2 - Teorías Criminológicas
2 - Teorías Criminológicas
2 - Teorías Criminológicas
Éstos fueron los temas fundamentales de que se ocuparon los teóricos del etiquetado. Para ello emplearon
como metodologías básicas la observación naturalista y el trabajo de campo, con el objetivo de descubrir
la significación de las interrelaciones entre el proceso de desviación y diversos elementos del control.
Un ejemplo para ilustrar lo que podría constituir una perspectiva criminológica clásica y una des-
estigmatizante: en el siglo XIX el infanticidio era muy frecuente y se consideraba, como también ahora, un
delito muy grave. Se trataba, a menudo, de una chica joven y soltera, que no se atrevía a decir a nadie que
se había quedado embarazada, daba a luz sola y escondida, abandonando o dejando morir después al
recién nacido. Los primeros criminólogos positivistas realizaron estudios sobre la personalidad de las
autoras de estos delitos y sobre las patologías mentales que les impelían a tal atrocidad. No se tomaban
en cuenta aspectos como la responsabilidad del padre del bebé, que tal vez había abandonado a la joven
en ese trance difícil, ni su posible carencia de recursos para mantener al recién nacido, ni, por supuesto,
menos aún, se entraba en la recomendación de métodos anticonceptivos o del aborto para prevenir estas
graves situaciones y consecuencias.
Dentro de la subcultura delictiva, el autoconcepto del individuo, podría cambiar a través de dos
mecanismos principales: a partir de su asociación diferencial con sujetos infractores, y como resultado de
la interiorización de la etiqueta de “ desviado” o “ delincuente”, que le asigna la sociedad cuando le
detiene, procesa y condena. En ambos casos se hace relevante el interaccionismo simbólico, es decir, la
adscripción al individuo por parte del sistema de justicia, mediante los oportunos símbolos verbales y de
acción, de los ritos del “etiquetamiento”. Mediante todos estos mecanismos (cambio del autoconcepto,
nuevas oportunidades antisociales, y marginación subcultural), el proceso de etiquetamiento puede
favorecer nuevos episodios de desviación secundaria, o repetición delictiva.
Se considera que los mecanismos de atribución de significado tendrían un gran peso en la explicación de
la conducta delictiva, y de la posterior reincidencia, o desviación secundaria, de algunos individuos. Se
interpreta la desviación como algo relativo, más o menos alejado de la norma, que no como una división
absoluta entre lo desviado y lo no desviado; como algo construido y variable en el tiempo, en los lugares
y contextos diversos.
Una vez adquirido el estatus de desviado/delincuente, este estigma sería muy difícil de cambiar, por dos
razones: una, por la dificultad para que la comunidad acepte nuevamente al individuo etiquetado; y otra,
porque la experiencia de ser considerado delincuente, y la publicidad que ello comporta, suelen culminar
un proceso de cambio del autoconcepto hacia la autopercepción como desviado/delincuente. Es decir, los
mecanismos de conversión de alguien en desviado/delincuente podrían ser consumados por las propias
instituciones que hipotéticamente tienen como finalidad erradicar la desviación, como hospitales,
psiquiátricos, reformatorios y cárceles.
Los individuos se hallarían en mayor interdependencia recíproca en sociedades más comunitarias, en las
que se atribuye a las obligaciones hacia la comunidad mayor rango que el asignado a los derechos de los
individuos. En tales sociedades comunitarias, el sentimiento de vergüenza sería mucho más prominente
en la vida social. Por el contrario, el temor a sentir vergüenza disminuiría a medida que aumenta la
movilidad residencial y la urbanización de la sociedad.
La vergüenza producida por la interdependencia y la vida comunitaria puede ser de dos tipos: la vergüenza
que tiende a producir estigmatización y aquella otra que produce efectos reintegrativos. Esta última, la
vergüenza reintegradora, es más probable en las sociedades comunitarias, en las que el proceso de
‘avergonzar’ tiene una duración e intensidad limitadas, y se realiza al mismo tiempo que se mantienen los
vínculos de respeto y aceptación del sujeto; es decir, se rechaza el acto, y no al individuo en cuanto tal.
Una consecuencia de ello es que en las sociedades comunitarias debería esperarse, como en general así
sucede, una menor tasa delictiva, ya que, no se le cierran al sujeto las oportunidades de reintegración a la
comunidad.
Por el contrario, en aquellas sociedades y situaciones en que el ‘avergonzar’ se ejerce con gran intensidad
(por ejemplo, mediante penas graves, internamientos prolongados, rituales mediáticos de exclusión, etc.),
resultaría más atractivas para el individuo las subculturas delictivas, en la medida en que podrían
ampararlo frente a la sociedad que lo excluye. En tales sociedades y contextos serían esperables mayores
tasas delictivas y una mayor continuidad de las carreras delictivas.
Algunos estudios han analizado las conexiones entre sentimientos de vergüenza y de culpabilidad, y
conducta delictiva. En general se ha considerado que la vergüenza y la culpabilidad, frente a los propios
delitos, constituirían mecanismos emocionales distintos. Mientras que la culpabilidad comportaría una
experiencia de auto reproche más directa, en relación con la conducta llevada a cabo, el sentimiento de
vergüenza sería algo más profundo, comportando una evaluación negativa del propio yo.
La teoría de la vergüenza reintegradora utiliza constructos de difícil operativización y medida, tales como
los de ‘sociedad comunitaria’, ‘vergüenza’, y ‘reintegración’. Por ello requerirá, sin duda, precisiones
conceptuales y operativas ulteriores y el desarrollo de más investigaciones que puedan avalarla o refutarla.
Aun así, la teoría de la vergüenza reintegradora contiene una idea pública atractiva, a saber: que un motivo
fundamental de los seres humanos, para realizar ciertas conductas o dejar de hacerlas, es la posibilidad
de que otros seres humanos lleguen a enterarse y puedan incomodarse por ellas.
El materialismo histórico realza el factor económico como principal generador del conflicto social. Según
los marxistas resulta imposible imaginar las estructuras de poder y de conocimiento de la realidad social
al margen de la influencia mediadora que tiene en la vida de las personas la necesidad constante de
asegurarse la supervivencia económica y material. Por su parte, las denominadas teorías dialécticas del
conflicto consideran que, en la base de la rivalidad entre grupos, están elementos sociales y culturales
diversos. Entre las perspectivas conflictuales más conocidas se encontrarían también los planteamientos
anarquistas, según los cuales los rituales de autoridad transformarían las características artificiales de los
estamentos jerárquicos en supuestas realidades “naturales” y “permanentes”. Posteriormente, los
movimientos feministas y los críticos multiculturalistas pusieron el énfasis en el proceso de decodificación
de las construcciones sociales en torno a las diferencias de género y raciales como supuestas realidades,
pretendidamente universales y globalmente aceptadas.
Uno de los caballos de batalla preferentes de la criminología crítica fue su llamada permanente a analizar
la ‘delincuencia de cuello blanco’, cuyos autores pertenecerían a los estamentos más elevados de las
finanzas y el poder, y ante la cual los mecanismos del control y la justicia serían permisivos, cuando no
encubridores.
De este modo las criminologías críticas señalaron la contradicción frecuente entre la declaración
estereotipada de una justicia “igual para todos” y el hecho común de que los delincuentes de cuello blanco
escasamente acaben respondiendo ante la ley. También fueron particularmente perspicaces en su
denuncia de la influencia constante de los grupos de presión en la definición de las leyes y en el
funcionamiento del sistema penal. Sin embargo, en los primeros años, el discurso impermeabilizado de
las criminologías críticas frente a la contrastación empírica de sus planteamientos, hizo que estas
perspectivas resultaran poco útiles para arbitrar nuevas soluciones y medidas frente a la delincuencia.
Simon y Burt propusieron un modelo de conexión entre la exposición persistente de los individuos a
condiciones sociales adversas, tales como altas tasas delictivas y baja “eficacia colectiva” en los barrios de
residencia, discriminación social, crueldad paterna, y tener amigos delincuentes, y su mayor riesgo de
conducta delictiva. Este modelo sugiere que dichas condiciones sociales negativas, que suelen concitarse
en el nivel de los barrios, promoverían en el joven esquemas interpretativos con tres ingredientes
interrelacionados: una percepción hostil de la gente, una preferencia por recompensas inmediatas, y una
visión cínica y descreída sobre las normas sociales convencionales.
5.4. POBREZA Y VICTIMIZACIÓN
El estudio de la relación entre desigualdad social y delincuencia también se ha llevado al análisis de la
incidencia que la segregación social podría tener en el riesgo de ser víctima de delitos. Nilsson y Estrada
han mostrado que los ciudadanos de clases más bajas también tienen una mayor probabilidad de sufrir
delitos.
Estrada y Nilsson analizaron en qué grado la exposición a delitos contra la propiedad se asociaba a las
condiciones sociales de los individuos, por ejemplo ser nativo o inmigrante, o tener o no dificultades
económicas, y a los niveles de adecuación de las viviendas y los barrios de residencia. Las mayores
diferencias económicas, sociales, étnicas, etc., en el marco de un mismo barrio o territorio suelen
vincularse a un aumento de los niveles de percepción de inseguridad por parte de sus habitantes.
Se concluyó que la relación entre desempleo y delincuencia era generalmente positiva y significativa,
especialmente en delitos contra la propiedad. Además, esta relación tendía a ser más elevada y
consistente cuando se examinaban unidades de análisis pequeñas (como los barrios), que cuando se
trataba de grandes estructuras sociales (como los países). En cambio, los estudios no han encontrado
relación entre desempleo y delitos violentos.
Los factores evaluados y relacionados entre sí fueron los siguientes: A) como variables independientes se
analizaron: 1) la probabilidad de captura de los delincuentes, medida a través de la tasa global de delitos
esclarecidos sobre el total de los denunciados; 2) la renta per capita; 3) la tasa de desempleo; 4) la
densidad poblacional a partir del número de habitantes por km2; 5) la inmigración (legal), medida como
la proporción de residentes legales extranjeros; 6) la proporción de jóvenes de 16 a 24 años; y 7) el nivel
de estudios, ponderado a partir de la población activa que contaba al menos con estudios primarios, B) la
variable dependiente de esta investigación fue lógicamente la tasa de delincuencia.
6. PERSPECTIVAS FEMINISTAS
Los movimientos feministas han dado lugar a un replanteamiento del papel de las mujeres en los distintos
sectores de la vida social. Las perspectivas feministas supusieron tanto una nueva visión sobre la
organización social, que esencialmente se consideraba estructurada a partir de la división entre hombres
y mujeres, como un movimiento social dirigido a mejorar la situación de las mujeres. En Criminología, sus
ámbitos principales de estudio han sido la delincuencia femenina, la victimización de las mujeres, y el
análisis del funcionamiento del sistema de justicia en relación con el género.
Según Simpson las principales perspectivas feministas en Criminología serían las siguientes:
1. El feminismo liberal, que reconoce la existencia de desigualdades entre mujeres y hombres en las
diferentes esferas de la vida social (educación, trabajo, política, etc.), pero considera que mujeres y
hombres pueden y deben trabajar conjuntamente para erradicar tales discriminaciones.
2. El feminismo marxista, cuyo punto de partida es la existencia de una discriminación estructural de las
mujeres como resultado de la combinación de la dominación de clase (propia de las sociedades
capitalistas) y la supremacía patriarcal de los hombres dentro de todas y cada una de las clases sociales.
Su principal propuesta es que la discriminación que sufren las mujeres, que es un reflejo más de la
organización del poder y de los privilegios en las sociedades capitalistas, solo puede ser resuelta mediante
la estructuración de un sistema social diferente que elimine tanto la estratificación por clases sociales
como por sexos.
3. El feminismo radical, que considera que en el origen de la subordinación de las mujeres, propia de las
sociedades patriarcales, se halla la agresión de los hombres en su intento de controlar la sexualidad
femenina. Los hombres, que son por naturaleza más agresivos, someten a las mujeres a lo largo de todo
el proceso de crianza, preparándolas para su más fácil control y dominación.
Desde las perspectivas feministas se sugirió también la posibilidad de efectuar una inversión de la pregunta
más típica, de “¿por qué delinquen menos las mujeres?”, a la contraria: “¿por qué delinquen más los
hombres?”. Esta inversión del problema vendría a poner las cosas en su sitio, al conferir ‘género’ a los
hombres; de esta forma se pondría de relieve que lo que debería ser considerado “anormal” y requeriría
una explicación suplementaria sería, no la menor proporción delictiva de las mujeres, sino la muy superior
tasa de delincuencia de los hombres.
Más recientemente, Anne Campbell ha desarrollado una teoría feminista desde la perspectiva
evolucionista diferencial de hombres y mujeres, que ha denominado hipótesis sobre la necesidad de
mantenerse vivas. Según esta autora, los patrones diferenciales de agresión y dominación de varones y
mujeres serían primariamente el resultado de los procesos de selección natural, que habrían tenido lugar
en épocas ancestrales. Sin embargo, las mayores propensiones agresivas y de dominación de los varones,
y las menores de las mujeres, no tendrían tanto que ver directamente con el sexo en sí, como con la
inversión parental diferencial que mujeres y varones “deben” realizar naturalmente por lo que se refiere
al cuidado de la propia prole, para asegurar su supervivencia.
7. CRIMINOLOGÍA APLICADA Y REALISMO CRÍTICO
La criminología realista buscó soluciones concretas a la delincuencia, y reconoció la necesidad de una
policía al servicio de la comunidad, democráticamente controlada, que procurara la adecuada protección
frente a los delitos más graves. Sin embargo, también se era consciente de que muchas de las medidas
dirigidas a controlar la delincuencia acostumbran a tener otros efectos colaterales indeseables,
particularmente en forma de limitaciones e incomodidades para la libertad individual y para la vida social
(amenazas a la libertad y la privacidad personales, controles intrusivos en aeropuertos y otros transportes,
expansión de las infracciones y sanciones en el mundo urbano, etc.). Por ello, los criminólogos realistas
advirtieron también acerca de los riesgos del posible establecimiento de estados cada vez más policiales.
Según ello, la criminología realista, que había tenido en su origen un planteamiento crítico, incorporó
pronto otras perspectivas pragmáticas interrelacionadas, como las derivadas de las teorías de la
oportunidad, de los modelos situacionales, de la teoría de las actividades rutinarias, y de la criminología
ecológica o ambiental. Todos estos planteamientos construyen pilares importantes de la criminología
realista actual, en la medida en que sus indicaciones para controlar la delincuencia se dirigen a la
realización de reformas posibilistas que, precisamente por eso, se pueden llevar a la práctica. En conjunto
esta criminología se interesó más por el delito que por el delincuente.
Por último, de la criminología positivista se recibió una firme convicción metodológica y empírica, bajo la
consideración de que sean cuales fueren los objetos considerados para el estudio criminológico (delitos,
delincuentes, víctimas, o controles sociales), la investigación criminológica debe emplear métodos
sistemáticos de recogida y análisis de la información (tanto cuantitativos como cualitativos), de manera
semejante a las restantes ciencias sociales y naturales.
En la actualidad, gran parte de las criminologías europea y norteamericana podrían calificarse como
criminologías realistas y críticas, teniendo las siguientes características principales: un interés preferente
por los problemas criminológicos concretos, para cuyo análisis se recurre a distintas teorías, dentro de las
disponibles en criminología; reflexión y análisis crítico del derecho penal, particularmente por lo que se
refiere a su uso intensivo por parte de las sociedades y los gobiernos; y análisis de nuevas formas y
experiencias de posibles sanciones de cariz comunitario, tales como la mediación, la reparación, etc.
Además, la criminología crítica realista se sigue caracterizando por un cierto compromiso político con los
grupos y sectores más débiles y desvalidos de la sociedad.
Considera que puede constituir una buena “idea pública”, no aumentar el control de los delitos, sino
incrementar el apoyo social a los ciudadanos. Define el apoyo social como el proceso de transmitir a los
individuos variadas formas de capital humano, cultural, social y material. El apoyo social puede ofrecerse
en las relaciones íntimas o cercanas (familia, amigos, etc.), pero también puede dimanar de agencias e
instituciones sociales. La tesis central de la teoría del apoyo social es que la realización de actos
antisociales se relaciona inversamente con el apoyo social que se recibe.
8.1. DELITO Y NATURALEZA HUMANA
Las teorías del control se basarían en una concepción hedonista del hombre, según la cual éste busca la
gratificación y huye del dolor. Ya que el delito da ‘satisfacciones’, entonces resultaría algo naturalmente
atractivo.
Frente a las teorías del control, la teoría del apoyo social asume que las relaciones de apoyo, desde el
mismo nacimiento, son una parte integral del desarrollo humano. La necesidad de dar y recibir apoyo es
una potencialidad central en la persona. Cuando este potencial se actualiza —cuando la persona crece y
se implica en relaciones de apoyo recíproco— se reduce el riesgo de conducta delictiva y, asimismo, de
otras patologías personales.
A) INTERVENCIÓN TEMPRANA
Los programas de intervención temprana dirigidos a niños en riesgo y a sus familias, son viables
políticamente. La lógica que subyace a ello es poderosa: no hay excusas válidas para no intervenir antes
de que el problema se consolide. En relación con la delincuencia, la investigación muestra, de modo claro,
que hay una continuidad sustancial entre la aparición de trastornos de conducta en la infancia y la
delincuencia posterior, especialmente en el caso de los delincuentes reincidentes o crónicos. Iría en contra
del sentido común no procurar evitar el desarrollo de delincuentes juveniles, cuando sabemos que surgen
debido a determinadas condiciones vividas en la niñez.
A las sanciones y penas, suelen atribuírseles finalidades y efectos de prevención especial o individual, es
decir de evitación de la reincidencia del delincuente que es castigado, y de prevención general, o de
disuasión delictiva del conjunto de los ciudadanos.
Prevención especial
Según la doctrina penal, la prevención especial podría favorecerse, a partir de las penas privativas de
libertad, mediante los siguientes mecanismos:
• Incapacitación o inocuización: la permanencia en prisión del sujeto le impediría la comisión de
nuevos delitos en la sociedad, al menos durante el periodo que dure su encarcelamiento.
• Maduración: tras su estancia en prisión el individuo saldría de ella con mayor edad y, en
consecuencia, con menor energía para delinquir.
• Mejoras personales: el individuo podría mejorar cualitativamente durante su estancia en prisión,
como resultado de su tratamiento, escolarización, cambio de ambiente, desempeño de un
trabajo, etc.
Prevención general
Podría estimularse a través de tres sistemas:
• Habituación: sugiere la idea de que, como resultado de la existencia de normas y sanciones
penales, las personas acabarían automatizando aquellos comportamientos que se hallan dentro
de la legalidad normativa.
• Formación normativa: haría referencia al efecto educativo que, a largo plazo, podrían tener las
normas penales, lo que se refirió como “prevención general positiva”. La idea implícita aquí es
que las leyes penales, que suelen ser ampliamente publicitadas a partir de la gran atención
mediática que reciben los delitos y las sentencias, podrían promover, a largo plazo, la “educación”
penal de la población, acerca de qué conductas están prohibidas y pueden ser castigadas.
• Disuasión: este efecto, también denominado “prevención general negativa”, sería dependiente
de tres parámetros: certeza, prontitud o inmediatez, y dureza de la pena. La certeza y la
inmediatez dependerían ante todo de la eficacia policial y de la rapidez del procedimiento penal,
mientras que la dureza estaría directamente determinada por el código penal.
En términos generales, la teoría de la elección racional explica la conducta delictiva a partir del concepto
económico de utilidad esperada. Según ello, las personas se comportan de una manera u otra,
dependiendo de las expectativas que tienen acerca de los beneficios y costes que pueden obtener de
diferentes conductas. Estos beneficios y costes pueden ser tanto económicos como psicológicos.
Ahora bien, el que los delincuentes calculen los posibles costes y beneficios derivados del delito no
significa, obviamente, que acierten con seguridad en sus estimaciones. Además, la teoría realza la idea de
la especificidad delictiva, en cuanto que se considera que distintos delitos pueden producir diferentes
beneficios para diversos tipos de delincuentes.
Cornish y Clarke sintetizaron su perspectiva de la elección racional a partir de los siguientes postulados
fundamentales:
1. La conducta delictiva es intencional, influida por necesidades y deseos, y orientada, como el resto del
comportamiento humano, al logro de objetivos particulares.
2. La conducta delictiva es racional, en el sentido de que los delincuentes intentan elegir los mejores
medios de que pueden disponer para lograr sus propósitos. La presunción de racionalidad no asegura,
claro, que las decisiones adoptadas por quienes cometen un delito sean racionalmente perfectas y
efectivas, sino que, como a menudo sucede, pueden ser erradas.
3. El proceso de toma de decisión delictiva es específico para cada delito concreto: los delincuentes no
delinquen en un sentido genérico, sino que cometen delitos específicos, cada uno de los cuales tiene sus
motivos, propósitos y beneficios particulares.
4. Las elecciones pro-delictivas son de dos tipos fundamentales: relativas a la implicación, o no, en un
delito concreto; y concernientes al modo de llevarlo a cabo, planificándolo, ejecutándolo y finalizándolo.
5. La implicación en la actividad criminal pasa por tres etapas distintas, iniciación en el delito, habituación
y abandono de la delincuencia, en cada una de las cuales serán diferentes los factores que influyen sobre
la toma de decisiones que efectúan los delincuentes.
6. En el transcurso de cada evento delictivo específico existe una sucesión de estadios y decisiones
vinculadas (selección del objetivo, elección del momento de actuación, etc.).
Las recompensas asociadas al comportamiento delictivo pueden ser muy variadas, incluyendo las propias
ganancias materiales, la gratificación emocional, la aprobación de los amigos, la satisfacción por el ajuste
de cuentas con un enemigo, o el realce del propio sentido de la justicia. Lo mismo sucedería con los
castigos o pérdidas, que pueden ser de tipo material, o bien tener un cariz emocional. Las ganancias y
pérdidas dependerán, en cada caso, del tipo de comportamiento delictivo de que se trate.
De esta manera, van a jugar un papel decisivo, a la hora de optar por determinada conducta, las
valoraciones que el individuo haga, en cada caso concreto, de todos los elementos mencionados: 1) de las
ganancias y pérdidas esperables, 2) de su inmediatez o demora, y 3) de su certeza o certeza.
La estructura de decisión que proponen las teorías de la elección racional no constituye probablemente
una imagen certera del funcionamiento de las elecciones humanas. Ante una alternativa de conducta, no
solemos analizar pros y contras de un modo prolongado y completamente ordenado. Muchas decisiones
de comportamiento, lo que incluye las opciones delictivas, se toman en poco tiempo, de modo veloz,
considerando aspectos parciales de las opciones en lid, sin valorar todos los condicionantes, y en muchos
casos, principalmente a la luz de sus malos resultados previos, sin contar con información suficiente. El
proceso de decisión se interrumpe, a efectos de adoptar una decisión en el instante en que se localiza una
opción “satisfactoria” de un elenco de alternativas, no ideal, sino “suficiente”.
Desde una perspectiva racional, podría afirmarse que lo que probablemente intimida más a los seres
humanos, y tendría mayor probabilidad de ser considerado en sus cálculos de consecuencias, es si existe
un riesgo alto o bajo de que terminada acción sea conocida y castigada, y no tanto cuánta sea la magnitud
o dureza del castigo teórico que podría corresponderle.
Para aumentar la certeza de las penas deberían mejorarse los sistemas de control, y en concreto la eficacia
policial, la agilidad de los procesos penales, la colaboración ciudadana en la investigación de los delitos,
etc. En cambio, los incrementos de la dureza punitiva requieren tan solo, a corto plazo, la puesta en marcha
de las correspondientes reformas legales para alargar las penas, pudiendo anunciarse en seguida, ante los
ciudadanos, que reclaman mayor seguridad, que se han tomado cartas en el asunto y que los delincuentes
sufrirán mayores castigos. De este modo, la opción de endurecimiento de las penas se veía favorecida en
la actuación de los gobiernos.
B) ¿DISUASIÓN O MORALIDAD?
Más allá de la disuasión y el control, formal o informal, la conducta social de las personas también, o
principalmente, se regula a partir de los valores morales, creencias, actitudes, destrezas, habilidades, etc.,
recibidos a largo del proceso de socialización. Analizaron cuatro tipos de conductas infractoras: hurtos en
tiendas, robos de objetos del interior de los vehículos, vandalismo y agresión. Hallaron que la mayoría de
los jóvenes no evitaban cometer delitos por que tuvieran miedo de las consecuencias negativas para ellos,
sino sencillamente debido a que no contemplaban el delito como una alternativa de comportamiento. Con
todo, la amenaza percibida de castigo fue una consideración relevante para evitar el delito en aquellos
adolescentes que mostraban con antelación una fuerte inclinación delictiva.
Uno de los desarrollos modernos más conocidos acerca de la relación entre espacio físico y delincuencia
correspondió a Newman, en su famosa teoría del espacio defendible. Hace referencia a cómo el diseño
físico de los ambientes residenciales podría hacerlos menos vulnerables para los delitos. Sus tres
conceptos fundamentales son los de “territorialidad”, “vigilancia natural” e “imagen y entorno”.
Territorialidad significa que el ambiente físico es susceptible de generar zonas de influencia sobre la
conducta de las personas que las transitan. Sugiere que estas áreas pueden ser delimitadas mediante el
empleo de barreras, tanto físicas como simbólicas o psicológicas. A partir de la territorialización de una
zona, cualquier comportamiento producido en ella, incluidas posibles actividades delictivas, podría
detectarse con mayor facilidad.
El concepto de vigilancia natural haría referencia al grado en que el diseño físico de un área residencial
permite a sus residentes (o a sus agentes) poder supervisarla. El principal indicador de vigilancia natural
sería la “observabilidad” de los distintos espacios desde los propios lugares de residencia o tránsito de los
propietarios. De este modo el aumento de la vigilancia natural reforzaría la territorialidad de un área.
Algo más etéreo es el constructo imagen y contexto, concebido como la capacidad que tiene el diseño
urbanístico para trasladar a los extraños una percepción de unicidad, aislamiento y estigma del espacio
territorializado. Es decir, la apariencia de un lugar debe en cierto grado simbolizar el estilo de vida de sus
residentes, trasladando a los extraños, entre ellos a eventuales delincuentes, que se trata de una zona
ordenada y controlada, en que será más difícil realizar un delito.
¿De qué forma la organización espacio-temporal de las actividades sociales en la vida moderna favorece
que las personas con inclinaciones delictivas lleguen a cometer delitos? Los autores consideran que los
cambios estructurales propios de la vida moderna, en lo relativo a las actividades cotidianas de las
personas, incrementan las tasas de criminalidad.
Los autores consideran que si los anteriores elementos confluyen en el mismo espacio y momento, se
producirá un aumento de las tasas de criminalidad, con independencia de que mejoren o empeoren las
condiciones sociales que podrían afectar a la motivación delictiva.
D) DERIVACIONES APLICADAS
Desde esta teoría se derivarían dos predicciones principales acerca de la conducta delictiva:
a) La ausencia de uno solo de los elementos mencionados será suficiente para prevenir la comisión
de un delito: si no existe un delincuente motivado, un objetivo atractivo o una víctima propicia,
o no se carece del oportuno control, se elimina la posibilidad del delito.
b) Contrario sensu, la convergencia de estos tres elementos producirá un aumento de las tasas de
criminalidad.
Cohen y Felson pusieron especial énfasis aplicado en el último elemento condicionante del delito, los
eficaces protectores. Consideran muy difícil evitar, con finalidades preventivas, el primer y segundo
elementos teóricos: la existencia de delincuentes motivados, y la posible presencia de víctimas propicias
u objetos atractivos y valiosos. Por eso afirman que la criminalidad aumenta cuando se reduce el control
ejercido por las personas sobre sí mismas o sobre sus propiedades.
Eck propuso un modelo integrador que podría denominarse triángulo de la delincuencia y del control:
• Frente a los potenciales delincuentes, los cuidadores o monitores supervisan el bienestar de
niños, escolares, clientes de instalaciones de recreo, etc.
• Ante posibles objetivos o víctimas atractivos para el delito que pueda haber en un determinado
lugar, los guardianes o vigilantes que se hallan en ese lugar observan dichos objetivos y lo que
sucede a su alrededor, y de este modo pueden disuadir de llevarse cierta propiedad o de asaltar
a una posible víctima.
• Los administradores de negocios, fábricas, edificios, oficinas, bares, etc., tales como personal de
administración, gerentes, cuidan de dichos lugares intentando evitar que se produzcan en ellos
delitos.
Dos son las principales vías de influencia de las actividades cotidianas sobre la criminalidad:
a) Las actividades cotidianas facilitan a los delincuentes medios más efectivos para delinquir. La
organización social actual, caracterizada por una amplia disponibilidad de tecnología, suministra
instrumental sofisticado y económico a los delincuentes, susceptible de ayudarles a cometer más
eficazmente sus delitos.
b) Las actividades cotidianas ofrecen a los eventuales delincuentes nuevos objetivos y nuevas
posibles víctimas. Es evidente que, si en vez de permanecer generalmente en casa o en sus
proximidades, salimos por la noche con más frecuencia, tenemos también mayor probabilidad
de ser atracados o agredidos. Felson y Cohen entienden por objetivos atractivos o víctimas
propicias, aquellos que tienen un elevado valor material o simbólico. También son criminalmente
atractivos aquellos objetivos fácilmente visibles y accesibles, como pueden ser escaparates no
protegidos o muy llamativos, que exhiben lujos a los que muchos no pueden acceder. Asimismo,
resultarían víctimas más probables aquellas personas que por su ocupación profesional o
actividad, o bien por su descuido personal, pueden verse más expuestas al delito.
Felson y Cohen sostienen que el nivel de criminalidad no está vinculado sistemática y únicamente a las
condiciones económicas de la sociedad. De esta manera, la paradoja que produce la mejora de las
condiciones de vida y el aumento paralelo de la delincuencia es solo aparente. Las mejoras sociales y
económicas de una sociedad pueden efectivamente disminuir la delincuencia, aunque quizá solo la
delincuencia de subsistencia, que constituye una mínima parte de la delincuencia de contacto directo
entre delincuentes y víctimas. Es posible que tales mejoras en las condiciones de vida alteren, con carácter
general, los objetivos del resto de la delincuencia, pero no parecen tener, per se, la capacidad de reducirla.
Un indicador de que los adolescentes y jóvenes podrían experimentar tentaciones delictivas es el tiempo
que pasan con amigos, realizando actividades no estructuradas, en ausencia de figuras de autoridad. Las
actividades juveniles no estructuradas se asociarían al incremento de las oportunidades delictivas por tres
razones: en primer lugar, porque la carencia de estructura y de obligaciones formales sencillamente
permite más tiempo disponible para posibles actividades antisociales; en segundo término, porque
cuando se está con los amigos, los delitos pueden ser más fáciles, debido a la cooperación y ayuda mutua,
y más reforzantes como resultado de la aprobación recíproca; y, finalmente, como consecuencia de que la
ausencia de personas adultas suele dejar a los jóvenes sin referente de autoridad pronormativa.
Los elementos principales que, según la teoría del patrón delictivo, conduciría al delito:
Una primera condición necesaria para la actividad delictiva es la presencia de un individuo suficientemente
motivado para llevarla a cabo.
Los siguientes son las actividades cotidianas del delincuente potencial. Su vida diaria podría ofrecerle
oportunidades para los delitos, y tal vez le muestre y enseñe modos de llevarlos a cabo.
La tercera condición para el delito sería algún suceso desencadenante; por ejemplo, escuchar una
conversación sobre alguien que se ha marchado de vacaciones.
El método para la búsqueda de un blanco u objeto del delito vendría determinado por el previo esquema
o “guión”, que se forma el delincuente en su mente, como resultado de la experiencia acumulada con
anterioridad acerca de situaciones semejantes.
Obstáculos, o dificultades que pueden aparecer en el desarrollo de la acción delictiva y condicionar su
curso posterior. Los obstáculos pueden dimanar de medidas de protección física, o bien ser de índole
social.
En algunos casos, estos impedimentos pueden ser suficientes para hacer que el delincuente abandone su
plan delictivo, al menos temporalmente. Sin embargo, la experiencia negativa de una serie de intentos
fracasados de delito, puede hacer también que el delincuente cambié su guión inicial y adopte un plan de
comportamiento diferente. Es decir, los obstáculos podrían conducir o bien a la prevención del delito,
cuando el intento delictivo es definitivamente abandonado, o bien al desplazamiento del delito hacia un
blanco más fácil, o hacia un delito distinto.
Lo más probable sería que la relación prevención/desplazamiento del delito, se situara en algún punto
intermedio entre estos dos extremos: los obstáculos e impedimentos logran evitar definitivamente
algunos delitos, aunque en otros casos los delitos obstaculizados se desplazan a otros lugares.
En aquellos barrios en que existe un miedo excesivo al delito de instauraría en los ciudadanos una ansiedad
generalizada, que traería consigo un decaimiento del control informal, en la medida en que muchas
personas comienzan a evitar la calle y los espacios comunes. Esta inhibición ciudadana general alentaría
paulatinamente la expansión de todas aquellas formas de delincuencia callejera que precisamente se
pretendía evitar. Los comportamientos marginales e ilícitos interaccionarían entre ellos y se estimularían
recíprocamente.
Según Sousa y Kelling las ocho ideas centrales de la teoría de las ventanas rotas serían las siguientes:
1. Desorden y miedo al delito, están estrechamente relacionados.
2. La policía (con sus actuaciones y prácticas) suele “negociar” las reglas que rigen el funcionamiento de
la calle, “negociación” en la que también estarían implicadas las “personas asiduas de la calle”.
3. Barrios distintos se rigen por reglas de la calle diferentes.
4. Un desorden urbano desatendido e irresuelto suele llevar a la ruptura de los controles comunitarios.
5. Las áreas en que se quiebran los controles comunitarios son más vulnerables a ser invadidas por
actividades delictivas y por delincuentes.
6. La esencia del rol policial para mantener el orden debe orientarse a reforzar los mecanismos
comunitarios de control informal.
7. Los problemas en una calle, barrio, etc., no suelen ser tanto el resultado de personas problemáticas
individuales cuanto del hecho de que se congreguen en un lugar múltiples individuos problemáticos.
8. Diferentes barrios cuentan con capacidades distintas para manejar el desorden.
2. CARRERAS DELICTIVAS
La expresión "carrera delictiva" es ampliamente utilizada en la bibliografía criminológica actual, siendo
cada vez más los autores que defienden su relevancia para el estudio del comportamiento delictivo.
La carrera delictiva define la secuencia longitudinal de los delitos cometidos por un individuo a lo largo
del tiempo, lo que requiere analizar la evolución de su actividad criminal a través de distintas etapas o
estadios. En esencia es un método de evaluación de la actividad criminal individual, que no prejuzga la
frecuencia o intensidad delictivas particulares. En delincuencia, todas las casuísticas son posibles, desde
individuos que solo cometen una infracción a aquellos otros que efectúan numerosos delitos a lo largo de
un tiempo prolongado, a lo que se ha denominado "delincuentes de carrera”. Es una constatación
universal que muchos jóvenes realizarían actividades antisociales de manera transitoria, durante la
adolescencia y la juventud, abandonándolas pronto de modo ‘natural’, pero que un grupo reducido
desarrollaría carreras delictivas crecientes y prolongadas, convirtiéndose en delincuentes "persistentes".
Desde una perspectiva temporal, suelen distinguirse tres momentos o etapas fundamentales, típicas en
muchos delincuentes: inicio del comportamiento infractor (frecuentemente al principio de la
adolescencia), incremento y mantenimiento de las actividades delictivas (desde el final de adolescencia
hasta el principio de la edad adulta), y finalización de los comportamientos criminales (entre los 21 y 29
años). En el transcurso de estas etapas se describen e intentan comprender aspectos como la tasa o
frecuencia de los delitos cometidos, el patrón o secuencia de los mismos el posible incremento de su
gravedad, y otras tendencias o factores que puedan identificarse. En paralelo, se analiza qué factores de
riesgo y de protección (biológicos, psicológicos, sociales, económicos, etc.) se asocian prioritariamente a
las distintas etapas y trayectorias delictivas. En unión a los factores de riesgo, más recientemente se ha
incorporado también la denominación de eventos o acontecimientos vitales que podrían influir sobre la
participación delictiva. Mientras que los factores de riesgo podrían consistir en sucesos de efecto
pernicioso más transitorio, los acontecimientos vitales harían referencia a influencias de mayor duración
e impacto prolongado. Aun así, ambos tipos de influencias criminogénicas pueden subsumirse bajo la
denominación de factores de riesgo, que será aquí la preferida y habitualmente utilizada.
En los análisis de carreras delictivas son especialmente relevantes algunos conceptos como los siguientes.
En primer lugar, los de prevalencia y frecuencia. La prevalencia, o participación, se refiere a la proporción
de miembros de una población que son delincuentes activos en un tiempo dado; mientras que la
incidencia, o frecuencia, define la tasa anual de delitos cometidos por delincuentes activos a lo largo de
determinado periodo temporal (es decir, el número de delitos por delincuente).
También es relevante el concepto de persistencia, que define quiénes son delincuentes frecuentes o
crónicos, y apunta a la indagación de aquellos factores que caracterizan a los individuos que continúan en
el delito frente a quienes inhiben pronto su implicación en actividades delictivas (Smith et al., 1991). En
conexión con el anterior, la estabilidad delictiva haría referencia a la permanencia del comportamiento
infractor, los años a lo largo de los cuales un individuo comete delitos.
La prevalencia delictiva, o proporción de individuos que cometen infracciones, es una medida social y
global del delito. Distintas investigaciones han estimado que entre los adolescentes y jóvenes existe una
elevada prevalencia delictiva. Por su parte, la incidencia y la estabilidad delictivas constituirían los dos
parámetros fundamentales de las carreras delictivas individuales, decir, con qué frecuencia los sujetos
cometen delitos y durante cuánto tiempo.
A continuación se incluyen los predictores personales para la conducta infractora y antisocial, organizados
a su vez en cinco categorías: 1) correlatos relativos a la genética y la constitución individual; 2) factores de
personalidad; 3) predictores conductuales; 4) factores cognitivo-emocionales; y 5) dificultades en
inteligencia y habilidades de aprendizaje.
Tras los factores de riesgo personales, se presentan los correlatos de riesgo sociales, correspondientes a
las carencias en apoyo prosocial, económico, etc., experimentadas por los individuos. Dichos factores se
han estructurado también en cuatro categorías: los relativos al barrio en el que un niño vive, los
correspondientes a los problemas en la familia, las dificultades relacionadas con la escuela, y los riesgos
relativos a los amigos.
El inicio temprano en la delincuencia y en las drogas son altamente predictivos de una posterior carrera
delictiva grave, pero estos mismos factores pierden capacidad predictiva cuando aparecen en una edad
posterior, especialmente por lo que se refiere al consumo de alcohol/drogas. Los dos mejores predictores
para el grupo de 12-14 años tienen que ver con las relaciones interpersonales, como es el caso de la falta
de vínculos sociales y la compañía de amigos antisociales. Esto contrasta con lo que sucede en la edad de
6-11 años, donde ambos predictores son relativamente débiles.
Los predictores de segundo y tercer nivel, para las edades 6-11 años, están dominados por características
estáticas o personales relativamente estables (ser varón, nivel socioeconómico familiar, etnia, amigos
antisociales), mientras que en el grupo 12-14 aparecen sobre todo características comportamentales,
como son la delincuencia general, la agresión y el bajo rendimiento escolar. Los factores "hogar roto" y
"padres maltratadores" están en el nivel más débil de capacidad predictiva en ambos grupos.
Estos resultados, sobre el peso variable de los predictores de riesgo en distintos periodos de edad,
avalarían, al menos parcialmente, uno de los planteamientos de partida de la Criminología del desarrollo,
en el sentido de considerar que los factores de riesgo no tendrían una influencia uniforme a lo largo de la
vida, sino que incluso podrían ser diferentes en distintos momentos, o, cuando menos, tener un impacto
variable a diferentes edades.
3.3. FACTORES DE PROTECCIÓN
Del mismo modo que hay factores de riesgo, también se ha postulado la existencia de factores de
protección, los cuales amortiguarían el influjo de los factores de riesgo y se asociarían a una menor
probabilidad de comportamiento delictivo
Se conoce mucho más sobre los factores de riesgo que sobre los factores de protección, tanto acerca de
aquellos que se consideran meramente el lado opuesto de las influencias de riesgo como aquellos otros
que se estiman exclusivamente aspectos favorables y, por tanto, de naturaleza distinta a los factores de
riesgo. A continuación se consignan, de modo más breve y sintético, las principales características de los
niños y jóvenes resistentes, o factores de protección.
De acuerdo con los diversos resultados de investigación sobre factores de riesgo y protección que se han
presentado hasta aquí, por lo general no debería esperarse que el delito sea originado por causas aisladas
e independientes, sino que resulte de la interacción entre distintos factores etiológicos, en la medida en
que es más probable que una causa incremente el riesgo delictivo, no en solitario, sino en presencia de
otras influencias.
Desde la perspectiva de la Criminología del desarrollo la explicación del delito se enfrentaría a las cuatro
casuísticas siguientes: 1) personas que llevan a cabo delitos en las etapas adolescente y juvenil y continúan
delinquiendo en la vida adulta; 2) sujetos que no cometen delitos juveniles, pero comienzan a delinquir
cuando son adultos; 3) sujetos que realizan delitos en su etapas adolescente y juvenil pero no continúan
delinquiendo en la edad adulta; y 4) personas que ni cometen delitos en la edad juvenil ni tampoco en la
edad adulta.
Algunas características importantes de la curva de edad del delito son las siguientes
1. En general, representa una asociación universal entre edad y conducta delictiva, que define, para una
población determinada, las magnitudes de prevalencia o participación delictiva en función de las diversas
edades. La curva/participación delictiva experimenta habitualmente un aumento desde finales de la
infancia, y durante la adolescencia y la juventud.
2. Un amplio porcentaje de sujetos que habían comenzado a cometer delitos en la infancia y la
adolescencia desisten al inicio de la edad adulta.
3. La delincuencia violenta muestra una curva de edad que aumenta más tardíamente, en contraste con
la delincuencia contra la propiedad.
4. En edades paralelas a las de mayor prevalencia de comisión de delitos violentos, también se produce
el mayor riesgo de victimización violenta.
5. Suelen mostrar curvas de incidencia delictiva más ascendentes los varones pertenecientes a minorías,
o que viven en barrios desfavorecidos, lo que probablemente apunta en dirección a la conexión entre
privación social y delito.
6. Generalmente las curvas de edad que pueden elaborarse a partir de datos estadísticos son curvas
grupales, no individuales, para cuya confección suelen integrarse datos transversales, habitualmente
procedentes de muestras distintas de sujetos.
7. La curva de edad del delito correspondiente a las chicas suele tener una menor prevalencia y hacer
referencia a delitos menos graves; sin embargo suele ascender a edad más temprana que la de los
varones, particularmente si se atiende a datos de delincuencia autoinformada. Posteriormente la
prevalencia delictiva de las mujeres también desciende antes que la de los varones.
4.2. PERSISTENCIA Y DESISTIMIENTO DE LA CONDUCTA DELICTIVA: PROCESOS RELEVANTES
Existe una fuerte tendencia a la persistencia o continuidad delictiva. Dicha persistencia es mayor si se
analizan datos de autoinforme, ya que éstos suelen recoger también infracciones de menor entidad que
los datos oficiales. Presentan mayor continuidad delictiva los jóvenes que se han iniciado antes en el
delito, particularmente cuando se trata de inicios tempranos. La mayor persistencia se asocia a previas
conductas violentas graves desde la infancia. Y muestran mayor continuidad algunos delitos que, como el
tráfico de drogas, se acaban convirtiendo en un modo de vivir, que no otras conductas antisociales como
vandalismo, hurto, o robos de coches, que parecen decaer antes.
Diversos predictores que se asocian a la continuidad de la conducta delictiva, son los siguientes: estilos
de crianza paterna coercitiva, impulsividad alta y susceptibilidad al aburrimiento, déficits en atención
sostenida, y baja inteligencia. En estudios españoles puede establecerse asociación entre la reincidencia
delictiva de los jóvenes y los siguientes predictores:
• menor edad y el hecho de ser varón;
• la presencia de un mayor número de factores de riesgo sociofamiliares;
• la experiencia de maltrato físico;
• no vivir con la familia ni tener domicilio fijo;
• la existencia de trastorno mental, hiperactividad, impulsividad, o consumo de drogas;
• fracaso en la escuela, en general en los procesos formativos, o en el desempeño de un trabajo;
• tener amigos o una pareja que sean delincuentes;
• contar con más antecedentes por delitos violentos;
• y haber experimentado medidas de internamiento juvenil.
En relación con el desistimiento delictivo, el Modelo del Triple Riesgo Delictivo (TRD), sugiere una cierta
simetría entre continuidad y desistimiento del delito. Mientras que la aglomeración de riesgos delictivos
en un individuo podría activar los procesos de inicio y permanencia en la actividad criminal, la dilución de
dichos riesgos contribuiría a desactivarlos.
Recoge los procesos fundamentales a los que habría que atender para comprender tanto la continuidad
como el desistimiento delictivos. Los principales serían los siguientes:
Procesos de influencia desde el mismo origen de un individuo y de modo constante a lo largo de su vida:
1. Diferencias individuales tempranas, relativas al funcionamiento neurológico, impulsividad/autocontrol,
habilidades de interacción, creencias prosociales/antisociales u otros.
2. Maduración cerebral, imprescindible para la regulación y el control de la propia conducta, siendo un
proceso cronológicamente variable entre individuos, que puede consolidarse entre el final de la edad
juvenil y las primeras etapas de la vida adulta.
3. Factores conductuales de riesgo, tales como posibles trastornos de conducta, y eventuales factores
protectores, como la ansiedad social, que puede resultar, al menos temporalmente, inhibitoria de la
conducta infractora gregaria o grupal.
Procesos de impacto a partir de la adolescencia, cuando comienza a ser viable la intervención formal de
la justicia:
9. El tipo de respuestas que se den a los sujetos infractores por parte de las instituciones de justicia u
otras, que pueden contribuir, según su orientación, dureza, etc., tanto a la continuidad delictiva como a
el desistimiento.
Todos estos procesos tienen una influencia sucesiva, acumulativa e interactiva, en cuanto que cada uno
de ellos estaría condicionando, y sería a su vez modulado, por el posible impacto de los restantes
mecanismos. Estas combinaciones producen una gran complejidad y dificultad a la hora de comprender
adecuadamente los procesos de continuidad delictiva.
Además, las carreras delictivas no son siempre secuencias lineales, que se inician en un punto, continúan
durante un tiempo, y finalizan en un momento delimitado. A veces las carreras criminales pueden ser
intermitentes, de forma que pueden interrumpirse temporalmente y después continuar, incluso pasado
mucho tiempo, en algunos casos debido a determinados acontecimientos vitales.
De los anteriores procesos parecen especialmente relevantes para la desistencia delictiva los siguientes:
- El hecho de que el sujeto cuente con características individuales favorables (una buena inteligencia, baja
impulsividad, etc.).
- Que los factores conductuales de riesgo sean pocos, y no se acumulen los comportamientos
problemáticos (conducta antisocial, consumo de drogas, impulsividad, etc.).
- Los cambios cognitivos, en la medida en que un individuo comienza a sentirse disconforme con su propio
comportamiento y estilo de vida delictivos.
- Que se produzca una paulatina implicación del individuo en rutinas personales estructuradas, que hagan
menos probable la presencia de oportunidades fáciles para el delito.
- Que el sujeto logre reducir y controlar, de forma autónoma o mediante ayuda especializada, su posible
consumo de drogas.
- Y también algunas circunstancias vitales relevantes como el hecho de iniciar una relación de pareja,
lograr un empleo o cambiar de barrio de residencia.
Los delitos de tráfico de drogas y la posesión de armas tendrían comúnmente mayor persistencia,
probablemente debido a que se acaban convirtiendo en actividades utilitarias y de delincuencia
profesionalizada, en un modo de ganarse la vida. En cambio los delitos de homicidio suelen cometerse
más tardíamente. Suelen tener un inicio más tardío, al menos en función de los datos oficiales, los abusos
sexuales a menores, a la vez que también acostumbran a presentar una mayor persistencia.
5. EXPLICACIONES CRIMINOLÓGICAS
Las teorías criminológicas del desarrollo vital se orientan preferentemente a explicar la actividad delictiva
de los individuos, más que la criminalidad global por barrios, áreas, países, etc.
1) Delincuentes persistentes.
Estos jóvenes empiezan a cometer delitos muy tempranamente, realizando frecuentes infracciones y
delitos variados, incluidos comportamientos violentos, que muy a menudo realizan autónomamente, y
continúan delinquiendo en la vida adulta. Los principales factores de riesgo para la delincuencia
persistente serían de naturaleza individual neuropsicológica, pudiendo tener tanto un origen hereditario
como adquirido, y su influencia se manifestaría tempranamente en forma de déficits cognitivos difusos,
problemas temperamentales, e hiperactividad. Estas dificultades personales pueden, además, ser
exacerbadas por los riesgos que se hallen presentes en el ambiente de desarrollo infantil y adolescente,
tales como una crianza y educación inapropiada, desvinculación familiar, pobreza, problemas en la
escuela, relaciones de amistad con jóvenes delincuentes, etc. Dada la generalidad y amplitud de la
conducta antisocial de estos jóvenes suscitarían un creciente rechazo social, y, en consecuencia, cada vez
serían menores las oportunidades de que dispondrían para aprender y poner en práctica
comportamientos prosociales, y desistir así del delito.
El modelo ICAP dirigiría su atención principalmente a explicar el comportamiento delictivo que presentan
los varones de clase baja, aunque también se considera aplicable a la explicación de la delincuencia
femenina. En el modelo ICAP se integran conceptos y procesos correspondientes a teorías precedentes
como las de la tensión, del control, del aprendizaje, del etiquetado, y de la elección racional.
A) POTENCIAL ANTISOCIAL
El concepto central de la teoría ICAP es el de "potencial antisocial", o capacidad que presenta un individuo
de realización de actos antisociales. Existiría un "potencial antisocial persistente o a largo plazo", diverso
entre individuos, en función de su impulsividad, tensión, procesos de socialización y modelado del
comportamiento, y experiencias vitales. Los individuos de alto potencial antisocial global o a largo plazo
presentarían mayor probabilidad de cometer distintos tipos de conductas antisociales y delitos.
Existirían tres tipos de factores y procesos de los que dependería que los jóvenes desarrollen altos
potenciales antisociales a largo plazo. En primer lugar, de los procesos energizantes o motivadores de
estas conductas, entre los que estarían el deseo de bienes materiales y de prestigio social, y los deseos de
estimulación. En segundo término se hallaría la influencia de modelos antisociales, que imprimiría al
comportamiento una direccionalidad antisocial. En tercer lugar, el potencial delictivo a largo plazo se vería
incrementado también cuando un joven ha experimentado una pobre crianza familiar, procede de
familias problemáticas, o muestra escasa ansiedad y temor frente a situaciones de riesgo, todo lo cual
haría más difícil la adquisición de los mecanismos inhibitorios internalizados. Dos aspectos relevantes, que
pueden condicionar el potencial antisocial a largo plazo, son la alta impulsividad y las experiencias
traumáticas, de impacto crítico en el desarrollo vital del individuo.
Es decir, se considera que la ocurrencia o no de delitos tiene lugar en la interacción del individuo con la
situación concreta. Así pues, cuando se hallan presentes las tendencias antisociales mencionadas, el delito
se producirá dependiendo de las oportunidades que se presenten y de la valoración de costes y beneficios
anticipados del delito. Además, es menos probable que los individuos impulsivos tomen en consideración
las consecuencias posibles de sus actos, especialmente aquellas que tienen un cariz demorado.
Por último, el desistimiento o abandono de la carrera delictiva se haría más probable en la medida en que
el joven mejorara sus habilidades para la satisfacción de sus objetivos y deseos por medios legales, y
aumentara sus vínculos afectivos con parejas no antisociales.
A. Riesgos personales, o características individuales, congénitas y adquiridas, que dificultan los procesos
ordinarios de desarrollo y socialización. En relación con los riesgos personales, en el Modelo TRD se
establecen dos principios generales:
• Acumulación de riesgos personales: los individuos que experimenten más riesgos personales
mostrarán también mayor vulnerabilidad para implicarse en actividades infractoras y delictivas.
• Convergencia de riesgos personales: dado que en los seres humanos existe una consistencia
personal relativa, existirá una tendencia parcial a que, cuando se manifiesten ciertos factores
personales de riesgo, otros riesgos personales también converjan relativamente con ellos en
dirección antisocial.
B. La segunda fuente de riesgo para el delito son las carencias de apoyo prosocial que experimentan los
sujetos, y que dificultan o enlentecen sus procesos de socialización. Por lo que se refiere a las carencias
en apoyo prosocial, se establecen también dos principios paralelos a los anteriores:
• Acumulación de carencias prosociales: los sujetos que experimenten más carencias en apoyo
prosocial mostrarán asimismo mayor vulnerabilidad para implicarse en actividades delictivas.
• Convergencia de carencias prosociales: dado que los contextos sociales que se hallan
relacionados entre sí propenden a presentar entre ellos cierta consistencia relativa, distintas
carencias específicas en el apoyo prosocial recibido por un individuo tenderán a confluir
parcialmente en dirección a la promoción o facilitación de la conducta antisocial.
C. La tercera y última fuente de riesgo propuesta por el Modelo TRD es la exposición de un individuo a
oportunidades delictivas, o situaciones y estímulos, tanto físicos como sociales, facilitadores de conductas
ilícitas e infractoras. También se aplicarían aquí principios paralelos a los mencionados para las anteriores
fuentes de riesgo:
• Acumulación de oportunidades delictivas: la exposición incrementada de un individuo a objetivos
y víctimas vulnerables aumentará su probabilidad de cometer delitos.
• Convergencia de oportunidades delictivas: una oferta de oportunidades para el delito en
determinado contexto fomentará la aparición de otras oportunidades delictivas relacionadas.
Sin embargo, más allá de la acumulación y convergencia de riesgos de similar naturaleza, o riesgos intra-
fuente, en el Modelo TRD se considera que la fuerza criminogénica principal, que favorece la participación
delictiva de un individuo, resulta de la influencia combinada sobre él, o interacción, de riesgos
correspondientes a fuentes criminógenas diversas. A partir de ello, el postulado central del Modelo TRD
establece que la probabilidad individual de delito es dependiente de la combinación e interacción en un
mismo sujeto de Riesgos personales, Carencias en apoyo prosocial, y exposición a Oportunidades
delictivas.
Dos principios relativos a la interacción o combinación entre riesgos de distinta naturaleza o fuente, son
los siguientes:
• Convergencia de riesgos inter-fuentes: como resultado de la tendencia a una relativa correlación
persona-ambiente, diversos riesgos personales, carencias prosociales y oportunidades delictivas
propenderán a converger parcialmente en el mismo individuo.
• Potenciación recíproca de los riesgos inter-fuentes: la confluencia en un mismo sujeto de riesgos
de diferente naturaleza, o correspondientes a distintas fuentes, potenciará sus efectos
respectivos, e incrementará la probabilidad individual de conducta delictiva.
En la dimensión correspondiente a los Riesgos personales, las teorías de rasgos, que realzan como
elementos causales del delito aspectos como extraversión, psicopatía, bajo autocontrol, etc., podrían
explicar, por sí mismas, un sector más bien reducido de la actividad delictiva, aquél en que fueran muy
extremados algún o algunos riesgos personales. Por el contrario, en el extremo de la dimensión Carencias
en apoyo prosocial cabría situar a aquellas teorías que priorizan aspectos etiológicos del delito tales como
la pobreza, la desigualdad, la exclusión social, o también la anomia y la tensión social; estas perspectivas
podrían dar cuenta de un sector significativo de la delincuencia en el que dichas carencias son notorias.
Algo parecido sucedería al respecto de las teorías de la oportunidad, situadas a lo largo de la dimensión
oportunidades delictivas, cuya capacidad explicativa independiente se ceñiría a aquellos casos en que
claramente las oportunidades resultan, (casi) por sí solas, determinantes para los delitos.
La propuesta del Modelo TRD en relación con los diferentes mecanismos causales del delito, que
representarían las distintas teorías criminológicas aludidas, es que, sea cual sea en cada caso el proceso
etiológico de la actividad criminal, su activación va a depender de que interseccionen en el mismo
individuo ciertos Riesgos personales, Carencias en apoyo prosocial, y Oportunidades delictivas. La
naturaleza, intensidad y secuencia de dicha intersección condicionaría el proceso, o mecanismo
criminogénico principal, que pudiera precipitarse en cada sujeto.
Sin embargo, no es esperable que suceda lo mismo con las diversas Carencias que puedan experimentar
los individuos en apoyo prosocial, cuya magnitud va a depender de aspectos variados como riqueza,
cultura, densidad poblacional, tasa de inmigración, nivel educativo global, cifra de desempleo, pobreza,
marginalidad, etc. Y, ciertamente, estos aspectos no se distribuyen de modo aleatorio y parecido entre
poblaciones, por lo que tampoco cabe esperar que se repartan análogamente sus efectos criminogénicos.
En último lugar, por lo que concierte a las Oportunidades delictivas, éstas son inherentes, de un modo u
otro, a todas las sociedades, en la medida en que en todas existen ocasiones tentadoras y favorables para
los hurtos y los robos, los abusos y agresiones sexuales, la violencia de pareja, y las interacciones violentas
y los homicidios. Sin embargo, es notorio también que las sociedades se diferencian unas de otras, según
su densidad poblacional, perfil agrícola o industrializado, rural o urbano, más pobre o más rico, etc., en la
topografía de las oportunidades infractoras que resultan en ellas más habituales y frecuentes, lo que
claramente condicionará sus manifestaciones delictivas específicas.
En la lógica del Modelo TRD, para la prevención y reducción de los Riesgos personales se requerirán
intervenciones dirigidas a favorecer en los individuos de mayor riesgo, incluidos los delincuentes activos,
cambios personales relacionados con sus creencias, actitudes, valores, emociones, habilidades de
comunicación e interacción, etc. Esto coincide en buena medida con las denominadas estrategias de
prevención secundaria y terciaria, o de tratamiento. Por lo que se refiere a las Carencias en apoyo
prosocial, que pueden afectar negativamente a muchos individuos, familias y comunidades en todas las
sociedades, serán necesarias intervenciones de amplio espectro, o de prevención primaria, a partir de los
sistemas de educación, empleo, servicios sociales, etc. Finalmente, en lo concerniente a la prevención y
evitación de Oportunidades delictivas, se requerirán muy diversas mejoras en el control y prevención
situacional de los delitos, tanto a cargo de los mecanismos formales de seguridad y control, la policía y
otros estamentos, como, más ampliamente, de parte del conjunto de los ciudadanos en dirección a una
mejor autoprotección y cuidado de sus bienes y propiedades.