Rosas, Rivadavia y Mitre

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Rosas

1829 – 1832
1835 – 1852

Rosas ejerció en cierta medida un gobierno nacional de hecho. Después de los estragos de las guerras internas
y externas y los desmembramientos territoriales, su régimen contuvo las tendencias centrífugas que
amenazaban provocar la disgregación del país y en ese sentido, aunque postergó el dictado de una constitución,
creó las condiciones para la organización nacional aglutinando a todas las provincias en el Pacto Federal en la
llamada Santa Confederación. El régimen se fue constituyendo en una férrea dictadura, en particular en el
segundo periodo de gobierno (35- 52) que encontraba su justificación en las convulsiones internas y las
agresiones externas que sufrió el país, sobre todo las intervenciones de los franceses e ingleses que respaldaron
las operaciones militares unitarias para derrocar al régimen rosista. Otros aspectos polémicos que importa
aclarar son, por un lado, la política agraria de Rosas y, por otro, su campaña al desierto para ampliar hacia el
oeste la frontera interior bonaerense, que sin duda favorecieron a los grandes estancieros, aunque también
permitieron distribuir tierras a los trabajadores, agricultores e indios amigos y condujeron a un arreglo pacífico
de los conflictos con las tribus pampeanas. Antes de ingresar a la política, Rosas fue uno de los promotores de
las estancias saladeristas, que a partir de 1815 introdujeron importantes innovaciones en las actividades
agropecuarias. Estos establecimientos elaboraban carne salada para exportar ―destinada a alimentar grandes
masas de esclavos en Brasil, Cuba y Estados Unidos―, empleaban numerosos peones asalariados, tenían una
organización empresarial compleja y arrojaban resultados económicos superiores a la primitiva ganadería,
basada en la caza de hacienda cimarrona o en la mera extracción de cueros. El grupo de Rosas también tenía
inversiones en barcos para el transporte fluvial y los saladeristas controlaban el abastecimiento de carne para el
consumo en la ciudad de Buenos Aires. La orientación de este sector de hacendados hacia el mercado interno y
otros mercados americanos lo diferenciaba de los comerciantes y terratenientes porteños interesados sobre
todo en los negocios de exportación e importación con Inglaterra y Francia. Desde 1819, Rosas propuso medidas
para ocupar las tierras de la frontera bonaerense, establecer fortines y mantener el orden mediante acuerdos
con las tribus pampeanas. a campaña al desierto que emprendió en 1833, al concluir su primer gobierno, no
tenía propósitos de exterminio. Era la continuidad de sus esfuerzos por ensanchar la zona de producción
agropecuaria, eliminando a los grupos indígenas más hostiles y estableciendo un sistema de pactos y ayuda
económica regular con los caciques y comunidades que se avinieron a sus propuestas. De esta manera se logró
pacificar la región y el acuerdo con Calfucurá, como cacique general de las pampas, aseguró una forma de
convivencia con las tribus. Rosas era un gran conocedor de la frontera con el indio y había demostrado en el
pasado un gran respeto por los pueblos originarios. Se cree que esto último se explica por la relación que existía
entre sus antepasados coloniales que siempre habían poseído tierras de frontera y los nativos de la época, en
particular la muerte de su abuelo materno Clemente López de Osornio en manos de indios pampas, pero
especialmente el hecho de que su padre, León Ortiz de Rosas, había permanecido cautivo en las tolderías
durante algunos meses. Lo cierto es que Rosas tenía una posición muy diferente a la oligarquía porteña sobre la
cuestión indígena y en 1821 había advertido a Martín Rodríguez, en ese entonces gobernador de Buenos Aires,
sobre el error de una política de hostigamiento militar para extender la frontera la cual, de hecho, demostró ser
una política equivocada produciendo derrotas militares y lo que es peor, un levantamiento general y sostenido
de los indios Pampas. n el interregno de 1832 a 1835 surgieron ciertas divergencias entre los federales
bonaerenses. Durante el período en que ocupó la gobernación Juan Ramón Balcarce, se dividieron entre
“apostólicos”, leales a Rosas, y los “doctrinarios” o “cismáticos”, un sector de la “clase decente” que pretendía
desplazar la influencia del caudillo. A fines de 1833, una movilización popular, conocida como la “revolución de
los restauradores” obligó a renunciar a Balcarce. Lo sustituyó Viamonte, intentando sin éxito un gobierno de
conciliación entre federales y unitarios. Tras el asesinato de Facundo Quiroga, Rosas volvió al gobierno de la
provincia en 1835, aceptando los requerimientos de la Legislatura sólo a condición de que se le otorgara “la
suma del poder público”. Se convocó a un plebiscito donde una abrumadora mayoría ratificó la designación. De
esta manera su segundo periodo de gobierno se inicia en un escenario de concentración de poder en su figura,
lo cual será una característica permanente hasta su caída. Esto último le da a su gobierno un tinte autoritario
que se reforzará a través de la acción represiva sobre opositores (en ocasiones hasta el asesinato por
ahorcamiento o degüello) llevada a cabo muchas veces por agrupaciones adictas como la Sociedad Popular
Restauradora (de donde surge La Mazorca, un grupo parapolicial) y la obligación de portar la divisa punzó, entre
otras medidas de corte dictatorial. Los opositores en algunos casos optaran por el exilio, en otros por el silencio,
pero siempre habrá una oposición interna que urdirá modos de resistencia al rosismo y en ocasiones concluirá
en levantamientos militares para derrocarlo como la llamada sublevación de los estancieros o “libres del sur”
con sede en Chascomús y Dolores en noviembre de 1839 o el intento de invasión de Lavalle en 1840, los cuales
en ambos casos serán reprimidos. La dura represión contra sus oponentes le granjeará el resentimiento de la
elite porteña. Era una dictadura, en el antiguo sentido romano del término: un magistrado electo por el cuerpo
legislativo para mandar como soberano en tiempos peligrosos para la República. Aunque se le otorgaban
atribuciones omnímodas, los otros poderes del Estado provincial siguieron en vigencia: Rosas rendía cuentas a
la Legislatura y manifestó que con respecto a los asuntos de la hacienda pública no había suma de poderes. El
gobierno rosista nunca aceptó la separación del Paraguay (que en el tratado de 1811 con las Provincias Unidas
se comprometía a confederarse con éstas), ni la independencia de la República del Uruguay y entrará en guerra
contra la Confederación peruano-boliviana (37-39), todo esto en un último intento por recomponer a los
antiguos territorios que habían pertenecido al desaparecido Virreinato del Río de la Plata y que estaban por
fuera de las Provincias Unidas. A su vez, Rosas tampoco admitió la apertura irrestricta de los grandes ríos del
litoral a la navegación extranjera. Las agresiones y los bloqueos navales de 1838 y 1845, llevados cabo por las
escuadras de Francia e Inglaterra, buscaban el control de esas vías comerciales, así como impedir que las fuerzas
de Rosas ocuparan Montevideo y reintegraran la provincia oriental a la Confederación argentina. En el marco
de esta última acción imperialista se produce la batalla de Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, y si
bien este combate era imposible de ganar por parte de las fuerzas patriotas debido a las diferencias de fuego,
pasó a la historia como un acto de gran valentía y especialmente, como la defensa de la Soberanía Nacional
frente a la agresión extranjera. Entre 1822 y 1830, un grupo de terratenientes había aprovechado la enfiteusis
de Rivadavia para acaparar enormes extensiones de campos, y pocos pagaron el canon correspondiente. Rosas
liquidó ese sistema y procuró difundir la propiedad de la tierra, favoreciendo principalmente a los estancieros.
Facundo Quiroga se alineó con los federalistas y desde su provincia natal, La Rioja, dominó la escena política del
interior. Aunque entendía que el país necesitaba un gobierno centralizado y fuerte para resolver las disensiones,
Quiroga adhería al movimiento federal como una reacción contra el exclusivismo porteño. En una carta que
envió a su enemigo militar, el General Paz, poco antes de la batalla de Oncativo, el caudillo de los llanos afirmaba
que las aspiraciones de las provincias “no es posible satisfacerlas sino en el sistema de federación”, pues la lucha
entre unitarios y federales era entre “quienes intentan dominar” y los pueblos que “luchan por no ser esclavos”.
Respondiendo a los reclamos de Quiroga de organizar constitucionalmente el país, Rosas le contestó, en la
“Carta de la Hacienda de Figueroa” de diciembre de 1834, exponiendo la idea de postergar ese momento hasta
que las provincias estuvieran en condiciones de consolidar sus instituciones. Esta negativa de Rosas a facilitar la
elaboración de una Constitución Nacional le vale la acusación de centralista porteño encubierto o falso federal
de parte de un sector del federalismo del interior y será uno de los argumentos más fuertes del alzamiento de
Justo José de Urquiza, caudillo entrerriano que había sido su aliado. De modo que recién en 1853 luego de la
caída de Rosas en Caseros (1852) podrá realizarse finalmente una Convención Constituyente.29 Pero el tiempo
en parte le dará la razón al razonamiento de Rosas, ya que luego de la Convención de Santa Fe veremos que se
produce la escisión de Buenos Aires del resto de la Confederación Argentina que habrá de extenderse por una
década y llevará a nuevos conflictos bélicos en el futuro (Cepeda y Pavón).

Rivadavia 1826 – 1827

Hacia 1819 el intento fallido de la sanción de una Constitución centralista que favorecía los intereses de Buenos
Aires provocó la reacción del interior y la correspondiente derrota en Cepeda (1820) de las fuerzas del Directorio,
significando la disolución del Congreso Constituyente y la desaparición del cargo de Director Supremo. A partir
de 1820, con la caída del Directorio y el final del gobierno centralizado, los poderes provinciales autónomos
actuaron en diversos ordenes como verdaderos estados independientes. Cada provincia tendría su propio
gobierno, su sistema de justicia, su ejército y un aparato recaudador de impuestos. Además, habrán dictado su
propia constitución o estatuto de tipo republicano o representativo, promulgado la independencia y soberanía
de cada provincia, asumiendo las atribuciones que habían correspondido al gobierno central. Estaba claro, que
no había consenso sobre la organización política y económica entre Buenos Aires y el interior. Se había
descartado la monarquía parlamentaria como forma de gobierno y se había optado por una República, pero
faltaba definir si la misma sería unitaria, es decir centralizada o federal, con altos índices de participación de las
provincias y mayores grados de autonomías provinciales. Por lo tanto, a partir de 1820 ya el debate doméstico
no pasaba por determinar si se quería una monarquía o una República, sino si esa República sería unitaria o
federal y ello llevaría varias décadas de guerra civil para su definición. En el plano económico el enfrentamiento
entre Buenos Aries y “el interior” da cuenta de los intereses contrapuestos entre la elite del puerto y las
economías regionales. El sistema comercial de monopolio de la corona española, centrado en la extracción de
oro y plata, había beneficiado “de hecho” la profusión de talleres de producción local de bienes de consumo. Al
caer las estructuras coloniales con la Revolución de Mayo desaparecen las barreras cuasi naturales que
privilegiaban la mano de obra local. Desde los primeros años del Triunvirato, el comercio internacional,
mayormente británico, fundamentándose en las ideas “civilizadas” del “libre comercio” impulsó el
levantamiento de las barreras aduaneras. Las economías locales, según tal esquema, debían quedar relegadas a
proveer las materias primas que los centros industriales (es decir, Inglaterra) demandasen. Estas directrices
estuvieron en el polo opuesto de los intereses de los representantes de las provincias que con posteridad se
denominaron federalistas. A partir de ese momento, desaparecido el régimen que las unía, cada una de las
provincias buscó su propio camino, esto significó que muchas de ellas se comenzaron a desarrollar como
provincias autónomas, entre ellas Buenos Aires. Quedó configurado un escenario conformado por pequeñas
unidades políticas independientes entre sí con centros urbanos poblados que promovían su autonomía política
y económica. Pero pese a que hacia 1820 había desaparecido el gobierno central de las Provincias Unidas,
todavía quedaba cierta convicción de lograr la unidad nacional (Romero, 2013). Sin embargo, esta búsqueda de
autonomía política y económica no impidió la conformación de tratados entre las diversas provincias a manera
de regular las relaciones entre ellas, de propiciar un orden y en el futuro poder dictar una constitución. Es así
como se firman un conjunto de acuerdos: el Tratado del Pilar, el Tratado de Benegas y el Tratado del
Cuadrilátero. Tras el tumultuoso año 20 y la caída de las autoridades nacionales, Martín Rodríguez fue
nombrado, en abril de 1821, gobernador titular de Buenos Aires con «facultades extraordinarias sin
límite de duración», «protector de todos los derechos y conservador de todas las garantías», designó
a Bernardino Rivadavia como Ministro de Gobierno, un cargo muy importante equivalente al de un
Primer Ministro actual .De todas maneras el ministro Rivadavia llevó adelante una serie de reformas
que intentaron modificar la estructura del Estado bonaerense y hasta la relación de éste con el poder
eclesiástico.También lanzó una reforma eclesiástica que le traería graves problemas. Suprimió los
fueros eclesiásticos, que permitían a las órdenes monásticas tener sus propias cortes de justicia;
confiscó las propiedades de las órdenes religiosas y creó instituciones que competían en áreas de
poder e influencia que había sido patrimonio de la Iglesia: fundó la Universidad de Buenos Aires, la
Sociedad de beneficencia y el Colegio de Ciencias Morales.Por iniciativa de Rivadavia, el gobierno
contrató en 1824, un empréstito con la firma inglesa Baring Brothers por un millón de Libras.El
empréstito se contrataba con el objetivo de crear pueblos en la frontera con el “indio”, fundar un
Banco, construir una red de agua y un puerto. El dinero del empréstito, por diversas circunstancias,
no se destinó a la construcción de obras públicas como había sido previsto. Se dilapidó en gastos
improductivos. Para 1904, cuando se terminó de pagar el crédito, la Argentina había abonado a la
Casa Baring Brothers la suma de 23.734.766 pesos fuertes.Todas las tierras públicas de la provincia
quedaron hipotecadas como garantía del empréstito. Rivadavia decidió entonces aplicar el sistema de
«enfiteusis» por el cual los productores rurales podrían ocupar y hacer producir las tierras públicas,
no como propietarios sino como arrendatarios.El monto del canon que debían pagar al Estado lo
fijaban los mismos arrendatarios de manera que terminó siendo insignificante.Los grandes
propietarios aprovecharon el sistema de enfiteusis para acaparar enormes extensiones de tierra con
el desembolso mínimo que les permitía la ley.En medio de una prosperidad que iba en aumento, con
sus instituciones reformadas, Buenos Aires, conducida por Rivadavia, no abandonaba sus viejos planes
con relación a la organización del país.Ya a partir de 1823 la Provincia había comenzado a tender los
hilos para reunir un nuevo Congreso cuyo cometido era, fundamentalmente, el de dar una
Constitución al país que permitiera su organización. Se buscaba además apoyo para solucionar el
problema de la Banda Oriental incorporada al Brasil con el nombre de Provincia
Cisplatina.Lentamente, la iniciativa fue prendiendo, y en diciembre de 1824 representantes de todas
las provincias de la época -incluidos los de la Banda Oriental, Misiones y Tarija- comenzaron a sesionar
en Buenos Aires, cuyo gobierno era ejercido por Las Heras.El Congreso tomó diversas medidas, entre
ellas la Ley Fundamental, la Ley de Presidencia y la Ley de Capital del Estado.La Ley Fundamental
promulgada en 1825, daba a las provincias la posibilidad de regirse interinamente por sus propias
instituciones hasta la promulgación de la Constitución, que será ofrecida a su consideración y no
será promulgada ni establecida hasta que haya sido aceptada.Este promisorio comienzo sufrirá sus
primera grietas el 6 de febrero de 1826 con la creación del cargo de Presidente de las Provincias
Unidas del Río de la Plata. Los defensores del proyecto pretendieron utilizar la situación de guerra con
el Brasil, para transformar en permanente el cargo provisorio que había sido delegado en el gobierno
de Buenos Aires.El candidato elegido fue Bernardino Rivadavia, lo que molestó aún más a las
provincias puesto que representaba a la tendencia unitaria.La Ley de Capital del Estado, proyecto
presentado por el nuevo presidente y aprobado de inmediato, le hizo perder a Rivadavia también el
apoyo de los porteños.La ciudad de Buenos Aires quedaba bajo la autoridad nacional, hasta que ésta
organizara una provincia. La provincia había desaparecido, contraviniéndose así lo expresado por la
Ley fundamental de 1825.Se terminó por aprobar en diciembre de 1826 una Constitución que, si no
fuera por su declarado republicanismo, coincide en cuanto a su tendencia centralizadora con la de
1819 y, como aquella, provoca la airada repulsa de los caudillos y los pueblos.Así fracasó este nuevo
intento de organizar al país. Rivadavia renunció en junio de 1827.

Mitre 1862 – 1868

Fue uno de los líderes del Partido Unitario, el cual proponía la hegemonía de la ciudad de Buenos Aires
sobre el resto de las provincias. Fue vencedor en la decisiva batalla de Pavón en 1861 durante las
Guerras civiles argentinas, la cual puso fin a la Confederación Argentina y consolidó la unificación del
país. Con Mitre comenzó la construcción del Estado nacional y las estructuras que lo
acompañan. El gobierno que encabezó fue atravesado por luchas internas y la Guerra de la
Triple Alianza, por lo tanto cumplió su ideario en la medida de lo posible. Los obstáculos que
atravesó su presidencia tenían que ver con la vigencia en las provincias de gobiernos hostiles a la
política de reorganización que pretendía encabezar Buenos Aires. En este marco el poder triunfante
porteño se propone abrir nuevos frentes mediante campañas militares contra las provincias que no
hubieran abrazado todavía la causa de Buenos Aires. El programa que el mitrismo se propuso realizar
en lo inmediato, y que pudo llevar a cabo en parte gracias al entendimiento entre Mitre y Urquiza,
consistió en declarar caducos los poderes nacionales señalando el fin de la Confederación Argentina.
Luego de ello, debía afirmar la vigencia de la Constitución Nacional y finalmente obrar sobre las
provincias para remover los obstáculos que podrían oponerse a la política unificadora y
reorganizadora de Buenos Aires. En la Confederación cada provincia tenía sus propias milicias
llamadas guardias nacionales desde la sanción Constitución de 1853 y en las masas populares que
conformaban esas fuerzas provinciales prevalecía la opinión federal. Debido a ello, los núcleos
oligárquicos del interior, afines al partido mitrista, sólo podían apoderarse de los gobiernos
provinciales si eran respaldados por los ejércitos porteños. La guerra civil había estallado en Uruguay
en abril de 1863, seis meses después de la asunción de Mitre como presidente en Buenos Aires. El
conflicto en Uruguay fue una de las principales causas de la Guerra de la Triple Alianza contra
Paraguay. La invasión fue liderada por Venancio Flores, comandante militar uruguayo que estaba al
servicio de las fuerzas porteñas lideradas por Mitre contra los federales en las provincias argentinas.
El escenario de la contienda en Argentina presentaba recién instaurada la reunificación del país, con
el conflicto oriental haciendo temblar ese débil equilibrio y amenazando desencadenar una nueva
lucha entre las facciones. Desde aquel momento en Buenos Aires y otras ciudades dominadas por la
tendencia liberal, la guerra fue definida en los mismos términos del enfrentamiento que oponía a
liberales y federales, desde el punto de vista liberal. Es decir, como un conflicto entre la civilización, la
libertad y el progreso contra la barbarie, la tiranía y el atraso. A la hora de convocar la adhesión a la
causa bélica en todo el país, el llamado desde los principales órganos de prensa hacía referencia a una
conciencia nacional recién despertada por la agresión paraguaya, que debía convocar un sentimiento
de euforia nacionalista, superador de los antiguos rencores propios del espíritu de partido. La guerra
de la Triple Alianza contra el Paraguay fue un acontecimiento crucial que algunos autores calificaron
como una suerte de “guerra civil sudamericana”. El resultado de esta tremenda contienda En la
Argentina, el conflicto llevó a un punto culminante la lucha del movimiento federal del interior, que
se levantó para frenar la guerra con las banderas de la Unión Americana, pero la defección de Urquiza
le restó las fuerzas del litoral. Tal era la impopularidad de la guerra entre los sectores populares. Al
comienzo del conflicto, Mitre aseguró que volverían triunfantes a Buenos Aires en cuestión de meses.
Confiando en una victoria rápida, comandó personalmente las tropas argentinas y pasó gran parte de
los tres últimos años de su período en los campos de batalla, descuidando las tareas presidenciales.
Pero el fracaso en la conducción militar del propio Mitre sumado a la impopularidad de la guerra
prolongó las acciones durante cinco años, y se convirtió en el conflicto más sangriento de la historia
sudamericana. Para Mitre una victoria liberal significaría el triunfo de los europeos en América en
nombre del progreso. La derrota inclinaría la balanza a favor de los indios y mestizos, la barbarie y el
atraso de los guaraníes, fuertemente despreciados desde la visión mitrista. Otros beneficiarios de la
guerra fueron los comerciantes británicos y los terratenientes bonaerenses y del litoral que hicieron
fortunas vendiendo armas, cueros, carne y caballos a las fuerzas militares de la Triple Alianza. A este
grupo, que en agradecimiento obsequió a Mitre su residencia en el centro de Buenos Aires, se los
apodó “el partido de los proveedores”. Las finanzas de los estados quedaron endeudadas a los
prestamistas extranjeros. Mitre había perdido credibilidad como militar y político, y a pesar de sus
poderosas influencias y sus reiterados intentos posteriores, no pudo volver a ser presidente. El nuevo
presidente, Sarmiento, había sido uno de los instigadores más decididos de la guerra para abatir al
régimen paraguayo.

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