La Mariposa y La Llama

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LA MARIPOSA Y LA LLAMA :

MOTIVO POÉTICO DEL SIGLO DE ORO

La pervivencia del motivo de la atracción que siente la mariposa


por la llama en el arte y las letras de Europa desde la antigüedad
griega, ha de relacionarse con el carácter paradójico del fenómeno
a que se refiere. He aquí una criatura que, a diferencias de todas
las demás, no procura perdurar en la vida, sino que busca la propia
destrucción. El fenómeno se presta a un simbolismo elemental,
anterior al cultivo artístico. En varias lenguas, un metaforismo espon­
táneo designa con un mismo nombre la mariposa y el alma, siendo
el caso más notable el del griego 4oXif). Explica este enlace una
asociación natural entre la mariposa que se deshace de la crisálida
y el alma que se despoja de su envoltura material, asociación capaz
de dotar el motivo de toda una gama de resonancias espirituales.
Bien lo demuestra, en su « estilo ermitaño », Santa Teresa. Al describir
la etapa tercera de la oración, en la cual la voluntad y el entendimiento
se aquietan mientras que la memoria sigue activa, observa que la
memoria « no para en nada, sino que de uno en otro, que no parece
sino de estas maripositas de las noches, importunas y desasosegadas :
así anda de un cabo a otro ». Y prosigue : « Algunas [veces] es
Dios servido de haber lástima de verla tan perdida y consiéntela
Su Majestad se queme en el fuego de aquella vela divina donde las
otras [potencias] están ya hechas polvo, perdido su ser natural,
estando sobrenatural gozando tan grandes bienesl... »
Junto con el simbolismo espiritual del motivo, existía desde anti­
guo un sentido pragmático. Ha conservado Zenodoto, escritor alejan­
drino del siglo tercero antes de Cristo, un verso de Esquilo en que
la frase «upaútrroo gópoç (el destino de la mariposa — más exactamente,
del insecto que se quema en el fuego) es proverbial ya como adverten­
cia contra el daño que uno acarrea neciamente a sí mismo. Por
conducto de Zenodoto, por intermedio también de Eliano, le llegan
al Erasmo de los Adagios tanto la frase pyraustae interitus, referida
a aquellos, dice el holandés, que obran la propia destrucción, como

1. Santa Teresa de Jesús, Obras completas, 2a ed. (Madrid, 1958), p. 118-119.


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la de pyraustae gaudes gaudium, que se dice « de momentaria fluxaque


voluptate2 ». Ya volveré sobre estas frases de Erasmo.
En la antigüedad fue igualmente frecuente ver en nuestro motivo el
encuentro de Psique — del alma — con Eras, encuentro cuyo carácter
equívoco derivaba de una ambigüedad central. Por un lado, la llama
en que moría quemada la mariposa era emblema de un amor según
la razón, y por consiguiente, la autoinmolación del insecto simbolizaba
la regeneración del alma. Por otro, representaba la llama la pura
pasión sensual ; entonces, al perecer en ella, el alma-mariposa se
sumergía en la carnalidad. Al evolucionar, tal ambigüedad se con­
vertirá a veces en antítesis o paradoja ; el simbolismo acabará también
rebasando la zona de lo afectivo para abarcar otras. Tenderán las
posibilidades expresivas a polarizarse en torno a las dos propiedades
fundamentales de la llama : la de iluminar y la de calentar — espiritual
aquélla, pasional ésta — algunas veces en clara disyuntiva, pero otras
en fusión más o menos acabada.
Se da este último caso precisamente en uno de los dos sonetos de
Petrarca que introducen el motivo en la plena corriente de la lírica
europea. Me refiera ai 141, donde hasta desaparece la llama. La cla­
ridad emana ahora del « sol » de los ojos de la amada ; la farfolla,
despistada, tomándolos por una luz, se lanza a ellos y muere. Por
« fatal » que haya de resultar al poeta el deslumbramiento de este
sol, tan placentero es morir así que el alma se desliza suavemente,
sin protestas, a su destino. Se funde el deseo con la sublimación, la
aspiración con el desengaño, en una sutil resolución de la paradoja
inherente al motivo.
Confluyen con recuerdos de este soneto reminiscencias de otro,
el 19, en la evolución peninsular de nuestro motivo. En su segundo
cuarteto, con los versos : « et altri [animali], col desio folie que
spera / gioir forse nel foco, perché splende, / provan l'altra vertir,
quefla che 'ncende... », recupera la llama su puesto central, y con ello
se acentúa el contraste entre la aspiración a la luz y el efecto abra­
sador del fuego. Atrae la dama con la fuerza de la llama, y el poeta,
fascinado, aun a sabiendas del peligro que corre, se abandona, aunque
no sin cierto desasosiego ahora.
Las secuelas castellanas que produce la confluencia de estas dos
corrientes emanadas de Petrarca, con dominio en la mezcla del soneto
19, suelen llevar una carga de voluntarismo muy ajena a la delec-
tatio morosa del poeta italiano, hecho que concuerda con lo observado
por Rafael Lapesa acerca de la misma actitud en los precursores
castellanos de Garcilaso. Estos, dice, « gustan de presentar como

2. Des, Erasmi Roterodami Adagiotwn Chitiades (Francfort, 1599), cois. 1254 y 1255. Ver
también: Luis Gil Fernández. Nombres de insectos en griego antiguo (Madrid, 1959), p. 154-155.
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autodeterminación, como voluntad de perdimiento, la aceptación de


lo inevitable 3 ». Se trasluce igualmente en el soneto de Diego Hurtado
de Mendoza un temperamento fuerte que lucha con su destino
antes de acceder a él. No ya evocación dolorida de un conflicto como
en Petrarca, el soneto de Hurtado, en su arquitectura y desarrollo, es
dramatización de una lucha. Un esquema de esbozos de fuga y vueltas
forzadas se dispone hábilmente a lo largo de sus cuartetos y tercetos.
El Amor ya no equivale a la llama; tiene papel aparte, de tirano
que observa desde los bastidores e interviene para frustrar las ten­
tativas de fuga. El dinamismo rebasa el marco de los catorce versos :
el « buelbo » del primero proyecta hacia el pasado el esquema de la
fuga frustrada ; la reaparición de este verso al final impone una
circularidad, cuyo efecto es prolongar indefinidamente las vueltas de
la mariposa.
Con el soneto de Herrera, se complica la relación del insecto emble­
mático con el sujeto ; se hace ya menos a base de analogías que de
contrastes. Los dos cuartetos contraponen el comportamiento incons­
ciente de la mariposa al acto afirmativo del poeta, la pérdida
involuntaria de la vida a una resuelta auto-inmolación. Cobra mayor
importancia un aspecto fundamental de significación — la necedad
del insecto — apenas aludido en el adjetivo semplicetta. del soneto
141 de Petrarca y el simple de Hurtado de Mendoza. La mariposa es
ahora « incauta » y « descuidada ». En cuanto al poeta, si sigue por­
fiando contra la razón, lo hace a favor de una razón superior, y, en
última instancia, platónica.
Atrajo sin duda a Herrera el núcleo de irradiación lumínica del
motivo. Su soneto reduce al mínimo la pasión y redescubre la espiri­
tualidad inherente al topos. Apenas si en la frase « la belleza de la
luz » se encierra una alusión a la dama. Hasta la llama pierde su ani­
mación : el oro del onceno verso la priva de vitalidad. En el primer
terceto esboza el poeta un impulso hacia la regeneración, la muerte
que da vida. El terceto final, sin embargo, expresa algo más complejo
— la sensación de fracaso del alma cuyas aspiraciones han quedado
defraudadas. Detenida al borde de la flama, gira y sufre. Al acusado
contraste del principio sucede aquí un comienzo de analogía con el
vuelo circular del insecto, analogía que se esfuma, sin embargo, más
acá del pleno holocausto anhelado. La antítesis de los cuartetos,
viene a resultar puramente ideal ; la realidad es la analogía parcial del
final. Pero la base de ésta es nueva : es la imperfección de ambas
criaturas : carencia de razón común en la mariposa, incapacidad para
la razón superior de la pura espiritualidad en el poeta. Un estado
de ánimo atormentado se expresa por la tensión entre forma y fondo,

3. Rafael Lapesa, La trayectoria poética de Garcilaso (Madrid, 1948), p. 18.


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la sensación que da el poeta de estar torciendo la imagen tradicional


para hacerla llevar una compleja carga de sentimientos sin reso­
lución.
Allá por 1600, el topos, por lo manoseado, se convierte a menudo
en clisé insípido ; en estas circunstancias, se cotizan novedad e inge­
niosidad. Lope, que no permanecía indiferente ante ningún estímulo
a la expresión, hizo suyo muy pronto nuestro motivo, desarrollándolo
en el romance « Contemplando estaba Filis » con característica efica­
cia dramático-lírica4. Al otro extremo de su carrera publicó tres
sonetos sobre el tema, uno de los cuales, « Cándida y no pintada
mariposa », da un sesgo enteramente nuevo al motivo. La blancura
de la mariposa se debe a que es de hecho la mano de la dama. Cambia
de dirección la corriente atractiva entre insecto y llama : ahora
es ésta la que « quiso templarse en nieve tan hermosa ». Sin embargo,
sólo logra abrasar el puño del vestido de la dama, ya que, ocupada
ella con pensamientos de otro, permanece glacialmente impenetrable
al ardor de la llama.
En este soneto compite un decidido afán de ingeniosidad con la
voluntad de expresión. Ha debido de gustar a Lope su rasgo de
ingenio, ya que se acordó graciosamente de él en las Rimas de. Bur­
guillos. Tomé le dice ahí en un soneto a su dama, la lavandera Juana :
« Para ser mariposa [yo], no eres llama ; / fuerza será mariposar
en hielo56».
Revela Lope también que ha frecuentado las versiones pictóricas
del tema. Describe un ex-voto del Templo del Desengaño de La
Arcadia en estos términos : « ... Fidelio... por despreciar el desengaño
había labrado él mismo sobre boj pálido con la sutil punta de un
cuchillo un óvalo relevado y en él una mariposa, que caminaba a
una vela, y una mano que entre las dos procuraba desviarla porque
no se quemara, cuya letra decía así :
tan dulce muerte ,
ningún desengaño advierte®. »

La descripción de esta labor de entallado, con los brevés versos


que la acompañan y el comentario en prosa, hace pensar en repre­
sentaciones del topos en los libros de emblemas y empresas. No
dudo que existe una correlación entre la presencia de Amor en los
« bastidores », en el soneto de Hurtado de Mendoza, y un emblema

4. Comento este romance en Experience and Artistic Expression in Lope de Vega (Cam­
bridge, Mass., 1974), p. 72-76.
5. Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (Madrid, 1634), ed. facs.
(Madrid, 1935), fol. 2 r. Los otros dos sonetos de Lope aludidos, insertos en el Laurel de
Apolo, pueden leerse en B.A.E., 38, p. 226 a.
6. Lope de Vega Carpio, Obras escogidas, ed. F. C. Sainz de Robles, 2 a ed. (Madrid, 1953),
II, p. 1185.
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como aquél que en una versión algo tardía de los Amorum emblemata
de Otto van Veen (1608) se titula « Brevis et damnosa voluptas 7 »,
donde se muestra un Cupido sentado en una mesa observando cómo
cinco o seis insectos se dejan prender en la llama de una vela. La
popularidad de estos libros ayuda a explicar ciertos rasgos de las
versiones renacentistas del motivo, y sobretodo, de las barrocas :
sus incisos epigramáticos, su tendencia a la articulación razonada
del tema, sus aspectos ecfrásticos.
Claramente alegórica es la intención del soneto tardío de Góngora
sobre la ambición. Pero la advertencia no tiene aquí dimensión espiri­
tual : invoca un ideal puramente mundano de prudencia desengañada.
La huella de Petrarca se advierte en las frases « lo que luce » y « lo
que arde ». En cambio, la calificación moral de la mariposa, que
recuerda no a Petrarca sino a los emblematistas y tal vez a Herrera,
adquiere un tono de franca asperidad : se la considera « temeraria »,
« obstinada », « ambiciosa ». « Lo que luce » viene a ser ahora la gloria
mundana, sencillamente ; ha sido simpleza en la mariposa haber
pensado gozar de su resplandor sin sufrir el efecto abrasador de
« lo que arde ». Otra nota nueva es la insistencia, no tanto en el
morir, como en la condición de muerto : en las cenizas, la llama con­
vertida en « huesa », una gloria equívoca cuyo carácter se subraya
con el quiasmo ambiguo : « suma felicitad a yerro sumo ». En el
último terceto se aparta Góngora como de costumbre de tanta
aspiración temeraria. Encuentra menos peligrosos que las llamas de
la ambición los vapores del engreimiento.
El olor a vanitas vanitatum, la nota de desengaño, reaparecen en
el « Túmulo de la mariposa » de Quevedo, pero con efecto totalmente
diverso. Mientras que Góngora se encierra en su prudencia egoísta,
infunde Quevedo en el motivo un patetismo y una pasión enteramente
nuevos.
La tumba adquiere ahora el aspecto solemne de un túmulo. A
primera vista parece muy grandioso el marco métrico y estrófico
para motivo tan tenue. El aparente desequilibrio formal corresponde,
sin embargo, a la tensión que informa toda la composición, apuntando
ambos a un empeño obstinado de engrandecer el significado de la
mariposa. No se trata de ninguna « mariposita de las noches », inco­
lora, sino de una criatura de plena luz, que lleva en sus alas « pinta­
das » y « elegantes » todo el abigarramiento y la belleza fugaz del
mundo natural — rosas, flores, dos primaveras — perfeccionados
por el aliño y la curiosidad — el esmero — del arte. A la vez afirma la
mariposa el mundo sin tiempo del mito poético. Es Icaro, « el galán
breve de la cuarta esfera», es Narciso, quisiera ser Faetón, figuras

7. Manejo la ed. de Bruselas, 1667, en que el emblema ocupa la p. 102.


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cuya calidad mítica les asegura paradójicamente, a pesar de su sino


fatal, juventud y belleza perennes. El símbolo central recoge todo lo
que atrae al poeta en el mundo temporal y sensorial, sobretodo la
pasión, como lo indica ese « amores » que enmarca morosamente el
segundo verso — pasión plenamente carnal, ya que, si bien se habla
ahí de « amores de la luz », ésta ya no figurará en el poema. La misma
vela, cuya presencia se siente vagamente en el mismo verso, queda pos­
tergada, mientras que el fuego y el calor se intensifican : « llamas
vivas » y un fuego perverso que « codicia » a la mariposa. La clave
del poema, nos la porporciona el rasgo con que se elude el efecto
terminante del « yace » que lo abre y cierra. En la cuarta estrofa,
donde un « no renacer » inicial descarta inequívocamente toda idea
de resurrección, se anuncia, sin embargo, un movimiento de afirma­
ción irracional. ¿ No se sublimará la pasión ? No importa, pervivirá
aquí abajo en la tumba. La paradoja del « Aquí goza donde yace »
se refuerza con la idea de que, en la brevedad de su existencia, la
maripoza elude también la acción del Tiempo.
Renueva Quevedo brillantemente la vitalidad del motivo. En vez
de conciliar las antítesis, las somete a tal presión que las deshace, y
de su fusión saca energías nuevas. Late bajo la lisa superficie de esta
composición, la misma urgencia apasionada que produjo el « polvo
enamorado » del famoso soneto a Lisi.
Tanto Góngora, con su « suma felicidad a yerro sumo », como Que­
vedo, con el « Aquí goza donde yace », insertan en sus poemas epita­
fios incisivos a la mariposa que recuerdan las fórmulas compactas
de lemas y emblemas. Ya en 1565, un emblema recogido por Hadria-
nus Iunius, al ejemplificar el motivo con un grabado, le pone un lema
sacado de una canzone de Petrarca, « Cosí di ben amar porto tor­
mento 8 ». Al comentar el emblema, basándose evidentemente en
Erasmo, señala Iunius que « et pyraustes [sic] gaudium et interi-
tus » se han hecho proverbiales, y cita luego el verso de Esquilo reco­
gido primero por Zenodoto. No parece exorbitante ver en el « Aquí
goza donde yace » de Quevedo un aggiornamento personal del
« Pyraustae gaudes gaudium » y en su « Túmulo de la mariposa »
un punto de convergencia de las dos principales corrientes interpre­
tativas del motivo — la proverbial, que se convertiría en la emble­
mática y epigramática, y la simbólica, que por el conducto de Petrarca
y los petrarquistas daría sus frutos a través de toda la Edad de
Oro y aún más allá. Pero ese más alia es capítulo aparte.
Alan S. TRUEBLOOD
Brown University
S. La canzone referida es la que empieza « Ben mi credea ». En la ed. princeps de Iunius,
Hadriani lunil Medid Emblemata (Amberes, 1565), el emblema aparece en la p. 15 y se
comenta en la 140.
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TEXTOS QUE SE COMENTAN

Come talora al caldo tempo sóle


semplicetta farfalla al lume avvezza
volar negli occhi altrui per sua vaghezza,
onde aw en ch’ella more, altri si dole;
cosí sempre io corro al fatal mió sole
de gli occhi onde mi ven tanta dolcezza,
che’l fren de la ragion Amor non prezza,
e chi discerne è vinto da chi vole.
E veggio ben quant’elli a schivo m'ánno
e so ch’i ’ ne morrò veracemente,
chè mia vertù non po contra l’affano;
ma si m'abbaglia Amor soavemente
ch’i’ piango l'altrui noia e no T mió danno,
e cieca al suo morir l’aima consente.
(Petrarca, Rime, CXLI.)

Son animali al mondo de si altera


vista che 'incontra '1 sol pur si difende;
altri, però che '1 gran lume gli offende,
non escon fuor se non verso la sera :
et altri, col desio folie che spera
gioir forse nel foco, perché splende,
provan l'altra vertù, quella che 'ncende :
lasso, el mió loco è 'n questa ultima schera !
Ch’i’ non son forte ad aspettar la luce
di questa Donna, e non so fare schermi
di luoghi tenebrosi o d’ore tarde.
Però con gli occhi lagrimosi e 'nfermi
mió destino a vederla mi conduce,
e so ben ch'i’ vo dietro a quel che m'arde.
(Petrarca, Rime, XIX.)

Qual simple maripossa buelbo al fuego


De buestra hermosura do me abrasso,
Y quando siento el daño y huyo el passo
Amor me tom a allí por fuerça luego.
No bastan a alibiarme fuerça o ruego,
Y si es que alguna uez [que] me escapo acasso,
Hallo que Amor me esta aguardando al passo,
Y tómame, qual fugitivo, al fuego.
Yo uiendo ya que con uiuir no puedo
Huir de mi destino y fiera suerte,
Desseosso en tanto mal de algún sosiego,
Perdido a mi tormento todo el miedo,
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Buscando como fénix bida en muerte,


Qual simple mariposa buelbo al fuego.
(Diego Hurtado de Mendoza, Œuvres attribuées,
ed. Foulché-Delbosc, Revue Hispanique, 32, 1914, 51.)

La incauta y descuydada mariposa,


de la belleza de la luz rendida,
en tom o della buela y, ençendida,
pierde en ella la vida presurosa.
Mas yo en aquella Lumbre gloriosa
corro a sacrificar mi triste vida,
que de su bello y puro ardor vençida,
perderse quiere en suerte tan dichosa.
Amor, que en mí pretende nuevo efeto,
dame vida por darme dura muerte
y en la luz y en el oro me detiene.
En tomo dellos voy con mal secreto
y en ellos pierdo y cobro nueua suerte,
y todo para daño mayor viene.
(Herrera, Rimas inéditas, ed. Blecua [Madrid, 1948], p, 50.)

Cándida, y no pintada mariposa,


al fuego se acercó, sin ver el fuego ;
pero sin ser su centro, él mismo luego
quiso templarse en nieve tan hermosa.
No es essa, no, tu esphera luminosa,
dixo el Amor, que entonces no era ciego,
que yo soy rayo, y tiemblo, quando llego
a nieve de mi fuego victorioso.
Sordo a su envidia, quanto más ardiente,
el cerco de la nieve fue abrasando
puño a una mano, de sí misma ausente.
El fuego está riendo, Amor llorando :
¡ hai, zelos ! pues Phenisa no lo siente,
¿ quién fuera lo que estaba imaginando ?
(Lope de Vega, Obras sueltas, I, 272-273.)

D e LA AMBICION HUMANA.
Mariposa, no sólo no cobarde,
mas temeraria, fatalmente ciega,
lo que la llama al Fénix aun le niega,
quiere obstinada que a sus alas guarde,
pues en su daño arrepentida tarde,
del esplendor solicitada, llega
a lo que luce, y ambiciosa entrega
su mal vestida pluma a lo que arde.
Yace gloriosa en la que dulcemente
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huesa le ha prevenido abeja breve,


¡ suma felicidad a yerro sumo !
No a mi ambición contrario tan luciente,
menos activo sí, cuanto más leve,
cenizas la hará, si abrasa el humo.
Góngora, Sonetos completos,
ed. B. Ciplijauskaité (Madrid, 1969), p. 236.

TUMULO DE LA MARIPOSA.

Yace pintado amante,


de amores de la luz, muerta de amores,
mariposa elegante
que vistió rosas y voló con flores
y codicioso el fuego de sus galas,
ardió dos primaveras en sus alas.
El aliño del prado
y la curiosidad de primavera
aquí se han acabado,
y el galán breve de la cuarta esfera,
que con dudoso y divertido vuelo,
las lumbres quiso amartelar del cielo.
Clementes hospedaron
a duras salamandras llamas vivas ;
su vida perdonaron,
y fueron rigurosas como esquivas
con el galán idólatra que quiso
morir como Faetón, siendo Narciso.
No renacer hermosa,
parto de la ceniza y de la muerte,
como fénix gloriosa,
que su linaje entre las llamas vierte,
quien no sabe de amor y de terneza
lo llamará desdicha, y es fineza.
Su tumba fue su amada;
hermosa, sí, pero temprana y breve ;
ciega y enamorada,
mucho al amor y poco al tiempo debe ;
y, pues en sus amores se deshace,
escríbase : Aquí goza, donde yace.
(Quevedo, Obras completas,
ed. Blecua, Barcelona, 1963, I, 231.)

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