En 3 oraciones:
La entrevista describe las respuestas de Dios a preguntas sobre lo que más le sorprende de los humanos y el consejo que le daría a sus hijos. Dios expresa su sorpresa por cómo las personas se apresuran a crecer pero luego quieren volver a ser niños, y cómo viven como si no fueran a morir. El consejo a sus hijos incluye aprender a dejarse amar, construir confianza y valorar a quienes tienen en sus vidas.
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La entrevista describe las respuestas de Dios a preguntas sobre lo que más le sorprende de los humanos y el consejo que le daría a sus hijos. Dios expresa su sorpresa por cómo las personas se apresuran a crecer pero luego quieren volver a ser niños, y cómo viven como si no fueran a morir. El consejo a sus hijos incluye aprender a dejarse amar, construir confianza y valorar a quienes tienen en sus vidas.
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La entrevista describe las respuestas de Dios a preguntas sobre lo que más le sorprende de los humanos y el consejo que le daría a sus hijos. Dios expresa su sorpresa por cómo las personas se apresuran a crecer pero luego quieren volver a ser niños, y cómo viven como si no fueran a morir. El consejo a sus hijos incluye aprender a dejarse amar, construir confianza y valorar a quienes tienen en sus vidas.
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La entrevista describe las respuestas de Dios a preguntas sobre lo que más le sorprende de los humanos y el consejo que le daría a sus hijos. Dios expresa su sorpresa por cómo las personas se apresuran a crecer pero luego quieren volver a ser niños, y cómo viven como si no fueran a morir. El consejo a sus hijos incluye aprender a dejarse amar, construir confianza y valorar a quienes tienen en sus vidas.
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ENTREVISTA A DIOS
Con mi título de periodista recién obtenido, decidí realizar una GRAN
ENTREVISTA, y mi deseo fue concedido permitiéndome una reunión con DIOS!!!!!! Pasa! Me dijo Dios - "Así que quieres entrevistarme?" - Bueno, le contesté, "Si tienes tiempo"... Se sonríe por entre la barba y dice. "Mi tiempo se llama eternidad y alcanza para todo.—¿Qué preguntas quieres hacerme????...."Ninguna nueva, ni difícil para Ti. ¿Qué es lo que más te sorprende de los hombres?....y dijo: —Que se aburren de ser niños, apurados por crecer, luego suspiran por ser niños. --Que primero pierden la salud para tener dinero y acto seguido pierden el dinero para recuperar la salud. —Que por pensar ansiosamente en el futuro, descuidan su hora actual, con lo que ni viven el presente ni el futuro. —Que viven como si no fueran a morirse y se mueren como si no hubieran vivido, y pensar que YO... con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada dejo de hablar. Sus manos toman fuertemente las mías y seguimos en silencio. Después de un largo tiempo y para cortar el clima le dije ¿Me dejas hacerte otra pregunta? - No me respondió con palabras, sino con solo su mirada tierna. Como Padre iQue le pedirías a tus hijos?.... —Que aprendan que no pueden hacer que alguien los ame. Lo que sí pueden hacer es dejarse amar. —Que aprendan que toma años construir la confianza y solo segundos para destruirla. —Que lo más valioso no es lo que tienen en sus vidas sino a QUIEN tienen en sus vidas. —Que aprendan que no es bueno compararse con los demás, pues siempre habrá alguien mejor o peor que ellos. —Que "rico", no es el que más tiene, sino el que menos tiene. —Que aprendan que deben controlar sus actitudes, o sus actitudes los controlarán. —Que basta unos pocos segundos para producir heridas profundas en las personas que amamos, y que pueden tardar muchos años en ser sanadas. —Que aprendan que perdonar se aprende practicando. —Que hay gente que los quiere mucho, pero que simplemente no saben como demostrarlo. —Que aprendan que el dinero no compra todo, menos la felicidad. —Que a veces cuando están molestos tienen derecho a estarlo, pero eso no da derecho a molestar a los que lo rodean. —Que los grandes sueños no requieren de grandes alas, sino de un tren de aterrizaje para lograrlo. —Que los amigos de verdad son tan escasos, que quien ha encontrado uno, has encontrado un verdadero tesoro. —Que no siempre es suficiente ser perdonado por otros, algunas veces deben perdonarse así mismos. —Que aprendan que son dueños de lo que callan, y esclavos de lo que dicen. —Que de lo que siembran, cosechan, si siembran chismes, cosecharán intrigas. Si siembran amor, cosecharán felicidad. —Que aprendan que la verdadera felicidad no es lograr sus metas, sino aprender a ser feliz con lo que tienen. —Que aprendan que la felicidad no es cuestión de suerte sino producto de sus decisiones. "Ellos deciden ser felices con lo que son y tienen, o morir de envidia y celos por lo que les falta y carecen. —Que dos personad pueden mirar una misma cosa y ver algo totalmente diferente. —Que sin importar las consecuencias, aquellos que son honestos consigo mismos, llegan lejos en al vida. —Que a pesar de que piensen que no tienen nada más que dar, cuando un amigo llora con ellos, encuentra la fortaleza para vencer los dolores. —Que retener a la fuerza a las personas que aman, las aleja más rápidamente de ellos y al dejarlas ir, las deja para siempre a su lado. —Que a pesar de que la palabra amor puede tener muchos significados distintos, pierde valor cuando es usada en exceso. —Que aprendan que amar y querer no son sinónimos sino antónimos, el querer lo exige todo, el amor lo entrega todo. —Que nunca harán nada tan grande para que Dios los ame más, ni nada tan malo para que los ame menos. Simplemente, los amó a pesar de sus conductas. —Que aprendan que la distancias mas lejos que puedan estar de mi, es la distancia de una simple ORACIÓN.... DIOS NOS BENDIGA CON SU PRESENCIA REAL Y PRACTICA EN NUESTRA VIDA DIARIA. JESUS: ¡Él te espera! Donde está tu corazón... Nos aconseja el Señor que no amontonemos tesoros en la tierra, porque duran poco y son inseguros y frágiles: “la polilla y la herrumbre los corroen, o bien los ladrones socavan y los roban”. Por mucho que lográramos acumular durante una vida, no vale la pena. Ninguna cosa de la tierra merece que pongamos en ella el corazón de un modo absoluto. El corazón está hecho para Dios y, en Dios, para todas las cosas nobles de la tierra. A todos nos es muy útil preguntarnos con cierta frecuencia: ¿en qué tengo yo puesto el corazón?, ¿cuál es mi tesoro?, ¿en qué pienso de modo habitual?, ¿cuál es el centro de mis preocupaciones más íntimas?...¿Es Dios, presente en el Sagrario quizá a poca distancia de donde vivo o de la oficina en la que trabajo? O, por el contrario, ¿son los negocios, el estudio, el trabajo, lo que ocupa el primer plano..., o los egoísmos insatisfechos, el afán de tener más? Muchos hombres y mujeres, si se respondieran con sinceridad, quizá encontrarían una respuesta muy dura: pienso en mí, sólo en mí, y en las cosas y personas en cuanto hacen referencia a mis propios intereses. Pero nosotros queremos tener puesto el corazón en Dios, en la misión que de Él hemos recibido, y en las personas y cosas por Dios. Jesús, con una sabiduría infinita, nos dice: “Amontonad tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón”. Nuestro corazón está puesto en el Señor, porque Él es el tesoro, de modo absoluto y real. Y no lo es la salud, ni el prestigio, ni el bienestar...Solo Cristo. Y por Él, de modo ordenado, los demás quehaceres nobles de un cristiano corriente que está vocacionalmente metido en el mundo. De modo particular, el Señor quiere que pongamos el corazón en las personas de la familia humana o sobrenatural que tengamos, que son, de ordinario, a quienes en primer lugar hemos de llevar a Dios, y la primera realidad que debemos santificar. La preocupación por los demás ayuda al hombre a salir de su egoísmo, a ganar en generosidad, a encontrar alegría verdadera. El que se sabe llamado por el Señor a seguirle de cerca no se considera ya a sí mismo como el centro del universo, porque ha encontrado a muchos a quienes servir, en los que ve a Cristo necesitado. El ejemplo de los padres en el hogar, o de los hermanos, es en muchas ocasiones definitivo para los demás miembros, que aprenden a ver el mundo desde un entorno cristiano. Es de tal importancia la familia, por voluntad divina, que en ella tiene su principio la acción evangelizadora de la Iglesia. Ella es el primer ambiente apto para sembrar la semilla del Evangelio y donde padres e hijos, como células vivas, van asimilando el ideal cristiano del servicio a Dios y a los hermanos. Es un lugar espléndido de apostolado. Examinemos hoy si es así nuestra familia, si somos levadura que día a día va transformando, poco a poco, a quienes viven con nosotros. Si pedimos frecuentemente al Señor la vocación de los hijos o de los hermanos - o incluso de nuestros padres - a una entrega plena a Dios: la gracia más grande que el Señor les puede dar, el verdadero tesoro que muchos pueden encontrar. Donde está el propio tesoro, allí están el amor, la entrega, los mejores sacrificios. Por eso debemos valorar mucho la particular llamada que cada uno ha recibido, y las personas con las que convivimos, que son beneficiarias inmediatas de ese tesoro nuestro, porque difícilmente se quiere lo que consideramos de escaso valor. Y el Señor no querría una caridad que no cuidara en primer lugar a quiénes Él ha puesto - por lazos de sangre o por un vínculo sobrenatural - a nuestro cuidado, porque no sería ordenada y verdadera. La familia es la pieza más importante de la sociedad, donde Dios tiene su más firme apoyo. Y, quizá, la más atacada desde todos los frentes: sistemas impuestos que ignoran el valor de la familia, determinadas políticas educativas, materialismo y hedonismo que tratan de fomentar una concepción familiar antinatalista, falso sentido de la libertad y de independencia, programas sociales que no favorecen que las madres puedan dedicar el tiempo necesario a los hijos...En numerosos lugares, principios tan elementales como el derecho de los padres a la educación de los hijos han sido olvidados por muchos ciudadanos que, ante al poder del Estado, acaban por acostumbrarse a su intervencionismo excesivo, renunciando al deber de ejercer un derecho que es irrenunciable. A veces, y debido en parte a esas inhibiciones, se imponen tipos de enseñanza orientados por una visión materialista del hombre: líneas pedagógicas y didácticas, textos, esquemas, programas y material escolar que orillan intencionalmente la naturaleza espiritual del alma humana. Los padres han de ser conscientes de que ningún poder terreno puede eximirles de esta responsabilidad, que les ha sido dada por Dios en relación con sus hijos. Y todo hemos recibido del Señor, de distintas formas, el cuidado de otros: el sacerdote, las almas que tiene encomendadas; el maestro, sus alumnos; y lo mismo tantas otras personas sobre quienes haya recaído una tarea de formación espiritual. Nadie responderá por nosotros ante Dios cuando nos dirija la pregunta: ¿Dónde están los que te di? Que cada uno podamos responder: No he perdido a ninguno de los que me diste, porque supimos poner, Señor, con tu gracia, medios ordinarios y extraordinarios para que ninguno se extraviara. Todos debemos poder decir en relación a quienes se nos han confiado: Mi corazón está vigilante. Es la inscripción ante una de las muchas imágenes de la Virgen de la ciudad de Roma. Vigilantes nos quiere el Señor ante todos pero en primer lugar ante los nuestros, ante los que Él nos confió. Dentro del Corazón de Jesús encontraremos infinitos tesoros de amor. Procuremos que nuestro corazón se asemeje al Suyo. JESUS: ¡Él te espera! San Agustín “Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”, esta queja amorosa hecha a Dios, fue pronunciada después de su conversión por San Agustín, modelo de pastor y una de las mentes más brillantes de la historia de la Iglesia. Uno de los cuatro doctores más reconocidos de la Iglesia Latina. Es llamado el "Doctor de la Gracia". Es el Patrón de los que buscan a Dios, de los teólogos, y de la imprenta. Aparece frecuentemente en la iconografía con el corazón ardiendo de amor por Dios. San Agustín a pesar de haber vivido a finales del siglo IV, es un santo muy actual, y esto es así, por la vida que vivió. Tuvo una juventud bastante desviada en su moral, pasados sus 30 años se convierte, deja su vida de pecado e inicia su seguimiento de Cristo por caminos nunca sospechados por él. 28 años de lágrimas le costó su conversión a su madre Santa Mónica. San Agustín, a pesar de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por San Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe. Nunca olvidó San Agustín aquella noche memorable. “Recibimos el bautismo - recuerda al cabo de los años - y se disipó en nosotros la inquietud de la vida pasada. Aquellos días no me hartaba de considerar con dulzura admirable tus profundos designios sobre la salvación del género humano”. Y añade: “Cuántas lágrimas derramé oyendo los acentos de tus himnos y cánticos, que resonaban dulcemente en tu Iglesia”. La vida del cristiano - nuestra vida - está acompañada de frecuentes conversiones. Muchas veces hemos tenido que hacer de hijo pródigo y volver a la casa del Padre, que siempre nos espera. Todos los santos saben de esos cambios íntimos y profundos, en los que se han acercado de una manera nueva, más sincera y humilde, a Dios. Para volver al Señor es necesario no excusar nuestras flaquezas y pecados, no hacer componendas con aquello que no va según el querer de Dios. ¡Cómo recordaría San Agustín su conversión cuando años más tarde, siendo ya Obispo, predicaba a sus fieles!: “Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón”. Fiados de la misericordia divina, no nos debe importar estar siempre comenzando. Me dices, contrito: “¡cuánta miseria me veo! Me encuentro, tal es mi torpeza y tal el bagaje de mis concupiscencias, como si nunca hubiera hecho nada por acercarme a Dios. Comenzar, comenzar: ¡oh, Señor, siempre en los comienzos! Procuraré, sin embargo, empujar con toda mi alma en cada jornada”. - Que Él bendiga esos afanes tuyos. Buscad a Dios, y vivirá vuestra alma. Salgamos a su encuentro para alcanzarle, y busquémosle después de hallarlo. Para que le busquemos, se oculta, y para que sigamos indagando, aún después de hallarle, es inmenso. Él lleno los deseos según la capacidad del que investiga. Esta fue la vida de San Agustín: una continúa búsqueda de Dios; y está ha de ser la nuestra. Cuanto más le encontremos y le poseamos, mayor será nuestra capacidad para seguir creciendo en su amor. La conversión lleva siempre consigo la renuncia al pecado y al estado de vida incompatible con las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, y la vuelta sincera a Dios. Hemos de pedir con frecuencia a Nuestra Madre Santa María que nos conceda la gracia de prestarle importancia aun a lo que parece pequeño, pero que nos separa del Señor, para apartarlo y arrojarlo lejos de nosotros. Este camino de conversión parte siempre de la fe: el cristiano mira la infinita misericordia de Dios, movido por la gracia, y reconoce su culpa o su falta de correspondencia a lo que Dios esperaba de él. Y, a la vez, nace en el alma una esperanza más firme y un amor más seguro. Al terminar hoy nuestra oración, no olvidemos que a Jesús siempre se va y se “vuelve” por María. Dirígete a Ella, pídele que te haga el regalo - prueba de su cariño por ti - de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor. Y, con esa disposición, atrévete a añadir. Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano..., y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre - Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, los arranquemos. Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús. No olvidemos que también Dios, pacientemente, nos espera a nosotros. Nos llama a una vida de fe y de entrega más plenos. No retrasemos nuestra llegada. JESÚS ¡Él te espera! La oración mental “Cuando oréis - nos dice Jesús - ,no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres... Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo oculto... ” El Señor, que nos da esta enseñanza acerca de la oración, la practicó en su vida en la tierra, muchas veces que se retiraba Él solo para orar. Y este mismo ejemplo lo siguieron los apóstoles y los primeros cristianos, y después todos aquelos que han querido seguir de cerca al Maestro. El sendero, que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se convertirá más tarde en árbol frondoso. La oración diaria nos mantiene vigilantes ante el enemigo que acecha continuamente, nos hace firmes ante pruebas y dificultades, aprendemos en ella a servir a los demás, es el faro de luz intensa que ilumina el camino y ayuda a ver con claridad los obstáculos. La oración personal mueve a realizar mejor el trabajo, a cumplir los deberes con la propia familia y con la sociedad, y tiene una influencia decisiva en las relaciones con los demás. Pero, sobre todo, nos enseña a tratar al Maestro y a crecer en el amor. ¡No dejéis de orar! - nos aconseja el Papa Juan Pablo II - ¡La oración es un deber, pero también es una gran alegría, porque es un diálogo con Dios por medio de Jesucristo! En la oración estamos con Jesús; eso nos debe bastar. Vamos a entregarnos, a conocerle, a aprender a amar. El modo de hacerla depende de muchas circunstancias: del momento que pasamos, ' de las alegrías que hemos recibido, de las penas...que se convierten en gozo cerca de Cristo. En muchas ocasiones traemos a la consideración algún pasaje del Evangelio y contemplamos la Santísima Humanidad de Jesús, y aprendemos a quererle (no se ama sino lo que se conoce bien); examinamos otras veces si estamos santificando el trabajo, si nos acerca a Dios; cómo es el trato con aquellas personas entre las que transcurre nuestra vida: la familia, los amigos...; quizá al hilo de la lectura de algún libro - como el que tienes entre las manos - convirtiendo en tema personal aquello que leemos, diciendo al Señor con el corazón esa jaculatoria que se nos propone, continuando con un afecto que el Espíritu Santo ha sugerido en lo hondo del alma, recogiendo un pequeño propósito para llevarlo a cabo en ese día o avivando otro que habíamos formulado... La oración mental es una tarea que exige poner en juego, con la ayuda de la gracia, la inteligencia y la voluntad, dispuestos a luchar decididamente contra las distracciones, no admitiéndolas nunca voluntariamente, y poniendo empeño en dialogar con el Señor, que es la esencia de toda oración: hablarle con el corazón, mirarle, escuchar su voz en lo íntimo del alma. Y siempre debemos tener la firme determinación de dedicar a Dios, a estar con Él a solas, el tiempo que hayamos previsto, aunque sintamos gran aridez y nos parezca que no conseguimos nada. No importa si no se puede hacer más que permanecer de rodillas durante este tiempo, y combatir con absoluta falta de éxito contra las distracciones: no se está malgastando el tiempo. La oración siempre es fructuosa si hay empeño por sacarla adelante, a pesar de las distracciones y de los momentos de aridez. Nunca nos deja Jesús sin abundantes gracias para todo el día. Él “agradece” siempre con mucha generosidad el rato en que Le hemos acompañado. Es de particular importancia ponernos en presencia de Aquel con quien deseamos hablar. Con frecuencia, el resto de la oración puede depender de estos primeros minutos en los que ponemos empeño en estar cerca de Quien sabemos nos ama y espera nuestra súplica, un acto de amor, que consideremos junto a Él un asunto que nos preocupa..., o sencillamente que permanezcamos en su presencia mirándole y sabiendo que nos mira. Si cuidamos con esmero, con amor, estos primeros momentos, si nos situamos de verdad delante de Cristo, una buena parte de la aridez y de las dificultades para hablar con Él desaparecen..., porque eran simplemente disipación, falta de recogimiento interior. Para ponernos en presencia de Dios al comenzar la oración mental, debemos hacernos algunas consideraciones, que nos ayuden a alejar de nuestra mente otras preocupaciones. Le podemos decir a Jesús: Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, para escucharme. Está en el Tabernáculo, realmente presente bajo las especies sacramentales, con su Cuerpo, su Sangre, Alma y Divinidad; y está presente en nuestra alma por la gracia, siendo el motor de nuestros pensamientos, afectos, deseos y obras sobrenaturales: ¡que me ves, que me oyes! Enseguida, el saludo, como se acostumbra a hacer cuando conversamos con una persona en la tierra. A Dios se le saluda adorándole: ¡te adoro con profunda reverencia! Y si a esa persona la hemos ofendido alguna vez, si la hemos tratado mal, le pedimos perdón. Pues, a Dios Nuestro Señor, lo mismo: te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer bien, con fruto, este rato de conversación contigo. Y ya estamos haciendo oración, ya nos encontramos en la intimidad de Dios. Pero, además, ¿qué haríamos si esa persona principal, con la que queremos charlar, tiene madre y una madre que nos ama? ¡Iríamos a buscar su recomendación, una palabra suya en favor nuestro! Pues a la Madre de Dios, que es también Madre Nuestra y nos quiere tanto, hemos de invocarla: ¡Madre mía Inmaculada! Y acudir a San José, el padre nutricio de Jesús, que también puede mucho en la presencia de Dios: ¡San José, mi Padre y Señor! Y al ángel de la guarda, ese príncipe del cielo que nos ayuda y nos protege... ¡Interceded por mí! de lo otro; contigo no se me ocurre nada. Junto a Él, incluso cuando no sabemos muy bien qué decirle, nos llenamos de paz, recuperamos las fuerzas para sacar adelante nuestros deberes, y la cruz se torna liviana porque ya no es solo nuestra: Cristo nos ayuda a llevarla.