Leccion 11 Razon y Fe

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LECCIÓN 11

RAZÓN Y FE: ¿ESTÁ PROHIBIDO PENSAR?

“…llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.”

Mucha gente de Dios nos dice “no pienses sólo cree, porque si lo piensas tu fe
disminuye”. Sigue habiendo multitud de personas que se sienten turbadas ante la relación fe-razón.
Ven esa relación como un antagónico enfrentamiento, como una disyuntiva inevitable: “O la fe o la
razón”. La consecuencia es que una de las dos sucumbe ante la fuerza de la otra, con lo cual se
produce un empobrecimiento, y quizá una perturbación mayor. No se nos ocurre que la conjunción
de estas palabras que representan funciones de nuestro ser no necesariamente ha de ser disyuntiva
o de enfrentamiento. Puede ser copulativa, como en el título; no fe o razón, sino fe y razón. No
contraposición excluyente, sino complementariedad armonizadora. La primera dificultad con que
tropezamos es que los conceptos (razón y fe) son imprecisos y polivalentes, es decir con varios
significados. Eso nos obliga a concretar el significado de ambos y a observar sus efectos,
especialmente en nuestra experiencia con Dios.

LA RAZÓN
La Real Academia de la Lengua define la razón como: “la facultad de discurrir”, es decir “reflexionar,
pensar, hablar acerca de una cosa, aplicar la inteligencia”. Puede concretarse más diciendo que es
la capacidad del intelecto humano para desarrollar una actividad mental organizada mediante la
asociación de ideas, la inducción y la deducción de inferencias. Es precisamente esta facultad lo que
distingue al ser humano del resto de los animales, y uno de los dones que nos acerca a Su semejanza
(Sal. 40:5; 139:16-17). Desde esta perspectiva es un don otorgado al hombre por el Creador (Pr. 12:5),
por sí misma no puede ser menospreciada, y menos aún anatematizada (1Co. 14:19).

Sin embargo, cuando es elevada a la categoría de árbitro incuestionable se cae en el racionalismo,


doctrina según la cual el único órgano adecuado o completo de conocimiento es la razón. En la
esfera del pensamiento sólo importa lo que puede ser demostrado, con lo que se descarta toda
cuestión subjetiva o de fe. En el transcurso de los siglos el racionalismo ha evolucionado hacia formas
como el empirismo, positivismo, cientificismo, etc., pero subsiste el apego a lo comprobable. De ahí
el arraigo del escepticismo, el agnosticismo o incluso el ateísmo en la sociedad de nuestros días. En el
proceso se ha puesto de manifiesto que el racionalismo en cualquiera de sus formas yerra en su
metodología cuando intenta aplicarlo a lo espiritual, pues los elementos esenciales de éste
trascienden los límites de la razón. Ningún argumento racional puede probar la Trinidad de Dios, ni el
misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, ni lo cierto de la vida eterna.

En la búsqueda de la verdad debe tenerse en cuenta que, según el tipo de verdad, debe escogerse
el método para alcanzarla. Por otro lado, no debe descartarse que, como señala la Biblia, la
capacidad racional del hombre ha sufrido un serio deterioro a causa de la caída humana y el
alejamiento de Dios. En palabras del apóstol Pablo, “(los hombres) se hicieron vanos en sus
razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido” (Ro. 1:21-22). Por lo general, el ateísmo o
cualquier otra forma de rechazo de la fe cristiana no se deben tanto a razonamientos equilibrados
como a modas de pensamiento o a motivos morales, el problema no es tanto el razonamiento como
su contenido. La mayoría de las personas no rechazan el Evangelio porque sea irrazonable, sino
porque les disgustan las implicaciones de su mensaje. Aceptarlo pondría fin al “vive como quieras”
que ha dirigido su conducta.
Resumiendo lo concerniente a la razón: es una facultad preciosa que toda persona debe usar. No es
sensato despreciarla alegando una superior espiritualidad. John W. Stott, acuñó una frase luminosa:
«Creer es también pensar». Pero, por otro lado, la razón, magnífica sierva, no puede convertirse en
señora que domine absolutamente todas las áreas del pensamiento. En nuestra vida no podemos
desdeñar la fe, que también tiene mucho de razonable.

LA FE
Se dice que nadie puede vivir sin fe de algún tipo. Si subo a un avión para desplazarme a un
determinado lugar es porque CREO que la perfección técnica del aparato y la pericia del piloto
hacen que el vuelo, con muchas probabilidades, se realizará normalmente. Si estoy enfermo y me
pongo en manos de un médico es porque CREO que sus conocimientos pueden contribuir a mi
curación. Pero el verbo “creer” (al menos en el léxico cristiano) tiene un sentido más profundo. Es
expresión no sólo de una creencia, sino de una experiencia con Dios, es fe en Dios, en Cristo, en y con
su Palabra. Determina (o debería determinar) mis pensamientos, pero también mis sentimientos, mis
actitudes, mi comportamiento en una acción integradora de todos los elementos de mi personalidad.
Esencialmente la fe cristiana es conocimiento, asentimiento, confianza y entrega; conocimiento de
la verdad revelada y transmitida por la Palabra escrita; adhesión mental a su contenido; confianza
en que la Palabra de Dios es la verdad y, sobre todo, confianza en Dios mismo y en su fidelidad para
cumplir sus promesas.
La manifestación de la fe es la entrega del creyente a Cristo, su Salvador y Señor, para servirle con
gratitud. Todo ello en apariencia, no es resultado de razonamientos por parte del creyente. Proviene
de la Palabra de Dios (Ro. 10:17) oída, creída y aceptada. En ese proceso la actuación del Espíritu
Santo es decisiva. Sin embargo, esa acción no excluye la reflexión de la mente a medida que la
Palabra la ilumina. De lo contrario sólo tendríamos la “fe del carbonero”; llegaríamos a creer sin saber
concretamente QUE ni POR QUE. No obstante, conviene estar prevenidos contra el peligro de caer
en el dogmatismo. La fe debiera estar siempre abierta a una comprensión más amplia y profunda de
la verdad, esto a través de la reflexión y la meditación de la Palabra. La religiosidad es una muestra
de creer sin pensar, de la dureza en el entendimiento, de un esquema de pensamiento que no ha
sido renovado por la meditación y la revelación divina (1Co. 14:34-35).

¿Puede considerarse esta fe compatible con la razón? Indudablemente, siempre que se recuerde el
carácter de la una y de la otra, así como las limitaciones de la razón. La fe generada por la Palabra
de Dios trasciende lo natural, lo visible y lo temporal para introducirnos en lo sobrenatural, lo invisible
y lo eterno y por ello no tiene límites. Según la carta a los Hebreos 11:1, 3, “la fe es la certeza de lo que
se espera, la convicción de lo que no se ve… por la fe entendemos…”, y como ejemplo, la misma
epístola menciona a Moisés, “quien por la fe se mantuvo firme como viendo al invisible” (He. 11:27).
Pero dentro de este orden sobrenatural la fe no anula la razón; simplemente la supera; instruida por la
Palabra, llega adonde la razón no puede llegar. Por tal motivo, la razón debe respetar el plus de
conocimiento otorgado a la fe, del mismo modo que la fe ha de honrar a la razón y beneficiarse de
los apoyos que en algunos momentos puede prestarle.

La apologética cristiana así lo ha entendido, como se ve en la historia de la Iglesia. Aunque autores


como Tertuliano, preconizaron un divorcio total entre la fe y la filosofía, muchos otros han aplaudido
la, “la fe que busca entender”, aún reconociendo que la fe es una fuente inestimable de
conocimiento. Anselmo de Canterbury confesaba: “creo para comprender”, es decir, la razón sola
no tiene autonomía ni capacidad para alcanzar la verdad por sí misma, pero resulta útil para
esclarecer la creencia (2 Co. 10:5). Y a esta máxima añadía: “Deseo, Señor, comprender tu verdad
que mi corazón cree y ama. Porque no busco entender para poder creer, sino que creo para poder
entender». Sin duda, se hacía eco de la fórmula de Agustín de Hipona: “entiende para creer y cree
para entender”.
Y si alguien persiste en un racionalismo excluyente, resistiéndose a creer lo que no ve o entiende, hará
bien en reflexionar sobre las palabras de Jesús al incrédulo Tomás. “Porque me has visto, Tomás, has
creído. Dichosos los que no han visto y, sin embargo, creen” (Jn. 20:29).

Judas (1:22) y Pedro nos indica que debemos estar preparados con argumentos razonables para
defender nuestra fe, nuestras creencias, lo cual indica que estas no son ilógicas o irracionales.
1P. 3:15 “estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante
todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” ¿Podremos presentar estas
razones de nuestra esperanza si nosotros mismos no las entendemos? Dios quiere que ejercitemos
todos los dones y atributos que El nos dio, (Pr. 15:28 y 12:5) sin ejercitarlos experimentaremos turbación
porque cualquier otra persona con argumentos podría convencernos de las cosas más fantásticas, y
ello nos hace presa fácil de cualquier corriente de pensamiento.

Si de verdad queremos agradar al Señor buscaremos conocer y entender su pensamiento a través


de la Escritura; oraremos pidiendo su ayuda para reproducirlo en nuestros criterios, en nuestros
sentimientos, en nuestras reacciones, buscando no nuestro bienestar o ensalzamiento, sino su gloria.
Para ello es necesario que nuestro entendimiento y sus contenidos sean renovados (Is. 55:7-9; Ro. 12:2;
1Co. 2:13-14 y 16). Ya que la Palabra de Dios ha limpiado y acomodado lo espiritual a lo espiritual es
que afirmamos que tenemos la mente de Cristo.

RECUERDA Santiago 1:6, NO DUDES DE LA VERDAD, ¿Cuál es la verdad?: LO QUE DIOS NOS HA DICHO.
LA DUDA ES EL PRINCIPIO DE LA DESOBEDIENCIA (Gn. 3:3-4), RAZONA Y MEDITA SOBRE LAS VERDADES
DE DIOS Y COMO LAS APLICAS A TU VIDA. (Sal. 19:14).

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