Codd, Clara M. - La Verdad de La Vida

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LA VERDAD DE LA VIDA

Clara Codd

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LA VERDAD DE LA VIDA
The Theosophical Journal, 1965

Muchas personas tienen una disposición mental semejante a la mía cuando era joven. La
usé para interrogarme qué significaba la vida, porque sentía que en algún lugar había un
significado vasto detrás de todos los fenómenos naturales. Pienso desde entonces que el
hombre podría pensar y razonar, haber estado haciendo ciertas preguntas fundamentales:
¿Quién es él realmente?. ¿Por qué está aquí?. ¿Cuál es el significado y el propósito de la vida
y si tiene alguna meta?. Las grandes religiones han intentado dar respuesta, y en las
principales de entre ellas dichas respuestas son semejantes. Hoy ciencia y psicología también
dan ciertas respuestas, y estas son muy maravillosas e inspiradoras.

Estudiando el universo uno se entera de que es alcanzado por leyes fundamentales y


distantes. Verdaderamente las reglas del universo son tan pocas y tan fundamentales,
continuamente repetidas en mayor o menor medida, que uno puede ver su gran extensión
por el proceso de la analogía.

Tome por ejemplo la Ley de Ciclos. El círculo siempre ha sido el símbolo inmortal. Un
viaje por mar nos mostrará el círculo eterno de la tierra y los cielos. Y lo que es cierto en el
espacio lo es también para el tiempo, la energía que siempre vuelve sobre ella misma, para
que el avance evolutivo sea siempre, como los griegos nos dijeron, en una espiral. ¿Supimos
alguna vez de una tarde que no se haya tornado mañana, o de un invierno que no se haya
seguido de una primavera?.

¿Por qué debemos detenernos allí? La Sabiduría Perenne nos dice que el ciclo de la
juventud, la madurez, la vejez, tornará nuevamente a la juventud una y otra vez, en un
nuevo cuerpo. Y lo que es verdad para el hombre lo es también para una raza, un planeta, un

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sistema solar, y, después de incontables milenios, para el mismo inconmensurable universo.
Estas evoluciones cósmicas se llaman en las antiguas escrituras hindúes los «Días y Noches
de Brahma».

El Ritmo subyace a la Forma

En la materia, estos ciclos subsiguientes producen las rítmicas ondulaciones que subyacen
a todas las formas. La voz, al hablar, produce ondas o ciclos rítmicos en el aire circundante.
Infinitamente rápidos, vibrando a través del éter, se traducen a nuestro conocimiento como
luz, y, captado por el instrumento humano adaptado para recibirlos, causan el fenómeno
«yo veo». Todavía infinitamente rápidos, viajando por formas aún más finas de
interpenetración de la materia, son producidos por el pensamiento, la emoción, la voluntad.

Estos cambios rítmicos ocurren eternamente, porque toda materia está viva y consciente
-aunque no con el conocimiento intelectual que asociamos a nosotros - y estos cambios
incesantes que se dan segundo a segundo son llamados fenómenos, una palabra que significa
solamente las apariencias. Nosotros por lo tanto vemos las cosas que aparecen en algún
momento dado. Detrás del universo fenoménico, y causa verdadera de él, se halla el
«noúmeno» de Platón.

La triple personalidad del hombre - el cuerpo, las emociones, y los pensamientos sufre
cambios segundo a segundo. ¿Hay algo eterno detrás de ello, del mismo modo que hay un
intérprete detrás de la música y un poeta detrás de las palabras?. Los sabios antiguos nos
dicen que detrás del siempre cambiante triple ser se halla, profundamente escondido, algo
eterno - eternidad que es para siempre una con la vida subyacente del universo.

Esta vida fundamental y consciente del universo es lo que el hombre denomina «Dios».
«Dios es un espíritu», dijo al Maestro cristiano a la mujer de Samaria, «y aquellos que lo
veneran deben venerarlo en espíritu y en verdad». Ese día se acerca, por eso es que en todas
partes hay una marea ascendente que finalmente tomará la forma de misticismo universal, la
«religión nueva» formándose alrededor del mundo.
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¿Para qué existe una religión sino para intentar definir un símbolo y un dogma sobre la
incomunicable vida? Y, como Benjamin Kidd escribe, ninguna de ellas dura para siempre.
Llegan como las olas del mar en diferentes tiempos de la historia del mundo, a diferentes
personas en diferentes etapas de la evolución. Proporcionan, dice, las formas del
pensamiento por el cual fluye la civilización emergente. Exactamente como un hombre o
una raza tienen su día y luego reencarnan en una forma nueva, asimismo todas las formas de
pensamiento de los hombres tienen su día y reaparecen en un nuevo ropaje. La humanidad
como un todo tiene sus grandes días. Uno de tales grandes días se clausura ahora, y la joven
nueva forma comienza a aparecer.

«Vosotros sois Dioses»

Detrás de todo cambio rítmico yace la Eternidad. Detrás del desarrollo del hombre yace
una «divinidad que moldea nuestros fines, que talla el modo en que hacemos,» una Deidad
que sola es inmortal en sí misma. Todos los grandes Maestros han declarado eso. El Cristo,
citando al Rey David, dijo, «Vosotros sois Dioses», y continuó, «y todos ustedes son hijos
del Altísimo». Y, dicen las escrituras budistas, «Mírate; eres un Buddha».

Aquí nos topamos con otra ley universal. No hay evolución sin involución, y así, en un
infinitesimal comienzo, se tiene toda la promesa y la potencia que se revela después. ¿Quién,
desconociendo esto, puede figurarse que una diminuta bellota tuvo dentro de sí un futuro
gran bosque?. ¿Y quién, al mirar a un hombre, puede reconocer que está ante un dios en
construcción?.

¿Pero por qué este proceso, exclaman algunos, con toda su ignorancia y dolor
concomitante?. ¿Tiene un niño el conocimiento y la experiencia de un hombre?. ¿Siempre
nace totalmente provisto y maduro?. Sólo la vida es eterna. Las formas en las que se reviste
desaparecen para reaparecer una y otra vez en mejores y siempre más elevadas vestiduras. Es
en su eternidad que ese hombre es hecho a imagen y semejanza de Dios, cada hijo de
hombre, por muy subdesarrollado y degradado que sea, también es por siempre un hijo del
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Altísimo. Nadie puede quitarle esa herencia. De una Única Fuente viene el espíritu del
hombre, recorre el mismo viaje inmortal, y un día alcanza la misma bendita meta.

Esto es el gran «Arco», como Platón lo llamó, del viaje inmortal del espíritu -el ciclo
fundamental del crecimiento espiritual. Las escrituras hindúes lo llaman el Pavritti Marga,
el Sendero del Retorno. Y es significativo que la palabra «vritti» indique «longitud de
onda» o vibración cíclica. Las Escrituras cristianas lo denominan la «Caída» (en la
materia) y la «Redención» (en el espíritu). En el camino de expansión, los vehículos de la
conciencia (para esto no hay formas de la conciencia individual aparte de su upadhi o
envoltura) –cuerpo, corazón y mente– son desenvueltos bajo el juego de los «pares de
opuestos» que desarrollan en el hombre autoconciencia y auto-motivación por los cuales
puede saber cómo escoger.

En el viaje de regreso, la naturaleza espiritual con su conciencia divina nace y con el


tiempo alcanza su estatura y plenitud, tomando la dirección y el uso de ese triple ser que en
el pasado desarrolló por gobernante, y que ahora, como los tres Reyes en la historia de la
Biblia, coloca sus obsequios a los pies del verdadero Rey, el «Cristo en ti, la esperanza de
gloria,» cuando finalmente él venga al nacimiento. El cambio en la naturaleza del hombre
es entonces tan fundamental que el Oriente lo llama el «nacido dos veces» y el Occidente,
el «divinizado». La flor de su alma se ha abierto y el aroma de la espiritualidad se huele en
el aire. El Dr. Alexis Carrel escribe: «la belleza moral es un fenómeno excepcional y muy
extraordinario. Quien lo ha contemplado una vez nunca olvida su aspecto».

Pero el conocimiento espiritual está más allá del bien y del mal, el «par de opuestos»
final. Dios no es ni bueno ni malo, sino la Realidad detrás de todas las apariencias. En
palabras del profeta Isaías: «Formo la luz, y creo la oscuridad: hago la paz y creo el mal. Yo,
el Señor, hago todas estas cosas». Podemos también comparar esto con el famoso dicho del
Bhagavad Gita que El es el esplendor de todas cosas espléndidas pero que El es también el
juego del tramposo. La conciencia espiritual es la unión con toda vida. Y, como expresó el
Profesor Radhakrishan: «Dios es Vida. El reconocimiento de este hecho es conciencia

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espiritual». Esto significa también la destrucción del ahamkara, en el sentido de la
cobertura del ego, de yo y de mío, que nos ha acompañado a través de tantas encarnaciones,
que nos fue dando un sentido de individualidad que persiste aún cuando las vestiduras que
protegen a la cubierta del ego han desaparecido. Pero ese sentido es la raíz de lo que el
hombre llama «pecado». El Egoísmo solo es pecado, pero las palabras del hebreo y del
griego que son traducidas como «pecado» no presuponen originalmente nada culpable;
apenas connotan «pérdida del blanco» como cuando un arquero toma un arco, dispara al
blanco y, por falta de habilidad, impacta lejos del mismo. No hay verdadero «pecado» en el
universo, sólo falta de crecimiento; y no hay personificación del mal oponiéndose
eternamente a Dios, sino sólo una inmutable Ley de Causa y Efecto, operando con serena e
impersonal necesidad. Como uno de los grandes Sabios de Oriente ha declarado, la
Naturaleza por sí misma está desprovista de maldad o de buenas intenciones. La mayoría del
mal y del dolor humano son artificiales, creados por el egoísmo, la avaricia y el temor del
hombre subdesarrollado.

La Esperanza de la Humanidad

Sólo el Dios-Hombre es la esperanza y el socorro de la humanidad. Y Él está latente en


cada alma humana. Alcanzó la unión profunda con toda vida, destruyó para siempre la
semilla del mal en él, esa semilla que se describe en las escrituras orientales como a-vidya,
«sin el verdadero conocimiento». El Cristo utilizó más de una comparación para indicar lo
indescriptible: la «perla de gran precio» enterrada en el campo de la naturaleza humana y
que sólo es hallada al precio de todo lo que la personalidad tiene, ese completo
descorazonamiento que es la verdadera «pureza de corazón» que ve a Dios; y también el
«ángel en un hombre que contempla siempre el rostro de mi Padre en el Cielo». Esa
divinidad interior en nosotros nunca ha dejado los lugares celestiales, pero envía a su
representante hasta aquí abajo a reunir experiencia, el alimento para el crecimiento de su
alma, la efervescencia que retornará a él después de la muerte.

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H.P. Blavatsky dice que los devas anfitriones conectan el espíritu inmortal con su nuevo
cuerpo en el momento previo al nacimiento llamado «animación» (NOTA:
«quickening» en el original, que también podría traducirse por aceleración o avivamiento.
(N. del T.). FINAL NOTA), y que a la visión clarividente aparece como una luz entrando
en el cerebro del bebé. Cuando una vida, desciende al centro resplandeciente del corazón o
chakram, nace el conocimiento espiritual. Después de la muerte el mismo poder arrastra el
aroma de la vida que concluye retornando a sí misma.

Esta tremenda verdad ha llegado a ser más exactamente conocida y apreciada en estos
maravillosos días. Como Dean Inge ha dicho, «el Misticismo en el única religión
auténtica». Y, otra vez H.P. Blavatsky dice que nuestra divinidad se derrama en la
personalidad inferior pero no lo sabe hasta que la personalidad la haya adorado y venerado.
De ahí el súbito interés que se ha instalado por todas las formas de yoga y misticismo. El día
de la nueva raza del hombre se acerca, la primera raza auténticamente espiritual en habitar
esta tierra. Y trae consigo la abolición de la pobreza y la guerra y un reconocimiento
universal de la proximidad del más allá, «ahí afuera,» pero más cerca que la respiración, y
más cerca aún de las manos que de la respiración, y todavía más que las manos y pies.

Todos los grandes Maestros han enseñado esa gran fe. Pienso que Ellos jamás fundaron
dogmas y organizaciones religiosas. Sus seguidores lo hicieron. Estos tiempos están repletos
de tremendos presagios y esperanzas. Nunca pueden ser mejores las palabras poéticas del
antiguo profeta hebreo Isaías: «Ellos no harán daño ni destruirán en toda mi montaña
santa: porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las aguas que cubren el
mar».

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