Informe de Cultivos Transgenicos

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UNIVERSIDAD RAFAEL LANDÍVAR

FACULTAD DE CIENCIAS AMBIENTALES Y AGRÍCOLAS


CAMPUS JUTIAPA

“CULTIVOS TRANSGENICOS”
ECOLOGIA

JEFERSON EMANUEL RUANO REVOLORIO 2151122


BRAYAN ALEXIS RAMÍREZ GONZÁLEZ 2338322

SECCION: 01

ABRIL 2023
CAMPUS JUTIAPA
ALIMENTOS TRANSGÉNICOS
Los alimentos transgénicos son aquellos que proceden de
plantas en cuyas células se han introducido genes extraños
mediante ingeniería genética. Esta tecnología permite
“cortar” y “pegar” genes, creando variedades de plantas en
las que se recombina información genética de especies muy
dispares, que nunca habrían podido cruzarse en la
Naturaleza.

Los genes contienen instrucciones para el desarrollo de


todas las funciones y la estructura de un ser vivo: desde el
color de los ojos hasta el número de pétalos de una flor y las
transmiten de padres a hijos. Cuando se insertan genes
extraños en una célula, ésta puede producir un conjunto de
proteínas diferentes, originando cambios en las
características de la planta o fruto. Se han transferido
genes de bacteria al maíz y a la soja para que produzcan
una toxina insecticida; genes de peces a patatas y fresas
para hacerlas más resistentes al frío; genes humanos al
ganado para inducir la producción de hormonas.
NOCIONES DE GENÉTICA

Los genes son segmentos de ADN que codifican las


proteínas necesarias para el desarrollo y la actividad
biológica de todo ser vivo. Algunos genes dirigen la síntesis
de una o más proteínas, en tanto que otros tienen funciones
reguladoras (controlan la actividad de otros genes). Las
proteínas son específicas de cada especie, y cada una
cumple una función determinada en el organismo. Pueden
ser enzimas que catalizan reacciones bioquímicas,
hormonas, inmunoglobulinas, transportadoras del oxígeno
o de otros compuestos (como la hemoglobina), o desempeñar
otras funciones biológicas vitales. Estas funciones están
determinadas no sólo por su composición química sino por
la forma en que se pliegan, absolutamente clave en la
definición de su cometido. El prion de las vacas locas, por
ejemplo, era una proteína plegada de forma distinta a la
normal.

En los organismos superiores el ADN se encuentra


convenientemente guardado en el núcleo celular, formando
largas cadenas enrolladas dentro de los cromosomas. Todas
las células de un mismo organismo tienen la misma
dotación genética, aunque cumplen funciones muy distintas
dependiendo de qué genes se activen en cada una: hay
células especializadas en la captación de energía solar y su
transformación en energía química; otras se encargan de la
absorción de nutrientes y de agua; las hay que sirven de
soporte para el crecimiento de la planta; hay células
reproductoras. Cada una de estas células sintetiza en cada
momento únicamente aquellos elementos que necesita,
para lo cual cuenta con mecanismos complejos de
regulación de los genesen los que intervienen otros genes y
otros compuestos presentes en la célula-, de tal modo que se
produce una determinada proteína sólo cuando y donde es
necesaria.

La teoría sobre la cual se basó la ingeniería genética en sus


inicios que cada gen codifica una sola proteína se
desmoronó totalmente al descifrarse el código genético
humano en 2001 y descubrirse que el número de genes que
tiene una persona no difiere mucho del de un gusano.
¿Cómo es esto posible? Se ha demostrado que cada gen
puede dar lugar a varias proteínas, dependiendo de las
instrucciones recibidas. Es frecuente que la información
genética se edite durante el proceso de síntesis de una
proteína, pudiendo dar lugar a varios compuestos distintos.
Por otra parte, si bien no sabemos con exactitud cómo se
dirigen los procesos de regulación de los genes, es cada vez
más evidente que los genes no funcionan de forma aislada:
trabajan en equipo, interactuando entre sí y con otros
elementos genéticos y celulares. Se trata de procesos
sumamente sofisticados, capaces de responder a las
necesidades del organismo y a los estímulos de un entorno
en continuo cambio.

2. MANIPULACION GENETICA DE LAS PLANTAS:


COMO SE HACE

Para transferir ADN a una planta se utilizan diversos


vectores, que sirven de vehículo transmisor, burlando los
mecanismos celulares que normalmente impedirían la
incorporación de una información genética extraña. Los
vectores más utilizados son plásmidos bacterianos,
pequeñas moléculas circulares de ADN presentes en
muchas bacterias, que tienen gran facilidad para migrar y
recombinarse y que las bacterias utilizan para
intercambiar información genética. También se utilizan
virus mutilados (en los que se ha eliminado la información
genética potencialmente dañina), que tienen una gran
capacidad invasora y pueden incorporar su propia
información genética al ADN de la planta.

El gen extraño que interesa transferir se inserta en el virus


mutilado o en plásmidos, generalmente de la bacteria
(Agrobacterium tumefaciens), que en la Naturaleza
coloniza una amplia gama de plantas y transfiere su propio
ADN a las células vegetales huésped, formando tumores
que conocemos con el nombre de agallas. A continuación, se
infecta un cultivo de células vegetales con el virus
recombinante o con cepas mutiladas de A. portadoras del
plásmido con el transgen. También se puede introducir el
ADN extraño en las células mediante micro inyección,
mediante electroporiosis o mediante el bombardeo con
micro proyectiles recubiertos de plásmidos recombinantes.

En todos los casos, el ADN extraño transferido ha de ir


acompañado de una secuencia genética “promotora” que
active su expresión en la célula huésped. El promotor es el
interruptor de encendido y apagado que controla cuándo y
dónde se expresará el gen en la planta. Los promotores más
utilizados en ingeniería genética proceden de virus y son
promotores muy potentes, dado que su función es activar el
gen extraño, que ha de burlar los mecanismos de regulación
de la célula huésped. Hasta la fecha la mayoría de los
promotores son constitutivos, que activan el gen durante
todo el ciclo biológico de la planta y en la mayoría de los
tejidos.

Además de la información genética que interesa transferir


a la planta, y dado que las tecnologías de ingeniería
genética tienen un amplio margen de error, para poder
seleccionar las células vegetales transformadas se inserta
en el vector un gen “marcador”. En la mayoría de las
variedades transgénicas desarrolladas hasta la fecha, el
“marcador” utilizado ha sido un gen de resistencia a los
antibióticos, que hace que determinadas bacterias sean
resistentes a la acción de los antibióticos. La incorporación
de este gen “marcador” permite eliminar las células que no
han adquirido el ADN extraño mediante el sencillo
procedimiento de tratar con el antibiótico el cultivo celular
sometido al proceso de manipulación genética. Se supone
que todas las células que sobreviven a este tratamiento han
incorporado la información genética deseada.
Una vez seleccionadas, las células transformadas se
desarrollan en un cultivo in vitro para regenerar plantas
completas, que en teoría habrán incorporado el gen extraño
y lo llevarán en todas sus células.

Sin embargo, ninguno de estos procedimientos es capaz en


la práctica de controlar con exactitud en qué parte del
genoma de la célula huésped se inserta el gen extraño, o el
número de genes insertados, o si la inserción será estable.
Esta incertidumbre es aún mayor en el caso de
transformación mediante la técnica de bombardeo de
microproyectiles, que pueden recoger otros materiales
genéticos en el trayecto hacia el núcleo de la célula,
incorporándolo al genoma. En este caso es habitual que
ocurran reordenaciones del vector de transformación y del
propio gen extraño insertado, y que se inserten copias
múltiples y fragmentos de estas copias al azar en todo el
genoma. Si un fragmento genético se inserta en medio de
una secuencia genética funcional, puede alterar la
producción de proteínas y perturbar el normal desarrollo y
comportamiento de la planta. No es de extrañar, por tanto,
que el proceso de manipulación de los cultivos pueda dar
lugar a efectos indeseados e imprevistos, a veces
imperceptibles o que se manifiestan únicamente en
situaciones de stress. De hecho, más del 99% de las plantas
transformadas mediante ingeniería genética han de ser
eliminadas dado que al desarrollarse aparecen rasgos
aberrantes, no intencionados ni deseados, según reconocen
las propias compañías biotecnológicas. La última fase del
desarrollo de plantas transgénicas, incluye necesariamente
un proceso de selección de las plantas regeneradas a partir
de las células transformadas, para eliminar las que exhiben
caracteres anómalos o alteraciones no buscadas.

La utilización de Agrobacterium tumefaciens en la


manipulación genética de las plantas supone también
riesgos de consideración, ya que la bacteria es difícil de
eliminar de las células transformadas, pudiendo servir de
vehículo de transferencia genética.

PATENTES Y BIODIVERSIDAD:

EL CONTROL DE LA INGENIERIA GENETICA

Los principales cultivos alimentarios tienen su origen en


las zonas tropicales y subtropicales de Asia, de África y de
América Latina. Estas regiones se consideran “centros de
diversidad” y en ellas se concentra la mayor variedad de
estos cultivos y de los “parientes silvestres” de los mismos,
por lo que constituyen una fuente valiosa e insustituible de
material genético para la mejora vegetal. Han sido las
comunidades campesinas -particularmente las mujeres
quienes a lo largo de múltiples generaciones han mejorado
los cultivos y las razas ganaderas, seleccionando las
semillas o la descendencia animal y desarrollando miles de
variedades y de razas adaptadas a diferentes ambientes y
condiciones. La generación y conservación de la
biodiversidad agrícola, considerada hasta hace poco
patrimonio de los pueblos, se ha basado en el libre
intercambio de las variedades y en el derecho campesino a
guardar semilla de su propia cosecha. Sin embargo, en la
actualidad la industria biotecnológica se está apropiando de
esta diversidad y reclamando derechos exclusivos sobre su
utilización.

La posibilidad de utilizar seres vivos manipulados


genéticamente en la producción industrial ha despertado
unas enormes expectativas comerciales. En las últimas
décadas la industria biotecnológica ha crecido
desmesuradamente, protagonizando un vertiginoso proceso
de concentración y de fusión y convirtiéndose en un
poderoso sector económico que mueve cifras de negocio
superiores al PIB de países como México y Sudáfrica. Pese
a que los inicios de la ingeniería genética se dieron en
pequeños laboratorios de universidades y otros centros
públicos, el sector de las ciencias de la vida está
actualmente dominado por media docena de grandes
transnacionales farmacéuticas y del ramo agroquímico. Las
grandes compañías aprovechan la capacidad profesional e
infraestructura de las universidades y de otras
instituciones públicas, logrando mediante proyectos y
convenios que todos los ciudadanos subvencionen
indirectamente sus actividades, al tiempo que ejercen un
enorme control e influencia sobre la investigación pública.
En el caso de la agricultura, si bien un importante
porcentaje de la investigación agrícola mundial se sigue
produciendo todavía en el sector público, de la mano de la
ingeniería genética la orientación de esta investigación está
pasando a ser controlada por el sector privado, que
cofinancia la investigación y se apropia de sus resultados a
través de patentes.
Para controlar eficazmente este apetecible mercado
biotecnológico, la industria ha conseguido ampliar el campo
de las patentes no sólo a los procesos tecnológicos y avances
de la ciencia sino a los propios seres vivos, adueñándose así
de la materia prima de la biotecnología -la biodiversidad y
asegurándose el monopolio de su utilización futura. En
efecto, muchas de las plantas de interés para la medicina y
la agricultura están protegidas por derechos de propiedad
intelectual. En los últimos años se han concedido
numerosas patentes sobre los cultivos básicos para la
Humanidad a media docena de grandes empresas
transnacionales, que ostentan hoy un amplísimo monopolio
sobre las semillas, exigiendo a los agricultores el pago de
royalties si guardan semilla de su propia cosecha para
siembra. Monsanto, por ejemplo, uno de los gigantes de la
biotecnología y propietario de una amplísima patente de
especie sobre la soja, pretende cobrar a Argentina un
importante gravamen por tonelada de soja exportada en los
últimos 10 años, alegando que los agricultores argentinos
llevan años sembrando y guardando semilla de soja
transgénica patentada por la compañía
CULTIVOS TRANSGENICOS EN EL MUNDO

Es significativo que la primera generación de transgénicos


haya estado presidida por los intereses de la industria en
consolidar y aumentar sus ventas de agroquímicos,
introduciendo variedades de cultivos transgénicos
resistentes a los herbicidas; y que una mayoría de las
transnacionales de la biotecnología estén desarrollando una
segunda generación de semillas transgénicas cuyas rasgos
“ventajosos” consisten en cualidades que facilitan su
procesamiento por la industria alimentaria, o su
almacenamiento y transporte a grandes distancias. El
primer alimento transgénico que salió a la venta en EE
UU, por ejemplo, fue el tomate Flavr Savr, un “tomate
larga vida”, con un proceso de maduración retardada que
facilita su almacenamiento y su transporte a grandes
distancias. Todo un invento para una producción de
alimentos globalizada -que sin embargo fracasó por
resultar demasiado delicado para soportar unas labores
mecanizadas de cosecha y envasado. Gran parte de la
investigación biotecnológica reciente se orienta asimismo al
desarrollo de mejoras cualitativas (menos calorías, menos
colesterol, etc.) para una minoría de la población mundial
con alto poder adquisitivo, en la cual los excesos de
alimentación están causando graves problemas de salud.

En la actualidad, la práctica totalidad de la superficie


sembrada con transgénicos en el mundo está ocupada por
cuatro cultivos, en su mayor parte destinados a la
producción de piensos compuestos para la ganadería
intensiva y otros usos industriales: soja (60% del total de
cultivos MG), maíz (23%) algodón (11%) y colza (6%)

En países del Sur como Argentina el cultivo de soja


transgénica destinada a la exportación ha desplazado a los
cultivos tradicionales y expulsado del campo a miles de
pequeños campesinos, agravando la crisis de pobreza y de
inseguridad alimentaria del país, esquilmando los suelos y
provocando graves daños ambientales. En el Norte los
cultivos transgénicos están contribuyendo a apuntalar un
modelo de producción agrícola y ganadera industrializada,
cuyos costes sociales (ruina de la agricultura y la ganadería
familiar, despoblamiento del mundo rural), ecológicos
(contaminación, desaparición de razas y de sistemas
extensivos adaptados al entorno y ecosistemas asociados) y
sanitarios (vacas locas, gripe aviar...) son insostenibles.
Los cultivos estrella son aquellos que tienen incorporada la
resistencia a un herbicida, que ocupan el 73% de la
superficie cultivada, seguidos de las variedades insecticidas
Bt (18%) y de las variedades con ambas características
(8%).

Mención aparte merecen los “farmacultivos”, diseñados


para producir en cultivos alimentarios como el maíz
fármacos y productos industriales (plásticos, lubricantes...)
no aptos para el consumo humano, y que están siendo ya
ensayados en Estados Unidos. Aunque la mayor parte de
este tipo de cultivos está todavía en fase experimental, las
primeras solicitudes de autorización para su cultivo
comercial han provocado un gran revuelo en Estados
Unidos en estados como California, debido al evidente
riesgo de contaminación de toda la cadena alimentaria que
suponen.

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