CC Articulo PensamientoIberoamericano
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César Coll
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All content following this page was uploaded by César Coll on 27 May 2014.
Las reflexiones y consideraciones que se presentan en este trabajo parten de una doble
convicción. La primera es que los cambios sociales, políticos, económicos y culturales
que se han producido en el transcurso de las últimas décadas plantean desafíos muy
serios a los sistemas nacionales de educación formal y escolar. Enseñar y aprender hoy
en las escuelas, los institutos y otras instituciones de educación básica y superior son
tareas sensiblemente distintas a las tareas de enseñar y aprender en ese mismo tipo de
instituciones en el pasado, incluso en un pasado relativamente reciente. Contrariamente
a lo que se afirma en ocasiones, casi todo ha cambiado: los alumnos que encontramos
hoy en las aulas tienen un perfil sensiblemente distinto a los de antes; en todos los
países el número de profesores ha crecido de forma espectacular y, paralelamente a este
crecimiento numérico, ha habido cambios importantes en su reclutamiento, en su
formación, en sus condiciones de trabajo, en su consideración y valoración social. Lo
que se espera y se exige hoy de las instituciones de educación formal y escolar es
también distinto de lo que se esperaba y se exigía en épocas anteriores. Para decirlo en
pocas palabras, las expectativas y exigencias dirigidas a las instituciones de educación
formal son hoy muy superiores y bastante más confusas y contradictorias que en el
pasado. Nunca se ha esperado y exigido tanto de las escuelas y de los institutos, y por
extensión de los profesionales que trabajan en esas instituciones, como se espera y se
exige ahora; nunca antes la diversidad e heterogeneidad de las expectativas y exigencias
planteadas por los diferentes sectores y grupos sociales había alcanzado el nivel que
tiene en la actualidad.
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La segunda convicción es que, para hacer frente a los desafíos planteados por estos
cambios, los sistemas educativos tendrán que experimentar a medio plazo cambios en
profundidad en su organización, funcionamiento, metodologías, contenidos e incluso en
sus finalidades y objetivos. La magnitud de los desafíos se pone claramente de
manifiesto cuando pensamos en el impacto que tienen sobre la educación escolar una
serie de fenómenos y procesos ampliamente documentados como, por ejemplo, el
“déficit de socialización” (Tedesco, 1995, pp. 35 y ss.) producido por el debilitamiento
de las instituciones de socialización primaria y secundaria, en especial del núcleo
familiar y de la escuela; la aparición de nuevos escenarios y agentes educativos como
consecuencia en buena medida de la generalización de las tecnologías digitales de la
información y la comunicación y su ubicuidad creciente en todos los ámbitos de la
actividad de las personas; el impacto transformador de estas tecnologías sobre los
escenarios y los agentes educativos tradicionales; la pérdida de prestigio y el
cuestionamiento creciente de la legitimidad de las instituciones educativas y del
profesorado como detentadores y transmisores del conocimiento; la aparición de nuevas
necesidades de aprendizaje y de formación; o aún la extensión de los procesos de
formación y de aprendizaje a lo largo de la vida.
Cada vez es más evidente que no es posible enfrentarse a estos desafíos introduciendo
únicamente cambios más o menos importantes en los sistemas educativos actuales.
Todo parece indicar que en esta ocasión no estamos ante la enésima manifestación de la
crisis casi permanente que ha caracterizado los sistemas nacionales de educación desde
su nacimiento. Ya no se trata sólo de mejorar tal cual aspecto de los sistemas educativos
-currículo, metodología didáctica, formación del profesorado, materiales didácticos,
organización y funcionamiento de los centros educativos, gobernabilidad del sistema,
etc.- o varios de ellos al mismo tiempo, como han pretendido hacer prácticamente todas
reformas educativas emprendidas en las dos o tres últimas décadas. Lo que ahora parece
estar en crisis es la capacidad misma del sistema educativo en su conjunto para
satisfacer las necesidades educativas de las personas en el nuevo escenario económico,
social, político y cultural en el que nos encontramos. De ser cierta esta valoración, el
reto ya no sería, o no sería sólo, mejorar la calidad de los sistemas educativos que
tenemos. Los esfuerzos deberían ir más bien orientados a valorar si estos sistemas son
los que necesitamos en el nuevo escenario económico, laboral, social, político y cultural
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en el que estamos inmersos, y en su caso, a adoptar las medidas necesarias para su
transformación y adecuación a este nuevo escenario.
Así mismo, resulta a mi juicio a todas luces inapropiado abordar estos desafíos
equipados exclusivamente con el discurso, las categorías de análisis y los
planteamientos propios del tradicional enfoque educativo reformista, progresista e
innovador. No es razonable intentar abordar y resolver problemas nuevos, desafíos
inéditos, con planteamientos y propuestas "viejas", incluso aceptando que a menudo son
planteamientos y propuestas que no han sido puestos en práctica o que lo han sido sólo
de forma parcial e insatisfactoria. Para acometer los retos a los que nos enfrentamos,
hace falta un discurso, unos planteamientos, unas categorías de análisis, unas políticas y
unas estrategias de acción que no pueden ser exactamente los mismas que hemos
utilizado y practicado hasta ahora.
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de saberes, prácticas y valores que conforman su cultura y ofreciéndoles la posibilidad
de convertirse en agentes de cambio y creación cultural. Desde esta perspectiva, la
escolarización es una práctica educativa más, que ha ido adquiriendo una importancia y
un protagonismo cada vez mayor en prácticamente todas las sociedades y países en el
transcurso de los dos últimos siglos, pero no es ni puede ser considerada la única
práctica educativa con una incidencia efectiva sobre los procesos de desarrollo y
socialización de las personas. Esta afirmación, válida con carácter general, adquiere aún
mayor fuerza si la referimos a las sociedades actuales. En efecto, por una parte, las
expectativas y exigencias que se proyectan hoy sobre la educación escolar son de tal
calibre, como antes mencionábamos, que son imposibles de cumplir y de satisfacer
únicamente desde ella. Y por otra parte, uno de los rasgos distintivos del nuevo
escenario en el que nos encontramos es precisamente la aparición, en buena medida de
la mano de las tecnologías digitales de la información y la comunicación, de nuevos
agentes, escenarios y prácticas educativas que han venido a sumarse con fuerza a los
tradicionales.
Ahora bien, la adopción de una visión amplia de la educación plantea retos importantes
y obliga a revisar algunos aspectos esenciales de las tareas de enseñar y aprender
encomendadas a las instituciones de educación formal. Así, por ejemplo, cuando se
adopta esta perspectiva, hay que admitir que en ocasiones la clave para mejorar tal o
cual aspecto de la enseñanza o del aprendizaje no se encuentra, o no se encuentra sólo,
en los centros educativos ni en lo que hacen en ellos el profesorado y el alumnado, sino
fuera de ellos, en escenarios en los que operan otros agentes educativos y con los que la
educación escolar está estrechamente interconectada. Pero el hecho de adoptar una
visión amplia de la educación no sólo obliga a revisar planteamientos y perspectivas
tradicionalmente aceptados sobre qué se enseña y se aprende en las instituciones de
educación formal y qué se enseña y se aprende en otros escenarios educativos; también
obliga a revisar las responsabilidades específicas del profesorado y de los agentes
educativos que operan en esos otros escenarios y a valorar su incidencia respectiva
sobre el desarrollo y la socialización de las personas.
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y quién tiene la responsabilidad de la acción educativa en cada caso. Estas
implicaciones son igualmente importantes en lo que concierne a definición y orientación
de las políticas educativas. Así, la conjunción de una visión amplia de la educación con
una perspectiva sistémica de los procesos de cambio hace que las políticas
intersectoriales se conviertan en la verdadera piedra de toque de las reformas
educativas. En este sentido, parece razonable proponer que políticas educativas y las
propuestas de transformación y mejora de la educación escolar dejen de ser políticas y
propuestas circunscritas exclusivamente a la educación formal y escolar y a sus agentes
principales –alumnado, profesorado, familias. Las políticas educativas eficaces son ya
en buena medida, y lo serán aún más en el futuro, de carácter intersectorial. Así, por
ejemplo, no se puede plantear cabalmente, a mi juicio, el tema de la educación para la
ciudadanía y la educación en valores sin considerar, junto a lo que se hace y se puede
hacer al respecto en la escuela, lo que se hace y se puede hacer también en el ámbito
familiar, en los medios de comunicación, desde las entidades sociales y culturales o
desde las organizaciones políticas, sindicales y empresariales. O, para mencionar aún
otro ejemplo, hay pocas dudas de que la puesta en marcha de medidas eficaces de
atención a la diversidad en la escuela requiere a menudo la colaboración de otros
agentes que operan en el ámbito familiar, social o comunitario y la puesta en marcha de
medidas en estos ámbitos.
Para afrontar los retos que plantea actualmente enseñar y aprender en las escuelas y en
los institutos, no basta con el compromiso de estas instituciones y de los profesionales
que trabajan en ellas: se requiere además el compromiso y la responsabilidad
compartida de la sociedad y de la comunidad en las que se insertan. Tomando como
punto de partida este principio, surgen dos ideas que vale la pena explorar con mayor
profundidad (Coll, 2003). La primera consiste en promover un reflexión y un debate
públicos orientados al establecimiento de un nuevo contrato social por la educación que
establezca las obligaciones y responsabilidades de los diferentes agentes que operan de
hecho como agentes educativos en un entorno social y comunitario determinado, y que
permitan definir a grandes trazos qué funciones pueden y deben asumir las instituciones
de educación formal en ese contexto. La segunda es una propuesta relativa a la
definición de políticas y planes que concreten ese "contrato social por la educación" en
líneas de acción en el entorno comunitario inmediato en el que viven y se desarrollan
los niños, las niñas y los jóvenes, que es donde se encuentran los escenarios educativos
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en los que participan habitualmente y en los que operan los agentes sociales con una
mayor incidencia real sobre su desarrollo y socialización.
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Otro reflejo claro de la identificación mencionada es la expectativa de una trayectoria
escolar única de los alumnos pensada exclusivamente en términos de permanencia y
continuidad a lo largo de la educación obligatoria. Todo está pensado para que los
alumnos ingresen a una edad determinada y prosigan su escolarización avanzando curso
tras curso durante los años de educación obligatoria. La única desviación permitida de
esta trayectoria estándar es la repetición de curso, percibida no obstante casi siempre
como un fracaso. La posibilidad de que algunos estudiantes puedan abandonar
temporalmente el sistema para reincorporarse más tarde no está contemplada y sólo en
casos muy excepcionales es tolerada. En general, los estudiantes que abandonan el
sistema antes del término de la educación obligatoria tienen grandes dificultades para
reingresar en edades más tardías, y cuando lo hacen es arrastrando el estigma del
fracaso en la educación básica –aunque se intente disimularlo con eufemismos como
“segunda oportunidad” y similares– y en condiciones claramente menos favorables que
los que han seguido la trayectoria prefijada y única.
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educación para el siglo XXI presidida por Jacques Delors. Según el informe, el volumen
y la rapidez de los cambios científicos, económicos y culturales que caracterizan nuestra
época hace que sea imprescindible mejorar la formación de las personas y prepararlas
para vivir en un mundo en permanente transformación, un mundo en el que la capacidad
y las oportunidades para aprender y seguir aprendiendo a lo largo de la vida son
fundamentales para el bienestar y el desarrollo personal y social.
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periodo de educación obligatoria.
Los desafíos generados por este cambio de perspectiva no son menores en lo que
concierne a la organización y el funcionamiento de los sistemas educativos. Como ya he
comentado, en su inmensa mayoría éstos son extremadamente rígidos en lo que
concierne a la trayectoria prevista de los alumnos. La incorporación de la perspectiva de
aprendizaje a lo largo de la vida obliga a flexibilizarlos y abrirlos, facilitando que las
personas puedan entrar y salir de ellos en diferentes momentos o fases de la vida en
función de sus intereses y necesidades de aprendizaje. Probablemente, durante el
periodo de educación obligatoria la flexibilidad no puede ni debe ser la misma que en
fases posteriores, pero de lo que no hay duda es de que tendrá que ser mucho mayor de
lo que lo es actualmente en la mayoría de los sistemas educativos.
Estas preguntas han adquirido una especial importancia en el transcurso de las últimas
décadas como consecuencia, por una parte, del ya mencionado incremento espectacular
de las expectativas y exigencias planteadas a la educación escolar, y por otra, de la cada
vez más evidente necesidad de incorporar al currículo de la educación básica nuevos
conocimientos, nuevas destrezas y habilidades, nuevos valores, nuevas competencias.
Esta necesidad, sin embargo, se manifiesta en el marco de unos currículos escolares que
en la mayoría de los países son vistos ya por una buena parte del profesorado y por no
pocos expertos como claramente excesivos. Conviene recordar a este respecto que los
procesos de actualización y revisión curricular han estado presididos tradicionalmente
por una lógica acumulativa caracterizada por la introducción de nuevas materias o
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asignaturas y nuevos contenidos cada vez que se han producido cambios sociales,
culturales, políticos o económicos de una cierta relevancia, o que ha habido adelantos
científicos y tecnológicos importantes. La aplicación reiterada de esta lógica a los
sucesivos procesos de cambio curricular acometidos desde mediados del siglo XX ha
supuesto la incorporación de un volumen creciente de objetivos y de contenidos de
aprendizaje a la educación escolar, configurando de este modo currículos claramente
sobredimensionados y sobrecargados.
Así pues, hay indicios claros de que en los currículos actuales de la educación básica
faltan contenidos y competencias que deberían incorporarse; pero también los hay de
que en muchos casos incluyen contenidos y competencias que posiblemente no sean tan
importantes y que tal vez podrían o incluso deberían dejar de formar parte de esos
currículos. En cualquier caso, todo parece indicar que, para hacer frente a los desafíos
que plantean las nuevas necesidades de aprendizaje y de formación, los procesos de
revisión y actualización curricular ya no pueden limitarse a incorporar nuevos
contenidos y nuevas competencias; deben cuestionar, además, la idoneidad y la
necesidad de los ya incorporados en revisiones y actualizaciones anteriores.
Nos encontramos así de nuevo con una encrucijada fundamental para las tareas de
enseñar y aprender en las escuelas e institutos ante la que no es fácil reaccionar, pero
que es imprescindible resolver. Unos currículos sobrecargados, excesivos, como son
actualmente los de la educación básica en buena parte de los sistemas educativos, tienen
implicaciones altamente negativas para la calidad de la educación: generan frustración
en el profesorado y sentimientos de fracaso y de incompetencia en el alumnado,
obligados unos y otros a "enseñar" y "aprender" respectivamente cantidades
considerables de contenidos a los que no siempre consiguen atribuir sentido, promueven
la adopción de metodologías expositivas y memorísticas y constituyen un serio
obstáculo a la realización de aprendizajes reflexivos, funcionales y significativos.
No cabe pues la respuesta, ante la necesidad de incorporar nuevos contenidos de
aprendizaje al currículo escolar, de aplicar una vez más la lógica acumulativa utilizada
tradicionalmente en los procesos de revisión y actualización curricular. Lo que procede
es más bien reconsiderar, revisar, redefinir qué es lo básico en la educación básica (Coll,
2004).
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Como en los casos anteriores, las implicaciones de este desafío van más allá del ámbito
estricto de las decisiones relativas a qué enseñar y aprender en las escuelas y en los
institutos. En efecto, la decisión de redefinir lo básico en la educación básica comporta
un cambio en profundidad en los modelos curriculares y en las políticas que presiden y
orientan los procesos de diseño y desarrollo del currículo escolar. En este contexto
cobra pleno sentido, por ejemplo, la propuesta de establecer un distinción entre “lo
básico deseable” y “ lo básico imprescindible” en la educación básica (Coll. 2007) y de
impulsar un amplio proceso de reflexión y debate sobre los criterios que deberían
presidir la toma de decisiones sobré qué enseñar y aprender en la educación básica (Coll
et al., 2007). El objetivo sería llegar a una serie de conclusiones y propuestas sobre el
currículo de la educación básica en una perspectiva de futuro, más allá de las urgencias
inmediatas que impone la gestión cotidiana de los sistemas educativos. Se trataría,
además, de hacerlo adoptando una visión amplia de la educación que reconoce a las
instituciones de la educación formal y al profesorado un protagonismo indiscutible en
los procesos de formación de las nuevas generaciones, pero que reconoce igualmente la
importancia de otros escenarios y agentes educativos en estos procesos y que postula la
necesidad de aplicar el principio de corresponsabilización social con la educación.
De entre todos los desafíos a los que se enfrenta actualmente la educación escolar, los
que tienen su origen en las tecnologías digitales de la información y la comunicación
(TIC) ocupan un lugar destacado. En primer lugar, la ubicuidad de estas tecnologías y
su presencia creciente en prácticamente todos los ámbitos de actividad de las personas
incrementa de forma espectacular las posibilidades de aprendizaje, dando lugar, como
ya se ha mencionado, a la aparición de nuevos escenarios y agentes educativos con una
influencia cada vez mayor sobre los procesos de desarrollo, socialización y formación
de las personas. En segundo lugar, gracias en buena medida a su naturaleza digital, las
TIC ofrecen posibilidades inéditas para el almacenamiento, el procesamiento, la
representación, la transmisión, el acceso y el uso de la información (Coll y Martí, 2001),
abriendo así el camino la innovación pedagógica y didáctica e invitando a la búsqueda
de nuevas vías para mejorar la enseñanza y promover el aprendizaje.
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Pero los desafíos que plantean las TIC no se limitan al dónde –revisión de su papel
protagónico como consecuencia de la aparición de nuevos escenarios educativos– y al
cómo –revisión de las metodologías de enseñanza y aprendizaje– de la educación
escolar; afectan también, y muy especialmente, al qué e incluso al para qué, es decir, a
los contenidos y a las finalidades, de la educación escolar. La importancia creciente de
las TIC en el mundo actual ha provocado la aparición de nuevas necesidades de
aprendizaje y de formación referidas al conocimiento y dominio de estas tecnologías
que se han ido incorporando progresivamente, en mayor o menor medida y con
formatos diversos según los casos, a los currículos escolares de la mayoría de los
sistemas educativos.
Tras el uso generalizado del concepto de alfabetización digital, se esconden sin embargo
diferentes maneras de entenderlo y de concretarlo (Coll y Rodríguez Illera, 2008). En
algunas propuestas adopta la forma de un conjunto de competencias y contenidos
específicos vinculados fundamentalmente al conocimiento y dominio de las TIC. En
otras, los contenidos y las competencias se vinculan además a la comprensión,
producción y difusión de documentos multimedia e hipermedia. Y en otras aún, las
competencias y contenidos referidos a las TIC aparecen transversalmente en
prácticamente todas las otras áreas o ámbitos del currículo. Sin duda, estamos aún lejos
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de que la alfabetización digital desempeñe en el currículo y en la educación escolar un
papel semejante al de la alfabetización letrada -en el sentido de requisito para la
realización de otros aprendizajes-, pero no es en absoluto inimaginable pensar que ello
pueda llegar a suceder en el futuro. La importancia de las TIC como vía de acceso al
conocimiento en la sociedad de la información confiere plausibilidad a esta hipótesis.
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tecnologías digitales, la lectura ética e ideológica que se haga de ellas y las necesidades
formativas de las personas en este nuevo escenario.
Ahora bien, en unas sociedades diversas, multilingües y multiculturales, como son las
sociedades de la mayoría de los países de la región, no es razonable seguir manteniendo
el pesado manto homogeneizador que ha caracterizado y sigue caracterizando la
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mayoría, por no decir la totalidad, de sus sistemas nacionales (o estatales o de
comunidades autónomas) de educación. La capacidad de un sistema educativo para
satisfacer las necesidades educativas y de aprendizaje todo el alumnado, piedra de toque
de una educación inclusiva (Giné, 2009), está directamente relacionada con su
capacidad para diversificar las ofertas y las ayudas educativas, y ésta última, a su vez,
es tanto más limitada cuanto mayor es el nivel de homogeneidad impuesto a la
organización y el funcionamiento del sistema educativo. Urge, en consecuencia,
profundizar en los procesos de descentralización con el fin de avanzar hacia la
implementación de sistemas educativos capaces de ofrecer respuestas diversificadas a
necesidades educativas y de aprendizaje diversas. En otras palabras, hay que pasar de la
descentralización a la des-homogeneización.
Quisiera terminar esta breve e incompleta revisión de algunos de los desafíos más
importantes planteados actualmente a la educación escolar aludiendo a un aspecto que,
si bien puede parecer un tanto periférico en una primera aproximación, a mi juicio es sin
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embargo fundamental para enfrentarlos y superarlos. El análisis de las reformas
desplegadas durante las últimas décadas en los países de la región coinciden en destacar
que en la mayoría de los casos su impacto sobre las prácticas educativas, es decir sobré
qué y cómo se enseña y se aprende en los centros educativos y en las aulas, ha sido más
bien modesto. La experiencia muestra que cambiar las leyes de educación, revisar los
currículos, establecer nuevas instancias y programas de formación inicial o en servicio
del profesorado, poner en marcha procesos de evaluación interna y externa del
rendimiento escolar y de los centros educativos, mejorar los equipamientos y las
infraestructuras, promover la elaboración de materiales curriculares, incorporar las
nuevas tecnologías al quehacer escolar, etc. son, todas ellas, actuaciones
considerablemente complejas y difíciles de implementar. Con todo, sin embargo, la
experiencia muestra también que más difícil aún es cambiar efectivamente lo que
sucede en las aulas, la manera como los profesores enseñan o tratan de enseñar a sus
alumnos y la manera como éstos aprenden o se esfuerzan en aprender lo que sus
maestros les enseñan. Incluso las valoraciones más optimistas subrayan a menudo la
existencia de una desproporción manifiesta entre, por una parte, el volumen de los
recursos económicos y los esfuerzos humanos invertidos en las reformas, y por otra, su
capacidad para transformar efectivamente las prácticas educativas y los procesos de
enseñanza y aprendizaje. Todo sucede como si la capacidad transformadora de las
reformas educativas fuera disminuyendo a medida que nos vamos acercando a lo que
constituye el núcleo básico, el espacio físico, interactivo y simbólico por excelencia de
las prácticas educativas escolares: el aula y los procesos de enseñanza y aprendizaje que
en ella tienen lugar.
Con toda seguridad los factores que limitan la capacidad de transformación de las
reformas educativas son muchos y diversos, pero hay uno que me parece especialmente
relevante. Me refiero al hecho de que en la mayoría de los casos las reformas han puesto
el acento en los aspectos de organización y funcionamiento del sistema educativo y de
los centros docentes, en los temas de gobernabilidad, infravalorando o dejando en un
lugar claramente secundario las cuestiones pedagógicas, psicopedagógicas y didácticas.
Sin negar en absoluto la importancia de estos aspectos, conviene recordar y subrayar el
papel decisivo de los saberes pedagógicos en los procesos de transformación y cambio
educativo. Es necesario terminar con la paradoja que supone el hecho de que, con
excesiva frecuencia, las reformas educativas orientadas a la mejora de la calidad de la
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educación no contemplen las prácticas docentes como uno de los ámbitos prioritarios de
actuación, o lo hagan de una manera totalmente secundaria.
En este contexto, uno de los desafíos más importantes con los que se enfrenta
actualmente la educación escolar es la urgente necesidad de desmantelar esta
representación errónea del conocimiento pedagógico como un “saber de sentido común”
y sustituirla por otra que lo contemple como un saber profesional especializado basado
en la investigación y en el conocimiento. Las llamadas de atención sobre la importancia
de la educación en la sociedad del conocimiento, la creación de unas mejores
condiciones de trabajo para el profesorado basadas en el reconocimiento de su función
social, la revisión de las exigencias y de los procedimientos de acceso a la función
docente y la potenciación de la investigación y la innovación educativa son
probablemente algunas de las actuaciones que cabría considerar a este respecto.
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escuelas y en los institutos
Referencias
18
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