Intuicionismo Ético
Intuicionismo Ético
Intuicionismo Ético
El intuicionismo moral, como método de aprehensión ética, permite entender que los
juicios éticos sobre convicciones morales son autoevidentes (intuiciones) para la
persona que realiza el juicio. Este método ha sido criticado principalmente por
cuatro motivos: (i) no superar los sesgos de la cultura occidental (Marcaccio, 2015);
(ii) porque la autointuitividad puede generar un problema de regreso; (iii) al generar
un relativismo moral, dado que la intuición de cada persona puede estar
estructurada en conjuntos de valores diferentes y aún así ser consistente (Retting,
2020) y (iv) por ir en contravía del principio según el cual todas las creencias se
fundan en razones. En el presente trabajo, tendremos como tesis que las objeciones
que se plantean al intuicionismo moral pueden ser superadas si éste toma como
fundamento ético la construcción teórica de la ética de la liberación planteada por
Enrique Dussel (1972, 1988) y desde el pragmatismo moral o sentimentalismo ético,
expuesto por Richard Rorty (2000). Para ello, expondremos en primer lugar los
conceptos de sentimentalismo ético o pragmatismo moral de Rorty y de ética de la
liberación de Dussel; en segundo lugar, nos referiremos al intuicionismo moral,
basándonos en el intuicionismo de H.A. Prichard y los aportes del intuicionismo
social de Jonathan Haidt (2001). En tercer lugar, responderemos a los
cuestionamientos que se han generado alrededor del intuicionismo moral aplicando
sinérgicamente el pragmatismo moral y la ética de la liberación como fundamento
epistémico al intuicionismo ético; por último se brindará una reflexión final.
En cuanto al primer punto, este trabajo parte desde una concepción pragmática de
la moral o sentimentalismo, que es expuesta por Richard Rorty (2000). Desde esta
concepción, el progreso moral de una sociedad, que puede ser medible a través del
respeto por los derechos humanos, no debe nada al incremento del “conocimiento
moral” sino al entendimiento de los sentimientos, padecimientos y sufrimiento del
otro (simpatía). Esto quiere decir, que para poder elevar la moral de un país, es
necesario que este tenga un historial de respeto hacia los derechos humanos, pues
éstos son la expresión máxima de la moralidad de la humanidad.
1
Estudiante de psicología en la Universidad Nacional de Colombia.
2
Abogado, especialista en Justicia Transicional, Derecho de Víctimas y Construcción de Paz.
Integrante del Equipo de Acompañamiento y Representación común ante la JEP de la Comisión
Colombiana de Juristas. Estudiante de Psicología en la Universidad Nacional de Colombia.
sobre moral, los sujetos cumplirán con mayor facilidad con los imperativos éticos
sociales para comenzar a difundir la cultura de los derechos humanos a partir de lo
que él denomina el pragmatismo moral (Rorty, 2000).
En términos prácticos, lo que propone Rorty (2000) es educar a las personas desde
la niñez mediante la exposición al dolor de los otros, para que refuercen sus
sentimientos de empatía y simpatía. La empatía se refiere a la capacidad de percibir
el mundo a través de los ojos del otro y la simpatía la capacidad de sincronizarse
con el otro para entender la gravedad de sus padecimientos y conectar con sus
sentimientos.
Por último, Rorty considera que el los filósofos morales tienen un enfoque errado
debido a que parten desde una visión kantiana y darwiniana de la moral, según la
cual, es más importante pensar en el sentido de la “naturaleza humana” y
atiborrarse de conocimiento dogmático. El enfoque debería estar pensado en una
pregunta prospectiva sobre cuál es el mundo que queremos dejar a las
generaciones siguientes, y a partir de ella, pensar en la manera de hacer que el
mundo sea más justo y menos doloroso para todos.
Por otra parte, la ética de la liberación fue fundamentada por Enrique Dussel en
varias de sus disertaciones filosóficas y se ha constituido en una base ética y
filosófica importante del movimiento intelectual latinoamericano, siendo uno de los
fundamentos del movimiento decolonial. La ética de la liberación surge como
respuesta a la ética del discurso de Karl Apel (1995) y no tiene la intención de ser
una ética crítica sino “se trata de una ética cotidiana, desde, y a favor de las
inmensas mayorías de la humanidad excluidas de la globalización, en la normalidad
histórica vigente presente” (Rueda, 2016).
Es una ética que concibe al ser humano, desde la realidad latinoamericana, como
un ente liberador (Rueda, 2016) que tiene como horizonte el pragmatismo, dado que
es una ética fundamentada para no partir de la razón instrumental, sino que la razón
se construye en mediaciones de nivel práctico. En este sentido, la ética de la
liberación tiene una “razón liberadora”, que es una síntesis final de una acción
crítico-deconstructiva, seguida de una constructiva a partir de la transformación de
normas, subsistemas, e instituciones.
Dussel (1998), señala que la razón liberadora, que se ejerce propiamente como
síntesis final de la acción crítico deconstructiva primero, y después constructiva por
transformación de normas, actos, subsistemas, instituciones o de sistemas
completos de eticidad, tiene como componente inmediato propio de su ejercicio la
razón estratégico-crítica, que no es la razón instrumental, sino la razón de
mediaciones en el nivel práctico (Rueda, 2016).
Lo anterior significa que Dussel también parte del principio de libertad como
fundamento de la eticidad. Para Dussel el hombre se va haciendo “otro hombre”
desde su propia mismisidad sólo a través de la alteridad que comparte con otros
seres. Es decir, el ser humano se va “alterando” desde las diversas realidades que
se le presentan como “anterioridades” y “exterioridades”. En palabras de Álvarez
(2007): “El hombre es un constante actualizarse que se realiza desde la
comprensión del ser, desde la libertad, desde la interpretación existencial, en
definitiva, desde sus posibilidades concretas ya que la elección no recae en la
imposibilidad” (p. 76).
Las ontologías de la Totalidad, tienen en común que tienen un mal originario (v.gr.
pecado original; para Heiddeger no-ser) que actúa como catalizador moral. Este mal
originario es “lo mismo” (lo igual/ la Totalidad). Para las ontologías de la Totalidad, se
busca instaurar una Totalidad solipsista como símbolo de la eticidad misma de lo
ontológico en cuanto tal (Álvarez, 2007).
El mal, para la mentalidad semita antecede a la historia, está antes del recién
nacido, mezclado con todo aquello que se dará alterativamente. (…) Dussel
concluye que para el semita, el mal no es originariamente divino (como para los
griegos, maniqueos e incluso algunas culturas precolombinas de América), ni
ontológicamente no-ético (como para la modernidad hegeliana o la ontología de la
autenticidad heideggeriana), sino originariamente humano, nacido de la libertad y
como clausura de la dialéctica de la Alteridad. (…) El mal originario, como eticidad
negativa de la existencia, de lo ontológico, es un situarse contra el Otro.
(Álvarez, 2007, p. 98).
A partir de allí, Dussel desarrolla cuatro principios base de la ética analética: (i) la
vida humana como criterio de verdad, (ii) la vida humana como producción,
reproducción y desarrollo, (iii) la comunidad de participación y vida como sujeto de
liberación y (iv) la liberación, entendida como el ejercicio que permite recuperar al
ser humano como sujeto, como horizonte ético.
En cuanto al primer principio, Dussel toma como punto fundante que el ser humano
tiene necesariamente que vivir en comunidad, desechando las ideas solipsistas
sobre la naturaleza del ser humano. Sobre el segundo principio, entiende que todas
las acciones humanas están en constante movimiento de transformación, por lo que
la triple manifestación de la vida (producción, reproducción y desarrollo) es el
principio universal de toda ética.
Por último, el cuarto principio exige que las reflexiones teleológicas deben partir que
los sujetos victimizados y excluidos no se encuentran en esa situación por gusto
propio sino porque existen injusticias estructurales que permiten esas situaciones.
Por ende, se debe tener como horizonte la resistencia a las situaciones opresivas y
el rechazo a las instituciones que desfavorecen a la sociedad en conjunto. Como lo
resalta Alvarez (2007): “ante la experiencia de objetivización, la actitud ética es la de
subjetivarse en las resistencias” (p. 217).
La subjetivación encamina la resistencia de manera comunitaria, y el lugar donde
debe darse esta subjetivización es el encuentro frente a frente y el horizonte ético
debe estar planteado sobre el plano material. La liberación y recuperación del ser
humano como sujeto lleva a enfrentarse a la irracionalidad de la racionalidad
dominante, por ende, la ética de la liberación no se puede pensar exclusivamente en
la construcción de una nueva sociedad económica o política, sino que la liberación
tiene que pensarse en torno al concepto mismo del sujeto (Dussel, 1998).
De acuerdo con lo anterior, para Prichard las obligaciones éticas “se manifiestan
directamente a la conciencia moral. El sentido de obligación de hacer, o de lo
correcto de una acción de un tipo particular, es absolutamente indirecto o inmediato”
(Prichard, 1912, p. 7). Por lo anterior, la obligación moral es directa: no se puede
probar que estamos obligados a realizar un acto, sino que nos sentimos obligados a
actuar y obramos en consecuencia; en palabras llanas: la obligación “es simple e
indefinible” (Rengifo, 2005, p. 48).
Ahora bien, Prichard, al igual que Dussel, rechaza la filosofía moral kantiana, en
tanto considera que las obligaciones no se fundan en la “bondad” o en una idea
abstracta de moralidad, sino que una cosa es moralmente buena, no por ser una
acción correcta correspondida con un imperativo categórico sino porque se realiza
desde el sentido de obligación. Es decir, cuando un agente moral actúa cumpliendo
sus obligaciones en sentido moral, no lo hace con un propósito determinado: no se
hace esperando alcanzar una meta (Rengifo, 2005). Y es precisamente esto lo que
diferencia un acto meramente obligatorio, de una acción que genera una obligación
moral.
Por su parte, Jonathan Haidt (2001) considera que el razonamiento moral “es una
construcción post-hoc que se genera una vez que se realizó un juicio moral”
(Marcaccio, 2015, p. 12). Esto es fundamental, pues se convierte en uno de los
puntos de partida del intuicionismo moral, dado que, al igual que Prichard, Haidt
(2001) asume que no hay un proceso de racionalización al momento de realizar un
juicio moral, pues este es inmediato y se construye, de hecho, no por un análisis
riguroso de la situación por parte del individuo, sino por las influencias sociales y
culturales a las que éste está expuesto (Marcaccio, 2015).
Por último, debemos resaltar que para Haidt, una persona rara vez anula su propio
juicio moral por sí misma mediante reflexiones que se dan en privado. Para él, las
personas modifican su juicio intuitivo sólo en razón de sus conversaciones e
intercambios con otros. Lo que refuerza la idea de que los juicios morales son
construcciones interpersonales (o intersubjetivas).
En este punto, se aplicaría la tesis del pragmatismo moral, pues los sujetos no
hacen un razonamiento para llegar a esta conclusión, sino que esta aflora porque, a
partir de la simpatía y empatía, sienten que tienen la obligación de re-equilibrar la
situación en virtud de un principio de justicia. Creemos que estas dos éticas no riñen
con el intuicionismo, en tanto que el intuicionismo cree que se puede parar el
regreso mediante una intuición ética (Retting, 2020), el típico límite de “porque eso
no está bien y punto” o “porque es lo correcto y punto”, no sería tautológico si “lo
correcto” o lo “que está bien” partieran desde entender que lo correcto es lo que
permite la producción, reproducción y desarrollo de la vida en condiciones dignas.
Sobre la cuarta objeción, debemos decir que puede superarse partiendo de la base
epistémica de que el intuicionismo, al igual que el pragmatismo moral y la ética de la
liberación, rechazan las nociones de la ética kantiana fundada en la razón. Para las
tres, los juicios morales se construyen a partir de las emociones de los sujetos, que
luego se traducen en razonamientos morales como medios de justificación y
persuasión. Dada esta característica, poco o nada importa el principio según el cual
todas las creencias se fundan en razones, porque es un principio que no tiene
correspondencia con la realidad.
Dussel, E. (1972) Para una Ética de la Liberación Latinoamericana. Argentina: Siglo XXI
Editores.
Haidt, J. (2001). The emotional dog and its rational tail: A social intuitionist approach to
moral judgment. Psychological Review, 108: 814-834
Rueda, D. (2016). Ética de la Liberación. Una mirada crítica reflexiva de la obra dusseliana.
Analéctica, 2(17). https://doi.org/10.5281/zenodo.4008634
Velasco, W. F. P. (2012). La ética de la liberación como proximidad con las víctimas. Revista
Ciencias Humanas, 9(1), 39-47.