre esos dos hombres, que contiene la condición
de la represión: uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro
falta esa formación de ideal. La formación de ideal sería, de parte del yo, la condición de represión.
Sobre el yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo
aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones
valiosas, incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista
de su infancia, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal
es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.
La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra
meta, distante de la satisfacción sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto y es posible tanto en
el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto. La sobrestimación sexual del objeto es una
idealización de este. Y entonces, puesto que la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, la
idealización algo que sucede con el objeto.
La formación de un ideal del yo se confunde a menudo con la sublimación de la pulsión. Que alguien
haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la
sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama esa sublimación, pero no puede forzarla; la
sublimación sigue siendo un proceso cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero cuya ejecución es por
entero independiente de tal incitación.
La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La
sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión.
La incitación para formar el ideal del yo partió de la influencia crítica de los padres y, como enjambre
indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio.
Grandes montos de una libido en esencia homosexual fueron así convocados para la formación del ideal
narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción. La institución de la conciencia moral fue
en el fondo una encarnación de la crítica de los padres, primero y después de la crítica de la sociedad. La rebelión
frente a esa instancia censuradora se debe a que la persona quiere desasirse de todas esas influencias, comenzando
por la de sus padres, y retirar de ellas la libido homosexual. Su conciencia moral se le enfrenta entonces en una
figuración regresiva como una intromisión hostil de fuera.
El sentimiento de sí se nos presenta en primer lugar como expresión del «grandor del yo». Todo lo que
uno posee o ha alcanzado, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia corroborado por la experiencia,
contribuye a incrementar el sentimiento de sí.
El sentimiento de sí depende de manera particularmente estrecha de la libido narcisista: En las parafrenias
aquel aumenta, mientras que en las neurosis de trasferencia se rebaja; y en la vida amorosa, el no-ser-amado
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deprime el sentimiento de sí, mientras que el ser-amado lo realza. El ser amado constituye la meta y la satisfacción
en la elección narcisista de objeto.
La investidura libidinal de los objetos no eleva el sentimiento de sí. La dependencia respecto del objeto
amado tiene el efecto de rebajarlo; el que está enamorado está humillado. El que ama ha sacrificado un fragmento
de su narcisismo y sólo puede restituírselo a trueque de ser-amado. En todos estos vínculos el sentimiento de sí
parece guardar relación con el componente narcisista de la vida amorosa.
La percepción de la impotencia, de la propia incapacidad para amar a consecuencia de perturbaciones
anímicas o corporales, tiene un efecto muy deprimente sobre el sentimiento de sí. La fuente principal de este
sentimiento está en el empobrecimiento del yo que es resultado de la enorme cuantía de las investiduras libidinales
sustraídas de él.
Las relaciones del sentimiento de sí con el erotismo (con las investiduras libidinosas de objeto) pueden
exponerse de la siguiente manera: hay dos casos según que las investiduras amorosas sean acordes con el yo o, al
contrario, hayan experimentado una represión. En el primer caso, el amar es apreciado como cualquier otra
función del yo. El amar en sí, como ansia y privación, rebaja la autoestima, mientras que ser-amado, hallar un
objeto de amor, poseer al objeto amado, vuelven a elevarla. En el caso de la libido reprimida, la investidura de
amor es sentida como grave reducción del yo, la satisfacción de amor es imposible, y el reenriquecimiento del yo
sólo se vuelve posible por el retiro de la libido de los objetos. El retroceso de la libido de objeto al yo, su mudanza
en narcisismo, vuelve, por así decir, a figurar un amor dichoso, y por otra parte un amor dichoso real responde al
estado primordial en que libido de objeto y libido yoica no eran diferenciables.
El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una
intensa aspiración por recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento de la libido a un
ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal.
Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo se empobrece a favor de
estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el
cumplimiento del ideal.
Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de la
impotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo), y una tercera, e la satisfacción de la
libido de objeto.
El ideal del yo ha impuesto difíciles condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos. Donde no se
ha desarrollado un ideal así, la aspiración sexual correspondiente ingresa inmodificada en la personalidad como
perversión. Ser de nuevo, como en la infancia, su propio ideal.
El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Eleva el objeto sexual a un
ideal sexual.
El ideal sexual puede entrar en una interesante relación auxiliar con el ideal del yo. Donde la satisfacción
narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual puede ser usado como satisfacción sustitutiva.
Entonces se ama, siguiendo el tipo de la elección narcisista de objeto, lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee
los méritos que uno no tiene. Se ama lo que posee el mérito que le falta al yo para alcanzar el ideal.
Desde el ideal del yo parte una importante vía para la comprensión de la psicología de las masas. Además
de su componente individual, este ideal tiene un componente social; es también el ideal común de una familia, de
un estamento, de una nación. Ha ligado, además de la libido narcisista, un moto grande de la libido homosexual de
una persona, monto que, por ese camino, es devuelto al yo. La insatisfacción por el incumplimiento de ese ideal
libera libido homosexual, que se muda en conciencia de culpa (angustia social). La conciencia de culpa fue
originariamente angustia frente al castigo de parte de los padres; mejor dicho: frente a la pérdida de su amor.
51
espera de él como respuesta deseable. Sufrieron severas privaciones en su desarrollo, las cuales los predisponen
a la desconfianza, a las reacciones afectivas violentas, a un intenso tabicamiento defensivo.
Solemos ver que a lo largo de la vida estos pacientes repiten formas de relacionarse que tienen finales
traumáticos y que (a diferencia de lo que ocurre en sujetos neuróticos) son con frecuencia predecibles, pero casi
siempre inevitables.
Obstinados por establecer una relación indisoluble y eterna, crean un lazo fusional, imaginario, que
inevitablemente se revelará inadecuado e imposible.
Diversos autores agruparon bajo la categoría de fronterizos o borderline a pacientes que presentan
cierta clínica, considerando lo afectivo, lo cognitivo, lo relacional y el predominio defensivo más próximo a las
psicosis que a la neurosis.
Repasemos lo conocido
En los comienzos del psicoanálisis, Freud separó las psiconeurosis de las neurosis actuales. Luego, una
vez circunscripto el campo de las psiconeurosis, separó los diversos tipos de organización –neurosis obsesiva,
histérica, fóbica-, no tanto por los síntomas visibles, sino más bien por el descubrimiento de los mecanismos
psíquicos en acción.
Estar al día
En la clínica habitual ya no predominan tanto los síntomas neuróticos, la inhibición, la represión, los
conflictos internos apuntalados en conflictos sexuales o en las dependencias familiares e ideológicas, sino que
asistimos cada vez más a las dificultades en las relaciones con los otros y con uno mismo, a la depresión, a los
comportamientos autodestructivos y a las somatizaciones. Nos enfrentamos así a lo que diferentes autores
llaman estados fronterizos, organizaciones fronterizas, trastornos límite de la personalidad, pacientes borderline,
teniendo que dilucidar si son distintas maneras de referirse a una misma problemática o de agrupar pacientes
difíciles de diagnosticar.
¿Qué entendemos por límite?
Los límites son zonas de intenso trabajo que posibilita modificaciones en las diferentes instancias
psíquicas.
En las organizaciones fronterizas el problema se da a nivel de los límites y sobre todo con respecto a los
límites del yo.
Cuando el papel del yo auxiliar, la madre que contiene, la madre que metaboliza los ruidos, la madre
espejo, no está garantizado, las posibilidades de elaboración del niño se ven sobrepasadas y el yo debe hacer
frente a la doble angustia: de intrusión y de separación. Estas fallas de los lazos libidinales o de excesos que
perturban el surgimiento del yo propician marcadas heridas narcisistas que se manifiestan en la clínica como
profundo desprecio de los otros y de todo lo que ellos aportan.
La clínica “límite” evidencia la porosidad de los límites entre el otro y el sí mismo (sin que ambos
espacios lleguen a confundirse como en la psicosis) y la utilización de lo externo para representar y
representarse lo interno, lo que hace todo aún más borroso.
Aportar un yo que no desfallezca por la proyección de la desesperanza y encuentre la manera de que el
paciente acceda a incrementar la capacidad simbólica disminuida o invitar a un paréntesis en el trabajo analítico
sin que el paciente caiga en la angustia de desintegración en un juego delicado que debe evitar generar el
sentimiento de abandono e incrementar así el profundo sentimiento de vacío. La dependencia afectiva puede
servirles como reparo contra la pérdida de identidad o la desestructuración.
Polimorfo sintomático y defensas
El polimorfismo sintomático es clave.
Con frecuencia los pacientes borderline dan cuenta de una carencia de interioridad, de desinvestidura
del propio espacio psíquico, de dificultad para estar solos, y de dependencia adictiva. Predominan la tonalidad
depresiva, las preocupaciones somáticas, el clivaje más que la represión, el acto más que la fantasía, el “ataque
contra el pensamiento”. Es intensa la inestabilidad afectiva, relacional y es ese mismo desequilibrio el que a veces
desencadena una “locura” pasajera.
En las neurosis predomina la angustia de castración y en las organizaciones fronterizas, la angustia ante
la separación-intrusión. En estos pacientes la problemática primordial es la inseguridad en cuanto a su propia
existencia, a su supervivencia, a su identidad.
En 1914, cuando Freud introduce el narcisismo, inaugura otra manera de concebir el yo.
Ese yo afectado en su “unidad” para no hundirse, sufre fisuras, grietas, cicatrices, que “corresponden a
la extravagancia y la locura de los hombres” (Freud, 1924) y que son para el yo el equivalente de las perversiones
para la sexualidad.
La utilización de las dos tópicas es uno de los pivotes del enfoque psicoanalítico en psicopatología,
principalmente para diferenciar las neurosis de las organizaciones límite. El preconsciente como sistema
intermedio se revela frágil en las organizaciones límites, sus funciones de contención son poco seguras y la
excitación es desbordante. La realidad externa suele invadir la realidad interna que aparece empobrecida.
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La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello, en tanto que la psicosis es el desenlace
análogo de una similar perturbación entre el yo y el mundo exterior. Las neurosis de transferencia se generan
porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor a una moción pulsional del ello, o le impugna el objeto que
tiene por meta. En tales casos, el yo se defiende de aquella mediante el mecanismo de la represión que intenta
no saber de lo reprimido, que sólo por la vía del compromiso y el camino del síntoma amenaza y menoscaba la
unicidad del yo. Éste lucha contra el síntoma como se había defendido de la moción pulsional originaria.
La etiología común para el estallido de la psiconeurosis o de una psicosis sigue siendo la frustración, y
sobre todo en relación con los objetos investidos.
Las organizaciones fronterizas: en el nivel tópico, se trata del borramiento de los límites internos y
externos que desdibujan los espacios psíquicos; en el nivel dinámico del fracaso de la represión a favor de los
mecanismos de negación y de escisión; en el nivel económico, de la debilidad del trabajo de elaboración de
simbolización y del riesgo de desbordamiento traumático, deshundimiento depresivo, de la pérdida del
sentimiento de identidad y, más precisamente, del sentimiento de continuidad y del valor de la experiencia de sí.
En el nivel de las relaciones con los objetos, la escisión, la proyección y la identificación se conjugan en el campo
de la identificación proyectiva. La evolución del joven es una aventura abierta y continua que crea sus propios
objetivos en un proceso cuyos resultados son relativamente imprevisibles.
Clase 8: Narcisismo
I.Sobre la castración se instala la única pérdida no empírica del cronograma de pérdidas. Allí situábamos
una pérdida que de llevarse a cabo empíricamente, podríamos llegar a duda de que se instale simbólicamente. O
sea que la castración, para entender su eficacia en la organización sexual infantil, debemos observar su matiz
ficticio. Se trata de una pérdida decididamente imaginaria, soportada por un régimen simbólico.
El pene es allí el órgano que soporta el juego de presencia-ausencia. Es ese órgano que permite, al leer
el cuerpo del otro, detecta una diferencia que es registrada como una falta, aunque allí no falte nada.
Ese órgano parece soportar allí una pulsación de presencia y ausencia. Es el órgano sobre el cual recae la
amenaza. La forma imaginaria de la prohibición del incesto es la forma de ilustrar que sobre ese órgano se
ordena el eje de prohibiciones.
La carencia no era efectivamente la carencia del pene, sino que el pene servía para imaginar la carencia.
Desde el campo del Otro, le venía una carencia, una respuesta que daba testimonio del deseo del Otro. Esa
carencia, leída desde el complejo de Edipo, es imaginarizada con la falta del pene. Es una carencia que permite
imaginarizar la carencia fundante del Otro.
Circunscribir ese riesgo en una parte del cuerpo permite al sujeto pasar del riesgo de perder la
existencia al riesgo de perder una parte.
El pene permite que la falta del Otro se grafique en términos de parte en vez de todo, si hay algo del
Otro que no sostiene mi ser, el pene sirve ahora para trasladar la inconsistencia del Otro a una parte. Dicho de
otro modo: en el punto en donde el Otro aparece constituyendo al sujeto con la castración, si en ese punto algo
fracasa, lo que se pone en tela de juicio, es el ser del sujeto.
Esa falta, implantada en términos de falta de pene, empieza a dirimirse no en términos del ser sino en la
órbita del tener, comienza a funcionar no en el peligro de que si al Otro le falta se pierde la existencia, sino que si
al otro le falta ese órgano lo precipita a la angustia de castración.
En ese primer momento en el que la madre sostiene al hijo, lo que se establece es la posibilidad de que
el Otro sostenga a ese cuerpo en la dimensión del ser. Depende del Otro la posibilidad de que ese cuerpo sea.
Para poder darle una salida, entonces a que la falta de ese Otro no lo subsuma en una carencia absoluta en el
capo del ser, en un fenómeno de partición, aparece esta mutación de la parte por el todo.
La imposibilidad de esa mutación la condena a la niña a la incertidumbre sobre su propia identificación.
La mujer, para poder plantearse esos riesgos que acechan su ser con la falta del Otro, tendrá que
dirigirse a una identificación con el cuerpo del varón, tendrá que alienarse en un cuerpo con pene, para perderlo.
Para que la mujer transite por la castración, por ese imaginario de la pérdida del pene, debe, en un punto,
identificarse con el varón.
Inevitablemente, esa alienación fálica la arroja a definir algo de su constitución en los términos que no le
pertenecen pero que, por otro lado, le proveen de dos beneficios: uno, es poder hacer este traspaso del todo a la
parte, poner en riesgo una parte del cuerpo en vez de la partición del cuerpo, que se pierda algo, y no que se
parta ella; lo otro es que la castración es el único resorte de la condición humana que permite el acceso a lo
simbólico. Desde ese punto de vista, es inevitable para la mujer que procese la falta en los términos de falta
fálica: la única manera de codificar la falta es a través de la falta fálica, para los dos sexos.
Tanto el varón como la mujer elaboran lo que les sucede con su cuerpo con el referente de la falta fálica.
Es necesario que se produzca una especie de negativización, de signo menos, en el campo del falo. El
falo se convierte en razón el deseo, es el testimonio de la falta.
El modo de inscribirse la falta siempre va a depender del destino que tome el falo. Ese primer tiempo
donde se situaba esa relación pastosa, narcisista, del hijo con la madre, y se pasaba a un segundo tiempo en
donde otro era el falo; y un tercer tiempo en donde ya no se planteaba que otro podría ser el falo, sino
solamente que alguien lo podía tener, y desde allí, iniciar un camino de circulación de ese objeto del deseo.
II.Cuando Lacan elabora lo que se conoce como el estadio del espejo, y su función en la formación del
yo, se refiere puntualmente a las consideraciones que hace Freud acerca del narcisismo. El concepto de
narcisismo supone lo siguiente: Introducir el narcisismo para poder entender el yo como un objeto sexual.
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La definición usual del narcisismo es “amor a la imagen de sí mismo”, desde donde se pueden tener
presentes por lo menos tres cosas: la imagen, el amor y la unidad. Estos son los tres elementos en donde se
sostiene el campo del narcisismo.
Dice Freud “Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una
unidad comparable al yo. El yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales,
primordiales, por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el
narcisismo se constituya”.
Freud marca aquí varias cuestiones: el yo supone una unidad, tiene que ser desarrollado, no está dado
desde el comienzo y lo que está dado desde el comienzo sugiere que son las pulsiones autoeróticas, que por el
momento, nosotros las remitiremos directamente a la organización del cuerpo en forma parcial, en forma de
parcela. Con eso queremos decir, que, en su inicio el cuerpo del chico no posee una función unificante, sino que
la información de su cuerpo viene absolutamente fragmentada. El yo es lo que viene a ofrecer una imagen
unificada de eso. Para que venga a desarrollarse el yo, Freud señala que es necesario una nueva acción psíquica.
Esta nueva acción psíquica es lo que vamos a considerar como identificación primaria, que es equivalente a la
relación con una imagen resueltamente unificante.
Considerar que no hay una cronología limpia ya que, por un lado, siempre es retroactiva y por otro lado,
ya cuando hablamos de narcisismo primario está funcionando la castración, está funcionando la estructura
simbólica de la madre. Desde ese punto de vista, es una cronología abstracta, muy forzada. Tenemos:
autoerotismo, narcisismo primario, castración, narcisismo secundario. Pero siempre, sobrevolando esa línea, la
estructura del Otro en cada uno de sus puntos.
Vuelvo al pasaje de Freud: esta acción psíquica supone una intervención del exterior, supone la
ingerencia del Otro, en tanto imagen unificante sobre el cuerpo fragmentado del niño. Esta primera relación con
el otro, en términos de imagen, supone por lo menos considerar que el cuerpo, en tanto cuerpo virtual unificado,
sólo se empieza a fundar a partir de la devolución de la imagen, hay, por así decirlo, primero un cuerpo virtual
antes que un cuerpo real. Cuando el chico se enfrenta al espejo, y Lacan introduce ese período que va desde los
6 a los 18 meses, descubre una imagen, una figura que lo imanta, que le ofrece unidad.
Hay posibilidades para percibir imágenes antes que pueda controlar los movimientos del cuerpo, es
decir, que el chico recepciona su imagen unificante antes de que pueda tener sensaciones corporales unificantes.
Hay una anticipación de la imagen de unidad, al cuerpo real, en tanto unidad, esta imagen le ofrece la
anticipación que todavía el sistema nervioso no consiguió. Se identifica con una imagen que todavía no es
seguida puntualmente por el cuerpo, se aliena en esa imagen.
Supone la primera relación con el otro: la primera relación en donde la bóveda imaginaria del espejo le
sirve para ordenar un cuerpo fragmentado. Cuando planteamos el espejo hablamos de un tipo especial de
realción con el otro, un primitivo enlace con el otro, donde el cuerpo se enajena y empieza a definirse como una
totalidad.
El yo, del que habla Lacan en el estadio del espejo, se refiere específicamente al yo narcisista. En “El
estadio del espejo y su función en la formación del yo”, la palabra “yo” se traduce “je” al francés. Después Lacan
bifurca los términos y, para referirse al yo del narcisismo, lo hace con el término de “moi”. En Freud esa
discriminación no aparece y el “Ich” freudiano se reparte en términos de defensa, de narcisismo, de instancia de
la segunda tópica, indistintamente.
Lacan trata de habla del “je” cuando se trata del yo que sostiene nuestro discurso, el pronombre
personal que entra en acción en el momento en que hablamos. El “moi” en cambio hace referencia al yo
narcisista, aludiendo con ello a una especie de “si mismo”. Ese moi, específicamente narcisista, es el que va
consolidándose en el dominio especular.
El cuerpo unificado sirve también para permitirnos interrogar los problemas de la tensión agresiva con el
otro. En otros términos, cuando ese otro, propietario de nuestra imagen, desde el cual empezamos a depender,
no responde, cuando hay fallas en la devolución del espejo, podemos concebir índices, pistas, para considerar el
problema de la agresividad.
Alguien se identifica con el cuerpo que está en el espejo y reconoce en ese cuerpo lo que ya estaba en lo
real. La trampa está en que ese cuerpo ya estaba. Pero es recién a partir de que el espejo lo envuelve, recién allí
es un cuerpo. La trampa de la identificación está en que “yo ya estaba desde antes del testimonio especular”,
cuando lo que se oculta en el “ya estaba” es la dependencia dramática, absoluta al Otro del espejo.
El cuerpo unificado es equivalente a que la función del falo le de al cuerpo una integridad a partir del
deseo de la madre. Falo y cuerpo unificado están aquí en confluencia.
III.Se trata de un ejemplo de la óptica que intenta mostrar cómo se puede producir una imagen en
donde se superpone algo real y algo virtual. En óptica, entonces, se trata de mostrar cómo se produce cierto
espejismo: cómo, ante ciertas figuras, no se puede discernir qué es lo real y cuál es la imagen.
Si del lado izquierdo ubicamos el cuerpo del sujeto a constituirse, quisiera atrapar su imagen, lo menos
que tendría que hacer es poner el ojo fuera del cuerpo para poder mirarse desde otro lugar diferente del lugar en
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que está ubicado. La única alternativa para vernos, en cuanto a imagen, es depender de un ojo que está puesto
afuera, es decir, de la ortopedia del espejo.
De allí, que para que cada uno de nosotros nunca coincida la imagen con lo que somos, que haya una
especie de desencuentro falta; el único que puede hacer coincidir su imagen con lo que es, es el otro, aquél que
vemos delante nuestro.
El jarrón que está encajonado, ilustra para Lacan el cuerpo biológico, del cual no tenemos noticia en
tanto cuerpo, es decir, en tanto unificado.
Ese real está excluido de la mirada directa.
Las flores representan para Lacan el manojo de pulsiones parciales. Se toma a las flores como la
ilustración de la fragmentación sensible de ese cuerpo.
Partiendo del jarrón de la izquierda, tienen dos líneas que salen de ahí y que rebotan en el espejo
cóncavo. El efecto que produce el espejo cóncavo es de inversión, de dar vuelta la imagen. Entonces, siguiendo
las líneas, la línea inferior termina en el punto del espejo plano, arriba; y la línea superior, en el punto del espejo
plano, abajo. Antes de rebotar, esta inversión es lo que, supuestamente, nos tendría que dar la imagen del
florero sobre las flores, del lado izquierdo.
Para poder tomar esa imagen total del florero y las flores, el ojo depende de lo que viene del espejo
plano. No puede mirarse a sí mismo. Si quiere atrapar algo de su cuerpo entero, de ese efecto de inversión del
espejo cóncavo, depende, irremediablemente, de lo que se produzca “detrás” del espejo plano. Para poder ver
algo (de acuerdo a cómo está situado el ojo) de ese florero completo, es indispensable tener en cuenta que la
prolongación el cono hace del florero reflejado en el espejo plano, del cono formado por las líneas que indican
que para percibir la imagen el ojo debe ubicarse en su interior.
Recién por la mediación del espejo plano que se puede configurar alguna imagen unificante del cuerpo
real, inaccesible directamente. Esa imagen que viene desde el espejo es también el lugar desde donde nosotros
nos vemos, ese lugar en donde nosotros colocamos el ojo para poder vernos desde el otro e identificarnos con el
cuerpo reflejado en el espejo.
El sujeto ideal que habíamos ubicado a la derecha, arriba, ese ojo del espejo que nos permite mirarnos a
distancia, tiene que estar en una determinada posición. Tienen que tener una relación simétrica, recíproca con el
ojo de ustedes en el espejo.
Entonces, el sujeto ideal grafica allí, en otros términos, una suerte de ojo ideal. De otra manera, el lugar
en donde tendríamos que estar para poder mirarnos.
El espejo plano, para Lacan, no es ni más ni menos que el Otro. Ese Otro que nos permite todo este
juego de imágenes, que soporta desde su mirada lo que nosotros somos para él y que, desde esa mirada, nos
concede la unidad.
El mismo gráfico y la misma experiencia puede mostrarnos dos momentos de ese narcisismo de acuerdo
a cómo leamos esos lugares. Precisamente, si, en un primer momento, esa relación con la imagen es
absolutamente transitiva, resumida en la forma “yo soy el otro”, estamos señalando una dinámica en la que se
produce un borramiento del espejo, hay una identificación sin reconocer la mediación del espejo, sin reconocer
la dependencia del otro para que se cuerpo pueda ser. Allí estamos en una identificación sin fallas.
En la otra identificación reconocemos la materialidad del espejo, reconocemos que se nos devuelve algo
que somos, pero que también se establece una frontera, un límite, roca dura del espejo, algo que no se puede
traspasar.
En todo ese juego especular, no se establecerá un reflejo completo: que en todo espejo habrá siempre
un punto ciego, siempre desde el espejo retorna un punto no especularizable.
Esta idea excede el gráfico. No hay un narcisismo absoluto, porque para que haya narcisismo es
indispensable este menos, ese punto ciego. Algo que el Otro no nos devuelve, es necesario algún recorte en el
espejo.
Hay un punto en donde se testimonia que yo no puedo ser el otro, hay un punto en donde se limita el
transitivismo del “yo soy el otro” de la identificación primaria y es articulado por el “yo, a partir de ciertos rasgos
del Otro, tiendo a asemejarme”, a identificarme. Con esto voy a lo que plantea Freud en “Introducción al
narcisismo”, y “sobre ese ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real”. Es decir
que por el momento tenemos un yo real, que no es exactamente ninguna figura del yo, sino su grado
prehistórico. La época inimaginable de la estructura en la cual la satisfacción narcisista era “vivida” en un
presente y no un objeto supeditado a la retroacción, como lo afirma en definitiva la tensión temporal de esa
estructural entre yo ideal-ideal del yo.
Es decir, si el yo ideal inscribe al narcisismo primario, su figura perfecta, exigencia persistente de la
perfección, si el yo ideal tiene que ver con eso, es únicamente a partir de que se lo pierde: allí queda el polo
nostálgico de atracción, de “aquel ser perfecto que yo fui”.
Esa región del yo ideal, como objeto nostálgico de la perfección, es estructura sólo una vez perdido. El
ideal del yo será el modo que tenga el sujeto de intentar la reconquista de yo ideal, lo cual supone una franja de
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mediación, de abismo, que el yo ideal no incluye. El yo ideal es certeza de perfección, el ideal del yo es “tender
hacia”.
“El narcisismo, entonces, aparece desplazado a este nuevo yo ideal”, nuevo yo ideal: está hablando del
ideal del yo. “…que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. El hombre se
ha mostrado a renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de
su infancia”, procura entonces, recobrarla en la nueva forma del ideal de yo.
“Lo que él proyecta frente de sí como su ideal, es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia en la
que él fue su propio ideal”. Entonces tenemos: su propio ideal en el punto del yo ideal, donde no reconoce al
Otro, pero se sostiene desde el Otro. El ideal del yo como polo al cual se tiende para intentar recuperar, en la
mediación reconocida del Otro, el objeto amoroso, el objeto ideal que él era en ese narcisismo primitivo.
Desde aquí Freud, y después Lacan, explica no sólo el fenómeno de psicología de las masas, no sólo
coloca en el lugar del líder a ese lugar del ideal del yo como punto desde donde se mira a la masa, sino que
también explica la dinámica del enamoramiento, el problema del amor de transferencia, de todas las vicisitudes
que conducen a colocar al analista en el lugar del ideal del yo.
IV.El punto desde donde yo aspiro a verme, es un punto que revela el ideal del yo, en el dibujo, es el ojo
del espejo desde donde puedo situar la imagen completa, el SV o SI.
La constitución del narcisismo secundario implica la instauración del ideal del yo. Ese narcisismo
produce un campo de identificaciones que no se sostienen absolutamente en la imagen del otro, sino en rasgos
simbólicos del Otro. Fundamentalmente se trata de un rasgo que me diferencia, aunque provenga del otro, que
me permite decir yo (je). Rasgos parciales, elementos significantes, van del lado del ideal del yo; ser idéntico,
cierta totalización en la imagen y no reconocer al Otro, van del lado del yo ideal.
El yo ideal encarna la ficción del paraíso perdido. El ideal del yo es lo que produce la pérdida.
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recién llegado, y luego al distancia entre esa maravilla de hijo y este hijo real no es tan grande, hay una distancia
pero no tan grande.
Cuando un niño nace portando cualquier patología de impronta genética, el riesgo es no poder
reconocerlo como propio, ya que justamente este duelo es el que hay que realizar, es un duelo de tanta
magnitud que puede llegar a sepultar definitivamente el deseo de la madre. Aun en estos casos, hay que poder
escribir en el hijo esto que llamamos rasgo unario y que va más allá de lo que hace un organismo, ya que es la
escritura, la letra puesta por la madre en el cuerpo de su hijo.
El organismo está dado desde el momento mismo del nacimiento. El cuerpo, en cambio, es a construir.
En un organismo afectado por patología es posible construir un cuerpo sano, y, a la inversa, en un organismo
sano, muchas veces adviene un cuerpo dañado.
Esa letra hay que encontrarla, ese trazo, esa marca, hay que poder encontrarla, porque si la madre
encuentra esa marca, luego el hijo podrá portarla, saber quién es él.
Cuando nos referimos a la primera identificación, hablamos de una identificación anobjetal (porque no
había relación previa), canibalística, por la cual se tragaba la cultura: un niño devoraba al padre muerto de la
prehistoria.
En esta segunda identificación ya hablamos de una identificación a un rasgo, es decir que ésta ya incluye
un proceso simbólico.
La identificación nunca es “hacer de”, sino que, justamente es extraer un rasgo, tomar un rasgo, no todo,
descriptar un rasgo, ubicar una letra. Lo denominamos unario porque va a ser el primero de la serie, ya que,
como dice Freud, el Yo va a ser un precipitado de identificaciones. Este primero es el que va a posibilitar el
ingreso a la neurosis.
Para salir del Estadio del Espejo hay que pasar por las tres identificaciones, pero la primera y la segunda
no pueden no hacerse. La tercera puede quedar en suspenso.
Cuando una madre puede ser vista por su esposo no sólo como madre, es decir, no solo fálica, sino
también como mujer, se ve facilitada para ella la posibilidad de pensar a su hijo en un plano de exterioridad a sí
misma. Esta situación va a contribuir para que pueda hablarle y también para transmitir un mensaje fundamental
al momento en que el niño descubre su propia imagen en el espejo.
La madre-mujer escribe sobre el cuerpo del hijo haciendo de un rasgo, letra que puede ser identificada.
Letra que permita al niño saberse separado de ella. Letra que le permita saber que él no es el otro.
Esta “escritura” primordial no denota sentido ni figurabilidad. Es una pura marca; marca que podríamos
equiparar, por ejemplo, al nombre propio, ya que éste es intraducible, y no remite a otros significantes.
Posiblemente sea éste, el propio nombre –del que debemos apropiarnos en tanto siempre es puesto por
otros- el que pueda ubicarse como rasgo unario.
Lacan describe el estadio del espejo, donde se parte de la observación de un niño para afirmar que éste,
entre los 6 y los 18 meses va a manifestar una conducta que es mirarse en el espejo y dirigir su mirada al otro.
El trabajo de asumir como propia la imagen que el espejo devuelve, requerirá de tiempos lógicos que e
instrumentarán durante el cronológico, bajo ciertas condiciones estructurantes.
Cuando nuestro cachorro humano se confronta con su imagen en el espejo, lejos de suponer el
encuentro con un semejante, rota su cabeza buscando la sanción de la madre (1.el niño se contempla en el
espejo -¿quiere decir que todavía no se instauró en él el rasgo unario y por lo tanto no se concibe como separado
de la madre?).
Aislamos aquí un objeto que ya el pequeño es capaz de desprender de su cuerpo: la mirada. Tenemos
construido entonces, el campo escópico (pedir aclaración de qué es) que está relacionado con la función materna
de poder imbricar las pulsiones.
(2)Este niño que incorporó la voz de la madre y que cuenta con la traza puesta por ella sobre su cuerpo,
va a dirigir su mirada a otro espejo que son los ojos de su madre, mira a otro materno y este otro tiene que dar
su mensaje: “Ese que está ahí sos vos y sos digno de ser amado”.
El mensaje tiene que llegar desde la mamá, quien tiene que ser capaz de verse separada del cuerpo del
hijo en el espejo, puesto que si no, no le hablaría. Un hombre además de cómo madre debe poder pensarla
como mujer, lo cual va a colaborar para que la madre pueda verse separada del hijo, y con ello transmitir el
mensaje.
Y un hijo es digno de ser amado cuando se lo puede filiar, es decir, cuando se lo reconoce como un hijo
propio. SI uno no sabe que es de uno, se produce agotamiento, porque calmarlo es la renuncia a la satisfacción
de las propias necesidades, por lo que sólo es posible reponerse de esta renuncia permanente si se sabe que “me
llora, me llora a mí”.
A veces lo que está obturado en una madre es esa posibilidad de apropiarse.
Cuando una madre puede transmitir el mensaje significa que encontró una ecuación entre este rasgo
que ella misma inscribe y un punto de su Ideal. Este rasgo puede estar en el hijo y no hacer letra, es ella la que lo
ubica, la que lo encuentra. En este punto seguimos hablando de un ideal, de una imagen.
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Posteriormente tenemos que ubicar algo que es de la realidad. Un momento fundamental más allá de
esta imagen es el del encuentro con este hijo real. Luego del pasaje por el ideal, poder amarlo como es. (4. La
madre mira al hijo real).
El amor perdurará si es posible amar más allá de la caída de la idealización, aunque algo del ideal
siempre quede.
La identificación, señala Freud, es “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra
persona”. La madre se identifica con el niño en tanto identifica en él un rasgo.
Si la madre se identifica con el niño, luego el niño identifica a la madre. Hacia los 8 meses mostrará su
angustia ante rostros desconocidos: primera disquisición entre familiar y extraño.
La posibilidad de que esta imagen reflejada en el espejo se constituya en digna de ser amada, depende
del punto de mira de la madre, punto al que llamamos Ideal del yo. Esta imagen que el niño ve tiene que ser
ubicada respecto de este punto de mira y producirse en equiparación entre rasgo unario e Ideal del Yo.
Esta operación permitirá que dicha imagen no le sea extraña, en tanto se visualice un rasgo que es
simbólico, equivalente al deseo de la madre. Para poder reconocerse, el niño queda alienado al deseo del Otro.
Llamamos alienación al primer tiempo constitutivo donde respondiendo a esta identificación primordial, el niño
hace de aquello que la madre quiere.
Este cuerpo que, desde el punto de vista de su maduración neurológica, todavía es vivido como
fragmentado queda, mediante esta operación, unarizado, anticipándose a lo biológicamente establecido. Las
pulsiones autoeróticas se ordenan: “Donde Ello era, el Yo debe advenir”, para lo cual deberá acontecer un nuevo
acto psíquico.
Podríamos decir que pasando por la primera y la segunda identificación ya encontramos un Yo.
Si hay segunda identificación, el niño va a poder salir del cuerpo de la madre. Se sale del cuerpo de la
madre llevando algo; esa letra que inscribió la madre sobre el cuerpo del hijo, tiene que ser la marca que al niño
le permita saber quién es él.
El Yo adviene, cuando el niño con júbilo dice “yo”. El niño identificado con su propia imagen en el espejo,
construye los cimientos de su Yo.
Formalizamos aquí el primer anudamiento subjetivo, donde la propia imagen del cuerpo se articula a la
palabra “yo” y a la realidad del organismo. La estructura nos ofrece poder ubicar un anudamiento entre real,
simbólico e imaginario.
Los tres registros son modos de inscripción: lo que se inscribe por vía del lenguaje, lo denominamos
registro simbólico. A lo que se alista por el canal óptico, lo nombramos registro imaginario. En los humanos es la
marca del significante lo que encauza lo imaginario.
El registro de lo real es un registro muy complicado, muy difícil de representar, a que es aquello que no
cesa de no inscribirse.
Imágenes y palabras abrochan lo que no puede ser registrado por ninguna de ellas conformándose
entonces un nudo de los 3 modos de inscripción a los que denominamos: imaginario, simbólico y real
respectivamente. Se monta así la estructura del nudo borromeo.
La posibilidad de reconocer un encadenamiento entre real, simbólico e imaginario se da en la salida del
Estadio del Espejo. Es el instante donde el niño articula su propia imagen (RI) y se reconoce allí donde no está,
diciendo “yo” (RS). Ubicamos un resto que no se inscribe ni por la vía de la imagen, ni por la vía de la palabra, y
que por eso llamamos registro de lo real; es aquí donde ubicamos al organismo.
Ahora bien, tenemos que estar en el campo de la segunda identificación porque si no hay letra que el
niño pueda saber cómo propia, si no hay ese trazo que posibilita saber que yo no soy el otro, no hay
reconocimiento de la imagen.
En este punto podría visualizarse este encadenamiento primordial, que en realidad es como aislar un
momento en la diacronía de la estructura; pero se llega a esto porque ya había encadenamiento previo. En este
momento se puede ver con claridad cómo el mundo de la imagen no ingresa en el humano si no es por la garra
del significante que lo anuda.
Cuando el anudamiento queda mal tejido, el resultado es un pseudoanudamiento, un falso nudo, que
posiblemente se desanude en la adolescencia o quizás más adelante.
En el Seminario sobre el síntoma, Lacan trabaja la posibilidad de un cuarto nudo que haga de prótesis
para estos casos. En principio se trataría de un “saber hacer” que, operando como necesario para el sujeto,
impediría el desanudamiento.
Lo primordial es la madre, depende más de la madre la estructura de los hijos porque al cuerpo lo arma
ella. Por supuesto que depende de cómo el padre sostiene a la madre, ya que si el marido en vez de poder
sostener a su mujer, se enloquece, obviamente tendrá una participación importante en la locura del hijo, pero,
en realidad, la pasante, la que transmite, es la mujer.
No podemos pensar a la función materna sin la función paterna, porque una función viene articulada
con la otra. Primero es la mujer y el niño, ya que si bien esta mujer está en relación a su propio padre y a su
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propio marido, en el aquí y ahora del hacer, es ella la que va a permitir que el hijo incorpore la voz humana y
arme el cuerpo o no.
La primera versión del padre es la que da la madre, por lo tanto, hasta eso corresponde a la mujer.
(AMPLIATORIA) - LACAN “EL ESTADIO DEL ESPEJO COMO FORMADOR DE LA FUNCION DEL YO
(je) TAL COMO SE NOS REVELA EN LA EXPERIENCIA PSICOANALITICA”
Debemos comprender al estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno, a saber, la
transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen. La función del estadio del espejo se revela
como un caso particular de la función de la imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad.
Esta relación está alterada en el hombre por la inmadurez o prematuración específica del nacimiento en
el hombre. La historia de formación del individuo se ve atravesada por el drama del estadio del espejo que
empuja internamente a la precipitación de la insuficiencia a la anticipación, que lo lleva desde una imagen
fragmentada del cuerpo (a posteriori por resignificación) hasta una forma ortopédica de su totalidad –y a la
armadura de una identidad enajenante-.
Descripción y mecanismos psíquicos implicados en el fenómeno: el fenómeno es fácilmente observable
y se puede describir así: Cuando un niño se reconoce por primera vez en el espejo, celebra la aparición de su
imagen con un gesto de alegría, jubilo.
Esta FASCINACION es interpretada por Lacan con la identificación del niño con su imagen, lo que
encontrara allí refugiada por primera vez, de manera completa. En vez de ver solo partes de su cuerpo, observa
por primera vez la totalidad. Hasta reconoce en el espejo, el niño no ha visto nunca su cara, ni su cuerpo
completo, sino solo miembros parciales. Estos fragmentos no aparecen estructurados o relacionados entre sí, no
constituyen una unidad, por lo que han sido percibidos como objetos parciales hasta la experiencia del espejo.
Lo que resalta Lacan, es que el reconocimiento de la propia imagen especular ocurre con ayuda de y en
relación a Otro semejante. Así, el niño, todavía en un estado de impotencia e incoordinación motriz anticipa
originalmente la aprehensión y dominio de su unidad corporal.
Se pone en marcha el PROCESO de IDENTIFICACION. Con la imagen del semejante como forma total, lo
que permitirá una unificación imaginaria.
Dos procesos como mínimo deben converger para que se produzca el estadio del espejo:
● La suficiente maduración de las aéreas del cerebro especializadas en la percepción y procesamiento de
la información visual y
● Un semejante que le sirva de estimulo.
El semejante al que se alude en la segunda condición, aquel Otro, es en principio la madre (o quien
cumpla la función materna). Ella no solo será el modelo visual en el cual se identifique corporalmente el niño,
sino que además será configuradora de la imagen corporal al moldear con sus caricias y con sus expresiones
verbales.
Al ocurrir el Estadio del Espejo el infante dejo de angustiarse de sano grado ante la ausencia de la
madre, pasando a poder regocijarse percibiéndose reflejado y, sobre todo, dotado de unidad corporal, de un
cuerpo propio (al que identificara con su yo). El regocijo experimentado al observar su imagen es también un
primer aumento de sentimiento de placer con su cuerpo, sin la directa asistencia de la madre.
Así el estadio del espejo revela la configuración del yo del sujeto. Lacan deduce, en principio que todo el
Yo es otro (por identificación).
Pero el estadio del espejo por si solo con la implicación de la madre o la función materna, no resultan
suficiente para la subjetivación. Lacan deduce luego que se requiere un tercero. Es la función materna la que
permitirá mantener la noción de unidad corporal del sujeto y luego es desarrollo psíquico que deviene a partir de
esta primera percepción de unidad.
La forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un espejismo a la maduración de su
poder, no le es dada sino como Gestalt, es decir en una exterioridad donde sin duda esa forma es más
constituyente que constituida. Esta gestalt debe considerarse como ligada a la especie, por esos dos aspectos de
su aparición simboliza la permanencia mental del yo (je) al mismo tiempo que prefigura su destinación
enajenadora.
Engaño, desengaño, enajenación y escisión del yo: Lacan observa que el gran júbilo que el niño
experimenta al reconocerse es solo efímero. Se reconoce y se desconoce casi al mismo tiempo, porque aquello
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que desconoce no es él, sino justamente una imagen de él. Una imagen separada que no le pertenece. La
completud que observa es un engaño, una ilusión, una figura imaginaria de no fragmentación, engañosa y que al
mismo tiempo lo confronta con la propia enajenación. Aquello que el niño ve esta fuera de sí, no está en su
cuerpo, sino en el espejo. El estadio del espejo implica por ello una división o escisión del sujeto. Por ello más
tarde Lacan distingue 2 formas de Yo:(posición sádica del sujeto) y (construcción imaginaria).
El momento en que termina el estadio del espejo, inaugura por la identificación con la imagen del
semejante y el drama con los celos primordiales, la dialéctica que desde entonces liga al yo (je) con sus
situaciones socialmente elaborada.
Es este momento el que hace volcarse decisivamente todo el saber humano en la mediatización por el
deseo del otro, constituye sus objetos en una equivalencia abstracta por la rivaldiad del otro, y hace del yo (je)
ese aparato para el cual todo impulso de los instintos será un peligro, aun cuando respondiese a una maduración
natural; pues la normalización misma de esa maduración depende desde ese momento en el hombre de un
expediente cultural: como se ve en lo que respecta al objeto sexual en el complejo de Edipo.
El término “narcisismo primario” con el que se designa la carga libidinal propia de ese momento, revela
el más profundo sentimiento de las latencias. Pero ella ilumina también la oposición dinámica que trataron de
definir de esa libido a la libido sexual, cuando invocaron instintos de destrucción, y hasta de muerte, para explicar
la relación evidente de la libido narcisista con la función enajenadora del yo (je), con la agresividad que se
desprende de ella en toda relación con el otro.
Concebir al yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, como organizado por el “principio
de realidad”, partiendo de la función de desconocimiento que lo caracteriza en todas las estructuras.
UNIDAD IV
65
no se distingue claramente que es lo que el sujeto ha perdido. En la melancolía existe una pérdida de objeto
sustraída de la conciencia.
En el duelo, nada de la pérdida es inconsciente. La labor del yo es análoga a la del duelo, pero además se
produce un empobrecimiento del yo. El paciente en este estado, es tan incapaz de amor, interés y rendimiento,
todo esto es secundario y resultado de la labor que devora a su yo. En la melancolía puede verse insomnio,
repulsa del alimento, desfallecimiento, entre otros síntomas.
En el melancólico observamos el deseo de comunicar a todo el mundo sus propios defectos, como si en
este rebajamiento hallara su satisfacción. Esta autocrítica describe exactamente su situación psicológica. La
pérdida de un objeto ha tenido efecto en el propio yo del sujeto. La instancia crítica (conciencia moral), que se
disocia aquí del yo, lo toma como objeto. Las autoacusaciones pueden adaptarse a la persona amada, que no ha
amado o debía amar. Los reproches corresponden a un sujeto erótico y han sido vueltos contra el yo. Sin
embargo, hay algunos que se refieren realmente al yo.
Al principio existía una elección del objeto. Por la influencia de una defensa real o desengaño, inferido
por la persona amada, surgió una conmoción de esta relación objetal. La carga de objeto demostró tener poca
energía de resistencia y quedó libre. Esta libido no fue desplazada hacia otro objeto, sino retraída al yo,
permitiendo una identificación del yo con el objeto abandonado. Así, se transformó la pérdida del objeto en una
pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una disociación entre la actividad crítica del yo y
el yo modificado por la identificación. Por tanto debe haber existido una enérgica fijación al objeto erótico, pero
también una escasa energía de resistencia de la carga de objeto. Esto quiere decir que la elección de objeto tiene
una base narcisista, de manera que ante una contrariedad, pueda la carga de objeto volver al narcisismo. La
identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en un sustitutivo de la carga erótica, a consecuencia
de la cual no puede abandonarse la relación amorosa a pesar del conflicto con la persona amada. En conclusión,
la predisposición a la melancolía depende del predominio del tipo narcisista de elección de objeto (regresión a la
etapa oral). En la identificación narcisista (la más primitiva de todas), la carga de objeto es abandonada.
Existe un conflicto de ambivalencia (por situaciones de ofensa, postergaciones desengaños)que permite
satisfacer las tendencias sádicas y de odio, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto. A
través del autocastigo, el sujeto se venga de los objetos primitivos y atormenta a los que ama por medio de la
enfermedad, después de haberse refugiado en ésta para no tener que mostrarle directamente su hostilidad. Así
la carga erótica hacia el objeto tiene 2 destinos: una parte retrocede a la identificación, y otra retrocede hasta la
fase sádica. Este sadismo aclara la tendencia al suicidio, en el cual el yo no puede darse muerte sino cuando el
retorno de la carga de objeto le hace posible tratarse a sí mismo como objeto. La melancolía desaparece al cabo
de un tiempo pero deja secuelas .En algunos casos la melancolía tiende a transformarse en manía, es decir en un
estado sintomáticamente opuesto, que puede durar un tiempo. La alternancia entre la melancolía y la manía es
la locura cíclica.
La manía se caracteriza por un estado de exaltación, disposición a la actividad, alegría y triunfo, pero en
donde el yo ignora qué y sobre qué ha conseguido tal triunfo. En la manía el yo tiene que haber dominado el
sufrimiento de la pérdida de objeto quedando emancipado de él y emprende con hambre voraz nuevas cargas de
objeto.
Los combates contra la ambivalencia hacia el objeto son desarrollados en el inconsciente, como así
también las tentativas de desligamiento del duelo. Pero en el duelo no hay impedimento para que las ideas
fluyan hacia lo preconsciente, como en la melancolía donde hay represión.
Las tres premisas de la melancolía son en suma:
- La pérdida de objeto
-Ambivalencia (motor del conflicto)
- Regresión de la libido al yo (la más importante, esencia de la melancolía, pues las otras 2 pueden
hallarse en la obsesión luego de una muerte)
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El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del período sexual de
la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión, y es seguido por el período de latencia. Se va
a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. Aun donde no ocurren acontecimientos particulares, la
falta de la satisfacción esperada, por fuerza determinarán que los pequeños enamorados se extrañen de su
inclinación sin esperanzas. Así, el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de
su imposibilidad interna.
Otra concepción dirá que el complejo de Edipo tiene que caer porque ha llegado el tiempo de su
disolución. Es verdad que el complejo de Edipo es vivenciado de manera enteramente individual por la mayoría
de los humanos, pero es también un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, que tiene que
desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, predeterminada.
Ambas concepciones son compatibles entre sí.
El desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que los genitales ya han tomado sobre sí el
papel rector. Pero estos genitales son sólo los masculinos (más precisamente, el pene), pues los femeninos
siguen sin ser descubiertos. Esta fase fálica, contemporánea a la del complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo
hasta la organización genital definitiva, sino que se hunde y es relevada por el período de latencia. Ahora bien, su
desenlace se consuma de manera típica y apuntalándose en sucesos que retornan de manera regular.
Cuando el niño (varón) ha volcado su interés a los genitales, lo deja traslucir por su vasta ocupación
manual en ellos, y después tiene que hacer la experiencia de que los adultos no están de acuerdo con ese obrar.
Sobreviene la amenaza de que se le arrebatará esta parte tan estimada por él. La mayoría de las veces, la
amenaza de castración proviene de mujeres; a menudo ellas buscan reforzar su autoridad invocando al padre o al
doctor, quienes, según lo aseguran, consumarán el castigo. Con notable frecuencia acontece que al varoncito no
se lo amenaza con la castración por jugar con la mano en el pene, sino por mojar todas las noches su cama y no
habituarse a la limpieza, como si esa incontinencia nocturna fuese consecuencia y prueba de que el niño se
ocupa de su pene con demasiado ardor, y probablemente aciertan en ello. Comoquiera que sea, la persistencia
en mojarse en la cama ha de equipararse a la polución del adulto.
Ahora bien, la tesis es que la organización genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de esta
amenaza de castración. Al principio el varoncito no presta creencia ni obediencia algunas a la amenaza. El
psicoanálisis ha atribuido renovado valor a dos clases de experiencias de que ningún niño está exento y por las
cuales debería estar preparado para la pérdida de partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho
materno, primero temporario y definitivo después, y la separación del contenido de los intestinos, diariamente
exigido. Pero nada se advierte en cuanto a que estas experiencias tuvieran algún efecto con ocasión de la
amenaza de castración. Sólo tras hacer una nueva experiencia empieza el niño a contar con la posibilidad de una
castración.
La observación que por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. Alguna vez
el varoncito llega a ver la región genital de una niñita, y no puede menos que convencerse de la falta de un pene
en un ser semejante a él. Pero con ello se ha vuelto representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de
castración obtiene su efecto con posterioridad.
La vida sexual del niño en esa época en modo alguno se agota en la masturbación. Se la puede pesquisar
en la actitud edípica hacia sus progenitores; la masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual
perteneciente al complejo. El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y
una pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la
madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido pronto como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse
amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. Ahora bien, la aceptación de la posibilidad de la
castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas
del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene; una, la masculina, en calidad de
castigo, y la otra, la femenina, como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe
costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la
investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos
poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo.
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Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de
ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó, que toma prestada del padre su
severidad, perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinosa de
objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y
sublimadas, lo cual probablemente acontezca con toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas en
su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto salvó una vez más los genitales, alejó de ellos
el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con ese proceso se inicia el período de
latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño.
No veo razón alguna para denegar el nombre de «represión»1 al extrañamiento del yo respecto del
complejo de Edipo, si bien las represiones posteriores son llevadas a cabo la mayoría de las veces con
participación del superyó, que recién ahí se forma. Pero el proceso descrito es más que una represión; equivale,
cuando se consuma idealmente, a una destrucción y cancelación del complejo. Hemos tropezado aquí con la
frontera de lo normal y lo patológico, ya que si el yo no ha logrado efectivamente mucho más que una represión
del complejo, este subsistirá inconsciente en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.
Tales son los nexos entre organización fálica, complejo de Edipo, amenaza de castración, formación del
superyó y período de latencia. Justifican la tesis de que el complejo de Edipo se va al fundamento a raíz de la
amenaza de castración.
También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de
latencia. También puede atribuírsele una organización fálica y un complejo de castración, pero las cosas no
suceden de igual manera que en el varón. La diferencia morfológica tiene que exteriorizarse en diversidades del
desarrollo psíquico. El clítoris de la niñita se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la
comparación con un compañerito de juegos, percibe que es «demasiado corto», y siente este hecho como un
perjuicio y una moción de inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la expectativa de que después,
cuando crezca, ella tendrá un apéndice tan grande como el de un muchacho. Es en este punto donde se bifurca el
complejo de masculinidad de la mujer. Pero la niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino
que lo explica mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió
por castración. Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado,
mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.
Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e
interrumpir la organización genital infantil. Mucho más que en el varón, estas alteraciones parecen ser resultado
de la educación, del amedrentamiento externo que amenaza con la pérdida del ser amado. El complejo de Edipo
de la niñita es mucho más unívoco que el del pequeño portador del pene; según mi experiencia, es raro que vaya
más allá de la sustitución de la madre y de la actitud femenina hacia el padre. La renuncia al pene no se
soportará sin un intento de resarcimiento. La muchacha se desliza -a lo largo de una ecuación simbólica,
diríamos- del pene al hijo; su complejo de Edipo culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre,
parirle un hijo. Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque
este deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo
inconsciente, donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su
posterior papel sexual. La menos intensidad de la contribución sádica a la pulsión sexual, que es lícito conjugar
con la mutilación del pene, facilita la mudanza de las aspiraciones directamente sexuales en aspiraciones tiernas
de meta inhibida.
FREUD – Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925)
Nota: Agosto de 1925. En este breve artículo está condensada la primera reformulación completa que
hizo Freud de sus concepciones sobre el desarrollo psicológico de la mujer.
Desde los primeros tiempos, Freud se lamentó de la oscuridad que rodeaba la vida sexual de las
mujeres. Uno de los resultados de esta oscuridad fue que a menudo llevó a Freud a suponer que la psicología de
la mujer podía considerarse simplemente análoga a la del hombre.
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Cuando hemos indagado las primeras plasmaciones psíquicas de la vida sexual en el niño, en general
tomamos por objeto al varoncito. Suponíamos que en el caso de la niña todo sería semejante, aunque diverso de
alguna manera.
La situación del complejo de Edipo es la primera estación que discernimos con seguridad en el varoncito.
En ella el niño retiene el mismo objeto al que ya en el período precedente, el de lactancia y crianza, había
investido con su libido todavía no genital. También el hecho de que vea al padre como un rival a quién querría
eliminar y sustituir se deduce limpiamente de las constelaciones objetivas. Además la actitud (postura) edípica
del varoncito pertenece a la fase fálica y que se va al fundamento por la angustia de castración, o sea, por el
intento narcisista hacia los genitales. Ahora bien, hay una complicación que dificulta nuestro esclarecimiento:
aún en el varoncito, el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo. También él quiere sustituir a la
madre como objeto de amor del padre; a esto lo designamos como actitud femenina.
En lo tocante a la prehistoria del complejo de Edipo en el varoncito, hemos aprendido que hay en ella
una identificación de naturaleza tierna con el padre, de la que todavía está ausente el sentido de la rivalidad
hacia la madre. Otro elemento de esta prehistoria es el quehacer masturbatorio con los genitales, que es el
onanismo de la primera infancia, cuya sofocación, por parte de las personas encargadas de la crianza, activa el
complejo de castración.
Es mucho lo que permanece inexplicado respecto de la prehistoria del complejo de Edipo incluso en el
varoncito.
A más de los problemas del complejo de Edipo en el varón, el de la niña pequeña esconde otro.
Inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto, y no nos asombra que el varón lo retenga para el
complejo de Edipo. Pero, ¿cómo llega la niña a resignarlo y a tomar a cambio al padre por objeto?
Hay mujeres que perseveran con particular intensidad tenacidad en su ligazón-padre y en el deseo de
tener un hijo de el, en que esta culmina. Hay buenas razones para suponer que esta fantasía de deseo fue
también la fuerza pulsional de su onanismo infantil, y uno recibe la impresión de hallarse frente a un hecho
elemental de la vida sexual infantil.
La zona genital es descubierta en algún momento, y no parece justificado atribuir un contenido psíquico
a los primeros quehaceres del niño con ella. Ahora bien, el paso siguiente en la fase fálica que así ha comenzado
es un descubrimiento grávido en consecuencias, circunscrito a la niña pequeña. Ella nota el pene de un hermano
o un compañerito de juegos, visible y de notable tamaño, y lo discierne como el correspondiente, superior, de su
propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.
He aquí una interesante oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el
varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra poco interesado al principio, no ve nada.
Sólo más tarde, después que cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le
volverá significativa. Dos reacciones resultarán de ese encuentro que determinarán duraderamente su relación
con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o menosprecio hacia ella.
La niña pequeña, en cambio, ha visto eso, y en el acto sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.
En este lugar se bifurca el llamado complejo de masculinidad de la mujer, que, eventualmente, si no
logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al desarrollo hacia la feminidad. La esperanza de
recibir alguna vez, a pesar de todo, un pene, igualándose así al varón, puede conservarse hasta épocas
inverosímilmente tardías. O bien sobreviene el proceso que designa desmentida, que en la vida anímica infantil
no es ni raro ni muy peligroso, pero que en el adulto llevaría a una psicosis. La niñita se rehúsa a aceptar el hecho
de su castración, se afirma y se acaricia la convicción de que posee un pene, y se ve compelida a comportarse en
lo sucesivo como si fuera un varón.
Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la formación
reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. Con la admisión de su herida narcisista,
se establece en la mujer un sentimiento de inferioridad. Superado el primer intento de explicar su falta de pene
como castigo personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el
menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al menos en este juicio, se mantiene en
paridad con el varón.
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Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa de existir: pervive en el rasgo
de carácter de los celos, con leve desplazamiento Los celos no son excluidos de uno solo de los sexos, pero
desempeñan un papel mucho mayor en la vida anímica de la mujer porque reciben un enorme esfuerzo desde la
fuente de la envidia del pene, desviada. Hace alusión a la fantasía onanista “Pegan a un niño” que significa que
otro niño, de quien se tiene celos como rival, debe ser golpeado; en la fase fálica de la niña aparece con una
interpretación particular: el niño golpeado-acariciado en ella no puede ser otro, en el fondo, que el clítoris
mismo, de suerte que en enunciado contiene la confesión de la masturbación.
Una tercera consecuencia de la envidia del pene parece ser el aflojamiento de los vínculos tiernos con el
objeto-madre. La madre, que echó al mundo a la niña con una dotación tan insuficiente, es responsabilizada por
esa falta de pene. El curso histórico suele ser este: tras el descubrimiento de la desventaja en los genitales,
pronto afloran celos hacia otro niño a quien la madre supuestamente ama más, con lo cual se adquiere una
motivación para desasirse de la ligazón-madre.
Hay otro sorprendente efecto de la envidia del pene –o del descubrimiento de la inferioridad del clítoris-
que es, sin duda, el más importante de todos.
Las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y femeninos. No
obstante, sigue pareciendo que la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación, y para resolver el
problema supuesto se podrá aducir esta ponderación de las cosas: al menos la masturbación en el clítoris sería
una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad
clitorídea. Los análisis e la prehistoria fálica muestran que en la niña sobreviene, tras los indicios de la envidia del
pene, una intensa contracorriente opuesta al onanismo. Esta moción es manifiestamente un preanuncio de
aquella oleada represiva que en la época de la pubertad eliminará una gran parte de la sexualidad masculina para
dejar espacio al desarrollo de la feminidad. El conflicto prosiguió, y la niña hizo en ese momento, así como más
tarde, todo lo posible para liberarse de la compulsión al onanismo.
No puedo explicarme esta sublevación de la niña pequeña contra el onanismo fálico si no es mediante el
supuesto de que algún factor concurrente le vuelve acerbo el placer que le dispensaría esa práctica. Ese factor,
podría la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, el aviso de que a pesar de todo no puede habérselas
en este punto con el varón y sería mejor abandonar la competencia con él. De esa manera, el conocimiento de la
diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de la masculinidad y del onanismo
masculino, y a encaminarse por nuevas vías que llevan al despliegue de la feminidad.
Hasta ese momento no estuvo en juego el complejo de Edipo, ni había desempeñado papel alguno. Pero
ahora la libido de la niña se desliza a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada pene=hijo –a una nueva
posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre
como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos. En esta nueva situación puede llegar a tener
sensaciones corporales que han de apreciarse como un prematuro despertar del aparato genital femenino. Si
después esta ligazón-padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación-padre
con al cual la niña regresa al complejo de masculinidad y se fija eventualmente a él.
En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de
castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se
establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va
termina debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. El complejo
de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la
masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del
desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación
psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración.
En el varón, el complejo no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de la
amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus
objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó y prestan a esta neoformación sus
propiedades características. En el caso ideal, ya no subsiste tampoco en el inconsciente ningún complejo de
Edipo, el superyó ha devenido su heredero.
En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes
su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. Puede ser abandonado poco a
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poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer. El
nivel de lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan
impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como en el caso del varón. Rasgos de carácter que la
crítica ha enrostrado desde siempre a la mujer, estarían ampliamente fundamentados en la modificación de la
formación del superyó.
En psicología estamos habituados a usar “masculino” y “femenino” también como cualidades anímicas,
y de igual modo hemos transferido el punto de vista de la bisexualidad a la vida anímica. Hay una distinción, no
psicológica, que cuando se dice masculino, por regla general se piensa en “activo”, y en “pasivo” cuando se dice
femenino. Es cierto que existe una relación así pero es insuficiente hacer corresponder conducta masculina con
actividad y femenina con pasividad. Por ejemplo, la madre es en todo sentido activa hacia el hijo.
Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección
por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad
para alcanzar una meta pasiva. Debemos cuidarnos de pasar por alto la influencia de las normas sociales, que de
igual modo esfuerzan a la mujer hacia situaciones pasivas. No descuidaremos la existencia de un vínculo
particularmente constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar
su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas,
susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces,
como se dice, auténticamente femenino.
Pues bien, el psicoanálisis no pretende describir qué es la mujer, sino indagar como deviene, cómo se
desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual.
Abordaremos la indagación del desarrollo sexual femenino con dos expectativas: la primera, que
tampoco en este caso la constitución ha de plegarse sin renuencia ala función; la segunda, que los cambios
decisivos ya se habrán encaminado o consumado antes de la pubertad. Ambas se confirman. Además una
comparación con las constelaciones estudiadas en el varón nos dice que el desarrollo de la niña, pequeña hasta
la mujer normal es más difícil y complicado, pues incluye dos tareas adicionales que no tienen correlato alguno
en el desarrollo del varón. Persigamos los paralelismos desde el comienzo. Por supuesto, ya el material mismo
difiere entre el varón y la niña. La diferencia en la conformación de los genitales es acompañada por otras
desemejanzas corporales. También surgen diferencias en la disposición pulsional, que permiten vislumbrar la
posterior naturaleza de la mujer. La niña pequeña es por regla general menos agresiva y porfiada, más
dependiente y dócil. El hecho de que se la pueda educar con mayor facilidad y rapidez para el gobierno de las
excreciones no es, probablemente, sino la consecuencia de aquella docilidad; en efecto, la orina y las heces son
los primeros regalos que el niño hace a las personas que lo cuidan y su gobierno es la primera concesión que
puede arrancarse a la vida pulsional infantil. También se recibe la impresión de que la niña pequeña es más
inteligente y viva que el varoncito de la misma edad, que se muestra más solícita hacia el mundo exterior, y que
sus investiduras de objeto poseen mayor intensidad que las de aquel.
Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal. El análisis del
juego infantil ha mostrado a nuestras analistas que los impulsos agresivos de las niñas no dejan nada que desear
en materia de diversidad y violencia. Con el ingreso en la fase fálica, las diferencias entre los sexos retroceden en
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toda línea ante las concordancias. Ahora tenemos que admitir que la niña pequeña es como un pequeño varón.
Esta fase se singulariza en el varoncito por el hecho de que sabe procurarse sensaciones placenteras de su
pequeño pene, y conjuga el estado de excitación de este con sus representaciones de comercio sexual. Lo propio
hace la niña con su clítoris, aún más pequeño. Parece que en ella todos los actos onanistas tuvieran por teatro
este equivalente del pene, y que la vagina, genuinamente femenina, fuera todavía algo no descubierto para
ambos sexos.
En la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero no está destinada a seguir siéndolo;
con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su
valor, y esta sería una de las dos tareas que el desarrollo de la mujer tiene que solucionar, mientras que el varón
necesita continuar en la época de su madurez sexual lo que ya había ensayado durante su temprano
florecimiento sexual.
La segunda tarea que gravita sobre el desarrollo de la niña. El primer objeto de amor del varoncito es la
madre, quien lo sigue siendo también en la formación del complejo de Edipo y, en el fondo, durante toda la vida.
También para la niña tiene que ser la madre el primer objeto; en efecto, las primeras investiduras de objeto se
producen por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes y simples necesidades vitales, y las circunstancias
de la crianza son las mismas para los dos sexos. Ahora bien, en la situación edípica es el padre quien ha devenido
objeto de amor para la niña, y esperamos que en un desarrollo de curso normal esta encuentre, desde el
objeto-padre, el camino hacia la elección definitiva de objeto. Por lo tanto, con la alternancia de los períodos la
niña debe trocar zona erógena y objeto, mientras que el varoncito retiene ambos.
Durante ese período el padre es sólo un fastidioso rival; en muchos casos la ligazón-madre dura hasta
pasado el cuarto año. Casi todo lo que más tarde hallamos en el vínculo con el padre preexistió en ella, y fue
transferido de ahí al padre. En suma, llegamos al convencimiento de que no se puede comprender a la mujer si
no se ponder esta fase de la ligazón madre preedípica.
Los vínculos libidinosos de la niña con la madre, son muy diversos. Puesto que atraviesan por las tres
fases de la sexualidad infantil, cobran los caracteres de cada una de ellas, se expresan mediante deseos orales,
sádico-anales y fálicos. Esos deseos subrogan tanto mociones activas como pasivas; si se los refiere a la
diferenciación entre los sexos, cuya emergencia es posterior, se los puede llamar masculinos y femeninos.
Además, son por completo ambivalentes, tanto de naturaleza tierna como hostil-agresiva. Estos últimos suelen
salir a la luz únicamente después que han sido mudados en representaciones de angustia. No siempre es fácil
pesquisar la formulación de estos tempranos deseos sexuales; el que se expresa con mayor nitidez es el de
hacerle un hijo a la madre, así como su correspondiente, el de parirle un hijo, ambos pertenecientes al período
fálico.
Respecto a la primera teoría del trauma, referido a la seducción, Freud deduce que en realidad esto
consistía en una fantasía de la cual se puede discernir la expresión del complejo de Edipo típico en la mujer. Y
ahora reencontramos la fantasía de seducción en la prehistoria preedípica de la niña, pero la seductora es por lo
general la madre. Empero, aquí la fantasía toca el terreno de la realidad, pues fue efectivamente la madre quien
a raíz de los menesteres del cuidado corporal provocó sensaciones placenteras en los genitales, y acaso hasta las
despertó por vez primera.
¿A raíz de que, pues, se va a psique (se va al fundamento) esta potente ligazón-madre de la niña?
Sabemos que ese es su destino habitual: está destinada a dejar sitio a la ligazón-padre. En este paso del
desarrollo no se trata de un simple cambio de vía del objeto. El extrañamiento respecto de la madre se produce
bajo el signo de la hostilidad, la ligazón-madre acaba en odio. Ese odio puede ser muy notable y perdurar toda la
vida, puede ser cuidadosamente sobrecompensado más tarde; por lo común una parte de él se supera y otra
permanece. Sobre esto ejercen fuerte influencia, desde luego, los episodios de años posteriores. En la época de
la vuelta hacia el padre. Escuchamos entonces una larga lista de acusaciones y cargos contra la madre,
destinados a justificar los sentimientos hostiles del niño.
De esos reproches a la madre, el que se remonta más atrás es el de haber suministrado poca leche al
niño, lo cual es explicitado como falta de amor. Ahora bien, en nuestras familias este reproche tiene cierta
justificación. Cualquiera haya sido la situación real, es imposible que el reproche de hijo esté justificado tantas
veces como se lo encuentra. Parece más bien el ansia del niño por su primer alimento es lisa y llanamente
insaciable, y que nunca se consoló de la pérdida del pecho materno.
La próxima acusación a la madre se aviva cuando el siguiente hijo aparece en su cuna. Si es posible,
retiene el nexo con la denegación oral. La madre no quiso o no pudo dar más leche al niño porque necesitaba el
alimento para el recién llegado. Pero el amamantamiento no es lo único que enemista al niño con el indeseado
intruso y rival; igual efecto traducen todos los otros signos del cuidado materno. Se siente destronado,
despojado, menoscabado en sus derechos, arroja un odio celoso sobre el hermanito y desarrolla hacia la madre
infiel una inquina que muy a menudo se expresa en una desagradable alteración de su conducta. Se vuelve
irritable, desobediente, e involuciona en sus conquistas sobre el gobierno de las excresiones.
72
Una rica fuente para la hostilidad del niño hacia su madre la proporcionan sus múltiples deseos
sexuales, variables de acuerdo con la fase libidinal, y que casi nunca pueden ser satisfechos. La más intensa de
estas denegaciones se produce en el período fálico, cuando la madre prohíbe el quehacer placentero en los
genitales –a menudo con duras amenazas y todos los signos del disgusto-, hacia el cual, empero, ella misma
había orientado al niño. Uno creería que son motivos suficientes para fundar el extrañamiento de la niña
respecto de su madre, pero todos estos factores –las postergaciones, los desengaños de amor, los celos, la
seducción con la prohibición subsiguiente- adquieren sin duda eficacia también en la relación del varoncito con
su madre, pero no son capaces de enajenarlo del objeto-madre. Si no hallamos algo que sea específico para la
niña y que no se presente en el varoncito, o no lo haga de igual modo, no habremos explicado el desenlace de la
ligazón-madre en aquella.
Creo que hemos hallado ese factor específico donde esperábamos hallarlo, digo, pues reside en el
complejo de castración. Y en efecto la diferencia anatómica (entre los sexos) no puede menos que imprimirse en
consecuencias psíquicas. Pero fue una sorpresa enterarse, por los análisis, que la muchacha hace responsable a
la madre de su falta de pene y no le perdona ese perjuicio.
También a la mujer le atribuimos un complejo de castración, pero no puede tener el mismo contenido
que en el varón. En este, el complejo de castración nace después que por la visión de unos genitales femeninos
se enteró de que el miembro tan estimado por él no es complemento necesario del cuerpo. Entonces se acuerda
de las amenazas que se atrajo por ocuparse de su miembro, empieza a prestarles creencias, y a partir de ese
momento cae bajo el influjo de la angustia de castración, que pasa a ser el más potente motor de su ulterior
desarrollo. El complejo de castración de la niña se inicia, asimismo, con la visión de los genitales del otro sexo. Al
punto nota la diferencia y su significación. Se siente gravemente perjudicada, a menudo expresa que le gustaría
"tener también algo así", y entonces cae presa de la envidia del pene, que deja huellas imborrables en su
desarrollo y en la formación de su carácter, y aun en el caso más favorable no se superará sin un serio gasto
psíquico. Que la niña admita el hecho de su falta de pene no quiere decir que se someta sin más a él. Al
contrario, se aferra por largo tiempo al deseo de llegar a tener algo así, cree en esa posibilidad hasta una edad
inverosímilmente tardía, y aun en épocas en que su saber de la realidad hace mucho desechó por inalcanzable el
cumplimiento de ese deseo, el análisis puede demostrar que se ha conservado en lo inconsciente y ha retenido
una considerable investidura energética.
La importancia de la envidia del pene es indudable.
Respecto de muchas actitudes pulsionales patológicas cabe preguntar cuánto de su intensidad debe
atribuirse a fijaciones de la primera infancia y cuánto al influjo de vivencias o desarrollos posteriores. Ambos
factores participan con proporciones alternas en la causación. Lo infantil es en todos los casos lo que marca la
dirección; no siempre es lo decisivo. Justamente en el caso de la envidia del pene yo sustentaría sin vacilar la
preeminencia del factor infantil.
El descubrimiento de su castración es un punto de viraje en el desarrollo de la niña. De ahí parten tres
orientaciones del desarrollo: una lleva a la inhibición sexual o a la neurosis; la siguiente, a la alteración del
carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la tercera, en fin, a la feminidad normal.
El contenido esencial de la primera es que la niña pequeña, que hasta ese momento había vivido como
varón, sabía procurarse placer por excitación de su clítoris y relacionaba este quehacer con sus deseos sexuales,
con frecuencia activos, referidos a la madre, ve estropearse el goce de su sexualidad fálica por el influjo de la
envidia del pene. La comparación con el varón, tanto mejor dotado, es una afrenta a su amor propio; renuncia a
la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestima su amor por la madre y entonces no es raro que reprima
una buena parte de sus propias aspiraciones sexuales. Es cierto que el extrañamiento respecto de la madre no se
produce de un golpe, pues la muchacha al comienzo considera su castración como una desventura personal, sólo
poco a poco la extiende a otras personas del sexo femenino y, por último, también a la madre. Su amor se había
dirigido a la madre fálica; con el descubrimiento de que la madre es castrada se vuelve posible abandonarla
como objeto de amor, de suerte que pasan a prevalecer los motivos de hostilidad que durante largo tiempo se
habían ido reuniendo.
En el desarrollo de la niña, el propio niño se empeña en librarse del onanismo, pero no siempre lo
consigue. Cuando la envidia del pene ha despertado un fuerte impulso contrario al onanismo clitorídeo y este,
empero, no quiere ceder, se entabla una violenta lucha por liberarse; en esa lucha la niña asume ella misma, por
así decir, el papel de la madre ahora destituida y expresa todo su descontento con el clítoris inferior en la repulsa
a la satisfacción obtenida en él. Muchos años después, cuando el quehacer onanista hace largo tiempo que fue
sofocado, se continúa un interés que debemos interpretar como defensa contra una tentación que se sigue
temiendo. Se exterioriza en la emergencia de una simpatía hacia personas a quienes se atribuyen dificultades
parecidas, entra como motivo del casamiento y hasta puede comandar la elección del marido o del compañero
en el amor. En verdad, el modo en que se tramite la masturbación de la primera infancia no es asunto fácil ni
indiferente.
73
Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de actividad. Ahora prevalece
la pasividad, la vuelta hacia el padre se consuma predominantemente con ayuda de mociones pulsionales
pasivas. Tal oleada de desarrollo, que remueve la actividad fálica, allana el terreno a la feminidad. Cuando no es
mucho lo que a raíz de ello se pierde por represión, esa feminidad puede resultar normal. El deseo con que la
niña se vuelve hacia el padre es sin duda, originariamente, el deseo del pene que la madre le ha denegado y
ahora espera del padre. Sin embargo, la situación femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se
sustituye por el deseo del hijo, y entonces, siguiendo una antigua equivalencia simbólica, el hijo aparece en lugar
del pene. No se nos escapa que la niña había deseado un hijo ya antes, en la fase fálica no perturbada; ese era,
sin duda alguna, el sentido de su juego con muñecas. Pero ese juego no era propiamente la expresión de su
feminidad; servía a la identificación-madre en el propósito de sustituir la pasividad por actividad. Jugaba a la
madre, y la muñeca era lla misma; entonces podía hacer con el hijo todo lo que la madre solía hacer con ella.
Sólo con aquel punto de arribo del deseo del pene, el hijo-muñeca deviene un hijo del padre y, desde ese
momento, la más intensa meta de deseo femenina.
Así, el antiguo deseo masculino de poseer el pene sigue trasluciéndose a través de la feminidad
consumada. Pero quizá debiéramos ver en este deseo del pene, más bien, un deseo femenino por excelencia.
Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo de
Edipo. La hostilidad a la madre, que no necesita ser creada como si fuera algo nuevo, experimenta ahora un gran
refuerzo, pues deviene la rival que recibe del padre todo lo que la niña anhela de él. Para la niña, la situación
edípica es el desenlace de un largo y difícil proceso, una suerte de tramitación provisional, una posición de
reposo que no se abandona muy pronto, sobre todo porque el comienzo del período de la potencia no está lejos.
Y en este punto, en la relación del complejo de Edipo con el de castración, nos salta a la vista una diferencia entre
los sexos, probablemente grávida en consecuencias. El complejo de Edipo del varoncito, dentro del cual anhela a
su madre y querría eliminar a su padre como rival, se desarrolla desde luego a partir de la fase de su sexualidad
fálica. Ahora bien, la amenaza de castración lo constriñe a resignar esta postura. El complejo de Edipo es
abandonado, reprimido, en el caso más normal radicalmente destruido, y se instaura como su heredero un
severo superyó. Lo que acontece en la niña es casi lo contrario. El complejo de castración prepara al complejo de
Edipo en vez de destruirlo; por el influjo de la envidia del pene, la niña es expulsada de la ligazón-madre y
desemboca en la situación edípica como en un puerto. Ausente la angustia de castración, falta el motivo principal
que había esforzado el varoncito a superar el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por un tiempo
indefinido, sólo después lo deconstruye y aun entonces lo hace de manera incompleta. En tales constelaciones
tiene que sufrir menoscabo la formación del superyó.
La segunda de las reacciones posibles tras el descubrimiento de la castración femenina es el desarrollo
de un fuerte complejo de masculinidad. Se quiere significar con esto que, por así decir, la niña se rehúsa a
reconocer el hecho desagradable; con una empecinada rebeldía carga todavía más las tintas sobre la
masculinidad que tuvo hasta entonces, mantiene su quehacer clitorídeo y busca refugio en una identificación con
la madre fálica o con el padre. Lo decisivo para este desenlace es un factor constitucional, una proporción mayor
de actividad. Empero, lo esencial del proceso es que en este lugar del desarrollo se evita la oleada de pasividad
que inaugura el giro hacia la feminidad. Como la operación más extrema de este complejo de masculinidad se
nos aparece su influjo sobre la elección de objeto en el sentido de una homosexualidad manifiesta. Parece
deberse a que también esas muchachas toman por objeto al padre durante cierto lapso y se internan en la
situación edípica. Pero luego son esforzadas a regresar a su anterior complejo de masculinidad en virtud de las
infaltables desilusiones con el padre. No es lícito sobrestimar el valor de tales desengaños; tampoco le son
ahorrados a la niña destinada a la feminidad, y en ella no producen igual resultado. El hiperpoder del factor
constitucional parece indiscutible, pero las dos fases del desarrollo de la homosexualidad femenina se reflejan
muy claramente en las prácticas de las homosexuales, que con la misma frecuencia e igual nitidez desempeñan
los papeles de madre e hija como los de varón y mujer.
Las regresiones a las fijaciones de aquellas fases preedípicas son muy frecuentes; en muchos ciclos de
vida se llega a una repetida alternancia de épocas en que predominan la masculinidad o la feminidad.
Hemos llamado “libido” a la fuerza pulsional de la vida sexual. La vida sexual está gobernada por la
polaridad masculino-femenino, sin embargo existe sólo una libido, que entra al servicio de la función sexual tanto
masculina como femenina. No podemos atribuirle sexo alguno.
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la convención en medida mucho mayor de lo que se creería, la atribuimos al propósito originario de ocultar el
defecto de los genitales.
Las condiciones de la elección de objeto de la mujer, se produce a menudo siguiendo el ideal narcisista
del varón que la niña había deseado devenir. Si ella ha permanecido dentro de la ligazón-padre –es decir, del
complejo de Edipo-, elige según el tipo paterno. Puesto que en la vuelta desde la madre hacia el padre la
hostilidad del vínculo ambivalente de sentimientos permaneció junto a la madre, tal elección debiera de asegurar
un matrimonio dichoso. Pero muy a menudo interviene otro desenlace que en general amenaza esa tramitación
del conflicto de ambivalencia. La hostilidad que se dejó atrás alcanza a la ligazón positiva y desborda sobre el
nuevo objeto. El marido, que había heredado al padre, entra con el tiempo en posesión de la herencia materna.
Entonces ocurre fácilmente que la segunda mitad de la vida de una mujer se llene con la lucha contra su marido,
así como la primera, más breve, lo estuvo con la rebelión contra su madre. Otra mudanza en el ser de la mujer,
para la cual los amantes no están preparados, puede sobrevenir luego del nacimiento del primer hijo en el
matrimonio. Bajo la impresión de la propia maternidad puede revivirse una identificación con la madre propia,
identificación contra la cual la mujer se había rebelado hasta el matrimonio, y atraer hacia sí toda la libido
disponible, de suerte que la compulsión de repetición reproduzca un matrimonio desdichado de los padres. Que
el antiguo factor de la falta de pene no siempre ha perdido su fuerza se demuestra en la diversa reacción de la
madre frente al nacimiento de un hijo según sea varón o mujer. Sólo la relación con el hijo varón brinda a la
madre una satisfacción irrestricta. La madre puede transferir obre el varón la ambición que debió sofocar en ella
misma, esperar de él la satisfacción de todo aquello que le quedó de su complejo de masculinidad.
La identificación madre de la mujer permite discernir dos estratos: el preedípico, que consiste en la
ligazón tierna con la madre y la toma por arquetipo, y el posterior, derivado del complejo de Edipo, que quiere
eliminar a la madre y sustituirla junto al padre. Empero, la fase de la ligazón preedípica tierna es la decisiva para
el futuro de la mujer; en ella se prepara la adquisición de aquellas cualidades con las que luego cumplirá su papel
en la función sexual.
El hecho de que sea preciso atribuir a la mujer escaso sentido de la justicia tiene íntima relación con el
predominio de la envidia en su vida anímica, pues el reclamo de justicia es un procesamiento de la envidia, indica
la condición bajo la cual uno puede desistir de esta. También decimos acerca de las mujeres que sus intereses
sociales son más endebles que los del varón, así como es menor su aptitud para la sublimación de lo pulsional.
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✔ (4)Tendencia de los amantes a rescatar a la amada. El hombre está convencido de que ella lo necesita, de
que sin él perdería todo apoyo moral y rápidamente se hundiría. La rescata no abandonándola.
Esa elección de objeto y esa rara conducta tienen el mismo origen psíquico que en la vida amorosa de
las personas normales; brotan de la fijación infantil de la ternura a la madre y constituyen uno de los desenlaces
de esa fijación. La libido se ha demorado tanto tiempo junto a la madre, aun después de sobrevenida la
pubertad, que los objetos de amor elegidos después llevan al sello de los caracteres maternos y devienen como
subrogados de la madre fácilmente reconocibles.
Es verosímil que los rasgos característicos de nuestro tipo surgen efectivamente de la constelación
materna. Lo conseguiremos con mayor facilidad respecto de la primera condición: inteligimos de inmediato que
en el niño que crece dentro de la familia el hecho de que la madre pertenezca al padre pasa a ser una pieza
inseparable del ser de aquella, y que el tercero perjudicado no es otro que el propio padre. Con igual facilidad se
inserta en esa trama infantil el rasgo sobrestimador, que convierte a la amada e única e insustituible.
Además, si en nuestro tipo todos los objetos de amor están destinados a ser principalmente unos
subrogados de la madre, se vuelve comprensible la formación de series, que parece contradecir de manera tan
directa la condición de la fidelidad. En efecto, el psicoanálisis nos enseña que lo insustituible eficaz dentro de lo
inconsciente a menudo se anuncia mediante el relevo sucesivo en una serie interminable.
En cambio, la segunda condición de amor, la liviandad del objeto elegido, parece contrariar
enérgicamente una derivación del complejo materno. Es que ante el pesar consciente del adulto la madre
aparece como una personalidad de pureza moral inatacable.
Cuando el varón tiene noticia por primera vez de las relaciones sexuales entre sus padres, se familiariza con el
secreto de la vida sexual y destruye la autoridad de los adultos (inconciliable con el quehacer sexual). Ese
esclarecimiento sexual viene acompañado de la noticia de que ciertas mujeres realizan el acto sexual a cambio de
plata y que por ello son despreciadas. El siente mezcla de añoranza (él podría ser introducido a la vida sexual así)
y horror.
Más tarde, cuando ya no puede sostener esa duda respecto de las odiosas normas del quehacer sexual,
se dice que a pesar de todo no es tan grande la diferencia entre la madre y la prostituta, pues ambas en el fondo
hacen lo mismo. En efecto, aquellas comunicaciones de esclarecimiento le han despertado las huellas mnémicas
de sus impresiones deseos de la primera infancia y, a partir de ellas, han vuelto a poner en actividad ciertas
mociones anímicas. Empieza a anhelar a su madre en el sentido recién adquirido y a odiar de nuevo al padre
como un competidor que estorba ese deseo: cae bajo el imperio del complejo de Edipo. No ha perdonado a su
madre y lo considera como una infidelidad que no le haya regalado a él sino al padre el comercio sexual. Estas
emociones, cuando no pasan rápido, no tienen otra salida que desfogarse en fantasías cuyo contenido es el
quehacer sexual de la madre, y cuya tensión tiende a solucionarse con particular facilidad en el acto onanista. A
consecuencia de la permanente conjugación de los dos motivos pulsionales el anhelo y la venganza, las fantasías
de infidelidad de la madre son, con mucho, predilectas; el amante con quien la madre comete el adulterio casi
siempre lleva los rasgos del YO propio, mejor dicho, de la propia personalidad idealizada, figurada en la edad
madura para elevarla hasta el nivel del padre. Lo que en otro lugar he descrito como novela familiar.
Ahora bien, tras inteligir esta pieza del desarrollo anímico ya no podemos hallar contradictorio e
inconcebible que la condición de liviandad de la amada se derive directamente del complejo materno. El tipo de
vida amorosa masculina que hemos descrito lleva en sí las huellas de esta historia de desarrollo y puede
comprenderse como una fijación a las fantasías de pubertad del muchacho.
La tendencia a rescatar a la amada sólo parece mantener una conexión laxa, superficial. La amada se
pone en peligro por su inclinación a la indecencia y la fidelidad; es comprensible entonces que el amante se
empeñe en preservarla de ese peligro cuidando su virtud y contrariando sus malas inclinaciones. Estamos frente
a una “racionalización” excelentemente lograda de un motivo inconsciente, equiparable a una buena elaboración
secundaria de un sueño. En realidad, el motivo del rescate tiene su significado y su historia propios, y es un
retoño autónomo del complejo materno o, mejor dicho, parental. Al enterarse el niño de que debe la vida a sus
padres, de que la madre le ha “regalado la vida”, en él se aúnan mociones tiernas con las de una manía de
grandeza en pugna por la autonomía, para generar el deseo de devolver ese regalo a los padres, compensárselo
por uno de igual valor. Forma entonces la fantasía de rescatar al padre de un peligro mortal, con lo cual queda a
mano con él. En la aplicación de esta fantasía de rescate al padre prevalece con mucho el sentido desafiante, en
tanto que casi siempre dirige a la madre su intencionalidad tierna. Con un leve cambio de significado “rescatar a
la madre” cobra el significado de “obsequiarle o hacerle un hijo”, desde luego, un hijo como uno mismo es. La
madre nos ha regalado una vida, la propia, y uno le regala a cambio otra vida, la de un hijo que tiene con el
sí-mismo; vale decir, en la fantasía de rescate se identifica plenamente con el padre. Este solo deseo, el de ser su
propio padre, satisface toda una serie de pulsiones: tiernas, de agradecimiento, concupiscentes, desafiantes, de
autonomía. Y en ese cambio de significado tampoco se ha perdido el factor del peligro; en efecto, el acto mismo
del nacimiento es el peligro del que uno fue rescatado por el esfuerzo de la madre. El nacimiento es tanto el
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primero de todos los peligros mortales cuando el arquetipo de todos los posteriores ante los cuales sentimos
angustia; y es probable que el vivenciar el nacimiento nos haya dejado como secuela la expresión de afecto que
llamamos angustia.
77
Identidad sexual:
La posibilidad de establecer una identidad sexual definitiva se suele considerar como otro criterio de
terminación de la adolescencia.
La identidad sexual se adquiere luego de destacar la bisexualidad de los primeros años de vida.
En esta edad las relaciones tienden a que haya muchos amores “definitivos”, muchas veces definitivos,
pero con temor a implicarse en un compromiso afectivo “definitivo”. En el comienzo de la pubertad es habitual
que los chicos “ensayen” con un par de su mismo sexo en la búsqueda del ejercicio de su propia genitabilidad,
pero esto no implica, de ninguna manera, desviación ni conflicto de identidad sexual. Con los medios que se
obtienen en la infancia, en proyecto de vida se hace en la adolescencia, y por ende, la psicosexualidad en el
sentido mas amplio también se concreta y apuntala en dicha etapa.
Pareciera que nuestra sociedad está tendiendo a “infantilizar” en la medida que se sobrevalora en
cuerpo y el estilo adolescente.
El mecanismo de represión que implica un importante logro yoico y de identificación con el progenitor
del mismo sexo, requiere condiciones vinculares (flia, sociedad) y de manera fundamental, la aceptación y el
dolor, en tanto duelo, “por no tener todo”.
Es por esto que cuando se “infantiliza” o “adultiza” al adolescente, no se lo ayuda a dilucidar uno de los
dilemas que mas la acechan, tener que elegir, y elegir supone desechar y perder. Esto se refiere tanto a la
identidad sexual, como a la elección de pareja a la elección vocacional.
Esta elección requiere una represión, una sociedad, un marco familiar inserto en ella que acepte la
brecha generacional y la perdida, y el logro, que implica la terminación de la infancia adolescente en el camino
de la adultez.
Situación que se engendra con el otro parámetro de salida de esta etapa: la posibilidad de ejercer, con y
hacia otros, un vínculo de dependencia afectiva.
UNIDAD V
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Con el tiempo el tabú pasó poco a poco a prohibir por sí solo, pasando lo demoníaco a un segundo
plano. Sin embargo Wundt no llega a las raíces últimas del tabú, que son raíces psicológicas y no demoníacas.
El psicoanálisis nos muestra el tabú en los enfermos obsesivos, llenos de tabúes a los que obedecen
tanto como los salvajes. Hay concordancias entre las prohibiciones obsesivas neuróticas y los tabúes, como por
ejemplo que son igualmente inmotivadas y de enigmático origen, y además impuestas desde dentro del sujeto.
Además, no sólo prohíben cierta acción sino también el mismo pensar en hacerla. Los enfermos obsesivos se
portan como si las personas tabúes fueran portadoras de una enfermedad contagiosa, y mediante ceremoniales
buscan anular la nefasta influencia de lo prohibido. En suma, las concordancias son 4: carácter inmotivado,
convencimiento interno, desplazabilidad (contagio) y acciones ceremoniales.
Freud da el ejemplo de la persona que reprimió su placer al contacto, creándose así un conflicto (deseo
tocar pero está prohibido hacerlo, es tabú). Las prohibiciones tabú son ambivalentes: en lo inconsciente les
gustaría violarlas, pero al mismo tiempo temen hacerlo. Las más antiguas e importantes prohibiciones-tabú son
las dos leyes fundamentales del totemismo: no matar al animal totémico, y evitar el comercio sexual con los
miembros del sexo opuesto del mismo clan totémico. Consiguientemente, estas debieron ser las apetencias más
fuertes del hombre, ya que el fundamento del tabú es un obrar prohibido para el cual hay una intensa inclinación
inconsciente.
El hombre que violó un tabú se vuelve él mismo tabú porque da el mal ejemplo a los demás, los cuales
deben entonces evitarlo. También se vuelve tabú el ser humano que tienta a violar lo prohibido, como por
ejemplo una mujer, o también el hombre que despierta envidia. Esta transferibilidad del tabú refleja la
inclinación de la pulsión inconsciente, ya indicada para la neurosis, a desplazarse siempre sobre nuevos objetos
siguiendo diferentes caminos asociativos.
Hasta aquí resumimos: el tabú es una prohibición antiquísima impuesta desde afuera por alguna
autoridad, y dirigida hacia las más intensas apetencias del hombre. El placer de violar el tabú subsiste en este
inconscientemente, y quienes obedecen el tabú tienen una actitud ambivalente hacia aquello sobre lo cual el
tabú recae: objeto, persona, etc. ya que despierta tentación y también temor. La violación del tabú se expía
mediante una renuncia.
Si entre los primitivos encontráramos la ambivalencia que vemos en los neuróticos entre un deseo y su
contrario, quedaría prácticamente certificada o asegurada la concordancia psicológica entre el tabú y la neurosis
obsesiva.
Para investigar si existe tal ambivalencia de sentimientos, Freud estudia en detalle los tabúes de los
pueblos salvajes en relación con: a) el trato dispensado a los enemigos; b) el tabú de los gobernantes; y c) el tabú
de los muertos.
Es raro observar una crueldad sin inhibiciones en el trato a los enemigos. El conquistador suele seguir
una serie de preceptos subordinados a un tabú, y que pueden agruparse en cuatro: apaciguar al enemigo
asesinado, restricciones para el matador, acciones expiatorias o purificaciones para el matador, y ciertas medidas
ceremoniales. Corrientemente tales preceptos se explican desde dos principios: la prolongación del tabú hacia
todo lo que tuvo contacto con él, y el miedo al espíritu del asesinado. Freud prefiere explicarlo por la existencia
de una ambivalencia de las mociones de sentimiento hacia el enemigo.
La conducta de los pueblos primitivos hacia sus gobernantes (jefes, reyes, sacerdotes) está regida por
dos principios: el pueblo debe cuidar a los gobernantes, y por otro lado debe cuidarse de ellos. Ambas cosas se
logran mediante muchos preceptos-tabú, como por ejemplo evitar el contacto inmediato y directo con ellos (para
cuidarse de estos). Todas estas actitudes también se entienden a partir de la existencia de una ambivalencia, ya
que al gobernante por un lado se lo venera, pero por el otro, inconscientemente, se siente una intensa hostilidad
hacia él. La desconfianza hacia el gobernante ('hay que cuidarlo') expresa esta hostilidad, y el hecho de tener que
cuidarlos (no vigilarlos), expresa el sentimiento opuesto de veneración. Lo mismo encontramos en el delirio de
persecución, donde la figura perseguidora paterna es al mismo tiempo ensalzada o estimada, y criticada u
odiada. Cabe entonces pensar que también el vínculo del salvaje con su gobernante proviene de la actitud
infantil del niño hacia su padre.
En el caso del tabú a los muertos, todo aquel que haya tenido algún contacto con ellos es impuro, y se
vuelve a su vez tabú. Incluso hasta quien pronuncia el nombre del muerto. Esto mismo ocurre con los neuróticos
obsesivos, que temen pronunciar ciertos nombres, o escucharlos. El tabú de los muertos encierra también una
ambivalencia hacia estos, pues hacia el muerto se siente ternura y hostilidad. El duelo se cumple porque
queríamos al muerto, pero nuestra hostilidad hacia él la proyectamos fuera de nosotros sobre la figura del
muerto y él es ahora el peligroso. Esta proyección de la hostilidad es inconsciente y existía aún desde antes del
fallecimiento, Sólo con su muerte se actualiza este conflicto amor-odio hacia el fallecido. En general, la
proyección sirve para resolver un conflicto de sentimientos ambivalentes, es decir como defensa, pero también
puede usarse cuando no hay conflicto alguno, como cuando mediante la proyección organizamos el mundo
exterior en base a nuestro mundo interior.
81
En los salvajes primitivos la ambivalencia es más intensa que en el hombre de nuestra cultura actual. Es
decir la ambivalencia fue disminuyendo, lo que explica porqué poco a poco fue desapareciendo el tabú,
entendido éste como síntoma de compromiso del conflicto de ambivalencia. Los neuróticos recibieron la
herencia de los salvajes, por cuanto en ellos el conflicto de ambivalencia está también muy agudizado.
El tabú explica la conciencia moral: es su antecedente histórico, pues hay culpa cuando el tabú es
violado. En el neurótico encontramos también el conflicto moral, donde uno de los opuestos es reprimido y el
otro gobierna despóticamente en la conciencia. Se trata, nuevamente, del conflicto de ambivalencia de
sentimientos, habiendo entonces una identidad esencial entre la prohibición del tabú y la prohibición moral.
Hay no obstante diferencias entre los salvajes y los neuróticos obsesivos. Si el salvaje viola el tabú el
castigo lo recibirán todos, pero si el neurótico lo viola, otro será quien sufrirá el castigo (generalmente un ser
allegado) y no él mismo. El neurótico es un 'altruista', pues no quiere hacer algo prohibido ya que sufrirá otra
persona. En realidad no hace otra cosa que desplazar su angustia de la muerte propia sobre un otro.
Otra diferencia es que en la neurosis la prohibición recae sobre pulsiones sexuales, mientras que en los
salvajes recae sobre una pulsión social: el contacto prohibido no tiene sólo un significado sexual sino también el
de agarrar, apoderarse, hacer valer su persona sobre los otros, dominar. La esencia a-social de la neurosis radica
en que el sujeto se refugia en una realidad fantaseada para huir de una realidad insatisfactoria.
Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos
Para el animismo, el universo está poblado de seres espirituales y demonios que animan y generan
animales, plantas y cosas inertes. Los primitivos creen además que los hombres poseen almas que moran en
ellos mismos, y que en cierta forma son independientes de sus cuerpos. El sistema animista gira en torno a estos
seres autónomos: es una forma de explicar el universo, reemplazada luego por los sistemas religiosos y más tarde
por las teorías científicas.
Pero además de ser una forma de explicar el universo, es también una forma de dominarlo, mediante las
técnicas del ensalmo (brujería) y la magia. Son técnicas que movilizan a los espíritus para que estos cumplan la
voluntad del hombre: proteger, dañar, etc. Entre estos procedimientos está el daño hecho a un muñeco que
representa al enemigo (similitud), o también actuar sobre algo perteneciente al enemigo como un cabello, o
comer su carne, etc. (contigüidad). Tanto la similitud como la contigüidad implican contacto. Son relaciones entre
cosas, pero en el animismo las relaciones existentes entre las representaciones (palabras o pensamientos) se
presuponen también entre las cosas, de forma tal que lo que hagamos con nuestras representaciones se supone
que ocurrirá también con las cosas. Esto se llama 'omnipotencia de los pensamientos', como el neurótico que
cree que al pensar en la muerte de alguien, esta muerte ocurrirá realmente. Los enfermos obsesivos son así
supersticiosos, aún cuando reconozcan ellos mismos lo absurdo de su actitud.
La omnipotencia de los pensamientos se aprecia en el animismo, donde el hombre mismo se atribuye
omnipotencia. Si bien en las cosmovisiones religiosas el poder es atribuido a los dioses, el hombre se reserva la
posibilidad de influír de alguna forma sobre ellos. En cambio en las cosmovisiones científicas el hombre acepta su
pequeñez, pero confía en que dominando las leyes naturales podrá ser omnipotente. En todos aflora, y
especialmente en los neuróticos, este narcisismo intelectual u omnipotencia de los pensamientos. Originalmente
esto viene de la magia, donde el hombre mismo es omnipotente; después pasó al animismo (omnipotencia de
los espíritus), y luego a la religión (omnipotencia de los dioses). En tales casos Freud explica esta proyección de la
omnipotencia en otro ser, para que en el hombre no coexistan dos tendencias conflictivas que luchan por ser
omnipotentes, pues evidentemente ambas no pueden serlo. La proyección permite aliviar este conflicto.
En realidad lo proyectado no está afuera sino que está reprimido, latente, o sea es inconsciente. A este
material latente accedemos interpretándolo, por ejemplo a través de los sueños, las fobias, las obsesiones y los
delirios. Psicoanalíticamente, aquellos motivos escondidos existen también entre los salvajes en su animismo y
su magia, pero en ellos, a diferencia del caso neurótico cuyo síntoma es improductivo, sus invocaciones mágicas
tienen un sentido racional: por ejemplo el precepto-tabú de que los guerreros al pelear deben olvidarse de sus
esposas, es para que puedan luchar despejados sin la añoranza de los ausentes.
El retorno del totemismo en la infancia
El totemismo es tanto un sistema religioso como social. Religioso porque apunta al vínculo de mutuo
respeto y protección entre un hombre y su tótem, y social porque regula las relaciones entre los hombres. Dos
son las prohibiciones importantes en el totemismo: matar (o comer) al tótem, y comerciar sexualmente con los
mismos miembros del clan totémico.
Tres tipos de teorías intentaron explicar el origen del totemismo: las nominalistas, las sociológicas y las
psicológicas. Según las primeras, los antepasados dieron nombres de animales a sus jefes porque tenían algunas
cualidades de ellos. Con el tiempo, sus descendientes terminaron creyendo que su antepasado, el tótem, fue un
animal.
Según la teoría sociológica (Spencer y Guillen), el tótem representa a la sociedad en su conjunto,
corporiza a la comunidad que es el genuino objeto de veneración. La sociedad es venerable porque permite
unirse armónicamente a los hombres y cooperar entre sí para poder subsistir.
82
En cuanto a las teorías psicológicas, hay varias, como las de Wilken, Boas, Wundt y Frazer. Este último,
en un primer momento sostuvo como teoría que el tótem es sentido como un refugio seguro del alma del
primitivo para protegerla de los peligros. Después adhirió a la teoría sociológica antes indicada, y por último,
Frazer buscó identificar la fuente última del totemismo en la ignorancia de los salvajes acerca del proceso de la
reproducción sexual, especialmente respecto del papel del macho. El totemismo resulta ser así una creación de
la mujer, quien cree que algo (el tótem) la fecunda y le da hijos. Freud critica esto, diciendo que los salvajes no
son tan ignorantes como para creer en una concepción sexual mágica.
Respecto de las relaciones entre totemismo y exogamia, hay quienes dicen que ambas instituciones
están juntas por azar y que en realidad son independientes, mientras otros sostienen que la exogamia es una
consecuencia lógica del totemismo. Freud no estará de acuerdo con ninguna de las teorías expuestas para
explicar el origen de la exogamia (es decir, el origen del horror al incesto).
Freud intentará una teoría de tipo histórico-conjetural, es decir que supondrá que hace mucho tiempo
se produjo un cierto acontecimiento primordial, a partir del cual puede luego deducirse el horror al incesto.
Tal acontecimiento se relaciona con una hipótesis darwiniana según la cual los monos superiores
vivieron en hordas, dirigidos por un jefe que acaparaba las mujeres y que por celos impedía la promiscuidad
sexual dentro de su horda. De esta exigencia exogámica vino después el tótem imponiendo su prohibición del
incesto. Otra teoría sostiene lo contrario, al sostener que la exogamia es consecuencia (y no origen) de las leyes
totémicas. No parece cosa simple unificar ambas concepciones.
Los niños se interesan más por los animales y se sienten más cerca de ellos que de los adultos, pero sin
embargo desarrollan zoofobias (terror a ciertos animales), y el análisis mostró que tales animales representaban
al padre, en tanto temido oponente de sus intereses sexuales, en tanto fuente de amenazas de castración. Estos
niños también se identifican con el animal temido, siendo ellos mismos quienes son peligrosos. Encontramos
aquí hasta ahora dos rasgos comunes entre estas zoofobias infantiles y el totemismo: la plena identificación con
el animal totémico, y la actitud ambivalente de sentimientos hacia él (porque tanto el padre como el tótem son a
la vez temidos y amados). Freud aclara que estas zoofobias aparecen en los niños varones.
Los mismos miembros del tótem ven en éste a su antepasado y padre primordial. Este es el núcleo de la
explicación psicoanalítica del totemismo. En efecto, las dos prohibiciones del tótem (no matar al animal totémico
y no cometer incesto) son justamente los dos crímenes cometidos por Edipo (mató a su padre y tomó por mujer
a su madre). Si estos dos deseos no son adecuadamente reprimidos, darán lugar a la neurosis. Se concluye hasta
ahora: el sistema totemista resultó de las condiciones del complejo de Edipo.
W. Smith destaca como característica universal de toda cultura los sacrificios en el altar como medio
para reconciliarse con la divinidad o simpatizar con ella. El sacrificio de animales es el más antiguo, donde estos
eran el alimento tanto del dios como de sus adoradores, es decir que ambos eran comensales del mismo
banquete. Se trata de un lazo de unión que debe repetirse siempre para hacerlo duradero: comer juntos une a la
divinidad con sus adoradores, y a estos entre sí. Matar al animal para el sacrificio sólo se permite cuando todos lo
hacen para ofrendarlo, estando prohibida la matanza individual. Vale decir, sólo era permitida cuando todos
juntos asumían la responsabilidad. El animal sacrificado era considerado de la misma sangre ( y por tanto del
mismo clan) que los adoradores y el dios divinidad.
El lazo que los une no es entonces simplemente el banquete, sino el hecho que tanto los adoradores
como el dios comían el mismo animal, con lo cual la vida de este pasaba a morar en la sangre y la carne de todos
ellos. La religión totemista se funda así en la matanza y devoración periódica del tótem. Consumada la muerte, el
animal es llorado y lamentado compulsivamente por temor a una represalia, pero inmediatamente después
viene un festejo jubiloso donde se liberan todas las pulsiones. El tótem, desde el psicoanálisis, es el padre, pues
hacia él hay sentimientos ambivalentes: se lo odia (por eso es matado) y se lo ama (por eso es llorado).
Uniendo esto con la hipótesis darwiniana de la horda primordial, cabe pensar que esta horda es el
origen de los sistemas totémicos. Ello se debe a un acontecimiento que conjeturalmente según Freud tuvo que
haber ocurrido: los hermanos se unieron para darse fuerza y poder matar al jefe de la horda, severo y celoso.
Luego comieron su cadáver para identificarse con él y que cada uno tuviese un poco de la fuerza del padre. El
banquete totémico recuerda periódicamente este acontecimiento. Pero como los hermanos también amaban al
padre vino luego el arrepentimiento, naciendo así el sentimiento de culpa en la humanidad, volviéndose el
muerto más fuerte de lo que había sido en vida. Desde esta conciencia de culpa de los hijos varones nacieron las
dos prohibiciones totémicas: no matar al animal totémico, y no tener vínculos incestuosos con mujeres del
mismo clan (ya que era lo que el padre originalmente prohibía). Ambas cosas fundaron la eticidad del hombre, y
mientras la primera solo tenía su razón de ser en un simple sentimiento, la segunda tuvo además un valor
práctico: la prohibición del incesto impedía que los hermanos se peleen entre sí por las mujeres de su clan, lo
cual implicaba el riesgo de que apareciera nuevamente un padre tirano y celoso entre ellos. En suma: el
psicoanálisis nos lleva sostener un nexo íntimo y un origen simultáneo entre totemismo y exogamia.
Es esto también el origen de las religiones. La comunión cristiana es en el fondo una nueva eliminación
del padre, una repetición del crimen que debía expiarse. El complejo de Edipo está así en el origen de todas las
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religiones e instituciones sociales, así como también en el origen de las neurosis. Los procesos psíquicos en las
masas son entonces asimilables a los procesos psíquicos individuales. La conciencia de culpa generada por el
parricidio primordial no se ha extinguido aún en nosotros. La hallamos en los neuróticos, quienes actúan en
función de una cierta realidad psíquica (expiar una culpa) y no de una realidad objetiva. Para el neurótico, como
para los primitivos, meros deseos e impulsos tienen el valor de hechos. No obstante hay diferencia entre unos y
otros: el neurótico sustituye las acciones por pensamientos, y el primitivo convierte los pensamientos en
acciones.
Los cuatro ensayos que siguen equivalen al intento de aplicar puntos de vista y conclusiones del psicoanálisis a
unos problemas todavía no resueltos de la psicología de los pueblos.
El horror al incesto.
En cuanto al hombre de la prehistoria, él es todavía en cierto modo nuestro contemporáneo. Viven seres
humanos que están todavía muy próximos, mucho más que nosotros, a los primitivos. Y en quienes se ven los
retoños directos y los representantes de los hombres tempranos.
•La vida anímica de estos hombres cobra interés si la tomamos como estadio previo vien conservado de nuestro
propio desarrollo.
•Freud compara la psicología de los pueblos naturales con la psicología del neurótico (psicoanalisis) que revelará
concordancias y permitirá ver bajo una nueva luz distintos aspectos.
Éstos no presentan parentesco físico ni lingüístico con sus vecinos más cercanos
De estos canibales pobres y desnudos no esperaríamos que en su vida sexual observaran reglas éticas como las
entendemos nosotros, o sea que qué restringan sus pulsiones sexuales. No obstante, fijan como meta evitar
relaciones sexuales incestuosas.
Las tribus australiana se dividen en estirpes o clanes, cada uno de los cuales lleva el nombre de su tótem. Pero
¿que es el tótem?
por regla general es un animal comestible, inofensivo, o peligroso y temido. En primer lugar es el antepasado de
la estirpe, pero además su espíritu guardián y auxiliador que le envió oráculos aún cuando sea peligroso, conoce
a sus hijos y es benévolo con ellos.
•Los miembros del Clan totémico tienen la obligación sagrada de no matar a su tótem y de abstenerse de su
carne y de su consumo. El carácter del tótem se adhiere a todos los individuos de su especie.
• la pertenencia al tótem en la base de todas las obligaciones sociales de Australia. Por una parte prevalece sobre
la condición de ser integrante una misma tribu y por la otra relegado a un segundo plano el parentesco de
sangre.
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• lo que el psicoanálisis le interesa es la regla general de qué los miembros del mismo tótem no entran en
vínculos sexuales recíprocos, no tengan permitido casarse entre sí. En la exogamia, conectada con el tótem.
• estos salvajes nos muestran un gran insólitamente alto de horror o sensibilidad al incesto, conectado con la
peculiaridad, que no entendemos bien, de sustituir el parentesco con sanguíneo real por el parentesco totémico.
•Reglas de evitación.
•El psicoanálisis nos ha enseñado que la primera elección de objeto sexual en el perdón es incestuosa, recae
sobre los objetos prohibidos, madre y hermana y también nos ha permitido tomar conocimiento de los caminos
por los cuales él se libera, cuando crece, de la atracción del incesto. Ahora bien, el neurótico representa para
nosotros una pieza del infantilismo psíquico, no ha conseguido librarse de las constelaciones pueriles de la
psicosexualidad, o bien ha regresado a ellas. En su vida anímica inconsciente pues las fijaciones incestuosos de la
libido desempeñan un papel principal.
Por eso Freud llamó complejo nuclear de la neurosis al vínculo con los padres, gobernado por apetencia
incestuosas.
El significado del tabú son explícitas siguiendo dos direcciones contrapuestas. Por una parte nos dice sagrado,
santificado y por otra ominoso, peligroso, prohibido, impuro.
• se trata de una serie de limitaciones a que estos pueblos primitivos se someten, esto o aquello se prohíbe, no
sabemos porque y ni se les ocurre preguntarlo, sino que se someten a ello, una cosa obvia, convencidos de qué
una violación se castigaría sola con la máxima severidad.
• El tabú de los animales, que consiste esencialmente en la prohibición de matarlos y comerlos, constituye el
núcleo del totemismo.
• El tabú de los hombres, está restringido algunas condiciones que para la persona tabú crea en una insólita
situación vital, así, los adolescentes son tabú durante las ceremonias de iniciación, las mujeres durante la
menstruación, los enfermos, recién nacidos, muertos.
• Las fuentes del tabú están situadas allí donde nacen las pulsiones más primitivas y al mismo tiempo más
duraderas del hombre: en el miedo a la acción eficaz de unos poderes demoniacos.
• la creencia propia del tabú originario en un poder demoníaco escondido en el objeto que si es tocado o de él se
hace un uso indebido, se venga mediante el hechizo del infractor, es pura y exclusivamente el miedo objetivado.
Ese miedo todavía no se separó en las dos formas que cobra en un estadio desarrollado, la veneración y el
aborrecimiento.
85
•La concordancia más inmediata y llamativa entre las prohibiciones obsesivas (en los neuroticos) y el tabú
consiste pues en que ellas son igualmente inmotivadas y de enigmático origen.
• todo lo que conduzca al pensamiento hasta lo prohibido, lo que provoca un contacto de pensamiento, está tan
prohibido con el contacto corporal directo, en el tabú reencontramos esta misma extensión.
puntos en que se muestra con la mayor nitidez la concordancia de los usos del tabú con los síntomas de la
neurosis obsesiva:
El hecho de que el tabú se mantenga en todas las generaciones de los pueblos primitivos infiere algo: que el
placer originario de hacer aquello prohibido sobrevive en los pueblos donde el tabú impera. Así, estos tienen
hacia sus prohibiciones tabú una actitud ambivalente, en lo inconciente, nada le gustaría más que violarlas, pero
el mismo tiempo temen hacerlo, tienen miedo justamente porque le gustaría y el míedo es más intenso que el
placer.
Ese placer es, en cada individuo del pueblo, inconsciente como en el neurótico.
• Las prohibiciones tabú más antiguas e importantes son las dos leyes fundamentales del totemismo: no matar al
animal totémico y evitar el comercio sexual con los miembros del sexo contrario del clan totémico.
El tabú es una prohibición antiquísima, impuesta desde afuera por alguna autoridad y dirigida a las más intensas
apetencias de los seres humanos. El placer de violarlk subsiste en lo inconsciente de ellos, los hombres que
obedecen al tabú tienen una actitud ambivalente hacia aquello sobre lo cual el tabú recae. La fuerza
ensalmadora que se le atribuye se reconduce a su capacidad de inducir a tentacion a los hombres; ella se
comporta como una fuerza de contagio porque el ejemplo es contagioso y porque la apetencia prohibida se
desplaza en lo inconsciente a otra cosa.
El hecho de que la violacion del tabú se expié mediante una renuncia demuestra que en la base de la obediencia
al tabú hay una renuncia.
•ahora sólo queremos saber qué valor pueden pretender nuestra equiparación del tabú con la neurosis obsesiva,
así como la concepción del tabú obtenía sobre la base de esa comparación.
-Continuar pag 44
En el capítulo dos con una seimrie de preceptos de apaciguamiento, restricción, expiación y purificación suelen
combinarse dos principios. La prolongación del tabú desde el muerto a todo lo que estuvo en contacto con el y el
miedo al espíritu asesinado. No se nos dice y de hecho no es fácil indicarlos de que modo esos dos factores
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deben combinarse entre sí para explicar el ceremonial, ni se los ha de concebir como de igual valor, o a uno como
el primario y como el secundario al otro, y en este último caso cuál sería el uno y cuál el otro.
Freud sin embargo destaca la unicidad de su concepcion cuando deriva todos esos preceptos de la ambivalencia
de las mociones de sentimiento hacia el enemigo.
Freud hace referencia cada de la descripción y el entendimiento psicoanalítico de la relación entre los
gobernantes y los hombres primitivos.
•A los gobernantes se le otorgan grandes privilegios que coinciden exactamente con las prohibiciones tabú
impuestas a los hombres comunes.
pero en oposición a esta libertad nos restringen otros tabúes que no oprimen a los individuos corrientes.
(primera oposición)
• también se le atribuye una fuerza ensalmadora extraordinaria y por eso se teme el contacto con su persona o
su propiedad, al parque por otro lado se espera el más benéfico efecto de tales contactos. (segunda oposición)
• Freud ofrece la siguiente explicación para el complejo y contradictorio vínculo de lo primitivo con sus
gobernantes: por motivos supersticiosos y de otra índole, en el trato dispensado a los reyes se expresan
múltiples tendencias, cada una de las cuales se desarrolla hasta el extremo sin miramiento por las otras. De ahí
surgirían aquellas contradicciones, por lo demás tampoco escandalosas para el intelecto de los salvajes como lo
son para el miembro de la alta civilización cuando están en juego en la religión o lealtad política.
El psicoanálisis vamos allá en esta explicación: si sometemos al análisis el estado de cosas descrito, como si lo
hallásemos en el cuadro sintomático de una neurosis, adoptaremos como punto de partida de la de mesura en el
cuidado angustiado que se aduce como fundamento para el ceremonial del tabú.
El origen de la neurosis aflora donde quiera que además de la ternura dominante existe una corriente contraria
pero inconciente de hostilidad es decir donde se realizó el caso típico de la actitud ambivalente de sentimientos. Y
esa hostilidad se denuncia a gritos por un aumento hipertrófico de la ternura, que se exterioriza como estado de
angustia y se vuelve compulsiva porque de otro modo no podría cumplir su tarea de mantener en la represión a
la corriente contra el inconciente.
si ahora la aplicaremos al trato que se dispensa a las personas privilegiadas, se ofrecería la intelección de que su
veneración y aún endiosamiento, se contrapone un inconciente una corriente hostil que se realiza la situación de
la actitud ambivalente de sentimientos.
El tabú de los muertos. en las sociedades primitivas era un tema tabú pronunciar el nombre de una persona
muerta. Respecto del nombre los neuróticos obsesivos se comportan en un todo como los salvajes. Muestran la
plena sensibilidad de complejo para pronunciar y escuchar determinadas palabras y nombres y del trato que
dispensará su propio nombre deriva en un buen número de inhibiciones a menudo graves.
•algunas puntualizaciones que pueden resultar significativas a fin de entender el tabú en general:
La proyección de la utilidad inconsciente sobre los demonios, en el tabú de los muertos, no es más que un
ejemplo de una serie de procesos de lo que debemos atribuir el máximo influjo en la plasmación de la vida
anímica primitiva.
87
en el caso considerado, la proyección sirve para tramitar un conflicto de sentimiento y halla igual aplicación en
gran número de situaciones psíquicas que conducen en la neurosis.
• la proyección de percepciones internas hacia fuera es un mecanismo primitivo al que están sometidas
asimismo nuestras percepciones sensoriales y ha desempeñado el papel principal en la configuración de nuestro
mundo exterior.
• Freud supone que a las mociones anímica de los primitivos, en general, le corresponde una medida de
ambivalencia más alta que la que se encuentra en los hombres de cultura hoy vivientes. A medida que disminuye
su ambivalencia poco a poco desapareció el tabú, síntoma de compromiso del conflicto ambivalencia.
acerca de los neuróticos, que están condenados a reproducir esta lucha y el tabú que ella surge, podríamos
afirmar que han recibido una constitución arcaica como restos atávico y ahora se ven obligados a compensarlo al
servicio del requerimiento cultural ha costa un enorme gasto anímico.
Entender el tabú arroja luz también sobre la naturaleza y la génesis de la conciencia moral. Se puede hablar de
una conciencia moral del tabú y tras su violación de una conciencia de culpa del tabú. La conciencia moral del
tabú es probablemente la forma más antigua en que hallamos el fenómeno de la conciencia moral.
Conciencia moral: pertenece a aquello que se sabe con la máxima certeza en muchas lenguas, su designación
apenas de diferencia de la de conciencia.
•En el carácter del neurótico obsesivo se destaca el rasgo de los penosos escrúpulos de la conciencia moral como
un síntoma reactivo frente a la tentación agazapada en lo inconsciente, y que al agudizarse la condición
patológica se desarrollan a partir de aquellos los grados maximos de la conciencia de culpa.
La conciencia de culpa posee en buena parte la naturaleza de la angustia. Freud la describe como angustia de la
conciencia moral.
•Los procesos psíquicos del inconsciente no son iguales a los conscientes. Los inconscientes gozan de ciertas
libertades: un impulso inconsciente no necesita haber nacido allí donde hallamos su exteriorización, pudo
provenir de un lugar totalmente diverso, está referido a su origen a otras personas y relaciones y llegar por el
medio del desplazamiento ahí donde ahora llama nuestra atención. además siendo los procesos inconscientes
indestructibles e incorregibles, como lo son, puede haber sobrevivido desde épocas muy tempranas hasta épocas
más tardías donde sus exteriorizaciones por fuerza parecerán ajenas. Aquí vemos unos indicios apenas pero cuya
cuidadosa elucidación mostraría cuando importancia pueden adquirir para entender el desarrollo de la cultura
En el abordaje analítico de los fenómenos del tabú nos hemos dejado guiar por las concordancias demostrables
con la neurosis obsesiva, en la uno es una neurosis y no una formación social, esto nos plantea la tarea de
señalar aquellos en que puede consistir la diferencia de principio entre la neurosis y una creación cultural como
lo es el tabú. Freud sostiene que de la violación de un tabú, los primitivos tema en un castigo y ese castigo
amenaza a quien se ha hecho culpable de la violación. En la neurosis obsesiva no es así, si el enfermo ejecuta la
prohibición tiene miedo al castigo que va a sufrir otra persona y Noel, y esta persona mediante el análisis vemos
que puede ser uno de los seres más allegados a él y más amados. El neurótico se comporta en este punto como
altruista y el primitivo como egoista.
Freud iba a decir que el predominio de los componentes pulsiónales sexuales sobre los sociales es el factor
característico de la neurosis.
88
El ejemplo que ofrece este este texto de la comparación del tabú con la neurosis obsesiva permite ver cuál es el
nexo entre las formas singulares en euros y las formaciones de cultura. Las neurosis muestran por una parte
concordancia llamativas y profundas con las producciones sociales del arte, la religión y la filosofía y por otra
parte aparecen como unas de formaciones de ellas.
Animismo es la doctrina de las representaciones sobre las almas, y la de los seres espirituales en general.
El animismo es un sistema de pensamiento, no solo proporciona la explicación de un fenómeno singular, sino que
permite concebir la totalidad del universo como una trabazón única, a partir de un solo punto.
Freud hace referencia a la separación que hace Frazer entre magia contagiosa de la imitativa. Lo que en ellos se
considera eficaz no es ya la similitud sino el nexo espacial, la contigüidad, al menos contigüidad representada, el
recuerdo de su preexistencia.
Ahora bien, como similitud y contigüidad son los principios esenciales de la asociación, se llega a la conclusión de
que es el imperio de la asociación de ideas el que explica toda la insensatez de los procedimientos mágicos.
Freud sostiene que el principio que rige a la magia, la técnica del modo de pensar animista, es el de la
omnipotencia de los pensamientos.
NOTA DE TÓTEM Y TABÚ: Al avanzar el estudio, demostró ser adecuado, y aún indispensable, intercalar entre
esos dos estadios el autoerotismo y la elección de objeto, un tercero, o si se quiere, descomponer en dos el
primer estadio, en el autoerotismo. En ese estadio intermedio cuya significativa y Dad se impone cada vez más a
la investigación las pulsiones sexuales antes separadas ya se han compuesto en una unidad y también han
hallado un objeto, pero ese objeto no es un exterior al individuo sino el yo propio constituido hacia esa época.
considerando la fijaciones patológicas de ese estado, que se observan más tardíamente, llamamos narcisismo a
esta nueva etapa. La persona se comporta como si estuviera enamorada de sí misma, en ella, nuestro análisis no
puede separar todavía las pulsiones yoicas y los deseos libidinósos.
El ser humano permanece narcisista en cierta medida aún después que hallado objetos externos para su libido.
Las investiduras de objeto que el emprende son imaginaciones de la libido que permanecen hecho y pueden ser
retiradas de nuevo hacia este punto los estados de enamoramiento psicológicamente tan asombrosos y que son
los arquetipos normales de la psicosis corresponden al máximo nivel de estas emanaciones comparado con el
nivel de amor al yo.
•Freud relaciona en este punto con el narcisismo y concibe como una pieza esencial de este último la
sobreestimación en que los primitivos y los neuróticos tienen a las acciones psíquicas. Entre los primitivos el
pensar está todavía Sexualization en alto grado, a esto se debe la creencia en la omnipotencia de los
pensamientos, la confianza inconmovible en la posibilidad de gobernar al mundo y la impermeabilidad a las
experiencias que podrían aleccionar a los seres humanos sobre su real posición dentro del universo.
Los neuróticos han recibido en su constitución misma un fragmento de exactitud primitiva. La represión de lo
sexual en ellos ha aportado una Sexualization nueva, las consecuencias psíquicas tienen que ser las mismas en
ambos casos el de la sobre investidura originaria del pensar y el de su sobre investidura libidinoso alcanzada por
vía regresiva: narcisismo intelectual, omnipotencia de los pensamientos.
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•Si nos estuviera permitido ver en la demostración de la omnipotencia de los pensamientos entre los primitivos
un testimonio del narcisismo, podríamos atrevemos a comparar los estadios del desarrollo de la como visión
humana con las etapas del desarrollo libidinoso del individuo. Entonces, así en el tiempo, por su contenido la fase
animista correspondería el narcisismo, la religiosa que el grado del hallazgo de objeto que se caracteriza por la
ligazon con los padres, Y la fase científica tendría su pleno correspondiente en el estado de madurez del individuo
que ha renunciado el principio del placer y bajo adaptación a la realidad busca su objeto en el mundo exterior.
El animismo era para El hombre primitivo algo natural y evidente por sí, sabía cómo son las cosas del mundo: son
como el hombre se siente así mismo. Por eso están preparados para descubrir que el hombre primitivo trasladar
al mundo exterior constelaciones estructurales de su propia psique, y por otra parte eso nos autoriza intentar el
retraslado el alma humana de aquello que el animismo enseña acerca de la naturaleza de las cosas. La técnica del
animismo, la magia, nos muestra de la manera más nítida y menos contaminada el propósito de imponer a las
cosas reales las leyes de la vida anímica, en lo cual no es preciso que los espíritus desempeñan el papel alguno,
mientras que también estos últimos pueden ser tomados como objeto de tratamiento mágico.
• Los espíritus y demonios no son más que proyecciones de las mociones de sentimiento del primitivo, este
convierte en personas a sus investiduras afectivas, Puebla con ellas el universo y luego reencuentra afuera sus
procesos anímicos interiores, de una manera en un dos semejante a la del inteligente paranoico.
•El proceso patológico de la paranoia se sirve del mecanismo de la proyección para tramitar tales conflictos
surgidos en la vida anímica. Ese conflicto es el que estalla entre dos miembros de un par de opuestos, el caso de
la actitud ambivalente que hemos de compuesto a fondo en la situación del doliente a raíz de la muerte de un
deudo querido.
•Se vuelve a coincidir en este punto con la opinión de los autores a cuyo parecer los espíritus malignos fueron los
primeros espíritus que nacieron y que derivan la génesis de las representaciones del alma de la impresión que la
muerte provocan los superstites. Freud plantea una única diferencia con esto, y es que no damos precedencia al
problema intelectual que la muerte plantea el vivo, sino que situamos la fuerza que pulsión a esa actividad
exploratoria en el conflicto de sentimientos desatado en los superstites a raíz de aquella situación.
por lo tanto la primera operación teórica del ser humano habría surgido de la misma fuente que las primeras
restricciones éticas a que se sometió, los preceptos tabú.
La igualdad de origen no permite prejuzgar la simultaneidad de la génesis. Si en efecto fue la situación del
superstite frente al muerto la que por primera vez hizo meditativo el hombre aquellos tiempos, y lo constriñó
acceder a los espíritus una parte de su omnipotencia y a sacrificar un fragmento del libre albedrío de su obrar,
esa creaciones culturales habrían sido un primer reconocimiento de la necesidad que hace frente al narcisismo
mano. El primitivo se habría inclinado ante el hiper poder de la muerte con el mismo gesto en que parece
desmentirla.
NOTA DE LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS: La trabazón de los pensamientos oníricos se ha resignado, y luego
pudo perderse el todo o ser sustituida por la nueva trabazón del contenido del sueño. De manera casi regular,
además de la condensación de los elementos del sueño sobrevino un reordenamiento de estos, más o menos
independientes del ordenamiento anterior. Para concluir: lo que se ha hecho con el material de los pensamientos
oníricos en virtud del trabajo del sueño ha experimentado un nuevo influjo que es la elaboración secundaria
cuyo evidente propósito es eliminar para darle un nuevo sentido, la falta de coherencia y la ininteligibilidad que
resultaron del trabajo del sueño. Este nuevo sentido, alcanzado mediante la elaboración secundaria, Ya no es el
sentido de los pensamientos oníricos.
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•Freud hace referencia a la interpretación de los sueños, ya que sostiene que la experiencia cotidiana
psicoanalítica puede al igual que el animismo enseñarnos a cada momento las propiedades principales de un
sistema. La elaboración secundaria del producto del trabajo del sueño es un excelente ejemplo de la naturaleza y
los requisitos de un sistema.
• El mejor signo distintivo de la formación del sistema será que cada uno de los resultados permita descubrir por
lo -2 motivaciones: una que provenga de las premisas del sistema y una escondida pero que nosotros nos vemos
precisado a reconocer como la real y objetiva, la genuinamente eficaz
Un tótem es un objeto hacia el cual es salvaje da pruebas de un supersticioso respeto porque cree que entre su
propia persona y todas las cosas de esa especie existe un particularísimo vínculo. La conexión entre un hombre y
su tótem es recíproca, el tótem protege al hombre y este da muestra de respeto al tótem de diversas maneras:
por ejemplo no matándolo si se trata de un animal y no recolectándolo si es una planta.
El tótem se diferencia del fetiche en que nunca es como este una cosa singular sino siempre un género.
1.
los tótem de linaje, compartidos por un linaje entero y que se trasmiten por herencia de una
generación a la siguiente
2. los totems de los sexos a losbque pertenecen todos los varones y todas las mujeres de la tribu con
exclusión de otro sexo.
3. Los totems individuales propias de una sola persona y que ella no transfiere a sus descendientes
Social por las obligaciones de los miembros de clan unos hacia otros y respecto de otros linajes.
El aspecto social del totemismo se plasma sobre todo en un mandamiento de rigurosa observancia y en una
enorme restricción. Los miembros de un clan totémico son hermanos y hermanas, están obligados a ayudarse y
protegerse mutuamente.
•Los lazos totémicos son más fuertes que los familiares tal como nosotros los entendemos y no coinciden con
estos, ya que por regla general, la transmisión del tótem se produce por herencia materna y originariamente la
herencia paterna acaso ni siquiera regía.
•el animal totémico no era considerado originariamente como un mero nombre de un grupo de aquellos sino
que las más de las veces se lo tenia por su padre ancestral.
•El más importante aspecto social de esta articulación rotémosla de la tribu consiste en que a ella se conectan
determinadas normas establecidas por la costumbre para el comercio recíproco entre los grupos. Y entre esas
normas, las que rigen el matrimonio.
Así aquella articulación se entrama con un importante fenómeno que emerge por primera vez en la época
totemista : la exogamia.
91
•Los tótem fueron originariamente animales y eran considerados los antepasados de cada linaje. El tótem se
heredaba solo por línea femenina: estaba prohibido matar al tótem o comerlo, los miembros del clan totémico
tenían prohibido el comercio sexual recíproco.
El origen del totemismo. ¿cómo llegaron los hombres primitivos a darse nombres o darlos a sus linajes de
animales, plantas, objetos inanimados?
Freud expone tres grupos para dividir las teorías sobre el origen del totemismo.
a)nominalistas. Freud expone la postura de Lang, el cual dice que sería indiferent el modo en que el clan recibió
su nombre de animal. Basta con suponer que sus miembros un día despertaron a la conciencia de que lo llevaban
y no supieron dar razón a su origen. El origen de tales nombres se había olvidado. Procuraron entonces obtener
noticia de ello por vía especulativa, y dadas sus convicciones sobre el significado de los nombres, necesariamente
llegaron a todas esas ideas que están contenidas en el sistema totemista.
“No se precisaban más que tres cosas para dar lugar a todos los credos y prácticas totémicas, incluida la
exogámica: un nombre genérico de animal, de origen desconocido, la creencia en una conexión trascendental
entre todos los portadores, humanos y animales, del mismo nombre y la creencia en las supersticiones de la
sangre”
c)psicológicas.
Investigadores han concebido la exogamia como una institución destinada a prevenir el incesto.
¿De donde proviene el horror al incesto, que debe discernirse como la raíz de la exogamia?
•Para responder a esto no basta con invocar una repugnancia instintiva hacia el comercio sexual entre parientes
consanguíneos, en efecto, la experiencia social demuestra que el incesto, a despecho es instinto, no es un suceso
raro aún en nuestra sociedad de hoy, y la experiencia histórica nueva noticia de casos en que el matrimonio es es
tu oso entre personas privilegiadas fue elevado a la condición de un precepto.
Freud cira a Frazer para dar respuesta a esta pregunta: En vez de inferir, de la previsión legal del incesto, la
existencia una repugnancia natural hacia él, más bien debiéramos extraer la conclusión de qué un instinto natural
pulsióna Hacia el incesto y que, si la ley sofoca a esta pulsión como otras pulsiones naturales, ellos se fundan la
intelección de los hombres civilizados de que satisfacer esas pulsiones naturales perjudicaría a la sociedad.
• Freud agrega a esta argumentación de Frazer que las experiencias del psicoanálisis han invalidado por completo
el supuesto de una repugnancia innata al comercio incestuoso. Han enseñado, al contrario, que las primeras
emociones sexuales del individuo joven son, por regla general, de naturaleza naturaleza incestuosa, y esa
emociones reprimidas desempeñan, como fuerzas funcionales de neurosis posteriores, un papel que no se
puede subestimar.
Por lo tanto se abandona la concepcion del horror al incesto como instinto innato.
•Freud dirá que no conocemos el origen del error del incesto y ni siquiera sabemos qué orientación tomar. No
nos parece satisfactoria ninguna de las soluciones del enigma propuestas hasta ahora.
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•La conducta dem niño hacia el animal es muy parecido a la del primitivo .
Concede sin reparos al animal una igualdad de nobleza, y por su desinhibida confesión de sus necesidades, se
siente sin duda más emparentado con el animal que con el adulto, probablemente enigmático para él. El niño
empieza de pronto a tenerle miedo a una determinada especie animal y a guardarse de tocar o de mirar a
cualquiera de los individuos de ella. Así se establece el cuadro clínico de un de una zoofobia.
Freud expone un ejemplo de fobia en un niño para relacionarlo con el totemismo. El pequeño Aroad tiene dos
años y medio, intento una vez orinar en el gallinero y una gallina le picó el miembro o intentó picárselo. Cuándo
un año después regresó ese mismo lugar, el mismo se convirtió en gallina, sólo se interesaba por el gallinero y
cuando allí pasaba, y troco su lenguaje humano por cacaraqueos y quiquiriquíes.
A los 5 años había vuelto a hablar pero en su discurso solo se ocupaba de cosas de gallinas y otras aves de corral.
•Su comportamiento hacia su animal totémico era ambivalente por excelencia, un odiar y un amar desmedidos.
•Le gustaba jugar a la matanza de gallinas. Pero luego besaba y acariciaba al animal abatido, limpiaba y hacía
mimos a los similes de gallinas que había maltratado.
•el movido comercio sexual entre gallo y gallina, la puesta de los huevos y la salida de los pollitos del cascarón
satisfacían su apetito de saber sexual, que en verdad se dirigía a la vida de la familia humana.
Había formado sus deseos de objeto siguiendo el modelo de vida de las gallinas.
•Freud destaca dos rasgos como unas valiosas concordancias con el totemismo: la plena identificación con el
animal totémico y la actitud ambivalente de sentimientos hacia él.
de acuerdo con estas observaciones se considera lícito reemplazar en la fórmula del totemismo al animal
totémico por el padre.
•se replica esa historia de la horda primitiva en cada vida singular e infantil de los sujetos. (complejo
de edipo)
Freud utiliza el mito de la horda primitiva para explicar la imposición de la prohibición del incesto.
•Esto es una experiencia mítica, teoría que no se puede corroborar pero esto no le quita validez.
Freud dirá que en el momento en que los seres humanos se comportaban como animales, las formas
de vida de hoy, las capacidades cognitivas que tenemos no han estado siempre.
Las formas tan complejas de vivir que tenemos hoy no existían antes.
Freud va a hablar de la horda primitiva, para hacer referencia a ese momento de la historia donde no
había leyes y tampoco un desarrollo importante en las sociedades.
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Los seres humanos se comportaban como animales.
En ese momento la horda primitiva contaba una serie integrantes consanguíneos y uno de ellos (jefe
de la manada), por su poderío físico, se posiciona por encima del resto ejerciendo poder sobre la horda
primitiva, esa persona es un hombre, ese macho se reserva a todas las integrantes de la horda
primitiva, con todas tiene relaciones secuales y no permite que los hijos/hermanos puedan tener
alguna de las mujeres de la horda primitiva.
Esto despierta emociones y sentimientos en los hijos/hermanos, por un lado admira a este macho que
puede tener todas las mujeres, y por otro lado tienen un sentimiento d hostil, de enojo, porque este
macho alfa está siendo un obstáculo.
Los hermanos se alían para matar al padre y poner fin a la tiranía paterna, para tener a las mujeres.
Y aparece el primer festejo de la humanidad. La primera celebración que es el banquete totémico. Hay
festejo y se comen al padre.
Ambivalencia de sentimientos: por un lado festejan haber matado al padre, por el otro tenían
sentimiento de culpa, al fin y al cabo era su padre.
Uno tiene deseo incestuoso hacia un padre, el otro padre aparecerá como un obstáculo por lo tanto
aparece un sentimiento hostil, pero por el otro hay un sentimiento por parte del niño/a de admiración
hacia el padre del mismo sexo, de querer parecerse a este. Este padre posee lo que el niño está
deseando.
Sentimientos ambivalentes
Duelo
Tristeza
•Obediencia con efecto retardado: ahora que su padre murió, ellos quieren satisfacer y cumplir con los
valores que el padre impuso estando vivo.
Por esto, ahora ellos no tendrán relaciones con sus hermanas (como antes querían)
Ahora los hermanos serán enemigos, si alguno se quiere posicionar como macho alfa no podrá, ya que los demás
hermanos se aliarían de nuevo para eliminarlo.
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Aparece así una situación cíclica que no tendría fin.
Entonces para preservar esto ninguno tiene que ocupar ese lugar y resignarse a poseer a todas las hembras.
•Entonces aparece así la prohibicion del incesto, ya nadie puede tener relaciones con alguien perteneciente al
grupo. Y la prohibición del parricidio. Ya no se puede matar.
•Las consecuencias de la horda primitiva son las mismas que las del complejo de edipo
•El incesto y •La aniquilación del padre del mismo sexo, son los dos sentimientos reprimidos que nos deja el
complejo de edipo.
•Odiaban a ese padre que tan gran obstáculo Significa para su necesidad de poder y sus exigencias sexual, pero
también la maña admiraban. Tras eliminarlo, tres satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse con él,
forzosamente se abrieron paso las emociones tiernas avasalladas entre tanto. Aconteció en la forma del
arrepentimiento, así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en
común. El muerto se volvió aún más fuerte de lo que fueran vida, todo esto tal y como seguimos viendo hoy en
los destinos humanos. Lo que antes él había impedido con su existencia, eso mismo se lo prohibieron ahora en la
situación psíquica de la obediencia de efecto retardado, qué tan familiar si nos resulta por los psicoanálisis. así
desde la conciencia de culpa del hijo varón, ellos crearon los dos tabúes fundamentales el totemismo, que por
eso mismo coincidieron con los dos deseos reprimidos del complejo de Edipo.
Éstos dos tabúes con los cuales comenzó la electricidad de los hombres no son psicológicamente del mismo valor.
Sólo uno, el respeto del animal totémico descansa por entero en motivo de sentimiento, es que el padre había
sido eliminado y en la realidad eso no tenía remedio. Pero el otro de la prohibición del incesto tenía también un
poderoso fundamento práctico.
•Un proceso como la eliminación del padre primordial por la banda de hermanos no podía menos que dejar
huellas imperecederas en la historia de la humanidad y procurarse expresión en formaciones sustitutivas tanto
más numerosas cuanto menos estaba destinado a ser recordado él mismo.
•Freud concluyendo sostiene que en el complejo de Edipo se conjugan los comienzos de religión, eticidad,
sociedad, arte, y en ello en plena armonía con la comprobación del psicoanálisis de que este complejo constituye
el núcleo de todas las neurosis, hasta donde hoy hay podido oenetrarlas nuestro entendimiento.
Se me aparece como una gran sorpresa que también estos problemas de la vida anímica de los pueblos
consientan una resolución a partir de un único punto concreto, como es el de la relación con el padre.
Se puede decir que el origen de esta ambivalencia puede ser un fenómeno fundamental de nuestra vida de
sentimientos o si o que ella, ajena en su origen a la vida de sentimientos, fuera adquirida por la humanidad en el
complejo paterno, justamente ahí donde la exploración psicoanalítica del individuo pesquisa hoy su más intenta
plasmacion .
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Freud supone sobre todo que la conciencia de culpa por un acto persistió a lo largo de muchos años y
permanecía eficaz en generaciones que nada podían saber acerca de aquel acto.
Los procesos psíquicos se continuarían de una generación a la siguiente, porque si cada persona debiese adquirir
de nuevo toda su postura frente a la vida, no existiría en este ámbito ningún progreso ni desarrollo alguno.
•En este punto surgen dos nuevas cuestiones: conocer el grado de continuidad psíquica que se puede suponer
en la serie de generaciones y los medios y caminos de que se vale una generación para transferir a la que le sigue
sus estados psíquicos.
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● Las dificultades para transmitir el entusiasmo o para entender lo que la lengua quiere decir constituyen
lo que llamamos un síntoma actual, un síntoma que nacido del acontecimiento, de la actualidad, marca
al sujeto a tal punto que sus emblemas y sus idealizaciones parecen profundamente dañados.
● La trasmisión como ausencia de... se revela entonces como un develamiento de lo que le ha faltado a las
generaciones precedentes. Es entonces cuando la cuestión de la transmisión se presenta como la otra
cara de una falta de...(ciudadanía,integración,...).
● Podemos afirmar que la transmisión es un decir a-medias que transmite un no-sabido. Tal es la fórmula
que propongo para lo que llamaré: “las lenguas del olvido”.
Las lenguas del olvido son aquellas lenguas, aquellas palabras, que el niño escucha sin comprender que ritman
los pequeños y grandes acontecimientos de su primera infancia.
● La llamada lengua materna, paradójicamente, sería aquella lengua que, vehiculizada por la madre,
permite que el niño se separe de ella. La lengua permite dirigirse al “primer Otro” (la madre).
● Una forma de violencia ejercida, a veces padecida y a veces buscada, se manifiesta por aquello que
llamaremos transmisión forzad. Es el caso de quienes, a falta de poder transmitir su recorrdio en toda su
complejidad, pueden llegar a provocar en su descendencia una compulsión a ir a buscar en el pasado
más lejano los elementos “decorativos” de una cultura sobre la cual lo ignoran todo, para adecuarse a
ella.
● La identidad remite a un conjunto de imágenes externas o internas que hacen, por ejemplo, que un
individuo pueda dar a ver y a escuchar, sin discontinuidad, la apariencia de su particularismo. LA
identificación es mucho más singular. E sujeto se identifica con algunas referencias que hace suyas sin
necesidad de ninguna ostentación. Este proceso es el que llamamos simbolización.
● LA transmisión constituiría ese tesoro que cada uno se fabrica a partir de elementos brindados por los
padres, por el entorno, y que, remodelados por encuentros azarosos y por acontecimientos que pasaron
desapercibidos, se articulan a lo largo de los años con la existencia cotidiana para desempeñar su
función principal: ser fundante del sujeto y para el sujeto.
● Es necesario entender la transmisión como un ofrecimiento por parte de los padres, de los maestros, de
algunos elementos que cada uno de los miembros de un descendencia recibe en su infancia, que él
recompondrá a su manera y que serán sin ninguna duda sometidos a su vez a nuevas modificaciones.
La prueba que la travesía de ese pase ha sido lograda se encuentra en ese mínimo desplazamiento: eso es lo que
se llama subjetivar -”individualizar”- una herencia a fin de poder reconocerla como propia.
● No existe transmisión de la cultura que pueda ser considerada definitiva.
● En resumidas cuentas, si transmitir una tradición una historia, se presenta como una construcción, es en
última instancia porque el deseo de asegurar una continuidad en la sucesión de las generación es, se
presenta como una necesidad interna.
● La transmisión de una cultura, de una generación a otra, no podría reducirse a crear pertenencia.
● “Porque, en resumidas cuentas, yo no puedo entrar en contacto con lo nuevo que se me presenta sino
en tanto puedo reconocer allí una parte de familiaridad. Es a partir de la herencia que me ha sido
transmitida que puedo, al superarla, participar de situaciones nuevas que a priori me resultarían
desconocidas.
● En síntesis,transmitir es ofrecer a las generaciones que nos suceden un saber-vivir, término que
debemos tomar en su acepción más fuerte.
En ese sentido, la aceptación por parte del niño de la transmisión de los hechos de cultura supone la puesta en
marcha de un trabajo de identificación. No en el sentido de un intento desesperado de crear una identidad-calco
entre los predecesores y los descendientes sino al modo de un discurso que sería procesado -clandestinamente,
como un contrabando- de aquello que se ofrece como herencia.
Pero del mismo modo que no hay herencia sin que una parte se pierda, no hay transmisión de cultura que no
conozca esta pérdida, esta porción de olvido que comanda la memoria, la modula y permite que a partir de la
repetición, en su misma evanescencia, la modernidad-la diferencia- pueda ser recibida.
● Es necesario recordar que transmitir la vida no se reduce a una simple manipulación biológica, sino a un
conjunto de operaciones que ponen en juego ante todo los hechos de la cultura.
● La ética de una posición como ésta supone que aquel que está a cargo de la transmisión pueda asumir la
herencia de aquel que lo precede.
● Podemos afirmar que toda transmisión es re-transmisión, es decir que ya se encuentra sometida a las
modificaciones inherentes a toda re-modelación del pensamiento que se efectúa en el pasaje de lo uno
lo otro.
● Transmitir también supone que el padre cea sobre su goce, que acepte transferir una porción de este a
cuente de su hijo, es decir, que acepte también renunciar a una parte de lo que para él pueda ser orden
de la omnipotenia.
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Es precisamente esta parte cedida, podríamos incluso decir sacrificada, la que permitirá que el niño constituya un
espacio para recibir la transmisión.
● La transmisión hace uso de la tradición como de un andamio, como un sostén esencial y superfluo a la
vez.
● La tentativa de confundir tradición y transmisión, ¿no es también una manera de negar esa parte que el
padre ha debido sacrificar al transmitir un saber recibido?
Esta confusión entre transmisión y tradición tendría como efecto el apartar la transmisión de la universalidad.
● Formula de Ghoethe citado por Freud: “lo que has heredado de tus padres, conquístalo para poseerlo”.
UNIDAD VI
100
b-El individuo enferma a consecuencia de un empeño interior por procurarse la satisfacción asequible
en la realidad. Enferma en el intento de adaptarse a la realidad y cumplir la exigencia de realidad (de
objetividad), en lo cual tropieza con unas dificultades interiores insuperables.
Es recomendable que estos dos tipos de contracción de enfermedad sean deslindados nítidamente. En
el primero resalta una alteración del mundo exterior; en el segundo, el acento recae sobre una alteración
interior. En el primer tipo, se enferma por una vivencia; en el segundo, por un proceso de desarrollo. En aquel,
surge la tarea de renunciar a la satisfacción y el individuo enferma por su incapacidad de resistencia; en este, la
tarea es trocar un modo de satisfacción por otro, y la persona fracasa por su rigidez. En este último caso está
dado de antemano el conflicto entre el afán de perseverar tal como se es y el afán de alterarse según propósitos
nuevos y nuevas exigencias de la realidad; en el primero, en cambio, el conflicto solo sobreviene después que la
libido estancada ha escogido otras posibilidades, inconciliables, de satisfacción. El papel del conflicto y de la
fijación previa de la libido son en el segundo tipo incomparablemente más llamativos que en el primero, en el
cual puede ocurrir que tales fijaciones inviables se establezcan sólo a consecuencia de la frustración exterior.
Si prescindimos de las diferencias, ambos coinciden en lo esencial. También el enfermar por frustración
cae bajo el punto de vista de la incapacidad de adaptarse a la realidad: al hecho de frustrar esta la satisfacción de
la libido. Y enfermar en las condiciones del segundo tipo lleva, sin más, a un caso especial de la frustración
(denegación). Aquí es frustrada por la realidad aquella fantasía que el individuo declara la única posible para él, y
la frustración parte primariamente de ciertas aspiraciones del yo. A consecuencia del conflicto, quedan por igual
inhibidas las dos variedades de satisfacción, tanto la habitual como aquella a la cual se aspira; y se llega al
estancamiento libidinal, con las consecuencias que de él se siguen. En el segundo tipo son más visibles que en el
primero los proceso psíquicos que llevan a la formación de síntoma dado que las fijaciones patógenas ya tenían
vigencia cuando era sano. Las más de las veces preexistía cierta medida de introversión de la libido.
c-Como una exageración del segundo tipo, aparece el enfermarse por una inhibición del desarrollo. Se
trata de personas que enferman tan pronto han rebasado la infancia irresponsable, y por tanto nunca han
alcanzado una fase de salud, o sea una capacidad de goce y rendimiento no restringida en líneas generales. La
libido nunca ha abandonado las fijaciones infantiles; la exigencia de la realidad no se presenta de improviso al
individuo, sino que viene dada en la circunstancia misma de ir creciendo. El conflicto cede sitio a la insuficiencia,
pero tenemos que postular también aquí un afán por superar las fijaciones de la infancia sino sólo sería un
infantilismo estacionario.
d-El cuarto tipo nos llama la atención sobre otro factor cuya acción eficiente interviene en todos los
otros casos. Vemos enfermarse a individuos hasta entonces sanos, a quienes no se les presentó ninguna vivencia
nueva y cuya relación con el mundo exterior no ha experimentado alteración. Sin embargo, un abordaje más
ceñido muestra que también en estos casos se ha consumado una alteración. Por haberse alcanzado cierto tramo
de la vida y a raíz de ciertos procesos biológicos que obedecen a una ley, la cantidad de la libido ha
experimentado un acrecentamiento en su economía anímica, y este basta por sí solo para romper el equilibrio de
la salud y establecer las condiciones de la neurosis. Tales acrecentamientos libidinales, más bien repentinos, se
conectan de una manera regular con la pubertad y la menopausia. La estasis libidinal es aquí el factor primario;
se vuelve patógeno a consecuencia de la frustración relativa que inflige el mundo exterior, el cual sin embargo
habría permitido satisfacer una exigencia libidinal menor. Y la libido insatisfecha y estancada puede abrir también
los caminos de la regresión y desatar los mismos conflictos que comprobamos para el caso de la frustración
exterior absoluta.
No podemos omitir el factor cuantitativo. Todos los otros factores –frustración, fijación, inhibición del
desarrollo- permanecen ineficientes mientras no afecten una cierta medida de la libido ni provoquen una estasis
libidinal de determinada altura.
Podemos suponer que no se trata de una cantidad absoluta, sino de la proporción entre el monto
libidinal eficiente y aquella cantidad de libido que el yo singular puede dominar, vale decir, mantener en tensión,
sublimar o aplicar directamente. Un debilitamiento del yo por enfermedad orgánica o por una particular
demanda de su energía podrá hacer salir a la luz neurosis que de otro modo habrían permanecido latentes, no
obstante existir la predisposición.
El significado que atribuimos a la cantidad libidinal para la causación de la enfermedad armoniza con dos
tesis básicas de la teoría de la neurosis. En primer lugar, con la afirmación de que las neurosis surgen del conflicto
entre el yo y la libido; en segundo lugar, con la intelección de que no existe ninguna diversidad cualitativa entre
las condiciones de la salud y de la neurosis, y los sanos enfrentan la misma lucha para dominar la libido, sólo que
les va mejor en ella.
El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un “bloqueo” de ellas.
El “olvido” experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores. En muchos casos he
recibido la impresión de que la consabida amnesia infantil está contrabalanceada en su totalidad por los
recuerdos encubridores. En estos no se conserva sólo algo esencial de la vida infantil, sino en verdad todo lo
esencial. Representan tan acabadamente a los años infantiles olvidados como el contenido manifiesto del sueño
a los pensamientos oníricos.
Los otros grupos de procesos psíquicos que como actos puramente internos uno puede oponer a las
impresiones y vivencias deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el recordar. Aquí
sucede, con particular frecuencia, que se “recuerde” algo que nunca pudo ser “olvidado” porque en ningún
tiempo se lo advirtió, nunca fue consciente; además, para el decurso psíquico no parece tener importancia
alguna que uno de esos “nexos” fuera consciente y luego se olvidara, o no hubiera llegado nunca a la
consciencia.
Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de la
infancia y que en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación con efecto
retardado, la mayoría de las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de ellas a través
de sueños.
Si nos atenemos al signo distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior, podemos decir que el
analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como
recuerdo, sino como acción; lo repite sin saber, desde luego, que lo hace.
Por ejemplo: el analizado no refiere acordarse de haber sido desafiante e incrédulo frente a la autoridad
de los padres; en cambio, se comporta de esa manera frente al médico.
A menudo, tras comunicar a cierto paciente la regla fundamental de psicoanálisis, y exhortarlo luego a
decir todo cuanto se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan en torrente, pero experimenta, al
principio, que no sabe decir palabra. Calla y afirma que no se le ocurre nada. Esta no es, desde luego, sino la
repetición de una actitud homosexual que se esfuerza hacia el primer plano como resistencia a todo recordar. Y
durante el lapso que permanezca en tratamiento no se librará de esta compulsión de repetición; uno comprende,
al fin, que esta es su manera de recordar.
Lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la transferencia y la resistencia.
Pronto advertimos que la transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la trasferencia
del pasado olvidado. Tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir,
que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las
otras actividades y vínculos simultáneos de su vida. Tampoco es difícil discernir la participación de la resistencia.
Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar (repetir).
E analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia. ¿Qué repite o actúa,
en verdad?: Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto:
sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter, y, además, durante el tratamiento repite
todos sus síntomas.
Mientras el enfermo lo vivencia como algo real-objetivo y actual, tenemos nosotros que realizar el
trabajo terapéutico, que en buena parte consiste en la reconducción al pasado.
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva, equivale a convocar
un fragmento de la vida real, y por eso no en todos los casos puede ser inofensivo y carente de peligro. De aquí
arranca todo el problema del a menudo inevitable “empeoramiento durante la cura”
102
Cuando la ligazón transferencial se ha vuelto de algún modo viable, el tratamiento logra impedir al
enfermo todas las acciones de repetición más significativas y utilizar el designio de ellas como un material para el
trabajo terapéutico.
El principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente y transformarla en un motivo
para el recordar, reside en el manejo de la trasferencia. Volvemos esa compulsión inocua y aprovechable si le
concedemos su derecho a ser tolerada en cierto ámbito: le abrimos la trasferencia como la palestra donde tiene
permitido desplegarse con una libertad casi total. Conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas de la
enfermedad un nuevo significado trasferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia,
de la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. De las reacciones de repetición, que se muestran
en la trasferencia, los caminos consabidos llevan luego al despertar de los recuerdos, que, vencidas las
resistencias, sobrevienen con facilidad.
El vencimiento de la resistencia comienza, como se sabe, con el acto de ponerla en descubierto el
médico, pues el analizado nunca la discierne, y comunicársela a este. Nombrar la resistencia no puede producir
su cese inmediato. Es preciso dar tiempo al enfermo para enfrascarse e la resistencia, no consabida para él, para
reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafió a ella y obedeciendo a la regla analítica fundamental.
Sólo en el apogeo de la resistencia descubre uno, dentro del trabajo en común con el analizado, las mociones
pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia y poder el paciente se convence en virtud de tal
vivencia.
En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea para el
analizado y en una prueba de paciencia para el médico. No obstante, es la pieza del trabajo que produce el
máximo efecto alterador sobre el paciente y que distingue al tratamiento analítico de todo influjo sugestivo. En
teoría se la puede equiparar a la “abreacción” de los montos de afectos estrangulados por la represión,
abreacción sin la cual el tratamiento hipnótico permanece infructuoso.
Narcisismo: es a partir del investimento libidinal del Otro, que la cría humana entra al camino de la
subjetivación. Es fundamental que el hijo se constituya en algo deseado para esa madre, para ese Otro
primordial. A partir de ese lugar que ocupa ese hijo en el deseo materno podría empezar a constituirse la
subjetivación.
No hay un destino instintivo, debe haber algo para desear: ese es el falo. Es necesario, entonces, la
cesión libidinal –falicización del niño-, es decir que el niño funcione como lo que viene al encuentro del desear de
una madre. A partir de ello comenzará a armarse ese andamiaje estructural que monta la anticipación de una
unidad.
Hay una imagen corporal que se anticipará a la inmadurez biológica del sujeto. Es imprescindible esa
unificación que viene del Otro, porque de lo contrario lo que puede surgir es desarticulación, despedazamiento.
El narcisismo produce una cobertura en la superficie corporal. La que se llama “mi cuerpo”, como buena forma,
responde al desconocimiento de la fragmentación. Ahora bien, en principio el infantil sujeto, como dice Freud, es
en el Otro, donde dos son uno. Cuerpo del Otro que opera como ortopedia para la construcción de la imagen del
propio cuerpo. Es necesario estar muy fusionado para poder separarse.
Diferenciación que se va desplegando cuando el corte en al continuidad desemboca en la construcción
de la alteridad, movimiento de simbolización donde se va montando la diferencia yo-no yo.
Como el juego del Fort-Dá, se trata de la pérdida del objeto. En el campo del narcisismo se pone más en
juego la presencia, la continuidad, que la ausencia.
¿Qué sucede con todo esto en un sujeto adolescente? En lo que refiere al cuerpo, y por el embate del
crecimiento corporal, se pone en jaque la unidad. El reconocimiento corporal cae ante el empuje pulsional.
En el campo del narcisismo, haciendo trauma con el movimiento edípico, se pone en juego la existencia
del sujeto como ser sexuado. A través del Edipo se enlazan las generaciones, marcando diferencias.
Los tres tiempos del Edipo en Lacan
En el primer tiempo, el niño es el falo de la madre –despliegue narcisístico de falicización.
En el segundo tiempo, el padre aparece como prohibidor, el terrible. Él es el falo, arranca para sí la
primacía de ser el falo, es el monumento al falo. En este momento aparece la doble prohibición: no te acostarás
con tu madre, no reintegrarás tu producto. Este padre es absoluto, es la ley, no la hace circular. El padre aparece
a través de la mediación materna, que corre su mirada hacia él.
El tercer tiempo es el que tiene que ver con la declinación del Edipo. El padre es quien tiene el falo y no
es tal. Se ha constituido en deseable y también deseante; aparece como permisivo y donador.
La operación de la metáfora paterna produce como efecto el poder salir de ser objeto de deseo de la
madre, abriendo al movimiento deseante. En este tercer tiempo, el padre es más preferido que la madre. Así, lo
fálico circula. Recordemos que la función fálica refiere a que a falta de una programación instintiva de la
sexualidad, es que debe aparecer una función que marque ciertos lugares, como lugares a los que le deseo se
dirija.
En un sujeto adolescente, el reposicionamiento de piezas de este “segundo despertar”, aparece un
reflote de la adherencia al objeto primordial. Los lazos edípicos se redimensionan y aparecerá fuertemente en
escena como ha operado la metáfora paterna, para que el sujeto pueda ir hacia otro lugar que no sea el materno,
o que no quede ligado al padre terrible, siendo en ambos casos objeto de goce del Otro. Tiempo de
resignificación de la castración, apoyada en los primeros momentos de constitución subjetiva.
Es necesario, dirá Freud, pronunciar los diques contra el incesto. Que el sujeto vaya más allá de estos
objetos primordiales para poder ser.
Problemática del amor. Vía de los sustitutos
104
La adolescencia es un momento de producción muy importante en relación a la estructuración subjetiva.
El adolescente está en tramo de producir al sujeto. Esto refiere a que es necesario que se produzcan
determinados movimientos para que haya escritura de subjetividad en un humano. El adolescente se halla
abocado a un proceso de afirmación de su estructuración psíquica.
Para que se lleve a cabo la efectuación subjetiva, es imprescindible que se ponga en juego el
engendramiento de un objeto como ausente, un vacío. Esta cuestión está enlazada a la posibilidad o no de
entrar en una lógica de las sustituciones. Esto nos conduce a la problemática del amor.
En relación a la adherencia al tóxico, hay un anclaje en un campo de goce, a través de un objeto en
presencia. Supuesto objeto totalizante, objeto de necesidad. Aquí no se trata de poner en juego los significantes
en relación al Otro, sino a la falta de los mismos, en el sentido de que no surge la pregunta ¿qué me quieres?
Sino más bien una certeza, que conduce al tóxico.
Con el otro se puede contar o no en el amor, a diferencia del tóxico que está allí en presencia.
Desde el punto de vista del fenómeno del amor, quiero hacer algunas puntuaciones en relación al
adolescente.
Con el rebrote del polimorfismo pulsional, se pone en juego el rehallazgo de objeto, que ha estado
antecedido por la pausa del período de latencia, tiempo hegemonizado por el proceso secundario y los diques en
lo pulsional.
Entonces, cuando hablamos del amor, inmediatamente deriva al tema del objeto. Con este nuevo
despertar sexual, la búsqueda del objeto estará intensamente marcada por la relación al objeto primordial, que
se redimensiona en este momento, en tanto vuelve a tomar protagonismo el movimiento de piezas de la
situación edípica.
La interdicción del incesto, la no continuidad entre el sujeto y el objeto abre la larga serie de los
sustitutos. El objeto primordial está irremediablemente perdido. Sobre él ha operado la represión originaria y se
tratará de transitar el duelo por la satisfacción total, que es mítica. El sustituto sólo satisface algo.
Estos objetos sustitutos toman su investidura, en algún punto, de aquello que ha caído bajo la barrera
de la represión.
El amor está en el origen de la subjetividad, más allá de la satisfacción de la necesidad y en tiempos de
la adolescencia, la posibilidad real de establecer un vínculo con un objeto de amor no parental, produce un
sacudón a nivel de la estructura.
Con respecto a no poder ingresar en la experiencia del amor posible, recordemos lo que dice Freud en
Introducción del narcisismo: “En el caso de la libido reprimida, la investidura de amor es sentida como grave
reducción del yo, la satisfacción es imposible y el re-enriquecimiento del yo sólo se vuelve posible por el retiro de
la libido de los objetos”.
Cuando es posible ingresar a la experiencia del amor, acercándose al hecho de que los sustitutos
confirman que el objeto está por siempre perdido y que más que encuentro es desencuentro, una de las
características notorias de este inicio, una reacción a esto, es la tendencia a la cristalización en cuanto a ocupar el
lugar de amante –el que ama, o el de amado –el objeto de amor-.
Con respecto al lugar de amante, en tanto lugar cristalizado podría caracterizarlo como instalado en una
autodesvalorización típica y una sobrevaloración del objeto de amor, ante el cuál se siente en absoluta carencia.
Freud nos dice “El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo puede restituírselo
a trueque de ser amado”. En algún sentido su ser, su existencia, depende de que el objeto de amor le
corresponda.
La posición de amante no correspondido, puede tomar diferentes vías. En lo planteado anteriormente,
se establece un movimiento donde no está en juego el tener o no, sino el ser, con lo cual el sujeto puede quedar
reducido a nada, al vacío si no es correspondido.
Esto remite al momento estructural por el que está atravesando el adolescente en tanto proceso de
búsqueda de un lugar para afianzarse como sujeto, siendo su sostén endeble.
Otra vía en relación al amor no correspondido: el amor en silencio. Amor a un objeto idealizado: si se da
un acercamiento se pone en riesgo el ideal, en tanto aparece lo que el otro es, ya no producto de la idealización
sino alguien real. Confrontarse con ello, produce un quiebre en esa exaltación ideal.
El lugar del amado. Esos sujetos adolescentes suelen adoptar actitudes soberbias y de desprecio para
con sus enamorados, si bien establecen lazos.
La certeza de ser objeto de amor suele producir un atrincheramiento narcisista, donde por el camino de
la fascinación por la propia imagen, en un mundo cerrado sobre sí mismo, autosuficiente, se dificulta el poder
desear a otro.
108
El surgimiento de una verdadera actividad de trabajo ayuda a la organización y a la reorganización de
secuencias de tiempo con principio y fin.
Las condiciones de una metamorfosis
Una condición del jugar realizada en la niñez no necesariamente implica un pasaje exitoso al otro orden
considerado. Podemos encontrar casos donde el juego se ha desarrollado satisfactoriamente pero el punto de
fracaso reside precisamente en esa transformación, en ese viraje que haría falta para investir el campo del
trabajo.
Un quantum significativo del orden del deseo que se manifiesta o se despliega en la actividad del jugar
debe pasar a la actividad que a grandes rasgos llamamos trabajar si es que ese quehacer ha de tomarse
realmente propio del sujeto. No hay excepción posible a esta ley. Si poco o nada del orden del deseo inviste el
trabajar, el resultado no será alguien que no trabaje (o no necesariamente); muy bien puede ser que trabaje en
demasía, pero este éxito adaptativo es un fracaso del sujeto. Allí donde calla el deseo, donde se acaba el jugar, el
sujeto está perdido. Esa es la proporción teórica, algo debe pasar en el sentido de desplazamiento libidinal o de
sublimación, pasar de un campo a otro, y en el momento, el tiempo en que algo debe pasar, es justamente una
de las cosas más cruciales que especifican a la adolescencia más allá de las consideraciones puramente biológicas
y cronológicas.
Podemos ver, en adolecentes o adultos jóvenes, que a la par de una demanda de análisis
desencadenada por conflictos sexuales tropeamos insistentemente con demandas de análisis que giran en torno
a una infelicidad, a un malestar, en el orden de trabajar.
Toda vez que existe una cuestión de posicionamiento sexual de ese sujeto, en el que las imagos
familiares masculinas y femeninas de que dispone en cuanto a los ideales y las sublimaciones son las que están
en el basamento de ese “no sé qué hacer”.
En esta específica transformación del jugar al trabajo, hay toda una multitud de conflictos, de tensiones,
desencuentros, bloqueos.
Otro aspecto teórico, nos devuelve al concepto de cuerpo imaginado y a la necesidad de continuar
profundizando en sus resortes internos. Mi hipótesis es que es fundamental detectar hasta dónde alcanza,
dónde se detiene y hasta se agota el cuerpo imaginado que se forjó para un determinado hijo.
Trátase de casos cuyo análisis pormenorizado nos impone la convicción de que el cuerpo imaginado no
aporta nada en el terreno de los ideales que necesita un adolescente; no va más allá de la latencia. Este es un
punto importantísimo, porque hay una diferencia, clínicamente muy clara, entre lo apuntado y la posición de un
adolescente, como tantas veces el analista la encuentra, que tiene que entrar en conflicto con el ideal familiar
–conflicto entre lo que él debería ser como adolescente y como adulto, y sus propios y confusos deseos -.
Sabemos que el resultado es un desencuentro en el que se dan todas las combinaciones posibles entre
acatamiento hasta la rebeldía total, desde la adaptación pasiva, hasta la adaptación del ideal familiar al deseo del
sujeto, que se las arregla para moldear aquél a su propia manera. En toda esta gama de casos el adolescente sí
dispone de una estructura de ideal en forma de cuerpo imaginado que le ofrece la familia y con la que llegado el
caso se enfrenta.
Desde el punto de vista clínico, todo esto es radicalmente distinto de las consecuencias que tiene para
un adolescente aquella otra disposición de elementos donde se halla ante un vacío porque le mito familiar no le
ha imaginado nada que sirva al desarrollo del ideal del yo, ni siquiera para rechazarlo.
Uno de los criterios clínicos más relevantes e confundibles de la otra situación –con mucho, la más
difícil- es, a partir de los sucesos de la pubertad, el creciente estancamiento en el lugar no sólo de hijo, también
de niño y la consiguiente y progresiva dificultad para generar apoyos transicionales que le abran camino al sujeto
hasta una posición paterna; si el análisis avanza lo suficiente, siempre articula esto a que desde el dispositivo
familiar se significa constantemente al adolescente en posición niño, sin poder donarle un cuerpo imaginado de
púber y pospúber…ni de verdaderamente adulto. Debemos esperar, como es usual, toda clase de intensidades
de matiz al respecto.
La clínica nos enfrenta a materiales donde lo subrayable es la ausencia literal de todo proyecto
anticipatorio.
En el primer polo, el más grave, se advierte que el adolescente en cuestión vive al día, sobrevive
digamos. Ni siquiera en el registro del sueño diurno se constata algo del orden del “serás”, o del “seré”, o del
“quisiera ser”, ni al modo ingenuo pero decisivo e que por ejemplo un chico dice “cuando sea grande voy a ser
bombero”, lo cual nos hace sonreír pero ciertamente implica un registro de ideal en plena acción.
Estructuralmente, lo que llamamos “grave” es que la parte esencial de aquella frase, la que en serio cuenta
“cuando sea grande seré” no está escrita en el cuerpo imaginado, lo que plantea en qué condiciones puede llegar
a escribirla el sujeto. Y son significantes (del sujeto) indispensables.
Además, el mismo deseo tan común en el niño de ser grande, es ya de por sí mismo proyecto
anticipatorio.
109
No hay padre, en el sentido de que el padre real ha desaparecido de su vida hace años y sin sustitutos
alternativos. No hay nada en la familia que articule un “serás”. Existe en estructuraciones así una forclusión del
ideal del yo, no hay categoría; por lo tanto, el futuro tampoco existe, de suerte que el paciente vive en un
permanente “soy”.
Clínica y teóricamente tiene extrema importancia detectar la presencia o ausencia de formación de la
categoría ideal del yo; en cada caso y también en el nivel del mito familiar.
El exceso de ideal mata, cuando no literalmente al menos mata las posibilidades desiderativas
significantes del sujeto, sobre todo si, por ejemplo, el adolescente tiene entronizada a alguna figura familiar
como yo ideal, realización misma de la perfección narcisista.
En esa medida, tal entronización impotentiza al sujeto, y gran parte del éxito, de la oportunidad de
análisis, consiste en liberarlo de ese aplastamiento condicionado por ideales devenidos objetivamente
significantes del superyó. Ese es un orden de cosas indiscutibles. Pero existe otro, con consecuencias más
destructivas, toda vez que no se constituye la instancia del ideal.
Pero entonces tenemos que considerar la categoría misma del ideal en su coeficiente de ambigüedad
por cuanto oscila entre aplastar a un sujeto con sus características y estimularlo libidinalmente en su
autoconstrucción.
Más precisamente, la dimensión de estímulo pasa por eso que Freud localizó como apertura hacia el
futuro, “no hoy, pero luego serás”. La misma célebre formulación: “donde Ello era, Yo debo llegar a advenir”,
implica que ese advenimiento es un advenimiento siempre remitido a un futuro por lo demás asintótico, pues
nunca se advine del todo y tal es la mejor condición para fabricar significantes del sujeto hasta (después de)
morir.
Esta asintocidad constituye un eje, pues adquiere una función de provocación sobre el deseo del sujeto.
Hay algo peor al peso del ideal y es su ausencia, su desaparición o su no instauración.
En las psicosis adolescentes, gracias a Lacan hemos descubierto que el punto de desencadenamiento, el
punto de brote es el punto donde, por primera vez, en la existencia de ese sujeto se pone de manifiesto que allí
no hay nada del orden del ideal que lo sostenga; lo único que encuentra para él allí son deseos mortíferos,
destructividad suelta que anda en su busca.
Creo válida una formulación en términos de ley: todo yo ideal no transformable, o sea coagulado como
tal, llegada la adolescencia adviene automáticamente un significante del superyó. Exactamente muta de
significante del sujeto a la posición antagónica, pasando así de representarlo a él y, de un modo u otro, servirle a
sus procesos desiderativos, a mutilarlo en mayor o menor medida.
Podemos muchas veces definir a la adolescencia como el tiempo en que se pone de relieve por primera
vez en la vida un efecto represor, paralizante o destructivo, propio de un significante del superyó proveniente,
originario, de la arcaica formación del yo ideal. Y aun conviene añadir que se trata además del significante del
superyó en el sentido más arcaico que esta subestructura, no en la dirección de la castración simbólica; antes
bien, mandato en su forma más pura, sojuzgamiento de todo aquello que signifique al sujeto, puro “no serás”, en
fin, en la medida en que para el paciente se convierte lo que se opone radical e incondicionalmente a todo
cambio.
La instancia del yo ideal, cuando tuerce al régimen de los significantes del superyó, por ende
intransformable en ideal del yo, se define por la consigna del “no pasarás”, y no hay palabra que pueda proferir
que sirva para pasar.
Retornando al punto de partida, no cabe duda de que es una inmensa, invalorable fortuna que el
pequeño cuente con alguien que le diga “mi bebé”; de nadie haber para investirlo bajo este nombre querría decir
nada menos que falta cuerpo imaginado que protounifique allí al infans. De modo que necesariamente “mi
bebé” deviene una formación ideal, que así ocurra es una cuestión de vida o muerte para el recién nacido, y
sabemos bien que literalmente hablando el yo ideal, pues, no es una cosa opinable: es una constitución
indispensable a la vida.
Varios años más tarde con el arribo de la adolescencia, ese significante “mi bebé”, si sigue en pie tal cual,
es inercia inconvertible. Vale la pena pensar que los proceso de la represión originaria fallaron en hacerlo caer. En
esos casos pasa que a un sujeto le lleve varios años de análisis dejar de ser “mi bebé”, y transformarlo verbigracia
en desear tener un “mi bebé”, con lo que se produce el vuelco hacia esta difiriencia, el ideal del yo. Si es un
verdadero vuelco y no un rebote especular, el sujeto, corrido a padre o madre, nuevamente ha reiniciado su
producción significante: padre o madre de “mi bebé” o de “mi trabajo” o de “mi lugar”, los contenidos son como
siempre lo más contingente.
Para que todo este magma heteroclítico de significantes en potencia se transforme en algo del orden del
trabajar, el conjunto debe sufrir un pasaje que exige del redimensionamiento del proceso secundario. A partir de
él, no todo sirve de la misma manera; hay cosas que deben caer en el jugar infantil para que el trabajo advenga;
hay una inflexión que tiene que ver con este viraje, en la que mucho de lo que estaba en juego como puro
proceso primario se articula en el otro y a su través, proyecto que exhibe un tipo difiriente de racionalidad.
110
Al jugar l bastaba con un código privado, el niño no necesita ser entendido por toda una comunidad
social; incluso el juego tiene, en ese sentido, un carácter secreto homólogo al del sueño, y por eso debe ser
descifrado.
Llevarlo al plano del trabajar, implica, en cambio, ponerlo en un circuito comunicable más amplio y con
otras reglas; éste es un primer y esencial punto de transformación. A veces las vicisitudes pertenecen a un orden
distinto, donde el sujeto más bien se tiene que medir con un exceso de ideal, en relación con este pasaje del
jugar al trabajar.
Hay que tener en cuenta que, al margen de una ficción utópica, el jugar no puede mudarse en trabajar
sin resto. Al mismo tiempo que la transformación y la metamorfosis, hay que saber reconocer clínicamente la
coexistencia, la basculación fluctuante e, incluso, las diferentes embestidas de la represión a lo largo de la
existencia.
Es razonable inferir que no son los significantes del sujeto los que tienden a eliminar la dimensión del
conflicto, inherente a los grandes emprendimientos de unificación, característicos de las pulsiones que sostienen,
incesantemente y todo lo asintomáticamente que se quiera, la existencia humana.
UNIDAD VII
Así como nuestros maestros, los libros que leemos, las películas que vemos, la música que
escuchamos, nos hacen, nos moldean, a la vez que se ofrecen como superficie de inscripción
de modos de pensar nuestra epoca y los mundos pasados y futuros.
Porque la pedagogía se despliega también en todas aquellas prácticas que invitan a pensar y
que por hacerlo nos posicionan en nuevos lugares, nos permiten abordar los problemas con
los que nos enfrentamos como educadores desde nuevas perspectivas.
Kids, constituye la primera y polémica obra fílmica del ya famoso director y fotógrafo Larry
Clark.
•Habla de adolescentes, fue realizada por y con adolescentes, pero no puede ser vista por
ellos (ya que ha sido calificada como no apta para menores de diecisiete y dieciocho años)
¿por qué pensar la problemática de la identidad de los adolescentes a partir de este film?
Quizá porque uno de los más fuertes propósitos del director ha sido utilizar el cine para
112
ofrecer un retrato o reflejo de la fría y cruda realidad de una gran cantidad de jóvenes
norteamericanos.
Desde esta perspectiva, la respuesta a la pregunta acerca de cómo, quienes son, que hacen los
jóvenes y adolescentes de clase media norteamericana, que es lo que define su identidad, no
es absoluta, una esencia o una cosa de la naturaleza.
Se hace referencia en el texto de que la idea de que la adolescencia o la juventud son etapas
del ser humano enteramente definidas por la naturaleza como por ejemplo cuando para
explicar el accionar de un joven decimos “es propio de la edad”, tiene que ver con el supuesto
de que habría algo natural, inherente al desarrollo biológico de los seres humanos que
determinaría de una vez y para siempre lo que es la adolescencia. Pero, estos rasgos que se
atribuyen a la juventud como la idea misma de que es del orden de la naturaleza lo que
determina la adolescencia constituyen una construcción social, un modo de representación
que se ha impuesto como hegemónico en un determinado momento histórico.
No solo no existe una naturaleza de la adolescencia sino que ademas está forma de entender
la adolescencia es una construcción social introducida en la cultura a partir del desarrollo y
fuerte impronta del discurso biológico y médico desde el siglo XIX en el campo de lo social.
La pregunta que surge entonces a partir de este film es ¿Qué sucede con este modo de
comprender la adolescencia si la misma deja de constituirse en espacios de encierro como las
escuelas para pasar a hacerlo en situaciones que implican encuentros entre pares por fuera de
lo que hasta hoy conocíamos como orden instituyente de la subjetividad?
Vemos así como la descripción que este film ofrece de la juventud establece una fuerte
ruptura con aquella definición de adolescencia que la modernidad nos legó, difiere de la
histórica imagen que se ha venido construyendo de los jóvenes.
“El odio”
El odio, es el segundo film de Mathie Kassovitz. El guion está basado en un hecho real y
filmado en blanco y negro.
A lo largo del film se quejarán de que el sistema en el que viven y del que no sienten como
propio, no les ofrece posibilidades de ser otra cosa que lo que son.
La sociedad es sentida como una amenaza constante de la que tienen que defenderse y
protegerse.
•Este film nos sitúa ante la dificil y esposo a cuestion de los jóvenes y la violencia.
113
Violencia que se sitúa fuera del lenguaje, se ancla en el cuerpo.
Para comprender esta dimensión de violencia, Silvia Duschatzky nos convoca a pensar en los
movimientos históricos como la revolución francesa, el mayo francés, los movimientos
idependentistas de EEUU y America Latina, los cuales implicaron cierto grado de violencia en
la medida que pretendían violentar el orden social dado para pasar a establecer nuevas
posibilidades sociales.
Narra la historia de Teena Brandon, las dificultades y la violencia que tuvo que afrontar.
Vestirse de hombre para protegerse de no ser asesinada y violada por dos de su grupo de
amigos.
De este modo ponemos en el centro del debate la cuestión de la adolescencia y sus formas de
enfrentar el problema de género y la identidad sexual.
La sexualidad es una cuestión propia de la adolescencia? ¿Qué sucede con ella en la infancia?
¿Y en la adultez? Freud plantea que la sexualidad va más allá de encontrarse íntimamente con
una persona, y tiene que ver con los deseos, las pasiones, las decisiones, con esa energía
libidinal que nos impulsa y nos lleva a ser lo que somos.
Este modo de entender la sexualidad instaura una diferencia radical: el niño pierde su
inocencia, es concebido como un perverso polimorfo y es necesario reconsiderar la visión de
la adolescencia como el tiempo del despertar sexual y la definición de la identidad.
•Lo que está película nos muestra es que la formación de las identidades lejos de ser una
cuestión de homogeneidad, normalidad y anormalidad como ha sido pensada por la escuela
de sus orígenes, implica un proceso complejo, racional, permanente e histórico.
Sábado.
Sábado nos habla de la jornada en la vida de seis jóvenes. Este largometraje intenta mostrar a
los jóvenes suspicaces, desaprensivos e indiferentes, pero el resultado es una falsa
inteligencia.
Si nos remontamos 40 años atrás en el fil Los jóvenes viejos, observamos a tres jóvenes de
clase media que enfrentan un fin de semana sin grandes expectativas y deciden viajar al mar.
Ellos se nombran a sí mismos como aburridos, dicen estar cansador de hacer concesiones y
que por ser una generación en transición, no tendrían posibilidades de decir ni de hacer cosas.
114
Sus diálogos plantean como ideal la rebeldía y el hacer cosas importantes, pero siguen
sosteniendo como emblemas la buena posición, el dinero, la seguridad.
“Los jóvenes viejos” y “Sabado”, son films emblemáticos de las generaciones del sesenta y el
noventa. Muestran la falta de rumbo y de metas claras de los jóvenes.
El Marginado.
El film narra las rivalidades entre pandillas de jóvenes situados en un pueblo de Oklahoma, en
los años 60.
En este film, la cultura de la calle es el mediador simbólico a través del cual estos jóvenes se
vinculan al mundo. La calle como lugar de interacción y comunicación.
Rebelde sin causa. Otro film al que se hace mención en el texto: podríamos decir que no se es
rebelde sin causa, trasgredir es siempre trasgredir una ley.
La idea de rebeldía puede pensarse por un lado como parte del conflicto que el psicoanálisis
nos ha explicado como esencial en proceso de estructuración psíquica del adolescente, allí
donde se ubican los duelos por los que es necesario pasar para acceder a la categoría del
adulto.
Por otro lado, la rebeldía parece ser parte necesaria de un proceso histórico y cultural, algo así
como aquello que hace la historia posible.
Toda transmisión generacional implica siempre continuidad y muerte, algo del orden de la
repetición, aquello que liga, que garantiza cierta continuidad histórica necesaria y aquello que
diferencia, lo que muestra la imposibilidad del pasaje completo, sin fisuras de una generación
a otra.
Los inútiles. Un grupo de amigos amantes sem ocio van a pasar su días y sus noches en las
esquinas y los cafés de su ciudad. Son cinco inútiles, no trabajan, no estudian, no tienen
pareja estable ni tampoco aspiran a ello.
La escuela, el encierro al interior de las aulas, produjo la separación de los jóvenes del mundo
de los adultos, apareciendo por primera ve la juventud como categoría de edad.
Este retraso en la entrada a una vida activa, o la aparición del vínculo adolescente-inútil es la
consecuencia directa de este largo purgatorio escolar.
En el presente texto se analizara el caso de una joven llamada Iris Cabezudo que asesino a su
padre, Lumen Cabezudo, el cual es descripto como paranoico, celoso y despiadado con su mujer e hijos,
que hubiera podido a la luz de sus celos matar a su mujer acusada injustamente de prostitución.
115
Iris tiene 20 años en el momento en que mata a su padre. Era estudiosa, juiciosa, ordenada y
pulcra. Estaba próxima a recibirse de maestra. Los autores del libro lo enlazan a los ideales educativos
de la época. La opinión pública de entonces, se vio obligada a enfrentar la siguiente paradoja: los
ideales educativos de la época suponían que una sociedad progresa por la vía de la educación.
Lo que ocurre después del asesinato es que Iris dice: “yo lo mate, es mi padre”, afirmación que
se contradice con lo que declara frente a la policía: “he sido yo la que lo herí” (matiz sutil que luego se
retomara). Ante el juez relata el hecho describiendo la vida familiar, sobresaliendo dos aspectos:
Cuando comienza el proceso todos los testimonios eran a favor de Iris, excepto uno, el del
hermano de su padre, quien pone en tela de juicio la condición de “niñita prodigio” y ubica a Raimunda
(madre) como la instigadora del crimen
Fue su abogado, sin embargo, quien todo dos aspectos sumamente importantes, que el
psiquiatra había dejado de lado. El primero, la sexualidad de Iris, situando allí el hilo conductor del
caso: el único objeto de amor de la adolescente era su madre y este amor excluía tiránicamente
cualquier otra manifestación de pasión. El abogado recurre a una explicación psicológica q le permite
dar cuenta del pasaje de la pasión a la emoción para poder encuadrar el crimen en una “emoción
violenta”. El segundo aspecto[i] para interrogarse si el acto fue en defensa o no.
Carrara (abogado) concluye que no era inminente el ataque de la víctima, por lo tanto no se
trataba de un acto cometido en legítima defensa y esto lo llevó a concluir que no fue Iris la que lo mató,
sino que “otra había tomado su lugar”.
Los fragmentos que el abogado incluye respecto al “último momento” permiten ubicar el
desencadenamiento de la paranoia en el momento del acto parricida. Vamos a detenernos en los
momentos previos al pasaje al acto: si bien parecía tratarse de una pelea más entre otras, la sexualidad
estaba como telón de fondo de un modo singular. Estas circunstancias son las que conducen a iris a la
certeza de que se trataba del “último momento”. Fue la mirada que encarnaba la personificación del
crimen, la mirada de odio (dirigida a la madre), la que interpela y la induce.
La primera singularidad que me gustaría situar es que la mirada de odio no le estaba dirigida a
ella sino a la madre y sin embargo, la interpela. Un primer rodeo puede llevarnos a situar a Iris en el
momento del pasaje al acto en una posición indiferenciada respecto a la madre y por ende ubicada en
una escena inscestuosa en relación con el padre. “Ella dispara el arma contra su padre en un momento
de máxima alienación especular con un imago de su propio yo, pero no subjetivada como tal; una
mirada de odio feroz, sobre la madre”. Desde esta perspectiva, no se trataría del odio hacia el padre lo
que la interpela introduciéndose en el acto, sino que es la no- inscripción del odio hacia la madre, lo que
aparece de modo interpelativo aunque encarnado en la mirada criminal del padre hacia la madre.
Cabría preguntarse que lo que requiere una mujer para apropiarse del odio dirigido a la madre.
Quiza seria: un padre que esté habilitado para limitar el goce materno, Iris se encuentra en un estado de
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alienación en el lazo inscestuoso. Esta adolescente necesito el pasaje al acto para poder constituir un
padre, a través del acto se provee un padre.
Precisamente, Iris retoma este mismo punto, 22 años después, cuando se topa con que la
“justicia genealógica” que suponía en el momento en el que mata a su padre, no había sido eficaz y se
presenta ante un psiquiatra pidiendo que estudie a su mama, porque le adjudica un plan para destruirla a
ella y a sus hermanos. El psiquiatra al que acude toma en cuenta el antecedente del parricidio, más el
estado de excitación personal y la interna por considerarla peligrosa. A partir de entonces, para Iris los
psiquiatras comienzan a ser perseguidores, aliados de la madre para destruirla.
Ese “borrar y comenzar de nuevo” que le habían planteado durante el juicio a Iris es retomado
22 años después. Dice haber comprendido y abreaccionado, pero lo incomprensible para ella es el
drama anterior. Al regresar, la madre le sigue hablando del padre como si no estuviera muerto y con el
mismo odio de siempre. Iris concluye que ese odio era inextinguible, le termina pidiendo a gritos que
deje de hablar de él. Según la joven: “desde entonces mi madre comenzó a mirarme con desconfianza”.
Nos tornamos de nuevo con el retorno de la mirada que la interpela. La mirada anterior que la impulsó a
matar a su padre es la que le permitió hacerse de dicha figura. Cuando regresa a la casa, lo que
reaparece es algo del orden de la interpelación por la vía de la mirada, esta vez encarnado en el
personaje materno. Solo que ahora lo que vemos es el cambio de signo: de la adoración al odio.
Lo que se le revela a Iris, es que a través de lo que ella creía una solución final, es decir el
crimen, no había logrado acortar la masividad del goce materno y llega a una conclusión: ella había sido
instrumento de la madre.
A través del texto que escribe estando internada, Iris nos hace partícipes de las dificultades
inherentes a su posición sexuada,a su trabajo y al manejo del dinero. Probablemente hilvanadas en la
mirada del otro materno.
Situamos por vía de lo sintomático (dolor de cabeza ante el olor a naftalina que su madre ponía
a espaldas de ella en su cuarto) el retorno en lo real de lo no inscripto. Es interesante como por la vía de
los dolores de cabeza quedan plasmados la reposición del padre y la omnipresencia del goce materno.
Luego de darle el alta de la internación Iris vago por las calles, comiendo y haciéndose de la
forma en que podía, ya que se le ordenó no volver al trabajo y mucho menos a la casa,
proporcionándole una jubilación indigna. Sin embargo, la madre siguió apareciéndose
alucinatoriamente aun después de muerta, en los escaparates de Montevideo. Su omnipresencia la
acompañó hasta el final de sus días. Durante estos años es internada en repetidas oportunidades, pero
por vagabunda. Es decir, que no hubo ningún pasaje al acto después del parricidio.
El extravío de Iris nos enseña acerca de las dificultades de trazar un itinerario en la oscuridad
del goce materno.
[i] El fragmento es el siguiente: yo le tire a papá en el momento más terrible de todos. Yo le tiré a papá
en el ÚLTIMO momento, si no le hubiera tirado entonces se habría ido y habría vuelto a la noche y
matado a mamá y a nosotros”. Me di cuenta de que en ese momento papá era la personificación del
crimen.
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Pedagogía del aburrido.
La autora trabaja y menciona casos de expulsión social. Denomina a estos escenarios como
catastróficos porque la situacion es de desligadura total.
•La investigación de la autora entonce llegó pretendiendo conocer, indagar, construir el mapa
de los territorios que habitaban los chicos de las escuelas marginales urbanas, partiendo de la
hipótesis de que no había infancia, que no había adolescencia y que la destitución era
fundamentalmente la destitución de las etapas de la vida.
•La pregunta en este marco de investigación era como habitar eso que ocurría.
•Lo primero que se empezó a observar en la investigación es que la escuela para los niños no
existía. fue un primer golpe narcisista, no hay escuela, la referencia es el aguantadero.
•Se podía observar también que las leyes de este aguante eran leyes sotuacionales, pero
siempre valoradas en referencia a la ley simbólica agotada.
•Vemos como los chicos de esta escuela pasan por un “bautismo” de tortura para poder
pertenecer y formar parte de una banda. Hay un “nosotros” que no es optativo, en el que los
chicos pueden ser alguien, pero no como individuos sino existiendo en un pensamiento, en
unas reglas, en una relación con la palabra, con la muerte, con el miedo, con el aguante.
•Está siempre muy presente el hecho de qué hay algo que no se puede contar. Una operación
que constituye la banda es el silencio que aparece como una organización totalmente fluida y
amenazada todo el tiempo.
Ahora bien, el registro propio de este tipo de intervenciones es el registro testimonial ¿Qué es
esto? Es aquel en el que alguien se constituye registrando.
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Cap 10. Marcas y cicatrices.
Se lleva a cabo una investigación en una escuela de campaña de chicos que efectúan “el juego
del abecedario”, se lastiman entre ellos para ver quien tiene más aguante.
•No es posible preguntarse de modo general por las causas de las cosas violentas o de riesgos
que hacen los chicos actualmente.
•Los chicos que se cortan: no se busca la marca sino el efecto. El hecho de sentir que mientras
duele y permanezca abierta la herida, se existe. Ya que el dolor da intensidad.
Pensar para una mente racional es un indicio tan intenso que uno no duda que si piensa,
existe. Es tan evidente la experiencia de la conciencia que en la medida que uno piensa sabe
que existe.
Pero si no hay institución de la conciencia, del yo, si no hay interioridad, no es posible esa
experiencia. Pensar es posible si se constituye un nosotros desde donde realizar esa
experiencia.
Entonces parece que para estos chicos el dolor produce esa intensidad que permite seguir
existiendo.
Entonces la intervención pasa por la cohesion, por proponer experiencias cohesivas con los
chicos.
Estas prácticas, marcan una pertenencia a un grupo. Cobra importancia el vínculo fraterno. No
se trata de prácticas individuales sino de grupo.
• sostener la pregunta acerca de la filiación y de la genealogía será un eje de este capítulo que
intenta habilitar el análisis de montajes institucionales a los cuales consideramos instituyente
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•Instituir es hacer del individuo un sujeto y del grupo una sociedad, entendiendo a esta como
entidad con poder normativo formada por humanos.
¿Cuál es la interpretación que se hace del término niño definido en este sentido?
La metáfora del laberinto nos permite poner el énfasis en aquello que nos interesa señalar:
múltiples vías de ingreso a diversos callejones que nos hacen encontrarnos con lo inexorable.
•Dar lugar a la palabra de los chicos, darle lugar de derecho a sus dichos y a la posibilidad de
volver a considerar, con los adultos responsables de ellos las condiciones en las cuales
transcurría su vida Provocó una verdadera fractura en la estructura laberíntica, quebrando los
callejones sin salida y dando lugar a que lo silenciado, pero mi cuyo culto brotaras
imposibilidad de tener sexo, evidenciando los circuitos discursivos y fácticos, en y por los
cuales, el propio sistema tenía garantizaba su subsistencia y repetición.
ahora el niño es portador de un derecho, no puede responder por sí mismo sino que depende
de otro que lo asista, que lo inscriba, que lo nombre, que le otorgue una nacionalidad. Que lo
identifique.
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• cuándo los representantes paternos del niño no ejercen su función, ésta se desplaza y el
niño empieza a ser inscripto en una genealogía inexistencia, tal como lo exponen ciertos
montajes institucionales en curso escenario se representa a ese otro que inscribe una
dimensión significante. ¿ cuáles son las consecuencias cuando la propia denominación
otorga el lugar de inexistencia? jurídicamente, cuando un niño no puede ser identificado
como hijo de, es inscrito inicialmente como NN. Esto tiene consecuencias subjetivas.
¿Qué es lo que constituye la diferencia cos entre los que son llevados son demasiados daños a
la dimensión simbólica y los que quedan si no destruidos al menos fuertemente
incapacitados? La clave del equilibrio es el modo de entrada del padre mítico como metáfora
o como puesta en acto. La metáfora del padre mítico está en el lugar de aquello de lo que no
se puede hablar, de lo que es preciso callar para que haya palabra y las prácticas subversivas
de un padre concreto disponen los estragos subjetivos del niño a partir de ese punto en el que
la alternativa si tú eres la represión ya lo prohibido, a la subversión de los efectos subjetivos
del niño.
Minoridad es llamado por algunos ciudadanos como minorancia, el menor ignorado. El sujeto
antes de ser ingresado en la legalidad es aplastado por los marcos normativos, burocráticos,
ideológicos del sistema, representado por cada una de las instancias institucionales que
intervienen ante su situación, los cuales se pretende que lo protejan.
LAS FIGURAS DEL PÚBER Y DEL MENOR ADULTO COMO RASTROS DE LA ADOLESCENCIA EN
EL DISCURSO JURÍDICO
El presente trabajo es acerca de las categorías teóricas propias del discurso jurídico,
para pensar la génesis del concepto “adolescencia”.
Por mucho tiempo la adolescencia fue pensada como un ciclo natural de la existencia,
aunque nuevas modalidades discursivas, cristalizaron otros significados. Así en los siglos XVII y
XIX se ve concretada la representación del adolescente como un sujeto de necesidades y de
intervención.
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especialistas que determinaran cuando un adolescente no se ajusta a lo esperado, es decir, si
tiene un púber se considerado normal o anormal.
¿Qué es ese lugar? ¿Cómo se fue conformando para arribar a las significaciones
actuales? ¿Nos sirven hoy estas significaciones, para entender sus sufrimientos? Para abordar
como psicólogos, los diferentes modos de sufrir, que se ponen en manifiesto en conductas y
problemáticas actuales de los adolescentes, partiremos de un rastreo histórico, buscando
categorías jurídicas como: “nuevas generaciones”, “problemáticas”, “contradicciones” y
“carentes”.
FUENTE DEL DERECHO CIVIL ARGENTINO: tomaremos tres categorías jurídicas que
consideramos de importancia para pensar las significaciones actuales de concepto
adolescencia:
En mucho tiempo no hubo nada natural que distinguiera al adolescente del adulto, todos
eran parte de una gran familiar, en la que los nietos se llamaban como sus abuelos, mostrando
una estructura circular en la que nada se perdía.
Podemos decir que el púber romano, transmitía la vida, ya sus intereses particulares
quedaban sometidos al interés familiar. Sin embargo, en lo que hace a su participación
política, era libre de expresarse, sobresalir y distinguirse de los demás.
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El pleno desarrollo de lo familiar se debió a los romanos.
2. Tutoría: Servio Sulpicio (político romano) definió la tutela del siguiente modo: es el
poder dado y permitido por el derecho civil sobre una cabeza libre, para proteger a quien
a causa de su edad no puede defenderse a sí mismo.
Fue así que se fue imponiendo que el púber, como el niño y la mujer deberían actuar
acompañados de un tutor. Podemos pensar que desde el discurso jurídico se fue
infantilizando a esta franja de jóvenes que hasta entonces participaban en decisiones
importantes.
3. Incapaz: desde aquella legislación hasta la fecha, un púber, no puede realizar actos
jurídicos por sí mismo, necesitando la representación de un mayor. A partir de entonces el
derecho lo considera “un incapaz” al igual que los niños.
La ley civil Argentina presume que el sujeto de 14 años, ha alcanzado mayor desarrollo
en relación al niño de menor edad, sin embargo, la norma sigue siendo la incapacidad. Ya que
la capacidad es uno de los atributos jurídicos, que supone la posibilidad de adquirir derechos y
contraer obligaciones.
La incapacidad del menor adulto es relativa porque pueden realizar por si mismos
ciertos actos. Así según nuestro código actual, el menor adulto puede estar en juicio, testar,
trabajar (con autorización).
Para nuestro derecho el “menor adulto” es alguien mas desarrollado que el niño, que
puede discernir, pero por carecer, adolecer aun de plena racionalidad del adulto, no puede
otorgársele capacidad plena, en materia civil.
CONCLUSIÓN : ¿Podemos pensar que la contradicción que actúan los adolescentes, les viene
instituida, ordenada o reforzada por la propia ley?
Sostenemos que los modos actuales de cómo los adultos se representan a los
adolescentes están en relaciona una trama discursiva que los preexiste, y que podrán estar
ligados al conflicto entre dos ideales, el de libertad y el de protección.
La pregunta que podría relanzar la investigación seria ¿Quién tutela en una sociedad
infantilizada?
Hasta aquí, son solo datos del pasaje socioeconómico; de ahora en más se trata de
explorar cómo son procesadas estas condiciones.
Por lo tanto, y dada nuestra preocupación decidimos distinguir entre actos o datos de
la expulsión y las prácticas de subjetividad, es decir, operaciones que ponen en juego el sujeto
en esa situación. Dichas prácticas permiten rastrear las operaciones que despliegan los sujetos
en situaciones límites y las simbolizaciones producidas. La pregunta por las prácticas, por los
modos en que los chicos se constituyen es también la pregunta por la eficacia de dispositivos
como la escuela.
El otro como espejo, como límite, como lugar de diferenciación y deseo se opaca. Para
satisfacer el deseo de consumo necesito un objeto y no a un sujeto; para alcanzar la felicidad
no es al otro que necesito sino que me basta con un conjunto de prótesis de mi mismo:
gimnasia, autoayuda...
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como expresión fallida de lo simbólico, puede constituir un lenguaje, permite que la veamos
como una respuesta de urgencia a situaciones de emergencia.
Tal vez convenga rastrear cuáles han sido los discursos portadores de autoridad
simbólica para advertir los quiebres y rupturas a los que hoy asisten las instituciones.
Ser argentino antes suponía 3 cualidades: ser alfabetizado, ser ciudadano y tener
trabajo. No obstante, los episodios de injusticia y exclusión, la represión de las diferentes
culturas, la violación de derechos y la desigualdad de oportunidades fueron menos decisivos,
en la constitución de una identidad que los procesos de alfabetización, la extensión de
derechos sociales y económicos, y la generalización de derechos políticos.
La violación en los ámbitos analizados se presenta bajo cuatro formas: como estallido
(en la escuela), como forma instituida (en los ritos), como componente de un acontecimiento
(en fiestas) o como matriz cotidiana (en la calle).
En las siguientes páginas se intentará desarrollar la hipótesis de que los chicos que
viven en condiciones de expulsión social construyen su subjetividad en situación. Hasta ahora
podemos destacar los ritos, las creencias, el “choreo” y el “faneo” como territorio de fuerte
constitución. Tanto los ritos y las creencias se inscriben en una estética cotidiana que nos
habla de una forma de estar juntos, de un modo de sociedad que constituye la marca.
2.1 LOS RITOS: son prácticas regladas cargadas de densidad simbólica que habilitan un pasaje,
siendo considerados como núcleos de la inscripción de la subjetividad. Sin embargo, existe
una diferencia entre los ritos institucionales transmitidos de generación en generación y los
ritos armados en situación. Los primeros se configuran en relación con la transmisión sucesiva
del patrimonio, del saber y de la experiencia. Estos ritos de pasaje suponen la herencia y su
posibilidad de transmisión, la exigencia de un tiempo lineal, sucesivo y regular en el que
transcurre dicha transmisión. Lo que pueda transmitir como saber y experiencia a las
siguientes generaciones tiene un alto valor simbólico. Ubica subjetivamente dos términos
involucrados; adultos, mayores, sabios versus jóvenes, promesa del futuro, alumnos. En
cambio los ritos de situación el otro es próximo pero no semejante. Estos tienen sólo validez
en un territorio simbólico determinado; no se constituye sobre la base de la transmisión
intergeneracional sino sobre la transmisión entre pares. Los ritos de situación cumplen una
función de inscripción grupal, filian a un grupo; marcan formas compartidas de vivir en un
espacio y en un tiempo, confiriendo una propia identidad.
La investigación nos muestra dos prácticas rituales de las que participan los jóvenes.
Ambos presentan como rasgo significativo a la violencia y se internalizan por reglas estrictas:
“la fiesta cuartetera” y el “bautismo del chico de la calle”. Estos tienen en común la invitación
a habitar de otra forma la condición de expulsión. En primera impresión, podríamos relacionar
la fiesta de la cuarentena con el carnaval y al rito del bautismo como una experiencia límite,
que aparece en los bordes de la violencia, en un desafío a la muerte y a la destrucción.
La ley simbólica, aquella que al tiempo que reprime también posibilita, se ha borrado
para devenir sólo como amenaza y agresión: es la ley de la pura fuerza, una ley que ya no es
portadora de autoridad.
Es interesante destacar que las reglas que dan consistencia al bautismo reproducen las
prácticas de los lugares de encierro (la cárcel). La pregunta es qué tipo de producción
subjetiva es esta que se da a partir de las reglas de otro que priva de palabra.
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Las fiestas cuarteteras también constituyen un rito, que habilita el paso de una
identidad laxa a otra que permite la constitución de un nosotros. La fiesta condensa todos los
sueños, sutura un nosotros fracasados y confiere a la identidad grupal una serie de atributos.
Los modos particulares de habitar una fiesta, a través de canciones testimoniales, estéticas
corporales, exaltación de la emoción, invierten los signos deficitarios (peligrosos, violentos,
borrachos, vagos) con que suelen ser estereotipados.
2.2 LAS CREENCIAS: configuran otro lugar de alta condensación simbólica. Lo que vamos a
considerar como creencias son recursos fantásticos para operar acá. Los enanos, las brujas, los
duendes, el diablo, se infiltran en relatos cotidianos adoptando naturalidad y conviviendo con
distintas formas de procesar la experiencia cotidiana. Se trata de icono o personajes vividos
con familiaridad. A ellos se les acude en busca de ayuda para cuestiones mundanas (que curan
un dolor que el médico no puede). Tienen un estatuto diferente a Dios, a quien solo se le pide
por cuestiones de enorme trascendencia.
Aquí las creencias se presentan en una estructura que admite mezclas de significación.
Las creencias no forman parte de un sistema diferenciado ni son privativos de una comunidad
religiosa sino que participan de todo intercambio cotidiano y se filtran en cualquier escenario
de intercambio social. Nos interesa subrayar que las creencias hablan del predominio de un
universo simbólico que supera el centralismo de la racionalidad y que es habitado también
por el misterio y lo desconocido.
Probablemente haya que pensar en las creencias en una doble vertiente. Por un lado,
constituyen un modo de procesamiento de un mundo insignificable en una lógica del
entendimiento racional y que se deja habitar por el misterio, los limites de la voluntad y la
ambigüedad. Por otro lado, dios, el diablo, las brujas, los enanos y los duendes bien pueden
ser metáforas de las eternas disputas entre el bien y el mal, el poder y la impotencia.
El choreo, el consumo de drogas, el baile, la pelea, la escuela, los vínculos con los
padres, las brujas, forman parte de la misma serie discursiva. No solo orientados por la lógica
de la necesidad, pareciera que para estos chicos la práctica del robo está impulsada por otras
demandas o búsquedas vinculadas a la conquista de un lugar en un grupo: a donde
pertenezco, cuales son las ventajas de pertenecer a este grupo, etc.
“Hacer algo” (salir a robar), no importa que, brinda la ilusión de romper con la inercia
cotidiana, de adueñarse de algún modo del devenir de la existencia. ¿Por qué roba? Un
análisis posible sobre dicha práctica en las condiciones de existencia de los barrios, podría
sugerir que el robo es una “opción” disponible casi naturalizada, al punto de considerarlo en
ocasiones como una forma de trabajo. El robo frente a la dilución de ofertas asociativas de
índole cultural, políticas o sociales, motoriza la grupalidad. Estos chicos nacen y crecen en un
territorio donde la práctica del robo participa de las estrategias de reproducción de la vida
cotidiana.
Habilitar el lugar es entonces estar familiarizado con sus códigos, más allá del grado de
apropiación que generan. El robo está progresivamente investido de “legitimidad”, en tanto si
bien no es reivindicado tampoco está condenado moralmente. La dilución de la ley como
marca regulatoria de los comportamientos sociales hace que lentamente se vaya esfumando
la sensación de transgresión o culpa.
Pero más allá de la estadística, el consumo es una práctica que permite asomarnos a
un modo de procesar la existencia o de habitar condiciones concretas de vida. El consumo
pone al cuerpo en primer plano, es la escenificación de las sensaciones que en los tiempos
presentes y en las circunstancias registradas transitan más por lo destructivo y la celebración
de la muerte que por orgiástico y lo festivo.
3.1 La fraternidad y el aguante: en el marco del resquebrajamiento del eje paterno-filial surge
un modo de fraternidad (entre hermanos o amigos). ¿Qué estatuto adquiere la fraternidad
teniendo en cuenta las alteraciones del modelo familiar? La hipótesis que sostenemos es que
la fraternidad o la relación con los padres no suponen el advenimiento de una institución
frente a otra, sino que se configura como posibilidad emergente frente a la ineficiencia
simbólica del modelo tradicional.
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El empobrecimiento del vínculo paterno-filial y en el umbral de la inaudabilidad
institucional, los vínculos fraternos pueden tener una capacidad simbólica de protección más
fuerte que los familiares. La familia como marco parece perder relevancia para estos jóvenes,
cediéndole el lugar al grupo. Más que la escuela o la familia, el grupo aparece como el
portador de los patrones de identificación.
Lo que se transmite como valor supremo es el aguante. Los valores surgen del seno de
la experiencia y su fuente de legitimidad es la eficacia que producen para habitar un conjunto
de circunstancias; en la fraternidad es la experiencia la productora de las valoraciones
construidas. Por ejemplo, no hablar, no delatar, son valores aprendidos como efecto de la
experiencia en la cárcel o en un reformatorio.
3.2 La subjetividad de varones y mujeres: según nuestra lectura, la diferencia entre mujeres y
varones, entendida como diferencia de género, se correspondía con la oposición entre
instituidas y destituidos. Las mujeres dotadas de discurso, de representaciones, de imágenes,
de opiniones, parecían ocupar algunos de los lugares familiares y sociales instituidos en el lazo
social: trabajan, van a la iglesia, son el centro de la vida doméstica, se ocupan de la educación
de sus hijos, gestionan las relaciones. Por su parte, los hombres, aparentemente más
“jugados” en la acción que en la palabra, incluso mucho más comprometidos que las mujeres
en las prácticas pautadas por fuertes reglas de fidelidad y silencio.
Lo que deseamos señalar es que las diferencias de género hoy, en las circunstancias
analizadas, no parten de las diferencias inscriptas en el suelo instituido por ambos, sino que
justamente, son diferencias constituidas sobre condiciones de destitución. No se trata de
varones instituidos en la imagen de poder y de mujeres instituidas en la imagen del
sometimiento, sino de posiciones de varones y mujeres que establecen diferencias sin un
suelo legalizado de posiciones fijas.
A partir de allí vemos que la diferencia entre sexos no puede leerse como
desigualdades entre dos instituidos, como diferencia de oportunidades, de obligaciones, de
reconocimiento simbólico o de inscripción social, sino que debe leerse como el juego
complejo de posiciones de enunciación que se mueven en la tensión de los destituido-
instituido: los registros recurren una y otra vez al ejemplo del agotamiento de la figura
paterna.
En los relatos de los varones prima sobre todo la referencia a situaciones violentas; sus
prácticas se dan en el límite y el riesgo. La amenaza de cárcel y de muerte por robo o por
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drogas es un rasgo decisivo de esta subjetividad que no tiene en las figuras adultas de la
familia o la escuela ningún referente.
3.2.2 Caída del paradigma burgués de la diferencia sexual: las diferencias actuales entre los
sexos ya no se juegan según el reparador burgués. Tampoco se juega o se instituye mediante
la simple inversión de lugares. Se diría que en los territorios de los jóvenes, varones y mujeres
asisten con perplejidad a la alteración de lo que en otro momento fueron sitios presidios de
inscripción de la diferencia sexual: el amor y la reproducción. No saben cómo darse cuenta de
que están enamorados.
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