Blaste From The Past

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Sotelo, gracias K.

Cross & Botton


Blaste from the Past

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


JESSA KANE

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Un árbol mágico que hace aparecer a tu alma gemela es
seguramente solo una leyenda, ¿verdad? Eso es lo que pensaba
Shiloh hasta que una noche, en un momento de desesperación,
suplica al Árbol de los Deseos por alguien a quien amar... y llega
un vaquero sin camisa de 1949, aferrado todavía a su sombrero
de vaquero, llamándola “sugar” y afirmando ser su hombre. Para
toda la vida. Blaste está ahí para despertar su cuerpo, defenderla
de los matones locales y capturar su corazón. Pero como Blaste
y Shiloh están a punto de descubrir, viajar en el tiempo tiene sus
complicaciones...

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Capítulo 1
SHILOH

Me miro el esmalte de uñas azul desconchado de los dedos de


los pies mientras salgo al prado, rodeada únicamente por el canto de
los grillos y el croar de una rana toro perdida a lo lejos. El sol está
arañando el horizonte, tratando de aguantar unos preciosos instantes,
pero tres pasos después ya se ha ido y el crepúsculo se extiende como
un sudario sobre los verdes y ondulados pastos de la lejanía. Como
siempre, mi destino es el Árbol de los Deseos.
Está fuera de lugar en el centro del prado, un poderoso roble que
se eleva hacia el cielo, ligeramente nudoso y un poco espeluznante.
Hay un hueco en el centro que, cuando era niña, era mi propio
universo. Oscuro y misterioso. Ahora, a los dieciocho años, todavía me
escondo adentro a veces y escribo historias en mi cuaderno. Historias
que nadie verá jamás y que me sacan de este lugar. Me llevan lejos,
muy lejos. Y nunca he necesitado alejarme tanto como ahora.
Me dejo caer sobre la hierba con mi vestido negro de funeral, me
apoyo en el tronco del roble y deslizo los dedos de mis pies desnudos
por la hierba. Acomodo el cuaderno en el regazo, inclino la cabeza
hacia atrás y suspiro al cielo púrpura, pensando en mi abuela, a la
que enterramos hoy.
Sus últimas palabras aún resuenan en mi cabeza.

Cree en el Árbol de los Deseos, Shi.


Frunzo el ceño y garabateo esas palabras en una página nueva.
Mi abuela me lleva contando la misma leyenda desde que mi madre y
yo vinimos a vivir con ella hace diez años, recién abandonada por mi
padre. La historia es la siguiente: Érase una vez un vaquero que
buscaba a su alma gemela, convencido de que estaba ahí afuera, fuera
de su alcance. Acudió a una adivina que le dio malas noticias: la
amante del vaquero no existía en ese momento ni en ese lugar. Eran
estrellas cruzadas, vivían en diferentes capas de la existencia.
Desconsolado por la noticia, el vaquero se metió en el hueco del Árbol

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de los Deseos y lloró por su amor inalcanzable, que se desvaneció en
el aire.
Mi abuela estaba convencida de que el vaquero había viajado en
el tiempo hasta su alma gemela, cualquiera que fuera el plano en el
que ésta existiera. Y sabía que la leyenda era cierta, porque ella había
estado de pie en el prado cuando el angustiado hombre desapareció.
O eso decía ella.

Cree en el Árbol de los Deseos, Shi.


—Ojalá pudiera, abuela. — murmuro, preguntándome si me oye.
Espero que sí. Desde que falleció hace una semana, hablo a menudo
con ella, y la soledad me pesa cada vez más. Mi madre trabaja a todas
horas como enfermera de urgencias e incluso cuando está en casa,
está atormentada. Callada. Triste. Apenas hablamos. Tenía dos
amigas, pero sus familias tienen dinero y se han ido de viaje de
graduación a Europa antes de que empiece la universidad en otoño.
Ahora estoy realmente sola.
Siempre he conseguido mantener sellada la tapa de mis deseos
más profundos, pero la soledad está retorciendo esa tapa, despacio,
despacio, y ahora respiro más deprisa en el aire fresco de la noche,
apretando los dedos alrededor del bolígrafo que tengo en la mano
hasta que el cañón se me clava dolorosamente en la palma. El Árbol
de los Deseos suele hacerme sentir así, como si me faltara algo
importante más allá de mi conciencia.
—Quiero a mi persona. — susurro, aunque me siento tonta. El
árbol mágico no existe, aunque la persona a la que más quería en el
mundo creyera en esa tradición. — ¿Dónde está mi persona?
Todo el mundo parece tener una. Un mejor amigo. Un alma
gemela.
El mundo está hecho de parejas, pero yo parezco destinada a
permanecer sola. La que sueña despierta al fondo de la clase con
zapatos de imitación y una ligera sobremordida. Me siento como un
extraterrestre la mayor parte del tiempo. Como si hubiera hecho un
aterrizaje forzoso aquí y aún estuviera intentando aprender formas de
encajar para que nadie descubra que soy una forma de vida
alternativa. A veces, antes de graduarme, me sentaba en medio de la
cafetería y un grito se acumulaba y acumulaba en mi garganta hasta

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que estaba segura de que rompería las ventanas si lo dejaba salir.
Dentro de mí hay algo pesado, presurizado y urgente que no tiene
nombre y que zumba con más fuerza en el Árbol de los Deseos.
—Quiero a mi persona. — repito, más alto, con los grillos
cantando como coristas.
Tengo los ojos medio cerrados cuando un resplandor dorado se
eleva en el aire, pero cuando me siento más erguida y busco la fuente
a derecha e izquierda, no veo nada. Sin embargo, el suelo se calienta
debajo de mí, el árbol se siente más grande de lo habitual contra mi
espalda... y, de repente, esa urgencia que siempre ha existido dentro
de mí... se hace más fuerte. Más fuerte.
Me falta alguien. Me falta una parte de mí. Y lo sé.

Está ahí afuera. Está ahí afuera. Está ahí afuera.


Cada vez que miro al horizonte, siento esa verdad como un hierro
candente en el pecho.
Estoy en el lugar equivocado. O él lo está. O las dos cosas. No sé
de dónde viene esa certeza, solo sé que es enorme y que no me deja en
paz. Es una presencia diaria.
—Quiero que lo encuentren. Ahora. — Suspiro y grito: —Ahora.
El pasto parece elevarse a mí alrededor, preparándose para
tragarme entera, el gorjeo de los grillos cada vez más ensordecedor.
Ahora mi cuaderno es pequeño. Está lejos. Lo dejo caer por miedo y
me arrastro sobre manos y rodillas hasta el hueco del Árbol de los
Deseos, rodeando mis rodillas con los brazos y abrazándolas contra
mi pecho.
Es entonces cuando oigo la voz y la rotación de la Tierra parece
detenerse en seco.
La vida... se detiene.
Es la voz de un hombre joven. Como si viniera de muy lejos. De
más allá de la oscuridad de la hondonada. Es profunda y vibrante.
Llena de Kentucky. No puedo entender lo que dice. Las palabras van
y vienen. Fuertes y suaves. Se van por unos segundos, y luego vuelven.
Pero contengo la respiración, ansiando oír cada sílaba. Estoy
electrificada por la voz.

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— ¿Hola?— Vuelvo a llamar, poniéndome de rodillas, apoyando
las palmas de las manos en la parte interior del árbol, con una parte
de mí preguntándose si estoy teniendo una respuesta extrema al dolor.
— ¿Hay alguien ahí?
Lo único que oigo es una respiración agitada. ¿Soy yo?
¿O alguien más?
— ¿Hola?— Lo intento de nuevo.
—Espera. — La voz entra y sale. —Espera.
Suelto un gemido de incredulidad y la humedad me recorre las
mejillas. Esto no puede estar pasando. Estoy oyendo cosas. Estoy
proyectando esta magia porque quiero aferrarme a este último pedazo
de mi abuela. ¿Verdad?
No, el brillo dorado ha vuelto, justo fuera del hueco, el suelo
tiembla bajo mis rodillas. El ruido de las langostas es tan fuerte que
tengo que taparme los oídos y esconderme en el corazón del árbol. El
corazón me late como los cascos de nuestro semental sobre la tierra
recién compactada y tengo la sensación de un inminente regreso a
casa que casi me asusta tanto como para creer. Para esperarlo.
Tan repentinamente como empezó, el ruido cesa.
Se hace un silencio impenetrable.
Lentamente, me quito las manos de las orejas y salgo a gatas de
la hondonada, mirando a mí alrededor, medio esperando que el rancho
haya desaparecido, arrastrado por el viento. Pero todo está
exactamente igual que antes.
Excepto el hombre sin camisa que yace a treinta metros en la
hierba, con un polvoriento sombrero blanco de vaquero entre los
dedos.
No.
No puede ser.
Estoy viendo cosas. Probablemente sea algún truco de la luz. Un
fardo de heno colocado justo en el ángulo correcto. Iré ahí, confirmaré
que es un objeto inanimado y me iré a la cama, porque obviamente
necesito dormir.

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Pero justo cuando me arrastro fuera del hueco hacia la hierba,
el hombre se incorpora y me mira.
Y el impacto de sus ojos es como un ariete en mi corazón.
Me trago un sollozo, con un hormigueo que me recorre desde la
coronilla hasta la punta de los dedos.

No puedo respirar. No puedo... respirar.


Nunca lo había visto antes, pero por alguna razón me resulta
familiar. Su pelo oscuro y rebelde y su mirada penetrante,
conmovedora y... humorística a la vez. Debe de ser mucho mayor que
yo, porque tiene la constitución de un hombre, a diferencia de los
chicos con los que me gradué. Ellos son mucho más pequeños, más
suaves, mientras que este chico tiene tierra y pelo en el pecho y
músculos y todo le queda bien. Ha crecido en sí mismo. Lleva la
confianza como una capa. También siente mucha curiosidad por mí,
se pone lentamente en pie, con su estatura completa de más de metro
ochenta, y golpea su sombrero vaquero contra su poderoso muslo.
—Bueno, maldita sea. — dice con una ronca voz sureña. — ¿No
eres una vista hermosa?

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Capítulo 2
BLASTE

No tengo ni la más remota idea de lo que acaba de ocurrir.


Un segundo estaba dentro del árbol, buscando el origen de la voz
más increíble que había oído en mi vida, y al siguiente estaba tumbado
en la hierba y había caído la noche. Me he desmayado borracho en
algunos campos, todo por diversión, pero esto era diferente. Sin
embargo, me las arreglaré para entenderlo todo más tarde, porque
ahora mismo lo único que importa es la chica. Ella es mi único
objetivo. Y diablos, ella sería el foco de cualquier hombre.

Dulce Jesús, ella es bonita.


Basado en la forma en que está vestida y la profunda mancha en
sus labios, debe ser una de las trabajadoras del burdel de la ciudad.
Mi hermano, Jim, no suele traer mujeres a casa con él, sin embargo.
¿Ella lo siguió hasta aquí? ¿O tal vez no tenían ninguna habitación
disponible para completar su transacción, así que decidió tumbarla
en el granero? Cualquiera que sea la explicación, él no va a poner un
dedo en esta por el resto de la noche. O nunca. De hecho, una parte
de mí reza para que aún no la haya tocado.
¿Por qué?
Con ese vestido negro corto y los labios manchados, solo podría
ser una prostituta.
Sin mencionar que este es un pueblo pequeño. Si fuera una
chica de familia, la conocería de la iglesia o de la escuela, aunque
tendiera a evitar las clases siempre que fuera posible antes de
graduarme. Después de todo, no necesito saber álgebra para criar
caballos, ¿verdad?
La chica se arrodilla y parece desconcertada.
Y espera un momento. El árbol está detrás de ella. Lo último que
recuerdo es que estaba dentro de ese árbol.

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¿Qué demonios...?
—Um... — Se limpia las palmas de las manos en ese vestido
indecente y se me seca la boca. — ¿Quién eres? ¿Cómo... cómo has
llegado hasta aquí?
—Esa es la voz. — digo, con el corazón tambaleándose, y doy un
paso hacia ella involuntariamente, como si tiraran de mí. —He oído tu
voz.
— ¿Dónde? — susurra.
—En el árbol. — Entrecierro los ojos por encima de su hombro.
—Ese de ahí.
Inhala y exhala profundamente y me encuentro profundamente
inmerso en esa respiración. La inspiración y la exhalación. Cuánto
disfruto de su respiración.
—Yo también he oído tu voz. — dice.
Nuestras miradas se cruzan con fuerza. Un escalofrío de alarma
me recorre los omóplatos, pero vuelvo a fijarme en ella. No puedo ver
nada más que a ella. Estoy total y completamente absorbido por el
oscuro rizo de su pelo, la forma de su boca, su olor... Puedo olerlo
desde aquí y es puro té dulce y sol. No sé cómo he llegado hasta aquí,
pero mi cuerpo me informa de su misión. Tumbarla boca arriba y
tomar el alivio que me ofrece su profesión.
Lo he hecho varias veces. Lo he disfrutado, claro. Todo hombre
necesita liberarse de vez en cuando.
Pero algo me dice que visitaré a esta chica hasta que sea un
indigente.
De hecho, no va a volver al burdel. Antes lo quemaré.
— ¿Estás bien? — me pregunta, acercándose un poco más a la
luz de la luna, apretándome tanto el estómago que el dolor se me
dispara hacia las pelotas. Dios mío, es casi insoportablemente
hermosa. Me duele todo el cuerpo, por dentro y por fuera, con solo
mirarla. — ¿Cómo te llamas?

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—Me llamo Blaste, cariño. — Arrojo el sombrero a la hierba, con
ganas de bajarme la cremallera y poner esto en marcha. —Y no, no
estoy bien. Todavía.
—De acuerdo... — Inclinando la cabeza hacia la derecha, se
acerca. — ¿Cómo puedo ayudar?
Ahí está. La proposición. No puedo hacer otra cosa que aceptar
con hambre. Mi polla nunca se había puesto tan dura tan rápido en
mis veintidós años. — ¿Por qué no empezamos diciéndome cuánto? —
gruño, metiendo una mano en el bolsillo trasero de mis vaqueros en
busca de mi billetera. No importa el precio, se lo daré todo ahora
mismo. Méteme entre esas piernas.
Se detiene, con el ceño fruncido. — ¿Cuánto es qué? ¿Qué
quieres decir?
Hago un rápido recorrido por su cuerpo, el ceñido vestido negro
que apenas le llega a medio muslo. Los pies descalzos. La forma en
que se ha subido las tetas para que pueda ver ese tentador toque de
redondez en el escote del vestido. Las chicas de la ciudad no se pintan
los labios tan oscuro. No que yo haya visto. Esta chica está vendiendo
su cuerpo. Es obvio, ¿verdad? Jim debe haberla traído a casa desde la
ciudad y estaba demasiado borracho para completar la transacción.
Gracias a Dios.
—Quiero decir... — Alargo la mano y le levanto la barbilla,
ignorando la oleada de afecto que me recorre el pecho. Seguro que está
fuera de lugar. ¿Cómo puedo sentir algo tan potente tan rápido? —
Quiero decir, sugar, ¿cuánto me va a costar follarte en la hierba?
En cuanto se pone pálida, sé que he metido la pata. A lo grande.
La siguiente pista de que he malinterpretado la situación es su
mano, que se levanta y me da una bofetada en toda la cara. Y me lo
tomo como un hombre. No es la primera vez que recibo una bofetada
o un puñetazo. Ni siquiera es la primera vez esta semana, porque
tengo una bocota que me ha metido en muchos problemas. Por no
mencionar que, si acabo de confundir a esta chica con una puta,
entonces me merezco algo mucho peor que una bofetada en la cara.

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—No sé de dónde vienes, Blaste. — dice, con los ojos como
relámpagos embotellados. —Pero me gustaría que tuvieras la
amabilidad de volver ahí.
—En primer lugar, no he venido de ningún sitio. Vine de... aquí.
— digo, lanzando una mirada al árbol que ha sido un punto de
referencia en mi vida desde la infancia. —En segundo lugar, si entendí
mal la invitación, me disculpo. No era mi intención ofenderte. Solo
quitarte el vestido.
Su hermosa boca se abre. —Vaya. Eres increíble.
Me quito el sombrero, aunque esté en el suelo. —Gracias,
señora.
—Fuera de mi propiedad o llamo a la policía.
Sale disparada, pero soy más rápido y le rodeo el codo con los
dedos, deteniéndola antes de que llegue demasiado lejos, y el contacto
con su piel casi me hace caer al suelo. Me flaquean las rodillas y me
tambaleo torpemente, antes de recuperar el equilibrio. ¿Qué demonios
está pasando aquí? Tengo el pulso desbocado y... ella también está
afectada. Cuando la giro para que me mire, sus pestañas se agitan y
respira entrecortadamente.
—Espera, ahora. Solo espera... — le digo, sin aliento.
Algo en esas palabras hace que su mirada se acerque a la mía.
Espera.
Eso es lo que le gritaba a la voz del árbol. A ella. ¿Es un sueño
raro?
No lo creo. Puedo sentir su codo en mi mano. Noto su pulso
cuando paso el pulgar por el pliegue y veo cómo se estremece y sus
dientes se hunden en el labio inferior.
—Nombre, por favor. Necesito saber tu nombre.
—Shiloh. — respira.
Ya está. Una sola palabra, su nombre, y siento que he sido
ungido. Renovado.
Como si hubiera estado esperando oír esa combinación de letras
toda mi vida.

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Tiro de ella un poco más cerca, solo necesito sentir su aliento en
algún lugar, en cualquier sitio, sobre mi piel. — ¿Qué demonios está
pasando aquí, Shiloh?
—Bueno. — Se mueve de derecha a izquierda y su suave
exhalación me calienta la garganta. —Todo pasó muy rápido, pero
básicamente apareciste de la nada y me ofreciste dinero por sexo.
Sexo. Necesito tanto sexo de ella que podría morir. ¿He arruinado
mi oportunidad por completo? No parece posible. Puede que esté
enojada, pero hay una atracción desesperada entre nosotros. Ella lo
siente. Puedo ver que lo siente. —En mi defensa, Shiloh, estás vestida
un poco...
—Hoy era el funeral de mi abuela y solo tenía un vestido negro.
— murmura.
— ¿Te lo pusiste para el funeral de tu abuela? — Me retraigo. —
¿Esperabas que la indignación la devolviera a la vida?
— ¡Es un vestido normal!
—Si es tan normal. — digo, acercándola lentamente hasta que
por fin sus tetas se aplastan contra mi pecho y las dos gemimos. —
¿Por qué quiero arrancártelo?
—No lo sé, pero creo que debería entrar. — susurra contra mi
boca.
—Iré contigo, sugar.
—Oh, no lo creo.
— ¿Porque te he ofendido?
—Sí. —Sigue intentando parecer enojada, pero no me detiene
cuando agarro la parte exterior de su muslo desnudo y empiezo a rozar
su cadera con la palma de la mano, levantando el lateral de su vestido
en el proceso. —Y de todas formas, no te conozco.
Me asalta una visión en la que chupo sus tetas turgentes
mientras ella rebota sobre mi polla y ya no tengo ni un gramo de
sangre en las regiones septentrionales de mi cuerpo. —Déjame entrar
y nos conoceremos muy bien, te lo prometo.
—Eso es lo que me temo.

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— ¿Por qué?— Mi mano llega a su cadera y la aprieto, antes de
rodear su culo y amasarlo con fuerza, con la polla erguida y palpitante
en mis vaqueros. Hijo de puta, es un buen culo. —Espera. No me digas
que confundí a una virgen con una puta.
Jadea, empezando a forcejear un poco contra mí. —No puedo
creer que hayas dicho esa palabra.
Levanto una ceja confuso. — ¿Cuál, sugar?
—Deja de llamarme sugar. — dice furiosa, la cosita luchadora.
— ¿Cuando tengo la sensación de que eres extra dulce? No, el
apodo se queda. — Agarro dos puñados de ese dulce culo y la levanto,
sonriendo cuando sus piernas rodean mis caderas automáticamente.
Y me arrodillo con mis labios succionando el lateral de su cuello. —
Ahora déjame que te tumbe en la hierba para que podamos solucionar
esto... que está pasando entre nosotros. ¿De acuerdo?
Tiene los ojos entrecerrados y el coño caliente sobre mi regazo.
— ¿Qu-qué co-cosa?
La tumbo boca arriba y me desabrocho los vaqueros, sin
importarme quién sea. Virgen, puta, ángel, marciana del espacio
exterior. Solo ansío meterle la polla para consumar algo que parece
predestinado. Un destino hacia el que me he estado dirigiendo sin un
mapa y ahora que estoy aquí, necesito echar raíces. Este es mi hogar.
Ella es... mi hogar.
—Ya sabes lo que tengo que hacer, Shiloh. — gruño, subiéndole
la falda hasta las caderas, enganchando un pulgar en la cintura de
sus bragas y arrastrándolas hacia abajo. —No lo entiendo, pero... ni
siquiera puedo mirarte sin estremecerme. — gruño contra sus labios,
dejo caer la parte inferior de mi cuerpo hasta la acogedora V de sus
muslos y me balanceo hacia delante, escuchando su gemido resonar
por el prado. —A ti te pasa lo mismo. Dime que te hago temblar con
solo respirar. Dime que no estoy solo.
—Yo... — Se estremece cuando le lamo la curva de la garganta.
—Dios, no estás solo.
—Dime. ¿Cuántos años tienes, sugar?
—Dieciocho.

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—Gracias a Cristo. Deja que te folle. — gimo en su oído,
agachándome para colocar mi polla. —Déjame darte una buena follada
para que pueda pensar con claridad...
Es entonces cuando lo oigo.
Un sonido que nunca había oído en mi vida. No como este.
Mis ojos se dirigen al cielo y me quedo helado, con el corazón
subiéndome a la boca. Es un avión. He visto un avión antes, pero no
de este tamaño. No tan... ¿moderno? Es enorme. Una ciudad voladora.
¿Cómo se mantiene en el aire? ¿Es una luz azul en el morro? ¿Cómo
es azul?
Las alarmas empiezan a sonar en mi mente y ya no puedo
ignorarlas. El avión me ha desorientado, me ha obligado a mirar a mí
alrededor y a darme cuenta de que nada en mi casa parece igual. Hay
un tractor verde gigante que no tiene sentido. Es algo del futuro, pero
no un futuro que yo mismo pudiera haber imaginado. Hay luces
adosadas a la casa donde antes no las había.
Hay un granero en el límite de la propiedad que no estaba ahí
hace diez minutos.
¿Es una camioneta? El exterior es tan brillante. Parece una
maldita nave espacial.
—Shiloh, ¿dónde estoy?— digo con voz gruesa. — ¿En qué año
estamos?
Sus ojos se clavan en los míos y algo parecido a la incredulidad
parpadea en los suyos. —Es... veinte veintitrés. — En un susurro,
añade: —Obviamente. ¿Verdad?
El mareo sangra en mi cabeza como tinta derramada y ahora hay
dos de mis chicas soñadas, sus caras nadando y dando vueltas frente
a mí. Seguro que esto no es real.
— ¿Qué año creías que era? — pregunta, casi como si temiera
oír mi respuesta.
Apenas puedo ahogar las palabras. —Mil novecientos cuarenta
y nueve.

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Capítulo 3
SHILOH

Mi cocina luce igual que cuando la dejé.


Excepto por el vaquero gigante y sin camisa del pasado sentado
a la mesa del comedor con la cabeza entre las manos llenas de
suciedad. Mira todo a su alrededor -los electrodomésticos, la pila de
brillantes anuncios por correo, el portátil que se carga en un rincón-
con la cautela de alguien que se ha dejado caer en un nido de
serpientes.
—Tal vez esté sufriendo un ataque de nervios y tú seas producto
de mi imaginación. — murmuro, dejándome caer como una piedra en
la silla frente a Blaste. —Ha sido un día muy largo y la pena le hace
cosas raras a la gente.
Blaste levanta la cabeza. —Por si no lo he dicho antes, siento lo
de tu abuela. — dice, aún aturdido. Los dos lo estamos. Mantener una
conversación sobre cualquier cosa que no sea el asunto que nos
ocupa, conocido como su llegada de mediados del siglo XX, parece
absurdo, pero hemos acordado tácitamente facilitar el tema.
—Se llamaba Fran. Le habrías caído bien. — le digo. —No sé
cómo lo sé, pero lo sé. Le gustaban los grandes personajes. Los
llamaba creadores de historias.
Me estudia, con un zumbido en la garganta. —No soy producto
de tu imaginación, Shiloh. Soy real. Y no podemos tener la misma...
alucinación. — Se inclina para mirar la fecha en la parte superior del
periódico de esta mañana y la tensión entrecorta su boca. —No sé
cómo llegué aquí, solo que me sentí... arrastrado hacia atrás por el ojo
de una cerradura. — Unos ojos intensos encuentran los míos. —
Necesitaba llegar hasta ti. Y eso fue todo.
Un fuerte calor pesa en mi estómago.
Iba a dejar que este hombre, este extraño me quitara la
virginidad en el campo.

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Durante un fugaz puñado de segundos, nada me había parecido
tan bien. Estaba destinada a ser tocada, moldeada, besada y frenética
con él. Simplemente lo estaba. Pero ahora que estamos sentados a la
luz artificial de la cocina, me ordeno a mí misma mantener la cabeza
despejada. Lo imposible ha sucedido. He obligado a un hombre a
atravesar el tiempo. Ahora, ¿qué voy a hacer con él?
— ¿Tienes hambre?— Le pregunto.
—Sugar, siempre tengo hambre. — Se aparta de la mesa y se
mueve el ala delantera de su sombrero de vaquero, dejándolo en un
ángulo extraño sobre su cabeza. —Me encantaría ver cómo me
preparas algo de comer, mujer.
Así de fácil, me siento bastante bien por seguir conservando mi
virginidad. —Tenemos que hablar de cómo han cambiado las cosas
desde mil novecientos cuarenta y nueve, Blaste. Las mujeres no son
meras sirvientas esperando órdenes de un hombre. Ya no hay comidas
calientes esperando en la mesa, porque en la mayoría de los casos, un
hogar necesita dos ingresos para sobrevivir en esta economía. Las
mujeres no podemos pasarnos el día haciendo la comida: también
trabajamos.
— ¿Tienes trabajo?
—Bueno, todavía no. Acabo de graduarme en el instituto.
Silba por lo bajo. —Parece que tienes mucho tiempo libre.
Tiempo que podrías emplear en hacerme un sándwich. — Se palpa el
estómago, que está increíblemente firme y salpicado de vello oscuro.
—No he comido desde el cuarenta y nueve. Ten corazón.
Lo miro sin comprender. —Es imposible que seas mi persona.
Eso llama su atención y se sienta más erguido. — ¿Qué ha sido
eso?
—Nada. — murmuro, apartándome de la mesa y dirigiéndome a
la nevera, sacando los fiambres y la mayonesa. Un tomate. Lo llevo
todo a la tabla de cortar, junto con dos rebanadas de pan del armario.
Su silla roza el suelo cuando se da la vuelta para observar mi traición
al movimiento por los derechos de la mujer. Miro hacia atrás por
encima del hombro y veo que su atención se centra en mi trasero. En
mi espalda. Arrastra el labio inferior entre los dientes y emite un

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sonido profundo en la garganta. Debería darme ganas de golpearle en
la cabeza con la bolsa de pan, pero en lugar de eso, siento un revuelo
terriblemente maravilloso en el estómago y se me pone la carne de
gallina. Le estoy haciendo un sándwich a este hombre mientras me
cosifica y eso no debería hacerme sentir tan... húmeda y flexible y
temblorosa... por todas partes.
Pero lo hace.
Genial.
— ¿A qué te referías cuando dijiste que no podía ser tu persona?
Es difícil ignorar el hecho de que su voz es más grave ahora. —
Bueno... Antes de que... llegaras, estaba teniendo un momento de
autocompasión. Me sentía mal conmigo misma. Y deseaba... — Suena
tan ridículo admitir esto en voz alta. —Deseé a mi persona. — Frunzo
los labios mirándolo por encima del hombro, juguetonamente. —Me
pregunto si te habrás cruzado con él de camino aquí.
La silla sale volando por la cocina cuando Blaste se pone en pie
de un salto, su fuerza me empuja hacia delante contra la encimera,
su pecho duro y agitado contra mi espalda, su boca en la falda de mi
cuello. Y es como si fuéramos dos paletas de choque conectándose, la
electricidad recorriéndome las venas, cada músculo de mi cuerpo
debilitándose total y completamente. Dejo caer con estrépito el
cuchillo de mantequilla que tengo en la mano y me concentro en
inhalar, exhalar, apoyándome en mis piernas de gelatina. —Adelante.
— gruñe, sus labios se deslizan por mi cuello, su aliento caliente
convierte mis pezones en lanzas. —Haz como si no lo sintieras.
—Lo siento. —Me tiembla la voz. —Lo siento.
—Soy tu persona, Shiloh. Me llamaste y vine. — Lentamente,
coge el cuchillo y sigue preparando el sándwich conmigo de pie en el
círculo de sus brazos. —He recuperado el autocontrol suficiente para
no follarte de golpe con ese vestido de zorra, sugar. Pero que Dios me
ayude, si vuelves a insinuar que hay alguien más ahí afuera destinado
a mi mujer, no seré responsable de mis actos.
Su mujer. Estoy casi avergonzada por el retorcido aceleramiento
al sur de mi ombligo. ¿Por qué no estoy indignada por su repugnante
discurso? ¿Por qué me hace sentir acalorada, necesitada y confusa?

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¿De verdad eres tan rápida para cambiar tus normas? —No puedes...
no puedes decir estas cosas así como así. La forma en que me hablas
es inaceptable.
Deja el cuchillo y desliza lentamente sus manos callosas por mis
pechos, amasándolos con rudeza, sacando de mi garganta un sonido
que no tenía ni idea de que podía hacer. Es un quejido crudo. Es
hambre a regañadientes. —Puede que quieras hacerle saber a tu
trasero que mis palabras son tan inaceptables, sugar. Si te frotas así
contra mi polla un poco más, vas a acabar conmigo antes de que yo
acabe este sándwich.
En efecto, mis caderas empujan hacia atrás, mi trasero hace
círculos contra el gran bulto tras su cremallera mientras él me toca
los pechos, los agita y me acaricia los pezones duros con los pulgares.
Me siento tan bien, tan salvaje y bien, pero he perdido por completo
cualquier atisbo de autocontrol. Mi reacción ante este hombre no es
normal y hay tanto que averiguar, tanto de lo que preocuparse, como
de cómo hemos destrozado las reglas del espacio y el tiempo. Por no
hablar de cómo va a llegar a casa. Y de verdad, necesito recomponerme
para resolver estos problemas.
— ¿Quién vive aquí contigo, sugar?— Desliza una mano por
dentro de mi escote, amasando mi pecho desnudo con un gemido
áspero. — ¿Viene papá o mamá a casa y podría atraparme con las
manos en este precioso cuerpecito?
—Uh. — ¿Viene? Apenas puedo pensar con claridad. —Mi-mi
madre. Mi madre. Está en el hospital. No volverá hasta mañana.
—No deberías haberme dicho eso, Shiloh. — me regaña al oído,
las caderas meciéndose contra mí, lo bastante fuerte y cerca como
para ponerme de puntillas, sus manos dibujando mi escote hacia
abajo, hacia abajo. — ¿No sientes mi polla dura? ¿No sabes dónde
quiero meterla?
El punto de no retorno se acerca muy deprisa. No sé cómo lo sé,
siendo que soy tan inexperta como es humanamente posible cuando
se trata de hombres. Sin embargo, algo me dice que si no piso el freno,
voy a dejar que Blaste se salga con la suya, aquí mismo, en la cocina.
Y puede que me excite confusamente su actitud machista, pero no

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cederé tan fácilmente. Por supuesto que no. Ni dejaré que mis
hormonas me distraigan de las conversaciones que hay que tener.
Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, lucho por
liberarme del lugar entre Blaste y el mostrador, arreglándome
apresuradamente el escote y alisándome el pelo mientras él se queda
a escasos centímetros, observándome atentamente, con el pecho
subiendo y bajando a base de respiraciones superficiales.
— ¿Podemos ir más despacio? —medio gimoteo, cuando
accidentalmente rozo mi propio pezón duro.
Se pasa los diez dedos por el pelo, haciendo cosas increíbles en
los músculos del pecho, los tríceps. Se me hace agua la boca. — ¿Por
qué?
— ¿Por qué? ¡Acabamos de conocernos!
Deja caer las manos pesadamente a los lados. —Ah Jesús,
Shiloh. Admitimos que esta mierda entre nosotros no es normal. —
dice, haciendo un gesto entre nuestros pechos. —Deja de intentar que
lo sea. Deja que sea lo que es.
Hay algo muy atractivo en su forma de pensar en blanco y negro,
pero no estoy dispuesta a aceptarlo. —Es que suelo ser una persona
muy racional. No sé cómo conciliar lo que está pasando. Siempre
pensé que la historia que me contó mi abuela era una leyenda, pero
resulta que... ¿no lo es? Eres un verdadero viajero en el tiempo. Se
supone que no deberías estar aquí. Sé que tenías novelas de ciencia
ficción en los cuarenta, ¿verdad? Este tipo de cosas tienen
repercusiones históricas. ¿Qué vamos a hacer al respecto? Rompimos
el calendario.
—No sé qué vamos a hacer al respecto. — suspira, pero mientras
me observa atentamente, su boca se curva en un extremo. —Pero eres
aún más linda cuando despotricas sobre historia y ciencia. Eres un
poco cuadriculada, ¿verdad, sugar?
—Deja de cambiar de tema.
—De acuerdo. — Da una palmada y exhala, tomándose
visiblemente un momento para refrenar sus pensamientos
caprichosos. — ¿Pero podemos hablar de esto mientras me doy una
ducha? No quiero ensuciar tus sábanas.

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Ya está caminando a mi lado, por el pasillo hacia el baño. —
¿Quién ha dicho que vayas a acercarte a mis sábanas?
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
— ¿Y cómo sabes dónde está el baño?
Blaste se detiene con la mano en la jamba de la puerta del baño.
—Ah, ¿no te he dicho que ésta es mi casa? — Inclina la cabeza hacia
la puerta del otro lado del pasillo. —Esa es mi habitación.
Se me desencaja la mandíbula. —No, esa es mi habitación. —
Lentamente, se me ocurre algo potencialmente horrible. —Espera.
¿Cuál es tu apellido?
—Callahan. — Frunce el ceño. — ¿Por qué?
Me desplomo aliviada. —No tenemos ningún Callahan en
nuestro árbol genealógico. Lo sé porque está en la portada de la Biblia
de mi abuela. Me lo sé de memoria. — Agito las manos. —Además,
acabo de recordar que su familia compró el rancho a mediados de los
cincuenta. No importa.
—Me pregunto por qué lo vendimos. — Lo medita un momento.
— ¿Estás satisfecha de que no sea tu bisabuelo?
Le lanzo una sonrisa burlona. —Nunca está de más estar segura.
En sus ojos brilla el humor mientras tamborilea con los dedos
sobre el marco. —Supongo que este es nuestro dormitorio, sugar. —
Desaparece en el baño y dice: —Espero que la cama sea tan sólida
como la recuerdo.

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Capítulo 4
BLASTE

Todo en el cuarto de baño parece jodidamente raro.


Hay enchufes con botoncitos negros y rojos. La forma del
botiquín es más afilada, menos redondeada. Las paredes están
pintadas de blanco, los azulejos son grises. Los mangos de los grifos
son nuevos, brillantes, metálicos. Afilados, afilados, afilados. El bote
de champú dice contener aceite de argán. ¿Qué demonios es eso y es
realmente necesario?
Cuando me doy cuenta de que se me acelera el pulso, respiro
hondo para calmarme y giro la manivela de la ducha, iniciando el
alarmante chorro de agua a presión. No quiero que Shiloh sepa que
estoy nervioso. Que me siento encerrado en un sueño extraño en el
que todo me resulta familiar y totalmente desconocido al mismo
tiempo. Ella es mi única ancla, aunque esa es solo una de las millones
de razones por las que no puedo dejar de tocarla. También es suave,
preciosa, enérgica e inteligente. Y mía. No puedo olvidarlo. Cada latido
de mi corazón me lo dice.
Y si voy a tener éxito con ella, necesita tener confianza en mí
como hombre, ¿verdad? No puede saber que tengo un nudo en el
estómago, preguntándome si volveré a ver a mi familia. ¿Estarán
todos... muertos? Mi padre nació en esta casa. Si ya no está aquí, debe
haberse ido. Lo mismo que mi madre. Yo... acabo de verlos esta
mañana. Jóvenes, cuidando los caballos. Es demasiado abrumador
imaginar que todos se han ido. Asimilar el hecho de que he
parpadeado y han pasado setenta y cuatro años. No debería ser
posible, pero aquí estoy.
Esta necesidad del tamaño de una bala de cañón y el afecto y la
conexión dentro de mí para Shiloh me trajo aquí y es donde quiero
perderme, así que eso es lo que voy a hacer. Soy un hombre. Ella
necesita saber que soy fuerte. Confiable. Inquebrantable. Los hombres
no muestran miedo o debilidad.

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— ¿Estás bien ahí adentro?— Su dulce voz se oye por encima del
chorro de la ducha. —Dejo una toalla en el lavabo.
—Quédate. — Me encoge la nota de desesperación en mi voz,
agradeciendo que no pueda verme a través de la cortina de la ducha.
—Podríamos hablar de todo esto mientras me limpio, ¿no?
Una breve pausa. —Sí.
Aliviado por no estar solo, cojo el jabón y empiezo a
enjabonarme, a frotarme el pecho, las axilas y el vientre, haciendo una
mueca de dolor mientras me limpio la polla y los huevos, ya que aún
estoy considerablemente tieso. Puede que me quede tieso el resto de
mi vida, ahora que sé cómo es su trasero contoneándose en mi regazo.
Por Dios. Ni siquiera sabía que lo estaba haciendo. No puedo ni
imaginarme cómo se pondrá cuando intente que me corra. Me trago
un gemido. — ¿Cuál es la historia que te contó tu abuela, sugar?
—La historia del Árbol de los Deseos. El árbol donde te oí
llamarme.
Me gusta tanto el sonido de su voz mezclado con el chorro de
agua que tengo que apoyar la frente en la pared de la ducha y cerrar
los ojos. —Yo también te oí llamarme.
Pasa un rato en silencio. —Mi abuela me contó que, cuando tenía
veintitantos años, uno de los granjeros fue al Árbol de los Deseos y
suplicó por su alma gemela. Ella lo vio desaparecer. Nunca volvieron
a verlo.
Abro los ojos de golpe.
Al azar, cierro el chorro de la ducha, con el pulso a cien por hora.
—Shiloh.
— ¿Qué?
Retiro la cortina de la ducha, olvidando momentáneamente que
estoy desnudo. Y me acuerdo muy rápido cuando unas brillantes
manchas rosas manchan sus mejillas y ella se apresura a pegar los
ojos al techo. —Amigo.
Una sonrisa se dibuja en mis labios. —Perdona, ¿me tiras la
toalla?

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Tantea la raída toalla azul y me la lanza.
Pero la atrapo mirando. Solo una fracción de segundo.
Reprimiendo mi sonrisa astuta, me seco con la toalla y mis
pensamientos vuelven rápidamente a la historia que me ha contado.
— Shiloh, no vas a creer esto, pero tengo un tío por matrimonio
llamado Marlin. Mis padres siempre bromean diciendo que cayó del
cielo azul una tarde en que mi tía Lucille suplicó al Árbol de los Deseos
por su alma gemela. Se casó con ella cuando yo era un niño. Había
algo... diferente en él. Siempre parecía un poco desconcertado. No
crees que...
Parece contener la respiración. —No lo sé. Tal vez sea el peón del
rancho. Mi abuela nunca me dijo su nombre. Así que... cada alma
gemela tiene que estar deseando al mismo tiempo, supongo. — Una
línea se forma lentamente entre sus cejas. —Había otra parte de la
leyenda que no puedo recordar, pero estoy segura de que vendrá a mí.
— ¿Era la parte de volver a casa? — pregunto, asegurándome la
toalla alrededor de las caderas.
Se hace un gran silencio. —Quieres... bueno, obviamente quieres
volver a casa.
Tras su afirmación, levanto la vista, notando su expresión de
asombro, aunque la disimula rápidamente. —Para que quede claro,
no voy a ir a ninguna parte sin ti. Ni al pasado, ni al futuro, a ninguna
parte.
—Eso es... —parpadea en rápida sucesión, haciéndome pensar
que le gusta mucho el voto, pero tal vez no quiere que le guste. —Es
toda una promesa.
La miro a los ojos y asiento. —Pienso cumplirla.
Parpadea. —No te pareces en nada a otros hombres que he
conocido.
—Lo has mencionado. — digo secamente, saliendo de la bañera
y acercándome a ella, disfrutando de su respiración entrecortada y
sus párpados más pesados.
—Solo que esta vez lo digo en el buen sentido. Dices lo que
piensas. A veces lo que piensas es sucio y anticuado, pero otras veces

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es increíblemente agradable. Tu franqueza. La honestidad. Eres de
esos hombres que dan la mano para sellar un trato y no faltan a su
palabra, pase lo que pase. ¿Verdad?
Me detengo frente a ella y agarro su espectacular trasero,
empujando sus caderas contra las mías, riendo en voz baja por la
forma en que me mira el pecho. —Claro que sí, Shiloh.
— ¿Qué vamos a hacer mañana? — dice, aturdida.
—Puedes enseñarme tu mundo. Cómo ha cambiado con respecto
al mío. Podemos conocernos por dentro y por fuera. — Inclino la
cabeza y lamo su boca, sintiendo cómo mi polla sube otro grado,
engrosándose. Doliéndome. Señor, mi hambre por esta chica es casi
cegadora. Puedo sentir mis pelotas palpitando, el regalo de mi corazón
envuelto en mi garganta, cada molécula de mi cuerpo rugiendo por
más de su cercanía. — ¿Pero ahora, Shiloh?— Acerco mi boca a su
oído y susurro. —Me gustaría llevarte a la cama, meterte ese vestido
de zorra hasta las caderas y dejar una carga dentro de mi mujer. Y
luego irás a hacerme otro puto sándwich mientras te chorrea por los
muslos. — Le agarro el lóbulo, tirando suavemente. —Tu orgullo no te
va a dejar decir que sí, así que asiente y yo me encargaré del resto.
Cuando me alejo para juzgar su reacción a mi plan para la
noche, no veo lo que esperaba. En lugar de impaciencia o gratitud, la
chica parece dispuesta a cortar con una sierra las joyas de mi familia.
Antes de que pueda preguntar a Shiloh qué parte le parece objetable,
saca un pequeño juguete de cristal del bolsillo trasero. Le da un
golpecito en la parte delantera y se ilumina una pantalla rectangular.
Su pulgar se desliza como un correcaminos sobre la superficie
reflectante.
— ¿Qué demonios es eso? —le pregunto.
—Oye, Siri. — dice, ignorándome. — ¿Qué es el orgasmo
femenino?
¿Creerías que ese maldito juguete empieza a responderle? Casi
salgo de mi puta piel cuando una voz de dama electrónica y nasal
responde: —Esto es lo que he encontrado. — y un montón de palabras
empiezan a aparecer en la pantalla. Me tambaleo hacia atrás, mis
hombros golpean la pared del pasillo y la toalla que me rodea la
cintura casi se me cae.

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— ¿Es una radio bidireccional? —Alargo la mano y toco el cristal.
— ¿Con quién estás hablando?
—No es una radio. Es inteligencia artificial. — Shiloh se atreve a
sonreír mientras dice palabras que solo he oído en cómics o novelas
de bolsillo. —Es un ordenador.
Un sudor frío me recorre la nuca. — ¿Puede vernos ahora
mismo?— susurro.
Shiloh mastica mi pregunta. —Ese es un tema muy debatido.
Creo que todos hemos decidido que los teléfonos pueden vernos y
oírnos, pero todos dependemos demasiado de ellos como para
preocuparnos en este momento.
—Ve a hacer la maleta, sugar. Volvemos a los años cuarenta.
Con los labios crispados, me golpea la palma de la mano con el
dispositivo y gira sobre sus talones para entrar en nuestro dormitorio.
Una vez adentro, me mira de nuevo y se detiene con la mano en el
pomo. —Presiona el botón del lateral para preguntarle a Siri lo que
quieras saber. Creo que mi pregunta era un buen punto de partida,
¿no crees?
—Orgasmos femeninos. — Le hago una mueca. — ¿Crees que no
sé lo que es eso?
Mueve una cadera sexy, con los labios fruncidos en señal de
desafío. — ¿Qué es?
Por mucho que quiera irrumpir en la habitación, tirarla a la
cama y estrujar ese cuerpo apretado hasta que se me quite el hambre,
debo admitir que me he quedado en blanco. —Es... cuando una mujer
siente placer. — Carraspeo con fuerza. —Lo mismo que un hombre.
—Sí, pero ¿cómo se consigue?
Santa mierda.
No tengo ni puta idea.
—La mayor parte de mi experiencia ha sido, uh... bueno. — Mi
cuello pasa de frío y húmedo a muy caliente. —En mi pueblo, en mi
época, si te acuestas con una chica del pueblo, más vale que te cases
con ella. ¿Entendido? No me gusta ninguna lo suficiente como para

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atarme. Mi única opción ha sido, uh... bueno, debería decir que mi
hermano y yo, preferimos no comprometernos con las mujeres.
Preferimos hacer lo que hay que hacer con ellas en la ciudad y volver
a casa. Nada... romántico.
Shiloh, como siempre, parece ir muy por delante de mí. —Pagas
por sexo.
— ¿No lo hacen todos los hombres?
—No.
Mis cejas deben estar tocando el techo en este punto. — ¿Ahora
es gratis?
—Sí. —Su mirada se dirige al pequeño ordenador que tengo en
la mano. —Si una mujer dice que sí y puedes hacer que valga la pena
su tiempo. Incluso yo sé de estas cosas y soy virgen.
Esa confirmación de que nunca la han tocado envía un rayo de
adrenalina a mis entrañas. —No por mucho tiempo, sugar.
No creas que no me doy cuenta del renovado puchero de los
pezones. Puede que me esté dando largas, pero quiere que la folle. El
sonrojo, la voz ronca, la forma en que sigue mirando el contorno de mi
erección a través de la toalla lo demuestran. —Pe-pero acabas de
descubrir que el sexo es gratis y, técnicamente, soy una chica de aquí.
— Levanta la barbilla. —Pensé que no querías estar atado.
Doy un paso en su dirección, luego otro, así que tiene que
inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme, y la conciencia en sus
bonitos ojos marrones es gratificante como el infierno. —He dejado
muy claro que ahora estamos atados, Shiloh. Y punto. Fin. Para
siempre. Poner mi semen dentro de ti es solo sellar el trato.
—No hasta que sepa que voy a obtener algo de ello además de
un desastre que limpiar y un viaje a la cocina.
—Sabía que debía haber omitido la parte del sándwich.
—Feliz estudio.
Me cierra la puerta en las narices y la cierra con llave.

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Capítulo 5
SHILOH

Resulta que no es fácil dormir cuando hay un machista viajero


en el tiempo certificadamente caliente sentado en tu salón haciéndole
preguntas íntimas a Siri.
—Siri, ¿cómo hago que mi bella futura esposa tenga un
orgasmo?
— ¿Cuánto tarda una mujer en tener un orgasmo?
— ¿Por qué, en el santo nombre de Jesús, una mujer tarda tanto
en tener un orgasmo?
Después de un rato, se vuelve más específico y empiezo a
retorcerme en las sábanas, antes de que finalmente me acalore
demasiado y me las quite del todo de una patada, mirando fijamente
la luz que se cuela por los bordes de la puerta de mi habitación.
—Siri, ¿por qué ya no puedo decir la palabra ‘puta’?
— ¿Cómo debo hablarle a la chica con la que quiero casarme?
—Háblame de preliminares. Nunca he oído hablar de eso.
— ¿Cuál es la mejor manera de hacerle sexo oral a una mujer?
Un fino rocío comienza a brotar a lo largo de mi piel, mi pecho
se eleva y desciende, arriba y abajo, en un rápido patrón. Me dije a mí
misma que no iba a esperarlo despierta. Me he recordado una docena
de veces que no estoy obligada a acostarme con este hombre
increíblemente atractivo de boca sucia. Pero mientras permanezco
tumbada en la oscuridad y mis bragas se humedecen cada vez más
por la profunda ronquera de su voz, la naturaleza sexual de sus
preguntas, finalmente me admito a mí misma que... quiero acostarme
con Blaste.
No, lo necesito.

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Hice bien en mantenerme firme y exigirle más, pero no puedo
fingir que no me muero por sentir su cuerpo sobre el mío, entre mis
piernas. Que no estoy deseando más besos, más caricias de sus manos
en mis muslos, su profundo susurro en mi oído.
Me siento en el colchón, camino lo más silenciosamente posible
hasta la puerta y la abro. Luego me quito la camiseta de tirantes y me
quedo desnuda, salvo por un par de bragas negras. Vuelvo a
tumbarme en la cama, esta vez boca abajo, y me coloco en una
posición tentadora. Doblo la pierna izquierda, separándola de la
derecha. Inclino las caderas. Me pongo las bragas en forma de tanga
y dejo al descubierto la redondez de mis mejillas. Y por alguna razón,
todo este trabajo que estoy haciendo para parecer tentadora a Blaste
me excita y me encuentro apretando las caderas contra el colchón,
balanceando la parte inferior de mi cuerpo, dejando escapar
bocanadas de aire en la almohada.
Nunca me había sentido tan sexy. No era una de las chicas más
deseadas o populares del instituto. Después del incidente del primer
año, agaché la cabeza y me escondí detrás de los libros. Los chicos no
me hablaban, a menos que necesitaran hacerme una pregunta sobre
los deberes o copiar mis apuntes. O para decir algo cruel y falso.
La atracción que Blaste siente por mí es genuina. La mía es la
misma por él.
Eso hace que decir sí sea correcto.
Hasta que oigo a Blaste dejar mi teléfono en la mesita y
levantarse, sus pasos crujiendo las tablas del suelo en su camino
hacia el dormitorio, no se me ocurre que no sé cómo complacer a un
hombre. Y que quizá yo misma podría haberme beneficiado de una
sesión de Siri.
—Upss. — susurro a la almohada.
El pomo de la puerta gira. Una luz tenue se extiende sobre la
cama y cierro los ojos, fingiendo estar dormida. Consigo mantener la
respiración tranquila hasta el momento en que gime y maldice, y oigo
su toalla caer al suelo. Ahí es cuando mi respiración se vuelve errática,
mi corazón rebota en mi caja torácica, los dedos se clavan en la sábana
ajustable.

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—Veo que estás despierta, sugar. Y sé que has abierto esta
puerta por alguna razón.
El extremo del colchón se hunde, los muelles protestan contra
su peso mientras se arrastra sobre mí lentamente. Tener los ojos
cerrados mientras su cálido aliento recorre mi espina dorsal es casi
una sobrecarga sensorial, y eso antes de que sus labios abiertos
empiecen a trazar la pendiente de mis hombros, su regazo
presionando la redondeada colina de mi trasero, rozándome lo justo
para no ser suficiente.
—Muy bien, Shiloh. — dice con voz espesa contra mi oído. —
Gracias por obligarme a hacerlo. Creo que no se me ocurrió... bueno,
supongo que no me enseñaron bien. Sobre lo que necesitas. Ahora que
lo sé, preferiría morir antes que no dártelo. Ahora voy a cuidar muy
bien de tu coño, sugar, puedes confiar en mí. — Cierra los dientes
alrededor de mi oreja y la muerde, dejando caer su regazo
completamente contra mi trasero. La gravedad empuja todo su peso
sobre mí, forzando un jadeo de mi boca, haciendo que mis ojos se
abran de par en par. —Pero dejemos una cosa clara, ¿de acuerdo? Soy
un hombre. Soy un proveedor, un protector y a menudo un animal. A
veces llegaré a casa después de un duro día de trabajo y te tomaré en
el porche como a una puta. Luego querré cenar. Te lameré el coño y te
diré que eres jodidamente hermosa, porque Dios sabe que lo eres.
Diablos, te sentaré en mi regazo y te daré de cenar con una cuchara
si estás demasiado cansada de recibir mi polla para levantar los
brazos, pero joder, vas a encontrarte conmigo a mitad de camino. —
Desliza una mano por debajo de mí, por la parte delantera de mis
bragas y me agarra el sexo con una mano callosa, haciéndome gritar.
—No sé qué clase de niños de mamá azotados tienes viviendo en este
siglo, pero no soy uno de ellos. Soy duro. Soy tradicional. Pero vas a
estar tan segura y satisfecha conmigo, que no te importará. ¿Tenemos
un acuerdo?
Antes de que pueda responder, desliza su dedo corazón dentro
de mí, empujándolo hasta el fondo, tan profundo, que espero que me
duela, pero no es así. ¿Quizá porque estoy muy mojada? Y mi voz se
entrecorta en un gemido cuando añade su dedo anular, bombeando
dentro y fuera una vez, dos veces, su grosor creciendo entre la
hendidura de mi trasero.

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—He dicho... — Me mete los dedos hasta el fondo, hasta que
tiemblo por la increíble presión. — ¿Tenemos un acuerdo, Shiloh?
—Sí. — grito.
Porque nada de lo que he leído o me han dicho importa en este
momento. Es la parte más elemental de mí misma la que responde.
Quiero ser objeto de la lujuria de este hombre. Quiero ser la que lo
alimente, físicamente, emocionalmente. En todos los sentidos. Es mi
trabajo. Mío. Y necesito empezar ahora. Necesito sentir que me usa y
me trata como su hembra y nada más. Es lo que es. No voy a renunciar
al terreno que he ganado, pero también voy a perder algo para
satisfacer una parte de mí que no sabía que existía. Para cumplir con
él, al mismo tiempo.
Que así sea.
—Sí. — vuelvo a decir, agarrándome al colchón.
—Buena chica. — me gruñe en el cuello, bajándome las bragas
con manos impacientes. Me llega hasta las rodillas cuando me las
quito torpemente. —Ahora date la vuelta y abre las piernas. Veamos
lo que he aprendido.
La timidez intenta atraparme en su trampa, porque nunca he
intimado con un hombre y de repente aquí estoy, en lo más hondo,
pero Blaste no espera a que haga el movimiento. No, me da la vuelta
y...
Oh.
Oh, Dios mío.
Está a contraluz por la luz del pasillo, la parte delantera de su
impresionante físico besada por las sombras y hay montañas y valles
por todas partes. Corte áspero, músculos de vaquero. Sus ojos están
cargados de un hambre inmensa, como si necesitara más pruebas
cuando su eje está erguido, curvado y ancho contra su abdomen
apretado como un tambor.
Mis piernas se abren solas.
—Hijo de puta, sugar, harías viajar a un hombre a través del
espacio y el tiempo, ¿verdad? Pequeña cosa húmeda y sexy con esos
ojos grandes e inocentes. Estoy a punto de hacerte temblar. — Se

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inclina y escupe sobre mi sexo, frotando su saliva por mi carne con el
pulgar, sus ojos brillan de lujuria mientras sigue el camino de su obra.
—Una mujer necesita estar bien empapada. Eso es lo primero que
aprendí. Luego leí sobre todas las formas de hacerlo. Voy a lamerte el
coño como si fuera una bola de helado de fresa.
Esos dos dedos mágicos están de nuevo dentro de mí, entrando
y saliendo mientras Blaste se pone boca abajo, besando el interior de
mis muslos, mi estómago, mordisqueando mis caderas. Mis dedos de
los pies se extienden y se clavan en el colchón, mis dedos buscan su
pelo, se agarran, mi aliento casi se ha ido por completo de mis
pulmones cuando él posa sus labios sobre mi clítoris y empieza a
masajearme ahí. Lentamente. Suavemente.
Lo hace durante largos minutos, sin prisas, mientras yo empiezo
a respirar cada vez más deprisa.
Mis pechos se agitan y mis pezones se agitan dolorosamente.
—Despacio. — susurra contra mi carne. —Así se hace, ¿eh?
—Sí. — jadeo. —Sí.
Sus pulgares se clavan suavemente en el interior de mis muslos,
su aliento caliente y ansioso, sus caderas inquietas contra la cama. —
Voy a tratar a este pequeño capullo tan condenadamente bien que
cuando te dé una palmada en el culo y te pida una mamada, te
arrodillarás delante de mí con la puta lengua afuera.
Muy bien, ahora... tengo que darle otra bofetada en la cara.
¿Verdad?
Sí. Lo haré. En un segundo.
Pero ahora está aplastando su lengua sobre ese sensible nódulo
y puliéndolo con lametones rápidos, rápidos, rápidos, que aumentan
con la presión. Una presión tan perfecta que le tiro del pelo y arqueo
la espalda, jadeando, mirando al techo con asombro, pero sin verlo
realmente. Solo veo estrellas. Oh... oh Dios, ¿qué es esa sensación de
dibujo en mi vientre? Es una atracción. Un tirón terrible. Un espasmo
de músculos que crece en intensidad y moriré si no llego al otro lado
de él. Sé que es un orgasmo. Pensé que me había dado uno antes, pero
no se sentía así. El mío fue un chillido de ratón y esto es el rugido de
un león.

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—Maldita sea. Puedo sentirlo. — Me mira, sus ojos cargados de
lujuria y me lame más rápido, más rápido, añadiendo ahora sus
dedos. Los desliza hasta el fondo, los mantiene ahí mientras presta
atención explícita a mi clítoris, lo frota, lo rodea y le hace el amor como
si fuera el centro de su universo, y cuando lo succiona suavemente,
simplemente me autodestruyo, un grito que sale disparado de mí, un
rápido placer cálido y salvaje que recorre mi cuerpo, tensando mis
músculos como cordones de zapatos y estremeciéndome. Es una
sensación violentamente hermosa que me deja temporalmente ciega,
con la garganta dolorida y el cuerpo arqueado.
Cuando vuelvo a ver, Blaste se cierne sobre mí en la oscuridad,
con el pelo revuelto, la boca húmeda, el pecho resoplando y
mirándome con asombro, su mano derecha enmarcando mi
mandíbula, sus grandes caderas acomodándose entre mis muslos.
—Increíble criatura. — murmura, inclinándose para pasar la
lengua por mis pezones rígidos, a la derecha y a la izquierda, antes de
que su boca se dirija a mi cuello, besándome y chupándome por
debajo de la oreja, con la respiración agitada y rápida. Noto su mano
entre mis piernas, esa corona grande y lisa de su sexo que se extiende
hasta mi entrada. —Mi turno, sugar. Va a ser mucho más duro que el
tuyo.
—De acuerdo.
Escupe en su mano derecha, llevándola de nuevo a su polla para
lubricarlo aún más. —Hice que te corrieras, ahora vas a abrir las
piernas y hacer lo mismo conmigo, ¿no?
Asiento, abriendo las rodillas justo a tiempo para que ataque mi
boca con un beso provocativo, su lengua acariciando mi boca mientras
se mece, se mece, empuja dentro de mí, su gruñido gutural
reverberando por todo mi cuerpo, el oxígeno robado de mis pulmones
por la mera presión de él encajándose dentro de mí. Y saltan chispas
delante de mis ojos, mis miembros hormiguean, un calor me oprime
el cráneo. Juro que la habitación se ilumina a nuestro alrededor con
un resplandor púrpura y que la emoción me invade el pecho. Pesada,
muy pesada.
Es una colisión entre el pasado y el futuro. Un cumplimiento de
destinos.

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Y nosotros estamos en el tempestuoso centro de todo. Nuestros
cuerpos. Nuestros corazones.
—Blaste. — gimo, encontrándolo mirándome a los ojos con
idéntica expresión.
Shock. Asombro. Gratitud. Afecto.
Algo resbala por mis sienes y me doy cuenta de que son lágrimas.
—Lo siento, Shiloh. — medio jadea, alineando nuestros pechos,
su frente sobre la mía. —Shhh, nena, te encontré. Te encontré y nunca
te dejaré ir. — Apoya el puño en la almohada junto a mi cabeza, su
boca se abre en un gemido mientras empieza a entrar y salir de mí,
llenándome con lentas caricias mientras inhalamos y exhalamos
entrecortadamente contra nuestras bocas. — ¿Te duele? Tiene que
doler. Eres un puto apretón, sugar. Apenas puedo sacar mi polla lo
suficiente para volver a meterla.
—Lo siento, lo siento...
— ¿Lo sientes?— Sus impulsos se aceleran. Más rápido. Nuestra
carne empieza a golpearse. Su gemido está tan lleno de hambre,
placer, lujuria, que hace que un escalofrío recorra mi cuerpo. —Shiloh,
abres las piernas como una puta, pero estás apretada como el ojo de
una cerradura. Créeme, no tienes nada que lamentar. Voy a vigilar
este húmedo coñito con una puta escopeta.
Esas sucias palabras provocan un retorcimiento definitivo en lo
más profundo de mi vientre. Me hacen mojar más. Me hacen palpitar.
No puedo explicar por qué y realmente no quiero saberlo. Solo quiero
tumbarme ahí y recibir su tratamiento como una buena chica.
Satisfacerlo. Es un impulso, una necesidad imperiosa. Una vez más,
es así. Y darme permiso para disfrutar de su lenguaje soez, de la
agresividad de su cuerpo, me transforma en una persona que no sabía
que se escondía bajo la superficie.
—Más fuerte. — gimo, flexionando mi núcleo. —Más fuerte.
Sus dientes brillan sobre mí. —No lo digas si no lo sientes.
—Lo digo en serio.
Sus dos manos me rodean la garganta, agarrándome con
firmeza, y empieza a tomarme con furia desatada. Violencia masculina

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


frustrada. Me estrangula con ternura mientras me golpea con sus
caderas, su enorme erección encuentra su hogar una y otra vez entre
mis muslos, mientras recita palabrotas al aire frío. El sudor gotea de
su frente y su pecho sobre mis pechos y mi vientre mientras me toma,
follándome furiosamente con los labios despegados en un gruñido. Los
muelles de la cama crujen salvajemente, sus gruñidos son como una
llamada de apareamiento desde lo más profundo de la naturaleza. Y
yo yazgo aplastada entre este macho dominante y el colchón, siendo
utilizada como una muñeca de trapo... y de algún modo el placer es
inimaginable. No puedo moverme. Apenas puedo respirar. Ahora
mismo no tengo que ser nada más que un objeto de placer. De alguna
manera nunca ha habido nada más liberador. Todo lo que puedo hacer
es concentrarme en lo que le están infligiendo a mi cuerpo. Absorberlo
y disfrutarlo.
Y lo hago.
Dios mío, lo hago.
Tumbados en esta posición, con las frentes juntas y nuestros
cuerpos en contacto, me penetra desde un ángulo impresionante. Mi
clítoris sigue hinchado por su boca y su grueso sexo lo frota ahora,
implacable, húmedo.
—Hijo de puta. — respira en mi boca. —Cada vez estás más
apretada.
Se me escapa un sollozo. —Está pasando otra vez...
— ¿Te corres?— Mirándome a los ojos, sus caderas se mueven
imposiblemente más rápido, haciendo rebotar el cabecero de la cama
contra la pared, sacándome un grito de la garganta. —En el teléfono
dicen que las mujeres no suelen correrse cuando las follan así. — Me
pellizca la boca abierta, gruñendo. —Claro que tú eres la excepción a
la regla, ¿eh? Me haces hacer los deberes antes de que te folle, luego
te corres dos veces como una mocosa cachonda, abriendo bien las
piernas cuando te lo digo. Todo eran derechos de la mujer y una
actitud remilgada hasta que saqué la polla, ¿verdad, sugar?
Balbuceo una respuesta, pero ni siquiera sé cuál es.
Me están follando tan fuerte que es un milagro que mi
desvencijada cama no se haya roto aún.

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Está encima de mí, sudando y bombeando, nuestros cuerpos
conectándose furiosamente, mi cuerpo siendo impulsado varios
centímetros hacia arriba de la cama con cada embestida. Soy una
puta. No soy más que una puta sucia que ha estado esperando al
hombre adecuado para sacarlo de mí, y él es el único al que le abriré
las piernas, así que le doy todo lo que tengo, levanto las caderas para
recibir sus embestidas descontroladas, aprieto mis músculos íntimos
a su alrededor y pronuncio su nombre como un bebé, con las luces
encendidas delante de mis ojos cuando el segundo orgasmo se apodera
de mí.
—Blaste. — gimo, clavo las uñas en su espalda y desciendo hasta
sus nalgas redondas y flexibles. Lo entierro profundamente y tiro de
él hasta el fondo una última vez, porque de alguna manera ya estoy
muy en sintonía con este hombre y sé cuándo está llegando al final de
su cuerda... y estoy en lo cierto.
Emite un sonido ahogado y me empuja las rodillas hasta los
hombros, embistiendo profundamente una última vez y bramando lo
bastante fuerte como para que lo oigan al otro lado de Kentucky. Que
Dios me ayude, sonrío mientras ocurre, porque es un espectáculo
increíble, este fornido macho alfa arrodillado por el espacio entre mis
muslos, arrastrado a su estado más débil, una masa temblorosa de
terminaciones nerviosas y músculos. Una víctima de la lujuria.
— Oh, ¡oh, joder!— Se echa hacia atrás y me penetra
profundamente una última vez, doblándome por la mitad mientras su
cuerpo se vacía de frustración, sus huevos flexionándose contra la
curva de mi culo, la semilla siendo bombeada, chorro a chorro, cada
uno de ellos haciéndolo estremecerse de dolor y placer. —El coño es
tan pequeño que podría llenarlo diez veces. — jadea, estremeciéndose,
todo su cuerpo tenso. —Dios, quiero meter mi semen en cada
centímetro de lo que es mío. Eres mía, Shiloh, ¿está jodidamente
claro?
—Sí. — susurro.
Un último espasmo de su estómago y cae sobre mí, jadeando en
mi pelo, nuestros cuerpos resbaladizos de sudor mientras nos
abrazamos. Me besa la frente, me acaricia el pelo y me dice que soy
hermosa. Me dice que solo quiere a una mujer mientras viva: a mí.
Jura protegerme y darme una vida en la que no me falte de nada. Y

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ahora entiendo, el intercambio que tendremos. Presionaré para que
Blaste sea más previsor, más consciente de mis necesidades físicas y
mis emociones como mujer moderna. Pero una vez en la cama, no hay
reglas que dicten su comportamiento o el mío. Solo somos... animales.
Me levanto y le preparo un sándwich.
Pero él me sienta en su regazo y me da de comer la mitad,
abrazándome como a un tesoro mientras dormimos.

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Capítulo 6
BLASTE

Me despierto a la mañana siguiente con un nudo en la garganta.


Tardo unos segundos en despejarme el letargo de la cabeza, pero
en cuanto lo hago, en cuanto recuerdo que me he ido setenta y cuatro
años al futuro, busco a mi chica. Mi ancla. Lo único que impide que
me sienta totalmente desligado de la realidad. Shiloh. Mi Shiloh.
Resulta que no tengo que alcanzarla en absoluto, porque está
acurrucada entre mis brazos, una preciosa maraña de pelo oscuro y
piel sonrojada. Labios rosados entreabiertos. Es tan jodidamente
hermosa que no puedo respirar bien. Anoche tenía miedo de irme a
dormir, preocupado por si me despertaba en mil novecientos cuarenta
y nueve sin ella. Si eso ocurriera, no sé qué haría. Creo que el corazón
me fallaría antes de llegar a los treinta segundos.
Acerco a mi frágil alma gemela a mi pecho y catalogo nuestras
diferencias. Ella es dulce y suave, yo soy grande y tosco. Solo tiene
cuatro años menos que yo, pero yo he pasado mucho tiempo
trabajando al sol, mientras que ella parece hecha para el interior. Si
es así, entonces ahí es donde la mantendré. La envolveré en una
manta y podrá verme trabajar desde la ventana, sana y salva.
¿Pero hoy en día?
¿Aquí? ¿Nos quedamos aquí?
¿Nunca volveré a casa?
¿Qué cree mi familia que ha sido de mí?
¿O hay otra versión de mí que aún existe en el pasado?
Las preguntas son tan abrumadoras que empiezo a sentirme
mareado, con el pulso descontrolado. Intento recomponerme cuando
los ojos de Shiloh se abren, somnolientos al principio, pero
transformándose inmediatamente en preocupación.

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— ¿Blaste? — susurra, acariciándome el pecho desnudo con la
palma de la mano. — ¿Qué pasa?
—Nada. — digo tragando saliva y negando. —Estoy bien, sugar.
—No pareces estar bien.

Levántate. Los hombres no muestran debilidad. Puedo oír a mi padre


gritándome esas palabras la primera vez que me tiraron de un caballo
a los cinco años. Sangrando con un tobillo torcido en el suelo, clavé
los dedos con fuerza en la tierra para contener el sonido dolorido que
luchaba con mis cuerdas vocales. Exigí que las lágrimas se replegaran
en sus conductos. Ignorar el dolor y el miedo es como me educaron.
Es lo que mi chica va a esperar.
Shiloh se mueve a mi lado, apoya la mano en mis pectorales y
apoya ahí la barbilla. —Háblame de lo que te preocupa.
Se me escapa una carcajada. — ¿Qué?
—Tienes una línea de preocupación entre las cejas. — dice en
voz baja. —Puedo sentir tu corazón acelerado bajo mis palmas.
—Si alguna vez me despierto a tu lado sin el pulso acelerado,
Shiloh, llama a un forense.
Suelta una risita y mi polla se dispara directamente bajo las
sábanas.
Sí, me encanta ese sonido. Me encanta ese sonido.
La risita de Shiloh.
—En serio, deberíamos hablar de cómo te está afectando todo
este salto en el tiempo. Sé que si me propulsaran de regreso a los
cuarenta y nueve, no lo llevaría muy bien.
—Puedo con todo.
La comprensión aparece en sus facciones. —De acuerdo, ya veo
lo que pasa. No estás acostumbrado a hablar de tus sentimientos.
Estás manteniendo un labio superior rígido.
—Anoche te encantó mi rigidez.
Un rubor se extiende hasta sus hombros. —Blaste.

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—Shiloh. — me burlo, retirando la sábana y acariciándome la
polla mientras me mira. —Vamos. Súbete ahí y dame un húmedo
paseo matutino como una buena chica.
—In-intentas distraerme. — balbucea adorablemente.
—Hablar de lo que siento por ti es lo máximo que puedo hacer.
— La tumbo encima de mí y la pongo a horcajadas sobre mí, con sus
tetas aplastadas contra mis pectorales. Dios mío. Maldita sea. No
puedo creer que me haya despertado durante veintidós años sin esto.
Sin ella. —Puedo encargarme del resto yo solo. No necesitas
preocuparte por ello.
— ¿No necesitas preocuparte por tus sentimientos después de
haber sido arrastrado a través del tiempo? No puedo hacerlo. —me
considera por un momento, mordiéndose el labio. —Tal vez haya una
manera de hacer las dos cosas... — murmura.
— ¿Hacer las dos cosas?
Cuando se concentra en mi boca tan intensamente, más sangre
sale de mi cabeza y fluye hacia el sur. Mi polla se hincha contra su
coño desnudo, pidiendo entrar. Está planeando algo, urdiendo un
plan, puedo verlo en sus ojos. La repentina inclinación de su barbilla.
— ¿Quieres enseñarme a montarte, Blaste? — murmura contra mis
labios, lamiéndome la comisura de los labios.
Enseñarle.
Joder. Mis pelotas.
De repente se sienten como proyectiles.
—Más que nada, sugar. — gimo, deslizando mi agarre hacia sus
caderas, amasándolas. —Siéntate en esa polla y yo haré el resto.
—Pero yo quiero hacer el trabajo. — se queja ronroneando,
deslizando los dedos por el vello de mi pecho. —Me he despertado tan
mojada. — susurra, haciendo pucheros. —Quiero jugar.
—Shiloh, si pudieras volver a pisotearme, darme bofetadas y
asignarme deberes, te lo agradecería. — Mis manos viajan de sus
caderas a sus tetas, abofeteándolas suavemente, masajeándolas para
aliviar el escozor. —Sigue hablándome así y me voy a correr como el
diablo antes de meterla.

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Se atreve a parecer un poco engreída, inclinándose para enredar
su lengua con la mía, y entonces empieza a frotar su resbaladizo coño
contra mi erección. Arriba y atrás, sus caderas se vuelven más hábiles
con cada movimiento. Se me ponen los ojos en blanco y gimo,
agarrando su dulce trasero para arrastrarla hacia arriba y hacia atrás,
hacia arriba y hacia atrás, con sus pezones arrastrándose por el sudor
que se acumula en mi pecho. Debería ponerla boca arriba y darle la
paliza que me está pidiendo... pero ocurre algo más.
El beso se ralentiza y se vuelve... ¿tierno?
Me mira a los ojos cada vez que respiramos y su expresión está
llena de paciencia y comprensión. Es alentador. Estoy tan absorto que
no sé lo que está pasando hasta que es demasiado tarde.
— ¿Estás preocupado por llegar a casa, Blaste? — me pregunta,
con las yemas de los dedos recorriendo mi patilla.
—Sí. — suelto, inmediatamente horrorizado. Pero no puedo
retractarme, porque no me deja. De hecho, me da un beso
increíblemente profundo como recompensa por admitir mi debilidad.
Confuso, como mínimo. Pero tan pronto como se detiene, ya necesito
otro de esos besos. —Shiloh...
—Dime lo que estás pensando. — me insta, echando la mano
hacia atrás y rodeando mi dura polla con la suya, dándole una buena
y larga caricia que hace que mis talones se claven en el colchón,
gimiendo, moviendo las caderas para darle mejor acceso. —Dime todo
lo que estás pensando.
— ¿Vas a besarme como antes? —jadeo.
Una sonrisa se dibuja en sus labios. Estoy enamorado. Estoy
jodidamente enamorado. —Sí.
No puedo creer que esté a punto de decir nada de esto. Pero al
mismo tiempo, creo que esta chica podría conseguir que hiciera
cualquier cosa. —Estoy... sí. Pensando en la gente que dejé atrás. Si
están preocupados por mí o llorándome. Me preocupa estar en esta
época de la que no sé nada. No sé cómo defenderme aquí. No sé cómo
protegerte. Supongo que me siento... confundida y sin preparación.
— ¿Abrumado?— susurra, asintiendo.

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—Sí. — digo con voz gruesa, mi corazón escalando los lados de
mi garganta.
—Vamos a descubrirlo juntos. — murmura, guiándome a través
de su carne húmeda hasta esa brecha perfectamente apretada,
encajando la cabeza de mi polla dentro de ella, moviendo sus caderas
en círculo, acogiéndome lentamente, mientras aprieto los dientes y
retuerzo las sábanas entre mis manos. La intimidad de nuestros
cuerpos es más que suficiente para estremecerme, pero ella sigue
hablando de esa forma tan relajante contra mis labios y me está
arruinando, transformándome en un hombre nuevo. —Algo me dice
que podrías defenderme en cualquier momento y en cualquier lugar,
Blaste. Aunque estuviéramos otros mil años en el futuro, creo que
encontrarías la manera.
— ¿Tanta confianza tienes en mí después de admitir que estoy
abrumado?
Despacio, tan despacio, empieza a cabalgarme, y querido dulce
Jesús, me da otro de esos besos extra profundos y estoy rendido. He
cambiado. Nunca volveré a reprimir mis sentimientos. —Ahora tengo
más confianza en ti. — murmura.
La emoción sube tan rápido dentro de mí que me ahogo y tengo
que actuar físicamente para evitar que el momento me queme vivo.
Pongo a mi chica boca arriba y la empujo hasta el fondo, dándole unos
cuantos golpes fuertes solo para oírla gemir. —Tu coño está muy suave
por las mañanas. — le digo, y me agacho para frotarle el clítoris con
el pulgar, como aprendí a hacer con su teléfono anoche. Regla básica:
ABTTC. Tocar siempre el clítoris. Y, francamente, su reacción cuando
le presto atención es jodidamente adictiva. Su placer es adictivo. En
realidad es más importante... ¿que el mío? Como si necesitara más
pruebas de que soy un hombre cambiado. — ¿Quieres que me retire y
lama tu coño un rato, sugar?— Pregunto, bombeando profundamente
y lamiendo la curva de su mandíbula, gruñendo sobre el apretón de
sus pequeños músculos.
—No, no. No. No pares.
— ¿Solo quieres que te folle?— Digo, acelerando el ritmo...
La puerta de un coche se cierra.

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No dejo de empujar, diablos, no creo que pueda, pero Shiloh se
paraliza, sus ojos se abren como platos. —Dios mío, mi madre está en
casa. Ha vuelto de su turno.
—Puedo acabar con nosotros rápido. — digo, con voz ronca, mis
bolas golpeando su culo. —No te muevas.
—Blaste.
—Shiloh.
—No podré relajarme lo suficiente para terminar.
Ahora eso me detiene. No me gusta eso en absoluto.
Lo cual es extraño. ¿No le dije anoche que habría momentos en
los que la tomaría como a una puta y solo me preocuparía de mi propio
placer? Sí, definitivamente se lo dije, pero ahora que ha llegado el
momento, saber que no voy a satisfacerla es como si me cortaran la
tráquea por la mitad. —Maldita sea. — gruño, sacando la polla y
apartándome de ella, con una mueca de dolor por la intensa
palpitación entre mis piernas. —Me has arruinado por completo, ¿lo
sabías?

Me sonríe. Sonríe.
El corazón me da un vuelco.
—Déjalo ya. — gruño. —Deja de sonreír ahora mismo.
Solo se ensancha. —Tienes que esconderte en mi armario.
Doy una vuelta de campana. — ¿Y ahora qué?
—No sé cómo explicarte a mi madre. Lo siento, solo necesito
tiempo para pensar qué decirle, ¿de acuerdo? Está lidiando con
muchas cosas ahora mismo. — Desnuda, Shiloh sale de la cama y se
pone una camiseta de tirantes y unas bragas, mirándome por encima
del hombro, mientras yo le miro el culo miserablemente, con la polla
todavía dura y palpitante. —Va a entrar a darme los buenos días y
luego se irá directamente a la cama a pasar el día. Solo tendrás que
esconderte en el armario un minuto y luego nos escabulliremos de
aquí.
— ¿A dónde vamos a ir y hay una cama?

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Risueña, me agarra de la muñeca y tira de mí hacia el armario,
justo a tiempo para oír cómo se abre y se cierra la puerta principal de
la casa. —Blaste, por favor.
La fulmino con la mirada mientras entro en el armario.
Justo antes de que pueda encerrarme en el pequeño espacio, tiro
de la cadena de la bombilla que hay en el centro del techo, divertido al
comprobar que es exactamente la misma cadena del pasado. Una vez
iluminada la pequeña habitación, giro en círculo para mirar a mí
alrededor. Hay una estantería con jerseys doblados, otra con juegos
de mesa y el resto son libros. El de arriba tiene un dibujo de un tigre
en la portada, junto con las palabras “Clase del 2023”.
¿El anuario de Shiloh?
Tiro del libro, pero solo cuando empiezo a hojearlo para
encontrar su foto me doy cuenta de que ni siquiera sé su apellido.
Molesto por el descuido, sigo buscando hasta que encuentro su
hermoso rostro. Shiloh Watkins me dedica una sonrisa secreta, con el
pelo oscuro cayéndole por los hombros, tímidamente sexual. Dios, es
jodidamente preciosa. Me tiemblan las piernas y tengo que apoyarme
en una estantería.
En el dormitorio, oigo abrirse la puerta y me quedo muy quieto.
—Buenos días, Shi.
—Hola, mamá. ¿Qué tal el turno?
—Agotador. Me voy a la cama. — Hay una pausa, un suspiro. —
Sabes, hoy sería un gran día para matricularte en el colegio
comunitario para el otoño. La abuela se ha ido. No puedes quedarte
aquí sentada y dejar que la vida pase de largo.
—Sí, ya lo sé.
Frunzo el ceño hacia la puerta. Hay algo en la voz de Shiloh que
me hace pensar que hay una corriente más profunda que corre por
debajo de la conversación con su madre.
—Mamá... tengo una pregunta.
Su madre suspira. — ¿Sí?

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— ¿Recuerdas la leyenda del Árbol de los Deseos que contaba la
abuela?
— ¿Cómo podría olvidarla?— Una larga pausa. —Le encantaba
ese viejo adefesio.
Sin ver la cara de Shiloh, sé que le molesta ese comentario, pero
lo deja pasar. —Creo que estoy olvidando parte de la leyenda, pero no
puedo recordar qué es... algo sobre el regreso a casa de los que viajan
en el tiempo. Cómo sucede.
—El tiempo de un viajero en el tiempo se acaba si se cruza con
alguien de su propio tiempo. — recita la madre de Shiloh con un
bostezo. —Un montón de tonterías, Shi.
—Hmmm. Cierto.
Siguen hablando durante unos minutos, planeando las comidas
de la semana, y yo desconecto, volviendo a pasar las páginas del
anuario hasta llegar a la sección de autógrafos.
Y no me gusta lo que encuentro. En absoluto.

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Capítulo 7
SHILOH

Abro la puerta de mi armario y me encuentro con un vaquero


muy enojado y muy desnudo.
— ¿Quién demonios ha escrito esto? — pregunta, apuñalando la
brillante página de un libro.
Oh Dios, ¿es mi anuario? ¿Está mirando mi anuario?
Como si la conversación pasivo-agresiva con mi madre no fuera
suficiente, ahora me arrastra por un montón de estiércol de la
vergüenza. Intento arrebatar el libro de las enormes manos de Blaste,
pero él lo sujeta con fuerza, alejándolo de mí con muy poco esfuerzo.
—Shiloh, ¿quién escribió estas cosas?
—Nadie.
—Alguien las escribió. — insiste, agitando el libro.
Se me calienta la cara. —Matones, ¿de acuerdo? Solo... ya sabes,
los chicos que alcanzan su punto álgido en el instituto. Un montón de
clichés. No pasa nada.
—No está bien. — echa humo. —Voy a matar a alguien.
— ¿Qué?
—Shiloh. — mi madre llama a través de la puerta del dormitorio.
— ¿Con quién estás hablando?
—Conmigo misma. Lo siento. Estoy viendo un programa en mi
teléfono y... gritándole a los personajes. Por tomar malas decisiones.
— Entierro la cara entre las manos, antes de dejarlas caer. —Lo siento,
bajaré la voz.
—Sí, por favor. — llama mi madre de camino a su propio
dormitorio, cerrando la puerta.

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—No hagas ruido, por favor. — susurro. —Mira, es que... no era
muy popular en el instituto. Es una época rara para todos, ¿no?
La expresión de Blaste es asesina. —Explícamelo.
—Apuesto a que eras popular.
—Apuesta lo que quieras a que lo era. Pero no era malo con
nadie. Y deja de cambiar de tema.
Pongo los ojos en blanco y siento que se me ruborizan las
mejillas. —Todo empezó en primer año... — Una vez más, intento
tomar el anuario, pero él lo sostiene por encima de su cabeza,
golpeando la cadena de luces y haciéndola oscilar. —Nunca fui una de
las chicas geniales. Era reservada, almorzaba en la biblioteca con mis
dos amigas, que también querían pasar desapercibidas. Pero... oh
Dios, esto es tan estúpido. Una de las chicas populares, la capitana
del equipo de baile -se llama Pippa-, bueno, su novio se interesó por
mí. Yo no le animé en absoluto, pero empezó a... — Noto que Blaste
empieza a apretar la mandíbula. —No te voy a contar el resto hasta
que te calmes.
—Esto es lo más tranquilo que me voy a calmar.
—Te das cuenta de que me llamas algunas de las palabras
escritas en mi anuario, ¿verdad?
Su pecho se estremece arriba y abajo. —Nunca jamás volveré a
decirte esas palabras.
La emoción me impacta en el pecho, el calor se cuela detrás de
mis párpados. —Gracias.
Su pecho sube y baja. —Termina la historia.
Me desplomo de lado contra la estantería. —Bueno, empezó a
seguirme a casa, a invitarme a salir repetidamente. Consiguió mi
número de teléfono y empezó a llamarme. Siempre le decía que no. No
me interesaba. Una tarde, me acorraló en la biblioteca y... — Sacudo
la cabeza, no quiero repetir el horrible momento en voz alta.
— ¿Y qué, Shiloh?— Blaste gruñe.
—Y... — Tengo la garganta demasiado seca para tragar saliva. —
Me besó e intentó meterme la mano en la falda. Me resistí, pero su

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novia dobló la esquina y malinterpretó lo que estaba pasando. O tal
vez no quería creer lo que realmente estaba pasando. En cualquier
caso, le dijo a todo el mundo que yo había intentado robarle el novio.
Desde entonces, todos los chicos populares me llamaban... esos
nombres. Zorra, puta, rompe hogares.
— ¿Cómo se llama y dónde vive?
—Blaste, no seas ridículo. — Agito las manos. —Zander no
significa nada. Solo es una parte del pasado que quiero olvidar.
—Zander. — escupe. — ¿Alguna vez volvió a acorralarte?
¿Alguna vez... te ha vuelto a tocar?
Ya estoy negando. —No. Solo me intimidó, junto con sus amigos.
De nuevo, intento tomar el anuario, pero pasa las páginas unas
cuantas veces, dejando atrás todos los mensajes que me llaman troll
o puta o zorra. Y se detiene en el mensaje que Zander escribió el último
día del último curso, cuando tomó mi anuario en el pasillo y garabateó
el mensaje antes de que pudiera detenerlo.
— ¿Es ese su número de teléfono?
—Como si fuera a llamarlo. — me burlo. —Es solo una burla.
Blaste cierra el anuario de un manotazo. Se gira para caminar,
pero no tiene adónde ir, así que vuelve a mirarme. —Nunca volveré a
decirte esas palabras, Shiloh. Lo siento. Deberías haberme dicho por
qué te molestaban tanto.
—Pero era mucho más eficaz encerrarte en mi habitación hasta
que hubieras buscado respuestas en internet.
— ¿Inter qué?
—No importa.
Suelta el anuario y me estrecha contra su pecho, plantándome
besos en el nacimiento del pelo, las mejillas y la frente. —Eres un
encanto. Una princesa. Un ángel. Mi sugar. Nena. Esos son los únicos
nombres que usaré. — Me abraza tan fuerte que se me escapa una
lágrima del ojo derecho. —Siento que te haya pasado eso. Mi oferta de
matarlo sigue en pie hasta el fin de los tiempos.

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—Tomo nota. —inclina la boca para besarme, pero por mucho
que quiera... hablar de los últimos cuatro años me ha hecho sentir
algo pesada. Por no mencionar que, si Blaste me besa, probablemente
vamos a tener sexo y mi madre lo oirá, ya que no puedo dejar de gemir
y gemir cuando este hombre está dentro de mí. — ¿Crees que
podríamos salir de aquí?
Echa una mirada miserable al anuario. —Ahora mismo, sugar,
haré lo que tú quieras. — Se mete la lengua en la mejilla, pensativo.
—De hecho, siempre haré lo que tú quieras.
—Hemos recorrido un largo camino desde anoche.
—Setenta y cuatro años.
Se me escapa una risita. Nunca he sido risueña, pero de alguna
manera este hombre me ha convertido en una. —Sabes lo que quiero
decir. Emocionalmente.
—Sé lo que quieres decir, Shiloh. —Me coge la cara y me mira
fijamente a los ojos. —Siento que podría decirte cualquier cosa en mi
cabeza y tú ya sabrías que viene.
Se me aprieta el pecho. —Me siento segura contigo. Me siento
importante.
Con un gemido, me levanta y me empuja contra la puerta del
armario, haciéndola sonar mientras usa su lengua en mi boca. —Ah,
sugar, tú eres lo más importante. Y segura como una casa, ¿de
acuerdo? Te tengo. Te tengo.
Empiezo a enrollar mis muslos alrededor de su cintura, pero la
última neurona que me queda me lo impide. —Deberíamos ir al centro
comercial. Vas a necesitar ropa mientras averiguamos si te quedas
aquí o vuelves al pasado. Y si eso es posible...
—Juntos, Shiloh. — Aprieta los dientes contra mi mejilla. —Si
nos quedamos o volvemos al pasado. No voy a hacer ningún
compromiso en eso.
De acuerdo. Ahora estoy abrumada.
Anoche, estaba tan conmocionada por la aparición de este
hombre del pasado, este hombre que siento como mío, como una parte
de mí perdida hace tiempo, que no he tenido tiempo de pensar en lo

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que pasa ahora. Pero a la luz del día, hay decisiones que tomar que no
se pueden seguir ignorando. Y si él... nosotros... decidimos volver a
mil novecientos cuarenta y nueve, ¿es siquiera posible?
Una cosa a la vez.
—Por mucho que me gustes sin camiseta, necesitas algo que
ponerte en público. Tengo una camiseta que podría quedarte bien. Y
solo porque Amazon me envió la talla equivocada... — Blaste sigue
mirándome con expresión instructiva, pero paso a su lado para coger
la camiseta blanca de mi estantería, sacudirla y presentársela. —Aquí
tienes.
Gruñendo, todavía mirándome desde debajo de las cejas
fruncidas, se pasa la prenda por la cabeza, haciéndola rodar por su
excesiva musculatura y...
—Increíble. Es doble XL y sigue siendo demasiado ajustada.
Se acerca a mí, pasándose la lengua por el labio inferior. —
¿Sabes qué más es demasiado ajustado, sugar?
—Blaste.
Cuelga la cabeza con un gemido. —Bien, vamos al puto centro
comercial.

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Capítulo 8
BLASTE

Siempre me he enorgullecido de estar preparado para todo, pero


no estoy preparado para lo que se ha convertido el mundo. Huele
diferente. A combustible. El aire es más denso. Los coches tienen
formas extrañas y son silenciosos. La gente ya no se sonríe. Todo el
mundo tiene la cabeza inclinada sobre el teléfono cuando va en
autobús al centro comercial. Los pantalones son más holgados, los
zapatos tienen... francamente, un aspecto ridículo. Enormes y
relucientes, blancos, grandes malvaviscos pegados a los pies de todo
el mundo. No me atraparías ni muerto con ellos.
Vuelvo a tener esa sensación de aglomeración en el pecho,
abrumado por la forma en que mi ciudad se ha transformado de la
noche a la mañana, los lugares que solía frecuentar han desaparecido.
O son diferentes. Es fácil centrarse en Shiloh, sin embargo. Señor, es
fácil. Ella es como un faro en medio de la niebla, guiándome en la
dirección correcta. La rodeo con el brazo en el autobús y ella se
acomoda contra mí, con una mano enroscada en mi pecho, y todo en
mi interior se calma.
Hasta que entramos en el centro comercial. Los sonidos son
irreconocibles, la gente es como versiones de dibujos animados de lo
que solía ser la gente. Muchos me miran fijamente al pasar, como si
fuera el que no pertenece, y no pertenezco. Sin embargo, Shiloh parece
entender exactamente lo que estoy pensando. Parece entender que mis
pensamientos se aceleran, que mi pulso late como la pata de una
liebre, porque entrelaza sus dedos con los míos y sonríe,
devolviéndome a mi centro. Ella se está convirtiendo rápidamente en
ese centro. Una parte integral de mí. ¿Cómo podía funcionar como un
ser humano normal antes de viajar en el tiempo y aterrizar en su
patio? Puedo sentir cómo nos fundimos de dos personas en una con
cada segundo que pasa. Nos convertimos en una unidad inseparable.
Miro los vaqueros nuevos y la camisa suave de manga larga que
me compró en una tienda en la que ponían una música demasiado

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


alta que sonaba como metal repiqueteando. ¿Podría acostumbrarme a
vestir así? ¿Podría ponerme al día para quedarme aquí, si fuera
necesario?
Sí, podía. Haría cualquier cosa para quedarme con ella, sin
importar dónde ni cuándo.
— ¿Adónde me llevarás ahora?— Pregunto, deslizando un brazo
alrededor de sus hombros. La acerco a mi lado y flexiono la mandíbula
ante un grupo de hombres que pasan. Lleva un vestido blanco corto
que básicamente es una camiseta larga y unas Converse altas a juego
que la hacen parecer demasiado joven, fresca y follable para estar en
público, en mi opinión. —Me muero de hambre, sugar.
—Vayamos al food court. — dice, desviándonos por un ala de ese
enorme almacén que ella llama centro comercial. Hay otra hilera
interminable de escaparates brillantes y colores vivos y gente con
expresiones irritadas. — ¿Qué te apetece comer?
— ¿Aparte de ti?— Me inclino y le planto un duro beso en la sien.
—No sé. ¿Qué es lo mejor que te ofrece este siglo?
Tarda un segundo en recuperarse, ese rubor hace que mi polla
sude en mis vaqueros nuevos. —Hmmm. Estoy pensando... ¿tacos?
— ¿Tacos? Nunca he comido.
—Entonces está decidido. —chispea mientras me arrastra. —Oh,
estoy emocionada. El plan era racionar mi mesada esta semana, pero
esto es definitivamente una emergencia. Te voy a traer uno de cada
plato del menú.
Magnetizado por su entusiasmo, sigo sus pasos. — ¿Para qué
racionas tu mesada?
—Un portátil. He estado escribiendo en cuadernos, pero mis
pensamientos vienen más rápido de lo que mi mano puede moverse a
veces.
— ¿Eres escritora?
Tararea. —Lo intento.
Desaparece mi ansiedad por estar encerrado en un tiempo
diferente setenta y cuatro años en el futuro. Lo único que me preocupa

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ahora es no poder mantenerla. No poder comprarle el almuerzo,
comprarle lo que quiera. Si estoy atrapado indefinidamente en este
tiempo, ¿cómo voy a conseguir un trabajo? Las técnicas ganaderas
probablemente han avanzado a pasos agigantados, todo depende de
una tecnología que no entiendo. ¿Cómo voy a comprarle un portátil a
Shiloh?
— ¿Qué es un portátil? ¿Son caros?
Se ríe. —Es una versión más pequeña de un ordenador. Es
inalámbrico y cabe en tu regazo.
—De ahí el nombre. — murmuro, pasándole cinco dedos por el
pelo. —Solo necesito un taco, Shiloh. Ahórrate el dinero para tu
ordenador en miniatura.
Se pone de puntillas y me besa la mandíbula. —Al final lo
conseguiré, no te preocupes.
Asiento, intentando que no se note mi preocupación. — ¿Tu
madre no te lo comprará? — Un destello de inquietud se desliza por
sus hermosas facciones. — ¿Qué?
—Nada. —Abre la boca y la cierra. —Es que mi madre... ni
siquiera sabe que escribo. No estamos muy unidas. Después de que
mi padre se fuera y nos mudáramos con mi abuela, ella le dejó mucho
de la crianza a mi abuela, ya que tenía que trabajar muy a menudo.
Nos hemos distanciado. Siento que...
— ¿Te sientes como?
—No lo sé. Tal vez le molesta tener que trabajar tanto para
mantenerme. Como si quisiera ser libre. — Parece como si estuviera
debatiendo si decirme algo más y la animo apretándole los hombros.
—No la culparía. A veces también quiero volar. Quizá ella y yo seamos
exactamente iguales en ese sentido, pero nunca lo sabremos porque
en realidad no nos hablamos.
Nos detenemos al final de una cola en el food court, tres personas
delante de nosotros esperan para pedir en un sitio llamado Baja Fresh.
—Lo siento, Shiloh. — le digo en el pelo, deseando desesperadamente
poder succionar el dolor de su cuerpo hacia el mío. —Mi hermano y yo
solíamos pelearnos todo el tiempo. Me refiero a puñetazos después del
sermón de la iglesia, después de cenar, demonios, en la mañana de

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Navidad. Era malo. Luego tuvo un accidente, resbaló con unas rocas
en la cantera y acabó en el hospital. Me dio un susto de muerte. No
peleamos después de eso. No sé, perdí las ganas. — Sacudo la cabeza.
—Los humanos somos así: creemos que tenemos todo el tiempo del
mundo para arreglar lo que está roto. Pero no es así. No siempre.
Sus ojos brillan. —Echas de menos a tu hermano.
—Sí. — El ambiente se está poniendo demasiado pesado y solo
quiero volver a verla sonreír, así que le guiño un ojo y me inclino para
besarle la boca. —Le encantarías.
Sus labios saltan en una esquina. — ¿Por qué dices eso?
—Porque no aguantas mis tonterías de macho.
—Es verdad. —Se gira hacia mí y me pasa la punta del dedo por
el centro del pecho. —No a menos que me apetezca.
Sin más, empiezo a respirar con dificultad. — ¿Y cuándo te
apetece exactamente aguantar mis tonterías de macho?
—Cuando estamos juntos en la cama... — Baja la voz hasta un
susurro. —Parece que estoy dispuesta a aguantar cualquier cosa. Y a
todo. No esperaba eso de mí.
Mi cremallera está empezando a sentirse increíblemente
restrictiva. —Shiloh, si sigues mirándome así no voy a estar en
condiciones de salir en público.
— ¿Cómo te estoy mirando?
—Como si no costara mucho convencerte para que te pongas de
rodillas. Chupándomela. — Gimo en un beso. —No me digas si tengo
razón...
—Tienes razón.
—Joder. Llévame de regreso al armario.
— ¿Puedo tomar su orden? — me dice una chica con gorra de
béisbol detrás del mostrador.
—Uhh. — Shiloh tiene que sacudirse físicamente para poder
concentrarse y no puedo evitar sonreír, deslizando una mano hasta su

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culo para darle un apretón, haciéndola chillar. —Tomaremos uno de
cada taco. Carnitas, pollo, pescado, vegetariano...
— ¿Vegetariano? No. Puedes quedarte con ese.
—Bien. Y dos bebidas. — Shiloh me mira. — ¿Qué te gusta?
Tú. Solo tú. —Coca-Cola.
Asiente. —Una Coca-Cola. Una Coca-Cola Light.
— ¿Ahora hay una Coca-Cola light? ¿Para qué demonios?— La
mujer del mostrador me mira boquiabierta. —Es broma. A veces me
gusta fingir que soy un viajero en el tiempo de mil novecientos
cuarenta y nueve. A ella le hace mucha gracia.
Shiloh prácticamente le tira un puñado de dinero a la chica y me
arrastra riendo. Caemos en uno de los bancos acolchados que hay al
borde del food court. Cuando intenta sentarse al otro lado de la mesa,
sacudo la cabeza y la arrastro a mi lado, acariciando con la boca
abierta la pendiente de su cuello, amasando su muslo con la mano
izquierda. Ella también pone sus manos sobre mí, recorriendo mis
músculos a través de la nueva camisa gris, retorciéndose cuanto más
dejamos que el beso se nos escape, diciéndome que se está mojando.
¿Qué se supone que tengo que hacer aquí?
El lugar de comida dice nuestro número y dejo que su boca se
vaya con un gruñido, ajustando mi polla mientras ella se pavonea
hacia el mostrador, ese trasero retorciéndose en su vestido. Me mira
por encima del hombro, sonrojada y con la boca hinchada. Maldita
sea. Si no encontramos un lugar para follar pronto, la arrojaré sobre
esta mesa y me pondré a follar.
Un minuto después, vuelve y muerdo mi primer taco.
—Santa mierda. — digo con la boca llena de sabores que nunca
había probado.
— ¿Está bueno?
—No tengo palabras adecuadas para esto.
— ¿Adivina qué?
— ¿Qué?

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Se echa a reír. —Ese es el vegetariano.
Dejo de masticar y la fulmino con la mirada, pero se ríe con más
ganas... y puede que sea lo más feliz que he sido en mi vida. No, sé
que lo es. A un millón de kilómetros de lo ordinario y esta chica me
hace sentir como si no pudiera existir en ningún otro sitio. No sin ella.
—Shiloh...

Estoy a punto de decirle que la amo, que es una locura pero que
la amo, cuando deja de reír bruscamente y su mirada se desvía hacia
un grupo de recién llegados al otro lado del food court. —Oh, Dios. —
susurra, hundiéndose en la cabina. —No me lo puedo creer. Por favor,
no mires hacia ahí.
Ya estoy mirando. — ¿Quién es?
—Nadie. — dice, demasiado rápido. —Solo unos chicos del
colegio.
Girándome para estudiarla, inmediatamente sé que son algo
más que compañeros de colegio casuales. —Son algunos de los que te
hacían bullying, ¿no?
No contesta, lo cual es una respuesta en sí misma.
—Por favor, no digas nada. — me implora.
Realmente no quiero avergonzar a Shiloh más de lo que ya lo han
hecho estas personas, pero me está causando tensión física verla
encogerse sobre sí misma cuando es la persona más increíble que he
conocido. Única, de mente abierta, apasionada y absolutamente
hermosa. Incluso sin conocer a esta manada de comadrejas, ya sé que
no pueden hacerle sombra. Nadie podría. —No diré una palabra a
menos que ellos digan algo primero, sugar. Pero si te dicen algo
desagradable, ni Dios podrá salvarlos. ¿Es justo?
—Supongo. — susurra, ya sin comer.
—Bien. —Vuelvo a mirar por encima del hombro. Ya están cerca.
Tal vez a cinco o seis mesas de distancia. No sé si espero que digan
alguna mierda... o lo temo. —Jesús, esos chicos son escuálidos como
todos los demás. ¿Tienen tu edad?

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—Sí. —Sus ojos recorren mis hombros. Aparentemente, ya no
los cultivamos como antes.
—Mi primo pequeño, Eugene, podría darles una paliza a esos
chicos. — Hago un gesto con el pulgar para indicar al grupo que se
acerca. —Y tiene ocho años.
Algo de color vuelve a su cara. —Di más.
—Tienen cuellos como lápices. Podría estar todo el día.
—Oh mi Dios. — viene una voz nasal detrás de mí. —Realmente
dejan entrar a cualquiera.
—Oh mierda, Zander, es esa puta que intentó seducirte el primer
año.
Los ojos de Shiloh se cierran, sus hombros caen
dramáticamente.
Es como si me hubieran prendido fuego.
Me arde la piel de pies a cabeza. Una erupción de llamas.
La rabia justa es un monstruo dentro de mí, golpeando huesos
y costillas en nuevos lugares.
Zander. Ese es el tipo. Quien tocó a mi chica contra su voluntad.
—Terminará rápido, Shiloh. — digo, roncamente. —Lo prometo.
Con eso, salgo disparado hacia mis pies, ya girando con la
bandeja en mis manos. Encuentro a mi objetivo, el único joven del
grupo, y lo golpeo con el plástico duro en un lado de la cabeza,
haciéndolo tambalearse de sorpresa, antes de que caiga de culo. Las
chicas ponen el grito en el cielo, pero no les presto atención. Por un
lado, no levanto la mano a las mujeres, pero por otro, culpo a este
pedazo de basura de los últimos cuatro años de miseria de mi chica.
Difundió un rumor falso y no aprovechó la oportunidad para aclararlo.
Y tocó lo que es mío. No me importa si aún no estaba en su vida, es
inaceptable.
Empieza a levantarse como si de verdad fuera a intentar pelear
conmigo, así que le planto una bota en medio del pecho y lo mantengo
en el suelo. Y señalo a las dos hembras con las que entró.

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—Diles lo que realmente pasó con mi Shiloh. Hazlo rápido o
empezaré a romper huesos.
Las manos de Shiloh están en mi espalda, empuñando la
camiseta. —Para, Blaste. No tienes que...
—Siempre cuidaré de ti sin que tengas que pedírmelo, Shiloh. —
El hijo de puta aún no ha dicho nada, así que retiro el pie de su pecho
el tiempo suficiente para propinarle un gancho de derecha,
disfrutando del penacho de sangre que salpica su nariz por el suelo de
baldosas beige. —Empieza a hablar.
—De acuerdo. — gimotea el mequetrefe. —La besé. Ella no quería
y yo... lo hice de todos modos.
Miro a las dos hembras el tiempo suficiente para ver cómo se
quedan con la boca abierta. —Incluso si ella le hubiera devuelto el
beso, no habría sido motivo para llamarla con esas palabras.
Discúlpense. Todos ustedes. O va a ser mucho peor.
— ¡Lo siento!— grita Zander, la sangre goteando por su barbilla.
— ¡Vamos! ¡Pidan disculpas! — grita a sus compañeros.
— ¡Lo sentimos!
— ¡Lo sentimos!
—Digan su nombre. — gruño, volviendo a machacarle el
esternón con el pie.
—Lo siento, Shiloh. — dicen todos al unísono.
Lejos de estar satisfecho, retiro el pie. — ¿Terminamos aquí,
sugar?— le pregunto, atrayéndola hacia mí y besándole la coronilla.
—Sí. — dice, aturdida. —Hemos terminado.

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Capítulo 9
SHILOH

SE SUPONE QUE LA VIOLENCIA NUNCA ES LA RESPUESTA.


Cierto.
Díselo a la sensación de reivindicación que circula por mi caja
torácica. Se ha ido el peso que he estado cargando sobre mis hombros
durante cuatro años. Estoy flotando. Estoy boyante y sin aliento
mientras Blaste me guía por el luminoso paseo del centro comercial,
totalmente a gusto con su cuerpo grande y espigado. Fanfarrón y
tranquilo, como si no acabara de darle una paliza a mi matón del
instituto. Ni siquiera sudó. La única prueba del altercado son unas
gotas de sangre en la mejilla y otras tantas en el cuello de la camisa
gris.
Debo admitirlo, estoy excitada.
Estoy muy, muy excitada.
Se supone que soy pacifista, pero cada vez que recuerdo el
momento en que Blaste golpeó a Zander en la cabeza con la bandeja,
otra oleada de calor me atraviesa. Cada vez que pienso en él pidiendo
que se disculparan con ese tono gruñón, se me entrecorta la
respiración.
— ¿Adónde quieres ir ahora, sugar?
—Me... da igual. — digo, aturdida. —A cualquier sitio. Pero
deberíamos salir de aquí pronto, porque los de seguridad del centro
comercial van a estar buscándote.
—Eso no suena bien.
—No lo es.
Blaste se detiene en seco, haciendo una doble mirada al
escaparate más cercano. —Hijo de... — Con la misma rapidez, aparta

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la mirada. —Ahí hay un maniquí que lleva... no sé ni cómo llamarlo,
pero no es ropa interior.
Sigo su línea de visión. —Eso es Victoria's Secret.
—Jesús, no hay mucho que se mantenga en secreto, ¿verdad?
Mi hermano se estaría muriendo ahora mismo. — Las puntas de sus
orejas se están poniendo rojas. No habían pasado ni tres minutos
desde que le rompió la nariz a Zander y ya se sonrojaba por la ropa
interior. — ¿Tú... usas cosas así, Shiloh?
Hago un rápido examen del maniquí. — ¿Tangas? Claro. Es
decir, tengo unos cuantos, pero ese lugar está un poco fuera de mi
presupuesto. Yo compro los míos en Walmart y me sirven.
Traga saliva. —Realmente me gustaría verte en ese,
específicamente.
—No tengo el dinero...
—Quédate aquí donde pueda verte. Ahora vuelvo.
Me quedo de pie en medio del pasillo del centro comercial viendo
cómo mi novio del pasado entra en Victoria's Secret y le quita el tanga
a un maniquí, se lo mete en el bolsillo y vuelve a salir, silbando
despreocupadamente. Detrás de él, una empleada de la tienda parece
casi conmocionada por lo que está ocurriendo. Conozco esa sensación.
Y también sé que solo tenemos diez segundos para perdernos de
vista.
—Blaste, corre. — suspiro, lo tomo de la mano y corro hacia el
otro extremo del centro comercial, hacia la entrada del
estacionamiento interior. Ahora mismo debería estar aterrorizada.
Nunca había sido cómplice de un crimen, y de uno tan extraño, pero
no tengo ningún miedo. Con Blaste a mi lado, agarrándome fuerte de
la mano, nada puede tocarme. No hay nada que no pueda manejar
cuando alguien me hace sentir a tres metros de altura. Importante.
Como el yo que nunca he sido lo suficientemente feliz o relajada para
descubrir.
— ¡Ahí adentro!— Jadeo, patino sobre un tacón y me arrojo
contra la puerta metálica que pone Salida de Emergencia. Por suerte,
no suena la alarma y estamos a salvo en el oscuro estacionamiento,

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lleno de coches silenciosos. Se oye un goteo en algún lugar a lo lejos y
un zumbido eléctrico procedente de las luces superiores. Una voz en
el nivel inferior. Aparte de eso, estamos solos. Estamos solos y
luchamos por recuperar el aliento en la fría penumbra.
Algo se mueve en mi visión periférica y me doy cuenta de que
una cámara montada en una de las vigas de hormigón se mueve...
haciendo un paneo en nuestra dirección.
—Tenemos que movernos. — suelto, agarro a Blaste de la
muñeca y tiro de él por el pasillo y detrás de un sedán azul,
dejándonos entre un muro de hormigón y el capó del vehículo. —
Probablemente deberíamos quedarnos aquí un rato. Hasta que dejen
de buscarnos.
— ¿Crees que van a llamar a la caballería por un par de bragas?
—Esas bragas cuestan probablemente treinta dólares.
— ¿Treinta?— Levanta el brillante tanga rosa. —Son dos cuerdas
atadas.
Intento respirar entre carcajadas. —Pagas por el nombre en la
etiqueta.
—Victoria tiene mucho valor. — Sonríe mientras me observa,
pero su sonrisa empieza a desvanecerse lentamente en algo más serio.
—Eres jodidamente preciosa cuando te ríes, Shiloh. Cuando no te ríes,
también. Todo el tiempo. Podría pasarme la eternidad mirándote. —
Me coge por las caderas con sus grandes manos y tira de mí para
acercarme. —No. Lo haré.
—Bien. — susurro, con los huesos volviéndose líquidos al sentir
su aliento calentándome la cara.
Me escruta. — ¿Lo dices en serio?— Su pecho sube y baja. —
¿La eternidad, Shiloh? Cueste lo que cueste.
Me tomo un momento para definir exactamente lo que me está
preguntando. Estamos hablando en términos generales, pero sé lo que
realmente quiere saber: ¿volvería atrás en el tiempo con él? Y ni
siquiera tengo que pensarlo. Nunca he tenido la sensación de estar en
el lugar adecuado, siempre con la sensación de perderme algo grande.

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Ahora sé que era él. —Sí. — digo en voz baja, con la voz temblorosa.
—No puedo imaginar no sentirme así el resto de mi vida.
—Yo tampoco. — respira, nuestros labios sonrojados.
Nos fundimos en un beso que teje magia alrededor de mi cabeza,
lentamente, nuestras bocas moviéndose con hambre contenida. Es
como si el hambre se hubiera desatado dentro de los dos y no
tuviéramos fuerzas para contenerla, la fuerza de su beso inclina mi
espalda sobre el pliegue de su codo mientras me devora desde arriba,
de nuestras gargantas salen sonidos ansiosos. Su fuerte brazo
derecho me sujeta mientras el izquierdo desciende, tirando del
dobladillo de mi vestido camisero hasta la cintura y amasando cada
parte de mí que puede tocar -mi cadera, mi muslo, mi cintura- antes
de introducir su dedo índice en el elástico de mis bragas y tirar de ellas
hacia abajo.
—No me des más largas. — me dice entre lametones ardientes
en el interior de la boca. —Me he levantado duro como una piedra,
¿verdad? Ahora estoy listo para salir de este dolor en el que me has
metido. Me provocas la polla solo con respirar.
— ¿Lo hago?
Nunca me había sentido sexy hasta ahora, cuando veo lo que le
hago a este hombre increíble. Tengo el poder de hacer que le duela el
cuerpo, de volverlo loco. No solo eso, sino que hago que se esfuerce
más por complacerme. Complacerme. Lo hago protector, posesivo y
sexualmente frustrado solo por ser yo... y eso me da confianza. Y la
confianza no hace más que aumentar cuando me baja la ropa interior
y me agarra el trasero, palmeándome y amasándome las mejillas
frenéticamente, como si no pudiera tocarme lo bastante rápido. Su
erección es ancha y gruesa entre nosotros, y su longitud y grosor me
recuerdan al del pepino más grande del mercado. Perfecto,
simplemente perfecto. La humedad se extiende entre mis muslos
anticipando la primera vez que me llene.
Cómo gemirá. Cómo sudará, se tensará y moverá las caderas.
Disfruto del poder que poseo para hacerle perder el control... y él me
hace sentir lo bastante segura para ejercerlo.
— ¿No quieres verme con ese tanga rosa? — pregunto
entrecortadamente cuando me deja subir a tomar aire.

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—Dios, sí. — gruñe, apretando su frente contra la mía. —La
cuestión es si puedo dejar de besar tu puta boca perfecta el tiempo
suficiente para ponértelo.
—Quizá no vuelva a besarte hasta que me los ponga. — me burlo
de él, esquivando su boca.
Hay un brillo de advertencia en sus ojos. —No le niegues a mi
lengua tu sabor, Shiloh. A menos que quieras ser responsable de que
un hombre pierda la cabeza.
—No lo haré. — susurro, medio arrepentida, medio excitada. —
Mi sabor te pertenece.
—Claro que sí. — gruñe, mordiéndome el labio inferior mientras
saca la ropa interior rosa de encaje del bolsillo de sus vaqueros. —Y
tu caliente y joven coño, ¿entendido? — Temblando de calor, asiento,
conteniendo la respiración mientras él se agacha, abriendo las bragas
e instándome a que me las ponga, arrastrando lentamente el suave
material por mis muslos. —Mientras me mantenga satisfecho, te
vestiré como quiera.
—Sí. — susurro, cada parte de mí suelta y temblorosa. Y la parte
nueva y confiada de mí toma el control de una forma que no cuestiono.
Me parece natural y correcto apoyar las nalgas en el capó del sedán
azul, con el vestido todavía recogido alrededor de las caderas. —
¿Cómo me has vestido hoy, Blaste? —murmuro, arqueando
ligeramente la espalda y viéndolo devorar la vista de mis pechos,
mientras su mano baja para acariciar vigorosamente el bulto de sus
vaqueros. Como si tuviera las llaves de un reino mágico, apoyo los pies
en el guardabarros delantero del coche y abro lentamente las piernas
para que pueda verlo... todo. La tira rosa que se extiende sobre mi
sexo, cada vez más empapada y tensa. Le enseño más y más hasta
que su pecho se agita tan rápido como mi pulso. — ¿Me has vestido
como a una puta? —pregunto en voz baja, haciendo un puchero.
—No. — gruñe, sacudiendo la cabeza, como si tratara de disipar
esa idea. —Juré que no volvería a usar esas palabras contigo y lo dije
en serio.
—Sé que lo hiciste. — digo, apretando el puño en la parte
delantera de su camisa y atrayéndolo al espacio que hay sobre mí, lo

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bastante cerca como para susurrarle en la boca. —Que no vuelvas a
llamarme puta... no significa que no puedas follarme como a una.
—Dios todopoderoso. — ruge, agarrándose la cremallera. —
¿Estás intentando matar a un hombre?
—No. — No puedo recuperar el aliento, su hambrienta
desesperación masculina me está dejando sin aliento. —Me encanta
cómo me deseas.
Se desabrocha el botón, se baja la cremallera de un tirón, su
puño arrastra la polla al descubierto, revelando lo hinchado que está.
Gruesa y húmeda, con la punta enrojecida de un tono púrpura. —
¿Quieres, sugar? Quiero un camión nuevo. Necesito jodidamente este
coño. — Engancha sus manos bajo mis rodillas y me empuja al borde
del capó, creando un chirrido de sonido. Carne contra metal. Es tan
erótico que gimo en respuesta, liberando más humedad entre mis
muslos. Y él lo observa con ojos brillantes, agarra su virilidad y la
golpea tres, cuatro, cinco veces contra mi carne, antes de penetrarme.
Es una invasión tan inesperada que grito contra la palma de su
mano... su mano que se curva sobre mi boca justo a tiempo, atrapando
el sonido.
—Lo lameré más tarde, sugar. Ahora es uno de esos momentos
de los que te advertí. — Mueve las caderas hacia atrás y vuelve a
penetrarme, con los ojos en blanco como si nunca hubiera sentido algo
tan bueno, tan intenso en su vida. —Te lo has buscado, ¿verdad?
Abriendo las piernas para mí y mostrándome lo húmeda y bonita que
eres. Por Dios, me rogaste por la fuerza.
Me muerdo el labio para no gritar y asiento, dejando que me
atropelle sin piedad sobre el capó de este coche desconocido. Mi culo
chilla arriba y atrás, arriba y atrás, mientras él me aporrea, con su
frente cada vez más sudorosa en la curva de mi cuello. Cada vez que
creo que me penetra con toda la fuerza posible, su agresividad
aumenta.
Al mismo tiempo, mi placer se dispara.
Hay tensión dentro de mí, tensando lentamente todos mis
músculos.

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Tan tensos que muestro los dientes de dolor, mi sexo se flexiona
sin mi consentimiento, haciéndolo gemir epítetos en mi pelo, sus
dientes arrasando mi hombro con creciente frustración. Por alguna
razón, giro la cabeza y veo el reflejo en la ventanilla del pasajero de
este hombre fornido que me penetra con frenéticos impulsos de su
cuerpo, con las piernas abiertas y temblorosas por la fuerza de cada
violento golpe. Estoy a su merced y tengo la boca abierta en un O de
evidente placer, los ojos cómplices. Exultante.
Las palabras zorra y puta ya no tienen ningún poder sobre mí.
Me apropio de ellas en este momento.
Se aplican a mí, pero solo cuando se trata de este hombre.
—Cuando me necesites. — ronroneo contra su mandíbula. —Me
pondré de espaldas. Barata y húmeda.

—Ahhh, jódeme. Sugar, sugar, sugar. — Su respiración ahogada


es como fuego junto a mi sien y los golpes de su carne contra la mía
se vuelven salvajes, su cuerpo se convierte en el de un animal... y me
gusta tanto ser su presa que la lujuria me está tragando entera,
haciendo que mi sexo palpite de un modo incontrolable, primario, la
respuesta de una víctima voluntaria a ser dominada de un modo tan
puro.
—No te atrevas a apretar más este coño, ¿me entiendes, Shiloh?
No permitiré que vuelva a escupir mi esperma. Te vas a correr hasta
el fondo cuando yo te lo dé. — Me rodea la garganta con la mano y me
lame la cara, desde la mandíbula hasta el nacimiento del pelo. —Voy
a darle forma a tu vientre bonito y redondo. Va a ser una boda de
escopeta, solo que yo seré el que apunte con la escopeta. A cualquiera
que se acerque demasiado a mi chica. Joder. Mía. ¿Entendido? Abre
más los muslos si me entiendes.
—Entiendo. — gimoteo, luchando por abrir más las rodillas,
más.
Así es, dejaré que me hable así, que me posea como quiera.
Porque sé que me valora, me aprecia, me necesita. Luchará contra mis
demonios y exigirá respeto por mí, como hizo en el food court. Y esto
me encanta. Ansío su suciedad y la idea de que podría quedarme
embarazada de él.

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Oh mi Dios. Es inevitable a estas alturas. Se supone que estamos
tan cerca cómo es posible que dos personas estén cerca. Siento esa
verdad por todas partes, y él también. Es evidente en su boca cuando
me rastrilla el cuello, en la parte inferior de su cuerpo moviéndose a
un ritmo furioso, en nuestros sexos resbaladizos chocando en ásperas
inserciones que me hacen sentir tan bien, tan vital, tan
temerariamente cachonda que todo dentro de mí se agarrota,
preparándose para liberarse, haciéndole gruñir mi nombre como una
maldición.
—No puedo aflojar este agujero, haga lo que haga. — grita entre
dientes. —Y no puedo aguantar ni un golpe más con la cremallera
apretada, sugar. Me corro. ¡Joder! Empápate, ¿me oyes?
— ¡Sí!
Me aferro a la intensidad de sus ojos mientras me mira, con el
sudor goteándole por la frente, el pelo despeinado y precioso, mientras
me da un último empujón, lanzándonos juntos al borde del olvido, con
su cara como una máscara de puro asombro, sus caderas
sacudiéndose violentamente entre mis piernas, la humedad caliente
estallando dentro de mí, filtrándose hacia el interior de mis muslos y
mi vientre, su rugido capturado tras un apretón de dientes, su puño
apretándose breve pero firmemente alrededor de mi garganta.
Temblamos juntos, jadeantes, con su polla sacudiéndose y
sacudiéndose dentro de mí, inundándome sin cesar hasta que él cae
como una roca, todo su peso me inmoviliza contra el coche, su aliento
golpea la húmeda curva de mi cuello, mis ojos miran fijamente y sin
ver el hormigón que se amontona encima.
—Shiloh. — respira y levanta la cabeza para mirarme, con el
afecto grabado en sus rasgos.
Levanto la mano para acariciarle el entrecejo. — ¿Sí?
—Eternidad. — Me besa con fuerza y su pecho se estremece. —
Dilo.
—Eternidad. — suspiro contra sus labios.
Y solo entonces se relaja y deja que le acaricie el pelo en el pesado
silencio del estacionamiento, con nuestros corazones latiendo al
unísono.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Capítulo 10
BLASTE

Shiloh y yo pasamos el resto del día en el lago, que tiene el mismo


aspecto que tenía en mi época. Solo agua, árboles, hierba y cielo. Esa
familiaridad me relaja y pasamos la tarde tumbados en la hierba, uno
al lado del otro frente a frente, hablando de millones de cosas, grandes
y pequeñas. Hablamos del padre de Shiloh, del libro que sueña con
escribir. Me recita líneas del primer borrador en el que ha estado
trabajando y me encuentro ansioso por leer el resto. Es bueno. Es tan
perfecto como ella. Le cuento historias sobre mi hermano y yo
metiéndonos en problemas y sobre cómo funcionaba el rancho en el
setenta y cuatro años antes.
Me pregunta si alguna vez me he enamorado de otra chica.
Le digo la verdad, que puede que sintiera interés físico por
alguna chica durante mi adolescencia y principios de los veinte, pero
que no fue más que una gotita de agua comparado con el inmenso
océano de sentimientos que siento por ella. Ni siquiera puedo recordar
los nombres o las caras de los prospectos románticos que vinieron
antes. No son más que un eco apagado y ella es... vibración sin filtro.
Es entonces cuando cometo el error de preguntarle a Shiloh si
alguna vez estuvo enamorada.
Me doy cuenta de que debería haber dicho que no cuando me lo
preguntó, porque los celos que me golpean como un alud son
dolorosos e inoportunos.
— ¿Qué pasa? — pregunta, apoyándose en un codo doblado.
— ¿Qué pasa? —Me pongo boca arriba y veo que las nubes están
teñidas de rojo. —Me acabas de decir que tuviste novio.
—En octavo.
—Exacto. Hace menos de cinco años —espeto— No me gusta, no
importa cuándo fue.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


—Estás siendo tonto. Se mudó a Michigan. Ni siquiera somos
amigos en Facebook.
— ¡Seguro que no!— Resoplo. — ¿Qué es Facebook?
—Sinceramente, nada. Algo de lo que la civilización podría
prescindir.
Se me revuelven las tripas de ácido. El panorama de la
naturaleza frente a mí parece distorsionado y unidimensional. Alguien
me ha apretado las costillas. — ¿Lo besaste?
Parece aliviada. —No. Solo algunas manos inocentes. Algunos
abrazos.
—Lo abrazas… —Me incorporo bruscamente, nervioso,
preocupado por si vomito los tacos. La imagen de mi chica en brazos
de otro es como si me golpearan en la cabeza con un mazo de metal.
Apuesto a que el hijo de puta sigue pensando en ella como la que se
escapó. —Supongo que voy a Michigan a matarlo. ¿Por dónde se va al
tren?
—Espero que estés bromeando.
—No.
Empiezo a levantarme, pero Shiloh se abalanza sobre mí con una
mirada de diversión desconcertada. Dejo que me inmovilice, aunque
siento que el corazón se me va a salir del pecho. No creo que pueda
evitar que me toque. Ni privarme de ese privilegio. Su cuerpo sobre el
mío es como completarse. Fundirse con la otra mitad de mi alma. Todo
lo que llevo dentro se apodera de mí cuando sus muslos se colocan a
horcajadas sobre mis caderas, sus manos agarran mis muñecas y las
anclan sobre mi cabeza. Tiene el pelo enmarañado por el viento y las
mejillas un poco rojas por el sol. Preciosa. Y maldita sea, desde aquí
puedo ver claramente la parte delantera de su vestido hasta esas tetas
turgentes y ya estoy empezando a ponerme rígido con estos jeans
nuevos.
—Estás haciendo el ridículo. — dice, frotando su nariz contra la
mía.
—Shiloh, voy a ser un maníaco celoso hasta el día de mi muerte.
— le digo. —Mírame.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


—No tienes por qué serlo. Nunca querré a nadie más. —levanta
una ceja altiva. —Además, tengo derecho a ser mucho más celosa que
tú.
— ¿Qué? Porque me he acostado con unas cuantas... — Me
detengo a tiempo para corregirme. —Señoritas de la noche.
—Sí. Y buena salvada.
—Gracias. He crecido mucho desde que te conocí. — Sonriendo
contra la boca del otro, muevo las caderas hacia arriba. Lentamente.
Sintiendo su aliento salpicar mis labios. —Escúchame bien, Shiloh,
me apuñalaré en el corazón antes de volver a tocar a nadie que no seas
tú. Solo quiero esta boca. — Me inclino y le lamo la comisura de los
labios. —Solo quiero este cuerpo. Este corazón. Esta alma. Me
marchitaría sin tu tacto y tu sabor, sugar. Los celos son una pérdida
de tiempo cuando mis ojos solo te verán a ti.
—Lo mismo digo. — susurra, separando suavemente mis labios
y dándome su lengua, luchando lentamente con la mía, su apretado
coño empezaba a inquietarse encima de mi bragueta tras solo un
minuto o así de besos. Dios, sí. Empezamos a meternos en faena y me
entran ganas de soltarme las muñecas de donde me las tiene sujetas
por encima de la cabeza, pero voy a dejar que me tenga así un rato
más, porque percibo lo mucho que le está gustando la oportunidad de
explorar sin que yo tome el control de inmediato. Justo cuando
empiezo a respirar con dificultad y a pedirle que me baje la bragueta,
deja de besarme, presiona su frente contra la mía y me mira fijamente
a los ojos. — ¿Blaste?
— ¿Sí, sugar?
—Yo... quiero volver al pasado contigo.
El corazón se me dispara a la yugular, martilleándome sin cesar.
Hemos evitado profundizar demasiado en esta discusión mientras nos
conocíamos, disfrutando de estar juntos, pero mentiría si dijera que
no he estado pensando en esto. Cómo plantearle a Shiloh lo que
quiere, preocupado de que no coincida con lo que quiero. Preocupado
de que se rompa esta paz perfecta entre nosotros. — ¿Quieres?
—Sí. — respira, sus pulgares presionando mis palmas, expresión
seria a pesar de sus mejillas sonrojadas. —Nunca he sido feliz aquí.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Deambulo sintiéndome perdida. Creo que una parte de mí siempre
supo que estabas ahí afuera.
—Ah, Shiloh. — La felicidad se extiende como miel caliente en
mi pecho. —Yo también estaba perdido. Ni siquiera lo sabía hasta que
te vi, pero Dios, no sé cómo vivía antes de esto.
Asiente, sus ojos brillan. Vacila. —He estado pensando...
—Me estás poniendo nervioso. — le digo cuando no continúa
enseguida.
—Es que he estado pensando en la forma de volver a mil
novecientos cuarenta y nueve y creo... que tendrás que volver sin mí
y...
—No. — me ahogo, el cuerpo empieza a temblarme. —De
ninguna manera.
—Déjame terminar. Cuando llegues ahí, volverás al Árbol de los
Deseos y esta vez me pedirás en deseo. Como funcionó con tu tía y el
vaquero. Ella deseó a su alma gemela y él fue atraído por el árbol.
Tenemos la ventaja de saber lo que nos espera al otro lado, así que no
perderemos el tiempo. Estaré detrás de ti.
—Shiloh, no. Estás basando esta teoría en algunas historias. No
voy a arriesgarme a que nos separen. Por lo que sabemos, solo
funciona una vez.
— ¿Cuál es nuestra otra opción? ¿Quedarnos aquí?
—Sí. — gruño. —Eso es exactamente lo que haremos. Viviré en
cualquier momento y lugar, mientras tú estés ahí. Me quedaré. Me
aclimataré.
— ¿Y tu familia? Estás mucho más cerca de ellos que yo de mi
madre. Quieres volver, puedo sentir el dolor que sientes.
—No es nada comparado con el dolor que tendré si no puedo
llevarte de regreso al cuarenta y nueve. Detén esto. Para. No vamos a
hacerlo así. Si no podemos encontrar una manera segura de ir juntos,
no va a suceder.
—Pero Blaste...

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


— ¡Basta, Shiloh!— Mis pulmones están cubiertos de hielo. —Me
estoy enfriando solo de pensarlo.
Sus facciones se suavizan, sus manos se flexionan alrededor de
mis muñecas. —Dejaremos de hablar de eso por ahora. — susurra,
besándome la mandíbula, las mejillas, la boca. Nos hundimos en un
beso. Y no sé si es un mal momento para hacer el amor con ella, o el
momento perfecto. Lo único que sé es que estoy excitado y
desequilibrado tras su sugerencia, y esa sensación de desequilibrio me
lleva a atacar sus labios con todo mi miedo y mi hambre al mismo
tiempo, encerrando mi lengua alrededor de la suya y arrastrándola
más cerca, el beso se vuelve jadeante, ansioso, urgente. Libero mis
manos de su agarre, mis palmas suben por el dorso de sus muslos
dolorosamente suaves, subo el dobladillo de su vestido, mis dedos se
enredan en ese diminuto tanga, tiro del cordón entre sus suaves labios
y le doy un tirón de vez en cuando para hacerla jadear.
—Ya es hora de que aprendas a montarme, sugar. — Suelto el
tanga con un chasquido y le doy un buen azote en el trasero. —Vamos.
Le tiemblan las manos al coger mi cremallera y bajármela con
cuidado.
Se muerde el labio y gime al ver cómo sale mi polla, lista para
entrar.
Gimoteando, empieza a subirse, pero la detengo con un golpe en
el culo.
—Me encanta tu forma de pensar, Shiloh, pero te vas a montar
en mi cara. No creerás que he olvidado mi promesa de lamerte,
¿verdad? — Tomo sus caderas con las manos y la empujo hacia
delante, deslizando mi cuerpo hacia abajo en la hierba para
encontrarme con ella a medio camino. El semen brota de la cabeza de
mi polla cuando su apetitoso núcleo se encuentra con mi boca y la
agarro por el culo, apretándola contra mí, besando ese coño como beso
su bonita boca, excitado por su olor. —Todavía hueles a mi semen,
sugar. Me encanta. Nunca olerás de otra manera. Un poco de mí se va
a quedar en tus bragas cada vez que las subas y las bajes. Voy a estar
en ti y sobre ti. Siempre.
Shiloh gime un sí, sus caderas empiezan a tambalearse,
probando la sensación, la posición, y yo la invito a deleitarse

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


endureciendo mi lengua, cabalgándola encima de ella con mi agarre
en sus nalgas, hasta que se rinde con un maullido y empieza a agitarse
contra mi boca en serio, sus muslos temblando alrededor de mis
orejas. Se deja follar por mis labios, mi lengua, mi barbilla. En
cualquier sitio donde pueda frotar su coño resbaladizo y sexy. Sabe
cachondo e inocente al mismo tiempo y esa combinación me pone
voraz. La devoro desde abajo mientras me masturbo, frotando el
pulgar sobre la punta resbaladiza de mi polla, planeando cómo voy a
meterle a este hijo de puta una vez que esté satisfecha, porque eso es
lo que hago ahora. Mantengo a esta mujer caliente y feliz. La mantengo
excitada por mi polla, porque ahí es donde vive ahora.
—Oh. Oh. Ohhhh. — La parte inferior del cuerpo de Shiloh se
mueve más rápido, más rápido, y la ayudo a bajar, su respiración se
vuelve errática. Entonces se pone rígida, gritando mi nombre al lago y
la humedad más dulce llega a mis labios, a mi lengua, como un regalo
del cielo. El sabor de la satisfacción de mi chica. No hay nada en esta
tierra como eso y nunca lo habrá.
En cuanto deja de temblar, salgo de debajo de ella. Me siento,
me doy la vuelta y me arrodillo detrás de la imagen más caliente que
he visto nunca. Shiloh de rodillas, con el culo expuesto a la luz del sol,
el tanga retorcido sobre el culo y el coño, el placer goteando de su sexo
y aterrizando en la hierba. Hago un ruido como el de un animal que
ha encontrado a su pareja en la naturaleza, me acerco a ella por detrás
con la erección en la mano, la coloco contra su húmedo agujero y la
golpeo profundamente, mi rugido resonando entre los árboles, en el
paisaje.
—Me encanta sujetarte y follarte, sugar. La mayoría de las veces,
eso es lo que me apetece. — Arrastro sus caderas hacia arriba,
apoyando ese culo apretado contra mi estómago y colocándola en el
ángulo justo. Justo a la derecha. —Pero por Dios, tu cuerpo va a
conocer esta polla desde todos los ángulos.
Un escalofrío la recorre. —Sí, Blaste.
La excitación me eriza la piel. —Eso es lo que me encanta oír.
La tomo despacio, pero con firmeza, sobre las manos y las
rodillas.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Me pliego sobre ella y beso su cuello, el lugar sensible bajo su
oreja, mientras entro en su húmedo coño desde atrás, la base de mi
columna vertebral apretándose como un sacacorchos y no es de
extrañar, porque ella es una criatura mágica, sus dedos retorciéndose
en la hierba, su espalda arqueada, abriendo las mejillas de su trasero
para que pueda frotar mi pulgar sobre su apretado y pequeño culo
mientras bombeo, mi abdomen cosido de dolor tratando de retener mi
venida el mayor tiempo posible, para poder disfrutar de ella. Su vista,
su comodidad y su olor.
Me tomo mi tiempo, conduciendo mi polla hasta la empuñadura,
moviendo las caderas en círculos, frotando, luego sacándola casi por
completo, exhalando, lentamente, empuñando su pelo y tirando de su
cabeza hacia un lado mientras me hundo de nuevo en su estrechez,
sintiendo sus músculos flexionarse en señal de bienvenida, gimiendo
a medida que aumenta su humedad, el sonido de mi polla golpeando
hacia delante enredándose lentamente con nuestros gemidos
crecientes... y empiezo a moverme más deprisa. Sin ayuda. Aprieto su
mejilla contra la hierba y nos pongo frenéticos.
—Me haces correrme como una buena chica. — gruño, con los
dientes apretados y las pelotas tan tiesas que ni siquiera se balancean,
sino que están pegadas a mis bajos, listas para soltarse. —Me rompes,
Shiloh. Joder, me rompes. Nena, quédate quieta, así, va a ser duro un
minuto. —gime mientras dejo que la bestia salga de mí, tomándola por
detrás con un salvajismo que un hombre no debería infligir a la mujer
que ama, pero no puedo parar. No puedo, porque ella es mi amor y mi
lujuria, todo en uno. Mi pareja perfecta. Y me está despojando de mi
control tan completamente que estoy gritando su nombre mientras mi
pico se acerca a toda velocidad, cegándome, destrozándome. —Ohhh
mierda, mierda, buena chica, mantén el culo en alto, ya casi, ya casi...
Me doy cuenta de que ella también tiembla violentamente, su
orgasmo choca con el mío, y saber que puede llegar al clímax cuando
la estoy follando tan fuerte me pone tan caliente que otra oleada de
placer sale de mí, vaciándome de una forma que nunca antes había
experimentado. Y sin embargo, mi pecho, mi corazón está tan lleno,
que suelto las palabras en mi cabeza. Las digo en voz alta porque
nunca nada ha sido más cierto.
—Te amo, Shiloh. — le suspiro en la nuca. —Te amo tanto.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Me toma la mano. —También te amo. Te amo, Blaste.
Caemos de lado sobre la hierba y la atraigo bruscamente hacia
mí, necesitando tocarla, calmarla, sentirla. Una presión caliente se
forma detrás de mis ojos cuando veo su cara y la encuentro
mirándome con tanto amor, tanta devoción que solo puedo abrazarla,
mecerla e intentar calmarla. Permanecemos así durante horas, pero
parece cuestión de minutos, porque ningún tiempo con ella es
suficiente. Y cuando cae la noche y nos quedamos dormidos, ninguno
de los dos espera que nos despierte una voz.
Una presencia.
Una presencia familiar... al menos para mí.
Y es entonces cuando el mundo que me rodea empieza a
desmoronarse.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Capítulo 11
SHILOH

— ¿Jim?
Esta pregunta susurrada viene de Blaste y me despierto de un
medio sueño, abriendo un párpado para encontrar a un anciano de
pie en la orilla del lago sosteniendo una caña de pescar, a varios
metros de distancia. En la otra mano sostiene un cubo, pero lo deja
caer al suelo y se vuelca, desparramando cebo y provisiones por la
orilla.
— ¿Jim?— Blaste dice de nuevo, más alto, la voz casi rasgada.
Ese nombre me suena en algún lugar de la mente, pero aún estoy
demasiado aturdida por el sueño como para recordar dónde lo he oído
antes. ¿Quién es ese hombre? Mira a Blaste como si hubiera visto un
fantasma. Alguien que ha visto antes. Pero tal vez no ha visto en
mucho tiempo.
Fantasma.

Oh... oh Dios.
Recuerdo dónde he oído el nombre de Jim. Cuando Blaste
hablaba de su familia, Jim era el nombre de su hermano mayor. Pero
no puede ser el mismo que este hombre, ¿verdad? Hay un millón de
Jim en este mundo, ¿verdad? Pero eso no explica el reconocimiento en
sus rostros. Eso no explica el brillo en los ojos de Blaste.
Cuando la atmósfera a mi alrededor cambia, pienso que debo
estar soñando.
Estas cosas no pasan en la vida real. Al menos, hasta hace poco.
En un momento estaba durmiendo plácidamente en los brazos
del hombre al que amo y al siguiente me sacude la repentina sensación
de que algo va mal. Muy mal. Está en la forma en que su pecho se
endurece y Blaste me aplasta contra su cuerpo, como si temiera que
fuera a desaparecer. Pero no soy yo quien desaparece.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Es él.
Sus brazos me rodean con menos fuerza. Un viento se levanta a
nuestro alrededor, agitando mi pelo, la hierba y nuestra ropa en todas
direcciones. Es fuerte. Un coro de sonidos desoladores. Por encima de
nosotros, el cielo empieza a oscurecerse y aparecen olas en el lago,
encaladas que chocan violentamente contra la orilla. Grito, intentando
aferrarme a Blaste, pero los bordes de él se están disolviendo en
materia gris. Intenta aferrarse a mí, con el terror retorciéndole las
facciones, pero ya no siento su contacto. No puedo agarrarme. No hay
nada más que aire, un contorno de donde solía estar.

— ¡No! ¡Shiloh!
Su voz angustiada atraviesa el viento chillón como un cuchillo,
resonando sobre el agua. Estoy tan horrorizada y conmocionada que
lo único que puedo hacer es mirar fijamente la marca de su cuerpo en
la hierba y gritar con todas mis fuerzas, con los ojos llenos de lágrimas.
Se ha ido. ¿Se ha ido? Se ha ido.
— ¿Blaste?— sollozo, poniéndome en pie y girando en círculos
desordenados, como si pudiera encontrarlo detrás de mí,
tranquilizador y lleno de humor cariñoso, pero no hay nadie. Ni
siquiera el viejo. También se ha ido. Estoy completamente sola bajo el
cielo apocalíptico. Pero incluso eso empieza a desvanecerse. El viento
amaina, el agua se calma. Es inaceptable que los pájaros empiecen a
piar de nuevo, el cielo transformándose en un azul sereno, cuando
siento como si el Armagedón estuviera sucediendo en el centro de mi
pecho.
¿Qué ha pasado?
Cómo... qué...
Y entonces recuerdo. Recuerdo lo que mi madre me dijo esta
mañana cuando Blaste se escondía en mi armario.

A un viajero en el tiempo se le acaba el tiempo si se encuentra con alguien de


su propio tiempo.
Ese anciano era Jim, el hermano de Blaste.
No hay otra explicación para su repentina desaparición.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Blaste ha sido trasladado a mil novecientos cuarenta y nueve.
Me desplomo sobre la hierba, sin huesos, con un grito alojado
en la garganta. Mis huesos tiemblan, la miseria amenaza con volcar
mi cerebro, mis pensamientos. De apoderarse de mí y arrastrarme a
la locura, pero tengo que pensar. Tengo que pensar...
El Árbol de los Deseos.
Tengo que llegar al árbol.
No hay garantías de que pueda volver a conectar con Blaste a
través de su magia, pero lo intentaré y lo intentaré hasta que muera.
Y sé que si puede estar esperándome al otro lado, lo estará. No hay ni
una sola duda en mi mente. Mi corazón ya empieza a morir sin él a mi
lado. Jadeo mientras me pongo en pie, con los miembros débiles por
la agonía de la pérdida y el miedo a no poder alcanzarlo. Su voz aún
resuena en mi cabeza, su tacto aún es cálido en mi piel. ¿Cómo puede
no estar conmigo?
Exijo a mi cuerpo que funcione correctamente y corro. Corro
tanto que los pulmones empiezan a dolerme a mitad de camino, las
lágrimas me queman las sienes y me humedecen el pelo, pero no me
detengo. Corro más.
Tardo veinte minutos en llegar a casa, pero me parece que han
pasado cuarenta días. Me tiemblan las piernas al doblar la esquina de
la entrada. Hay un sonido desconocido en el aire, un zumbido, pero lo
atribuyo a mi corazón partiéndose por la mitad y sigo adelante. Sigo
adelante...
Y casi caigo de rodillas cuando entro en el prado que hay detrás
de la casa.
Mi madre está de pie junto al Árbol de los Deseos.
También hay tres hombres ahí. Hombres que no conozco.
Dos de ellos manejan una sierra eléctrica.
La arrastran de un lado a otro contra el tronco del árbol.
La negación me clava una lanza en medio. — ¡No!— grito con
todas mis fuerzas, corriendo en dirección a mi madre y los tres
hombres. Pero es demasiado tarde. El Árbol de los Deseos se inclina

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


más, más, un poco más y entonces gime, cayendo al suelo entre un
susurro de hojas. — ¡No! ¡Mamá! ¿Qué estás haciendo? ¿Qué has
hecho?
Parece casi molesta por mi llegada, lanzándome una mirada
agotada por encima del hombro. —Estaba tan fuera de lugar, Shi.
Justo en medio del campo. Ahora que tu abuela se ha ido, era hora de
deshacerse de este adefesio.
Ya no puedo respirar. Estoy helada.
Todo a mí alrededor parpadea, como si estuviera a punto de
perder el conocimiento.
Mientras observo horrorizada, el árbol empieza a ennegrecerse,
empezando por la raíz. La podredumbre sube más y más, haciendo
que los hombres y mi madre griten de asombro. Un árbol normal no
haría esto. Pero no es un árbol normal. Era mi única conexión con
Blaste, y ahora no tengo forma de volver a encontrarlo en las capas
del tiempo. Se me ha ido. Y ahora me estoy muriendo, igual que el
árbol, mis piernas cediendo debajo de mí, el órgano de mi pecho
empezando a ralentizarse, porque ya no tiene una razón para
funcionar.
Shiloh.
Levanto la cabeza cuando oigo la voz de Blaste.
Mis dedos se clavan en la tierra y miro a mí alrededor, rezando
para que esté ahí. Que haya encontrado el camino de regreso hacia
mí. Pero solo están mi madre y los trabajadores, mirando entre el árbol
y yo, como si no pudieran creer lo que están presenciando.

SHILOH.
El árbol está casi completamente negro ahora y la voz de Blaste
suena más distante. Demasiado lejana. Pero es en ese momento
cuando mi corazón me guía. No cuestiono lo que me dice que haga,
simplemente me pongo en pie y me sumerjo en el tronco del árbol,
imaginando el rostro de mi amado. Deseo tan intensamente que me
rodee con sus brazos que siento el sabor de la sal y la sangre en la
boca, los costados de la garganta destrozados por mis gritos roncos de
su nombre.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


El interior del tronco se vuelve negro a mí alrededor.
Solo oigo el viento.
Los escombros azotan a mi alrededor a tal velocidad que tengo
que cerrar los ojos, pero justo antes de hacerlo, hay un resplandor
dorado. Alcanzo a ver su cola y me infunde esperanza, la suficiente
para aferrarme a ella como a un salvavidas, y redoblo la marcha,
imaginando cada segundo con Blaste. Su sabor y su tacto. Le ruego al
destino con todo lo que llevo dentro que me devuelva a él.
Oigo débilmente a mi madre decir: —Dios mío, la historia era
cierta. — y entonces...
Se hace el silencio y solo queda un zumbido de energía latente.
Me duele la cabeza, tengo la boca seca como el algodón y el
corazón se me agita en las costillas. Es la única parte de mí que parece
capaz de moverse. Pero entonces oigo el miserable bramido de mi
nombre, la horrible y estéril voz ronca de un hombre que pierde la voz,
pero sigue gritando desesperado.
Es Blaste.
Pero, ¿está Blaste... aquí? ¿O está lejos, atrapado en el tiempo?
Tengo miedo de abrir los ojos y averiguarlo, pero no tengo
elección.
Si hay una oportunidad de verlo, siempre, siempre la
aprovecharé.
Cautelosamente, me incorporo y miro a mi alrededor,
sobresaltada al encontrarme en medio de los pastos de mi familia, con
la cruda luz del sol calentando la hierba a mi alrededor. El aire huele
a algo. A... ¿galletas? O algo que se está horneando. Giro la cabeza y
veo la casa, el prado, pero... son diferentes. La valla del prado está
pintada de blanco, no de rojo. Hay un camión antiguo, de un color
naranja quemado que nunca había visto antes, con una matrícula
vieja y estropeada. Un grupo de personas está de pie a la entrada de
la casa con cara de preocupación.

Mirando al Árbol de los Deseos.


Sigue en pie.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Y la voz de Blaste sale del interior del tronco. Está adentro.
Gritando por mí.
—Blaste. — Mi voz emerge entrecortada, pero consigo ponerme
en pie inestablemente y corro en esa dirección, intentándolo de nuevo.
— ¡Blaste! ¡Blaste!
Su cabeza asoma del árbol, con los ojos inyectados en sangre y
enloquecidos. — ¡Shiloh! — ruge, se lanza por la abertura y se
abalanza sobre mí, abrazándome con todas sus fuerzas, y ambos
caemos de lado sobre la hierba. —Oh Jesús, Shiloh. Por Dios. Jesús,
Jesús. Pensé que te había perdido para siempre. — Sus manos
frenéticas recorren mi cara, mi pelo, mi espalda. —No podía
alcanzarte. No podía verte.
—Tenía tanto miedo. — gimoteo en su cuello.
—Yo también. Nunca había tenido tanto miedo en mi puta vida.
No podría haber seguido sin ti, Shiloh. — Me besa la boca con fuerza,
una, dos veces, sus ojos húmedos y adoradores. —Nunca dejaré que
vuelvas a tener miedo. Ni un solo segundo de tu vida va a ser más que
feliz. Ahora te tengo, sugar. Estamos juntos, como debe ser.
—He vuelto a ti. — susurro, aferrándome.
—Gracias a Dios. Gracias a Dios. Gracias a Dios. — Me besa la
frente, las sienes y las mejillas. Poco a poco, sin embargo, sus rasgos
se transforman con preocupación. —Tu madre...
—Me vio salir. Sabe que me he ido a alguna parte. A un lugar
mejor. — Respiro entrecortadamente. —La echaré de menos. Echaré
de menos lo que podría haber sido en lo que respecta a nuestra
relación, pero... creo que ambos estamos mejor volando lejos.
Especialmente cuando vuelo hacia ti.
Aliviado, me besa con fuerza. —Nunca volveremos a separarnos,
mi amor.
Mi corazón revolotea feliz. Contento. — ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo todo. — Me mece durante unos pesados
minutos, hasta que nuestros temblores se calman y entonces me coge
en brazos, acunándome contra su pecho mientras camina hacia la
casa. —Ven a conocer a tu nueva familia, Shiloh.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Epílogo
BLASTE

Cinco años después…


Uno de mis mayores placeres en la vida es observar a Shiloh
cuando no sabe que estoy ahí. A veces se pierde tanto escribiendo sus
historias que se queda totalmente absorta en las palabras que teclea
en la máquina de escribir, y el entorno de nuestro humilde rancho
deja de existir.
Me quito los guantes de trabajo y los dejo en la estantería, cuelgo
el sombrero en el gancho. Y saboreo el momento. Cuando puedo
contemplar la nuca de su dulce cuello, ver sus dedos volar sobre los
botones, saborear la certeza de que nuestro hijo duerme plácidamente
la siesta en su cuna. El aroma del pastel de cerezas inunda la cocina
y conozco cada hendidura de la corteza, porque esta mañana me he
levantado muy temprano para ayudar a Shiloh a hacerla. Me molesta
dormir, porque me roba momentos preciosos que podría pasar con
ella, mi alma gemela del futuro. La chica que escalé a través del tiempo
para encontrar. La chica que regresó a través del tiempo para
encontrarme de nuevo.

Shiloh.
Me arde la garganta de tanta emoción que tengo que pegar la
cara a la pared e inhalar y exhalar, pero deben de ser más
sentimientos de los que puedo soportar solo, porque ella me percibe.
Su silla se echa hacia atrás y la siento detrás de mí, su mejilla
acariciándome la columna, sus brazos rodeándome para poder
deslizar las palmas de las manos por mi pecho.
— ¿Estás bien? — susurra mi esposa, poniéndose de puntillas
para besarme la nuca.
—No.
—Mmmm. — Arrastra el dobladillo de mi camisa fuera de mis
vaqueros para poder deslizar sus manos por debajo, hacia arriba sobre

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


mi torso desnudo, sus uñas rozando ligeramente mis pezones y
haciéndome aspirar una bocanada de aire. Esta mujer. Sabe
exactamente qué hacer para enraizarme cuando mi amor obsesivo se
descontrola. Cuando mis sentimientos por ella me abruman y me
consumen. —Tenemos al menos otra hora hasta que Benjamin se
despierte. ¿Quieres darte un baño?
—Sí. — respondo con voz ronca, mi polla empieza a palpitar. —
Siempre que estés en él conmigo.
—Estoy contigo en todo. — murmura contra mi oído.
Mi lengua es gruesa, mi pulso errático. No puedo ni empezar a
explicar lo que mi esposa significa para mí, lo que hace por mí, cómo
nos hemos acercado de forma imposible en los últimos cinco años.
Magnetizados e inseparables. Cuando pienso en aquel día que pasé en
el siglo XXI, cuando pensé que no podríamos estar más cerca, más
conectados, desearía haber sabido lo que se avecinaba. Cómo me
encapricharía de mi Shiloh de forma dolorosa, salvaje e incontrolable.
Me toma de la mano y caminamos por la casa, que aún no ha
sido transformada por los modernos electrodomésticos y herrajes,
llevándome al cuarto de baño. Cierra la puerta, echa agua en la gran
bañera con patas de garra que ha estado ahí durante generaciones,
pero que solo recientemente ha recibido el beneficio de la fontanería
interior. Por lo que sabemos, en el futuro ya no existirá, pero quizá las
cosas cambien. La vuelta de Shiloh a los años cuarenta podría haber
cambiado el curso del futuro. Es probable que lo hiciera.
Por ejemplo, mis historias y las de Shiloh desde el futuro
inspiraron a mi hermano, Jim, a trasladarse a Nueva York y estudiar
ingeniería informática. Se ha convertido en un pionero de la tecnología
que el mundo aún no ha visto. Creemos que este cambio de rumbo en
la vida de Jim es la razón por la que desapareció en la orilla del lago
aquella tarde, después de que me devolvieran al pasado. Esa tarde ya
no iba a estar junto al lago, preparándose para pescar.
Quién sabe qué otras ondas hemos enviado al tejido del tiempo,
pero aquí en nuestro rancho, viviendo nuestra vida tranquila y
pacífica, no nos importa. Estamos demasiado envueltos el uno en el
otro.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Shiloh termina de llenar la bañera y empieza a desvestirme, me
desabrocha la camisa y me la quita de los hombros, besándome la
espalda y haciéndome estremecer de hambre. De pie, detrás de mí, me
baja la cremallera con las palmas de las manos, acariciándome a
través de la tela vaquera, y su respiración se acelera contra mi espalda
desnuda.
— ¿Ya puedes mirarme? — pregunta.
—No. — digo, con la voz entrecortada. —Casi.
Tardo mucho en ser capaz de mirar su hermoso rostro. Empezó
el día que regresó del futuro y la llevé a casa para que conociera a mis
padres, Jim, y de repente mirarla a la cara me hizo caer de rodillas,
con una alegría terrible que me dejaba sin aliento. Me pasa siempre
que pasamos horas separados. Tengo que acostumbrarme a su
perfección cada vez. Tengo que aclimatarme a su presencia por etapas.
Me desabrocha los vaqueros con cuidado y me aprieta la polla,
subiendo y bajando el puño lentamente. —Hoy has trabajado mucho.
—Tú también. — jadeo, pasándome los dedos por el pelo y
tirando de los mechones. Tan perfectamente. — ¿Cuántos capítulos?
—Solo uno. —Me hunde suavemente los dientes en la espalda.
—Pero fue uno bueno. Los personajes principales se reunieron. Me
hizo feliz.
Mi corazón se acelera. — ¿Me lo leerás más tarde?
—Por supuesto. Siempre.
Ahora me acaricia más rápido y estoy perdiendo la capacidad de
concentración. Si dejo que esto siga así, nunca llegaremos al baño.
Nunca llegaré dentro de ella, y dentro de ella es el lugar con el que
sueño todo el día mientras trabajo la tierra. —Ya estoy listo, Shiloh.
Una vez más, desliza su puño caliente y me suelta, dando un
paso atrás mientras me dirijo a la bañera y me meto en el agua
caliente, apoyando las manos a ambos lados de la bañera y cerrando
los ojos. Me estremezco al ver subir el nivel del agua, prueba de que
mi esposa se mete en la bañera conmigo. Su cuerpo desnudo se desliza
contra el mío, resbaladizo, vaporoso, sus tetas se aplastan contra mi
pecho.

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


Nuestras frentes se encuentran, rodando de lado a lado,
nuestras respiraciones chocando.
Lentamente, abro los ojos y veo su precioso rostro a través del
vapor, y la emoción me embarga tan intensamente que mi cuello
pierde fuerza y echo la cabeza hacia atrás con una exhalación
temblorosa.

—Shiloh.
—Shhh. —acerca su boca abierta a la base de mi cuello,
arrastrando sus labios lentamente hasta mi mandíbula, y luego se
acerca ligeramente para invitarme a un beso. —No pasa nada.
—Lo siento. Me duele amarte tanto.
—Conozco esa sensación. —inclina su boca sobre la mía,
profundizando el beso mientras se agacha, encajando mi polla en el
apretado paraíso entre sus piernas, hundiéndose en ella lentamente,
haciéndome soltar una maldición, mi pecho subiendo y bajando con
rápidas inspiraciones. —Sigue mirándome hasta que me sienta
normal.
—Nunca se sentirá normal, Shiloh. — gruño, agarrando bien su
trasero y cabalgándola más rápido, más rápido sobre la carga de
lujuria que crea entre mis piernas, una que solo se vuelve más
urgente, más potente con cada día que pasa. —Es demasiado. Saber
que puedo mirarte todos los días de mi vida. El privilegio me abruma.
Pero mataría a cualquiera que intentara quitármelo. Lucharía contra
un ejército. Diez de ellos para mantener lo que es mío. Lo que amo. A
ti.
—También te amo, Blaste. Te amo hasta el futuro y de regreso.
Mi corazón está a punto de estallar fuera de mí, tartamudeando
y expandiéndose, haciéndose más grande para albergar todo el amor
que siento por Shiloh. Mi esposa. Gimo al notar la tensión de su coño,
el ritmo creciente de sus caderas agitadas. —Así. Así. Muéstrame,
sugar, muéstrame.
Enrolla su cuerpo pecaminoso sobre el mío, su coño me ordeña
con avidez, sus tetas resbaladizas se deslizan por mi pecho, sus ojos
me prometen el tipo de felicidad que ningún hombre en la tierra

Sotelo, gracias K. Cross & Botton


merece y que, sin embargo, tengo la suerte de recibir todos los
malditos días.
De esta mujer. Este ángel. Este milagro.
Paso el resto de mi vida agradecido. Y ella está a mi lado todo el
camino.

Fin…

Sotelo, gracias K. Cross & Botton

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