El Muro de Piedra
El Muro de Piedra
El Muro de Piedra
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Ets a i 04.09.13
Título original: El muro de piedra
Ricardo Alcántara, 1994
Ilustraciones: Montse Ginesta
Los criados formaron cola para conocerla. Serios y silenciosos, desfilaron ante la cuna. Luego, se
reunieron en la cocina.
—Es muy hermosa —reconocían unos, satisfechos.
—Al padre se le cae la baba con sólo mirarla —decían otros, entre risas.
Y era cierto.
El rey pasaba horas y horas observándola.
Por la noche despertaba asustado si la oía llorar.
Palidecía de miedo si la pequeña se quejaba…
A medida que la niña crecía, aumentaban las preocupaciones del padre.
Cuando Anna dio sus primeros pasos, él temía que se cayera. Cuando fue capaz de correr, él la
veía de narices contra el suelo. A la hora del baño, controlaba la temperatura del agua para que no se
quemara…
No sabía qué más hacer para protegerla.
Un buen día, llevado por el temor, decidió:
—Será mejor que Anna no salga nunca del castillo. Entre estos muros estará más segura.
Aunque la reina intentó hacerle cambiar de opinión, fue inútil. Y Anna no salió.
Aprendió a jugar sola, a disfrazarse con los trajes de los mayores, a correr por el jardín…
Cierta vez, mientras jugaba entre las plantas, descubrió el muro que rodeaba el jardín.
Permaneció un momento callada, observándolo. Al cabo de un rato, quiso saber:
—¿Qué es eso?
Sus doncellas palidecieron. Se miraban unas a otras, sin saber qué responder. Poco después, una
contestó:
—Es un muro.
Anna continuó pensativa. Por fin, preguntó con vivo interés:
—Pero… ¿qué hayal otro lado?
—¡Nada, nada! —respondieron las doncellas, siguiendo la orden del rey.
Anna se quedó boquiabierta. En su vida había visto nada parecido. Tan impresionada estaba que
olvidó la pregunta. Pronto dejó de inquietarle de dónde había salido aquella gente.
Sastres y modistas permanecieron en el castillo más de un mes. Durante ese tiempo trabajaron sin
descanso. Cada día confeccionaban un nuevo traje.
Anna estaba encantada. Le faltaba tiempo para estrenar la montaña de ropa nueva.
Un día, una de las modistas le entregó un vestido blanco. Era realmente fantástico.
Anna no se conformó sólo con verlo, necesitó probárselo al momento. Y mientras se paseaba
delante de la mujer, le preguntó:
—¿Qué tal me queda?
—¡Estupendo! ¡Igual que una novia!
—¿Qué? —exclamó Anna—. ¿Qué es una novia?
La alegría de los jóvenes fue creciendo día a día. Como los frutos de los árboles, el maíz en la
planta…
Y la barriga de Anna, que también comenzó acrecer.
—¡Está esperando un niño! —la noticia corrió por el castillo.
Pero se equivocaban: no esperaba un niño, sino tres. ¡A mediados de invierno nacieron trillizos!