Tuerto Maldito y Enamorado
Tuerto Maldito y Enamorado
Tuerto Maldito y Enamorado
Rosa Huertas
E D E LVIV E S
.J
Dirección editorial:
DepartanJcntn d¢ Liccracttra Infancil y juvenil
\’irgiitia §aichcn«o
Rosa Huertos
Tuerto, maldito y enamorado. - la ed. - Buenos Aires :
Edelvives,
2010.
240p;2lx3cm.
ISBN 978-987-642-089-1
LOrE DE VEGA
A mi hermann Cnrmen,
que nttncn creyó en mis Jantasmas,
pero sl en mrs suenos.
A mi Mijo Ôscar,
d! fi /nn es fácil sentirse orgullosa.
Los fantasmas no existen. ¿O sí?
La experiencia nos confirma la evidencia de su
natura- leza ficticia: nadie ha podido comprobar de
forma convin- cente su pertenencia al plano de lo real.
Sin embargo, hoy apelo a la complicidad de quien lea
estas pá ginas: no podrá s entender la historia que sigue
si, al menos, no crees mínimamente en su existencia. Si
no es así, resultará inú til que continú es leyendo.
Yo misma, si hubiese encontrado esta advertencia al
comienzo de un libro unos meses atrá s, lo habría
cerrado en la primera pá gina y lo habría devuelto a la
biblioteca. O Se lo habría regalado a mi prima Marina,
tan aficionada a las novelas de jó venes magos y de
adolescentes vampiros, cuyas peripecias me han
resultado sieinpre tan absurdas como prescindibles.
’
Pero nada es igual que hace unos meses, ni yo Mi padi'e se acercö a la cocina, ese día me tocaba a
misiTia to soy ni ct mundo que me rodea. Ahora se que mí lavar los platos de la cena, y usó su tono má s
no es mls
conclescen- diente:
que un decorado ficticio, bajo ct cual palpita lo que no se
—Tu hermana está llorando, dice que no sabe no se
deja ver . algo que se presiente y, a veces, se nos
que lecció n. ¿Por quë no vas y se la cuentas tú ?
presents como si los espejismos hubiesen saltado at otro
lado de sus reflejos. Dijo «se la cuentas», no «se la explicas». Parecía que
la niñ a esperaba el cuento para irse a dormir, daba igual
Así irrumpió en mi presence el espectro de un habi-
que la historiano hablase de hadas y príncipes sino de
tante del pasado, arrastrando hacia mi y en trope1 a un
escrito- res muertos hace siglos.
ejército de sombras que se convirtieron en mis peores
¡ae- sadillas. La encontré metida dentro de la cama, con los ojos
brillando de lá grimas de cocodrilo, solo para darme
Los recuerdos se me agolpan hoy sin orden ni
pena. Se había pasado la tarde jugando at bá squet,
concier- to. Las notas que fui tomando desde que
chateando con sus amigas y viendo en la tele una
comprendí que aquella experiencia demoledora podía
absurda serie de adolescentes descerebrados. Mi
acabar difuminá n- dose en el olvido tienen un preludio
hermana no necesitaba es- tudiar demasiado, gozaba de
que afin me cuesta
ordenar. Qué ocuTriö antes y quë después, ya casi no im- una memoria prodigiosa y le bastaba con escuchar y
ÇOŁtd. LO ClCrto e importance fue que sucediö , má s o poco má s. Una suerte que yo no poseía.
Me sentë sobre la cama sin decir nada, a la espera de
me- nos, como lo cuento. Por mucho que se quiera es
sus exigencias.
imposible reproducir fidedignamente los hechos
—No me se Garcilaso de la Vega y mañ ana seguro
pasados, siempre añ adiremos algú n detalle que no
que me pregunta ct profe. Es que no to ha explicado —
estaba u omitiremos una frase que para siempTe quedará
protes- tó —. Si to liubiese hecho me lo sabría, no es
oculta en el tiempo. Solo la realidad es la verdad absoluta;
lo demä s, lo narrado, no deja de ser ficciö n. justo.
—¿No es justo? —soltë—. Pero no te da vergü enza.
Mis recuerdos borrosos se desdibujan pero no dejo Lo que no es justo es que tenga que venir yo a explicarte
de relacionar el pistoletazo de partida de mi desazö n con la lecció n que a ti no te ha dado la gana de estudiar.
noche en que mi herrriana CaTiTlen gimoteaba en su Está s en tercero y deberías tomú rtelo en serio...
la
tacion —Bueno, no te enfades conmigo. —Me abrazó , sabe
habi- a las tantas porque no se sabía la lecciö n de
tura. que no puedo resistirme a sus zalamerías—. ¡Si tü lo
Litera- Poclría asegurar que la escena ocurriö la
cuen- tae mejor que nadie!
noche antes de escuchar por primera vez aquella voz:
Y dicho esto, se arrebujö entre las mantas a la espera
«Ayú dame a re- COfdar». La primera piedra de la enorme
de mi relato. Las lãgrirnas habían desaparecido. Lo dicho:
torre que se fue construyendo en mi vida la puso mi
herrnana una noche de invierno. una niñ a a la espera del cuento.
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8
Echć un vistazo a las páginas del libro, recordaba —¿Y no puedes prepararlo tú solita?
bien el tema, aun conservaba las anotaciones a 1/apiz que —Sabes que no, la Literatura es superior a mis fuerzas
yo ha- bía añ adido dOS 8ÌÌos RtTÒ S: «Enamorado de Isabel suspirö.
Freire, a su muerte le ascribe emocionados versos». Nos —¿Y que amor voy a tener que prepararme? —me ren-
lo había contado Jesú s, el profesor que tuve ese curso, el dï, sabía que era in(itil oponerse.
inismo que tenía ella. Mi hermana habÍa tOcado apenas el —Lope de Vega, tendré que hablar de Lope de Vega.
libro, no se percibía ni una huella suya, ni un nombre Ese fue el instance. Aün no lo podía sospechar pero
de má s, ni un dibujito distraído. Casi no lo había abierto aquel encargo con nombre propio marcaría el principio
desde el mcs de septiembre, estaba segura. de mi desazón, de mi insomnio, de mi viaje at otro lado
Le hablë de las gestas heroicas de Garcilaso, de su pre— sin sa1iı del barrio. Todavía no se si agradecérselo u
matura muerte a los 33 añ os, de Isabel Freire, su amor odiarla por ello.
imposible, y de las ëglogas en las que reflejó sus sentimien- Esa noche, yo todavía era inocente.
tos frustrados. No pude evitar acabar leyëndole el
soneto que aparecía at final de la lecció n: «¡Oh, dulces Despuës de dejar a Carmen medio dormida en su
prendas por mi mat halladas...». cuar- to, me acerquë at salön a dar las buenas noches a
—Nadie to cuenta como tu —me dijo emocionada, mi padre. El humo del tabaco me recibió con una
at borde de las lá grimas. bocanada agria y el parecía sumido en la niebla.
Esta vez no parecían de cocodrilo, a mí tambiën —No deberías fumar tanto, aquí no hay quien entre
me habían sobrecogido los versos del poeta. —le reproché.
—Mañ ana me pondrán un sobresaliente, No me contesto, su gesto parecía decirme: «Pues
gracias. Volvió a abrazarme. no entres», pero se lo calló .
—Pues a mí me suspenderán por dormirme en —Tampoco deberías acostarte tan tarde —insistí.
clase como no me acueste ya, que me tienes en vela Me miró con tristeza sin decir nada. La noche
hasta tardí- simo por culpa de tu irresponsabilidad. anterior escuchë có mo se iba a dormir a las tres de la
—No te enfades conmigo. —Puso un mohín madrugada. Pasaba las horas muertas delante del televisor,
exagera- do—. Todavía vas a tener que a darme más, mirando sin ver cualquier cosa que apareciera. Todo menos
pero no hoy, no te apures. acostarse en una cama vacía desde que mi madre se
—¿Más? marchö de casa. De eso hacía ya más de un añ o. Tiempo
Me explotaba vilmente esta hei'mana mía. suficiente para echar- la de menos pero no para
—Tengo que preparar una exposició n oral sobre olvidarla.
un autor para dentro de unos meses, pero será la nota Me preguntaba si había hecho bien insistiendo en
má s importance del trimestre. Tienes que ayudarme. que mi hermana y yo nos quedásemos con e1. No quise
cambiar de barrio ni de colegio ni de ainigos, no quise
10 alejarme de
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Ricardo y, sobre todo, no quise dejar solo a mi paclre.
De- bajo de esa capa de sarcasmo habita un adulto
indefenso
que Perclei'ía el sentido de la orientaciön si saliese
demasia- do tieinpo de su tienda. Intuía que los añ os y la
DOS
casa se le
vendrian encima, como así fue, aunque comprobaba con
impotencia cö mo tampoco había servido nuestra
Presencia para ahuyentar su amargura.
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12
—Un poco de cada. Me temo que nos vamos a empa-
par hasta el code.
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Recorrimos la escasa distancia en silencio, aú n no
nos habíamos despertado y la alegría no flotaba en el
ambiente. Deduje que Ricardo tenía el día Cardo. Es
como si tuviese una doble personalidad, como su propio
nombre. Unos días es adoralale, Rico, Rico. Pero otros, se
encierra en sí mismo, gruñ e y te mira coino si fueses
transparente; enton- ces es Cardo.
Llevamos juntos desde que llegamos at colegio. Los
dos aterrizamos en el San Isidro con cara de asustados y
solos, trernendamente solos. En mi caso, el problema es
que no soy muy simpática ni muy guapa. No me resulta
fácil hacer ami- gos. En el suyo, su timidez y esa
personalidad llena de antí- tesis, lo hacîan acreedor a una
ració n extra de soledad. Su color de piel, más prö xima al
negro que at blanco, no resul- ta ningú n inconveniente
en nuestro instituto, donde hay muchos alumnos
inmigrantes. Abundan los chinos, contra los que mi padre
despotrica constantemente, pero tambićn hay marroquíes
y sudamericanos.
Desde ct primer momento supimos que pertenecíamos
a ese grupo, 1° D, no por casualidad sino para encontrar-
nos. No se si conozco en toda su amplitud el significado
de la palabra amistad, jamá s he tenido otro amigo, solo
se lo que supone tener a Ricardo y que forme pane de tu
vida como tus brazos o tus piernas. El resto de mis
compañ eros son unicamente eso, compañ eros. No me
llevo mal con casi nadie pero no es ni parecido. Además,
tengo a mi hermana con quien me une una complicidad
poco habitual entre
hermanos que se llevan pocos añ os, y mã s a nuestra edad.
’
El añ o pasado Ricardo estuvo Cardo casi todo el curso
y eso le costó repetir: ante mi desazÓ n, e1 se quedó en
cuarto
y yo pasć a primero de bacliillerato. En septiembre,
cuando la evidencia de que repetía se nos impuso,
Ricardo se asus- to. Pensö que esa circunstancia nos
separaría y me hizo una propuesta que yo no esperaba.
Me pidió que fuësemos algo
ás que amigos con una osadía que podía haber
resultado desaStfOS8. Mi sorpresa ma scula se convirtiö
en perpleji- dad cuanclo escarbë en mis sentimientos y
me di cuenta de que era eso mismo to que llevaba
esperando desde que nos encontramos en primero.
No se trataba de una relació n usual. Esc día de frío
in- vernal podía haberme refugiado en su abrazo para
dejar de tiritar a lo largo de la calle Toledo, pero las
muestras de afecto las medíamos con regla: escasas
efusiones en pú bli- co; door to cual, casi nadie sabía que
estábamos saliendo.
No obstante, hacíamos una pareja chocante: e1, alto y
oscuro; yo, pequeñ a y blanca como el papel. Si unimos
mi palidez at hecho de que prefiero la ropa de color
negro, da como resultado un aspecto gö tico involuntario.
Nunca he buscado parecerlo, pero hasta las ojeras las
llevo de serie. Mi madre no me anima mucho a este
respecto, dice que parezco siniestra, que debería utilizar
otros colores para vestirme y que no me vendría ma1 un
poco de maquillaje. Las remeras y los pantalones negros,
en el fondo, no son má s que un recurso para ir limpia en
una casa en la que ahora no es fácil eliiTiİtlRT las
manchas, ni las de la ropa ni las de nuestros
pensamientos.
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en el chico su rechazo hacia los extranjeros que, segú n
e1, han invadido el barrio. Su tono transmitía mbas tristeza que rabia. Le costaba
is «r que su barFİO CalTibiaba, que se movía acorde
Lo miró de arriba abajo y luego se dirigió a mí, como con tlFtos tiempos nuevos en los que las tradiciones
si Ricardo these invisible: empezaban
—Sube, la abuela ya tiene la comida P'°1»•'^da y tu a tenet ÇOCR CR l ä.
hermana tea llegado hace un rato.
Como en casi todos los barrios cfc casi toclas las
—¡Adiós, Elisa *ë! —me gritó Ricardo a modo cfc ciu- dades —me sorprendió mi propia voz; mis
cms- pedida con la íntenció n cle provocar a mi padre. pensamientos se me escaparon por la boca.
—¿Por que insists en llamarte de esa forma tan ridícula
Mi padre me mirö perdonãndome la vida, igual que to
ese cafë con leche? —gruñ ó .
hacen algunos de mis compañ eros con los profesores
—Es una broma nuestra, a mí no me molesta. y tambiën, por que no decirlo, con mi pobi'e r•rsona.
Era cierto. El nombre se lo inventó mi amigo un —Pero este no es cualquier barrio. —La indignacìö n le
día que era Rìco, cuando estudiú bamos primero. Ese incendiaba cl iostro—. Estas calles tienen mas de
curso ha- bía en clase otra alumna que también se quinien- tos añ os y pertenecieron at i 'rerio má s
llamaba Elisa, cir- cunstancia bastante extrañ a pues no es poderoso de su tiempo. Aquí han vivido más
un nombre habitual en los tiempos que corren. Mi personajes ilustres que en toda la ciudad de Nueva
apellido es Velasco y mi amigo añ adio a mi nombre la York junta. Y ahora... invadida por tiendas basura y
primera sílaba para diferen- ciarme de la otra chica. por tipos de ojos rasgados...
Como me hizo gracia, ć1 continuo utilizándolo para —No seas racista —me atreví a objetar—. Y no te
referirse a mí de forma cariñ osa, a nadie mãs to dejamos que- jes tanto, que ellos le han dado una nueva vida at
que me flame así porque to haría con des- precio o en barI’İo.
tono de burla en lugar de con afecto. Mi padre no lo —Pues qué vida.
entiende de esa manera, quiz2 porque todo lo clue EscupiÓ las palabras poniendo en evidencia su clespre-
venga de Ricardo le desagrada. cio por los nuevos tiempos.
—¿Sabes que Fina va a cerrar la tienda? —me
contö mientras subíamos las escaleras—. Cömo no, unos La abuela Milagros y mi hermana ya nos esperaban
chinos se van a quedar con ct local. Cada vez sen- tadas a la mesa.
resistimos me- nos. Fíjate, la corsetería de Fina, que —A ver si sales antes —me regañö—. Le ha vuelto a
hasta ha salido en reportajes de la televisiö n. Un tocar a tu hermana poner la meS8..
comercio de los de toda la vida, que era de sus —Lo siento —me disculpë ance Carmen.
abuelos. Van a acabar con todos no- sotros. Y menos Ella me hizo un gesto quitando importancia at asunto.
ma1 que no saben copiar bien las alpar- gatas cle Iona, Si para ella la Literature era superior a sus fuerzas, para
que si no... nosotros tambiën habríamos sucumbido. mí to eran los asuntos clomësticos, en los que mi
hermana se había revelado como una auténtica ex¡aerta
20 tras la separa- cion de mis padres. Salía disparada de
clase para llegar a
tiempo de ayudar a la abuela con la comida y la mesa, —¿Quë estás diciendo? ¡Pues claro que tengo que hacer
algo que yo jamú s hice.
un trabajo sobre Lope! Pero no se que broma es esa.
—¡Cocido para entrar en calor! —exclamö mi Sabes que yo no piso la biblioteca y menos para
padre. Estuve a punto de soltar: «Para variar», pero burlarme de ti. pabrú sido tu novio, aunque lo ü ltimo
pude con- que me imaginaría de RİCäldo es que fuese bromista,
tenerme. Las recetas de mi abuela se limitaban a cocido,
con lo soso clue parece.
callos y potajes’, comidas demasiado consistentes pai'a No insistí, estaba claro que no había sido ella. Si
mi organismo y que me dejaban amodorrada durante un
quería asustarme podía hacerlo fácilmente sin salir de
buen rato después de terminar.
casa, ace- chando mi habitación en la oscuridad de la
Estaba deseando acabar el postre para quedarme a solas noche y soltan- do un simple suspiro. No necesitaba
con mi hermana recogiendo la cocina. No era digno, por
entrar en un espacio tan hostil y desconocido para ella
su parte, burlarse de esa manera de los miedos de una
como la biblioteca del instituto.
herma- na mayor y pensaba reprochú rselo hasta que se Carmen tenía razÓ n en su comentario sobre
sintiese cul- pable.
Ricardo: era más que improbable que hubiese sido idea
—Me parece que te has pasado, no me ha hecho suya, jamás bromeaba y menos en un día en ct que se
nin- guna gracia tu broma —le soltć mientras secaba los mostraba abier- tamente Cardo. ¿Quiën entonces había
platos que ella lavaba. puesto tanto interés en asustarme? Mis compañ eros de
—¿Quë broma? —preguntó extrañ ada. clase no se molestarían en prepararme una broma, la
—No te laagas la tonta —dije enfadada—. Ya sabes indiferencia que me demos- traban cada día era la
a qué me refiero: esa voz siniesti'a en la biblioteca, ese prueba palpable de que ninguno de ellos se tomaría la
ojo detrás de los libros de Lope... Muchas molestias para
molestia de burlarse de mí.
bur- larte de tu hermana la iniedosa.
Carmen puso cara de no entender nada, ignoraba La tarde plomiza y la comida copiosa me tuvieron
por completo de que le hablaba, y su rostro jamú s me ren- dida en ct sofá después de recoger la mesa. La
había engañ ado. Einpecë a sospechar que quizá ella no abuela y yo dormitamos mientras la televisiön ejercía de
tuviese nada que ver en mi sobresalto. arrulladora. Cuando abrí los ojos el panorama no había
—¿Qué te ha pasado? —Su pregunta era sincera, mejorado, tam- poco mis ganas de moverme, pero decidí
sin duda, y reflejaba preocupaciö n. sobreponerme a la desidia y actuar antes de que la tarde
—¿Lo del trabajo de Lope era solo una trampa se hubiese conver- tido en noche. Recordé que le había
para gastarme una broma y reirte de iní? dicho a Ricai'do que pasaría por la peluquería a ver a su
madre. Mi intenciòn era hablar con ella para sonsacarle
los motivos de su hijo pai'a encontrai'se Cardo ese día.
“ GUİSOs iricos de la cocina española. Pero el asunto de la biblioteca me atraía mãs. Necesita-
ba saber quiën se había reído de iní y con quë torpe truco.
22
23
Sentí un impulso irrefi'enable que me obligaba a regresar a
la estantería de la letra V
Esa tarcle, sin saberlo, iba a meterme en la boca clel lodo
del mieclo.
TRES
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—Una ti'iste historic, ya te digo.
5ã blflta con naclie y su comportamiento era e1 de una
—¿Por que no me la cuentas? —le pedí mientras de- SeqtJilibrada. Decían que la abandonö ct hombre que
sorbía el café recién hecho. ama- ba, sin un cëntimo, y clue se clio a la bebida para
—No se los detalles. Solo recuerdo que, cuando yo consolar- Søp Sta que se volvio loca del todo. No hay
era niño, ella era una mujer hermosa, desenfadada, muy má s que oírla gȚ ț(3{ por las rloches.
dis- tinta a las mujeres recatadas del barrio. Al menos eso —¿De que vive? —El personaje me tenía intrigada.
le escuché contar a mi madre. Vivía con sus padres en esa —Supongo que de la escasa pensiö n cle sus
misma buhai'dil1a y se la veía entrar y salìr siempre bien padres. Tampoco necesita mucho más para comprarse
acompañacla. Se decían muchas cosas de ella, era la vino y ali- mentar a sus gatos. Una pena.
comi- dilla del barrio. Pero era hermosa, muy hermosa, —¿Y no han venido los servicios sociales? —Me parecía
eso te to puedo asegurar. ¥o me asomaba a la puerta de la
increíbleese abandono.
tienda para verla pasar cada tarde camino de Dios sabe
—Sí, de vez en cuando se pasan por la buhardilla a
dónde y ella me saludaba. «Adiös, Velasquito», me decía.
adecentarlaun poco y se empeñ an en llevú rsela, pero
Nadie me llamaba así. Ahora ni siquiera se acuerda. No
ella se niega. No c¡uiere que la encierren en ninguno
se si sabe quiën soy.
parte.
Mi padre se detuvo para saborear su café y yo me
—Pues a mí me sobrecoge oírla gritar así en medio
mos- tré impaciente por conocer el final de la historia,
de la noche —confesë.
que no debîa de ser muy alegre.
—A mí tambiën, es lo que me faltaba para dormir ma1.
—¿Y que pasö después? —lo apremië.
Cuando estaba tu madre ni me enteraba de si chillaba o
—No lo se exactamente. Un buen día desapareciö.
no la pobre loca —suspiró mi padre—. Ahora, cada noche
De- cían que se había fugado con un hombre casado del
que grita la oigo. Hacía at menos dos semanas que no se
que se había enamorado locamente y que le había
la es- cuchaba.
prometiclo un papel en una revista, en el teatro. Sus
—Bueno, otra noche que la oiga pensaré que tu
padres nunca confir- inaron esta teoría, evitaban hablar
tam- bién estás clespierto y, a1 menos, me sentirë
de ella y fueron langui- deciendo y envejeciendo
acompañ ada.
prematuramente. En el barrio de- cían que de pena por el
—Siempre podemos quedar en esta cocina para
desplante de su hija. Unos años despućs murieron y la
hacer- nos un tilo, ¿no crees? —dijo con complicidad.
buhardilla quedö vacía y deshabita- da. Adelina era su
Reimos. Hacía tiempo que no escuchaba la risa de
ünica heredera y nadie tenía nì idea de dönde se
mi madre y se me hacía extrano que fuese precisamente
encontraba. Un tiempo después regresö irrecono- cible. des- pues de contarme semejante tragedia. Nunca sabemos
Los años habían transcurrido para todos, pero para ella
que extrañ o hilo puede acercarnos a los que querernos
habían pasado como Inta aplanadora. El alcohol se la
cuando US Circunstanciasse empeñ an en poneT
cargö. Volvió a instalarse en la buhardilla de sus padres,
distancias que pa- recen insalvables.
no
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CINCO
37
'
Carmen me dejó con la palabra en la boca y la
pi'eocu- pació n en el pensamiento. Al llegar a1 portal, No voy a poder. Tengo una recuperació n de Make y
y Cçø quc aCdbe
ct examen a la hora, ya sabes İo laŁQOS
saliö corrien-
do para unirse at grupo de Lidia y el resto de sus amigas. que Ş pOTyØ TIŸODIO .
Ricardo no me esperaba apoyado en la pared, como de Pues no se st 10 VMS í1 häCCr bien. Ayer, dices,
segun
costumbre. Pensë que se habría dormido, no es raro que reproché.
no estudiaste nada con tanto dibujo —le
se Tßtrase cuando está Cardo. De hecho, ct añ o anterior, Te esperaba para que me to explicases —dijo mirú n-
bien sus armas.
sus retrasos contribuyeron a que repitiese curso. done con cara de pena. Conocía
Al llegar a la altura de la corsetería de Fina, un brazo A eso se IC llama chantaje emocional —protestć—.
tiró de mí hacia dentro y sentí que el corazö n se me salía No me culpes a mí Si desapruebas.
por la boca. ¿Sería otra vez ese maldito fantasma? Gritë, —Descuida, se que cl ú nico responsable soy yo y mt
y mi alarido asustö a Ricardo: mã nía de Ver ct lado oscuro de la vida. ¿Vendrá s esta
—¿Quë te pasa? —preguntö sobresaltado—. Solo tatde a casa a ver los dibujos?
que- ría darte un beso a escondidas. Se notaba que había algo má s que deseaba contarme,
Respiré aliviada y to abracë. Su calor me reconfortó , quizá el motivo de su mutismo ct día anterior.
no podía contarle que me sentía perseguida por un —Solo si me promotes dejar tu lado Cardo y ser Ricar-
espectro y alterada por los gritos nocturnos de una loca. do Rico.
—Es que me has asustado —pronuncië sin soltarle. —Hard todo to que pueda. De todas formas, tfi eres la
—Ya veo, y tú a mí también. ú nica que entiende mis malOS TOllos.
Se estaba bien allí, abrazados, lejos del mundo real Nos despedimos en la puerta de mi clase con un beso
aun- que no hubiësemos salido de el. fugaz. Cuando me di la vuelta comprobé que Julio nos
—Te echaba de menos —susurró en mi oído. es-
—Pero st nos vemos todos los días —objeté, aunque piaba con cara de disgusto.
ya sabía por dö nde iban sus quejas. —Es lindo ct «afro» ese amigo tuyo —me dijo a1
—Ya, pero ayer por la tarde te esperaba en casa, pasar con un tono que intentaba parecer neutro sin
dijiste que pasarías por la peluquería y no apareciste. Me conseguirlo.
la pa5e —Si intentases conocerlo mejor seguro que te caía bien
entera dibujando, no se si te van a gustar los dibujos que
h;qq —No he dicho que me Caiga iTìal —QfOteStÓ—. LO İÌIIÍ-
—Ya —protestë—. Será n de esos que empiezan muy co que me fastidia de e1 es que te acapara demasiado.
bien y acabas llenando de fuego y de sangre. Ya sabes La entrada de la probe ìnterrumpiö la conversació n.
Las palabras de Julio revelaban un interës inusitado
que me asustan, aunque me parece que ya me voy
haCÎä mí que nunca había manifestadocon tanta claridad.
acostum- brando a tu forma de expresarte. ¿Me los
Resultaba chocante el comentario viniendo del chico más
enseñ ará s en el recreo?
deseado de
todo primero de bachillerato.
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J9
Posiblemente e1 lo OÎVlCÎafÍR l'á
íClamen y en
guientes semanas solo me dirigiría alguntea que las si- e siento tan impotente como quien intenta traspasar la
otra
amable y poco mas. Seguía convencida de qțj¢/ b muralla china con una lima de uñas. Menos ma1 que, a
sonrisa
l
q țe JjjaS veces, soy capaz de leer en sus pensamientos, de
le atraía de lrlí, era que yo no lo pe interpreter sus gestos vaCÍOS de pa1abi'as y por eso se
rsiguiese como todaslas que me quiere y me necesita para respirar, como yo a el.
deinás.
A la hora del recreo deambulë Sin esas facultades extrasensoriales mías, creería que su
por el lado Cardo desconfía
claustro,
por el griterío habitual y e1 aire invadido del mundo entero, incluicla mi propia persona.
elido de los días opacos. Lupe me recibiö con una sonrisa luminosa en cuanto
g prefiero ambienta
Lo do con el
otroHuyendo
encanto. sonido de la lluVÎä, tiene entrć por la puerta de la peluquería.
del frío me
asomé —Hola, sol. ¡Quë ganas tenía de verte! —exclamo.
No pensaba
acercar FI t«de 8 la biblioteca. —Pensaba venir ayer pero se me complicaron las co-
me a la estantería de LOpe de Vega,
ÍOCä. OIO ITle atreví a atisbar el sas... —me justo fiqué.
ni pasillo maldito que
seguía taIi inhóspito y vacío como siempre. Comprobë, —Ya me contó Ricardo. Vamos, ven. Aprovechemos
jos, que ellibro continuaba en su lugar. El que no hay nadie. Te voy a peinar ese cabello estupendo
desde le-
zlino del tubo
umbido repen-fluorescente del techo me sobresalt que tienes. ¿Quë dijo tu madre de la mecha plateada?
pensando que serïa para siempre. Decidí ó y hui La semana anterior, Lupe me había teñido un
olvidar to ocurri
dO, si es que había ocurrido— de verdad, y convencer de
meclaón de pelo de color blanco. Mi Madre y mi abuela
me casi se des-
que solo había sido una pesadilla
absurda fruto de mis mayan de la impresion pero mi madre se lo tomö con más
mie-
dos y mi imaginaciön desorbitada. humor.
la verdad fuese tan fácil de ue inocente! Como si
¡h —Me dijo que parecía la r' 'agonista de una película
obviar. de terror.
RiCardo me esper
volver a defraudarlo.aba en su casa esa
Antes pasaría portarde
la y no querîa
—¡Quë exagerada! Estás fantástica, Elisa —asegurö—.
pelu A Ricardo le gustó
mucho.
que trabajaba su madre, justo en la quería en —Pues a mí no me ha dicho nada. Bueno, solo
la baja del comen- to: «¡Qué cosas tiene mi madre!».
planta
Lupe we adora, me parece que r edificio.
queno tiene. Además cree, epresen to para ella la hija t
erröneamente, que soy 10 rjjCj
que le podía pasar a su
Lupe rio, hijo y sabía las palabras que no pronunciaba.
conocía bien a su cómo escuchar
do no se deja influir hijo. No se da cuenta de que
Ricar-
—¿Pero no has visto cómo te mira? Ya sabes que hay
que aprendei’ a interpreter sus
que por nada ni por Ilã Clie, a peSør dg silencios.
nos c uiere a las¡Cdos.
;
Ella pOdrÍa därme una pista
de los mOtİVOS del mutismo de —Lo se —corroboré.
Ricardo. En ocasiones, mi Lupe me llevó hasta la pileta, sentí la caricia del agua
amigo se muestra más hermëtico qLte una caja f Øț*te y y
lj caliente en mi pelo y sus manos me relajaron hasta
hacerme
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olvidar el resto de mi cuerpo. Supongo que a su
pericia profesionalhabía que añ adir el cariñ o Me dio un abrazo maternal que me hizo sentirme
evidente
con el que mø trataba. pro- tegida hasta de las pesadillas.
Y cuidado con to que hacen —advirtió a modo de
—Lleva unos días OCO raro. Quiero decir, mã s Ca- despedida—. Recuerden clue puedo subir en cualquier mo-
un
llado aú n de lo habitual. JSabes que le pasa? —me
por fin a preguniar. mento.
atrevî
Ricardo y yo lo sabíamos bien. Aunque
En realidad me había acercado a la peluquería
para eso, disfrutábamos de bastanteintimidad en su casa, sus
no para que su madre me peinase gratis.
padres siempre anda- ban por allí y entraban sin llamar
Lupe permaneció en silencio, como si pensase con
en la habitació n de su hijo. Lo Suficiente como para
de- tenimientola respuesta.Me extrañ ö , siempre tenía la
bra dispuestay el verbo fácil. No quise seguir cortar cualquier intento de efusió n descontrolada.
pala- Cardo me abrió con cara de pocos amigos, ni siquiera
insistiendo y me callë yo tambiën. me besó. Caminó delante de mí hasta su cuarto y yo to
—Dile que confíe en nosotros —respondió a1 rato seguí.
—. Escú chalo, te necesita a su lado. Dile que no puede
nada para solucionarlo, que espere y —¿Se puede saber quë te pasa? —mi pregunta
hacer que confíe sonaba a reproche.
t£OS, no podemos contarle nada mas.
en noso- US |9Or el —Vienes de la peluquería. ¿Te ha contado algo mi
bien de to- dos, sobre todo por el suyo. ma- dre? —contestó con otra pregunta.
Sus peticiones me resultaron enigmáticas y su —Al menos me podías decir que estoy linda recién pei-
Voz revelabauna clara preocupaciön. tono de
Nunca la había nada —protestë. Necesitaba que el hablase antes.
oído tan afectada, siempre se mostraba alegre y
Realmente debía de ocurriö algo graVe, Se detuvo y me miró a los ojos. Su inquietud
despreocupada. Parecio disminuir y posó sus manos sobre mis
y no me i3treví a preguntar. hombros.
—Confío en ti, Elisa —concluyó . —Tú siempre estú s guapa —dijo al fin—. Y yo soy
No pudimos continual con las confidencias, una
ta entró y acaparó la conversacion de Lupe, un cardo, tienes razó n.
clien- que —Vamos —to abracë—. Cuëntame de una vez lo
apresurarse a secarme el pelo. A pesar de
tuvo que las que te ocurre. Aú n no soy adivina.
prisas me dejó fantá stica. Cuando acabö me lo p de lø —Ya, pero te falta poco —se burlö y me revolvió ct
mano y me llevó a1 cuarto que les sirve de almacén. cabello.
Sube a hablar con e1 y cuëntale lo que te
he dicho. —¡Eh!, no me despeines. Es el trabajo de tu madre —
con una tristeza desconocida—.Y no te
a empeñ ar en pagarme, sabes que me hace lo regañ ë.
vuelvas
—¿No te ha contado nada ella?
feliz POnerte linda —dijO acariciando mi cabellorecién
peinado. lntuyó que su madre me habría revelado algo.
—Pues no, no me ha contado qué demonios te pasa
aseguré.
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Ricardo se sentö en la cama, abatido, y me hizo un
gesto para que me acomodase a su lado. Tomć su mano y ¿Y quićn entiende eso? —se quejó.
la apretć con fuerza intentando traspasarle confianza. Me temo que nadie puede entenderlo, pero la con-
—M‘i padre se ha marchado de casa —confesö at fin. fianza debe ser ciega, Ricardo. Procure no darle muchas
Me quede estupefacta. Nunca había conocido una pa- deltas —le aconscjé—y deja a los mayores que se r'eocu-
reja que se llevase mejor que Lupe y su marido. Los pen y que lo resuelvan. No creo que se trate de un proble-
padres de Ricardo formaban un matrimonio tan perfecto ma entre ellos, tus padres se quiei'en mucho.
que lle- garon a provocai me una envidia rabiosa cuando —Lo st, por eso me extraña tanto este asunto.
los míos se separaron. Pero por mucho que tc v‘eocupes no to vas a poder
—¿Quë ha pasado? —pregunte incrédula—. ¿Han solucionar. Ensćñame esos clibujos y vamos a olvidarnos
dis- cutido? un rato de pesadillas.
—No lo creo, a1 menos yo no los he oído levantar la También lo decía por mí misma.
voz. Al contrario, durante estos últimos días, todo eran No pensaba contarle mi encuentro espectral en la bi-
en- chicheos y caras cle preocupaciön. blioteca; a1 menos, no por el momento. Bastante tenía mi
—¿Le has preguntado a tu madre? amigo con lo suyo para irle yo con semejante experiencia
—Solo me ha dicho que papá estará unos días fuera, increíble. Le sonaría a mentira absurda en un momento
no sabe cuántos. Pueden ser meses... tan serio.
—¿Y el motivo? Sacó su carpeta azul y fue colocando sus últimos
—Ninguno convincente: que ha tenido que hacer un dibu- jos sobre la cama.
viaje imprevisto, que no es nada importante, que en cuan- —Ayer me pase un rato largo aquí encerrado, a oscu-
to pueda volverá... ras. Despuës me puse a dibujar. Se que, cuando te los
—¿Los ha llamaclo? doy, te pones muy contenta y eso me hace feliz. Si no
—Yo no he vuelto a hablar con e1, ni un mensaje. fuera por ti. . Me haces ver un poco de luz entre tanta
Su voz se quebrö pero se notaba que no quería llorar oscuridad.
delante de mí. Lo más hermoso de la vida es sentir que eres amado.
—Es muy raro, pero seguro que tiene sus motivos Solo valen los afectos, to demás es humo. El cariño de
—dije al recordar las palabras de Lupe—. Debes confiar Ri- cardo me volvía invencible y, a1 mismo tiempo, me
en ellos. ablan- daba hasta convertirme en vulnerable. Las
—iQrië te ha dicho mi madre? —me preguntö. Ahora contradicciones del amor.
el adivino era e1. Sus dibujos siempi'e resultaban desconcertantes y so-
—Solo que confíes en ellos y que es mejor que no an revelar ski estado de żanimo con claridad. Tenía la
sepas nada más, ror tu bien. parcel mi cuai‘to emPapelada con ellos. Casi todas las
semanas
regalaba alguno, siempre con una dedicatoria especial.
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Sus cualidades artísticas eran tan evidentes que nunca pgtmanecimos Chi rato abraza dos, en silencio. Pensé
pa- saron desapercibidas a los sucesivos profesores de ¡¡ J¡ces que la feliciclad está hecha de i’etazOS de vida en
se cletiene para IROStFarnos la
Plástica que tuvimos en secundaria, pero él no estaba los «diie el tiem O
plenitud qqg nos rodea. Al compás de sus latidos, la tarde
dispuesto a clejarse influir por sugerencias externas: solo
me regaló
quería dibujar lo que le salía del alma.
buscando durante toda la jornada y que
—¿Cuá les son los de ayer?
t«e i‹aba má s que nunca para co
nciliar el sueñ o con so-
—Estos dos.
siego ac{ue11a flOChC.
Me tendió un par de láminas.
En la primera, un personaje con aspecto de
adolescen- te y ojos tristísimos apoyaba su espalda en
un muro lleno de grafitis. El chico lloraba lá grimas de
sangre y las llamas envolvían su cuerpo. El color rojo
dominaba de forma apa- bullante sobre los demás. La
imagen era tan sobrecogedora y expresiva que trasmitía
las sensaciones atroces que ator- mentaban a Ricardo en
sus caídas al abismo.
—Ya sabes que me gustaría má s sin sangre ni fuego
—comentó .
—Lo sé, y lo intento. Empecé pintando al chico senta-
do, los grafitis... pero luego seguí con los retoques y la
mano me pedía añ adir la sangre, las llamas, el miedo...
Creo que me libera. Me sentí mejor después de haberlo
acabado, fue como un desahogo.
—Pues me alegro de que, al menos, te sirvan de algo.
Aunque a mí me parecen deprimentes. Bellísimos pero
de- primentes.
Pasamos el resto de la tarde revisando dibujos. La
voz de Ricardo empezaba a sonar alegre y en sus ojos
brillaba una luz especial cuando nos miTÓ bamos. Me
prometió que me haría un retrato, pero cuando yo no
estuviese delante, un retrato de memoria en el que, má s
que la exactitud de mis rasgos, intentaría plasmar mi
personalidad. Seguro que lo conseguiría.
46
SEIS
4S
c{ue me debía mi hermana! En una ocasió n ganõ un premio aunque la hiciese de bro-
del colegio con un relato c{ue yo le había escrito y c ue TenÍa sentido su afirmación,fondo, albergaba la Certe-
pã S; los tdía era porque, en el
ella ni siquiera se había molestaclo en leer. ¿Qué esperaría miedo, más pOSibilidades
za de su existencia. Cuanto más
de mí en esta ocasió n? Nada parecido a lo que le iba a
d creer que una simple sombra es un muerto úviente, y dc
relatar. por tus propias pesadillas.
SCf asaltado
Ya estaba metida en la cama, leyendo un có mic, cuando ryu te reirías de ellos, ¿verdad? —le reproché.
entre en su habitació n. Desde que mama se fue, aquel —Ni los reconocería. Confundiría un fantasma con
un Jri§i, o quizá sean lo mismo. ¡Que conversación
se convirtió en el refugio de nuestra tristeza y nuestras
absurda!
confi- dencias nocturnas.
—He visto un fantasma en la biblioteca, justo detrás rotestó
de los libros de Lope de Vega. Me aterra, no pienso —Bueno, me da igual si me crees o no. Solo te digo que
punto.
volver a acercarme por allí, así c{ue no puedo hacerte el no voy a poder ayudarte con el trabajo y
— Pero bueno! —saltó—. ¡Si 10 haces facilÍSiIno! Resul-
trabajo. Me
moriría de miedo —le confesé así, de un tirón.
—Como excusa, me parece excesiva —se burló ella. ta que hay un «fantasma» —pronunció ta palabra con re-
No me esperaba otra reacción, a mi pesar. ‘ tintín— en la estantería donde están los libros de Lope de
—Sabía que no me creerías —me quejé. Vega. Seguro que el tiene que saberão todo del escritor.
—No había que ser muy listo para adivinarlo. Mira Se habrá pasado siglos leyendo. ¿Qué otra cosa puede
que eres miedosa, Eli. Seguro que estaba oscuro, no hacer, si no, un fantasma en una bibliotCCã?
había na- Se burlaba de mí pero me resistía a interpretarlo de esa
die y creíste ver sombras... ' manera.
—Lo vi y lo oí. Y no eran alucinaciones, como tampoco —No estoy segura. —Recorde entonces las palabras del
lo son los gritos que oigo por las noches. Es la toca de en- ' espectro—. Me dijo que lo ayudaSC a reCordar, quizá sea un
frente la que chilla. Me lo ha dicho papá . Y tú me decías fantasma desmemoriadO.
c¡ue era mi imaginació n. —A recordar ¿qué? —preguntó incrédula.
—Tienes que superar todos esos miedos de una —No lo sé. No le di tiempo a contármelo, salí
vez, hermanita. despavo- rida —confesé.
—Por favor, créeme —le rogué—. Había un —Estoy por ir yO, a ver si me lo cuenta. Parece iIltere-
espectro gris que me pedía ayuda y temo cone me sante el asunto.
persiga fuera de mis pesadillas. No entiendo por que —No te burles. —Me estaba poniendo triste de ver- dad
me tiene que pasar esto a mí. —. No te imaginas ed miedo que he pasado.
—Desde luego, no le puede pasar a nadie más. ¿No —Sí, ya veo. Nunca le habías dado tanto realismo, her-
te das cuenta? Si eres tan miedosa es porque crees en ellos: manita. Maíaana me aCercaré a buscar información a ver si
en fantasmas, en sombras, en aparecidos. Y por eso se me aparece el fantasma.
recurren a ti. Tu miedo los convierte en reales.
5l
50
t,
“
A ella no se le aparecería:Car CFI jä más
mínima inqil1eti1d ante lo desconocido, mostro la
mps ante la , osi rte un millón de euros a clue a mí no se me va a apa-
ante las SOlÜras.Nunca la oí quejarse de miedo, nadiea pedirme anda. Al menos nadie que no sea de
ScLttid recer
niera pequeñ
cuan do a; mienti'as que yo corría a refugiarme pãyț¡ø y hueso.
en
cama al primer ruido extrañ o. ski
su capacidad dø Pasamos ct fin de semana con mi madre en Villalba y
Envidiab
d OlmİŁa a
piernasuelta en medio
de una tormenta, at Diem- me vino bien. Siempre estoy deseando verla porque la echo
po que
paz de ver
yo tiritaba de terror bajo
películasde
z las sábanas. Hasta e« c de menos pero, en otras ocasiones, me parece clue me saca de
-
ombis y reírse de ellos sin p¡ mundo y me escamotea las tardes de los sú bados
dad de taparse la cara.
necesi- con Ricardo. Esta vez necesitaba alejarme, aunque fuese
por un
—iQuieres quedartea dOrmir aquí esta noche? Te 52
veo
asustada de verdad —md O *0Ciö —. Aunque ya sabes
ronco. que
Todo 8111 detalle por su parte. Ella, que
odiaba compar—
tir su espacio y solo aceptaba dormir
con su mono de
luche, me ofrecía la mitad de su cama.
pe-
—TO, gFäCias. Me encanta la idea PCSO, como bien di-
ces, tengo que superar estos miedos
sigo refugiándome en la seguridady no lo conseguirë si
de otros. Lo que sí
voy a pedir es que te acerques tu
te el lunes a la
estantería y pidas p restado el libro, a ver si puedo sacar
iTtación para tu trabajo. Si no,
algo de infor- me
acercarë a la biblioteca
del barrio y listo.
—¿Ellibro? ¿Es que solo hay uno? —
preguntó extrañ a- da—. ESO eS imposible, tendria que
sus no para de decir que Lope
haber un montó n. Je-
estudió en nuestro colegio cuando todavía no era
colegio sino uno de curas.
—Ya se que es muy extrañ o, pero te aseguro que
solo
hay uno —insistí.
—T8lTl OCo me lo acabo de
creer, tienes que haber
CflClO mal. Pero no te apures, dCdicar
bus- é el recreo del
investigarlo.Había quedado con
lanes a Lidia para
en la hib!ÌO, así que serf fácil. No
repasar juntas se por
quë, pero estoy por
par de días escasos, de la calle Toledo y los muros
dc gra- nito del IES San Isidro.
Mi madre, tras la separaciö n, huyó del barrio
y de la ciudad misma. Se marchö a Villalba, a mls
de treinta kilö-
metros de mi padre, de Carmen y de mí. No to
hizo r ' alejarse de nosotras, no lo creo, más bien
buscaba el apoyo de su hermana, mi tía Delia, que
vive allí con su marido y
mi prima Marina. No le resultö difícil que la
trasladasen de la sucursal bancaria en la que
trabajaba, en nuestra misma calle, a otra en
Villalba, donde empezar una vida nueva o, por lo
menos, diferente. Ademãs, decía que no podía so-
portar el barrio, que la asfixiaba, que le absorbía la
vida. No sé si se refería al barrio o a mi padre.
Yo no quise irme con ella y mi hermana pi'efirió
que no nos separãsemos. Parece que mamá ya no
me lo reprocha aunc{ue confiese sentirse sola a
veces. Se la ve tranquila, como si estuviese de
vuelta de todo, y los ratos que pasa- mos juntas
ahora son mã s intensos y lumînosos que las
largastardes de los ú ltimos tiempos en las que se
la veía languidecerdeambulando por la casa.
—¿Qué tal la semana?
La inocente pregunta de mi madre me llegaba
cargada de sobresaltos.
õ3
—Bien —contestó mi hermana por las dos—. Elisa
No sabía có mo seguir.
ha estado algo nerviosa.
Permanecimos un rato en silencio, ella tampoco
—¿Sí? ¿Que te ha pasado? No me has dicho nacla por
sabía CoyCi continuar. ¿Hasta curando? ¿Qué había
teléfono. ¿Algú n problema con Ricardo?
ocurrido en Vial1dad? ¿Acaso hubo algú n detonante que
—Nada dije con desgano—. He tenido varios ex/a-
marcase un antes y un después? Seguramente, no.
menes y he dormido mal.
—No he sido justa con el comentario —rectificó —.
Miré a Carmen con reproche, no deseaba preocupar
Nunca renegaré del tiempo que pasamos juntos; ni de
a mamá y menos con una historia increíble.
us- tedes, lo mejor que nos ha pasado a los dos. Pero no
Lo que sí necesitaba era hablar largo y tendido con
podía seguir, Elisa. No podía soportar ese ambiente
ella, de lo que fuese, y sentirme rrotegida por su voz y su
cerrado. La tienda vieja, viejísima, en la que no han
cari- ñ o. La perspectiva de no dormir sola me trasmitía
renovado ni la caja registradora; la casa, igual que
calma y serenidad; sin duda, no me asaltarían las
pesadillas. El piso que había alquilado mi madre solo cuando vivían en ella tus bisabuelos... Y el barrio, que
parece un pueblo muerto, descomponiéndose
tenía dos habitaciones, cada una con una cama, y era
lentamente en una época crue no es la suya. Y tu padre,
evidente que Carmen no deseaba compartir espacio ni
haciendo juego con toda esa decadencia.
con mamá ni conmigo. Desde el principio, mamá y yo
—A mí me gusta el barrio —afirmé rotunda.
dormíamos juntas y aprovechá ba- mos la cercanía para
desgranar confidencias y confesarnos dudas y temores. —Lo sé y no te lo reproclio. Ya no. Me costó asimilar
que no vivirían conmigo y lloré lo que nadie sabe. Pero,
Después, siempre conseguíamos dormir- nos en paz,
arropadas por el afecto y el calor de las palabras ahora, sé que ningú n barrio podrá separarnos y disfruto
compartidas. más de estos fines de semana y de las tardes que nos
—¿Có mo sigue tu padre? —me preguntó mamá en vemos que del tiempo que pasé marchitándome en
cuanto apagamos la luz. ac{uella corde- feria —suspiró .
—Igual, despotricando de todo. Disgustado porque —No siempre verías así a papá...
van a cerrar la tienda de Fina. —Claro que no, yo todavía lo quiero, mucho. Pero ne-
—¿La CO£Setería? —preguntó extrañ ada—. No lo cesito tiempo y espacio. Fue hermoso lo que vivimos
pue- do creer. Pues sí que estará enfadaclo. Desde niñ os juntos. Cuando nos conocimos yo veía las cosas de otra
manera y el barrio me parecía diferente aunc{ue fuese
Fina y él siempre fueron buenos amigos. Creo que
exactamente gual que ahora.
habrían hecho una buena pareja, quizá era con ella con
—lgual, no. Han desembarcado los chinos —precisé
quien se tenía que haber casado. Los dos, tan allegados
—. Ya sabes lo que protesta papá . Dice que lo han
al barrio, parece que
forman parte de él, como los faroles y los edificios. cambiado todo, que lo han estropeado.
—No sé por c{ué dices eso. Papá y tú también hacían —En lo esencial no ha variado demasiado; como la
buena pareja hasta que... cor- debería, en la que se paro el tiempo mucho antes de
crue
55
naciese In pudre. Lo irò nico es que, at principio, me parecía regalaron unas alpargatäs 8ITIflŁllÎ8S, e1
todo tan genuino, tan auténtico... Y Paco, tan gu•1› - colOf viernes me invitö a un estreno en el
Me sorprendiö ct comentario de mi madre, al que teatro la salida, rue conto curiosidades del
acompañ ö con un suspiro largo. Sonaba como cuando barrio.
mis compañ eros se refei'ían a Julio: «¡Es tan guapo!». pp ¡ misma plaza de la Cebada me enseñ ò la placa que
Vis- to de forma objetiva, ciertamente, mi padre era ejecutaba a garrote vi1 en el
° ia ct lugar donde se
siglo
bastante atractivo y con unos cuantos añ os menos y¡g, que siniestro tu padre. Se sabe todos los
quizá to fuese mls a(in. crímenes y sucesos de MadriCİ. Al piincipio me parecía
—¿Ah, sí? Cuenta, cuenta —la apremié divertída. intercsante y
Me sentía como en una fiesta de pijamas con mis amigos c»iismo, p°'°'u°s -
ado- lescentes. Las ú ltimas frases de mi madre me hicieron recordar
—Es que era muy guapo —rio—. A ti te habría otro hecho siniestro, referido a ml misma.
gusta- do, tan moreno. —;Papá creerá en fantasmas?
Soltamos una carcajada que habría despertado a —Lo dudo —bromeó —. O se sentiría rodeado por
mi hermana de no ser porque dormía como un tronco. ellos. No creo que exista un barrio con más fantasmas
—Es verdad —siguió —. Tan moreno y con esos que
ojos verdes tan grandes, llamaba la atenciö n. La e1 de ustedes.
primera vez que entró en el banco yo llevaba solo tres —No me digas eso —me estremecí—. to sí creo y lue-
días en la su- cursal. Me quede boquiabierta cuando lo go no duermo por las llOChßS.
vi y comprobé que mis dos compañ eras se lanzaban —Ya he oído que estás durmiendo mat —dijo preocu-
como locas a Sam- darlo y a atenderlo. Luego se acercö pado—. ¿Quë te pasa?
a la ventanilla donde yo estaba, muy serio, como es e1, No podía contarle la verdad. Una madre no creería
que su hija ve fantasmas detrás de estanterías, pero sí
pero a1 despedirse me miro y sonrio como si le
podía
complaciese lo que veía. Des- pues, se acercaba casi
trasmitirle alguno de mis miedos.
todos los días con la excusa de cam- biar dinero,
directamente a la ventanilla, y mis compañ e- ras se —Es la loca de enfrente, chilla pot’ las noches y me
morían de envidia. Tardö varios meses en invitarme a despierto asustado. Luego no puedo doi'mirme, me sobre-
coge escucharla —confesé, a medİäS.
tomar un cafe. En cuanto salimos del banco, lo primero
que hizo fue llevarme a la cordelería y enseñ armela —Vaya, pobre Adelina. Ya te despertaba cuando eras
pecțueñ a.
orgu- lloso: «Es uno de los comercíos más antiguos de
Madrid. Y lo conservamos tal cua1». Me pareciö una Aquella revelaciön me hizo SCIitílrme en la cama.
—¿Cö mo dices?
curiosa i’e1i- quia histö rica y tu abuela, que se
encontraba tras el mos- tractor, hacía juego con cl —Sí, cuando eras un bebé y ella gritaba, t(i te
desper- tabas llorando. Siempre doi'miste mal, en eso te
panorama. Los dos fueron muy pareces a tu paclre, son dos insomnes de nacimiento. Sin
ctmbar8o,
&6 tu hermana y yo...
37
—Dos bellas durmientes, como dice papá —
interrum- pí—. Así que llevo oyëndola desde que nací
y hace nada me enteré de quiën era la causante de mis
noches en vela. SIETE
—Creí que to sabías.
—¡Que va! Fue papú quien me contö el otro día la
his- toric de la pobre mujer. Pensaba que eran
figuraciones mías, Carmen se encargó de convencerme
de eso.
—Claro, como ella no se entera de nada por las no-
ches... —confirmö mamá .
—Eso mismo, se cree que me invento mis
angustias nocturnos.
«. . Y diurnas», me faltö añ adir, pero me callé.
Hablar de mis temores me reconfortaba dc alguna manei'a,
me ayu- daba a liberarlos. El sueñ o comenzaba a vencerme
con una sensació n de placidez que echaba de menos tiempo que dejaba Cä Cf U !
—Toma —SOltÓ mi hermana al de estudio—. Aquí tienes
par de librOS SObf e mi mesa
desde hacía días. Bostecë ruidosamente. dos İecesa
—Vamos, a dormir. —Mi madre supo interpretar libros sobre Lope de Vega paraque emp
echarle s un llenas de
mi gesto—. Que esta noche no te va a despertar nadie. ojo. Había casi dos estanterías
Obras de Lope y
Este pueblo es mucho más tranquilo clue la calle ningun fantasma detrás. Si querías
ponerle intriga at ilSUtl-
Toledo. to, la verdad es que to has
Cerrë los ojos y sentí que el barrio quedaba muy conseguido, me he paSadO Cl
Lope. Pero tOdO ßffl
lejos y también la sombra cenicienta que se asomaba a recreo olisqueando entre los lib£OScle
la vida por detrás de los libros de Lope. La voz suave de
mi madre
me arrullaba como una nana que protegía mis sueñ os, pero
sabía que esa sensaciö n solo sería un espejismo. La realidad de lo más real y vulgar.
Me quede muda mirando
los dOS libros que haLÍä tİ£fl—
estaba compuesta de misterios increíbles a los que había
ellos eia cl que yo
había
que enfrentarse. do encima de la mesa. Ninguno de
ÎbliOteca. No to podía
visto en la estantería del fondo de la
b
creek
bia uno, Eł -
—Te aseguro gate cuando yo fur sOlO hä
C
ad en
—;cs» en la V? Yo los he encontr o
Lope.
59
58
—Imposible. No puede ser, ct apellido es Vega. Lope Jesü s. Me to dijo hace tiempo. Yo tenía los libros en
eS ct nombre.
|ø V, pero ëlllegó un día con todos los ejemplares y me
No salía de mi asombro. dijo que estaban ma1 colocados y que los pasara a la L.
—Pues será como tu dices perO el caso es que los li—
¥o se lo agradecí, ya yes, estaba convencido de que los
bros están en la L, ni se me ha ocurrido buscar en la V
había pues- to en el lugar correcto y no era así.
Puedes encontrai'1os todos donde te digo. Si Felipe los
—Gracias, Felipe. Ya los busco yo.
ha puesto ahí, será por algo, ¿no?
Desconcertantey misterioso. ¿Tendría algo que ver
Por algo tendría que ser, era cvidente. Esa miSlTta tarde
irÍa a hablar con el bibliotecario, no era ló gico. Al la reacció n incongruente de Jesus, su empeñ o por cambiar
los libros de sitio, con el aparecido sin memoria? Hablarïa
menos suponía un alivio: si los libTOS estaban en la L, ya no
con é1. Quizã había sufrido un sobresalto como ct mío y
tendría que acercarme para nada a1 escondite del
espectro gris en la estantería del fondo. quería asegurarse de que nadie mas se toparía con
No pude ni empezar a estudiar. En cuanto me semejante es- pectro. ¿Y por qué quedaba un ejemplar en la
espabile de la siesta me acerqué al colegio. Felipe, el estantería de la V?
Todo eran preguntas sin respuesta.
bibliotecario, estaba fichando unos libros nuevos y los
registraba en el ordenador. Tuve que esperar al día siguiente para interrogar a
Je- sú s. Salía de la clase de mi hermana cuando lo
—iDö nde está n los libros de Lope de Vega? —le abord' ror el pasillo. Despuës de haber sido mi
pre- gunte sin dar siquiera las buenas tardes.
profesor de Lengua
El hombre dejó to que estaba haciendo y comenzö
durante un par de cursos, tenía la confianza suficiente
a consultar la pantalla:
con e1 como para entablar una charla sin complejos. É l
—Estantería 7 L.
sabía también que me gustaba su asignatura y eso suele ser
—¿En la tetra L? ¿Por qué?
irre- sistible para un docente entusiasta.
—¿Por qué va a ser? Orden alfabëtico por apellidos,
—Hola, Jesus —to saludë—. ¿Podemos hablar un
y Lope es el apellido —afirmò seguro.
mo- mento?
—No, Felipe, LOpe es el nombre, deberían estar en —Claro, ven a1
la U de «Vega» —insistí. Departamento. Parecía
—JOäS 8 Säber tÚ más que tu profesor de Literatura? encantado de atenderme.
—me preguntö convencido. —Es sobre el trabajo que le has mandado a mi
¿Un profesor de Literatura le había dicho a Felipe
herma- nä . Me ha pedido que la aide.
que Lope era un apelliclo? Me extrañ aba. —Tiene suerte de poder contar conmigo, pero no se
—¿Quë profesor de Literature? —lC SOltë,
to hagas entero. La nota tengo que ponërsela a ella —
impaciente por saberlo.
objeto.
—Tranquilo, ahora necesita que le busque bibliografía.
60 caso es que... solo he encontrado un libro de Lope en
la
biblioteca.
61
—NO lãabrás mirado bien, hay muchísimos —afir-
mó—. Como para hacer varias tesis doctorales. Dudo gut La conversaciö nno me había aclarado gran cosa.
encuentres mas en cualquier otra biblioteca de Madrid, si No e pCrcaté de un details: aun tardaría semanas en
exceptuamos la Nacional. relacio- nan la nebulosa febril del profe con la aparición
—Veras. —No estaba muy segura de cömo abordar fantasmal
ct asunto—. Es que he mirado en la tetra V y allí no de la estanteríaV
están. Tanto misterio no hizo sino despertar mi lado má s
Jesus puso cara de extrañeza, como Si Se esforzase en suspicaz y, con ello, unas ansias enormes de ir más allá
recordar un pasado muy lejano. en el asunto. Pero sabía que conocer más pasaba por
—Es muy raro —dijo para sí—. Deberïan estar allí, revivir y asumir los sucesos extraordinarios que tanto
¿verdad? me habían
—Felipe me ha dicho que tú le sugeriste que los pusie- a5ustado, y volver a enfrentarme con ct pasillo del
ra en la L, de «Lope». fondo de la bibllOteca, con todas sus consecuencias.
De promo le cambiö la expresit5n, parecía Mi curiosidad, de nuevo, pudo más que mi miedo.
moria hubiese resucitado de improviso. In- tuía que Jesú s había experimentado sensaciones
—¡Ah, sí! —exclamó—. Pensé que los parecidas a las mías en ese lugar porque no me
alumnos contrarían mejor en la L y le dije que los cuadraba su versiön, tan difusa como los contornos de
cambiase. lo irreal.
—¿Solo por eso? Por la tarde regresë a la biblioteca. Se encontraba
Mi pregunta sonö a desconfianza. más vacía y silenciosa de lo habitual, una sensació n de
—Sí, eso creo. —Su respuesta parecía insegura—. La tedio flotaba en ct ambience y hasta los libros parecían
verdad es que no lo recuerdo muy bien. Debiô de
dormitar en sus estanterías.
coincidir con la semana que estuve enfermo hace un par Saludë a Felipe, que me devolvió un ruido indefinido
de cursos porque lo recuerdo todo envuelto en una a modo de bienvenida, y avancé procurando mantener
nebulosa. Sería la fiebre. Pase unos días espantosos y la mente en blanco hasta llegar a mi objetivo.
tardë en reponerme. Creo que fue por aquella ëpoca. Pues Se sucedieron las sensaciones que preveía, las
ya sabes —cambió su voz—, a buscar en la L. Y no se lo mismas que en la anterior ocasion: el pasillo continuaba
hagas tu entero, que lo trabaje ella. gëlido, ct fluorescente crepitö y el silencio se hizo tan
Descuida, solo pretendo que aprenda y que no to
espeso que se podía cortar con un cuchillo. El resto del
haga para pasar el tramite —me justifiqué. mundo pareció
—De todas formas, si tienen alguna duda no dejen de
desaparecery me sentí sola en un universo paralelo a1 mío.
preguntarme, aunque preferirïa que fuese ella la que lo
Nadaque no reconociese. Tanta evidencia casi me
hi- ciera.
—Gracias, Jesús. tranqui- IÌZÓ ,eljqpezabaa saber a lo que me enfrentaba.
Pensë que Jgun extrañ o hechizo me había llevado hasta
allí porque JälT1ES,por mi voluntad, habría regresado a la
62 boca dellobo. Llegué ante el ú nico libro de Lope y lo
extraje de la estan-
<£Ía. No esperé a que ct fantasma tuerto me asustase con
63
su unico ojo por la rendija. Me sente en el suelo, con la
seispalabras parecían
espalda apoyado en el estante inferior, y lo invoc{ué: me marcada, percibl la ^uell°
—Dime que quieres de mí. fantasmas guardan eus senti-
—Gracias por regresar. Temía que no lo hicieses. ¡g[l[ S p9ya la eierniclad, son lo unico c{ue no muere. Lo
La sombra cenicienta c{ue ya conocía se deslizó dennis son solO sOmbras y humo.
desde el otro lado de la pared y vino a sentarse a mi
«¿Es de amOr de lo que hablas?». La pregunta no salió
laclo. El frío y el pánico me hicieron tiritar, más cuando
de mi boca pero, igualmente, el la escuchó.
mi brazo sintió el contacto con algo semejante al hielo en Ni mil muertes me hai-ían olvidar este sentimiento
estado gaseoso. No me atrevia a mirar hacia mi izquierda ¡(¡menso que me hace morir estando muerto por una dama
porc{ue sabía con lo que me iba a encontrar. qtle vaga, como yo, fuera del mundo de IOS ViVos. No
Escuché sus palabras dentro de mi cabeza y su pue- do r°T e8ar de este veneno que me ensalza y me
agrade- cimiento me pareció pronunciado con el alma. envilece, de Este amor terrenal que me ata a una vida que
—Te ruego por Dios que no huyas, muchacha. O mi poseí y que
condena será infinita sin remedio. j9máS VOlverá a ser.
—iQué quieres de mí? Me costaba comprender qué quería de mí, ignoraba
CÓmo Salvar a un enamorado atrapado por su pasión más
Era la pregunta que él esperaba escuchar y la c{ue yo
jamás debí pronunciar. ally de la vida y, por encima del miedo, quise buscar’ la
—Que me ayudes a recordar. verdad en su rostro. Deje de mirar a un punto fijo al
frente y me giré lentamente, al tiempo que notaba cõmo
Su petición seguía siendo la misma.
el vello de mis bi'azos se erizaba y el olor a incienso
—¿Qué tienes que recordar?
llenaba iTllS
Mis propias palabras me sobresaltaron y me hicieron pulmones.
percatarme de mi atrevimiento.
Me enfrentó a la mil'ada gris de su único ojo y
—No se quién soy, no tengo nombre. Y, lo que es compro- bé que mostraba una aflicción tan grande como
aún peor, tampoco recuerdo el nombre de la mujer a la que jamás ha- bía visto en rostro humano. Su ojo, terrible y
amaba. Brotõ en el aire un lamento que solo yo podía doliente, es- taba fijo en mí y de el surgía una süplica
escuchar. callada.
Me resistía a mirarlo a la cara, me bastaba su voz para —Había —clije sin dejar de mirarlo—. Cuéntame todo
ate- rrorizarme, pero podía intuir su semblante lo que creas que debo saber para que pueda ayudarte,
sobrecogido y mágico. aun- que no sé cómo recuperar un nombre escondicl o en
—Deambulo por la noche eterna de los perdidos. El el tiempo. Ni sé por qué has tenido que recurrir a mi, la
tormento cruel que me invade tiene que ver con ella, Cf- sona menos idónea de este maldito instituto.
cuyo nombre desconozco y cuyo rostro se me desclibuja —No pronuncies tal palabra.
confun- dido con otros. Pareció estremecerse.
—¿Que palabra?
64
65
—Maldito —susurró—. Yo estoy maldito desde hace
una etei'nidad que dura casi cuatrocientos años. En todos
tus clías podrías imaginar un infierno más cruel.
—¿Y que hiciste para merecer ese castigo?
—No lo recuerdo, en eso consiste la maldición. OCHO
—iY quien te maldijo? ¿Eso lo recuerdas?
Un eclirse extrarlO VCló la escasa luz que se filtraba
las ventanas, una ráfaga helada moviÓ mis cabellos y me
hizo encogerme aun más. Las palabras que pronunció las
escuché con nitidez, como si proviniesen de la garganta
de
BRAVO.
—Fue Lope, don Félix Lope de Vega y Carpio quien me
maldijo.
66
por uno de los dramaturgos mrs insignes de la litera
COITìO IO dCfinia Jesus.Hs t8 los genios tienen ¡S b Lope sí que arno a las rnujeres, las amö y sufrió por
tarnbiğyl q
S
facto laerveiSO. Pero ¿por qtiĆ pe lo ,lfas, por su vida, por su muerte y por su desclén.
maldecirïa c y1
LO No has entendido bien —quise hacerlo rectificar—.
3
crueldad?
—Deseo, a1 menos —prosiguiö—, Es Elisa, sin la B.
nombre de aquella por la gilt muei'oreconocer el
duløø estando Serás Belisa para mí. Y tu nombre evocará inis i'e-
rescatar cle mi memOria las facciones cuerdos.
muerto y de su
rostro inefable Sus palabras parecían rerdersebuscanclo el rasaclo.
Recuerdo mi fascinaciön por el övalO perfecto
Ninguno maldiciön l>8 OClido arrebatarme de su cara —Estú bien, llámame como quieras —claudiquë—.
este {l. Ahora cuëntame por quć te escondes aquí.
to
sentimie
turbulento y fiero, este impuls
un espejismo de la vida o fulminante que solo eS
desesperad para este espectro que te ruegã —Me refugìë tras los libros de Lope porque se que
en ellosse esconde mi pasado, porque fue e1 quien we
maldi-
o. ¿Me ayudaras a recordar su nomb y a este nombre en sus obras,
re en- Belisa. T£8S e1 se ocultaba su amada
CO l[Łãl’ el ITIÍO? —Suplicö.
68
parece imposible. No st cömo
Notaba que, irreinediablemente,
aquel espectro me en-
VOlvÍa con su QI’OQlO Cİrftma y md conver
unå ÊEåI łH f8FttRSlTlagörica, hasta el tía en CÓmplice de
punto de convencerme
de que no se trataba de una pesaclilla ni
de un sueño, sino
de
una auténtica y descarnada emergencia.
—Nunca hasta ahora hdbla recuiiido a una joven,
saba que los caballeros poseerían
pen- irayor caudal de
valor, necesario para esta empress, que una mujer joven.
solo quedaba un ultimo libro, ct que tü
Pero ya moviste de
y eres, pues, m rostrera oportunidad.
su lugar,
—¿PSI cțue no confías en las mujeres? Haces mat,
so-
rnos mucho mas dc fi».
—NO hare remilgos a tu condiciön feinenina.
tOdä mi confianza en ti. ¿Cuá1 es tu nombre?
Deposito
—Elisa.
—BClísa —re1°itio erröneamente—. El gI'an Lope
usaba
jo aunque no sepa la causa de su odio. Hoy textos que hablen de el.
requiero tu ayuda para acometer esta empresa. —¿Cómo buscar un nombre sin nombre?
Otros antes que tú in- tentaron resolved mi Dudaba de mis rosibilidades.Era buscar una aguja en
quebranto, mas pronto desistieron de su e reñ o y un pajar: un tiPo anonimo entre los datos de la intense › ida
abandonáronme a mi suerte. Mi mala suerte. ’° °P°
Algunos leyeronme vaginasde Lope que —Reconozco lo intrincado de la empresa, mas
consiguieron res- catar im/agenes del olvido. Se que recono- CßI'Ó mi nombre en cuanto lo escuche, de igual
viví cerca del Fénix y que se forjó entre ambos un modo que reconocerë ct de ini amada con solo oírtelo
afecto sincero. Mis sentimientos hacia e1 se me pronunciar, mi fief Belisa. La gloria y la memoria cfc Lope
muestran contradictorios: no puedo aborre- cerlo, prevalecen, mientras que mi persona no dejó rastro de
aunque sea el causante de mis males; sin su paso Por la
embargo, podría asegurar que conocía sus
defectos más inconfesa- bles. Bastai'á que me
69
busques en los libros, que rastrees mi huella en los
vida. —Su voz expresaba una tristeza infinite—. É1
hacer para que su sombra desapareciese definitivamente
mereció sin duda el reconocimiento y la fama pero quizá
de ese pasillo y de mi vida. No lo hice, preferí seguir con
yo tam- bién tuve que ver en ello, en su gloria y su
un juego que a la vez me espantaba y me atraía. Así es el
fortuna, aunque nadie jamás lo haya sabido y ni yo
mismo sea capaz de recordarlo. mie- do: nos paraliza y nos embelesa, nos aterroriza y
—¿Dices que otras personas intentaron ayudarte antes? nos cauti- va. Como el amor, así de contradictorio. Quieli
¿Quiënes? to probó lo sabe.
Parecía claro que yo no era la primera vïctima de —¿Por dónde crees que debo empezar?
No hice caso de mis miedos, ni siquiera de mi
aquel espectro enamorado y sus escasos recuerdos tenían
que ver con unos anteriores ayudantes, seguramente tan habitual cautela, y con aquella pregunta me embarquë en
una aven- tura imposible que me llevaría del asombro at
asustados e incrédulos como yo. Una sospecha cruzó por
mi mente con el rostro del profe de Lengua. terror a cada paso.
Otros, en los que al final no encontrë ni el sosiego Su rostro ceniciento esbozó una mueca parecida a una
ni mi nombre —dijo apesadumbrado. sonrisa helada, llevaría siglos sin un motivo para
—¿Recuerdas al último? —Esperaba reconocerlo, la alegrarse. Me enterneció su rostro de alma en pena.
tuiciõn femenina no suele fallar. —Otros me leyeron los primeros años de la vida de
in-
—Por las trazas, diríase que era hombre de Lope, y no hallé rastro de mí mismo en ellos.
condición, y sabio —suspiró—. Llegué a aventurar mi Me atreví a mirarlo con más detenimiento. ¿Cuántos
salvación de la mano de aquel caballero discreto y años tendría si estuviese vivo? Sus rasgos no eran los de
elocuente. un anciano, más bien los de un joven que carga con ct
—¿Te dijo su nombre? —lo apremié. peso de los siglos.
Permaneció en silencio unos segundos, rebuscando —¿A quë edad falleciste?
quizá en su maltrecha memoria de maldito. Era una pregunta imposible. Nadie podría
—Era un profesor, no lo pongo en duda, de rostro cë- responderla jamás, ni siquiera el fantasma tuerto que se
reo y ojos glaucos. Su voz suave me trasmitía una sentaba a mi lado.
confian- za que resultõ fingida. —¿Acaso no recuerdas la maldicion que pesa sobre mí?
—¿Jesus? —pregunte, aunque más bien se trataba de No tengo memoria —insistio.
una afirmación. ! —No pareces mayor. Ademăs, si Lope te maldijo en su
—Aunque le preguntes, no recordara nada. lecho de muerte fue porque to conociste al final de su
Su respuesta sonö a amenaza y la sangre se helo aún vida. Por eso no te dijeron nada los datos de sus primeros
mas en mis venas. años deduje—. De todas formas, a no ser que fueses un
En ese momento deberïa haberle preguntado quë tenía autor conocido o un personaje ilustre dudo mucho que
que hacer para olvidarlo todo yo también, como Jesus; encuen-
qué me tu nombre en algün libro.
7l
—Ve a la casa.
—¿A qué casa? di -eCCiÓ fl COiltlaria. Conseguí entrar en calor a la
altura de Benavente, la atravese como una
—El caballero discreto me reveló que aú n existe la exhalació n
casa. Quizá yo estuve allí y pueda rescatarla del olvido si y $ rteando coches y semáfOTOS, llegue en cliez minutos
tu acu- des al lugar y me lo describes. de Lote de Vega. La puerta estaba
—¡La casa de Lope de Vega! —Sabía de lo que me ha cerrada,
— blaba—. Está cerca de aquí. Fui con el colegio hace ¡ Agrario de vísitas era solo por las mañ anas. Sobre el din-
e
unos añ os pero me acuerdo de poco. lré y te contare ‹el leía una inscripCiÓ n en latín: «D.O.M. PARVA PRO-
todo lo que vea, aunque es posible que no este como en eiWGNA / MAGNA ALIENA PARVA». La escribí en un
el siglo xvii. Puede ser una forma ble empezar, quizá papel que llevaba en el bolsillo, tendría que buscar la
encontremos algu- na pista. tra- ducció n. Al día siguiente regresaría con un cuaderno
—¡Que Dios te bendiga! —su voz se quebró bis-
emociona- da—. En buena hora apareciste. Ruego para puesta a apuntarlo todo.
que no Resis- tas en tu empi'esa y no me abandones a mi La noche caía en la calle Cervantes igual que cientos
de añ os antes. Mis ÇáSOS SOlitarios resonaron hasta que
suerte.
una ruidosa mOto vino a alterar el respetuoso silencio
El frío había dejado de ser mortal, de su sombra gris
surgía entonces un soplo de aire cálido. Será la forma que en- volvía el edificio de ladrillo de dos plantas en el
que tienen las almas en pena de dar las gracias. Me que vivió Lope Che Vega y crue, tal vez, acogió en algun
levanté dis- puesta a salir al calor de la calle en enero y momento al espectro enamorado, cuando este poseía el
sentí los huesos entumecidos al incorporarse. Temí por COIOT de 11 Vidá
y el futuro le parecía cargado de promesas.
un momento que el fantasma me retuviese o me agarrase por
el brazo para impe- dirme escapar, pero no fue así. Solo
escuché su voz dentro de mi cabeza antes de abandonai
el pasillo del fondo.
—Regresa, Belisa. Te lo ruego. Si no lo haces,
aguarda- ré inú tilmente durante toda la eternidad.
Aturdicla, llegué hasta la puerta de la biblioteca.
Felipe se ¡aercató de mi rostro desencajado pero no supo
interpre- tarlo:
—¿Te encuentras bien? Quiza este demasiado fuerte
la calefacció n para que estes con ese abrigo ac¡uí dentro.
No me extrañ a crue te hayas mareado.
Me despedí haciendo un gesto con la mano y corrí
para conjurar el frío. No pensaba ir dii'ectarnente a mi
casa sino
72
73
NUEVE
CílNTlen no dejaba de mirarnie con los ojos mtiy Oj S. YäS palabras del fantasma enamorado se
tos, desde luego había conseguido
abier- despertar en ella mezclaban con las de la conversación con Julio en la
un in- teres desconocidOhasta entonces. cafetería: «Es una pena que nos hayamos alejado tanto en
—¡Qué historia tan divertida! los últimos tiem- pos, siempre me has gustado mucho».
gustando tanto que mañana voy a—eXclamö—. Me esta
pasaríae el recreo e La frase de Julio, lanzada COITIO dİstraÍdamente, contenía
varios kilos de pól-
la biblioteca buscando in {¡
vora y yo no estaba dispuesta a encender ninguna mecha.
dado con Lidİa formación, y eso que había que— A Ricardo, seguramente, no le haría demasiada gracia que
Le dire a para acercarnos a la tienda dC IOS CÓ mics. el galán oficial anduviese rondándome. Ni yo veía claro clue
po. mi amiga que iremos por la tarde con má s interés podía tener en estar conmigo. Julio no era mat
tiem-
Pero tú no dejes de investigar por tu chi-
cuenta, dudo co y nos conocíamos desde niños, pero el tiempo nos
había
que cl interës me dure lo suficiente como 8Ł8 aCaba
trabajo yo solita. r convertido en dos personas tan diferentes que un abismo
e1
—Vaya cara que tienes —me nos alejaba irremediablemente. Me extrañaba que e1 no se
queje—. Me metes en
unos líos, aunque sea sin querer... diese cuenta.
—Pues a mí tambiën me has metido en un lío esta Seguí pensando en Julio. Sabía que to hacía para no
tar- de —contraataCÓCarmen. re- cordar al espectro, pero es imposible resistirse a un
—¿Yo? —preguntó extrañada.
pensa- miento. Si te dices: «No pienses en un elefante»,
—Sí, se ha presentado aquí tu novio, buscándote.
ya lo estás haciendo. El rostro ceniciento del fantasma
Me- nos mal que no lo hd VlSto papá. Supongo que desmemoriado acudió a mí para volver a erizarme la piel.
Ricardo antes de subir h8b£a Comprobado que estaba en
He conseguido que la abuela no se enterase de Su solo recuerclo me helaba la sangre y me hizo
la tienda. arrebujarme entre las mantas.
la visita. ¿Y si se me aparecía en medio de la noche? Me tapë la
RiC8rdo. No recordaba haber
Seguramente venía en busca de quedado con e1 esa tarde.
una tab1a de salvación. cabe- za aun a riesgo de ahogarme y cerré los ojos con
Nunca se ãCercaba a mİ Casa orque era fuerza. Esa tarde había conseguido superar en parte el
r conscience de la
aversión QŁICğ£OVocaba en mi padre. Debía de terror ante su
ser algo
serio. Mİ£Ć ct reloj, ya no eran horas para llamarl presencia, pero me sentía desfallecer solo con rensar en
o y
poco me sentía con fuerzas para ello. Ademãs, que pudiese surgir de la oscuridad en mi habitaciön.
tam- no Sería de- masiaclo desquiciante para una miedosa
que rcsponderle cuando me preguntase a que
sabría patolögica como
había dedi— cado la tarde.
yo. Aquel ser de ultratumba me inspiraba de alejarme y olvidar su silueta helacla.
sentimientos en- frentados: terror y conmiseración,
curiosidad y espanto. Durance casi toda la noche
85
me debatí entre cl deseo de a - darlo y las ganas
Lamentaba haberlo abandonado allí, sìn acabar de descri-
Semomeno llego la proÏesora de Matemáticas y
birle la casa de Lope y sin que e1 desgranase por interesante conversación. Me sentí alivİada,
, .bo con tan
comp/eto sus escasos recuerdos. Pero tambićn me aliviaba acoso de Julio, no me sentía
QC Costaba escabullirme del
la aparicion inesperada de Julio, que me había arrancado abiertamente. Empezaba a däf-
de las garrat del frío y me había devuelto at calor de la p ,tlenta de que me asustaban demasiadas situaciones, no
los gritos a media
ppțiCøinente las aparìciones espectrales y
e
vida.
No dormí hasta que, casi de madrugada, el sueño me C r recreo llOVÌa. Esperaba encontrar a Ricardo
venciö. Duró poco tiempo mi tranquilidad, un grito
proce-
dente de la buhardilla de la casa de enfrente me “ a la horã del
sobresaltõ. extaSİ8dO COLI las gãrgolas del c
laustro pero no había ni ras-
IO-
Lina, desesperada, ahuyentaba a sus propios fantasmas.
quedado en clase. AIU estaba,
tro de mÎ amigo. Se había admiraban los dibujos de su
Salí de casa con rnás cara de sueño de la que tenía deado de Chicas que
carpeta.
diez horas antes y la lluvia se empeñaba en hacerme más .
—Está lloviendo le dije a modo de saludo— Y en el
de- sagradable ct madrugón. Aún era de noche cuando me patio no hace tanto frío comO ayer. ¿O es que no te han
aco- modé en el portal a esperar a Ricardo. Me extrañó dejado Salir tus amigas?
que no estuviese ya allí, asomando sus ojos brillantes Mi pregunta delataba unos celos fingidos, solo preten-
entre la os- curidad de su rostro escondido dentro de la día que las niñas se evaporasen. No dio resultado.
Rlcardo
capucha. Aguardé en vano: tres minutos antes de las me miro con aire resignado, cerrö la carĘCtä,
ocho y media me convencí de que ya no aparecería y me agarró de la mano y me llevò al otro extremo del
corrí hasta pcrder aula.
ct aliento para no llegar tarde a clase. Entre los reflejos —îDònde estabas ayer? Fui a tu casa a buscarte.
r'- vocados por la lluvia me pareciö ver un bulto que —Ya lo se, vine a la biblioteca a hacer un trabajo para
rodaba mi hermana. Yo te he estado esperando esta mañana...
escaleras abajo a la entrada de la lglesia Colegiata, cuyo
—No te imaginas lo que me está pasando —md iff/ -
edificio es contiguo al del instituto. No me pare a
compro-
barlo y seguí corriendo hasta la puerta del aula, donde rrumpió.
Julio La perplejidad se reflejö en mi rostro, se suponía que
pa£eCía esperar mi llegada.
—¿Te persigue alguien? —preguntó burlón—. No ha —Creo recordar que no fue toda la tarde, sino una hora
llegado aün la de Mate, así que no te apures. Ya sabes escasa —precisé.
que los días de lluvia el tráfico se complica, los
autobuses se retrasan y los profes también. Me gustö
86
pasar la tarde con- migo ayer —soltö de pronto, sin venir
a cuento, mientras se colocaba delante de mí
impidiëndome la entrada.
era yo quien tenía que pronunciar ta1 frase porque a
la que
le pasaba algo increíble era a í. ¿Qué le
habría ocurrido a e1? ¿Habrïa mls fantasmas en ct
colegio? Su preocupacion era tan evidence que me
parecio irïutil añadir que yo tam— biën era víctima
de un suceso extraño. «Si yo te contara. .»,
rue faltó decir.
tal-de a mi casa y te cuento. No me —Ven
esperes esta
87
Entonces, y ante mi estupor, Ricardo me atrajo hacia miSlTlá
s; y me clio un beso largo que debió cle dejar perplejas a Quiza lo maldijo porque se enamoraron de la
las chicas que lo rodeaban minutos antes. Nunca se voz alta.
habia O porque el
mostrado tan efusivo denti'o del colegio y mucho menos en ,Ventulo Carmen.
su clase. Salí che allí con una sonrisa bobalicona que ¿Quién fue el ultimo amor che e? — re unté al
bono todas mis preocupaciones, al menos hasta la hora L tiem9 que hojeaba el libro.
párr-afo che una pá-
cle la
comida. Julío me lo debió de notar porque ni siquiera 88
se me acercó el resto de la mañ ana. $lTyg Sq llamaba
muy triStC.
No fue la unica sorpresa del día, la siguiente me la
dio mi hermana despues de comer. Por lo visto, todo mi
entor- no vivía experiencias nuevas, quizá el barrio
mismo se es- tuviese transformando y ello nos alterase
tambien a los inocentes vecinos.
—He sacado un libro de la biblioteca a la hora del re-
creo, es una biografía de Lope. Lo he estado leyendo en
clase de Geografía. Impresionante, Eli, no veas qué vida
intensa tuvo el hombre.
—¡No lo puedo creer! —exclamó estupefacta—.
¿Has estado leyendo la vicla de un escritor, así, sin
ninguna anes- tesia?
—Es que menuda vida, lo que ligó. Entre esposas y
amantes debió de tener un montón.
—Eso es lo que a ti te interesa, las novelas —precisé
—.
¿A que no sabrías clecirme el título de ninguna obra
suya?
—¿Y que mas da? ¿No es el nombre de la novia del
fantasma lo que queremos averiguar?
No le faltaba razón, clebíanios bucear en la biografía
ble Lope sin saber exactamente qué nombres
buscabamos. Repase los escasos recuerdos del
desinemoriado espectro y creí ver una luz en la
oscuridad.
Marta de Nevares y su historia es triste,
89
ONCE
91
y expresar con palabras preCİsaS algo tan abs-
—No, solo es tin amigo —respondí tímidamente. Me habÍa tOCílĞ O Cl CODE‘
—¿Conoces el amor? ttacto, desbocado e İnconsistentc.
idea de abrazarlO CRUZÓ @O£ ITU
La frase sonó como quien pregunta por un zó n sin darse cuenta. La
misterio prohibido, por un hecho terrorífico, por una yønte unos segunclos, como un rayo; no podía olvidarque
¡q t¡jgr que iba a nombrarle muriö ciega y loca en la
experiencia espeluznante. mis- p Empezaba a dudar de
fì casaen la que el vivió .
—Creo que sí —susurré.
—¿No estás segura? Es tan contradictorio, tan destruc- que mi
más amargura a su
da le reSultase util. ¿Por que añ adir
tivo, que quien to probö to sabe. Aquí me tienes a ni,
ã
d
eternİda doliente?
¿Estás seguro de que saberlo? —insistí . Tal
que peno por su amor desde hace siglos. Por ella, a la
quieres COITIO Sl quisiera
que no
puedo llorar por su nombre y a la que no puedo llamar con vez no sean recuerdos agradables.
la voz que ya no poseo. El amor es on cruel veneno que No me contestó, continuó mirándome
ojos. mano algodo—
te arroja a la indefensiö n y se burla de tus desvelos, que te ä dio 1,r cl nombre a travës de mis
Su
sube a to mls alto r•'a dejarte caer sobre las rocas. Y, nosa se removiö sobre la mía en un ruego mudO.
en mi caso, que me mantiene vivo más allá de la —El ulrimo gran amor de Lope se llamaba MErU
de evares—pronuncië sin dejar de miï8t1ß—, una
muerte. Es una broma cruel que esta enfermedad de los N
mujer
sentidos que bellä , culta e inteligertte. Tenía veinte añ os menos
que ély
es ct amor sea lo unico que no haya olvidado. El amor estaba casada. Al enviudar se due con el escritor,
vie- que Unos
clue
ne cuando quiere y no se va cuando queremos. Con añ os antes se había ordenado sacerdOte, a la casa en la
lú gri- mas repetiría su dulce nombre y aliviaría mi
pena, pero
hasta ese bien me es negado. Para largo amor no hay breve tü también vivías...
presen-
olvido. Fui testigo de cómo su rostro trarisformaba,
de humo y se
se
—Tengo el nombre de una mujer que vivió con cie có mo los recuerdosacudían a su mente
dO-
Lope sus ú ltimos añ os, seguro que la conociste y quizá sea transformaban en palabras, primero dichosas y luegO
ella a
cțuien sigues queriendo. uieres escucharlo? Picnics. É l continuó ct relato: r henTlOSä de negras
Ë 1 se volvió hacia mi y nos miramos largamente, —Marta de Nevares, ella es la muje
por primera vez. Me pareció que su ojo clescubierto pestanas y rizados cabellos que me acariciaba conde sua-
suscerca.
brillaba cle
emoció n y que una lú grima asomaba por debajo del parche ves manos cuando me acercaba para contemplarla
negro. ¿Los muertos pueden llorar? Su belleza y juventud contrastaban con la edad
avanzada
Me estremecí tanto como cuando me inspiraba lo huma- no y me sorprendí agarranclo su mano helada e
terror, pero esta ez mis sentimientos poseían el calor de incorpó rea. Note un tacto de algocló n y ct frío desapareciö
engullido por las ernociones. Jamú s había escuchado a de Lope, que la adOraba tanto por su heïmOSuracomo por
nadie hablar su talento. Mis recuerdos me llevan más allá en el
tiempo, cuando la felicidad se trocö en desgracia y
aquella que pa- recía destinado a velar los postreros
92 añ os de mi aiTlO SC
convirtió en sombra de lo que fue.
93
De Pronto se detuvo, su ünico ojo se abrió desorbì- eS S aÌÌos, solo ati pill do agradeCer lã anda sincera. Gra-
tadamente, con espanto. Había descubierto la parte tra- cias, Belisa.
gica de la verdad, lo que nunca deber íamos recordar, y acerqué leVCmente mi cuerpo
voz extraña a
aquello que no se llevö el olvido ni despuës de la muer- la sombra del suyo. De pronto escuchë una
te. Me mirö como quien pide clemencia y entonces me mis espaldas.
arrepentí de haber devuelto a su memoria el nombre de Vamos a cerrar.
Marta. A través de un túnel de cÓflC8VOS, diVÎSë la figu-
espejos
—Todo es horror —gimiö—. ¿Quë estoy viendo? No medio del pasillo y con
ra del bibliotecario, plantado en
sospeché quë rigores me traerían mis recuerdos, quë ins- ojos varias veces
ea« de pocos amigos. AbTí y cerrë IOS
tances de tristeza infinita. ¿No será una bendición el sueño, y tuve que
como quien despierta de un profundo
olvido? Si no fuera este temor bajeza, te diría que øgãrrärme ã la estantería para powered deahí pie.
prefiero la igno- rancia de quien no puede evocar las —No voy a preguntarte quë haCÍaS tirada —me re—
y dejarte
sombras de su vida pasada. De lastimosas quejas escucho prochó Fehpe—. Pero a punto he estadO de irmë
tristes ecos. Marta estú ciega y vaga penando por la casa, aquí toda la noche... y con este frío.
ya no se escuchar risas ni sus manos blancas acarician Debió de pensar que me había fumado algo, del
mi aspecto
brazo y ayu-
cosa alguna. No puedo resistir ct llanto. Se cubrió de Into serta deplorable, pero se limito a suj etarme
la casa cuando ella enlo- queció y sus gritos rasgaban la darme a salir mientras yo continuaba muda.
noche hasta robarnos el sueño a cada uno de sus —Podnas consultar los libros en una de las mesas gran-
habitantes. Lloraba en mi lecho la desgracia de mi señora des, no tienes por quë hacerlo en el suelo —inSiStÎÓ.
y rogaba a Dios para que encontra-
se la paz, pero no la hallö nunca más en la vìda y solo —Gracias.
la Escuché claramente cómo mi voz se mezclabä COfl
muerte le arrancó sus delírios. del espectro enamorado, líl que agradecía desde el otro
—Tu la amabas —balbucí. mun-
como yo.
—Era mi ama, mi señora. Llorë su desgracia y su muer la insospechada cornpañía de una miedosä
— te como un hijo, mas no es ella la causante de mis Salí a la calle sin saber muy bien qué hora era. Una
desvelos. Mi amada está cerca de ella, muy cerca, ya casi sensación de irrealidad me empapaba tanto como la
puedo tocar su recuerdo. lluvia,
que arreciaba sobre Madrid con obstinada
—No se si debo seguir contándote nada si solo te persistencia. Mire ct reloj , eran casi US OCho y habría
traigo memorias tristes. jurado que m conversación en la biblioteca no había
—Es el camino, Belisa. Se que una vida está 11ena durado más de unos
de o se
minutos. No me extraño que el tiempO Se dilatase
dichas y llantos, y siempre será mejor que la muerte del encogiese en Presencia de un ser de ultratumba.
Sentí un terrible dolor de cabeza y recorde que el dÍa
olvido. A pesar del dolor que me ínflinge evocar el
pasado,
reconozco que es la única via para alcanzar la paz. En
todos
94 anterior se habían acabado los anal geSÎCOSm: i abuela
häbÍíl
95
descubierto que se disolvían en la boca con un agradablc
¡Eli! —gritö rni hermana—. ¿Se ¡suede saber
cosquilleo y pretextaba cualquier molestia para dónde abuela se tea enfermado y papá no hace
tomãrselos como caramelos. más que por ti. Supongo que andarás con
Me encaminć hacia el paso de cebra para crrizar a la Ricardo. Pues
otra acera donde se encuentra la farmacia. Me cafe la despidiëndote y venir corriendo.
capu- cha hasta las cejas y antes de llegar al cruce ya
Voy —pronuncie a duras penas.
estaba em- papada. La lluvia y mi estado aún letargico
st, clebería haber estado con Ricardo, que
me impedían ver con claridad, una neblina de gotas seguramente häbiia pasado toda la tarde S •rúIìdOme y
SP
brillantes desdibu- jaba los contornos del barrio. clibujãndO
Cuando me disponía a cruzar, una mano helada me personajes atormentados. Ni siquiera me
habła llamä- do päfa Ęreguntarme si ib3 8 11' o no,
asió por el brazo y me retuvo en la acera. Pensë que el
pensé. Volví a mirar e}te1é(ono y comprobé que tenía
es- Pectro había escapado de la biblioteca para seguirme. siete llarnadas perdidas, todas de Ricardo. Estaba claro
—¡Cuidado! ¡No cruces sin mirar, nunca to hagas! que los telëfonos möviles eran ajenos al mundo de to
¡Dí-
selo a todos! imperceptible: en la nebulosa de la irrea1idad, los
Un autobús hizo sonar su bocina para despertarme y, inventos del siglo xx1 son artefactos
nseivibles. Pero cómo expl' *selo ß°
at pasar a mi lado, ct conductor me miro asustado: Tampoco sabía cómo contar lo que me estaba
—¡Chica, a punto he estado de atropellarte! Te ocurrien- do los utimos días, y solo era el principio. La
echabas encima del vehículo. voz y la mano que me salvaron de las ruedas del autobüs
Tenía razón. Sin la oportuna intervención de aquella eran ct preludio del torbellino. Mi fantasma particular no
mano fría y de aquella voz que parecía femenina, ct auto- me había confesado a to que me exponía si lo a daba. O1
bús me habría aplastado; pero no había nadie cerca de sido decİ£- me que es algo terriblemente peligroso entrar
mí. No podía estar segura de si había visto algo o no. ¿Se en comuni- caciön con los muertos. Si se entra en
había perfilado una sombra entre el paso de cebra y contacto con uno de ellos se corre el riesgo de establecer
donde yo estaba? Me resultaba difícil enfocarla y parecio conexiön con otros, esos que también llevan años
disiparse cuando mire con mayor atencion. buscando a alguien que los
Permanecí unos instantes inmóvil, como una estatua escucho.
de sat disolviëndose bajo la lluvia. Solo se movian mis
dientes, que castañeteaban de frío y de estupefacciön.
Me habría quedado allí, paralizada, si no hubiese
sona- do ct celular en mi bolsillo. El sonido familiar me
devolvió a la realidad y mire ct teléfono como quien
descubre un juguete olvidado.
96
97
DOCE
99
' Mi laaclre me pasó la mano por la cabeza en en
que, al menos,
tímirlo ¢,i di anterior revoloteando en mi cabeza
intento che consolarme.
Es muy peligroso ese cruce —afirmó serio—. Hai
/* me dolía. Aguai'de en vano
En el portal no me esperaba
Ricai'do.
meier to varias personas ahí. ¿No salías que es el paso correr
sast^poque se hizo la hora de entrar a clase y tuve que
ble cebra mias peligroso ble Madrid? Tiene mala retrasarme. Al llegar junto al paso de cebra,
acelere
visibilidad.
det£Á S
on aprensió n pC£O no pude evitar escuchar una voz
il
A buenas horas me lo aclvertía papi. Me acordé che C
100 '
p
a la izquierda, hacia el paso de cebra, sino hacia la
e pel-ciben con el alma, una capaz de ayudar a lvi amigo
derecha, en dirección a la Plaza Mayor. El tiempo seguía
tuerto. Si la visita guiada a la casa museo no i'eveló
desapacible. aunque en ese momento no llovía, nubes ningün dato Capaz de devolverle su nombre, quizá unos
negras tapaban ct minutos de sİlencio en aquel jardín me ofreciesen
so1 y un viento helado soplaba arrastrando a otras del
vibraciones de
mis- mo color. otras épocas.
Pase por delante de la Colegiata de San lsidro y una Acerté de lleno, coino para desmayarme de la impre-
ráfaga helada, acompañada de una bocanada de incienso, sión.
me hizo tiritar. Lo extraño era que la puerta de la iglesia
Todas mis percepciones cambiaron al cerrar los ojos:
estaba cerrada. ¿De dónde vendría ese olor? Al tiempo dejé de sentir frïo y una cálida sensaciön de hogar me
que me lo preguntaba, un presentimiento descorazonador envol- vio como una manta. Desapareció el rugido de los
me llevó a acelerar el paso y perderme calle Toledo ai'riba. coches y pude escuchar el viento abanicando las hojas de
An- tes de llegar al arco de entrada a la Plaza, recordé la los árboles, el canto monótono de una cigarra y los
pesadi- 11a de la noche anterior y una aprensiön cacareos desacom- pasados de unas gallinas. Sabía que
justificada me em- pujó a dar media vuelta. aquellas impresiones no podían ser reales, no pertenecían
De pronto, me invadió una angustia creciente, como a mi tiempo: era invierno, los árboles se encontTaban
st las calles del barrio me tuviesen atrapada en una
pelados de hojas y no había una sofa gallina por los
espiral de fantasmas sin descanso. Y me perdí, me
alrededores. Las cigarras eran bichos muertos fuera del
extravië por calles que llevaba toda la vida recorriendo y
verano y en ct centro de Madrid debían de estar
no era capaz de re- conocer. Solo se vislumbraba un rayo extinguidas. Aquella certeza me causó pavor y cl miedo
de so1 a1 fondo de una de ellas y me empeñé en llegar me impidiÓ abrir los ojos. ¿Habrïa cambiado tarnbién
hasta allí para ahuyen- tar mi miedo. Cuando me di ct entorno y me encontraría atrapada en el siglo xvit?
cuenta estaba, de nuevo, fren- te a la casa de Lope de Un olor a leña me llegó mezclado con efluvios de
Vega. comi- da. De pronto, un grito desgarrados CoTtö ct aire.
Como un milagro, el so1 iluminaba la fachada, Era una voz de mujer, y la reconocí. lnexplicablemente,
rescatán- dola de la oscuridad, y entrë convencida de que, supe que era Marta de Nevares en su locura. La
dentro de la casa, me esperaba alguna poderosa impresiön me hizo abrir los ojos. El día gris e invernal
revelación que me devolvería la paz añorada. del siglo WI me espera- ba con su frío para darme la
Pase directamente a1 jardín y me sente en un banco bienvenida a1 presence.
del fondo, para absorber el mustio calor del rayo de so1 De vuelta at colegio, las calles me resultaron tan familia-
inver- nal que reconfortó mis ateridos huesos y me res que no sabía si sentirme aliviada o decepcionada.
acogió como un abrazo tranquilizador. El efecto sedante Para alguien menos miedoso que yo, la experiencia poclía
de aquella chis- pa de luz consiguió acompasar mi resul- tar apasionante, pero el clestino había elegido a una
respiraciön. Cerré los ojos con la esperanza de descubrir adoles- cence asustadiza para rnostrarle la otra cama de la
alguna pista de las que realidad.
Y era inutil intentar huir.
103
TRECE
105
Su impaciencia no admitía demoras. a¿iomo ibas a tener un nombre de mu'er? —ob'e-
—Pues olores, sonidos... Cacareaban las gallinas. en. NO eS posible.
—Claro, las del gallinero que hay at fondo del patio,
Pues no se —dudó—. Como Juan y Juana, Antonio
junto a la puerta que da a la otra calle —dijo convcncido. Antonia. . .
—Y olía a leña y a comida. No se me había ocurrido, es posible.
debes buscar
—La cocina estaba en la planta baja —precisö. casi lo has conseguido, Belisa iTlÍa. $OÍO
Se detuvo unos instances a rebuscar en su frágil e de la criada de Lope de Vega y me devolverás la
Al nombr
memo- ria. El tiempo tambiën se parö hasta que girö su miiad de la paz.
cabeza hacia mí y sonriö levemente. Su rostro me
Eso no viene en IOS libros de Literatura —
pareció hermo- so, a pesar del color ceniciento, y su ojo protes- te—. ;Dónde encontrar ese dato? Lo que me
gris lanzó un des- tello de felicidad. pides esim-
—¡Era mi madre quien cocinaba! —exclamó—. Fue posible.
la criada de la casa hasta que algo ocurrió, algo terrible —¿Sabes quë merced me has concedido hoy? p e-
que no recuerdo. Mi madre veló tambiën las noches de guntó para aCallar mis protestas—. Me has devuelto el
insom- nio de Maria de Nevares y cuidó de ella. Lope fue re- cuerdo de mi madre y me alegraré rememorando sus
genero- so con nosotros y mi madre se mantuvo a su C8£i- cias matern les y sus desvelos, que me traer n
servicio incluso tras la muerte de su amada, a pesar de sosie o.
que contábamos con ingresos suficientes como para —Tienes suerte, si de algo no disfruto yo hoy es de
haber vivido holgadamente en nuestra propia vivienda. sosiego. Y si Ricardo sigue sin hablarme. . .
Era una mujer frágil y fuerte a la vez. Sus cabellos rojos ¡Ricardo! No le podía falläï CSä i dc. iQuë hora sería?
la hacían especial y parecían en- cenderse cuando ¿Habría corrido el tiempo tanto como la tarde anterior?
mandaba. Siempre estuvo al tanto de que nada faltase en —Me tengo que iT, es muy tarde.me Me alegro de dejarte
con un recuerdo feliz. Alguien espera y no se st
aquella casa y supo dar órdenes cual capitan de los hoy
Tercios de Flandes. llegaré a tiempo.
—Ya sabemos por qué viviste en aquella casa, eras el —Gracias, Belisa.
hijo de la criada de Lope. ¿Cömo se llamaba tu madre? Su voz me sonó tan dulce como la de Ricardo cuando
veía
—No recuerdo su nombre. Es extraño que no me susurraba at oído las cualidades ocultas que e1
en
recuerde el nombre de mi madre, ¿no? —pregunto.
mí y otros no.
—Es verdad, has recordado los nombres de otras per-
sonas que vivieron conmigo pero no el de la más cercana. —Eres una mujer bella y valiente. El so1 está puesto
para ti.
—¡Ya se por quë! Yo me llainaba igual que ella, por e
Me estremecí, y no de miedo. No sup reconocer que
eso no pueclo recordarlo. ¡Llevábamos ct mismo nombre! sentimientos se escondían detrás de S IS älabras ni de mi
—gri- to victorioso. fugaz temblor.
106
Salí del San Isidro como una exhalación en direcciön
a casa de Ricardo. No le podía fallar tambiën aquella simo si dudase be si me quería ver o no. Abriò la puerta y,
su habitación.
tarde o sucedería una catástrofe enti'e nosotros. El tiempo sin mirarrne, caminö por ct p8Sl11o hacia
¿A quë has venido? —fue su sorprendente pregunta.
no había corrido tan deprisa en la biblioteca como temía
Piles a estar conmigo, a clue me cuentes qué te pasa, a
y aú n po- tiritanclo.
dríamos hablar, si e1 quería. que me abraces para quitarme este frío —dije
Enseguida vi la sombra borrosa de una mujer en ct paso —Un poco tarde, —nae re arochö con un tono tan
de cebra. No tenía tiempo para detenerme a escucharla, $e};d o los alfileres dc his °
ni siquiera para amedrentarme ante su presencia y su permanecimos en silencio. No sabía cömo justifícar
frase repetitiva. La sombra se paró en la acera estrecha, mi ausencia y no parecía cl TROlìãento adecuado para
hablarle
delante de mí, impidiëndome ct paso. Sin pensarlo, y de fantasmas y aluclTì8CÎOTlCS. Podía decirle
que añoraba
como una exhalació n, atravesë los contornos de aquel sus abraZos, que el frío me tenía prisionera y
ser de ultra- tumba como quien pasa por una catarata. que el era ml única SfllVäción, que me asustaba mãs que
Sentí cientos de alfileres de hielo clavarse en mi cuerpo nada no tenerlo ã mi lado, que su indiferencia me aterraba
pero seguí, sin pa- rarme, aunque las lágrimas de dolor tanto como los fantasmas del barrio, que sin su mano se
caían a punto de con- gelarse en mí mejilla. abría un abismo de soledad bajo mis pies y que necesítaba
—Díselo a todos. Corïtarle mis mie- dos, por muy increíbles que fuesen.
Me lleve las palabras pegadas a1 oído y ct frío incrusta- Pero no to hice.
do en los huesos. ¿Sería una maldiciön como la que —¿No tienes nada que decirme? —alZó la voz—.
¿Don- de te has metido? No estabas en tu casa, no estabas
sufría el espectro enamorado? No podría aguantar toda mi
en clase esta mañ ana después del recreo, no atiendes a
vida la presencia de aquel fantasma femenino, tendría
mİS llamadas. Te digo que me está pasando algo grave y
que cam- biaime de barrio.
Para colnio, en la acera contraria, descubrí a Lina, pasas de mí. Cuando má s te necesito no te tcngo.
la Loca, arrastrando su eterno carrito repleto de —Lo siento —balbucí—. No st cö mo explicarte...
basuras. —Da igual, no tienes por qué darme ßX lİCä CİOllßS Ğ C
—¡Déjenme en paz de una vez! —gritaba moviendo los nada.
brazos. —Perclöname —sollocë, desbordada por la situaciön
—. Tienes razön, no he estado a la alfrira. Pero sabes que
Parecía que espantaba moscas invisibles y no pude e *i- rne
tar que su queja me encogiese el corazön. La pobre
mujer,
tan inofensiva como sus gatos, siempre me inspirõ un mie- tienes.
do irracional, relacionado sin duda con sus chillidos —No lo së —dijo abatido—. Estoy preocupado y ne-
noc-
turnos y su mirada desafiante. 105 cesit
Temblando de frío y de pánico, lleguć a casa de Ricardo. aba
Cuando llamë al portal tardö unos segundos en abi cont
ártel
irme,
o.
Tengo miedo.
—Yo tambiën —confesé, aunque nuestros fuesen ni temores no
parecidos.
109
É 1 no me
—¡Quë vas a Saber! —saltó—. Tú ni imaginas lo que Me sente a su lado y le acaricië la espaha.
. Su gesto
es sentir que te persiguen. ¡gĘøyÓ sino que apoyö la cabeza en mi hombro
—¿Quiën te persigue? —Pensé en mis visiones—. ¿Los nos tranquilizö a los dos.
fantasmas? ¿Quo vamos a hacer? —preguntö, en Plural—.
—No te burles —me regañ ó —. Esto no es una broma. OCurr e algo?
soto. No creo
¿O te lo parece? De momento, correr y no dejartc que Ya se
CanSãïÔ
—Perdona, yo... —me disculpé, aturdida. Sø atreva a hacerte
nada con gente delante.
—Hay un tipo con pinta de mató n que me sigue a to- afirmé con fingida seguridad.
das partes —afirmó asustado—. Me di cuenta hace dos días Eso me asusta
—No se qué puede querer de mí.
aú n e5e tipo tenga
algo
pero mrs i abcs?, tengo una intuición. Quizá
es- es posible que lleve mas tiempo detrás de mí. Me Si al meno s Cl
que ver con la desaparició n de mi
pera por las mañ anas y a la salida del colegio. Ahora
padre
hago
el trayecto corriendo, para huir de el. Esta tarde to he visto estuviese aquí...
a —dije en
aquí enfrente cuando he salido a hacerle un encargo a —Si quieres se lo preguntamos mañ an
mi tono at asunto—.
Estoy
madre. El hombre ni siquiera disimula, se me queda miran- de broma para intentar quitarleseriedad
VelTlOS C[ue la
do, sabe que me he dado cuenta de su presencia. segura de que no corres ningun peligro. Y
Tengo miedo, y sin mi padre en casa... sİ
cosa se pone fea se lo contamos a lä
OlİCÍä.
No esperaba que Ricardo fuese a contarme algo así. La ¡Qué suerte!, pensé, e1 siempre podrú acudir a la poli
vida nos lleva a situaciones contradictorias y ridículas: a el contariä?
para librarse de su perseguidor,pero yo,
¿quë
lo perseguían los vivos y a mí los muertos. ¿Seríamos capa-
e los fantasmas de mi barTio vienen por mÍ? NädiC
policías que
ces de ayudarnos? p dría nunca librarme de ellos, no
iQ• hay
en carC
—¿Tienes idea de quiën puede ser cl sujeto ese? —pre- len a los espectros. La certeza me hizo temblary
gunte. Ricafd OÌO
interpretó en clave de realidad.
—Ni la má s remota. —¿Tienes frío, Elisavë?
—¿Se to has contado a tu Sì usaba ese nombre era no estaba enÍadado con-
madre? que
—¿Para qué? ¿Para que se preocupe más de lo que está? migo. para aprovecharme—. Seguro qo*
Ahora ya lo sabes tú . partir la carga y admitir una —
Y ello suponía hacerme partícipe de su inquietud, com- parte de responsabilidad. Un
poco —d1)e con un abrazo se me pasa. momento se borraron
Nos abrazamos fuerte y por un
Cuando contamos nuestros miedos a otro, lo hacemos los vivos y los muertos que nos acobardaban. El contacto
nálido con Ricardo contrastaba con ct frÎo dC
las tardes
con la secrets esperanza de que se nos escapen por la boca
en la biblioteca y espanté como a una mosCa la idea de
con- vertidos en palabras y nuestro interlocutor se
quede con una parte. Eso nos alivia. abrä- Zarmede igual manera at fantasma tuerto. Me
trague mi
historic increíble porque en ese momento hasta yo mismd
dudaba de que fuese cierta.
Encerraclos en nuestra burbuja privada, repasamos se
dibujos, escuchamos musica y, despues de insistiö, to
ayKlë a hacer’ los problemas de Física que les había CATORCE
puesto El Terrible.
Cuando nos despedimos pai'ecían haberse esfumado
todos los fantasmas: los suyos y los míos.
—Te espero mañana en la ruerta de mi casa, como
siempre. Me da miedo ir sofa al colegio —le pedí.
—No crco que ese tipo tenga nada contra ti, no te an-
gusties tü también.
Ricardo suponía que mis temores se referïan a los vi
os, quićn no.
—Pasarć a buscarte, pero prepárate para correr —me
previno—. Tenernos que ser más rápidos que e1 para
llegar at code sin que nos alcance. —¿No vas a seguir hablandome del fantasma? Te estaba
esperando para que me contases. ¿Has averiguado el
Así fue. Nunca había tardado menos en llegar a clase. nom-
A la mañana siguiente, desde ct portal, vi acercarse a '› bre de su novia? Yo he leído otra biografía, más larga, que
Ricardo a la carrera aunque no me pareciö que lo ;<. venía en la introducción be Fiienteo cjtina.
persiguiese nadie. Me tomö de la mano como quien /. Carmen me atosigó a preguntas después de la cena.
agarra un testigo y, casi en el aire, me arraströ calle Me miraba expectante, deseosa de compartir conmigo
arriba como si llevúsemos tras cle nosotros a una jauría esos ra- tos ünicos y privados, entre el sueño y la
de perros. Ni la mujer’ muerta del paso de cebra tuvo vigilia, que se
tiempo de pasear su sombra gris ante mí ni de repetirme I prestaban a confidencias y secretos increibles.
su retahíla siniestra. Pocas ganas me quedaban de acordarme del tuerto y
de las impresiones que ültimamente me arrastraban fuera
de la
' realidad. Esa noche prefería cl calor tangible de las mantas
‘‘ de mi cama y hasta los programas absurdos que pasaban
en la televisión. Cualquier cosa menos exponei‘me de nuevo a
las pesadillas y a los paseos plagados de sombras, aunque
solo fuese en el recuerdo. Pero cedï como buena hermana
mayor que soy.
112
113
Le conté que había regi'esado a la casa de Lope, que
Menudo resumen simplista dC 18 SltilaCiÓri faiTiiliaf 8C8-
el - pectro Puerto era el hijo de la criada y que ambos se
llamaban igual, pero que seguía sin i'ecordar el nombre de baba de hacerle.
¡Qué fácil lo ves todo! —gimiÓ—.Me da miedo que
su amada.
S{a familia tan partida que
—Ya te veo venir —soltó resuelta—. No me va a Se deshág* °
tenemos. Todos tenemos nuestros
que- dar más remedio que ir yo también a ver esa casa. miedos, Carmen.
Quedare con Lidia y juntas nos acercaremos el sábado. Me acosté con la espina de los temores de mi hermana
Hay que ver cómo me estás complicando. Intentai'é pinchándome en el pensamiento. Cada uno de nosotros
enterarme bien a ver si descubro algun dato importante. tiene sus miedos: yo temía a los muertos, Ricardo a un
—¡Vaya! Tu profe estará orgulloso de mí, he matón que lo perseguía, Carmen a perder a la familia...
conseguido que mi hermana no se sienta «superada por la El tiempo se convertía, entonces, en un afán por ir su-
Literatura». perándolos con dignidad, en no dejarse apabullar pOr el
—Esto es más bien una historia de misterio. Sobre desánimo, en afrontarlos para no dejar que crecieron
todo ahora, porque ¿de donde vamos a sacar el nombre hasta convertirse en monstruOS imbatibles.
de la sirvienta de Lope de Vega? Mira que eres rebuscada, Rumié mis miedos durante casi toda la noche y solo
lo ha- ces para seguir intrigúndome hasta que acabe el pude concluir que necesitaba saber por qué me
trabajo. Dudo que venga ese nombre en ninguna perseguían las almas en pena. Al día siguiente se lo
biografía. Pregun- taré en la casa. preguntaría al cles- memoriado y, esta vez, no me iría che
Carmen pensaba en alto. Chocaba verla poner tanto la biblioteca sin una
entusiasmo en un asunto literario y no pude evitar respuesta.
mirarla como si hubiese descubierto en ella una rara
cualidad ocul- ta. Dudaba que me creyera pero, al menos, El viernes comenzó con otra carrera hastá el colegiO.
había entrado en el juego de la ficción. Antes de ver aparecer a Ricardo fui haciendo
calentamiento para que el maratón no mc encontrase
—Gracias, Eli, por hacer esto por mí —me abrazó—.
desenfrenada. Me- nos mal que la distancia no era
Haces que duerma tranquila. Las noches que no vienes a
excesiva, mis dotes atléticas dejan bastante que desear, o
contarme pienso que mamá no está en casa y me cuesta
habría sucumbido al desmedi-
mucho dormirme. Tengo que confesarte que al principio
do esfuerzo.
te odiaba por no haber querido que nos fuesemos con No resultó tan sencillo como el día anterior.
ella. A mí se me ha perdido poco en este barrio, podría
Al llegar al paso de cebra, el espectro de la mujer
seguir siendo amiga de Lidia sin verla todos los días. Sin apa- reció más nítido que nunca. ComprObé,
embargo, a mami la echo tanto de menos... horrorizada, que llevaba una profunda brecha en la frente
—No seas tonta —repliqué—, a mamá la tenemos y me miraba fija-
aquí al lado, papá nos necesita y nosotras siempre vamos mente mientras repetía:
a estar juntas. —Avisa a todos. Es muy peligroso cruzar sin mirar
bien.
115
No pude evitar temblar de la cabeza a los pies y, casi%a|
tiempo, sentí que Ricardo también se estremecía y acelerø- ellos y te necesitan para liberarse, para poder descansar en
ba aú n má s el paso. Apoyado en la pared del San paz.
Isidro, junto a la puerta, un hombre grande y rubio Sus palabras venían a confirmar mis temores. Cuando
nos miraba con desprecio. Era tal y como lo había descrito c lculë el enjambre de muertos que poclía haber’ en ct
Ricarclo, tag real que no me asustö : siempre se lo podría ba- rrio noté clue me mareaba.
vencer, siempre Se podría pedir anda para derrotarlo, —¿Por eso lo dejaron los otros?
para evitar su absur- Mi rreguntafue más bien una afirmació n.
da persecución. Siempre se podría averiguar el motivo —Sí, no pudieron sobrellevarlo —confirmo—. Se
de su empeñ o por seguir a mi amigo, pero a mí ¿quiën rin- dieron.
me a daría? ¿Quiën me explicaría las oscuras —¿Se puede dar marcha atrás? —preguntó , angustiada.
motivaciones de los espectros del barrio que habían Necesitaba una salida.
convertido mi vida en una pesadilla en estaclo de vigilia? —¿Quieres hacerlo? —Su tono mostraba una
absoluta desesperació n—. Eras mi postrera
—¿Qué me esta pasando? ¿Tù lo sabes? ¿Por quë oportunidad. Nadie, nunca mãs, podrá concederme el
me persiguen los muertos? descanso.
Sentada en el suelo de la biblioteca, en el lugar de —Contëstame. —Lo apremië antes de que sus palabras
siempre, lancé las preguntas a1 aire con la certeza de que e1 me conmovieran.
me escuchaba, antes incluso de que sus contornos —Hay un modo —susurró .
borro- sos me trasmitieran un frío cada vez menos —Quiero saberlo. —lntenté que mi voz sonase segura.
perceptible. —Me condenará s a una eternidad de dolor —se la-
—Guardaba la esperanza de que no te apremiasen mentö .
—fueron sus primeras palabras. No las comprendí—. Aho- —Pero si no huyo a tiempo vivirë en una pesadilla.
ra me abandonarás a mi suerte. —Solo hasta que consigns liberarme, despuës te dire lo
Lo escuchë sollozar débilmente, como si se que hay que hacer para que lo olvides todo, incluida
avergon- zara de su debilidad, como si deseara mi presencia. Los muertos jamá s volverã n a perturbar
despertar mi con- miseració n. tu vida.
—Respö ndeme —insistí—. No me moveré hasta —Quiero saberlo ya —insistí.
que me lo expliques. —Promete que lo considerarú s un tiempo antes de
Notë su tacto de algodón helado y supe que se to- mar una decisió n.
aproxi- maba a mi cuerpo en busca del calor de la vida, No quise contestar. Me debatía entre el deseo de
algo de lo que e1 jamás volvería a disfrutar. libe- färme de lo que mas me aterrorizaba y los
—Si ayudas a un esPectro en pena, otros tambiën sentimientos confusos que me ti'asmitía aquella alma
soli- citaran tus favores. Saben que puedes clesesperada. No sabía si apiadarme cle el o de mí
comunicarte con
misma.
116
117
Suspiró profundamente, como si expirase. El sonido
me estremeció. Comprendí que había aceptado su cruel
derrota, que me ofrecería en bandeja las armas con las
qué fraguar su condena infinita. Lope se saldría con la
suya y td maldición sería eterna, definitivamente. QUINCE
—Basta con cambiar el libro de lugar, con moveTlo
de aquí. Lo olvidarás todo y jamás te asaltarán otros
fantas- mas. No volveras a verme. Recuerda que era el
ultimo libro, nadie más podra venir’ en mi ayuda.
Me puse en pie, como impulsada por un resorte, y
fijé la vista en el volumen de Eí caballero cte Olmedo.
Acarició el lomo del libro y me dispuse a llevármelo lejos,
a olvidarlo en la letra L, de Lope, con los otros que Jesús
había desco- tocado, enviándolos al exilio de una inicial
que no era la suya.
—Por favor’, piénsalo, Belisa. Escucha tu corazón.
Su aliento de incienso sopló en mi nuca, como una La mujer atropellada me esperaría en el paso de cebra para
brisa cargada de emociones: el amor y el dolor podían acuciarme con sus peticiones y nuevas sombras surgirían en
per- cibirse a través del tacto. cada esc{uina de cada calle. Ese sería mi futuro si no
Solté el libro y bajé los brazos en señal de derrota; cambia- ba de estantería el libro de Lope. Si lo hacía, mi
apo- yé la cabeza en la estantería y me demoré unos particu- lar espectro desmemoriado vagaría
segundos para continuar sintiendo su presencia en mi eternamente por los pasillos de la biblioteca y yo me
cuello y mi espalda. Si me giraba, mis labios quedarían a olvidaría para siempre de él.
la altura de los suyos. Me espantaron mis pensamientos. La encrucijada se me planteaba ya en la misma
Dejé el libro donde estaba y, sin darme la vuelta, hui puerta del colegio: si caminaba hacia mi casa, me toparía
de él y de la biblioteca con las lágrimas a punto de de fren- te con ella. Debía elegir, el fantasma tuerto lo
desborclar iris ojos. había dicho muy claramente: poclía ignorarla o intentar
ayudarla. No me sentía con fuerzas para ninguna de
las dos cosas. La responsabilidad pesaba como un saco
de plomo.
Resolví sentarme en las escaleras de la Colegiala
antes de decidir si recorría los escasos metros hasta
casa por la Calle Toledo o dada un rodeo de veinte minutos
118 para llegar 01 mismo sitio sin pasar por delante de la
atropellada.
119
hizo tan etel‘na coiTtO 1ä 1Tl0lClÎ8io++s
qr ir. La noche SC mEespantabap
L. Cabe=ä md iba a estallar de darle tantas vueltas, p3. Cnsaren una noChe tra
recía una lavadora en pleno centrifugado y yo, con esa cara dc <°PC ^ UIl äÎTìl
de desesperaciö n, una mendiga tirada en las escalinatas de tø de pesadillas en Vela y era, tftmbiën, to que le eS-
la iglesia. ba al tuerto si yo me eso desgarraclos a mi desve-
Pero los sobresaltos no habían terminado. Lina, la Loca, añ adió sus gritos
Escuchë dos disparos y me girë hacia la puerta cle las experiencias nefastas dC
la to. Ella sí que desearía O Vl °*
iglesia.
S• Via•r• ro yo no queríã perder el recuerdo
É l
de to sucedi
había dicho que
De nuevo el olor a incienso, de nuevo el frío. — ö ¡- t¡y espantosoque resultara.
Ante mí, una sombra surgida de las tinieblas to
está esCritO es como si
comenzó olvidaría todo, pero to que
hubiera
a materializarse. Petrificada, vislumbrë la imagen de un asadO SİCm £C.
hombre alto, vestido con los ropajes propios de un obispo, we levantć de la ca'^a y, con chillidos de historic,
la mujer
los
mencë a escribir ßSta
que avanzaba hacia mí, despacio. como mú sica de fondo, co
tarde, antes de que se me
hue miró con los ojos vacíos de vida, su expresió n dela- antes de que fuese demasiadO
taba un profundo desconciei'to. Tendienclo su mano y la peculiar sensaciö n que
borrase su imagenprovoCaba
tern- blorosa hacia mí, dijo: fría sombra. Antes de clue ct
—Dime quiën me mató y por quë. Necesito saberlo en mi piel ct Contacto con sutuerto de mi memoria.
olvido arrancase al espectro
¡Para descansar en paz. a mi padre tras—
Comprendí horrorizada que la pesadilla anunciada Con las prirnerasluces del alba escuchë para desa mar
tear en la cocina y salí dC1 dO£mlfofio
iba a ser Peor de lo previsto. La certeza me zarandeó Con uestiones y el
Al. Necesitaba preguntarlealgunas c
hasta hacerme reaccionar y salir de mi estado de era ct
ú nico que sabÍa las respuestas.
estupefacciön. Me levantë de golpe y corrí at encuentro
—Hoy taiTtbİén häs dOfmido
de la mujer del
paso de cebra. Al llegar a su altura, gritë: taba preguntármelo.
—Lo hare, pondrë carteles por todas partes en ct cole- —Tan mat COIRO IQ —aQOSŁİİl — Sit
embargo, esas
125
’°.
127
I28
130
l3l
DIECISIETE
133
2 £lSa, COlTiO
Lo agarre fucrtemente de la mano y tiré de él cn d“ir hube concluido la lectura, más
¢q_ ción a la salida. Me asomé a la calle y comprobé que ;ypu1sado por una repentina rá fagá CU áUC.
el tipo rubio no estaba. Más tranquilo, Ricardo sonrió , ó antes de desapare-
Gracias, muchacha —pronunci
regalapd _
me así una brizna de seguridad; la necesitaba para en sen- cer deíiTlitivamente. está pasando? —La pregun-
tarme a las tinieblas. ¿Me c{uieres explicarque realidad de IOS Vivos.
—¿Dónde me llevas? —preguntó intrigado. q de Ricardo me devolviÓ a lá
—Muy cerca de aquí, a las escaleras de la comprobé que tenía los mojados de frio.
Colegiala. congeladoen es-
labios
Nos sentamos muy juntos y puse su brazo sobre mi Me estoy quedando completamente
hombro para sentir su presencia viva cuando apareciese e{ —, Con este vieT11.O que se ha
tá s escaleras —protestópuesto
frío mortal que precedería a la llegada del espectro del ué historia de un
á S
plá r de repentemientras tú lees no
obis- sé
po. No se hizo esperar. amen. . .
En cuanto comence a perciblT el olor a incienso, Vamos, arriba —lo aprecie—. Todavia tenemos mÁS
saqué
las hojas de mi bolsillo, allí llevaba escrito el nombre cosas que hacer. paso de cebra donde la mujer atro—
del
asesino y el móvil de su crimen. La imagen del obispo Lo conduje hasta el
darme tregua
em- pezo a materializarse ante mí aun más nítida que pellada me seguía esperando, dispuestaa no VOlViÓ
la vez
anterior. Temblando de frío y de miedo, y ante la cara estu- hasta que no le hlClCSC caso. La brecha de su cabeZá
pefacta de Ricardo, empecé a leer: a sobrecogerme. carteles aquí, cerCá del cruCC, ád-
—El l9 de abril de 1886, Domingo de Ramos, por —Voy a pegar unos
la mbién los voy a poner en el cole-
mañ ana, cuando subía por las escalinatas de la Colegiala de vistiendo del
San Isidro para celebrar la misa, don Narciso Martínez peligrO.Tá gio. Se dije mirándola. RiCáTdO pCFtSÓ
Iz- enterarán todos
quierdo caía abatido por los disparos de pistola del que hablaba con el.
tTiS-
sacer- dote perturbado Cayetano Galeote, una de las —lo lo sabía —dijo ella COn lina voZ infinitamen (C lo
«víctimas»
y tampoco se
de su política de reforma del
clero. IC—, conocía el peligro pero me confie
—Galeote
espectro. —susurró el advertí a los demás. No quiero que mtlerá más ente.
—Galeote disparó tres veces despues de hacer ademán viene ahora
—Estás muy rara, Elisa, no entiendoa qué
de besar el anillo del obispo —continué leyendo— y
nun- esto de pegar carteles. Ricardo no salía de su asomb£O.
ca negó la inculpació n que se le hizo, diciendo de él y regresamos al cole-
No respondí, vOlVÍ á £1£á£
solamente que no había querido matar al pactado, sino gio. Apesar de que lo maree pasando de una clase a
solo herirl para que recordara la injusticia que había Otra y colocando carteles en tOdOS los tablones de
cometido con e1, . . anuncios,
TCO pTOtCStÓ eRnngünmome
no Incluso me
Conforme escuchaba mis explicaciones, la imagen del pareció que
lo divertía el asunto de puro absurd
o.
obispo se iba desdibujando; primero, lentamente y después, Algunos chiCOS, intrigados, se pasaban a leer lo que
decían los papeles, la
134
135
mayoría se lo tomaba a broma o se reía abiertanäente d
nosotros. e contaCtOera tibio, como el de un pajarillo asustado que aletea
neNOSO.Cerré los ojos para percibirlo con más intensidad,
Cuando acabó el recreo nos despedimos con un bøSO
largo. A Ricardo se le veía feliz por primera vez en su presencia parecía tangible y no un espejismo de la
muerte.
mucho$ días y alabé su colaboración:
—Gracias por aCOmpañarme en esta aventura. —Debes seguir hablándome o no recordaré jamús.
—Llevo dos días leyendo libros sobre Lope. Te
—No he entendido nada pero lo he pasado muy
contaré todo to que se.
bien tu lado —me susurró aİ oído.
Interpretë su complicidad como No necesitaba llevarlo escrito, como el relato del cri-
una evidencia de guy
se había clivertido con el extraño trajín y no como lo qtjø men del obispo. Había consultado tantas biografías del
realmente era: una auténtica demostración de amor. au- tor que me sabía de memoria su vida y sus obras.
sin Hablë y hablé, sin parar, saboreando mis palabras y ct
embargo, mis pensamientos andaban enredados
en el re- contacto que nos unía. Aspiraba el olor a incienso como
cuerdo de la presencia espectral de mi amigo tuerto.
El si proviniese del mismo cielo y olvidë ct frío, el tiempo y
resto de la mañana estuve impaciente, deseosa de que lle-
gase la tarde para pasármela entera sentada en el suelo el mundo real.
de Le conté todos los amoríos de Lope, su juventud
la biblioteca. La certeza de que el estaría esperándo
me, díscola y su madurez desquiciada; le hablë de sus
eternamente, me causaba al tiempo desazön y placer.
magníficas obras, de to que significaron para la escena
— Has re reSado por el libro? española, de su fama sin límites, de su increíble capacidad
Escuchó su voz antes incluso de sentarme en el suelo creadora y de su concep- ción novedosa del teatro.
junto a la estantería de la letra V Revelaba un pánico Pero le mentí. Le había dicho que iba a contarle todo
fiesto: si mi respuesta era afirmativa, su futuro lo que sabía y no lo hice. Mi narración de la biografía del
mani-
sería eterțlã- mente inaldito. Fé- nix de los Ingenios se detuvo el 1616, el año en que
—No te voy a abandonar —pronuncié con toda la se- cono- ció a Marta de Nevares.
guridad que me permitían mis propias contradicciones—. —Háblame ahora tu de e1 -le pedí—. Cuëntame que
Aunque no me explico por quë estoy haciendo esto: el recuerdas de Lope despues de lo que acabas de escuchar.
do ITU Q8Łalİza cada vez que veo una sombra, Qriiero saber cömo era.
mie- sea
tllfl"atUmba. Es como si me hubieses traspasado Fijó su único ojo en un lugar invisible, más allá del
real o de
parte de tu maldiciön. presence, y se esforzó en rescatar las imágenes que le iba
—No ser‹a infinita, para ninguno de los dos. devolviendo el olvido. Tardó unos minutos en responder-
SC ä|9rOXÎmö aún más, nunca lo había sentido tan me. Si hubiese mirado ct reloj , habría comprobado que
mi hombro y la sombra del suyo casi eran uno transcurrieron horas.
cerca,
mismo. El —Recuerdo sus cabellos grises, su bigote recortado y
su perilla. Era obstinado y vanidoso, pero claro y natural,
136 sin
137
/{J^.
139
[Ía, no solo los parientes, los
—Quiero decir que tü escribías obras que luego él pp, parte de nuestra biogra
’” sentaba con su nombre. ¿higos y los amores.
íílOs recuerdos, mejor pasamos de
Así es. Pe1'O él me marcaba el asunto y los personajes, —si ‹ e va a traer
racias—. *-
evocarle, de nuevo, sus
luego 10 COl'regía... a veces. En ocasiones, la premura d• ros é1 mNo deSedÜ á dCS amor, no el odiO.
representantes era tal que apenas daba tiempo a escribiré
s. J°'qpte recuerdes el
PEI amor —d j
Puedo vCTÍO
Tampoco los actores se esmeraban en aprendérselas al
p ius ojos y sentirlo
pip de la letra, dependían de los apuntadores. Me e
rmelo me 0£.
desesperada presenciar las obras, que tantos desvelos me s» despegar su únÏCO O)O
habían proclu-
cido, mal interpretadas por actores que no apreciaban la
belleza de los textos de
Lope. IlÓlogo coIlmoVedol- y Since
conocía yin
resuelve. El era mi enemigo, quien consumó la maldición bras y loCalizados eTí una casa que
de Lope. CáS
como la InU.
Otro personaje más para la intriga creciente. ¿Es que
—En alejando la ninez —
no me iba a dar tregua esta busqueda? Los enemigos
también
141
140
contacro con el mundo exterior, en su mensajero de
la nuevas de la corte. Para entonces, mi amor se había
trocaclo ya en adoració n sin remedio, en tanto que ella
anhelabq liuir de la casa paterna y descubrir un universo
DIEClOCú
que le esta-
ba vetado. Y yo, ¡ay de mí!, daba alas a su deseo de volai.
Atrevimiento fue poner mi esperanza y mi dicha en
ella.
No me cabía duda de quién era la mujer, podía
haberle dicho su nombre en ese momento, podía haberle
dejado con ć1 para que lo saborease como un caramelo y
lo repitiese como una letanía durante toda su noche,
pero los celos me lo impidieron. Vivian en la misma casa y
Lope la mandaba a su cuarto a bordar cuando se portaba
mat: era su hija.
Las luces se apagaron de pronto pero el, habitante de
ct colegio.
las tinieblas, no pudo percibirlo. Era tardísimo, la La llamada de Ricardo sonó en Cuanto abandonë Cİ
biblioteca iba a cerrarse conmigo dentro. Barajë por unos Presagië tormentay me dispuse a sopO£È ä Ł
chaparrónde su enfadO. ES£ãNja Cardo, seguro.Para mi
instances la posibilidad de permanecer allí con e1 toda la
sorpresa,nohubo
noche, pero un resquicio de hija responsable me hizo reproches; ni siquíerauna ã lusiö tì a
desechar la opciön. las veces que me había
su voz solo se transpa-
—Tengo que marcharme ya. Te prometo que llamado sin obtener respuesta. En
volverë inañ ana, en cuanto pueda.
—No es necesario que lo prometas —dijo—. Lo st,
se que regresará s.
El vínculo que se había creado entre ambos poseía sentaba ct mJ9d
Esta tarde el tipo me ha asaltado, no se ni có mo
la solidez de las nubes, pero los hilos de las palabras
pueden ese s ido a la policía?
tejer puentes ínfinitos y en este caso habían he podido escapar de e1.
conseguido
enredarnos. —¿Te ha hecho dano? iHa
Recordé una pregunta a la que también di vueltas du-
El asunto se VOlVÍä Qreocupante.
he conseguido sOltar-
rante el fin de semana, y no quise salir de allí sin la res- —No me ha hecho nada porque
o. Pero me te
puesta. me de SP enorme mãno y salir corriend
—iTedijo Jesus, el profesor que intentó ayudarte que no puedo ir ô İä QOÍlCÍã...
antes
que yo, por quë se ríndió ? propia casa. ¿Quién puede reprocharle que huyera de
—Los espectros en llamas lo asaltaban en su ellos?
quiere saber dó nde
—Acerté en mi intuiciÓ n. El tipo
142
eS(a ¡jqi pä tjre, eSo es lo que me
ha preguT *ã dO cuando me
143
ha tomaclo por sorpresa y me ha agarrado por el i casa y los inconfundibl es gritosde Lina, que Cadä VßZ
d• = n
e tepetía con rnayor fre C tlencîa. Resignada, lleguë a
brazo. ha hecho un moretö n. apro- para siudiar, leer y, sobre
øeCha S iTladrugones
—¡Hay que hacer algo! —sa1te, preocupada. toClo,
—tY que se te ocurre? No podemos contarle nada ø | la COcina antes de que la abuela y
Album con mi }3fldfC rl Ompanla SP
3 pOlicía. ¿Y si mi padre está metido en un asunto ( ãt en se levantasen. Los desayunos en mi C
turbio? p C
micron en su cabañ a de Robinson.
—Eso es imposible, sabes de sobra que es una Cada día te levantas más temprano.
buena persona, que no haría nada fuera de la ley... Era su forma de dar los buenos dlas.
—No se, ya no estoy seguro de nada. Vamos a —A este paso vamOS a set los sonámbulos del baïlİO.
esperar unos días a ver que ocurre. Si me vuelve a —En otros tieITl OS, podríamos haber tTabajaclo de
se-
pasar esto, pri- mero se lo contaré a mi madre y que renos.
ella me diga to que debemos hacer. Tengo miedo, Elisa, —Vigil tnte nocturno viene a ser lo mismo —preCÌSë.
me siento tan solo... —Ni parecido —me corrigiö +l padre es un
rom/anti- co del pasado—. Esos serenos dc antes... Y
—¡Eh! —le advertí—. ¡Que estoy conmigo! eso que yo era
—Lo se, ahora mismo eres mí cabañ a de Robinson. muy pequeñ o cuando desaparecieron de
Madrid.
—¿Tu quć?
—Oye, papá —cambie de tema antes de acabar aburri-
—Es una historia que me contaba mi padre. Me todo, ¿sabes
da de serenos—. Tú que estás ente£ãdO dC
decía que cuando Robinson Crusoe estaba solo en la isla, si con la calle
pasó algo en la casa que está en la esquina
al me- nos tenía una cabañ a donde cobijarse por las LÓ -
noches y los días de lluvia. «Siempre tendrás una cabañ a
en la que refu-
giarte», me soltaba cuando me veía Cardo, coino dices tu. ez Silva?
si se a de muertos, seguro que lo sabía. Le estaba
Eres mi cabañ a de Robinson.
tratab ct domicilio del pro(e de Lengua.
Pude percibir su sonrisa at otro lado del telëfono. preguntandO por
Cuando colgamos, Ricardo se había quedado más tran- allí mismo unpresen-
teatro.
En esa casa nO, pCTO antCS hubo en plena re
quilo que yo. É l recuperö el sosiego que da un refugio El teatro Novedades. Un día se
se- guro y posiblemente durmió sin pesadillas. Yo incendió tación. Murió mucha gente. bastön de un
Dícen que ct cojo
buscaba a
roVOCÓ que
las
duras penas ese cobijo en ct mundo de los vivos y we se atravesó en la puei'ta dC Sälida y eso p
ate-
rraba reconocer que mi cabañ a secreta olía a incienso víctimas quedasen atrapadas.
y ue narraba, no se si
tenía el color de las noches de bruma. El gćlido pasillo Su voz sonaba tan tét£iCa COITIO İO C[
de la biblioteca y la estantería de la tetra V se habían lo hacía a propó sito.
conver(i-
do en mi cabañ a de Robinson. —¡Qué miedo! —exclamé.
aquellos espectros lfa-
Dormí mat, pero ya no era Nina novedad a esas alturas. Pensaba en Jesü s y en haberennada
todos
Me acostumbrë a pasar las noches en un desvelo constante, mas persiguiëndole por las noches. No puecle
alterada por los ruidos de la calle, los crujidos de la maclera inã s espantoso. No me extrañ aba nada que se hubiese
Uä
atropellado nos espe-
rendido y que hubiera trasladado todos los libros de Ar llegar al paso de cebra la mujer
crítico?», pense.
Lapd ,ib• «¿Qué querré e l eS$e *>* *O
¡Crucen ahora! —me dijo.
a la letra L. Lo má s lejos posible del fantasma para que
ningun alumno sufriese su misma pesadilla. Lo hizo p Hice caso de su orden y, tirando del brazo de Ricardo,
neblina tarn
t nosotros, pero no contó con que habría algú n Atravesamosla calle sin mirar, claro que la
OCO
volumen
prestado que regresaría a su lugar de origen, a la estantes
ría de la letra V, donde el fantasma tuerto aguardaría a and Ayudaba.
seCO.
nueva víctima: y esa era yo. Detrá sde nosotros escuché un frenazo y un golpe
có mo el tipo rubio se retor—
Baje al portal a esperar a Ricardo cnvuelta en
oscuros pensamientos, casi tan opacos como el día:
146
una neblina incómoda velaba las fachadas de los
edificios y el frío hu- medo se burlaba de mis escasas
carnes.
Antes de iniciar la carrera, puso en mis labios un
beso fugaz. Tiritábamos del frío al compás y de miedo
cuando comprobamos que el tipo rubio se acercaba a
nosotros. No tuvimos tiempo de evitarlo: el hombre se
abalanzó sobre Ricardo y lo agarró por las solapas del
abrigo.
—Me vas a decir de una vez donde se esconde el
des- graciado de tu padre o probarás mis puñ os —
amenazó .
El mató n parecía ignorarme: una pulga invisible a
la que se puede aplastar con un dedo. Pero yo lo vi
claro, aquel sujeto era real y tangible, no era un
fantasma volátil al que no hay forma de ahuyentar. Los
espectros pueden perseguirte hasta cuando cierras los
ojos y no hay manera de asustarlos ni de vencerlos.
Pero aquel hombre era de carne y hueso y se lo
podía vencer.
Sin pensarlo, le propiné una patada en un lugar
dolo- roso para los chicos. No se lo esperaba: dio un grito
y soltó de golpe a Ricardo, que aprovechó su
desconcierto para salir corriendo con toda la fuerza que
nos permitían nues- tras piernas.
NoS VOlvimOS para comprobar
cía en el suelo. Una furgonetaacababa de atropellarlo.
El espectro de la mujer me sonriÓ desde la otra
acera y giró su mano a modo de despedicla. Su
imagen se fue hundiendo con la niebla hasta
desaparecerpor completo y
para siempre.
U7
DIECINUEVE
149
problemas a muertos que te asaltan hasta en los pasos dø
Me refiero a1 de mi enemigo, quien dijere que las
peatones.
Ob •S de Lope superaron el millar —precisó; quizá había
—¿Valiente, yo? Es la primera vez en mi vida que at-
i ido mis pensamientos.
guien me llama así. Ha sido más fácil de to que imaginas
He traído algunos de los libros que consume ct otro
—confesë aunquc el no me entendiese.
El calificativo me mantuvo orgullosa toda la mañana: d= —dije aliviada—. Saquë el dato de uno de ellos pero
no 5e tenido tiempo de comprobarlo. Espera.
«valiente». Jamás lo había sido antes. «Eres una cobarde,
Mientras pasaba las hojas noté su aliento en mi cuello.
Elisa»: eso sí lo había escuchado montones de veces y
¿Respiran los fantasmas? ¥ me pareció que se agitaba su
con razón. La osadía empezaba a formar parte de mi
inútil respiración. No to interpretë como la inquietud pro-
personali- dad y me gustaba. Me permitirïa mirar de
pia de alguien que está a punto de conocer cl nombre de
frente a los acon- tecimientos y no tener que esconderme su rival, sino como un presagio de afecto correspondido.
detras de nadie.
No tuve que hojear demasiado para encontrarlo. En la
introducciön a una de sus obras se podía leer:
Con esa agradable sensacion de triunfo acudí a mi —Su biögrafo, Pérez de Montalbún, le atribuye mil
cita ineludible con el fantasma tuerto. Le contë la ochocientas comedias...
experiencia impactante de aquella misma mañana. É1
—¡É1 (ue! —gritò, aunque nadie más que yo podía es-
podía compren- der cl alcance de la situación: los cucharlo—. ¡Maldito inquisidor pretencioso!
muertos que a dan a los vivos, y viceversa. —¿Quìën era ese tipo?
Me escuchó con todo el cuerpo que no poseía, con —Era el hijo de Alonso Përez, el editor de Lope. Se
esa cercanía que ya se había convertido en habitual, y con- sideraba su discïpulo predilecto y cuando el Fënix se
sentí que mis palabras traspasaban el tiempo para alojarse fijö en mi persona, el se sintió agraviado. Su inquina
en el cora- zón de alguien que no pertenecía ni tan hacia mí fue creciendo con los años y no cejó hasta
siquiera a mi siglo. destruirme. Pu- blicó algunas novelas licenciosas e
—Ves —afirmó—. No tienes nada que tenner de lOs inmorales que e1 calif caba de fantasiosas. Lope lo ayudó
muertos. Y has logrado calor para enfrentarte a los vivos. a estrenar algunas obras con su nombre y ëlle
—¿Tú eras valiente? correspondía con una exagerada de- vociön. Montalbán
—Sospecho que no lo fui —suspirö—. No supe en- se preciaba de estar escribiendo una biografía de Lope
frentarme con mi enemigo y venciö. que pronto vería la fun. En ella vertía exageraciones sobre
—No siempre es bueno provocar enfrentamientos, la obra del Fénix y no aludía ni a mí ni a ninguno de sus
qui- zá hiciste lo que debías. escribientes. Llegaba a afirmar que Lope había escrito
—¿Has buscado el nombre? —preguntó. más de mil ochocientas comedias y cuatro-
—Aún no lo se. cientos autos sacramentales.
Supuse que se refería a1 de ella, su amada, y por eso —Vamos, que era un chupamedias —preclSC.
mentí.
151
150
'3".'
/t'
causaba dolO£ 8
—Alcanzò cierta celebridad que mostraba ante mí ße nuevo la memoria recuperada sus la-
cgp no fingida ostentaciön —continuo—. Aprovechaba mi clesconcierto aumcntaba at rítmo de
su eel. canía a Lope y su incipiente notoriedad para Me parecio sentir que con su mano derecha toma-
un consuelo imposible, p
desacTeditøt. me incluso ante mi amada. Me venciö en ba la mÍä buscando
todos los teri'enos. Solo pucle reírme de e1 una vez, golpe, engullido por ul3ä estridente voz
ji3lTìO SP bOffÓ CXC
cuando Quevedo le dedi
una sú tira. Los versos burlescos, que criticaban su preten- pasculina:
ciosidad, circularon por todo Madrid y yo mismo ayidé —No st por qué a que te iba a encontrar olra
ø sospechab
difundirlos: vez aquí.
La inoportŁtn a apariciòn de Julio del
metuerto
hizo despertar de
se desdibu-
golpe de aquel sueño. Los contornos
jaron y de)e de sentir su tACtO algodonoso.
—Vamos a tomar algo, te İ VİVO —dij O mirando de m
mano.
—No moverme de aquí —afirmë rotunda y en-
—Quevedo era un genio en eso de critical a otros — pienso fadada. —No se rindiö—. Me sentare yo tam-
co-
rroborë; lo había estudiado bien en cursos anteriores. —Pues nada.
—Su pluma era tan afilada como su lengua, Su casa biën, menos mat que he venido bien abrigadO
con
se hallaba próxima a la de Lope y en cierta ocasión acudí a Permanecí en silencio, HO tenía ganas de hablar
ella
con algún recado. A Lope lo respetaba más que a Julio y deseaba con todas mis fuerzas que se volatilİZ8SC
Góngora, a quien odiaba con más saña que al mismo como pin fantasma que elìCllCntT8 C camino hacia el otro
hubo suerte; encim a seguía agaf£aCÎO íí IN
Montalbún. mundo. No
—Dices que ese Pérez no paró hasta destruirte. ¿Quë
te
hizo? mano y sin intención de soltarla.
guntö, por
—¡Ay! —una exclamaciön de dolor saliö de sus —¿Aun no has acabado cl trabajo? —me p**
labios secos—. Me golpeó con su puño en el ojo decir algo. No respondí.
causándome un —¿QŁlién es este infame personajillo?
padecimiento cruel. Me dio tin golpe con tal furia que
me
tumbó contra el suelo. La voz del tuerto me llegaba envuelta en silencio.
—¡Esc tipo fue quien te dejö tuerto! —comprendí—. be vzi de su comentaïÎO.
¿Por que te pegö? ¿Discutieron? —;De que te lies? ¿Tan es el trabajo que estás
divertido
—No to recuerdo —balbuciö al tiempo que se llevaba pretar mi risa fuera
haciendo? —Julio no sabía còmo inter
la mano at parche negro—. Ignoro aün quë le llevaría a de lugar.
una gallina, ne-
tal maldad, a tan miserable auto. La cabeza me estallaba, —Divertido serÍ8 VØ IC CäCLïCTÜ COIL
mc sentía moriT... cio mancebo.
El fantasma provocö mi carcajada.
—¿Estú s bien? —Julio no entendía mi reacción.
—Y he visto tu cara, ridícula como la de un caballo
frisó n y que espanta hasta a los ciegos, bellaco —se bu
VEINTE
lö mi amigo invisible.
Volví a reír.
—¿Deseas que espanta a aqueste enojoso rapaz? Puedo
enredar sus cabellos con una ráfaga de viento y dejarlo mas
tieso que la cecina.
—No, dëjalo —conseguí pronunciar entre risas—.
Me- jor nos vamos, es tarde, y vuelvo mañ ana.
—Eso me gusta más —se alegró Julio, que pensaba que
hablaba con e1—. Venga, levántate del suelo.
—Que descanses esta noche, mi querida Belisa —
pro- nunció en mi oído antes de que el brazo de Julio me
levan- tase en volandas alejándome así de su sombra.
—Que los recuerdos no te roben la paz —le deseé
con el pensamiento. La paz y la cordura desapareCieronde mi vida hasta
Salí de la biblioteca aú n con la sonrisa en la boca y tal punto que los recuerdos se me mezclan,
Julio con la extrañ eza pintada en su rostro ante mis desubİCãdOS, ä partir del episodio del paSO de cebra.
carcajadas sin motivo aparente. Seguía sin comprender NO SÓ bİen Si la irrup- ció n de Julio en la biblioteca file
su absurdo empeñ o en conquistarme. Cada vez me ese mismo día II OtïO, O
si el «enojoso rapaZ» , COITIO lO
mostraba menos receptiva con el, más arisca, pero llamaba el fantasma, apare-
in rumpirnos. Kì
precisamente aquello pa- recía dar alas a su capricho. Esa ció más veces por la biblioteca para ter
barrotadas de
tarde, debí de permanecer muda y abstraída el resto del vida se comprimio entre las eStärltCfÍä S a
li-
tiempo aunque, seguramente, no lo interpretó como una bros y solo me interesaba consumir las NO£äS
muertas, en
señ al de desinterës hacia e1. sentido literal, al lado del espectro, hablando y
e scuchand o,
No se de quë hablamos, si es que lo hice, ni compartiendoun tiempo que no nos
adó ncle fuimos. pertenecía porque no
era de ninguno de los dos: a el ya
Los recuerdos se borran, se desdibujan, se pierden en- se le había acabado y yo
época que distaba
no tenía derecho a retenerlo en una
vueltos en pesadillas sin senticlo. El deseo de demasiado de la suya.
descansar El resto del mundO CäSİ para mí. Deje
bien por la noche no se cumpliö , ni esa ni ninguno desapareció ir a clase para c{uedarme de en ct suelo
sentada con el de la
otra durante mucho tiempo.
155
biblioteca. En casa, segün me contaron despućs, deamb
it,. ba como una sonámbula, sin dirigirme a nadie, junto a los contornos neblinosos cfc mi amigo fantasmal
absorta øț1 mis pensamientos, convei tida, yo tambiën, en parecen perdidos en la Vía Láctea.
un espectro
Ricardo llegö a borrarse de mi mente. Un día imprecis Una noche, creo que regresaba de la biblioteca, de
no pasö por el portal a buscarme, y yo supuse que habría quë otro sitio si no, escuche voces que inequívocamente
dado un rodeo pai'a no verme. Incomprensiblemente no
se di- rigian a mí. Salían de las casas y de los portales:
me extrañò ni me doliö, no me acerqué a su clase en sombras siniestras se asomaban a los balcones de la calle
buscö de su abrazo y ni siquiera lo llamé para preguntarle Toledo y me gritaban sus peticiones; otras almas en Pena
que le ocurría.
me llama-
Entre aquella masa de imagenes inconexas en que se
ban desde las ventanas cerradas, agitando sus manos de
convirtió mi vida, recuerdo las palabras de mi padre
humo. Sobrecogida de horror, comprobë que los
mien- tras leía el periódico en la cocina: fantasmas me acechaban desde cada rincón de la calle:
—Mira, es el paso de cebra de aquí allado. ¿Te una pesadilla en estado de vigilia.
acuerdas de lo que hablábamos? Es rriuy peligroso. Por to Reconocí a un vecino anciano, muerto unos años
visto ct OtëO día atropellaron a un hombre, estaba herido y antes, que me llamaba por mi nombre asomado a1 balcón
lo lleva- ron al hospital. AHí descubrieron que era un de su casa. Aún conservaba la mueca de la muerte en su
peligroso de- lincuente buscado por la policía. rostro. Algunos aparecían ataviados con ropas de otras
—¡Vaya! —exclamö mi hermana—. Eso fue por la ëpocas y me hablaban en un idioma que casi no podía
mañana cuando entrábamos, me acuerdo. ¿Tu no lo
entender. Un esca- lofrío infinito me recorrio la espalda y
viste, ct frío se hizo tan in- tenso que pensë que se me helaba la
No se si contesté, ni siquiera se si me alterö la sangre en las venas. Las manos descarnadas de algunos de
ellos casi podían tocarme y un olor viscoso amenazaba
noticia. En la nube artificial en la que vivía solo los
muertos contaban. con ahogar mis pulmones.
En esos días, que se me pierden en la nebulosa del ol- Llegué a casa cubierta de escarcha, aterida y
vido, no apuntë nada, no escribí una línea. Intento temblando de los pies a la cabeza. Mi familia se alarmó.
Segun me contaron despuës, pase varios días en un
recupe- rarlos inutilmente y se me escurren como arena
entre los dedos. preocupante es- tado febril, aunque el mëdico descartó
Ya me lo advirtiö e1: «Lo olvidarás todo», y yo le cualquier dolencia grave. En mi delirio, espantaba
sombras oscuras y chillaba palabras incomprensibles en
hice caso a medias. Cada detalle obviado en las
medio de la noche. Le hice la competencia a Lina, ambas
anotaciones que tome mientras ocurrïa desapareciö, como
rasgábamos el silencio noctur- no del barrio con nuestros
si jamás hubiera pasado. Lo no escrito adquirió la
consistencia de lo fantús- tİCO, de to que jamăs ha gritos de impotencia.
existido. Los días que me agazapć Una vez que abrí los ojos a1 mundo real, me pareciö
ver a mi madre, blorosa, sentada a los pies de la cama,
mirándome con tristeza. Lo some por un sueño dulce en
156
U7
medio de aquella pesadilla incesante. Era verdad, ella cs.
tuvo junto a mí. Preocupada por to que Carmen le —No sin antes devolverte a donde perteneces —
ibs
contando de mi situación, consintió en regresar a la qø¢ hab1e decididä.
fue su casa durante muchos años, y de la que hiiyö c ø_ —Dímelo ya. Se que conoces su nombre y que llevas
vencida, para estar cerca de mí un l’ätO Cãda día. Debio dp días callándolo. No alargues este tormento. Ha sido un
ser especialmente duro para ella. Para todos lo fue. Tam- no- table yerro alargar este sueño.
bién para mí. No lograba interpreter sus palabras, quizá e1 también
Desperté a la vida no se cuántos días después con disfrutaba de nuestros encuentros secretos, ünicos. Lo
un
dolor de cabeza punzante y el convencimiento de que, que parecía evidence era que podía leer en mis ojos que
aunque me resultase doloroso, debía dar por concluida mi yo no deseaba su partida.
visita a1 otro lado de la realidad. Debía liberar al Me demorë unos minutos en contestar. Los ùltimos
fantasma de su maldiciön, debía arrancarlo de mi vida, se- gundos en los que, ta1 vez, su afecto llevase mi
defini- tivamente. nombre.
Olvidarlo, no podría ni quería. ¿Pueden amar los fantasmas a los vivos?
Respirë hondo y le revelé la verdad que llevaba siglos
En cuanto pude ponerme en pie, me escapë a la esperando escuchar:
biblio- teca. Afortunadamente era una mañana soleada, —La mujer a la que amabas era la hija menor de Lope.
poco pro- picia para que los fantasmas apareciesen Se llamaba Antonia Clara.
confundidos con la niebla. Me tapë los oídos y aligeré el Un grito desgarrador llenó ct silencio y el aire tembló
paso para no trope- zarme con ninguno. Polo me de miedo y tristeza: Antonia Clara. Las palabras de aquel
interesaba e1 y lo que yo tenía que contarle. Un gusto alma, más en pena que nunca, corroboraron mis sensacio-
amargo se insta1o en mi garganta, de la que pronto nes, como si mi cuerpo reflejase cl estremecimiento que
saldría el nombre de ella, de la mujer que e1 amaba, para la sombra de un muerto no podía percibir.
romper siglos de olvido. —Todo el corazón que no poseo me tiembla, ese
Me esperaba de pie, sus contornos se confundían con
nom- bre retumba como un eco perturbador en mi
los de los libros de los estantes. Había adquirido el color
memoria. An- tonia Clara, no encontré sosiego durante
ceniciento de la primera vez que nos encontramos,
siglos sin tu voz, sin tu belleza de ángel. Mil vidas
cuando SOlo me inspiraba pánico. perdería de nuevo si con ello lograre revivir los días
—¿Regresas para salvarme o para condenarme sin re-
medio? —Su pregunta venía cargada de temor. venturosos, plagados de veladas promesas, que agora veo
ante mí para mi dicha y tristeza.
—He estado enferma —balbucí.
—Te han arrebatado la paz y te rindes. ¿No es así, Los sentimìentos le salían a borbotones, convertidos
en frases enhebradas con una pasion desmedida. Los celos
Beli-
sa mia? co- menzaban a quemarme donde antes el frío me
petrificaba.
—Ciego de amor me hallaba, tanto que ignoraba sus
158 desdenes y daba alas a sus requiebros. Sus ojos me
159
"
165
"
167
Dame dos semanas y, si sigo igual, prorrieto reconsider-
Ni e1 ni yo merecíamos continuar sufriendo semejante
att-q tOïŁU**.
oera
Vo1vi a escaparme de mi encierro, convaleciente. Sa1í
PCSO Cl tiempo pãsaba, inexorable, y mi ãpfttía me
be casa abrigadísima para combatir el frío de la calle y el
malt. tenía inmövil, tumbada sobre la cama. Imaginaba at
que tenía pegado a los huesos. Debería enfrentarme a los
espec- tro enamorado sumido en la inelancolía, inuer- tos sin reposo y la idea me helaba la sangre.
repasando los re- cuerdos que to ataban a Antonia Clara,
Aproveché que nadie me vigilaba: la abuela salió a
y una punzada de celos me atravesaba el pensamiento.
com- pras, Carmen estaba en clase y papa, en la tienda.
Tardë demasiado en reaccionar. Encerrada en las
El mo- mento ideal.
cua- tro parades de mi cuarto conseguí aislarme y o1› Ya en el portal, se levantó un viento extraño, como un
idar ä todos los fantasmas del barrio, menos a uno que, torbellino que describía ráfagas circulares. El aire,
inevita- blemente, se había colado en ini vida a pesar de cargado de voces que solo yo podía escuchar, me
llevar si- glos muerto.
envolvía arras- trándome calle abajo, empujándome hacia
la biblioteca.
—No he encontrado nada en la Cuesta de Moyano
En la esquina del colegio la vi. Lina, la Loca, agitaba
—vino contando Carmen una tarde—. Había muchos li-
bros sobre Madrid y bastante baratos, pero casi todos los brazos como otras veces y gritaba. Pero esta vez yo
también podía *er quć era lo que intentaba espantar. No
eran de leyendas. Me he comprado uno que parecc eran mos- cas. La mujer no daba manotazos a1 aire, sino
curioso. Ahora me interesa lo relacionadO COri e1 a las sombras de los esrectros que la rodeaban, que la
Madrid antiguo; papa se alegrará, ya me había dejado por
imposible. asediaban para
—¿Qué voy a hacer ahora? —pensé en alto. rogar su anda.
—NeCesitaría algun dato más. Se buena y clame una Permanecí inmóvil frente a ella, pi'esa de un pánico
pista —me rogó. in- descriptible. Si no conseguïa librarme de los
No era yo quien podía ofrecerle la cuerda de la que fantasmas, acabaría igual que Lina: loca y alcohólica,
ti- rar, aunque ella estuviese convencida de que, en mostrando mi desventura y mi demencia a todos los
realidad, se trataba de una invenciön mía. vecinos del barrio.
—Tendrás que ir a la librería esa que dice papá, la cle De pronto, ella se volvió hacia mí y me miro. Los
la calle Mayor’. Puede ser nuestra uniCa oportunidad. fan- tasmas que pululaban a su alrededor también lo
Mientras pedía a Carmen que continuase la hicieron. Con una voz cavernosa se dirigiö a mí:
b(isqueda, me exigí un ültimo esfuerzo, una visita a la —¡Tü tambiën los ves! Ellos te buscan. Por eso gritas
biblioteca para escucharlo aunque doliese, una incursiön por las noches, coino yo. No te librarás de su acoso.
más en sus ínti- trios recuerdos que me ayudasen a Corrí aterrorizada para escapar de su presencia. Sin
descubi ir su nombre. duda estaba ebria pero tenía razön. ¿No dicen que los bo-
i'rachos y los niños siempre dicen la verdad? Yo no era la
168
169
unica que veía fantasmas en la calle Toledo y Lina me
5q_ bría escuchado gritar, como yo a ella, en nuestras
noches de insomnio. Ambas conocíamos el lado
siniestro que se escondía tras los balcones y las aceras
del barrio. VEINTIDÓ S
Su presagio me persiguió hasta la puerta dc la
bibliote- ca y temí que las almas en pena que la
acompañ aban tam- bien me siguieran para abrumarme con
sus ruegos. Cuando alcancé el pasillo de la letra V busqué
refugio en la sombra gris del espectro enamorado y me
eché a llorar.
173
su obra pero al tiempo la seguían como el resto de “
los m No pude por menos de pasarle una copia manuscri-
drilCíiOS. Después, la locura y la muerte de su amada
aumeq. taron su frustración. El año antes de que ta a la dueña de mi pensamiento. Se mostró tan
mundo murió su unico hijo, Lopito, un agradecida que llegué a albergar nuevas esperanzas. ¡Oh,
abandonase este
fe engaña- da del sueño que imagine! Días después, me
joven aventur«o que pereció en un naufragio en una
mostró su deseo de representar un acto de la comedia en
lejana isla.
—Tuvo que ser terrible para él. casa con la intención de levantar el ánimo afligido de su
—Con todo, no dejamos de escribir. Ese mism padre. Solici- taba mi colaboración, que yo ofrecí sin
dimos a la ESCOClá LOS Ói ffrrias de BellSG, la omejor año
pensar: si a los ojos me hubiese mirado habría visto toda
en la que colaboré con el Fénix. Trabajar sin mi alma en ellos. Sue- ño fue mi fantasía y hubo de
comedia
descanso con- virtiose en el único remedio para mi mal y costarme la vida.
también para su melancolía. Él 10 hacía con —El amor nos vuelve ciegos e idiotas. —Habló con
presumo que
conocimiento de causa.
extraordinaria lucidez. La Belisa de la obra se asemejaba
a Antonia Clara: era una dama aguerrida, independiente y —La aciaga tarde en que el mundo se derrumbó a mis
dama valiente que conoce los rigores del pies, Antoñica me buscó y pidiome que nos
hermosa. Una
amor. encontrásemos junto al pozo, como otras veces. Imaginé
—Tendré que leerla, parece raro que en el siglo xvii I disparates: que su amor me declaraba, que vendría a
I
protagonista fuese una mujer así de
resuelta. Recítame restituir el alma que me había robado. Mas su encargo era
al- guna estrofa que recuerdes. simple: deseaba que con- venciese a Lope para pasear
Me miró, buscando los versos en la profundi
dad de aquella tarde, que lo sacase de la casa para que ella
ojos. LlegÓ tan adentro su mirada que reconoció
mis la preparase la representación de la obra. Sería una sorpresa
verdad de mis senti mien tos escondidos y mi tremenda y una alegría para su afligido padre.
confusión. ¡Qué engaño tan necio el mío! Yo le creí, no sospeché su
—«Soy, no soy, vivo y no vivo, y entre tantas confusiones,
ni sé donde he puesto el alrria, ni ella misma me conoce». invención. Le habría dado cuanto tenía, aunque tres mil
Enmudecí y mi silencio fue afrentas me hiciere. «Te lo agradeceré siempre», me dijo.
mas revelaclor que cual-
quier confesión. Después, le escuché pronunciar mi nombre por ultima
—Quizá sea a ti a quien se asemeja, Belisa. Te vez. Jamás volví a verla.
describí antes de conocerte. Las últimas palabras destilaban toda tristeza
Intenté regresar a la realidad y borrar de mis acumulada durante siglos. Sonaron como un suspiro
oídos los
versos que me delataban: yo no infinito, como una despedida irremediable. Le costó
era Belisa, Or mucho
n
que uestros nombres se parecieran y sus contradicciones continuar, como si la última imagen de Antonia Clara se
fue- sen también las mías. hubiese atravesado en su garganta de humo impidiéndole
—¿Antonia Clara la leyó? —pregunte con un hilo de hablar.
VOZ. —Con gran dificultad conseguí que Lope consintiera
en salir de la casa. Apenas abandonaba su estudio.
Cuando no escribía pensaba en su vida con aire
melancólico. El
verano encendía sus luces vespertinas en la villa invita nd " h
si ad or de doncellas? Ni su too m II. * °ã ‘
e
at paseo cuando enfilamos la calle Francos rumbo at i SeCLl
C
176
desventura y las acusaciones que, sin duda, Lope Vqtt¡ã '’
sin que nadie se percatäSCdC mi presencia.
sobre mí. Así transcurriò un año, cuyas noches inver El atía de incertidumbre y temor cuando
lleguë
IìalcS Un siletiClOSObrecogedor
ate el umbral de su alcoba.en-
dormí en un jergón que los frailes dispusieron para (
en penumbra. El ventanuco que comuni-
cerca de las caballerizas y que yo agradecí largamente. V Jvía la estancia
encontraba
Part caba ct aposento de Lope con la Cäpilla se
corresponder a su caridad, di en ocuparme de los escasos moribundo divisaba la imagen
caballos y de ejercer de escribano cuando me lo ãbierto. Desde allí, mî amo
solicitaban. quién sabe pidiendole e1
En mis ratos ociosos, buscando sosiego, leía y escribía de Safï ÍSidro a la que
Si
ver- rogaría
sos que jamás vieron la luz y que escondí entre las eterno descanso.
páginas —St, recuerdo que cuandO VÎSltC la casa me explicaron
Lope podía VCB la Capilla pOr una
de los libros. No pude venderlos, ni Lope ni Montalbán
to
habrían permitido. Su discípulo, mi mortal erlCmigo, se que, dCSdC SP dormitorio,
convirtió en su cancerbero y, mientras, escribía la ventana. Y había una imagen del patrón pude
de MadMd.
ver su rostro
biografía de su maestro cuya muerte preveía cercana. —Me acerquć allecho lentamente y
la ventana. Sus
—Entonces, ¿pueden quedar poesías tuyas lívido, su frente sudorosa y sus ojos fijos en
rensible. De
escondidas en estos libros? —mi pregunta iba cargada de labios secos susurraban una plegaria incomp
esperanza. levemente y me reconoció. Su expresión
se
—Dudo que reste alguna de mis tiempos. VOZ
huesuda maIiO. COIi
alteró y atrapó mi brazo con su aquí,
—Tienes razón, han pasado muchos años y
crispada me dijo: «¿Quë haces infame? ¡Quë atrevi-
demasiados alumnos. ho-
miento! ¿Vienes a entristecer aún más mİS OStTeras
A pesar de la evidencia, me prometí buscarlas aunque acertë a dCCİT. «No to
tuviese que remover la biblioteca entera. ras?». «Vengo a rogar su perdón»,
Sin fuerZas—. Solo mereces e1
—De nuevo volviö cl verano —prosiguió— y, una tendráS, m8) ÌtO -SOİİOZÓ
ás el dolor que
ma- ñana de agosto, uno de los frailes vino a anunciarme peor de los tormentosy así comprender
me has causado». Entonces lanzo sobre mí su maldİCİÓn
que Lope se moría. El Fënix había sufrido un desmayo y
CtC*- na, la que e tiene atrapado desde hace siglos,
se encontraba postrado en su lecho debatiéndose entre la
sumergido tiempo
vida y la muerte. Acudí presto a solicitar su perdòn, no en el amor y el olvido: «Vagarás por el
deseaba que abandonase este mundo con el odio prendido sin estar del todo muerto, sin recordar tu nombre ni e1 de
la mujer que
en su alma. Y yo no quería arrastrar su inquina el resto arnas; condenado a una eternidad sin
sosiego hasta que la emoria».
de mi alguien se apìade de ti y te aide a recuperar m
vida. Mas aquello que temía fue to que acontecio. No
sos- TC me ha sido
que
pechaba que mi existencia maldita resultaría tan eterna-
mente larga. Conseguí entrar en la casa por la puerta tea- stem fueron sus palabras, las unicas
Esas
permitido evocar, cual letanía infinita.
sera del pati o. Conocía las costumbres de la casa y Condenado a una eternidad sin sosiego que ya duraba
destinada a ser quien
aproveché la salida del rapaz que se encargaba del casi cuatrocientos años. Y yo estaba
en paz por fin y
cuidado de las gallinas para introducirme sin ser visto. se apiadase de e1 y le ayudase a descansar
Alcancë el
179
178
para siempre. No poclía eludir mi responsabilidad, por ;ø un despo)o logré
que ello supusicra perderlo incluso en ct recuerdo. Cuand la biblioteca.
todo acabara, sti imagen se borraría definitivamente de ; Aquí sueño repai
memoria. Polo me quedaba escribirlo para que, at menos, a to
pudiese reconocerlo como un personaje, conio una
Cqãnclo divisë los cstantes
atestadOSde libros y
ficcipq literaria. co lTtprObC
Aún debía contarme el final. No habría sido necesario que ya nO sentía ningún dolor. Tarde en
reconocer que la Lope se estaba cumpliendo punto por
pero el necesitaba desahogarse, sacar los inalos punto,
recuerclos para conjui'ar su propio miedo, para ignorance
que me hallabä en un estado fuera de la vida,
compartirlos conmigo y así descargar el peso de la do amor que
i pasado y mi nombre, SOIO atravesa por el
amargura. en mi
—En ese instance una potente › oz se alzó tras de mí. profesaba a una jjqjjjØr CLiyo roStrO SC desdibujaba
«¡Desvergonzado villano!». Era Montalbán, que me
obser- vaba furibundo, dispuesto a tomar venganza en
nombre de su admirado Lope. Me arraströ fuera del
aposento, me alzó en el aire y gritó: «¿Cómo así a venir
te atreves, sin tenner tu daño, insolence? ¡Lamcntarás tu
osadía!». Me culpö de la enfermedad de Lope y tambiën
me maldijo: «¿Quién crees que eres, sucio bastardo?
Nadie te recordarú. En cam- bio, nosotros seremos
inmortales, nuestra fama hara que pervivamos en ct
tiempo». Luego, manifestö su odio mortal empujãndome
hacia las escaleras. Allí me propinó un terri- ble puñetazo
en el ojo, se me fueron los pies y caí rodando hasta abajo
golpeándome en la cabeza. Luego me expulsó a la calle a
patadas. Un dolor infame me hizo perder la conciencia.
El golpe de Montalbán me llevaría a la muerte sin
remedio. Quede postrado en medio de la calle sin que
ningún cristiano se apíadase de mí.
—¡Qué bruto! Si hace eso ahora lo meten en la cúrcel.
A un chico indefenso...
—Cuando despertë del desmayo, mi padecimiento era
insufrible y sangraba en abundancia. Rasgué un jirön de
md camisa y tape con ella herida por la que se me
escapaba la
181
180
VEINTITRÉ S
183
—¡Lo he encontrado! —exclamó eufórica mi
hermap3 —Seguí leyendo y < P'°>*° P* a hablar de Lope y
entrando como un torbellino—. Sin la última pista que dcl secuestro de su hija Antonia Clara. Contaba que la
iyg diste jamás lo habría conseguido, pero sabia que ahi chi- ca sc habia fugado con un tal CristÓbül de Tenorio, a
est b la clave. da-
Puse cara de no entender nada, pero continuó da por la criRClã.
hablando Un rayo de esperanza entró con ella para —¿Ponía su nombre? —salte como un resorte. Lo que
encender’ una luz en mi cuarto oscuro. El momento contaba coincidía con las confesiones del fant8SITI8.
mágico se me presenta ahora envuelto en un halo de Pues claro. La crlada se llamaba Lorenzo Sanchez.
misterio, como si el tiempo se hubie- se detenido durante —¡Lorenzo! ¡Te llamas Lorenzo! exclamó eufórica.
los minutos que duró la revelación. La re elación iTlCP1ZO Sáltar de la cama y abrazar a Cár-
—Fui a la librería esa que dijeron papa y tu, en la rnen. Mi hermana también se mostraba feliz: había
calle Mayor. Está muy bien, son todos libros sobre resuelto el enigma que yo le había planteado, ella solita.
Madricl. En- contré el mismo que me compré el otro día No sospe- chaba que acababa de descubrirme un nombre
en la Cuesta de Moyano, et de leyendas, y muchos más. que yo cles-
Me estaba marean- do de leer tantos títulos cuando vi una conocía tanto como ella.
coleccion sobre la vida cotidiana en Madrid en los Estábamos salvados. Ya podía llamarle por su
nombre, Lorenzo, aunque fuese una étnica vez, porque al
diferentes siglos. Pero re- sulta que justamente faltaba el
recordár- S y
siglo Xm1, el qtie yo buscaba. Le preguntó al encargado, elo desapareCCríade(initivamente de mi Vidã
y2greSãfÍã
un chico con barba muy serio, y dijo que quizá estuviese allugar del que nunca deberfa hãbCf salido. La
en la planta de arriba. É1 siguió concentrado en se verdad efã irremediable y abrumador8 pCfO Siempre lo
podría recordar
ordenador y yo subí. No sé como no se mosqueo con la llamándole Lorenzo; ya no sería el tuerto
cantidad de tiempo que pase tomando no- tas. Enseguida maldijo o el es-
pectro enamorado. Mi amigo, o lo que
encontré el libro: Lc vivia cotidiana en ci N/n- rIrir1 ríeí fuese, poseía nombre y apellido y eso le daba COIiSlStCfIClã
siglo xvii, de Jose del Corral. Era un 1ibi'o gordísimo y no TCaÍ: IO que nombras,
procedía leerlo entei'o. Miré en el índice y tampoco te existe.
creas que me dio muchas pistas: nada de criadas ni de Lorenzo. Sonaba bien. Guardaba el eco del zumbido
de las abejas y recordaba la gloria monumental de un
Lope de Vega. Lo unico que podía tener relación era un monas-
capítulo titulaclo «Recuerdos de tres poetas clel siglo cle
terio.
oro». Allí hablaba de un conde que fue asesinado en
LOrenzo. Ya no podía imaginar otro nombre para el y
plena calle Ma- yor y los sospechosos del asesinato eran
me sorprendía no haberlo leído en su rosti'o.
doscientos; medio Madrid tenía motivos para cargãrselo,
Lorenzo podría descansar en paz, lejos de mí.
incluido el i'ey. Una historia curiosa.
Y yo dejaría de ser perseguida por lOs Íantasmas del
—Ya, el Concle de Villamediana —recordo—. Nos lo
barrio. Se acabaría la tarea ingrato y agobiante de atender 3
contaron en un recorrido cultural que hicimos en primero. sus peticiones. Por in
—Y me he enterado de m3S CoSas.
184
185
Las palabras de Carmen cortaron mis
ti pavor y la dulzura vividos para regodearme en mis con-
pensamientos. corazón perderlo, era inútil
—iDe qué cosas? tiadicciones. Me deSgarraba eltambién deseaba que encon-
del sentimiento, pero
Un dato inesperado trastocaría el final previsto para Lo. renegar
renzo. Los vericuetos del destino nos sorprenden con sus trase una paz que llevaba S1g1OS iiTlplorando. Podía, si mis
hilos invisibles. Mi hermana descubrió algo que y traspasara el umbral
sospechas se cumplían, intentar que
hubiera imaginado. de la vida en compañía de SE ámOf eterno.
—Pues resulta que, después de la muerte de Lope,
Convoqué a propósito la memoria de nuestras Conver-
otra de sus hijas, que estaba casada, se fue a vivir a la
sa su voz para sentirlo cerca,
ciones y evoqué el sonido deimposible
a pesar de que la verdad de lo se imponía de
casa de su padre. Y un día... aparecio por allí Antonia
Clara. Volvióa su casa después de bastantes años. forma
tin c1ará COTHO irremediable.
Tenorio la abandonó al poco tiempo de su fuga. Luego se
casó y enviudó. Pasó en la casa el resto de su vida, par, pero esa
A la mañana siguiente me volví a CSCá
primero con su hermana y sus sobrinos y, luego, sola vez día se
no fui a la biblioteca. A pesar de que el
hasta su muerte. mostrábá
inusualmente soleado, me aterraba la idea
de
El corazón me dio un vuelco y me subió un calor
des- conocido a la cabeza. Antoñica había regresado a
atrílVCSá ¥ Cá -
lles estrechas plagadas de almas en pena y
decidí tomar un
casa y había muerto allí. ¿Vagaría su fantasma por la taxi hastá la CáSá de Lope de Vega.
habitación de arriba? Por mi mente cruzó algo que podía —La calle Cervantes es de acceso exclusivo para reSi-
entó
parecer incon- cebible y completamente absurdo. Quizá dentes, así que no te podré dejar en el portal—argum
ella regresó para
pedir perdón a Lorenzo, para recuperar su amor traiciona- el taxista.
do, para reconciliarse con su pasado y vivir sus últimos —Por favor, es que tengo un tobillo torcido —mentí.
años en paz. Pero no lo encontró, Lorenzo jamás volvió —Te dejare lo más cefCá OSible. achada en el
porque había fallecido muchos años atrás. Y tal vez
nadie se lo dijo. Y siguió esperando... después de
186
muerta.
Solo había una manera de saber si mis suposiciones
eran ciertas y unicamente yo podía descubrir la verdad
oculta durante siglos. A mi memoria acudió el recuerdo
rezagado de mi primera visita a la casa. Allí, en el cuaftO
que ocuparon las hijas de Lope, percibí entonces una sor-
bra perdida en el azogue del espejo.
189
'"‘“' '1
el remediopara su dolor
eterno. HabÍá Qágado con
crece
y duranteun tiempo eXag¢md su error, su osadía, se
genuidad. Porque, en realidad,
ella también había sido
VÍCtÍma de aquel desvergonzado
CriStÓ bal
que solo fue en caprichO pasajero.¡Que Tenorio Jara el
difícil es a vece
VEINTICUATRO
reCOnOCer a quien de verdad nos s
ama! Antonia clara
Stlfrido siglos para descubrirlo. habia
—El tOdaVía te q liere—le confese.
Quizá mis palabras le regalasen
una chispa de luz en s
oscuridad, un consuelo en su tristeIa,
un motivo para son-
reír despues de tanta pena, una
justificació n para tantos
siglos de soledad.
—Lo traeré, te lo prometo—afirmó
con rolundidad.
¡Señ orita! No S2 puede quedar
áfada, tiene que
ahí seguir la ViSita con el resto del
grup
El reto de la guía, que me
miraba COn Cára de
pocos lndiqué al taxista que parase frente al colegio. Primero
áITIÍgOS, me despertó de mi
sueñ o. El espejo permanecía debía contarle a Lorenzo mi increíble descubrimiento. Si
inmó vil y vacío, comO tin adorno
mas, tan prescindibleque
ásába desapercibido. conseguía reunirlo con Antonia Clara, la maldició n de Lope
se conver-
Lo traeré. Mis tiría en todo lo contrario, su espera no habría sido inú til, sus
dO áCábÓ la visita. IO ÍaS palabras me acompañ ab an cuan- siglos de olvido tendrían un sentido: recu erarla a ella.
Lo traere.La frase me taladrab
a la cabeza mientras
—Hay algo que debes saber — saludo.
fue
en direcció n a la calle Atocha, corría —¿Mi nombre? —pregunto esperanzado.
ITlÍ£á £ haCia las ventanas —Aun es pronto para revelártelo.
ni
sinlos portales, solo
Sálvaci El freFtte y al
191
—Afin no. Escúclaame antes de seguir pidiéndome
qøø te lo diga. Se algo niás que lo cambia todo. Algo que cient’
llCVä1’fe
tg convertirża en ct fantasma mas feliz que haya existido. chando antes. iQue tengo que hacer pays
—No te mofes de iní —se lamentö. hasta allí?
—Sonríe, amigo inío. ¿Qué deseas más que la paz de Supuse que conocería la l’CSpuesta.
{ø
otra vida? —Lo ignoro, ¿wo to sabes tú?
—A Antonia Clara —respondió fascinado.
¿Nunca häs intcntado salir dC biblioteca?
CStã
—Años despuës de tu muerte regresó a la casa de la
Empecé a asustarme. La solución tan cerca y
descono-
calle Francos a buscarte. Todavía te está esperanclo. Me cíamos la manera de llevarla a
ha pedido que te lleve allí con ella. osible
CäDO
La luz dorada que irradiö su figura sin cuerpo me inclu-
des-
Ğflä invisible me
so abandonar aqueste pasillo. to
lumbrö. Desapareciö su color ceniciento y los contornos impicle.
Estás atrapado como yyyy pğjqț I n una jaula —më
de su cuerpo adquirieron una tonalidad luminosa, como
si la
felicidad se hubiese materializado. que mrnas y no puedo
desesperć—. Encuentro a la mujer
Su proximidad me regalö un calor de verano, reunirte con ella. marIC£ä. Curiosamente, Al me
impregnado
de risas y de sueños cumplidos. No necesitë ver su rostro Tiene que habeT una
za
para saber que todo e1 contenía la sonrisa más largamente tyãnquiliZaba—. No sería ãbã l perder la esperaiì ahora.
guarda-
da
ma-de la historia. Ninguna frase poclría explicar mejor la —¿Anton&Cb» sabrá?
ravilla de su anhelo ecuperado, de so alegría desbordante. p d;¢hO que me lleves con ella,
—NoesprohaMe S ã
—¿Es posible inayor jübilo? Has lograclo un eS que desconoce có ITlOSäÌİï de 1 casa. De haber Odido
milagro, Belisa mía. Un milagro que jamús osé sonar. No hacer- Madúd y me hJĘría
lo me habría buscado por
han basta- do siglos para olvidarla ni agravios para encontrado
odíarla. No hay mayor gloria que unirme a ella para conocimientos de
¿No hay en tu tiempo mujeres que tengan
pasar la eternidad jun- tos. Mucho más que uria vida habíalas, mas se ocultaban ĘO£ ITI
iedo a
la ct
mortal. lFtquisiciófI. Hacían tratos con el rnás alia, predecían
—Continüa siendo hermosa —precisë. futuro, preparaban pòcimas y filttOS amorosos y se decía
—Nada podría arrebatarle su belleza, ni el tiempo ni que hablä- limanerãs
la muerte. Me huelgo de haber aguardado siglos si ansí ban Con los inuertos. Algunas S
ejercían a escondi-
recu- labor. había una en la plaza de Santo Domingo...
pero su rostro bello. Jamãs perdí la esperanza del
reencuen- dos ta1 So1iinanei'as? ¿Que es eso? n, un Ęl8SiOQara que
mo, por ello nunca deje de amarla; el olvido sería traición FabriCaban y Vendían solimă em
mo y brilläntC.
a una pasion verdadera. las damas luciesen un rostro blanquísi —. AhOfä
—Y yo que pensaba que era más corto el amor que el —Siempre esclavas de la moda —comentë
olvido... —suspirë no sin cierta envidia. nos clamos maquillaje para
193
192
morenas. En fin, dudo que siga viva esa solimanera de la
ml instante la puerta se abrio y ascendí lentamente
plaza de Santo Domingo. Tendrë que preguntar a alguna has- ta el segundo piso por unas escaleras tan angostas
bruja moderna. En el nümero 61 vive una mëdium, at como oscuras. La luz del descanso no (uncionaba y la
menos eso indica el cartel de la fachada. Supongo que única cla- ridad se filtraba por un ventanuco que daba a
será una de esas que echan las cartas y te dicen que todo
un patio in- terior. A pesar de to siniestro del escenario,
en tu vida va a ser estupendo, pero es lo unico que se me
no me asuste ni pensë en que poclría aparecer de pronto
ocurre.
algún espectro fa- lleciclo en aquella casa. La
—Visítala con presteza. El tiempo de la maldìciön es determinación y el convenci- miento con los que había
ya demasiado dilatado y agora es la impaciencia la que abordado ct asunto me concedían una fuerza incontenible
me consume. ¡Corre! —me ordenó. y un valoT desconocido. El vërtigo de haberme convertido
Y eso hice, corrí hasta quedarme sin aliento, tan en testigo y cómpliCC de flu aITIO£
depri- sa que no di tiempo a los espectros rara que se casi eterno me daba aläs.
asomasen a los balcones. Quizá sabían que necesitaba un El sonido estridente del timbre consiguió sobresaltar-
parëntesis de tranquilidad para ayudar a los enamorados me. Antes de que dejase de resonar en mi oído, una extra-
separados du- rante siglos. ña mujer abrió la puerta. Vestía una túnica dorada y
cubría su cabello con una especie de turbante de colores
En el portal del nümero 6l lucía una placa estriden- tes que parecía puesto a la camera para
anunciando los servicios de la mëdium: «Morgana. impresionar a los clientes. La mujer, de edad indefinida
Vidente, gabinete esotérico, tarot. 2º C». pero claramente ma- yor que mis padres, me observo con
Unos meses atrás habría pensado que se trataba de un desconfianza entor- nando sus ojillos pardos, como hacen
claro engañabobos; sin embargo, en ese momento ya no los miopes cuando
estaba segura de nada. De entrada, me pareciö poco han olvidado ponerse las gafas.
origi- nal el nombre de Morgana: la bruja más famosa de —Eres muy joven —me soltó—. ¿Has traído dinero?
las le- yendas del rey Arturo. No me pare a considerar En mi afán por encontrar una solución a1 problema de
que tendría en realidad un nombre corriente, como Paca Lorenzo, había olvidado que ciertos servicios se pagan y me
o Josefa. Pero temía que por un precio abrumadoramente excesivo.
¿quién iba a acudir a la vidente Paca? —¡Ya se quiën eres! —exclamó cambiando el tono y
Quería creer en ella, de momento no tenía otra sustituyendo la mirada inhóspita por un gesto de satisfac-
oPción. Llamé al timbre y tardaron un rato en abrir. Una ción.
voz empa- Su cara también me sonaba, quizã la había visto com-
lagosa anunció los servicios del «gabinete esotérico» y prando en el mercado o había entrado en nuestro tienda
me preguntó que deseaba: en busca de alpargatas, pero no llevaría ese llamativo
—Una consulta sobre... apariciones —se me ocurrió atuendo, sería una señora con su peinado he peluquerïa y
decir. su chaque- la de cuero, por eso jamás podría
reCOrlocerla.
—Eres la hija de
% pedido que los reúna. Llevan siglos separados y quieren
Velasco, Si no llevas dinero, que lleve a un espectro junto at otro para que clescansen
ya md lo 8 pedïrselo a tu
unidos y en paz.
¡madre.
Muy lista la señora. Acababa de —Ya —dijo como si estuviese acostumbrada a
asegurarse cl cobro
SÈU SĞŁVÎCİOS, S8bÎa cțtle yo le Ęagaría antes de consentir
escuchar afirmaciones semejantes—. ¿Y desde cuando
dø tienes ese sueño?
qpØ ’° °n'e'^s° ›=i padre ¡Cs,»o
te! Pensarío que me había La pregunta me arrancö una sonrisa, la mujer creía
que to había soñado y no pensaba sacarla de su error.
vuelto loca, aunque, en realidgd la cordura ya no formaba —La misma pesadilla se lleva repitiendo durante me-
parte de mis cualidacles.
—POST —me invitö a seguirla a to largo de tin p ses. Tainbién aparecen otros fantasmas y paso mucho
infinito. asillo mie- do. Los clos me han dicho que, hasta que no consiga
la mëdiuni se detuvo ante una puerta adornada t¡ unir- los, no acabarán los malos suenos. Tiene que
C
estrellas fluoresc ayudarme
bitaciön era pequeña o, at menos, lo parecía —supliquë.
de tan abarro-
tada COITIOCSt8ba. Una mesa presidida Sin mirarme, dejö de barajar y comenzö a distribuir las
por una bola de
Cristal, ocupaba el centro del cuarto. cartas boca abajo sobre la mesa.
Estanterías saturadas
dC İITlúgenes y amuletos cubrían las —Veo que tienes un amor —dijo levantando el naipe
paredes: vírgenes, ex-
Votos de cera, piedras de diferentes del centro—. Más bien son dos y estás en una
tälTlaños, aves diseca-
däs, lamparillas de luz agónica, atas encrucijada. Lo que decía tenía sentido pero no era eso to
P de conejo y flol eS Cfc
plástico, entre olros diversos objetos, que había venido a escuchar. La cama representaba a un
convivïan en aquel
extraño revuelto Sin orden ni hombre en el medio y dos mujeres, una a cada lado; desde
concierto. Un armario des-
vencijadOCOmpletaba el mobili8rÎo. Me quede lo alto, cupido le lanzaba sus flechas. Levantó otra, un
boquiabiei—
la presenciando el llamatiVo amenazador esque-
espectíaculo pero la mŁ1jer me
Ordenõ sentarrriey no pude seguir escudriñando las leto segaba cabezas con su guadaña.
sorpre-
Sas —¿Qué
de los estantes. —Es la muerte —explicö innecesariamente—. Hay
c{uieres saber ¿Te
JLOS CStudios?
amor y muerte en tu presents, pero no tc asustes, eso no
quiere decir que vaya a morir nadie...
La mujer me abrumabø a preguntas a1 tiempo que
movía entre sus dedos una baraja re- «Ya to se —Pensë—, es que ya estú muerto».
de cartas tan
y llena de mugre que parecía haber rtenecidodesgastada
a la «soli- —Es una ruptura, alguno de tus dos amores desapare-
l°•
cerá de tu vida.
Einpccé a ponerme nerviosa. ¿De vcrdad era capaz
manera» Sñ ČCÍ SUPOXVII a la que aludiö Lorenzo. aquella mujer de predecir el futuio?
—Vera. —No sa bÍ8 Cómo empezar a explicable—. 196
muertos se haft puesto en contacto conmigo y me
Dos
han
—Bueno, yo. . —la interrumpí—. Lo clue cleseo es
so- lucîonar lo de mis pesadillas.
197
—Tranquila, chiCø Ț d
re habían esos Se undară. ¿Desde quë lug tø
ã s solo te faltan los utensilios para ejecutar In magia. Y yo te
fantasmas?
—Pues, el esta en una biblioteca de los voy a dar.
la que no p •d‹
salir y ella, atrapada en un espejo. Se levantó y, abriendo una rendija del armario para que
Amboslugaresdistan
par ilÓ etro , COynO pp un no pudiese ver to que guardaba en e1, extrajo un par
de —Interesante —c to Si
Øi eț ¡ n dCjar de destapar
ŁäS—. I Cä £ŁO, tienes que moverte: car- de velas grandes: una blanca y otra negra.
debes ser tu quien 1
transporte,eso está claro. —Esto te servira. Son unas velas especiales, se usan
El naipe mostraba a un hombre en rituales en los que se desea entrar en contacto con ct
- subido en un carrom
más alia. Tienes que ponerlas en el lugar en el que hayas
visto a
to tirado por dos caballos, e o ã uno de los fantasmas en tu sueñ o, en el sitio que hayas
p r parecían
ciones opuestas. Caminar en direc- re- conocido con más claridad. Antes de encenderlas
—SOIO tú tienes los medios
coló calas exactamente a trece centímetros una de otra, cl
trece es el
dando la vuelta a otra carta—. Ves, numero de la muerte. Primero enciende la blanca y luego,
instrumentos deessuelofi
mega tİe£le todos ICES mago.
Cİo p
Sobre la con su mecha, la negra. Cierra los ojos e invoca a los dos
Solo r sta
mago.seSin
apoya sobre TECS fantasmas. Debes desear con todas tus fuerzas que se reu-
e O A
SŁl Sabidur ía ä Łä S, Îä Ctlarta es la pierna del nan y que desaparezcan de tus pesadillas. iLo has entendi-
Entonces los objetosno sirven. do bien?
escubrió el ü ltimo naipe. Un tipo Asentí con la cabeza,pensar
sin palabras, no sabía qué
d Orlando
andrajos
un hatillo o, bro, SO
at hom
perro. Odiaba ct acoso de ni quë decir. Ella prosiguió con la parte del asunto que mas
un
E1 IOCO —sentenció —. le interesaba.
Como ë1 st no aciú as. Corres peligro de acabar
—Bien —hablö con el mismo tono que usa mi padre
Se me puso la carne de gallina, la para decir el precio de las alpargatas que vende—. Por
misma sensacion
que cuando descubríel acecho incesante de los ser del barrio y conocida no te voy a cobrar la consulta,
äCOrde de Lina, Íä ÙOCa: ÍäS CaFtas me
espectros. Me solo las velas. No podrás encontrarlas en otro sitio.
vaticinaban que aquel
sería mi futuroSİ Rio conseguía liberal Cuestan
ä veinte euros cada una, precio de coste por ser tú . Ven con
nia Clara de su eterna maldició Lorenzo y ã Anto- el dinero y te las podrás llevar.
n.
La mujer reconociö mi miedo y reaccíonó , Y dio por concluida la visita. Sin añ adir nada mas,
parecía tan sorprendida COmo yo de lo que le aunque me acompañ ó hasta la puerta y me despidió con una
lado el tarot. había reve- palmadi- la en el hombro.
suelo ver estas cosas tan tre
—Ven cuanto antes, ya sabes a lo clue te expones.
pero no I
mendas en las cartas, La frase sonó amenazadora y retumbó en mi oído jun-
e
P'’* °°P*S —md tranqui1izö —S, e Có mo
to con Portazo que dio at cerrar la puerta en inis nari-
narlo. Ya häs visto que eres el mago,
solucio-
quid tienes la sabiduría, el
ces. Una acusada sensaciòn de soledad e indefensión me
198
199
8CO1T1Çañó escaleras abajo. El valor
llegar’ a la consulta de Mol gana acui>ulaclo antes qg
se había evaporado al r
S
trado ror las c9rtas del tarot.
Aun no había procesado los
ulfÍITlnS acontecimientos
Í8S Clal'ÍVÍc1entcS redicciones de VEINTICINCO
18 médium me habían va-
puleado Como a Un pelele.
200
201
abuela anduvie-
se habían equivocado, es más, sus predicciones me cuando el VOlviese a la tìenda y Carmen y la
resulta-
ron sobrecogedoramente certeras; ¿por quë no iba a sun a to suyo.
corazön
ocurriö lo mismo con el ritual de los cirios? quella tarde desap acible, salí de casa con ct
Mi padre, que había salido de la tienda pura bajar el encogido y las dos velas en la moChÌlä .
ana había lucido soleado, Se
toldo y fumar un cigarrillo, me encontró cuando El cielo, que pot lã mañ negTo que mis pen samientos
regresaba de pagar a Morgana. transformó en un telón más
y
nuestras CabezaS
—¿Pero se puede saber, hija mía, quë haces en la amenazaba con desplomarse sobre
calle? COLI- Unos truenOS
vertido en claaparrón.
¿De dónde vienes? ¿Es que quieres recaer? —me soltó desacompasados y so- litarios intentaron asustarme sin
en- fadado. conseguirlo, mi concepto
derablemente en las ulti-
—Es que... —no sabía como justificarme— me he de lo temible había variado consi
acercado a la tienda de las remeras, ahí en la plaza de mas semanas.
de
Cas- Tiaspasé la puerta de biblioteca con una sensación
corro. Necesitaba tomar un poco el aire y hoy, por fin, ha IN nostalgia anticipada,
quizá ría a nuestra cita
salido el so1. T1äIlߣdä e devolvernOSlä
—Ya, pero no tienes buen aspecto. Pareces un fantas- forzOSa.
ma, con esa cara tan blanca, las ojeras y esa ropa tan —¿Has logrado descubrir la I
negra
y funebre. paz, BelİSä?
Un fantasma, sí; mi padre no podía haber utilizado un Lorenzo, contornos continuaban siendo doradOS
a expectante.
cuyos
símil más apropiado. de esperanza, me aguardab
—Gracias, papá. Los hombros siempre con sus Quizá —dije las velas de la mOChİlä.
comen- tarios delicados. sacandO
—Perdona, hija —rectificö—. Quiero decir que aun no —¿Qué traes? ¿CirlOSÎ Susp r@— Y me temo que
Es una
h› $gr›—ã
larga S
resumo: he
estás en condiciones de salir de casa. Y menos a compras hoy no deseas que hable sino que actúe. Te lo
que debe-
remeras de esas tan negras y siniestras que vende visitado a una bruja y me ha explicado el ritual
Braulio. No los entiendo a los jóvenes. mOs realizarpara que Antonia Clara y tú se reúnan.
Aho£ä
«Quiën fue a hablar de siniestros», pensë, pero yo sć verás.
indicó la mujer y, con
medir mis palabras más que mi impulsivo y poco diplomá- Encendí las dos velas como me
centímetros de dìstancia.
tico padre. una regla, marqué los trCCe de la Inquisicion te
—No te preocupes, papá. Voy enconti'ándome mucho Si te descubren los del tribunal
mejor —intentë tranquilizarlo. La orden de mi padre truncó mi deseo de velas.
—Pues no lo parece. Anda, sube a casa ya. ir a la biblio- teca a probar el efecto de las Debería
esperar a la tarde, detendián por baja —dİ$O Qreocupado.
No te preocupes, ya no existe la ón. En todo
lnquisici
202
caso me tomarían por chíËäĞä — 8 aclaré.
—¿Funcionará, Belisa?
203
—No estoy segura, pero al menos debemos
Un trueno seco hizo temblar los cristales pero no
probarlo,
£1o nos queda otra elecciÓ n. Ahora con- siguió asustarme. Lo interpretë como si se tratase cle
debo invocarlos a
los dos y descar que sus almas se unan. la ban- da sonora del conjuro: torments para acompañ ar la
POS lTliramos despacio, intentando resumirtodo to escena.
deseábamos decirnos y ïoclo lo que nunca nos ¿Ser(a la senal dc que la invocaciö n había funcionado?
guy
confesado. Una parte cfc mí No me atrevía a abrir los ojos y no consegriía
habíamos
deSeabaardientemeF1terevelal- le su nombre y que mi acompa- sar mi respiraciön acelerada ni mi pulso
de este mundo.
desbocado. Cual- quier resultado sería descoiazonador: si
rostro fuese lo ü ltimo que se lleVase
imagen Lorenzo seguía allí, habríamos fracasado; pero si no
BaStarí8 COn SCCİO «Lorenzo» hara clue mi lo
conmigo estaba habría desapare- cido de mi vida harasiempre.
acompanasepor toda la eternidad,
pero no e a Un facto suave acariciö mi rostro trasmitiéndome paz,
con quien e1 llevaba siglos soñ ando. solo entonces me sentí capaz de enfrentarine a1 resultado
—Ella seră quien pronuncie tu nombre —me resignë.
—GF8Ciíís, Belisa. Aunque *’I'm Cls tu memoria, del conjuro, fuese el que fuese.
guárdarrle en tu corazó n. —Sigo aquí, Belisa.
—No te olVldarë. Lo he escrito
CäSl tOdO, Cstńs
inmor- LäÍİZäÒ O a Ł£äVes de las palabras. Así vivirãs en mi
Lorenzo me miraba con resignació n, como si desde
ct pú ncipio no hubiese creído en la efectividad de aquel
recuerdo ä Łä SİCmpre.
absur- do ritual. Las velas se habían apagado y de sus
Bajë la vista y cerrë los ojOS; si lo seguía m
irando mechas subía
echaria ä llorar, aunque mis palabras y
me mis gestos un hilo de humo gris. Me sentí ridícula e ingenua r '
desvela- ban mi congoja sin necesidadde lsgrim . ha- berme tragado los engañ os de aquella charlatana de
Pense en Antonia Clara, atrapada en el espejo, esperan- feú a.
do el perdö n y el reencuentro COr1 quien deberíahaber —Lo siento —acerte a decir—. No sć cómo he
el
siclo amor de su vida y no Ìä mä ldiCİÓ nde su muerte llegado a ser tan inocente, me ha engañ ado y me ha
Pensë en Lorenzo, encerrado entre los libros de una sacado toclos mis ahorros.
Łuscando rnagenes en su memoria
biblioteca, —No te tortures, la desesperación nos lleva a creer
perdida, suplicando İrlİ1tilmente a quienes se cruzabanen en quimeras —intentö consolarme.
set camino. Ninguno —Ahora sí que no se que vamos a hacer’ —me renclí.
mCreCía seguir sufriendo. Yo, tampoco. Enton-
ces dcseé que las velas los transportasena
—Tendrú s que traerla a ella ac{uí —sugiriö .
un lugar —¿A ella? ¿Còmo?
mejor, lOrtCle no existiera rencor ni ol› iCİn, donde la
C
—En el espejo. Ti'ae el espejo a la biblioteca.
memoria solo sirviese Paraevocar recuerdos hermoSOS —¿Estas clicienclo que lo robe de la casa museo
NO se cuento tiempo plimä Ęlec
í inmÓ vil, inœnmnÜo
cle hope? Estú s loco, eso es imposible. Podrían detenerme
que mi mente acumulase la fuerza suficiente
CÎCSä fiílŁ a1 destíno aciago.
COI O ȘBt8 solo por intentar descolgarlo clelante de las narices de la
guía.
—Curioso tiempo el tuyo, en el que un rìto
profano es menos peligroso que descolgar un
espejo ajeno.
205
—No puedo hacerlo —insistí.
—Esa estafadora jamás ha tenido contacto con espec-
tros —dijo refiriëndose a la médium de pacotilla—.
¿Quien habrá en Madrid que hable con los muertos? VEINTISEIS
¿Quiën habrá en Madrid que hable com los muertos?
La pregunta martilleó mis sesos hasta romper la cúscara
de mi ceguera. ¿Cómo no lo había visto antes? La
Tespuesta lleva- ba años gritándome por las noches desde
la buhardilla del edificio de enfrente. Sabía perfectamente
quiën hablaba con los muertos en la calle Toledo, aparte
de yo misma.
—¡Lo se! —exclamë—. ¡Se quiën se comunica con
fan- tasmas! Hay alguien más en el barrio que sufre la
misma maldiciön que yo y desde hace muchos años. Polo
ella pue- de a darnos a encontrar la solución.
—Si ella no lo sabe, sus muertos sí to sabrán — vechando la
senten- ció rotundo. Me cole en ct portal del número 50 a TO
sa1ida ries
de un vecino. DeSCOnocíacuál de IOS GOZO
del pOrtero autornátİCOCOiresporidÍa a la buhardilla de
Lina y, además,
i o me habrÎa CXrrañaclo que no
funcionase.
Entrë sigilosamente en ct ascensor,
deseando diSİlTïìlläT
chocado
mi presenCia, aunque a nadie IN habría
e ncontrar- me allí, mucha gente me conoce en el barrio y
podrÍa prë-
textar cualquier encargo.
en unas semanä s. ATI-
Pensë en to que habÍ8 Cämbiadoun terremoto en mİ
tes de que Lorenzo entrase como
vida, jamás se me habría ocurrido acercarme a ese portal
ni mu- C la que
ho melìos enfrentarme a Lina, la LOCd,
me desvela-
pesadillas, y en su
ba por las noches, la que azUZãbä ITtÎS
propio terreno.
El ascensor solo subía hastä Cl Cuãrto pİSo; quinto, en
at
206
d
q la, había que ascende un
u
207
e
s
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n
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t
r
a
b
a
l
a
b
u
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a
r
d
i
l
ti'amo a pie. Se det*ivo le golpe, como la mayoría cle l
elevadores viejos que se instalan en los huecos de —Polo usted me comprendera, ya sabe a lo que me
las c, s
antiguas, } cl zarandeo me r FC İClO.
emo iö las *ripas tanto como
ø| OCO[ que parecía reptar escalones abajo. Lina sabía que compartíamos maldiciö n, era la unica
Un intenso hedor, como a pis de gato, marcaba el can,i. persona viva que conocía la realidad de mi situació n, la
no a casa de Lina. Seguí el ú nica con la que podía hablar sin que me tomase por una
de una de las buhardillas Era una uerta que llevab
r a chiflada que decía ver fantasmas.
dos sin ser piiätada y tras la cua1 podi ía haberse
dćca- —¿Te dan miedo los muertos? —preguntó ú nicamente.
detenicloe1 tiemPo.
—Polo los que me acosan a mí; los suyos, no.
Pulsë el botó n del timbre pero, coino era de esperar
entre tanta dejadez, no sono. Golpeë Mi respuesta la hizo reaccionar. Como si yo hubiese
con los nudillos va-
rias veces, primero tímidamen y cada adivinado la contrasena secreta para accedes a un lugar
te vez con mrs fuer-
Zä hasta clue una voz se hizo oír a travis de prohibido, abrio la puerta lentainente y me invitö a pasar.
la destartalacla
puerta. Dentro, la oscuridad impedía descubrir c¡uč escondía
¿Quién es? — re8untö COR 2StÚiO. aquella buhardilla. Escuche cö mo Lina se acercaba a una
—Soy Elisa, la hija de Paco e1 de la cordelería ventana y entornaba uno de sus vanos; abriö una rendija
—
comes- të con un hilo de voz. que dejaba la habitació n en penumbra pero permitía moverse
sin
Lina abriö una rendijã y }ø pjjøttq ¢hjyç¡ğ en sus
A tropezar con los muebles.
goznes. traves de ella pude ver la mitad de su rostro
Íä OSCŁt£İdad. Al instance sentí on roce Con el haz de luz se hizo visible una neblína de polvo
velado por acumulado que flotaba en ct aire convirtiëndolo en un
ra de mis tobillos. Me tranquilicë ill
incsperado a la altu- puré espeso. Con dificultad distinguí una mesa, un sofá
negro se paseaba entre mis pies
COmprobarque un gato desven- cijado, una mecedora y una silla distribuidos sin
buscando tinNegro!
—¡Entra, clue no estarïa habituado.
calor al—ordenö orden ni concierto por el escaso espacio de la habitació n.
al animal, que obedeció he-
Lo que había por todas partes eran bolsas de plástico,
seguramen- te llenas de basura, y objetos de lo mls
variado esparcidos
chizado— ¿Y tu quë quieres? por el suelo.
rrle preguntö con cl mis- —Siéntate en la silla —me oidenö .
mo tono despectivo.
Necesito hablar con usted. —Intenté Me extrañ ö que no me invitase a ocupar ct sofá , pero
sonar
cente—. Es un asunto innportante que solo cuando mis ojos se acostumbraron a la escasa luz, me
convin-
listed puede 3yudarme a resolver. per- caté con horror del motivo de su petició n.
Pet maneciö en silencio ŁtIã OS instantes y pensë que iba En medio del sofá, una figura borrosa se niovía a
cżama- ra lenta. Parecía la sombra de una anciana y
las narices, pero notć que dudaba
comprobë que sus ojos fijos me observaban desde el otro
Para insistir: mundo. Aparté la vista aterrada y mire hacia Lina, que se
había sentado en
208
209
"
'
la mecedora y se balanceaba lentamente. Los contorno
s
otro fantasma la envolvian. La mujer se había sentado 210
de
sobrC una especie de nube gris que identifiquë como el
espectro de un hombre mayor.
El unico espacio libre para sentarse era la silla en la
que
me encontraba.
—¿Quë tienes que contarme?
La pregunta de Lina me obligó a sobreponerme a1
miedo.
—Tengo que ayudar a un fantasma, para que e1
descan- se en paz y para que los demás me dejen en paz a
mí.
—¿Es el primero que viste?
—Sí, despuës llegaron mas...
—Es inevitable —suspiró con tristeza.
La eXpresión de su cara era muy diferente a1 rostro
cris- pado que yo siempre había visto en ella. Ahí
sentada, era una anciana frágil y sola, con una mirada
melancólica que tŁãSITïİtía mas serenidad que locura.
—El primer fantasma es el más difícil —afirmó—. Uno
no quiere librarse de e1 aunque sepa cómo. Se crean
por eso nos elige. Y si no lo liberas, tú tampoco
lazos,
serás fibre. Se me erizó la piel, más por la verdad de sus
palabras que por el frío mortal que habitaba entre
aquellas parede5. Yo no quería perder a Lorenzo, el
afecto desbordante que sentía por el me ataba a su
sombra. Para mí no era un espectro mas, era la
personificacion del amor y algo así siempre se desea
sentir cerca. Ahí estaba la trampa sinies- tra: de los demás
muertos quería librarme, de el no. Pero si
Lorenzo no desaparecïa, el resto se convertiría en una in-
contenible legión que me perseguiría incesantemente.
—Lo se —corroborë—. Pero estoy decidida a
ayudarlo. Además, no es solo a éla quien debo liberar de
su maldición. Necesito saber cómo llevarlo junto a la
mujer que ama.
—Tiene que ser duro. —Sonriö con una Lina regresö a su mutismo, mientras yo esperaba ansio-
mueca extra- ñ a—. Entregarlo para sa otra respuesta menos comprometedora e irrealizable.
siempre a alguien que no eres tu. —Sola no podrás —dijo a1 fin—. Necesitarás a
Lina lo entendía todo, sabîa que los alguien que te crea. El fantasma tendrá que ocupar su
lazos que me ata- ban a mi fantasma cuerpo y tu tendrás que guiarlo hasta el lugar donde está
estaban hechos de sentimientos má s ella. Deberá llevar los ojos cerrados todo el tiempo, e1
fuertes que yo. Perderlo me desgarraba el no es de esta
alma. Escondí la cara entre las manos y llorë
durante un buen rato en el que Lina respetó
' 2ll
mi dolor y permaneció en silencio.
—Tengo que hacerlo, aunque me duela
—dije cuando pude controlar las lágrimas.
—Eres valiente. Má s que yo. Dime
todo lo que deba saber, creo que
podremos ayudarte.
Habló en plural, los espectros que
habitaban con ella le hablaban a1 oído y
conocían las respuestas.
—Debo trasladarlo a óonde ella se
encuentra —expli- quë—. É 1 murio en la
biblioteca del colegio hace casi cua-
trocientos añ os y ella se manifiesta en un
espejo que hay en la casa donde vivieron
juntos.
La mujer cerró los ojos y se balanceo
lentamente en la mecedora. Los contornos
grises del espectro que la rodea- ban se
agitaron como si la abrazase desde el otro
mundo. Su rostro adquirió la serenidad de
quien se abandona a unas placenteras
caricias.
—Lleva ct espejo a donde está el —
susurró de pronto sin abandonar su estado
casi letárgico.
—No puedo, sería un robo y ellugar está muy
vigilado
—objetë.
época y desaparecería engullido por el presence si ve en
to que se ha convertido Madrid.
El ú ltimo comentario me pareció de su cosecha,
seme- jante a la visió n pesiinista de la realidad propia de mi VEINTISIETE
nega- tivo padre.
—Alguíen que crea en ti y clue no abra los ojos
hasta encontrarse delante del espejo —insistiö—.
Luego, no ol- vides hacer ct rito necesario para que e1 y los
demás fantas- mas desaparezcan de tu vida y de tu
memoria. Supongo que el te to habrã dicho.
—Sí. Debo cambiar de sitio un libro de la biblioteca.
—Pues no caigas en la tentaciö n de no hacerlo —
me advirtio.
—¿Tú sabes lo que tienes que hacer para que los
tuyos se esfumen? —le pregunte.
Enseguida me percatë de mi error, la curiosidad
me había sobrepasado. Había cometido un atrevimiento
imper- donable planteándole semejante pregunta. La Abandonë a Lina arrullada por las sombras de sus padres
expresió n de Lina cambio y comenzó a adquirir el tono y salí sigilosamente de la buhardilla sin que ninguno de
crispado que siempre mostraba en la calle. los tres se percatase. La escena, conmovedora y tierna, no
Arte mi asombro, el espectro de la anciana que se dejaba lugar a dudäs: Lina había elegido vivir entre fan-
re- movía en ct sofá se levantö, se acercó a la mecedora y tasmas pai'a no perder ct cariño de sus padrCS, Cl mismo
con una ternura impropia de un ser de ultratumba que el destino le arrebatö iTlUCÌìOS äÌÌOS
tomo la mano de Lina. los espectros malditos de la calle Toledo jugarían a1 es-
—¿Quiénes son? —me atreví a preguntar entonces. condite con ella el resto de su existencia y las pesadîllas
in-
Intuía la respuesta porque recordaba perfectamente la se instalarían en sus noches para llenarlas de gritos e
historia que me contö mi padre, justo antes de que somnio.
comen- zase la pesadilla, una noche de insomnio en que Ella me había dado una res¡auesta y yo albergaba serias
la escuche gritar. dudas sobre cömo llevar a cabo cl peculiar «traslado».
—Son mis padres —confesö con un hilo de voz—. Piimero debía encontrar a alguien que 2reyera en mí,
Los encontrë aquí cuando regresë, me esperaban. No quiero en Lorenzo y en la absurda idea de que los fantasmas eXiS-
ten y pueden ocupar tu cuerpo.
que se vayan y me dejen sola. Tu sabes bien to que eso
supone.
213
212
—Esta noche sere yo la que vaya a tu cuarto a
—No se ha acabado. —Por fin me daba pie a interve-
contarme algo —anuncië a Carmen despuës de la cena.
nir—. Aun nos queda lo mãs importance.
Solo podía contar con ella, hacía semanas que me
—¿Más importance que el sobresaliente que me ha
había convertido en una especie de eremita que salía de
puesto Jesús? Lo dudo.
casa ex- clusivainente para resolved asuntos de muertos y
Carmen me mİrÓCXtfalaada.
Carmen había sido mi único interlocutor. —Tenemos que librar a Lorenzo de su ma1dicion.
Ella había encontrado el nombre de Lorenzo en una —Pero si ya adivinë su nombre —protestó—. Con
búsqueda que parecía condenada al fracaso y solo ella co- eso se acababa la büsqueda.
nocía los pormenores de la maldición de mi amigo, de
—Pero he descubierto que Antonia Clara lo espera en
nuestra maldición.
la casa de Lope, atrapada en un espejo. Debemos llevar a
—¡Hoy he presentado el trabajo de Lope de Vega! —
Lorenzo hasta allí y para eso te necesito —le rogué.
ex- clamö euförica en cuanto me sente en su cama—.
—Mira, Eli, esto ha sido muy emocionante pero ya se
Estaba esperando a nuestro rato de confidencias para
ha terminado. ¥a he conseguido mi sobresaliente y ahora
contártelo con detalle. A Jesús le ha gustado mucho mi
tengo que pensar en el examen de Ing1es del jueves y en
exposiciön oral. Me ha parecido que se emocionaba y los problemas de Matemäticas que hay que presentar en
todo. Cuando he contado que algún personaje un par de días. Y th harías mejor en ocuparte de tu salud
desconocido pudo a dar a Lope a escribir sus obras me y de tu vida. Creo que deberías dejarte de líos volvei a
ha hecho algunas preguntas. Desde luego, yo lo he clase, en casa parece que te vas poniendo cada vez más
contado con entusiasmo y en la clase la gente ha estado mustia. Si quieres te a do a convencer a papá y mañana
en silencio. Todos. Hasta el pesado de Quique, que no se mismo va-
calla ni cuando explica la de Mafe. mos juntas a1 com.
Yo la escuche satisfecha, se la veía feliz narrando —Pero, Carmen... —quise responder.
hasta los gestos de sus compañeros. Me expuso el trabajo No hay peros que valgan. ¿No te das cuenta de lo
entero, igual que to había hecho en clase aquella misma que te estăs perdiendo? Ahï fuera hay gente que pregunta
mañana; era una historia que yo ya conocía porque había por ti y que te espera. Ricardo se pasa los recreos sentado
formado parte de ella. Reviví cada paso y cada hallazgo en el claustro aunque haga frío, dibujando y pensando en
de nuestra particular aventura como si se tratase de un ti, seguro. Y Julio... bueno, Julio es un pesado.
resumen final antes de que todo acabara. —Por (avor —rogue, pero ella interpretö mi süplica de
—Gracias, Eli —dijo a1 concluir su relato—. Nunca otra manera.
me había divertido tanto haciendo un trabajo, y menos de —No te preocupes, yo convencerë a papá y mañana
Li- teratura. Hasta me da un poco de pena que se haya volverás a clase.
terms- nado. Me rendí a la evidencia, no r día contar con ella
porque Carmen jamás creyo que ct asunto traspasaba con
creces los
210
215
límites de la realidad. Entrö en ct juego, ciertamente, y ú spero me recibió con desprecio cuando pisë la calle.
pero minca dio muestras de que se tragase que yo El telö n cfc fondo para las apariciones resultaba el má s
hablaba con un fantasma del siglo XVII escondido en la ade- cuado: frío, penumbra, oscuridad.
biblioteca del instituto. ¿Quiën iba a creei’ algo así? El bre›•e trayecto hasta el colegio se convirtiö de
nuevo en un calvario helado de sombras y susurros que
Me acostë agotacla, como si durante el día hubiese no cesö hasta que traspasé la entrada, tiritando, y me
re- corrido cientos de 1‹i1ömetros en direcciön a ninguna refugić en el claustro de piedra.
parte. La idea cfc regresar a una vida normal, con clases, Ya era la hora del recreo y por allí deambulaban
deberes y gente se me hacía tan deseable como algunos alumnos despistados. No era aquel el mejor
imposible. Decidí intentarlo a1 día siguiente, aunque ni lugar en una mañ ana gëlida, aunc{ue inis huesos
siquiera confiaba en poder llegar ante la puerta del San agradeciesen el calor humano de tantos vivos a mi
Isidro. alrededor, más poderoso que el frío r'treo del granito.
Al menos, y contra pronö stico, aquella noche Carmen tenía razó n, allí estaba Ricardo: en el mismo
conseguí dormir de un tirö n y profundamente; tanto sitio en el que nos citá bamos siempre en los recreos,
que, cuando me despertë, ya no era hora de llegar sen- tado con las piernas cruzadas y dibujando en su
puntual ni a la terce- ra clase. incon- fundible cuaderno.
—¿Qué tal te encuentras hoy? —me preguntó la Lo mire y me costó reconocerlo, como si hiciese
abue- la en cuanto me vio aparecer por la cocina. Era la siglos desde la (iltima vez que hablainos. Ya no
ú nica que quedaba en casa a esas horas. recordaba cuá n- do había sido. ¿Antes o despuës de que?
—He dormido muy bien. —No respondí Pero sí reconocí un sentimiento incontenible que subía
exactamente a su pregunta, pero era la tranquilizadora por mi estö mago y se instalaba en mi garganta dispuesto
verdad. a convertirse en llanto.
—Me ha dicho tu padre que, si te levantabas mejor, Me acerquë despacio; quería mirarlo bien, devolved
te dejase ir at colegio. a mi memoria su rostro humano, sus brazos fuertes, su
—Estupendo —contesté aú n medio dormida—. Si perfil inconfundible. Me detuve un instance a observar
de- sayuno rú pido podrë llegar a la hora del recreo. có mo di- bujaba: sus manos ú giles trazaban líneas
—¿Estás segura de que podrãs? nerviosas que evi- denciaban su estado de ánimo. Deseë
La abuela no podía disimular su preocupacion. tocar su cabello riza- do y detener e1 ir y venir de su
—Sí, seguro que puedo —mentí. mano derecha, pero me contuve. Ignoraba quë
recibimiento me tributaría.
El so1 no quiso regalarme una mañana luminosa ct Antes de clue mi voz lo llamase, Ricardo sintió mi
día de mi regreso a clase, las nubes lo escondían sin pre- sencia y se volvió . La expresiön de su rosti'o at
remedio y cl frío, instalaclo permanentemente en mis descubrirme delatö una inmensa felicidad contenida, la
huesos, no en- contraba un rayo cúlido para derretirse. sonrisa mls
Un cielo plornizo
217
216’
amplia y franca del mundo derritió la escarcha que Las personas que te conocen y te aman saben interpre-
cubría mi cuerpo.
tar hasta lo que no dices. Ricardo supo que, en ese momen-
Después de tanto silencio y tanta distancia no sabíamos to, yo necesitaba escuchar.
bien có mo reaccionar. É l se acercó e hizo un amago de Mi padre ya está en casa, ha vuelto. No te puedes
besarme, pero se echó atrás y se limitó a tocar mi brazo imaginar lo que pasó. Estaba escondido porque aquel
tí- midamente. tipo, el que me acosaba y que atropellaron en el paso de
—¡QtlÓ á legríá Verte! —Sus ojos brillaban de emo- cebra, lo perseguía. Mi padre vio có mo apuñ alaba a un
ció n—. ¿Ya estás bien? hombre en la ¡Puerta de una discoteca. Fue una noche
—No estoy segura —respondí con una voz tan cuando vol- vía de trabajar. El tipo se dio cuenta y lo
débil que apenas reconocí como mía. siguió . Mi padre acudió a la policía y se convirtió en testigo
Me sentó a su lado, sin rozarlo, pero mi protegido: debía permanecer oculto una temporada hasta
espeluznante contacto con la gente del má s allá me que detuviesen al criminal. Por eso mis padres no me
había enseñ ado a captar y reconocer el calor humano contaron lo que ocu- rría. Pero la cosa se complicó y a
con mas precisión aú n que el frío mortal. Una sensación punto estuvo de arrastrar- nos a todos. El tipo localizo
cálida, de afecto recono- cido, comenzó a deslizarse por nuestra casa y ya sabes lo que pasó. Menos mal que tú
mis brazos. me salvaste y que el atropello per- mitió detenerlo. Mis
Permanecimos callados un tiempo indefinido, ni padres están esperando a que te recu- peres para celebrarlo
nos dimos cuenta de que el timbre de entrada a clase contigo. Ademú s, creo que te vendría bien un corte de
sonaba y nos quedamos solos en el claustro, pelo, gratis —bromeó .
compartiendo el silen- cio con las piedras. Pensé que mi aspecto debía de ser espantoso: no
—¿Qué te ha pasado? —Ricardo rompió nuestro solo necesitaba pasar por la peluquería, las ojeras me
mu- tismo. ocupaban media cara y la palidez de mi rostro parecía
Intenté hablar, pero no podía, el nudo de mi garganta mortal. ¿Podría seguir gustándole con semejante pinta?
impedía que las palabras saliesen de mi boca; hasta las lá- Quise decirle que me alegraba por el feliz
grimas se habían detenido en mis ojos, nublando mi vista, desenlace, que compartía con ellos la alegría del
sin atreverse a rodar por mis mejillas. Moví la cabeza de reencuentro, que se- ría estupendo celebrarlo juntos; pero
un lado a otro, lo suficiente como para que Ricardo continue muda, como las gárgolas del claustro en ese día
interpre- tase mi gesto de impotencia y comenzase a seco.
hablar. —Te vi en la biblioteca con él, sentados en el suelo.
—Ya me lo contarás, tranquila —suspiró—. Te he Las palabras de Ricardo me zarandearon como a
echa- do mucho de menos. lTenía tantas cosas que un muñ eco de trapo. ¿Me había visto hablando con
contarte! Lorenzo?
«Pues cuéntamelas —quise decir pero no pude—.
iEl tambien veía fantasmas? No podía imaginar
Ne- cesito escucharte y sentir que todo vuelve a ser como semejante posibilidad. Me espeluznaba pensar que
an- tes». No pronunció ni un monosílabo. estuviese viviendo la misma pesadilla de fantasmas
malditos que yo sufría.
Zl8
219
220
—¿Lo que te pasa tiene que ver con
Julio? Su voz adquiriö un tono de velada
tristeza.
No entendía su pregunta. ¿Qué tenía que ver Julio
en todo esto? Mi expresiö n revelö una sincera
extrañ eza, lo mire intentando trasmitirle mi
desconcierto.
—Estaba liarto de no saber nada de ti —confeso—.
Llevabas varios días sin responder a mis mensajes ni a
mis llamadas, no te veía en clase y quería saber quë
demonios te pasaba. Le pregunte a tu hermana y me dijo
que por las tardes ibas a la biblioteca para ayudarla
con un trabajo. Decidí ir a buscarte pero cuando llegué los
encontrë juntos: Julio y tú charlaban sentados en el suelo y
e1 te agarraba de la mano. Tú te reías, parecías feliz.
Nunca te había visto reírte de esa manera y menos
conmigo. Me di cuenta de que quizá estabas harta de mi
mat carácter, de mi lado Car- do, y Julio sería un
compañ ero mucho más divertido que yo. No podía
reprochártelo. Luego los vi salir juntos. Creí que me
moría.
Rebusqué en mi memoria la escena que Ricardo acaba-
ba de describirme y no pude recordar ningun momento
en el que Julio me hiciese reír a carcajadas.
Pero no se trataba de Julio. De pronto recuperë la
ima- gen, como un fogonazo, y me vi sentada en el
suelo de la biblioteca escuchando las burlas que
Lorenzo hacía sobre Julio, «el enojoso rapaz», «el infame
personajillo». Era Lo- renzo, el espectro tuerto, el que me
hacía reír como Ricardo nunca me había visto hacerlo.
¿Có mo explicable que quien me liablaba era un habitan-
te de las tinieblas, un ser de ultratumba que me había roba-
do loartedel alma? No existen palabras capaces de expresar-
lo. Lo que sí podîa engender, con la claridad de la luz,
era
su dolor. «Creí que me moría», yo también había sentido e1
filo cortante c1e1 desengaño, corno la punta de un
cuchillo en la garganta.
—Lo siento.
La disculpa brotö de forma casi involuntaria, mi
propia voz me sobresaltö.
Ricardo sonriö, le alegraba escucharme hablar aunque
solo fuesen un par de palabras ahogadas.
—¿Cómo puedo ayudarte? ¿Quieres que hable con e1?
—Olvídate de Julio, e1 no tiene nada que ver en esto.
Nunca me interesö to más mínimo, te to aseguro.
Sent( que, por fin, recur•raba la capacidad de
hablar. El nudo de la garganta se deshacía
lentamente, como un hielo al so1, y me costaba
menos respirar. Me convencí de que el calor que
me trasmitía Ricardo comenzaba a hacer
efecto en mi aterido y maltrecho cuerpo.
Te creo —afirmö convencido.
«Te creo».
Las palabras mágicas me desbordaron.
«Te creo».
Me reí como Ricardo nunca me había visto
hacerlo y, al tiempo, las lágrimas que velaban mis
ojos salieron por fin a inundar mi rostro con un
llanto incontenible.
Ricardo creía en mí. Lorenzo estaba salvado.
221
VEINTIOCHO
223
Note que Ricardo se sobresaltaba ance inis palabras, clilataba demasiaclo y, ademas, no me pertenecía. Por mu-
in- tuía que no era a e1 a quien me dirigía y no cho que me doliera.
comprendía por que yo hablaba sofa mirando hacia las —Ricardo, ¿serías capaz de ir con los ojos cerraclos has-
estanterías de la bi- blioteca. ta la casa cfc Lope de Vega, sin abrirlos ni una sofa vez? Yo te
—En mis tiempos no se encontraban hombros negros guiaria por la calle.
por las calles de Madrid —comentö mirando a Ricardo —¿Es una prueba de confianza? —preguntó intrigado.
con detenimiento. —Algo parecido.
—No es negro del todo —protestë igual que lo hacía —Sería un poco difícil —contestö desconcertaclo—.
ante mi padre o ante mis compañeros de clase cuando Puede que los abra sin querer. ¿Y si me los tapas con ese
alu- dían al color de la piel de mi amigo—. Y además, a pañuelo que llevas al cuello? Así te aseguras de que no
ti clue mls te da. voy a ver nada. Me pondre encima las gafas de so1 para
—No deseaba ofender a1 joven que amas —se no 11a-
disculpó Lorenzo. mar tanto la atención.
Mi contestaciön airada me había delatado y mis senti- —Es una buena idea. Necesitamos que creas en mí.
Ahora, quédate ahí quieto —le ordené.
mientos contradictorios amenazaban con hacerme perder
la calma, definitivamente. Me di la vuelta e invité a Lorenzo a ocupar un rincön
—Ya no se a quiën amo —sollocé. del pasillo, le hablé en un susurro para no alarmar mías
al
Me dirigía a los dos y así lo interpretaron ambos.
ya soi'prendido Ricardo.
—Tranquila. —Ricardo me atrajo hacia sî—. Yo voy
—Debes entrar en su cuerpo y no mirar en todo eİ ca-
a seguir siendo tu amigo, o lo que quieras que sea,
mino. Yo to llevaré de la mano para que no tropiecen. No
siempre. Lo mismo fue un error empezar a salir juntos,
abrirán los ojos hasta que no estemos delante del espejo.
pero no me vas a perder si no quieres.
No se quë cara va a poner la chica que guía la visita a la
—Belisa —Lorenzo posö su mano de niebla sobre mi
casa cuando me vea otra vez por allí y acompañada de un
hombro—, los vivos solo deben amar a los vivos y yo
falso ciego.
sería un espíritu malvado si me empeñase en conservar tu
—vo1›°eré a pisar las calles de la villa —dijo
compa- ñía. Mi corazön te guardará siempre, por toda la Lorenzo con arrobo mirando a un punto invisible—.
etemidad. Deseo aträVC- sar la Plaza Mayor, aunque sea a ciegas.
Los dos me hablaron a la vez, pei'o pucle distinguir
—Est.a bien, pasaremos por la Plaza, aunque hay un
con claridad las palabras de cada uno acariciánclome el
camino más corto por la calle Concepciön Jerónima.
alma. Habría seguido allí, escuchándolos, horas y horas,
—Gracias, Belisa. Oírte hablar, amar tu compañía...
sintien- do su compañía y viviendo un sueño imposible.
Has sido mi único consuelo en aqueste calvario. MeïCCeS
Pero ei- pezaba a ser conscience de que el tiempo de
toclas las bendiciones.
Lorenzo se
224
Prefei'í no seguir escuchú ndolo o corría el riesgo de un tupido manto gris y las gafas de so1 de Ricardo
arrepentirme. Yo tambiën amaba su compañ ía, tanto resulta- ban tan absurdas como ct pañ uelo negro sobre
como para haber estado a punto de arriesgar mi salud y sus ojos. Pero en Madrid nadie llama la atenciö n, te
mi vicla por conservarla. puedes pasear con una jaula en la cabeza por la Gran Vía
—Tenemos que irnos ya —lo apremić. que poca gente se va a parar a miracle. Los transeú ntes
Volví junto a Ricardo y tome sus manos con fuerza. caminaban a nues- tro lado, indiferentes; el trasiego de la
É l no podía disimular su desconcierto aunque intentase ciudad no se detuvo
tras- mitirme confianza. por nosotros.
—¿Estamos preparados? —pregunte refiriéndome a —¿Quë estruendo es este? —gimió Lorenzo aturdido.
ambos y a mí misma. —No te asustes, son coches y autobuses... —dudaba
El vivo asintió con la cabeza y ct muerto acercö sus que me entendiese—. Carromatos modernos muy ruido-
contornos borrosos a mi cuerpo hasta que el contacto sos; es mejor que no los veas.
me hizo estremecer. Al cruzar la calle Colegiata, la mano de Ricardo tembla-
Tapé los ojos de Ricardo con el pañ uelo negro y ba en la mía: ct vivo tiritaba de frío; el muerto, de miedo.
encima se colocó con dificultad las gafas de sol. El bullicio de la calle, estrecha y con un trá fico infernal,
Lorenzo se alejó lentamente de mí y su imagen se fue habría asustado incluso a quien no estuviese habituado
perdiendo engullida por la estatura de Ricardo. Apenas at caos de Madrid. Envueltos en una barahú nda de gente
se distinguía su rostro fantasmal, velado y oscuro, encima y jaleo, llegamos a la Plaza Mayor, que nos regaló un oasis
de la cara marró n de mi amigo. de
Noté que un escalofrío recorría a Ricardo de los pies calma, sin coches ni tropiezos.
a la cabeza. La materia invisible y gëlida de la que estaba —Estamos en la Plaza —anuncië a Lorenzo.
hecho ct espectro había traspasado su piel para lielarle —Y sigue haciendo ct mismo frío —tiritó Ricardo.
has- ta los huesos. —Descríbela, Belisa —escuche decir at espectro por
—¡Quë frío! —exclamó temblando. encima de las voces de la gente.
—No te preocupes, es normal. —Es grandísima, cuadrada, porticada con arcos de gra-
Podía haberle mentido y haberle explicado que la nito y con tres pisos de balcones sobre ct fondo rojo. En ct
cafe- facciö n estaba rota o liaberle contado la increíble medio estú la estatua ecuestre de Felipe th.
verdad: clue los muertos son escarcha helada. Pero —No existía tal estatua y no estaba cerrada en ct siglO
preferí callar y creer que confiaba en mí, sin reservas ni xvii. El silencio era mayor y ct aire olía a harina si la
atra- vesabas muy de mañ ana. El aroma surgía de la casa
dudas, tanto como r•ra seguirme en un ritual sin sentido.
Salimos de la mano, calle Toledo arriba, en direcciö n a de la panadería, justo at frente y r'esidida por dos torres.
la Plaza Mayor. Las nubes continuaban tapando la luz con Aproxi- inémonos, deseo percibir su olor.
—Ya no hacen pan ahí. No es la ciudad que tú
conocis- te. No reconocerías casi nada. Imagínala como
226 tú la veías.
227
—El suelo... —susurrö Lorenzo—. ¿Caminamos por lágrima bajaba rodando pot’ la mejilla de Ricardo desde
encima cle gruesas piedi'as? En mi tiempo lo cubría su ojo izquierclo.
arena. —Creo que me aprieta demasiado este pañ uelo, me flo
—Son acloquines, preciosos pero incomodísimos
— ra un ojo.
cuan- do calzas tacones, eso dice mi madre.
No reconocía el motivo de las lú grncas porque no
—No sć de que me hablas, Elisa; es que no tiene
eran suyas. Le aflojë la vencla y acaricië su cara; la suya y
senti- do lo que dices. —Ricardo empezaba a ponerse
la de Lorenzo, que agradeció el gesto con una mueca
nervioso y no era para menos.
triste clue interpretë como una señ al de complicidad: la
Casi había olvidado que e1 también me escuchaba y
vida hacía siglos que se había acabado Parae1 pero ahora
que mis palabras le resultarían tan absurdas como todo lo
que le había propuesto a lo largo de la mañ ana. Si e1 se le ofrecía un
ú ltimo regalo.
rendía, si dejaba de creer en mí y abría los ojos, todo
—¿Por dö nde vamos? —preguntó Ricardo—. Estoy
acabaría para Lorenzo y nada habría merecido la pena.
completamente desorientado.
—Me voy a callar ya, hasta que lleguemos a la casa
—Entrando por la calle Huertas —contestë—. Por
—anuncië a ambos—. Así que procura mantener la
de- lante de la iglesia de San Sebastiá n, donde
calma y no me preguntes nada.
enterraron a Lope de Vega.
La primera advertencia iba dirigida a Ricardo; la
La informacion no pasó desapercibido a Lorenzo.
segun- da, a Lorenzo.
—Era nuestro parroquia, aquí me bautizaron. Es pro-
Pensé que debía saborear aquel momento ú nico: el
bable que los frailes me hiciesen enterrar a mí tambiën
contacto de la piel de Ricardo y el tacto algodonoso de
en este cementerio.
Lorenzo se fundían en uno en mi mano. Jamá s volvería a
Lorenzo reconocía los escenarios de su vida y
ser así, por eso deseë que aquel trayecto fuese infinito.
también los de su muerte.
Sentí que las aceras estaban puestas para nosotros,
Quise decirle que ya no existía ningú n cementerio allí
que los balcones nos saludaban, que las piedras antiguas
y que sus pobres huesos andarían mezclados con los de
reco- nocían a Lorenzo y que los demú s fantasmas nos
Lope y perdidos bajo nuestros pies, entre los andenes del
felicita- ban. Quise atrapar el tiempo, fijarme en cada
subte y los cimientos de los edificios. Como no deseaba
detalle para poder recordarlo en las tardes de nostalgia
asustar a ninguno de los dos, permanecí en silencio,
y pegué mis sensaciones a las fachadas de las casas para
poder revivirlas cada vez que volviese a pasar por allí. raseando por
encima de las citas doradas de los escritoies que se podían
A la altura de la plaza del Á ngel el so1 quiso
leer en el suelo a cacla trecho de la calle Huertas.
asomarse para vernos; aquel rayo, solitario y fugaz,
Cuanclo girarnos a la izcțuiercla, Lorenzo, cuyo senticlo
clebiö de traspa- sar la piel de Ricardo, que dejó de
de la orientaciö n superaba con creces al de Ricardo,
tiritar. El soplo tibio hizo recordar a Lorenzo cl calor de la
reco- nocio la calle sin dudar. El trayecto recorrido era
vida y comprobë que una
semejante at que ć1 caminaba toclos los días desde la
biblioteca del
228
229
Colegio Imperial hasta su casa. El trazado de esas calles, Hice que su mano acariciase la superficie rugosa de la
mi- lagrosamente, apenas había variado en casi pie- dra mientras yo miraba el rostro de Lorenzo, que
cuatrocientos años, aunque algunas no conservasen sus traslucía toda la nostalgia acumulada durante el tortuoso
antiguos nombres ni la mayoría de los edificios fuesen los tiempo de la maldiciö n.
de la ćpoca de Lope. Allí mismo, varios siglos antes, Lorenzo había
—Estamos en la calle del Leön, ¿no es ciei'to? Ahora recibido el unico beso de amor de su vida; un recuerdo
pasaremos por Cantarranas y después viene la calle Fran- recićn recu- perado por el que había merecido la pena
cos. Ahí está nuestra casa. esperar. Su ú nico beso.
La impaciencia de Lorenzo contrastaba con mi oculto No. No sería el ú nico. Se llevaría otro, traspasaría
deseo de alargar el paseo eternamente. el umbral de la muerte con dos besos pegados a sus
Antes de lo que deseaba llegamos a nuestro destino. labios y a su alma. El segundo sería el mío.
Me detuve ante la puerta de la casa museo, no era Abracé a Ricardo, que se removió sorprendido, y
convenience que Ricardo entrase con ese pañuelo acer- qué mis labios a los suyos. En ct instance previo a que
vendăndole los ojos, había que intentar pasar nues- tras bocas se juntasen, cientos de recuerdos
desapercibidos, como unos turis- tas cualquiera. adheridos al rostro de Lorenzo cruzaron vertiginosos
—Ya hemos llegado —anuncië. por mi memoria: desde el miedo inicial hasta el afecto
—Lo se. —La voz de Lorenzo temblaba de emoción. contenido, pasando por la confianza creciente forjada a
—Voy a quitarte la venda pero, por favor, no abras golpe de conversaciones en la biblioteca. Y también
aun los ojos. regresaron las emociones que Ricardo llevaba meses
—Dime, at menos, dónde estamos —me rogó impa- regalándome: la amistad, la compli- cidad y ese algo más
ciente Ricardo. que me empujaba a pegarme a su piel en cuanto tenía
—Vamos a visitar la casa de Lope de Vega. Intenta ocasió n.
que no se note demasiado que vas a ciegas. Como aquella ocasión, ú nica e irrepetible.
Traspasamos el umbral de la entrada y la guía nos Cerré los ojos yo también para que nada me
invi- tó a esperar en el patio, como de costumbre, hasta distrajese de esa sensació n cá lida y deseada. El beso
que se iniciase la visita. sabía salado, como las lágrimas, y dulce, como el
—¡El patio! —suspiró Lorenzo impresionado. algodó n de azú car. Su tacto era suave, como la piel tersa
É1 reconoció enseguida el escenario de sus juegos y de quien rebosa vida, y á spero, como la ceniza del
sus confidencias con Antonia Clara. Y yo sabía lo que iba incienso. Deseë, como jamá s volveré a desear en mi vida,
a pedirme antes de que pronunciase la primera palabra. que ct tiempo se detuviese para siempre, o al menos, que
—Acërcame al pozo, por favor, Belisa. me regalase una tregua de un par de horas. Pero el
Rodeé la cintura de Ricardo con mi brazo y lo tiempo no se detiene y la voz de la guía anunciando ct
ernpujë suavemente hasta que su espalda quedó pegada comienzo de la visita nos despertö a los tres de aquel
a1 pozo. sueñ o fugaz.
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que alte-
—Este juego empieza a gustarme. —La enorme e in- Lorenzo y yo intentábamos contener la inquietud
confundible sonrisa de Ricardo regresaba a sus labios Abba mi ptllso y su Pensamiento.
em- pujada por ac{ue1 desconcertante beso. Mire hacia el espejo y sentí que todo lo dernás desapa-
Lorenzo también sonreía y sus contornos doi'ados recía: el resto de la habitaciön y las personas que me rodea-
relu- cían con más fuerza que nunca. Preferí pensar que ban se esfumaron tras una fun blanca.
no era cl recuerdo del beso de Antonia C18Ta lo que lo —Able los ojos —sUSŁtrrć at oído de RicarClo.
hacía feliz. Creo que no me equivoque. En la superficie de azogue, la imagen borrosa de Anto-
—Quiero que seas tu quien pronuncie mi nombre — nia Clara se asomö para recibirnos goZOSä:
me pidio—. Quien me abra la puerta para descansar en —¡Lo has traído! Ahora podrż perdonarme y clescansa-
paz. rC en paz. Ven conmigo, iTïİ atrtoï.
Su deseo significaba que sería yo, y no Antonia Ella extendiö los brazos, quc rebasaron los límites del
Clara, quien lo sa1›*aría de la maldiciön etema. Lorenzo espejo, y Lorenzo abandonó ct cuerpo de RiCardO P*fä
(ICS‘
recono- cía que había recuperado sus recuerdos solo lizarse, etëreo y ligero, häsîä donde ella llevaba siglos
porque yo había vencido a1 miedo y me había enfrentado CSQß-
a la locura. Era su forma de agradecérmelo. Y yo debía rú ndolo.
resignarme a
dejarlo marchar sin más demoras. —AdiÓ S LOIenZO -SOIİOCC.
Recorrimos la casa en silencio, sin 1°restar demasiado Solo pude divisar sus rostros desdibujado s, que se de—
atención a las explicaciones de la guía que yo escuchaba rretíftFl en ct espejo como cera caliente, y la mano de el
por tercera vez. La chica me reconocio de inmediato, lo trazando una despedida que llevaba mi nombre. Despuës,
notë por la mirada suspicaz que nos dirigiö, y me QO£
nada; los dos desaparecieron para siempre engullidos
aprestiré a explicarle que ese día llevaba a ini amigo
me sentí caer a un abismo
ojos se cerraron y infinito.
extranjero de
turismo por Madrid. No comentó nada acerca de las Mis
unos minutos,
gafas de so1, pero no le pasaron desapei'cibidas. Cuando desperte apenas habían pasado
suelo, aturdida. Ricardo y la guía
me
Sei'ía difícil llevar a cabo ct ritual delante de un grupo me encontraba en el
de diez personas apiñadas dentro de una habitación de po- miraban con preocupaciön.
cos metros cuadrados. Empecë a ponerme nerviosa, no —¿Estás bien? —me preguntö rni amigo—. Te has
ha- des-
bía previsto ningún contratie 'ro y no había alternatives mayado.
si la misión fallaba. Escuche varias veces los suspiros cle —No es nada —balbucí— . Estoy algo floja y no he
Lo-
renzo, que reconocía los hechos que la chica narraba y los tres temblábamos: Ricardo percibía ct frío dc los espectros,
las estancias por las que pasãbamos; si hubiesc tenido
piel se le habría erizado de la emociön contenida.
252
Cuando llegamos a1 clormitorio de Antonia Clara,
desa nado bien. Ya se me pasa.
—¿Quieres que llamemos a una ambulancia O ä tUS
padres? —preguntóla guÎa.
—¡No! —exclamamos Ricardo y yo al unísono.
SáCame cle aqu(, necesito tonaar el airs —
lC edi.
233
Me costaba sostenerme en Pie y, casi en brazos,
del träfico y la res@ÌTäción pausada de Ricardo. É1 debiö de
Ricardo me condujo hasta la salida del edificio.
entenderlo y respetó ini silencio. AmbOS Saboreamos con alivio
—No c{uiero irme aún, mejor nos sentamos en un
la placidez del reencuentro.
ban- co del patio hasta que me recupere del todo.
—¿Qué más quieres que hagarnos? —se atreviò a
Me aferraba absurdamente a aquel lugar, esperaba pre- guntar al cabo de un rato; debió de intuir que ahí no
mls señales de Lorenzo, quizá la confirmaciön de que su aca-
mal- dición había concluido, o un último escalofrío, una baban los sobresaltOS.
última presencia aunque fuese una sombra desdibujada. —Tendrás que acompañarme a la biblioteca a cambiar
Ocupamos el banco del fondo del patio, el mismo en un libro de sitio.
cl que percibí sensaciones extrañas unas semanas atrús,
Sabía que aún me quedaba una pequeña tregua, la que
como si sentándome allí pudiese rescatar el tiempo pasa- ofrecen los espectros a quien ayuda a uno de los suyos;
do, como si pudiese hacerlo regresar. después, la pesadilla volvería. Debía aprOvechar esa
Cerré los ojos, como la otra vez, pero no escuche tregua para escribir el desenlace, antes de que se
galli- nas, ni voces de ultratumba, ni olía a cocina esfumase de mi memoria y no fuese capaz de recordar el
antigua. Un ruido vulgar y reconocible flotaba por beso del pozo ni las ultimas palabras de Lorenzo ni la
encima de mi cabe- za. Cuando mis párpados se abrieron sensacion irrepetible de llamarlo por su nombre por
vi un avión surcando ct cielo por debajo de las nubes. primera y urïica VCZ.
—Estamos en el siglo II —me rendí. Pero eso no va a ser hoy, otro día.
—Claro que estamos en el siglo wi. —Ricardo usó —Cuando tu quieras, Elisavé.
un tono burlón—. Aunque el jardín este, tan mustio, — ver. —De pronto caí en la cuenta de algo que me
parece fuera del tiempo. había pasado desapercibido—. Di mi nombre seguido
Mire alrededor y, por fin, lo que me rodeaba me mu-
parecio real, tangible y sin fisuras: un jardín pedregoso e chas veces y muy deprisa.
invernal, sin hojas verdes ni flores, sin nada de especial, É1 obedeció divertido pero a mí se me erizó la piel.
en el que lo único vivo éramos Ricardo y yo. —Elisavé, Elisavë, Elisavé, Elisa, Belisa, Belisa...
—¿Te vas encontrando mejor? Reí y lloré a 1ä VCZ, to abracé mientras ć1 repetía mi
Su sincera preocupación me enterneció y tambiën su nombre en mi oído.
leal- tad: allí estaba e1, a mi lado, a pesar del apuro que le —Belisa, Belisa...
había he- cho pasar y de la ridícula prueba a la que lo —No dejes de llamarme así —le pedí.
había sometido. î
Me explicarás alguna vez todo esto? —pregŁt 1 Ó <i-
—Mucho mejor, gracias a ti. rándome a los ojos; más parecía un ruego.
Apoyé mi cabeza sobre su hombro y me deje arrullar Es una larga e increíble historia —suspire.
por los sonidos de la realidad: las voces de la gente, el rumor —Si tu quieres, tenemos toda la vida para que me la
lejano cuentes. Y si me la cuentas tú, 1ä CTCCTé.
135
ÍNDICE
Uno
Dos 13
Tres 23
Cuatro 31
Cinco 37
Seis 49
Siete 59
Ocho 67
Nueve 73
Diez 83
Once 91
Doce 99
Trece 105
Catorce lla
Quince y j9
Dieciséis 125
Diecisiete
133
Dieciocho
143
Diecinueve
149
Veinte
155 Mala Luna
Veintiuno
163 Rosa Huertas
Alandar, n.° 9. 248 págs.
Veintidós
Veintitrés 183 Finalista Premio Alandar 2009
ISBN: 978—987-642—089-J
9 7 8 9 87 6 4 Z 0 8 9 1