Manual Semana 1

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SEMANA 1

MÓDULO 1

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El sufrimiento psíquico en los niños. - Beatriz Janin –

Hablar de niños en psicoanálisis es hablar de constitución, de desarrollo, de


estructuración subjetiva. Remite a la sexualidad infantil, a las primeras
inscripciones y al acceso a la cultura, a los destinos pulsionales previos a la
represión primaria y al Complejo de Edipo con su estructuración diferente en
niñas y varones.

Freud con el descubrimiento de la sexualidad infantil, rompe con la noción de


niño como emblema de ingenuidad y pureza. Con la concepción del aparato
psíquico, define una estructuración signada por vivencias en las que los otros
que realizan la acción específica, de los que el niño depende, son
fundamentales.

Considero que el niño puede ser definido como un psiquismo en estructuración,


estructuración signada por otros, en un devenir en el que los movimientos
constitutivos, fundantes, se dan desde un adentro-afuera insoslayable.

Consultan por un niño. Se despliegan historias, y el consultorio se puebla de


recuerdos, fantasmas, ilusiones perdidas, reproches… y nos piden que
pongamos un nombre: un diagnóstico, es decir un cartel que señale a ese niño
como portador de tal o cual patología. Lo que molesta debe ser delimitado,
clasificado. Hay sufrimiento. Pero ¿Qué molesta de un niño? Y ¿Quién o quienes
sufren?

Son los padres muchas veces, los que dictaminan que un tipo de funcionamiento
es patológico. Pero son ellos, a la vez, los que erotizan, prohíben, son modelos
de identificación, portadores de normas e ideales, primeros objetos de amor y de
odio, transmisores de una cultura. Sus deseos, sus modos defensivos, sus
normas superyoicas, sus terrores tienen un poder estructurante sobre el
psiquismo infantil. Aparato psíquico en constitución, el niño va armando
diferentes modos de defensa frente a sus propias pulsiones. Va estableciendo
modos privilegiados de conseguir placer, va consolidando lugares.

Cuando alguien es concebido, ya entra en una cadena de representaciones con


la que va a ocupar un eslabón. Así es soñado por otros: “que sea aquello que no
pude ser, pero también lo que mi padre esperó de mí y yo no cumplí, o lo que mi
madre y mi padre esperaron de sí mismos, o mis abuelos de mi padre o de mi
madre…”, con frases: “será un gran científico, será bailarina, será muy
travieso…” Pero también: “es una muñeca, es un ratoncito, es para el hermano,

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es para la abuela…” Enunciados que denuncian y encubren complejas historias


de varias generaciones.

¿Cómo se pasa de ser un eslabón en una historia ajena a tener una historia
propia?

Los tres modos de inscripción de los que habla Freud (signo perceptivo,
representación-cosa y representación-palabra) suponen traducciones sucesivas
que implican reorganizaciones y modificaciones. Si no hay traducción, lo inscripto
permanece con mayor vigencia. Por lo contrario, la traducción permite que el
texto original se mantenga, pero que la fuerza de su determinación disminuya.

Los niños muy pequeños están atentos a los estados emocionales de los otros,
sin poderlos comprender como ajenos. Es decir, el niño va armando sus redes
representacionales, va constituyendo sus circuitos de pensamiento, en relación
con los otros que lo rodean, fundamentalmente en relación con el funcionamiento
psíquico de esos otros. Si los adultos pueden metabolizar sus pasiones, tolerar
sus propias angustias y contener al niño, le irán dando un modelo que le
posibilitará pensar. En este sentido, el otro humano es condición de la posibilidad
de discernir, es sobre aquel que el niño aprende a diferenciar bueno y malo,
fantasía y realidad y a construir vías alternativas a la descarga directa e
inmediata de la excitación.

La capacidad para registrar los propios sentimientos se da entonces en relación


con otros que a su vez tienen procesos pulsionales y estados afectivos. Pero los
padres deben sentir su propia vitalidad, registrar su propio empuje y sus
sentimientos, para significar los afectos del niño y sus deseos.

La madre le ofrece al niño un mundo ya codificado por ella, peculiar lectura del
mundo que se transmite a través de palabras, gestos y miradas. E interpretará
el llanto del niño de acuerdo con sus propios registros y con su propia historia.

Puede ser vivido como alguien para el que se sueñan proyectos o puede ser
parte del proyecto materno. Él lo podrá todo, lo que lo lanza al futuro. Pero
también él ya lo es todo, ya lo puede todo. Es “his Majesty the baby” y esta
adjudicación de poder pone al descubierto el narcisismo parental en juego en la
relación con el hijo.

Por identificación primaria se constituye un yo (el yo de placer purificado) que


regido por el principio del placer, no se diferencia claramente del funcionamiento

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pulsional, si bien implica un primer grado de organización de las sensaciones


corporales. En este sentido, este yo va en el sentido de las pulsiones, es agente
de las pulsiones, pero se opone a ellas por ser una organización. Como “yo
corporal” implica la articulación de las zonas erógenas y a la vez se funda en una
identificación primaria en la que se “es” el otro.

El “amor” es acá incorporación de lo placentero. Lo displacentero es arrojado


fuera de sí en un movimiento en que un mundo exterior, hostil se va
constituyendo.

El yo de placer purificado se constituye por identificación primaria en una triple


conjunción: 1) a la imagen idealizada de la madre, a ese otro espejo organizador
(Estadio del espejo); 2) a la imagen que los padres le devuelven 3) a la
representación que el puede forjarse de sus padres.

Pero la identificación primaria es un proceso constitutivo, estructurante de la


instancia del yo y, como tal, queda incorporada a su organización estable. Se
trata de una incorporación “sintomal silenciosa”, es decir que lo que se
conforman son rasgos de carácter y los trastornos que se derivan no son
producto de transacciones ni remiten a un contenido oculto.

El niño queda atrapado en el “ser” que los otros le proponen. No puede oponer
enunciados identificatorios propios a los que se proyectan sobre él. Queda
inerme frente a ese ser identificado como: el terrible, el genio, el malvado, en
tanto no puede apelar otras representaciones de sí. A la vez, por el tipo de lógica
predominante, supone el rasgo como totalizador. Esto nos plantea el problema
de los diagnósticos tempranos, que terminan operando como sellos que lo
identifican (“es un trastorno bipolar o es un déficit de atención”), impidiendo
transformaciones.

Si un niño debe tener valor fálico, ser maravilloso para los padres, un déficit en
el caudal de libido idealizadora acarreará una organización defectuosa del yo
como yo ideal. Y una estructuración narcisista endeble requerirá
permanentemente un funcionamiento defensivo para sostenerse.

A la vez, será imprescindible que el niño pueda ir tolerando fracturas narcisistas.


Golpes al narcisismo que resultarán imposibles si los padres no pueden soportar
la caída de “su majestad” al rango de niño, semejante a otros niños, si los padres
se sostienen a sí mismos a través de ese hijo supuestamente ideal y se
consideran a si mismos como posibilitadores de todos sus placeres. Muchas

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veces, el decirle “NO” a un hijo implica reconocer, las propias dificultades, y eso
es intolerable.

A la vez, no todo está determinado en la infancia. La pubertad es un momento


reorganizador y puede traer sorpresas. Y muchas veces, frente al estallido
pulsional desbordante, el púber, que no sabe qué hacer con tanto alboroto
interno, con su cuerpo cambiante, con sus identificaciones que son propias y
ajenas a la vez, puede buscar caminos complejizadores, armar novelas, crearse
familias sustitutas y pieles nuevas, pero también puede intentar expulsar de sí
todo dolor, toda pasión, todo empuje y toda identificación que le recuerde a
aquellos de los que quiere diferenciarse.

Janin, Beatríz. 2011. El sufrimiento psíquico en los niños. Cap 1. Avatares


de la constitución psíquica y psicopatología infantil.

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