La Oveja Negra

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LA

OVEJA
NEGRA
“A mi familia y a la luna de mi vida”

E3
Mi madre tenía la costumbre de cenar a las 6:30 de la tarde, justo
cuando el sol ya se oculta y el cielo se tinta de un color rojizo,
quizás esta costumbre la adoptó por mi padre, que siempre fue
muy disciplinado en sus horarios, como todo militar. No había día
que tan solo se pase un minuto, a tal hora, ya todo debería estar
servido en la mesa. Desde pequeño crecí con todo ese orden y
perfección que me había inculcado mi madre, me era imposible
ser desordenado o indisciplinado, la rectitud era algo esencial en
mi vida. Me dirán perfeccionista, yo le llamo tener valores
fundamentales, aunque para ojos ajenos quizás sea muy
exagerado.
Una voz angelical, transformada algunas veces en voz gruesa y
tosca, quebró el silencio de la tarde para decir:
-Esteban, baja ya es hora de cenar.
-Voy mamá, déjame guardo estas hojas de la universidad.
-Apura hijo que está servido.
Guardé algunos apuntes que tenía escritos, estaban combinados
con poemas que componía en clases de la universidad. Estudiaba
Matemática, pero la poesía siempre había sido mi pasa tiempo
preferido, desde la primaria hasta secundaria fui un alumno
completo. El mejor en números, el mejor en letras, el mejor en
ciencias y el mejor en sociales. Todos los profesores, que pisaron
la misma aula que yo, se quedaban con mi apellido grabado en su
mente: Robles. Alumno admirable y único en la escuela, con una
capacidad que asombraba a cualquiera, pero con un problema, que
a su vez podía alejar a cualquiera.
Salí de mi cuarto, tenía un leve dolor de cabeza, era el estrés decía
mi madre porque ya estábamos en los parciales finales del tercer
ciclo de la universidad. Bajé las escaleras y ahí estaba mi madre,
con la pañoleta que cubría su cabeza para poder disimular las
constantes canas que ya le iban saliendo. La vejez es inevitable le
decía yo con tonos de burla, y ella acostumbraba a contestarme
con una pequeña bofetada en la nuca, por la misma confianza que
nos teníamos.
-Siéntate hijo, que se enfría.
-Lavémonos las manos antes.
-Ah cierto, cierto, con tantas cosas en la cabeza hijo, las cosas se
me olvidan ya. Estoy preocupada por tu hermano, ya van 2 días
que no regresa a casa.
-No es la primera vez mamá. Ya déjalo, al final siempre vuelve,
no sé cómo lo sigues aguantando.
Nos lavamos las manos, mi madre se quitó la pañoleta que tenía
puesta, nos sentamos en la mesa y dijo: Es el amor de una madre,
Esteban.
Renata, mi mamá, también tenía la costumbre de rezar antes de
cada comida. Esta fe en Dios, fue ella quien se la apegó a mi
padre. Él desde joven siempre había sido un duro crítico de la
religión, dudas invadían su cabeza, como dice mi madre: “Quizás
la duda de creer o no en Dios fue por la dura infancia que le tocó
vivir”. Menor de 14 hermanos; a los 5 años el cáncer le arrebató
la oportunidad de tener a su madre. Y a los 13 perdió a su padre,
militar como él que falleció en una misión en la Amazonía
peruana. Sus 13 hermanos mayores lo dejaron a su suerte, cada
uno hizo su vida por separado. Mi padre se quedó solo en la calle
hasta que una buena alma se apiadó de él, un zapatero de su
Quinta, viudo y sin hijos, lo adoptó y le dio educación. Luego el
destino lo volvería a golpear, ya que aquel zapatero fallecería en
un accidente de tránsito. Con una vida tan cruel, cualquiera
creería que mi padre se perdería en la calle o caería en cualquier
otro vicio. Él contra viento y marea, se volvió militar para honrar
la memoria de su progenitor y la vida se le apagó al igual que el
ser que le dio la vida, entregando la vida por su patria.
-Mamá, mañana saldré un poco antes de lo habitual, tomaré
desayuno en la universidad. Tú levántate con calma y prepárate el
tuyo. Quiero que descanses, has estado muy tensionada estos 2
días.
-No hijo como crees, estoy tranquila.
-Mamá te conozco tanto como tú me conoces a mí, no me puedes
engañar, sé que has estado pensando en Estefano, si esta bien o no
y la intriga está a un paso de acabar contigo.
-Lo sé, lo sé, Esteban. No sé en que rincón puede estar metido tu
hermano. ¿Y si le sucedió algo?, yo estoy aquí tan fresca y quizás
tu hermano necesita de nosotros.
-Por favor mamá, haber tranquilízate un poco. Estará dando
vueltas por los lugares de siempre. Ya es de costumbre, Estefano
se pierde de 3 a 5 días al final siempre regresa a llorarte y exigirte
un plato de comida. Te falta el respeto y tú siempre lo perdonas,
tienes un corazón grande, no se como eres capaz de aguantarle
todo.
-Esteban, la misma paciencia que le tengo a él, siempre la tuve
con los tres.
-Mamá, es diferente. Lo de Estefano es cosa de toda la vida.
-Yo nunca te he faltado el respeto o te eh hecho preocupar de tal
manera como él. No arruinemos la cena mamá por favor, verás
que mañana estará aquí echado en el sofá sin hacer nada por su
vida.
-Esta bien Esteban, pero no sigas hablando de esa manera de tu
hermano, no entiendo porque los dos siempre se han llevado tan
mal, si a los dos les eh tratado por igual.
-Mamá, yo no tengo nada en contra de Estefano, creo que es él, el
que tiene un problema contra mí.
-Solo no discutan cuando vuelva. Solo eso te suplico hijo.
-Aunque me de coraje, me contendré por ti mamá. Ahora lávate el
rostro que las lágrimas se te están cayendo y es una falta de
respeto cenar de esa forma y en ese estado.
-No te preocupes hijo, ahora voy.
Reta se levantó de la mesa y se dirigió al grifo de la cocina, que
tenía un constante goteo desde que Esteban aún era un pequeño y
nadie se había dignado a repararlo.
La mirada baja, callada y serena consumió a Renata por completa.
Era imposible no demostrar la preocupación que sentía por su
segundo hijo, Estefano. A pesar de no ser la primera vez que
sucedía esto, siempre los llantos y las dudas la invadían de nuevo.
Recuerdo que la primera vez que sucedió esto, hace 5 años,
Renata reportó a su hijo como desaparecido y a las horas del
reporte, Estefano llegó de madrugada a la casa, sucio y con los
ojos rojos, como si hubiera llorado todos los días de su
desaparición. Cuando Renata le interrogó a donde es que se había
ido, Estefano no dijo absolutamente nada, solo unas vecinas de la
Quinta dijeron verlo por los basurales con un grupo de muchachos
mayores que él, sea cierto o no, nunca lo sabremos porque
Estefano nunca se atrevió a decir nada. Lo raro es que sus
desapariciones constantes iniciaron el mismo año en que Úrsula
falleció. Úrsula era su novia desde que Estefano apenas tenía 15
años, ella venía de una familia irregular, sus padres habían sido
ladrones que fallecieron en el intento fallido de un robo a un
banco. Su padre falleció después del impacto de 8 balas en el
pecho que le propinaron los policías y su madre falleció por una
negligencia del hospital, para ser más exactos de una sobre dosis
médica. Llegó a este hospital después del tiroteo que acabó con la
vida de su esposo, la madre de Úrsula también había recibido
impactos de bala, uno en la pierna izquierda y el otro que dañó su
hígado; pero fue el mismo hospital, que juro salvarle la vida, el
que acabó con ella.
Úrsula se crío con su abuela materna, tenían bajos recursos, es por
eso que abandonó la escuela cuando apenas cursaba el primero de
secundaria. Conoció a Estefano en la Quinta donde vivíamos,
desde muy jóvenes andaban juntos por todos los lados. No había
día en que no estén de arriba para abajo. ¿A dónde iban?, nadie lo
sabe, solo ellos. Pero cometieron un grave error los dos, a
temprana edad conocieron el tabaco. Y cuando apenas tenían 16
años empezaron su vida en el mundo del cigarro, un vicio del cual
era difícil salir. Si fue Estefano quien lo enseñó a Úrsula a fumar
o fue al contrario no se sabe con exactitud. Lo que si se sabe es
que los dos juntos se podían acabar una cajetilla por día. Fueron
creciendo y el amor surgió, literalmente, en medio del humo gris
y espeso. Llevaban su romance a su manera, Renata siempre se
opuso y cuando se enteró que su hijo se encontraba en andadas
con Úrsula la culpó directamente de ser la responsable de que su
hijo fumara y a Estefano le prohibió verla, sin embargo, él
siempre hallaba la forma para escaparse con ella. Una relación
apasionada y llena de una adicción que poco a poco los iba
consumiendo por dentro.
Úrsula falleció hace 5 años, en un tiroteo, al igual que su padre.
Pero ella falleció de una bala perdida por un sujeto que nunca se
supo quien fue con exactitud. Úrsula iba transitando por una calle
estrecha y extensa cerca a un local de cambistas, aquella vez
estaba sola, era raro porque casi siempre Estefano estaba a su
lado. Minutos antes de que ella pasara por dicho local, un grupo
de hombres extraños habían entrado al local de cambistas y justo
cuando Úrsula estaba cerca del local empezó el tiroteo entre
policías y dicho grupo de hombres extraños. Una bala alcanzó a
su corazón, en el cual lleno de tanto dolor solo vivía Estefano, que
le había hecho sentir y recuperar la sonrisa que le habían
arrebatado desde que era una niña. El impacto fue grande para
Estefano y sobre todo doloroso, el amor de su vida lo dejaba solo
en este mundo tan cruel, egoísta e injusto como dice él mismo.
Nunca se descubrió al verdadero responsable, lo único que se
llegó a saber, es que la bala que acabó con la vida de Úrsula
provino de aquel grupo de delincuentes. Desde que Úrsula dejó
este mundo, Estefano comenzó a desparecerse por días, el rumbo
de sus salidas solo lo sabe él y quizás morirá consigo.
El reloj marcaba las 6:50 de la noche, yo ya había terminado la
cena y mi madre apenas iba por la mitad. La miraba con la cabeza
baja y esa chispa de alegría se le había perdido. Al verla de esa
forma detesté a Estefano, como muchas veces. Era menor que él,
sin embargo, nunca fue una figura para mí, la cual seguir a
diferencia de Enrique, mi otro hermano mayor que Estefano. Los
dos eran distintos, Enrique me decía hermano, pero Estefano me
llenaba de insultos y cuando era más chico me golpeaba. No
entendía porque era tan injusto conmigo, tampoco lo sabré,
siempre me intentaba acercar a él, pero su corazón era como un
cactus imposible de poder abrazar.
-Mamá, muchas gracias, nunca defraudas en la cocina.
-De nada hijo mío, déjalo yo lo recojo.
-Déjame ayudarte.
-Esteban tranquilo hijo yo lo lavaré.
-Yo lo haré madre, no recibiré ninguna contradicción más de tu
parte.
-Ay Esteban cuando no de comedido, está bien hijo, gracias.
Renata dejó el plato a medio comer, me dijo que solo lo guardara
en el microondas. Le hice caso, obligarla a comer no era lo mejor,
la entendía porque en momentos de tensión es imposible hacer
que un alimento ingrese por el esófago. Terminé de lavar los
servicios, cerré el grifo, me sequé las manos y salí de la cocina.
Llegué a la sala y ahí estaba mi madre con un pedazo de lana en
sus manos, apunto de tejer, y mirando la televisión. Dude por un
minuto si subir a mi habitación y continuar con mis actividades o
quedarme con ella a hablar de lo que sea, pero estando a su lado.
Entonces me decidí por la segunda; la vida se va en un abrir y
cerrar de ojos, pero no sabemos cuando es que esa persona dará
aquella pestañada final.
-Estoy seguro de que mañana vuelve.
-Dios te oiga hijo mío.
-Trata de no sobre pensar mucho en eso, hablaré con él al llegar y
le exigiré que me diga a donde es que se va.
-Lo que más deseo ahora hijo es que tu hermano regrese, no sé si
pueda resistir la partida de uno más.
-Mamá, Enrique no está muerto. Solo se fue lejos como dices.
-Lo sé Esteban, pero para mí es como si lo estará, está lejos de
nosotros, de su madre y de sus hermanos.
- ¿Pero hablas con él o no?
-Sí, a veces me escribe, pero no es lo mismo, me ha dejado de
escribir ya por casi 1 mes y medio.
-No lo sé mamá, sabes que Enrique siempre ha sido más
independiente que Estefano y que yo. No me preocuparía tanto,
además dijo que en 7 años volvería al Perú y tan solo faltan 2, lo
bueno tarda en llegar.
-Eso espero hijo, con mucho anhelo, poder tenerlo en mis brazos
nuevamente.
-Sé que sí mamá, además seamos sinceros. La mejor opción era
que se valla al extranjero, aquí las malas juntas lo estaban
consumiendo.
-Tienes razón hijo mío, creo que hizo lo mejor.
Cada vez que tocábamos el tema de Enrique y su viaje al
extranjero, mi madre titubeaba o no sonaba tan convincente. Creía
que era la ansiedad y la preocupación, pero desde que Enrique ya
no está con nosotros, siempre tenía la leve sensación de que aquí,
como aquella frase popular: “Había gato encerrado”. No sabía el
porqué la oreja me zumbaba cada que hablaban de mi hermano
mayor, quizás mi oído me trataba de informar algo, pero no sabía
que era lo que tenía que decir.

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