Adaptación - Popol Vuh
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Popol Vuh
ADAPTACIÓN ILUSTRACIONES
Dunaashii Rodríguez Carrillo Erandi Alitzel Rojas Mata
Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas
Ilustraciones
Erandi Alitzel Rojas Mata
Corrección de estilo
Laura Monserrat Castro Carmona
Diseño editorial
Itzel Chavarría Yañez
Coordinación
Norberto Zamora Pérez
México, 2023
Índice
Introducción.................. 1
El Sol y la Luna........................ 3
Las estrellas.............................. 16
Los humanos................................ 30
La primera llama
y el tributo a los dioses.................. 40
Introducción
1
Poco después fue traducido también al italiano y al francés,
continuando con múltiples ediciones y traducciones a lo largo
del tiempo hasta llegar a las que conocemos en nuestros días.
Algunos especialistas consideran que el libro puede tener in-
fluencia cristiana y bíblica debido a que el original desapare-
ció y quienes lo escribieron después eran indígenas ya evan-
gelizados, además de que las primeras traducciones fueron
hechas por curas.
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El Sol y la Luna
3
Dos hermanos, Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, habían he-
cho enojar a los Señores de Xibalbá jugando el juego de pelo-
ta, entonces fueron llamados a bajar a Xibalbá, luego desafia-
dos y derrotados por los Señores. La cabeza de Hun-Hunahpú
fue mandada a colocarse en un árbol del camino; en el mo-
mento en que fue puesta entre sus ramas, el árbol se llenó de
frutos únicos, y la cabeza se perdió entre ellos. Esta maravi-
llosa historia desató la curiosidad de Ixquic y en seguida fue
a buscar el árbol a Pucbal-Chah. Quedó fascinada cuando lo
halló. Estaba ansiosa por probar uno de sus extraños frutos.
De pronto, una voz salió del árbol.
4
—En mi saliva te he dado mi descendencia —continuó la
voz—. Anda, sube a la superficie de la Tierra, estarás a salvo.
Confía en mi palabra.
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eran los de Hun-Hunahpú; con ayuda de los dioses y las fuer-
zas naturales, la consiguió. Tomó los pelos de la única mazor-
ca que había en la milpa de Ixmucané, los arregló en una red
como mazorcas de maíz, pidió ayuda a las diosas Ixtoh, Ixcanil
e Ixcacau1, y en seguida su red se llenó de mazorcas reales
que llevó ante Ixmucané. Al ver que su única planta seguía
intacta, no hizo más que creerle.
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que hablara quemándole la cola, por eso esta se quedó sin
pelo. Finalmente, el ratón les dijo:
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Así, Hunahpú e Ixbalanqué se dirigieron a Xibalbá. Al llegar,
atravesaron sin dificultad todas las trampas y obstáculos que
llevan a donde se encuentran los Señores. Se detuvieron en
un cruce con diferentes caminos de colores y enviaron a un
mosquito (creado de un pelo de Hunahpú) para que picara a
todos los Señores de Xibalbá; de esa forma ellos podrían co-
nocer sus nombres y esquivar cualquier trampa o burla que
les tuvieran preparada. Gracias a eso, al presentarse ante los
Señores fueron capaces de decir correctamente cada uno de
sus nombres, evitando a toda costa decir los propios.
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Posteriormente, llegó el momento de jugar contra los Seño-
res de Xibalbá. Ixbalanqué le pidió a un conejo que le ayu-
dara; él lanzaría la pelota hacia afuera del patio y el conejo
se la tendría que llevar lejos para distraer a los Señores. En
cuanto el plan fue ejecutado, Ixbalanqué tomó la cabeza de
Hunahpú y la regresó a su cuerpo. Cuando los Señores regre-
saron después de perseguir al conejo, ya era tarde; los her-
manos estaban listos de nuevo. Desesperados, los Señores
de Xibalbá, al no poder vencerlos, decidieron quemarlos en
la hoguera. Al presentir Hunahpú e Ixbalanqué que esto les
harían, hablaron con Xulú y Pacam, los sabios consejeros de
Xibalbá, y dijeron:
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Un día aparecieron dos pobres vagabundos de aspecto muy
descuidado, pero con talentos asombrosos. Tenían un acto en
el que hacían diversos bailes, también se mataban mutua-
mente para en seguida revivirse como por arte de magia. Los
Señores de Xibalbá oyeron de estos asombrosos bailarines y
los mandaron llamar para ver sus grandes hazañas y ser en-
tretenidos. Ellos se presentaron humildemente ante los Se-
ñores, pero nunca les dijeron sus nombres.
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A continuación, todos en Xibalbá se rindieron ante ellos y así
perdieron su poder ilimitado. Ahora se dedicarían a hacer ca-
charros, apastes3 y piedras de maíz, y su poder de tortura y
crueldad se limitaría a quienes merecieran ser castigados, es
decir, los malos, los viciosos, los desventurados, aquellos que
obraran y estuvieran mal en el mundo. De este modo, Huna-
hpú e Ixbalanqué honraron a sus padres. Intentaron revivirlos,
pero fue en vano, así que simplemente les prometieron que
quedarían en la memoria de los seres civilizados (el humano)
y serían invocados por ellos.
3 Vasija de barro con dos asas y boca grande que se utiliza para almacenar y refres-
car el agua.
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Las estrellas
¿De dónde vienen las estrellas? Esas que cada noche brillan
en el manto negro de los cielos nocturnos. Una antigua his-
toria del pueblo quiché dice que se trata de cuatrocientos
muchachos que existieron antes que cualquier ser humano,
fallecieron víctimas de un Soberbio, alguien que se engran-
decía a sí mismo por su enorme fuerza física y clamaba ser el
creador de las montañas. Su nombre era Zipacná.
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—Yo lo llevaré. —Se apresuró Zipacná y, sin la menor dificul-
tad, levantó el árbol, se lo echó al hombro y siguió a los cua-
trocientos muchachos a la entrada de su casa.
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—¡Que nadie hable! Esperemos hasta oír sus gritos cuando
muera —dijeron entre ellos.
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Zipacná se alimentaba de los cangrejos y pescados que en-
contraba a las orillas de los ríos, sin embargo, se había que-
dado sin comida y llevaba días sin encontrar alimento. Hu-
nahpú e Ixbalanqué aprovecharon su necesidad y fabricaron
una figura que imitaba convincentemente a un cangrejo, y
la metieron en una trampa bajo el cerro Meauán. En seguida
buscaron a Zipacná, quien rogaba por un poco de comida.
Los hermanos le hablaron del cangrejo y lo convencieron de
que tenía que recogerlo él mismo porque ellos habían ya in-
tentado tomarlo y no pudieron. Zipacná los siguió hasta don-
de se encontraba el cangrejo; al querer agarrarlo, Hunahpú
e Ixbalanqué dejaron caer el cerro sobre su pecho. Zipacná
murió y quedó convertido en piedra.
4 Montón.
21
Sobre los primeros monos
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Poco después, Ixquic dio a luz a Hunahpú e Ixbalanqué, dos
pequeños inocentes destinados a ser sabios y prodigiosos.
Esto llenó de envidia a sus hermanos, pues sentían que, mien-
tras ellos habían tenido que pasar dificultades y carencias,
Hunahpú e Ixbalanqué tendrían todo fácil al ser los sucesores
de Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Por eso, en repetidas
ocasiones Hunbatz y Hunchouén trataron de matarlos. Mien-
tras aún eran bebés los ponían a dormir sobre los hormigue-
ros e incluso entre las espinas de los nopales, pero todo era en
vano debido a la naturaleza fuerte de Hunahpú e Ixbalanqué.
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Después de un momento de duda, Hunbatz y Hunchouén
aceptaron acompañar a sus hermanos. Así, Hunahpú e Ixba-
lanqué dieron marcha a su plan para deshacerse de sus her-
manos. No los querían muertos, pero tampoco querían seguir
siendo víctimas de sus abusos.
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los ahuyentó. Por más que Hunahpú e Ixbalanqué trataron
de llamarlos de regreso, nunca más volvieron a saber de ellos.
28
Los humanos
30
árboles y las plantas; para habitarlas hicieron a los animales,
quienes serían los guardianes y los protectores de los bosques
y las selvas. Asignaron a cada animal un lugar que habitar,
desde las cuevas, las barrancas y la maleza, hasta las copas de
los árboles y los pastizales. Nidos y madrigueras con comodi-
dades fueron creados para ellos.
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material más resistente. De los bejucos5 y los árboles toma-
ron la madera y tallaron un muñeco. Surgió, pues, el hombre
de palo; este sí podía hablar, caminar y estar sobre la tierra,
así que comenzaron a reproducirse y rápidamente poblaron
los alrededores. Sin embargo, eran demasiado rígidos y sin
alma, por ello pronto olvidaron a sus creadores. Caminaban
sin rumbo por el mundo, con sus corazones ciegos y sus car-
nes vacías. El Creador y el Formador decidieron deshacerse
de ellos también; si no les rendían tributo, si no los veneraban
y les daban el sustento, tampoco funcionaban.
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Faltaba poco para que el Sol, la Luna y las estrellas aparecie-
ran en el cielo y llegara el amanecer. El Creador, el Formador
y los Progenitores siguieron pensando, y una vez más se reu-
nieron en consejo para discutir, pero no encontraban el mate-
rial preciso para hacer al humano. De pronto, llegaron cuatro
animales: Yac (el gato del monte), Utiú (el coyote), Quel (una
cotorra también llamada chocoyo) y Hoh (el cuervo); traían
noticias, habían encontrado el maíz y la comida en Paxil y Ca-
yalá6, una tierra de delicias abundantes, llena de pataxte7, ca-
cao, zapotes jocotes8, miel y muchos sabrosos alimentos más.
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faz redonda de la Tierra. Eran capaces de encontrar las cosas
ocultas a lo lejos sin tener que moverse de donde estaban. En
un solo momento vieron el mundo entero.
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de llegar a Tulán ya no podían entenderse entre ellos. Aun así,
todos quienes existían en ese momento se reunieron para re-
cibir a Tohil, Avilix, Hacavitz y Nicahtacah, que fueron los dio-
ses que se manifestaron ante ellos. Cada pueblo tomó a un
dios y le dio nombre según la lengua que hablaba. Después
de que las tribus y los pueblos estuvieran formados y tuviesen
a sus respectivos dioses, solo quedaba esperar el amanecer.
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Tiempo después, llegó la hora de morir de Balam-Quitzé, Ba-
lam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Ellos lo presintieron, así
que pasaron su sabiduría y conocimientos a sus hijos direc-
tos para que ellos tomaran el mando. Las madres murieron
también poco después. Los hijos continuaron con lo que les
correspondía, comenzaron a ser los regentes de los pueblos, y
así se fueron heredando de generación en generación como
Ahpop y Ahpop-Camhá, que eran sus títulos, equivalentes a
lo que podría ser un rey o un presidente. Así vivieron y existie-
ron catorce generaciones de reyes, cada uno engrandeciendo
más y más al pueblo quiché, hasta la llegada y conquista ejer-
cida por los españoles, lo que llevó a lo que hoy es América. Ese
fue el principio de la humanidad, antiguos mitos lo cuentan.
39
La primera llama
y el tributo a los dioses
Antes de que el Sol saliera por primera vez e iluminara los cielos,
fueron creados los seres humanos, hombres y mujeres devotos
a los creadores y a sus dioses. En la oscuridad de la noche que
vivían en ese momento, hacía mucho frío y había demasiada
humedad. Necesitaban algo que les diera calor, los secara un
poco y los alumbrara mientras esperaban la salida del Sol.
40
Entonces los poseedores del fuego hablaron con Tohil para
decidir si compartirlo o no, a lo que el dios respondió que po-
dían compartirlo, pero con la condición de que le rindieran
tributo; debían entregar sus corazones como muestra de leal-
tad. Así fue como los pueblos, uno por uno, comenzaron a
rendirse y adorar a Tohil; en cuanto lo hacían, recibían el fue-
go. No obstante, hubo un pueblo que no quiso rendirse; los
cakchiqueles no cederían ante las peticiones de Tohil, por lo
que se escabulleron entre el humo y lograron hurtar una lla-
ma que los calentaría hasta la llegada del amanecer.
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La forma para comunicarse sería llevando tributo a los dioses,
el cual consistía en la sangre de los hijos del bosque, de los
hijos del campo, las hembras y los hijos de los venados, y las
hembras y los hijos de las aves, además de la propia sangre
que corría por las venas de los sacerdotes. Ellos acataron la or-
den. Cuando iban a hablar con los dioses tomaban el produc-
to de la caza, pero, si nadie había cazado, optaban por robarse
a las personas solitarias en los caminos. Así inició una época
de abundancia para algunos pueblos y de terror para otros,
pues la gente desaparecía de los caminos entre extraños rui-
dos de coyotes, leones y tigres.
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Las muchachas regresaron con su pueblo. Al llegar, los Se-
ñores que las habían mandado les pidieron la prueba de que
habían cumplido con su tarea, y ellas les entregaron las capas.
A los Señores les gustaron tanto que en seguida se las pusie-
ron. Todo parecía bien hasta que de cada capa salió el animal
pintado y juntos atacaron a los Señores. De este modo, Tohil
venció a las tribus que querían secuestrarlo y las jóvenes don-
cellas se salvaron de un final trágico.
Así fue hasta que llegó el tiempo de morir de los padres ori-
ginales, entonces pasaron el poder y el conocimiento a sus
hijos directos, y estos a sus hijos, continuando por muchas
generaciones, aumentando cada vez más la gloria del pue-
blo quiché. Aconteció de esta manera hasta la llegada de los
españoles, quienes se mezclaron con ellos y, eventualmente,
los derrotaron. Esto es lo que sucedió cuando Tohil le dio el
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fuego al pueblo quiché, cuando tomó el poder y los tributos
fueron principalmente para él, cuando las jerarquías se desa-
rrollaron y se encontró la forma de hablar con los dioses en la
piedra.
México, 2023