Anglicismo Lexico Hispanico
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atención al nivel léxico)”. En este artículo pretende “dar cuenta de las principales
líneas de estudio sobre la influencia de una lengua extranjera en español”. Como
es habitual en los trabajos diacrónicos sobre el anglicismo, divide la influencia
angloamericana en tres etapas, desde principios del siglo XIX hasta nuestros días.
Va repasando las aportaciones más importantes en cada época de influencia. Sin
duda, la más prolija es la tercera, donde al principio ya se pueden distinguir
memorias de congresos de academias que denuncian los extranjerismos; trabajos
que tratan el anglicismo en español peninsular en el decenio de 1960; obras sobre
el anglicismo en el decenio de 1970, con especial atención a la contribución de C.
Pratt; trabajos cuantitativos basados en la metodología de la Norma Lingüística
Culta; y diccionarios de dudas y listados de anglicismos. En la madurez de la
tercera etapa, que abarca las tendencias actuales en el estudio del anglicismo, el
autor incluye los “estudios sobre el anglicismo en general y sobre la tipología del
préstamo lingüístico aplicada al anglicismo en español”; las “nuevas ediciones de
diccionarios de dudas y obras prescriptivas”; la “continuación de los estudios cuan-
titativos siguiendo la metodología del Cuestionario de la Norma Lingüística Culta u
otros métodos”; y las “obras que tratan de la influencia angloamericana con
suficiente perspectiva: la decadencia y sustitución de algunos anglicismos”. Fina-
liza este estado de la cuestión con el artículo de G. Latorre Ceballos, “Anglicismos
en retirada: contacto, acomodación e intervención en un sistema léxico”, que data
de 1991. A pesar de lo completo de este estudio, más de 15 años de aportaciones
posteriores pueden haber modificado algo el enfoque de un objeto de estudio tan
recurrente.
En el año 2000, Mª J. Rodríguez Medina recorre de forma concisa los artículos
y libros acerca del anglicismo que más influencia han tenido en estudios poste-
riores. “El anglicismo en español: revisión crítica del estado de la cuestión” se
centra en las principales aportaciones al estudio del anglicismo, así como en las
críticas que estas han recibido por parte de otros académicos. La autora enriquece
el debate con sus propios comentarios a las obras que reseña. A pesar de que
echa en falta un mayor interés por el anglicismo sintáctico, Rodríguez Medina
considera que la investigación del anglicismo goza de una vitalidad que, en su
opinión, será fructífera.
La bibliografía AH! ANGLICISMS ANGLICISMI ANGLICISMES ANGLICISMOS
ANGLICIZISMEN in Romance languages and in German (2001), recogida por J.
Schmidt–Radefeldt y K. Baltscheit, dedica el capítulo cinco a los “anglicismos en la
lengua española y sus variedades”. Consta de 58 títulos entre los que hay algunos
trabajos que no tratan el anglicismo de modo particular, sino asuntos relacionados
con otros aspectos de la lengua.
An Annotated Bibliography of European Anglicisms la publica en 2002 Oxford
University Press y la edita M. Görlach. En la primera parte de esta obra se recogen
títulos más generales sobre el contacto entre lenguas y estudios dedicados a más
de una lengua. En la segunda, se aportan muchas de las obras dedicadas al angli-
cismo en lenguas particulares. La parte de español la elabora F. Rodríguez
González e incluye trabajos acerca del anglicismo en español, escritos en otros
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propios estudiantes pasando por los nativos que quieran adquirir la excelencia en
su propia lengua.
E. Lorenzo, en 1955, escribe “El anglicismo en el español de hoy”, que pasaría
a ser el capítulo III de la edición de 1971 de El español de hoy, lengua en
ebullición. Como el propio autor hace notar, esta es “la primera aportación
española al tema” (Lorenzo 1995–1996: 263). En ella aborda las presiones a las
que se ve sometida la lengua, tanto por agentes externos y el maltrato desde los
medios de comunicación, como por la comodidad de los hablantes. Sin embargo,
tranquiliza al lector mediante un grupo de metáforas en las que compara la lengua,
ora con un edificio bien cimentado frente a la inundación de anglicismos, ora con
un ejército cuyos movimientos no deben depender de los del enemigo. En lo
tocante al léxico, sostiene que “el idioma busca soluciones intermedias apropiadas
a cada momento histórico”. En 1966 añade una nota al artículo original en la que
llama la atención sobre el papel que desempeña la televisión a la hora de difundir
anglicismos. En este añadido se trasluce, quizás porque refuerzas las mismas
ideas en menos espacio, un alarmismo mayor. No obstante, Lorenzo sigue
“pensando, como en 1955, que los más dañinos y peligrosos efectos del angli-
cismo operan en la sintaxis”.
H. Stone presenta en la Revista de Filología Española en 1957 un artículo
titulado “Los anglicismos en España y su papel en la lengua oral”. Es lógico que lo
que, en 1957, él califica de novísimo o de uso raro (charleston, swing, o.k., etc.) no
lo sea en absoluto a la vuelta de 50 años. Asegura además que “sería imposible
presentar una lista completa de tales términos (anglicismos de la técnica y la
ciencia), que, por otra parte, no han pasado, salvo algunos casos, al habla
común”. Entre los que sí cita están algunas lexías que se usan habitualmente en
español común: penicilina, RADAR, televisión, etc. Por último, hace la siguiente
aseveración: “Pocas huellas se encuentran, en los anglicismos, de la sintaxis
inglesa. Algún orden de palabras o empleo adjetival de sustantivos en frases
hechas. […] En principio, la sintaxis no tiene importancia para los anglicismos”.
Doce años más tarde, M. Estrany, en un artículo sobre calcos sintácticos del
inglés, le contradiría, al afirmar que aunque esta es “menos estridente, tiene una
mayor repercusión lingüística” (1969: 199).
Los artículos que podríamos calificar de corte catastrofista se siguieron
sucediendo y, en 1966, Madariaga escribe “¿Vamos a Kahlahtahhyood?”, artículo
en el que atribuye la utilización de anglicismos a la tontería o a la ignorancia del
hablante. Aunque señala muchos campos donde la influencia del inglés es notoria
y superflua, considera que “donde nuestra lengua ha perdido su soberanía y, si
Dios y la Academia no lo remedian va camino de convertirse en una colonia
inglesa, es en lo concerniente a los nombres propios”. Hace un llamamiento para
solucionar el problema: “Urge organizar la transliteración española de lenguas de
otros alfabetos. La tarea incumbe a la Academia Española y a sus congéneres de
ultramar”. Lapesa parte de esa aportación de Madariaga y, en el mismo número de
la revista en que aparece ese artículo, él escribe “«Kahlahtayood». Madariaga ha
puesto el dedo en la llaga”. Aunque se muestra de acuerdo con Madariaga en
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española (hacia una sociosemántica). Con este trabajo pretende “plantear, dentro
de un amplio marco que permita una ulterior investigación, la etiología y fenome-
nología del hecho interlingüístico”. Lo hace teniendo en cuenta el periodo que va
de 1950 a 1975, “el de mayor penetración del inglés sobre el español peninsular
en la historia de nuestra lengua”. A pesar de constatar una influencia notable,
sobre todo en los lenguajes periodísticos y científicos, y de que la presencia de
anglicismos se observa en ámbitos tan variados como el deportivo, el turístico y el
político, el autor afirma que “no se puede hablar, en rigor, de obstaculización de la
evolución lingüística, sino casi exclusivamente de enriquecimiento por ‘borrowing’
o préstamo”.
Una obra de referencia indiscutible para los estudiosos del anglicismo, tanto
léxico como sintáctico, es sin duda la de El anglicismo en el español peninsular
contemporáneo, que publica C. Pratt en 1980. Además de un extenso glosario de
términos derivados o tomados directamente del inglés, aporta una definición de
anglicismo que incluye el concepto, acuñado por él mismo, de étimo inmediato.
Aporta una muy completa clasificación de anglicismos; basándose en Hope, hace
un estudio profundo de las causas que favorecen la adopción de anglicismos en
español y añade algunas a las que ya había propuesto Hope en 1971. Analiza
también la realidad cultural de la Península Ibérica y cómo ésta ha ido adecuán-
dose con los años al estilo de vida norteamericano, razón principal a la que Pratt
atribuye la anglomanía en España. En definitiva, insistimos en que la obra de Pratt
es de enorme importancia pues, desde los inicios de su publicación, se convirtió
en referente primordial para el estudio del anglicismo español.
En 1985, M. Giraldo escribe sobre los calcos en “Calcos recientes del inglés en
español”. Hace alusión sólo a las influencias no patentes del inglés sobre el
español. No menciona los anglicismos crudos, pero considera, e ilustra con
muchos ejemplos que analiza uno por uno, los calcos de la forma, los de la forma
y el sentido, los de sentido y los de la norma idiomática. Algunos de estos últimos,
en tanto que excluyen el sentido previo de la lexía hispana, son, según el autor,
los más nocivos para la lengua. Finalmente menciona un trabajo modélico en el
que se aprecia que, a pesar de lo extendido de algunos anglicismos en determi-
nadas áreas temáticas, es posible escribir sobre ellas sin recurrir a expresiones
anglicadas.
C. Pratt participa en una publicación sobre el inglés en contacto con otras
lenguas con “Anglicisms in Contemporary European Spanish” (1986). Muchos de
los datos recogidos en este artículo aparecían ya en su extensa obra de 1980,
circunstancia que justifica Pratt por el hecho de que esta es sólo accesible a los
hablantes de español. No obstante, hay algunas diferencias, entre las que destaca
la propia definición de anglicismo: mientras que en el 80 decía que el anglicismo
es un elemento lingüístico que se emplea en castellano peninsular contempo-
ráneo, en este artículo del 86, al referirse al español europeo, la definición abarca
otras lenguas y otras áreas geográficas: “Un anglicismo es una forma lingüística
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que se emplea en una lengua extranjera y que tiene como étimo inmediato, un
modelo inglés”3. Retoma la cuestión acerca de la dificultad para identificar el
anglicismo, tanto por las similitudes entre las lenguas románicas y las germánicas
que comparten la misma raíz, como por las oleadas de préstamos de las fuentes
clásicas que se han sucedido desde la separación de las lenguas romances y que
dificultan la localización exacta del nacimiento de un neologismo. Como haría en
1980, describe y clasifica los anglicismos empleados en el español europeo, y
hace un análisis etiológico de su uso.
Dos estudiosos españoles de renombre que han abordado el fenómeno del
anglicismo son F. y Mª V. Gimeno, de los cuales reseñamos aquí algunos artí-
culos. Uno de ellos, publicado en 1990, se titula “Anglicismos léxicos: un primer
estado de la cuestión” y en él sientan las bases terminológicas y de contenido que
irán desarrollando en artículos sucesivos. Introducen ya lo que será una constante
en su línea de investigación posterior: el cambio de código como etapa inicial del
proceso lingüístico del contacto de lenguas. Distinguen, pues, y lamentan que
otros no lo hagan, varios estadios en la utilización de una lexía extranjera antes de
considerarla propiamente un préstamo.
“Anglicismos en el español de América” es un artículo que, en 1990, E. Lorenzo
publica como parte de la compilación El idioma español en las agencias de
prensa. En esta obra, Lorenzo se detiene en los usos anglicados que se difunden
desde la prensa, tanto por los columnistas como por la publicidad inserta en los
periódicos, que, opina el autor, “es hoy la compuerta que da paso a una gran parte
de las aberraciones idiomáticas que irritan a los beneméritos guardianes de la
pureza de la lengua”. De los anglicismos que comenta “muchos son comunes a
España y América […]; para otros, tenemos el testimonio del uso a uno de los dos
lados del Atlántico, mas no en el otro”. Sostiene que en los estudios sobre este
particular, queda mucho por hacer en cuanto a la aportación de datos sobre el
grado de penetración y permanencia de un anglicismo en un territorio determi-
nado.
“Para una clasificación tipológica de los anglicismos en español actual” es un
artículo que en 1990 ofrece J. Gómez Capuz, en el que pone sobre la mesa los
problemas metodológicos que plantea el anglicismo, a saber, “identificarlo y
demostrar su ‘status’; estudiar su vía de entrada […]; clasificación tipológica del
préstamo”. Este estudio se centra en el tercer problema y tras glosar la tradición
norteamericana y la francesa en materia de préstamo lingüístico, propone una
clasificación del anglicismo en español peninsular contemporáneo basándose
fundamentalmente en el criterio de lo que “‘gana’ la lengua receptora”, es decir, las
aportaciones que el inglés haría al español en cualquier nivel lingüístico.
En su artículo de 1991, “El estado de la cuestión sobre el anglicismo léxico”, los
Gimeno lamentan la falta de precisión del objeto de estudio y ponen de manifiesto
3
La traducción de la cita es nuestra. Hemos intentado seguir el modelo marcado por la definición de Pratt en su
obra del 80, con las oportunas modificaciones.
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traducción en nuestra lengua para esa palabra o giro que no tiene correspon-
dencia en español”.
En 1996, los Gimeno publican el artículo “A propósito del anglicismo léxico:
cambio de código y calco léxico”, en el que se centran en la metodología y el
marco teórico de un estudio suyo sobre la prensa española escrita en Estados
Unidos. En él se trata necesariamente del fenómeno del préstamo en general y del
anglicismo en particular.
Por otro lado, también en 1996, F. Rodríguez González contribuye a los títulos
en inglés sobre el anglicismo en español con “Functions of Anglicisms in
Contemporary Spanish”. Este artículo, que toma como referencia la descripción
del lenguaje de Halliday, es bastante original en su enfoque, pues se centra en la
función del lenguaje que desempeñan los anglicismos y examina las motivaciones
que subyacen a su empleo. El autor apunta que el préstamo como proceso está
fuertemente arraigado en nuestra lengua y que esto se nota no sólo en la cantidad
de anglicismos que se emplea, sino sobre todo en la diversidad de funciones que
estos desempeñan.
E. Lorenzo publica en 1996 Anglicismos hispánicos. Esta completa obra es
fruto de la recopilación durante más de cuarenta años de notas y comentarios
sobre un gran número de préstamos de origen anglosajón. El autor, a lo largo de
los capítulos de este extenso libro va desgranando distintos aspectos relativos al
anglicismo como la dimensión que está adquiriendo en el idioma español o los
problemas con los que se ha de enfrentar el etimólogo en algunos de los casos
para justificar su procedencia anglicada. Es una obra de carácter descriptivo,
aunque en ocasiones también condena determinados usos, señala las expre-
siones sustitutivas más acordes con la lengua española e incluso discrepa en
algunos casos de las decisiones de la Academia o de otros autores de diccionarios
respecto al origen de los étimos. En tres capítulos distintos se extiende en los
préstamos, los calcos y la sintaxis. La mayoría de los comentarios se refieren al
español peninsular, pero también entremezcla algunos referidos a variantes
hispanoamericanas del español. Al final del libro incluye, a modo de diccionario, un
índice con las voces tratadas.
En 1997, aparece un suelto en English Today, revista dedicada a la lengua
inglesa en el contexto internacional. A raíz de su experiencia como traductor, R.
Smith, el autor de “English in European Spanish”, define, de manera muy sencilla y
comprensible por el público general, cuatro causas para el uso de anglicismos en
español: el deseo de presumir (“showing off”), la necesidad de llenar un vacío
(“filling gaps”), la osmosis, y las malas traducciones.
Transcurridos dos años desde la publicación de su gran monográfico sobre el
anglicismo hispánico, E. Lorenzo escribe en 1998 “Neologismo y anglicismo”,
artículo en el que matiza las visiones apocalípticas que los puristas auguraban.
Reconoce que, en ocasiones, se aceptan extranjerismos por negligencia imperdo-
nable o porque “los periodistas, traductores novatos, lectores deslumbrados” son
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las páginas anteriores de este artículo, al autor se aventura a decir que el impacto
del inglés seguirá presente mientras lo haga la hegemonía americana en política,
cultura y tecnología.
En 1999 se publica “Hacia un análisis cuantitativo del anglicismo léxico”,
comunicación en la que F. y Mª Victoria Gimeno aportan “un primer estudio cuanti-
tativo del impacto del anglicismo en el español de América y España”. Lamentan
que el análisis de los anglicismos se haya venido realizando a espaldas de la
estadística y la informática y, comparando tres periódicos en español publicados
en España y otros tantos en Estados Unidos, incluyendo Puerto Rico, hacen un
recuento de los cambios de código frente a los calcos léxicos que se dan en unos
y otros en un mismo periodo de tiempo. “Los resultados globales […] ponen de
manifiesto que los cambios de código son más comunes que los calcos léxicos,
tanto en los registros periodísticos españoles de los EE.UU., como en los de
España, y que ambos prevalecen en la prensa estadounidense”. También
concluyen que, si bien la mayoría de calcos léxicos aparecieron en la prensa de
Los Ángeles, el mayor impacto de los cambios de código se da en Puerto Rico,
circunstancia que no les sorprende pues se plantean “la necesidad de considerar
el caso de Puerto Rico como bilingüismo pasivo”.
También en 1999 aparece un título en inglés, “Pidgin Traits in the Adaptation
Process of Spanish Anglicisms”, en el que M. Breva–Claramonte trata de los
paralelismos entre los procesos de adaptación de anglicismos hispánicos y los de
las lenguas pidgin. A lo largo de las 12 páginas del artículo, el autor detalla dónde
se encuentran las semejanzas –en la pronunciación y la morfología– y dónde las
diferencias: sobre todo, en lo referente al menor número de elementos lingüísticos
foráneos en castellano.
En 2001, E. Lorenzo publica un suelto sobre el anglicismo en general: “El angli-
cismo, nocivo y fecundo”. En él, después de explicar que la lengua inglesa ha
obtenido la hegemonía actual mediante la incorporación en su léxico de aquellos
préstamos de otras lenguas que consideraba útiles, comenta dos obras relacio-
nadas con esta influencia anglosajona. La primera, el Diccionario de falsos
amigos, de M. Prado, publicada por Gredos en 2001. La segunda, Anglicismos
léxicos en el español coloquial, es la segunda parte de la tesis doctoral de J.
Gómez Capuz, publicada en el 2000, aunque defendida en 1997. No desarrolla en
esta breve reseña ningún aspecto teórico, sino que, a cambio, ilustra sus afirma-
ciones con múltiples ejemplos.
“Observaciones a propósito de la traducción como vía de entrada de angli-
cismos al español” (2002) es un pequeño artículo en el que Mª J. Rodríguez
muestra ejemplos de la presencia del inglés en los textos traducidos desde esa
lengua al español. Afirma la autora que “el predominio indiscutible del inglés con
respecto al resto de lenguas de las que se traduce al español […] ha originado
que, a través de la traducción de obras escritas en este idioma (sobre todo cuando
no se hace bien), se haya propiciado […] la penetración y posterior adopción de
anglicismos gráficos, léxicos, morfosintácticos y pragmáticos en nuestra lengua”.
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utilización, siempre que se pueda, de lexías con raíz castellana y, para los no
nativos, la imitación del ejemplo de los mejores hablantes y escritores nativos.
“Los anglicismos en el lenguaje deportivo chileno” es un extenso artículo que
aparece publicado en el Boletín de Filología (1953), de más de 150 páginas, y que
bien podría calificarse de completo diccionario de anglicismos del deporte
compuesto por más de 400 vocablos. En él, L. Contreras, su autora, secunda la
opinión de A. Meillet acerca de la introducción de préstamos por medio de lenguas
especiales y demuestra que el lenguaje de los deportistas chilenos “es una lengua
especial, y en ella dominan ampliamente los préstamos ingleses”. Observa
múltiples variantes ortográficas, una pronunciación literal de muchos de los
términos escritos con ortografía inglesa, y la ausencia en lengua oral de muchas
de las voces que se vieron escritas. La autora atribuye estos tres fenómenos al
hecho de que los anglicismos en este lenguaje han entrado más por la vía escrita
que por la oral.
En febrero de 1956, C. E. Schorer escribe “English Loan Words in Puerto Rico”.
Ofrece una lista de préstamos con la que pretende demostrar la importante
relación sociopolítica que existe entre el continente y la isla. También resume la
actitud hacia el anglicismo, más de rechazo que de acogida, que ha observado en
sus estudiantes.
1960 también ve un artículo sobre este particular: “The Comic Strip: A Source
of Anglicisms in Mexican Spanish”. J. H. Matluck elige un medio en el que se
combinan “lo escrito y lo oral y nos aporta datos esenciales sobre las formas
coloquiales y familiares”6. Puesto que las tiras cómicas que aparecen en los
periódicos que él analiza han sido escritas originariamente en Estados Unidos y en
inglés, atribuye los usos poco expresivos en español a que no se elige bien a los
traductores o a la falta de tiempo con que cuentan los buenos profesionales para
revisar sus traducciones.
E. J. Fonfrías, en 1968, publica Anglicismos en el idioma español de Madrid
(afluencia e influencia de anglicismos en el español hablado y escrito en Madrid).
Escribe este ensayo con el propósito “de salvar el idioma de tanto enemigo
gratuito que le sale al paso”. Trabaja con materiales que ha recogido “aquí y allá, y
leyendo con preocupada atención los diarios de la tarde y de la mañana”. El autor
puertorriqueño se pregunta con pena cómo, “mientras en América hacemos el
mayor esfuerzo para defender los hitos de la herencia madre […] ¿qué hace la
madre por evitar los males que proliferan en su vientre?”. Aporta una relación de
extranjerismos “de mayor uso en la prensa diaria de Madrid”, cuyo uso indebido es
su mayor fuente de preocupación.
También en 1968, S. López habla de “Algunos Vocablos de Origen Inglés en el
Vocabulario Marítimo Chileno”. Menciona las expresiones de evidente origen
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que el campo léxico que reúne mayor número es el deportivo. A la vista de estos
datos, afirma que “una de las principales causas para la penetración de angli-
cismos en la muestra estudiada es la necesidad de llenar el vacío lingüístico que
se produce al incorporar nuevos elementos de cultura cuyos nombres son desco-
nocidos por la comunidad”. Distingue además entre los anglicismos de vitalidad
absoluta (no están en alternancia con otras respuestas) y los de vitalidad relativa
(su uso aparece en alternancia con otras respuestas) y, puesto que casi todos los
ejemplos de su corpus son de vitalidad relativa y que los que son de vitalidad
absoluta aparecen también en otras comunidades de habla, presupone que no
han entrado directamente del inglés, sino de otras variedades del español.
H. López Morales hace también un estudio del léxico de una comunidad de
habla concreta, la puertorriqueña, en 1987. En “Anglicismos léxicos en el habla
culta de S. Juan de Puerto Rico” clasifica los anglicismos en cinco grupos, aten-
diendo a su frecuencia, y, aunque con cautela dadas las divergencias en lo
referente al concepto de anglicismo que cada uno maneja, contrasta sus resul-
tados con los obtenidos por Lope Blanch (1977) y A. Quilis (1984) en México y
Madrid respectivamente. Al igual que ellos, añade también las formas con las que
compiten los anglicismos, de modo que puede concluir que la mayoría de
anglicismos “no tiene competencia alguna con hispanismos en la norma culta
sanjuanera”. Años más tarde, en un trabajo que reseñamos más adelante, ahon-
dará en el anglicismo en Puerto Rico desde una perspectiva un poco diferente.
En las Actas del VI Congreso Internacional de la ALFAL, publicadas en 1989,
T. Carranza Vásquez presenta “Galicismos y anglicismos en el léxico del vestuario
en el español de México” y recopila los anglicismos y su frecuencia de uso por
áreas. Es relevante el hecho de que, según sus porcentajes, la mayoría de los
anglicismos sean utilizados por personas cultas y esporádicamente. Asimismo, los
datos de su encuesta revelan diferencias en el empleo de anglicismos según el
sexo y la edad de los informantes, de los que son más numerosos en el caso de
las mujeres y de los jóvenes.
Casos particulares son los que quedan reflejados en dos artículos de J. M.
Lope Blanch publicados en 1989: “Anglicismos en el español del Suroeste de los
Estados Unidos” y “Anglicismos en el español de California”. En el primero, aporta
sus conclusiones acerca del anglicismo en tres ciudades estadounidenses de
habla hispana, mientras que en el segundo lo hace sólo de una ciudad. Son
particulares porque en ellos se analiza el fenómeno de la influencia del inglés
sobre el español desde otra perspectiva. Al tratarse de “zonas de la Hispano-
américa políticamente escindida” cabe esperar que los hablantes de español
utilicen muchos anglicismos pues “la lengua española subsiste entre ellos como
lengua de lo familiar exclusivamente o, si acaso, como lengua de grupo, en tanto
que la lengua oficial, laboral, social y aun de cultura es la lengua inglesa”. Sin
embargo, tras analizar los resultados del cuestionario, el autor concluye que “el
número de los anglicismos que se incrustaron en su expresión era muy reducido”.
No obstante, hay que tener en cuenta que en ambos artículos se distinguen, “por
un lado, los verdaderos anglicismos del español estadounidense y, por otro, las
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voces inglesas que hicieron acto de presencia a lo largo de las encuestas por
diversas razones”. Estas, en cambio, aparecieron con mucha frecuencia: “llama la
atención el elevado número de conceptos para los que ninguno de mis infor-
mantes conocía o recordaba voz hispánica denominadora”. Estos datos demues-
tran que, si bien el anglicismo, entendido por Lope Blanch como palabra de origen
inglés ya castellanizada que los hablantes utilizan como respuesta hispánica a las
preguntas del cuestionario, no alcanza cifras elevadas; el vocabulario estricta-
mente inglés sí representa una proporción bastante alta. “Así, creo que podría
decirse que el español de estas localidades norteamericanas se ha reducido, se
ha –si se quiere– empobrecido léxicamente, pero no creo que se pudiera decir que
se haya corrompido por su contacto con el inglés”.
En 1990, F. J. Castillo escribe “El vocabulario de una modalidad del español.
Algunas notas sobre los anglicismos de las hablas canarias”. El autor atraviesa los
siglos de influencia extranjera en las islas atribuyendo esta a distintas causas
como la presencia foránea en actividades ganaderas, agrarias, comerciales, etc.
Sin embargo, destaca “un pequeño conjunto de unidades de procedencia inglesa
[…] en fecha relativamente reciente […] como consecuencia del importante
protagonismo británico en el Archipiélago especialmente en el periodo que
comprende la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas de nuestra
centuria”. Castillo habla de una presencia que no se limitaba sólo a operaciones
portuarias, sino a otras muchas áreas económicas como la exportación o el
turismo. Aporta varios ejemplos de léxico anglicado en el habla canaria y llama la
atención sobre el rigor etimológico que a veces se echa en falta al atribuir origen
anglosajón a determinadas voces canarias.
Del lenguaje de la prensa de Puerto Rico es el artículo de 1990 de M. Vaquero:
“Anglicismos en la prensa: una cala en el lenguaje periodístico de San Juan”. Los
datos que maneja “parten de un inventario de palabras aparecidas en uno de los
periódicos más importantes de Puerto Rico”. El propósito de Vaquero es detectar
las novedades lingüísticas de los medios de comunicación, dada la importancia
que estos tienen en la configuración lingüística del país: “la periodista aparen-
temente despreocupada, el locutor aparentemente preocupado, el presentador, la
profesional que dirige discusiones de especialistas, ellos son los verdaderos
maestros de la lengua”. Constata que la casi totalidad de las novedades léxicas de
la prensa son anglicismos, de los cuales, casi la mitad son anglicismos semán-
ticos. La autora opina que, “aunque tal vez algunos de los presentados aquí
aparezcan en los periódicos de otros países, es muy posible que muchos de ellos
sean característicos de la prensa de Puerto Rico, teniendo en cuenta que el país
ofrece la situación de los grupos humanos que de alguna manera comparten o
están familiarizados con más de una lengua”.
Otra publicación que, aunque escrita en 1976, no ve la luz editorial hasta 1991
es la de C. J. Córdova Malo, Un Millar de Anglicismos. En ella presenta, a modo
de diccionario etimológico, un listado de anglicismos utilizados en el español
ecuatoriano de la época, aunque, como él mismo explica en la introducción, su
empleo no quede confinado dentro de las fronteras de ese país. Pretende orientar
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al lector sobre lo recto y advertirle sobre lo impropio, por lo que es una obra de
carácter normativo en la que el autor se expresa de la siguiente manera: “En
algunos ejemplos, sin poder sustraerme a llamar barbarismo a secas recalco el
defecto con un calificativo: barbarismo imperdonable […]. Castigo el error diciendo
tontería inocente […] y no me corto en escribir el nombre de disparate […]. Estos
procedimientos no enriquecen el léxico del español. Estamos frente al uso
estragado y a la práctica del uso imperfecto que fácilmente conducen al barba-
rismo”. Su criterio para considerar incorrecto un anglicismo es que existan ya “en
castellano las correspondientes palabras, dicciones o giros”.
De 1991 es también la aportación de J. López Chávez al III Congreso Interna-
cional de El Español de América: “Préstamos, extranjerismos y anglicismos en el
español de México. Valores lexicométricos (planteamientos previos)”. En esta
comunicación, partiendo de estudios anteriores que venían a demostrar que el
empleo de anglicismos, a pesar de las apariencias, es en realidad exiguo, se
plantea por qué los hablantes tienen conciencia de utilizar muchos. Tras revisar
algunos de los estudios tradicionales del préstamo en Hispanoamérica más
relevantes, llega a la conclusión de que, en lugar de referirse a “uso”, los estudios
deberían hablar de “conocimiento”, pues “la frecuencia sistemática y la proba-
bilidad de empleo de un vocablo han sido poco consideradas y aún no tomadas
suficientemente en cuenta”. Con su nuevo enfoque propone cuantificar cada
vocablo “según la determinación del factor de uso dentro del vocabulario básico de
la lengua y según el coeficiente de disponibilidad dentro del léxico disponible”.
Sobre el fenómeno del anglicismo en Canarias escribe D. Corbella Díaz en
1992 en un artículo titulado “Los anglicismos en el español de Canarias: interfe-
rencias lingüísticas”. La autora distingue entre los anglicismos que han penetrado
como consecuencia directa de las relaciones comerciales entre las islas y el
imperio británico, que se remontan al siglo XVI; y los que lo han hecho indirec-
tamente por los contactos con el español americano. Según D. Corbella, es carac-
terístico de los anglicismos que se usan en Canarias, junto a la conciencia por
parte del hablante “de que está usando una palabra ajena al español”, el hecho de
que “la grafía se ha resuelto de forma imitativa de la pronunciación original inglesa,
proporcionando unos grafemas aproximados a los equivalentes acústicos y unas
palabras que apenas parecen tener relación con el étimo original inglés”.
I. González Cruz habla necesariamente del anglicismo en su artículo de 1993:
“El contacto lingüístico anglocanario en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria:
algunas consideraciones para su estudio”. Comienza definiendo el ambiente socio-
cultural de las islas en el paso de siglo del XIX al XX para explicar que, puesto que
las relaciones entre británicos y canarios eran fluidas y ninguna de las dos partes
intervinientes en el proceso de comunicación hablaba bien la lengua extranjera, “el
contacto anglocanario se haya dado fundamentalmente a nivel léxico, a través de
préstamos, calcos o simples extranjerismos”. La autora aporta un muestrario de
anglicismos empleados en los periódicos locales de la época y otro de palabras
españolas que aparecieron en escritos de autores ingleses. Con ello, pretende
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ejemplos con los que ilustra dicha influencia en campos tan diversos y recurrentes
en lo tocante al empleo de anglicismos como los negocios, el deporte, la moda, la
compra, la informática, etc. Puesto que “el préstamo lingüístico es resultado del
contacto entre culturas, es de suponer que esta situación perdurará en el futuro”7.
En 1999 se publican las actas del XI Congreso Internacional de la ALFAL que
dejan tres comunicaciones relativas al tema que nos ocupa: “Densidad de
anglicismos en el léxico disponible de la República Dominicana”, “Hacia un análisis
cuantitativo del anglicismo léxico” y “Anglicismos en la norma culta del español de
Las Palmas de Gran Canaria”. El primero es de O. Alba que, basándose en
listados de léxico disponible dominicano y dividiendo las encuestas en 16 centros
de interés o campos semánticos, se adentra en el uso de anglicismos que hacen
hablantes diferenciados por sexo y nivel sociocultural. Maneja un concepto amplio
de anglicismo en el que se incluyen los étimos inmediatos de origen anglosajón.
Advierte de las dificultades que entraña un estudio estadístico sobre usos léxicos
anglicados pues estos siempre estarán condicionados por el tema del discurso, el
prestigio mayor o menor que posea el inglés en una determinada actividad social,
la naturalidad con que se exprese el informante, etc. En sus conclusiones apunta
que “existe una probabilidad muy alta de que el anglicismo sea fenómeno de
prestigio en el español dominicano” y que “los centros de interés constituyen un
elemento fuertemente discriminador del anglicismo. Podría decirse que así como
unas áreas semánticas favorecen el ingreso de los préstamos, otras solo lo toleran
y otras literalmente le niegan la entrada a su territorio”.
El segundo, que ya ha sido comentado en el apartado sobre el anglicismo en
general, es de F. y Mª V. Gimeno; y el tercero, “Anglicismos en la norma culta del
español de Las Palmas de Gran Canaria”, es de V. Marrero Pulido y, al igual que
otros artículos reseñados en este capítulo, se inscribe dentro del Proyecto de
estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de
habla hispana. Marrero reivindica la conveniencia de la comprobación empírica del
grado de uso del anglicismo léxico para evaluar su presencia real en los distintos
campos semánticos. Tras presentar los datos divididos según el sexo y la
generación de los informantes, variables que no presentaron grandes diferencias
respecto al uso de anglicismos, concluye que, hasta ese momento, “la ciudad de
Las Palmas de Gran Canaria se sitúa en tercer lugar, después de San Juan […] y
de Santiago de Chile”. Asimismo, al igual que en la mayoría de las ciudades que
participan en el proyecto, la mayor incidencia de anglicismos se observa en los
campos de la vida social y diversiones, mientras que el campo del vestuario, que
en otros estudios aparece como un campo de gran incidencia, en la norma culta
de Las Palmas de Gran Canaria ocupa el sexto lugar.
H. López Morales escribe en 1999 “Anglicismos en el léxico disponible de
Puerto Rico”. Aborda la cuestión ya suscitada por J. López Chávez de las
aparentes contradicciones y evidentes carencias de los estudios léxico–estadís-
ticos de mediados del siglo pasado, pues no diferenciaban entre palabras
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ilustra, con ejemplos extraídos de los datos proporcionados por este estudio, la
variedad de préstamos, desplazamientos semánticos y construcciones calcadas
que se usa en esta zona del Caribe, así como las motivaciones y causas que los
fomentan. Luego explica la metodología empleada para llevar a cabo su objetivo
de “elaborar un análisis estadístico de uso de un conjunto representativo de
anglicismos documentados en Puerto Rico”. Partiendo de un cuestionario distri-
buido a 60 puertorriqueños de San Juan, seleccionados, no según el sexo o la
edad, sino según el área de trabajo a la que pertenecían, y de una nómina “donde
se recogieron todos los anglicismos consignados en las recopilaciones de
anglicismos publicadas en Puerto Rico” hasta la fecha, elabora un diccionario de
435 anglicismos, 201 de los cuales aparecen únicamente en la Isla. A cada
término anglicado del listado le acompañan datos sobre la frecuencia, el uso y la
alternancia con la voz patrimonial correspondiente.
Sobre los “Anglicismos innecesarios en el habla culta de Las Palmas de Gran
Canaria” se ocupa en 2003 Mª I. González Cruz. Se centra en la cuestión del uso
real, pues “es uno de los aspectos menos estudiados” y pretende averiguar la
disponibilidad léxica de anglicismos innecesarios toda vez que existen en español
voces alternativas a las anglicadas. Parte, por lo tanto, de la clasificación que
distingue los anglicismos en necesarios e innecesarios y considera anglicismos
innecesarios los que aparecen como tales en el Nuevo diccionario de anglicismos,
de Rodríguez González y Lillo Buades. Observa que el uso de estos “es el que, no
sin razón, puede suscitar cierta preocupación entre los lingüistas y académicos de
la lengua española” y comprueba que un gran número de ellos está disponible en
el léxico de los hablantes cultos de esta comunidad de habla. Como ya lo han
hecho otros autores, constata diferencias en el uso en razón de la edad y el sexo
de los informantes.
De esa misma autora, en compañía de C. Luján, y en ese mismo año, sale a la
luz “On English Loanwords in Canarian Spanish: Past and Present”. Con este
estudio demuestran que la población canaria ha estado expuesta a la influencia
anglicada hace 120 años aproximadamente. Hacen una comparación paralela de
los anglicismos específicos de Canarias aparecidos en la prensa local en dos
periodos: el que va desde 1880 hasta 1914 y la época actual. Plantean varias
dificultades para elaborar estudios de estas características, como el hecho de que
una palabra aparezca en lengua escrita no implica que la población la use
oralmente de forma ordinaria. Acompañan este análisis de los resultados de un
cuestionario repartido entre informantes de las dos capitales canarias y señalan
tres de las secciones de la prensa como las más propensas al empleo de
anglicismos: Deporte; Sociedad y Cultura; y Economía.
Al ser Puerto Rico un Estado Libre Asociado a los EE.UU., el español convive
oficialmente con el inglés y, por lo tanto –explica A. Morales en este trabajo– tiene
que cederle “algunos espacios de uso, especialmente los más cercanos a los
registros formales”. Ello propicia que sean numerosas las publicaciones acerca de
la influencia del inglés en esta comunidad de habla concreta. Aparte de las ya
comentadas, Amparo Morales escribe en 2004 “Los anglicismos, los hablantes y
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los sistemas lingüísticos. Relaciones”, artículo en el que concluye que “la situación
de convivencia idiomática descrita en Puerto Rico produce una interacción
lingüística más intensa que la de cualquier otra comunidad hispana”. Subraya que,
a pesar de este dato, los puertorriqueños han continuado comunicándose con
otras comunidades de habla en español sin que las interferencias impidan el
entendimiento mutuo.
El XIV Congreso ALFAL (2005) también deja una comunicación dedicada a los
anglicismos de comunidades de habla concretas: “Grado de integración de los
préstamos léxicos del inglés en el léxico del habla culta de Santafé de Bogotá”, de
Y. Murakami, que trata de “determinar el grado de integración de los préstamos
léxicos del inglés, recogidos del Léxico de habla culta de Santafé de Bogotá”.
Obtiene un total de 289 anglicismos diferentes. De estos, la mitad no están muy
integrados en el uso de la comunidad lingüística.
Mª I. Diéguez escribe en 2005 “Análisis contrastivo del anglicismo léxico en el
discurso económico semiespecializado y de divulgación científica del español de
Chile”. Destaca que algunos de los anglicismos puros de este lenguaje se escriben
incorrectamente y otros son pseudoanglicismos; unos son polisémicos mientras
que otros son sinónimos, etc. Atribuye la responsabilidad por el uso de angli-
cismos, no sólo a causas extralingüísticas relacionadas con la influencia estadou-
nidense, sino también a causas lingüísticas, como la necesidad de lexicalizar
nuevos objetos.
Más reciente aún, de 2006, es el estudio de A. González y P. Orellana acerca
de los “Anglicismos en el léxico disponible de la provincia de Cádiz (España)”. En
él trabajan con un corpus recogido en un estudio anterior realizado por uno de los
autores. Hacen la consabida distinción entre préstamos, correspondientes a los
anglicismos “que están adaptados al español, tanto en la forma como en la
función”, y extranjerismos, definidos como “vocablos que conservan su forma y su
funcionalidad primitiva”. También calculan la proporción de anglicismos con
respecto al léxico patrimonial. Los resultados que obtienen demuestran que sólo
un 2,4% de anglicismos está disponible en esta variedad diatópica. De ese
porcentaje, la mayor parte se usa en el campo de “juegos y distracciones” y
principalmente son “designaciones que han llegado a nuestra lengua insepara-
blemente del objeto”.
Y de 2006 es también “Anglicismos en el habla de los jóvenes de la comunidad
hindú de Las Palmas de Gran Canaria”, de Mª J. Rodríguez y Mª J. Déniz. Se
centran en los anglicismos empleados por jóvenes entre los 18 y los 25 años de
esta comunidad cuando se expresan en español. Hacen un breve repaso de los
principales estudios anteriores acerca del anglicismo y luego se detienen en la
descripción de las características de la comunidad objeto de su estudio remon-
tándose al país del que proviene. Plantean varias hipótesis acerca del empleo que
del anglicismo hacen estos jóvenes en comparación con sus coetáneos de
Canarias y de las circunstancias que favorecen estos usos, así como de la
percepción que ellos mismos tienen del fenómeno. Concluyen que “los jóvenes
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como desviaciones semánticas y estilísticas, que se dan a veces por puro esno-
bismo y que, en muchos casos, son reflejo del argot urbano. El autor concluye que
se demuestra que el anglicismo en español actual en una lengua como la juvenil
ha llegado a un estado de madurez, pues “no sólo se siguen importando términos
sino que también los ya existentes se desarrollan y reciclan en la propia lengua
receptora”.
J. Gómez Capuz publica aparte Anglicismos léxicos en el español coloquial,
(2000), la segunda parte de su tesis doctoral en la que trabaja sobre un corpus de
lengua oral; es un estudio acerca de los anglicismos patentes utilizados por los
hablantes del área metropolitana de Valencia en un periodo de tiempo que va
desde 1988 a 1996. Lleva a cabo “la identificación y clasificación de anglicismos”
que forman parte del corpus. Asimismo, analiza “algunos aspectos diacrónicos y
etimológicos, como la antigüedad de los anglicismos, el papel mediador del
francés y las alteraciones que sufre el modelo inglés” (Gómez Capuz 1997a: II–III).
Al analizar los anglicismos de los medios de comunicación y espectáculos, se
incluyen algunos términos específicos del cine y quedan excluidos todos los
anglicismos no patentes que, por su integración en español, es seguro que utilizan
los hablantes de forma coloquial.
En 2001, publica en la Revista Electrónica de Estudios Filológicos un estudio
que lleva por título “La interferencia pragmática del inglés sobre el español en
doblajes, telecomedias y lenguaje coloquial: una aportación al estudio del cambio
lingüístico en curso”. En este trabajo aplica sus “conocimientos teóricos y prácticos
[…] a un amplio corpus de lengua oral con el objeto de comprobar la penetración y
difusión de los hábitos comunicativos de signo angloamericano y su incidencia en
la interacción comunicativa de los hispanohablantes peninsulares”. Gómez Capuz
concluye que “en el aspecto cualitativo hemos podido documentar casos de
influencia angloamericana en casi todos los ámbitos discursivos que hoy en día
constituyen objeto de estudio de la Pragmática”.
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Autores como A. Meillet, C. Pratt o J. Gómez Capuz consideran que los medios
de comunicación constituyen la segunda etapa que recorre el préstamo en su
camino hacia la madurez en la lengua común, aunque en ocasiones no pasa de
esta fase y su uso queda relegado a este lenguaje. Por un lado, los medios de
difusión, como su propio nombre indica, son una plataforma desde la que se
muestran al mundo lexías de todo tipo originadas en lenguajes específicos o
sociolectos de distintos dominios. Por otro lado, los medios de comunicación, en
especial la prensa, no son sólo un canal por el que pasan los préstamos origi-
nados en otros ámbitos, sino que, como señala Mª V. Romero Gualda (1993: 38),
“la traducción del inglés al castellano, muy frecuente y necesaria en la actividad
periodística, ha traído al español bastantes construcciones que, sin ser absolu-
tamente extrañas a nuestro sistema lingüístico, sí serían menos frecuentes sin esa
influencia extranjera”.
Ya en 1971, P. J. Marcos escribe un librito sobre Los anglicismos en el ámbito
periodístico. No divide el trabajo en apartados, sino que es un análisis descriptivo
de las diversas formas léxicas anglicadas que se ha encontrado en la prensa. A
raíz de esos ejemplos va desgranando algunos fenómenos relacionados con los
más de 300 anglicismos, que recaba al final de la obra.
En 1978, J. England y J. L. Caramés se ocupan del asunto en “El uso y abuso
de anglicismos en la prensa española de hoy”. Parten de un enfoque muy original
al relacionar la línea editorial de los periódicos que analizan, conservadora o
progresista, con el menor o mayor uso de anglicismos respectivamente. A excep-
ción de este particular punto de vista y de las fuentes que emplean para elaborar
el corpus, no parece que haya nada en el artículo que le haga adscribirse al
lenguaje específico de los medios. De hecho, es un estudio que trata de medir el
arraigo del anglicismo en español según la historia, los factores sociológicos, la
fonología, la ortografía y, sobre todo, la morfología. Expresan su deseo de que “la
Academia muestre su autoridad”, especialmente en los aspectos en que la
estructura predominantemente lógica del español aventaje “al sistema caótico
inglés”. Consideran probable que sea “en el nivel más abstracto, el de la sintaxis,
en el que puede calcularse el grado de penetración de una lengua en otra”.
E. Lorenzo, en “Anglicismos en la prensa” (1987), artículo que forma parte de
un compendio de ponencias sobre el lenguaje en los medios de comunicación,
responsabiliza principalmente a los traductores de la negligencia con que se
emplean los anglicismos en la prensa española. Estos, matiza, movidos por las
prisas, no tienen tiempo de revisar el estilo. Afirma que no tiene nada contra el
anglicismo “que venga a remediar una carencia o a enriquecer o vivificar nuestra
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