Entrevista A Dios

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ENTREVISTA A DIOS

Con mi título de periodista recién obtenido, decidí realizar una GRAN


ENTREVISTA, y mi deseo fue concedido permitiéndome una reunión con
DIOS!!!!!!
Pasa! Me dijo Dios - "Así que quieres entrevistarme?" - Bueno, le
contesté, "Si tienes tiempo"... Se sonríe por entre la barba y dice. "Mi
tiempo se llama eternidad y alcanza para todo.—¿Qué preguntas quieres
hacerme????...."Ninguna nueva, ni difícil para Ti.
¿Qué es lo que más te sorprende de los hombres?....y dijo:
—Que se aburren de ser niños, apurados por crecer, luego suspiran por ser
niños.
--Que primero pierden la salud para tener dinero y acto seguido pierden el
dinero para recuperar la salud.
—Que por pensar ansiosamente en el futuro, descuidan su hora actual, con
lo que ni viven el presente ni el futuro.
—Que viven como si no fueran a morirse y se mueren como si no hubieran
vivido, y pensar que YO... con los ojos llenos de lágrimas y la voz
entrecortada dejo de hablar.
Sus manos toman fuertemente las mías y seguimos en silencio.
Después de un largo tiempo y para cortar el clima le dije ¿Me dejas hacerte
otra pregunta? -
No me respondió con palabras, sino con solo su mirada tierna. Como Padre
iQue le pedirías a tus hijos?....
—Que aprendan que no pueden hacer que alguien los ame. Lo que sí
pueden hacer es dejarse amar.
—Que aprendan que toma años construir la confianza y solo segundos
para destruirla.
—Que lo más valioso no es lo que tienen en sus vidas sino a QUIEN
tienen en sus vidas.
—Que aprendan que no es bueno compararse con los demás, pues siempre
habrá alguien mejor o peor que ellos.
—Que "rico", no es el que más tiene, sino el que menos tiene.
—Que aprendan que deben controlar sus actitudes, o sus actitudes los
controlarán.
—Que basta unos pocos segundos para producir heridas profundas en las
personas que amamos, y que pueden tardar muchos años en ser sanadas.
—Que aprendan que perdonar se aprende practicando.
—Que hay gente que los quiere mucho, pero que simplemente no saben
como demostrarlo.
—Que aprendan que el dinero no compra todo, menos la felicidad.
—Que a veces cuando están molestos tienen derecho a estarlo, pero eso no
da derecho a molestar a los que lo rodean.
—Que los grandes sueños no requieren de grandes alas, sino de un tren de
aterrizaje para lograrlo.
—Que los amigos de verdad son tan escasos, que quien ha encontrado uno,
has encontrado un verdadero tesoro.
—Que no siempre es suficiente ser perdonado por otros, algunas veces
deben perdonarse así mismos.
—Que aprendan que son dueños de lo que callan, y esclavos de lo que
dicen. —Que de lo que siembran, cosechan, si siembran chismes,
cosecharán intrigas. Si siembran amor, cosecharán felicidad.
—Que aprendan que la verdadera felicidad no es lograr sus metas, sino
aprender a ser feliz con lo que tienen.
—Que aprendan que la felicidad no es cuestión de suerte sino producto de
sus decisiones. "Ellos deciden ser felices con lo que son y tienen, o morir
de envidia y celos por lo que les falta y carecen.
—Que dos personad pueden mirar una misma cosa y ver algo totalmente
diferente.
—Que sin importar las consecuencias, aquellos que son honestos consigo
mismos, llegan lejos en al vida.
—Que a pesar de que piensen que no tienen nada más que dar, cuando un
amigo llora con ellos, encuentra la fortaleza para vencer los dolores.
—Que retener a la fuerza a las personas que aman, las aleja más
rápidamente de ellos y al dejarlas ir, las deja para siempre a su lado.
—Que a pesar de que la palabra amor puede tener muchos significados
distintos, pierde valor cuando es usada en exceso.
—Que aprendan que amar y querer no son sinónimos sino antónimos, el
querer lo exige todo, el amor lo entrega todo.
—Que nunca harán nada tan grande para que Dios los ame más, ni nada
tan malo para que los ame menos. Simplemente, los amó a pesar de sus
conductas.
—Que aprendan que la distancias mas lejos que puedan estar de mi, es la
distancia de una simple ORACIÓN....
DIOS NOS BENDIGA CON SU PRESENCIA REAL Y PRACTICA
EN NUESTRA VIDA DIARIA.
JESUS:
¡Él te espera!
Donde está tu corazón...
Nos aconseja el Señor que no amontonemos tesoros en la tierra, porque duran
poco y son inseguros y frágiles: “la polilla y la herrumbre los corroen, o bien
los ladrones socavan y los roban”. Por mucho que lográramos acumular
durante una vida, no vale la pena. Ninguna cosa de la tierra merece que
pongamos en ella el corazón de un modo absoluto. El corazón está hecho para
Dios y, en Dios, para todas las cosas nobles de la tierra. A todos nos es muy útil
preguntarnos con cierta frecuencia: ¿en qué tengo yo puesto el corazón?, ¿cuál
es mi tesoro?, ¿en qué pienso de modo habitual?, ¿cuál es el centro de mis
preocupaciones más íntimas?...¿Es Dios, presente en el Sagrario quizá a poca
distancia de donde vivo o de la oficina en la que trabajo? O, por el contrario,
¿son los negocios, el estudio, el trabajo, lo que ocupa el primer plano..., o los
egoísmos insatisfechos, el afán de tener más? Muchos hombres y mujeres, si se
respondieran con sinceridad, quizá encontrarían una respuesta muy dura: pienso
en mí, sólo en mí, y en las cosas y personas en cuanto hacen referencia a mis
propios intereses. Pero nosotros queremos tener puesto el corazón en Dios, en la
misión que de Él hemos recibido, y en las personas y cosas por Dios. Jesús, con
una sabiduría infinita, nos dice: “Amontonad tesoros en el Cielo, donde ni la
polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban.
Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón”.
Nuestro corazón está puesto en el Señor, porque Él es el tesoro, de modo
absoluto y real. Y no lo es la salud, ni el prestigio, ni el bienestar...Solo Cristo.
Y por Él, de modo ordenado, los demás quehaceres nobles de un cristiano
corriente que está vocacionalmente metido en el mundo. De modo particular, el
Señor quiere que pongamos el corazón en las personas de la familia humana o
sobrenatural que tengamos, que son, de ordinario, a quienes en primer lugar
hemos de llevar a Dios, y la primera realidad que debemos santificar.
La preocupación por los demás ayuda al hombre a salir de su egoísmo, a ganar
en generosidad, a encontrar alegría verdadera. El que se sabe llamado por el
Señor a seguirle de cerca no se considera ya a sí mismo como el centro del
universo, porque ha encontrado a muchos a quienes servir, en los que ve a
Cristo necesitado.
El ejemplo de los padres en el hogar, o de los hermanos, es en muchas
ocasiones definitivo para los demás miembros, que aprenden a ver el mundo
desde un entorno cristiano. Es de tal importancia la familia, por voluntad
divina, que en ella tiene su principio la acción evangelizadora de la Iglesia. Ella
es el primer ambiente apto para sembrar la semilla del Evangelio y donde
padres e hijos, como células vivas, van asimilando el ideal cristiano del servicio
a Dios y a los hermanos. Es un lugar espléndido de apostolado. Examinemos
hoy si es así nuestra familia, si somos levadura que día a día va transformando,
poco a poco, a quienes viven con nosotros. Si pedimos frecuentemente al Señor
la vocación de los hijos o de los hermanos - o incluso de nuestros padres - a una
entrega plena a Dios: la gracia más grande que el Señor les puede dar, el
verdadero tesoro que muchos pueden encontrar.
Donde está el propio tesoro, allí están el amor, la entrega, los mejores
sacrificios. Por eso debemos valorar mucho la particular llamada que cada uno
ha recibido, y las personas con las que convivimos, que son beneficiarias
inmediatas de ese tesoro nuestro, porque difícilmente se quiere lo que
consideramos de escaso valor. Y el Señor no querría una caridad que no cuidara
en primer lugar a quiénes Él ha puesto - por lazos de sangre o por un vínculo
sobrenatural - a nuestro cuidado, porque no sería ordenada y verdadera.
La familia es la pieza más importante de la sociedad, donde Dios tiene su más
firme apoyo. Y, quizá, la más atacada desde todos los frentes: sistemas
impuestos que ignoran el valor de la familia, determinadas políticas educativas,
materialismo y hedonismo que tratan de fomentar una concepción familiar
antinatalista, falso sentido de la libertad y de independencia, programas sociales
que no favorecen que las madres puedan dedicar el tiempo necesario a los
hijos...En numerosos lugares, principios tan elementales como el derecho de los
padres a la educación de los hijos han sido olvidados por muchos ciudadanos
que, ante al poder del Estado, acaban por acostumbrarse a su intervencionismo
excesivo, renunciando al deber de ejercer un derecho que es irrenunciable. A
veces, y debido en parte a esas inhibiciones, se imponen tipos de enseñanza
orientados por una visión materialista del hombre: líneas pedagógicas y
didácticas, textos, esquemas, programas y material escolar que orillan
intencionalmente la naturaleza espiritual del alma humana.
Los padres han de ser conscientes de que ningún poder terreno puede eximirles
de esta responsabilidad, que les ha sido dada por Dios en relación con sus hijos.
Y todo hemos recibido del Señor, de distintas formas, el cuidado de otros: el
sacerdote, las almas que tiene encomendadas; el maestro, sus alumnos; y lo
mismo tantas otras personas sobre quienes haya recaído una tarea de formación
espiritual. Nadie responderá por nosotros ante Dios cuando nos dirija la
pregunta: ¿Dónde están los que te di? Que cada uno podamos responder: No he
perdido a ninguno de los que me diste, porque supimos poner, Señor, con tu
gracia, medios ordinarios y extraordinarios para que ninguno se extraviara.
Todos debemos poder decir en relación a quienes se nos han confiado: Mi
corazón está vigilante. Es la inscripción ante una de las muchas imágenes de la
Virgen de la ciudad de Roma. Vigilantes nos quiere el Señor ante todos pero en
primer lugar ante los nuestros, ante los que Él nos confió.
Dentro del Corazón de Jesús encontraremos infinitos tesoros de amor.
Procuremos que nuestro corazón se asemeje al Suyo.
JESUS:
¡Él te espera!
San Agustín
“Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”, esta queja
amorosa hecha a Dios, fue pronunciada después de su conversión por San
Agustín, modelo de pastor y una de las mentes más brillantes de la historia de la
Iglesia. Uno de los cuatro doctores más reconocidos de la Iglesia Latina. Es
llamado el "Doctor de la Gracia". Es el Patrón de los que buscan a Dios, de los
teólogos, y de la imprenta. Aparece frecuentemente en la iconografía con el
corazón ardiendo de amor por Dios.
San Agustín a pesar de haber vivido a finales del siglo IV, es un santo muy
actual, y esto es así, por la vida que vivió. Tuvo una juventud bastante desviada
en su moral, pasados sus 30 años se convierte, deja su vida de pecado e inicia su
seguimiento de Cristo por caminos nunca sospechados por él. 28 años de
lágrimas le costó su conversión a su madre Santa Mónica.
San Agustín, a pesar de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y
libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por San
Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida
ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después
obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con
abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente
contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe.
Nunca olvidó San Agustín aquella noche memorable. “Recibimos el bautismo -
recuerda al cabo de los años - y se disipó en nosotros la inquietud de la vida
pasada. Aquellos días no me hartaba de considerar con dulzura admirable tus
profundos designios sobre la salvación del género humano”. Y añade: “Cuántas
lágrimas derramé oyendo los acentos de tus himnos y cánticos, que resonaban
dulcemente en tu Iglesia”.
La vida del cristiano - nuestra vida - está acompañada de frecuentes
conversiones. Muchas veces hemos tenido que hacer de hijo pródigo y volver a
la casa del Padre, que siempre nos espera. Todos los santos saben de esos
cambios íntimos y profundos, en los que se han acercado de una manera nueva,
más sincera y humilde, a Dios. Para volver al Señor es necesario no excusar
nuestras flaquezas y pecados, no hacer componendas con aquello que no va
según el querer de Dios. ¡Cómo recordaría San Agustín su conversión cuando
años más tarde, siendo ya Obispo, predicaba a sus fieles!: “Pues yo reconozco
mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados
ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien
palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto
precisamente puede atreverse a pedir perdón”.
Fiados de la misericordia divina, no nos debe importar estar siempre
comenzando. Me dices, contrito: “¡cuánta miseria me veo! Me encuentro, tal es
mi torpeza y tal el bagaje de mis concupiscencias, como si nunca hubiera hecho
nada por acercarme a Dios. Comenzar, comenzar: ¡oh, Señor, siempre en los
comienzos! Procuraré, sin embargo, empujar con toda mi alma en cada
jornada”.
- Que Él bendiga esos afanes tuyos.
Buscad a Dios, y vivirá vuestra alma. Salgamos a su encuentro para alcanzarle,
y busquémosle después de hallarlo. Para que le busquemos, se oculta, y para
que sigamos indagando, aún después de hallarle, es inmenso. Él lleno los
deseos según la capacidad del que investiga.
Esta fue la vida de San Agustín: una continúa búsqueda de Dios; y está ha de
ser la nuestra. Cuanto más le encontremos y le poseamos, mayor será nuestra
capacidad para seguir creciendo en su amor.
La conversión lleva siempre consigo la renuncia al pecado y al estado de vida
incompatible con las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, y la vuelta sincera a
Dios. Hemos de pedir con frecuencia a Nuestra Madre Santa María que nos
conceda la gracia de prestarle importancia aun a lo que parece pequeño, pero
que nos separa del Señor, para apartarlo y arrojarlo lejos de nosotros. Este
camino de conversión parte siempre de la fe: el cristiano mira la infinita
misericordia de Dios, movido por la gracia, y reconoce su culpa o su falta de
correspondencia a lo que Dios esperaba de él. Y, a la vez, nace en el alma una
esperanza más firme y un amor más seguro.
Al terminar hoy nuestra oración, no olvidemos que a Jesús siempre se va y se
“vuelve” por María. Dirígete a Ella, pídele que te haga el regalo - prueba de su
cariño por ti - de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los
pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de
Amor. Y, con esa disposición, atrévete a añadir. Madre, Vida, Esperanza mía,
condúceme con tu mano..., y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre -
Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, los arranquemos.
Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa
María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo,
sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús. No
olvidemos que también Dios, pacientemente, nos espera a nosotros. Nos llama a
una vida de fe y de entrega más plenos. No retrasemos nuestra llegada.
JESÚS
¡Él te espera!
La oración mental
“Cuando oréis - nos dice Jesús - ,no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar
de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los
hombres... Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y,
cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo oculto... ”
El Señor, que nos da esta enseñanza acerca de la oración, la practicó en su vida en la
tierra, muchas veces que se retiraba Él solo para orar. Y este mismo ejemplo lo
siguieron los apóstoles y los primeros cristianos, y después todos aquelos que han
querido seguir de cerca al Maestro. El sendero, que conduce a la santidad, es sendero
de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña
semilla que se convertirá más tarde en árbol frondoso.
La oración diaria nos mantiene vigilantes ante el enemigo que acecha continuamente,
nos hace firmes ante pruebas y dificultades, aprendemos en ella a servir a los demás,
es el faro de luz intensa que ilumina el camino y ayuda a ver con claridad los
obstáculos. La oración personal mueve a realizar mejor el trabajo, a cumplir los
deberes con la propia familia y con la sociedad, y tiene una influencia decisiva en las
relaciones con los demás. Pero, sobre todo, nos enseña a tratar al Maestro y a crecer
en el amor. ¡No dejéis de orar! - nos aconseja el Papa Juan Pablo II - ¡La oración es
un deber, pero también es una gran alegría, porque es un diálogo con Dios por medio
de Jesucristo!
En la oración estamos con Jesús; eso nos debe bastar. Vamos a entregarnos, a
conocerle, a aprender a amar. El modo de hacerla depende de muchas circunstancias:
del momento que pasamos, ' de las alegrías que hemos recibido, de las penas...que se
convierten en gozo cerca de Cristo. En muchas ocasiones
traemos a la consideración algún pasaje del Evangelio y contemplamos la Santísima
Humanidad de Jesús, y aprendemos a quererle (no se ama sino lo que se conoce
bien); examinamos otras veces si estamos santificando el trabajo, si nos acerca a
Dios; cómo es el trato con aquellas personas entre las que transcurre nuestra vida: la
familia, los amigos...; quizá al hilo de la lectura de algún libro - como el que tienes
entre las manos - convirtiendo en tema personal aquello que leemos, diciendo al
Señor con el corazón esa jaculatoria que se nos propone, continuando con un afecto
que el Espíritu Santo ha sugerido en lo hondo del alma, recogiendo un pequeño
propósito para llevarlo a cabo en ese día o avivando otro que habíamos formulado...
La oración mental es una tarea que exige poner en juego, con la ayuda de la gracia, la
inteligencia y la voluntad, dispuestos a luchar decididamente contra las distracciones,
no admitiéndolas nunca voluntariamente, y poniendo empeño en dialogar con el
Señor, que es la esencia de toda oración: hablarle con el corazón, mirarle, escuchar su
voz en lo íntimo del alma. Y siempre debemos tener la firme determinación de
dedicar a Dios, a estar con Él a solas, el tiempo que hayamos previsto, aunque
sintamos gran aridez y nos parezca que no conseguimos nada. No importa si no se
puede hacer más que permanecer de rodillas durante este tiempo, y combatir con
absoluta falta de éxito contra las distracciones: no se está malgastando el tiempo. La
oración siempre es fructuosa si hay empeño por sacarla adelante, a pesar de las
distracciones y de los momentos de aridez.
Nunca nos deja Jesús sin abundantes gracias para todo el día. Él “agradece” siempre
con mucha generosidad el rato en que Le hemos acompañado.
Es de particular importancia ponernos en presencia de Aquel con quien deseamos
hablar. Con frecuencia, el resto de la oración puede depender de estos primeros
minutos en los que ponemos empeño en estar cerca de Quien sabemos nos ama y
espera nuestra súplica, un acto de amor, que consideremos junto a Él un asunto que
nos preocupa..., o sencillamente que permanezcamos en su presencia mirándole y
sabiendo que nos mira. Si cuidamos con esmero, con amor, estos primeros
momentos, si nos situamos de verdad delante de Cristo, una buena parte de la aridez y
de las dificultades para hablar con Él desaparecen..., porque eran simplemente
disipación, falta de recogimiento interior.
Para ponernos en presencia de Dios al comenzar la oración mental, debemos hacernos
algunas consideraciones, que nos ayuden a alejar de nuestra mente otras
preocupaciones. Le podemos decir a Jesús: Señor mío y Dios mío, creo firmemente
que estás aquí, para escucharme. Está en el Tabernáculo, realmente presente bajo las
especies sacramentales, con su Cuerpo, su Sangre, Alma y Divinidad; y está presente
en nuestra alma por la gracia, siendo el motor de nuestros pensamientos, afectos,
deseos y obras sobrenaturales: ¡que me ves, que me oyes!
Enseguida, el saludo, como se acostumbra a hacer cuando conversamos con una
persona en la tierra. A Dios se le saluda adorándole: ¡te adoro con profunda
reverencia! Y si a esa persona la hemos ofendido alguna vez, si la hemos tratado mal,
le pedimos perdón. Pues, a Dios Nuestro Señor, lo mismo: te pido perdón de mis
pecados, y gracia para hacer bien, con fruto, este rato de conversación contigo. Y ya
estamos haciendo oración, ya nos encontramos en la intimidad de Dios.
Pero, además, ¿qué haríamos si esa persona principal, con la que queremos charlar,
tiene madre y una madre que nos ama? ¡Iríamos a buscar su recomendación, una
palabra suya en favor nuestro! Pues a la Madre de Dios, que es también Madre
Nuestra y nos quiere tanto, hemos de invocarla: ¡Madre mía Inmaculada! Y acudir a
San José, el padre nutricio de Jesús, que también puede mucho en la presencia de
Dios: ¡San José, mi Padre y Señor! Y al ángel de la guarda, ese príncipe del cielo que
nos ayuda y nos protege... ¡Interceded por mí! de lo otro; contigo no se me ocurre
nada.
Junto a Él, incluso cuando no sabemos muy bien qué decirle, nos llenamos de paz,
recuperamos las fuerzas para sacar adelante nuestros deberes, y la cruz se torna
liviana porque ya no es solo nuestra: Cristo nos ayuda a llevarla.

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