0073 2435 Historia 51 01 0079
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Ignacio A. López*
Resumen
Este artículo analiza la política presidencial en tiempos de Ramón Castillo a través de una
reconsideración de sus capacidades políticas y recursos partidarios. Lo hace a través de
una reevaluación de los intentos del último Presidente conservador argentino por recons-
truir el tejido político-partidario en algunos casos provinciales como Jujuy, Corrientes
y Tucumán. A través de un variado repertorio de fuentes como prensa, correspondencia
privada y documentos oficiales, el artículo concluye que, si bien las habilidades políticas
y los recursos del Presidente no fueron suficientes para garantizar su supervivencia en el
poder, parte de la explicación a su caída debe buscarse en la misma política que promovió
el Poder Ejecutivo, sus unilaterales acciones y sus inesperadas consecuencias.
Palabras claves: Argentina, siglo xx, Ramón S. Castillo, liderazgo presidencial, partidos
políticos, conservadurismo.
Abstract
This article analyzes presidential policy during the times of Ramón Castillo through a
reconsideration of his political capacities and party resources. It is carried out mainly
through a reevaluation of the attempts made by the last conservative Argentinean presi-
dent to reconstruct the political-party fabric concerning some provincial cases like Jujuy,
Corrientes and Tucumán. Through a varied repertoire of sources like the press, private
correspondence and official documents, the article concludes that, if the political abi-
lities and the resources of the president were not sufficient to guarantee his survival in
power, a partial explanation of his fall should be found in the same policy that promoted
the Executive Power, his unilateral actions, and their unexpected consequences.
*
Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella (Argentina). Becario posdoctoral del Consejo Na
cional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Correo electrónico: ignacioalopez@uca.edu.ar
Introducción1
1
Deseo agradecer los generosos comentarios que han hecho los árbitros especialistas a una versión preli
minar de este trabajo.
2
Cfr. Jorge Abelardo Ramos, El sexto dominio, 1922-1943, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973; Rodolfo
Puiggrós, La democracia fraudulenta, Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1968.
3
Tulio Halperín Donghi, Argentina en el callejón, Buenos Aires, Editorial Arca, 1964; Alberto Ciria, Par-
tidos y poder en la Argentina moderna (1930-1946), Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1964; Horacio Schilli
zzi Moreno, Argentina contemporánea. Fraude y entrega, 1930-1943, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1973;
Rodolfo Ferrero, Del fraude a la soberanía popular, 1938-1946, Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1980.
4
Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina: 1928-1945. De Yrigoyen a Perón, Buenos Aires,
Hyspanoamérica, 1986; Juan Carlos Portantiero, “Transformación social y crisis de la política”, suplemento
“La Argentina de los años 30. Momentos y figuras de la crisis”, en La Ciudad Futura. Revista de Cultura So
cialista, Nº 4, Buenos Aires, 1987, pp. 14-15; Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón, Buenos
Aires, Sudamericana, 1990.
5
Juan Carlos Torre, “La crisis argentina de principios de los años cuarenta y sus alternativas. El pero
nismo y los otros”, en Juan Carlos Torre, La Vieja Guardia Sindical y Perón, Buenos Aires, Eduntref, 2006,
apéndice, pp. 135-145 y Fernando Devoto, “Para una reflexión en torno al golpe del 4 de junio de 1943”, en
Estudios Sociales, Nº 46, Santa Fe, 2014, pp. 171-186.
6
Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel, 2004; Darío Macor,
“Partidos, coaliciones y sistema de poder”, en Alejandro Cattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del
Estado e incertidumbre política (1930-1943), Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana,
2001, tomo vii, pp. 49-57; Luciano De Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, en Cattaruzza
(dir.), Crisis económica..., op. cit., pp. 97-142; del mismo autor, “La vida política”, en Alejandro Cattaruzza
(coord.), Argentina. Mirando hacia adentro, Madrid, Fundación Mapfre-Santillana Ediciones, 2012, pp.
39-90. También Ignacio López, “En la ‘hora de la espada’ y bajo el signo de la reconstrucción. Liderazgo
presidencial en tiempos de Agustín Justo, Roberto Ortiz y Ramón Castillo (1932-1943)”, en POSTData, vol.
22, Nº 2, Buenos Aires, 2017, pp. 437-473.
7
Devoto, “Para una reflexión...”, op. cit., p. 181.
8
Para un análisis histórico y político del poder presidencial en las democracias modernas, cfr. Richard
Neustadt, Presidential Power and the modern presidents. The politics of leadership from Roosevelt to Reagan,
New York, The Free Press, 1991 y Stephen Skowronek, The politics presidents make. Leadership from John
Adams to George Bush, Cambridge/London, The Belknap Press of Harvard University Press, 1993, pp. 7-8.
años, ha contribuido al estudio sobre actores y prácticas políticas en escala local, esta-
bleciendo diálogos fructíferos con análisis en el ámbito federal9.
Este artículo expone algunas conjeturas y busca presentar algunas contribuciones
originales. Primero, que en ese segundo periodo constitucional de la restauración de
1932 se dio una evolución y ritmo particular del proceso político. En parte, debido a
que la sucesión presidencial dirigida hizo los acuerdos fraudulentos más visibles y estos
fueron percibidos cada vez más como ilegítimos ante la opinión pública y el resto de los
partidos políticos, acelerando los debates sobre la viabilidad de esa restauración. Pero
también, por la reconfiguración del tablero político debido a la desaparición de líderes
que garantizaban el sostenimiento de esa particular democracia –ya sea con cuotas de
popularidad (Marcelo T. Alvear o Roberto Ortiz) o por su habilidad de gestar acuerdos
entre dirigentes y actores cruciales (Agustín Justo)–. En este contexto, como ha señalado
Juan Linz tiempo antes, la presencia (o desaparición) de individuos con características y
cualidades únicas resultó ser decisiva para la supervivencia de ese tipo de regímenes10.
En segundo lugar, el artículo busca revaluar las capacidades políticas del presidente
Ramón S. Castillo. La historiografía argentina ha tendido a ver en este Presidente un
mero reaccionario frente a las políticas reformistas de su sucesor, en aras de evitar el
avance de los opositores radicales; o también ha predominado la idea de un presidente
debilitado –quintaesencia del pensamiento conservador de los años cuarenta– frente a
los sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas que él mismo atrajo, y que estaban
ansiosos por conquistar posiciones. Esta fue una de las razones más enfatizadas –junto
con la ilegitimidad de los acuerdos políticos y los lineamientos en materia de política
exterior– como explicativas del golpe de 194311. En este sentido, no solo el artículo pre-
9
Cfr. Darío Macor y César Tcach (comps.), La invención del peronismo en el interior del país, Santa Fe,
Universidad Nacional del Litoral, 2003. Sobre alguna producción destacada sobre la política en las provincias
durante la década de 1930. Además: Natacha Bacolla, “Nación y provincia en la crisis de la política argentina.
Sistema político, partidos y representaciones en la década del 30 (1930-1943)”, en X Jornadas Interescuelas/
Departamentos de Historia, Rosario, Actas, 2005; Darío Macor y Susana Piazzesi (eds.), Territorios de la
política argentina. Córdoba y Santa Fe, 1930-1945, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2009; Diego
Mauro, Reformismo liberal y política de masas. Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe (1921-
1937), Rosario, Prohistoria Ediciones, 2013 (para el caso santafesino); María del Mar Solís Carnicer, La
cultura política en Corrientes. Partidos, elecciones y prácticas electorales (1909- 1930), tesis de doctorado en
Historia, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras, 2006 y de la misma autora:
Liderazgo y política en Corrientes: Juan Ramón Vidal, 1883-1940, Corrientes, Moglia Ediciones, 2005 (para
el caso correntino); Leandro Lichtmajer y Graciana Parra, “Revisando la crisis de los partidos desde una
escala provincial. Radicales y conservadores en Tucumán (1940-1943)”, en Revista de Historia Americana
y Argentina, vol. 49, Nº 1, Mendoza, 2014, pp. 1-28 y Graciana Parra, “Los demócratas tucumanos: entre el
conservadurismo nacional y la Concordancia. La intervención a la provincia de Tucumán, 1933-1934”, en
Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Nº 11, Córdoba, 2011, pp. 85-106
(para el caso tucumano); Adriana Kindgard, Alianzas y enfrentamientos en los orígenes del peronismo jujeño:
estructura de poder, partidos políticos, Jujuy, Universidad Nacional de Jujuy, 2001 (para el caso jujeño).
10
Juan Linz, La quiebra de las democracias, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p. 16.
11
Sobre este punto, véanse memorias de los contemporáneos: Carlos Ibarguren, La historia que he vivido,
Buenos Aires, Editorial Peuser, 1955, pp. 630-631; Federico Pinedo, En tiempos de la República, Buenos
Aires, Editorial Mundo Forense, 1946, tomo i, pp. 180-193; Nicolás Repetto, Mi paso por la política. De
Uriburu a Perón, Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1957, pp. 184-195; Félix Weil, El enigma argentino,
Buenos Aires, Ediciones Biblioteca Nacional, 2010, pp. 99-102.
12
Sobre la especificidad de lo político, cfr. Lawrence Stone, “The revival of the Narrative Reflexions on a
New Old History”, in Past and Present, Nº 82, Oxford, 1979, pp. 3-24.
13
Sobre el proyecto uriburista cfr. Alfredo Galleti, La realidad argentina en el siglo xx, Buenos Aires,
FCE, tomo i, 1961, pp. 76-132; María Dolores Béjar, El régimen fraudulento. La política en la provincia de
Buenos Aires, 1930-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp. 61-84; Federico Finchelstein, Fascismo trans
atlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919-1945, Buenos Aires, FCE, 2010, pp.
73-146.
14
Schillizzi, op. cit., pp. 77-109; Ferrero, op. cit., pp. 8-31.
legitimidad de origen frágil, y coartada tanto por los levantamientos radicales de los
años 1932 y 1933 como por impugnadores e intelectuales que desde la derecha del
espectro político atacaban las bases mismas del sistema democrático15. La vuelta del
radicalismo a la arena electoral en 1935 generó que, aún desde una retórica legalista y
democrática, el gobierno de Agustín Justo condicionase mediante ciertos mecanismos
institucionales y permisividad de prácticas fraudulentas, el retorno del radicalismo al
poder y limitase su inserción institucional. La sucesión presidencial hacia el año 1936
debía ser conducida, según el Presidente saliente, para garantizar la continuidad de la
Concordancia, y su posible retorno al poder luego de un mandato constitucional16.
La cuestión de la legitimidad fue central en esa restauración. Como señalaron Darío
Macor, Susana Piazzesi17 y María D. Béjar18 el fraude electoral operó como un ins
trumento privilegiado en la reproducción de las relaciones de poder, en la sucesión y
control electoral, pero, a su vez, como mecanismo para dirimir disputas intraélite19. La
experiencia del justismo, en este sentido, fue una respuesta a la crisis del sistema ins
titucional abierta a raíz de la caída de Hipólto Yrigoyen en 1930 que se mantuvo bajo
el marco de la tradición liberal, aun cuando intelectuales y militares nacionalistas bus-
caban nuevas formas más autoritarias de organización política20. Sin embargo, pese a
este refugio quedó atrapado en un dilema que fue inherente al poder político de toda la
década: cómo controlar el poder en nombre de una tradición cuya faceta democrática
había permitido la consolidación de un partido predominante (UCR), y que, de abrirse el
juego electoral, pudiese reconstruir el poder que le fuera despojado en 193021.
Desde el punto de vista sistémico, los acuerdos que emergieron a partir de la restau-
ración constitucional posgolpe estaban configurados por dos datos “estructurales” de la
democratización abierta en 1912-1916: primero, dieciocho años de ejercicio de demo-
cracia electoral habían dado lugar a una fuente de legitimidad difícil de obviar; segundo,
el predominio electoral de la UCR, que había vuelto a confirmarse en las elecciones de
abril de 1931 en la provincia de Buenos Aires22. La imposibilidad de armonizar la fuente
15
Darío Macor y Susana Piazzesi, “Organizaciones partidarias, elecciones y elites políticas. Santa Fe (Ar
gentina), 1930-1943”, en Boletín Americanista, año lvii, Nº 57, Barcelona, 2007, pp. 107-132.
16
Macor, “Sistemas de partidos...”, op. cit., pp. 63-34; Privitellio, “La vida política...”, op. cit., pp. 57-58;
Darío Macor y Susana Piazzesi, “La cuestión de la legitimidad en la construcción del poder en la Argentina
de los años treinta”, en Cuadernos Sur Historia, Nº 34, Bahía Blanca, 2005, pp. 9-34. Sobre Agustín Justo cfr.
Luciano de Privitellio, Agustín P. Justo. Los nombres del poder, Buenos Aires, FCE, 1997; Rosendo Fraga, El
general Justo, Buenos Aires, Emecé Editores, 1993.
17
Macor y Piazzesi, “La cuestión de la legitimidad...”, op. cit., pp. 9-11.
18
María Dolores Béjar, “La construcción del fraude y los partidos políticos en la Argentina de los años
treinta”, en Cuadernos del CISH, Nº 15-16, La Plata, 2004, pp. 65-97.
19
María Dolores Béjar, “El régimen fraudulento desde la dinámica facciosa del conservadurismo bona
erense”, en Revista de Historia, año 1, Nº 1, Mar del Plata, 2005, pp. 1-24. Disponible en www.historiapoli
tica.com/datos/biblioteca/bejar.pdf [fecha de consulta: 2 de septiembre de 2017].
20
Ana Virginia Persello, “Los gobiernos radicales: debate institucional y práctica política”, en Ricardo
Falcón (dir.), Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), Buenos Aires, Sudamericana,
Nueva Historia Argentina, 2000, tomo vi, pp. 59-99; de la misma autora, El partido radical. Gobierno y oposi
ción, 1916-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, pp. 175-205.
21
Macor y Piazzesi, “La cuestión de la legitimidad...”, op. cit., pp. 9-11.
22
Op. cit., pp. 11-13.
23
Macor y Piazzesi, “La cuestión de la legitimidad...”, op. cit., pp. 13-14. Cfr. también Susana Piazzesi,
Conservadores en provincia. El iriondismo santafesino. 1937-43, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2010.
24
Julio César Melón Pirro, “Legislación y práctica electoral en la década de 1930. La Ley trampa y el
fraude patriótico”, en Julio César Melón Pirro y Elisa Pastoriza (eds.), Los caminos de la democracia. Alter
nativas y Prácticas Políticas 1900- 1943, Buenos Aires, Biblos, 1996, pp. 163-182.
25
Macor, “Partidos, coaliciones...”, op. cit., pp. 52-53.
26
Op. cit., pp. 63-64. También Ignacio López, La república del fraude y su crisis. Política y poder en
tiempos de Roberto M. Ortiz y Ramón S. Castillo (Argentina, 1938-1943), Rosario, Prohistoria, 2018.
27
Macor, “Partidos, coaliciones...”, op. cit., pp. 61-62. María Dolores Béjar, “Otra vez la historia política.
El conservadurismo bonaerense en los años treinta”, en Anuario del IEHS, Nº 1, Tandil, 1986, pp. 199-227.
28
Sobre el antipersonalismo, cfr Ana Virginia Persello, El partido radical. Gobierno y oposición, 1916-
1943, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2004 y Elena Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo
en la encrucijada, 1924-1943, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2014.
29
Macor, “Partidos, coaliciones...”, op. cit., p. 66.
30
Horacio Sanguinetti, Los socialistas independientes, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981; Juan
José Llach, “El Plan Pinedo de 1940, su significado histórico y los orígenes de la economía política del pero
nismo”, en Desarrollo Económico, vol. 23, Nº 92, enero-marzo, Buenos Aires, 1984, pp. 515-558; Juan Carlos
Korol, “La economía”, en Alejandro Cattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre
política (1930-1943), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, Nueva Historia Argentina, 2001, tomo vii, pp. 17-
47.
31
Fraga, El general Justo..., op. cit., p. 426 y ss.; Privitellio, Agustín P. Justo..., op. cit., pp. 60-65. La idea
de que Roberto Ortiz podía no terminar su mandato por problemas de salud es referida en algunas entrevistas
de contemporáneos como Adolfo Mugica. El candidato presidencial tuvo dos episodios de descompensación
durante la campaña electoral. Cfr. entrevista a Adolfo Mugica por Luis Alberto Romero, 1971, en Archivo
Historia Oral, Universidad Torcuato Di Tella, caja 6-2, pp. 300-315.
32
Véase Félix Luna, Ortiz: Reportaje a la Argentina opulenta, Buenos Aires, Sudamericana, 1979, p. 19;
Fraga, op. cit., p. 426 y ss.; Potash, op. cit., pp. 155-156.
33
Luna, Ortiz..., op. cit., pp. 20-25; Privitellio, “La política bajo el signo...”, op. cit., pp. 126-133; Ignacio
López, “El desmantelamiento del fraude patriótico: las intervenciones federales durante los años de Roberto
M. Ortiz (1938-1940)”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Carlos S. A. Segreti”, Nº 11, Córdoba,
2011, pp. 107-127.
34
Ana Virginia Persello, “Los gobiernos radicales...”, op. cit., pp. 59-99; Ana Virginia Persello, “Acerca
de los partidos políticos, 1890-1943”, en Anuario del IEHS, Nº 15, Tandil, 2000, pp. 239-266; Ignacio López,
“‘Argentinizar’ la democracia, defender las instituciones. Notas sobre algunos proyectos legislativos del
presidente Roberto M. Ortiz”, en Boletín Americanista, vol. 1, Nº 70, Barcelona, 2015, pp. 169-189.
35
López, “El desmantelamiento del fraude...”, op. cit., pp. 107-127.
del Ejército –en aras de contrarrestar la influencia del general Justo en las fuerzas– y en-
sayó el último intento de las fuerzas conversadoras de dirigir los destinos de la república
en un posible escenario de hegemonía demócrata y con participación subordinada de los
radicales. Sin embargo, el Vicepresidente fue heredero de los resultados de la democra-
tización de 1912-1916 y, si bien fue permisivo ante las prácticas fraudulentas, su diag-
nóstico sobre los problemas de la democracia argentina, y sus posibles soluciones, se
mantenían en el panorama que habían forjado los reformistas dos décadas antes, como
demostró su Anteproyecto de Código Político elaborado a inicios de 194336.
36
Sobre el sáenzpeñismo véase, por ejemplo, Miguel Ángel Cárcano, Saénz Peña. La revolución por los
comicios, Buenos Aires, Hyspanoamérica, 1976; Fernando Devoto, “De nuevo el acontecimiento: Roque Sáenz
Peña, la reforma electoral y el momento político de 1912”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Nº 14, Buenos Aires, 1996, pp. 93-113 y María Sáenz Quesada, Roque
Sáenz Peña: el presidente que forjó la democracia moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 2014.
37
Ministerio del Interior, Las Fuerzas Armadas restituyen el imperio de la soberanía popular. Las elec
ciones generales de 1946, Buenos Aires, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1946, tomo i, pp. 599-603;
Darío Cantón, Elecciones y partidos políticos en la Argentina. Historia, interpretación y balance: 1910-1966,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1973, p. 119.
38
La Nación, Buenos Aires, 4 de julio de 1940.
ciano “caprichoso”, como señaló Halperín Donghi39, no era nada más ni menos que un
egoísmo y autoimagen de superioridad intelectual forjada en las bibliotecas, aulas y juz-
gados: una voz experimentada y erudita por fin lograba tener una cuota nada desdeñable
de poder real40.
El Vicepresidente había obtenido sus primeros cargos judiciales a fines de siglo xix;
ascendió a camarista y luego a juez federal en lo comercial en Capital Federal hacia 1910-
1912. Una notable “austeridad”, pero también “energía y severidad” fueron signos visi-
bles en su carrera como magistrado durante esos años, como lo demuestran algunos episo-
dios en suelo bonaerense, donde se enfrentó a la autoridad política cuando fue necesario41.
Otra dimensión de su currículo lo constituye la vida académica. La extensa experien
cia en la vida universitaria se inició en 1907 como auxiliar en cátedras de Derecho Co
mercial en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de La Plata entre 1910 y
1915. Fue autor de varias publicaciones especializadas. Hacia 1923 alcanzó un encum-
brado lugar académico al ser nombrado decano de la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad de Buenos Aires, cargo que ocupó hasta 1928. Durante esta etapa de su vida, la
intransigencia y férreo legalismo fueron características sobresalientes de su desempeño
profesional42.
Durante el golpe militar de José Félix Uriburu, fue nombrado interventor en la pro-
vincia de Tucumán y allí realizó gestiones ante las autoridades nacionales para lograr la
protección aduanera al azúcar, medida que impactó principalmente entre los industriales
y los productores cañeros43. El debut político como comisionado federal en Tucumán
resultó exitoso y hacia 1932 fue electo senador nacional por su provincia natal en el
marco de la restauración surgida con el gobierno de Agustín Justo. Para esa altura, tenía
cincuenta y ocho años y era un hombre prominente en el ámbito jurídico y universitario.
Ni su ingreso tardío al Partido Demócrata Nacional; ni su perfil bajo, severo y fru-
gal; ni sus orígenes académicos o universitarios, impidieron que se moviese con energía
y astucia en las bambalinas de la política nacional. Había pasado una década desde que
conociera a Agustín Justo, cuando este aún era ministro de Guerra de Marcelo T. de Al-
vear y él, decano de la Facultad de Derecho. A partir de allí un vínculo amistoso y lazos
de respeto mutuo surgieron entre ambos hombres. Es así que, a partir de enero de 1936,
fue convocado por el presidente Justo para asumir como ministro de Justicia e Instruc-
ción Pública y a partir de agosto logró sumar la cartera del Interior –a raíz de la salida
39
Halperin, Argentina en el callejón..., op. cit., p. 100.
40
Para una reseña biográfica de Ramón Castillo, Cfr. Edmundo Gutiérrez, Bosquejos biográficos del Dr.
Ramón S. Castillo, Buenos Aires, Imprenta López, 1941 y Gustavo Levene, “Ramón S. Castillo”, en Gustavo
Levene (ed.),Presidentes argentinos, Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1961, pp. 227-233.
41
Gutiérrez, op. cit., p. 27 y ss. El autor relata el episodio donde Ramón Castillo ordenó el arresto pro
visorio de un diputado provincial ugartista en un tiroteo. Pese a ser liberado por el juez Ramón Castillo, su
decisión lo enfrentó con la maquinaria oficialista. Cfr. también el mismo episodio en John White, Argentina.
The Life Story of a Nation, New York, The Viking Press, 1942, p. 167.
42
Gutiérrez, op. cit., pp. 146-147. Cfr. también Sandro Olaza Pallero, “Ramón S. Castillo, decano de la
Facultad de Derecho de Buenos Aires. Una reacción conservadora al orden reformista universitario”, en Tulio
Ortiz (coord.), Hombres e Ideas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires,
Ediciones Facultad de Derecho UBA, 2016, pp. 185-213.
43
Lichtmajer y Parra, op. cit., pp. 1-28.
de Leopoldo Melo del gabinete– la que conservó hasta mediados de 1937, momento en
que renunció para dedicarse de lleno a la campaña presidencial. Su nombre expresaba
por esos años la quintaesencia del conservadurismo norteño, además de demostrar du-
rante su gestión ministerial un carácter férreo, pero, a la vez, conciliador44.
Cuando su nombre como candidato a Vicepresidente de la fórmula de la Concordancia
–debido al obstáculo generado entre las candidaturas vetadas de Robustiano Patrón Cos-
tas y de Miguel A. Cárcano para el mismo puesto entre Agustín Justo y la mayoría demó-
crata– se hizo efectiva a mediados de 1937, el diario conservador La Fronda destacó su
“sobriedad y severidad” y una carrera judicial, académica y política “sin vacilaciones”45.
El periodista estadounidense John Gunther, en su paso por Argentina, tuvo también la
oportunidad de conocerlo de forma personal cuando ya era Presidente provisorio y advir-
tió su carácter “montañero”, de “zorro” y sus ideas esencialmente “nacionalistas”46.
Durante los dos años en actividad del presidente Roberto Ortiz, mantuvo un austero
segundo plano en la política nacional: su papel, como el de la mayoría de los vicepre-
sidentes en la historia argentina, estuvo acotado a labores en el Senado de la nación y a
reemplazar al Ejecutivo en caso de ausencia transitoria47. Asistió a ceremonias acompa-
ñando al Presidente –muchas de ellas relacionadas con las Fuerzas Armadas– y reem-
plazó en algunos episodios donde este pidió licencia breve por cuadros de enfermedad
transitorios. Aun durante el conflicto en Catamarca entre diciembre de 1939 y febrero de
1940 –cuando Ortiz amenazó al gobernador demócrata Juan Gregorio Cerezo, y luego
envió la intervención federal–, mantuvo una postura firme, pero no agresiva contra el
primer magistrado, ateniéndose a los preceptos legales. En aquella oportunidad dio su
respaldo público al gobernador catamarqueño, justificando su actuación por el mandato
de autonomías provinciales. Luego, el vínculo con Ortiz se enfrió, y los encuentros con
el Mandatario se dilataron, aunque siempre se mantuvieron en un ambiente de respeto
mutuo y cordialidad48.
Enfrentó su primera crisis al mando del gobierno cuando estalló el escándalo de El
Palomar, que involucró al ministro de Guerra de Ortiz, Carlos Márquez y a una serie de
diputados conservadores y radicales, además de civiles. El caso de corrupción adquirió
connotaciones políticas, y el Presidente presentó su renuncia (no indeclinable) a fines de
agosto en solidaridad con su Ministro, aunque esta fue rechazada por unanimidad en la
Asamblea Legislativa49. La estatura moral del Presidente se vio fortalecida, sin embar-
44
Elena Piñeiro, Los radicales antipersonalistas. Historia de una disidencia, tesis de doctorado en Histo
ria, Buenos Aires, Universidad Torcuato Di Tella, pp. 240-241; Gutiérrez, op. cit., pp. 211-213.
45
La Fronda, Buenos Aires, 26 de junio de 1937.
46
John Gunther, Inside Latin America, New York/London, Harper & Brothers, 1942, p. 291.
47
Para un análisis jurídico e histórico de la institución del Vicepresidente, Cfr. Mario Serrafero, El poder
y su sombra. Los vicepresidentes, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1999.
48
Algunos testimonios dan cuenta de que las relaciones entre Roberto Ortiz y Ramón Castillo durante el
primer semestre de 1940 y aun durante el periodo posterior al pedido de licencia siempre estuvieron enmar
cadas en un trato cordial. Cfr. entrevista a Diógenes Taboada por Luis Alberto Romero, Buenos Aires, 1971,
en Archivo Historia Oral, caja 4-3, pp. 15-16. También véanse impresiones de Vicente Solano Lima y Adolfo
Mugica, en Luna, Ortiz..., op. cit., pp. 146-147.
49
El hecho delictivo consistió en que dos particulares, Jacinto Baldassarre Torres y Néstor Luis Casás logra
ron comprar doscientas veintidós hectáreas en El Palomar, partido de San Martín (provincia de Buenos Aires)
go, aceptó una reconfiguración del gabinete a partir de septiembre, en el que ingresaron
hombres de alto perfil como Federico Pinedo y Julio A. Roca (h), y salieron los minis-
tros más “orticistas” como Carlos Márquez (Guerra), Diógenes Taboada (Interior), José
María Cantilo (Relaciones Exteriores) y Luis Barberis (Obras Públicas).
Las elecciones en las provincias de Santa Fe y Mendoza durante diciembre de 1940
y enero de 1941, cuyo resultado fue la imposición de las fuerzas conservadoras en esos
distritos, fueron interpretadas para los partidos políticos opositores y la opinión pública en
general, como un retroceso en materia de prácticas electorales y el retorno a los viejos vi-
cios políticos. En enero de 1941, renunciaron los ministros Federico Pinedo y Julio Roca
(h), y hacia febrero se sumó la renuncia del interventor de la provincia de Buenos Aires, el
escritor Octavio Amadeo, por una serie de desavenencias políticas con el Vicepresidente50.
La crisis del verano de 1941 tuvo como campo de batalla la Cámara de Diputados
de la Nación, en cuyo recinto las voces de la oposición resonaron sobre los nuevos li-
neamientos de la política presidencial. Allí el ministro del Interior, el antipersonalista
Miguel Ángel Culaciati, defendió las autonomías provinciales, la nueva política del Vi-
cepresidente y la no intromisión en asuntos políticos por parte del gobierno federal51. La
crisis tuvo su punto culminante cuando Roberto Ortiz, desde el reposo, lanzó en la ma-
ñana del 12 de febrero un “manifiesto” en el que denunciaba la complicidad del Poder
Ejecutivo interino en las elecciones fraudulentas recientes52.
Días después de la crisis se activó una nueva embestida de los senadores oficialistas
contra el presidente Roberto Ortiz: la creación de una comisión para que investigase su
“verdadero” estado de salud. El objetivo de esta iniciativa parlamentaria era reclamar
supremacía senatorial para un eventual caso constitucional que pudiese plantearse por
un retorno forzado, y recopilar suficiente información para juzgarlo en un eventual jui-
cio político por inhabilidad. Los senadores estaban convencidos de que, si se llevaba a
cabo la política de democratización del Poder Ejecutivo, la propia supervivencia de la
coalición oficial estaría en riesgo. De algún modo, el conflicto del Senado también daba
cuenta de un clivaje creciente que existía al interior del oficialismo: aquellos sectores
reformistas que encarnaba el Presidente y parte de sus ministros; y los reaccionarios o
conservadores, liderados por el Vicepresidente y el núcleo duro del PDN. Los resultados
de la comisión aprobados durante abril de 1941 demostraron que Ortiz poseía una seve-
ra e irreversible ceguera que le impediría retornar al poder, pese a que los documentos
de la comisión no tuvieron resultados concretos53.
a María Antonieta Pereyra Iraola de Herrera Vegas y a María Luisa Pereyra Iraola de Herrera Vegas a sesenta y
cinco centavos el metro cuadrado y en el mismo momento de firmar las escrituras se la vendieron al gobierno
nacional a un peso diez el metro cuadrado, obteniendo una ganancia neta de un millón de pesos, repartido entre
varios involucrados entre los cuales figuraban diputados nacionales y un general del Ejército. Cfr. Osvaldo
Bayer, “Palomar: negociado que conmovió a un régimen”, en Todo es Historia, Nº 2, Buenos Aires, 1976, pp.
68-93.
50
Octavio Amadeo a Ramón S. Castillo, La Plata, 31 de enero de 1941 en La Nación, Buenos Aires, 1 de
febrero de 1941.
51
Honorable Cámara de Diputados de la Nación, Diario de sesiones, 5 de febrero de 1941, pp. 53-56.
52
Roberto Ortiz, “Manifiesto”, en Hechos e Ideas, Nº 39, Buenos Aires, febrero de 1941, pp. 406-408. Cfr.
Comisión de Homenaje, El presidente Ortiz y el Senado de la Nación, Buenos Aires, Buenos Aires Herald, 1941.
53
Honorable Cámara de Senadores de la Nación, Diario de sesiones, 24 de abril de 1941, pp. 735-754.
Esa crisis del verano, sin embargo, terminó con algunas redefiniciones del tablero
político y con un claro perdedor: el presidente Roberto Ortiz. Si bien fue unánime la
condena a la acción senatorial, los miembros de la comisión lograron poner al descu-
bierto un dato ineludible del panorama político: las dificultades inherentes al retorno
de Ortiz al poder debido a su ceguera avanzada. Cierto es que fueron cuidadas las ex-
presiones respecto a la irreversibilidad de su visión en los documentos aprobados, pero
hacia octubre de 1940, el Presidente y su entorno familiar ya sabían por consejo de sus
médicos que su ceguera era terminal y estaban al tanto de los riesgos que presentaba una
eventual intervención quirúrgica54. Durante los meses siguientes, las apariciones públi-
cas del Presidente enfermo mermaron en los principales medios gráficos, mientras que
el clima político se reacomodó ante estos imponderables. La hipótesis de Félix Luna es
que Ortiz no renunció después de la crisis en el Senado, dado que su sola presencia era
una valla natural y “amenaza latente” para la política que imprimía el Vicepresidente en
ejercicio, aunque a partir de mayo de 1941, la “muerte política” de Ortiz se adelantaba a
su renuncia y desaparición física55.
Pero si Roberto Ortiz era un claro perdedor de la jugada del Senado, esta fue capi-
talizada por dos claros ganadores: el mismo Vicepresidente y el expresidente Agustín
Justo. El vicepresidente Ramón Castillo logró reafirmar su poder al interior de la Con-
cordancia y del gobierno al disipar el retorno real de Ortiz al poder, al mismo tiempo
que comenzó a desplegar una política hacia el Ejército y en las provincias de creciente
seducción y cooptación. El general Justo fue favorecido por la desactivación del retor-
no de Ortiz, dado que su imagen se acrecentaba hacia los radicales como la del único
dirigente con posibilidad de devolverles el poder en elecciones limpias. Justo, a partir
de allí, comenzó a desplegar un doble movimiento de negociación flexible –con los ra-
dicales y con sus aliados en las provincias–, pero, a su vez, con intervenciones públicas
que buscaron ocupar un espacio “legalista” y claramente democrático a medida que se
apagaba la llama del expresidente radical Marcelo Alvear y la de Roberto Ortiz. En los
meses sucesivos, la lucha por el poder real entre Ramón Castillo y Agustín Justo se vol-
vió esencial para el futuro de la Concordancia, de la oposición, y de las mismas institu-
ciones de la república56.
En los meses siguientes, el Vicepresidente inició una firme y constante búsqueda de
apoyos castrenses, sobre todo orientándose a los núcleos de oficialidad nacionalista, mi-
noritarios, pero en crecimiento y lo suficientemente activos. Durante agosto y septiem-
bre de ese año, y en ausencia del ministro de Guerra, Juan Tonazzi, aprobó una serie de
medidas que levantaban los castigos a los oficiales conspirativos de principios de año,
siendo beneficiados el general Benjamín Menéndez, el coronel Urbano de la Vega y el
La comisión produjo una declaración, una comunicación y un proyecto de ley que reglamentaba el art. 75 so
bre la sucesión que recibió sanción del Senado, pero perdió estado legislativo en diputados. Véase, también,
Ignacio López, “Un Presidente enfermo y una comisión investigadora. Prerrogativas senatoriales y el caso de
inhabilidad presidencial durante la administración de Roberto M. Ortiz”, en Revista de historia del derecho,
Nº 52, Buenos Aires, 2016, pp. 101-130.
54
Luna, Ortiz..., op. cit., p. 220 y ss.
55
Op. cit., p. 254.
56
Privitellio, Agustín P. Justo..., op. cit., pp. 62-73.
capitán Anacleto Llosa57. La información que proporciona Robert Potash, a través de los
cables de la embajada estadounidense y algunas fuentes periodísticas, es que el mismo
Ramón Castillo habría estado involucrado en un segundo intento golpista durante sep-
tiembre58. Otras fuentes allegadas al general Justo, reiteraron por esos meses un sonado
triángulo conspirativo, compuesto por el mismo vicepresidente, el exgobernador bonae-
rense Manuel Fresco y el general Juan Bautista Molina; estos últimos con acceso directo
y visitas recurrentes al despacho presidencial59.
Varios autores coinciden en afirmar una reunión central que celebró con militares
con mando de tropa a principios de octubre, en la que este núcleo de oficiales presentó
un memorial escrito con una serie de pedidos (o exigencias) al Poder Ejecutivo. Di-
cho ultimátum –que contaba con la aprobación de la mayoría de los comandantes de
unidades en el área del Gran Buenos Aires– incluía al menos ocho puntos concretos:
postergación indefinida de elecciones anunciadas en tres provincias intervenidas; diso-
lución del Concejo Deliberante de Buenos Aires; retiro del general Agustín Justo de la
actividad política; disolución del Congreso Nacional: proclamación del estado de sitio;
clausura de varios periódicos; renuncia de los ministros de Guerra, Marina e Interior y
mantenimiento de una política de rigurosa neutralidad60.
Su accionar en los meses venideros se fue orientando al cumplimiento de algunos
puntos del ultimátum, aunque otros quedaron en suspenso y fueron descartados. Ese
mismo octubre, decidió la clausura del Concejo Deliberante de la Capital Federal61. La
noticia consternó a la opinión pública y, si bien los radicales –cuya mayoría goberna-
ba el Concejo– quedaron estupefactos ante la decisión, veían detrás de la medida o la
“mano de Agustín Justo” o simplemente la “soberbia arrogancia” del Vicepresidente y
debían esperarse otras medidas de fuerza destinadas a un gobierno con rasgos cada vez
más autoritarios62.
En tanto, completó otras medidas para satisfacción de la corporación militar. Desig-
nó por esas fechas al coronel Manuel Savio a cargo de la recientemente creada Direc-
ción General de Fabricaciones Militares; prohibió reuniones públicas organizadas por el
grupo antifascista Acción Argentina y, por último, declaró el estado de sitio en diciem-
bre de 1941, cuando se produjeron los ataques a Pearl Harbour sin plazos estimados63.
Durante ese mes, además, el sector nacionalista se hizo con un puesto clave que tendría
efectos políticos trascendentales en el futuro: Ramón Castillo sustituyó al jefe de policía
57
Memorándum al General Justo, s/f, en Archivo General de la Nación, Fondo Agustín P. Justo, caja 106,
doc. 90.
58
Potash, op. cit., pp. 227-229.
59
Información del suboficial principal Fernández al General Justo, Buenos Aires, 23 de mayo de 1942,
en Fondo Agustín P. Justo, caja 104, doc. 122 bis. También: Memorándum al General Justo, s/f, en Fondo
Agustín P. Justo, caja 106, doc. 90.
60
Potash, op. cit., p. 232; Schillizzi, op. cit., pp. 298-299; Félix Luna, Alvear, Buenos Aires, Sudameri
cana, 1958, p. 303.
61
Decreto 102.843 PEN, en Archivo General de la Nación, Archivo Intermedio, Expedientes Generales,
legajo 40-1941.
62
Información de Ramón Cabezas al General Justo, Buenos Aires, 15 de octubre de 1941, en Fondo Agus
tín P. Justo, caja 103, doc. 130.
63
Decreto 108.908 PEN, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales, legajo 46-1941.
64
Potash, op. cit., p. 240.
65
Karl Loewenstein, “Legislation against Subversive Activities in Argentina”, in Harvard Law Review,
vol. 56, Nº 8, Cambrigde, 1943, pp. 1261-1306.
66
La Nación, Buenos Aires, 7 de junio de 1942. Algunas fuentes indican que Pedro P. Ramírez para esa
fecha, tenía contactos recurrentes con Ramón Castillo y Miguel A. Culaciati, cfr: Información de Ramón
Cabezas al General Justo, Buenos Aires, 7 de enero de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja 104, doc. 3.
67
La Nación, Buenos Aires, 10 de junio de 1942.
Córdoba, San Juan y Catamarca para aglutinar fuerzas dispersas y tender a la unidad68.
Por otro lado, las fuerzas provinciales antipersonalistas se dividían y dispersaban. En la
mayoría de los distritos controlados por el oficialismo, y de cara a las renovaciones del
Ejecutivo provincial, el radicalismo disidente (antiyrigoyenista, pero oficialista) tendía
a fragmentarse –como lo había hecho históricamente–; incluso, en muchos distritos, las
escisiones correspondían a pautas “legalistas” como sucedió en Santa Fe y Córdoba;
mientras que en otros distritos dichas fragmentaciones respondían a pujas internas parti-
darias y disidencias de dirigentes, como en Catamarca y Buenos Aires69.
Figura 1
El presidente Ramón Castillo ejerciendo su voto en marzo de 1942
Cortesía del Archivo General de la Nación (Buenos Aires), Departamento de Documentos Fotográficos.
Los resultados promisorios de las elecciones de marzo de 1942, en las que los demó-
cratas recuperaron terreno y recuperaron la mayoría parlamentaria perdida durante 1940,
le permitieron al Vicepresidente plantear reformas de fondo en el sistema político. Desde
68
La Nación, Buenos Aires, 31 de julio de 1941.
69
Carta de Julio Figueroa a Alberto Figueroa, Catamarca, 11 de noviembre de 1941, en Fondo Agustín P.
Justo, caja 103, doc. 187. También: Carta de Isaías Amado a Agustín Justo, Buenos Aires, 25 de septiembre de
1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, doc. 116; y Carta de Isaías Amado a Ramón Castillo, Buenos Aires,
6 de octubre de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, doc. 127.
abril, el Poder Ejecutivo apuntó la necesidad de reformar algunas leyes de carácter políti-
co, sin mayores detalles ni precisiones. Luego trascendió a la prensa que el propósito de
Ramón Castillo era presentar algunos proyectos de modificación de la ley electoral; sobre
la organización de los partidos políticos; y sobre la ley orgánica municipal, especialmen-
te en lo que se refería a la forma de constitución del Concejo Deliberante de la Capital
Federal y que ya habían sido mencionadas en su mensaje al Congreso del año anterior70.
En febrero de 1943, el ministro del Interior presentó un anteproyecto de código po-
lítico cuyo objetivo era contribuir a la sanción de normas que permitiesen perfeccionar
prácticas cívicas y obtener una expresión de la “voluntad popular” más fiel. El docu-
mento –que no ingresó al Congreso para ser discutido– también buscaba “reglamentar la
forma representativa de gobierno” adoptada por la Constitución nacional, pero no salía
del paradigma sáenzpeñista y su universo de reformas. Excesivo en detalles, se colocó
en un verdadero código que contemplaba fallos y omisiones de decretos anteriores que
habían derivado en práctica viciada del sufragio: regulaba la constitución y organización
de los partidos políticos, el acto electoral y sus procedimientos, y el proceso posterior de
fiscalización y recuento71.
El anteproyecto constaba de varias partes. Una primera, doctrinaria, estaba conden-
sada en los “fundamentos”, una suerte de tratado político sobre el gobierno representa-
tivo donde se discernían nociones teóricas de “pueblo”, sobre el “cuerpo electoral” y,
luego, sobre los “partidos políticos”, definidos como “asociaciones voluntarias” deriva-
da de los naturales grupos de opinión en la sociedad y de su cristalización en la opinión
pública. En este sentido, era fundamental que la legislación sobre los partidos políticos
tendiese a la autenticidad en la representación: buscaba convertirlos en “escuela de
democracia”72. Una segunda, el proyecto de ley propiamente dicho, otorgaba personería
jurídica a los partidos, modificaba el régimen electoral aplicando el sistema de propor-
cionalidad a la minoría y quitaba a los analfabetos la capacidad de votar. Ramón Cas-
tillo, como el presidente Roque Sáenz Peña dos décadas antes, buscaba la sanción del
proyecto de ley más ambicioso en materia política y electoral hasta el momento, para
“imponer” y “modificar” las prácticas una vez sancionado: clara filiación con el saénz-
peñismo más ortodoxo73.
Estas afirmaciones permiten complejizar lo que parte de la literatura académica ha
visto como un hecho ineludible del accionar de Ramón Castillo: ciertamente el Vice-
presidente tenía inclinaciones por un gobierno “fuerte” y no tan liberal, como lo de-
muestran sus medidas orientadas al “estado de excepción” permanente que vivió el país
desde diciembre de 1941. Pero aún se movía en el universo democrático forjado dos
décadas antes. Si Roberto Ortiz había representado la variante reformista de ese ethos
promovido por el presidente Roque Sáenz Peña, Ramón Castillo encarnaba el saénzpe-
ñismo más conservador.
70
La Nación, Buenos Aires, 17 de abril de 1942.
71
Ministerio del Interior, Anteproyecto de Código Político, Buenos Aires, Ministerio del Interior, 1943,
pp. 1-13.
72
Op. cit., pp. 11-13.
73
Op. cit., pp. 75-197.
74
Pedro Ramírez, que formaba parte del viejo núcleo de militares uriburistas, fue una figura clave en el as
censo de ese sector durante el gobierno de Ramón Castillo. También su participación en la insurrección militar
del 4 de junio (o su complicidad) fueron centrales para el éxito del golpe, véase Potash, op. cit., pp. 206-261.
entero visitó Corrientes, Santa Fe, Salta, Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca y La
Rioja, además de los territorios nacionales de Chaco y Formosa75.
Pronto, el Presidente analizó la situación en dos distritos que presentaron tensiones y
conflictos institucionales. Corrientes, que había presentado tensiones a lo largo de varios
años por las denuncias de opositores, fue intervenida en octubre de 194276. Tucumán,
envuelta en un impasse por diputas en la conformación del Colegio Electoral, que debía
ungir a un nuevo gobernador, fue también supeditada a la órbita del gobierno nacional
un mes después. Una observación más perspicaz, permite recordar que ambos distritos
eran clave en los planes del expresidente Agustín Justo para un eventual cálculo electo-
ral. Su influencia, en ambos casos, fue seriamente coartada por Ramón Castillo.
Los dos distritos permanecieron intervenidos durante los primeros meses de 1943 y
se volvieron centrales para asegurar una sucesión ordenada del próximo Presidente de-
mócrata. Castillo, en tanto, ordenó la convocatoria a elecciones a gobernador en ambos
casos para agosto de 1943, prevista un mes antes de las presidenciales a fin de tener la
maquinaria partidaria aceitada para el desafío mayor77. Sin embargo, la insurrección de
junio impidió que dichos procesos electorales se llevasen a cabo y ambas provincias
continuaron intervenidas por el nuevo gobierno de facto.
La primera embestida:
La intervención a la provincia de Jujuy (enero de 1942)
75
La Nación, Buenos Aires, 2 de septiembre de 1942.
76
Ignacio López, “Aliados pero fraudulentos. Las prácticas políticas en Santa Fe, Mendoza y Corrientes
durante el bienio de Roberto M. Ortiz (1938-1940)”, en Revista de Historia Americana y Argentina, vol. 51,
Nº 1, Mendoza, pp. 103-130.
77
La Nación, Buenos Aires, 21 de mayo de 1943.
78
Sobre la utilización de las intervenciones federales, véanse Natalio Botana, El orden conservador. La
política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1977; Ana María Mustapic, “Conflictos
institucionales durante el primer gobierno radical: 1916-1922”, en Desarrollo Económico, vol. 24, Nº 93,
Buenos Aires, 1984, pp. 85-108.
79
Natalio Botana, “Prólogo”, en Ernesto Calvo y Juan Manuel Abal Medina (h) (eds.), El federalismo
electoral argentino: sobrerrepresentación, reforma política y gobierno dividido en la Argentina, Buenos Aires,
Eudeba, 2001, pp. 13-20.
80
Ramón S. Castillo, Mensaje del Vicepresidente de la Nación en ejercicio del Poder Ejecutivo al inau
gurar el período ordinario de Sesiones del H. Congreso Nacional, Buenos Aires, Imprenta del Congreso,
1942, pp. 10-11.
81
Para el caso jujeño cfr. Kindgard, op. cit., pp. 12-45.
82
Ignacio López, Camino a la democratización. Consideraciones sobre la política reformista de Roberto
M. Ortiz, tesis de maestría en Historia, Buenos Aires, Universidad Torcuato Di Tella, 2013, pp. 144-169.
83
Julio Palmeyro a Agustín Justo, Jujuy, 28 de enero de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, doc. 9.
84
Sres. Roberto Undiano, Roberto Bidondo, Oscar Rebaudi Basavilbaso, Carlos Bárcena, Atanasio Ojeda,
Edison Wiaggo, Mamerto Zalazar, Carlos Aparicio, Juan Roqués y Alberto Caraciola a Miguel A. Culaciati,
Jujuy, 4 de mayo de 1941, publicado en La Nación, Buenos Aires, 4 de mayo de 1941.
85
Raúl Bertrés a Miguel A. Culaciati, Jujuy, 5 de mayo de 1941, publicado en La Nación, Buenos Aires, 6
de mayo de 1941.
En tanto, los legisladores populares no daban tregua al gobierno radical. En los días
sucesivos una lluvia de telegramas llegó al Ministerio del Interior con graves denuncias
de “policías armados” y “camiones, autos y coches que patrullaban para atemorizar a
los ciudadanos”86. Las denuncias fueron incrementándose debido a una intensa campaña
que orquestaba el senador jujeño Plinio Zabala. Este le escribió al ministro Miguel A.
Culaciati describiendo que en Jujuy se vivía un estado de “explosión de barbarie”. Su
sentencia era que el gobierno jujeño “probablemente desesperado por su inestabilidad”,
extremase las medidas de violencia porque solo podía sostenerse por el “terror”87.
La situación llegó a su punto más álgido cuando el senador Plinio Zabala y el dipu-
tado provincial Oscar Rebaudi Basavilbaso denunciaron un atentado en el domicilio de
este último perpetrado por personal policial provincial. Una fuerte movilización de estu-
diantes del Colegio Nacional fue el corolario de la exacerbación de los ánimos. El Go-
bernador negó los hechos de forma terminante88. Una entrevista personal del Goberna-
dor con el Vicepresidente a fines de mayo posiblemente sirvió para dilatar los tiempos,
y dar mayores oportunidades al Gobernador para solucionar los graves problemas de
inestabilidad. Sin embargo, Ramón Castillo prometió enviar al Congreso de la Nación
los antecedentes del caso a fin de que evalúe la situación institucional89.
Días después, Raúl Bertrés se apresuró en buscar apoyos en la Cámara de Diputa
dos. Allí dirigió una serie de telegramas al presidente de la Comisión de Negocios Cons-
titucionales, el radical Emilio Ravignani, a fin de dar cuenta de los hechos que vivía la
provincia90, pero, a su vez, para que se formulase un despacho en el seno de esa comi-
sión a fin de evitar que la oposición insistiese ante el Poder Ejecutivo para conseguir
que el problema sea resuelto mediante el envío de una intervención, cuestión que no su
cedería si la Cámara procediese antes del fin de las sesiones91.
Hacia julio, la misión demócrata encabezada por el senador Gilberto Suárez Lago
también llegó a Jujuy y logró con éxito la fusión del Partido Popular con el Partido De-
mócrata Nacional. El senador Herminio Arrieta –clave en la comisión senatorial sobre el
estado de salud del presidente Roberto Ortiz– fue también central para lograr el acerca-
miento de las dos agrupaciones con el objetivo de cerrar filas en la provincia del norte y
presentar una oposición local más cohesionada frente al radicalismo oficialista92.
En octubre, el vicegobernador Alberto Pasquini denunció ante el Gobernador la in-
minencia de un movimiento cívico-militar que encabezarían los populares para destituir
al gobierno radical93. Al mismo tiempo, le señalaba al general Agustín Justo la existen-
cia de dos corrientes nítidas del antipersonalismo jujeño. Una que buscaba la interven-
86
Raúl Bertrés a Ramón Castillo, Jujuy, 9 de mayo de 1941, publicado en La Nación, Buenos Aires, 10 de
mayo de 1941.
87
Conferencia telefónica entre Plinio Zabala y Miguel A. Culaciati, Jujuy, 12 de mayo de 1941,
reproducido en La Nación, Buenos Aires, 13 de mayo de 1941.
88
La Nación, Buenos Aires, 20 de mayo de 1941.
89
“Se entrevistó con el Dr. Castillo el gobernador jujeño”, en La Nación, Buenos Aires, 27 de mayo de 1941,
90
Raúl Bertrés a Emilio Ravignani, Jujuy, 24 de junio de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, docs.
78-79-85.
91
Raúl Bertrés a Emilio Ravignani, Jujuy, 1 de agosto 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, doc. 94.
92
La Nación, Buenos Aires, 22 de julio de 1941.
93
Alberto Pasquini a Raúl Bertrés, Jujuy, 18 de octubre de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, doc. 134.
94
Alberto Pasquini a Agustín Justo, Jujuy, 30 de diciembre de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103,
doc. 320.
95
Aníbal Velázquez a Agustín Justo, Jujuy, 24 de enero de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja 104, doc. 18.
96
Decreto 111.660, 21 de enero de 1942, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales, legajo 4-1942.
97
La Nación, Buenos Aires, 29 de enero de 1942.
98
Herminio Arrieta a Agustín Justo, Jujuy, 3 de marzo de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja 104, doc.
56.
99
Agustín Justo a Miguel Rojas, Mar del Plata, 10 de marzo de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja
133, doc. 4.
100
Alberto Pasquini al teniente coronel Ambal, Jujuy, 3 de abril de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja
104, doc. 88.
101
Salvador Espinosa (UCRA) a Miguel A. Culaciati, Jujuy, 10 de marzo de 1942, en Archivo Intermedio,
Expedientes Generales, legajo 4-1942.
Corrientes era una provincia dominada por la Concordancia desde 1932. Una coalición
de autonomistas y radicales antipersonalistas había mantenido los resortes gubernamenta-
les por una década. La oposición radical (del comité nacional) y liberal había denunciado
recurrentemente los abusos institucionales del oficialismo, y los pedidos de intervención
federal, se habían acelerado durante el bienio de Ortiz107. La muerte del senador correnti-
no Juan Ramón Vidal durante septiembre de 1940 –líder del autonomismo– había produ-
cido una escisión en los demócratas de la provincia. Una fracción se separó del partido en
desacuerdo con la política aliancista de los demócratas/autonomistas y antipersonalistas;
y otro grupo mantuvo la alianza con el antipersonalismo, agrupación a la que pertenecía
el gobernador Pedro Numa Soto, muy allegado al presidente Ortiz108.
102
Expedientes 16.852, 16.853, 16.929, 17.657, en Archivo Intermedio..., op. cit.
103
“La renuncia del interventor en Jujuy”, en La Nación, Buenos Aires, 2 de mayo de 1942.
104
Decreto 118.883, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales, legajo 4-1942.
105
Unión Cívica Radical al pueblo de la Provincia, Jujuy, mayo de 1942, en Archivo Intermedio,
Expedientes Generales, legajo 4-1942, E. 21.566.
106
La Nación, Buenos Aires, 1 de junio de 1942.
107
Sobre la política en la provincia de Corrientes, cfr: Solís, Liderazgo y política..., op. cit. y Solís, La
cultura política..., op. cit. También “Autonomistas, liberales y radicales en Corrientes. Actores, prácticas e
identidades políticas en conflicto (1909-1930)”, en Prohistoria, año xiii, Nº 13, Rosario, 2009, pp. 31-50.
Sobre la década de 1930: Ricardo Harvey, Historia política contemporánea de la provincia de Corrientes
1936-1941, Corrientes, Moglia Ediciones, 2008 y López, “Aliados pero fraudulentos...”, op. cit., pp. 103-130.
108
La Nación, Buenos Aires, 21 de noviembre de 1941.
109
Ginés Lubary a destinatario desconocido, Buenos Aires, 26 de mayo de 1941, en Fondo Agustín P.
Justo, caja 103, doc. 67.
110
Unión Popular de Corrientes, diciembre de 1941, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales,
legajo 24-1942, E. 21.587.
111
La Voz de Corrientes, Corrientes, 28 de marzo de 1942.
112
Proclama de la Unión Popular de Corrientes, Corrientes, 1 de abril de 1942, en Archivo Intermedio,
Expedientes Generales, legajo 24-1942, E. 21.587.
113
Alberto Núñez Lozano a Agustín Justo, Corrientes, 24 de mayo de 1942, en Fondo Agustín P. Justo,
caja 104, doc. 123.
Lo cierto es que la Unión Popular y Contreras Miranda eran los más ávidos or-
questadores de una campaña “antiJusto” en la provincia. En una nota en su diario La
Voz de Corrientes que titulaba “El General Justo no será presidente de la República”,
la agrupación política atacaba los lineamientos en materia exterior que propiciaba el
ex Presidente. Una de las principales razones de oposición del grupo y “por las que no
sería presidente” eran los “coqueteos belicistas” del General ante el conflicto mundial.
El haber ofrecido a Brasil sus servicios técnicos como general honorario –había sido
condecorado por Getulio Vargas– era una “imprudencia” y lo colocaba por fuera de la
Constitución114.
A fines de septiembre de 1942, trascendió a la prensa que el Ministerio del Interior
estaba analizando uno de los tantos informes que la oposición correntina había presenta-
do y la intervención federal sería inminente. En su último viaje, el Presidente había vi-
sitado la provincia, y posiblemente, haya madurado allí la idea definitiva de enviar una
misión federal115. La revista Newsweek veía en esa intervención un “golpe a las ambi-
ciones presidenciales de Justo”, y en una serie de medidas restrictivas a la prensa sobre
noticias para el exterior, la imposición de una “más estrecha dictadura”116.
En menos de una semana salió el decreto de intervención del despacho presidencial
y se nombró como comisionado al demócrata Francisco Galíndez, que había logrado
recientemente la normalización en la provincia de Jujuy. La misión Castillo no iba “ni
a favor ni en contra de ninguno de los grupos políticos de la provincia” sino que sim-
plemente se dirigía a “organizar los servicios públicos para garantizar ampliamente los
derechos ciudadanos”117. El decreto daba cuenta de que hacían “más de tres años” que
llegaban al Poder Ejecutivo denuncias sobre la situación social y política de la provincia
y que había un proyecto de ley de intervención en el Congreso que no había sido sancio-
nado. Corrientes, según el decreto, se encontraba en un estado propicio para “el predo-
minio de inferiores móviles políticos sobre los derechos ciudadanos”118.
El gobernador Pedro Numa Soto le contestó al ministro del Interior en una serie de
documentos defensivos119. Un grupo de senadores provinciales, en tanto, defendieron
al gobierno local y al funcionamiento del cuerpo legislativo. Consideraba que las in-
formaciones que contenía el decreto de intervención eran “desleales” y que había en
Corrientes un “juego armónico de funciones” entre los tres poderes. No existía ni “su-
peditación” ni “sistemático consentimiento al Poder Ejecutivo de la provincia” como se
argüía en el decreto120. El Gobernador aprovechó su último movimiento para montar una
gran escena dramática: sancionó un decreto en el que consideraba la intervención como
116
“El general Justo pierde el control de Corrientes” (traducción), en Newsweek, New York, october 19,
1942, Fondo Agustín P. Justo, caja 104, doc. 327.
117
La Nación, Buenos Aires, 6 de octubre de 1942.
118
Decreto Nº 132.312 PEN, 5 de octubre de 1942, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales, legajo
24-1942, E. 40.630.
119
Pedro Numa Soto a Miguel A. Culaciati, Corrientes, 5 de octubre de 1942, en Archivo Intermedio,
Expedientes Generales, legajo 24-1942, E. 41.192.
120
Juan Figueredo y otros (Senado de la provincia) a Miguel A. Culaciati, Corrientes, 6 de octubre de
1942, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales, legajo 24-1942, E. 41.301.
121
Suplemento La Nueva Época, Corrientes, 5 de octubre de 1942, en Archivo Intermedio, Expedientes
Generales, legajo 24-1942, E. 53.775.
122
UCR Antipersonalista de Corrientes, Corrientes, 20 de octubre de 1942, en Fondo Agustín P. Justo,
caja 104, doc. 333.
123
Manifiesto PDN de Corrientes, Corrientes, 10 de noviembre de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja
104, doc. 358.
124
Piñeiro, “Los radicales antipersonalistas...”, op. cit., pp. 164-165 y 199-200. Sobre política tucumana
durante la década de 1930, cfr. María Fernández de Ullivarri, Trabajadores, sindicatos y política en Tucumán.
1930-1943, tesis de doctorado en Historia, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires Facultad de Filosofía y
Letras, 2010. También Graciana Parra, “Blancos, demócratas y radicales en la encrucijada de los años treinta.
El impuesto adicional al azúcar, Tucumán 1932-1934”, en Travesía, Nº 13, Tucumán, 2011, pp. 127-162 y
“Los demócratas tucumanos...”, op. cit., pp. 85-106.
125
Federico Donadío a Agustín Justo, Tucumán, 16 de abril de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103,
doc. 54.
126
Informe sobre la situación política en Tucumán para las elecciones de marzo de 1941, 5 de febrero de
1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja 103, doc. 44.
127
“Del escenario político”, en La Gaceta, Tucumán, 27 de julio de 1941, Fondo Agustín P. Justo, caja
103, doc. 91.
128
La Prensa, Buenos Aires, 31 de agosto de 1942.
129
Ernesto Zavalia Matienzo a Agustín Justo, Buenos Aires, 16 de octubre de 1942, en Fondo Agustín P.
Justo, caja 104, doc. 321.
130
Miguel Campero a Agustín Justo, Tucumán, 20 de agosto de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja 124,
doc. 92.
131
Miguel Campero a Agustín Justo, Tucumán, 14 de septiembre de 1942, en Fondo Agustín P. Justo, caja
124, doc. 121.
132
Héctor de la Fuente a Agustín Justo, La Rioja, 1 de noviembre de 1941, en Fondo Agustín P. Justo, caja
103, doc. 220.
133
Para un análisis detenido de los entretelones del conflicto, cfr. Carlos de la Torre, “El borrascoso Colegio
Electoral de 1942”, en La Gaceta, San Miguel de Tucumán, 3 de enero de 2016. Disponible en www.lagaceta.
com.ar/nota/666730/opinion/borrascoso-colegio-electoral-1942.html [fecha de consulta: 2 de septiembre de 2017].
134
Informe político sobre Tucumán, Tucumán, s/f, en Fondo Agustín P. Justo, caja 106, doc. 133.
Decreto provincial Nº 1.362, en Archivo Intermedio, Expedientes Generales, legajo 37-1942, E. 36.264.
135
137
La Nación, Buenos Aires, 29 de octubre de 1942.
138
La Nación, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1942.
139
Decreto Nº 49.560 PEN, Buenos Aires, 26 de noviembre de 1942, en Archivo Intermedio, Expedientes
Generales, legajo 46-1942, E. 49.560. Presumiblemente citado del jurista estadounidense Luther Cushing,
aunque el decreto no referencia la obra.
140
La Nación, Buenos Aires, 20 de enero de 1943.
141
Decreto Nº 143.157 PEN, Buenos Aires, 16 de febrero de 1943, en Archivo Intermedio, Dirección Na
cional Electoral, caja 74, Carpeta 91.
142
La Nación, Buenos Aires, 21 de mayo de 1943.
143
La Nación, Buenos Aires, 4 de junio de 1943.
La actitud que hubiesen tenido los radicales del comité nacional sobre Agustín Justo
es difícil de reexaminar, aunque está en el terreno de lo “especulable”. Desde el punto
de vista interno-partidario fue claro en los meses siguientes el triunfo de la posición
“unionista” y el desplazamiento de los sectores intransigentes, que, aunque activos y
programáticos, se vieron coartados por el núcleo metropolitano vinculado al liderazgo
del expresidente Marcelo Alvear144. No es descabellado suponer que el radicalismo se
hubiese podido unir en un frente “antifascista” encabezado por el General en una fórmu-
la “extrapartidaria” como la que algunos radicales, tiempo después, ofrecieron al minis-
tro de Guerra, Pedro Ramírez145.
El mes de febrero de 1943 fue de definiciones. En el ámbito internacional, el con-
flicto mundial sufriría un vuelco irreversible con la rendición de las tropas nazis en
Stalingrado, que, además, debían enfrentar una gran contraofensiva aliada en el norte de
África. En el ámbito doméstico, desaparecido Justo, Castillo se aprestaba a dar su apoyo
a un sucesor dentro de las filas demócratas que estaba entre los tres grandes candidatos
que sonaban desde meses atrás: su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Guillermo
Rothe –neutralista y cordobés–, Rodolfo Moreno –gobernador de Buenos Aires y de
tendencia reformista– y Robustiano Patrón Costas –salteño y quintaesencia del conser-
vadurismo del norte, además de presidente provisional del Senado–. En los círculos po-
líticos, pese a la predilección natural que tenía el Presidente por su ministro Guillermo
Rothe, se estimaba que la definición serían ese mes y que Ramón Castillo había “endu-
recido” su postura con los candidatos en el sentido de que cada agrupación debía definir
sus propios nombres (esto es, el del Presidente los demócratas; y el del Vicepresidente,
los antipersonalistas), en un contexto donde el cambio de orden del binomio demostraba
simbólicamente el cambio de fuerzas al interior de la coalición de gobierno146.
El 18 de febrero, el nombre del próximo candidato a Presidente fue consagrado a
la prensa periódica: el salteño Robustiano Patrón Costas. Luego de una serie de entre-
vistas en los círculos oficiales, y entre el presidente provisional del Senado con Ramón
Castillo, su nombre para encabezar el binomio oficialista fue resuelto147. ¿Compromisos
asumidos? ¿Devolución de favores políticos? La coalición del norte logró un triunfo
pírrico.
144
Cfr. Ana Virginia Persello, Historia del radicalismo, Buenos Aires, Edhasa, 2007, pp. 122-125; Luna,
Alvear..., op. cit., p. 326 y ss.
145
Potash, op. cit., pp. 252-262.
146
Informe confidencial al Sr. Ricardo Peralta Ramos (La Razón), Buenos Aires, 17 de diciembre de 1942,
en Fondo Agustín P. Justo, caja 104, doc. 442. Cabe recordar que la vicepresidencia desde la conformación
de la alianza Concordancia en 1931 había estado reservada para el PDN (el conservador Julio A. Roca (h)
había sido vicepresidente de Agustín Justo, y Ramón Castillo de Roberto Ortiz). Que ahora fuese el primer
término para los demócratas nacionales y la vicepresidencia para los antipersonalistas, no era menor, dado que
representaba esa reconfiguración de poder real que se estaba dando entre las fuerzas oficialistas.
147
La Nación, Buenos Aires, 18 de febrero de 1943.
Figura 2
El presidente Ramón Castillo, ministros (de izq. a derecha: Almte. Mario Fincati,
Enrique Ruíz Guiñazú, Gral. Pedro P. Ramírez), el senador Robustiano Patrón Costas
y el cardenal Santiago Copello, ante un desfile militar (s/f)
Cortesía del Archivo General de la Nación (Buenos Aires), Departamento de Documentos Fotográficos.
Carta de Justo Rocha a Gilberto Suárez Lago (PDN), La Plata, 2 de febrero de 1943, en Fondo Agustín
149
los diversos ejes de temas que tendría que afrontar la próxima presidencial. A fines de
febrero, los diputados bonaerenses en el Congreso Nacional se reunieron con el objetivo
de emitir una resolución que contemplase un programa y plataforma para la próxima
campaña presidencial150.
La “rebelión demócrata” fue tomando carácter intransigente en las semanas suce
sivas, fue descartada a principios de abril. El poder presidencial se impuso ante cual-
quier tipo de rebeldía provincial. Ramón Castillo dio un ultimátum al gobernador
Rodolfo Moreno –renuncia o intervención federal– por lo que este y sus principales
ministros optaron por presentar su dimisión e inclinarse ante la autoridad federal.
Asimismo,consideró que su renuncia al cargo se debía ante la “imposibilidad” de conti-
nuar el cumplimento de su programa “en armonía con quienes habían sido los factores
de su candidatura y el apoyo principal del gobierno”151. La asamblea bonaerense aceptó
días después la renuncia152.
Doblegado el poder bonaerense en abril, Ramón Castillo buscó imponerse una vez
más en los primeros días de junio. Esta vez fue con su ministro de Guerra con preten-
siones presidenciales: el general Pedro Ramírez. Este venía negociando con un grupo de
radicales una eventual fórmula extrapartidaria de cara a las elecciones de septiembre153.
Sin embargo, la directriz presidencial resultó contraproducente, y si había sido efectiva
en el universo político-partidario, fue inocua con el General conspirativo y con la cor-
poración militar que se mostró más renuente y desleal de lo que aparentaba. Los sucesos
del 3 y 4 de junio de 1943 son bien conocidos: deslealtades, traiciones e incertidumbres
rodearon al evento154.
Por tanto, las causalidades próximas del golpe hay que buscarlas en el accionar pro-
pio del presidente Ramón Castillo y en el de sus aliados militares en los últimos días de
mayo e inicios de junio. Una cadena de errores, desaciertos y falsos planes de contrao-
fensiva fracasaron y los acontecimientos inclinaron la balanza hacia un bando más arti-
culado y más efectivo “operativamente” de la institución militar. Luego, los problemas
de la legitimidad, claro está, cayeron como un muro de argumentos sobre los hombros
de la institución presidencial, sus acuerdos y sus aliados.
Conclusiones
Este artículo intentó explorar algunas conjeturas sobre la política presidencial de Ramón
Castillo a inicios de la década de 1940 y buscó presentar algunas contribuciones origi-
150
La Nación, Buenos Aires, 23 de febrero de 1943.
151
La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1943.
152
La Nación, Buenos Aires, 17 de abril de 1943.
153
Potash, op. cit., pp. 266-288.
154
Devoto, “Para una reflexión...”, op. cit., pp. 171-186. Sobre los sucesos desde los protagonistas, cfr.
Domingo Martínez, “Historia de los acontecimientos del día 4 de junio de 1943 vividos por el Jefe de Policía
de la Capital Federal, general de Brigada D. Domingo Martínez” (manuscrito), en Archivo Robustiano Patrón
Costas, correspondencia (personal del autor); también Martín Aberg Cobo, “La Revolución de 1943” en
Horacio Zorraquín Becú, Enrique Ruiz Guiñazú (h), Martín Aberg Cobo y Adolfo Vicchi, Cuatro revoluciones
argentinas (1890-1930-1943-1955), Buenos Aires, Ediciones del Club Nicolás Avellaneda, 1960, pp. 80-81.
nales sobre las redes partidarias y políticas en el último periodo del gobierno conserva-
dor. Primero, ha descrito cómo la sucesión presidencial dirigida convirtió los acuerdos
fraudulentos de la década conservadora en más visibles e ilegítimos ante la opinión
pública y el resto de los partidos políticos, acelerando los debates sobre la viabilidad del
gobierno restaurado. La reconfiguración del tablero político, debido a la desaparición de
líderes que garantizaban el sostenimiento de esa particular democracia –ya sea con cuo-
tas de popularidad o por su habilidad de gestar acuerdos entre dirigentes y actores cru-
ciales, fue central para el específico desenlace y el advenimiento del golpe militar. Sin
embargo, este no fue un resultado inevitable del impasse político de la década de 1940,
sino, más bien, “posible” dentro del repertorio de soluciones a la crisis de legitimidad y
acelerado por la misma política conducida desde la institución presidencial.
En segundo lugar, el artículo buscó reconsiderar las capacidades políticas del presi-
dente Ramón S. Castillo. En términos generales, la historiografía argentina ha tendido a
verlo o como un gobernante reaccionario frente a las políticas reformistas de su sucesor
Roberto Ortiz, o como un Presidente debilitado frente a los sectores nacionalistas de las
Fuerzas Armadas que le arrebataron el poder. En este sentido, el artículo procuró, pri-
mero, vincularlo con el universo sáenzpeñista y conservador y complejizar su visión de
la política en el largo plazo; pero, además, se orientó a enfatizar los intentos del último
Presidente demócrata por reconstruir el tejido político-partidario en algunos casos pro-
vinciales. Particularmente el escrito analizó cómo las intervenciones en las provincias
de Jujuy, Corrientes y Tucumán fueron escenarios en los que el Presidente, y las fuerzas
conservadoras, recuperaron cuotas de poder en escala local. Estos intentos fueron casos
ejemplificadores de una política general de concentración de poder y consolidación de
bases (aparentemente) sólidas, que involucraron la negociación con otros actores del
sistema político como el poder militar.
Sin duda, los esfuerzos de voluntad del Presidente, sus habilidades políticas y la re-
constitución del tejido político-partidario al interior del oficialismo, no fueron elementos
suficientes para garantizar su supervivencia en el poder, frente a un actor más poderoso,
como el militar. Sin embargo, parte de la explicación a ese particular desenlace debe
buscarse en la misma política que promovió el Poder Ejecutivo, sus acciones, y sus in-
esperadas consecuencias, en un gran cuadro de reducidas expectativas que rodeaban a
su autoridad.