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Norben Leehner, Compilador

Benjamín Arditi
Judith Astelarra
Fernando Calderón FLA eso
Julio Cotler ECUADCR
Rafael del Aguila
Mario R. Dos Santos
Angel Flisfisch
Javier Garayalde
Franz Hink.elammen
Osear Landi
José Nun lBiB!..,O-ra:CA
Vicente Palermo
Ludolfo Paramio

Cultura política
y democratización

CLACSO
Consejo
Latinoamericano
de Ciencias Sociales
FLACSO
Facultad
Latinoamericana
de Ciencias Sociales
fCf
Instituto
de Cooperación
Iberoamericano
INDICE
Página

Presentación 7

Del radicalismo reivindicativo al pluralismo radical,


Ludolfo Paramio 17

Rasgos básicos en la transformación de la cultura política


española, Rafael del Aguila 25

Notas sobreel fenómeno ETA, Javier Garayalde 33

JI

La trama cultural de la política, Osear Landi 39

Política y militancia: ¿hacia el fin de una cultura


fragmentada", Vicente Palermo 66

Consenso democrático en el Chile autoritario,


Angel Flisfisch 99

La cultura política de la juventud popular del Perú,


Julio Cotler 127
III

La cultura políticade las mujeres, Juduh Astelarra 149

Una gramática postrnoderna para pensar lo social,


Benjamín Arditi 169

Movimientos sociales y gestación de cultura política.


Pautas de interrogación, Fernando Calderón y Mario R.
dos Santos 189

IV

Grarnsci y el sentidocomún, José Nun 199

El concepto de lo político según Carl Schmitt, Franz


Hinkelammert 235

La democratización en cl contex to dc una cultura postmodema,


Norbert Lechner 253
PRESENTACION

El Nuevo Interés por la Cultura PoIIUca.

¿A qué se debe el creciente interés por lo que suele llamarse la


cultura política? No se trata de un interés tan nuevo, por cierto. Conviene
situar su origen en aquel fenómeno que hoy vuelve a estar estrechamente
vinculado a nuestra preocupación: la modernidad. Una vez que es cues­
tionado el antiguo orden, fundado en una legitimidad divina, la sociedad
ha de crear su normatividad a partir de ella misma. La Revolución
Francesa, la Constitución de Cádiz y las revoluciones independentistas
de América Latina marcan ese paso de un orden recibido a un orden
producido. Desde entonces la soberanía popular se impondrá pau­
latinamente como el nuevo principio de legitimidad, mas queda pendiente
el problema organizativo: la categoría central de "pueblo" remite a una rea­
lidad social que desborda su institucionalización. Basta recordar la situa­
ción a comienzos del siglo XIX: los fueros tradicionales, las divisiones
estamentales y, por encima de todo, la exclusión social de amplias capas
de la población. A estas desigualdades hay que añadir la secularización
y diferenciación de las estructuras cognitivas, morales y afectivas. Exis-··
te pues una progresiva complejidad en las condiciones materiales, los
hábitos y las creencias del pueblo que contradicen la relativa homo­
geneidad implicita a su concepto político. ¿ Cómo organizar, desde la
diversidad, la "voluntad del pueblo"? La distancia entre el pueblo real y
las instituciones y, más concretamente, la relación entre la diferenciación
sociocultural y la unificación político-institucional serán ejes en torno de
los cuales, desde el siglo pasado, la lucha por la democracia se refiere a
cuestiones de culturapolítica.
Menciono este trasfondo histórico porque sigue guardando actuali­
dad, aun cuando el planteo responda hoya otro contexto. Entre los ante­
cedentes más recientes sobresale desde luego la experiencia del
autoritarismo. Teniendo a la vista a un pais de tredtcián democrática

7
como Chile, ¿cómo explicar el desplome de las democracias y el apoyo
masivo que reciben las dictaduras, al menos temporalmente? La instau­
ración de los regímenes autoritarios en el Cono Sur provoca una retros­
pectiva crítica que revisa las anteriores evidencias. Independientemente
de las causas profundas y específicas en cada país, todos concuerdan
en la importancia que tuvo para la intervención militar el acelerado con­
flicto social, la polarización ideológica y, por ende, la desconfianza en los
arreglos institucionales. La denominada "crisis de consenso" nos indica,
entre otros puntos, que ni las estrategias de desarrollo impulsadas por los
gobiernos democráticos ni la idea misma de cambio social tenían ese ca­
rácter objetivo que se les atribuía. Al dudar de la "necesidad histórica",
tan propia a las distintas ideologías del progreso, aprendemos a aceptar
una pluralidad de interpretaciones y expectativas, frecuentemente anta­
gónicas, que no se dejan reducir a la estructura socioeconómica. Anali­
zando la construcción de las divisiones sociales, redescubrimos el papel
quejuegan los valoresy las creencias en la conformaciónde un orden.
El intento de fundar un Estado autoritario, clausurando a las instan­
cias políticas clásicas (partidos, parlamento), impulsa además una
revisión de la noción misma de política. Hoy, la identificación usual de lo
político con lo estatal y con lo público es ampliamente rechazada. La crí­
tica retoma argumentos liberales, pero sin entender al mercado como el
principio organizativo de la sociedad. No se rechaza la política, sino su
concep::ión instrumentalista. Precisamente la violencia con que se pre­
tenden imponer las reglas del mercado resalta nuevamente la dimensión
ética de la política. La defensa de los derechos humanos y, en un sentido
más lato, de la identidad social da lugar a una repolitización que pone de
manifiesto el límite entre lo político y lo no-político. La distínción no
resulta ser tan unívoca ni definitiva como suponíamos. Cuestionar la
visión natural-ontológica de la política no implica empero que todo sea po­
lítica. El problema es la determinación siempre conflictiva del ámbito de la
política Probablemente éste sea el principal aprendizaje del período auto­
ritario: la misma política es un objeto de conflicto. Es decir, la lucha
política es siempre también una lucha por definir qué es político. En con­
secuencia, el análisis de cuestiones políticas obliga necesariamente a
preguntarnos qué hace que determinado asunto sea una cuestión
política. Pues bien, podemos presumir que la cultura política condiciona y
expresaprecisamente tal determinación.
Otro motivo inmediato de nuestra preocupación por la cultura
política son indudablemente /os procesos de transición a la democracia.
Una dificultad de estos procesos consiste en que, tratándose primor­
dialmente de tareas de ingeniería institucional, la institucionalidad demo­
crática transmitida no pareciera responder adecuadamente a la com­
plejidad de las sociedades modernas. Se habla de una crisis de los
partidos políticos, del parlamento, del Estado, en fin, de una crisis de
gobernabilidad que exige una profunda revisión del sistema democrático.

8
Pero el problema no es solamente institucional. Considerando, por
ejemplo, que una de las cuestiones fundamentales es la creciente dis­
tancia entre las instituciones políticas y las experiencias y expectativas
sociales, resulta evidente que no podemos abordar una reforma insti­
tucional sin indagar previamente en la cultura política. Las contra­
dicciones del Estado asistencial y el fracaso del modelo neoliberal nos
enseñan los límites de la racionalidad formal para cohesionar la vida
social exclusivamente a través de la administración burocrática o del
mercado. No es casual que particularmente en los países latinoameri­
canos, donde los mecanismos de integración sistémica son más débiles,
exista mayor preocupación por la integración cultural. Estudiar a la cul­
tura política equivale a estudiar la producción de esa trama cultural sobre
la cual descansan las instituciones políticas. Pero la precariedad de la
integración cultural ilumina además otro aspecto: la cultura política como
producto de la acción política. Vale decir, las instituciones dependen de
la culturapolítica, pero tambiénla forman.
Volvemos asl sobre nuestro punto de partida. En los procesos de
democratización la construcción institucional está directamente asociada
a la creación de una cultura política democrática. Ella es una tarea primor­
dial en democracias jóvenes como las nuestras. Por consiguiente,
nuestro interés analítico suele tener una intencionalidad práctica. Esta
tensión está presente en el debate político desde el siglo pasado y repre­
senta uno de los desafíos mayores al que se enfrentan las contribuciones
aquí reunidas.

La nocIón de cultura palltlea.

Hablamos difusamente de cultura política, pero, en definitiva ¿qué


entendemos por cultura política? Pues bien, no existe un significado
claro y preciso. Eí fenómeno ha sido tratado en el marco de los grandes
paradigmas, marxismo y funcionalismo, y, más recientemente, destacan
los aportes provenientes de la lingüística Pero ninguna corriente lo ha
constituido como un objeto de investigación claramente acotado. El mar­
xismo occidental se preocupa tempranamente de la cultura política, si
bien tematizándola en otros términos (ideología, conciencia de clase,
etcétera). La teorfa gramsciana de la hegemonía sigue siendo una refe­
rencia obligatoria, aun cuando Nun nos muestra que ella tampoco escapa
a los recJuccionismos que caracterizan a los análisis marxistas. Por
oposición al ~cento marxista en la determinación económica, el funcio­
nalismo privilegia las pautas culturales. Debemos a las teorías de la mo­
dernización los intentos más explícitos por definir el fenómeno. Sin
embargo, a pesar de los esfuerzos de Almond, Pye, Verba y otros, no
contamos con una concepción reconocida de cultura política ni mucho
menos existe un acuerdo acerca de lo que debiéramos entender por una
culturapolítica democrática

9
La noción de cultura política ha recibido diversas objeciones. Se la
critica ante todo por ser una categoría residual que abarca de modo arbi­
trario, según las conveniencias del caso, una multiplicidad de aspectos
dispares. El empleo demasiado extensivo y poco riguroso del término
reduce su valor informativo. En realidad, la noción carece de funda­
mentación teórica y ello dificulta el análisis empírico; por consiguiente,
resultadificil especificarsu contenidoconcreto.
Otra objeción alude al hecho de usar el término como categoría
analítica y normativa a la vez. La cultura política como categoría analítica
no se identifica con un contenido determinado; sin embargo, los estudios
suelen enfocar a la cultura política en función de un contenido deter­
mínado, refiriéndose generalmente a una cultura política democrática. Tal
análisis normativo tiende a ser problemático. Si ya es controvertido el
intento de especificar una "personalidad autoritaria" (Adorno) tanto más lo
es definir un tipo de "personalidad demócratica".
No obstante estas objeciones, no debiéramos renunciar, por puris­
mo científico, al empleo del término. Su uso en el lenguaje cotidiano y en
el debate intelectual indica su utilidad para señalar un campo que si no
quedaría en la oscuridad. Es cierto que carecemos de un concepto de
cultura política; pero el fenómeno existe. Pues bien, en lugar de discutir
aquí una u otra definición, prosigamos una exploración que, por confusa
que sea, parece fructífera para interpretar mejor el desarrollo político de
nuestrospaíses.
Que el fenómeno se diluya apenas tratemos de precisarlo, nos se­
ñala una segunda objeción: no existe la cultura política. A lo más podría­
mos hablar de las culturas políticas. En ausencia de criterios abstractos
para definir la cultura política habría que usarla solamente como una cate­
goría relacional que permite confrontar las orientaciones colectivas de
dos o más actores respecto a cuestiones políticas. Aun así, subisten
ambigüedades. No sólo lo que entendemos por política, incluso la confor­
mación de los actores mismos hacen parte del fenómeno a estudiar. Una
de las tareas más sugerentes radica justamente en determinar la ctiste-,
lizaciónde las identidadespolíticas.
Estando convencido de que la noción de cultura política señala
una línea de investigación relevante, quiero añadir cuatro consi­
deraciones.
En primer lugar, llamo la atención sobre el carácter comparativo
que debieran tener los estudíos, sea una comparación entre dos o más
culturas políticas nacionales, sea entre distintos subgrupos en el interior
de una nación o bien una comparación histórica entre dos períodos. Los
análisis comparativos enfrentan dificultades considerables por cierto. La
creciente transnacionalización y la paralela segmentación estructural
junto con la rápida y masiva difusión de modas y estilos de vid;J. ponen en
entredicho lo nacional. ¿Cómo entonces especificar la cultura política de
un país? También la comparación de subgrupos de una misma sociedad

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plantea problemas, al menos en América Latina, considerando la frag­
mentación social. La comparación histórica, finalmente, siendo tal vez la
más interesante, resulta precaria por la dificultad de encontrar ante­
cedentes adecuados. Todos estos obstáculos empero no debieran impe­
dir el esfuerzo, y esta recopilación pretende ofrecer una aproximación
preliminar.
En segundo lugar, me parece importante evitar la contraposición
entre condiciones objetivas y actitudes subjetivas. Tras los excesos
economicistas surgió en años recientes la tentación inversa de querer
explicar todo en el nivel discursivo. Aun aquellos estudios de cultura
política que hacen hincapié en las orientaciones y preferencias indivi­
duales dentro de un sistema de valores establecido no debieran, sin
embargo, escindir tales actitudes de las estructuras socioeconómicas,
las instancias institucionales y los acontecimientos coyunturales. Como
señalara Paramio en su intervención, en la realidad material hay aspectos
que fijan con gran efectividad núcleos duros de sentido a todo discurso
social, núcleos de los que no puede prescindir ningún discurso sin correr
el riesgo de perder toda significatividad. En consecuencia, no podemos
tratar a la cultura política como un discurso autorreferido. Ello implica,
desde el punto de vista de su transformación práctica, que no basta
cambiar de discurso; previamente hay que comprender las transfor­
maciones de la realidad material para poder elaborar un discurso que dé
cuenta de ellas.
Profundizando lo anterior quiero destacar, en tercer lugar, el
aspecto dinámico de la cultura política. Por una parte, la noción de
cultura política, a diferencia de la opinión pública, alude a pautas
consolidadas a través del tiempo. Mas, simultáneamente, la cultura
política también incorpora permanentemente nuevas interpretaciones de
la realidad. Una de las ddicultades del estudio consiste precisamente en
ponderar la relación entre las pautas establecidas, transmitidas mediante
largos procesos de socialización, y las nuevas ofertas de interpretación,
aportadas por los "productores de sentido" de diversa índole. Ante todo
en períodos tan convulsionados y opacos como suelen serlo los procesos
de transición, resulta extremadamente difícil especificar en qué medida
"lo nuevo" significa rupturas o una adaptación de valores y hábitos arrai­
gados. Por eso merecen especial atención los procesos de aprendizaje.
Ello me conduce a la últimaconsideración.
En principio, la noción de cultura política no abarca la acción propia­
mente tal, sino solamente las orientaciones para la acción. Permitan­
seme resaltar un tipo de instrucción práctica para la acción que me
parece particularmente relevante: el "estilo" de hacer política. Por la
estrecha relación que se establece entre una concepción política y la
acción organizada, el estilo opera como un factor decisivo en el funciona­
miento concreto de las instituciones políticas y, además, como uno de los
mecanismos más eficaces de socialización e innovación cultural. Para

11
quienes se interesan en generar una cultura política democrática resulta
pues imprescindible reflexionar la cuestión del estilo político. Estoy
pensando, concretamente, en los efectos perniciosos de un estilo toda­
vía muy usual, que podríamos denomínar "estilo gerencial". Su matriz
está resumida en el l/amado "paradigma del príncipe" que analízó Flisfisch
en el seminario anterior.• Aun a riesgo de alargar estas notas de modo
indebido, resumiré esquemáticamente sus características: 1) una imagen
egocéntrica de la sociedad que enfoca los procesos exclusivamente
desde un único punto de vista, o sea, el de un solo actor; 2) un complejo
de omnipotencia del actor que dispone sobre un entorno supuestamente
transparente, el cual le permitiría calcular ex ante los efectos futuros de
su acción; 3) una dimensión ahistórica que no contempla la génesis de los
actores. Estas son las premisas que subyacen al mencionado estilo; pre­
misas poco aptas, por supuesto, para orientar una política democrátíca.
Ante todo, tales presupuestos no permiten reconocer en la democracia la.
producción de una pluralidad de actores. Al enfocar la política como la
obra unilateral de un actor se ignora la libertad del otro y, por lo tanto, la
compleja construcción de las relaciones entre el/os. Los procedimientos
democráticos presuponen, por el contrarío, que lo posible es determinado
colectivamente. Por consíguiente, un estilo democrátíco incluye un-a
permanente negociación en que los actores están dispuestos a alterar
sus propuestas y decisiones e incluso su identidad. Vale decir, la política
no puede ser reducida a la acción externa de los actores, sino que abarca
su propia y continua recomposición. Con todo esto, por demás conocido,
sólo quiero despertar el interés por el estilo político como un lugar privile­
giado para abordar nuestro tema.

Acerca del libro.

El presente volumen reúne las ponencias presentadas a un semi­


nario organizado por el grupo de trabajo de CLACSO sobre Teoría del
Estado y de la Política (Buenos Aires, septiembre de 1985) y las interven­
ciones de un tal/er realizado en el Instituto de Cooperación Ibero­
americana (Madrid, noviembre de 1985).
La convocatoria" estuvo destinada más a abrir un campo de
reflexión que a acotarlo. Nos pareció más fructífero, en esta fase, dejar
aflorar la diversidad de enfoques y de áreas temáticas, sin optar previa­
mente por un marco determinado. El objetivo era, por encima de todo, dar
cuenta de un fenómeno con el cual chocaban recurrentemente
los estudios sobre los procesos de transición, sin lograr plantearlo. Al pro­
vocar un debate sobre "cultura política" no nos proponíamos sino

Flisfisch, Angel, "Hacia un realismo político diferente", en Lechner, N. (comp.),


¿ Oué es elrealismo enpolítica? Buenos Aires (en prensa).
.. Publicada en David & Goliath 46, CLACSO. Buenos Aires, 1984.

12
hacer visible aquella vasta y compleja dimensión que Landi llama "la trama
cultural de la política". Como primer paso intentamos, por un lado,
describir tentativamente algunos de los rasgos sobresalientes de las
culturas políticas en diversos países y, por el otro, esbozar ciertos proble­
mas en la conceptuación del fenómenoy en su análisis empírico.
La amplitud de la convocatoria tiene sus desventajas a la hora de
ordenar la discusión. La multiplicidad de los temas tratados y de las
formas de tratarlos asf como la interpenetración entre aspectos descrip­
tivos y reflexión teórica vuelven arbitrario todo esquema de clasificación.
No pretendo aparentar ex post una claridad y coherencia que la naturale­
za de las reuniones excluía. Para no dejar tampoco al lector sin orienta­
ción alguna, aglutiné los artículos en cuatro subgrupos.
La primera parte está dedicada a las transformaciones de la
cultura política en España. El caso español es especialmente interesante
para una confrontación con los países latinoamericanos porque: 1) existe
una larga tradición cultural común o similar; 2) ha finalizado la transición
española, desembocando en una democracia consolidada, y 3) existen
bastantes estudios empíricos sobre las modificaciones en las actitudes y
preferencias de los españoles. Más allá de las especificaciones del caso
español, las intervenciones tienen el mérito de mostrar bien los cambios
de la cultura política en su relación con los cambios en la estructura socio­
económica, las instituciones políticas y en el ambiente cultural. Esta
articulación me parece ser un aspecto clave de todo análisis.
El segundo grupo reúne a los estudios sobre Argentina, Chile y
Perú. En estos casos, a diferencia de España, no es posible contrastar
víejas y nuevas pautas. El perfil tiende a ser más difuso, en parte debido
al carácter inconcluso de la transición democrática, en parte como resul­
tado de la precaria modernización social. (Especialmente en este punto
lamentamos la ausencia de una contribución brasileña, ampliando el
espectro comparativo.) No obstante, también en estos análisis juega un
papel clave la relación entre la lógica político-institucional y la lógica
sociocultural. El lector encontrará distintos modos de investigarla empí­
ricamente en esta sección.
Los artfculos de la tercera parte comparten un mismo punto de
partida: los movimientos sociales. En realidad, la resistencia a la
dominación, mediante la cual colectivos sociales como las mujeres consti­
tuyen su identidad, plantea de inmediato las formas de hacer política y,
más radicalmente, la idea que nos hacemos de "la sociedad". El desa­
rrollo de los movimientos sociales pone en juego de manera mucho más
visible que la institucionalidad propiamente política la tensión entre plurali­
dad y totalidad. Es éste un aspecto central, sin duda, de la cultura políti­
ca desde el punto de vista de la democratización: el despliegue simultá­
neo de identidadesdiferenciadas y de una noción de orden colectivo.
La cuarta y última sección reúne los textos más cercanos a la filo­
sofía polftica. La revisión critica de dos pensadores clásicos de la

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política como Gramsci y CarJ Schmitt no se agota en desmontar deter­
minado enfoque; tiene sentido como una crítica reconstructiva que
permita repensar el problema planteado. Aunque la categoría de sentido
común y el esquema amigo-enemigo muestren ser insatisfactorios,
remiten a problemas efectivos: la racionalidad y conflictividad de la
política. La idea que nos hagamos de ellas y, por ende, nuestra concep­
ción de la política son criterios decisivos en la producción de una cultura
política democrática.
Posiblemente el lector llegue a la página final con un sentimiento
de frustración: un exceso de aproximaciones y un déficit de resultados
concluyentes. No sólo este prólogo, el libro entero es una especie de
introducción. Y no podía ser de otro modo. El propósito del libro es, como
dije, presentar un campo de investigación; su desarrollo depende de una
labor colectiva.
En nombre de todos los colaboradores agradezco al: Consejo Leti­
noamericano de Ciencias Socíales (CLACSO), a la Facultad Latinoameri·
cana de Ciencias Sociales (FLACSO) y al Instituto de Cooperación
Iberoamericana (ICI) el interés intelectual y el apoyo material con que
promovieron una discusión que, gracias a esta publicación, ojalá suscite
la atención que, a nuestro entender, exige.

Santiago de Chile,julio de 1987

Norbert Lechner

14
DEL RADICAUSMO REIVINDICAnvo
AL PLURAUSMO RADICAL

Ludolfo Paramlo

El punto de partida de mi intervención es la explicación de mis


propias razones para haber contribuido a la realización de este seminario.
y es una explicación nada teleológica, como en seguida veréis, sino más
bien histórico-genética. Pues la idea surgió una noche, en un restaurante
del centro de Madrid, tomando unos daiquiris de plátano con Judith
Astelarra. A lo largo de la discusión -y al ir cayendo los sucesivos
daiquiris, para qué engañarnos- yo me iba sintiendo cada vez más lleno
de ira ante lo que a mi juicio es una evidente incoherencia de la mayor
parte de los que fueron intelectuales de izquierda en los años 60 y
primeros 70: la incoherencia entre el reconocimiento de que ya no son
válidos los valores, las utopías y las ideas reguladoras en que se basó en
aquellos años el proyecto político de la izquierda y, a la vez, el
mantenimiento de un discurso crítico, frente a la realidad, que se sostiene
sobre esas mismas ideas, utopías y valores que se reconocen ya
fracasados.
Para un lector español se puede dar un ejemplo excelente con las
columnas de Manuel Vásquez Montalbán en El País. Vásquez habla casi
exclusivamente de política, y lo hace en un tono curiosamente
ambivalente: por una parte llora la muerte de los viejos mitos y tradicio­
nes de la izquierda, y por otra parte critica a quienes no han renunciado a
hacer política progresista tras el derrumbamiento de esos mitos y tra­
diciones. Y los critica, claro, desde un punto de vista anclado en esos
mismosmitos y tradiciones supuestamente ya muertos.
La incoherencia tiene seguramente raíces más profundas, como
me ha parecido ver en la intervención de Jordi Borja. Se diría que lo que
debe dar sentido a una estrategia reformista es un proyecto de futuro: no
habrla reformas progresistas sin teleología. En este sentido, la izquierda
actual sigue estando mucho más próxima a Marx que a Bernstein. Pero la
realidad es muy distinta: históricamente las reformas casi nunca se ha­
cen por coherencia con un proyecto ideológico de futuro para la socie­

17
dad, sino respondiendo a presiones sociales externas o internas, siguien­
do criterios de racionalización para resolver contradicciones sociales
muy concretas.
El problema no es que el fin no importe y el movimiento lo sea todo.
El problema es que el fin rara vez nos es conocido, y el movimiento sin
embargo se da. Las sociedades se transforman radicalmente bajo el
impacto de estos cambios hechos a ciegas, como respuesta inmediata a
problemas coyunturales. Pero como están hechos a ciegas no podemos,
al menos inmediatamente, pensarlos como etapas en un proceso coheren­
te de cambio social. Esto es algo que sólo se logra a posteriori, cuando el
científico social descubre que una etapa histórica que en su momento
pareció conservadora, y carente de proyecto de futuro, fue en realidad un
momento de cambio histórico 'acelerado. Pero quienes vivieron ese mo­
mento no tenían el equipo simbólico preciso para comprenderlo.
Pasando al tema central de mi intervención, diré que a mi juicio en
la izquierda occidental se ha producido en años recientes una curiosa
oscilación entre el viejo materialismo determinista, en el que se da por
supuesto que la base económica y los condicionamientos materiales
determinan la estructura del discurso sombólico, y un nuevo idealismo en
el que se pretende que toda realidad es discursiva, que la estructura
simbólica es lo realmente determinante en la dinámica social. El centro
teórico de este nuevo idealismo es la afirmación de que no existen en la
práctica social -entendida como práctica discursiva- núcleos estables,
duros, de sentido. Desde Derrida y el desconstruccionismo como teoría
de la crítica literaria, esta idea de la inexistencia de núcleos de sentido en
el discurso social se ha extendido hasta la teoría marxista, como puede
verse en los trabajos recientes de Hindess y Hirst, en Inglaterra, o de
Ernesto Laclau y Chantal Maulle.
El materialismo nos dice que hay una realidad dura, con leyes
propias que determinan el conjunto de la dinámica social: la economía.
Las leyes de movimiento del capital son tan rígidas como la ley de la
gravitación. Para los discursivistas, por el contrario, la economía es un
lenguaje simbólico, y un lenguaje en el que no existen núcleos duros de
sentido. A lo más, como Laclau, reconocen que hay nudos de sentido
relativamente estables, con lo que supongo que él se refiere a cuestiones
como las oposiciones de clase, nacionales o religiosas que organizan el
discurso social (y político) durante períodos históricos prolongados. Pero
ya no hay una realidad dura sobre la que flotan los discursos simbólicos,
la vieja sobreestructura del marxismo clásico. Ahora, por el contrario,
todo es discurso.
Si todo es discurso, y en el discurso no existen núcleos duros que
organicen el sentido, entonces todo está permitido. A Hindess y Hirst
esta modesta herejía les ha permitido liberarse del marxismo dogmático,
althusseriano o trotskista, que tanta influencia conserva en Inglaterra. A
Laclau le ha permitio romper con el reduccionismo de clase, y a ~oulle

18
elaborar un concepto sistémico de hegemonía, lo que podríamos llamar un
concepto de hegemonía sin sujeto. Pero cabe sospechar que el precio
pagado por estos avances sea exclusivo. Me temo que en la realidad
material, por hablar así, hay aspectos que fijan con gran efectividad
núcleos duros de sentido a todo discurso social, núcleos de los que no
puede prescindir ningún discurso sin correr el riesgo de perder toda
significatividad.
En la sociología fenomenológica, en el interaccionismo simbólico,
se habla con frecuencia de la estructura de plausibilidad del discurso.
Para que un discurso pueda organizar la práctica social se requiere que
tenga una verosimilitud, una estructura de plausibilidad. Ninguna religión
que propugne el pacifismo sistemático puede llegar a organizar una
sociedad de dimensiones significativas, por ejemplo, en un mundo tan
darwiniano y belicista como el nuestro. Ciertamente el lenguaje construye
y organiza la realidad social, pero ésta muestra a su vez lo que podríamos
llamar rigideces, estabilidades que son la base del sentido de cualquier
discurso pregnante. Estos núcleos no son realidades ontológicamente
privilegiadas, pero sí realidades históricamente estables.
Todo esto viene al caso porque, si queremos elaborar una nueva
cultura política, un nuevo discurso que nos permita organizar un proyecto
político de futuro, necesitamos ante todo saber cuáles han sido los
núcleos duros de la realidad que han provocado la ruina de nuestra
anterior cultura política, de nuestro discurso anterior. No basta, como a
veces se entiende leyendo a los teóricos del discurso, con cambiar de
discurso político: es necesario ajustar ese discurso a una realidad
específica que posee sus propias leyes, sus condicionamientos, a una
realidadque es preciso comprenderpara cambiarla.
Por ejemplo, no tiene ningún sentido lamentarse de la quiebra de
las viejas utopías como si ése fuese un fenómeno impuesto por la
fatalidad histórica o por alguna conspiración socialdemócrata interna­
cional. Si las utopías se han venido abajo a la vez en todas partes, habrá
que pensar que algún tipo de transformación histórica ha liquidado la
estructura de plausibilidad de los discursos utópicos. Y es preciso diag­
nosticaresa transformación, interpretarla, comprenderla.
Esto tiene bastante que ver con lo que ha sucedido en la cultura
política española desde los últimos años 60 y primeros 70 hasta hoy, con
una transición que se abre con la muerte del general Franco. El principal
cambio, a mi juicio, es el paso de un discurso que podríamos llamar de
radicalismo reivindicativo a otro en el que la política aparece cada vez
más como una búsqueda de compromisos, a una estrategia de raciona­
lizaciónde lo existente.
¿A qué llamo radicalismo reivindicativo? Me refiero a un tipo de
discurso que era el dominante en el movimiento obrero, y en muchos
movimientos sociales, durante los años de la expansión económica. En
ese tipo de discurso regía una especie de lóqica mágica: se suponía que

19
los recursos económicos del capital privado o del Estado eran ilimitados,
y que bastaba con acumular la suficiente presión para lograr una subida
salarial o nuevas prestaciones sociales. En los primeros tiempos de la
crisis, incluso, la extrema izquierda española defendía como consigna
que la crisis la pagaran los capitalistas, como si no hubiera una relación
entre la tasa de ganancia, los salarios y el empleo. (La extrema izquierda,
al menos en España, siempre ha tenido ideas un poco erráticas en
materiade economía política.)
El radicalismo reivindicativ.o estaba profundamente marcado por el
cinismo político: se rehuía la miHtancia política o sindical, por una parte
por el peligro de represión policial bajo la dictadura, y por otra parte,
porque la misma propaganda del régimen favorecía la idea de que la
política -la militancia- eran cuestiones de una minoría sospechosa. Una
persona decente no debía meterse en política, siguiendo el paradójico
consejo que el general Franco dirigió una vez a un recién nombrado
ministro. Pero en cambio los conflictos reivindicativos seguían una diná­
mica radical: la idea era que cualquier tipo de presión que se realizara
acababa por dar resultados, y resultados especialmente perceptibles en
el caso de las luchas salariales.
Durante los años de expansión ésta era una visión bastante
correcta: las ganancias del capital habían crecido rápidamente, y se par­
tía de niveles salariales muy bajos, en un contexto además de fuerte
demanda. Para los empresarios era mucho más razonable hacer sustan­
ciales concesiones salariales -que se podían permitir holgadamente- que
mantener sus fábricas o empresas paralizadas, sin servir la cartera de
pedidos y exponiéndose a que el conflicto salarial, bajo la dictadura, se
convirtiera en un conflicto político que en el peor de los casos podía
implicar muertosy heridos y una pésima imagen pública.
Pero la cultura política dal radicalismo reivindicativo afectaba
también a grupos armados como ETA, como bien sabe Javier Garayalde.
Con la amnistía de 1978 se podría haber pensado que ETA abandonaría la
lucha armada y pasaría a la acción política en el marco de las libertades
democráticas. Pero no fue así: los dirigentes de ETA llegaron a la con­
clusión de que si la lucha armada había conducido a una amnistía, su
mantenimiento acabaría por llevar a la consecución de la alternativa KAS,
a la independencia de Euskadi y a lo que fuera preciso. (Aún hoy puede
que no hayan comprendido que se equivocaron en ese cálculo). Es la
misma idea de rechazo de la política, que se ve sustituida por una presión
reivindicativa -sólo limitada por la propia capacidad de movilización- sobre
un adversario del que se supone que se puede obtener todo lo que se
desea si la coacción ejercida llega a ser la necesaria.
Eso implica la misma negociación de la política como reco­
nocimiento de interlocutores. Si el capital y el Estado pueden ceder
indefinidamente, siempre que se les presione en suficiente medida, no
hay por qué reconocer en ellos a posibles interlocutores con los que es

20
preciso acordar los límites de lo posible y lo deseable. Estamos de lleno
en lo que Flisfisch y Lechner suelen llamar el paradigma del Príncipe. Sólo
hay un sujeto político autónomo -el movimiento obrero, o ETA- que debe
plegar a su voluntad a una realidad opaca, carente de subjetividad histó­
rica,que es el capital o el Estado.
la cultura política del radicalismo reivindicativo alcanzó sus límites
naturales con la transición a la democracia y a la crisis económica de los
años 70. Ante la crisis, el movimiento obrero descubrió, a través de la
amarga experiencia de las quiebras patronales y el paro, que el capital no
es una realidad opaca, sino un agente con sus propios intereses y con­
dicionamientos, un agente con el que era preciso negociar y al que era
preciso reconocer como interlocutor. El nuevo Estado democrático, por
su parte, no era ya un poder arbitrario, sino que tenía límites muy defi­
nidos para su actuación en la letra de la Constitución, pero tampoco era
ya un poder débil, como la decadente dictadura en los primeros años 70,
sino que contaba con el respaldo de la legitimidad social. Así, la realidad
política debía reinterpretarse más allá del estrecho marco del paradigma
del Príncipe: ahora era preciso ver en la escena política una pluralidad de
agentes -el capital y el Estado entre ellos- con su propia subjetividad, sus
interesesparticularesy unos límites definidos en su toma de decisiones.
Simbólicamente, esto suponía superar un rasgo característico de
la cultura política vigente bajo la dictadura: la existencia de un conflicto
único y central, que unificaría el discurso político como polo de referencia
fundamental en torno al cual cobrarían sentido todos los conflictos
aislados y particulares. En el antagonismo común frente a la dictadura se
habían fundido, en efecto, las luchas de los trabajadores por subidas
salariales, las luchas de las nacionalidades históricas cuya identidad se
negaba a reconocer el franquismo, las luchas de las mujeres por cues­
tiones como la legalización de los anticonceptivos o la despenalización
del aborto, las luchas vecinales contra la especulación del suelo, la lucha
por la libertadsindical, la misma lucha por las libertadespolíticas.
Ese antagonismo principal permitía, volviendo a la terminología de
Laclau, cerrar dos cadenas de identidad, la que unía a todos los
componentes populares, democráticos, anti-statu qua, y la que unía a
todos los componentes oligárquicos, dictatoriales, conservadores. En
este universo simbólico era fácil desenvolverse, pero tras la muerte del
general Franco entró en crisis este orden admirable, en el que el sentido
de toda acción política resultaba inequívoco. Ni la derecha posfranquista
ni los potenciales golpistas conseguirían ya reconstruir ese antagonismo
perfecto: la ambigüedad y la confusión subsiguientes tendrían su mejor
reflejo en el desencanto de 1980-81, y su inevitable herencia en la
gravísima crisis orgánica de las áreas conservadora y comunista desde
que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) lograra la mayoría
absoluta el 28 de octubre de 1982.

21
w= ,
FLACSO
ECUADOR
.---. búsqueda de ese antagonismo esencial debería haber llevado,
/' ;-se...
drí pensar, a la discusión de la política económica, supuestamente
~ cons rv dora, del gobierno socialista español. No parece, sin embargo,
, \Je;' os íticos de esta política hayan sabido rentabilizar sus propias posi­
ci nes: a asombrosa fe de los comunistas españoles en recetas keyne­
BI BLI~A Y fracasadas en Francia (en 1981) ante una crisis no keynesiana
--- tener reflejo en la sociedad civil. Los trabajadores españoles,
incluso aquellos que han caido en el paro o al menos han visto congelado
su nivel de vida a consecuencia de la política de austeridad y rigor del
gobierno socialista, no parecen tener mucha fe en la magia. Las Comisio­
nes Obreras, sindicato ligado al Partido Comunista de España (PCE),
pudieron lanzar una huelga general en junio de 1985, pero no lograron que
esa huelga articulara una nueva oposición, un nuevo antagonismo
principal. Fue la manifestación de una suma de agravios corporativos y
poco más.
Seguramente es significativo que lo más cercano a ese nuevo
antagonismo principal haya sido la confrontación sobre la OTAN. Pese a
que la pertenencia a la Alianza Atlántica desde 1982 no ha afectado en
nada a la vida cotidiana de los españoles -por las especiales condiciones
en que el gobierno socialista ha congelado la presencia española en la
organización, desde luego-, la cuestión de la OTAN ha sido la única que
ha logrado polarizar a la opinión pública española desde el final de la
dictadura. Seguramente no es casual: se trata de un problema ideoló­
gico, no de un problema real, pues en el terreno de la política exterior las
opciones españolas estaban muy definidas desde 1953 o, incluso, desde
1939. Pero en la OTAN, en el antiamericanismo de buena parte de la opi­
nión pública española, la izquierda comunista está tratando de reencon­
trar el antagonismo fundamental que permita romper la hegemonía
socialista.
No creo que debamos engañarnos. El tercermundismo, el antiame­
ricanismo son residuos de épocas anteriores, de etapas ya superadas de
la izquierda. Me temo que la propia área comunista es ya un recuerdo de
otra época, y que sólo los cuadros de los partidos comunistas siguen
negándose a reconocerlo, buscando extrañas alianzas con movimientos
antisistémicos tan dudosamente progresistas como los conservacio­
nistas o pretendiendo -sorprendentemente- convencer a las mujeres de
que la tradición comunista es la más propicia al feminismo. Si esto no
funciona, como seguramente no va a funcionar, habrá que apostar fuerte­
mente por una nueva idea reguladora que dé sentido a la práctica política
de la izquierda.
A Norbert Lechner le gusta mucho la palabra utopía, tomada en el
sentido de una utopía no realizable. Yo prefiero la vieja noción kantiana de
idea reguladora.. menos proclive a fomentar las chifladuras de la extrema
izquierda -que en general desconoce a Kant- y más próxima a la tradición
ilustrada. Pero lo cierto es que la izquierda necesita una utopía o una idea

22
reguladora para pensar su propio proyecto, su propia actividad. No para
llevar adelante ese proyecto, esa actividad: insistiré en que las prácticas
sociales tienen su lógica, que nadie puede detener. Pero para pensarlas, 1

para saber su sentido, se requieren ideas, quizá utopías. La historia ha.


destruido las utopías e ideas heredadas. Ahora, si queremos reencarnar
a la juventud, comprender lo que estamos haciendo y seducir a otros para
que sigan nuestro camino, debemos buscar nuevas ideas, nuevas
utopías.
En otro lugar he señalado que cuando se perdió la esperanza
hegeliana en un sujeto único de la historia, con la crisis de la noción
marxista del proletariado como protagonista de la emancipación histórica,
la izquierda quedó condenada a la secularidad, y la utopía saltó hecha
pedazos. Ya sólo quedan del viejo espejo de una futura sociedad comu­
nista los fragmentos rotos que son los movimientos sociales, precario
reflejo del antiguo sueño. Puede ser lamentable, pero es el destino de
nuestro tiempo renunciar a todo encantamiento. La izquierda necesita
una cultura política que reconozca el pluralismo social, que abandone las
ilusiones religiosas y deje de lado el espejismo de la utópica sociedad
reconciliada y sin conflictos,transparente y armoniosa.
. Para superar el paradigma del Príncipe, para aprender a hacer
política secular, necesitamos superar la utopía y descubrir nuevas ideas
reguladoras, ideas que sean normas y valores de conducta social, pero
que nunca jamás justifiquen la eliminación del antagonista ni permitan
confundir el futuro con el milenio. Desencantar el mundo puede no ser el
camino hacia la jaula de hierro, sino la puerta hacia un razonable jardín, en
el que por supuesto seguirá habiendo insectos y recaudadores de
impuestos. Quizá eso no sea mucho, pero no creo que sea tampoco tan
alegrementedesdeñable.

Postcriptum.

Rehaciendo -enérgicamente- estas notas, puedo añadir con


satisfacción que el intento irracional de convertir a la OTAN en nuevo
antagonismo principal de la política española fracasó en marzo de 1986, y
que el proyecto de convertir el voto anti-OTAN en nueva oposición política
ha fracasado también en junio del mismo año. La historia es un proceso
sin sujeto ni fines, pero no todo podían ser disgustos. (16 de julio de
1986.)

23

RASGOS BASICOS EN LA TRANSFORMACION


DE LA CULTURA POUnCA ESPAÑOLA

Rafael del Agulla TeJerlna

El tema que se aborda en estas páginas afecta principalmente a


una estrecha franja de la población española, pero creo, sin embargo, que
posee un gran poder impregnador del conjunto de la cultura política. En
efecto, lo que podríamos denominar la transformación postmoderna, no
debe ser analizado como un elemento marginal que tiene lugar en el seno
de ciertos sectores de la izquierda o de la juventud, principalmente
universitaria, o que tiene su esfera de acción restringida a determinados
movimientos urbanos localizados en Madrid, Barcelona, Valencia,
etcétera. Aun cuando es innegable que lo que se describe a continuación
nace y se desarrolla precisamente en esos ambientes, su capacidad de
influencia hacia sectores más vastos está en relación directa con la crisis
de la cultura política de la izquierda tradicional. Por ello, su posición pese
a estar todavía considerablemente restringida, posee una enorme
potencialidad y está generando lo que sin duda es la espiral de influencia
más importante en el conjunto de la cultura política española.
España es, con toda probabilidad, el país europeo en el que se ha
pasado más rápidamente de lo "premoderno" a lo "moderno" y de éste, a la
era de la 'postmodemidad", La cuhura política que se fomentaba desde
los últimos escalones del franquismo podría caracterizarse precisamente
como uno de los mejores ejemplos de cuhura política premoderna: un
autoritarismo tecnocrático definía la esfera política como un asunto de
especialistas y consideraba a aquellos que, desde la oposición ilegal,
reivindicaban un ensanchamiento del marco de decisiones políticas,
como portadores de intereses inconfesables y egoístas. En ese
contexto, la cuhura política propugnada era precisamente la de la
pasividad y la desmovilización, la de la "privatización" de la esfera pública
y de las decisiones politicas, la de la apatía participativa y la
consideración de la poHtica como una actividad restringida a deter­
minados canales que por su misma estrechez excluían a todos aquellos
que no estaban dispuestos a aceptar reglas de juego sumamente selec­
tivas. Todos estos factores contribufan a hacer de la política una acti­

25
vidad fijada en la aceptación sin más discusión de lo instituido o, en
caso contrario, extremadamente peligrosa.
La lucha de oposición a la dictadura se orientó dentro de un perfil
de modernidad. Así, cuando desde determinados sectores de la izquierda
se establecía la oposición al régimen precisamente como reivindicación
de participación en las decisiones y ensanchamiento de la esfera pública,
o cuando la exigencia de un cambio político hacia la democracia y el so­
cialismo se presentaba en el seno de un discurso aparentemente unifi­
cado y sin fisuras, etcétera. En todos estos casos los rasgos y elemen­
tos esenciales de la modernidad aparecían nítidamente. Ejemplos de lo
que decimos podrían ser los que siguen:
1) La tendencia a la unidad de las fuerzas de oposición al régimen
para garantizar la apertura de la esfera pública de decisión política a to­
dos los ciudadanos (sólo existente en tanto que tendencia pero con un
peso específico crucial en el conjunto del discurso político de oposición).
2) La consideración de la clase obrera como la fuerza hegemónica
en la dinámica de oposición (aun cuando nunca se lograra una articu­
lación completamente compartida del rol que debería jugar en el proceso
de transición).
3) La consideración de los partidos como elementos de canaliza­
ción de los intereses populares a la vez que intérpretes de los
"verdaderos intereses del pueblo".
4) La indefectibilidad de la victoria final contra la dictadura y el opti­
mismo político como claro heredero de la idea de progreso.
5) La utilización de términos tales como libertad, igualdad, y otros,
en un sentido aglutinador de las fuerzas de oposición, etcétera.
Junto con estos elementos, el discurso político de protesta anti­
franquista llevaba aparejados otros que cabría considerar como nega­
tivos y que hoy están sirviendo de blanco a la crítica política postrno­
derna. Así, cabría señalar rasgos tales como:
1) La idea de sacrificio por la "causa", inevitable en un contexto
político dictatorial, pero que hizo penetrar en la cultura política la idea de
la futilidad de los intereses y deseos individuales.
2) La configuración de un cierto maniqueísmo en la protesta sur­
gido como consecuencia de la escisión del mundo en antifranquistas y
franquistas y que tenía como consecuencia la eliminación de matices y la
simplificación del mundo político, que en la democracia tanto echaron de
menos ciertos sectores de oposición. 1
3) La clandestinidad producía un cierto encapsulamiento y una fal­
ta de comunicación con la sociedad en su conjunto, probablemente inevi­

1 La frase que mejor retrata este estado de ánimo apareci6, como símbolo de
desconcierto político, en una "pintada" que decía: "Contra Franco, vivíamos mejor"
y que parodiaba la claramente involucionista "con Franco, vivíamos mejor". Aquíes
perfectamente perceptible como se añora una definici6n clara de posiciones
políticas quetanfácil eraobtener enla lucha antifranquista.
26
table pero que tenia como consecuencia comportamientos políticos
ritualistas, llenos de sobreentendidos, de claves ocultas, de sentimien­
tos de grupo cerrado y portador de la única libertadlVerdad posible,
etcétera.
Las circunstancias especiales bajo las que se desarrolló el pro­
ceso de transición a la democracia en España2 afectaron tanto a los ele­
mentos de la cultura política franquistas, como a los propugnados desde
la oposición. Veámoslo de nuevo muy brevemente:
1) La entrada en pactos y negociaciones de casi todas las fuerzas
políticas de la izquierda con el gobierno reformista procedente de la legali­
dad franquista y la progresiva pérdida de respaldo de aquellos grupos
políticos que se negaban a entrar en esa dinámica o eran excluidos de ella
lo que se dio unido a una cierta reprivatización del discurso y la esfera de
decisión política por parte de las jerarquías de los partidos. Ello produjo un
sentimiento de exclusión en grandes capas de la población tradicional­
mente activa que es el origen de la apatía y de la desmovilización polí­
ticas.
2) La paralización del impulso de determinados movimientos y
organizaciones de base, desde la jerarquía de los partidos de la política
tradicional durante la oposición, pues era necesario pacificar el horizonte
social y político para evitar una involución, excluye de nuevo a una serie
de movimientos e intereses que hasta ese momento habían sido reco­
gidos en el marco del discurso y de la praxis de la izquierda antifranquista
(así, por ejemplo, asociaciones vecinales, organizaciones sindicales de
base, movimientos autónomos, movimiento estudiantil, etcétera).
3) la eliminación del horizonte de negociación de ciertas
reivindicaciones clásicas de la izquierda (ruptura, gobierno provisional,
disolución o depuración de aparatos claves del Estado, etcétera), que se
presenta como parte del corte de los pactos y acuerdos precedentemente
señalados, acarrea como consecuencia una política más realista y acaso
más adecuada, pero también la idea de que la unidad del discurso de la
izquierda se ha roto y de que ésta carece en buena parte de puntos de
referenciaprecisos para orientar la acción política.
Este conjunto de elementos provoca un importante deterioro de los
supuestos básicos de la modernidad política reivindicada por la izquierda.
A la vez, naturalmente, acelera procesos de desmovilización y apatía, el
abandono de la esfera pública de gran parte de aquellos grupos cuya
actuación había sido más activa y una auténtica crisis en la cultura
política de todos estos sectores. En el corazón de estos replanteos se
produce la influencia de una serie de conceptos procedentes de la teoría
política francesa (aunque no únicamente de ella), que definen la
postmodernidad política. Esa influencia, superficial o profunda, según los

2 Para un análisis general del proceso de transición puede verse del Aguila R. y
Montoro R., El discurso político de la transición 1975-1980, CIS, Madrid, 1984, con
abundante bibliografía.
27
casos, está revertebrando la cultura política de sectores sociales
especialmente importantes y es de prever que llegue a afectar a grupos y
zonas de la sociedad española que hasta ahora no han recibido su influjo.
A continuación nos ocuparemos de este tema intentando establecer el
perfil básico de la cultura política postmoderna y de los riesgos que
conlleva.

11

La cuftura política postmoderna se propone la adecuación de sus


presupuestos a las nuevas condiciones políticas. Para ello critica ciertos
temas centrales de la modernidad y establece una serie de praxis
alternativas, que sustituyen el legado moderno. Lógicamente esto
supone, en un primer momento, una serie de consecuencias apetecibles
desde el punto de vista de una cultura política participativa, dado que la
crítica a la modernidad comienza por la oposición a esos rasgos que más
arriba exponíamos como elementos negativos del discurso político
moderno (la idea de sacrificio individual, el maniqueísmo, el ritualismo,
etcétera.3 En adelante nuestra exposición tratará en términos generales
algunas de las tendencias transformadoras de la cultura política, con
especial referencia a los aspectos que nos parecen más destacables.
Para lograr este objetivo abordaremos una serie de conceptos típicos del
pensamiento político postmoderno y su encadenamiento lógico y político
para, finalmente presentar algunas de sus consecuencias en el campo de
la cuftura política.
En estricta cultura postmoderna, la idea de praxis política con
sentido y con una finalidad emancipadora y liberadora, se agota. Para
oponerse a la idea moderna, que centraba toda su esperanza en la
indefectibilidad de la liberación, la postmodernidad denuncia lo que de
opresivo, dogmático y totalitario hay en el intento moderno de presentar la
Historia (con mayúsculas) como una dinámica de progreso indefinido. La
idea de progreso se quiebra, no es más que un prejuicio moderno, y con
ella se elimina por supuesto el dogmatismo de la modernidad, pero
también la convicción de que la acción política tiene un sentido (en los
dos "sentidos": de dirección y de significado).4
Por otra parte, el mundo ya no se ordena según aquella dinámica
de progreso. Dicho en otros términos, ya no existen grupos o zonas de la
sociedad que se consideren sujetos del proceso histórico. Junto con
esta idea también desaparece la de humanidad como una totalidad cuyos
intereses en úftimo término coincidirían. No hay, entonces, intereses
generalizables entre los hombres; la totalidad ha estallado en fragmentos
3 Véase Colomer, J. M. "Sobre la identidad de la izquierda: laicidad y valores
morales", Sistema 65, marzo de 1985 y el número 20 de la Revista Leviatán que
recoae unaserie deartículos enlosQue seresaltan muchos de esos temas.
4 Sobre esto Lyotard, J.F. La condición postmoderna, cátedra, Madrid, 1984.

28
y esa fragmentación llega a veces, según los postmodernos, hasta el
nivel individual.f No hay códigos ni normas generalizables y la resis­
tencia a la injusticia parece ser sólo un problema "privado", Ya no hay
razones para rebelarse, sólo existen rebeliones. La resistencia a la opre­
sión no intenta (ni puede) fundamentarse en algo exterior al propio acto de
resiste ncia.6
En consecuencia, no existe una razón unificada, universal o
general que sea capaz de establecerse como metarelato, es np.cir. como
relato sobre otros relatos, razón que explique y de cuenta del conjunto y
de la pluralidad de razones fragmentadas. Es más, el mero intento de
unificar la pluralidad de razones contrapuestas y escindidas resulta, para
la postmodernidad, totalitario. La pluralidad de razones es, entonces, un
dato: sólo hay lucha, contraposición, búsqueda del propio interés,
fragmentariedad, y es inútil lamentarse por la pérdida de unidad de la
razón,? Esto significa también que, una vez más, no tiene sentido buscar
un punto común al que dirigir la acción política, como no sea ese dato de
la diversidad de razones y posiciones.
En el caso español estos rasgos, apresuradamente descritos, han
calado en diversos grados, pero han obtenido, en la situación de
"desencanto" producida por la dinámica de la transición, el mejor caldo de
cultivo imaginable. Sencillamente, al perder los referentes clásicos de
acción política (ya fueran éstos la ampliación de la esfera pública o la
revolución dirigida por el partido o cualquier otro), la tentación post­
moderna de considerar destrozados aquellos supuestos e inútil cualquier
intento de resucitarlos, se ha establecido como un hecho indiscutible
para grandes sectores del arco político. En estas condiciones se han
abierto tres grandes tipos de respuestas a esta situación.
En primer lugar, la respuesta más general: el retiro a la privacidad.
En efecto, la desmovilización, el apartamiento de la problemática

directamente política y de la vida política en general, la desafiliación (en

caso de estar afiliado a alguna organización), etcétera, acaso sean los

rasgos más llamativos para aquel que contemple el proceso de transición

. y la naciente democracia en España. Por supuesto, esto afecta pri­

mordialmente a la izquierda que era la que se encontraba fuertemente

politizada, pero también a sectores de la derecha democrática que en

ocasiones tuvieron una actividad política antifranquista. Es como si, en

vista de la inutilidad, o de la falta de alicientes de la acción política, la

recuperación de la vida privada, muchas veces sacrificada y otras

5 Véase Foucault, M. Microfísica del poder. Piqueta, Barcelona, 1978, págs. 85 y

ss. Sobre la muerte del sujeto y la desaparición del individuo, véase Foucault, M.

Las palabras y las cosas, sigloXXI, México, 1978.

6 Una discusión sobre este tema en R. del Aguila: 'Teoría y práctica: modernidad y

postmodemidad en la reflexión política'. de próxima publicación en un libro

colectivo de homenaje al profesor Murillo Ferrol, editado en colaboración por el

Centro de Investigaciones Sociológicas y el Centro de Estudios Constitucionales.

7Véase Lyotard. J. F. , ob. cit.

29
descuidada, se convirtiera en el objetivo básico de buena parte de los
militantes de izquierda. Aparece entonces un cierto epicureísmo, una
búsqueda de placer en la amistad, en la pareja, en el trabajo, en la propia
formación, etcétera, que hace surgir una serie de fenómenos que van
desde la aparición de un gran interés por la cocina, la música, la droga,
etcétera, a un replanteo global de los objetivos vitales. Tal replanteo
adoptó a veces el perfil del estoicismo, más que del epicureísmo, dado el
grado de adaptación a lo existente que exigía. En este punto, conceptos
postmodernos como el de juego, máscaras, apariencia, seducción,
etcétera,8 obtienen una amplia credibilidad. Es lo que J. Borja llamó la
"izquierda en zapatillas".
Naturalmente, no toda la energía de protesta se dirigió hacia
problemas privados. La fragmentariedad social, política e incluso teórica
se expresa, tras el quiebre de los supuestos modernos de acción y
praxis, en nuevas formas de autoorganización. La democratización de
las bases, el diálogo sobre intereses parciales y fragmentarios, la irrup-
ción de nuevos movimientos sociales, etcétera, son otras tantas de sus
expresiones. Lo distinto de estas formas de acción es tanto la frescura
en cuanto a comportamientos, como el replanteo de las formas de resis-
tencia a la opresión y de oposición a las decisiones políticas oligar-
quizadas. Es bien cierto que este tipo de acción política posee en buena
parte una dificultad inevitable: resulta extremadamente difícil vertebrar
una organización duradera y estable. Este tipo de movimiento se produce
en torno a problemas concretos y suele desaparecer con ellos (la actual
plataforma anti-OTAN es un buen ejemplo, así como también lo es el
escaso éxito de los distintos intentos de organizar una alternativa de
izquierda al Partido Socialista Obrero Español [PSOE] tomando como
base aquella plataforma). Este es acaso el rasgo de cultura política más
relevante y esperanzador para el pensamiento político de protesta, aun
cuando todavía es muy pronto para avanzar posibles desarrollosfuturos.
Pero hay todavía otro rasgo íntimamente unido al núcleo teórico de
la cultura postmoderna que expondremos a continuación. La quiebra de
conceptos como progreso, emancipación, organización, partidos, acción
política con sentido, etcétera, puede llevar de la mano no ya un replanteo
del concepto de política, sino literalmente a su consunción y su
reemplazo por el nihilismo, el decisionismo ciego y el individualismo
egoísta. En este punto la postmodernidad roza la idea de cierto "paleo-
liberalismo", de que después de todo cualquier cosa está permitida ya que
no hay nada que logremos justificar o legitimar de una forma general. El
lema que en ese caso permearía la cultura política postmoderna no es el
de "protesta y sobrevive" sino el más modesto, y también consi-
derablemente más reaccionario, de ·adáptate y sobrevive". Sin embargo,
este tipo de adaptación a las estructuras que comporta el nihilismo

8 Sobre estos conceptos véase Baudrillard, J. Cultura y simulacro, Kairós,


Barcelona, 198.4; Baudrillard, J. De la seducción, Cátedra, Madrid, 1984.
30
postmoderno tendría como característica principal un cierto cinismos. En
efecto, la aceptación del 5tatu qua desde el decisionismo supone a la vez
el desprecio profundo por las bases éticas que sostienen lo existente. En
términos coloquiales, se aceptan las reglas del juego sin creérselas, y si
se actúa así es porque el valor social dominante resulta ser el del éxito,
que es lo único que queda intocado en la crítica postmoderna a la
modernidad.
Por supuesto, este último rasgo se construye alrededor de algu-
nos de los presupuestos básicos de la cultura postmoderna y no cabe
achacar su aparición a mero capricho. As], la idea de que la sociedad no
es más que un magma atravesado de poder en cuyo seno tan sólo cabe
intentar revertir la flecha del poder que se nos impone en beneficio propio,
esto es, reorientar la dirección en la que el poder se ejerce.9 De esta
forma, se considera a la sociedad como algo intransformable, fuera del
alcance de la acción coordinada de los individuos, inescapable a la forma
en que aparece y desaparecen las estructuras y se imponen sobre los
hombres, etcétera.10
No es el caso ejemplificar aquí todos esos presupuestos teóricos y
prácticos. Más bien nos hemos limitado a dar cuenta en este breve traba-
jo de las líneas maestras a través de las cuales habría que analizar el
fenómeno del cambio en la cultura política española de los últimos años.
Por eso mismo, todo lo que aquí se señala tiene un carácter provisional
que habría que contrastar con cada fenómeno concreto, pero que en su
consideración de esquema básico, creo que puede ayudar a comprender
las líneas de desarrollo principales de la transformación de la cultura
política española contemporánea.

9Tfpica idea foucaultiana, véase Foucalt, M. Microfísica delpoder. ob.cit


10 Idea muy representativa de la perspectiva postmodema; véase Del AguiJa, R.
ob. cit.

31
NOTAS SOBRE EL FENOMENO ETA

Javier Garayalde

Se puede hablar de cultura política de la inmensa mayoría de la


población, se puede hablar de cultura política de los políticos
profesionales, se puede hablar también de cultura política de los grupos
sociales activos. Les llamo así para distinguirlos de las estrictas
militancias políticas, a las que desde luego engloban, pero yendo más
allá, hacia el mundo sindical, el asociacionismo, los movimientos
ciudadanos. Se puede decir que en España en general estos grupos
sociales han sido los iniciadores y los impulsores de ese cambio en la
cultura política, del reconocimiento de la tolerancia en la política, incluso
antes de que empezara la transición y por supuesto después. Sin
embargo, en Euskadi esto ha funcionado al revés, sobre todo a partir de
los primeros años de la década del setenta, porque antes realmente la
actividad de los círculos políticos y sociales en Euskadi iba en una
dirección bastante paralela a la que había en el conjunto de España. Ha
funcionado al revés en el sentido de que muchas veces esos grupos
sociales activos han quedado enquistados en niveles de intolerancia, o
de exclusivismo, en mayor proporción que la gran mayoría de los
ciudadanos.
He mencionado los primeros años del setenta porque es más o
menos el momento de la gran eclosión pública del fenómeno ETA. Se ha
hablado del discurso del antagonismo, del gran antagonista, que es el
discurso perfecto para ser protagonizado por una organización como
ETA, y que ha significado para muchos identificarse pasivamente con el
héroe. Esto ha sido válido para gran parte de esos grupos sociales
activos, incluyendo a las militancias políticas, en momentos de aquellos
años.
Partidos como el Socialista Obrero Español (PSOE) o el Partido
Comunista (PC) no han sido ajenos a esta situación, no han sido ajenos a
la seducción de lo que entonces significaba ETA, aunque después se
hayantenido que despertar de esa ilusión en forma bastante brusca.

33
H.~.C en
..", ..""í:J);i::.eCa
l' •
Creo que se puede vincular ese discurso antagónico, ese mito de
la gran utopía (que en Euskadi no es sólo la gran utopía de la inde-
pendencia, sino sobre todo la gran utopía de derribar al poder, al Estado),
y el mito de esa utopía encarnada en el héroe, víctima y salvador al mismo
tiempo, con una conciencia de tipo religioso, con una influencia de tipo
religioso y especialmente con la arrogancia del discurso religioso. Y hay
aquí otra característica diferencial: en España, en general, también en
toda la izquierda, hay una fuerte influencia de lo religioso, de la Iglesia;
primero, por la influencia de la educación y segundo, por la intervención
de muchos miembros activos de dicha institución. Intervención que ha
estado muchas veces mediatizada por cierta mala conciencia; es decir,
los curas rojos o los cristianos rojos traían la mala conciencia de haber
sido la Iglesia cómplice del poder, cómplice de la dominación, y por
supuesto cómplice de la dictadura. En Euskadi, sin embargo, no existía
tanto esa mala conciencia; allí los curas vascos y los cristianos vascos
habían sido siempre vascos, habían estado siempre con el pueblo, y al
menos en su mayoría, también durante la guerra civil. No les hacía falta la
humildad que supone reconocer errores pasados. Estaban poseídos de
una arrogancia como la que comienza a extender a nivel mundial este
Papa, precisamente porque en Polonia la Iglesia había jugado un papel
bastante similar. Todo esto ha dificultado hacer una política de tole-
rancia. La tolerancia es asumida muy lenta y tardíamente en Euskadi,
demostrando el carácter especial nefasto de las utopías con proyección
social. No me refiero a las utopías más o menos personales que puedan
impulsarle a uno a actuar de determinada manera, sino a las organi-
zaciones, los 'aparatos, creados en torno de la utopía, que necesitan
mantenerse sobre la base de los viejos discursos antagonistas, sean el
bien y el malo el tirano y el que mata al tirano. En definitiva, se trata de re-
conocer que el discurso antagónico es esencialmente un discurso
basado en la coerción. Este modelo ha estado y sigue estando fuerte-
mente anclado en la cultura política de muchos vascos, y si está
empezando a entrar en crisis es por la vía de la catástrofe.
Quisiera agregar una observación respecto a los grupos sociales
activos y a su enquistamiento: es una tendencia común a gran parte de
las sociedades occidentales, ya que el valor de dichos grupos como
mediadores ha entrado en crisis. Los circuitos tradicionales, donde la
relación del individuo con la política, es decir, con el poder, se manifiesta
siempre a través de un mediador (no como delegado o representante con
función administrativa, sino mediadores simbólicos, en tanto traductores
de un lenguaje inasequible al común de la población) se están esfumando,
se están estableciendo mediaciones mucho más directas. El mercado
pclítico se está deshaciendo de intermediarios, y los intermediarios se
resienten. Entonces esta cuestión nos llevaría a una que ha planteado

34
con anterioridad Jordi Borja: ¿qué se hace con las militancias de los
partidos? y esta pregunta vale evidentemente para todo tipo de militan-
cias en general.

35
LA TRAMA CULTURAL DE LA POUTlCA

Osear Landi

Presentación.

Una de las características de los análisis de cultura política es el


de presentar una tensión entre su capacidad para poner en su órbita a un
conjunto muy grande de fenómenos (creencias, expectativas, discursos,
ceremonias, rituales, simbologías, gestos, memorias, olvidos) y su
dificultad para asemejarse -si tal es su intención- al género clasificatorio y
de matriz conductista que ha prevalecido (y aún prevalece, aunque con
cierto decaimiento) en algunas vertientes de las ciencias políticas como
modelo de rigor analítico. La hermenéutica, la elaboración interpretativa
con que trabajan los rastreadores de las relaciones de sentido presentes
en la vida política son proveedoras de nociones y postulaciones que hoy
día circulan y son requeridas por los más diversos enfoques sobre el
campo político; sin embargo, su trabajo se sitúa a distancia de los
dominios consagrados de ciertas tradiciones académicas.
En este texto forzaremos la cuestión: no sólo no pretendemos
salvar las incertidumbres teóricas que recorren el tema de las culturas
políticas sino que ensayaremos conjeturas sobre algunas configura-
ciones simbólicas e imaginarias que se presentan en la actual "demo-
cracia emergente" argentina. Los ingredientes de este análisis son el
discurso político, resultados de encuestas de opinión, observación de
comportamientos y estilos políticos y la interpretación de la acción de los
actores del proceso político. Diríamos que es una especie de ensayismo
más interesado en formular algunas hipótesis de trabajo que en
fundamentar muy explícitamente lo que está proponiendo, mostrar
evidencias o recurrir permanentemente a las clásicas pruebas de los
números o de algunos hechos. Presentaremos proposiciones que se
sostienen en la observación, el registro y la elaboración de acon-
tecimientos de nuestro presente, pero que aquí no se ofrecen como
certezas o conclusiones acabadas sino como conjeturas destinadas a

39
volver a ingresar y a ponerse a prueba en nuevos exámenes de procesos
reales.

De las Malvinas a las elecciones.

1983 fue un gran año para los partidos políticos argentinos.


Cuando a fines de marzo venció el plazo para realizar las afiliaciones que
habilitaban para participar en las decisiones partidarias, su cifra global
fue enorme. Meses antes, la marcha de la Multipartidaria y su concen-
tración en la Plaza de Mayo había producido el hecho que quizás terminó
de definir el rumbo político en dirección de las elecciones generales,
hasta entonces inciertas. La transición hacia el régimen constitucional
devolvió a los partidos el centro de la escena, pero su retorno a las lides
electorales iba en andas de otro proceso mayor: la democracia estaba
indisolublemente unida a la "vuelta de la política". En las afiliaciones a los
partidos, en las concentraciones y marchas se reafirmaba la voluntad de
dejar atrás la época del Proceso; partidos y democracia aparecían como
sinónimo o, por lo menos, la entrada en el régimen democrático pasaba
inexorablementepor los partidos.
El triunfo del radicalismo en octubre significó el cambio de la
mayoría electoral y fue síntoma de transformaciones político-culturales
más vastas, pero no alteró un dato arrastrado desde el largo plazo en la
política nacional: la existencia de fuertes partidos desde el punto de vista
electoral, pero precarios desde el punto de vista institucional. El Partido
Radical accedió al gobierno merced a la derrota de la línea prevaleciente
por décadas en su seno y de su aparato histórico. La corriente liderada
por Raúl Alfonsín ganó su partido pero en ese mismo impulso accedió al
Estado y no tanto a la reconversión institucional de su partido. El
peronismo, además de ser históricamente un Movimiento, atravesaba una
profunda crisis, no repuesto de sus confrontaciones internas de co-
mienzo de la década del 70, de la muerte de Perón y de su arrinco-
namiento en los años del autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional (1976-1983), crisis que el resultado electoral no hizo más que
agravar. Y estas dos vertientes sumaron nada menos que el 92% de los
votos. A la izquierda, diversos grupos salían de soportar una situación
duramente represiva, sostenidos por referentes doctrinarios que, en más
de un caso, mostraban una inercia más apta para la reproducción de
subculturas que para realizar políticas de masas. A la derecha, en
algunas franjas como novedad y en otras por la fuerza de las circuns-
tancias, se dio el ingreso a cierto juego político institucional de sectores
cuya forma de relacionarse con la decisión estatal mostraba una historia
más cercana a los cuarteles que a las urnas.
Es que no sólo la debilidad institucional de nuestro sistema de
partidos expresaba sus características históricas nacionales. sino que
también pesaba la particular forma en que se precipitó la crisis del

40
Proceso. Hasta los años 78 y 79 el gobierno militar operaba con la
certeza de que estaban para quedarse, en el sentido de que dejaría
transformaciones duraderas y bajo control en el funcionamiento global del
país. Lo evidencia fácilmente un mero vistazo de los diarios de la época,
de las declaraciones de los funcionarios públicos o de los testimonios que
se efectuaron luego en el juicio a las Juntas Militares por la violación de
los derechos humanos durante aquellos años. Había algo así como un
clima de época que generaba un horizonte de expectativas en el que gran
parte de los políticos argentinos se sumergían ideando salidas a la
situación que, de una forma u otra, pasaban por combinaciones con los
militares. No estamos hablando de los sectores que apoyaron
estratégica o tácticamente al golpe o a algún sector del gobierno del
Proceso, sino del clima de época que teñía la imaginación de gran parte
de la clase política argentina en años tan negros. Por cierto, en la
sociedad hubo actos de resistencia, llamados a huelgas desde el
sindicalismo, la actuación fundamental de los movimientos de derechos
humanos y reclamos de vuelta a la democracia. Pero fue como si el
desgaste del gobierno que empezó a salir a la superficie hacia 1980
hubiese derivado, principalmente, de fallas en su propio rendimiento, de
no haber logrado concretar sus muy ambiciosas metas de transformación
del país: sus fallas de gobernabilidad respecto del empresariado, el giro
especulativo de la economía, los magros resultados en su intento de
formar una fuerza política heredera del Proceso, su falta de timing
apropiado para vincularse con la sociedad, derivado del laberinto
decisorio que creó para "compatibilizar" las opiniones de los distintos
sectores de las distintas fuerzas, de las distintas zonas del país bajo su
ocupación. Hacia 1982 la sociedad evidenciaba síntomas de reactivación
de la presencia popular y opositora. Fue entonces el gobierno del General
Galtieri (que se sostenía en la idea de que el Proceso tenía objetivos
propios que cumplir antes de ensayar cualquier salida negociada con
fuerzas civiles) el que intentó adelantarse a las derivaciones políticas que
podría tener un eventual crecimiento de la activación social y produjo el
hecho que fulminó al Proceso: la guerra por la recuperación de nuestras
islas Malvinas. De allí en adelante asistimos a la crisis de un régimen que
asumía la forma de un colapso. De modo que la movilización social y
opositora de comienzos de 1982 no tuvo oportunidad de seguir un curso
ascendente, más o menos progresivo, hasta derrumbar "desde abajo" al
Proceso, sino más bien fue una crisis desencadenada "desde arriba". La
historia es conocida, pero la señalamos con la intención de definir la
lógica política en que se recreó luego una escena y la palabra pública,
centralizada y estimulada cada vez más por nuestros partidos. Era una
sociedad que no tenía claros referentes para constituir una imagen de sí
misma, como lo evidencia el dato de las encuestas electorales del 83, en
las que ganaba el candidato radical en cuanto a las preferencias de
encuestados que, sin embargo, opinaban mayoritariamente que ganaría el

41
peronismo. Pero la Argentina no salía de la etapa del Proceso como de un
paréntesis y sus partidos no podían seguir una suerte de conversación
interrumpida en marzo de 1976, ni se trataba de un recontacto con bases
electorales iguales a sí mismas desde hacía décadas.

La cultura y la palabra partidaria.

Desde el fin de la guerra de Las Malvinas hasta las elecciones de


octubre de 1983 la sociedad argentina presentó una suerte de gelati-
nosidad institucional; en su interior la recreación partidaria de la escena
pública tuvo su centro de gravedad en el acto, el discurso y la propa-
ganda política. Fueron años de revalorización de las palabras, de enuncia-
ciones que proponían genealogías del país, diagnósticos del presente,
nuevas y viejas formas de interpelación, luego de largos años de veda
política y desinformación, en los que la voz de los partidos ocupó un lugar
marginal respecto de la escena pública oficial (situación de la que no
fueron ajenas las propias limitaciones del discurso partidario, dominado
por la inercia temática y la desorientación defensiva en más de un caso).
Fueron meses de elaboración de la demanda democrática en los que no
podemos registrar cambios socieconómicos sospechosos de ser causa
directa de la recomposición del cuadro político, en los que se mantuvo un
porcentaje muy alto de indecisos electorales hasta pocas semanas antes
de las elecciones en las que se configuró una nueva mayoría electoral
con el triunfo del Partido Hadical.l Esto es, fueron meses en los que el
condicionamiento cultural de la acción y la palabra política pesó de
manera decisiva en el resultado de unas elecciones que supusieron el
cambio del régimen político mismo.
En esas circunstancias, la posible efectividad de Jos discursos de
la política dependió en gran medida del tipo de intertexto que entablaban
con las transformaciones del sentido común y las culturas políticas de los
años previos. Fue en la relación entre estos elementos donde se decidió
la lucha por la competencia comunicativa política de una coyuntura tan
significativa,que por su pretensión refundacional del país tendría tanta
capacidad de marcar la lucha político-cultural futura. La nueva mayoría
electoral se sostuvo como relación de sentido entre cantidatos y votan-
tes en un particular "contrato de veredlcción" discursivo.é

1 Analizamos las elecciones de 1983 en El discurso sobre lo posible, Estudios


CEDES, Buenos Air~s, 1985. En este texto intentamos exponer una visión más
abarcadora de un conjunto de factores de diversa naturaleza que sostuvieron y se
expresaron en aquella campaña electoral. Aquí retomamos algunas ideas de ese
trabajo comopuntos de pasajes a otrosdesarrollos deltema.
2 Greimas plantea que: •...el discurso es ese frágil lugar en el que se inscriben y se
leen la verdad y la falsedad, la mentira y el secreto; sus modos de veredicción
resultan de la doble contribución del enunciador y del enunciatorio, sus diferentes
posiciones no se fijansino sobreun equilibrio más o menosestableproveniente de
42
Durante el Proceso, las actividades que podemos calificar como
culturales en un sentido restringido, las ligadas al arte, la industria cultu-
ral nacional y la escuela, habían sufrido un fuerte deterioro. Pero la aso-
ciación que realizó el gobierno militar entre el cambio de los procesos de
formación del poder y las operaciones de reculturalización que debían
acompañarlo ("cambio de mentalidad", disciplinamiento, cultura del miedo,
etcétera), otorgó a las iniciativas culturales de la sociedad civil parti-
culares funciones y relaciones con el poder político:
a) El deterioro de la vida cotidiana otorgó a ciertas actividades el
carácter de verdaderas estrategias de sobrevivencia del sentido; un ejem-
plo nítido de esto es la demanda educativa que se mantuvo y aumentó
aun con plena conciencia de parte de sus demandantes de su casi nula
proyección laboral.
b) Determinados temas expulsados del discurso oficial fueron pro-
tegidos, elaborados y resignificados por los lenguajes propios de ciertas
actividades culturales.
e) Algunas actividades adquirieron un valor cultural y político no
tanto por lo que eran o decían sino, fundamentalmente, por el mismo acto
de su realización, que pasaba a ser parte dellenguaje. 3
d) Ciertos hechos culturales adquirieron una valencia política y
ocuparon una posición relativa de gran importancia en el retaceado
espacio de lo público. En la fase final del Proceso, por ejemplo, la escena
artística colaboró de forma destacada a bloquear toda posibilidad de
recomposición de una mínima legitimidad del gobierno rnilitar.é
Si nos desplazamos a una acepción más amplia de la cultura,
también nos podríamos preguntar: ¿cómo funcionaron estas actividades,
los gestos de los movimientos como el de las Madres de Plaza de Mayo,
los barriales, etcétera, en la elaboración que hicimos los argentinos de
procesos de la vida pública en los que, ya sea de manera participativa o

un acuerdo implícito entre los dos actuantes de la estructura de la comunicación.


Es este entendimiento tácito el que es designado con el nombre de contrato de vere-
dicción". (En "Le Contrat de Vérediction", en Du Sens 11, Seuil, Paris, 1983, pág.
105).
3 El llamado "rock nacional" es típico en este sentido: no alude a una corriente
musical homogénea, ni a un parejo nivel artístico, sino a la unidad del fenómeno
cultural juvenil que congregó. Entre músicos y público se entablaban
complicidades, sobreentendidos, lenguajes con cierto grado de ciframiento que
sostenian estos lugares de encuentro, de reconocimiento entre pares y, a veces,
de refugio frente a la filtración de la mentalidad autoritaria a nivel familiar. Al
respecto véase de Pablo Vila, "Rock nacional, crónicas de la resistencia juvenil" en
Los nuevos movimientos sociales 11, compiladora, Elizabeth Jelin, Biblioteca
Política Argentina, Centro Editor de América Latina, 1985.
4 En este aspecto fue claro el papel jugado por "Teatro Abierto". Analizamos estos
temas en "Campo cultural y democratización política" incluido en Politicas
culturales y crisis de desarrollo en América Latina, Néstor García Canclini (comp.),
editorial Grijalbo, México, 1987.

43
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,.... 'O, .::1 '1
E e L; A [) .: R ~"

..-;-;::,~r la jamplitud de la represión, nos vimos involucrados durante largos


(<';:,,",,-«l{I s? tCómo se procesó o no la asimilación de la política a la guerra?
\ '; ¿J!;. ál$ fueron los efectos de la cultura del miedo y el terror? ¿Hasta qué
\ _' ,J p~ to el Proceso. aun con el final que tuvo, dejó marcas culturales perdu-
: .J;;tes el sentido común y en la percepción política de los argentinos?
'1 BiBLI07~CA particularmente para lo que trataremos de analizar: ¿qué como
~-- . laciones de significación se entablaron entre la trama de micro-
rrelatos informales de la cotidianeidad y los discursos partidarios?
Habiendo generado una relación más rica y elástica entre ciertos
componentes del sentido común político de amplios sectores de la po-
blación (con centro de gravedad en las capas medias), el entonces
candidato Raúl Alfonsín logró producir simultáneamente dos elementos
fundamentales en la confrontación interdiscursiva de aquella campaña
electoral: a. la constitución de su principal adversario, el peronismo, en
una trama de acción política que evocaba el pasado que se intentaba
superar, operación en la que fue decisiva la eficacia de su denuncia de un
supuesto pacto militar-sindical, que dejó al partido votado por la mayoria
de la e/ase obrera en una suerte de imposible negativo, como
representante del peligro de la repetición de cierta forma de hacerse la
política que sólo podía presagiar la continuación de crisis y, b. la
ubicación del actual Presidente en el lugar de la mejor garantía ética que
en esas circunstancias ofrecía la e/asepolítica al país.
La emergente revalorización de los procedimientos institucionales
encontraba en la apelación ética de Alfonsín la posibilidad de una garantía
de reciprocidad, de ajuste del comportamiento a reglas que hiciesen
previsible y confiable la acción del otro. La transición argentina no cuenta
con funciones institucionales como la del Rey en la España postíran-
quista o con grandes pactos explícitos, como en otros países. En el nues-
tro, las garantías de la transición se confunden bastante con la contia-
bilidad personal que puedan obtener ciertos políticos. 5 La apelación ética
funcionó además como un referente común, como un principio de unidad
en el imaginario político de un país profundamente fragmentado por la
crisis. El vínculo de sentido que proponía la palabra del futuro Presidente
se basaba más en cierto contrato de reciprocidad y en referentes
institucionales generales que en la adhesión a doctrinas definidas.
Evidentemente el verosímil de A!fonsín estaba teñido por una inspiración
liberal pero no subordinada a una problemática conservadora, como había
sucedido en diversas oportunidades históricas, particularmente desde
fines del siglo pasado. En el año 1983 el discurso de Raúl Alfonsín intentó
una difícil ecuación posteriormente desdibujada: la compaginación de los
principios de las libertades y derechos individuales con temática que

5 Las encuestas de opinión nos brindan un dato sugestivo al respecto, En


momentos en que las preferencias partidarias de los que ya tenían decidido su voto
favorecían al Partido Justicialista, las preferencias por candidatos ya favorecían a
Raúl Alfonsin.
44
expresaban demandas sociales ("con la democracia también se come, se
educa, se trabaja", etcétera). Era un discurso que combinaba un tono
ético explícito con la agregación de demandas que invadían con-
frontativamente los temas y tradiciones más propias del peronismo y de
vertientes de la izquierda. Este discurso electoralmente exitoso se sos-
tenía, como venimos planteando, en una resonancia positiva con
componentes elaborados en el seno de las culturas políticas mayorítarias
desde fines del gobierno de Isabel Perón y que fueron adquiriendo un
curso más definido durante el gobierno militar. La sola consideración del
tipo de crisis del gobierno del Proceso y de la forma cómo se reubicaron
los partidos políticos entre el Estado y la sociedad en su desenlace
electoral, indican por sí solos las dificultades y hasta la imposibilidad de
que la transición política argentina se hubiese apoyado en un pacto
democrático formal entablado por los partidos y otras instancias de la
sociedad civil.6 Sin embargo, creemos que se podría afirmar que, en un
plano más dituso e informal, en el de las culturas políticas, se entabló un
pacto entre gran parte de la dirigencia politica y el electorado definido
principalmente en tratar de impedir la repetición de cieno pasado.

Los partidos mayoritarios.

La actual configuración del sistema de partidos argentinos nos


muestra una marcada preponderancia del Partido Justicialista y de la
Unión Cívica Radical. Pero a diferencia de los años '50 han disuelto su
perlil de alternativas casi excluyentes entre sí.? Ambos remiten a tradi-
ciones históricas diferentes y mantienen un electorado con centros de
gravedad social distintos, pero en estas décadas han disminuido el perlil
contrastante de sus identidades. En el marco de una acción política me-
nos regulada doctrinariamente, habiendo vivido la experiencia de enfren-
tar enemigos comunes de corte autoritario y compitiendo por la conquista
de ciertos sectores del electorado con capacidad de desempate, estos
partidos se caracterizan por la tendencia a la agregación de hetero-

6 Uno de los temas principales de una posible antropologla política del país es el de
las características de la ocupación del espacio público por parte de la población en
actos y marchas políticas. La histórica Plaza de Mayo fue escenario a fines de
1982 del hecho que quizás terminó de definir el curso de los acontecimientos en
dirección a las elecciones generales: la marcha y concentración de la
Multipartidaria. La plaza pública construyó en el país una parte fundamental de la
gramática de la política, lo que en la actualidad se replantea en la cuestión de las
relaciones entre demandas, deliberación, procedimientos, pactos institucionales,
reforma del Estado, etcétera.
7 Nos referimos al curso actual, fechado en 1987, del justicialismo. En su seno se
mantienen abiertas contradicciones y dilemas significativos, pero presenta la dara
preponderancia de sus corrientes renovadoras (que pasan a ser las protagonistas
principales de esosmismosdilemas).

45
géneos sectores sociales y demandas y no por alguna ortodoxia
ideológica que regularía su acciónf
Cabe aquí una breve reflexión comparativa con lo que se conoce
como "catch all petties" en la ciencia política: partidos también de agre-
gación de clientelas y bases heterogéneas, pero que tienden a generarse
en condiciones muy diferentes a las de la política argentina. En efecto,
en ciertos países europeos, por ejemplo, estos partidos se van confor-
mando a partir de una sostenida estabilidad institucional, cierta mayor
homogeneidad social, el aumento regular de la competencia electoral
entre ellos, teniendo su sede principal de representación y acción en los
Parlamentos.
En la Argentina, podrá comprenderse fácilmente, en todo caso
estos partidos -si tal es el parecido del peronismo y el radicalismo- son
previos a todas estas condiciones. Esto es: son así por su aspiración a
la estabilidad y la articulación de una sociedad fragmentada por una larga
crisis integral. No están generados ni sostenidos por las condiciones
apuntadas antes, sino por algo concerniente a las relaciones entre la
cultura y la política, y que ensayaremos analizar brevemente en las pági-
nas que siguen.

la transversalidad cultural del sistema de partidos.

A raíz de procesos que habría que reconstruir en una dimensión


histórica más de mediano y largo plazo y por la forma de colapso que tuvo
la crisis del proceso, los mecanismos institucionales de representación
como los partidos deben competir con redes de poder y reconocimientos
que incluye a sectores del mundo de las finanzas, de la iglesia. de las
Fuerzas Armadas, de los medios de comunicación de masas, de las
mismas elites políticas. Estos sectores están habituados a cierto trato
mutuo y a reconocerse como los que puden crear ciertas situaciones de
hecho y decidir sobre diversas cuestiones.
Cuando se trata de incluir demandas de la sociedad en estos
sistemas -que guardan complejas relaciones con las instituciones forma-
les de la democracia-, nos encontramos con una situación particular. La
propuesta y el discurso partidario no pueden sostenerse exclusiva ni
preponderantemente en sus matrices doctrinarias. Los partidos políticos
no están en condiciones de reclamar para sí el monopolio del sentido de la
vida social del país. Esta afirmación se refiere a algo bastante evidente.
Una mínima descripción de la escena pública argentina nos presenta a los
partidos sólo como uno de los diferentes tinglados que la conforman: las
8 Estos dos partidos obtuvieron el 92% de los votos en 1983, cifra repetible en una
confrontación decisiva de elecciones a gobernador de provincias o en las
presidenciales. Además de sus caudales propios, estos partidos agregan el voto
táctico de otros contingentes políticos destinado a bloquear el eventual triunfo de
unode ellos.

46
reuniones tantativas de la concertación social, el juicio a las Juntas
Militares por la violación de los derechos humanos, las elecciones
internas sindicales y partidarias, los comportamientos microsociales
regulados por la cultura de la inflación, el acto y las concentraciones
populares por diversas demandas.
Sin embargo, la constitución del régimen político democrático no
define de por sí las atribuciones de la acción de los partidos. En este
punto nos situamos en el carácter ambiguo de la política, frente al hecho
que debe hacer un esfuerzo permanente para definir, precisamente, el
atributo de político o de no político de los problemas de la vida social. La
democratización institucional, entonces, lejos de plantearnos una "vuel-
ta" a algo natural y previamente definido, que ya sabemos de qué se trata,
repone un campo de experiencias concretas en el que se recrean viejas y
nuevas maneras de preguntarse qué es la política.9
Nuestra conjetura sobre la transversalidad cultural del sistema de
partidos es sólo una de las maneras en que volvemos a girar alrededor de
este interrogante. Desglosaremos el tema en varios aspectos, que
presentaremos no en una secuencia cronológica ni como una valoración
global de los primeros pasos de la democracia desde 1983, sino más bien
en sus aspectos diferentes, en tanto síntomas de las relaciones entre
política y cultura en la actual democratización de la Argentina.

a. La experiencia de vida pública.

Una de las cuestiones fundamentales que debe resolver el régimen


democrático en el país es la de dar una solución. estable, para. el largo
plazo, a un grave problema histórico irresuelto: el de la incorporación de
los sectores populares al sistema por interrnedlo de los mecanismos de
representación política. Los golpes de Estado de 1930 contra el gobierno
radical de Yrigoyen y el de 1,955 contra el gobierno peronista fueron los
dos grandes hechos .históricos que revelaron la disposición a la exclusión
política y al autoritarismo de determinados sectores e intereses
estructuralemente dominantes desde el punto de vista económico-social.
En la Argentina, los más amplios sectores populares no se enca-
minaron históricamente hacia propuestas marcadamente alternativas al
sistema capitalista, pero su inclusión en el mismo fue siempre conflictiva,
producto de luchas que contenían reformas fundamentales de la vida del
país. El radicalismo de principios de siglo y el peronismo de los 40 fueron
los dos grandes movimientos populares y reformadores frente a los

9 Aunque en la vida política actual es poco frecuente un debate sobre el


fundamento de la política y las discusiones sobre las políticas públicas oscilan
entre las versiones técnicas que tienden a sustraerla de la deliberación pública y
las apelaciones genéricas a principios, la Argentina actual no se sustrae a las
problemáticas mundiales sobre el rol del Estado, la gestión social y la iniciativa
privada que desencadena la reformulación de 105 Estados de bienestar generados
desde la última postguerra.
47
cerrados mecanismos tradicionales de dominio social. A los pocos años
de la ampliación sustantiva del padrón electoral (merced al derecho al
voto de la mujer y a los extranjeros adquirido bajo el primer peronismo) el
golpe de 1955 reintrodujo al país en la inestabilidad política.
Esta tortura historia institucional hace que la posible oscilacíón de
la población entre la vida privada y la vida pública no obedezca a una
suerte de ciclo natural, sino que sea producto del resultado de grandes
confrontaciones con temporarios vencedores y derrotados desde el
punto de vista polítlco.l''
A comienzos de la década del 70 la política estaba marcada por la
creciente acción colectiva que comenzó con el Cordobazo de 1969 que
derrumbó "de abajo para arriba" al gobierno del General Onganía. Y hasta
fines del año 1975 el tono participativo de la ciudadanía fue muy alto.
Luego del golpe de marzo de 1976, terror mediante, se produjo una
masíva privatización de la vida de los argentinos.
En un sentido o en otro, lo que pasaba en el poder estatal
involucraba directamente la vida cotidiana de amplios sectores. Por ello,
creemos apropiado formular la hipótesis de que los "mundos de vida"
individual han sido el gran cable a tierra defensivo en la vida de los
argentinos, frente a contingencias de una inestable y riesgosa escena
pública. La cotidianeidad, la familia, la vida laboral y barrial, el tiempo
libre, a pesar de no haber escapado a las grandes conmociones del país,
han sido relativamente más estables, más continuas que la tumultuosa,
brusca y cambiante escena política.
Es por esta zona de la experiencia individual, de los microrrelatos,
de un universo cultural poco conocido y poco probable de demostrar con
pruebas directas, que se produjeron las transformaciones en relación a
las cuales el discurso político que reaparece luego de la guerra de Las
Malvinas construye su principal intertex1o.
Aunque no abundan, en el país ya se han producido diversas
hipótesis acerca de la capacidad del gobierno militar de filtrar a la vida
cotidiana de las personas y las familias ciertos estilos y modelos de
comportamiento autoritarios, en ciertos casos acentuando y apoyándose
en tendencias preexistentes en las culturas políticas. También se ha

10 Albert O. Hirschman al plantearse la interpretación de los ciclos de vida pública


y de vida privada que transcurren en el mediano y largo plazo de ciertas naciones,
construye la hipótesis de que este movimiento cíclico está regulado por alterna-
tivas decepciones en lo público y eñ lo privado. Afirmación que consideramos
como una clave de interpretación central para el tema. Pero para nuestro caso
cabe no olvidarse que el autor está pensando estos ciclos en el interior de pará-
metros institucionales estables. En la Argentina los ciclos de acción colectiva en
la escena pública y posterior repliegue a lo privado, tienen que ver directamente
con fases de golpes de Estado y de posterior reinstitucionalización democrática.
Véase el sugerente texto de Hirschman, Shifting invotvemems. Privare lmerest
and Publica Acuon, Princeton University Press, 1979.

48
razonado sobre los mecanismos de supervivencia subjetiva de los
individuos durante el Proceso que no pueden ubicarse en el rubro anterior
sino que se volatilizan con el cambio de las circunstancias políticas.
Finalmente, la discusión también incluyó la referencia a la acción social y
al ejercicio de la memoria colectiva que preservaron valores fun-
damentales contenidos en las grandes tradiciones populares naciona-
las.l" En este texto no queremos entrar directamente en esta discusión
sino señalar una extendida característica de la actual configuración de
sentido común político. Lo que afirmamos no se refiere a la característica
global de las culturas políticas argentinas, pues su estudio requiere
realizar una serie de distinciones atentas a sus segmentaciones internas:
sociales, de género, etarias, partidarias, culturales, etcétera. Hablamos
de la formación de un extendido sentido común en el que se ha producido
una disociación entre los saberes fragmentarios que se tienen de la
realidad de la vida del país (revelación con el Fondo Monetario
Internacional, capacidad de presión de las Fuerzas Armadas, condi-
cionamientos externos de los grandes poderes internacionales, papel de
cierta operatoria del sistema financiero como obstáculo del crecimiento
económico, etcétera) y el sentido que estos saberes tienen para los
mdi0duosensuaccronsoc~L
Los años 60 y 70 se caracterizaron por una asociación estrecha
entre saber y acción: el desarrollismo modernizador unía el diaqn'sotico
del subdesarrollo con la confianza en la planificación estatal y los efectos
o "impactos" beneficiosos de las nuevas tecnologías en el Tercer Mundo;
el marxismo intentaba dilucidar "leyes de la historia" y hada de cada una
de sus conclusiones una implicancia ética y práctica inmediata; los
movimientos de liberación hablaban del desenmascaramiento de la do-
minación imperialista y colonial en un discurso de develación de la verdad
también con implicancias prácticas imperativas. Saber sobre la realidad,
ética y sentido de la acción se articulaban en un solo haz de significación.
Las distintas insuficiencias de estas concepciones frente a la
realidad que ellas mismas habían colaborado a generar y, funda-
mentalmente, la cultura del miedo, el terror, la construcción del pasado en
el discurso oficial y el manejo de la culpa colectiva bajo el gobierno militar,
operaron disociando los saberes que mencionamos y el sentido de la
acción inmediata. Por una parte, es propio de la aceptación de los proce-
dimientos democráticos una posicionalidad basada en la aceptación del
juego de la pluralidad, que no sólo remite al reconocimiento del espacio y
11 Al respecto pueden consultarse los siguientes trabajos: "Democracia en la
Argentina macro y micro" de Guillermo O'Oonnell publicado en "Proceso", crisis y
transición democrátical1, Osear Oszlak (compilador) CEOAL, 1984; "National rock
and dictatoschip in Argentina. The innocent are the guilty, says his highness. the
King of spades" , publicado en Popular Music Yearbook, Cambridge University
Press, 1987, de Pablo Vila; "La juventud argentina: entre la herencia del pasado y
la contrucción del futuro" de Cecilia Braslavsky publicado en Revista de la CEPAL,
número 29,1986.
49
el desecho de los otros sino que despoja -o debe despojar- de
seguridades autoritarias a los conocimientos, creencias y opiniones
de los individuos. Pero esta afirmación es más que todo deductiva, casi
tautológica, si se habla de un sistema que pese a todas las marcas del
pasado autoritario que contiene, sin embargo está construyendo un
régimen democrático. La conjetura que queremos hacer aquí se refiere a
que esta historia política nacional ha tornado más disociada la relación
entre saber y sentido, ya que todo el bagaje coqnitivo de los individuos
está subordinado al sentido de la oportunidad, de lo posible y lo imposible,
de la nada clara respuesta acerca de qué puede hacer la política con los
problemas de la sociedad. En el ciclo político anterior al golpe y que cul-
minó en el primer quinquenio de la década del 70 con el éxito del discurso
que se sintetizaba en la consigna "dependencia y liberación nacional", los
saberes confirmaban la posibilidad de la acción; hoy lo posible da un tono,
una inflexión al saber y redefine la implicancia pragmática que tiene para
los individuos.12 De tal modo, por ejemplo, una vasta zona de la población
puede considerar a la deuda externa como ilegítima o expoliatoria pero, al
mismo tiempo, considera que hay que renegociarla en alianzas con otros
países latinoamericanos para pagarla de otra manera, excluyendo la
posibilidad de que su ilegitimidad se exprese directamente en la actitud de
no pagarla.
Se trata no sólo de un cambio de función o de lugar relativo de
estos saberes, sino de algo más profundo: el debilitamiento de las doc-
trinas partidarias y de las utopías sociales combinado con la capcidad de
ciertos saberes técnicos para apropiarse de algunas temáticas que
hacen al funcionamiento global de la sociedad, los tornan explícitamente
parciales para la visión del propio individuo; su precariedad para construir
una explicación totalizante del sistema social acentúa el hecho de que el
sentido que estos saberes tienen para el individuo se define más en su
implicancia pragmática personal que en imperativos de acción deducidos
automáticamente de estas representaciones de la realidad.13
Esta relación entre saber de la realidad y sentido de la acción no
necesariamente redunda de por sí en comportamientos adaptativos; de-
pende de la oferta política presente en el sistema democrático, de la
disposición a la innovación y transformación, de mantanimiento de una
ética del espacio y la deliberación pública, de la búsqueda de un sentido
nuesvo de la oportunidad y de las brechas que presentan los condi-
cionamientos estructurales nacionales e internacionales, de la dis-
posición a explotar el factor azar y la suerte a pesar del estrecho lugar
'2 Hablamos de una articulación preponderante autorreferente de las culturas
políticas tal como señala la pragmática lingüística: el sentido de la acción induye
centralmente la dimensión intersubjetiva y no está dominada por una concepción
representacionista del saber basada en desentrañar sólo las características de la
"realidad objetiva". Desarrollamos este tema en "El discurso sobre lo posible" ,
edición citada.
13 Estas y otras consideraciones sobre las características de las culturas políticas
SO
reservado para los países periféricos en la reestructuración actual del
sistema internacional.

b. Los temas de la transición.


En la etapa previa a las elecciones de 1983, los partidos tendieron
a recoger en sus mensajes y plataformas una gran cantidad de demandas
acumuladas en la sociedad argentina. A pesar que en algunos partidos
se distinguía entre problemas del corto, del mediano y del largo plazo, de
hecho,las demandas quedaban superpuestas, como en una suerte de
tiempo único. Instaladas las instituciones de la democracia comenzó el
nada lineal proceso de redefinición de las prioridades, de la acotada
agenda pública de la transición política.
Sin embargo, este procedimiento y redefinición de demandas en-
contró a los partidos en una pinza formada por la supervivencia y las
presiones de ciertas herencias que recibía la democracia (operatoria del
sistema financiero, actitudes de sectores de las Fuerzas Armadas, pre-
siones de la cúpula de la iglesia católica, intereses sectoriales, etcétera)
y por el sostén cultural en que se elaboraban en la población las deman-
das que ellos habían recogido en sus programas.
No cabe en este tramo del texto realizar un análisis de la gestión
del gobierno radical, sino tratar de describir cómo el trabajo del gobierno
y, con otras características, el de la oposición partidaria por adquirir
capacidad de elaboración y transformación de las demandas de la
sociedad, es por demás dificultuoso. ¿Qué es o no de su dominio? En la
transición institucional se daba una situación en la que parecía que la
política no tuviera ni un "adentro" ni un "afuera" nítido. El sistema político
se cargó de cuestiones propias de los años vividos anteriormente no
fácilmente transformables en cuestiones "técnicas": los derechos huma-
nos, la libertad individual, la patria potestad sobre los hijos por madres y
padres, el diferendo con Chile por el Canal de Beagle, etcétera. Estas
cuestiones oscilaban entre ser "de todos", en tanto reivindicaciones
asociadas al régimen democrático y no a un gobierno o grupo de partidos,
y cuestiones de la "conciencia individual", zona de borrosas fronteras
comparadas con los dominios de las habituales "políticas públicas" de
países con larga estabilidad institucional.
La característica de estas temáticas es ser transpartidarias, de
cruzar en diagonal al sistema de partidos, particularmente a su núcleo
masivo bipartidario. Una política antiinflacionaria, por ejemplo, contiene
por lo menos una doble faz. Por un lado, económica en un sentido es-
tricto, aquella referida a las medidas que inducen comportamientos y
argentina son tributarias de una investigación realizada por Heriberto Murara y
Osear Landi sobre las lógicas de la "recepción" de la información transmitida por la
televisión. Un primer producto escrito de tal trabajo es el artículo de Osear Landi
"Mirando las noticias" en El discurso político. Lenguajes y acontecimientos,
editorial Hachette. Argentina, 1987. Con esto también señalamos la informal
coautoría de varias delasconjeturas aquí presentadas.
51
respuestas de los agentes económicos de manera directa (presupuesto
nacional, tipo de cambio, tasas de interés, salarios, precios, etcétera).
Y, por otra, referida a la necesaria ruptura con lo que llamamos la "cultura
de la inflación", esto es, los conjuntos de hábitos, creencias, nociones
del tiempo que generaban uno de los principales problemas: la inercia
inflacionaria, el hecho de que en el cálculo de los agentes económicos la
inflación de cada mes tenía como piso mínimo a la inflación del mes
anterior. Cultura del adelantamiento al otro (al precio del otro), de la hiper-
información diaria sobre la evolución de los valores, de la aparición del
género del comentario financiero en el noticioso televisivo y radial,
etcétera.

c. la simbolización cultural del intercambio politico.

En 1984 se realizó la consulta acerca de la aprobación o no de la


propuesta papal para la firma de un tratado con Chile que resolviese la
disputa entre ambos países por la zona del Canal de Beagle, en el ex-
tremo sur del continente. En esa oportunidad, el Partido Radical propuso
la consulta y votar en ella la aprobación del tratado propuesto por el Papa.
La dirección del Partido Justicialista, dominada entonces por sus cúpulas
de derecha, recomendó la abstención, no ir a votar, dado que el tema no
había pasado por la consideración del Parlamento. La consulta se realizó
y con importantes porcentajes de votantes. Era evidente que gran parte
de los votantes del peronismo no habían acatado la recomendación de la
cúpula partidaria. Estudios posteriores demostraron, por ejemplo, que en
la Capital Federal se podría estimar que un 85% de votantes del
radicalismo y un 70% de votantes del peronismo de 1983, habían votado
en esta oportunidad por la aprobación del tratado papal. La cifra no era
tan próxima en La Matanza, bastión electoral del peronismo, pero era de
todos modos significativa: habían votado por la propuesta un 85% de
votantes del radicalismo y un 60% del peronismo.14
Esta desobediencia del electorado peronista podría interpretarse
dentro del ámbito de la competencia de los partidos entre sí, y entonces
se tendría que hablar de un significativo traspaso de preferencias desde
el justicialismo al radicalismo. Pero este sería un enfoque politicista, que
supone que los hechos sucedieron exclusivamente en relación con los
partidos políticos. Al año siguiente, en las elecciones destinadas a la
renovación parcial de la Cámara de Diputados y del Consejo Deliberante
de la Municipalidad de Buenos Aires. el enfoque politicista se vería
defraudado. El Partido Radical evidenció un retroceso significativo y el
Partido Justicialista aumentó su votación para diputados respecto al año
1983.15
14 Véase "La consulta por el Beagle en la Capital Federal y La Matanza", de Darío
Cantón, Jorge R. Jorrat y Luis R. Acosta, aparecido en la revista Desarrollo
Económico, número 97,1985.
15 En este cuadro también se expresa la agregación de votos que concitó la
candidatura presidencial de Alfonsín, que Juego se desagregó, en parte, volviendo
un porcentaje de votos a su cauce partidario propio, particularmente hacia el centro-
derecha, estoes, losvotos dela Unión delCentro Democrático.
52
Es indudable que en este resultado influyeron cuestiones
estrictamente políticas, entre ellas, la renovación interna del Partido
Justicialista de la Capital, en la que los sectores que combinaron mejor
sus banderas históricas de la justicia social con las de la consolidación
de un régimen y de una cultura política democrática accedieron a la
dirección partidaria. Pero el voto por el tratado sobre el Canal de Beagle
se había decidido en espacios y mediante razonamientos y saberes no
estrictamente partidarios. El Partido Radical volvió, en esa oportunidad,
a hacer una propuesta que recuperaba aspectos de las transformaciones
culturales subyacentes a las que ya hemos hecho referencia. Los temas
de la vida y la paz fueron un componente del discurso oficial, pero
también las virtudes geopolíticas del Tratado que, en general, la gente no
compartía o no le importaba. Se trataba más que todo de entregar tierras
por paz, de evitar el reingreso de las Fuerzas Armadas en la escena
políticay su rearme(que derivaríande un rechazoal Tratado),etcétera.
Podemos conjeturar que la población demostró una explícita
intención de intercambiar bienes de diferente naturaleza, que excedian lo
que los mapas o los discursos partidarios pudieran significar, que se
constituía fundamentalmente en la trama de las culturas y los mundos de
vida.

d. Crisis de las doctrinas y circulación temática.

La actual democratización de la Argentina viene acompañada de la


desarticulación de matrices doctrinarias que tuvieron vigencia durante
largos años de lucha política nacional. Las construcciones nacionales,
populares y estatistas del peronismo originario, la articulación conser-
vadora en la que había quedado históricamente situada la problemática
liberal, el pensamiento marxista en sus diversas variantes, han perdido
capacidadde ·cierre" de sentido de los enunciadosde la política.
Podríamos conjeturar que la hiperactividad política de comienzos
de los años 70, con toda su carga de pragmatismo, sin embargo, estaba
referida al supuesto de que la acción tenía alguna implfcita apoyatura
teórica y doctrinaria, representada por los partidos, algunos inte-
lectuales, debates internacionales, etcétera. Hoy, el pragmatismo
político es más tajante, tanto por el clima de época de la política inter-
nacional como por los condicionamientos de una coyuntura nacional muy
fluida, de transición, de permanente reacomodamientos. Esto se puede
constatar, por un lado, por el alto grado de circulación temática entre los
diferentes discursos partidarios: se han reducido la cantidad de"temas
proplos" de los partidos. Y, por otra parte, ciertas cuestiones no
pueden estabilizarse como articuladoras del debate y de la constitución

53
mutua entre los partidos. 16 Un ejemplo muy significativo fue que, durante
la campaña electoral del 85, desde el radicalismo se intentó hacer
reaparecer la cuestión del pacto militar-sindical, que tantos frutos le diera
en 1983, pero en esta oportunidad la cuestión no funcionó. Dada la
realización de elecciones en los sindicatos, las menores evidencias de
que tal pacto pudiera existir, etcétera, el intento radical no sólo fracasó
sino que arriesgó a convertirse en algo negativo para su propia imagen,
en la medida en que ahora aparecía como un intento de confrontación con
los sindicatos no deseado por la mayoría del electorado.
La desarticulación doctrinaria a la que hacemos referencia dentro
del cuadro general de transformaciones de la cultura política nacional,
incide en la posibilidad de fundamentar la existencia de grietas genera-
cionales en cuanto a la transmisión de ciertas tradiciones y doctrinas
políticas manifestadas, entre otros hechos, por las diferencias que tienen
las relaciones que los partidos entablan entre sí con las que a su vez
sostienen sus respectivas organizaciones juveniles. 1?

e. la palabra partidaria y los discursos sociales.

Si bien la Argentina no es un país en el que los movimientos


sociales hayan logrado disputar seriamente a los partidos y a los
sindicatos la representación de intereses sociales, sin embargo vienen
cumpliendo destacables funciones en cuanto a la diversificación de las
formas de representación, en la educación en cierto estilo de entrada y
salida del espacio público por parte de los individuos no regulados por
exigencias partidarias, en la multiplicación de voces y de lenguajes que
intervienen directa o indirectamente en el curso de la acción en el
escenario político. No entraremos aquí en su examen ni en las discu-
siones acerca de las relaciones competitivas que pueden guardar con los
partidos, atentos a una de sus características: la de confiar en que su
fuerza está en la singularidad de sus demandas y protagonistas y no
tanto en un posible desemboque generalizado de movimientos en la arena
política homogeneizados por un discurso totalizante y externo a los
mismos; más bien repasaremos rápidamente sus funciones en lo que

16 Un síntoma de esta situación es la facilidad con que casi cualquier tema


propuesto por algún sector político o sindical puede ser calificado por un adversario
fomo "cortina dehumo" destinada a ocultar los"verdaderos" problemas delpaís.
f Por ejemplo, una investigación realizada por Vicente Palermo, basada en
encuestas a dirigentes de Unidades básicas peronistas y comités radicales en la
Capital Federal, establece dos universos de respuestas según se considere la
edad de los entrevistados: los jóvenes de ambos partidos son mucho más
parecidos entre sí que los mayores. Véase "Militando después del "Proceso":
partidos populares y cultura polifica", revista Unidos número 9, abril de 1986,
Buenos Aires.

54
hace a la dispersión de las formas de significación social y política. Para
ello haremos una enumeración no de movimientos sociales sino de dis-
cursos presentes en la vida social, ya que la inclusión de algunos de ellos
en el rubro "movimientos sociales" es discutible. Realizadas estas aclara-
ciones, podemos mencionar cuatro variantes de lenguajes constitutivos
de nuestrasculturas políticas.
En primer lugar, el de los movimientos de derechos humanos, las
Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. En ellos se mantiene una temá-
tica enunciada por los partidos, pero de difícil sostenimiento por ellos,
particularmente para los que deben o pretenden definir políticas para las
Fuerzas Armadas. Sus pronunciamientos tuvieron una gran capacidad de
filtrar en el sentido común y de dar pie a equivalencias discursivas en que
otra serie de reivindicaciones renovaban su presentación bajo la forma de
derechos humanos, aunque a nivel de la vida cotidiana esta temática no
podía sostenerse presente permanentemente en la atención de los in-
dividuos y aunque el "realismo" frente a la recuperación de terreno y
capacidad de presión de las Fuerzas Armadas pusiera límites a la justicia
desde el Poder Ejecutivo (creación de tribunales militares para juzgar a
los militares, ley del punto final, etcétera).
El tema de los derechos humanos hoy encuentra en la justicia el
espacio central de contención: de tal modo se combinan el lenguaje jurí-
dico, la evidencia de las pruebas, la palabra autorizada de la CONADEP
(Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y el lenguaje de
estos movimientos en el que la imagen, el dibujo o la foto del desa-
parecido (la presentación de la ausencia) tiene un emplazamiento
princípal, dejando por lo general en un papel de significación secundario al
lenguaje verbal.18
En segundo lugar, los movimientos vecinales y barriales que
tuvieron lugar por ejemplo durante el tramo final del gobierno del Proceso,
en esa etapa de gelatinosidad institucional que describimos antes y que
abarcó desde el fin de la guerra de Las Malvinas hasta las elecciones,
abrieron un nuevo espacio de disputa política que condicionó y atrajo la
atención de los partidos.
En tercer lugar, si bien en la Argentina no se ha formado un
importante movimiento organizado de mujeres por sus propios derechos,
sin embargo los temas y discursos del feminismo (hablando en sentido
amplio) tienen una significativa capacidad de penetración en los medios y
en los discursos partidarios.
En cuarto lugar, como ya hemos planteado, la convocatoria del
llamado rack nacional se fortalecía como una oferta de lugares de
reconocimiento mutuo para jóvenes que vivían bajo una particular

18 Para esta temática véase el trabajo "Derechos humanos: la fuerza del


acontecimiento" de Inés González Bombal, incluido en El discurso político.
Lenguajes y acontecimientos, edición citada.

55
atención de la vigilancia estatal durante el Proceso. Estos espacios
guardan una complicada -por lo menos ambigua- relación con la política:
fueron y son antiautoritarios, pero no estimuladores de por sí de la
participación partidaria de los jóvenes.19
Este conjunto de aspectos que ubicamos bajo el rubro de la
transversalidad cultural de los partidos políticos, pueden dar lugar a una
formulación más general que postule la existencia de dos lógicas: la de la
vida político-institucional y la de la vida sociocuhural. Sus espacios y
tiempos propios, sus posibles cruces y ligaduras constituyen esa notable
característica de la Argentina de combinar la presencia de una
disposición participativa comparativamente aha respecto de otros países
con un sentimiento de los individuos, nada ingenuo, de lejanía respecto
de las tramas donde se deciden las cuestiones trascendentes de la
política.
Los partidos políticos son una institución central de la democracia
y así son reconocidos por los individuos en general, pero no generan
identidades partidarias sólidas en la sociedad, como lo demuestra el dato
elocuente que al promediar el año del gobierno radical las encuestas
registraban a un 60 o 70% de entrevistados que no sabrían a quién votar
si las elcciones se desarrollaran en ese momento. Por cierto, entre los
diferentes partidos y las configuraciones de sentido común y culturas
políticas presentes en la sociedad hay afinidades electivas que se ponen
en funcionamiento, por ejemplo, en circunstancias preelectorales; pero
estas afinidades pueden ser vulnerables por otras ofertas políticas, la
difusión de una mentalidad volcada al voto táctico, de premio o castigo a
una gestión de gobierno o al desempeño de la oposición. De ahí la posible
eficacia de algunos discursos en una campaña electoral, su carácter
productivo de opciones de voto en una franja de la población que decide
una situación de relativo equilibrio de fuerzas entre los dos grandes
partidos.

De la democracia como demanda a la democracia


como modernización.

En los años '82 y '83 el discurso político tuvo eficacia en la misma


medida en que rompió su propia inercia y fue capaz de introducir
elementos presentes en las culturas populares y en el sentido común

19 Para un examen de los diversos movimientos sociales en la Argentina véanse


los trabajos de Elizabeth Jelin, María del Carmen Feij06, Mónica Gogna, Pablo Vila,
María Sondereguer. Daniel García Delgado, Juan Silva, Inés González Bombal y
Luis Fara publicados en Los nuevos movimientos sociales, edición citada. Para
una relación entre estos movimientos y los partidos, véase el trabajo de Vicente
Palermo "Movimientos sociales y partidos políticos: aspectos de la cuestión en la
democracia emergente enlaArgentina". CEDES, 1986, trabajo mimeografiado.

56
forjados por lo menos desde 1975. Su funcionamiento estuvo íntima-
mente cruzado por la transversalidad cultural a la que nos hemos referido,
configurando una trama discursiva en la que la democracia como valor
deseado adquirió una fuerte competencia argumentativa20 y se situó
como punto de referencia en relación con el cual se fue armando la nueva
ecología discursiva de la política del país. La democracia funcionó enton-
ces como el valor emergente principal que generaba puentes entre los
más diversos discursos sectoriales y partidarios. Esta afirmación admite
y requiere de salvedades: también seguían presentes en la sociedad
bolsones autoritarios, ciertos estilos de la vida cotidiana marcados por
los modelos de autoridad que ofreció el Proceso y largos años anteriores
de exclusión política, golpes de Estado y crisis.
.La legitimidad de origen del nuevo régimen político tenía un nítido
sesgo antiautoritario o, por lo menos, estaba situada en el deseo de la no
repetición del pasado inmediato. Este aspecto fundamental se va a mani-
festar por ejemplo en dos tipos de fenómenos que perduran en la vida
política desde 1983. Por una parte, la posibilidad del Dr. Alfonsín de
ejercer un doble rol: el de aparecer como garante personal del informal
pacto democrático al que nos hemos referido antes y como principal
barrera para la no repetición del pasado y, según las circunstancias, el de
aparecer como dirigente partidario que vuelca todo su prestigio en una
lucha intersectorial. De ahí la tendencia del radicalismo a encarar pro-
cesos electorales como el de 1985 como plebiscitos, como momentos en
que la ciudadanía debía volver a reafirmar el presidente aunque como
persona no se presentase a candidatura alguna, como momentos en los
que su discurso connotaba a la población que un eventual triunfo del
peronismo significaría un replanteo amenazante del juego político
democrático dadas las fuerzas que pondría en movimiento, sus posibles
conflictos internos, etcétera. Esto es, junto con otras argumentaciones y
la referencia a hechos considerados como realizaciones guber-
namentales, se presentaba cierto tema que recorría y daba sentido final al
discurso: el sistema democrático dependía de que el radicalismo volviese
a ganar las elecciones.
En esta estrategia argumentativa la reafirmación de la capacidad
del radicalismo para impedir la vuelta de ciertas formas de hacer política
del pasado tendía a contrapesar las eventuales fallas referidas a la
legitimidad de rendimiento de las politicas gubernamentales (políticas
sociales, salariales, etcétera). Esta especie de argumento último,
destinado a disipar dudas, tuvo una extendida influencia en la población

20 En el sentido as! planteado por Duerot: •...si se admite un acto üocutonc de


argumentación, este acto consiste en imponer al destinatario una determinada
conclusión como la única dirección en la que el diálogo puede continuar (el valor
argumentativo de un enunciado es, de este modo, una especie de obligación
relativa a la manera en que el discurso debe ser continuado)". En decir y no decir,
Anagrama, Barcelona, 1982. pág. 251.
57
durante los primeros tramos de vuelta a la constitución, fue su especial
manera de "dar tiempo" al nuevo gobierno. Pero poco a poco la evidencia
de que la Argentina no atravesaba una situación de riesgo golpista
inmediato, la recomposición gradual (y tortuosa) del peronismo mediante
elecciones internas, la insistencia de los más amplios sectores del
espectro político en defender el sistema institucional, el deterioro de la
vida social que incluyó en el primer tramo de la política gubernamental la
hiperinflación, la caída de salarios, la ausencia de políticas sociales,
etcétera, fue planteando en amplios sectores otra manera de ponderar las
relaciones entre la legitimidad de origen y la legitimidad de rendimientos.
El Presidente Alfonsín había repetido durante la campaña electoral de
1983 que con la democracia también se comía, se educaba, etcétera. Su
discurso había articulado la necesidad de entrar a una nueva etapa
política institucional con temas de la tradición peronista de la justicia
social y con la apelación ética. El curso del proceso político comenzó a
desagregar al amplio contingente que giraba alrededor de la posibilidad de
que alfonsinismo y democracia fueran una sola cosa. Quizás la frase con
más poder de síntesis es la aparecida en algunas paredes de la ciudad:
"Yo quiero a la democracia, pero la democracia ¿me quiere a mí?" En ella
se está sintetizando un momento ambiguo, de transición; la democracia
es mentada como sistema en su primer tramo y como sistema y gobierno
en el segundo. .
Esta semantización de la política está, por cierto, entrelazada con
procesos de segmentación social, de realización o no de intereses y
expectativas, pero tiene gran capacidad de atravesar y unificar universos
sociales heterogéneos.
Es significativo que el tema del cumplimiento o no de las promesas
electorales comienza a salir a la superficie del debate político pasado el
tercer año de democratización. No estamos hablando que en la población
o en la clase política exista una cultura que valore más cumplir promesas
que adaptarse pragmáticamente a las circunstancias. Cualquier partido
que accede al gobierno luego de un proceso autoritario tan
convulsionado, con un saldo de tanta fragmentación en el aparato
estatal, luego de largos años de deterioro del flujo informativo y del
conocimiento sobre la configuración real del país, debería replantear sus
objetivos a partir de lo que encuentra en su nueva responsabilidad de
gobierno. Por otra parte, en el marco de un momento de reestructuración
de las relaciones de poder internacionales, de crisis económica e
incertidumbre, con el debilitamiento del peso de las doctrinas en la acción
política, el mismo concepto de programa electoral está en discusión.
Lo sintomático de esta aparición de la referencia al cumplimiento o
no de las promesas electorales tiene además otras connotaciones en el
caso de la Argentina actual. En efecto, la legitimidad de origen deja
colocada a la democracia en una permanente y casi exclusiva relación
con el pasado, al que se intenta impedir su retorno. ¿Y el presente y el

58
futuro? Es entonces que hacia 1985 el gobierno introduce la problemática
de la necesidad de modernizar al país. Verdadero "cajón de sastre" el
concepto puede incluir la difusión de la informática, el cambio de las leyes
laborales, la ley de divorcio, el cambio de la sede territorial de la Capital
federal, la privatización de las empresas públicas, etc. Una primera
consideración de la cuestión podría ser la siguiente: la temática de la
modernización intenta destrabar la política argentina constituida prin­
cipalmente en relación con el pasado. Pero un segundo examen nos hace
llegar un poco más lejos: la temática de la modernización se presenta
como un nuevo principio de legitimidad política que discrimina las
demandas y las políticas legítimas o ilegítimas en el c1ivaje anti­
guo/moderno (como otra manera de signfficar pasado/nuevo ciclo
histórico). La conjetura que quisiéramos presentar a esta altura es enton­
ces la siguiente: la temática de la modernización en la palabra oficial
supone un intento de desarticulación del discurso radical de la campaña
electoral de 1983, con su vocabulario de partido de oposición, con sus
aspectos populistas, con su apropiación de las temáticas sociales del
repertorio y la tradiciónperonista y de izquierda
Esta operación reconoce entonces una significación profunda
porque implica no tanto un conjunto claro de tareas viables para la ini­
ciativa social y empresarial del país, sino porque funciona en el nivel de
principio de legitimidad y tiende a desarticular la lógica cultural-política
con que el radicalismo accedió al gobierno (por supuesto manteniendo
temas y reivindicaciones que se plantean como deseables de obtener en
el futuro pero redefinidos en el orden establecido por la nueva pro­
blemática}.21
Se puede decir que esta operación es parte de la adquisición
responsable por parte del gobierno (particularmente del Presidente) de
una "cultura de gobierno". Pero en ella también está la marca del tipo de
orientación general de las políticas del gobierno. No cabe en este texto
hacer un análisis de la gestión del mismo, pero es inevitable describir el
posicionamiento general que fue adoptando: cuenta en su haber la
preocupación por las libertades individuales y políticas, la secularización
de ciertas áreas de la vida social (familia, etcétera), su control de la
hiperinflación, el ordenamiento en las cuentas públicas, etcétera. Pero
asume todos los dramas e impases de una gestión de administración muy
sensible a la presión de los poderes heredados y que en definitiva
pretende estimular una vía capitalista de desarrollo refrenada
electoralmente, en un país con serias restricciones económicas, depen­

21 El cruce entre la problemática del 83 Y la de la modernización otorga al discurso


alfonsinista ciertos rasgos del género "pastiche", en el sentido técnico del término:
en él se mezclan demandas y apelaciones al sacrificio, exclusiones de temáticas
de su propio repertorio electoral y referencias éticas, computadoras y viejas
palabras.

59
dencia externa y estilos de comportamientos de sus grandes
poderes reacios a lealtades partidarias y a la solidaridad social. Creemos
que ciertos datos globales son elocuentes de su orientación general:
pérdida de la distinción electoral entre deuda externa legítima y deuda
externa ilegítima (que no se pagarla), particular ciudado de mantener
buenas relaciones con el sistema financiero internacional, su intento de
evitar cualquier conflictividad con el gobierno de los Estados Unidos,
ofrecimiento de concesiones fundamentales a los grupos empresarios de
los que pasarla a depender la eventual iniciativa inversionista y reac­
tivadora de la economía (blanqueo de capitales, entrega de la gestión del
holcting de empresas públicas a privatizar),22 formación de tribunales
militares para juzgar a los militares en las causas de violaciones de
derechos humanos y la ley del "punto final" por la que se pone plazo para
la presentación de denuncias ante la justicia sobre dichas violaciones,
ausencia de política social y redistribución de hecho de los fondos
disponibles del Estado, preponderantemente hacia ciertos sectores de la
clase media (orientación del crédito para la vivienda, mantención y
ampliación de los subsidios para la escuela privada, deterioro de los
servicios sociales brindados por el Estado, como la salud, crisis de la
caja previsionalde jubilados,etcétera).
A esta altura parece inevitable realizar una consideración general
destinada a contextualizar las afirmació'nes que acabamos de hacer. Con
ello enfrentaremos una doble incomodidad: la de situarnos en una
temática política de tipo general que tiene cierta discontinuidad con lo que
venimos ensayando desde el comienzo del trabajo y la de tener que
aclarar que lo que diremos a continuación es algo que no pretende pre­
anunciar el curso de los acontecimientos futuros y sus posibles redefin­
iciones, sino que son afirmaciones muy fechadas y dependientes de las
circunstancias presentes.
Vayamos al asunto. Si suponemos que en lo inmediato no hay
peligro de que un golpe de Estado interrumpa la vida institucional del país
y que el ciclo abierto con las elcciones de 1983 descarta la viabilidad de
que la Argentina se encamine hacia alternativas de tipo socialistas
revolucionarias, el cuadro general en que se desenvuelve su vida política
presenta tres grandes campos, distinguibles entre sí a pesar de los
cruces culturales O fácticos que puedan existir entre ellos:
a. los tendientes a una vía de desarrollo capitalista orientada
directamente o a favor de los sectores empresariales más concentrados
y los intereses de la banca internacional, que con un arsenal discursivo
tomado preponderantemente del neoliberalismo conduzca a una especie

22 Uno de los temas más importantes que surgen en los debates sobre altemativas
de desarrollo en el pals es el referido a las caracterlsticas de su sector empresarial
en cuanto a su capacidad de generar riquezas, disposición al riesgo productivo,
hábitos especulativos, lealtades institucionales, etcétera.

60
de reestructuración "salvaje" de la economía nacional y de la inscripción
internacional del pafs;
b. la gestión de esta vfa por parte del gobierno actual, con las ca­
racterísticas, los dramas y dilemas que acabamos de enunciar;
c. las alternativas orientadas hacia un capitalismo reformista
sobre la base de la recomposición política de los sectores populares, no
sólo en términos de ciudadanía polftica sino también como actores colec­
tivos de la política. Esta vertiente supondría también reconstruir el
ejercicio de la conflictividad de los problemas sociales, culturales, políti­
cos del pals y contenerlos al mismo tiempo en las reglas del juego
democrático. Este campo tiene como centro de gravedad al peronismo
renovador, fenómeno ya de peso en la polltica nacional, pero de
orientación aún no muy definida y que deberá afrontar definiciones in­
ternas de envergadura en cuanto a su programática, a la elaboración de la
historia y el pasado del propio movimiento peronista y en sus formas de
hacerpolítica.
Estas grandes vertientes se dan sobre la base de la trans­
versalidad cultural del sistema de partidos de la que hablamos, no se
expresa tampoco transparsntemante en Jos perfiles que distinguen a un
partido de otr023 y es susceptible de recoponerse súbitamente ante por
ejemplouna eventual amenaza de golpe de Estado.
Bruscamente acabamos de introducir en el texto consideraciones
cargadas de referencias a la coyuntura política, con sus particularidades
y nombres propios. Volvamos ahora también inevitablemente de manera
brusca al tipo de análisis que venimos ensayandodesde el comienzo.

¿Qué es representable?

Uno de los problemas teóricos permanentes de la historia de la de­


mocracia es el de la representación política. En nuestro presente la
cuestión se renueva en circunstancias en las que, por ejemplo, la adqui­
sición de una "cultura de gobierno" lleva a un partido a replantear la
problemática con que accedió a la mayoría electoral. Por una u otra vía se
reabren una serie de interrogantes alrededor de los cuales quisiéramos
terminar estas lineas con unas breves puntualizaciones: ¿qué es
representable?, ¿qué es representación politica?, ¿qué representan los
representantes?

23 Una reconstrucción de cómo se fueron votando en la Cámara de Diputados


diversos proyectos de ley nos darla un panorama en el que frecuentemente los
campos. se dividian transpartidariamente. formando bloques heterogéneos que
presentaban miembros de un partido determinado formando parte de ambos
bloques de votantes

61
La representación política se ha ejercido y se ejerce de muy
distintas maneras y es un concepto cargado de diversos significados. En
nuestro país estamos ejerciendo peocedimientos en los que el repre­
sentante es autónomo, decide sobre la marcha sus posiciones frente a
los temas planteados y debe someterse al control de los representados
mediante elecciones periódicas. Nuestra Constitución Nacional de 1853
enuncia que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus
representantes". Esta fuerte marca liberal de nuestra carta magna
supone que la capacidad deliberativa de la sociedad debe someterse sólo
en la trama de reconocimientos mutuos internos de la clase política, en
una especie de horizontalidad que periódicamente define por sus propias
reglas la oferta de candidatos y de programas entre los que puede optar el
votante. Este postulado fue sobrepasado en la práctica mediante las
conquistas logradas por la ampliación de la ciudadanía sostenidas
fundamentalmente en el yrigoyenismo y el peronismo. Pero contiene un
núcleo de supuestos aún vivos y reactivados en este momento, cuando
en nombre de los procedimientos democráticos se piensa en realidad en
la reducción de la deliberación y del espacio público mediante la
privatización de temas de la sociedad en los dominios exclusivos de los
saberes técnicos, en la confianza en el juego de cintura del representante
frente a las restricciones de los sistemas en que vivimos, en la
asociación sistemática de la ocupación popular de la calle con la posible
desestabilización pofítica., En el fondo se supone que los representantes
deben representar algo que ya está definido, como si fuera un dato
preexistente al mismo ejercicio de la representación, un dato natural, un a
priori sólo alterableen la próxima campañaelectoral.
Pero los múltiples problemas de la sociedad no se convierten por sí
en temas representables; ello se produce mediante abundantes con­
flictos político-eulturales a través de los que se establecen los principios
de legitimidad de la sociedad, aquellos puntos de referencia que nos dirán
que ciertas demandas son legítimas y posibles y que otras no, que talo
cual acción de gobierno es buena o cuestionable. Hemos conjeturado
que en la Argentina aún no se ha realizado un pacto institucional formal
entre las diversas fuerzas políticas, pero sl uno de tipo político-eultural
sostenido no en actas o papeles firmados y sí en el cruce de discursos,
memorias, tácticas, rodeos, resignaciones, olvidos y expectativas basa­
do en no repetir el pasado reciente o, por lo menos, ponerlo a cierta
distancia del presente. Este impreciso acuerdo que tiene uno de sus
temas centrales es no reintroducir a la violencia política como método y
como concepción del conflicto político. Pero esto tendía y tiende a
construir una frontera con el pasado y a vigilarla, cuestión que remite más
a la conflictiva y pendiente construcción de la memoria colectiva que al
diseño del futuro. Es en una inicial e incierta segunda fase cuando va

62
tomando forma más definida el debate por ciertos principios de legitimidad
(modernización, liberación, socialismo, mercado, autoridad, etcétera) a
través de los cuales la democracia puede encarar la labor de refundación
de la vida nacional, período abierto que por su historia desde el colapso
post Malvinas del Proceso no tiene ninguna épica ni época de oro ni mito
originario propios. En la Argentina de 1983 no se sabía muy bien cuáles
eran los datos básicos de su realidad, cómo había quedado conformado el
país luego de años de cambios sin palabras, desinformados: un país que
iba a modificar a su mayoría electoral, pero que pensaba que el peronismo
volveria a ganar las elecciones. El diálogo y el compromiso entre repre­
sentados y representantes se entabló en este terreno. Punto de partida
histórico precario que hacía nás evidente un hecho permanente de la
representación política en cualquier circunstancia: lo representable es
algo que se constituye y se deconstituye permanentemente al ritmo de la
lucha política. Por cierto ganar las elecciones otorga a un partido el dere­
cho de gobernar con sus proyectos e ideas, pero no por ello le da la
exclusividad de transitar el camino de la definición de lo representable en
cada momento. Y en esto está en juego el carácter participativo o no de
la democracia.
Hay una suerte de constructividad permanente de lo a representar
que reduce y mutila -aun en los mejores ejemplos de representación
participativa- una realidad ontológicamente no encapsulable en la política
o en el lenguaje. Por ello, precisamente, la participación y la recreación
del espacio público que deseamos tampoco debería ser confundida con
una suerte de imperialismo de la política sobre las otras prácticas
sociales y culturales. Y no nos referimos sólo a que por más que es salu­
dable fortalecer a nuestro sistema de partidos ellos no tienen de hecho el
monopolio de la representación (ahí están los ejemplos de los movi­
mientos sociales, barriales, culturales, juveniles). También hablamos del
límite de fondo de toda forma de representación en el Estado: es incapaz
de homogeneizar la diversidad, esa heterogeneidad, ese plus que sólo el
imaginario autoritario puede concebir como reductible, como susceptible
de consenso. Hablamos de la diversidad y singularidad de los trayectos
existenciales frente a cuestiones que desbordan a la política como
actividad específica: el deseo, la muerte, el goce estético, la religión.
Ahora bien, junto con los problemas referidos al alcance y los
límites de la representación política se plantea e: tema de la ampliación y
recreación de sus formas. Para el pensamiento centrado exclusivamente
en los temas de la gobernabilidad institucional y simbólica de la sociedad,
la emergencia de demandas participativas, la aparición de procesos no
contenidos previamente en la agenda pública, la irrupción de cuestiones
no representadas en el sistema, son amenazantes, son cuestiones que
sólo podrían funcionar como ofertas para el discurso autoritario, mesiá­

63
nico o desestabilizante. Sin excluir estas posiblidades digamos, sin em­
bargo, que desde esta óptica el futuro sólo nos puede deparar una Wjaula
de hierro" institucional weberiana, pero pobre, con remiendos, sin
recursos, urgida siempre por destematizar las cuestiones sociales y gra­
dualmente aplanada cunuraknente,
Consideradas desde otra óptica, la redefinición y ampliación de las
formas de representación, la irrupción de lo no representado, el respeto
por la autonomía de las acciones de la sociedad pueden ser el camino de
la oportunidad democrática que nos vaya liberando de las restricciones
heredadas o que, por lo menos, juegue su chance a dar curso trans­
formador a nuestrorumbo institucional.

Enero 1987.

64
POLITICA y MILITANCIA: ¿HACIA EL FIN
DE UNA CULTURA FRAGMENTADA?

Vicente Palermo

Introducción.

Más allá de cualquier discusión sobre el sistema de partidos que


emerge de las elecciones de 1983 y 1985,1 uno de sus rasgos marcados
parece ser que la capacidad del radicalismo y del peronismo de ocupar casi
completamente la escena electoral es algo más que un simple precipitado de
coyuntura. El radicalismo logró retener, en una elección no presidencial, el
grueso de los apoyos obtenidos dos años antes; el justicialismo demostró
que en torno a sus sectores renovadores puede recuperarse y aun competir
con chances en elecciones futuras. Las otras fuerzas políticas quedaron
desencantadas: no encontraron la forma de ganar posiciones de un modo
significativo, y sus perspectivas al respecto son más que borrosas.
Lo cierto es que en una Argentina social y culturalmente segmentada
y fragmentada de un modo anteriormente desconocido, el sistema de
partidos que se configura parece fundar su competitividad en la reducción
creciente de la distancia ideológica entre sus componentes, que pugnan por
el vasto espacio central del electorado; de modo tal que, si por un lado
contribuye a otorgarle estabilidad institucional, por otro implica un procesa­
miento excesivamente mediado y distante de las demandas sociales en el
marco de un sentido común de elites políticas estructurado en torno de la
democracia -en clave instrumental y de representación- y la modernización~

1Quizás pueda calificarse la configuraci6n electoral resultante de las elecciones

parlamentarias del 85 como tendiente a un sistema de partidos de pluralismo

moderado, en el que dos grandes fuerzas recogen casi todas las preferencias

electorales a niveldelejecutivo nacional, monopolio queesconsiderablemente menor

en el plano legislativo y más tenue aún en los niveles regional y local (provincial y

municipal)

2 La posibilidad de que el sistema polftico consolide su estabilidad a costa de la

partiapaci6n de los sectores populares es discutida en Vicente Palermo,

·Construcci6n del poder popular", revista Unidos, Buenos Aires, 1984. Recientes
65
Los grandes partidos han integrado a su manera la diversidad de
temas que actualmente recorre la sociedad, transformándola en oferta más
y más difusa; es significativo, por ejemplo, que lograran impedir el
crecimiento de alternativas a laderecha y a la izquierda mediante la inclusión,
de un modo al menos electoralmente satisfactorio, de las cuestiones que
hubieran permitido el despegue de las fuerzas menores. Ni la UCD (Unión
de Centro Democrático) pudo afirmarse en el antiestatismo pese a lo
arraigado del discurso privatista en el electorado de clase media, ni la
izquierda pudo arrebatar al peronismo renovador los temas nacional popu­
lares en un país sometido a un durísimo estrangulamiento externo. Y ello se
dio en el marco de una campaña electoral en la que el sentido de los discursos
predominantes estuvo muy estrechamente ligado a la problemática insti­
tucional, y los candidatos no se distinguieron por diferencias sustantivas en
sus propuestas sino por presentarse como los más aptos para encarar los
mismos problemas en políticas básicamente semejantes~

l. Nuevo sentido común y renovaciones partidarias.

Frente a la sociedad, el núcleo de la prédica radical consistió en que


Alfonsín era la única garantía de la consolidación democrática y la
modernización económica y social. El peronismo renovador, si bien eludió
enfrentar la figura presidencial, se presentó a sí mismo como la mejor
alternativa para idénticos objetivos.4 Sus más que aceptables resultados
sugieren que, en las elecciones del 87, o en las presidenciales de 1989,
quizás -si logra generar una conducción interna renovadora legítima, lo que
no será fácil- esté en condiciones de cuestionar convincentemente ante el
electorado la figura de Alfonsín como garante exclusivo.

trabajos que analizan la evolución de los partidos políticos en Argentina son, entre
otros: MarceloCavarozzi, Argentine Democratic PoliticalParties, BuenosAires, 1985
y Ariel Colombo, Nuevas tendencias en el sistema de partidos, BuenosAires 1985.
(Ambos trabajos mimeografiados).
3Esto implica tanto la pérdida de significación pública de detenninadas cuestiones
(v.gr.la dependencia)comola reoefinición de otras (v. gr.,las cuestionesrelacionadas
a la justicia social en ténninos de "tiempo" -para superar la pesada herencia del
pasado...- y de "crecimiento" en lugar de alteraciónde relacionesde poder, oonflicto
social, etc.).
4EI sector peronista renovador no creció, dentro de su partido, sobre la base de un
regreso a los temas de la transfonnaciónsocial y la liberaciónnacionalcon los que el
peronismo habla adquirido, en el 73, un perfil fuertemente movilizadory convocante,
sino sobre temas institucionales: oamecracía interna, participación del afiliado en la
organizaciónpartidaria,oposiciónconstructivafrente al oficialismo, etcétera. En ese
sentido,el contrasteentre el discurso de los sectoresrenovadorespreviosal comicio
(dirigido a la sociedad en general) y posterior al mismo (orientado a traducir en el
conflicto interno los resultados electorales,y por ello muchomásduro y opositor frente
al gobiemo radical) es elocuente.

66
Probablemente, el caso paradigmático en ese sentido esté dado por
el peronismo de la ciudad de Buenos Aires, menos conflictuado por la crisis
interna que el de la provincia, y que obtiene, en noviembre del85, más votos
que en 1983. El discurso de Carlos Grosso parece ser el renovador
modernizante por excelencia.
Pero, ¿cuál ha sido el correlato visible de esta configuración electoral,
en el interior de los dos grandes partidos, al menos en el distrito metropoli­
tano, uno de los más importantes1' En la UCR (Unión Cívica Radical), las
internas de 1985, que antecedieron a la elección parlamentaria, se resolvie­
ron claramente a favor de una alianza entre la Junta Coordinadora de la
Juventud Radical (Renovación y Cambio) y una multitud de caudillos locales
de variados orígenes, contra el sector "histórico" de Renovación y Cambio.
Por primera vez, por tanto, la interna radical y la interna de Renovación
y Cambio fueron una sola; pero el sector triunfante -elientelfsticamente
afirmado en el aparato estatal- representa la corriente de la Junta Coordina­
dora que más rápida y apaciblemente acompañó el viraje mediante el cual
Alfonsín se fue desprendiendo de los componentes más "nacional popu­
lares" de su discurso y fijando en los relativos a lo democrático institucional
y a la modernización? En el peronismo, entretanto, los sectores que más
tenazmente intentaron constituirse en continuadores del imaginario transfor­
mador y antiimperalista del 73 fueron pulverizados por la contundencia con
que Grosso logró convertirse, ante el afiliado, en la única expresión creíble
de democratización interna y de oposición no rupturista frente al radicalismo.
los sectores ortodoxos y autoritarios del peronismo porteño, así como las
expresiones más conservadoras del radicalismo, perdieron definitivamente
terreno, aunque en modo desigual.? Los procesos internos, en suma,
acompañaron la evolución con que ambos partidos se asemejaron crecien­
temente uno al otro frente a la sociedad para competir por las preferencias
electorales.
Ahora bien, ¿en qué medida se trata de modificaciones más estables
y que penetran más allá de la superficie partidaria, las que pueden obser­
varse a simple vista? En un trabajo muy reciente, Oscar Landi alude a la
desarticulación de las matrices doctrinarias que, vigentes durante casi toda
nuestra historia contemporánea, connotaron vivamente la cultura política
haciendo de la fragmentación, la exclusión y la deslegitimación recíproca sus
rasgos dominantes. Landi agrega que •...dicha desarticulación doctrinaria
incide en la posibilidad de fundamentar la existencia de una ruptura genera­
cional en cuanto a la trasmisión de ciertas tradiciones y doctrinas políticas·~

SValioso indicadorde rumbospolfticos y electorales futuros.

6EImomento culminante de esecambiode orientación estáexpresado por el discurso

de Alfonsín de diciembrede 1986dirigidoa la Convención Nacional de la UCR.

?Los sectores polfticos'1. sindicales "ortodoxos", especialmente nucleados por las62

organizaciones (expresión político-sindical orientada por Lorenzo Miguel), no sufrie­

ron unaderrota tan contundente y su capacidad de recuperación no es despreciable.

8Landi, Osear. Argentina 1985: los sentidos del pacto democrático. Buenos Aires,

1985, págs. 52-53, trabajo mimeografiado.

67
La crisis profunda de la identidad política peronista, inaugurada
durante el lapso 73-76 agravada luego, la redefinición interna de la UCR en
torno a la expansión del Movimiento de Renovación y Cambio, la impronta
indeleble de los años de autoritarismo y represión "disciplinante", han
afectado, sin duda, los procesos de socialización político cultural que tienen
lugar en el seno de las fuerzas partidarias, pero hasta el momento es poco
lo que puede decirse con certeza en cuanto a la dirección precisa y la
intensidad de esos cambios. ¿En qué medida se trata de tendencias previsi­
blemente perdurables? ¿En qué medida ese atenuamiento de los perfiles
más ideológicos, que facilita la conversión en partidos integradores9 capaces
de asimilartemas muy diversos y convertirlos en propuestas suficientemente
difusas, se sustenta en transformaciones internas? Sin pretender dar
respuestas definitivas, uno de los objetivos de la investigación que nos
planteamos fue el de registrar la presencia de cambios en las orientaciones
político culturales de los dirigentes partidarios, y su congruencia o incon­
gruencia con las modificaciones de la cultura política más visibles en la
escena pública.
Especfficamente, en este trabajo discutiremos un aspecto de los
resultados obtenidos, relacionado a la existencia de cortes generacionales
en materia de cultura política. Los datos en que apoyamos nuestra discusión
del tema son los obtenidos a partir de la consideración de 89 entrevistas a
dirigentes locales radicales y justicialistas metropolitanos -presidentes de
comité y secretarios generales de unidades básicas. respectivamente. 10

11. Identidad pol/tica y percepción recIproca.

Cabe contrastar, primeramente, la percepción recíproca de jóvenes


peronistas y radicales, verificable mediante la simple observación de las
prácticas políticas cotidianas. El imaginario político de los jóvenes militantes
de ambos partidos tiene, al menos, un elemento en común: una parte de sus
componentes está organizado en torno a supuestamente fuertes diferencias.
De algún modo, todavía, las diterencias deslegitimantes se constituyen en

9 Relativamente equivalentes a los partidos "agarratodo"en la conceptualización eu­


ropea.
10Lasentrevistasse concretaronhacia mediadosde 1984;los 89 entrevistados fueron
seleccionados al azar entre unos 300 (el númeroaproximadode localespartidarios en
funcionamiento de la UCR y el PJ en la CapitalFederal). Los cuestionarios incluyeron
aspectos relacionados a trayectoria partidaria personal, niveles de participación y
cultura política. Entreotras razones, preferimosorientarnuestro trabajode campoen
el nivellocal porquecabe suponerque las respuestasde los dirigentes"de base"están
menos sujetas a la falta de sinceridad inevitable para dirigentes más expuestos
públicamentepor razones de coyuntura y de maximización electoral. Es importante
aclarar que en este trabajo hemos dividido la totalidad de nuestros entrevistados en
dos cohortes: hasta45años y mayoresde 45; por lo tanto,cada vezque nosrefiramos
a los dirigentes "más jóvenes" o "más viejos" se trata de ese corte, que divide a los
68
sosten fundametal, en marco imprescindible de integración, de la identidad
política propia. En su versión extrema, la percepción que tienen los jóvenes
militantes peronistas de los jóvenes radicales es que en todo radical hay,
rasgando la superficie, un cipayo] 1 El viejo gorilismo radical no habría sido
superado por los jóvenes que, liberales al fin, portan una concepción
puramente formal de la democracia y, complementariamente, se les escapa
el verdadero problema argentino, la raíz de todos los males, la dependencia.
Cultura dependiente-liberalismo-democracia formal seria el patrón en el que
los jóvenes peronistas colocan bajo sospecha a los jóvenes radicales.
En un texto reciente del peronismo renovador, compuesto en gran
parte por militantes de la tradición juvenil, que dice: o ¿Por qué seguir
rindiendo examen de democracia frente a quienes, en una actitud sectaria y
contradictoria con el pluralismo, siguen pensándose como los dueños del
sistema reconquistado en octubre del 83?o12 Tal vez precisamente porque,
en efecto, cierta cultura radical se piensa a sí misma de ese modo, también
los jóvenes radicales colocan a los jóvenes peronistas bajo sospecha, esta
vez de autoritarismo y sectarismo. En su versión extrema, la percepción
consiste en que en el ethos político de cada joven peronista se esconde un
"enano fascista". Alguien capaz de sostener posiciones fundamentalistas en

Cuadro 1
Diferencia más importante con el otro partido

ueR PJ

Comp. social (1) 2% (16) 43%

Programat. (11) 26% (17) 46%

Estilo polít. (40) 93% (4) 11%

(43) (37)

entrevistados de ambos partidos en dos grupos aproximadamente iguales.


11 Un canto político frecuentemente escuchado en movilizaciones juveniles aun
multipartidarias- por parte de los grupos peronistas expresa esta convicci6n: "La
Jotape naci6 en los barrios, con Eva Duarte y con Per6n; Franja Morada naci6 en
Palermo, con Aleonada y el goril6n" (Franja Morada es el nombre del radicalismo
universitario; Alconada Aramburú, ex ministro de Cultura y Educaci6n y ministro
durante el gobiemo de la Revoluci6n Libertadora; el "goriI6n" es en ese caso Raúl
Alfonsín).

12"La renovación peronista: un proyecto para la Nación", 21 de diciembre de 1985.

69
Cuadro 2
Diferencia más importante con el otro partido

UCR PJ

+ jóv. +viej. + [óv, -víe].

Comp. social ( 1) 5% ( O) ( 7) 41% ( 8) 42%

Programat. ( 4) 19% ( O) ( 7) 41% (10) 53%

Estilo polít. (16) 76% (24) 100% ( 3) 18% ( 1) 5%

(21) (24) (17) (19)

lo cultural, sectarias en lo político -considerando al peronismo exclusivo por­


tador de los valores nacionales y populares- y regresivo en lo sistémico ­
indiferente frente a la contradicción autoritarismo-democracia, no muy
comprometido con las reglas y las conductas políticas propias de lo
democrático, etcétera-o En este caso también el joven peronista será
tendencialmente tipificado en ese marco, salvo que demuestre -caso por
caso- lo contrario (entonces será considerado un "peronista democrático",
una excepción, en el fondo...).
En las juventudes de ambos partidos, por cierto, fuertes, consistentes
subculturas politicaSl3pesan sobre sus espaldas: el radicalismo -la causa
contra el·régimen- como depositario exclusivo de los valores democráticos
y republicanos, el peronismo -el pueblo contra el antipueblo- como
Cuadro 3
Pertenencia a una fracción al ser entrevistado
UCR PJ

Sí (40) 86% (23) 53%

No ( 6) 14% (20) 47%

(46) (43)

13 Véase al respecto, Cavarozzi Marcelo, Los partidos argentinos: suocunuree fuertes,


sistema débil. Buenos Aires, 1984, trabajo mimeografiado

70
Cuadro 4
Permanencia o cambio de fracción

UCR PJ

Permanencia (18) 51% (3) 21%

Cambio (17) 48% (11)78%

(35) (14)

monopólica expresión del interés nacional y la conciencia popular, configu­


rando las condiciones en las que las identidades políticas populares
quedarían escindidas en la fuerte antinomia peronismo-antiperonismo.
Algunos resultados de la investigación sugerirían que, efectivamente,
quedan resabios, aún importantes de esa fragmentación cultural en la
percepción recíproca. Por ejemplo (cuadro 1), interrogados sobre la más
importante diferencia entre ambos partidos, la inmensa mayoría de los
peronistas seleccionó, entre tres alternativas, la diferente composición social
de sus integrantes y las diferentes orientaciones programáticas -descar­
tando diferencias en los estilos políticos-, lo que cabe atribuir a la
composición popular y al interés popular como distinciones centrales; por su
parte, la inmensa mayoría de los radicales seleccionó la relativa a diferentes
estilos pollticos, lo que es atribuible a una percepción de las distinciones
radicada en la vocación democrática. Con todo, y siendo todavía muy
grandes los contrastes, las respuestas del grupo de dirigentes más jóvenes
sugieren una erosión positiva de la fragmentación señalada (cuadro 2).
Sin embargo, los resultados globales de la investigación permiten, por
fortuna, cuestionar ambas percepciones. En primer lugar, las diferencias en
las orientaciones polftico culturales entre dirigentes locales radicales y
peronistas considerados in totum son menores a lo que cabría esperar y, en
este marco, las diferencias entre jóvenes radicales y peronistas son menores
aún. En segundo lugar, las modificaciones perceptibles tienden a ser,
regularmente, sistémicas, es decir, que las preferencias se reagrupan en
torno a posiciones más compatibles, a nuestro entender, con los requisitos
que impone la consolidación de un régimen político democrático centrado en
la competencia partidaria.

71
Cuadro 5
Pertenencia a una fracción en el
pasado

UCR PJ

(41) 89% (22) 51%


Perteneció

No perteneció ( 5) 11% (21) 49%

(46) (43)

Cuadro 6
Pertenencia a una fracción en el pasado

UCR PJ

+ jóv. +viej. + jóv. -vle],

Perteneció (18) 86% (23) 92% (13) 68% ( 9) 40%

No perteneció (3) 14% (2) 8% ( 6) 32% (13) 60%

(21 ) (25) (19) (22)

Cuadro 7
Valoración de fraccionalismo y la
competencia interna

UCR PJ

Positiva (40) 89% (22) 59%

Negativa ( 5) 11% (15) 41%

(45) (37)

72
Cuadro 8

Valoración de fraccionalismo y la competencia interna

UCR PJ
+ jóv. -vie]. + jóv. -víe].

Positiva (21) 100% (19) 79% (13) 72% ( 9) 47%

Negativa ( O) ( 5) 21% ( 5) 28% (10) 53%

(21) (24) (18) (19)

111. Partidos, polltlcas públicas y actores sociales


en las orientaciones culturales

En un importante grupo de cuestiones, los jóvenes se parecen más


entre si en un grado significativo, y en un sentido razonablemente sistémico,
al reagruparse, sobretodo, las preferencias de los jóvenes justicialistas. Esta
modificación, obviamente, se registra en relación a las preferencias de los
más viejos. pero también a lo que podríamos denominar las orientaciones
tradicionales de la cultura política peronista.
a. Considerados globalmente, la pertenencia de dirigentes justicialistas a
fracciones internas es muy baja (cuadro 3), pero ello podría atribuirse
especialmente a la grave crisis abierta luego de la derrota electoral, en la que
las cúpulas partidarias y las fracciones preexistentes fueron puestas en tela
de juicio. Cosiderando únicamente los dirigentes que pertenecieron anterior­
mente a una fracción y también en el momento de la entrevista, esa
suposición de justicialistas resulta avalada (cuadro 4). Pero si tomamos en
cuenta el bajo porcentaje de justicia/istas que pertenecieron a una fracción
en el pasado (cuadro 5), esto ya no puede ser atribuido a esa crisis. En otro
trabajo, nosotros argumentamos, precisamente, que la valoración negativa
del fraccionalismo interno era un rasgo predominante entre dirigentes y mili­
tantes peronistas, como componente de una fuerte orientación cultural an­
tipartido;14 el bajo porcentaje de dirigentes que reconoce haber perteneci­
do a fracciones en el pasado refuerza esa hipótesis. Pero discriminando se­
gún edad (cuadro 6) los resultados son significativamente distintos: las

14 Palermo Vicente, Democracia interna en los partidos: las elecciones partidari­


asde1983 en el radicalismo y jusricialismo porteños, Buenos Aires, 1985, trabajo
mimeografiado.

73
Cuadro 9
Ordenamiento de los partidos en un continuum
UCR PJ

Acepta (29) 80% (24) 65%

Rechaza ( 7) 20% (13) 35%

(36) (37)

Cuadro 10
Ordenamiento de los partidos en un continuum

UCR PJ

+jóv. -vle], +jóv. -vle].

Acepta (13) 87% (16) 76% (13) 76% (11) 58%

Rechaza ( 2) 13% ( 5) 24% ( 4) 24% ( 8) 42%

(15) (21) (17) (19)

Cuadro 11
Opinión sobre la influencia de los
partidos

UCR PJ

Expandirse (29) 67% (24) 57%

Mantenerse (13) 30% (13) 31%

Reducirse ( 1) 2% ( 5) 12%

(43) (42)

74
Cuadro 12
Opinión sobre la influencia de los partidos

UCR PJ
+ jóv. -vie]. + jóv. -vle].

Expandirse (14) 66% (15) 68% (15) 75% ( 9) 41%

Mantenerse ( 7) 33% ( 6) 27% ( 4) 20% ( 9) 41%


Reducirse ( O) ( 1) 5% ( 1) 5% ( 4) 18%

(21) (22) (20) (22)

diferencias entre jóvenes se reducen, en especial por el reagrupamiento de


los justicialistas, que resulta más notable si se toma en cuenta que los años
de vida partidaria y por lo tantode oportunidades de pertenecer a una fracción
son menores entre los jóvenes. En síntesis, los jóvenes de ambos partidos
se parecen mucho más entre sí, yen el marco de una tendencia reforzada
del sistema de partidos.
Ahora bien, considerando información de tipo cualitativo sobre
nuestros dirigentes hemos establecido cuál es su valoración de la compe­
tencia entre fracciones internas más allá de que hayan pertenecido no a
alguna de ellas~5Conforme a lo esperable, la valoración es alta entre los
radicales y baja entre los peronistas (cuadro 7). Diferenciando por grupo
etario, tanto los jóvenes radicales como los justicialistas valoran más positi­
vamente la competencia interna, pero este cambio es muy importante entre
los justícialistas (cuadro 8): las preferencias de viejos y jóvenes son
opuestas. En el marco de una tendencia común, y sistémica, los jóvenes de
ambos partidos se asemejan mucho más entre si.
b. La disposición a ordenar los partidos políticos en términos de un conti­
nuum 16es un indicio significativo de orientaciones culturales, porque no es

151ndependientementede la pertenencia a una fracción, respuestas o comentarios del


tipo •...se es radical y basta, no tendrla que haber internas", o •...no pertenezco a
ninguna fracción porque soy radical, etcetera· en la UCR, y •...nunca pertenecl a una
fracción porque las fracciones no representan nada....son partidocráticas...., con­
ducen a la formación de elementos sectarios ..., la competencia entre fracciones
condujo a la derrota del 30 de octubre ...., las lineas intemas dividen al movimiento .... ,
en el PJ, permiten estimar las valoraciones frente al juego de fracciones intemas.
16EI entrevistado debla ordenar, de derecha a izquierda, a los siguientes partidos:
Partido Justicialista, Unión Crvica Radical, Partido Demócrata-Cristiano, Comunista,
Federal, Intransigente, Socialista Popular, Movimiento de Integración y Desarrollo y
Unión de Centro Democrático.
75
muy compatible con la concepción peronista "ortodoxa" que tiende a escindir
el mundo político en dos dimensiones irreductibles que no pueden recono-

Cuadro 13
Percepción de las relaciones entre actores y políticos

UCR PJ

Conflictual (31) 76% (23) 66%

Consensual (10) 24% (12) 34%

(41) (35)

Cuadro 14
Percepción de las relaciones entre actores y políticos

UCR PJ ,­
+ jóv. -víe]. + jóv. -vle].

Conflictual (16) 76% (15) 75% (12)71% (11) 61%

Consensual ( 5) 24% ( 5) 25% ( 5) 29% ( 7) 39%

(21) (20) (17) (18)

cerse mutuamente en un ámbito común y cuyo correlato es la posición irre­


conciliable entre el "movimiento nacional y popular" y el agregado -liberal­
de los partidos. En cambio, implica la aceptación de ese requisito fundante
de una comunidad política pluralista: la admisión, junto a las diterencias. de
la existencia de una naturaleza común a las distintas identidades políticas y
el consiguiente otorgamiento de legitimidad, como base mínima para su
relación en tanto partidos, partes de un todo en el sentido sartoriano.
Al respecto, si bien se registran diferencias entre peronistas y radi­

76
Cuadro 15
Disposición a identificarse con
otro partido

UCR PJ

Ninguno (28) 61% (27) 63%

Alguno (18) 39% (16) 37%

(46) (43)

Cuadro 16
Disposición a identidicarse con otro partido

UCR PJ
+ jóv. +viej. + jóv. -víe].

Ninguno (12) 57% (16) 64% (12) 57% (15) 68%

Alguno ( 9) 43% ( 9) 36% ( 9) 43% ( 7) 32%

(21) (25) (21) (22)

cales (cuadro 9), éstas no son tan amplias como podría haberse esperado.
En realidad lo llamativo, en contraste con fa cultura política tradicional, es que
una mayoría de integrantes del PJ acepte la propuesta (con todo. hay
algunos casos especiales; sin tomar en cuenta las respuestas incluidas en
el cuadro 9, cuatro justicialistas contra ningún radical aceptan la propuesta
pero rechazan ubicar al propio partido en el continuum, dos peronistas no
pueden ubicar a la UCR, en tanto que nueve radicales no pueden ubicar al
PJ. En otras palabras, para radicales y peronistas la ubicación del PJ en el
continuum derecha-izquierda es problemática).
Los jóvenes de ambos partidos, entre tanto (cuadro 10), se parecen

77
Cuadro 17
Otropartidocon el que se identifica

UCR PJ

+ jóv. + viejo + jóv. + viejo

PJ / UCR (5) 55% (3) 33% (1) 11% (1) 11%

PI (3) 33% (1)11% (7) 77% (2) 22%

Otro (1 ) 11% (5) 55% (1)11% (4) 44%

(9) (9) (9) (7)

Cuadro 18
Cuestiones prioritarias para la democracia

UCR PJ
Acuerdo (34) 75% (21) 52%
entre parto

Estímulo a (31) 68% (30) 75%


participo

Otras (8) 17% (7) 17%

(45) (40)

78
Cuadro 19

Cuestiones prioritarias para la oernocrácia •

UCR PJ

+ jóv. +viej. +jóv. + viejo

Acuerdo (14) 70% (11) 61% (10) 48%


entre parto (20) 80%

Estímulo (14) 70% (17) 72% (14) 77% (16) 76%


a participo
Otras (4) 20% (4) 16% (2) 11% (5) 23%

(20) (25) (18) (21)

• En este Cuadro, la categoría "otras" se refiere, en UCR, a reorganización sindical,


y en el PJ a reforma constitucional. En ambos partidos la cuarta alternativa selec­
cionada fue reforma militar (UCR, 11%, PJ 12%). El 48% de radicales y el 42% de
justicialista optó simultáneamente por acuerdo entre los partidos y estímulo a la
participación popular.

bastante más entre sí, y en el marco de una tendencia común, también


sistémica.
c. ¿Debe expandirse, mantenerse o reducirse la influencia de los partidos
en la política argentina?17 En este punto, las diferencias entre peronistas y
radicales son significativas (cuadro 11), especialmente porque un grupo
importante de dirigentes justicialistas prefiere la reducción de esa influencia;
de cualquier modo, en ambos partidos nuestros dirigentes escogen mayori­
tariamente la expansión. Pero nuevamente, si discriminamos según edad,
las preferencias de los jóvenes se parecen mucho más entre sí (cuadro 12)
debido a un cambio importante de las opciones justicialistas.
d. El grupo de preguntas sobre influencia política de los distintos sectores,
permitió estimar en qué medida los entrevistados se hacían cargo del
carácter intrínsicamente conflictivo de lo político, esto es, la imposibilidad de
ganancias de poder por parte de un sector o un grupo de ellos que no implique
pérdidas relativas para otros. En este sentido, pueden distinguirse dos
orientaciones globales, considerando como "consensuales" los grupos de

17Se solicitaba,sucesivamente, la opinión sobre la influenciade los partidos políticos,


la iglesia, las fuerzas armadas, los empresarios, los sindicatos, los grupos vecinales
y los intelectuales(primerose anunciabalatotalidad de los sectores). Laopiniónsobre
la influencia de fuerzas armadas y grupos vecinales no es analizada en este trabajo
porque las respuestas fueron abrumadoramente por la reducción y por la expansión
de sus influencias, respectivamente, de modo que no hay diferencias porcentuales
significativas.

79
respuestas en las que no se establece con claridad qué sectores "ganan" y
"pierden" posiciones relativas -por ejemplo. favoreciendo a un tiempo el
incremento de la influencia de empresarios y sindicatos, intelectuales e
iglesia- y como "conflictuales" aquellas en que se establece cierta comple­
mentariedad de pérdidas y ganancias. En este punto, el porcentaje de
orientaciones "consensuales" es bastante alto y algo mayor entre justicialis­
tas (cuadro 13); en otro trabajo hadamos referencia a la extendida adhesión
-expresada en torno al discurso de la "unidad nacional"- que la percepción de

Cuadro 20
Cuestiones prioritarias para el
desarrollo económico
UCR PJ

Ref. fiscal (7) 17% ( 6) 15%

Pleno empl. (9) 22% (14) 35%

Cont. infl. (25) 61% (14) 35%

Inversión (21) 51% (22) 55%

(41) (40)

Cuadro 21
Cuestiones prioritarias para el desarrollo económico

UCR PJ

+ jóv. + viejo + jóv. + viejo

Ref.fiscal ( 5) 27% (2) 8% (2) 11% (4) 19%

Pleno empl. ( 4) 22% (5) 22% (7) 40% (7) 33%

Cont. infl. (11)61% (14) 61% (9) 50% (5) 24%

Inversión (11) 61% (7) 30% (12) 66% (10) 47%

(18) (23) (18) (21)

so
Cuadro 22
Problemas más importantes para
el pafs

UCR PJ

Inflación (35) 77% (16) 44%

Estab. poI. (18) 40% (13) 36%

Educación (15) 33% (14) 38%

Vivienda (15) 33% (10) 27%

(45) (36)

Cuadro 23
Problemas más importantes para el país

UCR PJ

+jóv. + viejo + jóv. + viejo

Inflación (14) 66% (21) 87% (7) 39 % (9) 50%

Estab. poI. (8) 38% (10) 41% (7) 39% (6) 33%

Educación (8) 38% ( 7) 29% (9) 50% (5) 27%


Vivienda (9) 42% ( 6) 25% (5) 27% (5) 27%

(21 ) (24) (18) (18)

81
los intereses sociales en términos de consensualidad "natural" tiene por
parte de las dirigencias políticas argentinas~8 La diferencia entre ambos
partidos no sorprende tomando en cuenta tanto contenidos doctrinarios con
cierta resonancia organicista en el justicialismo (la noción de comunidad
organizada que acota el campo de lo politico a una tarea de "organización"
de partes con intereses esencialmente comunes), como el aprendizaje
derivado de su experiencia histórica -el nacimiento del peronismo y sus
primeros años de gobierno, fijados en la memoria colectiva como una etapa
en la que el poder empresario y el de las organizaciones obreras crecieron
a un tiempo-o Pero, por otra parte, resulta de interés comprobar que los
jóvenes del PJ se inclinan -aunque ligeramente- hacia un mayor recono­
cimiento de la conflictualidad, de modo tal que los jóvenes de ambos partidos
se asemejan más (cuadro 14).
8. Las respuestas a: no siendo su propio partido, ¿qué otro representa su
posición política en forma más aproximada?, permiten obtener indicios sobre
la disposición de los entrevistados a legitimar otras identidades políticas,
otorgándoles significaciones y valoraciones propias y por lo tanto recono­
cimiento -imprescindible en un marco democrático-o Globalmente considera­
dos, la disposición a identificarse con otro partido es baja entre justicialistas
y radicales (cuadro 15), lo que no puede sorprender tratándose de subcultu-

Cuadro 24
Cuestiones prioritarias para la
justicia social
UCR PJ

Estim.partici. ( 3) 7% ( 9) 23%

Pleno (26) 63% (17) 44%


emple.
Cont. ínnac. ( 6) 15% ( 7) 18%

Retor. ( O) ( 4) 10%
const.
Construc.
(14) 34% (15) 38%
vivo

(41) (39)

18 Palermo, Vicente, "Cultura polftica, conflicto, democracia", revista Ideas en las


ciencias sociales, núm. 4, Buenos Aires, 1985.

82
Cuadro 25
Cuestiones prioritarias para la justicia social

UCR PJ

+ jóv. -víe]. + jóv. +viej.

Estim. partici. ( 1) 6% (2) 9% ( 4) 22% ( 5) 25%

Pleno emple. (12) 67% (14) 61% ( 9) 50% ( 8) 40%

Cont. inflac (2) 11% ( 4) 17% ( 5) 28% ( 2) 10%

Refor. const. ( O) ( O) ( 3) 17% ( 1) 5%

Construc. vivo (6) 33% ( 8) 35% ( 8) 45% ( 7) 35%

(18) (23) (18) (20)

ras políticas ideológicamente difusas pero "fuertes" y muy consolidadas en


torno a referentes simbólicos. Sin embargo, las diferencias se acortan
moderadamente entre los jóvenes en el marco de una tendencia común para
peronistas y radicales (cuadro 16). .
¿Con qué otros partidos se identifican preferentemente nuestros
entrevistados? Si distinguimos según edad (cuadro 17) resulta interesante
cierta homogenización de las preferencias partidarias, no sin contrastes,
empero. El "otro" es, entre los jóvenes, mucho más PI/PJ (Partido Intransi­
genteIPartido Justicialista) que entre los viejos: los peronistas optan por el
PI y los radicales por el PJ y el PI (significativamente, sólo un justicialista por
la UCR). Ello sugiere una convergencia de las preferencias en un "campo
nacional y popular".
f. Tomando en cuenta un grupo de cuestiones19se propon ía al entrevistado
que seleccionara dos de ellas como prioritarias para el fortalecimiento de la
democracia. Si consideramos las elevadas preferencias por "acuerdo entre
los partidos" y "estímulo a la participación popular" la pauta que se esboza

19 Las altemativas eran: acuerdo entre los partidos - estimulo a la participación


popular- refonnafiscal - refonna universitaria - pleno empleo - control de la inflación
- incremento de la inversión - descentralización administrativa - Plan Alimentario
Nacional - reorganización sindical - refonna militar - relonna constitucional ­
construcción de viviendas- construcción de escuelas- reducción del Estado.

83
sería la de una combinación de pluralismo y movilización políticiO más que
una restricción de la competencia partidaria sostenida en un desaliento a la
participación como garantía de la estabilidad democrática. De todas formas,
la preferencia por el acuerdo interpartidario es considerablemente mayor
entre radicales (cuadro 18). Por ello no es sorprendente que disminuya entre
los jóvenes de ese partido (cuadro 19), y sí lo es un tanto que aumente
perceptiblemente entre jóvenes justicialistas. Los jóvenes de ambos parti­
dos, que se asemejan mucho más entre sl, estructuran una concepción de
democracia participativa (acuerdo interpartidario + participación = bloque
nacional popular por las transformaciones).
g. En este caso, el mismo grupo de cuestiones debía ser vinculado al
desarrollo económico. Por supuesto, es trivial que las respuestas se
concentren en "reforma fiscal", "pleno empleo", "control de la inflación" e
"inversiones"; lo importante es cómo se agrupan las preferencias entre estas
alternativas. Pueden observarse (cuadro 20) varios aspectos signrticativos:
en ambos partidos, más de la mitad de los entrevistados seleccionaron
"inversiones", y muchos menos "empleo"; el crecimiento económico no
parece asociarse a un aumento de la demanda sostenida en la expansión del
mercado interno -nuestros dirigentes no son, digamos, muy keynesianos-.
Tampoco parecen propensos a afectar intereses mediante una mayor
equidad impositiva: sólo unos pocos, de ambos partidos, otorgaron relevan­
cia a la reforma fiscal. La mayor diferencia tiene lugar en el control de la
inflación: muchos más radicales destacaron esta alternativa (con todo, entre
los peronistas no fue menos preferida que el pleno empleo). Considerando
cómo se aparearon las alternativas, en las respuestas de cada entrevistado,
surge que control de la inflación-inversiones -un punto de vista bastante
"eficientista" en términos de políticas lJúblicas- es la combinación más
frecuente, algo más entre los radicales. 1
Discriminando según grupo etario aparecen novedades interesantes;
muchos más jóvenes que viejos peronistas seleccionan control de la
inflación, acortando notablemente la diferencia entre ambos partidos; algo
parecido, aunque en grado menor, ocurre con inversión (cuadro 21). Entre
los radicales, también hay cambios en inversión yen reforma fiscal. Dejando
de lado esta última alternativa, ya que se trata de muy pocos casos, los
jóvenes de ambos partidos se parecen mucho más entre sí al ser claramente

20para la descripci6n de estapauta de organizaci6n partidaria en contraste con otras,


véase comp. Ariel Colombo, "Movilizaci6n y pluralismo en la Argentina", en Ariel
Colombo, Participación política y pluralismo en la Argentina contemporánea, CEAL,
Buenos Aires, 1985.

21 El 30% de los radicales y el 22%de los peronistas eligi6 al mismotiempocontrol de

la inflación e inversiones; finalmente, tratándose de dirigentes "de base". la elección

de "reducci6n del Estado" (combinada siempre con reforma fiscal, control de la

inflaci6no inversiones) por parte de 5 radicales y 3 justicialistas no es nada despre­

ciable y da una pautade la omnipresencia actual de este tema, otrora acotadoa las

expresiones politicas del liberalismo econ6mico.

84
la inversión y el control de la inflación sus preocupaciones centrales en lo que
respecta al desarrollo económico, combinación por cierto no muy "popu­
lista".22
h. Presentando un listado de problemas nacionales, se solicitaba la entre­
vistado que escogiera los tres más importantes. Como puede verse (cuadro
22), radicales y peronistas seleccionaron los mismos problemas y en un or­
den semejante -aunque evidentemente las preferencias justicialistas fue ron
más dispersas-o Discriminando según edad, se acortan las diferencias entre
jóvenes peronistas y radicales en inflación y estabilidad política (cuadrozá),
aunque las variaciones son ligeras. Por el contrario, las diíerencias entre los
jovenes se amplían en educación y en vivienda, reforzándose las diferencias
en estos puntos entre radicales y peronistas globalmente considerados.
1. Si se consideran globalmente, y frente a las m ismas alternativas que para
democracia y desarrollo económico, tanto peronistas como radicales aso­
cian con justicia social sobre todo empleo y construcción de viviendas
(cuadro 24), aunque las preferencias radicales están más concentradas en
empleo. Los jóvenes de ambos partidos concentran algo más sus preferen­
cias en esta alternativa. El control de la inflación obtiene porcentajes mucho
menores a los de empleo y vivienda; en términos generales, las diterencias
entre jóvenes y viejos no son demasiado descatables (cuadro 25). Lo
interesante, en ambos partidos y entre viejos y jóvenes, es la existencia de
una percepción implícita de la problematicidad de la política en el marco de
la crisis: mientras que frente a desarrollo económico, las opciones clara­
mente destacadas son control de la inflación e inversiones, y entre los
problemas más importantes la inflación ocupa una posición preponderante,
frente a la justicia social se invierten por completo las preferencias, aloptarse
mayoritariamente por pleno empleo mientras que la lucha contra la inflación
es muy secundaria y las inversiones prácticamente desaparecen. El con­
traste más claro tiene lugar, precisamente, entre desarrollo económico y
justicia social. De cualquier modo, los peronistas concebirían en forma
menos problemática que los radicales las opciones de política pública: ple­
no empleo obtiene preferencias más parejas -aunque no tanto entre los
jóvenes- ycontrol de la inflación es menos enfatizado -aunque algo más entre
los jóvenes-o Pero es significativo que, si mantiene su vigencia -entre nues­
tros dirigentes de ambos partidos- una pauta "populista" en lo relativo a
justicia social (pleno empleo + construcción de viviendas), ello no es tan cierto
ni tan claro (aunque algo más para viejos peronistas) en lo que respecta a
desarrollo económico.

22 Cabe señalar que entre los viejo peronistas la mayor dispersión expresa más
opciones por la reforma fiscal y por construcción de viviendas y escuelas, lo que se
ajustaen mayormedida a los patrones"clásicos" de la cultura política justicialista.
23 Lasaltemativas eran: inflación- problemas del menor- familiay divorcio- seguridad
intema - seguridad externa - salarios - salud - libertad de prensa - desarrollo
agropecuario - desarrolloindustrial - educación - vivienda - ineficienciaadministrativa
- desempleo - inestabilidad política.
85
J. Como señalamos, entre los sectores que por su influencia política se pedía
al entrevistado su opinión, se contaba a la Iglesia. Al respecto, las preteren­
cias de radicales y justicialistas (cuadro 26) son bastante semejantes,
ligeramente más favorables a su influencia entre estos últimos. La relación
entre peronismo e Iglesia es compleja y -obviamente- reconoce altibajos,
pero sin duda un componente fuerte en la concepción de importantes
sectores peronistas es la cercanía entre la doctrina justicialista y la doctrina
social de la Iglesia. Sin embargo, tomando en cuenta la edad de nuestros
entrevistados, surgen contrastes significativos, ya que la opción por reducir
su influencia aumenta considerablemente entre jóvenes peronistas y dismi­
nuye un tanto entre jóvenes radicales, con lo que los jóvenes se parecen más
entre sí que los viejos, en una pauta menos "anticlerical" que la de los viejos
radicales y más "anticlerical" que la de los viejos peronistas (cuadro 27).
k. Históricamente, el peronismo "ortodoxo" siempre abrigó orientaciones
favorables al empresario "nacional", al que concibió parte imprescindible de
la coalición social sobre la que podía sostenerse un gobierno peronista. Ni
ladirigencia partidaria ni la sindical tradicionales cuestionaron, en lo esencial,
este punto de vista (que por otra parte se patentiza en los repetidos acuerdos
"programáticos" entre la CGT [Confederación General del Trabajo] y las
confederaciones empresarias durante los últimos tiempos). Sí se toma en
cuenta cómo se correlacionan las opiniones sobre la influencia de empresa­
rios y sindicatos entre nuestros entrevistados (cuadro 28) la orientación
tradicional recibe cierta confirmación, puesto que entre los justicialistas, el
31 % optó por expandir simultáneamente ambas influencias (este porcentaje
no varía entre los jóvenes).
De modo que no es sorprendente (cuadro 29) que el grupo de
dirigentes justicialistas proclives a disminuir la influencia de los empresarios
sea bastante minoritario; aunque entre los radicales es mayor, de cualquier
forma es considerable el porcentaje de dirigentes que prefieren que la
gravitación del sector no sea reducida. Ahora bien, entre jóvenes de ambos
partidos las diferencias disminuyen considerablemente, siendo más los
peronistas y menos los radicales favorables a la reducción de la influencia
empresaria (cuadro 30). De cualquier forma, se mantiene un grupo no
despreciable de jóvenes peronistas favorables al incremento de la
gravitación del sector.
Hasta aquí, las cuestiones u orientaciones en las que los cambios
más significativos tienen lugar por parte de los jóvenes justicialistas; otro
grupo de ellas, aunque menos numeroso, da cuenta de reagrupamientos en
las preferencias de los jóvenes radicales.
a. Frente a la pregunta ¿cuál es el sistema de partidos necesario para la
Argentina?, nuestros entrevistados disponían de tres alternativas: un
movimiento nacional y popular, un sistema de dos partidos, un sistema de
varios partidos. Conforme a lo que es ampliamente conocido, la concepción
mcvimientista como la matriz de comprensión de las identidades políticas y
las relaciones entre las mismas, y el consiguiente rechazo al juego partidario,
86
Cuadro 26
Opinión sobre la influencia de la

Iglesia

UCR PJ

Exp.O mant. (15) 34% (17) 40%

Reducirse (29) 66% (26) 60%

(44) (43)

Cuadro 27
Opinión sobre lainfluencia de la Iglesia

UCR PJ

+jóv. -víel. +jóv. -víe].

Exp.o mant ( 8) 38% ( 7) 30% ( 6) 30% (11) 50%

Reducirse (13) 62% (16) 70% (14) 70% (11) 50%

(21) (23) (20) (22)

es la más cercana a las orientaciones peronistas tradicional, pero al


mismo tiempo -aunque parcialmente resignificada- continuó plenamente
vigente en el peronismo juvenil de 73 entramada con las orientaciones
fuertemente antiimperialistas (liberación o dependencia) que se tornaron
dominantes. Que esa matriz de significación política colorea actualmente
las más variadas zonas del espectro político es una presunción24 que no
resulta precisamente refutada considerando las preferencias de nuestros
dirigentes (cuadro 31). Aunque es trivial la alta preferencia movimientista

24 Señalada entre otros por Beatriz Sarlo, 'La Izquierda ante la cultura: del
dogmatismo al populismo', revista Punto de Vista, núm. 20, Buenos Aires, mayo de
1984, Y Alvaro Abas, 'De lo plebeyo a lo social. Notas sobre la crisis del pero­
nismo', revista Unidos, núm. 4, Buenos Aires, diciembre de 1984.

87
Cuadro 28
Opinión sobreinfluencias de empresarios y
\ smd~aros
\:. - .
UCR

Empresarios expando mant. reduc.

Sindicatos

Expan. ( 2) 4% (4) 9% ( 1) 2%

Mant. ( O) (9) 20% ( 4) 9%

Reduc ( 5) 11% ( 6) 14% (12) 28%

Cuadro 28
Opinión sobreinfluencias de empresarios y
sindicatos

PJ
Empresarios expan. manto reduc.
Sindicatos

Expan. (12) 31% ( 6) 15% (2) 5%

Mant. ( 2) 5% ( 9) 23% ( 4) 10%

Recluc. ( O) (1) 2% (2) 5%

entre justicialistas, no lo es tanto, en cambio, que la mitad de los radica­


les tenga la misma opinión. El rechazo al bipartidismo -precisamente la
pauta que se sugiere más fuertemente en las recientes confrontaciones
electorales- también es marcado en ambos partidos. Entre jóvenes, las
preferencias por el movimiento nacional y popular y el rechazo al bl­
partidismo se acentúa notablemente (cuadro 32). Entre los radicales,
casi el 70% opta por el movimiento; los viejos peronistas y radicales
registran preferencias exactamenteinversas.

88
Cuadros 29
Opinión sobrela influencia de los
empresarios
..

UCR PJ

Expand. ( 7) 16% (14) 36%

Mant. (19) 44% (16) 41%

Reduc. (17) 40% ( 9) 23%

(43) (39)

Cuadro 30
Opinión sobre la influencia de losempresarios

UCR PJ

+jóv. -víe]. +jóv. +viej.

Expand. ( 2) 10% ( 5) 23% ( 7) 37% ( 7) 35%

Mant. (12) 57% ( 7) 32% ( 5) 26% (11) 55%

Reduc. ( 7) 33% (10) 45% ( 7) 37% ( 2) 10%

(21) (22) (19) (20)

Las preferencias de los jóvenes radicales revelan que la prédica


movimientista que inaugura Renovación y Cambio en la etapa post­
balbinista, exhumando contenidos simbólicos y discursivos Yrigoye­
nistas, ha calado hondo, Pero dos preguntas resultan pertinentes, en
relación a los jóvenes de ambos partidos. ¿Se combina la pauta movi­
mientista con una fuerte oposición partido-movimiento -en especial en el
caso del peronismo, en que esta oposición es un componente importante

89
de la cultura política tradicional-? ¿Se define el movimiento en una clave
hegemónica, en términos de reducción de la competitividad inter­
partidaria, o de legitimación recíproca que combina la competencia con el
acuerdo entre los partidos?25 No pretendemos dar a estas preguntas
respuestas precisas en base a nuestras entrevistas, pero sí dar cuenta
de datos que sugieren tanto la erosión de fa oposición movimiento-partido
en el peronismo como la labilidad de los apoyos que la forma hegemónica
de pensar el movimientismo puede tener en el radicalismo aunque, en
ambos casos, se registra la presencia de preferencias antipartidarias o
hegemónicas. Por ejemplo, en el Pj, el 55% de los dirigentes que prefirió
el movimiento nacional y popular también sostuvo que los partidos
políticos eran, para la consolidación de la democracia, la herramienta más
importante -contra el resto que sostuvo que eran un instrumento
importante sin ser el único-; estos mismos dirigentes optaron en un 58%
por la expansión de la influencia de los partidos en la política argentina,
aunque un 14% optó por su reducción y finalmente, un 89% de los
integrantes de este grupo reconoció aspectos positivos de diverso tip026

Cuadro 31
Tipo de sistema departidos necesarios para la Argentina

UCR PJ

Mov. naco (20) 49% (36) 86%

Bipart. ( 5) 12% ( O)
Multipart. (16) 39% ( 6) 14%

(41) (42)

25 Al respecto, señala Marcelo Cavarozzi (ob. cit., 1985): •...La Junta Coor­
dinadora levantó la consigna del Tercer Movimiento Histórico como articulación
entre, por un lado, el renovado atractivo popularde la UCR y, por otro, la memoria
de los dos anterioresmovimientos que habla disfrutadode amplio apoyo de masas:
el ala Yrigoyenistadel radicalismo en los 10 y los 20, y el peronismo. El tema del
Tercer Movimiento Históricotenia, a los ojos de los lideres de la Coordinadora, una
doble ventaja: daba nitidez al deseo del Movimiento de renovación y Cambio de
expresar continuidaden el Yrigoyenismo, que representaba la vertiente popular de
la UCR, y reconocíael peso de las tradiciones peronistasal mismotiempoque suge­
ría su agotamiento. Sin embargo, el lema"movimiento" tiene una resonancia antipar­
tidista que no estuvo ausente en los dos primeros ·movimientos históricos": tanto
Yrigoyen como Perón hablan tendido a generar el descrédito de los políticos y a
identificara los partidoscon divisionismo, faccionalismo y egolsmo. Pero la Coordi­
nadoraeludióuna resolución expresa de estaimplícitaambiqüedad",
26 Se ilustraen relación a loscuadros 35 y 36

90
Cuadro 32
Tipode sistema de partidos necesariospara la Argentina

UCR PJ
-jóv. -víe], -jóv. +viej.

Mov. naco (13) 68% (7) 32% (20) 100% (15) 71%

Bipart. ( O) (5) 22% (O) (O)

Multipart. ( 6) 32% (10) 45% (O) (6) 29%

(19) (22) (20) (21 )

en el Partido Radical -en tanto el 11% restante no lo hizo-o Entre los


movimientistas radicales, por su parte, el 75% reconoció aspectos posi­
tivos en el peronismo. pero un no despreciable 25% no lo hizo. Y el 83%
sostuvo que las relaciones entre los partidos debían ser programáticas
(17%) o de acuerdos según reglas de juego (66%) contra un 17% que optó
por una relación más confrontativa (entre los peronistas movimientistas,
e128%optó por este último tipo de relación interpartidaria).
b. Las orientaciones de justicialistas y radicales sobre la influencia de
los sindicatos en política son muy conocidas; en lo que respecta a la UCR
la experiencia 63-66 resultó particularmente traumática y probablemente
haya pesado más aún que una concepción general sobre los peligros del
neocorporativismo para las democracias en el hecho de que el gobierno
radical optara, durante 1984, por una vía de resolución muy confrontativa ­
y finalmente frustrada en el Senado- de la relación de fuerzas con las
organizaciones sindicales. Las entrevistas fueron concretadas tempo­
ralmente muy próximas a esta colisión que incidió de modo nada secun­
dario en la evolución ulterior de la política gubernamental. Conforme a lo
que era esperable, nuestros dirigentes se agrupan de modo claramente
desigual según sean peronistas o radicales (cuadro 33); sin embargo, las
diferencias se reducen significativamente para jóvenes de ambos parti­
dos (cuadro 34) al cambiar las preferencias de los jóvenes radicales: los
porcentajes correspondientes a expansión y reducción varían fuerte­
mente sugiriendo una erosión del tradicional "antisindicalismo" condicio­
nado por la experiencia 63-66.

91
Cuadros 33
Opinión sobre la influencia política de lossindicatos

UCR PJ

Expandirse ( 7) 16% (21) 50%

Mantenerse (13) 30% (18) 43%

Reducirse (24) 55% ( 3) 7%

(44) (42)

Cabe agregar que se trata de una modificación sistémica al impli­


car una relación menos confrontativa entre el Partido Radical y el sindi­
calismo.
c. Tomando en cuenta si nuestros entrevistados asignaban o no
aspectos positivos al otro partido, y qué tipo de aspectos negativos o ras­
gos criticables destacaban, intentamos estimar su disposición a legitimar
al adversario. 27 Considerando nuestros dirigentes globalmente (cuadro
35), la legitimación reciproca es alta. Pero mientras los jóvenes justi­
cialistas no registran diferencias con los más viejos (cuadro 36), los
radicales jóvenes evidencian mayor disposición a reconocer aspectos
positivos.
d. Una pregunta sobre el tipo de vinculación más adecuado entre los
partidos políticos y las asociaciones intermedias, ofrecla dos alterna­
tivas, la primera asignaba a los partidos un rol de activo mediador, re­
definidor de las demandas de las asociaciones, y la segunda reducía este
rol al de simple canalizador de las mismas en el sistema político. Aqul. las
preferencias de radicales y peronistas registran diferencias aunque, en
ambos casos, la mayoría de los dirigentes considera que los partidos
deben redefinir las demandas sociales (cuadro 37); entre los jóvenes, hay
un perceptible reagrupamiento en sentido contrario, ligeramente mayor en
los radicales (cuadro 38). Con todo, lo que a nuestro entender resulta
significativo es que el 70% de los jóvenes radicales y el 50% de los
justicialistas opte por una definición de la relación entre partidos y
fuerzas sociales claramente "partidocrática" y muy poco congruente con

27 Algunos entrevistados rechazaban la posibilidad de reconocer aspectos


positivos en el otro partido; otros, formulaban sus alticas en términos de
identificación de peronismo y fascismo, o radicalismo y "antinación", etcétera.
Pero enambos partidos se trató de unnúmero muy pequeño de casos.

92
Cuadro 34
Opinión sobrela influencia política de Jos sindicatos

UCR PJ

+jóv. -víe]. +jóv. -víe],

Expandirse ( 6) 29% (1) 4% (10) 50% (11) 50%

Mantenerse ( 7) 33% ( 6) 26% ( 8) 40% (10) 45%

Reducirse ( 8) 38% (16) 70% ( 2) 10% ( 1) 5%

(21 ) (23) (20) (22)

Cuadro 35
Valoración delotropartido

UCR PJ

Legítima (33) 87% (30) 88%

DesJegítima ( 5) 13% ( 4) 12%

(38) (34)

la cuhura política de movilización y de participación no mediada predo­


minante en los sectores juveniles en la anterior etapa democrática (1973­
76).
Finalmente, en un pequeño grupo de cuestiones, nuestros dirigen­
tes presentan preferencias que no se ajustan a las esperadas de acuerdo
a las orientaciones político-culturales conocidas, aunque sin que se evi­
dencien diferencias significativas entre jóvenes y viejos.
a. La opción sobre la influencia política de los intelectuales resuhó am­
pliamente favorable a su expansión, en ambos partidos (cuadro 39). Lo
"sorprendente" en este caso es el alto número de dirigentes justicia­
listas -mayor que el porcentaje radical- dispuestos a otorgar más gravi­
tación a los intelectuales, si se toma en cuenta que la relación entre
políticos e intelectuales fue en el peronismo siempre una relación difícil.

93
Cuadro 36
Valoración del 'otro Partido

UCR PJ

+jóv. +viej. +jóv -víe]

Legítima (16) 100% (17) 77% (15) 88% (15) 88%

Deslegítima ( O) ( 5) 23% ( 2) 12% ( 2) 12%

(16) (22) (17) (17)

Cuadro 37
Re~c0nen"epart~osy
asociaciones intermedias

UCR PJ

Canalizan ( 9) 22% (13) 44%

Median (32) 78% (16) 56%

(41) (29)

provista de una enorme dosis de desconfianza y en la que raramente se


les reconocia a los intelectuales un papel político activo en tanto tales,
como ha sido señalado con frecuencia.28 De cualquier manera, la rela­
ción entre intelectuales y políticos fue en general problemática no sólo en
el peronismo, y la mayorfa de radicales favorable a la expansión de su
influencia sugiere pocas resistencias al ingreso en roles preponderantes
en el Estado de intelectuales extrapartidarios, que está caracterizando la
gestión presidencial de AUonsfn.
b. Tradicionalmente, el 'rentismo· (electoral) es una tendencia mar­
cadamente justicialista y en absoluto radical -la UCR siempre fue con­
traria a la constitución de alianzas electorales-. Por lo tanto, no pueden

28 Recientemente, en "Intelectuales y política en Argentina (debate entre Adolfo


Canitrot, Marcelo Cavarozzi, Roberto Frenkel y Osear Landi)", revista Debates en la
sociedady la cultura, núm.4, Buenos Aires,octubre-noviembre de 1986.

94
Cuadro 38
Relación entrepartidos y asociaciones intermedias

UCR PJ
-jóv. +viej. +jóv +viej.

Canalizan ( 6) 30% (30) 14% ( 6) 50% ( 6) 37%

Median (14) 70% (18) 86% ( 6) 50% (10) 62010

(20) (21) (12) (16)

Cuadro 39
Opinión sobrela influencia de los
intelectuales

UCR PJ

Expandirse (27) 61% (34) 85%

Mantenerse (14) 32% ( 4) 10%

Reducirse ( 3) 7% ( 2) 5%

(44) (40)

sorprender las preferencias congruentes de radicales y justicialistas en


ese sentido; es sugestivo, sin embargo, que un 37% de los dirigentes de
la UCR esté dispuesto a que su partido participe en un frente electoral;
probablemente esta apertura se relacione a la búsqueda, por distintos
medios (candidaturas extrapartidarias, etcétera) de dotar a los difusos
apoyos electorales alcanzados en las elecciones de 1983 y 1985 de una
red de contención más orgánica, pero de cualquier forma se trata de la
ruptura de una regla hasta ahora intocable en el radicalismo. 29

29 En noviembre del 85 la UCR concretó alianzas electorales, por ejemplo en la


provincia de Catamarca con un partido provincial de centro-derecha.

95
Cuadro 40

Opinión sobrela influencia de los intelectuales

UCR PJ

+jóv. +viej. +jóv. +viej

Expandirse (13) 62% (14) 61% (15) 83% (19) 86%

Mantenerse ( 7) 33% ( 7) 30% ( 2) 11% ( 2) 9%

Reducirse ( 1) 4% ( 2) 8% ( 1) 5% ( 1) 4%

(21) (23) (18) (22)

IV. Slntesls y conclusiones.

Como pudimos ver, un grupo importante de cuestiones evidencian


variaciones significativas entre las preferencias de jóvenes y viejos jus­
ticialistas que hacen que las orientaciones de aquéllos se asemejen consi­
derablemente más a la de los jóvenes radicales -en varias de ellas, al
mismo tiempo, también se modificaron las preferencias de estos últimos
en sentido convergente- (pertenencia a fracciones, valoración del fraccio­
nalismo, disposición a pensar los partidos en términos de un contínuum,
influencia de los partidos, de la Iglesia y de los empresarios en la polftica
argentina, polfticas para la consolidación de la democracia (acuerdo entre
los partidos), polfticas para el desarrollo económico (control de la Infla­
ción, inversiones). En otro grupo de cuestiones, las preferencias de los
jóvenes justicialistas se reagrupan en el mismo sentido, pero las modi­
ficaciones son cuantitativamente más moderadas: percepción de la rela­
ción entre actores polítlcos, disposición a identificarse con otro partido,
problemas más importantes para el país (estabilidad polftica). En ambos
casos, se trató de variaciones que, de ser estables, implican una reorien­
tación de la cultura polftica en sentido más compatible con un régimen de
competencia de partidos razonablemente pluralista. Por otra parte, en un
grupo de cuestiones, más reducido, los cambios en las preferencias radi­
can especialmente en los jóvenes radicales (tipo de sistema de partidos
96
necesario, influencia de los sindicatos en la política argentina, valoración
positiva del otro partido, relación entre partidos y asociaciones ínter­
medias). En este caso, las preferencias se reagrupan en un sentido con­
vergente con las orientaciones justicialistas, aunque la lectura que puede
hacerse respecto a su congruencia con los requerimientos de un régimen
democrático es, evidentemente, menos segura. Cabe, sí, una cautelosa
interpretación general de las modificaciones (cautelosa, obviamente,
dado el alcance limitado de nuestra investigación). En otro trabajo aludía­
mos a la existencia de dos tradiciones políticas democráticas en las fuer­
zas políticas populares argentinas: la liberal democrática (asentada en el
radicalismo) y la nacional' popular (afirmada en el peronismo),30 cor­
porizando la fragmentación cultural a la que nos referíamos en las páginas
iniciales de este articulo. Las modificaciones registradas sugerirían una
homogenización sobre la base de una asimilación de componentes liberal
democráticos en los jóvenes justicialistas y nacional populares en los jó­
venes radicales, configurando un imaginario político si bien menos dogmá­
tico, más impreciso, y por cierto suficientemente versátil como para cons­
tituir una buena base de sustentaciónde partidos integradores.

30Construcción del poderpopular, revista Unidos.

97
CONSENSO DEMOCRAllCO EN EL CHILE AUTORITARIO

Angel Fllsflsch

1. Introducción: consenso normativo, estabilidad


democrática y redemocratizaclón

De manera esquemática, puede decirse que existen tres ofertas


teóricas alternativas para explicar los fenómenos de estabilidad demo­
crática. A la vez, cada una de esas ofertas proporciona una vía distinta
para encarar las cuestiones que suscitan los procesos de desestabi·
lización de un orden político democrático y de democratización o redemo­
cratización de una situación autoritaria.
La primera descansa en esa premisa básica de la tradición
sociológica parsoniana que afirma que la existencia estable de un orden
(politico, económico o social) supone un consenso normativo cuyos con­
tenidos son adecuados a la naturaleza de ese orden. Durante varias
décadas, esa proposición inspiró los análisis de politicólogos angloame­
ricanos referidos a la democracia, sus problemas y sus condiciones, en­
carnándose en fórmulas diversas tales como el agreement on funda­
mentals, la cultura cívica y otras análogas. En esta visión, la estabilidad
democrática es un problema de integración normativa, los fenómenos de
desestabilización se explican por procesos de desintegración normativa,
y la redemocratización de una situación autoritaria implica la reconstruc­
ción de un consenso normativo quebrantado.'
La segunda oferta teórica disponible hace equivalente la esta­
bilidad democrática con la estabilidad de una situación de intereses,
según la terminología weberiana.2 Tanto la operación efectiva de las insti­
tuciones democráticas como su duración, se explican en cuanto produc­
tos de la interacción estratégica entre ciertos actores colectivos defini­
dos a partir de los rasgos básicos de la estructura económica capitalista,
1 Una buena ilustración de esta posición la proporciona Chalmers Johnson,

Revolutionary Change. Uttle Brown, 1966.

2 Véase Weber, Max. Economía y Sociedad, 1, Fondo de Cultura Económica, 1969,

pág. 25.

99
actores que se comportan racionalmente en la persecución de deter­
minados intereses originados por esa misma estructura.f Desde este
punto de vista, la estabilidad democrática es un problema de integración
socioeconómica -supone la existencia de un compromiso de cleses-, los
fenómenos de desestabilización se explican por cambios en el compor­
tamiento estratégico de los actores que llevan a procesos de desin­
tegración socioeconómica, y la redemocratización implica la recons­
trucción del compromiso de clases perdido.
Finalmente, se puede dar cuenta de la estabilidad democrática a
partir de la eficacia coercitiva estatal, entendida esta expresión en
sentido amplio, es decir, no sólo con el mero ejercicio de capacidades re­
presivas, sino connotando también un desempaño estatal adecuado
frente a los desafíos, endógenos y exógenos, que la historia va generan­
do. Probablemente, la paternidad de esta visión hay que atribuirla a We­
ber,4 para quien la operación de un orden político democrático es esen·
cialmente el despliegue de una dominación burocrático-estatal sobre la
sociedad respectiva. Desde est¡=; tercer punto de vista, tanto los fenóme­
nos de desestabilización de un orden político democrático, como igual­
mente la liberalización politica de una situación autoritaria, son procesos
de descomposición estatal,5 esto es, efectos de un pobre desempeño
estatal que es incapaz de superar una o más crisis sobrevinientes. A la
vez, un proceso exitoso de redemocratización implica una recomposición
estatal, que subsane aquella descomposición que fue la causa de la
liberalización.
No parece conveniente considerar estas ofertas teóricas como
alternativas excluyentes. Por una parte, no existe, al menos hasta hoy,
evidencia suficiente como para decidir que sólo una de las dimensiones
señaladas posee un carácter principal, y que las dos restantes son me­
°
ramente secundarias aún epi fenomenales. Por otra parte, lo que se sa­
be de los procesos políticos indica que ellos involucran de maneras
complejas las tres dimensiones en cuestión. Por consiguiente, es pruden­
te partir de la premisa de que la estabilidad democrática es tanto un
problema de integración normativa como también de desempeño estatal y
de integración socoeconórnicaf Igualmente, conviene conceptuar los fe­
nómenos de desestabilización de un orden democrático y de redemocra­

3 Un análisis paradigmático en esta línea de reflexión se encuentra en Adam


Przeworski, "Compromiso de Clases y Estado: Europa Occidental y América
Latina", en Estado y Politica en Amén"ca Latina, edición preparada por Norbert
Lechner, Siglo XXI, 1981.
4 Una presentación breve se ofrece en Max Weber, "Parlamento y gobiemo en el
nuevoordenamiento alemán," Escritos Politicos. r, FoliosEdiciones, 1982.
5 La presentación del concepto se encuentra en Theda Skocpol, States and Social
Revolutions, Cambridge University Press, 1979.
6 Una conceptuación que integra las tres dimensiones, pero a la que cabe objetar
su lógica funciona/ista y Sistématica es la de Ofle en Claus Ofte, Contradictions ot
Tñe Welfare State, The Mil Press, 1984.
100
tización de una situación autoritaria -incluyendo en esta noción tanto la
fase conocida como transición, como asimismo la fase ulterior de con­
solidación-, como procesos que articulan desintegración y reintegración
normativa, descomposición y recomposición estatal, desintegración y
reintegración socioeconómica.
El análisis que aquí se presenta descansa en el supuesto de que la
existencia de orientaciones normativas democráticas en la cultura
política de masas, más allá de un cierto umbral crítico, es al menos una
condición favorable para el éxito de una redemocratización. Dicho de otra
manera, la existencia de un cierto consenso normativo favorable a la
democracia contribuye positivamente al desarrollo de una redemo­
cratización. En armonía con lo ya afirmado, se entiende que ese
supuesto no implica que ese consenso basta por si solo para producir
automáticamente una redemocratización. Atendiendo a la evidencia
disponible hoy en día, conviene adoptar también el resguardo de que ese
supuesto tampoco implica que la inexistencia de ese consenso
imposibilita una redemocratización. En consecuencia, se trata de un su­
puesto débil que afirma que si bien un consenso normativo favorable a la
democracia no es ni condición necesaria ni condición suficiente para una
redemocratización, su existencia la facilita importantemente y su
inexistenciala traba significativamente.
La literatura de la última década sobre procesos de transición a la
democracia en el Cono Sur latinoamericano ha tendido a enfatizar los
elementos de descomposición estatal, presentes en esos procesos,
originados en variables exógenas como el fracaso bélico argentino en Mal­
vinas, o bien en desarrollos más endógenos, principalmente los efectos
de la interacción estratégica y enfrentamiento entre oposición y dictadura
militar. No obstante, se advierten en esos procesos momentos decisivos
de intervención masiva, difíciles de interpretar sin apelar a la hipótesis de
una peculiar distribución de orientaciones normativas en la población,
caracterizada por un sesgo favorable a la democracia. El resultado del
plebiscito constitucional de 1980 en Uruguay, el fenómeno del alfon­
sinismo en la Argentina después de Malvinas, o el movimiento por elec­
ciones directas en Brasil, constituyen indicios que otorgan plausibilidad al
supuesto utilizado.
Dado ese supuesto, el análisis procura ofrecer una primera res­
puesta provisoria, sustentada en datos provenientes de una encuesta
masiva, a la siguiente pregunta: ¿existe un consenso normativo favorable
a la democracia en la cultura política de masas del Chile autoritario
actual? Obviamante, la relevancia que se atribuya a esta pregunta res­
pecto de la evaluación de las posibilidades de redemocratización de la
situación autoritaria chilena, depende de que se acepte o no un supuesto
análogo al que aquí se emplea.
A primera vista, esta idea de un consenso normativo favorable a la
democracia como condición positiva de la estabilidad democrática y de

101
una redemocratización es lo suficientemente simple como para no
requerir de ulteriores elaboraciones. Sin embargo, la verdad es que ella
plantea problemas de carácter general, que necesitan ser abordados
previamente.

11. Contenido, magnitud y

composición social del consenso.

la idea de un consenso normativo favorable a la democracia


suscita tres órdenes de problemas, que se pueden indicar a través de
otras tantas preguntas. Primero, cuáles son los contenidos sustantivos
que tendrían que caracterizar al consenso para que opere efectivamente
como una condición positiva para la estabilidad democrática y una rede­
mocratización. En otras palabras, sobre qué tienen que estar de acuerdo
quienes integran el consenso. Segundo, suponiendo que se ha identi­
ficado claramente la población políticamente relevante desde el punto de
vista de un consenso efectivamente operante, ¿qué proporción de esa
población tiene que estar de acuerdo para que tenga sentido hablar de
consenso? Dicho de otra manera, ¿cuál es el orden de magnitud del a­
cuerdo exigido para afirmar la existencia de un consenso? Tercero, ¿cuál
es la población políticamente relevante desde el punto de vista de un
consenso normativo? ¿Se trata de la totalidad de los adultos normales
que son miembros de la sociedad, o esa población se circunscribe a cier­
tos grupos sociales o ciertos estratos?
la primera pregunta es la que provoca menos dificultades.? Un con­
senso favorable a la democracia tiene que contener por lo menos orien­
taciones normativas positivas respecto del régimen político democrático
en general y de las institucionespolíticas particulares que lo componen. .
Ciertamente, hay posiciones que exigen contenidos que van más
allá de estas orientaciones referidas a objetos específicamente políticos.
Por una parte, hay quienes creen que un consenso democrático tiene que
cubrir también orientaciones culturales genéricas, asociadas a las más
diversas formas de sociabilidad cotidiana. Por ejemplo, orientaciones an­
tiautoritarias como la tolerancia; la igualdad en la interacción social, el
sentido de autonomía personal, etcétera, serían ingredientes necesarios
de un consenso semejante. Por otra parte, está la argumentación conser­
vadora que sostiene que, para ser efectivamente operante, un consenso
democrático tiene que incluir orientaciones normativas positivas respecto
de los rasgossocioeconómicos esenciales de un orden capitalista.

7 Un esfuerzo de conceptuación, de inspiración normativa, se encuentra en Norbert


Lechner, "El Consenso como estrategia y como utopía, en La conflictiva y nunca
acabada construcción del orden deseado, Centro de Investigaciones Sociológicas ­
Siglo XXI, 1986.

102
No obstante, independientemente de si se considera que las
orientaciones normativas específicamente políticas son suficientes o no,
parece haber unanimidad en el sentido de que son necesarias. En una
sociedad donde la vasta mayoría de sus miembros valora negativamente
el régimen democrático y sus instituciones, ni la estabilidad democrática
ni un proceso exitoso de redemocratización son viables, salvo que los
imponga desde fuera algún agente exógeno capaz de obrar como garante
de elios por un tiempo suficiente. Adicionalmente, la evidencia disponible
sugiere que los efectos políticos que pueden alcanzar orientaciones nor­
mativas no políticas o prepolíticas -antiautoritarismo, creencias económi­
cas, etc.-, son indirectos y están necesariamente mediatizados tanto por
las estructuras políticas como por las orientaciones normativas espe­
cíficamente políticas existentes.a Un consenso que incluye orientacio­
nes culturales genéricas o determinadas orientaciones económicas, sólo
refuerza el efecto principal de las orientaciones específicamente polí­
ticas. Por consiguiente, es legítimo circunscribir la idea de consenso a
estas últimas. tal como se hace en el presente análisis.
La idea de consenso posee una connotación aritmética. Denota la
existencia de un acuerdo, pero también el hecho de que la proporción de
miembros de la población identificada como relevante que están de acuer­
do es de un orden de magnitud muy elevado, y en todo caso superior o
igual a un cierto orden de magnitud crítico. ¿Cuál es ese orden de magni­
tud crítico, o bien, si se admite que puede ser variable según las circuns­
tancias, cuál es el criterio para fijarlo?
En la tradición parsoniana, hay dos respuestas a este problema.
La primera, que fue del propio Parsonsf reside en declarar que el estado
de la elaboración teórica hace insoluble el problema por ahora. La
segunda consiste en salvar la dificultad mediante el empleo de algún ad­
jetivo adecuado. En este sentido, es típica la afirmación de Chalmers
Johnson 10 de que el consenso normativo requerido por una sociedad
normal, estable y libre de crisis, incluye a la vasta mayoría de sus miem­
bros adultos normales. En los análisis politológicos inspirados por esta
tradición, la magnitud del consenso democrático usualmente se ha esti­
mado como algo cercano a la unanimidad. Por ello, en la descripción
típica de lo que sería una sociedad democrática normal, los desviados res­
pecto de las orientaciones normativas dominantes son caracterizados
como periferias marginales: franjas tenues ubicadas a derecha e iz­
quierda en el espectro político. Esa caracterización evoca un consenso
cuyo orden de magnitud está próximo a un 90% de la población. En esas
condiciones, la situación de la décima parte o menos de desviados,
distribuidos en ambos extremos del espectro político en grupos que por

8 Véase Tiano, Susan , "Aulhoritarianism and Political Culturein Argentina and Chile

inIheMid -1960s." LatinAmerican ResearchReview, volumen XXI, núm. 1,1986.

9 Parsons, Talcott, TheSocialSystem, Routledge & Kegan Paul, 1951.

10 Johnson, Chalmers, ob. cit..

. ,. . 103
su magnitud no pueden alcanzar relevancia política a través del empleo
de medios democráticos ordinarios, efectivamente puede describirse co­
mo una periferia marginal.
La verdad es que para contar con una estimación satisfactoria del
orden de magnitud crítico requerido para la existencia de un consenso,
habría que disponer de un modelo matemático plausible de la operación de
órdenes políticos democráticos, o de procesos de redemocratización a
partir de situaciones autoritarias.t t Hasta donde llega el conocimiento del
autor, no existen modelos capaces de proporcionar esa estimación. Ello
obliga a recurrir a estimaciones arbitrarias, a lo más susceptibles de fun­
damentarse mediante argumentaciones más de sentido común que teóri­
cas.
En un artículo publicado en 1970, dedicado precisamente a la
cuestión de la existencia de consensos normativos en sociedades capita­
listas democráticas, Michael Mannt2 proporciona una de esas estima-

Cuadro I
Clasificación de situaciones según ordendemagnitud de la

proporción quecomparte orientaciones positivas hacia la

democracia

Proporción que comparte Proporción qUE! comparte

Tipo de situación
orientaciones positivas orientaciones negativas

100%-75% 0%-25% Consenso Democrático

75%-60% 25%-40% Disenso


Democrático

60% -40% 40%-60% Disenso

40%-25% 60%-75% Disenso


Antidemocrático

25%-0% 75%-100% Consenso Antidemocrático

11 Un tipo de modelos que se podrfa explorar pata obtener estimaciones como las
señaladas es el que bosqueja Przeworski en, Adam Przeworski, Some Problems in
rhe study of the transition to democracy, The Wilson Center, Latin American
Program, working paper Ng61.
12 Mann, Michael, "The social cohesion 01 liberal democracy, American
Sociological Review, Volumen 35, núm. 3, junio 1970. Agradezco a José Nun
haberme señalado este trabajo.

104
ciones. Adoptando la clasificación de situaciones propuesta por Mann,
una situación es de Consenso Democrático si un 75% o más de la pobla­
ción relevante comparte una orientación positiva hacia el régimen demo­
crático o alguna de sus instituciones. Inversamente, si la orientación que
comparte el 75% o más es negativa, la situación es de Consenso Antide­
mocrático. Si el porcentaje de quienes comparten una orientación posi­
tiva o una negativa se ubica entre el 60% y el 75%, se puede hablar de
Disenso Democrático o Disenso Antidemocrático. según el signo de la
orientación. Finalmente, cuando hay en la población un claro desacuer­
do, esto es, si quienes comparten una orientación positiva se ubican en­
tre el 40% y el 60% de la población relevante, se habla simplemente de
Disenso. El Cuadro I presenta sintéticamente estos principios clasi­
ficatorios.
Sin duda, hay un componente importante de arbitrariedad en los
puntos de quiebre utilizados. No obstante, se pueden invocar razones
que confieren plausibilidad a la clasificación. En efecto, en una situación
de Consenso Democrático es altamente probable que el segmento anti­
democrático de la población relevante -como máximo, una cuarta parte de
ella- sea lo suficientemente heterogéneo como para fragmentarse en gru­
pos menores, ubicados en los extremos del espectro político, constitu­
yendo as! una auténtica periferia marginal, que no afectará sensiblemente
el estilo, contenidos y desarrollo de los procesos políticos. En el caso de
Consenso Antidemocrático, cabe hacer una reflexión similar. En cambio,
en situaciones de Disenso Democrático o Disenso Antidemocrático, el
segmento antidemocrático o el segmento democrático de la población rele­
vante conforman minorías sustanciales, cuya magnitud hace muy proba­
ble que incidan significativamente en los procesos políticos, salvo que
padezcan grados muy altos de fragmentación. Finalmente, en una situa­
ción de Disenso, hay una aproximación a un equilibrio, que implica una
probabilidad alta de efectiva polarización del proceso político.
La tercera cuestión que hay que enfrentar se refiere a la identi­
ficación de la población polfticamente relevante desde el punto de vista
de un consenso normativo.
En la tradición parsoniana, se tiende a hacer equivalente esa
población con la población total de adultos normales. 13 Sin embargo, hay
otras dos líneas de teorización e investigación, cuyos resultados tornan
problemática esa identificación y exigen restringir la definición de pobla­
ción relevante, según ciertos criterios que pronto se exar,ninarán.
Para la primera vertiente que se considerará aquí, un consenso
normativo adquiere relevancia política -es decir, produce efectos que fa­
vorecen la estabilidad democrática o una redemocratización a partir de
una situación autoritaria- cuando incluye a quienes ocupan posiciones

13 Véase Johnson, Chalmers, ob. cit.

105
sociales a las que se asocian cuotas signijicativas de poder societal. Es
decir, la exigencia de consenso normativo pesa sobre los miembros de
los grupos socialmente dominantes, y no así sobre los grupos dominados
o subordinados.
Un primer antecedente de esta idea se encuentra en Weber.14
quien al caracterizar la operación del orden político en sociedades
capitalistas contemporáneas como dominación burocrático-estatal sobre
la sociedad, interpreta la existencia de instituciones democráticas como
los parlamentos en términos de ser un medio para hacer expresa una
mínima aprobación por las capas socialmente importantes de los
afectadospor esa dominación:
"Los parlamentos modernos son en primer término representaciones de
los elementos dominados por los medios de la burocracia. Un cierto
mínimo de aprobación interna -por lo menos de las capas socialmente
importantes- de los dominados constituye un supuesto previo de la dura­
ción de todo dominio... Los parlamentos son hoy el medio de manifestar
externamentedicho mínimo de aprobación."
En el artículo de Michael Mann anteriormente citado,15 el autor
examina la evidencia empírica acumulada por las investigaciones sobre
cultura política en Estados Unidos y el Reino Unido hasta fines de la
década del sesenta, y las tendencias que advierte en los resultados lo
llevana afirmar lo siguiente:
" ... cuando nos preocupamos de sociedades globales complejas. no es
claro que todos sus miembros puedan considerarse socios del contrato
social.,.. (Respecto del miembro ordinario) su compromiso con valores
generales, dominantes o desviantes, puede ser irrelevante respecto de
su adecuación con las expectativas de otros. Mientras cumple con el
comportamiento del rol muy específico esperado de él, las autoridades
políticas no necesitan preocuparse con su sistema de creencias... Si
esto es así, podemos desarrollar la siguiente hipótesis: sólo quienes ac­
tualmente compaJ1en poder societel, requieren desarrollar valores sacie­
tales consistentes."
La segunda línea de investigación y teorización que interesa,
afirma que las sociedades contemporáneas se caracterizan por la
existencia de algo así como una división social del trabajo de la actividad
política. Ese rasgo encuentra una expresión obvia en la diíerenciación
entre elites políticas -integradas por profesionales de la política,
dedicados exclusivamente a ella- y públicos masivos, compuestos por la
casi totalidad de la población. Pero en esos mismos públicos masivos
hay diferenciaciones notables, que probablemente hacen que la
relevancia de los diversos tipos de públicos para la conformación del
proceso político varíe de un tipo a otro. Desde el punto de vista de un

14 Weber, Max, "Parlamento y gobiemo en el nuevo ordenamiento alemán", en


ob.cit..
t5 Mann, Michael, ob. cit. , subrayado enel texto,
106
consenso normativo que produzca efectos políticos importantes, los
miembros de ciertos públicos pueden contar mucho más que los
miembros de los restantes.
También en esta segunda vertiente se encuentran antecedentes
teóricos de cuño clásico. Por ejemplo, considérense las siguientes afir­
maciones de Gramsci, contenidas en una nota sobre El número y la ca­
lidad en los regtmenes representativos: 16
•...de ninguna manera es verdad que el número sea 'ley suprema' ni de
que el peso de la opinión de cada elector sea 'exactamente' igual. Los
números ... dan una medida ... y nada más. Por otro lado, ¿qué se mide?
Se mide precisamente la eficacia y la capacidad de expansión y de per­
suasión de las opiniones de pocos, de las minorías activas...".
La investigación empírica sobre la diferenciación de públicos ma­
sivos probablemente comienza con un artículo seminal debido a Philip E.
Converse sobre la naturaleza de los sistemas de creencias políticas en
públicos masivos.l? y encuentra una expresión contemporánea madura
en una hipótesis como la de W. Russell Neuman sobre la estratificación
del público masivo en sociedades democráticas según grados variables
de sofisticación política:18
• El hallazgo principal es que el público masivo está estratificado a lo largo
de un continuo de sofisticación. Sobre la mayoría de los asuntos, la gran
mayoría de los ciudadanos permanecen desatentos y desinformados. Pe­
ro, tal como con muchos fenómenos sociales de esta clase, hay una divi­
sión del trabajo natural y efectiva..."
En el análisis de este autor, esa división del trabajo adopta la
forma de un público masivo dividido en tres estratos gruesos, que afectan
la conformación del proceso político de modos muy distintos.
• El estrato inferior incluye gruesamente a un 20% de la población que no
está sintonizado para nada con el dominio de la política y que es im­
probable que se movilicen políticamente aun en las crisis políticas más
extremas o en caso de que esté en juego su propio interés económico.
En el extremo superior del continuo hay un grupo de individuos activos y
atentos, que representan aproximadamente un 5% de la población. Para
muchos asuntos, el tamaño efectivo de este grupo podría ser mucho más
pequeño, alcanzando a una fracción del 1% de la población. La gran ma­
yoría se ubica entre estos extremos y sintoniza semiatentamente con el
proceso político, pero puede ser alertada si hay conciudadanos que
hacen sonar la alarma política."

16 Gramsci, Antonio, Cuademos de la cárcel: Notas sobre Maquiavelo, sobre

política y sobre el estado moderno, Juan Pablos Editor, 1975, pág. 109.

17 Converse, Philip E. "The Nature 01 Seliel Systems in Mass Publies, en Ideology

and Discontent, David E.Aptereditor, TheFreePress 01 Glencoe, 1964.

18 Neuman, W. Russell, The Paradox 01 Mass Polities, Harvard University Press,

1986, pág. 186.

107
Obviamente, desde el punto de vista de un consenso normativo
capaz de producir efectos políticos importantes, la población relevante
está constituida principalmente por el estrato de alta sofisticación polí­
tica, sólo secundariamente por el estrato intermedio mayoritario, y habría
que declarar como irrelevante el estrato inferior de baja sofisticación. 19
Finalmente, cabe preguntar si las dos líneas de teorización e
investigación examinadas hay que considerarlas como alternativas exclu­
yentes en competición, o si se las puede concebir como complemen­
tarias. ¿Existe o no una correspondencia entre la división social del tra­
bajo en sentido estricto y esa división social del trabajo que implica la
estratificación de un público masivo según una variable de sofisticación
política? Si esa correspondencia existe, ¿es una correspondencia fuerte
o débil? ¿Hay un monopolio de la sofisticación política por las posiciones
sociales dominantes, o es que la sofisticación política se distribuye so­
cialmente de manera tal que hay desviaciones importantes respecto de
esa situación de monopolio?
Sin duda, son cuestiones relevantes, pero conviene postergar su
examen para un momento posterior, y realizarlo a. la luz de alguna
evidencia empírica que permita situarlas en el contexto específico de la
realidad autoritaria chilena.

111. Orientaciones normativas hacia la


democracia y sus Instituciones en la población
en general: una situación de disenso.

Según reza una opinión ampliamente difundida, que goza de


aceptación en medios académicos, hasta antes de 1973 la democracia
chilena descansaba en una sólida cultura política de masas, esen­
cialmente democrática. Es decir, en una cultura política caracterizada
por un consenso democrático. Adicionalmente, la existencia de esa cultu­
ra política permitiría explicar la relativa estabilidad del orden político
democrático en Chile, por contraste con las experiencias cíclicas de ines­
tabilidad institucional características de la mayoría de los países latino­
americanos durante el presente siglo. En las restantes sociedades lati­
noamericanas, salvo excepciones tardías, no se habría contado con un
consenso democrático similar al chileno.

19 Sin embargo, respecto de la relaci6n entre valores (orientaciones normativas) y


sofisticaci6n política en el electorado estadounidense, véase W. Russell Neuman,
ob. cit., págs. 73-81 y 158-168.

108
A partir de esa visión, los diagnósticos respecto del futuro político
nacional se dividen. Para algunos, una cultura política connota fenó­
menos que se ubican en un nivel de duración comparativamente larga,
poco susceptibles de cambios importantes en el transcurso de una déca­
da y media. Por consiguiente, el pasado cultural constituiría un dato positi­
vo respecto de las posibilidades de redemocratización de la situación
autoritaria y de estabilidad democrática postautoritaria. Para otros, tanto
con anterioridad a 1973 como con posterioridad al quiebre institucional de
ese año, cabría identificar procesos que habrían afectado negativamente
la cultura política masiva, erosionando el consenso democrático que,
hipotéticamente, la habría caracterizado.
Sin perjuicio del indudable interés que posee la cuestión sobre
cómo ha evolucionado la cultura política chilena durante las últimas
décadas, y sobre qué cambios ha producido en ella una dominación auto­
ritaria por más de trece años, desde el punto de vista de la identificación
de las condiciones que pueden afectar, positivamente o negativamente,
un proceso de redemocratización y sus resuttados, interesa primor­
dialmente el estado actual de esa cultura política. Más concretamente,
cabe preguntarse: ¿existe hoy un consenso normativo democrático que
constituya una condición favorable para una redemocratización y una ulte­
rior consolidación democrática?
En un cuestionario aplicado a fines de 1985 a una muestra de 600
residentes en el Santiago metropolitano' se contienen preguntas que per­
miten avanzar una primera respuestaprovisoria a ese problema.
Entre otras cosas, se pidió a cada entrevistado que dijera con
cuál de las tres siguientes afirmacionesestaba más de acuerdo:

- La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno.


- En algunas circunstancias, un gobierno no democrático puede
ser preferible a uno democrático.
- A la gente como yo, lo mismo nos da un régimen que otro.

La expresión de acuerdo con la primera proposición connota sin


duda una orientación positiva hacia el régimen democrático en general.
En cambio, el acuerdo con la segunda o con la tercera implica bien una
aceptación condicional del régimen democrático, bien indiferencia res­
pecto del problema del régimen político deseable. No sería apropiado inter­
pretar estos dos tipos de respuestas como expresivos de orientaciones
negativas hacia la democracia en general; pero ciertamente sí es
plausible considerarlos como reflejando ambigüedad o indiferencia en la
valoración del régimen democrático. Para los fines del presente análisis,

'Sobre el carácter de la muestra y cuestiones metodológicas conexas véase el


Apéndice a este trabajo.

109
las respuestas al ítem arriba transcrito se han reagrupado en dos cate­
gorías: Orientación Positiva, que incluye a quienes están más de acuerdo
con la primera proposición, y Orientación Ambigua o Indiferente, que
incluye a quienes están más de acuerdo con la segunda o con la tercera.
La distribución porcentual para esta variable, designada como Orienta­
ción hacia el Régimen Democrático, es la que se muestra en el cuadro 11.
El cuestionario utilizado también contiene algunos ítemes que
proporcionan información sobre orientaciones hacia una institución pri­
mordial del régimen democrático: los partidos políticos y su actividad.
Estas orientaciones son especialmente relevantes porque los partidos
son el blanco principal, juntamente con las elites que los dirigen, del es­
fuerzo autoritario por desvalorizar la democracia. Hay aquí, en conse­
cuencia, un ámbito particularmente sensitivo y conflictivo de la vida polí­
tica, donde la existencia o inexistencia de un consenso normativo favo­
rable a los partidos podría ser crucial en términos de las posibilidades de
redemocratización.

Cuadro 11
Distribución porcentual de respuestas
a Orientación hacia el Régimen
Democrático
59,5
Orientación positiva (343)

40,5
Orientación Ambigua o Indiferente
(233)

100,0
Total
(576)
N=600

No Responde = 24 (4%del total)

La primera variable contemplada en este dominio de orientaciones


se ha llamado Efecto Divisivo de los Partidos, construida a partir de una
pregunta en la que se solicitó a cada entrevistado manifestar su acuerdo
o desacuerdo con la siguiente frase:
- Los partidos políticos sólo sirven para dividir a la gente.
Las respuestas se han clasificado en dos categorías -Desacuerdo
y Acuerdo-, interpretando el Desacuerdo como una orientación positiva
desde un punto de vista democrático. La distribución porcentual de la va­
riable se exhibe en el Cuadro 111.

110
Cuadro 111
Distribución porcentual de respuesta
a Efecto Divisivo de los Partidos

48,4
Orientación positiva (283)

51,6
Orientación negativa (301)

100,0
Total (584)

N =600

No responde = 16 (2.7%deltotaJ)

La segunda variable, designada romo Futilidad de los Conflictos In­


terpartidistas, se basa en el acuerdo o desacuerdo con la siguiente opi­
nión:
- Los partidos pelean mucho entre sí, pero en realidad son todos
iguales.
Se trata de una opinión peyorativa respecto de los partidos en
general, y en armonía con ello se ha estimado que el acuerdo con ella
implica, desde un punto de vista democrático, una orientación negativa.
La clasificación de respuestas es análoga a la del caso anterior, y la dis­
tribución porcentual de la variable se muestra en el Cuadro IV

Cuadro IV
Distribución porcentualde respues­
tas a Futilidadde los Conflictos
Interpartidistas

Orientación Positiva 48,4


(280)

Orientación Negativa 51,6


(298)

Total 100,0
(578)

N=600

No responde = 22 (3,7% del total]

111
Además, se pidió a cada entrevistado su acuerdo o desacuerdo
con cada una de las siguientes frases:
- Los partidos son necesarios para defender los intereses de los
distintos grupos y clases sociales.
- Sin partidos no puede haber democracia.
- Los partidos no sirven para nada.
Son opiniones referidas a la utilidad de los partidos, ya sea con­
siderando algún aspecto específico, o bien tomándolos en general. Hay
un patrón de respuestas a la tres -acuerdo con las dos primeras y desa­
cuerdo con la tercera- que manifiesta una nítida percepción positiva de
los partidos en relación con la utilidad que se les pueda imputar. Por con­
siguiente, todos los entrevistados que muestran este patrón de
respuestas han sido clasificados en una categorfa llamada Percepción
Positiva. Todos los restantes patrones de respuestas expresan percep­
ciones ambiguas -por ejemplo, desacuerdo con la primera, acuerdo con la
segunda y desacuerdo con la tercera-, o que tienden a ser negativas -por
ejemplo, acuerdo con la primera, desacuerdo con la segunda y acuerdo
con la tercera-, o que son rotundamente negativas, que es el caso de
quien está en desacuerdo con las dos primeras y de acuerdo con la ter­
cera. En consecuencia, se los ha clasificado en una categoría llamada
Percepción Ambigua o Negativa. La distribución porcentual de la varia­
ble así creada, denominada Utilidad de los partidos, se muestra en el Cua­
dro V.

Cuadro V
Distribución Porcentualde respuestas
a Utilidadde los Partidos

Percepción positiva 57,3


(319)

Percepción Ambigua 42,7

o Negativa (238)

100,0
Total (557)
N=600

No responde = 43 (7.20/. dellDtaI)

Aplicando los criterios clasificatorios contenidos en el Cuadro 1,


hay que concluir que para cada una de las cuatro variables consideradas
la situación es de Disenso. De ello se seguiría que el estado actual de la
cuttura política masiva de una parte importante de la población chilena -la
del Santiago metropolitano- no constituiría una condición favorable en

112
términos de posibilidades de redemocratización y consolidación demo­
crática. Esa cultura no sólo se caracterizaría por la inexistencia de un
consenso democrático. Adicionalmente, lo que es aún más grave, en ella
imperarfa un acentuado disenso normativo respecto de la democracia y
sus instituciones. que opone bandos gruesamenteequilibrados.

Cuadro VI

UC(") UCV(") UCH(""")


La demoaacia es
preferible siempre a 79,8% 90,4% 81,4%
cualquierformade
gobierno

Paraun país comoChile es 3,8% 0,0% 4,1%


mejor la dictadura que la
democracia

Me da lo mismoque haya 2,4% 1,2% 1,7%


dictadura o democracia

Noresponde 14,0% 8,4% 12,8%

TOTAL 100,0% 100,0% 100,0%


Fuente: CarlosHuneeus, Hoy, N" 456,14-20abril, 1986.
n U.CatólicaSantiago
(••) U. Católicade Valparalso
C") U. de Chilede Santiago

Esa inferencia sólo posee validez si se acepta la premisa


parsoniana que afirma que, desde el punto de vista de un consenso nor­
mativo con efectos políticos importantes, la población relevante es la
totalidad de la población. No obstante, según se vio, hay tantos argu­
mentos como evidencia en el sentido de que existen ciertos públicos,
comparativamente mucho menores que la población en general, cuyas
orientaciones son las que efectivamente pesan en la determinación de la
dirección y evolución de los procesos políticos. Para la eficacia de un
consenso normativo, la población relevante es equivalente con estos
públicos, y no con la poblaciónen general.

113
Cuadro VII
Lospartidos sonindispensables paragobernarelpaís:

UCn UCVr") UCH(-")

sr 73.4% 78.4% 72.8%


No 12.8% 12.6% 13.6%
NR 13.8% 3.0% 13.6%

TOTAL 100% 100% 100%

Fuente: VerCuadro VI.


('), ('"), ('''): VerCuadroVI

¿Qué sucede con estos otros públicos? En una encuesta a


estudiantes de tr~~ universidades chilenas, realizada entre octubre y no­
viembre de 1985, se obtuvieron algunos resultados que muestran una
situación muy distinta que la descrita hasta aqui, según se aprecia a pri­
mera vista en los Cuadros VI y VII. De acuerdo con los criterios
clasificatorios empleados, respecto de la orientación hacia la democracia
en general, entre los estudiantes universitarios la situación es de
Consenso Democrático. En cuanto a la orientación hacia los partidos,
está en la frontera entre el Disenso Democratico y el Consenso
Democrático.
De acuerdo con los hallazgos de W. Russell Neuman, los diversos
componentes de la variable de sofisticación política, a lo largo de ia cual
se estratifica el público masivo de una sociedad como la estadounidense,
se relacionan positivamente con la extensión de la educación formal
alcanzada.
De hecho, considerando un gran número de variables, la edu­
cación formal es. la que más contribuye a explicar la sofisticación política
que se observa .21
Por consiguiente, cabe presumir que la gran mayoria de los estu­
diantes universitarios pertenecen a estratos políticos altamente sofisti­
cados.
Los resultados citados y la interpretación que se ha hecho de ellos
aconsejan examinar el problema del consenso democrático procurando di­
ferenciar en el público masivo estratos de distinta sofisticaciónpolitica.

IV. Sofisticación polltlca y orientaciones


normativas hacia la democracia y sus InstitucIones.

El concepto de sofisticación polltica connota tres dimensiones,


hipotéticamente relacionadas, pero distintas entre si: 1) Prominencia de

20 Huneeus, Carlos, "Lo que piensan los universitarios", Hoy, núm. 456, págs. 14­
20 Santiago de Chile.
21 Neuman, W. Russell, ob.en, págs. 112-131.

114
la política para la persona; 2) Información sobre objetos políticos; 3)
Capacidades o competencia de conceptuación política, tanto en términos
de diferenciación conceptual -la habilidad para identificar y discriminar
entre las varias fuerzas y actores involucrados en el proceso político-.
como de integración conceptual: la habilidad para organizar ideas y asun­
tos políticos a partir de construcciones abstractas o ideológicas.
En el cuestionario cuya aplicación originó los datos aquí emplea­
dos, hay un ítem particularmente adecuado para elaborar un indicador de
sofisticación política. Textualmente.dice así:
- Como Ud. sabe, la derecha, el centro y la izquierda piensan distinto res­
pecto de los asuntos públicos. Me gustaría que me dijera cuál de estas
tres tendencias está más a favor de las siguientes ideas y medidas:
a) Defensa de la propiedad privada.
b) Reforma agraria.
e) Libre mercado.
d) Nacionalizar los bancos.
Además, se pedía atribuir a una de las tres tendencias otras seis
ideas o medidas. La razón para limitarse a las cuatro transcritas es que
en la sabiduría política convencional, tal como se la maneja por los polí­
ticos profesionales y los "conocedores: de la política, cabe muy poca
ambigüedad acerca de cuál es la atribución correcta respecto de cada
una de esas cuatro orientaciones programáticas. Desde el punto de vista
de esa sabiduría convencional, que es la que determina el sentido del

Cuadro VIII
Porcentaje de No Respuesta en atribución de orientaciones
programáticas y promediode No Respuestas para otros 46 ítemes.

Responde NR Total

78,8 21,2 100,0


ReformaAgraria (473) (127) (600)

Defensa propiedad 76,8 22,2 100,0


privada (467) (133) (600)

73,2 26,8 100,0


LibreMercado (439) (161) (600)

Nacionalización de 69,3 30,7 100,0


bancos (416) (184) (600)

96,0 4,0 100,0


Otros 46 ítemes (26.506) (1.094) (27.600)

115
proceso político cotidiano, ciertas atribuciones pueden ser discutibles - por
ejemplo, es discutible si cabe atribuir cada una de las cuatro al centro-, pero
en cada caso hay algunaque es patentemente errónea: no se pueden atribuir
la defensa de la propiedad privada y el libre mercado a la izquierda, ni la
reforma agraria y la nacionalización de los bancos a la derecha.
Se trata de una pregunta que exige bastante al entrevistado. La
solución correcta del problema que se le plantea supone que esté fami­
liarizado con una construcción ideológica relativamente abstracta como es la
metáfora espacial de derecha, centro e izquierda, que a la vez pueda dis­
criminar entre distintas orientaciones programáticas y relacionarlas con esa
metáfora, y que posea información suficiente sobre cuál es la atribución
correcta, o las atribuciones estimadas correctas, desde el punto de vista de
la sabiduría política convencional.
El muy alto porcentaje de No Respuesta para las cuatro orien­
taciones programáticas, en comparación con el porcentaje promedio de No
Respuestas para los restantes 46 ítemes sustantivos del cuestionario,
prueba la dificultad de la pregunta. Como se observa en el Cuadro VIII, ese
porcentaje oscila entre poco menos de un tercio y poco más de un quinto de
los entrevistados en el caso de las atribuciones de orientaciones progra­
máticas frente a un promedio de un 4.0% para los restantes ítemes.

Cuadro IX
Código de clasificación de

atribuciones de orientaciones programáticas

Derecha Centro Izquierda

Reforma Agraria - + +

Defensa propiedad
privada + + ­

Libre Mercado + + ­

Nacionalizar
Bancos - + +

+ = Atribución Correcta

- = Atribución Incorrecta

116
A partir de las respuestas al ítem anteriormente transcrito, se clasificó
a los entrevistados en dos categorías. La primera incluye a quienes atribu­
yeron correctamente las cuatro orientaciones programáticas, de acuerdo con
el código de clasificación de atribuciones del Cuadro IX. Esta categoría
incluye a un 35,7% de los entrevistados. La segunda es una categoría
residual, muy heterogénea, que comprende desde quienes no respondieron
en ninguno de los cuatro casos, hasta quienes atribuyeron incorrectamente
una de las cuatro orientaciones programáticas. Se supone que la primera
cateqorla está compuesta por individuos caracterizados por una alta sofis­
ticación política y que, en cambio, el promedio de sofisticación política es
sensiblemente más bajo en la segunda.
Según se señaló, el concepto de sofisticación política incluye un
tercer componente: la prominencia de la polftica para la persona. El
cuestionario utilizado incluye un ítem clásicamente utilizado como indicador
de esa dimensión. Es el siguiente:
- En términos generales, ¿diría Ud. que la política le interesa mucho,
poco o nada?
Si la variable creada de la manera recién expuesta es un indicador
válido de sofisticación política, entonces debería existir una relación rela­
tivamente importante entre ella y el interés por la política. De acuerdo con el
Cuadro X esa relación existe y ello robustece la confianza que se pueda
depositar en el indicador de sofisticación política que se ha construido.

Cuadro X
Sofisticación Política según grado de Interés por la Política
(porcentajes)

INTERES POR LA POLlTICA


SOFISTICACION
POLlTICA Mucho Poco Nada

59,6 40,1 18,0


Ma
(90) (79) (44)

40,0 59,9 82,0


Baja (61) (118) (200)

100,0 100,0 100,0


Total (244)
(151 ) (197)

N = 600
NRen Interés = 8 (1,3% del total)

117
Cuadro XI
Orientación hacia el Régimen Democrático segúnniveles de
sofisticación Política (porcentajes)

SOFISTICACIONPOLlTICA
Alta Baja

ORIENTACION
HACIA EL REGIMEN
DEMOCRATICO

Orientación Positiva 77,4 49,2


(164) (179)

Orientación Negativa 22,6 50,8


o indiferente (48) (185)

Total 100,0 100,0


(212) (364)
N ",600
NRen Orientación Régimen Democrfltioo '" 24 (4%del tetal).

Cuadro XII
Efecto Divisivo delos Partidos según niveles de Sofisticación
Política (porcentajes)
EFECTO DIVISIVO

DE LOS PARTIDOS
SOFISTICACION POLlTICA
Alta Baja

65,9 as,e
Orientación Positiva
(137) (143)

Orientación Negativa
34,1 60,S
(71) (219)

100,0 100,0
Total (362)
(208)

N ",600
NRen ítemsobrepartidos",30 (5%del total).

118
Cuadro XIII
Futilidad de los Conflictos Interpartidistas según niveles de

Sofisticación Política (porcentajes)

FUTILIDAD DELOS
CONFLICTOS SOFISTICACION POLITICA
INTERPARTIDISTAS Alta Baja

65,9 38,4
Orientación
(137) (139)
Positiva
34,1 61,6
Orientación Negativa
(71) (223)

100,0 100,0
Total (208) (362)

N=600

NRen ltemsobrepartido= 30 (5%del total).

Cuadro XIV
Utilidad de los Partidos según niveles de Sofisticación Política
(porcentajes)

UTILIDAD DE LOS SOFISTICACION POLlTICA


PARTIDOS Alta Baja

69,9 49,7
PercepciónPositiva (146) (173)

Percepción Ambigua o 30,1 50,3


Negativa (63) (175)

Total 100,0 100,0


(209) (348)

N=600

NR =en unoo másItemessobrepartidos= 43 (7,2%del tetan,

119
CuadroXV
Tipo de situación paracadavariable según niveles de Sofisticación
política

TIPO DE SITUACION
PARA SOFISTICACION SOFlsnCACION POLlTICA
POLlTICA
Alta Baja

Orientaciónhacia el Consenso Democrático Disenso

Efecto Divisivode los Disenso Democrático Disenso Antidemocrá-


Partidos tico

Futilidadde los Disenso Democrático Disenso Antidemocrá-


ConflictosInterpartidis- tico
tas
Utilidadde los Partidos Disenso Democrático Disenso

Retomando ahora las variables sobre orientaciones normativas


hacia la democracia y los partidos políticos empleadas anteriormente, los
Cuadros XI a XIV muestran resultados que, de acuerdo con los criterios
clasificatorios del Cuadro 1, son muy distintos que aquéllos obtenidos pa­
ra el público masivo indiferenciado. El Cuadro XV resume esos resul­
tados de una manera conveniente.
Sin incurrir en exageración, se puede decir que las diferencias en­
tre estratos son dramáticas. En el estrato caracterizado por una alta
sofisticación política, la situación oscila entre el Consenso Democrático
. que es el caso de la variable Orientación hacia el Régimen Democrático­
y el Disenso Democrático, que alcanza su nivel más débil para las
variables Efecto Divisivo de los Partidos y Futilidad de los Conflictos Inter­
partidistas. Contrariamente, en el estrato caracterizado por una baja
sofisticación política se oscila entre una nítida situación de Disenso para
las variables Orientaciones hacia el Régimen Democrático y Utilidad de
los Partidos, y una de débil Disenso Antidemocrático para Efecto Divisivo
de los Partidosy Futilidad de los Conflictos Interpartidistas.

120
V. Sofisticación pallUca y posiciones
sociales dominantes.

El esfuerzo por diferenciar al público masivo en estratos según


distintos grados de sofisticación política descansa en el supuesto de que
el público altamente sofisticado puede contribuir decisivamente a la
conformación de los procesos políticos, y que esa potencialidad no está
presente, o es mucho menor, en los públicos menos sofisticados.
Según se vio, frente a ese supuesto se puede erigir una hipótesis
alternativa, que afirma la necesidad de diferenciar al público masivo en
términos de los tipos de posiciones sociales que ocupan sus miembros.
La existencia de oportunidades para incidir efectivamente y con cierta
autonomía en la vida política se explicaría, no por la sofisticación política
que caracteriza a la persona, sino por su situación más o menos privile­
giada en relación con el acceso a cuotas de poder societal.
En realidad, es casi natural tratar estos dos supuestos como pro­
posiciones complementarias. Parece difícil sostener la inexistencia de
una relación entre la sofisticación política alcanzada y la situación social
que se ocupa.

Cuadro XVI
Sofisticación Política según niveles de Educación Formal

EDUCACION
SOFISTICACION Afta Media Baja
POLlTICA (13 o más años) (9 a 12 años) (O a 8 años)

60,1 37,2 17,0


Alta
(77) (10S) (32)

39,9 62,8 83,0


Baja
(S1 ) (177) (156)

100,0 100,0 100,0

Total (128)
(282) (188)

N=600

NRen EducaciOn Formal = 2 (0,3"/0 del total).

121
Como se señaló anteriormente, la investigación sobre públicos
masivos en democracias políticas contemporáneas ha identificado en la
extensión de la educación formal lograda por la persona, la variable que
hace la contribución más importante a la explicación del nivel de so­
fisticación política que se observa. Los resultados expuestos en el Cua­
dro XVI confirman la existencia de una relación fuerte entre educación
formal y sofisticación polftica para la muestra de la que se obtuvieron los
datos aqui analizados. La probabilidad de que quienes poseen trece o
más años de educación formal sean sofisticados es 1.6 veces mayor que
esa misma probabilidad en el caso de quienes poseen de 9 a 12 años de
educación formal, y 3.5 veces mayor que esa probabilidad en la categoria
que ha alcanzado 8 años o menos de educación formal. A su vez, la
misma probabilidad es 2.2 veces mayor en la segunda categoria compa­
rativamente con la probabilidadque caracterizaa la tercera categoria.
Obviamente, la relación entre educación formal, el sistema de
posiciones determinado por la división social del trabajo y la estructura de
oportunidades de acceso a poder societal, es una relación compleja. Un
examen riguroso de ella escapa al ámbito de este trabajo y, adicio­
nalmente, los datos empleados son más que insuficientes para abordar
empíricamente el problemade una manera seria.
No obstante, se puede decir lo siguiente, sin correr el riesgo de
equivocarse demasiado. La dimensión de dominación burocrática que
implica la división social del trabajo en sociedades como la chilena,
dimensión que a su vez es una condición de la duración y del funcio­
namiento efectivo y eficaz de esa división social del trabajo, connota una
estructura de posiciones de dirección y comando -compleja y diver­
sificada-, y el acceso a estas últimas posiciones está determinado por el
nivel de educación formal que poseen los candidatos a ellas. En este
sentido hay una relación entre sofisticación política y privilegio social. Si
bien no es plausible sostener que ambos se confunden -esto es, si es
plausible considerar que la sofisticación politica es una condición para la
producción de un tipo de efectos especfficos que sólo su posesión per­
mite-, los dos se refuerzan mutuamente: es altamente probable que quien
es políticamente sofisticado disponga al mismo tiempo de oportunidades
de movilizar algún tipo de recursos de poder societal, y que quien dispone
de esa oportunidadsea politicamente sofisticado.
Conviene matizar estas reflexiones introduciendo dos notas de
cautela.
Primero, si bien esa relación entre sofisticación política y privilegio
_ wciaJ" y el reforzamiento recíproco entre una y otro originan un sesgo ge-
e
F' LA 90 n cuanto a los contenidos ideológicos que acaban por primar en las
¡:: e u A 01~Ha políticas, sesgo que explica que hasta ahora la democracia poli­
,-' ~ - tica . estre una asociación perfecta con un tipo particular de domi­
I '. -oacló socioeconómica, esa relación no implica una determinación uní­
. ."~''a e los sentidos, tanto abstractos como más concretos, que van
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conformando la evolución de la vida política. La complejidad y
diversificación de la estructura de posiciones de dirección y comando
originan una gran variedad de intereses, que muchas veces guardan
contradicciones importantes entre si, y ello garantiza la existencia de
conflicto y competición politicos en torno de orientaciones programáticas.
Por ejemplo, frente al fenómeno de los partidos políticos y sus activida­
des tipicas, la situación en el estrato de alta sofisticación política es de
Disenso Democrático: para cada una de las variables consideradas,
aproximadamente un tercio de sus miembros comparten orientaciones o
percepciones ambiguas o negativas, y ello es una condición favorable
para un tipo de conflicto, que por lo demás es patente que existe en el
Chile autoritario comtemporáneo.
Segundo, la sofisticación política no es un monopolio de los
socialmente privilegiados. Según se advierte en el Cuadro XVI, más de
un tercio de los miembros de la categoria educacional intermedia son po­
Iiticamente sofisticados. En las condiciones actuales, no tiene sentido
hablar de privilegio social, dado ese nivel educacional. En el mejor de los
casos, indica la ocupación de posiciones menores de dirección y control.
En la categoría educacional más baja, entre un sexto y un séptimo exhibe
un nivel alto de sofisticación política, y tanto esa proporción como lo que
ella pueda expresar en números absolutos pueden alcanzar relevancia
política. Sin duda, los dados están cargados a favor de los altamente edu­
cados, pero ello no significa que el resto no tenga nada que hacer en el
juego.

VI. Conclusión.

Los resultados expuestos en este trabajo pueden llevar a dos


visiones, claramente contradictorias, sobre el estado de la cultura política
chilena contemporánea y sobre cómo evaluarlo en términos de las posi­
bilidades de una redemocratización exitosa a partir de la situación auto­
ritaria.
Aceptar una u otra visión depende de la clase de supuestos que se
esté dispuesto a adoptar respecto de una cuestión que es crucial: ¿cuál
es la población relevante desde el punto de vista de un consenso demo­
crático que pueda alcanzar eficacia política?
Si se piensa que es correcta la idea parsoniana de que esa pobla­
ción es la población general, la visión tiene que ser necesariamente ne­
gativa.
Tomando algunos indicadores de orientaciones normativas hacia
el régimen democrático en general y hacia una de sus instituciones
básicas -los partidos políticos y sus actividades-, se constata que la si·
tuación está muy lejana de un consenso democrático que pudiera cons­

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tituir una condición favorable para la redemocratización. Contrariamente,
la división de opiniones detectada favorecería un enfrentamiento equi­
librado,presumiblementepolarizado.
Los hallazgos adicionales, en cuanto al comportamiento distinto
del estrato de alta sofisticación política frente al de baja sofisticación,
contribuirían a configurar un cuadro aún más sombrío. La aspiración de­
mocrática sería una demanda minoritaria ilustrada, y el comportamiento
de los poco educados y poco sofisticados confirmaría una V9Z más las
tesis clásicas sobre autoritarismopopular.
Si se rechaza la noción parsoniana, y se la reemplaza por la idea
de que la población relevante es equivalente en realidad con un público
atento, políticamente sofisticado, con oportunidades de acceso a cuotas
de poder societal, cuyo tamaño es mucho menor que la población general,
entoncesla visión es positiva.
Ese público atento y políticamente sofisticado, que es el que
efectivamente posee capacidades para crear climas de opinión pública y
liderar procesos de expresión de opinión pública, exhibe un consenso
democrático respecto del régimen democrático en general, y una clara
mayoría de sus miembros da opiniones, que son positivas desde un punto
de vista democrático, respecto de la institución de los partidos políticos.
Por consiguiente, considerando aquella población que es relevante para
la existencia de un consenso normativo políticamente eficaz, el estado de
cosas que en ella prevalece es una condición favorable para la rede­
mocratización.
A la vez, el comportamiento de los menos sofisticados polfti­
camente aparece bajo una luz distinta. En efecto, si la sofisticación
política es una variable que afecta decisivamente el comportamiento poli­
tico, hay que presumir que afectará también el comportamiento consis­
tente en responder a un cuestionario cuyo contenido es explícitamente
político.
Es difícil que una persona para la cual la política tiene escasa o
ninguna prominencia, cuya información sobre política es poca y mala, y
cuyas habilidades para conceptuar asuntos políticos son deficientes,
haya sin embargo reflexionado sobre las cuestiones normativas que im­
plican un cierto tipo de régimen y sus instituciones, y posea auténticas
opiniones sobre estos temas.
El problema que plantean los estratos de baja sofisticación política
en términos de sus respuestas a encuestas masivas es el de la calidad
de esas respuestas. ¿Se trata de opiniones auténticas o de seudo opinio­
nes, provocadas por la aceptación de una norma que exige no aparecer
como ignorante ante un encuestador, o como desinteresado frente a los
asuntos públicos?22 Ciertamente, hay una gran diferencia entre ser auto­
ritarioy responder más o menos aleatoriamente un cuestionario.

22 Véase la discusión deltema enW. Russell Neuman, ob. cit., págs. 51~7.

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