Don de Lenguas Marcio Mendes
Don de Lenguas Marcio Mendes
Don de Lenguas Marcio Mendes
19.553
MARCIO MENDES
ORAR EN LENGUAS
(Contraportada)
Con la acción del Espíritu Santo puedes cambiar tu vida
Por el gran amor que Dios nos tiene, él ni un solo instante deja de ayudarnos y fortalecernos.
Por eso “el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos lo que
debemos pedir, ni orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables” (cf Rm 8,26).
La oración en lenguas es un hecho concreto, una realidad en la Iglesia. Verás que las cosas de
Dios son muy sencillas, y experimentar los carismas es más fácil de lo que te imaginas. La
práctica de la oración en lenguas trae resultados comprobados cuando está en juego la
construcción de una nueva vida, más libre y más feliz. ¡Compruébalo!
Pero ¿qué son esos gemidos inefables? ¿Son ellos el don de lenguas? ¿Existe realmente el don
de lenguas? ¿Qué cambios producirá en nuestra vida? ¿Por qué muchos católicos no lo
conocen? Y si lo conocen, ¿por qué no lo experimentan? Aquí encontrarás las respuestas a
todas estas preguntas.
Actualmente encontramos personas que nunca han oído hablar de este don de Dios.
Encontramos otras que ya han oído al respecto, pero nunca han orado en lenguas. Finalmente
hay otras que ya hacen uso de este carisma, pero quieren conocerlo más, profundizar su
experiencia y perfeccionar su práctica.
En este libro tocaremos de cerca la fuerza transformadora de este don y su poder de
intercesión. Será un bello descubrimiento, un nuevo sumergirse en el amor del Señor que
cuida de nosotros. Es algo nuevo y que nos renueva, porque nuestra salud comienza por
dentro, por el corazón, por el alma.
Verás que las cosas de Dios son muy sencillas y experimentar los carismas es más fácil de lo
que te imaginas. La práctica de estos dones trae resultados comprobados cuando está en
juego la construcción de una nueva vida, más libre y más feliz. ¡Compruébalo!
Por primera vez escuché orar en lenguas en un grupo de oración de la Renovación Carismática
Católica. Invitado a participar de una noche de oración, me dio vergüenza negarme. Llegué allí
muy asustado, lo que contrastaba radicalmente con la alegría y la familiaridad de aquellas
personas. Todo era muy vivo y muy espontáneo. Los miembros más antiguos acogían tanto a
los visitantes como a los más nuevos con mucho cariño, respeto y atención.
Quedé emocionado cuando me di cuenta de la fe de aquella gente. Algunas oraciones eran
hechas en voz alta, una persona cada vez, espontáneamente. Las personas agradecían y
alababan a Dios por situaciones concretas de su vida, por gracias alcanzadas, por vidas
transformadas, por familias que se habían reconciliado y sobre todo porque tenían la certeza
de la presencia de Dios y de su salvación
Todavía estaba impresionado con tanta novedad cuando alguien pasó al micrófono y dijo:
-Vamos a hacer lo que enseña la Palabra de Dios: “impondrán las manos a los enfermos y ellos
quedarán sanos”. Así vamos a orar y Dios, que es todopoderoso nos dará por medio de su
Espíritu la fuerza y la sanación que necesitamos.
Yo no tenía ninguna enfermedad de la que necesitara ser sanado, y tampoco creía que una
simple oración pudiera restituir la salud a alguien o incluso hacer venir sobre esa persona al
propio Dios.
Yo estaba equivocado… y los días que siguieron me mostraron qué tan equivocado estaba.
Una persona que estaba cerca de mí me puso su mano sobre el hombro y comenzó a pedir a
Jesús que me llenara del Espíritu Santo, que transformara mi corazón y me hiciera una criatura
nueva. Cuando menos esperaba, vi que la mayoría de las personas oraban de una manera que
yo desconocía: parecía una lengua diferente, una especie de oración que se fue transformando
en una música lindísima. De repente, era como si todas aquellas voces fueran una sola. Una
orquesta cuya sinfonía era dirigida por un maestro que estaba en lo íntimo de cada uno: el
Espíritu Santo.
Si por una parte me iba invadiendo una alegría inmensa, por otra yo me preguntaba si de
hecho estaba en un grupo católico. Jamás traicionaría mi fe. Siempre creí y creeré en el Espíritu
Santo que mueve a la Iglesia. Yo me preguntaba cómo era posible que en toda mi vida nunca
3
hubiera visto una experiencia semejante, si acudía semanalmente a la iglesia. ¿Será que esto
viene de Dios? ¿Qué hacer cuando este pueblo ora así?
Por increíble que parezca esas dudas no me asustaban. Más que un obstáculo eran una
invitación para que yo conociera de qué se trataba. En el fondo yo sabía que sólo podía ser
algo de Dios, pues mi corazón se iba inundando de paz y de alegría.
El hecho de haber presenciado aquella oración sin tener conocimiento de ese carisma e
inclusive sin haber oído hablar nunca de él, no me causó extrañeza y mucho menos escándalo.
Fue una oración tan viva y profunda que mi única frustración aquella noche fue el no saber
orar de esa manera. Hasta quise hacerlo, pero no tuve el valor para ello.
Después de aquel momento de oración intensa siguió un silencio de adoración. Dios estaba allí
y todos estaban conscientes de ello. La alegría se desbordaba por los ojos, los labios y el
corazón de cada uno. Yo no me imaginaba cómo había cambiado mi vida aquella noche.
Comencé a frecuentar aquel grupo de oración y me di cuenta de que todo adquiría para mí un
nuevo sentido. Había en mí una fuerza enorme, una fuerza de fe que yo jamás podía
imaginarme que fuera posible.
Fue un cambio que afectó todo lo que yo era y todo lo que yo hacía: se trataba incluso de una
vida nueva. Sin embargo varios meses pasaron antes que yo lograra abrirme por primera vez a
la experiencia de orar en lenguas.
Gracias a Dios nadie me forzó nunca. Nunca fui forzado a práctica alguna de orar en voz alta,
de cantar o incluso de orar en lenguas. Todo sucedió a su tiempo, cuando yo estuve
preparado.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el don de lenguas es una gracia de Dios actual y útil
a la Iglesia: “La gracia es ante todo y principalmente el don del Espíritu que nos justifica y nos
santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu nos concede para
asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar con la salvación de los demás y con
el crecimiento del cuerpo de Cristo, la Iglesia. […] las gracias especiales, llamadas también
“carismas”, según la palabra griega empleada por San Pablo y que significa favor, don gratuito,
beneficio. Sea cual fuere su carácter, a veces extraordinario, como el don de los milagros o de
las lenguas, los carismas se ordenan a la gracia santificante y tienen como meta el bien común
de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica a la Iglesia” (Cat.I.C. 2003).
Cuando la Biblia habla de don, se refiere a una capacidad que Dios da. El que recibe al Espíritu
Santo no pasa a ser dueño de él, sino que recibe de él el poder de actuar a favor de los demás
a causa de Dios. En el Concilio Vaticano II hubo un redescubrimiento de los carismas. Y la
Iglesia sabe que todos esos dones sin excepción corresponden a la manera escogida por Dios
para mostrar su amor, al final todo lo que inspira el Espíritu Santo es amor y servicio al
prójimo. La caridad es el mayor carisma, el que mueve a todos los demás.
UNA EXPERIENCIA MARAVILLOSA
Estaba muy contento viviendo mi experiencia personal, profundizaba mi relación con Dios y
descubría los tesoros maravillosos escondidos en la Sagrada Escritura; pero el Espíritu Santo
me había preparado una gran sorpresa. Es un hecho que los caminos de Dios no siempre son
nuestros caminos y lo que el Señor tiene para nosotros es incomparablemente mejor que lo
que podemos pedir o incluso pensar.
Yo estaba satisfecho, bastante seguro con lo que ya había descubierto, y no quería que
cambiase nada. Es interesante cómo siempre queremos aferrarnos a lo que tenemos, y en
4
muchas veces este es el gran impedimento para abrirnos a las sorpresas de Dios. La vida en el
Espíritu es una vida de renuncias, de no tomar como nuestras las cosas de Dios ni los dones
que nos ha dado, ni siquiera nuestra propia vida. Somos llamados por el Señor a ser pobres y
estar disponibles, siempre prontos a ir a donde él quiera y a hacer su voluntad. Solamente
cuando estamos vacíos de nosotros mismos y no poseemos nada, es cuando nos hacemos
capaces de tener todo. Así fue como Dios me convenció de hacerme misionero.
En una de mis misiones llegué a Sâo José do Rio Preto – SP. Había mucha gente reunida en
aquella tarde de oración. Varias personas habían ido por primera vez y estaban llenas de
expectativa. Después de contarles mi experiencia de Dios, les pregunté si también ellas querían
encontrarlo. Después de la predicación y la oración, fluyó una gran alabanza en lenguas y
muchas personas fueron bautizadas en el Espíritu Santo.
Cuando se terminó la tarde de oración, un señor me buscó para conversar y me decía:
- Yo nunca había experimentado algo semejante. Mi cuerpo se aflojó como si alguien me
hubiera golpeado en el cuello y mi lengua se soltó en aquella oración. Yo nunca antes había
orado así, y fui inundado de una paz y una alegría profundas como nunca había
experimentado.
La oración en lenguas es un hecho concreto, una realidad en la Iglesia, y simplemente quiero
decirte que he visto producirse muchas transformaciones por medio de ella, pues ella facilita el
que las personas se pongan disponibles ante Dios.
Iglesia de regreso a los orígenes, de regreso a la experiencia de los primeros cristianos. A los
que creen les ha dado un corazón apasionado como el de los apóstoles, un corazón que desea
ardientemente seguir a Jesús.
Estos dones extraordinarios se daban a todos los que tenían fe, y acompañaban a los apóstoles
en todo lo que hacían. Son dones que vienen del Espíritu Santo. Y ya que vienen de Dios,
deben ser reconocidos y aceptados por la Iglesia.
Los carismas son muchos porque el Espíritu Santo puede variar sus dones hasta el infinito. Él
no deja a nadie sin dones y los da a todo hombre y mujer de fe. Con esta seguridad la Iglesia
pide a los sacerdotes que reconozcan y favorezcan con entusiasmo los muchos y variados
carismas de los laicos (cf. PO 9,2).
San Ireneo da su testimonio hablando de los dones de sanación, de lenguas, de palabra de
ciencia, etc. “No es posible decir el número de carismas que en todo el mundo recibe la Iglesia
cada día de parte de Dios […] Sabemos que en la Iglesia muchos hermanos tienen carismas
proféticos y por la virtud del Espíritu Santo hablan todas las lenguas, revelan para el bien de
todos, los secretos de los hombres y exponen los misterios de Dios. El Apóstol los llama
espirituales: no por separación y supresión de la carne, sino por la participación del Espíritu y
solamente por eso”.
Al principio tuve alguna dificultad con el don de orar en leguas y sé que mucha gente todavía
hoy enfrenta los mismos obstáculos. Cuando alguien descubre este don espiritual, es natural
que tenga muchas dudas. El problema es que en general la persona tiene recelo de preguntar
acerca de ellos, le da vergüenza, desazón, miedo de ser incomprendida, mal interpretada. En
fin, piensa que los demás pueden considerarla sin fe. En vez de disfrutar la alegría del
descubrimiento, termina agobiada por el peso de las dudas.
Otra dificultad es que no siempre las personas que oran en lenguas están preparadas para
responder las preguntas y dar aclaraciones sobre los dones carismáticos. Una cosa es vivir la
experiencia, y otra explicarla. Si, por ejemplo, preguntamos a una persona si ella tiene fe, es
muy probable que nos responda que sí. Pero si le preguntamos qué es la fe, es posible que esa
persona sienta alguna dificultad para explicarlo de inmediato.
De hecho los mayores obstáculos que tuve que superar fueron la falta de esclarecimiento y el
miedo de pecar. Tenía miedo de arriesgarme en la oración, de rezar como aquellas personas y
que aquello no fuera sino un mero esfuerzo mío, algo de mi cabeza.
El día en que hice la experiencia de orar en lenguas por primera vez, hice un descubrimiento
fantástico: descubrí que las cosas de Dios son sencillas, muy sencillas. Nosotros somos los que
las complicamos. El don de orar en lenguas está entre lo que existe de más sencillo, puro y
descomplicado. Por eso la Escritura se refiere a los “gemidos inefables”. ¿Existe algo más
sencillo que un suspiro o un gemido?
EL DON IDEAL PARA EL QUE NECESITA FORTALEZA
El don de lenguas es el carisma ideal para las personas que necesitan fortaleza, pues el Espíritu
Santo viene en ayuda de nuestra debilidad. Somos débiles, pero Dios es fuerte, y viene en
auxilio de quien necesita de él. Viene a atender a los que lo llaman: “Lo escucharé, cuando me
invoque lo escucharé; en la tribulación estaré con él”. Estamos hablando de la ayuda que el
Señor ha preparado para acudir a nuestra debilidad, a nuestra insuficiencia y falta de claridad
frente a nuestras propias necesidades.
6
Es justamente en la hora del sufrimiento cuando Dios se pone más cerca de nosotros, porque
es el momento en que más necesitamos de él. Es en la hora de la debilidad cuando él viene a
socorrernos. En esa hora el Espíritu Santo levanta a la persona que lo ha invocado, llena su
corazón de osadía y la empuja a la lucha de tal manera que le da una fuerza más allá de lo
natural.
Estoy seguro de que algunas situaciones no se pueden enfrentar simplemente con poderes
humanos. Si has trabado alguna batalla contra el mal, o si aquello que tanto necesitas está
fuera del alcance de tus fuerzas, es necesario actuar con el poder del Espíritu Santo. Esto es
decidir no confiar en tus capacidades y fuerzas humanas para vivir del poder de Dios.
Renunciar a los criterios, valores y poderes de este mundo. Vaciarse y hacerse pequeño, a fin
de ser un instrumento de Dios.
El don de lenguas es una oración que viene de Dios. Es don de él, no somos nosotros quienes
lo inventamos, sino que el Señor lo coloca en nuestro corazón. Esta oración brota cuando
resolvemos descansar de nuestra debilidad e inseguridad, confiados en el regazo del Padre. No
tengas dudas de que el Padre atiende a nuestro llamado.
Cuando oramos y nos disponemos a hacer nuestra parte, cualquier cosa puede suceder. El
hombre no puede hacer nada sin Dios y Dios no quiere hacer nada sin el hombre.
San Pablo nos enseña que debemos orar en toda circunstancia (cf. Ef 6,18) y el don de lenguas
se muestra el más apropiado para esto. Por medio de él el Espíritu Santo llena de intenciones
nuestro corazón y pone en nuestros labios las palabras más eficaces, palabras que tocan de
lleno el corazón de Dios, corazón que sólo el Espíritu Santo conoce.
La oración en lenguas es infalible en la intercesión, en la súplica para obtener gracias
especiales y en el combate contra las tentaciones, porque lleva nuestras oraciones ante Dios
por el poder del Espíritu.
DONES CARISMÁTICOS: COMBATIR Y VENCER CON LAS ARMAS DE DIOS
¿Te has dado cuenta de que hoy ya muchas personas no se preocupan por los valores morales
y espirituales? Nuestro mundo camina sin rumbo. Y camina hacia su propia destrucción. Todos
estamos atemorizados sin saber qué hacer. Innumerables proyectos que prometían resolver
los problemas han fracasado y nos espera un futuro incierto. Este pesa especialmente sobre
los cristianos, que en vez de ser hombres y mujeres nuevos, han sido vencidos por el cansancio
y se han dejado envejecer. En verdad falta ánimo, dinamismo. Falta vida, aquella fuerza
decidida para enfrentar las estructuras de muerte de este mundo, para reprimir con la cruz de
Jesús todas las fuerzas del mal.
Pero nuestra lucha no es contra los hombres y mujeres de esta tierra, dice San Pablo, “porque
nuestra lucha no es contras la carne y la sangre, sino contra los principados, las potestades,
contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en el
aire”(Ef 6,12). Enfrentamos fuerzas infernales de odio, egoísmo, violencia, desorden,
inmoralidades, esparcidas por el mundo para destruir a las personas. Contra estas fuerzas de
nada sirven los discursos, la inteligencia y la sabiduría humanos. El diablo no se incomoda con
eso porque sabe enredar nuestros proyectos para confundirnos. Sabe también que esa lucha
es antigua y con seguridad se extenderá hasta más allá del tiempo que dura nuestra vida. Él
sabe cómo minar por dentro cualesquiera iniciativas y organizaciones humanas. Basta lanzar
el veneno de los celos, de la envidia, de las disputas por el poder, para causar discordias y
7
divisiones… Pero hay algo en los cristianos que hace temblar al infierno y pone en fuga al
demonio: el Espíritu Santo, que combate con el poder de sus dones.
Una vez oré por una señora que no lograba comulgar. En medio de pensamientos llenos de
palabrotas y blasfemias, ella trababa un duro combate para no escupir la hostia consagrada. Le
impuse las manos y después de pedir al Señor que le diera una efusión del Espíritu Santo, la
invité a orar en lenguas. Ella me contó que fue como si una fuerza maligna hubiera salido de
ella, llevándose consigo toda la angustia y la tristeza que dominaban su corazón. El cambio fue
tan grande que muchos vinieron a buscarme para saber qué había hecho por ella, que la había
puesto tan contenta. Yo solamente respondía: “¿Qué podemos hacer si Dios quiso llenarla de
su perdón y de su paz, y ahora ya no puede atormentarla el mal?”
Para cuidar de las personas que amamos, de nuestras familias y de nuestras comunidades,
necesitamos echar mano de las fuerzas espirituales capaces de derrotar y expulsar a Satanás y
sus patrañas. Los dones de Dios están a nuestra disposición. El Espíritu Santo los ha preparado
para que con ellos pudiéramos combatir y vencer. Justamente por ser fuerzas espirituales que
vienen de Dios, estos dones son temidos por el demonio y son capaces de arrasar con las obras
de las tinieblas. A nosotros solamente nos corresponde escoger si trabaremos un combate con
nuestras propias fuerzas o nos valdremos del auxilio divino, del poder de lo alto que el Padre
del Cielo ha preparado para nosotros.
HACER TODO CON EL PODER DE DIOS
Pablo cuando evangelizaba no lo hacía solamente con palabras sino con poder. Su predicación
penetraba los corazones y las personas cambiaban sus vidas. Él mismo decía: “Mi palabra y mi
predicación no se apoyaban en persuasivos discursos de sabiduría sino en la demostración del
Espíritu y de su poder, para que su fe se fundara, no en sabiduría de hombres, sino en el poder
de Dios” (1 Co 2,4-5).
Las cosas de Dios no se hacen por la fuerza, por medio de la imposición, sino con el poder
espiritual. Por eso Dios escogió a los débiles, con la intención de confundir a los fuertes de este
mundo (1 Co 1,27). Se trata de un poder verdadero, real. Cuando oramos con fe, antes de
terminar nuestra oración ya nos escucha Dios.
Los apóstoles comprendieron bien esta enseñanza de Jesús, enfrentando estructuras terribles.
Ellos tuvieron que enfrentarse con el poder político, con las diversas filosofías, las diversas
religiones, la mentalidad, la cultura y los vicios propios de aquella época y de todo el
paganismo. Pero no huyeron del combate y no se entregaron, aun sabiendo que estaban
frente a desafíos terribles y a enemigos humanamente invencibles. Se pusieron en pie para
luchar revestidos no de las armas de la carne, sino de la fuerza del Espíritu Santo. Así lograron
sobrevivir a uno de los imperios más fuertes de todos los tiempos, el imperio romano.
Hablamos de personas comunes como tú y yo, pero llenas de fe y ricas de fuerza interior.
Gente que quizás sabía pocas teorías sobre el Espíritu, pero que en la práctica traían el corazón
lleno del Espíritu Santo. Esas personas no disponían de las facilidades y de los recursos que
tenemos hoy, pero algo las hacía fuertes e invencibles: a pesar de ser hombres y mujeres muy
frágiles y limitados, el Espíritu Santo estaba todo en cada uno de ellos.
Por medio de la oración lo podemos todo. Por medio de ella Dios nos da lo que todavía no
tenemos. Por eso el débil se hace poderoso cuando ora pues Dios le presta su poder. El Señor
nunca deja de escuchar a aquel que pide lo que conviene. Él está siempre pronto para
escuchar nuestras oraciones.
8
Cuando te sientas oprimido o atribulado, cuando la angustia te visite, ten fe en que hay una
salida. No te lamentes. Ha llegado la hora de invocar al Espíritu Santo y orar sin dejarse abatir
por el desaliento y por las lamentaciones. El que se lamenta de la vida pasa la vida
lamentándose.
¡Ora! El Señor te escuchará. La fuerza de nuestra oración para obtener la gracia que tanto
necesitamos no viene de los méritos o de una vida perfecta, sino de la bondad de Dios. ¡Confía
en la misericordia de Dios!
Cuando un hombre y una mujer, conscientes de que son débiles, avanzan revestidos de la
oración, el mal pierde todo su poder sobre ellos y no puede hacerles daño, porque la oración
es un arma poderosa contra todas las celadas y embestidas del demonio. La oración se vuelve
para nosotros como una palabra inspirada, se vuelve una especie de punto de donde tomamos
posesión de la Palabra de Dios y la proclamamos para nuestra liberación. Ella se hace como
una vara que herirá al opresor, y con su Espíritu ella destruirá al maligno (cf Is 11,4).
EN LA ORACIÓN ESTÁ TODA NUESTRA SALVACIÓN
Por la oración el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad y ahuyentamos todos los
males. Esto es tan cierto que llevó a San Alfonso de Ligorio a decir: “Digo y repito y repetiré
siempre mientras viva, toda nuestra salvación está en la oración”.
Somos conscientes de nuestra imperfección. Sabemos que el espíritu está pronto pero
también que la carne es flaca. ¡Sí! Somos débiles, pero necesitamos luchar porque sin oración
no hay victoria. Dios, que es fuerte, nos hará vencer.
Si tropezamos con algo demasiado grande para nosotros, algo que nos parece imposible de
superar, basta recordar que Dios no manda que hagamos cosas imposibles. Debemos hacer lo
que está a nuestro alcance y pedir a Dios que con su gracia nos dé lo que sería imposible para
nuestras fuerzas.
EL DON DE LENGUAS AYUDA A ORAR COMO CONVIENE
Sin humildad no hay oración agradable a Dios, porque ni siquiera sabemos lo que debemos
pedir. No sabemos orar como conviene. La persona se vuelve humilde cuando reconoce por la
oración, su pobreza ante el amor misericordioso de Dios, cuando se vuelve hacia Dios y lo
adora, esperando todo de él, sin depositar la confianza en sí misma.
Es humilde aquel que percibe que necesita de Dios y que necesita inclusive aprender a orar.
Por esta razón, San Vicente de Paúl insistía: “Crean – lo he dicho varias veces - es una
condición indispensable de parte de Jesucristo que el corazón deba primero vaciarse de sí
mismo para poder llenarse de Dios. Es Dios quien habita en él y trabaja en él; es la santa
humildad la que nos libera de nosotros mismos. Entonces ya no somos nosotros quienes
actuamos sino Dios a través de nosotros. A partir de allí todo sale bien”.
Por el camino de la humildad llegamos al corazón de las personas y principalmente al corazón
de Dios. La humildad debe ser la bandera de todo carismático. Sin ella nuestros valores y los
servicios que prestamos se corrompen, conduciéndonos a la hipocresía. Sin ella, los dones
carismáticos se vuelven un peligro y un daño para quien los ha recibido.
Lo que más nos aparta de Dios y de las personas es nuestro orgullo. Hasta la más bella casa, la
más bella familia, el más bello grupo de oración, el más fervoroso carismático, se destruyen
por el orgullo. “Crueldad y arrogancia arrasan la riqueza; así será arrasada la casa del
orgulloso” (Eclo 21,5). Hay que ser humilde.
9
Es muy triste encontrar un hombre o una mujer que no aceptan opiniones diferentes a las
propias, o entran en depresión porque alguien les ha hecho ver sus defectos. La manía de
perfección, de querer ser más que los demás, es una verdadera tentación y sólo lleva a la
desesperación.
Es bueno bajar del pedestal y comenzar por la oración, por el amor, por el servicio, una vida de
humildad. ¿Por qué ser arrogantes si ni siquiera sabemos orar como conviene? Quizás
podemos ejercitar la humildad procurando servir a aquellas personas que no son corteses ni
simpáticas, o incluso a aquellas que vemos que no son nada cariñosas con nosotros. Así es
como se descubre qué tanto amamos a Dios, por la medida del amor que tenemos por las
personas con quienes convivimos.
Los grupos de oración e incluso las “escuelas de oración” son hoy uno de los signos y estímulos
de la renovación de la oración en la Iglesia (cf Cat. Igl. Católica 2689).
Es posible aprender a orar y a orar bien.
LAS DIFICULTADES EXISTEN PARA QUE LAS VENZAMOS
El camino de la oración tiene sus propias dificultades y la tentación más común y más
disfrazada es la falta de fe. Cuando dejamos de orar para dar prioridad al trabajo, a las
preocupaciones y a todo aquello que juzgamos urgente, resulta evidente que más que falta de
tiempo, es falta de fe.
Cuando la fe está debilitada, oramos apenas en última instancia, y Dios es el último a quien
recurrimos. Decimos que confiamos en Dios, pero en el fondo confiamos más en nosotros
mismos. Así queda claro que el corazón todavía no ha entendido la palabra de Jesús: “Sin mí
ustedes nada pueden hacer” (Jn 15,5).
Otra tentación terrible tiene un nombre bien conocido “pereza espiritual” o acedia. Los
místicos la entienden como una especie de depresión que agota la fuerza y el ánimo de las
personas. A veces queremos rezar pero no lo logramos porque el espíritu está pronto pero la
carne es débil y prefiere la comodidad. ¿Hay alguien que no haya sido víctima de un desánimo
doloroso? Es el precio que pagamos cuando creemos que seremos felices por nosotros
mismos, sin Dios.
Cuanto más nos dejamos dominar por el orgullo, mayor es nuestra caída. La persona humilde,
a su vez, es diferente: no se sorprende con su propia miseria y cuando cae se levanta pronto y
retoma el camino con confianza y fidelidad (cf. Cat. Igl. Cat. 2732-2733).
ORAR EN LENGUAS ES AVANZAR EN LA FE
El remedio contra la tentación de dejar de orar y para muchas otras dificultades es la fe. Si – y
apenas “si” – nos dejamos vencer por esta tentación, los problemas y las dificultades podrán
quitarnos la paz y amenazarnos con la sombra de la derrota.
Durante todo el trayecto te esperan muchas piedras. Échalas fuera del camino si son
pequeñas, y si son grandes siéntate sobre ellas y espera hasta que se manifieste el auxilio
divino y te sean multiplicadas las fuerzas del alma para removerlas.
La tentación no se ha olvidado de ti ni se ha cansado de armar planes y de realizar embates
para engañarte, seducirte y destruirte. Ella intenta vencerte por cansancio, colocando una
trampa en cada esquina de tu vida. Es importante parar un poco, hacer los cálculos y verificar
si sigues operante y en condiciones de trabar combate. Fíjate si tienes las fuerzas y las armas
correctas para luchar. Mira cómo está tu fe.
La fe es la carta en la manga… El arma secreta guardada para el momento clave. Al utilizar esta
carta en el momento clave, cualquiera puede llegar a la victoria. Basta querer. No importa qué
tan grande es el problema, ni la fuerza de su mal, siempre que se tenga el valor de abrir el
corazón y mantenerlo bien alto por encima de la duda, ante los ojos de Dios. Es como oramos
en la misa: “¡Levantemos el corazón!”.
La fe puede cambiar nuestra vida en cualquier momento, ya que el Señor es poderoso para
transformar cualquier derrota en la más esperada victoria. La fe anula la fuerza del enemigo.
Cuando el diablo se encuentra con una persona que cree, da un paso atrás antes de batirse en
retirada.
El que cree no retrocede: avanza siempre, con la seguridad de que Dios está con el control de
todo. Orar en lenguas es avanzar en la fe. Si no creemos que Dios nos ama y está actuando a
11
favor nuestro, si no creemos que Jesús vive y derrama su Espíritu Santo sobre nuestro corazón
con todos sus dones, ¿será que tendremos el valor de pronunciar esos gemidos inefables? La
oración en lenguas puede parecer locura para los hombres cultos de este mundo, pero es
sabiduría para Dios.
Hay momentos en que no logramos decir con palabras lo que sentimos. Cuando el dolor es
muy grande o la alegría es inmensa, no encontramos un modo adecuado de expresar lo que
sucede en nuestra alma. Entonces terminamos llorando, cantando, gritando, riendo, gimiendo,
para que no estalle el corazón.
Dios siempre ve cuando lloramos o cuando el corazón se rasga en un gemido. Él se apresura a
socorrernos porque no se complace en nuestro daño y sufrimiento. Dios no quiere ver nuestra
ruina: después de la tempestad él envía la bonanza; después de las lágrimas y de los gemidos,
derrama la alegría. Muchas veces las lágrimas son un verdadero don de Dios, por tratarse de
lágrimas de penitencia, de contrición, de arrepentimiento. A veces son lágrimas de una
emoción que muestra un profundo amor a Dios y a los hermanos; en este caso son también un
lenguaje que va más allá de las palabras y en este sentido se parecen al hablar u orar en
lenguas.
El don de lenguas nació con la Iglesia, y de la promesa de Jesús: “Estas son las señales que
acompañarán a los que crean: […] hablarán en lenguas nuevas” (Mc 16,17). Hacia el siglo IV
San Juan Crisóstomo pensaba que ciertos carismas, a pesar de haber sido útiles al comienzo de
la Iglesia, ya no eran necesarios, razón por la cual habían desaparecido. Pero el hecho es que
los dones extraordinarios del Espíritu Santo, los carismas, nunca han cesado totalmente. Los
testimonios son raros, quizás porque hacen parte de la oración íntima de muchos santos, pero
en todo caso existen.
Santa Teresa de Ávila cuando escribe sobre el alma que recibe gracias extraordinarias de Dios,
afirma: “Se dicen muchas palabras en alabanza de Dios, sin orden, y, si el propio Señor no las
ordena, por lo menos el entendimiento de nada vale allí. Quisiera el alma levantar la voz en
alabanzas, está que no cabe en sí misma, en un delicioso desasosiego. […] ¡Oh! ¡Válgame Dios,
cómo queda un alma cuando está así! Toda ella quisiera ser lenguas para alabar al Señor. Dice
mil santos desatinos […]” (Libro de la Vida, cap. 16).
Si por una parte nuestro corazón tiene un gemido que Dios no deja sin escuchar, por otro el
Espíritu Santo tiene sus propios gemidos con los cuales intercede por nosotros. Aquel que
habló al corazón de los profetas habla hoy a nuestro corazón: “Pondré mis palabras en su
boca” (Dt 18,18). Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
En nuestra debilidad apenas gemimos, pero gemimos por el poder de Dios. Y el Señor que nos
oye responde: “Por la aflicción de los humildes, y por los gemidos de los pobres, me levantaré
para darles la salvación que desean” (Sl 11,6). Si has sufrido y confiado en Dios, hay una cosa
cierta: ¡Dios te escuchará!
12
El gemido es el lenguaje del corazón. Una madre conoce todos los gemidos de su bebé; para
que él duerma, ella le canta una música sin palabras, cuyas notas son apenas gemidos de
ternura. Es un lenguaje de amor que va de corazón a corazón. Por eso dice la Escritura que
Dios intercede por nosotros con gemidos inefables.
El verbo griego (stenazo), del cual viene la palabra “gemido”, puede traducirse como
gemir, emitir fuertes lamentos, suspirar, murmurar. Es el Espíritu Santo quien ora en la
persona que lo recibe. Ora con tu voz, con tus labios, con el sonido que sale de tu garganta,
pero esa oración no está hecha de palabras que conocemos y entendemos.
En el corazón de las personas hay un deseo de que no se apague la lamparita del Espíritu
Santo. Un deseo de orar, que rompe con toda frialdad espiritual, un deseo de lanzar un grito,
un gemido del alma que quiere hablar de Dios o con Dios pero no encuentra palabras:
La oración en lenguas es ese grito. Es el lenguaje de lo que no puede ser dicho. Este lenguaje
dice todo sin decir nada. Lo que la oración en lenguas dice no se inscribe en nuestro raciocinio,
sino que es en el espíritu, en el corazón, en donde ella produce su efecto. Un lenguaje
espiritual sólo se puede entender con el espíritu, y nada más.
Realmente quien ora en lenguas no sabe lo que está diciendo, pues la inteligencia se vuelve
como un vaso que se llena de agua: el agua está allí pero el vaso no sabe nada de ella.
Son gemidos inefables porque “inefable” significa “aquello acerca de lo cual no se puede
hablar”, porque no tiene explicación. No es invención mía sino de Dios. “Lo que los ojos no
han visto, ni han oído los oídos ni el corazón humano ha imaginado (Is 64), tales son los bienes
que Dios ha preparado para quienes lo aman” (1 Co 2,9). Aun sin comprender el significado de
las palabras en la oración en lenguas, podemos percibir que se trata de una oración íntima,
personal, que nos eleva a una mayor sintonía con Dios. Desde el comienzo de la oración las
primeras palabras en lenguas ya nos hacen sentir abrazados por un misterio tremendo y
fascinante. Nos sentimos sumergidos en una paz profunda y en una alegría exultante. Al orar
en el Espíritu entramos en la presencia de Dios de tal manera que sentimos su amparo, o su
consuelo o su amor. Es una presencia indiscutible, real, tan cierta, que casi se puede tocar.
La oración en lenguas no es contraria a la inteligencia humana sino que la supera. Es para ser
experimentada, y por eso ninguna explicación la agota. Es un misterio de Dios. Cuando
queremos explicarla más, se nos escapa por entre los dedos como la arena. Por eso nuestra
intención aquí es esclarecer lo suficiente para hacer posible la experiencia. Después de hacer la
experiencia es cuando se aclara todo. Es más o menos así: a quien no cree, ninguna explicación
le sirve, pero a quien la ha experimentado ninguna explicación le es necesaria.
13
Respecto a este don, afirmaba un teólogo: “Considero el hablar (orar) en lenguas como una
acción tan intensa del Espíritu en lo íntimo de la persona, que la expresión se deshace del
lenguaje inteligible y se desata en gemidos, gritos y palabras ininteligibles, lo mismo que un
dolor intenso se expresa en un llanto incontenible o la alegría desmedida en risas, saltos y
danzas […] Al fin, ¿qué formas de expresión tenemos para expresar experiencias del Espíritu y
emociones de nuestra intimidad? Nadie es capaz de ‘traducir’ el hablar en lenguas, pero es
posible interpretarlo. Esto incluso es un don y un arte”.
También San Agustín sabía que había un tipo de oración hecha sin palabras inteligibles. Él
inclusive la había experimentado y por eso explicaba esta cuestión del gemido en la oración:
“Mi corazón grita y gime de dolor” (Sl 37,9). Hay gemidos ocultos que no son oídos por los
hombres. Sin embargo, si el corazón está poseído por tan ardiente deseo que la herida interior
del hombre se manifiesta en sonidos externos, buscamos la causa y nos decimos a nosotros
mismos: quizás él tiene razón para gemir, quizás le ha sucedido algo. Pero ¿quién puede
comprender esos gemidos sino aquel a cuyos ojos y oídos se dirigían? Por eso dice: ‘Mi
corazón grita y gime de dolor’. Porque los hombres, si oyen a veces los gemidos de un hombre,
oyen frecuentemente los gemidos de la carne, pero no oyen al que gime en su corazón. Y
¿quién sería capaz de comprender por qué grita esa persona? Escucha lo que dice: ‘Ante ti
están todos mis deseos’ (Sl 37,10). No ante los hombres, que no pueden ver el corazón, sino
ante ti está todo mi deseo. Si, pues, tu deseo está ante el Padre, él, que ve lo que está oculto,
te recompensará. [….] Si el deseo permanece, también permanece el gemido; este no siempre
llega a los oídos de los hombres, pero nunca está lejos de los oídos de Dios.
Palabra de Dios, pero allí hay una situación muy parecida: “[…] Jesús lo increpó y el demonio
salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento. Entonces los discípulos se acercaron a
Jesús en privado, y le dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Les dijo: Por su poca
fe. Porque yo les aseguro: si tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte:
Desplázate de aquí allá, y se desplazará, y nada les será imposible” (Mt 17,14-20).
La vida de aquella joven estaba oprimida y se encaminaba a la muerte. La oración en lenguas
fue un medio por el cual el Señor la tocó y la salvó.
que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré’ (Jn 14,12-
14). ‘Hasta ahora nada le han pedido en mi nombre; pidan y recibirán para que su gozo sea
colmado’ (Jn 16,24).
Así es, amigo de Dios. Todo lo que pidas a Dios, lo obtendrás, con tal que tu petición sea para
la gloria de Dios o para el bien de tu prójimo. Pues Dios no separa el bien del prójimo de su
gloria. ‘Todo lo que hagan al menor de entre ustedes, a mí lo harán’ (Mt 10,40; Mc 9,37; Lc
9,48). Así que debes estar seguro de que el Señor atenderá tu petición; siempre que se haga
para la edificación y utilidad de tu prójimo. Pero aunque pidas cualquier cosa para tus propias
necesidades, utilidad o provecho, no tengas duda alguna de que Dios te la concederá si
verdaderamente tienes necesidad, pues él ama a los que lo aman. Es bueno para todos. Su
misericordia se extiende también a aquellos que no invocan su nombre. Cuánto más no hará la
voluntad de aquellos que lo temen. A causa de tu fe en Cristo Salvador […] él atenderá a todas
tus peticiones, no las rechazará.
San Serafín de Sarov afirma que a duras penas había comenzado a orar cuando fue
sorprendido por la gracia de Dios. Conozco varias personas que han vivido una experiencia
semejante; con el corazón lleno de voluntad, apenas abrieron su boca para orar, rompieron en
una bellísima oración en lenguas. Hicieron muy poco para que sucediera tal cosa, apenas
quisieron y pidieron. El resto lo hizo Dios.
Algunas personas reciben este don junto con la efusión del Espíritu Santo, en el momento en
que un grupo les impone las manos y ora por ellos. Entonces sienten una alegría inmensa en su
corazón, la que, de repente se manifiesta en un lenguaje extraordinario compuesto de
palabras desconocidas y fuera de lo común. A veces esta oración brota rápida y firme, llena de
palabras diferentes entre sí, pero a veces aparece también como formada por una sola palabra
o por lo menos muy pocas, que la persona sigue repitiendo en oración.
También hay quien recibe este don días, semanas o inclusive meses después de haber recibido
la efusión del Espíritu Santo. Hay quienes lo adquieren en las más diferentes situaciones:
durante el sueño, en un momento de gran alegría, mientras baña a un niño, o inclusive en el
trabajo, etc.
no podían imaginar una Iglesia sin los carismas, ya que los dones espirituales constituían la
propia fuerza de su vida en Jesús.
La Iglesia de los primeros cristianos era la Iglesia del Espíritu Santo. Cada fiel tenía una
experiencia rica y profunda de los dones de Dios. Sabían dónde, cuando y cómo habían
recibido esos dones, pues para ellos el Espíritu Santo no era simplemente alguien de quien
habían oído hablar, sino la fuerza, el amor y la alegría de sus vidas. Esa intimidad con el Espíritu
siempre se hacía acompañar de la manifestación de los dones carismáticos, como nos muestra
la Sagrada Escritura: “Y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu
Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch 19,6).
La Iglesia de los apóstoles – Iglesia de los primeros cristianos – era profundamente carismática.
En todas sus reuniones, el Espíritu Santo actuaba con poder y los carismas se manifestaban en
abundancia porque los primeros cristianos no tenían recelo de pedirlos a Dios.
Vemos hoy que muchos católicos no tienen la menor idea de qué son los carismas, otros ya
han oído hablar de ellos, pero prefieren no entrar en el tema, como si tuvieran miedo de
experimentarlos. También hay quienes creen que son gracias reservadas por Dios solamente
para aquellos que han llegado a la perfección de la santidad. Concluyen que si la persona tiene
algún don, como el de orar en lenguas o de sanar enfermedades, de hecho seguramente es
santa.
Los cristianos de Corinto no eran tan santos. Incluso entre ellos había pecados muy graves.
Podemos preguntar entonces: ¿Cómo podían poseer tantos carismas? Dios no nos da sus
dones porque somos santos, sino para que seamos santos – son herramientas que ayudan a
construir la santidad del pueblo de Dios.
Esos dones son tan importantes para la Iglesia y para el mundo como lo fueron en tiempo de
Jesús y de los apóstoles. Nunca ha sido tan necesario que nuestra fe se haga visible y que
quede evidente que Jesús es el Hijo de Dios, poderoso para salvarnos. No estamos llamados
simplemente para creer que Jesús es el Hijo de Dios, sino para dar testimonio de que él es el
Salvador del mundo. Cristiano no es aquel que habla de las cosas del cielo, sino aquel por el
cual los tesoros del cielo llegan a los hombres.
Porque si este plan o esta obra es de los hombres, fracasará; pero si es de Dios, no conseguirán
destruirlos. No sea que se encuentren luchando contra Dios” (Hch 5, 38-39).
El que ha visto una persona sanada por medio de la oración, reconstruido un hogar que estaba
destrozado, quien haya visto personas que, al recibir por medio de los carismas nuevas luces
para su vida, recuperan su dignidad otrora aniquilada, sabe que se trata de una cuestión de
caridad. Los carismas son una de las formas como Dios manifiesta concretamente su amor. El
amor de Dios no se reduce a palabras, sino que es sanación y salvación en la vida de todos los
que lo reciben.
suyos” (Is 55,8-9). El Dios que aventaja a nuestros pensamientos nos dio un espíritu inmortal y
él mismo cabe muy bien dentro de nuestro corazón.
¿Por qué las madres tienen el poder extraordinario de saber lo que pasa con los hijos aun
cuando ellos no digan nada? Ellas ven con el corazón y entienden con el alma. Poseen esa
gracia maravillosa de oír las palabras que los hijos no quieren o no logran decir. Por la misma
razón, no logramos comprender la oración en lenguas: no es un lenguaje de la inteligencia,
sino del alma, del corazón, del espíritu.
no comprendo y orar en una lengua que no conozco? Usaré las palabras del apóstol para
responder: “nadie lo entiende porque habla cosas misteriosas bajo la acción del Espíritu”.
San Agustín experimentó esto muy bien y por eso escribe: “[…] no te preocupes por las
palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Este
es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo?
Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los
que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a
cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los
invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple
sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este
modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable,
no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no
te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se
alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cántenle con
maestría y con júbilo (Sl. 32,3)” (Lit. Horas, t. 4, pp. 1532-33).
San Agustín, doctor de la Iglesia, inspirado por el Espíritu Santo, logró explicar con exactitud lo
que en la renovación carismática llamamos oración en lenguas. Frente a la pregunta: “¿Qué
debo hacer para experimentar el don de lenguas?” o también “¿Hay algún santo o doctor de la
Iglesia que explique qué hacer para hacer posible esta experiencia?”, respondemos: ¡Sí! Haz
exactamente lo que San Agustín enseña y experimentarás el don de lenguas.
Él llamó esta clase de oración “jubilar” porque la experimentó bajo la forma de cántico que
posee melodía y ritmo. A esa misma experiencia, exactamente como él la describió, la
Renovación Carismática Católica la llama “cantar en lenguas”; se trata del mismo don de
lenguas, sólo que cantado.
La primera recomendación de San Agustín es: “No busques palabras, como si pudieses explicar
aquello con que Dios se deleita”. Después, pasa a explicar cómo se da: “empiezan a cantar con
palabras expresando su alegría”. Y finalmente “abandonan las sílabas de las palabras y se dejan
llevar por el sonido del júbilo”.
Ante todo no es posible explicar con palabras el don de Dios. Se llama inefable, explica el Santo
Doctor (cf. Rm 8,26), aquello que no se puede expresar con palabras y que no tiene
explicación. Son sonidos, silabas que muestran que del corazón brota algo imposible de
expresar en forma inteligible, es decir, que no hay modo de expresarlo.
La persona comienza cantando, con músicas y palabras que ella conoce. Puede cantar,
inclusive, en medio de sus quehaceres, en medio de sus trabajos diarios. De repente el
corazón se llena de tal alegría y de tanto amor, que ya no se queda en las sílabas de aquellas
palabras que estaba cantando, abandona las sílabas y deja brotar otras nuevas, otros sonidos.
Aquellas palabras nuevas cogen impulso y comienzan a volar, surgen libremente del corazón.
Entonces tiene lugar una nueva música que no se puede traducir.
Lo mismo sucede con la oración que no es cantada. La persona empieza a alabar a Dios con sus
palabras y con su inteligencia hasta que el corazón, no encontrando ya ninguna palabra a la
altura de aquella alabanza, se abandona al sonido de las sílabas, guiado por el amor que el
Espíritu Santo ha puesto en su alma. ¡Ah! ¡Qué experiencia tan maravillosa!
21
El Espíritu Santo viene a enseñar lo que debemos hacer no sólo en las grandes decisiones, sino
también en las pequeñas cosas, hasta una simple oración (cf. 1 Co 14,2). “Pondré mis palabras
en tu boca” (cf Dt 18,18). ¿Cuál es el secreto de la fuerza de aquel que ama a Jesús? Ser
movido por la fe y guiado por el Espíritu Santo del Señor. El Padre del cielo le confiere la unción
que enseña todas las cosas. Y quien obedece a las enseñanzas de Dios no yerra.
Al igual que las más inspiradas formas de oración, la oración en lenguas puede aprenderse. No
aprendemos qué decir, sino cómo abrirnos al Espíritu Santo, que nos inspira qué decir.
Si por una parte algunos han recibido este don sin que nadie los orientase al respecto, por otra
la mayoría de las personas recibe de Dios este carisma por medio de la intercesión y con la
ayuda de un hermano, es decir, de otra persona que ya ora en lenguas.
Orar
Lo primero es lo más importante: orar. Todas las gracias se alcanzan a través de la oración. El
Padre del cielo quiere que le pidamos sus dones. Ciertamente él nos escuchará.
orientación para nuestra vida. Se trata de una elección: aun pudiendo actuar con la fuerza de
nuestros recursos, preferimos ser guiados solamente por la fuerza del Espíritu Santo.
nos concede las primeras palabras en lenguas, concederá también muchas otras. Él mismo se
encargara de perfeccionar este don en nosotros.
* No te concentres más en pedir este carisma, sino en alabar y glorificar al Señor que lo da. Es
así como él brota en nosotros.
* Alaba. Alaba bastante al Señor por todo el bien recibido. Alábalo porque si el don es bueno,
infinitamente mejor es el donante.
* Procura hacer una experiencia comunitaria de este carisma. Busca en tu parroquia o en tu
ciudad un grupo de oración de la Renovación Carismática Católica, participa en él y, si lo ves
oportuno, pide que oren por ti.
sí misma (LG 9,3). La Iglesia es renovada y edificada cuando dejamos que el Espíritu Santo haga
su obra en nuestras vidas, haciéndonos hombres y mujeres nuevos.
encontrar reunidos a tantos jóvenes era única y no podía perderla. La persona aceptó pero
con recelo.
El Espíritu Santo revolucionó aquel encuentro y la vida de aquellos muchachos y muchachas.
Sus reuniones cambiaron de meramente sociales a reuniones fraternas de oración. Ellos
pasaron a leer, a meditar y a orar con la Sagrada Escritura cada vez que se reunían. Pero lo más
impresionante fue el cambio de vida y la búsqueda de la santidad que siguió después de
aquella experiencia. Hoy, años después todavía oigo testimonios de aquellos que fueron
rescatados ese día de una vida destruida o sin sentido. Ellos mismos se encargaron de llevar la
experiencia del don de lenguas a sus pequeñas reuniones semanales. Agradecí mucho a Dios
por todo aquello, pues él hace bien todas las cosas y no quiere dejar incompleta su obra.
Sin duda es una oración inspirada y justamente por eso debe ejecutarse con fe e íntima
participación. Cada uno debe tomar la iniciativa de abrir su corazón a Dios y soltar su propia
voz. Nadie puede orar en lenguas si no abre los labios, si no mueve la boca y emite los sonidos.
No se trata de perder la conciencia creyendo que Dios va a hacer que nuestro cuerpo se mueva
contra nuestra voluntad.
¿Cómo es esa oración en común? Puede surgir de un momento de silencio o al final de una
música conocida (una música de alabanza, de invocación al Espíritu Santo o de adoración),
cuando todos cantando o rompiendo aquel silencio con pequeños murmullos, hacen subir
poco a poco un susurro de voces que se hace fuerte y estruendoso, o bien suave, amoroso y
adorador. Como una orquesta dirigida por un director invisible a los ojos humanos, que hace el
silencio cuando menos se espera, a una única señal.
El nacimiento de aquel niño es esperado con gran expectativa. Cuando nace, la fiesta es bien
grande, y todos se reúnen alrededor del bebé. Allí le cantan por primera vez su cántico
espiritual – su música revelada por Dios.
Más tarde, cuando el niño es iniciado en su educación, toda la tribu se junta y canta de nuevo
su canto inspirado. Cuando se hace adulto, los hombres y las mujeres se reúnen y le cantan su
canto. Si se va a casar, todos le cantan el día de su unión aquella misma música que oyó al
nacer. Oirá esa misma música por última vez cuando se esté preparando para dejar este
mundo – sus amigos vendrán y, como lo hicieron el día de su nacimiento, entonarán la canción
que lo acompañará en su paso hacia Dios.
Pero hay otro momento en que los nativos cantan esa música. Si en un momento de su vida
esa persona comete un crimen, un error terrible o participa en un escándalo, la llevan a mitad
del campamento y la tribu se reúne formando un círculo a su alrededor. Entonces le cantan
otra vez su canto inspirado, porque todos saben que sólo el amor puede rescatar un corazón
que se ha perdido. Al cantar su canción están recordando cuán amada es esta persona, y la
mueven a recordar su verdadera identidad, quién es y de dónde ha venido. Cuando la persona
reconoce su canto inspirado, puede volver a casa de sus padres, volver a su familia, a sus
amigos, a su verdadera vida.
Dios es el que conoce nuestro canto inspirado y nos lo canta a nosotros cuando lo olvidamos.
Él sabe este canto muy bien, pues fue él quien lo compuso.
El Señor, que sondea los corazones, sabe lo que necesitamos, y él mismo intercede por
nosotros. Él canta a favor nuestro este canto espiritual. Su única razón es el gran amor que me
tiene a mí y te tiene a ti. Es como dice el proverbio: “Ámame cuando menos lo merezca, pues
es cuando más lo necesito”. El Espíritu Santo viene a orar en nosotros incluso cuando erramos,
porque sabe que justamente cuando menos lo merecemos es cuando más necesitamos de su
amor.
En muchos momentos después de haber orado en lenguas, sucede que la oración se va
trasformando en un canto en lenguas. Al principio este canto no se presenta del todo
armónico, pero a medida que avanza adquiere un nuevo timbre, su melodía va adquiriendo
cuerpo y se hace profundamente armonioso. Esto se ve bastante claro cuando varias personas
cantan en lenguas al mismo tiempo.
redacción de los libros sagrados Dios escogió hombres de los cuales se sirvió haciéndolos usar
sus propias facultades y capacidades a fin de que, actuando él mismo en ellos y por medio de
ellos, escribieran como verdaderos autores todo y solo aquello que él mismo quería” (cf Cat.
Igl. Cat. 106). Sabemos por tanto que el mismo Señor quiso que esta determinación llegara
hasta nosotros y fuera útil a la Iglesia: “Deseo que todos ustedes hablen en lenguas”.
En una vigilia de oración en la Plaza de San Pedro, el papa Juan Pablo II, inflamado por el
Espíritu Santo gritó unas palabras que nos hacen recordar los llamamientos de San Pablo:
“¡Ábranse con docilidad a los dones del Espíritu Santo! ¡Acojan con gratitud y obediencia los
carismas que el Espíritu no cesa de dispensar! ¡No olviden que cada carisma se da para el bien
común, es decir, en beneficio de toda la Iglesia!”.
El don de lenguas es para todos y no sólo para algunos privilegiados. Dios puede y quiere
concederlo a todos nosotros. Es un don de Dios. Y puesto que es un don, no podemos
comprarlo o merecerlo. La única cosa que podemos hacer es levantar confiados nuestras
manos y, llenos de fe, abrir el corazón para pedirlo al Señor, que escucha a todos los que le
piden con humildad: “la promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que están
lejos, para cuantos llame” (Hch 2, 38-39). El Espíritu Santo es esa promesa de Dios para mí y
para ti, para todo aquel que ha puesto su fe en Jesús – lo mismo vale para sus dones, pues el
Espíritu Santo nunca viene sin traerlos consigo.
comenzó por mí. Señor, tu amor es eterno: no abandones la obra de tus manos” (Sl 137,8). Él
comienza interviniendo y haciendo que nosotros queramos; después insiste en ayudar,
fomentar y sostener para que hagamos todo lo que el Espíritu Santo nos enseña. Así es como
nos abrimos a sus dones.
Hay quien piensa que al orar en lenguas tendrá su boca poseída por el Espíritu Santo y hablará
y orará sin que él mismo participe o haga cosa alguna. Pero no sucede así. Lo que el Espíritu
Santo hace es lo que yo y tú al mismo tiempo somos llamados por Dios a hacer. No hay
separación entre lo que hace el Espíritu y lo que hacen el hombre o la mujer de fe – sin
embargo muchas veces no todo lo que hacen las personas es bueno y procede de Dios.
Desde la creación, Dios no hace ya las cosas sin contar con el hombre, pero muchas veces el
hombre hace las cosas sin contar con Dios. A veces en la Iglesia y en los grupos de oración las
personas hacen todo como si el Espíritu Santo no existiera. Después, le atribuyen a él todo lo
que han decidido hacer e hicieron. Se debe hacer lo contrario: dejar actuar a Dios.
Esto es fácil de entender. El Espíritu Santo no tiene brazos para abrazar, ni manos para
acariciar, ni boca para besar y sonreír. Él es espíritu y el espíritu no tiene manos, pies, cabeza,
etc. Para besar, necesita de tus labios, necesita de tus brazos para abrazar. Para mostrar el
gran amor que tiene por alguien, el Espíritu Santo necesita de ti, que eres templo suyo. Si no
queremos amar, él no podrá amar a través de nosotros. Si no abres tu boca, si no sigues las
mociones del Espíritu y si no emites los sonidos y dejas que las palabras salgan de tu boca,
nunca vas a orar en lenguas. El Espíritu Santo no puede hacer la parte nuestra y actuar en lugar
de nosotros. Él jamás te va a forzar.
Experimentar los dones carismáticos depende de Dios, pero también depende de ti. Es don y
es tarea – es gracia de Dios, pero necesitamos querer y colaborar. San Agustín dice que sin
duda nosotros también actuamos, pero lo hacemos cooperando con Dios, que actúa abriendo
nuestro corazón y preparándonos con su misericordia.
Al prepararnos para recibir sus dones, el Señor lo hace para sanarnos, y nos acompaña para
que cuando ya estemos sanados, seamos llenos de la vida de su Hijo Jesús. Entonces él abre
aun más nuestro corazón para que seamos llamados y va con nosotros, a fin de que
participemos de su gloria. Quiere que vivamos siempre en su presencia como hijos, pero sin él
no podemos hacer nada (cf. Cat. Igl. cat. 2001).
lenguas abre los caminos para la manifestación de todos los demás carismas. La persona no
está obligada a rezar en lenguas para que Dios le conceda otros dones, pero en general quien
tiene dificultades para aceptar y abrirse al don de lenguas termina encontrando dificultades
para abrirse también a los otros ocho carismas mencionados por San Pablo.
San Agustín decía: “¿Quieres ser grande? Comienza por las cosas pequeñas”. La experiencia de
estos carismas resulta más fácil y segura cuando se comienza por el menor de ellos: el don de
lenguas. Con él aprendemos los primeros pasos para una mayor apertura y profundización de
los otros dones.
ABUSOS Y DESVIACIONES: CUIDADO PARA NO ECHAR FUERA EL TRIGO JUNTO CON LA CIZAÑA
Nunca se puede botar el trigo con la cizaña. Ciertamente entre los carismáticos como en
cualquier otro grupo, se dan abusos y desviaciones. En cuanto a estos excesos, vale citar aquí
el pensamiento del profesor José Comblin, que resume con propiedad el asunto:
“Naturalmente, el peligro está en la confusión entre el Espíritu Santo y las iniciativas
puramente humanas atribuidas al Espíritu abusivamente. Sin control efectivo es grande el
peligro de que los movimientos religiosos caigan en las manos de desequilibrados. El
sentimiento religioso es lo que más está expuesto a las desviaciones y a la confusión. La
religión siempre ha servido para encubrir las peores aberraciones: los profetas están llenos de
32
Interpretar es diferente, es descubrir el sentido de lo que se está diciendo. En el caso del don
de lenguas es reproducir el pensamiento de Dios, hacer claro el sentido del mensaje que él ha
enviado.
Estamos hablando de un mensaje que Dios dirige a aquella comunidad de personas reunidas o
a una persona singular.
Normalmente sucede así: después de un momento intenso de oración, en general después de
un buen tiempo de oración en lenguas, se hace un profundo silencio, lleno de adoración y
expectativa para escuchar al Señor. Todos están en silencio… de repente una sola persona en
todo el grupo comienza a hablar en lenguas. Todos la escuchan. Cuando ella termina, todos
deben permanecer en silencio hasta que otra persona comience a decir aquel mismo mensaje
en la lengua que todos entienden, en nuestro caso, en español.
Como el “hablar en lenguas” caracteriza una profecía, su interpretación también necesita ser
valorada en la misma forma. Podrás entender este carisma mucho mejor en nuestro próximo
libro – que tratará exclusivamente sobre la “Palabra de Profecía”. Todo lo que se dice de la
“Palabra de Profecía” se debe aplicar al mensaje que brota de la interpretación del hablar en
lenguas.
El que recibe el don de la interpretación se da cuenta de que las palabras vienen a su mente,
una por una. En ese momento podemos sentir como si los pensamientos se sumieran y sólo
ocupase la mente aquella palabra. La palabra siguiente sólo surge en nuestra mente después
de haber proclamado la anterior. A medida que vamos hablando, surge la próxima palabra.
Ejercer este don exige mucha fe y valor, pues cuando la persona abre la boca para dar la
interpretación, en realidad dispone solamente de una única palabra. Sólo después se van
juntando a ella las otras y van formando la frase, la idea, el mensaje.
Todos pueden hacer juntos la oración en lenguas al mismo tiempo, a una sola voz; pero el
hablar en lenguas no. Sólo deben hablar en lenguas dos personas, o a lo sumo tres por
reunión. Una cada vez. En cuanto la persona termina el mensaje en lenguas, todos deben
permanecer en el más absoluto silencio, a la espera de que Dios conceda la interpretación.
Puede ser que después de un mensaje en lenguas muy corto se siga una interpretación más
larga. Esto sucede justamente porque no se trata de traducción sino de aclarar el mensaje del
Señor, de exponer el sentido de lo que Dios quiere comunicar.
La persona que ha recibido el don de la interpretación debe presentar el mensaje en primera
persona, en nombre del Señor. Debe proclamar esa palabra diciendo: “Esto es lo que dice el
Señor” o “El Señor habla”, y luego hablar en primera persona el mensaje que ha recibido en su
corazón, como si hablara el propio Dios. El Señor nos concede su don para que proclamemos el
mensaje en su nombre y no para que expliquemos a las personas lo que él nos ha hablado.
La interpretación de las lenguas surge en el corazón de la misma forma que una profecía.
Nuestro próximo libro, Palabra de Profecía, te ayudará mucho a comprender este carisma, a
abrirte a él o inclusive a profundizarlo.