LFLACSO Lechner PUBCOM 3 116 PDF
LFLACSO Lechner PUBCOM 3 116 PDF
LFLACSO Lechner PUBCOM 3 116 PDF
Benjamín Arditi
Judith Astelarra
Fernando Calderón FLA eso
Julio Cotler ECUADCR
Rafael del Aguila
Mario R. Dos Santos
Angel Flisfisch
Javier Garayalde
Franz Hink.elammen
Osear Landi
José Nun lBiB!..,O-ra:CA
Vicente Palermo
Ludolfo Paramio
Cultura política
y democratización
CLACSO
Consejo
Latinoamericano
de Ciencias Sociales
FLACSO
Facultad
Latinoamericana
de Ciencias Sociales
fCf
Instituto
de Cooperación
Iberoamericano
INDICE
Página
Presentación 7
JI
IV
7
como Chile, ¿cómo explicar el desplome de las democracias y el apoyo
masivo que reciben las dictaduras, al menos temporalmente? La instau
ración de los regímenes autoritarios en el Cono Sur provoca una retros
pectiva crítica que revisa las anteriores evidencias. Independientemente
de las causas profundas y específicas en cada país, todos concuerdan
en la importancia que tuvo para la intervención militar el acelerado con
flicto social, la polarización ideológica y, por ende, la desconfianza en los
arreglos institucionales. La denominada "crisis de consenso" nos indica,
entre otros puntos, que ni las estrategias de desarrollo impulsadas por los
gobiernos democráticos ni la idea misma de cambio social tenían ese ca
rácter objetivo que se les atribuía. Al dudar de la "necesidad histórica",
tan propia a las distintas ideologías del progreso, aprendemos a aceptar
una pluralidad de interpretaciones y expectativas, frecuentemente anta
gónicas, que no se dejan reducir a la estructura socioeconómica. Anali
zando la construcción de las divisiones sociales, redescubrimos el papel
quejuegan los valoresy las creencias en la conformaciónde un orden.
El intento de fundar un Estado autoritario, clausurando a las instan
cias políticas clásicas (partidos, parlamento), impulsa además una
revisión de la noción misma de política. Hoy, la identificación usual de lo
político con lo estatal y con lo público es ampliamente rechazada. La crí
tica retoma argumentos liberales, pero sin entender al mercado como el
principio organizativo de la sociedad. No se rechaza la política, sino su
concep::ión instrumentalista. Precisamente la violencia con que se pre
tenden imponer las reglas del mercado resalta nuevamente la dimensión
ética de la política. La defensa de los derechos humanos y, en un sentido
más lato, de la identidad social da lugar a una repolitización que pone de
manifiesto el límite entre lo político y lo no-político. La distínción no
resulta ser tan unívoca ni definitiva como suponíamos. Cuestionar la
visión natural-ontológica de la política no implica empero que todo sea po
lítica. El problema es la determinación siempre conflictiva del ámbito de la
política Probablemente éste sea el principal aprendizaje del período auto
ritario: la misma política es un objeto de conflicto. Es decir, la lucha
política es siempre también una lucha por definir qué es político. En con
secuencia, el análisis de cuestiones políticas obliga necesariamente a
preguntarnos qué hace que determinado asunto sea una cuestión
política. Pues bien, podemos presumir que la cultura política condiciona y
expresaprecisamente tal determinación.
Otro motivo inmediato de nuestra preocupación por la cultura
política son indudablemente /os procesos de transición a la democracia.
Una dificultad de estos procesos consiste en que, tratándose primor
dialmente de tareas de ingeniería institucional, la institucionalidad demo
crática transmitida no pareciera responder adecuadamente a la com
plejidad de las sociedades modernas. Se habla de una crisis de los
partidos políticos, del parlamento, del Estado, en fin, de una crisis de
gobernabilidad que exige una profunda revisión del sistema democrático.
8
Pero el problema no es solamente institucional. Considerando, por
ejemplo, que una de las cuestiones fundamentales es la creciente dis
tancia entre las instituciones políticas y las experiencias y expectativas
sociales, resulta evidente que no podemos abordar una reforma insti
tucional sin indagar previamente en la cultura política. Las contra
dicciones del Estado asistencial y el fracaso del modelo neoliberal nos
enseñan los límites de la racionalidad formal para cohesionar la vida
social exclusivamente a través de la administración burocrática o del
mercado. No es casual que particularmente en los países latinoameri
canos, donde los mecanismos de integración sistémica son más débiles,
exista mayor preocupación por la integración cultural. Estudiar a la cul
tura política equivale a estudiar la producción de esa trama cultural sobre
la cual descansan las instituciones políticas. Pero la precariedad de la
integración cultural ilumina además otro aspecto: la cultura política como
producto de la acción política. Vale decir, las instituciones dependen de
la culturapolítica, pero tambiénla forman.
Volvemos asl sobre nuestro punto de partida. En los procesos de
democratización la construcción institucional está directamente asociada
a la creación de una cultura política democrática. Ella es una tarea primor
dial en democracias jóvenes como las nuestras. Por consiguiente,
nuestro interés analítico suele tener una intencionalidad práctica. Esta
tensión está presente en el debate político desde el siglo pasado y repre
senta uno de los desafíos mayores al que se enfrentan las contribuciones
aquí reunidas.
9
La noción de cultura política ha recibido diversas objeciones. Se la
critica ante todo por ser una categoría residual que abarca de modo arbi
trario, según las conveniencias del caso, una multiplicidad de aspectos
dispares. El empleo demasiado extensivo y poco riguroso del término
reduce su valor informativo. En realidad, la noción carece de funda
mentación teórica y ello dificulta el análisis empírico; por consiguiente,
resultadificil especificarsu contenidoconcreto.
Otra objeción alude al hecho de usar el término como categoría
analítica y normativa a la vez. La cultura política como categoría analítica
no se identifica con un contenido determinado; sin embargo, los estudios
suelen enfocar a la cultura política en función de un contenido deter
mínado, refiriéndose generalmente a una cultura política democrática. Tal
análisis normativo tiende a ser problemático. Si ya es controvertido el
intento de especificar una "personalidad autoritaria" (Adorno) tanto más lo
es definir un tipo de "personalidad demócratica".
No obstante estas objeciones, no debiéramos renunciar, por puris
mo científico, al empleo del término. Su uso en el lenguaje cotidiano y en
el debate intelectual indica su utilidad para señalar un campo que si no
quedaría en la oscuridad. Es cierto que carecemos de un concepto de
cultura política; pero el fenómeno existe. Pues bien, en lugar de discutir
aquí una u otra definición, prosigamos una exploración que, por confusa
que sea, parece fructífera para interpretar mejor el desarrollo político de
nuestrospaíses.
Que el fenómeno se diluya apenas tratemos de precisarlo, nos se
ñala una segunda objeción: no existe la cultura política. A lo más podría
mos hablar de las culturas políticas. En ausencia de criterios abstractos
para definir la cultura política habría que usarla solamente como una cate
goría relacional que permite confrontar las orientaciones colectivas de
dos o más actores respecto a cuestiones políticas. Aun así, subisten
ambigüedades. No sólo lo que entendemos por política, incluso la confor
mación de los actores mismos hacen parte del fenómeno a estudiar. Una
de las tareas más sugerentes radica justamente en determinar la ctiste-,
lizaciónde las identidadespolíticas.
Estando convencido de que la noción de cultura política señala
una línea de investigación relevante, quiero añadir cuatro consi
deraciones.
En primer lugar, llamo la atención sobre el carácter comparativo
que debieran tener los estudíos, sea una comparación entre dos o más
culturas políticas nacionales, sea entre distintos subgrupos en el interior
de una nación o bien una comparación histórica entre dos períodos. Los
análisis comparativos enfrentan dificultades considerables por cierto. La
creciente transnacionalización y la paralela segmentación estructural
junto con la rápida y masiva difusión de modas y estilos de vid;J. ponen en
entredicho lo nacional. ¿Cómo entonces especificar la cultura política de
un país? También la comparación de subgrupos de una misma sociedad
10
plantea problemas, al menos en América Latina, considerando la frag
mentación social. La comparación histórica, finalmente, siendo tal vez la
más interesante, resulta precaria por la dificultad de encontrar ante
cedentes adecuados. Todos estos obstáculos empero no debieran impe
dir el esfuerzo, y esta recopilación pretende ofrecer una aproximación
preliminar.
En segundo lugar, me parece importante evitar la contraposición
entre condiciones objetivas y actitudes subjetivas. Tras los excesos
economicistas surgió en años recientes la tentación inversa de querer
explicar todo en el nivel discursivo. Aun aquellos estudios de cultura
política que hacen hincapié en las orientaciones y preferencias indivi
duales dentro de un sistema de valores establecido no debieran, sin
embargo, escindir tales actitudes de las estructuras socioeconómicas,
las instancias institucionales y los acontecimientos coyunturales. Como
señalara Paramio en su intervención, en la realidad material hay aspectos
que fijan con gran efectividad núcleos duros de sentido a todo discurso
social, núcleos de los que no puede prescindir ningún discurso sin correr
el riesgo de perder toda significatividad. En consecuencia, no podemos
tratar a la cultura política como un discurso autorreferido. Ello implica,
desde el punto de vista de su transformación práctica, que no basta
cambiar de discurso; previamente hay que comprender las transfor
maciones de la realidad material para poder elaborar un discurso que dé
cuenta de ellas.
Profundizando lo anterior quiero destacar, en tercer lugar, el
aspecto dinámico de la cultura política. Por una parte, la noción de
cultura política, a diferencia de la opinión pública, alude a pautas
consolidadas a través del tiempo. Mas, simultáneamente, la cultura
política también incorpora permanentemente nuevas interpretaciones de
la realidad. Una de las ddicultades del estudio consiste precisamente en
ponderar la relación entre las pautas establecidas, transmitidas mediante
largos procesos de socialización, y las nuevas ofertas de interpretación,
aportadas por los "productores de sentido" de diversa índole. Ante todo
en períodos tan convulsionados y opacos como suelen serlo los procesos
de transición, resulta extremadamente difícil especificar en qué medida
"lo nuevo" significa rupturas o una adaptación de valores y hábitos arrai
gados. Por eso merecen especial atención los procesos de aprendizaje.
Ello me conduce a la últimaconsideración.
En principio, la noción de cultura política no abarca la acción propia
mente tal, sino solamente las orientaciones para la acción. Permitan
seme resaltar un tipo de instrucción práctica para la acción que me
parece particularmente relevante: el "estilo" de hacer política. Por la
estrecha relación que se establece entre una concepción política y la
acción organizada, el estilo opera como un factor decisivo en el funciona
miento concreto de las instituciones políticas y, además, como uno de los
mecanismos más eficaces de socialización e innovación cultural. Para
11
quienes se interesan en generar una cultura política democrática resulta
pues imprescindible reflexionar la cuestión del estilo político. Estoy
pensando, concretamente, en los efectos perniciosos de un estilo toda
vía muy usual, que podríamos denomínar "estilo gerencial". Su matriz
está resumida en el l/amado "paradigma del príncipe" que analízó Flisfisch
en el seminario anterior.• Aun a riesgo de alargar estas notas de modo
indebido, resumiré esquemáticamente sus características: 1) una imagen
egocéntrica de la sociedad que enfoca los procesos exclusivamente
desde un único punto de vista, o sea, el de un solo actor; 2) un complejo
de omnipotencia del actor que dispone sobre un entorno supuestamente
transparente, el cual le permitiría calcular ex ante los efectos futuros de
su acción; 3) una dimensión ahistórica que no contempla la génesis de los
actores. Estas son las premisas que subyacen al mencionado estilo; pre
misas poco aptas, por supuesto, para orientar una política democrátíca.
Ante todo, tales presupuestos no permiten reconocer en la democracia la.
producción de una pluralidad de actores. Al enfocar la política como la
obra unilateral de un actor se ignora la libertad del otro y, por lo tanto, la
compleja construcción de las relaciones entre el/os. Los procedimientos
democráticos presuponen, por el contrarío, que lo posible es determinado
colectivamente. Por consíguiente, un estilo democrátíco incluye un-a
permanente negociación en que los actores están dispuestos a alterar
sus propuestas y decisiones e incluso su identidad. Vale decir, la política
no puede ser reducida a la acción externa de los actores, sino que abarca
su propia y continua recomposición. Con todo esto, por demás conocido,
sólo quiero despertar el interés por el estilo político como un lugar privile
giado para abordar nuestro tema.
12
hacer visible aquella vasta y compleja dimensión que Landi llama "la trama
cultural de la política". Como primer paso intentamos, por un lado,
describir tentativamente algunos de los rasgos sobresalientes de las
culturas políticas en diversos países y, por el otro, esbozar ciertos proble
mas en la conceptuación del fenómenoy en su análisis empírico.
La amplitud de la convocatoria tiene sus desventajas a la hora de
ordenar la discusión. La multiplicidad de los temas tratados y de las
formas de tratarlos asf como la interpenetración entre aspectos descrip
tivos y reflexión teórica vuelven arbitrario todo esquema de clasificación.
No pretendo aparentar ex post una claridad y coherencia que la naturale
za de las reuniones excluía. Para no dejar tampoco al lector sin orienta
ción alguna, aglutiné los artículos en cuatro subgrupos.
La primera parte está dedicada a las transformaciones de la
cultura política en España. El caso español es especialmente interesante
para una confrontación con los países latinoamericanos porque: 1) existe
una larga tradición cultural común o similar; 2) ha finalizado la transición
española, desembocando en una democracia consolidada, y 3) existen
bastantes estudios empíricos sobre las modificaciones en las actitudes y
preferencias de los españoles. Más allá de las especificaciones del caso
español, las intervenciones tienen el mérito de mostrar bien los cambios
de la cultura política en su relación con los cambios en la estructura socio
económica, las instituciones políticas y en el ambiente cultural. Esta
articulación me parece ser un aspecto clave de todo análisis.
El segundo grupo reúne a los estudios sobre Argentina, Chile y
Perú. En estos casos, a diferencia de España, no es posible contrastar
víejas y nuevas pautas. El perfil tiende a ser más difuso, en parte debido
al carácter inconcluso de la transición democrática, en parte como resul
tado de la precaria modernización social. (Especialmente en este punto
lamentamos la ausencia de una contribución brasileña, ampliando el
espectro comparativo.) No obstante, también en estos análisis juega un
papel clave la relación entre la lógica político-institucional y la lógica
sociocultural. El lector encontrará distintos modos de investigarla empí
ricamente en esta sección.
Los artfculos de la tercera parte comparten un mismo punto de
partida: los movimientos sociales. En realidad, la resistencia a la
dominación, mediante la cual colectivos sociales como las mujeres consti
tuyen su identidad, plantea de inmediato las formas de hacer política y,
más radicalmente, la idea que nos hacemos de "la sociedad". El desa
rrollo de los movimientos sociales pone en juego de manera mucho más
visible que la institucionalidad propiamente política la tensión entre plurali
dad y totalidad. Es éste un aspecto central, sin duda, de la cultura políti
ca desde el punto de vista de la democratización: el despliegue simultá
neo de identidadesdiferenciadas y de una noción de orden colectivo.
La cuarta y última sección reúne los textos más cercanos a la filo
sofía polftica. La revisión critica de dos pensadores clásicos de la
13
política como Gramsci y CarJ Schmitt no se agota en desmontar deter
minado enfoque; tiene sentido como una crítica reconstructiva que
permita repensar el problema planteado. Aunque la categoría de sentido
común y el esquema amigo-enemigo muestren ser insatisfactorios,
remiten a problemas efectivos: la racionalidad y conflictividad de la
política. La idea que nos hagamos de ellas y, por ende, nuestra concep
ción de la política son criterios decisivos en la producción de una cultura
política democrática.
Posiblemente el lector llegue a la página final con un sentimiento
de frustración: un exceso de aproximaciones y un déficit de resultados
concluyentes. No sólo este prólogo, el libro entero es una especie de
introducción. Y no podía ser de otro modo. El propósito del libro es, como
dije, presentar un campo de investigación; su desarrollo depende de una
labor colectiva.
En nombre de todos los colaboradores agradezco al: Consejo Leti
noamericano de Ciencias Socíales (CLACSO), a la Facultad Latinoameri·
cana de Ciencias Sociales (FLACSO) y al Instituto de Cooperación
Iberoamericana (ICI) el interés intelectual y el apoyo material con que
promovieron una discusión que, gracias a esta publicación, ojalá suscite
la atención que, a nuestro entender, exige.
Norbert Lechner
14
DEL RADICAUSMO REIVINDICAnvo
AL PLURAUSMO RADICAL
Ludolfo Paramlo
17
dad, sino respondiendo a presiones sociales externas o internas, siguien
do criterios de racionalización para resolver contradicciones sociales
muy concretas.
El problema no es que el fin no importe y el movimiento lo sea todo.
El problema es que el fin rara vez nos es conocido, y el movimiento sin
embargo se da. Las sociedades se transforman radicalmente bajo el
impacto de estos cambios hechos a ciegas, como respuesta inmediata a
problemas coyunturales. Pero como están hechos a ciegas no podemos,
al menos inmediatamente, pensarlos como etapas en un proceso coheren
te de cambio social. Esto es algo que sólo se logra a posteriori, cuando el
científico social descubre que una etapa histórica que en su momento
pareció conservadora, y carente de proyecto de futuro, fue en realidad un
momento de cambio histórico 'acelerado. Pero quienes vivieron ese mo
mento no tenían el equipo simbólico preciso para comprenderlo.
Pasando al tema central de mi intervención, diré que a mi juicio en
la izquierda occidental se ha producido en años recientes una curiosa
oscilación entre el viejo materialismo determinista, en el que se da por
supuesto que la base económica y los condicionamientos materiales
determinan la estructura del discurso sombólico, y un nuevo idealismo en
el que se pretende que toda realidad es discursiva, que la estructura
simbólica es lo realmente determinante en la dinámica social. El centro
teórico de este nuevo idealismo es la afirmación de que no existen en la
práctica social -entendida como práctica discursiva- núcleos estables,
duros, de sentido. Desde Derrida y el desconstruccionismo como teoría
de la crítica literaria, esta idea de la inexistencia de núcleos de sentido en
el discurso social se ha extendido hasta la teoría marxista, como puede
verse en los trabajos recientes de Hindess y Hirst, en Inglaterra, o de
Ernesto Laclau y Chantal Maulle.
El materialismo nos dice que hay una realidad dura, con leyes
propias que determinan el conjunto de la dinámica social: la economía.
Las leyes de movimiento del capital son tan rígidas como la ley de la
gravitación. Para los discursivistas, por el contrario, la economía es un
lenguaje simbólico, y un lenguaje en el que no existen núcleos duros de
sentido. A lo más, como Laclau, reconocen que hay nudos de sentido
relativamente estables, con lo que supongo que él se refiere a cuestiones
como las oposiciones de clase, nacionales o religiosas que organizan el
discurso social (y político) durante períodos históricos prolongados. Pero
ya no hay una realidad dura sobre la que flotan los discursos simbólicos,
la vieja sobreestructura del marxismo clásico. Ahora, por el contrario,
todo es discurso.
Si todo es discurso, y en el discurso no existen núcleos duros que
organicen el sentido, entonces todo está permitido. A Hindess y Hirst
esta modesta herejía les ha permitido liberarse del marxismo dogmático,
althusseriano o trotskista, que tanta influencia conserva en Inglaterra. A
Laclau le ha permitio romper con el reduccionismo de clase, y a ~oulle
18
elaborar un concepto sistémico de hegemonía, lo que podríamos llamar un
concepto de hegemonía sin sujeto. Pero cabe sospechar que el precio
pagado por estos avances sea exclusivo. Me temo que en la realidad
material, por hablar así, hay aspectos que fijan con gran efectividad
núcleos duros de sentido a todo discurso social, núcleos de los que no
puede prescindir ningún discurso sin correr el riesgo de perder toda
significatividad.
En la sociología fenomenológica, en el interaccionismo simbólico,
se habla con frecuencia de la estructura de plausibilidad del discurso.
Para que un discurso pueda organizar la práctica social se requiere que
tenga una verosimilitud, una estructura de plausibilidad. Ninguna religión
que propugne el pacifismo sistemático puede llegar a organizar una
sociedad de dimensiones significativas, por ejemplo, en un mundo tan
darwiniano y belicista como el nuestro. Ciertamente el lenguaje construye
y organiza la realidad social, pero ésta muestra a su vez lo que podríamos
llamar rigideces, estabilidades que son la base del sentido de cualquier
discurso pregnante. Estos núcleos no son realidades ontológicamente
privilegiadas, pero sí realidades históricamente estables.
Todo esto viene al caso porque, si queremos elaborar una nueva
cultura política, un nuevo discurso que nos permita organizar un proyecto
político de futuro, necesitamos ante todo saber cuáles han sido los
núcleos duros de la realidad que han provocado la ruina de nuestra
anterior cultura política, de nuestro discurso anterior. No basta, como a
veces se entiende leyendo a los teóricos del discurso, con cambiar de
discurso político: es necesario ajustar ese discurso a una realidad
específica que posee sus propias leyes, sus condicionamientos, a una
realidadque es preciso comprenderpara cambiarla.
Por ejemplo, no tiene ningún sentido lamentarse de la quiebra de
las viejas utopías como si ése fuese un fenómeno impuesto por la
fatalidad histórica o por alguna conspiración socialdemócrata interna
cional. Si las utopías se han venido abajo a la vez en todas partes, habrá
que pensar que algún tipo de transformación histórica ha liquidado la
estructura de plausibilidad de los discursos utópicos. Y es preciso diag
nosticaresa transformación, interpretarla, comprenderla.
Esto tiene bastante que ver con lo que ha sucedido en la cultura
política española desde los últimos años 60 y primeros 70 hasta hoy, con
una transición que se abre con la muerte del general Franco. El principal
cambio, a mi juicio, es el paso de un discurso que podríamos llamar de
radicalismo reivindicativo a otro en el que la política aparece cada vez
más como una búsqueda de compromisos, a una estrategia de raciona
lizaciónde lo existente.
¿A qué llamo radicalismo reivindicativo? Me refiero a un tipo de
discurso que era el dominante en el movimiento obrero, y en muchos
movimientos sociales, durante los años de la expansión económica. En
ese tipo de discurso regía una especie de lóqica mágica: se suponía que
19
los recursos económicos del capital privado o del Estado eran ilimitados,
y que bastaba con acumular la suficiente presión para lograr una subida
salarial o nuevas prestaciones sociales. En los primeros tiempos de la
crisis, incluso, la extrema izquierda española defendía como consigna
que la crisis la pagaran los capitalistas, como si no hubiera una relación
entre la tasa de ganancia, los salarios y el empleo. (La extrema izquierda,
al menos en España, siempre ha tenido ideas un poco erráticas en
materiade economía política.)
El radicalismo reivindicativ.o estaba profundamente marcado por el
cinismo político: se rehuía la miHtancia política o sindical, por una parte
por el peligro de represión policial bajo la dictadura, y por otra parte,
porque la misma propaganda del régimen favorecía la idea de que la
política -la militancia- eran cuestiones de una minoría sospechosa. Una
persona decente no debía meterse en política, siguiendo el paradójico
consejo que el general Franco dirigió una vez a un recién nombrado
ministro. Pero en cambio los conflictos reivindicativos seguían una diná
mica radical: la idea era que cualquier tipo de presión que se realizara
acababa por dar resultados, y resultados especialmente perceptibles en
el caso de las luchas salariales.
Durante los años de expansión ésta era una visión bastante
correcta: las ganancias del capital habían crecido rápidamente, y se par
tía de niveles salariales muy bajos, en un contexto además de fuerte
demanda. Para los empresarios era mucho más razonable hacer sustan
ciales concesiones salariales -que se podían permitir holgadamente- que
mantener sus fábricas o empresas paralizadas, sin servir la cartera de
pedidos y exponiéndose a que el conflicto salarial, bajo la dictadura, se
convirtiera en un conflicto político que en el peor de los casos podía
implicar muertosy heridos y una pésima imagen pública.
Pero la cultura política dal radicalismo reivindicativo afectaba
también a grupos armados como ETA, como bien sabe Javier Garayalde.
Con la amnistía de 1978 se podría haber pensado que ETA abandonaría la
lucha armada y pasaría a la acción política en el marco de las libertades
democráticas. Pero no fue así: los dirigentes de ETA llegaron a la con
clusión de que si la lucha armada había conducido a una amnistía, su
mantenimiento acabaría por llevar a la consecución de la alternativa KAS,
a la independencia de Euskadi y a lo que fuera preciso. (Aún hoy puede
que no hayan comprendido que se equivocaron en ese cálculo). Es la
misma idea de rechazo de la política, que se ve sustituida por una presión
reivindicativa -sólo limitada por la propia capacidad de movilización- sobre
un adversario del que se supone que se puede obtener todo lo que se
desea si la coacción ejercida llega a ser la necesaria.
Eso implica la misma negociación de la política como reco
nocimiento de interlocutores. Si el capital y el Estado pueden ceder
indefinidamente, siempre que se les presione en suficiente medida, no
hay por qué reconocer en ellos a posibles interlocutores con los que es
20
preciso acordar los límites de lo posible y lo deseable. Estamos de lleno
en lo que Flisfisch y Lechner suelen llamar el paradigma del Príncipe. Sólo
hay un sujeto político autónomo -el movimiento obrero, o ETA- que debe
plegar a su voluntad a una realidad opaca, carente de subjetividad histó
rica,que es el capital o el Estado.
la cultura política del radicalismo reivindicativo alcanzó sus límites
naturales con la transición a la democracia y a la crisis económica de los
años 70. Ante la crisis, el movimiento obrero descubrió, a través de la
amarga experiencia de las quiebras patronales y el paro, que el capital no
es una realidad opaca, sino un agente con sus propios intereses y con
dicionamientos, un agente con el que era preciso negociar y al que era
preciso reconocer como interlocutor. El nuevo Estado democrático, por
su parte, no era ya un poder arbitrario, sino que tenía límites muy defi
nidos para su actuación en la letra de la Constitución, pero tampoco era
ya un poder débil, como la decadente dictadura en los primeros años 70,
sino que contaba con el respaldo de la legitimidad social. Así, la realidad
política debía reinterpretarse más allá del estrecho marco del paradigma
del Príncipe: ahora era preciso ver en la escena política una pluralidad de
agentes -el capital y el Estado entre ellos- con su propia subjetividad, sus
interesesparticularesy unos límites definidos en su toma de decisiones.
Simbólicamente, esto suponía superar un rasgo característico de
la cultura política vigente bajo la dictadura: la existencia de un conflicto
único y central, que unificaría el discurso político como polo de referencia
fundamental en torno al cual cobrarían sentido todos los conflictos
aislados y particulares. En el antagonismo común frente a la dictadura se
habían fundido, en efecto, las luchas de los trabajadores por subidas
salariales, las luchas de las nacionalidades históricas cuya identidad se
negaba a reconocer el franquismo, las luchas de las mujeres por cues
tiones como la legalización de los anticonceptivos o la despenalización
del aborto, las luchas vecinales contra la especulación del suelo, la lucha
por la libertadsindical, la misma lucha por las libertadespolíticas.
Ese antagonismo principal permitía, volviendo a la terminología de
Laclau, cerrar dos cadenas de identidad, la que unía a todos los
componentes populares, democráticos, anti-statu qua, y la que unía a
todos los componentes oligárquicos, dictatoriales, conservadores. En
este universo simbólico era fácil desenvolverse, pero tras la muerte del
general Franco entró en crisis este orden admirable, en el que el sentido
de toda acción política resultaba inequívoco. Ni la derecha posfranquista
ni los potenciales golpistas conseguirían ya reconstruir ese antagonismo
perfecto: la ambigüedad y la confusión subsiguientes tendrían su mejor
reflejo en el desencanto de 1980-81, y su inevitable herencia en la
gravísima crisis orgánica de las áreas conservadora y comunista desde
que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) lograra la mayoría
absoluta el 28 de octubre de 1982.
21
w= ,
FLACSO
ECUADOR
.---. búsqueda de ese antagonismo esencial debería haber llevado,
/' ;-se...
drí pensar, a la discusión de la política económica, supuestamente
~ cons rv dora, del gobierno socialista español. No parece, sin embargo,
, \Je;' os íticos de esta política hayan sabido rentabilizar sus propias posi
ci nes: a asombrosa fe de los comunistas españoles en recetas keyne
BI BLI~A Y fracasadas en Francia (en 1981) ante una crisis no keynesiana
--- tener reflejo en la sociedad civil. Los trabajadores españoles,
incluso aquellos que han caido en el paro o al menos han visto congelado
su nivel de vida a consecuencia de la política de austeridad y rigor del
gobierno socialista, no parecen tener mucha fe en la magia. Las Comisio
nes Obreras, sindicato ligado al Partido Comunista de España (PCE),
pudieron lanzar una huelga general en junio de 1985, pero no lograron que
esa huelga articulara una nueva oposición, un nuevo antagonismo
principal. Fue la manifestación de una suma de agravios corporativos y
poco más.
Seguramente es significativo que lo más cercano a ese nuevo
antagonismo principal haya sido la confrontación sobre la OTAN. Pese a
que la pertenencia a la Alianza Atlántica desde 1982 no ha afectado en
nada a la vida cotidiana de los españoles -por las especiales condiciones
en que el gobierno socialista ha congelado la presencia española en la
organización, desde luego-, la cuestión de la OTAN ha sido la única que
ha logrado polarizar a la opinión pública española desde el final de la
dictadura. Seguramente no es casual: se trata de un problema ideoló
gico, no de un problema real, pues en el terreno de la política exterior las
opciones españolas estaban muy definidas desde 1953 o, incluso, desde
1939. Pero en la OTAN, en el antiamericanismo de buena parte de la opi
nión pública española, la izquierda comunista está tratando de reencon
trar el antagonismo fundamental que permita romper la hegemonía
socialista.
No creo que debamos engañarnos. El tercermundismo, el antiame
ricanismo son residuos de épocas anteriores, de etapas ya superadas de
la izquierda. Me temo que la propia área comunista es ya un recuerdo de
otra época, y que sólo los cuadros de los partidos comunistas siguen
negándose a reconocerlo, buscando extrañas alianzas con movimientos
antisistémicos tan dudosamente progresistas como los conservacio
nistas o pretendiendo -sorprendentemente- convencer a las mujeres de
que la tradición comunista es la más propicia al feminismo. Si esto no
funciona, como seguramente no va a funcionar, habrá que apostar fuerte
mente por una nueva idea reguladora que dé sentido a la práctica política
de la izquierda.
A Norbert Lechner le gusta mucho la palabra utopía, tomada en el
sentido de una utopía no realizable. Yo prefiero la vieja noción kantiana de
idea reguladora.. menos proclive a fomentar las chifladuras de la extrema
izquierda -que en general desconoce a Kant- y más próxima a la tradición
ilustrada. Pero lo cierto es que la izquierda necesita una utopía o una idea
22
reguladora para pensar su propio proyecto, su propia actividad. No para
llevar adelante ese proyecto, esa actividad: insistiré en que las prácticas
sociales tienen su lógica, que nadie puede detener. Pero para pensarlas, 1
Postcriptum.
23
25
vidad fijada en la aceptación sin más discusión de lo instituido o, en
caso contrario, extremadamente peligrosa.
La lucha de oposición a la dictadura se orientó dentro de un perfil
de modernidad. Así, cuando desde determinados sectores de la izquierda
se establecía la oposición al régimen precisamente como reivindicación
de participación en las decisiones y ensanchamiento de la esfera pública,
o cuando la exigencia de un cambio político hacia la democracia y el so
cialismo se presentaba en el seno de un discurso aparentemente unifi
cado y sin fisuras, etcétera. En todos estos casos los rasgos y elemen
tos esenciales de la modernidad aparecían nítidamente. Ejemplos de lo
que decimos podrían ser los que siguen:
1) La tendencia a la unidad de las fuerzas de oposición al régimen
para garantizar la apertura de la esfera pública de decisión política a to
dos los ciudadanos (sólo existente en tanto que tendencia pero con un
peso específico crucial en el conjunto del discurso político de oposición).
2) La consideración de la clase obrera como la fuerza hegemónica
en la dinámica de oposición (aun cuando nunca se lograra una articu
lación completamente compartida del rol que debería jugar en el proceso
de transición).
3) La consideración de los partidos como elementos de canaliza
ción de los intereses populares a la vez que intérpretes de los
"verdaderos intereses del pueblo".
4) La indefectibilidad de la victoria final contra la dictadura y el opti
mismo político como claro heredero de la idea de progreso.
5) La utilización de términos tales como libertad, igualdad, y otros,
en un sentido aglutinador de las fuerzas de oposición, etcétera.
Junto con estos elementos, el discurso político de protesta anti
franquista llevaba aparejados otros que cabría considerar como nega
tivos y que hoy están sirviendo de blanco a la crítica política postrno
derna. Así, cabría señalar rasgos tales como:
1) La idea de sacrificio por la "causa", inevitable en un contexto
político dictatorial, pero que hizo penetrar en la cultura política la idea de
la futilidad de los intereses y deseos individuales.
2) La configuración de un cierto maniqueísmo en la protesta sur
gido como consecuencia de la escisión del mundo en antifranquistas y
franquistas y que tenía como consecuencia la eliminación de matices y la
simplificación del mundo político, que en la democracia tanto echaron de
menos ciertos sectores de oposición. 1
3) La clandestinidad producía un cierto encapsulamiento y una fal
ta de comunicación con la sociedad en su conjunto, probablemente inevi
1 La frase que mejor retrata este estado de ánimo apareci6, como símbolo de
desconcierto político, en una "pintada" que decía: "Contra Franco, vivíamos mejor"
y que parodiaba la claramente involucionista "con Franco, vivíamos mejor". Aquíes
perfectamente perceptible como se añora una definici6n clara de posiciones
políticas quetanfácil eraobtener enla lucha antifranquista.
26
table pero que tenia como consecuencia comportamientos políticos
ritualistas, llenos de sobreentendidos, de claves ocultas, de sentimien
tos de grupo cerrado y portador de la única libertadlVerdad posible,
etcétera.
Las circunstancias especiales bajo las que se desarrolló el pro
ceso de transición a la democracia en España2 afectaron tanto a los ele
mentos de la cultura política franquistas, como a los propugnados desde
la oposición. Veámoslo de nuevo muy brevemente:
1) La entrada en pactos y negociaciones de casi todas las fuerzas
políticas de la izquierda con el gobierno reformista procedente de la legali
dad franquista y la progresiva pérdida de respaldo de aquellos grupos
políticos que se negaban a entrar en esa dinámica o eran excluidos de ella
lo que se dio unido a una cierta reprivatización del discurso y la esfera de
decisión política por parte de las jerarquías de los partidos. Ello produjo un
sentimiento de exclusión en grandes capas de la población tradicional
mente activa que es el origen de la apatía y de la desmovilización polí
ticas.
2) La paralización del impulso de determinados movimientos y
organizaciones de base, desde la jerarquía de los partidos de la política
tradicional durante la oposición, pues era necesario pacificar el horizonte
social y político para evitar una involución, excluye de nuevo a una serie
de movimientos e intereses que hasta ese momento habían sido reco
gidos en el marco del discurso y de la praxis de la izquierda antifranquista
(así, por ejemplo, asociaciones vecinales, organizaciones sindicales de
base, movimientos autónomos, movimiento estudiantil, etcétera).
3) la eliminación del horizonte de negociación de ciertas
reivindicaciones clásicas de la izquierda (ruptura, gobierno provisional,
disolución o depuración de aparatos claves del Estado, etcétera), que se
presenta como parte del corte de los pactos y acuerdos precedentemente
señalados, acarrea como consecuencia una política más realista y acaso
más adecuada, pero también la idea de que la unidad del discurso de la
izquierda se ha roto y de que ésta carece en buena parte de puntos de
referenciaprecisos para orientar la acción política.
Este conjunto de elementos provoca un importante deterioro de los
supuestos básicos de la modernidad política reivindicada por la izquierda.
A la vez, naturalmente, acelera procesos de desmovilización y apatía, el
abandono de la esfera pública de gran parte de aquellos grupos cuya
actuación había sido más activa y una auténtica crisis en la cultura
política de todos estos sectores. En el corazón de estos replanteos se
produce la influencia de una serie de conceptos procedentes de la teoría
política francesa (aunque no únicamente de ella), que definen la
postmodernidad política. Esa influencia, superficial o profunda, según los
2 Para un análisis general del proceso de transición puede verse del Aguila R. y
Montoro R., El discurso político de la transición 1975-1980, CIS, Madrid, 1984, con
abundante bibliografía.
27
casos, está revertebrando la cultura política de sectores sociales
especialmente importantes y es de prever que llegue a afectar a grupos y
zonas de la sociedad española que hasta ahora no han recibido su influjo.
A continuación nos ocuparemos de este tema intentando establecer el
perfil básico de la cultura política postmoderna y de los riesgos que
conlleva.
11
28
y esa fragmentación llega a veces, según los postmodernos, hasta el
nivel individual.f No hay códigos ni normas generalizables y la resis
tencia a la injusticia parece ser sólo un problema "privado", Ya no hay
razones para rebelarse, sólo existen rebeliones. La resistencia a la opre
sión no intenta (ni puede) fundamentarse en algo exterior al propio acto de
resiste ncia.6
En consecuencia, no existe una razón unificada, universal o
general que sea capaz de establecerse como metarelato, es np.cir. como
relato sobre otros relatos, razón que explique y de cuenta del conjunto y
de la pluralidad de razones fragmentadas. Es más, el mero intento de
unificar la pluralidad de razones contrapuestas y escindidas resulta, para
la postmodernidad, totalitario. La pluralidad de razones es, entonces, un
dato: sólo hay lucha, contraposición, búsqueda del propio interés,
fragmentariedad, y es inútil lamentarse por la pérdida de unidad de la
razón,? Esto significa también que, una vez más, no tiene sentido buscar
un punto común al que dirigir la acción política, como no sea ese dato de
la diversidad de razones y posiciones.
En el caso español estos rasgos, apresuradamente descritos, han
calado en diversos grados, pero han obtenido, en la situación de
"desencanto" producida por la dinámica de la transición, el mejor caldo de
cultivo imaginable. Sencillamente, al perder los referentes clásicos de
acción política (ya fueran éstos la ampliación de la esfera pública o la
revolución dirigida por el partido o cualquier otro), la tentación post
moderna de considerar destrozados aquellos supuestos e inútil cualquier
intento de resucitarlos, se ha establecido como un hecho indiscutible
para grandes sectores del arco político. En estas condiciones se han
abierto tres grandes tipos de respuestas a esta situación.
En primer lugar, la respuesta más general: el retiro a la privacidad.
En efecto, la desmovilización, el apartamiento de la problemática
ss. Sobre la muerte del sujeto y la desaparición del individuo, véase Foucault, M.
6 Una discusión sobre este tema en R. del Aguila: 'Teoría y práctica: modernidad y
29
descuidada, se convirtiera en el objetivo básico de buena parte de los
militantes de izquierda. Aparece entonces un cierto epicureísmo, una
búsqueda de placer en la amistad, en la pareja, en el trabajo, en la propia
formación, etcétera, que hace surgir una serie de fenómenos que van
desde la aparición de un gran interés por la cocina, la música, la droga,
etcétera, a un replanteo global de los objetivos vitales. Tal replanteo
adoptó a veces el perfil del estoicismo, más que del epicureísmo, dado el
grado de adaptación a lo existente que exigía. En este punto, conceptos
postmodernos como el de juego, máscaras, apariencia, seducción,
etcétera,8 obtienen una amplia credibilidad. Es lo que J. Borja llamó la
"izquierda en zapatillas".
Naturalmente, no toda la energía de protesta se dirigió hacia
problemas privados. La fragmentariedad social, política e incluso teórica
se expresa, tras el quiebre de los supuestos modernos de acción y
praxis, en nuevas formas de autoorganización. La democratización de
las bases, el diálogo sobre intereses parciales y fragmentarios, la irrup-
ción de nuevos movimientos sociales, etcétera, son otras tantas de sus
expresiones. Lo distinto de estas formas de acción es tanto la frescura
en cuanto a comportamientos, como el replanteo de las formas de resis-
tencia a la opresión y de oposición a las decisiones políticas oligar-
quizadas. Es bien cierto que este tipo de acción política posee en buena
parte una dificultad inevitable: resulta extremadamente difícil vertebrar
una organización duradera y estable. Este tipo de movimiento se produce
en torno a problemas concretos y suele desaparecer con ellos (la actual
plataforma anti-OTAN es un buen ejemplo, así como también lo es el
escaso éxito de los distintos intentos de organizar una alternativa de
izquierda al Partido Socialista Obrero Español [PSOE] tomando como
base aquella plataforma). Este es acaso el rasgo de cultura política más
relevante y esperanzador para el pensamiento político de protesta, aun
cuando todavía es muy pronto para avanzar posibles desarrollosfuturos.
Pero hay todavía otro rasgo íntimamente unido al núcleo teórico de
la cultura postmoderna que expondremos a continuación. La quiebra de
conceptos como progreso, emancipación, organización, partidos, acción
política con sentido, etcétera, puede llevar de la mano no ya un replanteo
del concepto de política, sino literalmente a su consunción y su
reemplazo por el nihilismo, el decisionismo ciego y el individualismo
egoísta. En este punto la postmodernidad roza la idea de cierto "paleo-
liberalismo", de que después de todo cualquier cosa está permitida ya que
no hay nada que logremos justificar o legitimar de una forma general. El
lema que en ese caso permearía la cultura política postmoderna no es el
de "protesta y sobrevive" sino el más modesto, y también consi-
derablemente más reaccionario, de ·adáptate y sobrevive". Sin embargo,
este tipo de adaptación a las estructuras que comporta el nihilismo
31
NOTAS SOBRE EL FENOMENO ETA
Javier Garayalde
33
H.~.C en
..", ..""í:J);i::.eCa
l' •
Creo que se puede vincular ese discurso antagónico, ese mito de
la gran utopía (que en Euskadi no es sólo la gran utopía de la inde-
pendencia, sino sobre todo la gran utopía de derribar al poder, al Estado),
y el mito de esa utopía encarnada en el héroe, víctima y salvador al mismo
tiempo, con una conciencia de tipo religioso, con una influencia de tipo
religioso y especialmente con la arrogancia del discurso religioso. Y hay
aquí otra característica diferencial: en España, en general, también en
toda la izquierda, hay una fuerte influencia de lo religioso, de la Iglesia;
primero, por la influencia de la educación y segundo, por la intervención
de muchos miembros activos de dicha institución. Intervención que ha
estado muchas veces mediatizada por cierta mala conciencia; es decir,
los curas rojos o los cristianos rojos traían la mala conciencia de haber
sido la Iglesia cómplice del poder, cómplice de la dominación, y por
supuesto cómplice de la dictadura. En Euskadi, sin embargo, no existía
tanto esa mala conciencia; allí los curas vascos y los cristianos vascos
habían sido siempre vascos, habían estado siempre con el pueblo, y al
menos en su mayoría, también durante la guerra civil. No les hacía falta la
humildad que supone reconocer errores pasados. Estaban poseídos de
una arrogancia como la que comienza a extender a nivel mundial este
Papa, precisamente porque en Polonia la Iglesia había jugado un papel
bastante similar. Todo esto ha dificultado hacer una política de tole-
rancia. La tolerancia es asumida muy lenta y tardíamente en Euskadi,
demostrando el carácter especial nefasto de las utopías con proyección
social. No me refiero a las utopías más o menos personales que puedan
impulsarle a uno a actuar de determinada manera, sino a las organi-
zaciones, los 'aparatos, creados en torno de la utopía, que necesitan
mantenerse sobre la base de los viejos discursos antagonistas, sean el
bien y el malo el tirano y el que mata al tirano. En definitiva, se trata de re-
conocer que el discurso antagónico es esencialmente un discurso
basado en la coerción. Este modelo ha estado y sigue estando fuerte-
mente anclado en la cultura política de muchos vascos, y si está
empezando a entrar en crisis es por la vía de la catástrofe.
Quisiera agregar una observación respecto a los grupos sociales
activos y a su enquistamiento: es una tendencia común a gran parte de
las sociedades occidentales, ya que el valor de dichos grupos como
mediadores ha entrado en crisis. Los circuitos tradicionales, donde la
relación del individuo con la política, es decir, con el poder, se manifiesta
siempre a través de un mediador (no como delegado o representante con
función administrativa, sino mediadores simbólicos, en tanto traductores
de un lenguaje inasequible al común de la población) se están esfumando,
se están estableciendo mediaciones mucho más directas. El mercado
pclítico se está deshaciendo de intermediarios, y los intermediarios se
resienten. Entonces esta cuestión nos llevaría a una que ha planteado
34
con anterioridad Jordi Borja: ¿qué se hace con las militancias de los
partidos? y esta pregunta vale evidentemente para todo tipo de militan-
cias en general.
35
LA TRAMA CULTURAL DE LA POUTlCA
Osear Landi
Presentación.
39
volver a ingresar y a ponerse a prueba en nuevos exámenes de procesos
reales.
40
Proceso. Hasta los años 78 y 79 el gobierno militar operaba con la
certeza de que estaban para quedarse, en el sentido de que dejaría
transformaciones duraderas y bajo control en el funcionamiento global del
país. Lo evidencia fácilmente un mero vistazo de los diarios de la época,
de las declaraciones de los funcionarios públicos o de los testimonios que
se efectuaron luego en el juicio a las Juntas Militares por la violación de
los derechos humanos durante aquellos años. Había algo así como un
clima de época que generaba un horizonte de expectativas en el que gran
parte de los políticos argentinos se sumergían ideando salidas a la
situación que, de una forma u otra, pasaban por combinaciones con los
militares. No estamos hablando de los sectores que apoyaron
estratégica o tácticamente al golpe o a algún sector del gobierno del
Proceso, sino del clima de época que teñía la imaginación de gran parte
de la clase política argentina en años tan negros. Por cierto, en la
sociedad hubo actos de resistencia, llamados a huelgas desde el
sindicalismo, la actuación fundamental de los movimientos de derechos
humanos y reclamos de vuelta a la democracia. Pero fue como si el
desgaste del gobierno que empezó a salir a la superficie hacia 1980
hubiese derivado, principalmente, de fallas en su propio rendimiento, de
no haber logrado concretar sus muy ambiciosas metas de transformación
del país: sus fallas de gobernabilidad respecto del empresariado, el giro
especulativo de la economía, los magros resultados en su intento de
formar una fuerza política heredera del Proceso, su falta de timing
apropiado para vincularse con la sociedad, derivado del laberinto
decisorio que creó para "compatibilizar" las opiniones de los distintos
sectores de las distintas fuerzas, de las distintas zonas del país bajo su
ocupación. Hacia 1982 la sociedad evidenciaba síntomas de reactivación
de la presencia popular y opositora. Fue entonces el gobierno del General
Galtieri (que se sostenía en la idea de que el Proceso tenía objetivos
propios que cumplir antes de ensayar cualquier salida negociada con
fuerzas civiles) el que intentó adelantarse a las derivaciones políticas que
podría tener un eventual crecimiento de la activación social y produjo el
hecho que fulminó al Proceso: la guerra por la recuperación de nuestras
islas Malvinas. De allí en adelante asistimos a la crisis de un régimen que
asumía la forma de un colapso. De modo que la movilización social y
opositora de comienzos de 1982 no tuvo oportunidad de seguir un curso
ascendente, más o menos progresivo, hasta derrumbar "desde abajo" al
Proceso, sino más bien fue una crisis desencadenada "desde arriba". La
historia es conocida, pero la señalamos con la intención de definir la
lógica política en que se recreó luego una escena y la palabra pública,
centralizada y estimulada cada vez más por nuestros partidos. Era una
sociedad que no tenía claros referentes para constituir una imagen de sí
misma, como lo evidencia el dato de las encuestas electorales del 83, en
las que ganaba el candidato radical en cuanto a las preferencias de
encuestados que, sin embargo, opinaban mayoritariamente que ganaría el
41
peronismo. Pero la Argentina no salía de la etapa del Proceso como de un
paréntesis y sus partidos no podían seguir una suerte de conversación
interrumpida en marzo de 1976, ni se trataba de un recontacto con bases
electorales iguales a sí mismas desde hacía décadas.
43
--- -~-r :."';:' --'01
,.... 'O, .::1 '1
E e L; A [) .: R ~"
6 Uno de los temas principales de una posible antropologla política del país es el de
las características de la ocupación del espacio público por parte de la población en
actos y marchas políticas. La histórica Plaza de Mayo fue escenario a fines de
1982 del hecho que quizás terminó de definir el curso de los acontecimientos en
dirección a las elecciones generales: la marcha y concentración de la
Multipartidaria. La plaza pública construyó en el país una parte fundamental de la
gramática de la política, lo que en la actualidad se replantea en la cuestión de las
relaciones entre demandas, deliberación, procedimientos, pactos institucionales,
reforma del Estado, etcétera.
7 Nos referimos al curso actual, fechado en 1987, del justicialismo. En su seno se
mantienen abiertas contradicciones y dilemas significativos, pero presenta la dara
preponderancia de sus corrientes renovadoras (que pasan a ser las protagonistas
principales de esosmismosdilemas).
45
géneos sectores sociales y demandas y no por alguna ortodoxia
ideológica que regularía su acciónf
Cabe aquí una breve reflexión comparativa con lo que se conoce
como "catch all petties" en la ciencia política: partidos también de agre-
gación de clientelas y bases heterogéneas, pero que tienden a generarse
en condiciones muy diferentes a las de la política argentina. En efecto,
en ciertos países europeos, por ejemplo, estos partidos se van confor-
mando a partir de una sostenida estabilidad institucional, cierta mayor
homogeneidad social, el aumento regular de la competencia electoral
entre ellos, teniendo su sede principal de representación y acción en los
Parlamentos.
En la Argentina, podrá comprenderse fácilmente, en todo caso
estos partidos -si tal es el parecido del peronismo y el radicalismo- son
previos a todas estas condiciones. Esto es: son así por su aspiración a
la estabilidad y la articulación de una sociedad fragmentada por una larga
crisis integral. No están generados ni sostenidos por las condiciones
apuntadas antes, sino por algo concerniente a las relaciones entre la
cultura y la política, y que ensayaremos analizar brevemente en las pági-
nas que siguen.
46
reuniones tantativas de la concertación social, el juicio a las Juntas
Militares por la violación de los derechos humanos, las elecciones
internas sindicales y partidarias, los comportamientos microsociales
regulados por la cultura de la inflación, el acto y las concentraciones
populares por diversas demandas.
Sin embargo, la constitución del régimen político democrático no
define de por sí las atribuciones de la acción de los partidos. En este
punto nos situamos en el carácter ambiguo de la política, frente al hecho
que debe hacer un esfuerzo permanente para definir, precisamente, el
atributo de político o de no político de los problemas de la vida social. La
democratización institucional, entonces, lejos de plantearnos una "vuel-
ta" a algo natural y previamente definido, que ya sabemos de qué se trata,
repone un campo de experiencias concretas en el que se recrean viejas y
nuevas maneras de preguntarse qué es la política.9
Nuestra conjetura sobre la transversalidad cultural del sistema de
partidos es sólo una de las maneras en que volvemos a girar alrededor de
este interrogante. Desglosaremos el tema en varios aspectos, que
presentaremos no en una secuencia cronológica ni como una valoración
global de los primeros pasos de la democracia desde 1983, sino más bien
en sus aspectos diferentes, en tanto síntomas de las relaciones entre
política y cultura en la actual democratización de la Argentina.
48
razonado sobre los mecanismos de supervivencia subjetiva de los
individuos durante el Proceso que no pueden ubicarse en el rubro anterior
sino que se volatilizan con el cambio de las circunstancias políticas.
Finalmente, la discusión también incluyó la referencia a la acción social y
al ejercicio de la memoria colectiva que preservaron valores fun-
damentales contenidos en las grandes tradiciones populares naciona-
las.l" En este texto no queremos entrar directamente en esta discusión
sino señalar una extendida característica de la actual configuración de
sentido común político. Lo que afirmamos no se refiere a la característica
global de las culturas políticas argentinas, pues su estudio requiere
realizar una serie de distinciones atentas a sus segmentaciones internas:
sociales, de género, etarias, partidarias, culturales, etcétera. Hablamos
de la formación de un extendido sentido común en el que se ha producido
una disociación entre los saberes fragmentarios que se tienen de la
realidad de la vida del país (revelación con el Fondo Monetario
Internacional, capacidad de presión de las Fuerzas Armadas, condi-
cionamientos externos de los grandes poderes internacionales, papel de
cierta operatoria del sistema financiero como obstáculo del crecimiento
económico, etcétera) y el sentido que estos saberes tienen para los
mdi0duosensuaccronsoc~L
Los años 60 y 70 se caracterizaron por una asociación estrecha
entre saber y acción: el desarrollismo modernizador unía el diaqn'sotico
del subdesarrollo con la confianza en la planificación estatal y los efectos
o "impactos" beneficiosos de las nuevas tecnologías en el Tercer Mundo;
el marxismo intentaba dilucidar "leyes de la historia" y hada de cada una
de sus conclusiones una implicancia ética y práctica inmediata; los
movimientos de liberación hablaban del desenmascaramiento de la do-
minación imperialista y colonial en un discurso de develación de la verdad
también con implicancias prácticas imperativas. Saber sobre la realidad,
ética y sentido de la acción se articulaban en un solo haz de significación.
Las distintas insuficiencias de estas concepciones frente a la
realidad que ellas mismas habían colaborado a generar y, funda-
mentalmente, la cultura del miedo, el terror, la construcción del pasado en
el discurso oficial y el manejo de la culpa colectiva bajo el gobierno militar,
operaron disociando los saberes que mencionamos y el sentido de la
acción inmediata. Por una parte, es propio de la aceptación de los proce-
dimientos democráticos una posicionalidad basada en la aceptación del
juego de la pluralidad, que no sólo remite al reconocimiento del espacio y
11 Al respecto pueden consultarse los siguientes trabajos: "Democracia en la
Argentina macro y micro" de Guillermo O'Oonnell publicado en "Proceso", crisis y
transición democrátical1, Osear Oszlak (compilador) CEOAL, 1984; "National rock
and dictatoschip in Argentina. The innocent are the guilty, says his highness. the
King of spades" , publicado en Popular Music Yearbook, Cambridge University
Press, 1987, de Pablo Vila; "La juventud argentina: entre la herencia del pasado y
la contrucción del futuro" de Cecilia Braslavsky publicado en Revista de la CEPAL,
número 29,1986.
49
el desecho de los otros sino que despoja -o debe despojar- de
seguridades autoritarias a los conocimientos, creencias y opiniones
de los individuos. Pero esta afirmación es más que todo deductiva, casi
tautológica, si se habla de un sistema que pese a todas las marcas del
pasado autoritario que contiene, sin embargo está construyendo un
régimen democrático. La conjetura que queremos hacer aquí se refiere a
que esta historia política nacional ha tornado más disociada la relación
entre saber y sentido, ya que todo el bagaje coqnitivo de los individuos
está subordinado al sentido de la oportunidad, de lo posible y lo imposible,
de la nada clara respuesta acerca de qué puede hacer la política con los
problemas de la sociedad. En el ciclo político anterior al golpe y que cul-
minó en el primer quinquenio de la década del 70 con el éxito del discurso
que se sintetizaba en la consigna "dependencia y liberación nacional", los
saberes confirmaban la posibilidad de la acción; hoy lo posible da un tono,
una inflexión al saber y redefine la implicancia pragmática que tiene para
los individuos.12 De tal modo, por ejemplo, una vasta zona de la población
puede considerar a la deuda externa como ilegítima o expoliatoria pero, al
mismo tiempo, considera que hay que renegociarla en alianzas con otros
países latinoamericanos para pagarla de otra manera, excluyendo la
posibilidad de que su ilegitimidad se exprese directamente en la actitud de
no pagarla.
Se trata no sólo de un cambio de función o de lugar relativo de
estos saberes, sino de algo más profundo: el debilitamiento de las doc-
trinas partidarias y de las utopías sociales combinado con la capcidad de
ciertos saberes técnicos para apropiarse de algunas temáticas que
hacen al funcionamiento global de la sociedad, los tornan explícitamente
parciales para la visión del propio individuo; su precariedad para construir
una explicación totalizante del sistema social acentúa el hecho de que el
sentido que estos saberes tienen para el individuo se define más en su
implicancia pragmática personal que en imperativos de acción deducidos
automáticamente de estas representaciones de la realidad.13
Esta relación entre saber de la realidad y sentido de la acción no
necesariamente redunda de por sí en comportamientos adaptativos; de-
pende de la oferta política presente en el sistema democrático, de la
disposición a la innovación y transformación, de mantanimiento de una
ética del espacio y la deliberación pública, de la búsqueda de un sentido
nuesvo de la oportunidad y de las brechas que presentan los condi-
cionamientos estructurales nacionales e internacionales, de la dis-
posición a explotar el factor azar y la suerte a pesar del estrecho lugar
'2 Hablamos de una articulación preponderante autorreferente de las culturas
políticas tal como señala la pragmática lingüística: el sentido de la acción induye
centralmente la dimensión intersubjetiva y no está dominada por una concepción
representacionista del saber basada en desentrañar sólo las características de la
"realidad objetiva". Desarrollamos este tema en "El discurso sobre lo posible" ,
edición citada.
13 Estas y otras consideraciones sobre las características de las culturas políticas
SO
reservado para los países periféricos en la reestructuración actual del
sistema internacional.
53
mutua entre los partidos. 16 Un ejemplo muy significativo fue que, durante
la campaña electoral del 85, desde el radicalismo se intentó hacer
reaparecer la cuestión del pacto militar-sindical, que tantos frutos le diera
en 1983, pero en esta oportunidad la cuestión no funcionó. Dada la
realización de elecciones en los sindicatos, las menores evidencias de
que tal pacto pudiera existir, etcétera, el intento radical no sólo fracasó
sino que arriesgó a convertirse en algo negativo para su propia imagen,
en la medida en que ahora aparecía como un intento de confrontación con
los sindicatos no deseado por la mayoría del electorado.
La desarticulación doctrinaria a la que hacemos referencia dentro
del cuadro general de transformaciones de la cultura política nacional,
incide en la posibilidad de fundamentar la existencia de grietas genera-
cionales en cuanto a la transmisión de ciertas tradiciones y doctrinas
políticas manifestadas, entre otros hechos, por las diferencias que tienen
las relaciones que los partidos entablan entre sí con las que a su vez
sostienen sus respectivas organizaciones juveniles. 1?
54
hace a la dispersión de las formas de significación social y política. Para
ello haremos una enumeración no de movimientos sociales sino de dis-
cursos presentes en la vida social, ya que la inclusión de algunos de ellos
en el rubro "movimientos sociales" es discutible. Realizadas estas aclara-
ciones, podemos mencionar cuatro variantes de lenguajes constitutivos
de nuestrasculturas políticas.
En primer lugar, el de los movimientos de derechos humanos, las
Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. En ellos se mantiene una temá-
tica enunciada por los partidos, pero de difícil sostenimiento por ellos,
particularmente para los que deben o pretenden definir políticas para las
Fuerzas Armadas. Sus pronunciamientos tuvieron una gran capacidad de
filtrar en el sentido común y de dar pie a equivalencias discursivas en que
otra serie de reivindicaciones renovaban su presentación bajo la forma de
derechos humanos, aunque a nivel de la vida cotidiana esta temática no
podía sostenerse presente permanentemente en la atención de los in-
dividuos y aunque el "realismo" frente a la recuperación de terreno y
capacidad de presión de las Fuerzas Armadas pusiera límites a la justicia
desde el Poder Ejecutivo (creación de tribunales militares para juzgar a
los militares, ley del punto final, etcétera).
El tema de los derechos humanos hoy encuentra en la justicia el
espacio central de contención: de tal modo se combinan el lenguaje jurí-
dico, la evidencia de las pruebas, la palabra autorizada de la CONADEP
(Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y el lenguaje de
estos movimientos en el que la imagen, el dibujo o la foto del desa-
parecido (la presentación de la ausencia) tiene un emplazamiento
princípal, dejando por lo general en un papel de significación secundario al
lenguaje verbal.18
En segundo lugar, los movimientos vecinales y barriales que
tuvieron lugar por ejemplo durante el tramo final del gobierno del Proceso,
en esa etapa de gelatinosidad institucional que describimos antes y que
abarcó desde el fin de la guerra de Las Malvinas hasta las elecciones,
abrieron un nuevo espacio de disputa política que condicionó y atrajo la
atención de los partidos.
En tercer lugar, si bien en la Argentina no se ha formado un
importante movimiento organizado de mujeres por sus propios derechos,
sin embargo los temas y discursos del feminismo (hablando en sentido
amplio) tienen una significativa capacidad de penetración en los medios y
en los discursos partidarios.
En cuarto lugar, como ya hemos planteado, la convocatoria del
llamado rack nacional se fortalecía como una oferta de lugares de
reconocimiento mutuo para jóvenes que vivían bajo una particular
55
atención de la vigilancia estatal durante el Proceso. Estos espacios
guardan una complicada -por lo menos ambigua- relación con la política:
fueron y son antiautoritarios, pero no estimuladores de por sí de la
participación partidaria de los jóvenes.19
Este conjunto de aspectos que ubicamos bajo el rubro de la
transversalidad cultural de los partidos políticos, pueden dar lugar a una
formulación más general que postule la existencia de dos lógicas: la de la
vida político-institucional y la de la vida sociocuhural. Sus espacios y
tiempos propios, sus posibles cruces y ligaduras constituyen esa notable
característica de la Argentina de combinar la presencia de una
disposición participativa comparativamente aha respecto de otros países
con un sentimiento de los individuos, nada ingenuo, de lejanía respecto
de las tramas donde se deciden las cuestiones trascendentes de la
política.
Los partidos políticos son una institución central de la democracia
y así son reconocidos por los individuos en general, pero no generan
identidades partidarias sólidas en la sociedad, como lo demuestra el dato
elocuente que al promediar el año del gobierno radical las encuestas
registraban a un 60 o 70% de entrevistados que no sabrían a quién votar
si las elcciones se desarrollaran en ese momento. Por cierto, entre los
diferentes partidos y las configuraciones de sentido común y culturas
políticas presentes en la sociedad hay afinidades electivas que se ponen
en funcionamiento, por ejemplo, en circunstancias preelectorales; pero
estas afinidades pueden ser vulnerables por otras ofertas políticas, la
difusión de una mentalidad volcada al voto táctico, de premio o castigo a
una gestión de gobierno o al desempeño de la oposición. De ahí la posible
eficacia de algunos discursos en una campaña electoral, su carácter
productivo de opciones de voto en una franja de la población que decide
una situación de relativo equilibrio de fuerzas entre los dos grandes
partidos.
56
forjados por lo menos desde 1975. Su funcionamiento estuvo íntima-
mente cruzado por la transversalidad cultural a la que nos hemos referido,
configurando una trama discursiva en la que la democracia como valor
deseado adquirió una fuerte competencia argumentativa20 y se situó
como punto de referencia en relación con el cual se fue armando la nueva
ecología discursiva de la política del país. La democracia funcionó enton-
ces como el valor emergente principal que generaba puentes entre los
más diversos discursos sectoriales y partidarios. Esta afirmación admite
y requiere de salvedades: también seguían presentes en la sociedad
bolsones autoritarios, ciertos estilos de la vida cotidiana marcados por
los modelos de autoridad que ofreció el Proceso y largos años anteriores
de exclusión política, golpes de Estado y crisis.
.La legitimidad de origen del nuevo régimen político tenía un nítido
sesgo antiautoritario o, por lo menos, estaba situada en el deseo de la no
repetición del pasado inmediato. Este aspecto fundamental se va a mani-
festar por ejemplo en dos tipos de fenómenos que perduran en la vida
política desde 1983. Por una parte, la posibilidad del Dr. Alfonsín de
ejercer un doble rol: el de aparecer como garante personal del informal
pacto democrático al que nos hemos referido antes y como principal
barrera para la no repetición del pasado y, según las circunstancias, el de
aparecer como dirigente partidario que vuelca todo su prestigio en una
lucha intersectorial. De ahí la tendencia del radicalismo a encarar pro-
cesos electorales como el de 1985 como plebiscitos, como momentos en
que la ciudadanía debía volver a reafirmar el presidente aunque como
persona no se presentase a candidatura alguna, como momentos en los
que su discurso connotaba a la población que un eventual triunfo del
peronismo significaría un replanteo amenazante del juego político
democrático dadas las fuerzas que pondría en movimiento, sus posibles
conflictos internos, etcétera. Esto es, junto con otras argumentaciones y
la referencia a hechos considerados como realizaciones guber-
namentales, se presentaba cierto tema que recorría y daba sentido final al
discurso: el sistema democrático dependía de que el radicalismo volviese
a ganar las elecciones.
En esta estrategia argumentativa la reafirmación de la capacidad
del radicalismo para impedir la vuelta de ciertas formas de hacer política
del pasado tendía a contrapesar las eventuales fallas referidas a la
legitimidad de rendimiento de las politicas gubernamentales (políticas
sociales, salariales, etcétera). Esta especie de argumento último,
destinado a disipar dudas, tuvo una extendida influencia en la población
58
futuro? Es entonces que hacia 1985 el gobierno introduce la problemática
de la necesidad de modernizar al país. Verdadero "cajón de sastre" el
concepto puede incluir la difusión de la informática, el cambio de las leyes
laborales, la ley de divorcio, el cambio de la sede territorial de la Capital
federal, la privatización de las empresas públicas, etc. Una primera
consideración de la cuestión podría ser la siguiente: la temática de la
modernización intenta destrabar la política argentina constituida prin
cipalmente en relación con el pasado. Pero un segundo examen nos hace
llegar un poco más lejos: la temática de la modernización se presenta
como un nuevo principio de legitimidad política que discrimina las
demandas y las políticas legítimas o ilegítimas en el c1ivaje anti
guo/moderno (como otra manera de signfficar pasado/nuevo ciclo
histórico). La conjetura que quisiéramos presentar a esta altura es enton
ces la siguiente: la temática de la modernización en la palabra oficial
supone un intento de desarticulación del discurso radical de la campaña
electoral de 1983, con su vocabulario de partido de oposición, con sus
aspectos populistas, con su apropiación de las temáticas sociales del
repertorio y la tradiciónperonista y de izquierda
Esta operación reconoce entonces una significación profunda
porque implica no tanto un conjunto claro de tareas viables para la ini
ciativa social y empresarial del país, sino porque funciona en el nivel de
principio de legitimidad y tiende a desarticular la lógica cultural-política
con que el radicalismo accedió al gobierno (por supuesto manteniendo
temas y reivindicaciones que se plantean como deseables de obtener en
el futuro pero redefinidos en el orden establecido por la nueva pro
blemática}.21
Se puede decir que esta operación es parte de la adquisición
responsable por parte del gobierno (particularmente del Presidente) de
una "cultura de gobierno". Pero en ella también está la marca del tipo de
orientación general de las políticas del gobierno. No cabe en este texto
hacer un análisis de la gestión del mismo, pero es inevitable describir el
posicionamiento general que fue adoptando: cuenta en su haber la
preocupación por las libertades individuales y políticas, la secularización
de ciertas áreas de la vida social (familia, etcétera), su control de la
hiperinflación, el ordenamiento en las cuentas públicas, etcétera. Pero
asume todos los dramas e impases de una gestión de administración muy
sensible a la presión de los poderes heredados y que en definitiva
pretende estimular una vía capitalista de desarrollo refrenada
electoralmente, en un país con serias restricciones económicas, depen
59
dencia externa y estilos de comportamientos de sus grandes
poderes reacios a lealtades partidarias y a la solidaridad social. Creemos
que ciertos datos globales son elocuentes de su orientación general:
pérdida de la distinción electoral entre deuda externa legítima y deuda
externa ilegítima (que no se pagarla), particular ciudado de mantener
buenas relaciones con el sistema financiero internacional, su intento de
evitar cualquier conflictividad con el gobierno de los Estados Unidos,
ofrecimiento de concesiones fundamentales a los grupos empresarios de
los que pasarla a depender la eventual iniciativa inversionista y reac
tivadora de la economía (blanqueo de capitales, entrega de la gestión del
holcting de empresas públicas a privatizar),22 formación de tribunales
militares para juzgar a los militares en las causas de violaciones de
derechos humanos y la ley del "punto final" por la que se pone plazo para
la presentación de denuncias ante la justicia sobre dichas violaciones,
ausencia de política social y redistribución de hecho de los fondos
disponibles del Estado, preponderantemente hacia ciertos sectores de la
clase media (orientación del crédito para la vivienda, mantención y
ampliación de los subsidios para la escuela privada, deterioro de los
servicios sociales brindados por el Estado, como la salud, crisis de la
caja previsionalde jubilados,etcétera).
A esta altura parece inevitable realizar una consideración general
destinada a contextualizar las afirmació'nes que acabamos de hacer. Con
ello enfrentaremos una doble incomodidad: la de situarnos en una
temática política de tipo general que tiene cierta discontinuidad con lo que
venimos ensayando desde el comienzo del trabajo y la de tener que
aclarar que lo que diremos a continuación es algo que no pretende pre
anunciar el curso de los acontecimientos futuros y sus posibles redefin
iciones, sino que son afirmaciones muy fechadas y dependientes de las
circunstancias presentes.
Vayamos al asunto. Si suponemos que en lo inmediato no hay
peligro de que un golpe de Estado interrumpa la vida institucional del país
y que el ciclo abierto con las elcciones de 1983 descarta la viabilidad de
que la Argentina se encamine hacia alternativas de tipo socialistas
revolucionarias, el cuadro general en que se desenvuelve su vida política
presenta tres grandes campos, distinguibles entre sí a pesar de los
cruces culturales O fácticos que puedan existir entre ellos:
a. los tendientes a una vía de desarrollo capitalista orientada
directamente o a favor de los sectores empresariales más concentrados
y los intereses de la banca internacional, que con un arsenal discursivo
tomado preponderantemente del neoliberalismo conduzca a una especie
22 Uno de los temas más importantes que surgen en los debates sobre altemativas
de desarrollo en el pals es el referido a las caracterlsticas de su sector empresarial
en cuanto a su capacidad de generar riquezas, disposición al riesgo productivo,
hábitos especulativos, lealtades institucionales, etcétera.
60
de reestructuración "salvaje" de la economía nacional y de la inscripción
internacional del pafs;
b. la gestión de esta vfa por parte del gobierno actual, con las ca
racterísticas, los dramas y dilemas que acabamos de enunciar;
c. las alternativas orientadas hacia un capitalismo reformista
sobre la base de la recomposición política de los sectores populares, no
sólo en términos de ciudadanía polftica sino también como actores colec
tivos de la política. Esta vertiente supondría también reconstruir el
ejercicio de la conflictividad de los problemas sociales, culturales, políti
cos del pals y contenerlos al mismo tiempo en las reglas del juego
democrático. Este campo tiene como centro de gravedad al peronismo
renovador, fenómeno ya de peso en la polltica nacional, pero de
orientación aún no muy definida y que deberá afrontar definiciones in
ternas de envergadura en cuanto a su programática, a la elaboración de la
historia y el pasado del propio movimiento peronista y en sus formas de
hacerpolítica.
Estas grandes vertientes se dan sobre la base de la trans
versalidad cultural del sistema de partidos de la que hablamos, no se
expresa tampoco transparsntemante en Jos perfiles que distinguen a un
partido de otr023 y es susceptible de recoponerse súbitamente ante por
ejemplouna eventual amenaza de golpe de Estado.
Bruscamente acabamos de introducir en el texto consideraciones
cargadas de referencias a la coyuntura política, con sus particularidades
y nombres propios. Volvamos ahora también inevitablemente de manera
brusca al tipo de análisis que venimos ensayandodesde el comienzo.
¿Qué es representable?
61
La representación política se ha ejercido y se ejerce de muy
distintas maneras y es un concepto cargado de diversos significados. En
nuestro país estamos ejerciendo peocedimientos en los que el repre
sentante es autónomo, decide sobre la marcha sus posiciones frente a
los temas planteados y debe someterse al control de los representados
mediante elecciones periódicas. Nuestra Constitución Nacional de 1853
enuncia que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus
representantes". Esta fuerte marca liberal de nuestra carta magna
supone que la capacidad deliberativa de la sociedad debe someterse sólo
en la trama de reconocimientos mutuos internos de la clase política, en
una especie de horizontalidad que periódicamente define por sus propias
reglas la oferta de candidatos y de programas entre los que puede optar el
votante. Este postulado fue sobrepasado en la práctica mediante las
conquistas logradas por la ampliación de la ciudadanía sostenidas
fundamentalmente en el yrigoyenismo y el peronismo. Pero contiene un
núcleo de supuestos aún vivos y reactivados en este momento, cuando
en nombre de los procedimientos democráticos se piensa en realidad en
la reducción de la deliberación y del espacio público mediante la
privatización de temas de la sociedad en los dominios exclusivos de los
saberes técnicos, en la confianza en el juego de cintura del representante
frente a las restricciones de los sistemas en que vivimos, en la
asociación sistemática de la ocupación popular de la calle con la posible
desestabilización pofítica., En el fondo se supone que los representantes
deben representar algo que ya está definido, como si fuera un dato
preexistente al mismo ejercicio de la representación, un dato natural, un a
priori sólo alterableen la próxima campañaelectoral.
Pero los múltiples problemas de la sociedad no se convierten por sí
en temas representables; ello se produce mediante abundantes con
flictos político-eulturales a través de los que se establecen los principios
de legitimidad de la sociedad, aquellos puntos de referencia que nos dirán
que ciertas demandas son legítimas y posibles y que otras no, que talo
cual acción de gobierno es buena o cuestionable. Hemos conjeturado
que en la Argentina aún no se ha realizado un pacto institucional formal
entre las diversas fuerzas políticas, pero sl uno de tipo político-eultural
sostenido no en actas o papeles firmados y sí en el cruce de discursos,
memorias, tácticas, rodeos, resignaciones, olvidos y expectativas basa
do en no repetir el pasado reciente o, por lo menos, ponerlo a cierta
distancia del presente. Este impreciso acuerdo que tiene uno de sus
temas centrales es no reintroducir a la violencia política como método y
como concepción del conflicto político. Pero esto tendía y tiende a
construir una frontera con el pasado y a vigilarla, cuestión que remite más
a la conflictiva y pendiente construcción de la memoria colectiva que al
diseño del futuro. Es en una inicial e incierta segunda fase cuando va
62
tomando forma más definida el debate por ciertos principios de legitimidad
(modernización, liberación, socialismo, mercado, autoridad, etcétera) a
través de los cuales la democracia puede encarar la labor de refundación
de la vida nacional, período abierto que por su historia desde el colapso
post Malvinas del Proceso no tiene ninguna épica ni época de oro ni mito
originario propios. En la Argentina de 1983 no se sabía muy bien cuáles
eran los datos básicos de su realidad, cómo había quedado conformado el
país luego de años de cambios sin palabras, desinformados: un país que
iba a modificar a su mayoría electoral, pero que pensaba que el peronismo
volveria a ganar las elecciones. El diálogo y el compromiso entre repre
sentados y representantes se entabló en este terreno. Punto de partida
histórico precario que hacía nás evidente un hecho permanente de la
representación política en cualquier circunstancia: lo representable es
algo que se constituye y se deconstituye permanentemente al ritmo de la
lucha política. Por cierto ganar las elecciones otorga a un partido el dere
cho de gobernar con sus proyectos e ideas, pero no por ello le da la
exclusividad de transitar el camino de la definición de lo representable en
cada momento. Y en esto está en juego el carácter participativo o no de
la democracia.
Hay una suerte de constructividad permanente de lo a representar
que reduce y mutila -aun en los mejores ejemplos de representación
participativa- una realidad ontológicamente no encapsulable en la política
o en el lenguaje. Por ello, precisamente, la participación y la recreación
del espacio público que deseamos tampoco debería ser confundida con
una suerte de imperialismo de la política sobre las otras prácticas
sociales y culturales. Y no nos referimos sólo a que por más que es salu
dable fortalecer a nuestro sistema de partidos ellos no tienen de hecho el
monopolio de la representación (ahí están los ejemplos de los movi
mientos sociales, barriales, culturales, juveniles). También hablamos del
límite de fondo de toda forma de representación en el Estado: es incapaz
de homogeneizar la diversidad, esa heterogeneidad, ese plus que sólo el
imaginario autoritario puede concebir como reductible, como susceptible
de consenso. Hablamos de la diversidad y singularidad de los trayectos
existenciales frente a cuestiones que desbordan a la política como
actividad específica: el deseo, la muerte, el goce estético, la religión.
Ahora bien, junto con los problemas referidos al alcance y los
límites de la representación política se plantea e: tema de la ampliación y
recreación de sus formas. Para el pensamiento centrado exclusivamente
en los temas de la gobernabilidad institucional y simbólica de la sociedad,
la emergencia de demandas participativas, la aparición de procesos no
contenidos previamente en la agenda pública, la irrupción de cuestiones
no representadas en el sistema, son amenazantes, son cuestiones que
sólo podrían funcionar como ofertas para el discurso autoritario, mesiá
63
nico o desestabilizante. Sin excluir estas posiblidades digamos, sin em
bargo, que desde esta óptica el futuro sólo nos puede deparar una Wjaula
de hierro" institucional weberiana, pero pobre, con remiendos, sin
recursos, urgida siempre por destematizar las cuestiones sociales y gra
dualmente aplanada cunuraknente,
Consideradas desde otra óptica, la redefinición y ampliación de las
formas de representación, la irrupción de lo no representado, el respeto
por la autonomía de las acciones de la sociedad pueden ser el camino de
la oportunidad democrática que nos vaya liberando de las restricciones
heredadas o que, por lo menos, juegue su chance a dar curso trans
formador a nuestrorumbo institucional.
Enero 1987.
64
POLITICA y MILITANCIA: ¿HACIA EL FIN
DE UNA CULTURA FRAGMENTADA?
Vicente Palermo
Introducción.
moderado, en el que dos grandes fuerzas recogen casi todas las preferencias
en el plano legislativo y más tenue aún en los niveles regional y local (provincial y
municipal)
·Construcci6n del poder popular", revista Unidos, Buenos Aires, 1984. Recientes
65
Los grandes partidos han integrado a su manera la diversidad de
temas que actualmente recorre la sociedad, transformándola en oferta más
y más difusa; es significativo, por ejemplo, que lograran impedir el
crecimiento de alternativas a laderecha y a la izquierda mediante la inclusión,
de un modo al menos electoralmente satisfactorio, de las cuestiones que
hubieran permitido el despegue de las fuerzas menores. Ni la UCD (Unión
de Centro Democrático) pudo afirmarse en el antiestatismo pese a lo
arraigado del discurso privatista en el electorado de clase media, ni la
izquierda pudo arrebatar al peronismo renovador los temas nacional popu
lares en un país sometido a un durísimo estrangulamiento externo. Y ello se
dio en el marco de una campaña electoral en la que el sentido de los discursos
predominantes estuvo muy estrechamente ligado a la problemática insti
tucional, y los candidatos no se distinguieron por diferencias sustantivas en
sus propuestas sino por presentarse como los más aptos para encarar los
mismos problemas en políticas básicamente semejantes~
trabajos que analizan la evolución de los partidos políticos en Argentina son, entre
otros: MarceloCavarozzi, Argentine Democratic PoliticalParties, BuenosAires, 1985
y Ariel Colombo, Nuevas tendencias en el sistema de partidos, BuenosAires 1985.
(Ambos trabajos mimeografiados).
3Esto implica tanto la pérdida de significación pública de detenninadas cuestiones
(v.gr.la dependencia)comola reoefinición de otras (v. gr.,las cuestionesrelacionadas
a la justicia social en ténninos de "tiempo" -para superar la pesada herencia del
pasado...- y de "crecimiento" en lugar de alteraciónde relacionesde poder, oonflicto
social, etc.).
4EI sector peronista renovador no creció, dentro de su partido, sobre la base de un
regreso a los temas de la transfonnaciónsocial y la liberaciónnacionalcon los que el
peronismo habla adquirido, en el 73, un perfil fuertemente movilizadory convocante,
sino sobre temas institucionales: oamecracía interna, participación del afiliado en la
organizaciónpartidaria,oposiciónconstructivafrente al oficialismo, etcétera. En ese
sentido,el contrasteentre el discurso de los sectoresrenovadorespreviosal comicio
(dirigido a la sociedad en general) y posterior al mismo (orientado a traducir en el
conflicto interno los resultados electorales,y por ello muchomásduro y opositor frente
al gobiemo radical) es elocuente.
66
Probablemente, el caso paradigmático en ese sentido esté dado por
el peronismo de la ciudad de Buenos Aires, menos conflictuado por la crisis
interna que el de la provincia, y que obtiene, en noviembre del85, más votos
que en 1983. El discurso de Carlos Grosso parece ser el renovador
modernizante por excelencia.
Pero, ¿cuál ha sido el correlato visible de esta configuración electoral,
en el interior de los dos grandes partidos, al menos en el distrito metropoli
tano, uno de los más importantes1' En la UCR (Unión Cívica Radical), las
internas de 1985, que antecedieron a la elección parlamentaria, se resolvie
ron claramente a favor de una alianza entre la Junta Coordinadora de la
Juventud Radical (Renovación y Cambio) y una multitud de caudillos locales
de variados orígenes, contra el sector "histórico" de Renovación y Cambio.
Por primera vez, por tanto, la interna radical y la interna de Renovación
y Cambio fueron una sola; pero el sector triunfante -elientelfsticamente
afirmado en el aparato estatal- representa la corriente de la Junta Coordina
dora que más rápida y apaciblemente acompañó el viraje mediante el cual
Alfonsín se fue desprendiendo de los componentes más "nacional popu
lares" de su discurso y fijando en los relativos a lo democrático institucional
y a la modernización? En el peronismo, entretanto, los sectores que más
tenazmente intentaron constituirse en continuadores del imaginario transfor
mador y antiimperalista del 73 fueron pulverizados por la contundencia con
que Grosso logró convertirse, ante el afiliado, en la única expresión creíble
de democratización interna y de oposición no rupturista frente al radicalismo.
los sectores ortodoxos y autoritarios del peronismo porteño, así como las
expresiones más conservadoras del radicalismo, perdieron definitivamente
terreno, aunque en modo desigual.? Los procesos internos, en suma,
acompañaron la evolución con que ambos partidos se asemejaron crecien
temente uno al otro frente a la sociedad para competir por las preferencias
electorales.
Ahora bien, ¿en qué medida se trata de modificaciones más estables
y que penetran más allá de la superficie partidaria, las que pueden obser
varse a simple vista? En un trabajo muy reciente, Oscar Landi alude a la
desarticulación de las matrices doctrinarias que, vigentes durante casi toda
nuestra historia contemporánea, connotaron vivamente la cultura política
haciendo de la fragmentación, la exclusión y la deslegitimación recíproca sus
rasgos dominantes. Landi agrega que •...dicha desarticulación doctrinaria
incide en la posibilidad de fundamentar la existencia de una ruptura genera
cional en cuanto a la trasmisión de ciertas tradiciones y doctrinas políticas·~
8Landi, Osear. Argentina 1985: los sentidos del pacto democrático. Buenos Aires,
67
La crisis profunda de la identidad política peronista, inaugurada
durante el lapso 73-76 agravada luego, la redefinición interna de la UCR en
torno a la expansión del Movimiento de Renovación y Cambio, la impronta
indeleble de los años de autoritarismo y represión "disciplinante", han
afectado, sin duda, los procesos de socialización político cultural que tienen
lugar en el seno de las fuerzas partidarias, pero hasta el momento es poco
lo que puede decirse con certeza en cuanto a la dirección precisa y la
intensidad de esos cambios. ¿En qué medida se trata de tendencias previsi
blemente perdurables? ¿En qué medida ese atenuamiento de los perfiles
más ideológicos, que facilita la conversión en partidos integradores9 capaces
de asimilartemas muy diversos y convertirlos en propuestas suficientemente
difusas, se sustenta en transformaciones internas? Sin pretender dar
respuestas definitivas, uno de los objetivos de la investigación que nos
planteamos fue el de registrar la presencia de cambios en las orientaciones
político culturales de los dirigentes partidarios, y su congruencia o incon
gruencia con las modificaciones de la cultura política más visibles en la
escena pública.
Especfficamente, en este trabajo discutiremos un aspecto de los
resultados obtenidos, relacionado a la existencia de cortes generacionales
en materia de cultura política. Los datos en que apoyamos nuestra discusión
del tema son los obtenidos a partir de la consideración de 89 entrevistas a
dirigentes locales radicales y justicialistas metropolitanos -presidentes de
comité y secretarios generales de unidades básicas. respectivamente. 10
Cuadro 1
Diferencia más importante con el otro partido
ueR PJ
(43) (37)
69
Cuadro 2
Diferencia más importante con el otro partido
UCR PJ
(46) (43)
70
Cuadro 4
Permanencia o cambio de fracción
UCR PJ
(35) (14)
71
Cuadro 5
Pertenencia a una fracción en el
pasado
UCR PJ
(46) (43)
Cuadro 6
Pertenencia a una fracción en el pasado
UCR PJ
Cuadro 7
Valoración de fraccionalismo y la
competencia interna
UCR PJ
(45) (37)
72
Cuadro 8
UCR PJ
+ jóv. -vie]. + jóv. -víe].
73
Cuadro 9
Ordenamiento de los partidos en un continuum
UCR PJ
(36) (37)
Cuadro 10
Ordenamiento de los partidos en un continuum
UCR PJ
Cuadro 11
Opinión sobre la influencia de los
partidos
UCR PJ
Reducirse ( 1) 2% ( 5) 12%
(43) (42)
74
Cuadro 12
Opinión sobre la influencia de los partidos
UCR PJ
+ jóv. -vie]. + jóv. -vle].
Cuadro 13
Percepción de las relaciones entre actores y políticos
UCR PJ
(41) (35)
Cuadro 14
Percepción de las relaciones entre actores y políticos
UCR PJ ,
+ jóv. -víe]. + jóv. -vle].
76
Cuadro 15
Disposición a identificarse con
otro partido
UCR PJ
(46) (43)
Cuadro 16
Disposición a identidicarse con otro partido
UCR PJ
+ jóv. +viej. + jóv. -víe].
cales (cuadro 9), éstas no son tan amplias como podría haberse esperado.
En realidad lo llamativo, en contraste con fa cultura política tradicional, es que
una mayoría de integrantes del PJ acepte la propuesta (con todo. hay
algunos casos especiales; sin tomar en cuenta las respuestas incluidas en
el cuadro 9, cuatro justicialistas contra ningún radical aceptan la propuesta
pero rechazan ubicar al propio partido en el continuum, dos peronistas no
pueden ubicar a la UCR, en tanto que nueve radicales no pueden ubicar al
PJ. En otras palabras, para radicales y peronistas la ubicación del PJ en el
continuum derecha-izquierda es problemática).
Los jóvenes de ambos partidos, entre tanto (cuadro 10), se parecen
77
Cuadro 17
Otropartidocon el que se identifica
UCR PJ
Cuadro 18
Cuestiones prioritarias para la democracia
UCR PJ
Acuerdo (34) 75% (21) 52%
entre parto
(45) (40)
78
Cuadro 19
UCR PJ
79
respuestas en las que no se establece con claridad qué sectores "ganan" y
"pierden" posiciones relativas -por ejemplo. favoreciendo a un tiempo el
incremento de la influencia de empresarios y sindicatos, intelectuales e
iglesia- y como "conflictuales" aquellas en que se establece cierta comple
mentariedad de pérdidas y ganancias. En este punto, el porcentaje de
orientaciones "consensuales" es bastante alto y algo mayor entre justicialis
tas (cuadro 13); en otro trabajo hadamos referencia a la extendida adhesión
-expresada en torno al discurso de la "unidad nacional"- que la percepción de
Cuadro 20
Cuestiones prioritarias para el
desarrollo económico
UCR PJ
(41) (40)
Cuadro 21
Cuestiones prioritarias para el desarrollo económico
UCR PJ
so
Cuadro 22
Problemas más importantes para
el pafs
UCR PJ
(45) (36)
Cuadro 23
Problemas más importantes para el país
UCR PJ
Estab. poI. (8) 38% (10) 41% (7) 39% (6) 33%
81
los intereses sociales en términos de consensualidad "natural" tiene por
parte de las dirigencias políticas argentinas~8 La diferencia entre ambos
partidos no sorprende tomando en cuenta tanto contenidos doctrinarios con
cierta resonancia organicista en el justicialismo (la noción de comunidad
organizada que acota el campo de lo politico a una tarea de "organización"
de partes con intereses esencialmente comunes), como el aprendizaje
derivado de su experiencia histórica -el nacimiento del peronismo y sus
primeros años de gobierno, fijados en la memoria colectiva como una etapa
en la que el poder empresario y el de las organizaciones obreras crecieron
a un tiempo-o Pero, por otra parte, resulta de interés comprobar que los
jóvenes del PJ se inclinan -aunque ligeramente- hacia un mayor recono
cimiento de la conflictualidad, de modo tal que los jóvenes de ambos partidos
se asemejan más (cuadro 14).
8. Las respuestas a: no siendo su propio partido, ¿qué otro representa su
posición política en forma más aproximada?, permiten obtener indicios sobre
la disposición de los entrevistados a legitimar otras identidades políticas,
otorgándoles significaciones y valoraciones propias y por lo tanto recono
cimiento -imprescindible en un marco democrático-o Globalmente considera
dos, la disposición a identificarse con otro partido es baja entre justicialistas
y radicales (cuadro 15), lo que no puede sorprender tratándose de subcultu-
Cuadro 24
Cuestiones prioritarias para la
justicia social
UCR PJ
Estim.partici. ( 3) 7% ( 9) 23%
Retor. ( O) ( 4) 10%
const.
Construc.
(14) 34% (15) 38%
vivo
(41) (39)
82
Cuadro 25
Cuestiones prioritarias para la justicia social
UCR PJ
83
sería la de una combinación de pluralismo y movilización políticiO más que
una restricción de la competencia partidaria sostenida en un desaliento a la
participación como garantía de la estabilidad democrática. De todas formas,
la preferencia por el acuerdo interpartidario es considerablemente mayor
entre radicales (cuadro 18). Por ello no es sorprendente que disminuya entre
los jóvenes de ese partido (cuadro 19), y sí lo es un tanto que aumente
perceptiblemente entre jóvenes justicialistas. Los jóvenes de ambos parti
dos, que se asemejan mucho más entre sl, estructuran una concepción de
democracia participativa (acuerdo interpartidario + participación = bloque
nacional popular por las transformaciones).
g. En este caso, el mismo grupo de cuestiones debía ser vinculado al
desarrollo económico. Por supuesto, es trivial que las respuestas se
concentren en "reforma fiscal", "pleno empleo", "control de la inflación" e
"inversiones"; lo importante es cómo se agrupan las preferencias entre estas
alternativas. Pueden observarse (cuadro 20) varios aspectos signrticativos:
en ambos partidos, más de la mitad de los entrevistados seleccionaron
"inversiones", y muchos menos "empleo"; el crecimiento económico no
parece asociarse a un aumento de la demanda sostenida en la expansión del
mercado interno -nuestros dirigentes no son, digamos, muy keynesianos-.
Tampoco parecen propensos a afectar intereses mediante una mayor
equidad impositiva: sólo unos pocos, de ambos partidos, otorgaron relevan
cia a la reforma fiscal. La mayor diferencia tiene lugar en el control de la
inflación: muchos más radicales destacaron esta alternativa (con todo, entre
los peronistas no fue menos preferida que el pleno empleo). Considerando
cómo se aparearon las alternativas, en las respuestas de cada entrevistado,
surge que control de la inflación-inversiones -un punto de vista bastante
"eficientista" en términos de políticas lJúblicas- es la combinación más
frecuente, algo más entre los radicales. 1
Discriminando según grupo etario aparecen novedades interesantes;
muchos más jóvenes que viejos peronistas seleccionan control de la
inflación, acortando notablemente la diferencia entre ambos partidos; algo
parecido, aunque en grado menor, ocurre con inversión (cuadro 21). Entre
los radicales, también hay cambios en inversión yen reforma fiscal. Dejando
de lado esta última alternativa, ya que se trata de muy pocos casos, los
jóvenes de ambos partidos se parecen mucho más entre sí al ser claramente
ciable y da una pautade la omnipresencia actual de este tema, otrora acotadoa las
84
la inversión y el control de la inflación sus preocupaciones centrales en lo que
respecta al desarrollo económico, combinación por cierto no muy "popu
lista".22
h. Presentando un listado de problemas nacionales, se solicitaba la entre
vistado que escogiera los tres más importantes. Como puede verse (cuadro
22), radicales y peronistas seleccionaron los mismos problemas y en un or
den semejante -aunque evidentemente las preferencias justicialistas fue ron
más dispersas-o Discriminando según edad, se acortan las diferencias entre
jóvenes peronistas y radicales en inflación y estabilidad política (cuadrozá),
aunque las variaciones son ligeras. Por el contrario, las diíerencias entre los
jovenes se amplían en educación y en vivienda, reforzándose las diferencias
en estos puntos entre radicales y peronistas globalmente considerados.
1. Si se consideran globalmente, y frente a las m ismas alternativas que para
democracia y desarrollo económico, tanto peronistas como radicales aso
cian con justicia social sobre todo empleo y construcción de viviendas
(cuadro 24), aunque las preferencias radicales están más concentradas en
empleo. Los jóvenes de ambos partidos concentran algo más sus preferen
cias en esta alternativa. El control de la inflación obtiene porcentajes mucho
menores a los de empleo y vivienda; en términos generales, las diterencias
entre jóvenes y viejos no son demasiado descatables (cuadro 25). Lo
interesante, en ambos partidos y entre viejos y jóvenes, es la existencia de
una percepción implícita de la problematicidad de la política en el marco de
la crisis: mientras que frente a desarrollo económico, las opciones clara
mente destacadas son control de la inflación e inversiones, y entre los
problemas más importantes la inflación ocupa una posición preponderante,
frente a la justicia social se invierten por completo las preferencias, aloptarse
mayoritariamente por pleno empleo mientras que la lucha contra la inflación
es muy secundaria y las inversiones prácticamente desaparecen. El con
traste más claro tiene lugar, precisamente, entre desarrollo económico y
justicia social. De cualquier modo, los peronistas concebirían en forma
menos problemática que los radicales las opciones de política pública: ple
no empleo obtiene preferencias más parejas -aunque no tanto entre los
jóvenes- ycontrol de la inflación es menos enfatizado -aunque algo más entre
los jóvenes-o Pero es significativo que, si mantiene su vigencia -entre nues
tros dirigentes de ambos partidos- una pauta "populista" en lo relativo a
justicia social (pleno empleo + construcción de viviendas), ello no es tan cierto
ni tan claro (aunque algo más para viejos peronistas) en lo que respecta a
desarrollo económico.
22 Cabe señalar que entre los viejo peronistas la mayor dispersión expresa más
opciones por la reforma fiscal y por construcción de viviendas y escuelas, lo que se
ajustaen mayormedida a los patrones"clásicos" de la cultura política justicialista.
23 Lasaltemativas eran: inflación- problemas del menor- familiay divorcio- seguridad
intema - seguridad externa - salarios - salud - libertad de prensa - desarrollo
agropecuario - desarrolloindustrial - educación - vivienda - ineficienciaadministrativa
- desempleo - inestabilidad política.
85
J. Como señalamos, entre los sectores que por su influencia política se pedía
al entrevistado su opinión, se contaba a la Iglesia. Al respecto, las preteren
cias de radicales y justicialistas (cuadro 26) son bastante semejantes,
ligeramente más favorables a su influencia entre estos últimos. La relación
entre peronismo e Iglesia es compleja y -obviamente- reconoce altibajos,
pero sin duda un componente fuerte en la concepción de importantes
sectores peronistas es la cercanía entre la doctrina justicialista y la doctrina
social de la Iglesia. Sin embargo, tomando en cuenta la edad de nuestros
entrevistados, surgen contrastes significativos, ya que la opción por reducir
su influencia aumenta considerablemente entre jóvenes peronistas y dismi
nuye un tanto entre jóvenes radicales, con lo que los jóvenes se parecen más
entre sí que los viejos, en una pauta menos "anticlerical" que la de los viejos
radicales y más "anticlerical" que la de los viejos peronistas (cuadro 27).
k. Históricamente, el peronismo "ortodoxo" siempre abrigó orientaciones
favorables al empresario "nacional", al que concibió parte imprescindible de
la coalición social sobre la que podía sostenerse un gobierno peronista. Ni
ladirigencia partidaria ni la sindical tradicionales cuestionaron, en lo esencial,
este punto de vista (que por otra parte se patentiza en los repetidos acuerdos
"programáticos" entre la CGT [Confederación General del Trabajo] y las
confederaciones empresarias durante los últimos tiempos). Sí se toma en
cuenta cómo se correlacionan las opiniones sobre la influencia de empresa
rios y sindicatos entre nuestros entrevistados (cuadro 28) la orientación
tradicional recibe cierta confirmación, puesto que entre los justicialistas, el
31 % optó por expandir simultáneamente ambas influencias (este porcentaje
no varía entre los jóvenes).
De modo que no es sorprendente (cuadro 29) que el grupo de
dirigentes justicialistas proclives a disminuir la influencia de los empresarios
sea bastante minoritario; aunque entre los radicales es mayor, de cualquier
forma es considerable el porcentaje de dirigentes que prefieren que la
gravitación del sector no sea reducida. Ahora bien, entre jóvenes de ambos
partidos las diferencias disminuyen considerablemente, siendo más los
peronistas y menos los radicales favorables a la reducción de la influencia
empresaria (cuadro 30). De cualquier forma, se mantiene un grupo no
despreciable de jóvenes peronistas favorables al incremento de la
gravitación del sector.
Hasta aquí, las cuestiones u orientaciones en las que los cambios
más significativos tienen lugar por parte de los jóvenes justicialistas; otro
grupo de ellas, aunque menos numeroso, da cuenta de reagrupamientos en
las preferencias de los jóvenes radicales.
a. Frente a la pregunta ¿cuál es el sistema de partidos necesario para la
Argentina?, nuestros entrevistados disponían de tres alternativas: un
movimiento nacional y popular, un sistema de dos partidos, un sistema de
varios partidos. Conforme a lo que es ampliamente conocido, la concepción
mcvimientista como la matriz de comprensión de las identidades políticas y
las relaciones entre las mismas, y el consiguiente rechazo al juego partidario,
86
Cuadro 26
Opinión sobre la influencia de la
Iglesia
UCR PJ
(44) (43)
Cuadro 27
Opinión sobre lainfluencia de la Iglesia
UCR PJ
24 Señalada entre otros por Beatriz Sarlo, 'La Izquierda ante la cultura: del
dogmatismo al populismo', revista Punto de Vista, núm. 20, Buenos Aires, mayo de
1984, Y Alvaro Abas, 'De lo plebeyo a lo social. Notas sobre la crisis del pero
nismo', revista Unidos, núm. 4, Buenos Aires, diciembre de 1984.
87
Cuadro 28
Opinión sobreinfluencias de empresarios y
\ smd~aros
\:. - .
UCR
Sindicatos
Expan. ( 2) 4% (4) 9% ( 1) 2%
Cuadro 28
Opinión sobreinfluencias de empresarios y
sindicatos
PJ
Empresarios expan. manto reduc.
Sindicatos
88
Cuadros 29
Opinión sobrela influencia de los
empresarios
..
UCR PJ
(43) (39)
Cuadro 30
Opinión sobre la influencia de losempresarios
UCR PJ
89
de la cultura política tradicional-? ¿Se define el movimiento en una clave
hegemónica, en términos de reducción de la competitividad inter
partidaria, o de legitimación recíproca que combina la competencia con el
acuerdo entre los partidos?25 No pretendemos dar a estas preguntas
respuestas precisas en base a nuestras entrevistas, pero sí dar cuenta
de datos que sugieren tanto la erosión de fa oposición movimiento-partido
en el peronismo como la labilidad de los apoyos que la forma hegemónica
de pensar el movimientismo puede tener en el radicalismo aunque, en
ambos casos, se registra la presencia de preferencias antipartidarias o
hegemónicas. Por ejemplo, en el Pj, el 55% de los dirigentes que prefirió
el movimiento nacional y popular también sostuvo que los partidos
políticos eran, para la consolidación de la democracia, la herramienta más
importante -contra el resto que sostuvo que eran un instrumento
importante sin ser el único-; estos mismos dirigentes optaron en un 58%
por la expansión de la influencia de los partidos en la política argentina,
aunque un 14% optó por su reducción y finalmente, un 89% de los
integrantes de este grupo reconoció aspectos positivos de diverso tip026
Cuadro 31
Tipo de sistema departidos necesarios para la Argentina
UCR PJ
Bipart. ( 5) 12% ( O)
Multipart. (16) 39% ( 6) 14%
(41) (42)
25 Al respecto, señala Marcelo Cavarozzi (ob. cit., 1985): •...La Junta Coor
dinadora levantó la consigna del Tercer Movimiento Histórico como articulación
entre, por un lado, el renovado atractivo popularde la UCR y, por otro, la memoria
de los dos anterioresmovimientos que habla disfrutadode amplio apoyo de masas:
el ala Yrigoyenistadel radicalismo en los 10 y los 20, y el peronismo. El tema del
Tercer Movimiento Históricotenia, a los ojos de los lideres de la Coordinadora, una
doble ventaja: daba nitidez al deseo del Movimiento de renovación y Cambio de
expresar continuidaden el Yrigoyenismo, que representaba la vertiente popular de
la UCR, y reconocíael peso de las tradiciones peronistasal mismotiempoque suge
ría su agotamiento. Sin embargo, el lema"movimiento" tiene una resonancia antipar
tidista que no estuvo ausente en los dos primeros ·movimientos históricos": tanto
Yrigoyen como Perón hablan tendido a generar el descrédito de los políticos y a
identificara los partidoscon divisionismo, faccionalismo y egolsmo. Pero la Coordi
nadoraeludióuna resolución expresa de estaimplícitaambiqüedad",
26 Se ilustraen relación a loscuadros 35 y 36
90
Cuadro 32
Tipode sistema de partidos necesariospara la Argentina
UCR PJ
-jóv. -víe], -jóv. +viej.
Mov. naco (13) 68% (7) 32% (20) 100% (15) 71%
91
Cuadros 33
Opinión sobre la influencia política de lossindicatos
UCR PJ
(44) (42)
92
Cuadro 34
Opinión sobrela influencia política de Jos sindicatos
UCR PJ
Cuadro 35
Valoración delotropartido
UCR PJ
(38) (34)
93
Cuadro 36
Valoración del 'otro Partido
UCR PJ
Cuadro 37
Re~c0nen"epart~osy
asociaciones intermedias
UCR PJ
(41) (29)
94
Cuadro 38
Relación entrepartidos y asociaciones intermedias
UCR PJ
-jóv. +viej. +jóv +viej.
Cuadro 39
Opinión sobrela influencia de los
intelectuales
UCR PJ
Reducirse ( 3) 7% ( 2) 5%
(44) (40)
95
Cuadro 40
UCR PJ
Reducirse ( 1) 4% ( 2) 8% ( 1) 5% ( 1) 4%
97
CONSENSO DEMOCRAllCO EN EL CHILE AUTORITARIO
Angel Fllsflsch
pág. 25.
99
actores que se comportan racionalmente en la persecución de deter
minados intereses originados por esa misma estructura.f Desde este
punto de vista, la estabilidad democrática es un problema de integración
socioeconómica -supone la existencia de un compromiso de cleses-, los
fenómenos de desestabilización se explican por cambios en el compor
tamiento estratégico de los actores que llevan a procesos de desin
tegración socioeconómica, y la redemocratización implica la recons
trucción del compromiso de clases perdido.
Finalmente, se puede dar cuenta de la estabilidad democrática a
partir de la eficacia coercitiva estatal, entendida esta expresión en
sentido amplio, es decir, no sólo con el mero ejercicio de capacidades re
presivas, sino connotando también un desempaño estatal adecuado
frente a los desafíos, endógenos y exógenos, que la historia va generan
do. Probablemente, la paternidad de esta visión hay que atribuirla a We
ber,4 para quien la operación de un orden político democrático es esen·
cialmente el despliegue de una dominación burocrático-estatal sobre la
sociedad respectiva. Desde est¡=; tercer punto de vista, tanto los fenóme
nos de desestabilización de un orden político democrático, como igual
mente la liberalización politica de una situación autoritaria, son procesos
de descomposición estatal,5 esto es, efectos de un pobre desempeño
estatal que es incapaz de superar una o más crisis sobrevinientes. A la
vez, un proceso exitoso de redemocratización implica una recomposición
estatal, que subsane aquella descomposición que fue la causa de la
liberalización.
No parece conveniente considerar estas ofertas teóricas como
alternativas excluyentes. Por una parte, no existe, al menos hasta hoy,
evidencia suficiente como para decidir que sólo una de las dimensiones
señaladas posee un carácter principal, y que las dos restantes son me
°
ramente secundarias aún epi fenomenales. Por otra parte, lo que se sa
be de los procesos políticos indica que ellos involucran de maneras
complejas las tres dimensiones en cuestión. Por consiguiente, es pruden
te partir de la premisa de que la estabilidad democrática es tanto un
problema de integración normativa como también de desempeño estatal y
de integración socoeconórnicaf Igualmente, conviene conceptuar los fe
nómenos de desestabilización de un orden democrático y de redemocra
101
una redemocratización es lo suficientemente simple como para no
requerir de ulteriores elaboraciones. Sin embargo, la verdad es que ella
plantea problemas de carácter general, que necesitan ser abordados
previamente.
102
No obstante, independientemente de si se considera que las
orientaciones normativas específicamente políticas son suficientes o no,
parece haber unanimidad en el sentido de que son necesarias. En una
sociedad donde la vasta mayoría de sus miembros valora negativamente
el régimen democrático y sus instituciones, ni la estabilidad democrática
ni un proceso exitoso de redemocratización son viables, salvo que los
imponga desde fuera algún agente exógeno capaz de obrar como garante
de elios por un tiempo suficiente. Adicionalmente, la evidencia disponible
sugiere que los efectos políticos que pueden alcanzar orientaciones nor
mativas no políticas o prepolíticas -antiautoritarismo, creencias económi
cas, etc.-, son indirectos y están necesariamente mediatizados tanto por
las estructuras políticas como por las orientaciones normativas espe
cíficamente políticas existentes.a Un consenso que incluye orientacio
nes culturales genéricas o determinadas orientaciones económicas, sólo
refuerza el efecto principal de las orientaciones específicamente polí
ticas. Por consiguiente, es legítimo circunscribir la idea de consenso a
estas últimas. tal como se hace en el presente análisis.
La idea de consenso posee una connotación aritmética. Denota la
existencia de un acuerdo, pero también el hecho de que la proporción de
miembros de la población identificada como relevante que están de acuer
do es de un orden de magnitud muy elevado, y en todo caso superior o
igual a un cierto orden de magnitud crítico. ¿Cuál es ese orden de magni
tud crítico, o bien, si se admite que puede ser variable según las circuns
tancias, cuál es el criterio para fijarlo?
En la tradición parsoniana, hay dos respuestas a este problema.
La primera, que fue del propio Parsonsf reside en declarar que el estado
de la elaboración teórica hace insoluble el problema por ahora. La
segunda consiste en salvar la dificultad mediante el empleo de algún ad
jetivo adecuado. En este sentido, es típica la afirmación de Chalmers
Johnson 10 de que el consenso normativo requerido por una sociedad
normal, estable y libre de crisis, incluye a la vasta mayoría de sus miem
bros adultos normales. En los análisis politológicos inspirados por esta
tradición, la magnitud del consenso democrático usualmente se ha esti
mado como algo cercano a la unanimidad. Por ello, en la descripción
típica de lo que sería una sociedad democrática normal, los desviados res
pecto de las orientaciones normativas dominantes son caracterizados
como periferias marginales: franjas tenues ubicadas a derecha e iz
quierda en el espectro político. Esa caracterización evoca un consenso
cuyo orden de magnitud está próximo a un 90% de la población. En esas
condiciones, la situación de la décima parte o menos de desviados,
distribuidos en ambos extremos del espectro político en grupos que por
8 Véase Tiano, Susan , "Aulhoritarianism and Political Culturein Argentina and Chile
. ,. . 103
su magnitud no pueden alcanzar relevancia política a través del empleo
de medios democráticos ordinarios, efectivamente puede describirse co
mo una periferia marginal.
La verdad es que para contar con una estimación satisfactoria del
orden de magnitud crítico requerido para la existencia de un consenso,
habría que disponer de un modelo matemático plausible de la operación de
órdenes políticos democráticos, o de procesos de redemocratización a
partir de situaciones autoritarias.t t Hasta donde llega el conocimiento del
autor, no existen modelos capaces de proporcionar esa estimación. Ello
obliga a recurrir a estimaciones arbitrarias, a lo más susceptibles de fun
damentarse mediante argumentaciones más de sentido común que teóri
cas.
En un artículo publicado en 1970, dedicado precisamente a la
cuestión de la existencia de consensos normativos en sociedades capita
listas democráticas, Michael Mannt2 proporciona una de esas estima-
Cuadro I
Clasificación de situaciones según ordendemagnitud de la
democracia
Tipo de situación
orientaciones positivas orientaciones negativas
11 Un tipo de modelos que se podrfa explorar pata obtener estimaciones como las
señaladas es el que bosqueja Przeworski en, Adam Przeworski, Some Problems in
rhe study of the transition to democracy, The Wilson Center, Latin American
Program, working paper Ng61.
12 Mann, Michael, "The social cohesion 01 liberal democracy, American
Sociological Review, Volumen 35, núm. 3, junio 1970. Agradezco a José Nun
haberme señalado este trabajo.
104
ciones. Adoptando la clasificación de situaciones propuesta por Mann,
una situación es de Consenso Democrático si un 75% o más de la pobla
ción relevante comparte una orientación positiva hacia el régimen demo
crático o alguna de sus instituciones. Inversamente, si la orientación que
comparte el 75% o más es negativa, la situación es de Consenso Antide
mocrático. Si el porcentaje de quienes comparten una orientación posi
tiva o una negativa se ubica entre el 60% y el 75%, se puede hablar de
Disenso Democrático o Disenso Antidemocrático. según el signo de la
orientación. Finalmente, cuando hay en la población un claro desacuer
do, esto es, si quienes comparten una orientación positiva se ubican en
tre el 40% y el 60% de la población relevante, se habla simplemente de
Disenso. El Cuadro I presenta sintéticamente estos principios clasi
ficatorios.
Sin duda, hay un componente importante de arbitrariedad en los
puntos de quiebre utilizados. No obstante, se pueden invocar razones
que confieren plausibilidad a la clasificación. En efecto, en una situación
de Consenso Democrático es altamente probable que el segmento anti
democrático de la población relevante -como máximo, una cuarta parte de
ella- sea lo suficientemente heterogéneo como para fragmentarse en gru
pos menores, ubicados en los extremos del espectro político, constitu
yendo as! una auténtica periferia marginal, que no afectará sensiblemente
el estilo, contenidos y desarrollo de los procesos políticos. En el caso de
Consenso Antidemocrático, cabe hacer una reflexión similar. En cambio,
en situaciones de Disenso Democrático o Disenso Antidemocrático, el
segmento antidemocrático o el segmento democrático de la población rele
vante conforman minorías sustanciales, cuya magnitud hace muy proba
ble que incidan significativamente en los procesos políticos, salvo que
padezcan grados muy altos de fragmentación. Finalmente, en una situa
ción de Disenso, hay una aproximación a un equilibrio, que implica una
probabilidad alta de efectiva polarización del proceso político.
La tercera cuestión que hay que enfrentar se refiere a la identi
ficación de la población polfticamente relevante desde el punto de vista
de un consenso normativo.
En la tradición parsoniana, se tiende a hacer equivalente esa
población con la población total de adultos normales. 13 Sin embargo, hay
otras dos líneas de teorización e investigación, cuyos resultados tornan
problemática esa identificación y exigen restringir la definición de pobla
ción relevante, según ciertos criterios que pronto se exar,ninarán.
Para la primera vertiente que se considerará aquí, un consenso
normativo adquiere relevancia política -es decir, produce efectos que fa
vorecen la estabilidad democrática o una redemocratización a partir de
una situación autoritaria- cuando incluye a quienes ocupan posiciones
105
sociales a las que se asocian cuotas signijicativas de poder societal. Es
decir, la exigencia de consenso normativo pesa sobre los miembros de
los grupos socialmente dominantes, y no así sobre los grupos dominados
o subordinados.
Un primer antecedente de esta idea se encuentra en Weber.14
quien al caracterizar la operación del orden político en sociedades
capitalistas contemporáneas como dominación burocrático-estatal sobre
la sociedad, interpreta la existencia de instituciones democráticas como
los parlamentos en términos de ser un medio para hacer expresa una
mínima aprobación por las capas socialmente importantes de los
afectadospor esa dominación:
"Los parlamentos modernos son en primer término representaciones de
los elementos dominados por los medios de la burocracia. Un cierto
mínimo de aprobación interna -por lo menos de las capas socialmente
importantes- de los dominados constituye un supuesto previo de la dura
ción de todo dominio... Los parlamentos son hoy el medio de manifestar
externamentedicho mínimo de aprobación."
En el artículo de Michael Mann anteriormente citado,15 el autor
examina la evidencia empírica acumulada por las investigaciones sobre
cultura política en Estados Unidos y el Reino Unido hasta fines de la
década del sesenta, y las tendencias que advierte en los resultados lo
llevana afirmar lo siguiente:
" ... cuando nos preocupamos de sociedades globales complejas. no es
claro que todos sus miembros puedan considerarse socios del contrato
social.,.. (Respecto del miembro ordinario) su compromiso con valores
generales, dominantes o desviantes, puede ser irrelevante respecto de
su adecuación con las expectativas de otros. Mientras cumple con el
comportamiento del rol muy específico esperado de él, las autoridades
políticas no necesitan preocuparse con su sistema de creencias... Si
esto es así, podemos desarrollar la siguiente hipótesis: sólo quienes ac
tualmente compaJ1en poder societel, requieren desarrollar valores sacie
tales consistentes."
La segunda línea de investigación y teorización que interesa,
afirma que las sociedades contemporáneas se caracterizan por la
existencia de algo así como una división social del trabajo de la actividad
política. Ese rasgo encuentra una expresión obvia en la diíerenciación
entre elites políticas -integradas por profesionales de la política,
dedicados exclusivamente a ella- y públicos masivos, compuestos por la
casi totalidad de la población. Pero en esos mismos públicos masivos
hay diferenciaciones notables, que probablemente hacen que la
relevancia de los diversos tipos de públicos para la conformación del
proceso político varíe de un tipo a otro. Desde el punto de vista de un
política y sobre el estado moderno, Juan Pablos Editor, 1975, pág. 109.
107
Obviamente, desde el punto de vista de un consenso normativo
capaz de producir efectos políticos importantes, la población relevante
está constituida principalmente por el estrato de alta sofisticación polí
tica, sólo secundariamente por el estrato intermedio mayoritario, y habría
que declarar como irrelevante el estrato inferior de baja sofisticación. 19
Finalmente, cabe preguntar si las dos líneas de teorización e
investigación examinadas hay que considerarlas como alternativas exclu
yentes en competición, o si se las puede concebir como complemen
tarias. ¿Existe o no una correspondencia entre la división social del tra
bajo en sentido estricto y esa división social del trabajo que implica la
estratificación de un público masivo según una variable de sofisticación
política? Si esa correspondencia existe, ¿es una correspondencia fuerte
o débil? ¿Hay un monopolio de la sofisticación política por las posiciones
sociales dominantes, o es que la sofisticación política se distribuye so
cialmente de manera tal que hay desviaciones importantes respecto de
esa situación de monopolio?
Sin duda, son cuestiones relevantes, pero conviene postergar su
examen para un momento posterior, y realizarlo a. la luz de alguna
evidencia empírica que permita situarlas en el contexto específico de la
realidad autoritaria chilena.
108
A partir de esa visión, los diagnósticos respecto del futuro político
nacional se dividen. Para algunos, una cultura política connota fenó
menos que se ubican en un nivel de duración comparativamente larga,
poco susceptibles de cambios importantes en el transcurso de una déca
da y media. Por consiguiente, el pasado cultural constituiría un dato positi
vo respecto de las posibilidades de redemocratización de la situación
autoritaria y de estabilidad democrática postautoritaria. Para otros, tanto
con anterioridad a 1973 como con posterioridad al quiebre institucional de
ese año, cabría identificar procesos que habrían afectado negativamente
la cultura política masiva, erosionando el consenso democrático que,
hipotéticamente, la habría caracterizado.
Sin perjuicio del indudable interés que posee la cuestión sobre
cómo ha evolucionado la cultura política chilena durante las últimas
décadas, y sobre qué cambios ha producido en ella una dominación auto
ritaria por más de trece años, desde el punto de vista de la identificación
de las condiciones que pueden afectar, positivamente o negativamente,
un proceso de redemocratización y sus resuttados, interesa primor
dialmente el estado actual de esa cultura política. Más concretamente,
cabe preguntarse: ¿existe hoy un consenso normativo democrático que
constituya una condición favorable para una redemocratización y una ulte
rior consolidación democrática?
En un cuestionario aplicado a fines de 1985 a una muestra de 600
residentes en el Santiago metropolitano' se contienen preguntas que per
miten avanzar una primera respuestaprovisoria a ese problema.
Entre otras cosas, se pidió a cada entrevistado que dijera con
cuál de las tres siguientes afirmacionesestaba más de acuerdo:
109
las respuestas al ítem arriba transcrito se han reagrupado en dos cate
gorías: Orientación Positiva, que incluye a quienes están más de acuerdo
con la primera proposición, y Orientación Ambigua o Indiferente, que
incluye a quienes están más de acuerdo con la segunda o con la tercera.
La distribución porcentual para esta variable, designada como Orienta
ción hacia el Régimen Democrático, es la que se muestra en el cuadro 11.
El cuestionario utilizado también contiene algunos ítemes que
proporcionan información sobre orientaciones hacia una institución pri
mordial del régimen democrático: los partidos políticos y su actividad.
Estas orientaciones son especialmente relevantes porque los partidos
son el blanco principal, juntamente con las elites que los dirigen, del es
fuerzo autoritario por desvalorizar la democracia. Hay aquí, en conse
cuencia, un ámbito particularmente sensitivo y conflictivo de la vida polí
tica, donde la existencia o inexistencia de un consenso normativo favo
rable a los partidos podría ser crucial en términos de las posibilidades de
redemocratización.
Cuadro 11
Distribución porcentual de respuestas
a Orientación hacia el Régimen
Democrático
59,5
Orientación positiva (343)
40,5
Orientación Ambigua o Indiferente
(233)
100,0
Total
(576)
N=600
110
Cuadro 111
Distribución porcentual de respuesta
a Efecto Divisivo de los Partidos
48,4
Orientación positiva (283)
51,6
Orientación negativa (301)
100,0
Total (584)
N =600
No responde = 16 (2.7%deltotaJ)
Cuadro IV
Distribución porcentualde respues
tas a Futilidadde los Conflictos
Interpartidistas
Total 100,0
(578)
N=600
111
Además, se pidió a cada entrevistado su acuerdo o desacuerdo
con cada una de las siguientes frases:
- Los partidos son necesarios para defender los intereses de los
distintos grupos y clases sociales.
- Sin partidos no puede haber democracia.
- Los partidos no sirven para nada.
Son opiniones referidas a la utilidad de los partidos, ya sea con
siderando algún aspecto específico, o bien tomándolos en general. Hay
un patrón de respuestas a la tres -acuerdo con las dos primeras y desa
cuerdo con la tercera- que manifiesta una nítida percepción positiva de
los partidos en relación con la utilidad que se les pueda imputar. Por con
siguiente, todos los entrevistados que muestran este patrón de
respuestas han sido clasificados en una categorfa llamada Percepción
Positiva. Todos los restantes patrones de respuestas expresan percep
ciones ambiguas -por ejemplo, desacuerdo con la primera, acuerdo con la
segunda y desacuerdo con la tercera-, o que tienden a ser negativas -por
ejemplo, acuerdo con la primera, desacuerdo con la segunda y acuerdo
con la tercera-, o que son rotundamente negativas, que es el caso de
quien está en desacuerdo con las dos primeras y de acuerdo con la ter
cera. En consecuencia, se los ha clasificado en una categoría llamada
Percepción Ambigua o Negativa. La distribución porcentual de la varia
ble así creada, denominada Utilidad de los partidos, se muestra en el Cua
dro V.
Cuadro V
Distribución Porcentualde respuestas
a Utilidadde los Partidos
o Negativa (238)
100,0
Total (557)
N=600
112
términos de posibilidades de redemocratización y consolidación demo
crática. Esa cultura no sólo se caracterizaría por la inexistencia de un
consenso democrático. Adicionalmente, lo que es aún más grave, en ella
imperarfa un acentuado disenso normativo respecto de la democracia y
sus instituciones. que opone bandos gruesamenteequilibrados.
Cuadro VI
113
Cuadro VII
Lospartidos sonindispensables paragobernarelpaís:
20 Huneeus, Carlos, "Lo que piensan los universitarios", Hoy, núm. 456, págs. 14
20 Santiago de Chile.
21 Neuman, W. Russell, ob.en, págs. 112-131.
114
la política para la persona; 2) Información sobre objetos políticos; 3)
Capacidades o competencia de conceptuación política, tanto en términos
de diferenciación conceptual -la habilidad para identificar y discriminar
entre las varias fuerzas y actores involucrados en el proceso político-.
como de integración conceptual: la habilidad para organizar ideas y asun
tos políticos a partir de construcciones abstractas o ideológicas.
En el cuestionario cuya aplicación originó los datos aquí emplea
dos, hay un ítem particularmente adecuado para elaborar un indicador de
sofisticación política. Textualmente.dice así:
- Como Ud. sabe, la derecha, el centro y la izquierda piensan distinto res
pecto de los asuntos públicos. Me gustaría que me dijera cuál de estas
tres tendencias está más a favor de las siguientes ideas y medidas:
a) Defensa de la propiedad privada.
b) Reforma agraria.
e) Libre mercado.
d) Nacionalizar los bancos.
Además, se pedía atribuir a una de las tres tendencias otras seis
ideas o medidas. La razón para limitarse a las cuatro transcritas es que
en la sabiduría política convencional, tal como se la maneja por los polí
ticos profesionales y los "conocedores: de la política, cabe muy poca
ambigüedad acerca de cuál es la atribución correcta respecto de cada
una de esas cuatro orientaciones programáticas. Desde el punto de vista
de esa sabiduría convencional, que es la que determina el sentido del
Cuadro VIII
Porcentaje de No Respuesta en atribución de orientaciones
programáticas y promediode No Respuestas para otros 46 ítemes.
Responde NR Total
115
proceso político cotidiano, ciertas atribuciones pueden ser discutibles - por
ejemplo, es discutible si cabe atribuir cada una de las cuatro al centro-, pero
en cada caso hay algunaque es patentemente errónea: no se pueden atribuir
la defensa de la propiedad privada y el libre mercado a la izquierda, ni la
reforma agraria y la nacionalización de los bancos a la derecha.
Se trata de una pregunta que exige bastante al entrevistado. La
solución correcta del problema que se le plantea supone que esté fami
liarizado con una construcción ideológica relativamente abstracta como es la
metáfora espacial de derecha, centro e izquierda, que a la vez pueda dis
criminar entre distintas orientaciones programáticas y relacionarlas con esa
metáfora, y que posea información suficiente sobre cuál es la atribución
correcta, o las atribuciones estimadas correctas, desde el punto de vista de
la sabiduría política convencional.
El muy alto porcentaje de No Respuesta para las cuatro orien
taciones programáticas, en comparación con el porcentaje promedio de No
Respuestas para los restantes 46 ítemes sustantivos del cuestionario,
prueba la dificultad de la pregunta. Como se observa en el Cuadro VIII, ese
porcentaje oscila entre poco menos de un tercio y poco más de un quinto de
los entrevistados en el caso de las atribuciones de orientaciones progra
máticas frente a un promedio de un 4.0% para los restantes ítemes.
Cuadro IX
Código de clasificación de
Reforma Agraria - + +
Defensa propiedad
privada + +
Libre Mercado + +
Nacionalizar
Bancos - + +
+ = Atribución Correcta
- = Atribución Incorrecta
116
A partir de las respuestas al ítem anteriormente transcrito, se clasificó
a los entrevistados en dos categorías. La primera incluye a quienes atribu
yeron correctamente las cuatro orientaciones programáticas, de acuerdo con
el código de clasificación de atribuciones del Cuadro IX. Esta categoría
incluye a un 35,7% de los entrevistados. La segunda es una categoría
residual, muy heterogénea, que comprende desde quienes no respondieron
en ninguno de los cuatro casos, hasta quienes atribuyeron incorrectamente
una de las cuatro orientaciones programáticas. Se supone que la primera
cateqorla está compuesta por individuos caracterizados por una alta sofis
ticación política y que, en cambio, el promedio de sofisticación política es
sensiblemente más bajo en la segunda.
Según se señaló, el concepto de sofisticación política incluye un
tercer componente: la prominencia de la polftica para la persona. El
cuestionario utilizado incluye un ítem clásicamente utilizado como indicador
de esa dimensión. Es el siguiente:
- En términos generales, ¿diría Ud. que la política le interesa mucho,
poco o nada?
Si la variable creada de la manera recién expuesta es un indicador
válido de sofisticación política, entonces debería existir una relación rela
tivamente importante entre ella y el interés por la política. De acuerdo con el
Cuadro X esa relación existe y ello robustece la confianza que se pueda
depositar en el indicador de sofisticación política que se ha construido.
Cuadro X
Sofisticación Política según grado de Interés por la Política
(porcentajes)
N = 600
NRen Interés = 8 (1,3% del total)
117
Cuadro XI
Orientación hacia el Régimen Democrático segúnniveles de
sofisticación Política (porcentajes)
SOFISTICACIONPOLlTICA
Alta Baja
ORIENTACION
HACIA EL REGIMEN
DEMOCRATICO
Cuadro XII
Efecto Divisivo delos Partidos según niveles de Sofisticación
Política (porcentajes)
EFECTO DIVISIVO
DE LOS PARTIDOS
SOFISTICACION POLlTICA
Alta Baja
65,9 as,e
Orientación Positiva
(137) (143)
Orientación Negativa
34,1 60,S
(71) (219)
100,0 100,0
Total (362)
(208)
N ",600
NRen ítemsobrepartidos",30 (5%del total).
118
Cuadro XIII
Futilidad de los Conflictos Interpartidistas según niveles de
FUTILIDAD DELOS
CONFLICTOS SOFISTICACION POLITICA
INTERPARTIDISTAS Alta Baja
65,9 38,4
Orientación
(137) (139)
Positiva
34,1 61,6
Orientación Negativa
(71) (223)
100,0 100,0
Total (208) (362)
N=600
Cuadro XIV
Utilidad de los Partidos según niveles de Sofisticación Política
(porcentajes)
69,9 49,7
PercepciónPositiva (146) (173)
N=600
119
CuadroXV
Tipo de situación paracadavariable según niveles de Sofisticación
política
TIPO DE SITUACION
PARA SOFISTICACION SOFlsnCACION POLlTICA
POLlTICA
Alta Baja
120
V. Sofisticación pallUca y posiciones
sociales dominantes.
Cuadro XVI
Sofisticación Política según niveles de Educación Formal
EDUCACION
SOFISTICACION Afta Media Baja
POLlTICA (13 o más años) (9 a 12 años) (O a 8 años)
Total (128)
(282) (188)
N=600
121
Como se señaló anteriormente, la investigación sobre públicos
masivos en democracias políticas contemporáneas ha identificado en la
extensión de la educación formal lograda por la persona, la variable que
hace la contribución más importante a la explicación del nivel de so
fisticación política que se observa. Los resultados expuestos en el Cua
dro XVI confirman la existencia de una relación fuerte entre educación
formal y sofisticación polftica para la muestra de la que se obtuvieron los
datos aqui analizados. La probabilidad de que quienes poseen trece o
más años de educación formal sean sofisticados es 1.6 veces mayor que
esa misma probabilidad en el caso de quienes poseen de 9 a 12 años de
educación formal, y 3.5 veces mayor que esa probabilidad en la categoria
que ha alcanzado 8 años o menos de educación formal. A su vez, la
misma probabilidad es 2.2 veces mayor en la segunda categoria compa
rativamente con la probabilidadque caracterizaa la tercera categoria.
Obviamente, la relación entre educación formal, el sistema de
posiciones determinado por la división social del trabajo y la estructura de
oportunidades de acceso a poder societal, es una relación compleja. Un
examen riguroso de ella escapa al ámbito de este trabajo y, adicio
nalmente, los datos empleados son más que insuficientes para abordar
empíricamente el problemade una manera seria.
No obstante, se puede decir lo siguiente, sin correr el riesgo de
equivocarse demasiado. La dimensión de dominación burocrática que
implica la división social del trabajo en sociedades como la chilena,
dimensión que a su vez es una condición de la duración y del funcio
namiento efectivo y eficaz de esa división social del trabajo, connota una
estructura de posiciones de dirección y comando -compleja y diver
sificada-, y el acceso a estas últimas posiciones está determinado por el
nivel de educación formal que poseen los candidatos a ellas. En este
sentido hay una relación entre sofisticación política y privilegio social. Si
bien no es plausible sostener que ambos se confunden -esto es, si es
plausible considerar que la sofisticación politica es una condición para la
producción de un tipo de efectos especfficos que sólo su posesión per
mite-, los dos se refuerzan mutuamente: es altamente probable que quien
es políticamente sofisticado disponga al mismo tiempo de oportunidades
de movilizar algún tipo de recursos de poder societal, y que quien dispone
de esa oportunidadsea politicamente sofisticado.
Conviene matizar estas reflexiones introduciendo dos notas de
cautela.
Primero, si bien esa relación entre sofisticación política y privilegio
_ wciaJ" y el reforzamiento recíproco entre una y otro originan un sesgo ge-
e
F' LA 90 n cuanto a los contenidos ideológicos que acaban por primar en las
¡:: e u A 01~Ha políticas, sesgo que explica que hasta ahora la democracia poli
,-' ~ - tica . estre una asociación perfecta con un tipo particular de domi
I '. -oacló socioeconómica, esa relación no implica una determinación uní
. ."~''a e los sentidos, tanto abstractos como más concretos, que van
./ '
l' •- _
j '. 22 I
1_~~r:=I:''':-~~~" f
conformando la evolución de la vida política. La complejidad y
diversificación de la estructura de posiciones de dirección y comando
originan una gran variedad de intereses, que muchas veces guardan
contradicciones importantes entre si, y ello garantiza la existencia de
conflicto y competición politicos en torno de orientaciones programáticas.
Por ejemplo, frente al fenómeno de los partidos políticos y sus activida
des tipicas, la situación en el estrato de alta sofisticación política es de
Disenso Democrático: para cada una de las variables consideradas,
aproximadamente un tercio de sus miembros comparten orientaciones o
percepciones ambiguas o negativas, y ello es una condición favorable
para un tipo de conflicto, que por lo demás es patente que existe en el
Chile autoritario comtemporáneo.
Segundo, la sofisticación política no es un monopolio de los
socialmente privilegiados. Según se advierte en el Cuadro XVI, más de
un tercio de los miembros de la categoria educacional intermedia son po
Iiticamente sofisticados. En las condiciones actuales, no tiene sentido
hablar de privilegio social, dado ese nivel educacional. En el mejor de los
casos, indica la ocupación de posiciones menores de dirección y control.
En la categoría educacional más baja, entre un sexto y un séptimo exhibe
un nivel alto de sofisticación política, y tanto esa proporción como lo que
ella pueda expresar en números absolutos pueden alcanzar relevancia
política. Sin duda, los dados están cargados a favor de los altamente edu
cados, pero ello no significa que el resto no tenga nada que hacer en el
juego.
VI. Conclusión.
123
tituir una condición favorable para la redemocratización. Contrariamente,
la división de opiniones detectada favorecería un enfrentamiento equi
librado,presumiblementepolarizado.
Los hallazgos adicionales, en cuanto al comportamiento distinto
del estrato de alta sofisticación política frente al de baja sofisticación,
contribuirían a configurar un cuadro aún más sombrío. La aspiración de
mocrática sería una demanda minoritaria ilustrada, y el comportamiento
de los poco educados y poco sofisticados confirmaría una V9Z más las
tesis clásicas sobre autoritarismopopular.
Si se rechaza la noción parsoniana, y se la reemplaza por la idea
de que la población relevante es equivalente en realidad con un público
atento, políticamente sofisticado, con oportunidades de acceso a cuotas
de poder societal, cuyo tamaño es mucho menor que la población general,
entoncesla visión es positiva.
Ese público atento y políticamente sofisticado, que es el que
efectivamente posee capacidades para crear climas de opinión pública y
liderar procesos de expresión de opinión pública, exhibe un consenso
democrático respecto del régimen democrático en general, y una clara
mayoría de sus miembros da opiniones, que son positivas desde un punto
de vista democrático, respecto de la institución de los partidos políticos.
Por consiguiente, considerando aquella población que es relevante para
la existencia de un consenso normativo políticamente eficaz, el estado de
cosas que en ella prevalece es una condición favorable para la rede
mocratización.
A la vez, el comportamiento de los menos sofisticados polfti
camente aparece bajo una luz distinta. En efecto, si la sofisticación
política es una variable que afecta decisivamente el comportamiento poli
tico, hay que presumir que afectará también el comportamiento consis
tente en responder a un cuestionario cuyo contenido es explícitamente
político.
Es difícil que una persona para la cual la política tiene escasa o
ninguna prominencia, cuya información sobre política es poca y mala, y
cuyas habilidades para conceptuar asuntos políticos son deficientes,
haya sin embargo reflexionado sobre las cuestiones normativas que im
plican un cierto tipo de régimen y sus instituciones, y posea auténticas
opiniones sobre estos temas.
El problema que plantean los estratos de baja sofisticación política
en términos de sus respuestas a encuestas masivas es el de la calidad
de esas respuestas. ¿Se trata de opiniones auténticas o de seudo opinio
nes, provocadas por la aceptación de una norma que exige no aparecer
como ignorante ante un encuestador, o como desinteresado frente a los
asuntos públicos?22 Ciertamente, hay una gran diferencia entre ser auto
ritarioy responder más o menos aleatoriamente un cuestionario.
22 Véase la discusión deltema enW. Russell Neuman, ob. cit., págs. 51~7.
124