Ética y Responsabilidad en La Crisis
Ética y Responsabilidad en La Crisis
Ética y Responsabilidad en La Crisis
en la crisis
(cómo pensar este tiempo de pandemia)
Colección Libros
Debates, pensadores y problemas socioculturales
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Ética y responsabilidad en la crisis
(cómo pensar este tiempo de pandemia)
Colección Libros
Debates, pensadores y problemas socioculturales
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Ética y responsabilidad en la crisis: cómo pensar este tiempo de pandemia /
Waldo Ansaldi ... [et al.]; compilación de Adriana Boria; Alicia Servetto. - 1a ed.
- Córdoba: Centro de Estudios Avanzados.
Centro de Estudios Avanzados, 2021.
Libro digital, PDF - (Libros - Debates, pensadores y problemas socioculturales)
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Índice
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Prevención, promoción y protocolos: reflexiones éticas
sobre estrategias médicas
Darío Sandrone .............................................................................. 113
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Introducción. Ética y responsabilidad en la crisis
(cómo pensar este tiempo de pandemia)
Adriana Boria
Alicia Servetto
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todo el engranaje multidimensional que alguien llamó «la aldea glo-
bal». Ha habido, como se dice en uno de los trabajos de este libro,
otros contagios y otras pandemias, pero nunca como hoy la exten-
sión y la cantidad de muertes y contagios. Pero pandemia también
hace ostensible la escena de desigualdades e injusticias presentes en
este siglo XXI. También señala un límite: el juego/manipulación de
hombrx y naturaleza. Todos estos sentidos se actualizaron a lo largo
del 2020 y se difundieron, como menciona otro trabajo del libro, en
infinidad de artículos sobre el tema. Allí hubo predicciones y pro-
yecciones diversas, positivas o negativas respecto de los efectos en el
mundo social. Hoy, el término se ha tornado popular y nadie duda
de sus alcances ni de su capacidad de amenaza constante. Por eso tal
vez no sea posible hablar de post pandemia puesto que –más allá de
lo equívoco del concepto– hoy los casos y los contagios siguen. Pero
además el «pos» siempre adquiere un tono no definido y en algunos
casos devaluante por lo repetitivo y temporal: posmodernismo, pos-
feminismo, poscrítica, pospandemia, etc.
Por eso hemos preferido una reflexión cuyo encuadre sea la
crisis y no la pandemia, puesto que esta solo se enmarca en aquella.
El punto de partida de estas breves reflexiones es la sensación
de total agotamiento del sistema mundo, tanto en sus aspectos polí-
ticos y sociales como en su condensación material: el planeta Tierra.
O sea estamos en riesgo de exterminio y no sabemos cómo contro-
lar, evitar este camino sin regreso.
Este diagnóstico que no pretende ser alarmista sino en todo
caso sujetarse a la realidad concreta en la que vivimos, nos permitirá
continuar con esto que llamamos pensamiento crítico y que tal vez
sea hora ya de nombrarlo de otra manera.
Es sabido que una de las principales dificultades del pensar es
la reflexión sobre los problemas y situaciones en la contemporanei-
dad. En ello intervienen diferentes cuestiones, que van desde el tipo
de personalidad y afección respecto de la realidad hasta la percep-
ción o el punto de vista que tengan los involucrados de los fenóme-
nos que suceden en su pasar existencial.
Quizás ello implica un trabajo de distanciamiento sobre la
problemática en cuestión, pero al mismo tiempo nos señala un lími-
te que nos interroga sobre cuáles son nuestras posibilidades de inci-
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dir en este drama que hoy aqueja a la humanidad. Este último punto
es complicado y difícil de responder. Es una vieja polémica que se-
ñala en una situación concreta la moderna figura del intelectual y sus
roles y la importancia o no de su trabajo concreto. La pandemia
cuestiona al escritorio y a la escritura, porque se siente que esa ac-
ción no cambia nada los hechos inmediatos.
Ello explica tal vez esta falta de ganas de escribir y de concen-
trarse que experimentábamos varios de los colegas compañeros en
estos días de pandemia.
Así que parece que esta pandemia ha hecho ostensible, por un
lado, una crisis global que difícilmente pueda esconderse, pueda no
verse, pero también, a aquellxs que desarrollamos un trabajo intelec-
tual nos hace preguntarnos, nuevamente sobre nuestro rol, y sobre
una ética que implica necesariamente un trabajo de responsabilidad.
Por otro lado, las crisis ponen al descubierto aspectos ocultos
de la realidad social, o mecanismos opacos, no visibles, en épocas de
«normalidad». Eso es tal vez uno de los aspectos positivos de la crisis
que revela esos mecanismos que el sistema guarda celosamente.
En este marco, intentábamos algunas preguntas, muchas de
las cuales han sido respondidas en este libro. Otras en cambio que-
darán en suspenso, y servirán para señalar rumbos diversos.
¿Y cuál es nuestra responsabilidad social en estas épocas?
¿Y cómo podemos sentirnos implicados y corresponsables de
situaciones remotas, pero presentes, que afectan la vida de todxs?
Lxs autorxs intentan responder a estas preguntas sin preten-
siones universalistas, pero señalando aspectos centrales de esta etapa
histórica que seguramente será nombrada como un acontecimiento
en el sentido de un cambio de orientación para los seres humanos.
Ansaldi realiza un análisis de un breve tiempo histórico en
donde se condensan sucesos particulares, pero que a la vez suenan
repetidos, a modo de situaciones modélicas, para el entorno latino-
americano. En tiempo de pandemia, Ansaldi descubre aconteceres
políticos que se presentan como un modo de descubrir procesos más
amplios y generales. Su reflexión funciona entonces, a modo de los
panoramas del siglo XIX, como un indicador de que lo político y la
política mantienen su dinámica aún y a pesar del contexto.
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Se podría sintetizar el artículo de Juárez Centeno y Ghiggino
en la siguiente pregunta: ¿cuáles son los cambios en este proceso de
globalización liberal? Desde una perspectiva internacionalista, los
autores proponen, la continuidad –más allá del orden liberal global–
del multilateralismo y la cooperación. Este es el marco desde el cual
analizan los aspectos positivos de las políticas sanitarias en Argentina
actual.
Alejandra Ciriza escenifica la relación entre lo privado y lo
público en el momento de la pandemia. El texto es la expresión de
una pérdida y su proyección en un entorno de dolor y de crisis. Se
borran las líneas que en general dibujan estos espacios como separa-
dos y no coordinados. Esta perspectiva se sitúa (y a la vez es lo que
posibilita este análisis) en el feminismo crítico.
Desde la sociosemiótica y con una exhaustiva consulta de di-
ferentes discursos y géneros discursivos del momento (revistas y pe-
riódicos), Dalmasso sitúa esta multiplicidad de producciones en for-
mas doxológicas persuasivas, propias del ensayo. Esta calificación
deviene en valores críticos, que permite comprender el discurso so-
cial del momento. Constituye un esfuerzo para realizar una analítica
de los discursos contemporáneos.
Por su parte, los especialistas del área de población del CEA
(González, Carbonetti, Ribotta, Moreyra) se reúnen en este artículo
para analizar desde una perspectiva histórico demográfica otras pan-
demias y sus efectos. En particular señalan «la gripe española». Se
interrogan sobre cómo este acontecimiento ha modificado las prác-
ticas cotidianas. Al mismo tiempo se preguntan qué actualidad tiene
ese pasado y cómo actúan las experiencias de pandemias en los sabe-
res contemporáneos.
Desde el área de comunicación del CEA se ha presentado un
trabajo colectivo, lo que permite dibujar una reflexión desde aristas
diversas. Hay una pregunta central en esta reflexión de conjunto:
¿cómo es el tránsito de la ciudadanía en tanto público en el contexto
de la pandemia? Desde allí se derivan interrogantes que intentan
develar el accionar de los medios tradicionales y digitales, señalando
la incertidumbre, pero también la desconexión, y con ella la falta de
derechos de una gran mayoría de la población.
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Desde una perspectiva feminista (con la heterogeneidad que
ella supone, por ello se habla de «feminismos» en plural), Morey
propone un camino de sobrevivencia que implica una trasformación
económica política, un cambio en los paradigmas conceptuales que
tengan en cuenta el cuidado de la naturaleza. Así desarrolla un ecofe-
minismo no esencialista que detenga la destrucción del planeta. Rea-
liza un análisis exhaustivo basado en investigaciones recientes res-
pecto de los efectos de la pandemia en las mujeres y grupos exclui-
dos.
Piñero señala a la pandemia como «un hecho social total de
dimensión global» y subraya el carácter precario del sujeto humano
que se hace ostensible en la época de la pandemia. Recata esta idea
para la teoría política, ahondando en la discusión clásica sobre el
poder del estado. Destaca cómo la pandemia posibilita la apertura
de espacios para que la teoría resignifique su función.
La autora Silvia Servetto aclara que su punto de vista será
«microscópico» tratando de compartir experiencias educativas en este
contexto de pandemia. Describe las diversas competencias relativas
a la virtualidad que los docentes tuvieron que incorporar y la recep-
ción de esta modalidad virtual en estudiantes de la universidad. Ser-
vetto problematiza la trasmisión de conocimiento y la instalación de
las nuevas tecnologías, al preguntarse cuánto cambiarán aquellas las
formas de socialización y de interacción social. En ese sentido señala
posibles pérdidas relativas a la subjetividad, en particular la presen-
cia del otro como experiencia humana central.
Sandrone parte de un texto que parodia la moral de la época
(Erewhon, 1872, S. Butler) pero que señala un proceso que marca a
la modernidad: la ampliación y la legalización del campo de la medi-
cina. Este punto de partida le permite pensar una breve historia de la
medicina proyectándola a la problemática actual de la pandemia 2020,
en especial las tensiones entre lo individual y lo colectivo. El autor
realiza una brevísima genealogía de conceptos de la medicina tales
como el cuerpo, la prevención, los protocolos, etc. Todo ello para
subrayar las relaciones de salud y enfermedad, o sea entre la comple-
jidad de ética y condición humana.
Finalmente, Torres analiza las transformaciones sociales, en
especial la crisis de covid-19 y observa el debilitamiento de los dos
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paradigmas que predominaron en la sociología: el moderno y el pos-
moderno. Según el autor, su caducidad es irreversible y por ello pro-
pone una «revolución paradigmática de la sociología». La alternativa
es la de la sociología regional que haga foco en la política del cambio
social del movimiento latinoamericano. La política entendida aquí
como una teoría del cambio social.
Seguramente estas descripciones han dejado fuera aspectos de
los artículos que unx lectorx avezadx señalará como línea de mayor
de interés o tal vez lamentará su falta de mención. Pero la justifica-
ción de esta visión parcial proviene del mismo género discursivo que
estamos practicando. Es solo una pálida descripción del trabajo de
lxs autorxs, quienes son lxs que poseen todos los méritos.
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Volveré y seré millones abriendo
las grandes alamedas
Waldo Ansaldi
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Volveré y seré millones
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Empero, frente al avance de las derechas, las elecciones de
2019 no dejaban margen de dudas para las clases populares y el bino-
mio Morales-García Linera obtuvo, legítimamente (como se probó
luego) 47% de los votos, superando por el ajustado 10,5% la diferen-
cia que, al no haber superado el 50%, lo habilitaba constitucional-
mente. La burguesía y las derechas, con el apoyo del imperialismo
norteamericano y el vergonzoso accionar del Secretario General de
la OEA, Luis Almagro, un renegado del Frente Amplio uruguayo,
apelaron al procedimiento históricamente preferido: el golpe de Es-
tado. Fracasaron estrepitosamente con la gestión gubernamental co-
rrupta y represora de Jeanine Áñez, con el adicional de un pésimo
manejo de la estrategia de combate al covid-19. Justamente, en esa
batalla se produjo un hecho significativo: la compra, a cuatro veces
su precio de lista, de cien respiradores españoles inservibles para
terapia intensiva. Hubo muchos que tomaron debida nota.
Porque supo crear hegemonía, pese a todos los reparos que
puedan hacerse a su gestión y al abandono de las posiciones más
progresistas cuando no radicales, el MAS logró que la evidente mo-
vilidad social ascendente no ocluyera las conciencias de clase, de
pertenencia étnica y de género. Pero ello debe tomarse con cuidado,
pues es evidente que aquellos que habían ascendido socialmente bajo
el gobierno masista a lo largo de 14 años, descendieron, se reempo-
brecieron abruptamente por efecto del covid-19 y el mal manejo que
de la pandemia hizo la gestión usurpadora de Áñez, y aspiran a recu-
perar posiciones.
Segundo: históricamente, Bolivia se ha caracterizado por te-
ner un Estado débil y una sociedad civil fuerte, relación asimétrica
que se afianzó desde la Guerra del Chaco (1932-1935), clave para
entender la Revolución Nacional de 1952. Dentro de esa fortaleza,
dos «casamatas» han sido decisivas: la Confederación Obrera Boli-
viana (COB) y muy particularmente la Federación Sindical de Traba-
jadores Mineros de Bolivia (FSTMB). No por azar, una patota asesi-
nó a Orlando Gutiérrez, joven dirigente de esta, pocos días después
del triunfo electoral. Según algunos, podría haber sido el ministro de
Trabajo del Gobierno de Arce, pero el dato, incluso siendo cierto,
pierde contundencia frente al significado simbólico del asesinato,
del asesinado y de los asesinos.
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Organizaciones clave de la sociedad civil boliviana lo han sido
nuevamente, en primer lugar las sindicales y las campesinas. Ellas
resistieron y sortearon al menos tres violencias que la usurpación de
derecha les descargó a lo largo de un año: la económica, que golpeó
duramente a las clases populares (unos 3200000 de bolivianas y bo-
livianos no tenían recursos suficientes para reproducir la vida mate-
rial); la material o física, ejercida por la policía y el Ejército, como
en los casos de Sacaba y Senkata, y la simbólica, dentro de la cual la
más agresiva fue la quema de la wiphala. El sociólogo Julio Córdova
Villazón añade una cuarta: la electoral, expresada en el escamoteo del
triunfo del MAS en las elecciones de 2019.
Tercero: la burguesía y sus expresiones políticas de derecha
han sido vencidas electoralmente, pero conservan harto poder eco-
nómico, cultural (impregnado del tradicional racismo de las clases
dominantes del país) y uno político no desdeñable en el Oriente,
donde se ha hecho fuerte Luis Fernando Camacho, un fundamenta-
lista religioso que jugó un papel clave en el golpe de Estado. Líder en
el departamento de Santa Cruz de la Sierra, se postuló para presiden-
te, obteniendo solo 14 % de los votos a nivel nacional, pero claro
ganador en su departamento, único presidenciable de las derechas
con poder territorial y un político decidido a seguir dando batalla
contra las clases populares. Convendría no subestimarlo. Ya dio
muestras de lo que está dispuesto a hacer.
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Constituyente integrada exclusivamente por el voto de la ciudadanía.
Ese demoledor resultado –derrota fenomenal de la derecha– ha gene-
rado exultantes comentarios y manifestaciones, celebración mereci-
da, sin duda, pero que conviene matizar (y no poco). Más significa-
tivo que los guarismos del triunfo democrático-popular es el nivel de
participación ciudadana.
Por la ley 20.568, de enero de 2012, el voto dejó de ser obli-
gatorio y pasó a ser optativo. Desde entonces, los niveles de absten-
ción han sido elevados (alrededor del 50 %). En el plebiscito recien-
te, la participación ascendió a casi el 51%, la más alta desde aquella
ley. Aunque se la ha argüido, la pandemia del covid no es responsa-
ble de la inasistencia del 49%. Tampoco los Carabineros en las calles
por disposición gubernamental. En las elecciones de 2017, la partici-
pación llegó al 47 % en la primera vuelta y al 49 % en la segunda
(exactamente a la inversa del 25 de octubre). Convengamos que no
hay mucha diferencia. Se ha alegado, con razón, que tan elevado
nivel de abstenciones en sucesivas elecciones da cuenta del rechazo a
la política o, al menos, a una forma de hacer política y a los propios
partidos tal como hoy existen y actúan. Un éxito del llamado neolibe-
ralismo fue licuar la condición de ciudadano en la de mero elector y
más puntualmente en la de elector abstencionista. Las derechas, los
neoliberales y similares odian la política y prefieren la «meritocra-
cia». La odian porque, para decirlo una vez más, ella es un ámbito de
libertad por excelencia: la de elegir seguir viviendo como vivimos, o
cambiar las condiciones de vida. El abstencionismo a menudo solo
es dejar las cosas como están, cualquiera sea la excusa o el «argumen-
to» para justificarlo.
Los resultados del plebiscito permiten algunas primeras con-
clusiones significativas. La primera es el contenido de clase de la
votación. Chile tiene 346 comunas: el Rechazo ganó en solo 5, pero
estas lo dicen todo: Vitacura, Las Condes, Lo Barnechea, Antártida
y Colchane. Las tres primeras corresponden a Santiago y son el locus
de burgueses y ricos; la Antártida es una base militar, pero para
quebradero de cabeza de nuestros colegas trasandinos, en la comuna
de Colchane, en Tarapacá, mayoritariamente aymara, el Rechazo fue
abrumador, llegando ¡al 74 %! En las comunas predominantemente
obreras, el porcentaje de Apruebo osciló entre 80 y 90. No extraña
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en las regiones del norte, con su larga historia sindical y política
(¡cómo olvidar Santa María de Iquique!). Sorprendió Chiloé, tradi-
cionalmente de derecha, votando Apruebo. Un dato relevante es el
acrecentamiento de la combatividad obrera, acentuada desde 2019,
año en el que las huelgas se incrementaron 68 % respecto de las de
2018.
La segunda conclusión es que el resultado es una consecuen-
cia de las movilizaciones populares de 2019, particularmente, dentro
de ellas, la de los jóvenes y la de la clase obrera, con su rica y larga
historia combativa. Las lolas (diferente significado que en Argenti-
na) y los lolos, como llaman a les adolescentes –los pingüinos– se
rebelaron en 2006 contra el sistema educativo pergeñado por la dic-
tadura (Ley Orgánica Constitucional de Educación), rebeldía reavi-
vada en 2011 con la lucha en favor de «una educación pública, libre
y gratuita». En 2017 surgió el movimiento No Más AFP (los fondos
privados de pensión, que sirvieron de modelo al menemismo en la
Argentina de los 90), en 2018, la Rebelión Feminista contra el pa-
triarcado. En 2019, dentro de las masivas movilizaciones de ese año
–particularmente la muy decisiva del 18 de octubre–, se produjo el
ya señalado repunte de las luchas obreras. Aunque de incidencia tal
vez menor, no deben olvidarse las protestas ambientalistas contra
mega proyectos energéticos, ni las reivindicaciones de algunas regio-
nes del país frente al tradicional centralismo del mismo. No son
datos menores, pues es sabido que cuando una protesta social inter-
pela, demanda al Estado, ella se torna política.
La tercera conclusión significativa es la incógnita del qué ha-
cer. El proceso que culminará con la sanción de una nueva Constitu-
ción Política del Estado chileno es largo. Lo ha sido hasta aquí y
continuará siéndolo hasta su conclusión formal. He aquí sus hitos.
Los pasados son: 15 de noviembre de 2019: Acuerdo por la Paz y la
Nueva Constitución. 24 de diciembre de 2019: reforma constitu-
cional que modifica la Constitución vigente para incorporar el itine-
rario y reglas del proceso constituyente. 29 de marzo de 2020: el
presidente convoca, vía decreto, al plebiscito a realizarse el 25 de
octubre de 2020. Este día, como se ha dicho, se decidió aprobar la
propuesta de nueva Constitución y el órgano encargado de redactar-
la. Los futuros son: 11 de abril de 2021: elección de convencionales
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constituyentes;mayo o junio de 2021: instalación de la Convención
Constituyente, cuyo plazo para aprobar el nuevo texto puede llegar a
9 meses, pasibles de extenderse hasta 12;aproximadamente 60 días
después (agosto de 2022): plebiscito para aprobar o rechazar la nue-
va Constitución. Es decir, alrededor de 21 meses, casi dos años.
Otro dato no menor. En el ínterin, el 21 de noviembre de 2021 se
realizarán las elecciones presidenciales.
Conforme el resultado de octubre, el 11 de abril de 2021 se
decidirá la composición de la Asamblea Constituyente, por primera
vez igualitaria en cuanto a género y con representación de los pue-
blos originarios.Al menos, sí tiene aprobación la resolución de la
correspondiente Comisión del Senado que, a instancias de la oposi-
ción, dispone adicionar, a los 155 originalmente previstos, 24 con-
vencionales (con paridad de género) representantes de los pueblos
originarios, conforme la proporción censal de la población, de don-
de 14 de ellos deberían ser mapuches, distribuyéndose el resto entre
aymaras, rapa nui, kawésqar, yagán, quechua, kolla, atacameña y
diaguita. Otro escaño será para un afrodescendiente.
Ahora bien, y esto es lo más importante de la tercera conclu-
sión, en lo que vendrá sabremos si el resultado de octubre puede
convertirse en un movimiento orgánico o ser solo un acontecimien-
to accidental. Una nueva Constitución, por democrática y de avanza-
da que sea, no será la panacea. Las Constituciones son como los
planos de los arquitectos: diseñan lo que se quiere construir, pero, a
diferencia de estos, el resultado no es necesariamente el mismo. Cla-
ro, una Constitución democrática (y hay que discutir qué se entien-
de por tal) es preferible a una totalitaria o incluso solo autoritaria,
pero no es un demiurgo. En el mejor de los casos, cambia la forma
del Estado, pero importa más si ella da cuenta, o no, de cambios
reales, efectivos en la matriz societal.
Se ha abierto un tiempo de confrontación. El resultado de
octubre es para celebrar, pero lo importante está por venir y ahí está
la cuestión principal para las clases subalternas, para las clases popu-
lares, para las fuerzas y los proyectos transformadores. La derecha
burguesa chilena, históricamente fuerte, fue derrotada en el plebisci-
to, pero no debe olvidarse que retuvo un 21-22 % de apoyos electo-
rales sólidos (digamos, la derecha más dura), que se suman a más o
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menos otros tantos que esta vez votaron por la reforma de la Consti-
tución, pero que siguen pensando un país para pocos. Desde la caída
de la dictadura, las posiciones de la derecha no han sido menores al
40 % en términos electorales. No es una cifra para desestimar. Más
importante es tener presente el poder que detenta en los planos eco-
nómico, político, financiero, militar y de los medios de comunica-
ción. Cuando Sebastián Piñera, expresó, al comentar el resultado
que le fue adverso, que «la Constitución nunca parte de cero, porque
representa el encuentro de las generaciones», estaba diciendo que
harán todo cuanto les sea posible para impedir una auténtica trans-
formación en la organización política –no en la social– del país. Pi-
nochet está muerto, pero sus ideas siguen gozando de muy buena
salud.
A diferencia de Bolivia, la organización y la fortaleza políticas
de las fuerzas populares, particularmente las de izquierda, que pare-
cen renacer, son hoy débiles o, en el mejor de los casos, no suficien-
temente sólidas. Construir una y otra no será fácil. Es deseable y,
sobre todo, esperable, que les dé la talla.
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1956, fue designado en reemplazo de Vizcarra, mientras en las calles
crecían y ganaban fuerza las movilizaciones contra el «golpe institu-
cional» –mas no en favor del mandatario depuesto–, demandando
convocatoria a elecciones y a un proceso constituyente para reem-
plazar la Constitución de 1993, bajo el gobierno neoliberal de Alber-
to Fujimori. Las protestas continuaron durante varios días, siendo
brutalmente reprimidas, de donde el saldo de dos jóvenes (24 y 22
años) asesinados, 94 heridos (de los cuales 63 fueron hospitalizados),
detenciones arbitrarias, desaparición de 42 personas y agresiones a
periodistas nacionales y extranjeros, todo por acción de la Policía
Nacional del Perú (PNP). La imagen de dos muchachas marchando
en una de las movilizaciones con las tetas al aire y pintadas en sus
torsos las leyendas «PNP tortura» y «PNP violadora» en gruesas y
negras letras mayúsculas es de una elocuencia simbólica notable, tan-
to del empoderamiento de las mujeres cuanto de los jóvenes en la
coyuntura.
El 15, esas manifestaciones callejeras y la presión de grupos
de interés llevaron, tras un frustrado intento de designar Presidenta
de la República a Verónika Mendoza –del movimiento Nuevo Perú,
candidata a ese máximo cargo por la coalición Frente Amplio en las
elecciones de 2016 y nuevamente, por la reciente del Frente Político
Juntos por el Cambio para las de abril de 2021– a la renuncia de
Merino y a su reemplazo por Francisco Rafael Sagasti, un ingeniero
industrial de 76 años, parlamentario por el Partido Morado, una
novel organización política (2017) que se autodenomina «centro re-
publicano radical» (¡sic!). En 1996 Sagasti fue una de las personas que
se encontraban en la embajada de Japón cuando esta fue tomada por
un comando del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).
Cuando se terminan de escribir estas líneas, está formando su gabi-
nete.
Toda coyuntura, para decirlo una vez más, solo se explica en la
mediana y en la larga duración, a la que no es ajeno el coeficiente
histórico de una sociedad. La peruana está fragmentada, histórica-
mente, en tres grandes regiones la Costa (dominante), la Sierra (las
montañas andinas, locus del sistema de haciendas) y la Selva amazó-
nica (área de extractivismo minero y petrolero, vendida en más de
70 % a empresas multinacionales). En esas regiones, usualmente
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ocupadas militarmente, los pueblos originarios son objeto de siste-
máticas persecuciones, acentuadas bajo el gobierno de Vizcarra apro-
vechando la pandemia del covid-19.
En la mediana duración –unos 30 años, en este caso–, la ac-
tual crisis política encuentra claves explicativas desplegadas a partir
del autogolpe de Alberto Fujimori en 1992 y el consiguiente ejerci-
cio del poder de manera abusiva, incluyendo altos niveles de corrup-
ción y la persistencia del terrorismo de Estado, a cuya cabeza se
encontraba Vladimiro Ilich Lenin Montesinos Torres, jefe del Servi-
cio de Inteligencia Nacional, Consejero de Seguridad del Gobierno
y principal asesor presidencial entre 1990 y 2000. Fue pieza funda-
mental en la ejecución del terrorismo de Estado en la lucha contra
Sendero Luminoso y el MRTA. Va de suyo que su posicionamiento
político fue la negación absoluta del significado de los nombres que
le pusieron sus padres.
En 1993, la dictadura fujimorista promulgó una nueva Cons-
titución, hecha a la medida de las políticas del Consenso de Was-
hington, permisiva del saqueo de los recursos naturales y atentatoria
de los derechos. En noviembre de 2000, en un contexto de escánda-
los de corrupción que involucraban a funcionarios de su gobierno y
encontrándose de gira en Japón (país del cual tiene nacionalidad)
envió su renuncia, la cual fue rechazada por el Congreso que, en
cambio, lo destituyó bajo el cargo de «incapacidad moral». En no-
viembre de 2005 fue detenido en Chile y extraditado a Perú en sep-
tiembre de 2007, siendo condenado por una serie de delitos que le
fueron imputados –entre ellos el de responsabilidad intelectual en el
asesinato con alevosía, secuestro agravado y lesiones graves en las
matanzas de Barrios Altos (1991) y La Cantuta (1992), crímenes
ejecutados por el llamado Grupo Colina, un escuadrón del Ejército–
con suma de penas de presión. El presidente Pedro Pablo Kucynski
lo indultó en diciembre de 2017, pero en octubre de 2018 el Poder
Judicial ordenó al presidente Vizcarra anular dicho indulto, por lo
cual volvió a prisión. No obstante, el movimiento político que inspi-
ró, el llamado fujimorismo, continúa siendo una fuerza política im-
portante bajo la conducción de la hija del dictador, Keiko, jefa de
Fuerza Popular, el último nombre de esa agrupación política de dere-
cha autoritaria.
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Tras la deposición de Fujimori, Perú vivió una secuencia de
presidentes que debieron enfrentar cargos por hechos de corrup-
ción, a pesar de la complacencia del sistema judicial: Alejandro Tole-
do (2001-2005, actualmente en libertad bajo fianza en Estados Uni-
dos), Alan García (2006-2011, suicidado en abril de 2019 cuando
iba a ser detenido por vinculaciones con el denominado caso Ode-
brecht), Ollanta Humala (2022-2016, detenido preventivamente en
2017 acusado de lavado de activos en detrimento del Estado y de
asociación ilícita para delinquir en el Caso Lava Jato: actualmente
está siendo investigado bajo comparecencia restringida), Pedro Pa-
blo Kuczynski (2016-marzo 2018, fecha ésta en la que renunció acu-
sado de corrupción, actualmente en espera de juzgamiento). Martín
Vizcarra, su sucesor, asumió el cargo proclamando su intención de
luchar contra la corrupción, aunque terminó envuelto en acusacio-
nes de practicarla. Es un dato relevante: en todos los países, las fuer-
zas de derecha acusan a sus oponentes, sobre todo si están ejercien-
do el gobierno y son más o menos «progresistas», de corruptas, acu-
saciones que a veces tienen algún componente de verdad, pero que
todas las veces terminan siendo práctica de esas derechas, a menudo
más intensamente.
Vizcarra gobernó desde el comienzo de su gestión en favor del
gran capital. La pandemia del covid-19 le vino como anillo al dedo
para llevar adelante una política aún más favorable al mismo y más
brutalmente antipopular, como lo prueban las medidas tomadas para
satisfacer las demandas de la Confederación Nacional de Institucio-
nes Empresariales Privadas (CONFIEP), una organización de la gran
burguesía creada en 1984, destinando a ella el 70 % de la ayuda
gubernamental, autorizando la suspensión sin pago de sueldos de
trabajadores, a los cuales, por añadidura, se les recortó el derecho a
destajo (se paga según lo producido, no según las horas trabajadas).
Todo ello mientras se disparaban el desempleo y las muertes por
covid-19. Acotación al margen, pero significativa: en 2019 la CON-
FIEP estuvo involucrada, junto a Fuerza Popular en un controversial
caso de aporte económico por más de 3 millones de dólares para
apoyar la campaña electoral de Keiko Fujimori.
Adicionalmente, y ello explica el accionar policial, Vizcarra
dispuso en abril pasado, con el «argumento» de la «paz social» y la
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posibilidad de rebeldía popular, garantías de impunidad policial por
el uso en servicio de armas de fuego en ocasión de «disturbios».
Ergo: la policía reprimió como lo hizo porque una disposición presi-
dencial le autorizaba hacerlo. Todo eso bajo la vigencia del estado de
excepción, la militarización del país y la suspensión de las garantías
constitucionales so pretexto de combatir a la pandemia. El decreto
del Estado de Emergencia y cuarentena a nivel nacional, dado a co-
nocer el 15 de marzo, y el toque de queda dispuesto tres días después
obraron en esa dirección.
La política sanitaria llevada adelante por el gobierno de Vizca-
rra fue un fracaso monumental. El sistema hospitalario colapsó y las
cifras de afectados son aterradoras. Perú tiene una población de
32.625.948. Al 31 de octubre, según el Ministerio de Salud, se ha-
bían registrado 902.503 casos, con 34.474 fallecidos, esto es, 27,66
casos por cada 1.000 habitantes y un índice de letalidad de 3,8 %.
Pero según las cifras de las Direcciones y Gerencias Regionales de
Salud, los casos eran 1.414.762, las muertes, 45.894, 4.339 casos
por mil habitantes y un índice de letalidad de 3,24 %. Incluso to-
mando las cifras menores, el impacto ha sido, es, terrible.
La apretadísima síntesis precedente explica la más que justifi-
cada demanda «¡Que se vayan todos!». Un ejercicio comparativo,
que no podemos realizar aquí, pondría de manifiesto que tiene ma-
yor fundamento y causa que en Argentina 2001 y Ecuador 2005.
Extraña sí, y será necesario explicarlo, que haya demorado tanto en
ser formulada.
Está claro que la crisis peruana se suelda, como en todas par-
tes, con la crisis mundial del capitalismo potenciada por la pande-
mia, pero le añade un proceso treintañal de degradación de la políti-
ca, que no es un fenómeno exclusivamente peruano y remite, para
decirlo otra vez, a la concepción neoliberal de negar –bajo la expre-
sión antipolítica– la función liberadora que potencialmente tiene la
política. Por cierto, los partidos no han hecho mucho, cuando lo han
hecho, para devolverle a la política su grandeza y su dignidad.
Es claro que Perú vive una crisis de Estado, que las moviliza-
ciones, espontáneas y masivas, se iniciaron contra el golpe de Estado
parlamentario, no en defensa del presidente destituido, y por los
derechos democráticos, y que en ellas el protagonismo fundamental
26
ha sido el de la juventud, que en menos de una semana alteraron el
orden político de una manera todavía difícil de mensurar y cuya
resolución dependerá de muchos factores, entre los cuales la organi-
zación de las clases populares no es el menor. También en Perú, la
protesta social devino política al interpelar al Estado. La resolución
política dependerá, en buena medida, de si dichas clases construyen
la organización capaz de liderar el proceso. La demanda de convoca-
toria a una Asamblea Constituyente que derogue la Carta fujimoris-
ta de 1993 y promulgue una que dé cuenta de las demandas demo-
cráticas y elimine las casamatas neoliberales, puede encauzar el pro-
ceso, pero siempre y cuando se tenga claro que la letra de una Cons-
titución no alcanza, menos aun no existiendo una situación pre revo-
lucionaria como en la Rusia zarista de 1917. En Perú, como en Chi-
le, las fuerzas populares deberían estar atentas y vigilantes, pues tam-
bién en el país andino la burguesía y sus expresiones políticas de
derecha son fuertes y no van a resignar sus privilegios fácilmente
ante las demandas de lo que la esposa de Sebastián Piñera calificó de
alienígenas.
La «generación del bicentenario» o, si se prefiere, los jóvenes
de la generación Z o posmilénica o centúrica (centennial), autocon-
vocados, salieron a las calles enarbolando su indignación ante tanta
corrupción, ante la captura del Estado por una clase rapaz y por ende
ausencia de democracia participativa y contra la represión. Lo hicie-
ron utilizando algunas de las nuevas formas de hacer política: empleo
de los celulares, convocatoria a través de las redes sociales, utiliza-
ción de aplicaciones como Instagram, TikTok, Twitter, WhatsApp.
Pero también, por ejemplo, organizando brigadas para dar atención
médica a los heridos y legal a los detenidos. Las cámaras de los
celulares permitieron registrar visualmente tanto las manifestaciones
como la represión y se viralizaron en vivo y directo unas y otra. Para
algunos analistas, como Omar Coronel, un científico social de la
Pontificia Universidad Católica, se trata de «la campaña de protesta
más grande en la historia del Perú». No estuvieron solos: la mayoría
de la población, parte de la cual –especialmente de la clase de ingre-
sos medios– se sumó a las movilizaciones y/o las apoyan. Una en-
cuesta de Ipsos le atribuye un 86 % de adhesión.
27
Brasileñes: no sean maricas
28
nor: 6.700 militares activos o retirados y policías se postularon como
candidatos.
El nivel de abstención fue considerable: 23 % en la primera
vuelta, 29,5 % en la segunda, con picos muy altos en las ciudades
más importantes, tales como en la segunda vuelta en Río de Janeiro
(35,5 %) y São Paulo (31 %). En los comicios de 2014, 2016 y 2018,
en los que no había pandemia, la abstención a nivel nacional estuvo
alrededor del 21 %, de manera que allí el impacto de la pandemia
parece haber sido menor de lo supuesto, no así en ciudades como las
citadas, que tienen, efectivamente, números elevados de contagios,
los que explican el elevado abstencionismo, el mayor históricamen-
te.
Un indicador de la importancia de la abstención ha sido los
casos carioca y paulista. En Río de Janeiro, el vencedor, Eduardo
Paes, de derecha, fue superado en la segunda vuelta por el número de
electores que no fueron a votar, mientras su oponente, el pastor evan-
gélico bolsonarista Marcelo Crivella, obtuvo casi la mitad de la abs-
tención. Un dato significativo, que puede explicar la magnitud de
esta, es que uno y otro de dichos candidatos están señalados como
partícipes de hechos de corrupción. En São Paulo, Bruno Covas, de
derecha, reelegido como alcalde, venció a la abstención, pero esta
superó al candidato oponente, Guilherme Boulos, del nuevo Partido
de izquierda Socialismo y Libertad (PSOL).
En apretadísima síntesis: la derecha moderada –lo que en Bra-
sil llaman centrão– ha sido la gran vencedora; la extrema derecha
bolsonarista (y Jair Bolsonaro en primer lugar), la gran derrotada; la
izquierda, en declive respecto del pasado cercano, tuvo altibajos,
siendo notable la caída del PT, quizás compensable con las expectati-
vas que abre el PSOL.
Para algunos, la burguesía brasileña ya no necesita a Bolsona-
ro. Es una posibilidad, pero lo que puede llamarse bolsonarismo está
lejos de una situación de debilidad. En opinión de João Paulo Rodri-
gues, miembro de la Coordinación Nacional del Movimiento de
Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), no se puede subestimar la
fuerza del bolsonarismo, oculto en los otros partidos derechistas. A
su juicio, «no se puede subestimar la fuerza del bolsonarismo. Las
elecciones demostraron la fuerza del agronegocio en las candidaturas
29
del centro-oeste de Brasil, incluso en los partidos de centro, pero con
un discurso bolsonarista. Hasta 2022, vamos a ver una migración de
Bolsonaro hacia los partidos del centrão, su reserva política para lle-
gar a un segundo mandato y agredirnos».
Rodrigues fue incisivo en sus declaraciones: «En el contexto
de la pandemia, la gente quiere solucionar el problema del hambre y
del desempleo. Veo que la izquierda metida en su burbuja de la agen-
da contra Bolsonaro no logró dialogar acerca de los problemas cen-
trales para el pueblo brasileño». A su juicio, «el debate de un frente
amplio [de izquierdas] no puede ocurrir sólo en la segunda vuelta.
Donde hubo unidad en la primera vuelta, llegamos con más fuerza
en la recta final».
A las 11.58 p.m. del 15 de noviembre, Jair Bolsonaro tuiteó
desde su iPhone: «A esquerda sofreu uma histórica derrota nessas eleições,
numa clara sinalização de que a onda conservadora chegou em 2018
para ficar. Para 2022 a certeza de que, nas urnas, consolidaremos nossa
democracia com um sistema eleitoral aperfeiçoado. DEUS, PÁTRIA e
FAMÍLIA». Mirando para otro lado, Bolsonaro no dijo nada de su
monumental derrota.
30
país (25 % superior al de 2020), no atiende de manera suficiente los
gastos en salud, educación, combate a la pobreza y desnutrición in-
fantil, priorizando las partidas destinadas a infraestructura con el
sector privado. No pocos analistas habían señalado antes que el mis-
mo agudizará los problemas de una población golpeada por la pérdi-
da de empleos generada por la pandemia».
Según El Periódico, «los 18.000 millones de dólares contem-
plados en los gastos del 2021 están destinados especialmente a finan-
ciar el aparato estatal y emprendimientos con el sector privado. El
presupuesto no contempla, sin embargo, mejoras para el sistema
sanitario ni educativo. Tampoco dedica esfuerzo económico a miti-
gar los efectos de una desnutrición infantil que azota al 50 % de los
niños menores de cinco años».
Por añadidura, el presupuesto aprobado no establece meca-
nismos de control del uso correcto de los recursos, un dato no me-
nor en un país donde la corrupción está arraigada, y privilegia a
ministerios que, como los de Comunicaciones, Infraestructura y
Vivienda, han recibido denuncias por manejos irregulares de los fon-
dos asignados, es decir, sospecha de hechos de corrupción.
Dos de las objeciones de los manifestantes apuntaban al re-
corte de los fondos para atender a los enfermos de covid-19 y a las
agencias de derechos humanos. Por añadidura, el Congreso votó asig-
nar alrededor de 65000 dólares para comidas de los diputados, al
mismo tiempo que recortó 25 millones de dólares para combatir la
desnutrición, justo cuando el huracán Iota llegaba al país causando
enormes destrozos, entre los cuales inundaciones, deslizamientos de
tierras (algunos de los cuales causaron la muerte de 100 indígenas),
bloqueos de los caminos, caída de árboles, destrucción de cultivos,
corte del suministro de energía eléctrica, incomunicación y desabas-
tecimiento alimentario en las comunidades pobres, ya golpeadas, dos
semanas antes, por el precedente huracán Eta, ambos con la secuela
de muertos y desaparecidos. Iota (categoría 5) y Eta han sido los dos
huracanes atlánticos más fuertes de todo 2020.
El impacto de ambos huracanes ha sido aún mayor por el
covid-19, la carencia de medicamentos en los hospitales, el no pago
de los salarios de los médicos, el incremento del desempleo y la
inflación (sobre todo en alimentos).
31
En Guatemala, la pandemia registraba, al 29 de noviembre,
según las cifras del Ministerio de Salud, 125.352 contagiados y 4.239
muertos. Si bien el Congreso aprobó en su momento partidas para
atender la pandemia superiores a 3.800.000.000 de dólares, se esti-
ma que apenas el 15 % llegó a quienes necesitaban atención. Se
comprende la obviedad de la sospecha de corrupción, o bien de in-
capacidad de administrarla, si no ambas.
Guatemala es un país con una población estimada en
17.263.000 personas, de las cuales el 60 % vive en la pobreza, sien-
do la desnutrición de los menores de cinco años del orden del 50 %.
La combinación de altos niveles de pobreza, indigencia y ausencia
estatal en la atención de los derechos básicos (salud, educación, em-
pleo digno, seguridad) es letal.
Se registra un importante nivel de violencia sexual contra
mujeres y niñas, parte de la cual se expresa bajo la forma de prosti-
tución juvenil (se estima en unas 15.000 las menores que la ejercen).
Un dato desactualizado, pero no carente de valor, fue el dado a cono-
cer en 2009 por la Asociación para la Eliminación de la Prostitu-
ción, Pornografía y Tráfico Sexual de Niños, Niñas y Adolescentes:
70 % de las mujeres en prostíbulos tenía entre 13 y 25 años de edad.
La lucha contra la guerrilla llevada adelante por el Ejército en
el período de la dictadura institucional de las Fuerzas Armadas y el
terrorismo de Estado, el más brutal del continente, incluyó un fuerte
componente de violencia sexual. Así, por ejemplo, entre 1982 y 1986
15 mujeres de la etnia Q’eqchi fueron convertidas por los militares
en esclavas sexuales y obligadas a tener sexo con cinco soldados dia-
riamente.
Étnicamente, la sociedad guatemalteca está conformada, se-
gún el Instituto Nacional de Estadística, por los siguientes porcenta-
jes: mestizos, 40; indígenas, 40; blancos, 18; garífunas, 2. La lengua
oficial es el castellano, pero el país es multilingüe, pues existen 22
lenguas mayas habladas por un alto porcentaje de la población. Los
Acuerdos de Paz firmados en diciembre de 1996 establecieron la
traducción de documentos oficiales y los insumos para las votacio-
nes a varias lenguas mayas.
Lo precedente es una parte del contexto en el cual se desarro-
llaron las movilizaciones de noviembre, tanto en la capital, Ciudad
32
de Guatemala, como en otras del país. Las mismas fueron encabeza-
das, como en Chile y Perú, por jóvenes, mayoritariamente de la
Asociación de Estudiantes Universitarios, de la Universidad de San
Carlos. Salieron a las calles con la bandera nacional y pancartas que
pedían»No más corrupción», «Fuera Giammattei» y proclamaban,
como en Perú, «Se metieron con la generación equivocada». Le re-
clamaban también al presidente que vetara la ley de presupuesto 2021
y solicitaban la renuncia de 125 de los 160 legisladores, al tiempo
que miles de carteles reclamaban una Asamblea Constituyente.
La tarde del sábado 21 hubo, dentro de una gran movilización
y protesta masiva y pacífica, un incidente no del todo claro (al menos
al cierre de este artículo). Un número indeterminado de personas,
vestidas de negro, encapuchadas y portando palos, rompió ventanas
del edificio del Congreso y arrojó elementos incendiarios ante la
presencia de policías uniformados, que solo comenzaron a actuar
cuando el incendio ya estaba declarado. Para algunos, se trató de una
típica acción policial: provocar destrozos y acciones violentas para
deslegitimar la protesta. Si ello fue así, es obvio que se sospeche que
el propio gobierno estuvo detrás.
El vicepresidente Guillermo Castillo señaló posteriormente sus
dudas sobre «el incendio y lo sucedido a su alrededor», según infor-
mó la prensa, y reclamó una «investigación seria» para esclarecer el
hecho, tanto como el «uso excesivo de la fuerza» empleada por la
policía para reprimir a los manifestantes pacíficos, no a los incendia-
rios. Él y Giammattei– un ultraconservador, ex jefe del servicio peni-
tenciario y acérrimo defensor de la pena de muerte– asumieron en
enero pasado, y las manifestaciones abrieron una brecha entre am-
bos, sobre todo cuando Castillo ofreció su renuncia, a condición de
que también la presentara el presidente. Al cierre de este artículo (30
de noviembre), no estaba claro qué ocurrirá con ese distanciamien-
to.
El presidente, por su parte, prefirió enfatizar la defensa de la
propiedad pública y privada, la que no debe ser «objeto de vandalis-
mo». Por cierto, nada original. Para defender la propiedad privada,
además de apelar a la brutalidad de la violencia policial, se ha crimi-
nalizado a defensoras y defensores de derechos humanos en las co-
33
munidades indígenas y rurales, y obstaculizado, para decir lo menos,
el trabajo de periodistas y comunicadores.
Por otra parte, Giammattei ha pedido la intervención de la
Organización de Estados Americanos para establecer un diálogo y
abrir una negociación inclusiva que lleve a un entendimiento de la
sociedad. En principio, Castillo se opuso a la misma.
34
las mujeres y de los jóvenes, y en cierta medida también el de los
pueblos originarios (no solo en Bolivia), aun cuando el machismo en
política sigue siendo dominante, especialmente en Brasil, donde es
difícil ser mujer y política. 3) Nuevos liderazgos parecen proyectarse
en el corto plazo; cuatro de ellos son femeninos: Verónica Mendoza
(nacida en 1980) en Perú, Manuel d’Avila (1981) y Marília Arraes
(1984) en Brasil, y Beatriz Sánchez (la mayor, 1970), en Chile. Entre
los varones, Guilherme Boulos (1982), la esperanza de buena parte
de la izquierda brasileña, así como Daniel Jadue (1967) en Chile.
35
36
Pandemias de ayer y hoy.
Reflexiones histórico-demográficas
Cecilia Moreyra
Leandro M. González
Adrián Carbonetti
Bruno Ribotta
Interpelaciones
37
La actual coyuntura epidemiológica también produjo y pro-
duce experiencias duales y superpuestas. Si por un lado vemos as-
cender con celeridad el número de contagiados y fallecidos en el
mundo a la par que crece una incertidumbre generalizada, por otro,
la experiencia del «encierro» (Aislamiento Social Preventivo y Obli-
gatorio) propuso un tiempo pausado, en suspenso, donde muchas
actividades del cotidiano quedaron detenidas, adquiriendo el propio
espacio doméstico nuevos sentidos que tensionaron las fronteras entre
lo público y lo privado, entre el trabajo y la casa. Tales vivencias
disparan multiplicidad de reflexiones que siguen diversos derroteros
y procuran interpelar las propias lecturas y escrituras, así como las
prácticas de lo colectivo y las políticas públicas. Muchos interrogan-
tes se orientan a atender lo urgente, o bien a plantear hipótesis sobre
lo por venir, ya fuera éste un futuro próximo o lejano. Entre lo inme-
diato, lo que apremia, ya se sabe, está lo vinculado a políticas sanita-
rias; a las medidas más o menos restrictivas respecto a la movilidad
de los cuerpos y las cosas; al impacto económico y material que este
escenario comporta para familias y pequeños negocios y a la forma
de llevar a cabo, desde el aislamiento, las actividades cotidianas ha-
bituales. Pongamos por caso la práctica docente: ¿cómo desarrollar,
en este insólito contexto, los procesos educativos que por lo común
transcurren de manera presencial no-virtual? Hay, en síntesis, una
atención dirigida hacia el cómo resolver tamaña problemática global
que excede pronósticos y requiere tomar en cuenta infinidad de fren-
tes. El otro conjunto de preguntas, por su parte, procura
interpelar(nos) sobre un futuro que se proyecta, como mínimo, in-
cierto. Lo inquietante del contexto venidero se expresa en las inédi-
tas formas que van emergiendo para denominarlo, tal como «nueva
normalidad». Manera esta de nombrar un mundo pospandemia don-
de según se sentencia: «nada será como antes», afirmación que remi-
te a infinidad de factores, por ejemplo, a los gestos adquiridos du-
rante este tiempo que, todo indica, pasarán a formar parte del uni-
verso habitual. Esas nuevas «maneras de hacer» comprenderían, en-
tre muchas otras, el uso de barbijos o tapabocas y la habituación a
mirar medios rostros; las restricciones en las proximidades de los
cuerpos y posibles cambios en las formas de habitar lo urbano, en un
contexto donde las hacinadas metrópolis fueron protagonistas clave
38
en el devenir pandémico pues favorecieron las ascendentes curvas de
contagios.
Ahora bien, entre urgencias y porvenires, hay un abanico de
preguntas posibles que se dirigen hacia el pasado, trasladando el foco
de atención de «lo actual» para producir lecturas que yuxtaponen
diferentes procesos y temporalidades enfatizando el diálogo pasado-
presente. De esto se trata el pensamiento histórico y en él subyace
una potencia reflexiva. Seremos deudores, entonces, de lo propuesto
por los primeros Annales, esto es romper con la concepción centrada
puramente en el pasado y situarlo en correlación con el presente y,
de ese modo, construir una historia que tiene como campo de cono-
cimiento también la sociedad contemporánea. Si todo conocimiento
histórico parte del presente es este el que plantea las preguntas, lo
que contribuye, de este modo, a la construcción de una historia-
problema que adquiera sentido para el hoy. Que explique, que com-
prenda. Tal perspectiva no busca, cabe señalar, la obtención de «lec-
ciones del pasado», donde este estaría en el puesto mando, juzgando
(Chesneaux, 1985) como si la historia fuera una repetición ad infini-
tum de las mismas experiencias. Antes bien, pretende proporcionar
algunas claves que permitan pensar y entender el devenir pandémico
vigente pues advierte la condición de proceso amplio y global que
suponen las epidemias.
39
téritos que comparten uno o más rasgos con la actual crisis sanitaria
están las pandemias que azotaron nuestro país (y el mundo) en otros
tiempos. Así, una vía para «pensar históricamente» (Villar, 1997) el
fenómeno pandémico es reflexionar sobre afección que sacudiera al
mundo entero hacia 1918 y 1919: la denominada «gripe española»
que dejó a su paso entre 30 y 50 millones de muertos, con algunas
estimaciones que alcanzan cifras escandalosamente superiores que
rondan los 100 millones.
Hace más de un siglo, a comienzos de 1918, se desató en
Estados Unidos un brote de gripe que presentó altos niveles de con-
tagio al diseminarse, con celeridad, por Europa y América Latina.
Contribuyó a ello el particular contexto de época: la Primera Guerra
Mundial. En dicho escenario la movilización de las tropas norteame-
ricanas, entre las que ya se habían detectado casos de influenza, lle-
varon esta enfermedad al otro lado del océano. El nombre que adqui-
rió la afección se vincula también al escenario bélico pues fue Espa-
ña, neutral como era dentro del conflicto, el único país europeo que
publicó, a través de la prensa, información sobre lo que estaba ocu-
rriendo. En el mes de octubre del mismo año se detecta en Argentina
el primer caso de la afección. El enfermo había arribado a Buenos
Aires en el vapor Demerara, embarcación que tuvo contacto con un
puerto español situado en Barcelona, una de las zonas más afectadas
por la epidemia. Desde ese momento la gripe se diseminó por todo
el país en dos oleadas que dejaron un saldo de, aproximadamente,
24 000 muertos (Carbonetti y Rivero, 2020).
A pesar del impacto que tuvo la «gripe española» al provocar
una alta mortalidad a escala global, fue, por largo tiempo, un tema
poco investigado desde la disciplina histórica, especialmente en lo
atinente a la historiografía argentina. Una verdadera «epidemia olvi-
dada» (Carbonetti, 2010a). No obstante, suscribiendo a la idea del
presente como terreno de la historia que interroga al pasado a partir
de los fenómenos contemporáneos, fue durante la pandemia de gripe
A H1N1 de 2009 que la gripe española despertó renovado interés en
la agenda de investigación en ciencias sociales. De ello da cuenta la
fértil producción sobre las múltiples aristas que presentara el fenó-
meno en Argentina, ya de corte socio-demográfico (Carbonetti,
Gómez y Torres, 2013; Carbonetti y Álvarez, 2017, entre otros) como
40
social y cultural (Carbonetti, 2010b; Carbonetti, Rivero y Herrero,
2014; Rivero y Carbonetti, 2016, entre otros).
De la revisita a pandemias pretéritas surge la posibilidad de
un ejercicio comparativo con el fenómeno vigente. Proceder que
tiene sus limitaciones pues uno de los procesos a contrastar es, por
cierto, un fenómeno vivo, está en curso y, por ello, no solo se nos
escapan datos, sino que la vorágine informativa en que estamos su-
mergidos solo admite reflexiones provisorias. Por otra parte los eventos
como pandemias son únicos e irrepetibles por el momento históri-
co, la sociedad en que se desarrolla, el marco político, económico y
cultural. Según plantea Rivero (2020), en una lúcida lectura compa-
rada de ambos eventos epidemiológicos, existen semejanzas y dife-
rencias. Entre las primeras están algunas reacciones y sentires de
sujetos individuales y colectivos. Tal, por ejemplo, las críticas que
porciones del conjunto social y sectores de la oposición política ex-
presan contra los gobiernos nacionales. A su vez, algunos comporta-
mientos sociales responden –así antes como ahora– a un «miedo
relativo», según señala Rivero, frente a la posibilidad del contagio.
Las actuales movilizaciones «anti-cuarentena» tienen parangón con
las expresiones públicas que se manifestaban en contra del cierre de
bares y cafés y las procesiones religiosas, allá por 1918 y 1919.
Respecto de las discrepancias hay un factor que responde a las
materialidades de la comunicación y el transporte. Sobre este últi-
mo, sobran las explicaciones respecto de los cambios acaecidos en
esta materia a lo largo del siglo que transcurre entre una y otra epide-
mia. Lo importante es, en definitiva, que los medios de transporte
que hoy acortan distancias espaciales y temporales favorecieron la
veloz diseminación del virus entre puntos extremos del globo. Y no
solo el desplazamiento de la enfermedad es más rápido, también lo
es el recorrido de la información de diversa índole. Bien lo sabemos,
se mueven con velocidad datos e informes provechosos a la hora de
producir conocimiento y tomar acciones y también, viajan con cele-
ridad las fake news.
A la hora de buscar explicaciones sobre el porqué de estas
enfermedades algunas miradas se dirigen a la búsqueda de culpables
de tamaños flagelos. Si durante la «gripe española» ciertos discursos
atribuían al fenómeno el carácter de castigo divino a propósito de lo
41
que estas narrativas consideraban comportamientos inmorales y re-
prensibles, en la actualidad encontraron mayor arraigo teorías cons-
pirativas de todo orden siempre dirigidas a la construcción de uno o
más «enemigos» a quienes culpar y odiar, encarnados en los más
diversos sujetos: extranjeros, pobres, lo exótico, la ciencia, la geopo-
lítica, el comunismo, etc. Rivero también sitúa en esta línea a las
teorías que atribuyen la responsabilidad del actual escenario a la con-
ducta destructiva del ser humano para con el planeta. Esta lectura
encuentra, antes que discrepancias, puntos de contacto con la idea
de «castigo divino» que circulara hace más de un siglo. Pero quien
castiga, ahora, es la propia naturaleza.
Si hay algo evidente en lo que a epidemias respecta es «el peso
del número» (Braudel, 1984), esto es, los efectos demográficos que
todas arrastran, es por ello que es ese un punto clave en el análisis de
estos procesos. Así pues, si pensamos en las tasas de mortalidad de la
«gripe española» y las del actual contexto, es viable, también, un
ejercicio comparativo que, como bien señalamos, tendrá que vérse-
las con un fenómeno en curso cuyos datos son parciales y están en
constante cambio. Una primera lectura a nivel global arroja cifras
dispares. Frente a un total de entre 30 y 50 millones de muertos por
«gripe española» en una población mundial cercana a 1800 millones,
los decesos por covid-19 suman, al momento de la redacción de este
texto, un millón y medio en una población de 7800 millones. El
impacto en la tasa de mortalidad viene siendo, en este último caso,
bastante menor que lo observado para comienzos del siglo XX. Pero
caben mayores precisiones si tomamos por caso lo experimentado
en Argentina, vastamente analizado por Carbonetti y Rivero (2020).
El Gráfico 1 revela los dos brotes de gripe española: el prime-
ro, entre octubre y diciembre de 1918, dejó como saldo unas 4197
muertes, siendo la región central la más afectada. La segunda oleada,
en cambio, se extendió entre abril y diciembre de 1919 damnifican-
do con intensidad a la región noroeste del país. El total de decesos
entre ambos estadios llega a 20 700. Cifra que solo incluye datos de
las provincias, no así los territorios nacionales. Una estimación para
toda Argentina arroja la cantidad de 24 000 muertes. La variación
en el impacto en la mortalidad entre ambos brotes radica, probable-
mente, en el factor climático-estacional: mientras la primera oleada
42
transcurre durante primavera y verano, la segunda se desarrolla, con
vigor, durante el otoño e invierno, temporalidad más propicia para
la circulación de la gripe y demás enfermedades respiratorias.
43
El segundo elemento que coadyuva en la explicación de las
variaciones espaciales es de carácter político-institucional. El de co-
mienzos del siglo XX era un sistema fracturado, pues el Departa-
mento Nacional de Higiene que actuó a nivel nacional no coordina-
ba con los Consejos Provinciales de Higiene que contaban, en el
caso de la región Noroeste, con presupuestos escasos e insuficiente
infraestructura. Este quiebre entre las escalas nacionales y locales se
traduce, a su vez, en la problemática y limitada circulación de infor-
mación entre el centro administrativo nacional y las provincias, ha-
ciendo que toda notificación relativa a las medidas a tomar para
combatir la epidemia llegara con mucho retraso a las provincias más
alejadas.
Lo anterior nos conduce a sopesar algunos factores que devie-
nen fundamentales en esta mirada que transita diferentes temporali-
dades, pues manifiestan signos de continuidad a lo largo del tiempo.
Por un lado, resulta evidente que los efectos de las epidemias de ayer
y de hoy se acentúan en forma devastadora en poblaciones vulnera-
bles, que habitan deficientes condiciones materiales y sanitarias. En
el caso de la gripe española y su impacto en la región noroeste de
Argentina se advirtió que no solo era precario el acceso a algún tipo
de tratamiento médico profesional (expresado en la limitada presen-
cia de médicos, enfermeros y farmacéuticos), sino también, dados
los bajos niveles de alfabetización y la fractura político-institucional,
era incierto el alcance de la información necesaria para poner en
marcha medidas tendientes a evitar contagios. Si algo puede con-
cluirse de esta experiencia pretérita es la importancia nodal de un
sistema integrado de salud que coordine los medios materiales y cau-
dal informativo para luchar contra este tipo de flagelos.
Visto el impacto de la gripe española en las tasas de mortali-
dad y puestos a confrontar escenarios, nos preguntamos ahora sobre
la incidencia del covid-19 en la mortalidad en Argentina.
El inicio del año 2020 era esperado con optimismo, propio del cie-
rre de una década que invitaba a comenzar un nuevo ciclo, más
44
próspero y prometedor. Argentina venía de un decenio marcado por
el estancamiento económico, a pesar de los gobiernos de distintos
signos políticos. La pobreza estructural, la informalidad laboral y el
creciente endeudamiento externo del Estado se mantenían como las-
tres obstinados, difíciles de superar en un plazo previsible.
El año 2019 terminaba con indicadores socioeconómicos crí-
ticos: 9 % de desempleo, 13 % de subocupación, 36 % de la pobla-
ción urbana bajo la línea de la pobreza (48 % entre los niños), 54 %
de inflación anual (INDEC, 2020), caída del Producto Bruto Inter-
no del 3 % (CEPAL, 2019). En este contexto de fragilidad social y
recesión económica llegó al país esta enfermedad «china», que pare-
cía tan lejana como la prosperidad de algunas regiones del hemisfe-
rio norte.
El primer infectado por covid-19 fue detectado en el país el 3
de marzo, un turista que regresó de Europa y se encontraba en la
Ciudad de Buenos Aires (CABA). Cinco días después se produjo la
primera muerte por covid-19 en un paciente con enfermedades cró-
nicas previas.
En la primera etapa (marzo 2020) la enfermedad se concentró
en la CABA, los Partidos del Gran Buenos Aires y las ciudades más
pobladas como Córdoba y Rosario. En las semanas iniciales el nú-
mero de infectados comenzó a crecer lentamente (algunas decenas
por día), y los fallecidos eran escasos.
El 20 de marzo el gobierno nacional dispuso el comienzo de la
cuarentena estricta para todo el país por 14 días, con la suspensión
de todas las actividades escolares y laborales y restricción de la circu-
lación. Se trató de una medida inédita en la historia sanitaria argen-
tina, no exenta de críticas ya que al momento de comunicarse la
decisión el país registraba 158 contagios confirmados y 3 muertos
en total.
Esta primera cuarentena fue prorrogada en varias oportunida-
des y gradualmente fue cambiada por la estrategia del «distancia-
miento social preventivo y obligatorio», con apertura gradual de ac-
tividades laborales y comerciales, aunque con suspensión completa
de actividades educativas presenciales. El resultado logrado por estas
restricciones fue un incremento lento aunque persistente de los in-
45
fectados y fallecidos, gracias al alto acatamiento que tuvo la sociedad
en las primeras etapas (Gráfico 2).
Fuente: https://www.worldometers.info/coronavirus/country/argentina/
46
El patrón demográfico de los infectados era diferente de los
fallecidos: mientras las personas infectadas eran mayormente adultos
jóvenes entre los 30 y 50 años, los fallecidos se concentraron en los
adultos mayores. En ambos casos se observó una preponderancia
masculina en la enfermedad; no solo los varones fueron la mayoría
infectada, sino también los fallecimientos se produjeron a edades
más jóvenes que las mujeres.
47
Al cierre de este capítulo, Argentina contaba con un millón y
medio de infectados y alrededor de 40 000 muertos por covid-19. La
gradual apertura de las actividades laborales y sociales produjo un
incremento más acelerado de la epidemia desde mitad de año. Si
bien la letalidad de la enfermedad (porcentaje de infectados que falle-
cen) no superó el 3 %, las tasas de mortalidad continúan creciendo y
el sistema sanitario está comprometido por la demanda de pacien-
tes. A pesar que el 80 % de las muertes se concentraron en las pro-
vincias de Buenos Aires, CABA, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, el
impacto en otras puede ser significativo como en los casos de Tucu-
mán, Salta, Jujuy y Río Negro.
Con los decesos registrados al 23 de noviembre la esperanza
de vida al nacimiento en 2020 ya descendería 1 año respecto al valor
esperado en condiciones sanitarias normales. Si se diferencia por
sexos, el descenso sería de 0,9 año para las mujeres y 1,1 para los
varones; representarían un retroceso a valores cercanos a los años
2017 y 2012 respectivamente (Gráfico 4).
Entre las mujeres las edades más vulnerables a la mortalidad
por covid-19 se registran entre los 25-74 años de edad; en cambio
entre los varones se ubican en los grupos de 35-74 años. Las mujeres
menores de 24 años muestran niveles de mortalidad levemente supe-
riores a los varones de las mismas edades (González, 2020).
48
Gráfico 4: Esperanzas de vida por total y por sexo proyectadas
con estadísticas vitales y defunciones por covid-19 registradas.
Argentina, 2010-2020
49
Bibliografía
50
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lona: Crítica.
51
52
La post pandemia y los posibles escenarios globales
Introducción
53
académicos como la fase más desarrollada del capitalismo, y devie-
ne, según las palabras de Álvaro García Linera, en «el desenfreno por
un inminente mundo sin fronteras, la algarabía por la constante jiba-
rización de los Estados-nacionales en nombre de la libertad de em-
presa y la cuasi religiosa certidumbre de que la sociedad mundial
terminaría de cohesionarse como un único espacio económico, fi-
nanciero y cultural integrado, acaban de derrumbarse ante el enmu-
decido estupor de las élites globalófilas del planeta»4.
De ello dan cuenta, a modo ejemplar, los acontecimientos
relevantes a nivel mundial, tales como el proceso de Gran Bretaña de
salida de la Unión Europea (el denominado Brexit), la llegada de
Donald Trump a la Casa Blanca, la controvertida guerra en Siria, el
estancamiento de las economías de países emergentes, las consecuen-
cias de las graves crisis de refugiados que atraviesan a toda Europa,
y el ascenso de fuerzas políticas de extrema derecha y del neofascis-
mo, entre otros.
La catástrofe de la pandemia, causada por un nuevo coronavi-
rus ha exacerbado estas tendencias de la globalización neoliberal,
generado un replanteamiento del rol de los Estados Unidos y su capa-
cidad por rehacer el sistema internacional. ¿Significa entonces que el
fin del unipolarismo norteamericano y las consecuentes fricciones
con China generará un cambio en la globalización neoliberal tal como
la conocemos? Esta será la pregunta nodal que trataremos de respon-
der en el presente artículo teniendo en cuenta la situación y las impli-
cancias para la Argentina.
54
responder a la urgencia. Todo ello ha demostrado que, en muchos
casos, la soberanía de los Estados es muy relativa»5.
Para Ramonet a las fuerzas antiglobalizadoras altermundistas
existentes desde fines de los 90 que venían criticando a la globaliza-
ción desde el humanismo y la izquierda, junto a los grupos naciona-
listas de derecha surgidos en los últimos años, se les unirán las masas
de personas descontentas por la dependencia de sus países a la hora
de enfrentar el cataclismo del covid-19. Según el autor, «las presiones
antiglobalizadoras van a ser muy fuertes después de la pandemia. En
muchas capitales se cuestiona el principio de una economía basada
en las importaciones. Diversos sectores industriales serán sin duda
repatriados, relocalizados. Regresa también la idea de planificar. Ya
no escandaliza el recurso a cierta dosis de proteccionismo»6.
No obstante, si bien es de esperar una fragmentación de la
globalización y una búsqueda de mayor autonomía de los países, al
menos en sectores considerados claves de la economía, se presenta
difícil percibir cuán profunda será esa fragmentación y cuánta auto-
nomía podrán adquirir los países. La economía mundial dividida
entre sectores económicos beneficiarios de la globalización y los sec-
tores perjudicados por la misma entrará probablemente en un perío-
do de tensión que no solo se dará entre Estados sino también fronte-
ras adentro.
Aunque esto traiga tensiones, no parece una opción superado-
ra reconstruir el statu quo de este orden global que tuvo como prota-
gonista a los países desarrollados. En este punto el académico Ami-
tav Akavia hace una interesante aclaración, en su artículo «After libe-
ral hegemony: the advent of a multiplex order» [Después de la hegemo-
nía liberal: el advenimiento de un orden múltiple], donde argumenta
que el orden liberal fue, apenas beneficioso para muchos países en el
mundo en desarrollo, y sostiene que debe ser visto como un orden
internacional limitado en lugar de un orden internacional inclusivo7.
Pero a su vez, ser parte del orden imperante también trajo
consecuencias funestas hacia el interior de los países desarrollados.
Para el autor, el triunfo de Trump y el BREXIT sugieren que el desa-
fío actual para el orden liberal es más interno que externo, y «la crisis
del orden liberal tiene raíces más profundas debido a los cambios
estructurales a largo plazo en la comunidad global y la política. El
55
ascenso de Trump al poder es consecuencia, no causa, del declive del
orden liberal, especialmente de su incapacidad para abordar la pre-
ocupación de los constituyentes nacionales que quedaron atrás por
los cambios de poder globales»8.
Según este autor, los pilares del orden liberal se sostuvieron en
cuatro elementos: 1) el libre comercio, 2) las instituciones multilate-
rales creadas en la posguerra, 3) la expansión de la democracia a
través del mundo, y 4) los valores liberales. Estos han sido cuestiona-
dos9 no solo por potencias, como China o Rusia, que en realidad
nunca formaron parte de este orden, sino también en los países tra-
dicionalmente liberales como los Estados Unidos y el Reino Unido.
Siendo el sistema cuestionado por sus principales e históricos
impulsores, difícilmente se recupere o vuelva a tener la jerarquía que
tuvo. Como argumentamos, reconstruir el sistema internacional ba-
sándose en uno que ya estaba en crisis por falencias propias parece
una opción poco tentadora para países que han sido testigos de la
falta de cooperación y de multilateralismo. Quien ha promovido es-
tos principios para hacer frente a la crisis, paradójicamente, ha sido
China.
De esto se desprende que, más allá del orden liberal, el multi-
lateralismo y la cooperación serán esenciales en el sistema interna-
cional futuro. Esto deja claro que el orden imperante desde la Segun-
da Guerra Mundial y consolidado tras el fin de la Guerra Fría, no es
imprescindible para un mayor equilibrio global. Por lo tanto, puede
suponerse que la crisis del sistema y la solución al problema de la
pandemia podrán dar como resultado un mundo más diverso donde
los distintos actores tengan un mayor margen de acción y no estén
tan subyugados a un polo dominante. No obstante en este orden
múltiple, tal como lo denomina Acharya, será necesario redefinir las
prioridades globales y reconstruir las instituciones internacionales
para dar lugar a un sistema más inclusivo y más diverso.
Esta redefinición dependerá, en gran medida, de las priorida-
des de los gobiernos que lideren el mundo post pandemia. Tanto en
países periféricos como centrales se han producido cambios en la
concepción del mundo y el rol que cada uno juega dentro del siste-
ma, la crisis generada por el coronavirus puso en evidencia no solo la
vulnerabilidad de los Estados sino también las capacidades producti-
56
vas locales. La reorientación productiva hacia el mercado interno y
la desvinculación de la producción local de las cadenas globales co-
bran vigencia en la mayoría de los países.
La coyuntura del momento actual ofrece posibilidades de cam-
bio que son para el intelectual filipino Walden Bello producto tanto
de la crisis objetiva del sistema como de la fuerza subjetiva que pue-
de actuar sobre la crisis. El riesgo está en la posibilidad que tiene
cada fuerza político-ideológica de capitalizar lo que ofrece esta co-
yuntura. Para el filipino, la derecha nacionalista corre con ventaja
dado que ha podido homogenizar las demandas de manera poli cla-
sista, donde la identidad étnica y nacional en contra del otro y el
inmigrante juegan un rol muy fuerte como canalizador de esas de-
mandas10. Mientras que la izquierda por su parte se encuentra más
divida —y sin un liderazgo claro y homogeneizador—, entre aque-
llos que proponen un cambio más radical y entre quienes promueven
las ideas de la socialdemocracia, desprestigiados por su pasividad y
complicidad ante la globalización neoliberal que afectó duramente a
los sectores sociales más vulnerables11.
El contexto indica, como venimos sosteniendo, que el cambio
en el sistema internacional presentará indefectiblemente grandes de-
safíos. En este sentido, tal vez estará determinado no solo por las
fricciones entre países que avanzan y países que retroceden, sino
también, y fundamentalmente, lo estará por gobiernos que entende-
rán las oportunidades de cambio en el sistema internacional para
generar políticas inclusivas como por otros que buscarán promover
políticas exclusivas, profundizando la división y la confrontación lo
que, sin dudas, redundará en un mayor caos en el sistema interna-
cional.
Estado y pandemia
57
afrontar el problema exitosamente. Inclusive los máximos defenso-
res del liberalismo asienten en este punto, y para el caso podemos
citar a Francis Fukuyama quien en una reciente publicación (tam-
bién) en Foreign Affairs no solo justificó al rol del Estado sino que
también fustigó al neoliberalismo.
En su artículo titulado «The Pandemic and Political Order It
Takes a State» [La pandemia y el orden político necesita al Estado] el
académico norteamericano afirmó:
Ya está claro por qué algunos países lo han hecho mejor que
otros al enfrentar la crisis hasta ahora, y hay muchas razones
para pensar que esas tendencias continuarán. No es una cues-
tión de tipo de régimen. Algunas democracias han funciona-
do bien, pero otras no, y lo mismo es cierto para las autocracias.
Los factores responsables de las respuestas exitosas a la pande-
mia han sido la capacidad del Estado, la confianza social y el
liderazgo. Los países con los tres —un aparato estatal compe-
tente, un gobierno en el que los ciudadanos confían y escu-
chan, y líderes efectivos— han tenido un desempeño impre-
sionante, limitando el daño que han sufrido. Los países con
estados disfuncionales, sociedades polarizadas o liderazgo po-
bre han tenido un mal desempeño, dejando a sus ciudadanos
y economías expuestas y vulnerables12.
58
cuán informal es la economía. Para ambos casos debemos conside-
rar el grado de alcance de las instituciones, principalmente naciona-
les.
Desde la OMS destacaron, a comienzos de marzo de 2020,
que la Argentina está llevando adelante medidas de manera rápida,
audaz y con firme decisión que pueden cambiar esta curva de conta-
gios de coronavirus a algo más plana y lenta. Tal es el grado de con-
fianza generado por las instituciones locales que la misma institución
seleccionó a la Argentina como uno de los diez países para participar
del estudio «Solidaridad 1». Se trata de un programa coordinado por
la OMS que contempla el estudio a nivel mundial diseñado con el fin
de generar los datos sólidos que se necesitan saber para evaluar cuá-
les son los tratamientos más eficaces contra este virus14.
Históricamente, incluso con políticas de desmantelamiento
de instituciones estatales, la Argentina ha tenido una articulación
pública mucho más sólida comparada con los demás países latinoa-
mericanos. La supervivencia a los años 90, se explica con las políti-
cas expansivas implementadas por los gobiernos post 2003 que en-
tendieron necesaria la recuperación del aparato estatal como salida a
la crisis. Es así que tanto instituciones como las científicas y técni-
cas, así como las de asistencia social e incluso hasta las Fuerzas Ar-
madas fueron fortalecidas y reconfiguradas con este fin15.
De esta manera tanto la investigación científica para detectar
el virus, así también como la llegada de ayuda a los distintos sectores
de la población en regiones del país a través de los diferentes niveles
de gobierno (principalmente a través de la asistencia social) como de
las mismas Fuerzas Armadas, fueron exitosas. No obstante el éxito,
el funcionamiento institucional de la Argentina dista de ser ideal y
quedan cuestiones a resolver en el futuro.
Esto abre el debate, tal como venimos analizando y que ya
sucede en el resto del mundo, de qué Estado es el que se viene o más
bien cuál es el que se impondrá. En este sentido, los cambios genera-
dos por la pandemia demuestran lo imprescindible de contar con un
aparato estatal presente y con políticas públicas para el conjunto de
la población. Pero esta discusión no puede darse si no se discute
desde la política y sobre todo desde la economía, ya que será el
59
modelo económico que se encare en el futuro el que garantizará el
alcance de las políticas gubernamentales de manera efectiva.
Para este punto la discusión dada sobre la relocalización pro-
ductiva es clave, y no es algo propio de la Argentina sino de una
tendencia global que fue puesta en cuestión a partir de la crisis finan-
ciera internacional del 2008/2009, pero en especial con la llegada a
la presidencia de Donald Trump y el crecimiento de opciones políti-
cas euroescépticas en la comunidad europea, Brexit incluido. En este
escenario, el proteccionismo mundial y el nuevo rol que parecen
estar tomando nuevamente los Estados nacionales como garantes de
la generación de empleo y de estabilidad social vuelve a reflotar la
idea de una mayor participación de las políticas públicas en la eco-
nomía como forma de evitar las consecuencias más nefastas de la
economía de libre mercado16.
60
librio global, Washington debe pensar y actuar en términos de ejer-
cer el poder «con» otros y no «sobre» otros19.
El punto esencial se encuentra en descifrar, por un lado, la
respuesta norteamericana, que en el caso de Trump ha sido bastante
cambiante y poco ortodoxa, respuesta que se hace aún más compleja
o incierta dado que en 2021 puede haber otro inquilino en la Casa
Blanca. Mientras que, por otro lado, lo importante es poder inter-
pretar los intereses comunes entre las dos potencias emergentes, Rusia
y China. Estas dos potencias, protagonistas en el nuevo escenario,
generan un equilibrio de poder, que si bien no es absoluto como el
de los Estados Unidos, le compiten económica y militarmente.
Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Uni-
das, admitió en este punto la dificultad de lograr una transformación
significativa en los mecanismos de la gobernanza mundial20. Para el
funcionario sin la participación de ellas es imposible alcanzar cual-
quier consenso, y lamenta que las relaciones entre las potencias mun-
diales nunca fueron tan disfuncionales, y explica que hoy en día hay
claramente dos potencias nucleares (EE. UU. y Rusia) y dos econó-
micas (EE. UU. y China)21. Estos tres competidores, indudablemen-
te tienen alcance global y son capaces de sostener y propagar proyec-
tos estratégicos a nivel global, lo que a su vez, les permite forjar
normas.
Pero estas normas, a diferencia del momento unipolar, se en-
trelazan generando un nudo de intereses en el que muchas veces
compiten, pero en otros comparten. Sin ir más lejos, tanto los Esta-
dos Unidos como China tuvieron una relación simbiótica hasta hace
unos años atrás, si bien la llegada de Trump y sus políticas generaron
un quiebre en esta relación, no obstante, ello no implica que los
intereses entre ambos se definan únicamente en términos de compe-
tencia. El nuevo escenario plantea un reacomodamiento donde, de
ahora en más, los intereses chinos pasan a estar más en línea con los
intereses rusos. La enemistad norteamericana con ambos solo pro-
fundiza la alianza entre Rusia y China, al tiempo que incrementa las
tensiones en distintas partes del globo en especial en el este de Euro-
pa, como en el sur y este asiático.
Por otra parte, el continuo tironeo entre Estados Unidos y
estas dos potencias sumado al cambio en el sistema internacional,
61
que implica un giro en las prioridades externas, pueden llevar a que
estos vínculos se fortalezcan aún más en la década que comienza. Ya
las implicancias del crecimiento económico chino, el creciente peso
militar ruso, así como el avance científico demostrado por ambos
países en medio de la pandemia, evidencian una dura competencia
para Washington como sus tradicionales aliados.
El desafío pasa por definir el modelo de gobernanza global
planteado tanto por Rusia como China, donde inevitablemente el
Estado tendrá un rol clave. Por ello, es fundamental entender que hay
nuevos jugadores a nivel global y que el mundo unipolar, liberal y
Atlántico-céntrico está en franco declive. Visualizar el mundo tripo-
lar o multipolar y descifrar cuáles serán los nuevos polos de poder es
una tarea que tanto los países de la región como Argentina están
obligados a hacer.
Nuestro pronóstico y respondiendo a la pregunta inicial es
que, en los años venideros tanto las fricciones entre Estados Unidos
y China, como el resurgir de Rusia, generarán un cambio en el siste-
ma internacional y por añadidura en la globalización tal como la
conocemos. Para el caso de la Argentina, la pandemia nos da la chan-
ce de discutir el modelo de Estado y de país, y de promover políticas
públicas que apuntalen una mayor autonomía, sustentada en una
política exterior que procure integrarse globalmente defendiendo los
intereses nacionales.
Por lo que una anhelada salida para la post pandemia: en el
ámbito de la política interna de cada nación, sea el fortalecimiento
de un nuevo Estado, una versión actualizada del Estado benefactor,
que articule políticas de desarrollo económico y social que se base en
una ética de la solidaridad y el valor de la comunidad. En tanto que,
a nivel internacional, un nuevo multilateralismo que, como en la
post Segunda Guerra, refunde una sociedad internacional globaliza-
da más democrática y promoviendo la cooperación internacional,
que plasme el imperativo categórico de fundarse en valores que pre-
serven la existencia humana y el planeta que nos cobija, respetuosa
del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Se necesita
un nuevo 10 de diciembre de 194822.
62
Notas
1
Richard Haas (2020). «The Pandemic Will Accelerate History Rather Than Reshape It.
Not Every Crisis Is a Turning Point.» Foreign Affairs, Vol. 99 N° 2, p. 4.
2
Idem 6.
3
Idem 7.
4
Álvaro García Linera, «La globalización ha muerto», Página 12, Diciembre 31, 2016.
Recuperado 30 de abril 2020, https://www.pagina12.com.ar/11761-la-globalizacion-
ha-muerto
5
Ignacio Ramonet, «Coronavirus: La pandemia y el sistema-mundo», Página 12, abril
29, 2020. Recuperado 30 de abril 2020, https://www.pagina12.com.ar/262989-coro-
navirus-la-pandemia-y-el-sistema-mundo
6
Idem.
Amitav Akaria (2017) «After Liberal Hegemony: The Advent of a Multiplex World
7
63
19
Joseph Nye (2020). «After the Liberal International Order», Project Syndicate, p. 2.
20
Noticias ONU, 25 de junio de 2020, «Guterres: Las relaciones entre las tres grandes
potencias, Estados Unidos, China y Rusia, nunca han sido más disfuncionales». Recu-
perado 10 de agosto de 2020 https://news.un.org/es/story/2020/06/1476602
21
Idem.
Fecha en que se firma la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el Palais
22
Chaillot de París, adoptada por Resolución 217 de la Asamblea General de las Naciones
Unidas (ONU).
Bibliografía
64
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pandemia-y-el-sistema-mundo
Diarios
65
66
Pensar la teoría política en contexto de pandemia:
discutir el significado del poder del Estado y
sus efectos políticos
67
destino de acuerdo a una lógica de dueño de sí– da por supuesta su
individualidad en un sentido autoprotectorio, y que al derivarse en
lo que ya marcara Mac Pherson (1991) como «individualismo de
posesión», dificulta la noción de la necesaria renuncia de lo indivi-
dual para la construcción de lo colectivo.
La auto gobernanza biopolítica presupone una individualiza-
ción en la que el sujeto –tomando la manera del poder pastoral de
Foucault– se constituye en arreglo a relaciones imaginarias consigo
mismo en una ilusión de independencia y autonomía. Pues cabe
aquí recordar que esto es el efecto de las profundas fisuras constitu-
tivas en el sujeto de la formación moderna. Por ello lo precario y sus
formas (la precarización y la precariedad como gobernanza) se vin-
culaban a los modelos de Estado y sus capacidades de regular la inse-
guridad, amenaza, vulnerabilidad e incertidumbre.
La segunda condición de lo precario, la precarización siguien-
do las categorías que desarrolla Lorey (2017) refiere a los efectos de
desigualdad y exclusión propios del neoliberalismo como sistema social
y político. Esta línea trabajada desde perspectiva internacional por
Bourdieu y Castell, aparecía como central en aquella época, y se
planteaba cierta contradicción o tensión entre las posibilidades de
las resistencias colectivas y la precarización. No era que a mayor
precarización mayor posibilidad de resistencia colectiva. Todo lo
contrario. La precarización podía anular la fuerza colectiva por la
debilidad consustancial del concepto de lo precario.
En este sentido, en plena pandemia las derivas de la precarie-
dad, lo precario y la precarización parecen activar la resistencia. En
este momento la certeza de lo precario está formando una línea de
resistencia capaz de activar las individualidades en formatos interpe-
ladores distintos, pero nucleados alrededor de reclamos al derecho al
gobierno de sí.
Se advierten movimientos de resistencias difusos –en tanto
que aún no aparece un principio articulador capaz de equivalenciar-
las con un sentido hegemónico a lo Laclau– y que tienen como obje-
to de interpelación al Estado en tanto se denuncia que amenaza con
su ejercicio despótico la libertad individual.
Lo precario humano y sus formas de activación política en
este contexto ordenan algunos interrogantes, entre otros: ¿Qué piden
68
los libertarios? ¿Qué unifica a los movimientos antivacunas y a los
defensores de los valores neoliberales? ¿Cómo se agrupan significati-
vamente los defensores de supuestas amenazas a la propiedad priva-
da y los relativistas de la pandemia? ¿Qué puede contestarse frente a
las afirmaciones de que uno de los problemas principales de la pan-
demia es el autoritarismo creciente de los Estados?
En todo caso lo que aparece de forma explícita es la discusión
del poder del Estado articulado a una desafección a la política y a un
cuestionamiento al accionar de los representantes políticos. En este
contexto afloraron dos percepciones sobre la vida cotidiana: que el
Estado no está pudiendo dar respuesta a la crisis o nueva normalidad
y que los sujetos están recluyéndose en sus propias certezas de auto-
preservación.
En este punto la pandemia abre espacios para que la teoría
política signifique su función, construya sentidos, acompañe proce-
sos, intervenga desde su capacidad orientadora e interventora. La
teoría política puede tener un papel activo en las derivas de lo preca-
rio.
¿Qué puede decir hoy la teoría política para dar cuenta de la
brecha entre lo precario humano construido bajo el signo liberal y el
poder del Estado?
Teoría y activismo
69
poder de cada uno y de todos para construir sus horizontes de vida
social.
Es valioso en este contexto poner en primer plano nuevamen-
te la distinción entre teorías que sostienen el status quo, liberales
institucionalistas y las teorías críticas que tienen como ethos la eman-
cipación de los sujetos (Cox, 1988) y las diferencias irreductibles en
el papel que se le asigna a las mismas en relación a su misión ética.
La pandemia, su dimensión precaria para lo humano y las formas de
efectos políticos invocan «poner en primer plano teorías que articu-
len la dimensión ético-política de las reacciones a la pandemia con
formas de resistencia política, pero en un nuevo plano, como lo es el
terreno de las relaciones de fuerzas entre actores colectivos antagóni-
cos. La teoría tiene aquí una misión en parte estratégica y en parte
de promoción, vigorización y condensación conceptual de
un ethos emergente» (Ramirez, 2020: 3). En las perspectivas críticas,
la emancipación que propone la teoría es de las condiciones opresi-
vas de la vida. Para ello es clave el trabajo de develamiento del dis-
curso que orienta la acción social que produce el sentido común
legitimado colectivamente.
Quizás ahora más que nunca, sea necesario retomar a Hardt
(2018) en su propuesta de la militancia de la teoría. En su lúcido
análisis sobre las críticas a la esterilidad de la teoría crítica en tanto
incapacidad real de ofrecer herramientas para la transformación,
proporciona una ontología, en la que la teoría, siguiendo a Foucault,
es la superficie de la emergencia de un presente. Toma a Kant1 en su
idea de la crítica como la investigación de nuestro campo contempo-
ráneo de experiencias. La tarea de la teoría es hacer el presente y por
ende delimitar o inventar el sujeto de ese hacer, un «nosotros» carac-
terizado no solo por nuestra pertenencia a ese presente sino también
por nuestra manera de hacer el mismo (Hardt, 2018: 20).
Frente a los argumentos que se han desarrollado, la primera
estrategia que se plantea en consecuencia con la necesaria autorre-
flexión del sujeto situado a lo Foucault (2011), es una interpelación
sobre el campo en el que desarrolla su discurso, el discurso que
estructura su saber y el discurso que evidencia su saber.
Por ello para pensar estas cuestiones en el marco de lo preca-
rio humano, el Estado y su poder, se plantean dos perspectivas de
70
teoría política sobre los entes político centrales desde la modernidad
en los Estados occidentales y que definen el marco de las tensiones
políticas en la actualidad: El Estado, el poder, lo político, los ciuda-
danos, y la ética política.
Entendemos que existe un sentido hegemónico sobre el poder
del Estado que produce disrupciones al momento de provocarse fuertes
tensiones entre lo individual y lo colectivo.
71
los componentes políticos. Así el poder aparece como inherente a la
política como conducción desde un centro de dominación para en-
cauzar voluntades dirigiéndolas hacia un proyecto institucional.
Esta versión es consustancial a la presentación del poder como
la capacidad de obtener obediencia de otros. Es la forma más gene-
ralizada de enseñar el poder en las instituciones educativas, presenta-
do por Caminal Badía (1996: 40) que plantea a la política como
«actividad de gobierno de las situaciones, su dirección y control» y
define al poder como esa «capacidad de imponer a los demás una
definición de metas y un modelo de organización».
Entonces, esta concepción del poder como gobierno de los
ciudadanos se ha generalizado en los discursos de las disciplinas,
anclándola en ciertas concepciones de la política (como «gobierno de
los otros») y en dimensiones de la naturaleza humana («instinto de
dominación de unos sobre otros»). La política así pensada es casi
una relación de mando-obediencia donde determinados grupos tie-
nen la capacidad de imponer a otros su voluntad, de doblegarlos.
Esta concepción clásica por pertenecer a otro momento histórico se
emparenta con formas colonialistas, eurocéntricas y homocéntricas.
Weber pertenecería a la ciencia política clásica, moderna, del siglo
XX, parte de los «realistas políticos» de principios del siglo XX junto
a Schmitt, Freud y otros (Gigli Box, 2007: 13) caracterizados por
definir al Estado y la política por la posesión de poder (y no en
función de criterios teleológicos).
Este carácter de dominación del Estado que presupone enton-
ces un poder supremo, no se agota en la amenaza de la violencia,
sino que introduce el principio de legitimidad legal racional como el
único legítimo. Esto se anuda a la idea fuertemente extendida, sobre
todo en el ámbito del discurso jurídico, de que lo legal es legítimo.
Así en el Estado Moderno un derecho racional, unificado e
impersonal, de carácter general y uniforme, guía el accionar del cuerpo
administrativo, al cual se someten los mismos funcionarios. Esto
ordena las conductas de los ciudadanos favoreciendo que se obedez-
can dichas normas en tanto ordenaciones impersonales y objetivas
que son legalmente establecidas, permitiendo así la sistematización
de los procesos hacia dentro del Estado y evitando la utilización de
criterios arbitrarios en base a las relaciones personales.
72
En el autor lo político se define extensionalmente, así es toda
clase de actividad humana directiva autónoma y de allí va de suyo la
aspiración a participar del poder o influir en el reparto del mismo.
Pero más aún, siguiendo a Gigli Box (2007), lo que define su idea de
la política es la lucha. En Economía y Sociedad –siguiendo a la auto-
ra– Weber afirma que la lucha es cuando la acción se orienta por el
propósito de imponer la propia voluntad contra la resistencia de la
otra u otras partes (Gigli Box, 2007: 23).
Es claro que en esta concepción la libertad de los sujetos se
entiende en forma negativa, es decir, definida por su oposición con-
tra el Estado para impedir el avasallamiento proveniente de su domi-
nación. Cualquier intento de pensar la emancipación de los sujetos
se ancla en «otro» que domina que es el Estado, y básicamente enton-
ces la política es lucha. En esta concepción liberal institucionalista
que puede rastrearse en todo el pensamiento doctrinario (Goodwin,
1988) la activación política y el núcleo de orientación para la acción
colectiva encuentra en su sentido en definir una y otra vez al Estado
como causante de lo precario.
73
Esta otra perspectiva de teoría crítica entiende al poder no
como dominación sino como la fuerza, la voluntad colectiva de los
pueblos capaces de convertirse en sujetos políticos de los cambios y
darse los liderazgos y las instituciones necesarias para llevarlos a la
práctica. El fetichismo del poder, mal de esta época neoliberal es ínsi-
to a la idea que el gobernante o quien ejerza poder se estima sede o
fuente del mismo, entendiendo que en su subjetividad anida el po-
der5. «Se trata de una confusión subjetiva inconsciente en la que se
entrecruzan la líbido o placer del ejercicio despótico del poder sobre
el otro, con la avaricia en la acumulación de sus bienes, y en el
dominio erótico de sus cuerpos» (Dussel, 2006: 46).
La concepción que Dussel propone no es la de «mandar por
mandato de representación» como en la idea liberal representativa,
sino «mandar obedeciendo» que es bien distinto.
Mandar obedeciendo es reconocer que quien ejerce el poder
no es su sede, ni su dueño, ni tampoco el representante del poder de
otros. La noción de poder en Dussel es que está solo en la comuni-
dad en tanto tiene la potentia; que es la voluntad de vivir anudada al
otro en comunidad. Esta voluntad de vivir anida en toda singulari-
dad; «los seres vivientes tienden a evitar la muerte, postergarla, per-
manecer en la vida» (Dussel, 1989: 23), y además el ser humano es
gregario, es decir, originariamente comunitario.
Potentia (en su doble sentido de fuerza y de ser una posibili-
dad futura) se actualiza e institucionaliza (y se aliena, se desprende
de sí) en la potesta que son los espacios, momentos, lo que entende-
mos por instituciones6.
Entonces, a diferencia de las posiciones institucionalistas li-
berales, el poder político en Dussel es el poder de la voluntad del
pueblo emergido de sus múltiples consensos (no entendidos como
acuerdos racionales necesariamente) sino de los que van lográndose
en todas las instancias en que se ejerce el poder comunicativo «como
lo describe Arendt» (Dussel, 2006: 25). La convergencia de los acuer-
dos hacia un bien común debe asegurarse por todas las maneras de
interacción entre los sujetos a fin de permitir la expresión de sus
necesidades y anhelos de las maneras más simétricas posibles.
El poder obedencial surge de la máxima «escuchar al que se
tiene delante». Dussel explica que «en latín ob significa el tener algo
74
o alguien «delante»; audire, oír, escuchar, prestar atención. «Ob. edien-
cia» tiene como contenido el acto de «saber escuchar al otro» (2006,
p.36). «El que quiera ser autoridad hágase servidor».
A modo de conclusión
75
En los enfoques trabajados, la perspectiva comunitaria habili-
ta pensar cómo el poder emerge de los pueblos; la institucionalista,
del Estado y sus instituciones. En la comunitaria las mediaciones
institucionales son el resultante de procesos de poder preexistentes,
en la institucionalista esas mediaciones expresan el poder y lo vehi-
culizan. En la comunitaria prevalece una idea de democracia más
participativa y en la segunda más representativa. La comunitaria abre
más espacios de emancipación de los pueblos de la opresión en sus
distintas formas. La institucionalista sostiene al Estado como centro
unificado de decisiones. La una no niega la versión más pura de la
otra. Así la comunitaria, representada en Dussel, se afirma en las
instituciones, y la institucionalista estima que el poder deviene del
pueblo. Sin embargo para la comunitaria las instituciones nacerán
de las que el pueblo reunido en asambleas, espacios y lugares de
acuerdos ofrezca como tales al Estado. En la institucionalista el Esta-
do y sus líderes y representantes de un poder delegado definirán las
mismas.
Ambas tienen una concepción positiva de la política. La co-
rrupción de la misma la ligan ambas concepciones a la cuestión del
poder y la reflexión que debe hacer el sujeto que lo ejerce. Invocan a
la reflexión sobre los principios que deben ligarla; en la instituciona-
lista se trata de principios políticos entendidos desde un realismo de
prudencia, objetividad e imparcialidad pero que anida en el sujeto
del poder. Apartarse de ello es desviarse del camino de la política
como profesión que eligió un sujeto, tal como dice Weber (1989).
En la perspectiva comunitaria se trata de una ética normativa
ligada a principios políticos de justicia social, y aquí el sujeto políti-
co manda obedeciendo lo que el pueblo requiere para no ser oprimi-
do, ni vivir en una sociedad injusta. En la institucionalista se busca
la obediencia a las instituciones y los hombres que las representan en
representación de la ciudadanía.
En la comunitaria las instituciones y los gobernantes son man-
dados por el pueblo a obedecer.
En contexto de pandemia quizás podamos pensar una nueva
ética teórica que deconstruya los sentidos dominantes de la teoría
política hegemónica y su in-capacidad para construir la vida buena.
76
Adoptar una militancia teórica, pensar la parresía (ese parti-
cular «decir la verdad» trabajado por Foucault) como instancia de
producción de la propia responsabilidad ética: «La parrhesía, pues,
[abarca] el enunciado de la verdad y además, por encima de ese
enunciado, un elemento implícito que podríamos llamar pacto pa-
rresiástico del sujeto consigo mismo, en virtud del cual éste se liga al
contenido del enunciado y al propio acto de enunciarlo: soy quien
habrá dicho esto» (Foucault, 2011: 81).
Notas
1
Hardt refiere a los trabajos de Foucault sobre Kant. Más específicamente en la lección
del 05 de enero de 1983 en Foucault (2011).
2
Tomamos lo expuesto de las ideas del texto de Weber «Política y Ciencia» (ed. 1989,
escritos los dos capítulos bajo la forma de conferencias independientes en 1917 y
publicadas en 1919).
3
El pensamiento de Dussel sobre este tema lo analizamos centralmente desde el texto «20
tesis de política» (2006).
4
En este libro –de los tantos del autor– dialoga con las ideas de muchos pensadores, pero
al mismo tiempo «va más allá de ellos» (2006: 30). En cada concepto Dussel refiere a su
fundador o al que opone en su sentido: Spinoza, Bartolomé de las Casas, Marx, Deleuze,
Arendt, Negri.
5
Fetichismo según la inversión formulada por Marx en la economía; como inversión
espectral: lo fundado aparece como fundamento y el fundamento como fundado. Así en
la idea de Dussel la inversión es que la potesta aparezca como fundamento de la potentia
y no al revés.
6
La idea de que la potentia se objetiva o aliena en el sistema de instituciones políticas
producidas históricamente durante milenios para el ejercicio de dicho poder (potestas),
es análogo (siguiendo Dussel a Marx) a lo que ocurre en el campo económico al momento
en que el trabajo vivo del trabajador se objetiva como valor en el producto. Dicha
objetivación al transformarse en otra cosa se «aliena» (Dussel, 2006: 32-33).
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78
Opinodemia: ¿discursos del saber o del creer?
79
racterizan por su carácter predominantemente doxológico y por su
deslizamiento hacia el orden de la creencia. Discursos que, en gene-
ral, toman la forma de notas de opinión, de columnas periodísticas,
de mensajes en las redes sociales o incluso de libros –los difundidos
instantbooks–, pero también, con no poca frecuencia, de monogra-
fías y tesis académicas dentro del ámbito de las ciencias sociales y las
humanidades. Es decir que, en el interior de ese espacio discursivo
de corte ensayístico –al que denominaríamos con Angenot (1982)
«Literatura de ideas» (p. 27)–, nos enfocamos en aquellos textos en
los que se observa una tendencia a privilegiar las formas doxológico-
persuasivas y, tal vez, hasta un cierto desdén hacia la posibilidad de
plantear axiomáticamente sus presupuestos tópicos (Angenot,1982:32-
34). La influencia del discurso periodístico así como el de las redes,
caracterizados por su celeridad, parece dominar el juego interdiscur-
sivo, imprimiéndole una tónica particular, identificatoria de nuestra
época.
La tarea metadiscursiva del semiólogo que se propone recons-
truir el mapa socio-discursivo en la inmediatez de su acontecer no
está exenta de dificultades, similares a las que enfrentan los especia-
listas cuya meta es dar cuenta de los sucesos en los que se ven envuel-
tos. La complejidad de la tarea se replica en abismo. En el caso de
los ensayistas, cuyo discurso se encuentra en el foco de la atención
semiótica del presente trabajo, se puede observar que la escasa dis-
tancia temporal y emocional con los sucesos deja filtrar pasiones que
resienten el análisis, puesto que sesgan la selección e interpretación
de rasgos pertinentes. El riesgo que se corre al estar inmerso en la
circunstancia que es sometida a examen cobra diferentes formas,
entre ellas, el riesgo de leer los nuevos acontecimientos bajo la mis-
ma lente con que hemos mirado situaciones precedentes, sin alcan-
zar a elucidar qué es lo propio y lo diferente; o por el contrario, ver
en ellos una novedad que no es tal (Angenot, 2010:26). Es decir, es
difícil que el observador –desde la posición ideológica que le es pro-
pia y ante la urgencia– no sucumba, en menor o mayor grado, a la
fuerza de la emoción que los hechos le despiertan, aun cuando con
destreza argumentativa logre disimularlos.
Sabemos que la nota de opinión tiene sus propias reglas y la
demostración no se encuentra necesariamente entre sus requisitos.
80
Recorriendo multiplicidad de publicaciones relativas al covid-19, nos
encontramos en Sopa de Wuhan –óptimo ejemplo de Instant Book–
con un artículo en el que la autora hace lo que podríamos considerar
un rara y lúcida crítica y autocrítica (en tanto intelectual) sobre la
amenaza que conlleva ese vértigo discursivo:
81
Una de las consecuencias más deshumanas del pánico que se
busca por todos los medios propagar en Italia durante la llama-
da epidemia del coronavirus es la idea misma del contagio, que
está a la base de las medidas excepcionales de emergencia adop-
tadas por el gobierno (Agamben, 2020a: 33).
82
que considera la tiranía estatal reforzada por la complicidad de los
medios. Cabe preguntarse si la exaltada reacción de este estudioso
no revela otra de las formas del miedo, miedo a la pérdida del con-
trol de la propia vida, a la pérdida de la libertad.
Por su parte, el periodista argentino Martín Caparrós se de-
tiene igualmente en la necesidad humana de creer y en su desvío
hacia la ciencia como producto de la crisis pandémica. El interés del
discurso de Caparrós reside en que su apelación a la capacidad críti-
ca fundada en la razón impugna la pretensión de demandar a las
ciencias verdades infalibles, como las que proporcionan las religio-
nes. Remarca que lo propio de la ciencia es la duda y, por ello, solo
permite «creer que no se puede creer en nada, salvo en que creer es
una tontería». Induce, no a invalidar una verdad con otra, sino a
cuestionar toda verdad, sin que esto signifique caer en el relativis-
mo. En su llamado a «reemplazar la creencia por la duda, por el
pensamiento, por el deseo sin garantías» creemos descubrir no solo
una alerta hacia el discurso doxológico-persuasivo, sino un reclamo
de autocrítica. No podemos menos que evocar, aquí, el aserto de
Peirce, recuperado por Andacht en una nota muy crítica sobre la
manipulación del miedo por parte de los medios de su país, Uru-
guay: «sin ejercitar la ‘duda genuina’, esa irritación intelectual, no es
posible emprender la búsqueda fructífera de la verdad».
Lo que nos ha inducido a referirnos a Badiou y a Caparrós en
este punto es que, lejos de limitarse a poner el acento en el pathos que
impregna la trama doxática de los discursos profanos, apuntan su
crítica a enunciadores legitimados por un cierto saber especializado.
La recurrente apelación a la razón en los discursos examina-
dos nos incita a reflexionar sobre la paradoja en la que pueden que-
dar atrapados muchos de ellos. Es que la férrea convicción en la
lógica del propio razonamiento corre el riesgo de responder a un
comportamiento del orden de la creencia. Tal certeza respecto de las
propias ideas lleva a atribuir al discurso del otro, concebido como
adversario, el carácter de irracional y de portador de la no verdad.
Los alcances de la capacidad crítica se autolimitan si no incluyen el
ejercicio autocrítico. Es decir, la capacidad de interrogarse perma-
nentemente desde dónde y por qué se está construyendo el propio
discurso como verdadero. En términos de Prieto (1975): a qué inte-
83
reses responden los rasgos que se están seleccionando como perti-
nentes. Si bien resultaría ilusorio pretender este acto reflexivo en el
discurso profano, sería por lo menos deseable en el caso del discurso
de los especialistas que toman como objeto al discurso profano, e
inexcusable en el metadiscurso del semiólogo, cuyo objeto está cons-
tituido tanto por el discurso profano como por el del especialista.
3. La pasión y lo agónico
84
ción de las creencias y esto lo aproxima al discurso político o aún al
religioso.
Los pronósticos sobre las consecuencias de la pandemia se
ordenan en una línea de tensión. Por un lado, se encuentran aquellos
que ven en ella el anticipo de un futuro cuasi apocalíptico y constru-
yen un otro, los personeros del capitalismo, cuya amenaza los ciuda-
danos, atemorizados por el virus, no alcanzan a percibir. El enuncia-
dor, en tanto observador calificado, se erige en destinador de un
saber sobre el peligro. De ahí, la función primordial del componente
descriptivo. Por el otro, emergen los vaticinios de quienes se aventu-
ran a soñar con una toma de conciencia orientada a revisar la rela-
ción de los seres humanos con la naturaleza y a revertir políticas
depredadoras. En este caso, el enunciador encuentra, en la desesta-
bilización de la vida provocada por la irrupción del coronavirus, la
legitimación de la lucha por imponer un cambio. Para lograrlo, for-
mulan programas de acción. Pero, están también aquellos que, desde
una perspectiva de corte fatalista, auguran que serán los efectos mis-
mos de la pandemia los que precipitarán la transformación. La cons-
tante en estos discursos es la relación pedagógica que se establece
entre enunciador y destinatario. Y, se supone, el Maestro es posee-
dor de un saber ‘verdadero’ que quiere y debe transmitir.
85
su supuesta utilización para sojuzgar a los individuos y las sociedades
y, por el otro, el modo de producción que destruye el equilibrio
hombre-naturaleza. Ambos son percibidos en estrecha vinculación.
Unos y otros, estos enfoques que, marcados ideológicamente,
activan interpretantes diversos en torno a la pandemia y sus conse-
cuencias, coinciden en presagiar la inminencia de las transformacio-
nes. (Cfr. Agamben, Zizek, Berardi, Gabriel). Implícita o explícita-
mente, conllevan la idea de un mundo en crisis que la pandemia hizo
estallar. Es así que, en el panorama que avizoran quienes alertan
sobre el recrudecimiento de las políticas de control que, ya instala-
das en oriente avanzan sobre occidente, las fantasías distópicas de
Black Mirror cobran el valor de profecías. Mientras que otros, afe-
rradosa la utopía, presagian una revuelta contra el modo de produc-
ción capitalista, desenmascarado por la pandemia, y una inexorable
marcha hacia «el buen vivir». En suma, en ambas lecturas, la crisis
mundial precipitada por la pandemia representa un punto de inflexión
en el devenir de la humanidad, una suerte de explosión, en el sentido
lotmaniano.
86
tan con desconfianza a la imposición de los sistemas de monitoreo
ciudadano puestos en marcha para enfrentar la pandemia (Cfr. Ga-
briel, Han, Preciado, Harari, Ramonet, entre otros). En ese sentido,
Preciado sostiene que se está operando un pasaje del control disci-
plinario y arquitectónico a formas de control a las que él denomina
microprostéticas y mediaticocibernéticas. Mientras Harari lo expre-
sa en términos de corrimiento de una vigilancia epidérmica a una
vigilancia hipodérmica.
Sin embargo, las posiciones al respecto varían, desde el re-
chazo absoluto a la pérdida de libertades ciudadanas (Agamben) a la
aceptación de la necesidad impuesta por la contingencia (Cfr. Ba-
diou, Malamud, etc.). El filósofo coreano Byung-Chul Han llega,
incluso, a abrir la discusión sobre cuál de las dos metodologías de
control empleadas durante la pandemia ha demostrado su mayor efi-
cacia. Contrasta, por un lado, el procedimiento privilegiado en Eu-
ropa, o sea el control territorial que toma la forma de cuarentena y,
por otro, el control tecnológico desplegado preponderantemente en
los países asiáticos y, basándose en los resultados, sentencia que, en
la actualidad, la soberanía no reside en quien es capaz de cerrar las
fronteras sino en quien controla los datos.
La proyección al futuro del poder que proporciona la tecnolo-
gía se abre a distintas especulaciones. Así Harari, con un dejo de
optimismo, se plantea la posibilidad de que las nuevas tecnologías
también sean capaces de empoderar a los ciudadanos; mientras Ma-
lamud, con cierta preocupación, vaticina que esta aplicación «nece-
saria» del control digital hará que, una vez superada la pandemia,
sobrevenga una menor resistencia a esos usos de la tecnología. En
una tónica semejante, Serge Halimi intuye que el avance permitido
por el coronavirus podría debilitar la resistencia al advenimiento del
capitalismo digital. Ante este panorama, entre amenazador e incier-
to, Preciado, en tono prescriptivo, plantea la necesidad de «inventar
nuevas estrategias de emancipación cognitiva y de resistencia y po-
ner en marcha nuevos procesos antagonistas».
Por su parte, pensadores como Ramonet se han detenido en la
función de las redes sociales en el marco del capitalismo digital, las
considera en su condición de vehículo de otra suerte de epidemia: la
infodemia (término acuñado por la OMS). Pone el acento en el he-
87
cho de que a través de ellas transita toda suerte de informaciones, no
solo contradictorias sino falsas y tributan a la confusión e incerti-
dumbre generalizada, puesto que se consagran como la arena privile-
giada donde, fogoneadas por los trolls, se baten «diversas facciones
para imponer un relato dominante sobre la crisis». En un sentido
cercano, Badiou emite un juicio difícilmente rebatible:
las pretendidas «redes sociales» muestran una vez más que ellas
son (además del hecho de que engordan a los multimillonarios
del momento) un lugar de propagación de la parálisis mental
fanfarrona, de los rumores fuera de control, del descubrimien-
to de las «novedades» antediluvianas, cuando no es más que
simple oscurantismo fascista (Badiou, 2020: 83-84).
88
modo de producción capitalista como responsable de la crisis ecoló-
gica que amenaza a la humanidad (Cfr. Gabriel, Han, etc.). Para
fundamentar este diagnóstico Hazel París Álvarez traza la correlación
histórica entre las distintas «fases de globalización y la expansión de
las epidemias». Estos pensadores se enfocan en las causas de la actual
situación y reflexionan sobre la necesidad de crear una nueva con-
ciencia en torno a la relación del ser humano con la naturaleza (Cfr.
Berardi) y, así, evitar consecuencias como esta pandemia, producto
de la transferencia zoonótica del virus (Cfr. Ramonet).
Es así que las lecturas centradas en el papel deshumanizante
que el desarrollo tecnológico es capaz de provocar pregonan el impe-
rativo de torcer el rumbo. En tal contexto, el covid-19 es concebido
como el producto inevitable de la crisis ecológica provocada por las
desaprensivas políticas de producción implementadas por el capita-
lismo. Los pronósticos que se desprenden alcanzan desigual verosi-
militud, aunque invariablemente convergen en la necesidad de com-
batir el régimen impuesto durante el Antropoceno y, por consiguien-
te, de reconsiderar y modificar la relación de los seres humanos con
la naturaleza.
Las diferencias que hemos examinado se cruzan con las que observa-
mos entre aquellos discursos que sostienen que el cambio es ineluc-
table y aquellos, más combativos, que arguyen que solo se logrará
mediante la puesta en marcha de un programa de transformación. Es
así que, en una zona de relativo equilibrio, encontramos a pensado-
res que, como Badiou, opinan (él lo hace en referencia a su propio
país) que el cambio no va a ser consecuencia directa o necesaria de
la pandemia. Esta convicción hace que su compromiso ideológico lo
lleve a situarse en el orden del deber y a instar a aquellos que deseen
un cambio real en el orden de lo político a
89
su invención, y de aquella, interesante pero finalmente venci-
da de su experimentación estatal (Badiou, 2020: 83).
90
queda fuera de esta apertura interdisciplinar, puesto que el examen
crítico de la relación de los seres humanos con la naturaleza no pue-
de soslayar esa dimensión.
Todas estas reflexiones parecen responder a la convicción de
que, tal como lo señala Ramonet, «la pandemia no es sólo una crisis
sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de ‘hecho social
total’, en el sentido de que convulsa el conjunto de las relaciones
sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las institucio-
nes y de los valores».
7. Consideraciones finales
91
refuerza la mirada ideológica y deja poco espacio para una argumen-
tación que explicite sus fundamentos.
La capacidad agónica de estos discursos privilegia el ataque
contra dos males atribuidos al capitalismo: por un lado, el antropo-
centrismo depredador que pervierte la relación del ser humano con
la naturaleza. Comportamiento que se traduce en desaprensivas po-
líticas de producción, cuya consecuencia no se limita al exterminio
de especies de animales y de plantas, sino que, como lo demuestra la
emergencia del covid-19, no escatima la salud ni la supervivencia de
la humanidad. Por el otro, la amenaza de pérdida de libertad a ma-
nos de un capitalismo digital que avanza a pasos agigantados en el
desarrollo de instrumentos de control ciudadano cada vez más so-
fisticados. Ambos aspectos aparecen estrechamente articulados en la
emergencia del coronavirus ya que se lo considera producto de la
transmisión zoonótica y, como consecuencia de la velocidad de su
expansión, impone no solo rígidos sistemas de aislamiento, la cua-
rentena, sino un estricto monitoreo para asegurar su cumplimiento
así como la trazabilidad.
Todos estos discursos recogen las fuertes emociones que afec-
tan el ánimo de la humanidad, tal vez de modo más pronunciado en
occidente: el sentimiento de estar enfrentados a una crisis global que
supera lo económico; la percepción de un mundo en decadencia
cuya autodestrucción genera, al mismo tiempo, impotencia, rebel-
día y desazón. En ese marco en que todo parece urgente y proviso-
rio, la incertidumbre reina y la pregunta que se impone es ¿y cómo
sigue?
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Zizek, S. (2020, 27 de febrero). «El coronavirus es un golpe al capi-
talismo a lo Kill Bill». En Sopa de Wuhan (pp. 21-28). Versión
on-line.
94
Cuidar, cocinar, limpiar. Transitar hacia la muerte
en tiempos de covid-191
Alejandra Ciriza
1
Una versión levemente diferente fue publicada por SinPermiso el 11 de julio de 2020,
a escasos días de la muerte de mi madre. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/
textos/cuidar-cocinar-limpiar-transitar-hacia-la-muerte-en-tiempos-de-covid-19
95
ante sus salidas intempestivas, o sus exploraciones audaces, que me
enfrentaron a la fragilidad de sus vidas. Avatares de lo que Adrienne-
Rich nombró como la experiencia de la maternidad, con sus contra-
dicciones de cólera y amor intensos.
Hay en el cuidar seres humanos y en la reproducción de la
vida una densidad difícil de percibir para quienes viven en una so-
ciedad dominada por la lógica mercantil del capitalismo. Como bien
supo verlo Rosa Luxemburgo el capitalismo avanza sobre la base de
la canibalización de otras formas de organización de las relaciones
sociales a las que devora e incorpora subalternizándolas, utilizando a
las personas como mano de obra gratuita merced la racialización y la
sexualización, utilizando sus producciones como materias primas de
novedosas mercancías para expandir el mercado. De allí la relación
estrecha entre capitalismo y colonialismo, de allí la articulación pro-
funda entre capitalismo, patriarcado y racismo. De allí la hetero-
sexualidad obligatoria y las obligaciones de sexo y servicios de coci-
na y limpieza que pesan sobre las mujeres y personas feminizadas.
Es que merced a la división social, racial y sexual del trabajo
la maquinaria capitalista, gobernada por la lógica de la ganancia, se
apropia de diversas formas de trabajo gratuito. Expulsa el cuerpo y la
materialidad de la vida: la necesidad natural y social de alimento,
descanso, afecto, la mortalidad del cuerpo que somos, el lazo con
otros y otras, lo que nuestras compañeras feministas de Abya Yala
nombran como la comunidad. La escisión entre producción y repro-
ducción invisibilizó el trabajo doméstico a la vez que lo feminizó y
generó una forma de control sobre las vidas de las mujeres que arti-
culó hondamente capitalismo y patriarcado. Edulcorado bajo la gruesa
cobertura del amor romántico, el trabajo doméstico pasó a ser un
servicio… de cama y cocina, de sexo y limpieza.
A medida que el capitalismo fue avanzando, en las últimas
décadas, miles de mujeres migraron hacia el norte global para cubrir
el puesto vacante que dejaban las blanqueadas a medida que ellas se
incorporaban al mercado de trabajo. Las blancas, las europeas, las
educadas, eran sustituidas por otras, migrantes, y por eso desaventa-
jadas en el trabajo inevitable de lidiar con las necesidades corpora-
les.
96
En su fase actual el capitalismo apuesta a la producción acele-
rada de mercancías inmediatamente desechables transformando al
planeta en un inmenso contenedor de basura, acelera la apropiación
del tiempo, desmaterializa las relaciones entre los sujetos merced las
tecnologías de la comunicación y la información. Sin embargo, en
ese mundo inmaterial en el que las fuerzas desatadas del desarrollo,
las finanzas y el progreso apuestan a la extinción de lo real, la corpo-
ralidad humana resiste, empeñada en nacimientos, enfermedades y
muertes, en sangre, carne y huesos, en olores y sabores. De eso trata
la vida de los seres naturales y sociales que somos.
Los tiempos de covid-19 nos ubicaron en un registro para
muchas personas desconocido. El virus operó de numerosas mane-
ras. Confinándonos y aislándonos, hiper individualizándonos, si cabe,
pero también como un revelador de las brutales desigualdades socia-
les, de lo escasamente comunes que son nuestras vidas. Los medios
repiten discursos de «sentido común», el menos común de los senti-
dos, suponiendo que hay una «casa» donde refugiarse de la intempe-
rie y permanecer a salvo del contagio, o a salvo del hambre, porque
hay un salario, o a salvo de las enfermedades, porque hay un sistema
de salud que responde, o a salvo de la distancia, porque hay co-
nexión a Internet y dispositivos electrónicos. La vida, para las clases
medias acomodadas, y ni decir para lxs ricxs, se llenó de Zoom,
Jitsi, WhatsApp, mientras en las barriadas, para los sectores popula-
res urbanos, se llenó de ollas y falta de agua, hacinamiento e intem-
perie, desocupación y, en el mejor de los casos, magros subsidios
estatales.
La imperiosa y suicida lógica del capitalismo requiere de una
virtualidad intensa para reforzar el mundo de la fantasmagoría. Tam-
bién de la invención de una nueva normalidad construida sobre la
base del expolio de lxs trabajadorxs. Allí fuimos muchxs a aprender
cosas insólitas como dar clases virtuales, como si fuesen «reales», a
procurar resolver virtualmente cosas irresolubles. Inútil. Bajo la fic-
ción de la virtualidad la máquina quebrantahuesos se apropia de miles
de horas de trabajo gratuito bajo la ilusión de: estamos en casa,
trabajamos en pantuflas.
Sería interesante una mirada precisa y determinada. ¿Quiénes
pueden hacerlo? La mayor parte de las científicas mujeres han escri-
97
to menos que los varones y producido en condiciones peores que las
habituales. Una larga lista de publicaciones da cuenta de esa desven-
taja. Los costos subjetivos del teletrabajo, en términos de estrés y
presiones para quienes cuidamos seres humanxs, pequeñxs y viejxs,
son feroces. Las formas de presentarlo en cambio edulcoran la pérdi-
da de derechos bajo la ficción de las ventajas de la no-presencialidad,
que solo ha estirado las jornadas de trabajo hasta límites insosteni-
bles. Los beneficiarios del mundo de la mercancía sueñan con insta-
lar un mundo en el que todo pueda ser reemplazado por convenien-
tes e impalpables ficciones sin miseria, ni cuerpo, con un tiempo
que ya no es siquiera el de los relojes, cuya imposición de todas
maneras tampoco se hizo sin resistencias, sino el tiempo estirable de
la virtualidad… Todo muy soft, mientras la vida se adelgaza hasta
límites incalculables en un sistema en el que todo se calcula.
La pandemia también hizo visible el trabajo doméstico y de
cuidado. Comer, limpiar, cuidar ingresaron como asunto de debate
público y preocupaciones gubernamentales. De repente el trabajo
doméstico y de cuidado fue nombrado como trabajo y miles de pala-
bras sobre el asunto se reprodujeron en diarios, programas televisi-
vos, radios, etc. Todo debidamente urbanizado y convenientemente
blanqueado, transformado en una aventura de escobillones en manos
masculinas y experiencias culinarias en personas que no lo hacían en
forma regular, e incluso no lo habían hecho jamás. Esta ola de dis-
cursos sobre lxs trabajadorxs esenciales no ha impedido la explota-
ción extrema de las cuidadoras reales. En Argentina salió a la luz a
través de historias horrorosas de personas transportadas en baúles de
autos de alta gama.
Muchas palabras sobre el cuidado no protegen a las cuidado-
ras reales, y digo las porque son mujeres racializadas y pobres, que
cobran los peores salarios del mercado y pierden sus trabajos sin que
se active ninguna forma de protección social. Ser «trabajadoras esen-
ciales» no las hace esenciales en el momento de los derechos. Las
leyes existentes apestan. Eso, por supuesto, no se debate. Por qué no
tienen jubilaciones, y cobran miseria no es un tema. Y es que la
pandemia llega bajo condiciones que no elegimos, como alguna vez
señalara Marx a propósito de los avatares que, en 1848, llevaran al
poder a Luis Bonaparte. La elegía del cuidado y la saturación de
98
discursos y debates sobre su significado no transformará la concien-
cia social sobre su importancia, ni abrirá un espacio para considerar
la corporalidad y la mortalidad humana si no nos empeñamos en
sostener una perspectiva feminista y anticapitalista. Y esto es así
porque la maquinaria infernal del capitalismo no puede parar, y mien-
tras la vida humana es frágil, vulnerable, marcada por la carnalidad
del cuerpo y sus necesidades, se consume (la mía y la de mi madre,
que terminó en esos días de julio, en el aislamiento y el encierro).
La inercia de la maquinaria demanda tiempo y trabajo, pro-
ductividad y aceleración. No importa qué sea lo que te suceda. El
automatismo ciego de los engranajes en marcha continúa generando
inercias. Imposible pausar. No hay espacio para la muerte, para el
cuerpo, para el duelo. Una opresiva sensación de suspensión me per-
sigue en estos días. Es que incluso quienes desacordamos y llevamos
años de puesta en cuestión de la insensatez productivista no pode-
mos hallar el freno de mano.
Esta imposibilidad de pausa es hondamente personal a la vez
que profundamente política. Si no indagamos en ella, si no nos pre-
guntamos por los límites de este sistema bajo el cual se desencadena
la pandemia y se nos incita a imaginar lo nuevo, lo que advenga lo
hará bajo el sello de la productividad desenfrenada que impone la
lógica capitalista. Lo hará imaginando tiempos flexibles en beneficio
de otrxs. Lo hará suponiendo que cada unx es un individuo aislado,
y no un sujeto ligado a otrxs corporal, afectiva, socialmente. La clave
se halla, a mi entender, en un freno de mano que nos permita dete-
nernos a pensar el sentido de la productividad, que nos habilite a
poner en cuestión el brutal expolio de la naturaleza en/de la cual
vivimos, que desnaturalice el carácter individual de las posibles solu-
ciones, e incluso la idea misma de que lxs seres humanxs seamos
individuos, que desprivatice el cuidado y la reproducción de la vida,
que nos instigue a dudar de los beneficios de la virtualidad, puesto
que nos está privando de la materialidad gozosa y trágica de la vida y
de la muerte.
Maria Mies lo dice de un modo sencillo: el mundo virtual ha
alterado nuestra manera de percibir arrasando con las conexiones
que nos ligan al mundo material, ofreciéndonos a cambio un mundo
ilimitado en el cual todo es posible, en el cual se han diluido las
99
fronteras físicas, incluso las que existen entre la vida y la muerte, y
por lo tanto también la necesidad de los rituales, las despedidas, la
morosidad del duelo en un país, en un mundo, donde a diario acon-
tecen miles de muertes y de duelos causados por un virus que ha
abierto para la humanidad un derrotero que es, hasta ahora, brutal-
mente violento e incierto.
100
Sobre lo que no sabemos: experiencias, subjetividad e
interacción en tiempos de pandemia
Silvia Servetto
101
Debo confesar que esas palabras me corrieron de ese lugar del
supuesto saber que busca explicar la totalidad de los fenómenos acon-
tecidos en esta coyuntura de aislamiento y distanciamiento social.
Por el contrario, habilitaron para aportar un punto de vista, minús-
culo, microscópico, sobre lo que no sabemos, pero nos pasa. De
esas cosas elegí lo relacionado con la educación, no solo porque
forma parte de mi experticia profesional sino porque allí se subvirtió
el sentido y alcance de lo social. A partir de breves experiencias
educativas en este contexto excepcional opté por dar lugar a pregun-
tas, hipótesis y análisis de cuestiones preocupantes como la transmi-
sión de conocimientos y su significatividad por parte de los estu-
diantes y, la alteración de las experiencias de socialización y subjeti-
vación, en especial de jóvenes y niños. A veces en primera persona,
otras en plural, en pasado o presente, que dan cuenta de una tempo-
ralidad en movimiento, comparto algunas apreciaciones de este tran-
sitar colectivo.
1.
102
bajo «áulico», acordar horarios en el uso de la o las computadoras
con otros integrantes residentes del hogar, mejorar o ampliar la ban-
da ancha de red, etc. que nos obligó a proveernos de insumos tecno-
lógicos que permitiesen adecuarnos al aislamiento y generar una ru-
tina diferente a la acostumbrada.
Entre risas y desorientación nos fuimos acomodando. En par-
te. Lentamente aprendimos a hacer uso de la virtualidad, perdimos
miedo, vergüenza o prejuicios con la pantalla; la imagen de sí mismo
reflejada en el monitor y a hablar sin interlocutores presentes genera-
ba una sensación extraña y de extrañeza que nos exigió superar timi-
deces y reforzar la autoestima. Tuvimos que enfrentar la situación a
como diera lugar y con lo que llevábamos puesto de conocimientos
tecnológicos. Perdimos los referentes de gestos, ruidos, preguntas,
comentarios, escenas espaciales, para estar allí solos con un texto,
idea, concepto o autor, que, amén de esa fragilidad, demostraba cuán
insuficientes pueden resultar las teorías para explicar las épocas de
grandes incertidumbres.
Algunos echamos mano a la historia para encontrar allí proce-
sos similares que nos permitiesen comprenderlo vivido; otros acu-
dieron a la filosofía, la política o a la religión. Se culpó al capitalis-
mo, la modernidad, al excesivo individualismo, la falta de fe, a chi-
nos, a americanos y a la guerra bacteriológica. Surgieron grupos a
favor de las medidas preventivas y grupos anticuarentena: responsa-
bles versus irresponsables, dóciles versus rebeldes, disciplinados ver-
sus indisciplinados.
Teorías conspirativas, apocalípticas, racionales y místicas,
abonaron discusiones entre colegas y con estudiantes. Así, inmersos
en un raro cotidiano, mixturado de pensamientos, reflexiones, argu-
mentos, vivencias y responsabilidades, nos volcamos a cumplir con
nuestras obligaciones laborales: ¿qué hacer?, ¿qué transmitir?, ¿qué
era lo importante? ¿conversar sobre lo que nos pasaba?, ¿seguir con lo
planificado?, ¿qué se enseña en situaciones extraordinarias donde el
sentido de la vida está en cuestión? Difícil poner una palabra allí
donde impera un vacío. No la nada sino el vacío de significante que
obtura un acto de significación al tiempo que abre la posibilidad de
uno nuevo (Laclau, 2011). Ante ello, muchos optamos por continuar
103
con lo programado, darle un carácter rutinario, volverlo regular, a
sabiendas que no era tal, pero, lo necesitábamos, en especial respe-
tar días y horarios como si estuviéramos en el aula, como si fuera
presencial. En parte como una necesidad que devolviera un poco de
orden a algo que presumíamos anómalo.
Aprendimos a realizar videos caseros, powerpoint, enviar au-
dios, realizar podcast, murales virtuales y a sintetizar clases previstas
de cuatros horas a dos horas. Resignamos contenidos, bibliografía y,
obviamente, modalidad de trabajo. De alguna manera, estudiantes y
docentes, nos acomodamos a las clases virtuales, cuya interacción, si
bien resultaba escasa, mejoraba acorde pasaban los días y las sema-
nas. Probablemente algunos/as estudiantes claudicaron en el cami-
no. Alejados del contacto con el otro, distantes geográficamente y en
soledad, les resultaba difícil sostener el ritmo del estudio o contar
con las condiciones materiales mínimas para participar de las activi-
dades propuestas. Si los docentes sufrimos los cambios, muchísimo
más lo hicieron los estudiantes, en particular los ingresantes. Trans-
cribo dos fragmentos de relatos de ingresantes que expresaron sus
pesares a través del aula virtual de una materia de primer año de las
carreras de Sociología y Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba:
104
mando un saludo y gracias por abrir este espacio (Eugenia,
abril 2020, ingresante de Sociología y Cs. Políticas. FCS-
UNC).
105
Otro argumento reiterado fue la sobrecarga horaria que re-
quiere estar sentada/sentado frente a una pantalla tomando examen.
Es cierto, pero, en rigor, la cantidad de horas frente a una pantalla es
equivalente a las sentadas en un aula de los pabellones universitarios.
Se plantea que no es lo mismo un aula que una pantalla, que no hay
problemas de conectividad, que la comunicación es más fluida y no
se produce esa tensión muscular de escuchar entrecortado. Sin des-
conocer estos argumentos, que también he compartido, quisiera agre-
gar una lectura sociológica desde los aportes del sociólogo inglés
Basil Bernstein porque, como estudioso de la transmisión y adquisi-
ción del conocimiento escolar en estrecha articulación con la apro-
piación de los bienes culturales según las clases sociales, ofrece pistas
para reflexionar sobre la arbitrariedad del contenido curricular.
En uno de sus textos más reconocidos –Clases, códigos y con-
trol– escribió: «una sociedad que no oculta los mecanismos de selec-
ción, clasificación, distribución, transmisión y evaluación del cono-
cimiento educativo refleja la distribución del poder y los principios
de control social». Párrafos más abajo agrega:
106
actualidad pareciera ser lo contrario, una especie de «no control»: no
sabemos lo que sucede, no sabemos lo que se recibe, cómo se recep-
ta y en qué momento se realiza, en tanto lo asincrónico implica que
cada quien regula sus propios tiempos. La virtualidad contribuyó a
sostener las formas de los dispositivos pedagógicos, pero genera un
vacío en la relación entre conocimiento y experiencia. Un control
que se desvanece entre las manos y, por efecto, el orden que se re-
producía a través del mensaje pedagógico comienza a tambalear.
Las dificultades pedagógicas en tiempos de pandemia se cuen-
tan de a montones, unas sobre qué enseñar, cómo llevarlo adelante y
qué evaluar, otras con el corte abrupto del vínculo pedagógico, cons-
tituido sobre la base de la presencialidad e interacción cara a cara.
Bernstein (1990) señalaba que
2.
107
certidumbre afecta los vínculos y la construcción de los lazos. La
distancia no solo opera en el plano de lo territorial, sino que comien-
za a sentirse en el plano subjetivo. Todo comienza a ser igual expresó
Sandra, joven estudiante de primer año universitaria, cuya experien-
cia educativa y social quedó truncada como la de muchos compañe-
ros y compañeras. El contacto, la mirada, el murmullo, la pregunta
ocasional, el diálogo, la interacción, el juego, el recreo, las risas com-
partidas, la chispa que genera la ocasión y desata complicidades,
conversaciones cruzadas, etc. todo ello queda suspendido a la espera
que en algún momento vuelva a ocurrir. Mientras tanto los procesos
de socialización no se detienen, siguen su curso en pandemia y a
pesar de ella.
La comunicación mediada por la tecnología ya es un hecho y
vino para quedarse. ¿Cuánto tallará en nuestras vidas esos cambios?
No en términos de cantidad, volumen, sino en profundidad, intensi-
dad, de esas que llegan a transformar, incluso nuestras valoraciones
sobre el mundo social e individual. ¿Se transformarán nuestras for-
mas de interacción o socialización?
No lo sabemos, pero sí podemos dar cuenta que acontece,
como en Her, película del año 2013 dirigida por Spike Jonze y prota-
gonizada por Joaquin Phoenix: después de finalizar una relación dul-
cemente amorosa, el protagonista (Theodore) entabla un extraño vín-
culo con Samantha, asistente virtual, resultado de la inteligencia arti-
ficial creada a los efectos de cumplir deseos, intereses y necesidades
de cada individuo que se conecta, en este caso, con ella, pero, bien
podría cualquier ser otra «empleada» virtual de la empresa.
Theodore encuentra en Samantha una compañera perfecta,
hecha a su medida: dialogan largas horas, está disponible todo el
tiempo, en cualquier momento del día, lo escucha, no lo interrumpe
y lo acompaña en cada uno de los sentimientos experimentados du-
rante la jornada. Una voz sensible está ahí, en su oído, atenta, cauti-
va y a su merced. Del lado del espectador se advierte un hombre
solitario que habla con su audífono, le cuenta sus secretos, angustias,
dudas y miserias. Ríe, llora y se conmueve absorto en sí mismo. La
sensación –amarga– es la de un vacío profundo, difícil de ser llenado
o reemplazado por algo que no sea un alguien.
108
En todos estos meses de aislamiento social, preventivo y obli-
gatorio, ¿No hay acaso temor a la pérdida de estas prácticas y forjar
interacciones que poco tienen de humano?, ¿no nos convertiremos
un poco en Theodore? El teletrabajo, las clases virtuales, la comuni-
cación mediada por telefonía celular ¿no nos devuelven esa imagen
de ensimismamiento? O, su efecto contrario, ¿no nos lleva a decir y
hacer un mundo que ya no lo es?
Estas preguntas aún no tienen respuestas y probablemente no
las tengan en el corto plazo, asistimos a los cambios mientras escribi-
mos sobre ellos y será necesario tomar la debida distancia para no
aventurar futurismos. En todo caso se pueden señalar ciertos temo-
res a efectos de observar prácticas y discursos que, de manera condi-
cional, no pasan desapercibidos, por ejemplo, aprovechar las medi-
das sanitarias de aislamiento/distanciamiento, implementadas a ni-
vel mundial, que contribuyen a minimizar la expansión de la pande-
mia, con el objetivo de expandir un nuevo orden económico basado
en el mercantilismo de bienes y servicios, concretamente, la educa-
ción. Cuando «quedarse en casa» sirve para instalar la educación a
distancia, el consumo de cursos, congresos, conferencias, a menor
costos y con más ganancias o beneficios.
A propósito de Antonio Gramsci, Raymond Williams (2009)
en su texto Marxismo y literatura, plantea que la mejor manera de
volver algo hegemónico es transformarlo en una experiencia vivida,
«una realidad experimentada», dotada de significados y valores (p.
159). La practicidad de realizar estudios virtuales desde el hogar,
sentada o sentado en el sofá del living, sin perder tiempo ni dinero
en movilizarse cualquiera sea la distancia, resulta de una comodidad
o practicidad evidente que seduce hasta a los más desencantados.
Cuando el cálculo económico se impone como estructurador de la
vida social, es muy difícil luchar contra ella porque deviene en reali-
dad fáctica.
Este riesgo no es novedoso, A. Puiggrós (2017) hace ya varios
años denunciaba los peligros de una educación monitoreada por las
reglas del mercado que nada tiene de humanista. Para ella existe una
política que busca instalar la lógica mercantilista en la educación
donde el blanco son los docentes y el vínculo docente-alumno. «Hay
una clara intención de abrir las puertas del sistema de educación
109
pública a las corporaciones, a todas las ONG que quieran venir a
prestarnos servicio, a todas las que quieran venir a dar cursos de
formación docente» (p. 7).
La escuela resistió los embates de la privatización, era y es
una de las pocas instituciones que conserva de manera casi pura una
de las funciones claves más relevantes de la modernidad: la socializa-
ción, entendida como la producción de un sujeto social en relación
con otros y otras, bajo un proyecto político que puede ser la inclu-
sión, integración, formación para el trabajo, los derechos humanos
o lo que cada época defina para su propia reproducción futura y
colectiva. Hoy, la pregunta es ¿en qué deriva esta época aciaga?
Pierre Bourdieu (1994) en su texto El Sentido Práctico soste-
nía que «la incertidumbre que encuentra su fundamento objetivo en
la lógica probabilista de las leyes sociales basta para modificar no
solamente la experiencia de la práctica, sino la práctica misma, alen-
tando por ejemplo las estrategias que apuntan a evitar el resultado
más probable» (p. 159).
La incertidumbre provocada por la expansión de la epidemia,
sin avizorar un horizonte claro para un futuro planificable, acoplada
a cambios de prácticas y experiencias, nos sitúa ante la peligrosidad
de romper con uno de los valores más preciados de la sociabilidad
que es el encuentro con el otro.
Cierre
110
de estar, percibir e interactuar con el mundo. Eso es lo que hoy está
suspendido, pero también en cuestión. ¿Qué mundo conocemos?
En cuanto a la segunda, preocupa la naturalización de la dis-
tancia social, la pérdida de referencia con el otro/otra. No el indivi-
dualismo que forma parte del folclore moderno profundizado en las
últimas décadas, sino el desconocimiento acerca de una otredad que
pone en riesgo lo social como un todo.
Volver a las aulas, ocupar los espacios, recuperar la pregunta,
serán desafíos a sostener para construir una socialización cuya textu-
ra pueda asirse no solo detrás de una pantalla.
Notas
1
A finales del mes de septiembre se agregó un tercer inconveniente relacionado con la
adulteración de datos del sistema guaraní que permitía acceder a documentos entregados
por estudiantes, extraerlos y reemplazarlos por archivos en blanco. Un problema legal
gravísimo para la seguridad y privacidad de cada uno. Cfr. con correo electrónico oficial,
@guaraní.unc.edu.ar el 20 de octubre del 2020.
2
Recupero aquí la noción de falla de E. Laclau no como error sino como dislocación en
la estructura. Para el autor lo social está constituido por una falla originaria, marcada por
una «indecibilidad» que impide la constitución plena del sujeto. Extraído de https://
www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1984-64872011000200003
Bibliografía
111
Salud y Sociedad, Nº 7, abril. On-line. Río de Janeiro.
ISSN 1984-6487 https://doi.org/10.1590/S1984-
64872011000200003
Puiggrós, A. (2017). «La educación en disputa, retos y perspectivas
en el siglo XXI». Revista Páginas, N° 8 (12) noviembre. Escue-
la de Ciencias de la Educación, FFyH-UNC. https://
revistas.unc.edu.ar
Williams, R. (2009). Marxismo y literatura. Buenos Aires: Las cua-
renta.
112
Prevención, promoción y protocolos: reflexiones
éticas sobre estrategias médicas
Darío Sandrone
Breve introducción
113
enfermos, en cambio, mutará hacia una disciplina más general, res-
ponsable también del seguimiento y control de los actos ordinarios
de los sanos. Poco a poco, el saber médico se transformará en una
nueva guía de la conciencia, que dicta reglas de conducta, censura
placeres y envuelve lo cotidiano en una red de recomendaciones auxi-
liadas por una batería de fármacos sin comparación con el pasado.
Como bien cuenta la médica y filósofa francesa Anne-Marie Moulin,
esta expansión moral de la medicina encuentra justificación «en el
conocimiento sobre el funcionamiento del organismo y en su victo-
ria sin precedentes sobre sus enfermedades», aunque aclara que «el
control de la medicina tropieza con el límite de la resistencia de la
población a renunciar a su autonomía» (Moulin, 2005: 29).
Una síntesis clara de esa tensión que marca a fuego nuestro
tiempo puede leerse en «La ciencia como vocación», aquel famoso
discurso que Max Weber dijera en 1919. Allí, uno de los padres de la
Sociología afirmaba:
114
bre algunos aspectos puntuales que considero podrían aportar para
pensar la actual situación y contribuir a establecer alguna perspectiva
hacia el futuro. En el primer apartado exploro algunos aspectos epis-
témicos de la medicina que considero relevantes para abordar los
debates sobre las políticas sanitarias en pandemia. En el segundo
apartado hago foco en los conceptos de prevención y promoción
como dos de las estrategias principales de la medicina contemporá-
nea. En el tercero, abordo la cuestión de los protocolos médicos, que
en muchos casos han sido blanco de críticas desde el punto de vista
ético.
115
convencido de estar presenciando un repliegue de la técnica que per-
judicaba terriblemente a los médicos, justamente porque los alejaba
de las cosas, de los cuerpos, de los padecientes, en definitiva, «del
recto conocimiento de las vísceras» (citado en Rossi, 1970: 21). «El
doctor», se quejaba Vesalio, «encaramado en lo alto de un púlpito,
repite hasta el hastío noticias relativas a hechos que él jamás ha
observado directamente, sino que se los ha aprendido de memoria
en libros ajenos» (itado en Rossi, 1970: 21). Desde este punto de
vista, los libros se presentaban como obstáculo del verdadero saber,
antes que como su fuente. En consecuencia, una formación médica
basada en la lectura era la peor de las decisiones, pues así «todo es
mal enseñado, se malgastan los días en cuestiones absurdas y se les
da a los alumnos menos nociones y más confusas que las que cual-
quier carnicero, desde su banco, podría enseñarle al doctor» (citado
en Rossi, 1970: 21).
Sin embargo, esa retirada de las tareas manuales implicó si-
multáneamente una expansión hacia otras funciones sociales. Justa-
mente, como veíamos más arriba, Weber identificó esa expansión
que arrastró, además, una contradicción que no ha dejado de crecer.
Cuanto más interviene la medicina en la vida de las personas, en sus
decisiones, en las actividades que desarrollan, en la forma de gozar,
de reproducirse e incluso de morir, más amplia es la justificación
moral que requiere. Esto llevó gradualmente a la medicina a entrar
en diálogo o confrontación con creencias y prácticas externas, pro-
venientes de otras esferas del saber, de la religión o de la costumbre.
En el siglo XX, cada vez con mayor frecuencia, cuando las posicio-
nes en ese intercambio se tornaron irreductibles, fueron las institu-
ciones y mecanismos de la política las encargadas de dirimir los
conflictos. En ocasiones el Estado intervino para garantizar ciertos
tratamientos que suponen la suspensión de algunas libertades priva-
das (como ocurre con la vacunación). En contrapartida, la vida pú-
blica asumió a la salud como uno de sus valores más preciados, y a
los trabajadores de ese rubro como actores sociales claves a los que
se les rinde todo tipo de tributos simbólicos que, vale decirlo, no
siempre llegan al salario.
El médico, entonces, se ha convertido en un experto de todos
los asuntos públicos y privados. Por eso mismo, en ocasiones a rega-
116
ñadientes, han tenido que abrirse al control de la sociedad civil y de
las autoridades políticas. Moulin afirma que esa expansión fue posi-
ble a partir de la transformación del objeto de la medicina: de los
enfermos a los potenciales enfermos. En otras palabras, «toda perso-
na sana es un enfermo que se ignora» (Moulin, 2005: 32). Desde
luego, este enfoque habilita un colosal negocio con un mercado casi
universal: «en la sala de espera del médico, hacen cola 8000 millones
de personas» (Moulin, 2005: 32). Pero también habilita un nuevo
enfoque, la medicina preventiva, cuyo principal arte consiste en per-
turbar la paz y la tranquilidad de la población con señales de alarma
con el propósito de proteger la salud colectiva. La epidemiología,
como lo hemos visto de cerca en esta pandemia de covid-19, se
transformó en una de las especialidades médicas más fuertes en esta
línea, por lo tanto, es una de las que más hace para borrar la distin-
ción entre sano y enfermo. Para muestra basta un botón: la cuarente-
na, que ha sido la medida sanitaria más expandida, no distingue
entre infectados y no infectados, todos deben aislarse por igual. El
riesgo, esa palabra esencialmente matemática y probabilística, ocu-
pa el centro de la escena y opaca al propio virus. La distinción radi-
cal entre sanos y enfermos, entonces, es reemplazada por un degradé
probabilístico entre «grupos de riesgo». Solo hay que encontrar a
cuál pertenece cada uno.
La invisible propagación del virus (solo aprehendida con una
serie de complejas estadísticas siempre falibles) y la indeterminación
de sus consecuencias (nadie sabe con exactitud qué daños producirá
en su organismo) se trasladan a una compleja dinámica de medidas
precautorias que requieren cierto razonamiento abstracto y esque-
mático por parte de la población. Todos seguimos más ajustadamen-
te las prescripciones sanitarias cuando entendemos lo que las moti-
va, pero no es fácil hacerlo cuando las manifestaciones del virus no
son palpables directamente. Las consecuencias del virus no se ven en
las calles porque es el sistema sanitario el que recibe toda la tensión
y el impacto de la circulación del virus. Solo cuando este colapsa y
los muertos se apilan en las calles, como lamentablemente hemos
visto en algunos países, es donde se pueden apreciar los efectos. Pero
el objetivo que tenemos como sociedad es justamente no llegar a
eso. La comunicación de la ciencia, entonces, se torna estratégica y
117
fundamental, y requiere incorporar recursos materiales y humanos
específicos.
Por otro lado, en estos meses hemos visto escraches a muchos
trabajadores de salud por parte de sus vecinos. También hemos visto
marchas exigiendo que se levanten las restricciones a la circulación
de los ciudadanos por considerarlas autoritarias. Por lo general, am-
bos comportamientos han sido justificados por un concepto de li-
bertad tan mezquino como individualista, que podría sintetizarse en
el siguiente principio: «los enfermos y enfermeros aislados, los sanos
libres». Es cierto que desde el punto de vista ético esa posición es
inadmisible, pero tal vez más grave aún sea que desde el punto de
vista sanitario es incorrecta. Si hay más circulación, habrá más con-
tagiados, solo es cuestión de tiempo. Quienes se dejan llevar por su
situación inmediata no comprenden que la restricción de la circula-
ción de las personas es solo un eslabón de un plan colectivo a media-
no plazo para proteger la salud pública. Precisamente, uno de los
principales argumentos de la medicina preventiva es que no tiene
sentido estigmatizar al enfermo, y mucho menos al enfermero, a
quien se lo ve como un potencial infectado. La salud y la enferme-
dad, lejos de ser entidades reales opuestas, asimilables al bien y el
mal, son situaciones probables que se alternan y combinan dinámi-
camente en una población. La enfermedad no es, entonces, algo re-
lacionado con la muerte, sino con todo lo que vive, y más aún con
todo lo que vive en comunidad. Flaco favor le hacen estos libertarios
de pocas luces a aquel ciudadano comprometido que tenía en mente
Weber. Resistirse a las prescripciones sanitarias del Estado es un
ejercicio crítico que debe ser incentivado, pero cuando se basa en la
ignorancia y el egoísmo debe ser señalado y combatido.
Prevención y promoción
Moulin afirma que si la palabra clave del siglo XVIII era felicidad y la
del siglo XIX era libertad, la del siglo XX fue salud (Moulin, 2005:
31). Un acontecimiento político y social con repercusiones mundia-
les respalda su afirmación. En 1949, la Organización Mundial de la
Salud declaró a la salud como un nuevo derecho humano. En ese
118
sentido, llama la atención que durante la pandemia algunos despre-
venidos hayan acusado a la OMS de «politizarse», cuando precisa-
mente es una entidad esencialmente política que busca convencer a
los mandatarios del mundo de que incorporen a la salud en la estruc-
tura presupuestaria y jurídica del Estado bajo lineamientos consen-
suados. Más allá de los posicionamientos cuestionables y los errores
cometidos, esta empresa ha sido relativamente exitosa si tenemos en
cuenta que el derecho a la salud hoy forma parte de la mayoría de las
constituciones nacionales.
Nuestro país ha estado relativamente a la vanguardia en este
sentido. El mismo año en que la OMS realizó la declaración del
derecho a la salud aquí se fundaba el Ministerio de Salud Pública de
la Nación bajo la primera presidencia de Perón, quien puso a Ra-
món Carrillo a cargo de la cartera. La creación del nuevo ministerio
fue posible gracias a una reforma constitucional. Después del golpe
de Estado de 1955 fue disuelto por Aramburu, restituido por Fron-
dizi (1958), disuelto nuevamente por Onganía (1966), restituido por
Alfonsín (1983), degradado a secretaría por Macri (2018) y ahora
nuevamente restituido por Fernández. Sin embargo, y más allá de las
idas y vueltas del Ministerio, fue a partir de una nueva reforma cons-
titucional (1994), esta vez bajo la primera presidencia de Menem,
que se les confirieron jerarquía constitucional a los tratados interna-
cionales que reafirman el derecho a la salud. Entre estos se encuentra
el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Cul-
turales que insta al Estado a «la creación de las condiciones que
aseguren el acceso de todos a la atención de la salud». También le
ordena una medida que nos interesa particularmente en las circuns-
tancias actuales: «la prevención y el tratamiento de las enfermedades
epidémicas, endémicas, profesionales y de otra índole, y la lucha
contra ellas»1. En efecto, a partir de ese momento, proteger la salud
de la población no es una opción para el Estado, es una obligación
constitucional.
Sin embargo, pronto será evidente que por más poderoso que
sea el Estado no puede garantizar la salud pública por sí mismo,
necesita de la responsabilidad y la participación activa de la pobla-
ción. En esa dirección, desde finales de la década de 1970, la OMS
impulsó un nuevo concepto, la promoción de la salud, que incorpora
119
un aspecto pedagógico e interpela a los diferentes actores sociales.
Se insta a promover la buena alimentación, los análisis clínicos pe-
riódicos, los métodos anticonceptivos, el uso responsable de drogas
y alcohol, en el mismo tono que tradicionalmente se promueve la
literatura, el arte y el pensamiento.
También se promociona la práctica de deportes como una
actividad intrínsecamente saludable. En el siglo XX el conocimiento
y el desarrollo de la intimidad física adquiere valor propio. Sin dudas
fue el siglo que legitimó el entrenamiento en interiores y proveyó
una nueva metodología. El análisis aislado de las regiones anatómi-
cas; el diseño de movimientos corporales sistematizados, mecáni-
cos, precisos y repetitivos; la planificación de rutinas diarias; y, so-
bre todo, la incorporación del concepto de progreso físico: cada día
requiere un esfuerzo mayor que el del anterior. En definitiva, se
difunde la idea de que también en el interior de una habitación e
incluso en la comodidad del hogar el cuerpo puede educarse, con
paciencia, zona a zona, músculo a músculo. Como dirá el historia-
dor francés Georges Vigarello, en el siglo XX asistimos al «triunfo
definitivo del ejercicio construido» (Vigarello, 2005: 167). Con el
paso de los años, esta modalidad fue amontonando un gran instru-
mental, como mancuernas, barras y poleas. Luego llegaron las má-
quinas, como las cintas de correr. También se acumuló y difundió
todo tipo material bibliográfico. Nacieron las enciclopedias deporti-
vas, los libros hogareños con guías para la gimnasia, las tablas de
ejercicios. Las figuras estáticas en el papel que los moradores del
hogar imitaban adquirieron movimiento en la pantalla de la televi-
sión durante la segunda mitad del siglo XX. Finalmente, figuras digi-
tales en pequeños dispositivos personales inauguran el siglo XXI. En
medio de la pandemia, los gimnasios venden sus apps con programas
personalizados e internet se vuelve una fuente infinita de instruccio-
nes para entrenar el cuerpo. Cualquier instagramer, sin más marke-
ting que una figura esbelta, ejecuta sus rutinas de ejercicio mientras
alguien a cientos de kilómetros de distancia lo imita en alguna habi-
tación de la casa. Frente a la adaptación hogareña de la actividad
física, durante la pandemia los «runner», sobre todo en Ciudad de
Buenos Aires, demandaron salir a correr por las calles y espacios
verdes, justamente formados en una cultura de la promoción de esa
120
actividad como fuente de salud. No tardaron en encontrar detracto-
res que consideraban que bien se podía evitar salir a correr para
evitar propagar el virus. El debate era previsible si tenemos en cuen-
ta la contradicción: durante décadas se promovió que las personas
salgan a correr para mejorar su salud y justamente ahora por el mis-
mo motivo se les pide que dejen de hacerlo. La promoción de la
salud opera en la cultura y este episodio deja a las claras que la
dimensión biológica de la aparición del covid-19 es solo la superfi-
cie. El temblor llega a las capas culturales más profundas.
Pero volvamos a cómo la OMS concibe la promoción de la
salud. En primer lugar, no se piensa como algo «además» de atender
a los pacientes, sino que se encuadra en el mismo nivel, como una
actividad dentro de la Atención Primaria de Salud. Por otro lado, se
la considera como un continuo con la prevención, como dos caras
de la misma moneda, muchas veces indistinguibles una de otra. Ade-
más de la preocupación por la enfermedad como motor de la salud
pública, se agrega un nuevo propósito: que las personas adquieran
conocimientos, aptitudes e información que les permitan elegir op-
ciones más saludables e incrementar el control de su salud, como
una forma de soberanía sobre el propio cuerpo. En consecuencia, la
salud se concibe también como un logro de la sociedad y no solo del
Estado y las instituciones médicas. La tarea del personal de salud es
condición necesaria pero no suficiente para sostener la salud públi-
ca, cuya construcción exige la participación de toda la comunidad.
Además de un deber del Estado, la salud pública se asume como una
responsabilidad social. En ese sentido, la doctora Elisabeth Casas, ex
docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de
Córdoba, asegura que:
121
No soy yo, es el protocolo
122
agobiaba a Italia, el SIIARTI (Colegio Italiano de Anestesia, Analge-
sia, Reanimación y Cuidados Intensivos) publicó un documento que
caracterizó la situación como «medicina de catástrofe» estableciendo
un protocolo para atender a la multitud de pacientes que llegaban a
los centros de salud. Unos días después, entidades españolas como el
Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina
Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc), con el apoyo
de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), siguieron el
camino de los italianos y plantearon un protocolo en base al clásico
sistema de clasificación de cuatro prioridades para el ingreso a las
UCI (Unidad de Cuidados Intensivos): prioridad 1 para pacientes
críticos e inestables que necesitan monitorización y tratamiento in-
tensivo; prioridad 2 para pacientes que precisan monitorización e
intervención inmediata; prioridad 3 para pacientes con pocas posi-
bilidades de recuperarse; prioridad 4 para pacientes con beneficio
mínimo o improbable. Al igual que los italianos, los españoles dise-
ñaron un protocolo que ordena «no ingresar en las UCI a los pacien-
tes 3 y 4». Esto significa que ante dos personas que necesitan una
cama con respirador la que tenga mayores posibilidades de sobrevi-
vir es ingresada, a pesar de que haya llegado una hora después que
aquel a quien se le niega el respirador. El «orden de llegada», princi-
pio básico de justicia, es omitido en virtud de optimizar las posibili-
dades del sistema de salvar vidas. Cabe aclarar, no es el médico, es el
protocolo.
Sin embargo, la proliferación de protocolos no es un fenóme-
no espontáneo, sino que responde a un proceso histórico bastante
reciente. Hasta hace unas décadas, probablemente hasta finales de
1970, la relación médico-paciente poseía un carácter personal que
en nuestros días se reduce a algunas excepciones. En algún punto el
médico se transformó en un trabajador del sistema sanitario, ya sea
en el ámbito público o privado. En consecuencia, poco a poco, la
organización administrativa que rige la institución de salud comenzó
a condicionar, cuando no a determinar, los términos del vínculo
médico/paciente. El tiempo que se dedica a una consulta, la forma
en que se realizan las historias clínicas, el modo en que se comuni-
can diagnósticos, la manera en que se realizan tratamientos. Todo
está formal o informalmente protocolizado. En muchas ocasiones,
123
cuando se habla de «deshumanización» de la medicina se suele aludir
a la pérdida de esa condición familiar en manos de la profesionaliza-
ción. Desde luego, esto trae aparejado un cambio sociopolítico en
relación con la figura del médico, su poder y sus responsabilidades.
Si el médico debe seguir protocolos quiere decir que no tiene capa-
cidad plena de decidir qué hacer en tal o cual caso. Eso implica una
restricción de sus libertades profesionales, pero al mismo tiempo y
en la misma medida un límite a potenciales arbitrariedades en sus
decisiones. En este último sentido, los protocolos son funcionales al
control civil de la medicina. El médico está constreñido a realizar in
situ acciones que fueron consensuadas y decididas por otros, antes,
en otro lugar. Los protocolos son las correas de transmisión de esas
decisiones fortaleciendo la cadena de mando. Por otra parte, desde
el punto de vista ético y jurídico, desplazar el ámbito de la decisión
implica desplazar la responsabilidad. Es el protocolo más que la re-
putación y accionar del médico lo que ofrece una garantía de que se
ha seguido un procedimiento correcto. En ese sentido, una de las
razones por las cuales se establecen protocolos es para determinar un
resguardo jurídico. Una forma de afrontar eventuales juicios por
mala praxis o negligencia es mostrar que se han seguido protocolos
aceptados.
Pero, ¿cómo sabemos cuál es el mejor protocolo? El asunto no
es fácil por varios motivos. En primer lugar, las evidencias científi-
cas pueden cambiar más rápido que los protocolos. Por eso mismo,
explica el doctor Carlos Presman3, docente del Hospital Clínicas
(UNC), «quienes seguimos la corriente llamada ‘medicina basada en
evidencias’ preferimos usar el término ‘estado del arte’ (que equivale
a decir ‘lo último’ o ‘lo más avanzado’) en lugar de ‘protocolo’». Por
otra parte, como refiere el ingeniero Miguel Ángel Ferreras, quien se
dedicó por años al área de la ingeniería clínica: «Es notable que a
pesar de usar protocolos muy distintos, diferentes hospitales suelen
obtener resultados similares. Eso hace muy compleja la evaluación
de los resultados en salud». Por si fuera poco, el doctor Raúl Jimé-
nez, ex secretario de Salud Pública de la Ciudad de Córdoba, plantea
la cuestión inversa: «¿Un mismo protocolo activado en dos centros
de salud distintos dan los mismos resultados? No necesariamente».
Ambos van al mismo punto: los protocolos no se agotan en sí mis-
124
mos, no son absolutos. Siempre hay un contexto, una práctica, una
circunstancia, un conjunto de imponderables o factores azarosos que
influyen en los resultados de la ejecución. Por definición, los proto-
colos reducen la complejidad del mundo para operar como un con-
junto de reglas simples, sin embargo, esa complejidad no deja de
existir y se mete por la ventana a modo de «margen de error» o
incertidumbre. Las complejidades del asunto nos eximen de profun-
dizar en él.
Por otro lado, existe también un costado socioeconómico que
refiere a la notable expansión del sistema sanitario en el siglo XX.
Una cosa es atender a pocos pacientes y otra cosa es atender a miles;
una cosa es formar a unos pocos discípulos que siguen la práctica,
como los médicos de antaño, y otra es la formación masiva de médi-
cos. En ese sentido, una buena protocolización optimiza los proce-
sos de resolución de problemas a gran escala y hace más económico
el funcionamiento del hospital o la clínica y más eficaz la formación
de los recursos humanos. Resulta entonces difícil no asociar los valo-
res de la medicina actual con los de la producción industrial. La
adecuación a protocolos, el seguimiento de normas estandarizadas,
la homologación de procedimientos, la obtención de certificaciones
de calidad ante entidades nacionales o internacionales, son parte de
la jerga industrial y de sus prácticas, y han migrado no solo al ámbito
de la salud sino también, aunque posiblemente en menor medida, a
otros ámbitos como la educación, la comunicación, la investigación
y cualquier actividad que en el siglo XX se haya tornado masiva. En
ese sentido, no es exagerado pensar que el sistema de salud adquirió
un tono fabril: se produce salud como un producto masivo y seriado,
y la transición del médico familiar al trabajador sanitario es similar
al paso del artesano al trabajador industrial. Sin embargo, lo que
resulta problemático y hasta paradójico en el caso de la salud es que
algo tan singular como el bienestar de una persona se asocie con la
repetición de un estándar. En relación con ello, «el protocolo es des-
humanizante en la medida en que reduce al paciente a un objeto y a
las poblaciones a números», afirma Carina Muñoz (2018), enferme-
ra y autora del libro Lecturas del cuerpo del paciente, aunque aclara
que esto no es atribuible a los protocolos en sí mismos, sino a las
relaciones sociales y humanas en que se insertan.
125
Pero no solo los pacientes pierden su singularidad, también
los médicos diluyen buena parte de su autonomía al quedar subsumi-
dos a un sistema sanitario protocolizado que no carece de contradic-
ciones internas, fallas y consecuencias indeseadas, como la iatroge-
nia: un malestar que el paciente no poseía al momento de entrar en
contacto con el sistema de salud y que el propio sistema produce.
Por otro lado, cualquier ámbito de atención masiva e hiperdemanda-
do genera tensión y estrés en el personal encargado de tomar decisio-
nes. Cuando lo que está en juego es la salud, la tensión cotidiana
aumenta y se acumula, y cuando la decisión es de vida o muerte,
mucho más. Decidir negarle el respirador a una persona con pocas
posibilidades de vivir puede quitar el sueño varias noches; negárselo
a veinte personas en un día puede causar un daño irreparable en la
psiquis. En ese sentido, los protocolos son artefactos en los que se
delegan las decisiones, justamente para reducir la tensión mental y la
angustia emocional de tomarlas. El médico ahorra esfuerzo. Frente a
dos pacientes que requieren UCI, tomar la decisión es más dramáti-
co que «activar el protocolo». La terminología alude a quien encien-
de un aparato automático que hace las cosas por él. No es el médico
quien usa el protocolo, sino el protocolo el que se ejecuta a través del
médico. La «obediencia debida», entonces, emerge como un proble-
ma ético en esa lógica, motivo por el cual los médicos pueden elegir
no ejecutar el protocolo por una «objeción de conciencia». Una vál-
vula de escape para aquel gesto humano de renunciar a seguir una
norma. Sin embargo, por lo general, las legislaciones establecen que
aunque el médico puede negarse a activar el protocolo, el sistema,
no. Debe garantizar al paciente la ejecución del protocolo a través de
otro médico disponible. Quizá, atendiendo a este último aspecto de
los seres humanos, el de diseñar artificios, es que podríamos poner
entre paréntesis la idea de que los protocolos deshumanizan. Por el
contrario, lo más humano es, por un lado, la capacidad de elaborar
artefactos que cristalicen valores y decisiones, aunque en ocasiones
nos neguemos a utilizarlos. En ese sentido, la protocolización de la
medicina requiere un mayor grado de humanidad, uno que com-
prenda los límites de las creencias, saberes y capacidades individua-
les, frente a las decisiones colectivas y la cristalización de esas deci-
siones en normas y protocolos.
126
Notas
1
Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/derechoshumanos_
publicaciones_colecciondebolsillo_07_derechos_economicos_sociales_culturales.pdf
[Consulta: 12/10/2020].
2
Este testimonio fue recogido para una columna periodística. https://www.hoydia.com.ar/
opinion/122-cultura-y-tecnologia/70963-entre-la-prevencion-y-la-promocion.html.
Recuperada el 13 octubre de 2020.
3
Este testimonio y todos lo que siguen fueron recogidos para una columna periodística
https://www.hoydia.com.ar/opinion/122-cultura-y-tecnologia/70963-entre-la-preven-
cion-y-la-promocion.html Recuperado el 12/10/2020.
Bibliografía
127
128
Retrocesos ante la pandemia del coronavirus.
Sobrevivencia y justicia. Ecofeminismo como ética
del cuidado
Patricia Morey
Introducción1
129
sobreexplotación y la insensatez de estilos de consumos irraciona-
les5. En este marco, con la epidemia global del 2020 surge una posi-
bilidad de repensar el rumbo de nuestra sociedad.
Las proyecciones sobre el impacto económico y social son
tremendas. Además de las muertes a nivel global y las secuelas físicas
de quienes contraen la enfermedad, se calcula que millones de perso-
nas se añadirán a las cifras de extrema pobreza6. La epidemia ha
desencadenado la recesión más profunda en décadas y la recupera-
ción es incierta. Aunque la enfermedad no respeta clases sociales,
razas, ni países, ni género y causa estragos a nivel mundial, es en las
regiones más pobres y los grupos excluidos donde impacta con más
virulencia7. En muchos casos, algunos progresos logrados en las últi-
mas décadas han retrocedido en pocos meses. El siglo XX fue el de
los avances revolucionarios de las mujeres y el aumento de derechos
conquistados continuó entrando el XXI, hasta que la inesperada epide-
mia no solo marcó un freno, sino que puso el peso de la crisis en las
mujeres, que han sufrido desproporcionadamente. Según los datos
de las Naciones Unidas, a partir de la epidemia, en 206 países han
aumentado las horas dedicadas al cuidado y al trabajo no remunera-
do, especialmente en relación con la educación de los niños. Ha
disminuido el trabajo pago y muchas han quedado desocupadas, lo
que supone un incremento de la pobreza femenina. La violencia do-
méstica ha recrudecido y las mujeres y las niñas se han encontrado
aisladas, sin recursos personales ni institucionales. Además, durante
el encierro, también disminuyó el acceso a la salud sexual y repro-
ductiva8.
La vulnerabilidad estructural de las mujeres se desnudó en
pocos meses, lo que muestra que no son suficientes las reformas
parciales en un mundo globalizado e interconectado. Los avances,
muy importantes en tiempos «normales», aunque limitados para al-
gunas, retroceden en situaciones de riesgos profundos.
El siglo XX fue un siglo de utopías, de ansias de justicia, de
intentos de cambios de sistema en búsqueda de organizaciones so-
ciales de inclusión universal. Sin embargo, la mayoría de los experi-
mentos sociales de transformación fracasaron si lo que se buscaba
era, al menos, erradicar la pobreza y además garantizar libertades
130
democráticas esenciales. En el siglo XXI nos encontramos dudando
sobre la permanencia del ser humano.
El imaginario político del siglo XX aspiraba a la igualdad y la
justicia, el siglo XXI nos enfrenta a la probable extinción. ¿Podremos
sobrevivir en un mundo más justo? La fragilidad de nuestro ecosiste-
ma, flagelado por una estructura económico-política de distribución
inequitativa y de devastación androcéntrica, constituye una amenaza
global. El nuevo virus nos hizo detener, nos enfrentó con nuestra
finitud. La velocidad con la que se transmite y el riesgo de un conta-
gio masivo frenó la economía. Podremos seguramente controlar este
virus, pero quizás no logremos hacerlo con el próximo o con el cam-
bio climático, o con las plagas que se multipliquen incontrolable-
mente. Si frenamos la pandemia de la covid-19, ¿volveremos a estilos
de vida injustos y sin futuro?
Podríamos imaginarnos tres escenarios posibles. El primero,
catastrófico: no podemos controlar las calamidades autoinflingidas,
evitables. Las advertencias científicas se cumplen ante la indiferen-
cia de la mayoría o la incapacidad de transformar los hábitos cotidia-
nos y los desquicios estructurales. El planeta ya no permite la vida
humana. O podríamos pensar en un escenario de sobrevivencia, pero
tremendo, donde un puñado de personas viven magníficamente, dic-
tadores que controlan al resto de la humanidad; un mundo feliz do-
minado por los medios tecnológicos de comunicación; ciudadanos
convencidos de que deciden cuando en realidad son totalmente ma-
nipulados. Y por último, quizás, podemos torcer, modificar el cami-
no destructivo que transitamos y lograr organizar una vida digna.
Planteamos en este artículo la posibilidad de transitar un ca-
mino de sobrevivencia con justicia, que incluya a las mujeres y a
todos los grupos marginados, en pie de igualdad. Para ello es necesa-
rio pensar en una profunda transformación económico-política, que
abarque un cambio de paradigma conceptual y que integre la justicia
con el cuidado de la naturaleza. No habrá, defendemos, cambios
sustanciales sin la inclusión de la problemática de las mujeres y de
género. La gravedad de la situación descarta pensar en un feminismo
que no incluya en su pensamiento y acción la esencial conexión entre
el colapso ambiental y las injusticias sociales.
131
En este camino estrecho de sobrevivencia con justicia será ne-
cesaria una crítica radical del sistema económico existente, una re-
flexión profunda de los marcos conceptuales patriarcales aún vigen-
tes y un pensamiento utópico que con fiereza se aleje del orden mun-
dial existente, pero que al mismo tiempo sea una esperanza que nos
contagie de un optimismo y nos conduzca a la acción.
Por eso, en este artículo mostraremos el impacto de la pande-
mia global en las mujeres, analizaremos algunos escenarios futuros,
aunque, por supuesto, no los únicos posibles, e incluiremos las re-
flexiones de grandes pensadoras: 1) quien examina los marcos teóri-
cos patriarcales (Warren, 2009); 2) quienes critican el sistema eco-
nómico patriarcal, financista y predatorio mostrando que las condi-
ciones de vida de la gran mayoría han empeorado y que el planeta
arde (Arruzza, Bhattacharya y Fraser, 2019) y 3) quien desde un eco-
feminismo alerta sobre la situación actual y también propone un lugar
encantador, redefiniendo al ser humano en clave feminista y rees-
tructurándolo para avanzar hacia un futuro libre de toda dominación
(Puleo, 2019).
Sobrevivir con justicia es un camino muy estrecho, pero qui-
zás aún posible. Quizás. En este caso serán necesarias tanto una ética
del cuidado personal como de quienes nos rodean y del planeta. Pro-
pondremos un ecofeminismo que, atendiendo a la problemática de
género, se una a otras voces que plantean detener la destrucción del
medioambiente y las injusticias hacia los grupos excluidos.
132
es necesario seguir investigando los efectos diferenciados de la pan-
demia según el género ya que los datos son insuficientes y las políti-
cas correctivas raquíticas.
La epidemia impacta de manera diferente a hombres y muje-
res en relación a la salud, según los datos hay más muertes dentro de
los primeros11, pero afecta de manera más sustancial a las segundas,
ya que estas representan un alto porcentaje de trabajadores de la
salud y son quienes cuidan en el hogar12. Por otra parte, los recursos
estatales para la salud reproductiva y social en muchos países fueron
derivados a la atención de la emergencia sanitaria y se ha interrum-
pido su acceso (Navarro, et al., 2020). Según el Fondo de Población
las muertes por embarazo han aumentado, en tanto se calculan cerca
de 60 mil muertes más por falta de atención. Y por otro lado, a nivel
internacional, se incluyen pocas mujeres en la toma de decisiones y
en la representación estatal para organizar la lucha contra la enferme-
dad13. Aun cuando, paradójicamente, muchos gabinetes liderados
por mujeres son los que han gestionado con más éxito la amenaza de
la covid-1914.
La violencia doméstica se intensificó en todo el mundo. Las
mujeres, aisladas en sus hogares, se alejan de los recursos que pue-
den ayudarlas. Según la declaración de PhumzileMlambo-Ngcuka
(2020), los bajos índices de denuncia generalizados respecto a la
violencia doméstica han dificultado las medidas de respuesta y la
recopilación de datos. Sin embargo, se calcula que solo el 40 % de
las mujeres que sufren violencia buscan ayuda de algún tipo o denun-
cian el delito. Menos del 10 % de estas mujeres que buscan ayuda
recurren a la policía. Según afirma la directora ejecutiva de ONU
Mujeres, las circunstancias de la pandemia complicaron la posibili-
dad de las denuncias y del acceso a teléfonos de atención a las vícti-
mas, y en muchos países, se alteraron los servicios públicos de poli-
cías, justicia y servicios sociales. Cuando el refugio ante la epidemia
es el hogar, aumenta lo que se denominó «la pandemia en las som-
bras». El confinamiento aumenta el estrés y la inseguridad, y el haci-
namiento y la convivencia forzada aumentan la tensión que propicia
la violencia machista15.
Se calcula que en el año 2021 habrá 47 millones más mujeres
sumidas en la pobreza en el mundo. El trabajo no remunerado ha
133
crecido y muchas mujeres han perdido su trabajo definitivamente.
El impacto diferencial desde el punto de vista económico ha sido
mayúsculo, se calcula que los ingresos disminuyeron un 60 % en el
primer mes de aislamiento, sumado a que el 72 % de las trabajado-
ras domésticas perdieron sus trabajos. Los trabajos informales y de
tiempo parcial, donde se concentran las labores femeninas fueron los
más afectados, son los que reciben menor remuneración y tienen
condiciones de trabajo de inferior calidad (Azcona, et al., 2020). La
escasez de cuidado infantil, que debería ser una responsabilidad so-
cial y no solo femenina, ha repercutido en la falta de tiempo libre de
las mujeres de manera exacerbada durante la pandemia.
Aunque la variabilidad entre países es considerable, en Argen-
tina, según el Indec, siguen existiendo las brechas estructurales con
respecto a los varones en temas como inserción laboral, reparto de
tareas domésticas y de cuidado, niveles de ingreso o acceso a puestos
jerárquicos. Las mujeres, aunque en promedio tienen mayores nive-
les educativos, gozan de una menor participación en el mercado la-
boral y mayor subocupación de horario y desocupación16. Por su-
puesto que esto es resultado principalmente de la mayor participa-
ción femenina en actividades domésticas y el rol del cuidado tanto
de niños, ancianos y enfermos, que son todos trabajos no remunera-
dos.
Específicamente la pandemia incidió en la división de las ta-
reas al interior del hogar. En Gran Buenos Aires por ejemplo, tres de
cada cuatro hogares declararon que la dedicación principal de tareas
de apoyo escolar estuvo a cargo de las mujeres. Además, estos estu-
dios señalan que la ansiedad impactó mucho más en ellas, segura-
mente por hacerse responsables del cuidado y tareas que aseguran el
orden material y psicológico de su entorno17.
En Argentina también aumentó la violencia familiar, durante
la vigencia del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio se reci-
bieron aproximadamente un 20 % más de llamadas telefónicas por
violencia18.
Veamos el caso específico de Córdoba. En una consulta reali-
zada a 436 personas en Córdoba19, se comprobó que en esta provin-
cia, las dificultades también se exacerbaron durante la pandemia20.
La mitad de las consultadas siguieron trabajando desde sus casas o
134
manteniendo sus ingresos y la otra mitad declaró una reducción en
sus ingresos o que no contaban con ninguno desde que se implemen-
taron las medidas de aislamiento preventivo y obligatorio. Se desple-
garon múltiples estrategias como endeudarse, dejar de pagar servi-
cios o dejar de comprar bienes necesarios. Algunas personas salie-
ron de sus hogares, a pesar de no estar autorizadas, para garantizar la
comida diaria. La mitad de las mujeres estuvieron a cargo de niños
u otras personas dependientes y muchas se referían a estar desborda-
das, cansadas y con angustias. La sobrecarga de responsabilidades
con niños pequeños se agudizó por estar en lugares pequeños, sin
acceso a Internet y sin poder acompañar debidamente el proceso de
aprendizaje escolar.
A este panorama desolador que han vivido las mujeres y per-
sonas LGTB, se le suma la violencia en la calle, especialmente se
hace referencia en el estudio al abuso policial y a las detenciones
arbitrarias. Muchas señalaron una violencia creciente en medio de la
incertidumbre sobre el futuro del país y las consecuencias económi-
cas y laborales de las medidas de aislamiento. El documento señala
los maltratos en el ámbito familiar de las personas trans, lesbianas y
no binaries, a quienes incluso se llega a una expulsión del hogar y se
les coloca en condiciones de extrema vulnerabilidad que se profundi-
za en este contexto.
En dicho estudio, un porcentaje importante de las personas
que mencionan usar métodos anticonceptivos manifestó haber teni-
do dificultades para seguir utilizándolos por la suba de precios y por
la entrega irregular en los dispensarios. En relación a la Interrupción
Legal del Embarazo, las mujeres han tenido múltiples dificultades
para llevarlo a cabo que se agravaron por la pandemia.
Muchas personas mencionan conocer a alguien que está vi-
viendo algún tipo de violencia que puede relacionarse tanto al em-
peoramiento de las condiciones de aislamiento como a la menor
tolerancia a la violencia de género, según relata el informe. Se iden-
tifican todo tipo de violencias, psicológicas, económicas y sexuales
especialmente con parejas y exparejas. Si bien las consultas a las
instituciones responsables han incrementado en los últimos años,
afirma el estudio, la accesibilidad y la calidad de la atención de estos
servicios de abordaje parecen ser irregulares y escasos21.
135
Los datos de Córdoba coinciden con los internacionales: el
peso de la pandemia ha recaído principalmente en las mujeres, en
relación a su exposición con los enfermos, al tiempo invertido en el
cuidado a su expensa22, en relación a la convivencia con hombres
violentos y en la disrupción de los servicios y recursos.
Bailando en el Titanic
136
sidad necesaria para controlar las plagas. Los agroquímicos, sin pro-
hibición efectiva por parte de los Estados, exterminaron a las abejas,
pequeñas responsables de la polinización de las plantas.
Además, la concentración masiva de personas en zonas densa-
mente pobladas generó mayor polución ambiental que propició las
infecciones respiratorias. El cambio climático produjo calentamien-
to global y desertificación. Ante una humanidad debilitada, las pla-
gas crecieron y las epidemias de virus se descontrolaron.
Hubo planes gubernamentales y no gubernamentales para re-
cuperar el deterioro ambiental, pero no fueron suficientemente am-
biciosos (Harvey, 2020), ni tuvieron fuerza política para frenar el
colapso final. Los medios tecnológicos controladores de mentes fue-
ron utilizados por los grandes capitales internacionales quienes fi-
nanciaron partidos políticos y crearon una atmósfera anticientífica
para proteger sus propios intereses (anti vacuna, anti cambio climá-
tico, anti protección contra los virus). Se vislumbró como irreversi-
ble la extinción de la vida humana en la Tierra.
Cuando el miedo fue suficiente para estar dispuestos a trans-
formar el sistema económico destructivo ya fue demasiado tarde.
Fueron irrecuperables los daños y desapareció la vida humana, que
siempre dependió de un equilibrio con la naturaleza. Los intereses
económicos, la arrogancia humana y un falaz pensamiento de que la
vida humana era eterna ocultó los riesgos.
137
sustancialmente y nadie cuestiona la estructura depredadora y tre-
mendamente desigual. Los ciudadanos están cuidadosa y sigilosa-
mente vigilados y controlados. Quizás algunos con rebeldía no se
ajustan a la perfección, pero la diferencia de poder es tan profunda
que no resulta racional intentar un cambio. Lo que se lee, lo que se
escribe, lo que se dice está todo registrado, pensar diferente es suici-
da. El desencanto, el escepticismo y los riesgos físicos y psicológicos
de ser oposición acallan toda crítica y resistencia.
Los partidos, todos financiados por los grandes capitales, pro-
ponen un conservadurismo extremo. Los intereses se esconden de-
trás de un tradicionalismo a ultranza que apetece a muchos ciudada-
nos no educados e idiotizados por los medios. La falta de educación
real, los informativos que entretienen y no informan, el desinterés
por el bien común y un hedonismo simplón esconden la miseria y la
falta de satisfacción de las necesidades básicas. La expectativa de
vida de la población ha disminuido, sin embargo es un detalle menor
en una sociedad donde la economía es más importante que la salud.
Las conquistas en cuanto a derechos de las mujeres y de las
disidencias han desaparecido. El aborto está prohibido y las relacio-
nes homosexuales penalizadas. La subordinación se asocia a la legiti-
mación política, «ellas» deben ser obedientes y cuidar principalmen-
te a su familia. Algunas participan de política, pero no tienen ningún
poder de decisión, solo son figuras que aparentan representación24.
El machismo exacerbado sigue «el orden natural de las cosas»25.
La lucha contra las drogas o algún otro enemigo sobredimen-
sionado cohesiona a la sociedad y legitima un estado militarizado,
mientras que ciudadanos pasivos y entretenidos con las maravillas
electrónicas aceptan las consignas de orden.
138
que la empatía y el egoísmo son parte sustantiva de los seres huma-
nos, pero nuestra flexible estructura mental permite potenciar lo
mejor de nosotros mismos.
Veamos el tercer escenario:
En esta sociedad con justicia26 se respetan códigos de convi-
vencia amigables y no existen diferencias de género en los trabajos
no remunerados y en los trabajos pagos. Los estereotipos, los roles y
la masculinidad opresiva como patrón cultural dominante se trasto-
can en libertad de elección en cuanto a identidades de género y pa-
trones sociales.
Se minimiza el uso del petróleo y la energía es renovable, cada
casa produce su propia electricidad. El transporte eléctrico favorece
el traslado social, el trazado de las calles privilegia las bicicletas. El
agua se cuida y protege como un material precioso, los bosques se
preservan y existe un plan permanente de plantar especies autócto-
nas. En los jardines se cultivan más vegetales que plantas ornamenta-
les y la dieta contiene una mínima cantidad de carne. Por eso, las
emisiones contaminantes son muy bajas.
El cuidado de los niños pequeños es una responsabilidad com-
partida entre los géneros y la sociedad invierte prioritariamente en
esta tarea. En consecuencia, las madres pueden trabajar y gozar de
tiempo libre. Los horarios de la escuela coinciden con la de los tra-
bajos de los progenitores y la educación es prioritaria e igualitaria.
Se promueven las actividades físicas y al aire libre y la solidaridad
hacia los otros, y el cuidado de la naturaleza es parte esencial del
currículum.
La sencillez en la vestimenta y la austeridad en el consumo, la
limitación de los plásticos y los materiales descartables lograron la
disminución de los desechos. La economía promueve la iniciativa
privada y la producción de bienes; el Estado, eficiente y a cargo de
políticos honestos, distribuye las riquezas y asegura que las necesida-
des de los ciudadanos estén cubiertas. Toda persona tiene el derecho
a una renta universal, a un ingreso básico que permite la sobreviven-
cia y constituye la base de las libertades personales.
En esta sociedad, está prohibido el financiamiento de los par-
tidos políticos por grupos poderosos y por las grandes fortunas, solo
se aceptan donaciones particulares y limitadas. La prensa aspira a
139
cierta objetividad y se sancionan las distorsiones, noticias falsas,
omisiones graves, sesgos manifiestos y excesivo partidismo. Se dis-
tingue entre el panfleto partidario y los medios de comunicación
informativos, los que al menos aspiran a una cierta objetividad27. Se
disfruta de la tecnología y se controlan sus excesos, se promueven las
innovaciones pero se evalúan sus consecuencias negativas antes de
autorizarlas. Las redes sociales y los medios respetan la privacidad
de los usuarios y los celulares no pueden servir a los gobiernos para
seguir y controlar a quienes los utilizan. La justicia es implacable
para quienes no cumplan con estos requisitos básicos de una demo-
cracia genuina.
Esta caracterización de una buena sociedad es parte de los
anhelos expresados y buscados durante años por muchos pensadores
y algunos pocos políticos. Sin embargo, mientras hoy algunas socie-
dades, en algunos aspectos, se acercan al ideal utópico, otros países
y ciudades parecen vivir las pesadillas distópicas.
Especialmente las mujeres han sido las más perjudicadas, pero son
ellas también quienes han protagonizado mayor exigencia de cambio
en las últimas décadas y quienes han alzado su voz en búsqueda de
una sociedad igualitaria y posible28. Incorporaré en este análisis los
importantes aportes que realizan pensadoras contemporáneas. La fi-
lósofa Warren (2015) analiza los marcos conceptuales vigentes, ya
que mantienen y justifican las instituciones, relaciones y prácticas de
dominación patriarcales. Es importante la crítica lapidaria que reali-
zan Aruzza, Bhattacharya y Fraser (2019) del sistema económico
dominante que coincide con la filósofa española Puleo (2019), quien
además imagina una sociedad que busca la felicidad en la sencillez y
no en el consumo, lo que permite una relación equilibrada con la
naturaleza.
Una condición para organizar nuevos estilos de vida es la de
revisar críticamente los marcos conceptuales vigentes y los paradig-
mas científicos. Warren, en su caracterización de los marcos con-
140
ceptuales opresivos, indica que son aquellos los que explican, mantie-
nen y justifican ideológicamente instituciones, relaciones y prácticas
de dominación (2015). La autora observa que existen al menos cua-
tro características fundamentales.
La primera es la jerarquía de valores, la de pensar con un es-
quema de Arriba-Abajo. En el pensamiento filosófico y de las cien-
cias sociales encontramos este tipo de ideología, por ejemplo, la
inteligencia racional se considera superior a la inteligencia emocio-
nal29, y sirve para legitimar la inequidad.
La segunda característica es la oposición y exclusión dualistas de
los valores, en vez de la complementariedad. Se le otorga más estatus
a un valor sobre el otro, por ejemplo a la cultura sobre la naturaleza,
y luego se asocia al hombre con la cultura y a la mujer con la natura-
leza. También es una manera de justificar tal división y de prohibir a
las mujeres ingresar al mundo público al corresponderle la dimen-
sión privada.
Una tercera característica es la que concibe al poder de mane-
ra que privilegia a quienes se definen como Arriba. En una sociedad
clasista, las personas ricas pueden movilizar recursos que les permi-
ten tomar decisiones en relación a los fines elegidos. Algunos que
pueden insertarse en la sociedad perciben que quienes no lo hacen se
debe a que no han tenido la voluntad de esforzarse lo suficiente o que
carecen de iniciativa, es su propia culpa, obviando los condiciona-
mientos sociales y los déficits estructurales.
La última característica del marco conceptual opresivo es la
lógica de la dominación, es decir, la premisa moral, dice Warren, de
que la superioridad justifica la subordinación. Los que están Arriba
poseen una característica esencial (alma, razón, valentía, responsabi-
lidad y méritos) por la cual la subordinación se justifica.
La mayoría de los científicos coinciden en que la gravedad de
la situación requiere de transformaciones enormes del funcionamiento
social. A la luz de esta exigencia es que es necesario señalar las limi-
taciones de un feminismo liberal, afirman Aruzza, Bhattacharya y
Fraser (2019). Las autoras se distancian de un feminismo meritocrá-
tico que busca solamente romper el techo de cristal y empoderar a
mujeres talentosas, más mujeres en empresas y en instituciones no
cambiarán la sociedad injusta. Su propuesta es un feminismo antica-
141
pitalista, que organice una sociedad donde no sean la ganancia ni la
explotación ni las finanzas la base de la organización económica. El
libro Feminismo para el 99% publicado un año antes de la pandemia
preanuncia el aguzamiento de la miseria del capitalismo y en este
manifiesto argumentan que el sistema se recuesta en mantener la
subordinación de las mujeres.
Una propuesta crítica y optimista es la de la filósofa española
Alicia Puleo (2019), quien en Claves Feministas propone disfrutar de
otro mundo posible30. Una vez satisfechas las necesidades básicas,
deberíamos poder gozar de la naturaleza de forma sencilla. Este Jar-
dín, inspirado en las enseñanzas filosóficas de Epicuro, permite al-
canzar la felicidad a través de los pequeños placeres de la amistad,
del intelecto y de los sentidos. Para llegar a este estado posible, pri-
mero es necesario tomar conciencia de la situación de emergencia
en la que nos encontramos producto de la codicia, fomentada por
una desmesura patriarcal y por mecanismos económicos neolibera-
les. Unos pocos, recuerda, nos están robando el mundo a la inmensa
mayoría. Y la desestabilización ecológica es, afirma, una crisis de la
democracia, ya que potentes lobbies internacionales se encargan de
que las decisiones necesarias en materia de protección medioam-
biental y salud se posterguen indefinidamente. Puleo coincide con
las autoras antes mencionadas en que queda poco tiempo para dete-
ner la catástrofe, es imperativo cambiar el mundo. Este feminismo
es rebelde, no se resigna y es activo, tiene presencia. Iniciaremos la
marcha con el placer de la amistad, la alegría de la esperanza y la
determinación de la lucidez, afirma31.
142
nos acercaron a lo que temíamos para el futuro. Los modelos políti-
co-económicos del siglo XX fracasaron, ni el comunismo ni el capi-
talismo resolvieron los problemas básicos de la humanidad. Sin em-
bargo, han habido progresos sustanciales, sorprendentes desarrollos
científicos y tecnológicos, reconocimiento y ejercicio de derechos
humanos, mejor salud producto de investigaciones médicas que con-
dujeron a una mayor expectativa de vida. Especialmente las mujeres,
aunque aún postergadas y oprimidas, han progresado sostenidamen-
te en las últimas décadas, empoderandose y logrando avances inima-
ginables en el pasado. Avances, aún dentro de la crisis, que no com-
pensan el riesgo inminente.
¿Podremos sobrevivir en un mundo más justo? ¿Tendremos
tiempo para otra oportunidad? ¿Llegaremos a tiempo para cambiar
el rumbo destructor e injusto? El azar nos dio vida y una regularidad
sorprendente de la naturaleza nos permitió evolucionar, pero la in-
sensatez puede aniquilarnos. La severidad de los desórdenes podría
hacernos tomar conciencia de la precariedad de la especie y de la
equivocada ilusión no solo de un progreso sostenido, sino también
de una existencia futura asegurada. La severidad de la pandemia podría
servir para una revisión radical.
Por eso, es momento de imaginar nuevas utopías que den
fuerza y empuje a la sed y necesidad de cambio. Es necesario revita-
lizar ideales que eviten caer tanto en el escepticismo apático como
en el gradualismo optimista, actitudes que evaden hundirnos en las
raíces de los problemas ambientales y de distribución. Ayer pedía-
mos justicia, hoy sabemos que sin una transformación profunda del
sistema económico depredador y de las ideologías dominantes, exis-
te la posibilidad de que no podamos garantizar la sobrevivencia del
ser humano. En esta dirección apuntan las pensadoras analizadas,
Warren en la revisión de los paradigmas opresivos, Aruzza, Bhatta-
charya y Fraser en el cuestionamiento del sistema económico y Pu-
leo al delinear un ecofeminismo que imagina una sociedad armonio-
sa y posible.
¿Esta pandemia ha sido decisiva para buscar transformaciones
profundas? Creo que no, el cimbronazo no ha sido suficientemente
fuerte. En estos días de marzo del 2021, al decrecer el riesgo, pro-
ducto del aislamiento, y por la esperanza en las vacunas, estamos
143
volviendo a una nueva «normalidad» devastadora. La gravedad de la
crisis ecológica y social exige un reordenamiento, una reestructura-
ción del desorden social existente. El feminismo deberá ser parte de
una nueva utopía, un ecofeminismo, ciencia, política y ética del cui-
dado, que se oriente a la sobrevivencia con justicia, que se articule con
otros actores y movimientos conscientes de la situación y que se
ilumine con el optimismo necesario para pensar que el cambio es
posible. Para acercarnos a nuestros mejores sueños requerimos de
arrojo, energía, esperanza, pensamiento, teoría, valentía y empatía.
Necesitamos seguir señalando, soñando y actuando.
Notas
1
Este trabajo fue escrito entre noviembre del 2020 y marzo del 2021, por lo tanto
contiene reflexiones propias de este período histórico y también análisis atemporales.
2
La deforestación produce una cascada de eventos que aumenta los contagios por virus y
parásitos (Mac Donald, 2020; Burki, 2020; Tollefson, 2020).
3
Castellano-Torres (2020), señala que en brotes epidemiológicos anteriores se priorizó
la respuesta biomédica y se obviaron las desigualdades estructurales, lo que se ha llamado
la tiranía de lo urgente.
4
El informe del Intergovernmental Panel onClimate Change de las Naciones Unidas
(2018) fue contundente. Antes de lo esperable, habrá un riesgo mayúsculo debido al
calentamiento global, que producirá desertificación, fuegos insostenibles, disminución
en la producción de alimentos y aumento de la pobreza.
5
Es alarmante, «es urgente», «es nuestra última oportunidad», «la extinción» son las
palabras que utilizaron miles de científicos destacados en la Advertencia de los Científicos
del Mundo a la Humanidad, basados en las evidencias sobre el cambio climático y sus
consecuencias (Ripple, 2020).
6
Las cifras varían, pero aún las más optimistas son terribles. La covid-19 empujará a
más de 150 millones de personas a la pobreza extrema en 2021 y se irá incrementando
con los años (Banco Mundial, 2020).
7
La crisis está asociada a un consumo excesivo de los países ricos y las clases adineradas,
son los responsables de las emisiones destructivas. Son los que comen carne, producen
deforestación, consumen energía de fósiles, se transportan en avión, etc. El cambio
climático se está acelerando y es más severo de lo que se esperaba, con un pronóstico de
un rápido calentamiento global que producirá lugares inhabitables (Ripple, 2020).
8
Médicos sin Fronteras (2020).
9
Ver el documento de las Naciones Unidas (2020).
10
Guterres (2020).
144
11
Posiblemente debido a conductas adictivas y de riesgo y además, ellos están menos
dispuestos a buscar ayuda médica (Capuano, 2020).
12
A nivel mundial constituyen el 70 % de los trabajadores de la salud. Especialmente las
enfermeras, parteras y médicas en muchos países se encuentran con un alto contacto con
los contagiados. Se calcula que el nivel de infección de las trabajadoras de la salud es tres
veces más alto que el de los varones. Ver COVID-19 Un enfoque de Género, UNFPA
(2020).
13
Aunque la experiencia con otras epidemias indica la importancia de incorporar a las
mujeres en la planificación de los recursos y en la búsqueda de soluciones, las mujeres
están sobrerrepresentadas en los cuidados y subrepresentadas en la administración de
recursos y en la implementación de estrategias y políticas sanitarias (Wenham, 2020).
14
Se preguntan los investigadores sobre la razón de la superioridad de las mujeres para
resolver la crisis sanitaria, una característica machista puede ser la explicación. Ellos
sufren de «sobreconfianza» que les impide buscar el adecuado asesoramiento experto para
frenar la pandemia (Corzo Santamaría, et al., 2021).
15
Se calcula que aproximadamente 243 millones de mujeres en el mundo han sido
violentadas por su pareja en el último año y que muchos hombres han intensificado el
ejercicio del poder y control ante la falta de alternativa de ellas. Los estudios indican que
en pandemias anteriores se incrementó la violencia en contra de las trabajadoras de la
salud, la violencia registrada en línea telefónicas, los feminicidios y la discriminación y
el maltrato (Azcona, et al., 2020).
16
Ver Dossier Estadístico del Indec (2021).
17
Un estudio del Indec muestra las fuertes desigualdades que enfrentan las mujeres, en
el ámbito laboral y en el hogar (https://www.pagina12.com.ar/328019-un-estudio-
del-indec-muestra-las-fuertes-desigualdades-que-e9
18
Información estadística. Argentina.gob.ar https://www.argentina.gob.ar/generos/li-
nea-144/informacion-estadistica.
19
En esta investigación realizada en varias ciudades y comunas de la provincia de
Córdoba, 85 % se identificaron como mujeres y 15 % como LGTB.
20
Esta importante investigación fue impulsada por la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional de Córdoba, a través del Programa Feminismo, Sexualidades y
Derechos y la Comisión Géneros y Disidencias del Consejo Social. Ver el informe: Los
efectos de la pandemia Covid-19:mucho más que un problema de salud (2020).
21
El estudio afirma que la variedad de obstáculos institucionales no permite una res-
puesta oportuna y ponen en riesgo la integridad de las personas que la necesitan.
22
Es interesante incorporar el estudio Condiciones de Trabajo y Vida Cotidiana (2020)
realizado en esta ciudad donde se expone la brecha salarial entre hombres y mujeres
profesionales. La diferencia entre ambos es del 32 %, pero es en el sector privado donde
alcanza una diferencia del 42 %. También es significativa la diferencia en el trabajo no
remunerado (tareas del hogar y cuidados), las mujeres invierten más del 30 % de su
tiempo.
23
Las desigualdades siguen profundizándose en las últimas décadas. El 1 % más rico es
145
dueño del 44 % de la riqueza mundial. Para Oxfam la inequidad extrema está fuera de
control. Los billonarios tienen el doble de riqueza que las 6.9 billones de personas en el
mundo. La mayoría son hombres. Ese 1 % duplica las emisiones de la mitad de la
humanidad (Oxfam, 2020).
24
No es ficción sino una descripción de los programas de Bolsonaro en Brasil, Duterte
en Filipinas, y de algunos países europeos. La nueva derecha radical que ha crecido de
forma alarmante en los últimos años podría hacer retroceder la expansión de derechos
que parecían consolidados en el mundo.
25
Como afirma Beinarte (2019), el radicalismo de derecha de los New Authoritarians
planteó una guerra contra las mujeres con el propósito de revertir los avances femeninos
de las últimas décadas.
26
Esta es una construcción necesariamente limitada. Propongo un ejercicio constante y
regular que plasme nuestras mejores utopías. Su enunciación es en sí misma una crítica
a la realidad.
27
Se sabe que existen sesgos inconscientes y perspectivas ideológicas, pero no por eso se
cae en un relativismo que favorece la manipulación mental. En esta sociedad utópica es
obligación explicitar los financiamientos de los medios de comunicación.
28
En Chile se redactó una constitución con perspectiva de género; en Argentina el
movimiento feminista es uno de los movimientos sociales más activos; «México femici-
da» es la consigna de las miles de manifestantes que desafían a Lopez Obrador; grandes
demostraciones en contra de Trump fueron lideradas por las mujeres; en El Salvador el
feminismo pide democracia. La lista continúa.
29
Se ve reflejada en la teoría de la evolución, que afirma que la sobrevivencia del ser
humano se debe principalmente a la capacidad tecnológica producto de la inteligencia y
se invisibiliza la capacidad emocional de protección; la primera masculina, la segunda
femenina. Esta preeminencia de las decisiones racionales ha estado presente, equivocada-
mente, en economía, sociología y antropología, y las investigaciones feministas han
demostrado su parcialidad (Morey, 2003).
30
Este libro de Puleo es magnífico, porque con evidencias científicas, referencias filosó-
ficas, en un lenguaje claro y al mismo tiempo con evocaciones bellas y amables, convence
e invita a participar.
31
Invita la admirada filósofa a recorrer los senderos de este Jardín huerto: «Bajo la corteza
de los árboles sentiremos correr la savia de una nueva primavera. Veremos resplande-
cientes rayos de sol en un recodo del camino… Escucharemos el canto de los pájaros, el
rumor de la lluvia en el silencio y el susurro del agua de una fuente» (p. 17).
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un cambio de paradigma en las ciencias sociales
Esteban Torres
151
pertenencia a un bloque regional, ii) consiguió activar nuevos impul-
sos de politización general asociados al creciente protagonismo esta-
tal en las diferentes esferas nacionales y, finalmente, iii) logró poten-
ciar y reconducir el interés por el futuro y la superación regional del
neoliberalismo a un plano más concreto, más próximo y más urgen-
te. Finalmente, la crisis mundial del covid-19 está permitiendo: i)
reconocer y agudizar el sentido de pertenencia a la sociedad mundial
como un todo –más allá de occidente–; ii) reconocer la centralidad
del Estado más allá de un plano económico, y finalmente está consi-
guiendo; iii) reforzar la inquietud por el futuro del neoliberalismo y
del capitalismo, esta vez tanto en América Latina como en el conjun-
to de la sociedad mundial.
Este conjunto de cambios incipientes producidos en las dis-
posiciones sociológicas regionales, difíciles de dimensionar en su
potencia y en sus consecuencias, se puede ordenar a partir de reco-
nocer dos tipos de crisis que están actuando en simultáneo: una crisis
avanzada del neoliberalismo, que también impacta y se realiza en el
campo de la sociología y de las ciencias sociales regionales como un
todo, y una crisis incipiente de la idea de sociedad que recrean la
sociología y el conjunto de las ciencias sociales. El efecto de ambas
crisis en los paradigmas sociológicos es bien diferente. Si la crisis del
neoliberalismo impacta negativamente en el paradigma posmoderno
anti-moderno y de un modo positivo en el paradigma moderno, la
crisis de la idea de sociedad impacta negativamente en ambos para-
digmas, pero afectando de un modo más determinante al paradigma
moderno. Veamos cómo se realiza este fenómeno con más detalle y
qué conclusiones podemos extraer de ello.
Si bien las relaciones de determinación no son directas ni
evidentes, creo posible sostener que la expresión académica central
de la crisis del neoliberalismo en la sociedad mundial es la incipiente
crisis del posmodernismo anti-moderno, tanto de izquierdas como
de derechas. El proceso que está determinando la crisis conjunta del
neoliberalismo y del paradigma posmoderno anti-moderno es el re-
centramiento relativo –y no necesariamente persistente– del estado
en la sociedad mundial, y en particular en América Latina. En este
caso no se trata del reconocimiento de una primacía estatal en rela-
ción al mercado capitalista, tal como se presentó en los países cen-
152
trales en la década de 1960, sino la identificación del estado como
campo y/o como actor necesario e irremplazable para la reproduc-
ción sistémica de la economía mundial y para el sostenimiento mate-
rial del conjunto de las sociedades históricas. Estas funciones estata-
les históricas se reconfirmaron de una forma impactante durante la
crisis mundial de 2008, luego en la ola latinoamericana 2003-2015 y
finalmente a partir de la actual crisis del covid-19. Es precisamente
sobre la negación radical de este hecho estatal que se edifica el para-
digma posmoderno anti-moderno a fines de la década de 1960 en
Europa y a principios de la década de 1980 en América Latina, par-
ticularmente en el Cono Sur. A partir de esta serie de registros resul-
ta sencillo concluir que la salida a la crisis actual del neoliberalismo
conlleva una reconsideración positiva del paradigma moderno de la
sociología, que se estructura a partir del reconocimiento de las fun-
ciones estatales mencionadas.
En la actualidad es posible observar una cierta corresponden-
cia entre la certeza en el mundo de la política progresista en América
Latina respecto de la necesidad de plantear en lo inmediato un pro-
grama pos-neoliberal centrado en el estado y la certeza en la sociolo-
gía y en las ciencias sociales comprometidas con el cambio socio-
histórico respecto de la necesidad de recuperar elementos de un pro-
yecto intelectual moderno, igualmente centrado en el estado. Dicho
en otros términos, una parte de la solución de conocimiento a esta
crisis específica la podría ofrecer determinada sociología moderna.
Si la crisis del neoliberalismo se observa en las tres situacio-
nes históricas comentadas, la incipiente crisis de la idea de sociedad
es un emergente novedoso de las perturbaciones mundiales produci-
das por la expansión del covid-19. En cualquier caso, la crisis de la
idea de sociedad no se puede explicar sin los dos golpes previos de
expansión de los encuadres sociológicos. Me refiero, tal como indi-
qué, a la recuperación de los registros de pertenencia material a la
sociedad occidental (crisis del 2007-2008) y de pertenencia material
a América Latina (ola de integración 2003-2015)2. Si el proceso de
mundialización material viene avanzando sin pausas en América La-
tina desde la colonización española, no ocurre lo mismo con los pro-
cesos de mundialización mental e intelectual. Es la proliferación
mundial del covid-19 el gran acontecimiento coyuntural que está
153
expandiendo, como en ningún otro momento de la historia de la
humanidad, un proceso acelerado –y prácticamente en tiempo real–
de mundialización mental en el conjunto de la sociedad mundial.
Cuando aquí me refiero a la sociedad mundial estoy haciendo refe-
rencia a una sociedad que integra tanto al occidente como al oriente
mundial, al mundo urbano y al mundo rural, pero que está migrando
su polo principal de poder hacia oriente, con epicentro en China. La
creciente mundialización mental e intelectual, que es una instancia
previa de la posible mundialización racional de la sociología, está
dejando en evidencia, por primera vez, el agotamiento simultáneo
de los paradigmas moderno y posmoderno3. Ambos parten de la pre-
misa, convertida en sentido común, de que el marco de observación
de referencia para las ciencias sociales es la sociedad nacional. No se
trata de cualquier idea de sociedad nacional sino de una visión auto-
rreferencial y restrictiva que –con sus variantes ideológicas– se viene
propalando desde el Norte global desde la primera revolución indus-
trial. En sus versiones más refinadas, esta idea de sociedad nacional
se revistió de un universalismo penetrante y reflexivo que facilitó su
asimilación masiva por parte de los pueblos universitarios de los
países periféricos para la valorización de sus propias sociedades his-
tóricas. Esta premisa continúa estructurando mayoritariamente la
construcción de los objetos de investigación sobre las diferentes rea-
lidades nacionales, regionales y globales occidentales, así como las
visiones globalistas y/o universalistas que algunas perspectivas occi-
dentales promocionan. En la raíz de los programas intelectuales mo-
dernos y posmodernos anti-modernos anidan diferentes tipos de na-
cionalismos metodológicos, epistémicos y teóricos.
La mundialización intelectual que produce la crisis del covid-
19 se compone de al menos tres registros claves: i) una idea prelimi-
nar de sociedad mundial, unificada, que integra diferentes esferas
nacionales, regionales y globales; ii) un registro de la existencia de
desigualdades entre naciones y regiones; y iii) una intuición o una
corroboración de que la sociedad mundial no es solo moderna o «en
vías de modernización». Lo primero quedó en evidencia a partir de
las diversas reacciones socio-sanitarias y económicas de los estados
en relación a su sociedad territorial intra-nacional, a la región más
amplia que los contiene y a partir del modo en que cada formación
154
estatal se proyectó más allá de su esfera regional. El segundo se com-
probó a partir del número de contagios y de muertes causados por el
covid-19, con Estados Unidos como gran excepción. Y el tercer re-
gistro quedó completamente evidenciado a partir de la discusión sobre
el modelo estatal y social chino. Dada la potencia creciente del gi-
gante asiático en la sociedad mundial y su política global de macro-
protección sanitaria (Torres, 2020b), las visiones occidentalistas no
lograron imponer sus interpretaciones en la esfera pública occiden-
tal. Además, es posible constatar que estamos experimentando un
proceso de mundialización mental e intelectual en la medida en que
dichos registros ampliados se produjeron desde cada una de las loca-
lizaciones de la sociedad mundial. Todo indica que buena parte de
las sociedades históricas y las ciencias sociales de cada localización
tomaron mayor conciencia de estos tres registros. En cualquier caso,
aún es demasiado pronto para aseverar que se está produciendo la
instalación definitiva de la mundialización como sentido común in-
telectual. Más acertado es suponer que esta coyuntura mundial está
generando la oportunidad de evidenciar la inadecuación de las ideas
de sociedad producidas y luego exportadas desde y para los países
occidentales dominantes. De este modo, de la creciente incomodi-
dad con la vieja idea europea o eurocéntrica de sociedad nacional
está surgiendo en la presente coyuntura los impulsos para iniciar la
edificación de una visión de la sociedad mundial más atenta a la
diversidad planetaria y a las especificidades históricas y estructurales
de nuestras naciones. La crisis mundial del covid-19 nos pone frente
a la oportunidad de avanzar, entre otras cuestiones, en la creación de
nuevas teorías de la sociedad mundial y del cambio social mundial
para la sociología mundial.
La conclusión que puedo extraer hasta aquí es que la crisis
mundial del covid-19, ligada a los demás componentes socio-históri-
cos señalados, está generando, en simultáneo, las mejores condicio-
nes de las últimas cuatro décadas para recuperar determinados pro-
yectos intelectuales modernos, así como para precipitar una revolu-
ción paradigmática en la sociología que permita superarlos. Ahora
bien, para poder realizar un cambio paradigmático no alcanza con
un nuevo espíritu científico y crítico planetario. Es necesario ligar
tales componentes a una transformación política de la sociología, lo
155
cual plantea serias complicaciones en la actualidad. Da la impresión
que se viene acentuando la inquietud por comprender los procesos
de cambio estructural en la región y por recuperar la pregunta sobre
el futuro de América Latina y del conjunto de la sociedad mundial,
pero no necesariamente por intervenir en dichos procesos. La ma-
yor mundialización de las perspectivas sociológicas es una condición
necesaria pero insuficiente para poder hacer de la sociología un fac-
tor potencialmente incidente en los procesos de cambio social. Has-
ta el momento, el nuevo sentido común mundialista sirve mayorita-
riamente de base para las viejas operaciones de apropiación privada
al interior de un capitalismo académico globalizado que continúa
avanzando de forma acelerada. Posiblemente estemos superando el
punto de máxima descolectivización de los objetos de investigación
de la sociología regional, pero no así de sus proyectos intelectuales,
de la dinámica propia del campo sociológico, y menos en relación
con el mundo extraacadémico. En cualquier caso, lo primero que
necesitamos identificar son los límites inherentes a esa sociología
moderna que sirve de base para avanzar hacia una superación para-
digmática.
156
Fernando Henrique Cardoso, de Enzo Falleto y de Raúl Prebisch
(Cardoso y Faletto, 1973; Prebisch, 1981)4. Ahora bien, si esta co-
rriente de la sociología moderna sienta las bases para un compromi-
so creativo con el cambio estructural de las sociedades regionales, no
termina de ofrecer las herramientas para la resolución exitosa de
dicho propósito.
Las salidas sociológicas imaginadas para el período actual de
«modernidad impugnada» no puede ni debe ser el retorno a la «mo-
dernidad compacta» del período anterior5. Los límites presentes en
los proyectos intelectuales modernos autonomistas no son todos pro-
ductos de las presentes búsquedas de actualización. Algunos de ellos
responden a viejas deficiencias, que ayudan a explicar por qué estas
perspectivas no terminaron de funcionar en su momento de mayor
vigor. En primer lugar, me detendré en lo que considero son limita-
ciones del pasado, que se proyectan al presente, para luego referirme
a las obsolescencias más recientes que identifico en este viejo pro-
yecto, producto de los cambios sociales que vienen trastocando el
mundo desde entonces.
Visto desde hoy, el núcleo del problema irresuelto de la socio-
logía autonomista hasta la década del setenta gira precisamente en
torno a la imposibilidad de expandir lo suficiente su autonomía y su
visión mundialista. Por esos años, no solamente el proceso económi-
co de sustitución de importaciones tuvo serios inconvenientes para
progresar. Algo similar sucedió con la sociología, que no logró avan-
zar lo suficiente en el proceso de sustitución de visiones y de teorías
modernas europeas y eurocéntricas. La corriente sociológica auto-
nomista encontró su límite en la década del setenta a partir de su
incapacidad o de la imposibilidad para avanzar en una crítica y una
posterior superación del universalismo moderno. Logró progresos,
como ninguna otra, en la formulación del problema de la dependen-
cia intelectual respecto a los centros globales, ligado a un diagnóstico
de dependencia histórico-estructural. Pero estos avances se queda-
ron cortos en la medida en que no lograron desactivar el dispositivo
de dominación europeo o eurocéntrico que anidaba en ese proyecto.
De esta manera, la sociología latinoamericana autonomista no logró
recrearse lo suficiente como para poder desactivar el código civiliza-
torio europeo y las ideas de sociedad que contenía el paradigma
157
moderno. La desactivación del dispositivo de poder moderno de la
sociología hubiera demandado –y continúa demandando– en primer
lugar una crítica y una vía de superación del nacionalismo epistémi-
co, metodológico y teórico que nutre la raíz de las visiones universa-
listas de la teoría social moderna. Al señalar que allí opera un com-
ponente nacionalista estoy asumiendo que el paradigma moderno es
pseudo-universalista, en tanto no se orientó a crear una teoría de la
sociedad mundial y del cambio social mundial, y menos aún una
visión mundial de la sociedad mundial. De este modo, en su momento
de máxima potencia creativa, los sociológicos autonomistas no lo-
graron fracturar y trascender una experiencia de enajenación teóri-
ca. Sus libertades creadoras encontraron un límite en la sujeción
más o menos voluntaria a los centros de producción intelectual de
los países líderes. De esta manera, no se trata tan solo de una limita-
ción autodeterminada sino también de una experiencia intelectual y
sociológica que no se puede escindir de los estrechos vínculos que la
mayoría de los sociólogos autonomistas alimentaban con los centros
de irradiación sociológica dominantes de los países centrales6.
A las deficiencias históricas mencionadas de las corrientes
modernas autonomistas se añaden nuevas inadecuaciones, todas ellas
sustantivas, que se generan y se van agudizando a partir de las ten-
dencias sociales que avanzan en la sociedad mundial. Me referiré a
dos de ellas: i) la inadecuación morfológica de la teoría social moder-
na, un aspecto completamente central del que prácticamente no se
habla, y luego ii) la descomposición política de la sociología moder-
na de izquierdas en todas sus variedades y expresiones (también la
autonomista). En cuanto a la primera, es constatable que resulta cada
vez más inviable plantearse la edificación de sistemas teóricos seme-
jantes a aquellos que fabricó la sociología moderna desde fines del
siglo XIX en Europa hasta la década del setenta en América Latina.
La forma-teoría moderna es una creación intelectual emergente de un
grado de dinamismo social y de restricción informativa y documen-
tal que desapareció del conjunto de las ciudades del sistema mundial
hace décadas. Lo que hoy curiosamente se sigue presentando en
América Latina como expresiones potentes de «teoría sociológica»
son cristalizaciones abstractas, admirables desde un punto de vista
arquitectónico, pero producidas en tiempos y espacios completa-
158
mente extinguidos. De este modo, cuando la ciencia social moder-
na, en todo su espectro ideológico, pretendió reaccionar en la déca-
da del ochenta a la creciente aceleración de los procesos de cambio
social y a la mayor interdependencia social mundial lo hizo a partir
de esas viejas fórmulas de construcción teórica de las sociedades del
pasado, más estáticas y menos atentas a las interdependencias globa-
les. El resultado previsible de este desacople espacio-temporal ha
sido la imposibilidad de construir nuevas teorías en las ciencias so-
ciales ajustadas al código sistemático moderno. La reacción a la ob-
solescencia morfológica de la sociología histórica sistemática ha to-
mado dos caminos: el de la reproducción de viejas teorías modernas
o el del completo abandono de la teoría social. Esta doble salida se
puede observar, por ejemplo, a partir del modo en que se viene reac-
cionando desde la izquierda académica a la teoría social de Marx: o
reproducción acrítica, con las disposiciones perezosas y celebrato-
rias que le son inherentes, o visiones anti-marxianas encendidas, con
la irracionalidad que ello conlleva para una sociología comprometida
con la explicación de los procesos de cambio socio-históricos.
En resumidas cuentas, las temporalidades y las espacialidades
intrínsecas a los grandes sistemas teóricos desde hace tiempo no
existen más «fuera» de dichos dispositivos y frente a esta evidencia la
sociología latinoamericana está optando por abandonar la creación
teórica, y, sobre todo, la creación teórica autonomista. Esta carencia
se traslada en buena medida al campo de la sociología mundial occi-
dental. Salvo la obra contemporánea de Manuel Castells, no se ob-
servan prácticas de innovación metodológica y morfológica orienta-
das a la actualización de las teorías sociológicas del cambio social. Ya
no es una novedad que la puesta en marcha de dichas operaciones
resulta una condición sine qua non para intentar hacer frente a la
creciente aceleración social, a la mundialización de las fuentes de
información y al crecimiento exponencial del volumen de documen-
tación producido, publicado y en circulación en los cinco continen-
tes7. De esta manera, los actuales procesos de cambio estructural en
la sociedad mundial se quedaron sin nuevas teorías del cambio social
en condiciones de explicar estas dinámicas y eventualmente adelan-
tarse a ellas y conducirlas en alguna dirección. La pretensión de sor-
tear el callejón sin salida del código constructivo de teoría social
159
moderna demanda necesariamente una revolución científica e ins-
trumental, que logre instalar un nuevo código de construcción pos-
moderno atento a la apropiación creativa de algunos avances de la
revolución tecno-informacional.
La segunda inadecuación contemporánea, tal como mencio-
né, se asocia al avance de la impotencia política de la sociología
moderna. Para un proyecto intelectual progresista, coherente y firme
en sus convicciones, no hay nada más preocupante que esta consta-
tación. La política moderna de la sociología, en su forma académica
dominante, está completamente aniquilada. Se auto-destruyó por-
que subordinó sus impulsos de transformación social al objetivo de
cada investigador/a de ganar la competencia individual en el campo
sociológico, con las reglas sistémicas actuales, que son las del capita-
lismo académico mundializado. Como saben, las reglas de funciona-
miento del campo sociológico y las lógicas de acumulación de poder
al interior del capitalismo académico están crecientemente autono-
mizadas de la sociedad y de la política de masas. De este modo, la
pretensión transformadora de la sociología moderna progresista se
realiza como un pequeño movimiento al interior de un sub-universo
crecientemente autonomizado. No se trata de un avance de la despo-
litización sino del desenvolvimiento de una micro-politización intra-
académica. El movimiento que actualmente deja en evidencia el va-
cío político de la sociología moderna progresista es sin lugar a dudas
el feminismo. Esta corriente mundial vigorosa, expansiva, proyecta-
da desde abajo, obtiene nítidos rendimientos políticos extra-acadé-
micos en la actualidad sin recurrir al aparato científico, crítico y
político moderno8.
Es constatable que la sociología moderna despliega una políti-
ca en la investigación sociológica, una política en el campo de las
ciencias sociales, pero no una sociología para la política extra-acadé-
mica del cambio social. Y es esta última dimensión la que verdadera-
mente cuenta para cambiar las estructuras de las sociedades históri-
cas. Esa desconexión material respecto a las luchas de poder político
es lo que explica que en la sociología moderna progresista desde
hace tiempo solo se recrea una política fatalmente idealista, de pro-
pensión ultra-liberal e individualista. Actualmente, en América Lati-
na y el mundo, la sociología moderna progresista es una sociología
160
sin proyecto estatal realista. Su acción práctica se reduce a la confor-
mación de agrupamientos académicos heterogéneos, a los cuales les
adjudica un máximo de politicidad. Esta sociología apenas llega a ser
en la actualidad una caja de herramientas y un dispositivo de poder
para la toma de conciencia académica y para el alimento cultural de
algunos núcleos minoritarios de los estratos medios urbanos. Allá
lejos quedó para esta corriente intelectual el propósito originario del
desarrollo material justo o igualitario de las sociedades. Para poder
cumplir con dicha meta necesitaría comenzar por asumir otro prin-
cipio de politicidad. Antes que aproximarse a los nuevos actores
políticos, esta sociología crítica, moderna y progresista tiende a des-
ilusionarse y a distanciarse de los juegos concretos de apropiación
que se despliegan en las esferas nacionales, regionales y globales.
Posiblemente esta desafección general sea el único modo de legiti-
mar la decisión de consumir la totalidad de sus energías en un juego
de poder académico que poco tiene que ver con el destino de las
mayorías sociales y demasiado con la búsqueda de un éxito indivi-
dual que muy pocos/as llegan a reconocer.
Una de las conclusiones centrales que podemos sacar de este
punto es que la revolución paradigmática de la sociología no solo
demanda otro espíritu científico sino también otro espíritu político.
Una nueva mundialización autonomista de la sociología, que ubique
en el centro de sus preocupaciones el esclarecimiento científico de
los procesos de cambio social mundial, no conduce por sí mismo a
cerrar la brecha entre la sociología y la política del cambio social.
Este nuevo compromiso político de la sociología debe contemplar
una propuesta de reconexión directa o indirecta con las luchas polí-
ticas nacionales, con la política de los grandes movimientos sociales,
con las políticas estatales, e incluso con las políticas empresariales.
Pero esa política ya no puede ser una política moderna, en el sentido
conocido, porque tanto el universo de la sociología como el mundo
de la política han cambiado drásticamente en América Latina. Veni-
mos asistiendo a un fenómeno preocupante: las trayectorias de am-
bos campos, el académico y el político, se están bifurcando, autono-
mizando y distanciando uno del otro a gran velocidad. Tal como
insinuaba, la primera se encuentra subsumida de modo acrítico a un
nuevo capitalismo académico centrado en la exaltación del individuo
161
y la segunda se conforma con algo más de autonomía en relación a
un sistema inter-capital, crecientemente mundializado y financiari-
zado, con epicentro en las corporaciones privadas gigantescas de la
sociedad mundial. Esta situación nos pone frente a la necesidad de
propiciar una revolución política de la vieja sociología moderna del
cambio social. Esta revolución debe comenzar por imaginar un con-
junto de nuevas reglas de funcionamiento realistas dentro y eventual-
mente más allá del capitalismo académico. Tampoco hay que perder
de vista que así como la sociología no está funcionando para la polí-
tica del cambio social, la enorme mayoría de los movimientos políti-
cos y de los proyectos estatales de la sociedad mundial no está fun-
cionando para la transformación positiva de las sociedades.
Los motivos expuestos hasta aquí me permiten sostener que el
legado de la sociología moderna autonomista en América Latina es
una base necesaria, un proyecto insuficiente, a la vez que un retorno
imposible para la nueva sociología comprometida con el futuro de
las sociedades. Lo que necesitamos es transitar hacia un nuevo para-
digma sociológico, con y más allá del dispositivo moderno, a la altu-
ra de los grandes desafíos del presente histórico.
3. Conclusión
162
de las fantasías rupturistas individuales, es la recuperación en nuevos
términos del legado de la corriente autonomista del paradigma mo-
derno de la sociología regional. Tal como argumenté en el trabajo,
esta corriente nos trae de vuelta una identidad, un proyecto científi-
co y una preocupación política por el cambio estructural y por el
desarrollo material autónomo de las sociedades. Ahora bien, por los
motivos ya expuestos, el legado de la sociología moderna autonomis-
ta en América Latina es una base necesaria, pero al mismo tiempo
insuficiente y limitada en un doble registro. En primer lugar, resultó
limitada en su manifestación originaria, dada su llamativa incapaci-
dad para reducir en mayor medida la dependencia intelectual respec-
to a los núcleos intelectuales modernos de los países centrales. Y
luego, en segundo lugar, el proyecto autonomista exhibe marcadas
inadecuaciones respecto a las condiciones de producción sociológi-
ca del presente. En el primer caso, la limitación se asocia a una
identidad y una forma de dependencia no superada, y, en el segundo,
a una aguda obsolescencia en relación a las dinámicas actuales de
progresión de la sociedad mundial y del sistema institucional de la
sociología. Si la primera limitación no llega a explicarlos motivos del
naufragio de la corriente autonomista en la década del setenta, la
segunda limitación sí explica en buena medida por qué dicho pro-
grama no se pudo actualizar hasta el día de hoy y por qué se hace
necesario ir más allá del viejo movimiento autonomista. Tal como lo
veo, necesitamos transitar hacia un nuevo paradigma sociológico pos-
moderno, acorde a los nuevos desafíos históricos, con y más allá del
dispositivo moderno autonomista.
El nuevo paradigma debería auto-afirmarse a partir de un pri-
mer propósito: el de la restitución y renovación del motor científico
de la sociología regional. Esta reinstalación debería orientarse a la
creación de nuevas teorías de la sociedad mundial y del cambio so-
cial mundial. Ahora bien, la propuesta de renovación paradigmática
no debería ser exclusivamente portadora de un nuevo dispositivo
científico y crítico planetario. La re-cientificación mundialista de las
perspectivas sociológicas es una condición necesaria pero de ningún
modo suficiente para hacer de la sociología una fuerza con capaci-
dad de incidencia en los procesos de cambio social. Es por ello que
el nuevo paradigma en gestación debe asumir como reto central la
163
recolocación de la política del cambio social en el núcleo del movi-
miento latinoamericano de la sociología mundial. Es imprescindible
cerrar la brecha entre la sociología y la política del cambio social. El
nuevo espíritu político contenido en esta idea de superación para-
digmática debe contemplar una propuesta de reconexión directa o
indirecta con las luchas políticas nacionales, con la política de los
grandes movimientos sociales, con las políticas estatales y con las
políticas empresariales. Pero esa nueva política, como vimos, ya no
puede ser una política moderna, en el sentido conocido, porque tan-
to el universo de la sociología como el mundo de la política han
cambiado en América Latina y en el conjunto de la sociedad mun-
dial.
Notas
1
Para una explicación sociológica de la progresión de las diferentes olas de integración de
la historia regional desde la colonización española, incluida la de 2003-2015, ver
Torres, 2020a.
2
Se podría decir también que la crisis del 2007-2008 y el momento regional 2003-
2015 fueron instancias de la mundialización mental, pero me parece que en el marco de
dichos procesos históricos la sociología estaba completamente circunscrita al bloque
occidental de la sociedad mundial, tal como lo está ahora en sus formas dominantes.
3
Cuando me refiero aquí al agotamiento de los paradigmas moderno y posmoderno, me
refiero a la generalización de la percepción de que estos marcos de pensamiento no
funcionan para explicar los procesos de cambio social. Pero lo cierto es que algunas de las
grandes limitaciones de estas constelaciones intelectuales, sobre todo las del paradigma
moderno, nunca pudieron ser superadas.
4
Para una caracterización detallada de la «corriente autonomista», ver Torres, 2020c.
5
Para una referencia general respecto a los períodos sucesivos de la sociología regional,
ver igualmente Torres, 2020c.
6
Luego de la irrupción de las dictaduras militares del Cono Sur directamente extirparon
los impulsos de autonomización y de mundialización que la sociología autonomista venía
acumulando a gran velocidad desde la década del cincuenta. A partir de la década del
ochenta la crítica a la modernidad continuó avanzando en otros términos, motorizada por
intereses exclusivamente intra-académicos, de la mano de las corrientes posmodernas
anti-modernas. Ahora bien, la crítica a la modernidad del posmodernismo anti-moder-
no se realizó mayoritariamente desde un programa de hipermodernidad reduccionista,
en la medida en que actualizó y reforzó los nacionalismos ya mencionados de las visiones
norcéntricas. Tal reforzamiento se produjo a partir de promover una nueva exotización
de lo no-moderno. que tiende a actualizar las históricas visiones racistas y supremacistas
164
propaladas desde el Norte Global.
7
Tampoco resulta accidental que las visiones del cambio social del autor catalán sean
fuertemente resistidas en el mundo entero por los guardianes de los cánones sistemáticos
de la sociología moderna, quienes no se ocupan de producir nuevas herramientas. Para
responder a las acusaciones de que su sociología es anti-teórica, Manuel Castells suele
afirmar, recurriendo a una chicana, que no se ocupa de la «teoría social» sino de la
investigación sociológica. Pero lo cierto es que sí hay una teoría sociológica en la obra
contemporánea de Castells. Se trata de una nueva forma teórica pos-tradicional, que por
ello le permitió construir una explicación general sobre los procesos de cambio social
global en plena década de los noventa.
8
Para un desarrollo de este punto ver Battyány y Torres, 2020.
Bibliografía
165
166
Pensar la crisis desde la comunicación, la cultura
y la ciudadanía: agenda académica y política para
la acción
Daniela Monje
Liliana Córdoba
Valeria Meirovich
Susana Morales
Magdalena Doyle
Santiago Martínez Luque
1. Introducción
167
tados y la formación de recursos humanos. A lo largo de este año
dramático y por momentos desolador, hemos encontrado fortaleza
en los proyectos colaborativos y en la construcción de redes interdis-
ciplinarias, institucionales y territoriales. Y junto a otras y otros co-
legas hemos diseñado acciones de evaluación y propuestas de inter-
vención vinculadas a los impactos que la pandemia ha tenido, tiene y
seguramente tendrá en relación a nuestros campos de interés y obje-
tos de estudio.
Reflexionamos en diferentes claves y construimos objetos de
indagación específicos en cada caso, pero situados en ese campo de
conocimiento común que se pregunta por los modos en que se tra-
man comunicación, cultura y ciudadanía, particularmente en rela-
ción a las disputas por una amplia trama de derechos humanos en el
marco de los cuales se construyen y revisan cotidiana y dinámica-
mente los derechos a la comunicación.
Una de las cuestiones que emergió como núcleo de interés fue
la pregunta por los modos en que la ciudadanía en tanto públicos y
audiencias ha transitado la crisis ocasionada por la pandemia. ¿Qué
medios se consumieron? ¿Por cuántas horas al día? ¿En qué situacio-
nes y modalidades? ¿Bajo qué motivaciones, necesidades, intereses y
expectativas? ¿Qué contenidos –y, entre ellos, qué informaciones– se
recibieron? ¿Quiénes produjeron esas informaciones? ¿A qué fuentes
acudieron? ¿Quiénes ayudaron a procesar esas informaciones? ¿Cómo
se relacionaron los consumos de medios con el ejercicio de otros
derechos, como el derecho a la educación?, siguiendo la provocación
de Herbert Schiller, nos interrogamos: ¿Cuál fue la información so-
cialmente relevante para enfrentar la pandemia? Los medios tradi-
cionales y digitales, comerciales, públicos o no lucrativos produje-
ron y transmitieron información según lógicas diferenciadas; si bien
al inicio de la pandemia tuvieron algún punto consensual en térmi-
nos de agenda, estas se polarizaron rápidamente con el correr de los
meses.
La inflación del uso de redes digitales conformó, asimismo,
una escena inédita en la que se gestaron campañas de odio, muchas
de ellas alimentadas a base de noticias falsas. En este cuadro distópi-
co, hecho de caos e incertidumbre, los ciudadanos y las ciudadanas
no estuvieron en igualdad de condiciones para ejercer sus derechos a
168
la comunicación. Mientras algunas personas se adecuaron rápida-
mente a las demandas de la excepción, muchas otras quedaron a la
deriva. Desconectadas, aisladas o aún peor, sufriendo los efectos de
lo que UNESCO ha denominado «desinfodemia» –esto es, una mez-
cla de información errónea y desinformación– que se extendió por
todo el mundo y sembró discordia y confusión.
Esta inflación en el uso de redes se vincula a una característica
central de nuestra sociedad en tiempos de pandemia: nos referimos
a una marcada modificación en los modos de vinculación y partici-
pación de la vida social signada por la pérdida de la co-presencia.
Esto se evidencia en diversos ámbitos de nuestra vida, entre ellos –y
este fue uno de los focos de nuestro interés– el educativo. Pero este
desplazamiento de la educación desde el espacio físico de la escuela
hacia el hogar se ha realizado sobre la base de determinadas condi-
ciones (tecnológicas, comunicativas, culturales, educativas, entre otras)
y particulares mediaciones (espacialidades, hábitos, representacio-
nes, afectos, entre otros). Al respecto, identificamos como una pre-
ocupación central la existencia de dificultades para continuar con la
escolaridad por falta de equipamiento y de conectividad a internet
en el hogar, a lo que se suman las limitaciones experimentadas por
los/as adultos/as responsables para poder acompañar los procesos de
enseñanza-aprendizaje de los/as niños/as y adolescentes (Comisión
de Ciencias Sociales de la Unidad Coronavirus COVID-19, 2020:
9).
En este escenario, hemos podido observar cómo se fueron
desarrollando acciones transitorias que, recurriendo a los medios de
comunicación tradicionales, se propusieron continuar los procesos
de enseñanza-aprendizaje en los niveles educativos obligatorios. En-
tre ellas, existe el programa Seguimos Educando (propuesta empren-
dida por el Ministerio de Educación de la Nación y el Sistema Na-
cional de Medios Públicos), como así también otras acciones desa-
rrolladas por los medios no lucrativos (comunitarios, cooperativos,
populares, entre otros) las cuales han desempeñado un rol estratégi-
co para acompañar los procesos educativos de manera solidaria y
complementaria con la institución escolar. Todo ello torna evidente
la vigencia de los medios tradicionales y nos plantea la necesaria
reflexión en torno a su lugar en la configuración de las tramas socia-
169
les contemporáneas y de los proyectos políticos que se configuran al
interior de estas.
En efecto, y como hemos sostenido en investigaciones ante-
riores, no podemos acordar con la idea de un proceso homogéneo
de desplazamiento de los medios audiovisuales tradicionales por par-
te de los emergentes de tipo digital. Aún atravesados por la concen-
tración empresarial de medios, nuestro país acuna una importante
cantidad de escenarios mediáticos regionales y locales estructurados
históricamente de modos diversos. Dicha historia de diversidad y
diferencia también habla de consumos y audiencias que deben ser
reconocidos en sus particularidades para no realizar generalizaciones
engañosas producidas desde las urbes metropolitanas. En este senti-
do, observamos que, frente a una estructura mediática nacional y
global extremadamente concentrada –cuyas agendas tienden a en-
contrarse reñidas con la pluralidad informativa de temáticas, actores
y ámbitos geográficos–, los medios locales, aún tradicionales, se con-
solidaron como lugares de reconocimiento que el consumo nombra
(Martinez Luque y Morales, 2020).
Por otra parte, la pandemia amenaza transformarse además –
especialmente en América Latina–, en una crisis alimentaria, huma-
nitaria y política de grandes dimensiones (CEPAL-OPS, 2020) y en
una profunda crisis cultural. La vida cotidiana se ha visto alterada, lo
que generó nuevas formas de incertidumbre y expandió la experien-
cia del riesgo a espacios impensados de una manera inusitada. Se
han puesto a prueba los sistemas de valores, las relaciones de con-
fianza mutua, los vínculos de solidaridad y la capacidad de imaginar
colectivamente horizontes de futuro. Se reconfiguran, en ese plano,
cuestiones sustantivas para la constitución de las ciudadanías, donde
emergen nuevas preguntas: ¿Cómo se reactivan y actualizan en este
contexto las tensiones entre individuo y comunidad, entre interés
general e interés particular, propias de las formas de vida democráti-
cas?; ¿Cómo se reinterpretan las intervenciones deseables y posibles
desde el Estado y se posibilitan cuestionamientos a la razón neolibe-
ral?; ¿Encontrarán las opciones tecnototalitarias una contraposición
política poderosa y democratizante? ¿Cómo se integran hoy la solida-
ridad y la responsabilidad, las emociones y los afectos en la configu-
ración de subjetividades? Las identidades, las experiencias y los dis-
170
cursos en torno a la pandemia y la pospandemia van obteniendo un
espesor político y cultural que conmueve de manera completa la es-
cena contemporánea y todo nuestro porvenir. Ojalá podamos, desde
las ciencias sociales, sumar claves potentes para su comprensión.
171
cas. Campañas de desinformación que incluso han ayudado a elegir
a políticos de extrema derecha y a sostener regímenes autoritarios.
De hecho, la participación ciudadana en la política está estrecha-
mente vinculada a su capacidad de incidencia en los medios de co-
municación, en particular los digitales. Son ejemplos que ponen de
relieve la nueva dinámica económica y la estructura de la mediación
social que se han forjado en la actualidad.
Si bien estos cambios ya han reconfigurado la dinámica so-
cial, se han acelerado en el contexto de la pandemia de coronavirus,
ya que la principal medida de protección de la salud adoptada en
todo el mundo, el aislamiento social, ha aumentado la necesidad de
utilizar plataformas digitales para las más diversas actividades de
educación, trabajo, ocio, etc. Las desigualdades en este escenario, se
han presentado de forma dramática. Como señalamos anteriormen-
te, tener o no acceso a las computadoras y a la Internet se ha conver-
tido –en gran medida– en el diferencial entre quienes pueden o no
pueden continuar la educación escolar. En otro aspecto, las tecnolo-
gías de la información y las comunicaciones también se utilizaron en
la lucha contra la pandemia, como la vigilancia de las personas me-
diante la localización de dispositivos móviles, mostrando los posibles
usos, pero permitiendo también la expansión de la vigilancia por
parte de los Estados y las empresas.
La incidencia de este nuevo entorno tecno informativo en la
organización de la experiencia de los individuos en su doble condi-
ción de públicos y ciudadanos es central. En términos hipotéticos
postulamos cambios significativos en al menos tres dimensiones re-
levantes en la modelación de la experiencia sociocultural y ciudada-
na: 1) la modificación de las prácticas de consumo informativo, 2) la
creación de nuevas relaciones entre información, conocimiento y
realidad, y 3) la producción de nuevos sentidos sobre cómo se cons-
truye y se es parte de lo común y lo colectivo.
En relación a estas dimensiones se articulan las diferentes lí-
neas de investigación que nuestra área lleva adelante y que expone-
mos a continuación.
172
3. Sobre las iniciativas de investigación en curso
173
(centralmente, de investigación, extensión y transferencia) que veni-
mos produciendo en el Programa de Estudios sobre Comunicación y
Ciudadanía en articulación con radios públicas y no lucrativas de
Argentina y con las redes e instituciones que las nuclean.
Focalizando en el análisis y la comprensión del rol de estos
medios en nuestra sociedad atendiendo a la situación de pandemia
actual, el proyecto se propone indagar sobre las experiencias educa-
tivas desarrolladas a través de las radios públicas y las radios comuni-
tarias, populares, alternativas, cooperativas y de pueblos originarios
(CPACyPO, en adelante) en el contexto de ASPO y DISPO por la
pandemia de covid-19, como una herramienta eficaz para el diseño
de políticas públicas cuyo propósito sea garantizar condiciones, pro-
cedimientos y prácticas que potencien este tipo de experiencias y sus
actores protagonistas, promoviendo el ejercicio de los derechos a la
educación y la comunicación de la ciudadanía argentina.
En el contexto del aislamiento social –y luego, de distancia-
miento social– se fueron desarrollando acciones transitorias para dar
continuidad a los procesos de enseñanza-aprendizaje en los niveles
educativos obligatorios aunque, en gran medida, esto ha sido sin
planificación previa, con condiciones deficientes y con las propias
limitaciones que derivan de esta situación. Entre ellas, existe el pro-
grama Seguimos Educando (propuesta emprendida por el Ministerio
de Educación de la Nación y el Sistema Nacional de Medios Públi-
cos), como así también otras acciones desarrolladas por los medios
comunitarios, las cuales han desempeñado un rol estratégico para
acompañar los procesos educativos de manera complementaria a la
institución escolar.
Al tiempo que se tornan evidentes las heterogéneas y desigua-
les realidades asociadas al proceso de digitalización y convergencia
tecnológica en nuestro país (ENACOM, 2020), cobra relevancia el
rol desempeñado por los medios tradicionales en diversos sectores
de nuestra sociedad y su articulación con instituciones de otros ám-
bitos –entre ellos, el educativo– para garantizar el desarrollo de la
vida social local. En este marco, la presencia de la radio como medio
a través del cual se producen prácticas y procesos educativos, se
destaca en cuanto a las principales características y potencialidades
de este medio: a) una amplia cobertura en todo el país, con un alto
174
desarrollo de propuestas locales que permiten una estructuración de
audiencias construidas sobre tramas culturales locales; b) una gran
disponibilidad de artefactos receptores y un uso que no requiere
gastos asociados a costos de conexión; c) su escucha se sostiene en
un tipo de relación que no requiere saberes y competencias específi-
cas sino que se articula sobre aquellas fuertemente sedimentadas en
la experiencias social; d) finalmente, una trama de sustentabilidad
que se regenera a partir de un fuerte vínculo con las necesidades de
las comunidades en las que están insertas (Villamayor, 2017; Igle-
sias, 2015; Morales, 2020).
En este marco, entonces, el proyecto se propone producir una
base de datos de las iniciativas impulsadas desde el gobierno nacio-
nal y/o desde las radios públicas y del sector comunitario en Argen-
tina para sostener, acompañar y/o fortalecer los procesos educativos
en sus comunidades en la situación de aislamientos social por la
pandemia covid-19. A su vez, intenta analizar el rol desempeñado
por las radios públicas y CPACyPO en el desarrollo de proyectos y
procesos educativos en el contexto de ASPO por el covid-19, identi-
ficando las prácticas y discursos generados por dichos medios, las
vinculaciones que se producen con otras instituciones y actores so-
ciales, las relaciones comunicativas que establecen con sus audien-
cias y la incidencia en sus trayectorias formativas, en términos de
una potencial contribución al acceso y ejercicio del derecho a la
educación. Y finalmente, aportar al desarrollo de iniciativas en el
ámbito estatal que busquen fortalecer el rol de las instituciones pú-
blicas para garantizar el reconocimiento y ejercicio de derechos de la
ciudadanía argentina en el escenario actual y futuro.
175
todo otro tipo de relaciones e interacciones entre miembros de las
fuerzas de seguridad, las policías y las poblaciones en condiciones de
vulnerabilidad. (Garriga Zucal, 2020: 31) en el contexto de las medi-
das sanitarias para la prevención del covid-19.
Esta iniciativa se emprende a través de una red que articula
investigadores de 19 ciudades de las siete regiones definidas por la
convocatoria: CABA y Gran Buenos Aires (Región Gran Buenos Ai-
res); La Plata y Mar del Plata (Región Pampeana); Córdoba, Santa
Fe y Rosario (Región Centro); Corrientes, Resistencia, Posadas y
Puerto Iguazú (Región Noreste/Litoral); San Salvador de Jujuy, La
Quiaca, Salvador Mazza y San Miguel de Tucumán (Región Noroes-
te); Mendoza y San Juan (Región Cuyo); Bariloche y Cipoletti (Re-
gión Patagonia). Y nuestro equipo asume el desafío de llevar a cabo
el trabajo de investigación que permitirá registrar y analizar lasvalo-
raciones, apreciaciones y argumentos en torno a las intervenciones
de las fuerzas de seguridad que alimentan/contribuyen tanto a las
legitimidades de las violencias policiales para con las poblaciones en
foco, como a su desaprobación o impugnación. Para ello se conside-
ran no sólo las representaciones de las fuerzas de seguridad y policia-
les sobre sus acciones sino también las interpretaciones de las dife-
rentes poblaciones y grupos sociales. Además, se analiza de manera
comparativa cómo los medios de comunicación presentan los casos
de violenciay cómo éstos son área de debate en algunas redes socia-
les. En particular, porque resulta necesario indagar y reconocer com-
parativamente si los criterios de legitimidad de las violencias se han
modificado en nuestro presente pandémico, para así proyectar y
aportar, desde nuestro conocimiento, a lo que será una sociedad
post pandémica.
176
ron y se representaron la irrupción de la pandemia en sus vidas y en
la dinámica colectiva, en términos de confianza, solidaridad, mie-
dos, prejuicios y cuidado y reconocer de qué manera la ciudadanía
proyecta su inserción individual y colectiva en la Argentina de la post
pandemia.
En este proyecto partimos del supuesto de que inclusive bajo
la hipótesis sanitaria más optimista, debemos pensar a la pospande-
mia como un proceso lento y complejo, que demandará a las socie-
dades grandes esfuerzos para reconstruir la confianza y para lidiar
con los costos de la reconstrucción económica. En un escenario menos
optimista, una concatenación de crisis sanitaria, económica y social
puede transformarse en una crisis en la que se intensifiquen fenóme-
nos como el autoritarismo social, el crecimiento de los prejuicios y
las discriminaciones, y la desconfianza con respecto a la ciencia y las
instituciones públicas. En cualquiera de estos escenarios, considera-
mos que habrá una serie de cuestiones críticas de la vida cultural en
las que las representaciones sociales, las creencias y los discursos
públicos jugarán un papel central en los desafíos que enfrentarán las
sociedades democráticas. De allí la importancia de conocer cómo
experimentaron la pandemia los distintos sectores de la ciudadanía,
cuánto adhieren y resignifican las distintas y opuestas interpelacio-
nes presentadas desde el discurso público y, sobre todo, de qué ma-
neras están proyectando su futuro. En este contexto, signado por la
fragmentación y el individualismo, la educación y el sistema de salud
funcionaron, dentro de sus limitaciones, como espacios de integra-
ción y cuidado. Por este motivo, consideramos importante combi-
nar un estudio general de los/as argentinos/as, con una indagación
específica sobre cómo transitaron esta experiencia el personal de
salud y los/as docentes, así como sobre las tensiones y posibles sali-
das que vislumbran para la pospandemia. Para poder captar esta com-
plejidad, la estrategia metodológica se basa en una triangulación en-
tre distintas técnicas de producción y análisis de datos, tanto cualita-
tivas como cuantitativas y se conformó para ello un vasto equipo de
investigación con nodos en las siete regiones del país, con una gran
diversidad generacional y disciplinar. Las integrantes del Programa
de Estudios sobre CyC que participamos del proyecto estamos apor-
tando especialmente al relevamiento de la configuración de series
177
discursivas y formas de interpelación que operan predominantemen-
te en los discursos info-comunicacionales.
178
de Internet, telefonía móvil y TV de pago insumía entre un 10 y un
15 % de los ingresos familiares de un grupo familiar correspondien-
te a cuarto o quinto quintil.
En lo relativo a educación, si se consideran los resultados de
la encuesta administrada por el Ministerio de Educación, en 2020
existió una gran disparidad en el acceso en tanto 3 de cada 10 hoga-
res no contó con acceso fijo a internet, el 27 % solo accedió a la
educación mediante el uso de celular y más del 50 % no contó con
computadoras en su domicilio para uso estrictamente educativo. Las
disparidades se enfatizan en el territorio: 20 puntos porcentuales de
diferencia entre Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y Pa-
tagonia con relación al Noreste y Noroeste argentinos.
Identificamos en esta investigación una distinción significati-
va entre acceso y asequibilidad: el primero enunciado en términos
de un derecho que debe garantizarse y cierta provisión de infraes-
tructura disponible, el segundo, en cambio, vinculado a las reales
condiciones de oferta y demanda de un servicio de determinadas
características y un costo justo y razonable para acceder a él. Se
observa que existe un rubro de comunicación y telecomunicaciones
que durante décadas no fue siquiera considerado en las mediciones
de organismos públicos como INDEC respecto de lo que se denomi-
na «canasta básica». Esta situación se empieza a revertir sólo hace un
par de años. En 2018, las mediciones de INDEC desagregan por
primera vez los rubros Comunicaciones y Recreación en correspon-
dencia con el COICOP5 con algunas adecuaciones efectuadas para el
caso Argentino. Pese a ello, se identifica un área de vacancia en
torno a la medición específica de lo que proponemos llamar una
Canasta Básica de Telecomunicaciones (CBTel) a la que definiremos
de un modo provisorio como el conjunto de bienes y servicios desti-
nados a satisfacer las necesidades de comunicación y conectividad
de un ciudadano6.
Por otra parte, la demanda de información para la medición
del cumplimiento de las obligaciones estatales en materia de dere-
chos económicos, sociales y culturales es creciente por su necesidad
de articulación con el campo de las políticas públicas. Son evidentes
los déficits en la producción de información certera, amplia y empá-
tica en nuestra realidad. Es clara la dependencia que tenemos de
179
plataformas comerciales para la distribución de información de inte-
rés público. El Estado y las instituciones públicas han perdido terre-
no frente al mundo comercial, al tiempo que hoy afrontan una opor-
tunidad y urgencia ineludible de retomar la producción de informa-
ción socialmente relevante para el diseño de políticas públicas, al
tiempo que de mecanismos y medios que permitan asistir con infor-
mación imprescindible para la vida de la población en estas circuns-
tancias.
4. Reflexiones finales
180
Esperamos que el conjunto de las investigaciones que hemos
presentado aquí y actualmente estamos desarrollando en el marco de
redes interdisciplinarias e interinstitucionales nacionales aporten a
una comprensión más profunda de esta situación, así como a la ima-
ginación de nuevos horizontes posibles para nuestra humanidad. ¿Cuál
sería sino el sentido de una intervención académica ética y responsa-
ble de y desde la universidad pública en este tiempo?
Notas
1
Proyecto «Industrias Culturales en la Convergencia: Demandas Populares, Políticas,
Economía y Derechos». Directora: Daniela Monje y Proyecto «Ser público hoy: las
transformaciones tecno-informativas en la experiencia cultural y ciudadana». Directora:
Liliana Córdoba. Ambos aprobados y subsidiados por la Secretaría de Ciencia y Tecno-
logía de la Universidad Nacional de Córdoba. Periodo 2018-2021.
2
Este proyecto articula una red de 70 investigadores de Argentina. Dirigido por la Prof.
Claudia Villamayor, en el proyecto participan equipos de investigación de la Universi-
dad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de Quilmes, la Universidad Nacional
de Tucumán, la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Nacional de Villa
María, la Universidad Nacional del Comahue, la Universidad Nacional del Nordeste y
la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, junto
con FARCO (Foro Argentino de Radio Comunitarias), ARUNA (Asociación de Radio-
difusoras Universitarias), el Instituto de Capacitación e Investigación de los Educadores
de Córdoba perteneciente a UEPC (Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba)
y la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual. Participan de
este proyecto las/os investigadoras/es del Programa de Estudios sobre Comunicación y
Ciudadanía: DanielaMonje, Valeria Meirovich, Susana Morales, Magdalena Doyle, Ce-
cilia Culasso, Rocío Marruco y Santiago Martínez Luque.
3
El proyecto integra cerca de 200 investigadores de todo el país, integrados en 17
equipos de trabajo pertenecientes a la Universidad Nacional de San Martín, Universidad
Nacional de Misiones, Universidad Nacional de Río Negro, Universidad Nacional de
Rosario, Universidad Nacional de La Plata, Universidad de Buenos Aires, Universidad
Nacional de Córdoba, Universidad Nacional de Litoral, Universidad Nacional de Mar
del Plata, Universidad Nacional de Villa María, Universidad Nacional de Quilmes,
Universidad Nacional de Cuyo, Universidad Nacional Arturo Jauretche, Universidad
Nacional de Jujuy y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Participan de este
proyecto las investigadoras del Programa de Estudios sobre Comunicación y Ciudada-
nía: Susana Morales, Valeria Meirovich y Magdalena Doyle.
4
El proyecto, dirigido por Javier Balza (UNQ), cuenta con 21 nodos en diversas
UUNN e instituciones de investigación que agrupan a más de 200 investigadores. Del
nodo Córdoba participan investigadores de la FCS, entre ellos la Dra. Liliana Córdoba
181
y las lic. Josefina Pividori y Ana Nuñez, ambas integrantes del Programa sobre Estudios
de Comunicación y Ciudadanía.
5
Clasificación del Consumo Individual por Finalidad (Classification of Individual
Consumption According to Purpose) COICOP, por sus siglas en inglés.
6
Se observan asimetrías persistentes sobre desigualdad en conectividad que requieren
resolución inmediata. Concomitantemente se identifica la necesidad de trabajar en la
alfabetización mediática e informacional de la ciudadanía, tal como se propone a nivel
internacional desde UNESCO respecto de estas temáticas. Aun cuando las políticas del
Estado nacional se han encaminado hacia la consideración de la conectividad en tanto
bien público y se ha declarado a los servicios TIC como servicios públicos esenciales,
consideramos que este derecho a la comunicación no puede ser meramente declamativo
y que por tanto requiere de acciones de política que articulen con el campo académico para
vehiculizar su efectivo cumplimiento.
Bibliografía
182
bos y Sentidos de la Comunicación, 18 (36), enero-junio, pp.
57-76.
Villamayor, C. (2017). «Comunicación popular y alternativa. Radios
Comunitarias gestoras de procesos Comunicacionales». En L.
Lizondo y C. Pleguezuelos (Comps.), Vivencias y experiencias
de comunicación comunitaria en el norte salteño. Salta: Univer-
sidad Nacional de Salta.
183
184
De los autores
185
Nacional de Córdoba. Realizó un posgrado en el Centro de Estudios
Avanzados (2007). Profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y
Humanidades, UNC (2004), profesor titular en la Facultad de Cien-
cias Sociales, UNC (2005) y profesor titular en la Facultad de Hu-
manidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral (2013).
Ha dictado numerosos cursos de posgrado en diversas universidades
como UNL, UNC, UNJU. Es investigador principal de la carrera de
investigador científico del Consejo Nacional de Investigaciones Cien-
tífico Tecnológicas (CONICET) y director del Centro de Investiga-
ciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS). Tiene numero-
sas publicaciones entre libros, capítulos de libros y artículos en revis-
tas especializadas relacionadas a la historia social de la salud y la
enfermedad, historia de la medicina e historia de la ciencia. http://
orcid.org/0000-0002-2093-2046
acarbonetti2012@gmail.com / adrian.carbonetti@unc.edu.ar
186
de Estudios del Instituto del Servicio Exterior de la Nación, Ministe-
rio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la
República Argentina. 2020.
187
En cuanto a la docencia de posgrado, ha sido cofundadora de la
Maestría en Sociosemiótica del Centro de Estudios Avanzados de la
Universidad Nacional de Córdoba, donde se desempeñó sucesiva-
mente como vicedirectora y directora. Posteriormente fundó y diri-
gió el Doctorado en Semiótica en la misma unidad académica. Ac-
tualmente, dirige el Programa de investigación sobre Discurso So-
cial, con sede en el Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de
Ciencias Sociales de la UNC. Sus publicaciones dan cuenta de sus
investigaciones en torno a sociosemiótica y discurso social.
188
Becario en la Universidad China de Leyes y Ciencias Políticas de
Beijing en 2012. Ha sido miembro investigador en el CIMI-SHU
(Centro de Investigación Mixto Internacional Globalización y Socie-
dad) entre la Universidad de Shanghái y el CEIL-CONICET. Su campo
de estudio abarca los estudios sobre las relaciones entre Argentina,
América Latina y China, así como también la globalización el rol de
China y los impactos en los países emergentes. Es autor de numero-
sas publicaciones sobre la Integración latinoamericana, las relacio-
nes entre China, América Latina y Argentina en el contexto de cam-
bio en el escenario internacional desde el fin de la Guerra Fría. Ha
participado de congresos y conferencias en Estados Unidos, China,
España, Chile y Argentina al tiempo que ha dictado seminarios so-
bre China y América Latina tanto en China como en Argentina.
189
Santiago Martínez Luque. Magíster en Comunicación y Cultura Con-
temporánea. Especialista en Investigación de la Comunicación. Inte-
grante del Programa de Estudios sobre Comunicación y Ciudadanía
del Centro de Estudios Avanzados (CEA-FCS-UNC). Investigador,
docente de grado y posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales y de
la Facultad de Ciencias de la Comunicación, UNC.
santiagomartinezluque@gmail.com
190
ción en ambas universidades. Ha publicado libros, resultados de in-
vestigaciones y numerosos artículos y capítulos de libro para publi-
caciones nacionales y extranjeras referidos a políticas de comunica-
ción, derechos a la comunicación y ciudadanía. Es vicepresidenta de
la Federación Argentina de Carreras de Comunicación Social (FA-
DECCOS). Es directora de Relaciones Internacionales de la Asocia-
ción Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC).
Coordina desde 2019 junto a César Bolaño e Isabel Ramos el Grupo
de Trabajo sobre Economía Política de la Información la Comunica-
ción y la Cultura en CLACSO. Coordina junto a Daniel Valencia y
Anderson Santos el GT de Economía Política de ALAIC.
danielamonje@unc.edu.ar
191
Ha dictado de cursos de posgrado. Directora y co-directora de nu-
merosos proyectos de investigación financiados por Secyt, Conicet,
Fundación Antorchas, Conicor. Ha publicado libros y artículos en
revistas especializadas. Directora Escuela de Filosofía, Secretaria de
Postgrado de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH), secre-
taria Académica del Centro de Investigación (FFyH). Directora de
tesis de licenciatura, maestría y doctorado y de becarios. Feminista,
ha tenido participación en numerosas actividades de ONG a nivel
local, nacional e internacional.
192
Demografía del CEA/UNC (2015-2020) y actual director de la mis-
ma. Desde 2018 es integrante del Comité de Carrera del Doctorado
en Demografía de la FCE/UNC. Su área de investigación se refiere
a la evaluación de fuentes de datos y estimaciones demográficas.
brunoribo@yahoo.com.ar
193
FFyH-FFyH-UNC, Argentina. Año XVII Nº 18, en coautoría con
Bosio, Adriana (2019); «Las escuelas confesionales católicas. Cróni-
ca de su desembarco en Córdoba a principios del siglo XX» en Re-
vista Estudios, CEA-FCS-UNC, Argentina. Nro. 42 (2020)
194