Capítulo Tres
Capítulo Tres
Capítulo Tres
DESARROLLO
Las teorías del desarrollo pretenden identificar las condiciones sociales
y las estructuras económicas necesarias para hallar un camino al
desarrollo humano y al crecimiento económico sostenido. Cabe señalar
que resultaría imposible en un texto de esta naturaleza realizar un
recorrido exhaustivo por las diferentes teorías del desarrollo. La
exposición es obligadamente reduccionista, pues pretende más ofrecer
una clasificación operativa y una reseña histórica sobre el contexto de
su surgimiento, que una discusión detallada de cada una de las teorías.
No obstante, sí parece necesario exponer aquí el mapa conceptual
básico, preciso para situar los debates que se presentan en los
capítulos que siguen.
3.1 La teoría de la modernización
La teoría de modernización surgió en los años 50 y se desarrolló en la
década siguiente. El contexto de surgimiento de esta teoría nos dice
mucho sobre su lógica de pensamiento. La teoría fue presentada en
forma de ensayo en 1956, en un momento en que se libraba una batalla
entre Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos superpotencias del
momento, por quién brindaba más fondos de ayuda a los países del
Tercer Mundo. En este contexto, el comunismo se percibía como una
amenaza y este esquema teórico resultó ideológicamente útil en la
disputa por la expansión mundial. “Parecía darles a todos los países la
misma oportunidad; ‘explicaba’ las ventajas de los países desarrollados;
ofrecía una vía clara para el progreso; (…) identificaba la necesidad de
avanzar con las virtudes de occidente; sugería, reconfortantemente, que
los países comunistas seguían de hecho, las recetas occidentales”.
La teoría de la modernización alcanzó su máxima expresión en1961,
Rostow define a todas las sociedades pre capitalistas como
“sociedades tradicionales”, caracterizadas estas por una dinámica
social en la que las relaciones interpersonales son establecidas por
medio de enlaces emocionales y afectivos; un importante componente
religioso que influye sobre todo aspecto de la vida cotidiana; la
dispersión predominante de la población en áreas rurales; la estructura
social altamente estratificada y las limitadas posibilidades de movilidad
social; la dependencia de las economías de la agricultura,
principalmente, y otros productos primarios. Esta caracterización
reducía la enorme diversidad de sociedades, culturas y economías que
habían existido durante toda la historia de la humanidad, a una masa
indiferenciada aparentemente sumida en el retraso.
Según esta perspectiva, la sociedad ideal era aquella en la que el
mercado capitalista podía desarrollarse libremente, y estas sociedades
retrasadas constituían un claro impedimento para tal objetivo. El camino
a la instauración de “sociedades modernas”, que en contraste eran
caracterizadas por relaciones sociales de tipo impersonal y de carácter
neutro, las cuales eran consideradas óptimas para la implementación
de un mercado capitalista, debía iniciarse con un “despegue”, que
habría ocurrido en la Inglaterra de 1760, en los Estados Unidos post
Guerra Civil, en la Alemania de Bismarck, en el Japón de la
restauración Meiji, etc. La cuestión del desarrollo pasaba a ser, así, un
modelo ideal de acciones económicas, políticas y sociales
interrelacionadas entre sí, que ocurrirían en determinados países,
siempre y cuando estuviesen dadas las condiciones para ese
“despegue”.
Las etapas por las que inexorablemente debían pasar todas las
sociedades eran cinco, y las detallamos a continuación:
1. Sociedad tradicional: sociedad cuya estructura se ha desarrollado
dentro de funciones de producción limitadas, debido a la falta de
ciencia y tecnología. Se caracterizan por una estructura
económica basada en las producciones agrarias, orientada hacia
las actividades de subsistencia. El sistema social se caracteriza
por ser virtualmente cerrado y aislado, basado en relaciones
afectivas y religiosas. Las creencias y valores dominantes son
considerados arcaicos, siendo las perspectivas y posibilidades de
las generaciones venideras iguales a las de las precedentes.
2. Condiciones previas al despegue: constituyen el conjunto de
condiciones previas indispensables para el despegue económico
o crecimiento auto sostenido. Aspectos importantes de esta etapa
eran la creación del Estado, como instancia centralizada de
organización y administración, de las actividades eco- nómicas,
sociales y políticas de toda la sociedad; así como la difusión y
aceptación generalizada de las ideas y valores del crecimiento y
del progreso, como metas a perseguir y alcanzar. Asimismo,
debía surgir el espíritu de empresa, personas emprendedoras, un
nuevo tipo de hombre –empresarios–, dispuesto a asumir el
riesgo de la empresa y de lo incierto, en la búsqueda de
generación de excedentes económicos y beneficios a partir de la
movilización del capital.
Debía transformarse la agricultura, a partir de la incorporación de
mejoras organizativas y tecnológicas que incrementaran la
productividad. Las rentas obtenidas en el sector agrario debían
convertirse en reserva financiera de préstamos para el gobierno y
el sector industrial de la economía.
La “ayuda” de organismos internacionales por medio de
préstamos o inversiones era considerada muy importante, al igual
que el asesoramiento de profesionales de los países “modernos”.
El grueso de las inversiones estaba dirigido a la explotación de
las “ventajas comparativas” del país o región en el sector
primario, o a actividades manufactureras de la industria liviana
(textiles, alimentos, construcción, metales básicos).
3. Despegue económico: implicaba la expansión de nuevas e
innova- doras industrias y de la clase empresarial. El sector
privado adquiría mayor relevancia, expandiéndose en todos los
sectores de la economía.
En esta etapa se superaban las trabas al crecimiento
permanente, las sociedades dejaban de resistirse a la
modernización, permitiendo que emergieran flujos de inversión.
Se superaban los índices de crecimiento del PBI (Producto Bruto
Interno) previos, promoviendo mayores encadenamientos
productivos y complejidad en la estructura industrial. En el sector
agrícola, continuaban los esfuerzos por transformar la agricultura
tradicional en una agricultura comercial. Las corporaciones
internacionales se extendían especialmente a aquellas regiones
con “mejores oportunidades” (como por ejemplo, disponibilidad de
mano de obra barata). Esta etapa culminaba cuando las
sociedades preeminentemente exportadoras de productos
agrícolas comenzaban a transformarse en exportadoras de
manufacturas.
4. El camino hacia la madurez: diversificación de la economía en
nuevos segmentos productivos, a partir de la innovación
tecnológica y nuevas oportunidades de inversión surgidas en la
etapa previa. La diversificación de productos y servicios tiende a
disminuir la dependencia respecto de las importaciones. Se
consolidan nuevas industrias intensivas en capital constante
(maquinarias y alta tecnología). Los excedentes generados se
dirigen al bienestar social.
5. La sociedad de consumo de masas: aumento de la productividad
en todas las áreas de producción de bienes y servicios que
estimulan el incremento del con- sumo de la población. Se
reestructura la economía hacia el sector de servicios (sector
terciario) y consumo de bienes no esenciales. Se generaliza la
utilización de alta tecnología tanto por productores como por
consumidores. En esta etapa el Estado deviene en Estado de
Bienestar, regulando la economía y definiendo la asignación de
recursos tendientes a la consecución del bienestar de la
población.
El argumento central de la teoría de la modernización sostenía
que para que los países subdesarrollados alcanzasen un nivel de
industrialización y prosperidad económica característicos de una
sociedad moderna, resultaba necesario que estos hicieran un
cambio profundo en el plano cultural, de sus valores y de las
estructuras sociales. Los postulados de esta teoría estaban
claramente basados en la recapitulación del desarrollo histórico
de los países del norte. Por ende, muchos críticos de esta teoría
ven en ella un modelo euro centrista, cuyo argumento se limita a
imponer una serie de valores ajenos a aquellos de los países del
Sur y funcionales a los intereses de las actuales potencias
hegemónicas.
Entre las críticas más importantes realizadas a este enfoque,
señalamos las enumeradas por Valcárcel (2006):
Evolucionista: ya que el camino de la modernización implicaba
una trayectoria a través de diversas etapas, las que se deben
transitar inexorablemente para alcanzar el ansiado desarrollo.
Universalista: el postulado evolucionista que sostiene es de
alcance universal. Parte de la premisa de que existe un único
modelo de desarrollo. La historia de los países capitalistas marca
el camino a seguir por los países subdesarrollados que desean
abandonar su condición de tales.
• Etnocentrista: el desarrollo de occidente es el “ideal”, y sus
instituciones, las indicadas para lograrlo. Las sociedades del
Tercer Mundo no son vistas como posibilidades diversas y únicas
de modos de vida, sino como “estadios” en el camino
unidireccional del desarrollo.
• Dicotomista: divide, de manera reduccionista a la sociedad en dos
sectores, uno moderno, que cumple un rol activo en la
transformación, y uno pasivo, el tradicional, que resulta un
obstáculo para el desarrollo. Lo moderno se asocia a lo industrial
y occidental. Lo tradicional se reduce a lo no moderno,
convirtiéndose así en una categoría residual.
Este tipo de enfoque, nacido en el marco del conflicto entre
socialismo y capitalismo, tuvo sus principales defensores en las
universidades estadounidenses. Teóricos de diversas disciplinas
tales como economía, ciencias políticas, sociología y psicología
convergen en su desarrollo. Algunos organismos internacionales
como la ONU y el Banco Mundial, así como la iniciativa
estadounidense de “La Alianza para el Progreso”, lo asumen
como política y contribuyen a su rápida legitimación, divulgación y
aplicación práctica en el Tercer Mundo.
La Alianza para el Progreso fue formulada oficialmente como
política de los Estados Unidos para Latinoamérica por el
presidente John F. Kennedy. Esta iniciativa duraría 10 años, en
los que se proyectó una inversión de 20.000 millones de
dólares. El contexto de aplicación de esta política estuvo
marcado por la necesidad económica de expansión de los
capitales norteamericanos, y la necesidad política de evitar la
expansión de lo que se conoció como “Peligro rojo”, de
“contagio” y expansión de regímenes revolucionarios como la
Revolución Cubana (triunfante en 1959).
John F. Kennedy presentó la Alianza en la Casa Blanca, el 13
de marzo de 1961, como un “llamamiento a todos los pueblos
del Hemisferio para que nos juntemos en una Alianza para el
Progreso, en un vasto esfuerzo de cooperación, sin paralelo en
su magnitud y en la nobleza de sus propósitos, a fin de
satisfacer las necesidades fundamentales de los pueblos de las
Américas de techo, trabajo y tierra, salud y escuela”. Proponía
un plan de 10 años “destinado a transformar la década de 1960
en la década del progreso democrático” (Kennedy. Esta
propuesta era definida como “una revolución pacífica a escala
hemisférica”.
Las líneas generales que realizaron un grupo de especialistas
para la aplicación de esta Alianza, se basaban en la necesidad
de planificación económica, elaboración de programas de
desarrollo a corto, mediano y largo plazo, reformas en los
regímenes tributarios, estímulo a la formación de mercados de
capitales, desarrollo de instituciones financieras y estabilidad
monetaria. Asimismo, se pretendía fomentar el desarrollo del
sector privado.
La Carta de Punta del Este, elaborada en agosto de 1961,
marcó el inicio de la implementación de esta Alianza, donde los
países latinoamericanos (excepto Cuba) se comprometieron a
implementar programas de desarrollo económico y social con el
objetivo de lograr un crecimiento auto sostenido.
“Los principales objetivos del programa consistían en lograr un
crecimiento continuo del ingreso per cápita, mejorar la
distribución del ingreso, diversificar las estructuras económicas,
de manera tal de alcanzar una menor dependencia de los
productos primarios, así como acelerar el proceso de
industrialización, con énfasis en la producción de bienes de
capital; aumentar la producción y productividad agrícola e
impulsar una reforma agraria integral. A estos se agregaban
otros objetivos sociales como la eliminación del analfabetismo y
una mejora integral de los sistemas educativos, la construcción
de viviendas populares y el aumento de la esperanza de vida al
nacer. Por último se apuntaba a fortalecer los acuerdos de
integración económica apuntando a un mercado común
latinoamericano y al desarrollo de programas de cooperación.
Para el logro de estos objetivos la Carta sostiene la necesidad
de un aporte de capital externo de 20.000 millones de dólares
durante los diez años que durara el programa a razón de 2.000
millones por año”.
Algunas de las ambigüedades del texto eran cuáles serían las
fuentes externas de financiamiento, cómo sería incorporado el
capital extranjero en las naciones subdesarrolladas y cuál era
especialmente el compromiso norteamericano en este
financiamiento.
Ernesto Che Guevara fue uno de los principales críticos en la
reunión de Punta del Este, vaticinando que como estas políticas
se encontraban dentro del marco del imperialismo económico,
los préstamos tendrían como principal objetivo el fomento de la
libre empresa, que culminaría desarrollando monopolios dentro
de cada país. América latina sería quien, de esta manera,
financiara a los monopolios extranjeros.
Muchas de estas críticas no tardaron en confirmarse. Los
problemas de la aplicación de los programas fueron expuestos
tanto por la extrema derecha como por sectores de la izquierda.
Entre las críticas por derecha, se encuentra la de quien fuera
Ministro de Economía de la dictadura genocida argentina de
1976, José Alfredo Martínez de Hoz, quien en 1963 se quejaba
por la unilateralidad en las decisiones respecto de los proyectos
a implementarse, que tomadas desde Washington no
consideraban la opinión de los funcionarios nacionales.
Desde Brasil, el presidente Kubitschek planteó “la Alianza dista
mucho de corresponderse con los ideales proclamados. Entre
las declaraciones de vanguardia del Presidente Kennedy y la
ejecución del programa de la Alianza para el Progreso se
extiende una zona casi helada”.
Por último, en 1967, cuando ya podían evaluarse algunos de
los resultados de esta política, Salvador Allende (presidente
socialista de Chile asesinado el 11 de septiembre de 1973, en
el
golpe de Estado comandado por Augusto Pinochet) expresaba
en un discurso pronunciado en la Universidad de Montevideo:
“Hace seis años en Punta del Este se proyectó la Alianza para
el Progreso. Seis años después podemos hacer un amargo
recuento económico, social y político del continente.
“Se planteó la Alianza para el Progreso como un esfuerzo
conjunto para mejorar rápidamente las condiciones de vida de
la población y acelerar el ritmo de crecimiento económico de los
países latinoamericanos, y hasta se firmó el compromiso de
alcanzar metas mínimas de crecimiento de 2.5% anual en el
ingreso por habitante.
“En los hechos, no sólo se ha estado muy lejos de cumplir esa
meta, que no era nada de espectacular, sino que además, en
lugar de acelerarse, disminuyó sustancialmente el ritmo de
crecimiento económico.
“Las cifras de la CEPAL revelan que la tasa de aumento del
producto por habitante fue de 2.5% como promedio anual en el
período 1950-1955: disminuyó a 1.8% en 1955-1960, y desde
que se puso en marcha la Alianza se redujo todavía más,
resultando de apenas 1.3% como promedio en las años 1960-
1966.
“Invito a meditar sobre estos datos que son lapidarios:
“Desde que se puso en vigor la Alianza, América Latina ha
avanzado económicamente a uno de los ritmos más bajos de
este siglo. Poco, muy poco, ha podido así ganar la
población latinoamericana y algunos sectores; incluso, han
empeorado visiblemente su situación. Por ejemplo: se
estima que en 1960 el desempleo abierto y disfrazado, en
forma de servicios marginales, afectaba a dos millones de
personas, en tanto que en 1965 afectaba a 3.2 millones de
trabajadores americanos, cifra que no ha disminuido en
1966 (El destaque es nuestro). También esta comprobación es
tremenda”.
“¡Desolador recuento después de seis años de ebriedad
publicitaria! Veamos otro antecedente: antes de la Alianza, en
el período 1951-1960, la entrada neta de capitales extranjeros
llegó a un total de más de once mil millones cuatrocientos mil
dólares; pero, en el mismo período, las salidas por pago de
intereses y utilidades de empresas extranjeras representaron
once mil millones de dólares, de manera que en esos 10 años
el aporte neto de los capitales extranjeros no llegó a los
cuatrocientos millones de dólares. Pero hay un hecho más
grave todavía, si ello es posible: durante ese lapso, América
Latina perdió por el empeoramiento de los términos del
intercambio, más de nueve mil millones de dólares.
“La Alianza no mejoró sino, por el contrario, empeoró aún más
este cuadro. En los cinco años comprendidos entre 1961 y
1965 –plena vigencia de la Alianza– las entradas netas
representaron seis mil ochocientos millones de dólares,
mientras las salidas por intereses y utilidades fueron más de
ocho mil millones de dólares. Por lo tanto: no hemos recibido
un aporte de capitales. Hemos experimentado una salida
neta de fondos por más de mil millones de dólares en esos
cinco años, sin contar las pérdidas por términos de
intercambio. Cabe preguntarse: ¿dónde reside la ayuda, la
cooperación por la que estamos pagando precios tan altos
e hipotecando además nuestro futuro y nuestra
soberanía?”.
“Si miramos el comercio internacional llegamos a la
conclusión de que también, lentamente, nos ha ido mal
muy mal durante los años de la Alianza. Nuestra
dependencia del imperialismo norteamericano nos impide
el acceso a un comercio mundial más amplio y más
significativo. La Alianza para el Progreso no ha reportado
más ayuda financiera para nuestro continente. Tampoco ha
implicado mayores oportunidades de participación en el
comercio mundial y ni siquiera en el mercado de Estados
Unidos. Así en 1961, al inicio de la Alianza, los productos
latinoamericanos representaban 27.7% de las
importaciones totales de Estados Unidos; en 1966, no
llegaron a representar 16%”.
Salvador Allende (1967)