Reseña Académica Sobre La Apología de Sócrates.

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Universidad Alberto Hurtado

Facultad de Filosofía y Humanidades.


Pedagogía en Filosofía.
Expresión Escrita y metodología.
Prof. Maria del Pilar Aristia.
César Contreras Nahuelhual.

Reseña Académica.
Platón.
Apología de Sócrates.

Es considerado como el primer texto en el orden documental del corpus filosófico de


Platón (427-347 a.C). La Apología (que etimológicamente significa “discurso de defensa”) es
una obra emblemática en la historia de la filosofía occidental en la que se narra a modo de
descripción el juicio de Sócrates ante los tribunales de Atenas. Sócrates quien fuera descrito
como una figura controversial, un personaje sui generis, caracterizado como un sofisticado y
exuberante ciudadano que actuaba para con sus coetáneos de una manera controversial. El
inicio de este juicio público, la escena donde acontece este proceso interpelación hacía
Sócrates, nos muestra a éste, dirigiéndose con la elocuencia que lo caracterizaba hacia los
jueces, el público y en especial a sus acusadores, a quienes increpa. Pero antes de desarrollar
el tema central de esta obra, conviene situarnos con un poco de contexto histórico; y me
refiero a describir cómo era la realidad sociocultural de la Atenas de los siglos V y IV.

Atenas, ciudad capital de Grecia, se encontraba en esos siglos padeciendo las


consecuencias de las disputas entre las ciudades-Estados de la época. El desarrollo
exponencial de los conflictos bélicos –como lo fueron las guerras Médicas entre el imperio
persa y las ciudades estados griegas, y las guerras del Peloponeso, protagonizadas por Atenas
y Esparta–, ocasionaron que los estamentos internos que conformaban la realidad
sociopolítica del Estado ateniense, comenzaran a resquebrajarse paulatinamente. Poco a poco
todo aquel conjunto de valores ideológicos, de normativas y modelos de ordenamiento,
comienzan a verse sobrepasados ante la convulsión de los procesos de conquista y expansión
de los imperios en auge –en este caso, con el proceso de conquista del Imperio masedonio
sobre las ciudades helenas–, que cada vez se acentuaba esa etapa de decadencia. Uno de esos
puntos de ruptura que generó una de las tantas grietas, tuvo que ver con aquella creación
engendrada en el seno de esta cultura, me refiero a la democracia. Con la muerte de Sócrates,
se logró vislumbrar los problemas que subyacian en este régimen; lo que fuera uno de los
sistemas de ordenamiento social, presupuesto históricamente como el que mejor reflejaba los
ideales morales que debían formar parte en la estructuración de una comunidad, ahora estaba
bajo la lupa y el juicio crítico de quienes presenciaron como esta democracia (“gobierno del
pueblo”) condenaba de manera injusta a uno de sus ciudadanos más emblemáticos.Con estos
antecedentes contextuales enunciados a modo de introducción, podemos adentrarnos
específicamente en el contenido del texto, señalando los elementos narrativos que lo
componen, las etapas y los matices que constituyen esta obra.

Dijimos que la obra lleva por nombre “Apología”. Sócrates, el protagonista, se


encuentra frente al tribunal, ante la ciudadanía y ante sus acusadores, posicionándose como
quien defenderá su propio caso, y en la medida de sus propias facultades, refutar a aquellos
cargos que se le imputan. La actividad exhortativa de Sócrates, la que podemos encontrar en
los diálogos platónicos, expresados en una modalidad discursiva que se caracteriza por ser
dialéctica; es por medio de esta técnica de conversación, y gracias al método de la mayéutica
(vocablo griego que significa técnica para ayudar en el parto) lograba extraer un
conocimiento obviado, desconocido al receptor interpelado. La postura de Sócrates se
muestra acongojado debido a lo sorprendido que estaba de ser enjuiciado a raíz de las
“calumnias” dirigidas en su contra. Su discurso parte de la premisa de que lo que se decide de
él no es verdad. Esto lo vemos reflejado en la siguiente cita: “Con respecto a mí, confieso
que me he desconocido a mí mismo; tan persuasiva ha sido su manera de decir. Sin
embargo, puedo asegurarlo, no han dicho una sola palabra que sea verdad.”1

Que las acusaciones presentadas sean tomadas como lo suficientemente validas para
llevar a juicio, no es razón suficiente para que Sócrates sucumba de manera condescendiente,
sin antes dar cuenta de las inexactitudes que dichas injurias contienen. Con vehemencia
nuestro protagonista proclama que “descansa en la confianza de que él dice la verdad, y que
eso es lo único que se debe esperar de él” (Apología, 1962). Dejando en claro las intenciones
detrás de sus discursos, procederá a su defensa partiendo con una interpelación a uno de sus
acusadores. Sus acusadores fueron tres sujetos en específico: Anito, Licón y Melito. El
primero en ser abordado es Anito, de quien se dice que encabezaba las acusaciones. De
dichas acusaciones se cuentan las siguientes: de que presta más atención a las cosas que se
hallan en los cielos y en las entrañas de la tierra, y que sabe convertir en buena una mala
causa (Apología, p. 3). Acusado de impiedad, Sócrates se ve obligado a responder, y para eso
suscita que su caso sea tomado de manera holística si se puede decir, es decir, entender el
panorama total que aquellos elementos explicitados, como también aquellos factores que
integran y orbitan contextualmente. Estos elementos tienen que ver con los antecedentes que
desembocaron en el hecho de que Sócrates fuera enjuiciado.

Pues bien, Sócrates fue un ciudadano muy admirado. Por medio de la técnica
discursiva de la mayéutica, invitaba a todos a quienes contactaba en el espacio público, a
exponer sus saberes, a que se sometieran, e implícitamente inducirlos, a cuestionar
introspectivamente los postulados epistémicos que representaban. Se nos narra en todos los
diálogos platónicos que una vez Sócrates hacía que su interlocutor se adentraran en el
diálogo, estos comenzaban –según nos cuenta la tradición filosófica antigua– a incomodarse,
a rehuir a causa de las contradicciones y aporías que surgen sobre sus propias creencias y
prejuicios de valor; se manifestaban dudas y desaciertos sobre aquellos saberes de los cuales
se hacían acreedores. A Sócrates en su locuaz actividad dijimos que atraia admiradores,

1 Platón. Apología de Sócrates. Ed. Porrúa (1962), O. C, Tomo I, p. 1.


oyentes que querían interesarse de las actividades del sabio. Pero, también hubieron quienes,
ofuscados, lo consideraban como una molestia (por eso el apodo de “tábano de Atenas”), y es
que como veían en sus acciones un problema, los planes para solucionar este “problema”,
terminaron por converger en la forma de una acusación por impiedad hacia Sócrates.

Desde un comienzo, nuestro protagonista nos advierte de la difícil tarea que tiene que
llevar a cabo, ya que no es solo defenderse de las acusaciones explicitadas en el juicio, sino
contra todo el conjunto de sucesos previos que lo convocaron a dicha situación. Nos dice:
“Considerad atenienses, que yo tengo que habérselas con dos suertes de acusadores, como
os he dicho; los que me están acusando a mucho tiempo y los que ahora me citan ante el
tribunal”2 ¿Quiénes eran esos que lo venían acusando desde hace tiempo? Para Sócrates son
aquellos conciudadanos que tras un primer contacto con él, y tras haber sucumbido antes los
envites discursivos del maestro, adoptaron la aversión hacia él. Y es aquí lo curioso de esta
profesión de sabio que ejercía Sócrates –lo que es también la idea transversal de la obra. El
nunca se presentó como alguien que sabía, siempre profeso que era un servidor público que
admiraba la virtud del saber, y que en esa admiración residía su amor por conocer, por
aventurarse a desentrañar lo verdadero del conocimiento.

Su presentación como buscador del saber, y no como poseedor de uno, le valió una
reputación controversial. Todo esto parte de un acontecimiento puntual, el cual involucra la
idiosincrasia religiosa de la cultura ateniense, y la opinión pública de ésta, la cual era
resultado de la primera. El oráculo de Delfos era el centro de congregación espiritual de
Atenas, el lugar sagrado desde donde se desprendían los dictámenes a los cuales la estructura
social de Atenas debía acotar y aceptar indiscutiblemente. Es en este contexto donde asoma la
temática central de la obra: la divinidad afirmando la sabiduría de Sócrates. Se cuenta que
Querefón –seguidor y amigo de Sócrates–, “un día habiendo partido para Delfos, tuvo el
atrevimiento de preguntar al oráculo (...) si había en el mundo un hombre más sabio que yo;
la Pythia le respondió que ninguno”3. Esta revelación por parte de la divinidad, fue el punto
coyuntural que dio paso a esta serie de acontecimientos. ¿Sócrates era el más sabio de todos?,
¿qué es lo que quiso decir el oráculo con esta afirmación? El propio Sócrates cuenta la
inquietud que le causó esta aseveración, la cual estimuló en él la necesidad por indagar,
investigar sobre cuáles serían esos fundamentos que están detrás de esta afirmación.

Ahora bien, la investigación de Sócrates consta de ir buscando a aquellos que eran


representantes de un saber; Sócrates supuso que ellos serían quienes podrían dar argumentos
que sirvieran para refutar la afirmación del oráculo. Esta travesía lo llevó a interpelar a
políticos, poetas y artesanos, quienes se reconocian como poseedores de un saber. Sin
embargo, las suposiciones socráticas sobre esta posibilidad de refutar al oráculo, se terminan
por perder. La desilusión que nuestro protagonista se lleva al descubrir que no existía una
contratesis posible que rebatiera la afirmación del oráculo; y es que todos aquellos
poseedores de sabiduría, en realidad no sabían aquello que creían saber, era solo un saber
aparente. Tanto los políticos, como los poetas y los artesanos, caían en contradicciones
2 Platón. Apología de Sócrates. Ed. Porrúa (1962), Obras completas, Tomo I, p. 2.
3 Platón. Apología de Sócrates. Ed. Porrúa (1962), Obras completas. Tomo I, p. 4.
internas ante lo que aseguraban que era de suyo eso que presumían, lo que ocasionó en
Sócrates impresiones encontradas, ya que como él mismo sostiene: “Puede muy bien suceder
que ni ellos ni yo sepamos nada de lo que es bello de lo que es bueno, pero ahí está la
diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada y yo, no sabiendo nada, creo no saber.
Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era más sabio porque no creía saber lo
que no sabía”4.

A causa de esta conclusión a la que se llega Sócrates, de que la verdadera sabiduría se


halla en quienes dan cuenta de su ignorancia, éste advierte los inconvenientes que pueden
derivar de defender esta posición. Sosteniendo prácticamente que aquellos saberes
legitimados en el orden social, no merecían ser estimados más que como una opinión carente
de fundamentos esenciales, ya que el verdadero saber era aquel que podían anunciar los
dioses, como en este caso el oráculo de Delfos. Y es que para nuestro protagonista, está
presuntuosidad que infravalorarba el saber humano, causaría agravios, odiosidad y actitudes
aversivas en contra de él. “(...) pero me parecía que debía, sin dudar, preferir a todas las
cosas la voz de Dios” (Apología, p. 5). El malestar que provocaria en sus conciudadanos esta
actitud, no frenó la impetuosidad de Sócrates por pregonar la sabiduría divina. Y esto lo
vemos muy bien reflejado en la siguiente cita, cuando dice:

“Me parece, atenienses, que solo Dios es el verdadero sabio y que esto ha querido
decir por su oráculo, haciendo entender que toda la sabiduría humana no es gran cosa, o
por mejor decir, que no es nada; es el oráculo que ha nombrado a ¨Sócrates, sin duda sea
válido de mi nombre como ejemplo y como dijese a todos los hombres: “El más sabio entre
vosotros es aquel que reconoce como Sócrates que su sabiduría no es nada.”5

Resulta pues que la sabiduría de la ignorancia como única verdadera, fungió en la


cultura intelectual ateniense, en que el hecho posteriormente repercute tras la muerte de
Sócrates. Y es que hallándose ante el estrado, defendiéndose en la medida de sus propias
facultades oratorias, logró desbaratar las injurias que los tres acusadores (Melito, Anito y
Licon) llevaron en su contra, pero no fueron suficientes. Las calumnias que nacen del
malestar de una parte de la población hacia Sócrates, las cuales tuvieron el tiempo suficiente
para echar raíces y fortificarse en el espíritu de los ciudadanos (Apología, p. 7). Después de
deliberar por votación, por una diferencia de tres votos, Sócrates es finalmente, como ya lo
anticipamos, condenado a muerte. Lo sorprendente de este acontecimiento comienza desde
acá; y es que tras enterarse de la sentencia, la respuesta de Sócrates no es de resignación ni
lamentación alguna, todo lo contrario, aprecia condescendientemente la resolución del
tribunal. Y es que como ciudadano comprometido con las leyes y las tradiciones de su
ciudad, acepta el destino que le depara.

El compromiso moral, filosófico que su actividad procuraba transmitir hacia sus


coetáneos, era un compromiso por la virtud del bien del alma, por salvaguardar aquello que
era para él la parte más fundamental de la realidad humana. Ya adentrados en el clímax de la
4 Platón. Apología de Sócrates. Ed. Porrúa (1962)., Obras completas, Tomo I, p. 5.
5 Platón. Apología de Sócrates. Ed. Porrúa (1962)., Obras completas, Tomo I, p. 6.
obra, Sócrates da como discurso de cierre, aduciendo el amor y el compromiso ético que tiene
para con su ciudad. Nos dice:

“Atenienses, os respeto y os amo; pero obedeceré a Dios antes que a vosotros y


mientras yo viva, no cesaré de filosofar, dándoos siempre consejos, volviendo a mi vida
ordinaria y diciendo a cada uno de vosotros cuando os encuentre: Buen hombre, ¿cómo
siendo atenienses y ciudadano de la más grande ciudad del mundo por su sabiduría y por su
valor, cómo no te avergüenzas de no haber más que en amontonar riquezas, en admitir
créditos y honores, y en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría y de jo trabajar
para hacer tu alma tan buena como puede serlo?”6

Bibliografía.

-. Ed. Porrúa (1962). Platón, Apología de Sócrates. Obras completas, Tomo I.

6 Platón. Apología de Sócrates. Ed. Porrúa (1962)., Obras completas, Tomo I, pp. 13-14.

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