La Creación Del Hombre
La Creación Del Hombre
Luego, Dios sopló aliento de vida en la nariz de Adán y él fue un ser viviente. Dios formó a Eva, la
mujer, para ser su compañera y ayuda. Se les ordenó que se multiplicaran y llenaran la tierra, que
había sido puesta bajo su dominio.
Toda la humanidad encuentra su ancestro común en la unión de Adán y Eva. La Escritura es clara
en que tanto el hombre como la mujer fueron creados por Dios y para Dios, y encuentran el
significado de su existencia solo en amarlo a Él, glorificarlo a Él, y hacer Su voluntad. A diferencia
de todas las demás criaturas, ellos fueron hechos a — imagen de Dios— y se les concedió el
privilegio de vivir en una relación personal y continua con Él.
Estas verdades son de gran importancia para nosotros porque definen quiénes somos y el
propósito para el que fuimos creados. No somos los autores de nuestra propia existencia; fuimos
traídos a existencia por el poder de Dios y Su misericordiosa voluntad. No nos pertenecemos a
nosotros mismos, sino que Dios nos hizo para Sus propósitos y buena voluntad.
En el segundo capítulo de Génesis se encuentra el relato de la creación del hombre. Génesis 2:7.
La gloria del hombre se revela en que su creación fue el resultado de un acto especial y personal
de Dios.
La humildad del hombre se revela en que fue creado del polvo de la tierra; por lo tanto, su
existencia y gloria dependen completamente de Dios. Separado de Dios, el hombre es poco más
que polvo sin vida.
A diferencia del hombre, quien fue creado del polvo de la tierra, la mujer fue creada del hombre.
Este hecho trasmite varias verdades importantes, las más prominentes son: (1) de la misma
manera que el hombre, la mujer fue creada en un acto especial y personal de Dios, por lo tanto, es
igual al hombre ante de Dios; y (2) aunque a la mujer le fue dado un rol diferente al del hombre
(Gén. 2:20), ambos son interdependientes.
El apóstol Pablo escribe: «Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón;
porque, así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo
procede de Dios» (1 Cor. 11:11-12).
Hagamos al hombre
Dios no dijo «Haya», como con el resto de la creación (vv. 3, 6, 14); más bien, dijo, «Hagamos».
Esto trasmite la idea de una relación personal mayor. La forma plural en la palabra «Hagamos» y la
frase «nuestra imagen» han llevado a mucha especulación. Ya que ni el texto ni el contexto revelan
la respuesta, debemos proceder con precaución. Podemos, sin embargo, hacer las siguientes
declaraciones. Primero, probablemente no es una referencia a los ángeles o a alguna corte
angelical, pues el acto de creación siempre se atribuye exclusivamente a Dios. Segundo, podría
revelar la mente de Dios y respaldar la verdad de que la creación es resultado solo del decreto de
Dios. Tercero, podría ser la primera revelación de las Escrituras con respecto a la pluralidad de
personas en la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ciertamente no estaríamos contradiciendo el
resto de la Escritura, que ve la creación como obra del Padre, del Hijo (Jn. 1:1-3; Col. 1:16) y del
Espíritu (Gén. 1:2).
A nuestra imagen
Dios no dijo, «según su género», como con el resto de la creación (vv. 11-12, 21, 24-25); más bien,
dijo «a nuestra imagen». La humanidad es única entre la creación en que solo ella lleva ». La
«imagen de Dios» puede referirse a varios conceptos. Personalidad: Adán y Eva eran criaturas
personales y conscientes de sí mismas.
Las Escrituras declaran que «Dios es Espíritu» (Jn. 4:24), así que es razonable esperar el mismo
atributo en el hombre, que fue creado a imagen de Dios. Adán y Eva eran más que barro animado.
Eran espirituales, dotados con una capacidad genuina de conocer a Dios, tener comunión con Dios
y responder a Dios en obediencia, adoración y acción de gracias.
En Colosenses 3:10, las Escrituras describen un aspecto de estar hechos a imagen de Dios como
tener un «conocimiento pleno» de Dios. Esto no significa que Adán y Eva supieran todo lo que
puede ser conocido acerca de Dios; una criatura finita nunca puede comprender completamente a
un Dios infinito. Más bien, significa que el conocimiento que poseían era puro.
Adán y Eva fueron creados con una voluntad. Poseían el poder de la autodeterminación, y les fue
concedida la libertad de elegir.
Aunque Adán y Eva fueron creados (por lo tanto, tuvieron un principio), y aunque cada momento
de su existencia dependía de la bondad de su Creador, fueron dotados de un alma inmortal; una
vez creados, nunca dejarían de existir.
La Creación del Hombre inmortalidad del alma debe llevar a todos los hombres a considerar
cuidadosamente la asombrosa responsabilidad de la autodeterminación. Ya que el alma es eterna,
las decisiones que tomamos tendrán consecuencias eternas de las que no hay escapatoria.
Al hombre y la mujer se les dio el privilegio y la responsabilidad de gobernar sobre toda la creación
de Dios. Su gobierno no sería independiente del gobierno de Dios, sino en perfecta conformidad a
su voluntad. Ellos gobernarían para el beneficio y cuidado de la creación, y para la gloria de Dios.
En Génesis 1:26, aprendimos que el hombre es excepcional dentro del resto de la creación, ya que
solo él fue creado a imagen de Dios. En las siguientes Escrituras descubriremos que, aunque el
hombre es excepcional, comparte un mismo propósito con el resto de la creación: el hombre no
fue hecho para sí mismo, sino para la gloria y buena voluntad de Dios.
El gran objetivo del hombre no es esforzarse de manera independiente de Dios para obtener su
propia felicidad personal.
El gran objetivo del hombre es hacer la voluntad de Dios y en ello encontrar el significado de su
propia existencia y el deleite pleno.
Aquí el apóstol Pablo dibuja un círculo perfecto: la vida del hombre se origina en Dios, continúa a
través de Dios y alcanza su objetivo final al traer gloria, honra y alabanza a Dios. c. Colosenses 1:16
Es importante entender que este versículo se refiere específicamente al Hijo de Dios. Fue la buena
voluntad de Dios crear al mundo a través de su Hijo y para su Hijo. En la pequeña preposición
«para» encontramos el significado de nuestra existencia misma. El hombre, junto con el resto de la
creación, fue hecho para Dios, Su gloria y Su deleite.
Las Escrituras enseñan que el hombre y la mujer fueron creados por Dios y para Dios; ellos
encuentran el sentido de su existencia solo al amar a Dios, glorificarlo y hacer Su voluntad. No
somos los autores de nuestra propia existencia; fuimos traídos a existencia por la voluntad
misericordiosa de Dios y Su poder. No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios, quien nos
hizo para Sus propios propósitos y Su deleite. (Sal. 33:6-9)
La desobediencia al mandamiento los llevaría a la muerte espiritual y física, con todos los males
que le acompañan. De acuerdo a las Escrituras, Adán y Eva fueron tentados y desobedecieron el
mandamiento.
Por su desobediencia, su comunión con Dios fue rota, y cayeron de su estado original de justicia y
santidad. Estas devastadoras consecuencias de la desobediencia de Adán no estuvieron limitadas
solo a él, sino que resultaron en la caída de toda la raza humana. Aunque las Escrituras no eliminan
todo el misterio que rodea esta gran verdad, ellas afirman que el pecado y la culpa de Adán han
sido imputados o acreditados a todos sus descendientes y que todos los hombres —sin excepción
— ahora nacen llevando la naturaleza caída de Adán y exhibiendo su hostilidad contra Dios.
Génesis 2:16-17 .
Es útil notar la astucia y sutileza con la que Satanás desarrolló su argumento. Primero, él
distorsionó la Palabra de Dios para negar la bondad de Dios: “¿Conque Dios os ha dicho: ‘No
comáis de todo árbol del huerto’?” (v.1). Luego, él negó totalmente la Palabra de Dios: “No
moriréis” (v.4). Finalmente, él prometió a Eva que ella sería como Dios, conociendo el bien y el mal
(v.5).
Su respuesta es una poderosa ilustración de las siguientes advertencias de las Escrituras: (1)
“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria
de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (I Juan 2:16); y (2) “Sino que cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”
(Santiago 1:14-15). 3. Los resultados inmediatos de la desobediencia de Adán y Eva se registran en
Génesis 3:7- 10.
Con un acto de desobediencia, Adán y Eva cayeron de su estado original de justicia a la corrupción
moral. Sus corazones y mentes ya no eran puros, sino que se contaminaron y se llenaron de
vergüenza. Las vestiduras hechas de hojas de higuera fueron débiles intentos de esconder su
pecado y corrupción. El pecado siempre resulta en miedo y separación de Dios. El hombre pecador
huye de la presencia santa de Dios y teme su justo juicio.
El juicio divino que cae sobre la serpiente es uno de continua humillación, vergüenza, y desprecio.
El juicio no se limita a la serpiente física, sino que también alcanza al ser espiritual caído que obró
en y a través de ella: Satanás.
A pesar de sus hazañas, todos han inclinado su cabeza al morir y han perdido todo lo que han
ganado.
1. Dios hizo a Adán para ser el representante (o cabeza) de toda la raza humana. Como cabeza,
Adán actuó en representación de toda la humanidad, y las consecuencias de sus acciones nos
afectan a todos.
2. Dios imputó el pecado de Adán a todos los hombres. Las palabras “imputar” e “imputación”
vienen del verbo en latín imputare, que significa “considerar, contar, atribuir, o cargar a la cuenta”.
Con respecto a la caída, significa que Dios cuenta o carga el pecado de Adán a la cuenta de todo
hombre. Todos los hombres, desde su nacimiento, son considerados y tratados como pecadores
por causa del pecado de Adán. Todos los hombres llevan la culpa y la paga del pecado de Adán.
3. Dios entregó a todos los hombres a la corrupción moral. La paga de pecado de Adán no solo fue
la muerte, sino también la corrupción moral; él cayó de su estado original de justicia y se volvió
una criatura moralmente corrupta.
Debido a que todos los hombres llevan la culpa del pecado de Adán, también llevan la paga:
muerte y corrupción moral. Cada uno de los descendientes de Adán nace completamente
inclinado a la maldad y a la enemistad con Dios.
La caída de la humanidad en la caída de Adán siempre estará envuelta de misterio.. ¿Cómo puede
ser justo que Dios impute el pecado y la culpa de Adán a toda la humanidad?
Si este fuera el caso, no existiría la doctrina cristiana, porque no hay verdad revelada que no
contenga cierto elemento de misterio. En Deuteronomio 29:29 las Escrituras declaran, “Las cosas
secretas pertenecen a Jehová 22 nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros
hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley”.
Una gran promesa de la Escritura es que la verdad que creemos y todavía no entendemos
completamente nos será dada a conocer un día, y la sombra de incertidumbre y duda que todavía
permanece desaparecerá a la luz de la revelación completa de Dios. El apóstol Pablo escribe,
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en
parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (I Corintios 13:12).
3. Que Dios permitiera que un hombre fuera probado a nombre de todos los demás hombres fue
una gran demostración de gracia.
4. Si está mal o es injusto que Dios condene a toda la raza humana a través de la caída de un
hombre, Adán, entonces es igual de malo que Dios salve a su pueblo (i.e. los redimidos) a través de
la obediencia de un hombre, Jesucristo. Si Dios no puede imputar con justicia el pecado de Adán a
la humanidad, entonces Él no puede imputar con justicia el pecado del hombre a Cristo o la justicia
de Cristo al hombre.
La declaración “todos los hombres nacen en pecado” significa que Dios ha imputado el pecado y la
culpa de Adán a cada uno de sus descendientes. Es importante notar que esta no es una
“especulación teológica” o “construcción filosófica”; más bien es la enseñanza clara de las
Escrituras y se valida en cada página de la historia humana y en cada vida humana. En Romanos
5:12-19, encontramos el discurso más importante en toda la Escritura respecto a la caída de Adán
y la imputación de su pecado a toda la raza humana.
Que Dios haya ordenado la Caída no significa que Él obligó a Satanás a tentar a nuestros primeros
padres o que forzó a Adán y Eva a ignorar Su mandamiento. Lo que las criaturas de Dios hicieron, lo
hicieron voluntariamente. Dios es santo, justo y bueno. Él no es el autor del pecado; Él no peca; Él
no puede ser tentado por el pecado, y Él no tienta a nadie a pecar.
Que Dios haya ordenado la Caída sí significa que ciertamente iba a suceder. Era la voluntad de Dios
que Adán fuera probado, y era la voluntad de Dios permitir que Adán actuara por sí mismo sin la
ayuda divina que lo hubiera librado de caer. Dios pudo haber impedido que Satanás pusiera la
tentación delante de Eva, o pudo haber dado a Adán gracia sustentadora especial frente a tal
tentación para capacitarlo a fin de tener victoria sobre esta. Sin embargo, por el testimonio de la
Escritura, entendemos que no lo hizo.
Finalmente, que Dios haya ordenado la Caída también significa que era parte de su plan eterno.
Desde antes de la fundación del mundo, antes de la creación de Adán, Eva y la serpiente que los
tentó, antes de la existencia de cualquier jardín o árbol, Dios ordenó la Caída para Su gloria y para
el bien mayor de Su creación. Él simplemente no permitió que nuestros primeros padres fueran
tentados y luego esperó para reaccionar a cualquiera que fuera la elección que hubieran tomado.
Él no observó sencillamente a través de los «corredores del tiempo» y vio la Caída. Más bien, la
Caída siempre fue parte del plan eterno de Dios, y Él predeterminó o predestinó que realmente
sucedería.
Hoy hablan del pecado en contra del hombre, del pecado en contra de la sociedad, o incluso del
pecado en contra de la naturaleza; pero raramente escuchamos acerca del pecado en contra de
Dios.
Una persona se considera buena si tiene buenas relaciones con los hombres, incluso si vive con
completa indiferencia hacia Dios y Su voluntad.
Frecuentemente escuchamos la pregunta ¿cómo es que Dios puede juzgar a un ateo que es buena
persona?, pero esto muestra una ceguera ante el hecho de que cualquier hombre que niega a su
Creador y no entrega nada a Aquel que le ha dado todas las cosas no puede ser bueno.
Las Escrituras nos cuentan que el rey David mintió a su pueblo, cometió adulterio, e incluso
planificó el asesinato de un hombre inocente. Sin embargo, cuando fue confrontado por sus
pecados, clamó a Dios: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus
ojos» (Sal. 51:4). David sabía que todo pecado es, en primer lugar, contra Dios. Hasta que uno no
comprende esta verdad, no puede llegar a entender la naturaleza atroz del pecado.
Por esta razón, cuando el apóstol Pablo buscó probar la depravación de la humanidad en los
primeros tres capítulos del libro de Romanos, se refirió a la raza de Adán como «aborrecedores de
Dios» (Rom. 1:30). No se podría hacer una acusación mayor en contra del hombre caído.
La falta de amor hacia Dios está en el corazón mismo de toda rebelión. Adicionalmente, aunque un
hombre sea muy religioso y consciente de la ley y el deber divino, sin embargo, seguirá siendo un
terrible pecador delante de Dios si su obediencia está impulsada por cualquier otra cosa que no
sea el amor a Dios.
Cuando el hombre peca, se convierte en lo opuesto a la razón por la que fue creado. Un hombre
pecador es una criatura que se ha trastornado y ha pervertido la razón misma de su existencia. Él
ha reemplazado la gloria de Dios por la suya y la voluntad de Dios por su propia determinación. El
apóstol Pablo escribe: «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios» y
«cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al
Creador, el cual es bendito por los siglos» (Rom. 1:21, 25). Las raíces del pecado son mucho más
profundas de lo que vemos en la superficie. El pecado consiste en que el hombre se niega a
reconocer el derecho de Dios a ser Dios. El pecado es la determinación del hombre de ponerse por
encima del Creador, usurpar Su trono y robar Su gloria. El pecado es fundamentalmente negarse a
glorificar a Dios como Dios, y se manifiesta siempre que el hombre busca su propia gloria en lugar
de la de Dios.
Se ha dicho que el mejor cumplido que se puede hacer a un hombre es expresar un deseo de estar
con él y de ser como él. El pecado revela un deseo interno por vivir sin Dios y ser distinto a Dios.
¡Esta es una gran afrenta a Dios!
La palabra «obstinación» traduce la palabra hebrea /patsar/, que literalmente significa «presionar
o empujar»; denota alguien que es molesto, insolente, arrogante y presuntuoso. No hay pecados
pequeños, porque todo pecado es rebelión y obstinación. Practicar cualquier forma de rebelión es
tan malvado como participar en algún ritual pagano o demoniaco. Practicar cualquier forma de
obstinación es tan malvado como participar en grave iniquidad o rendir adoración a un dios falso.
El pecado es infracción de la ley
En 1 Juan 3:4, las Escrituras declaran: «Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley;
pues el pecado es infracción de la ley». La frase «infracción de la ley» traduce la palabra griega
/anomia/ [/a/ = sin, no + /nómos/ = ley]. «Infringir la ley» es vivir «sin ley» o como si Dios jamás
hubiera revelado Su voluntad a la humanidad.
Una persona podría «infringir la ley» desafiando abiertamente el gobierno y la ley de Dios, o
simplemente estando sin preocuparse y siendo voluntariamente ignorante. En cualquier caso, la
persona está mostrando desprecio a Dios y Su ley.
El pecado es traición
La palabra «traición» denota un acto engañoso y desleal hacia otro. A través de las Escrituras, la
traición es un elemento encontrado en todo pecado (Eze. 18:24), en la rebelión (Isa. 48:8), en
abandonar al Dios verdadero por los ídolos (1 Cor. 5:25) y en cualquier forma de apostasía o al
alejarse de Dios (Sal. 78:57). Todo pecado es traición a Aquel que nos creó y amorosamente
sostiene nuestras vidas.
Toda idolatría (Deut. 7:25) y todos los actos de injusticia (Deut. 25:16) son abominación delante del
Señor; también cualquier persona que es malvada (Pro. 3:32; 15:26), mentirosa (Pro. 12:22),
perversa de corazón (Pro. 11:20) o altiva de corazón (Pro. 16:5). En Apocalipsis 21:8, 27, las
Escrituras concluyen con la advertencia de que los abominables y los que practican abominación
sufrirán castigo eterno.
También se utiliza en Proverbios 19:2 para advertir que aquel que apresura sus pasos «peca» o
«yerra» (NVI). En el Nuevo Testamento, la palabra griega más común para «pecado» es
/hamartánō/, que también puede ser traducida como «no dar en el blanco, errar, estar equivocado
o desviarse del camino».
De acuerdo con las Escrituras, el blanco o meta hacia el cual el hombre debe apuntar es la voluntad
de Dios. Cualquier pensamiento, palabra, u obra que no se conforman a la voluntad de Dios, son
pecado.
Es importante notar que el pecado (/jatá/ o /hamartánō/) nunca se ve como un error inocente o
una equivocación honesta; más bien, siempre es un acto voluntario de desobediencia que resulta
de la corrupción moral del hombre y su rebelión contra Dios.
El pecado no es un fenómeno raro o inusual reducido a una pequeña minoría de la raza humana;
es universal en su alcance.
Las Escrituras son claras en que «todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Rom.
3:23). No hay un solo miembro de la raza de Adán que no se le haya unido en la rebelión que él
comenzó. Aquellos que niegan esta verdad deben negar el testimonio de las Escrituras, de la
historia humana y de sus propios pensamientos, palabras y obras pecaminosas.
Cada uno de los descendientes de Adán nace moralmente corrupto, completamente inclinado
hacia el mal, y bajo sentencia de muerte.
Es evidente por la experiencia de cada individuo y las experiencias colectivas de toda la humanidad
que la corrupción moral no es un comportamiento aprendido o imitado sino una característica
inherente enraizada profundamente en el corazón.
Una de las frases más importantes usadas por los teólogos para describir la profundidad de la
corrupción o contaminación moral heredada del hombre es la frase “depravación total”. La palabra
“depravación” viene de la preposición en latín de, que comunica intensidad, y la palabra en latín
pravus, que significa “torcido” o “retorcido”.
Decir que algo es depravado es decir que su estado o forma original ha sido profundamente
torcido o pervertido. Decir que el hombre es depravado es decir que él ha caído de su estado
original de justicia y que su naturaleza misma se ha corrompido.
Cuando los teólogos usan los adjetivos “total”, “penetrante”, “holística”, o “radical” al describir la
depravación del hombre, es importante saber qué es lo que quieren decir y qué es lo que no
quieren decir.
En Génesis 9:6, I Corintios 11:7, y Santiago 3:9, las Escrituras todavía se refieren al hombre como
hecho a la “imagen” o “semejanza” de Dios. Por lo tanto, hay un sentido muy real en el que la
imagen de Dios permanece en todos los hombres.
Las Escrituras nos enseñan que los hombres conocen lo suficiente del Dios verdadero como para
odiarlo, y que conocen lo suficiente de su verdad como para rechazarla y tratar de detenerla
(Romanos 1:18, 30). 28
3. el hombre posee una conciencia o que es completamente insensible al bien y al mal. Romanos
2:15 enseña que todos los hombres poseen una conciencia. Si no está cauterizada (I Timoteo 4:2),
esa conciencia puede dirigir al hombre a admirar el carácter y las acciones virtuosas.
4. Todos los hombres son tan inmorales o depravados como podrían serlo, que todos los hombres
son igualmente inmorales, o que todos los hombres se complacen en todas las clases de maldad
que existen. No todos los hombres son delincuentes, fornicadores, o asesinos; pero todos los
hombres son capaces de serlo. Lo único que los detiene es la gracia de Dios.
3. Todas las acciones del hombre están contaminadas por su propia corrupción moral.
La corrupción moral del hombre y el pecado impregnan sus obras más admirables (Isaías 64:6).
4. Las obras del hombre no son motivadas por el amor a Dios o por el deseo de obedecer sus
mandamientos.
Ningún hombre ama a Dios de manera digna o de la manera que la ley lo ordena (Deuteronomio
6:4-5; Mateo 22:37); tampoco hay ningún hombre que glorifique a Dios en cada pensamiento,
palabra, y obra (I Corintios 10:31; Romanos 1:21).
Todos los hombres se prefieren a sí mismos antes que a Dios (II Timoteo 3:2-4). Todos los actos de
altruismo, heroísmo, deber civil, y bien religioso externo son motivados por el amor a sí mismos,
no por el amor a Dios.
5. La mente del hombre es hostil hacia Dios, no puede someterse a la voluntad de Dios, y no puede
agradar a Dios (Romanos 8:7-8).
6. La humanidad está inclinada a una corrupción moral cada vez más grande.
Este deterioro sería incluso más rápido si no fuera por la gracia de Dios que detiene la maldad del
hombre.
Él está muerto espiritualmente (Efesios 2:1-3), corrupto moralmente (Salmo 51:5), e incapaz de
cambiarse a sí mismo (Jeremías 13:23).
Cada uno de los descendientes de Adán nace moralmente corrupto e inclinado al mal.
Teniendo la mirada en Jesús
Por supuesto, no podemos luchar contra el pecado sin tener la
mirada puesta en Cristo. Su sangre derramada por nosotros es la
mayor motivación a vivir en santidad, y el mayor consuelo
cuando hemos fallado en eso.
Jesús nos dará las fuerzas necesarias para vencer, para la gloria
de Dios: