Obra La Calavera Catrina
Obra La Calavera Catrina
Obra La Calavera Catrina
Personajes:
Catrina
Narrador
Señor
Nieta
Mamá de la niña
Caminante
Señor Noriega
Señora Noriega
Niño Noriega
Los González
Viejo en Caballo
Francisca
ACTO 1
En la escena se aprecian dos casas con colores alegres y maceteros, un camino verde con flores y
árboles, la muerte anda vestida de negro con un sombrero blanco y un traje negro holgado. Además
se ve un campo arado y maizales. (Entra la muerte con su trenza retorcida bajo el sombrero y su
mano amarilla en el bolsillo.)
Catrina: (Pregunta dudosamente) Si no molesto quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
Señor: (El Señor se asoma por la ventana de su casa y señala con su dedo hacia los campos) Pues
mire, allá por los matorrales que bate el viento ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará
la casa.
Narrador: La muerte se echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas
nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz. Un ambiente muy desagradable para ella, pues
es la apestosa muerte. Andando, miró la hora y vio que eran las siete de la mañana. Por lo tanto,
para la 1 y cuarto, pasado meridiano, se habría llevado ya a la señora Francisca.
(Mientras la muerte va caminando despacio por muchas flores tratando de no chocar con ninguna de
ellas. Y haciendo caras de asco. Cuando pasa por el árbol se lo queda viendo, lo huele y se tapa la
nariz; lo mismo con las flores. Se escucha fondo musical de agua cayendo y de pájaros trinando)
Narrador: Se dijo satisfecha de no fatigarse y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino
apretado del romerillo y rocío. Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos, no
hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo la tierra sin salir el sol. Los retoños de las ceibas
eran pura caoba transparente. El tronco del guayabo soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la
carne limpia de la madera. Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las
flores. Natural que se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nidos
ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué hacerse? Estaba la muerte de paso por aquí sin ser su reino.
Por fin llegó a la casa de Francisca.
(Sale una niña de la casa acompañada de su mamá. La muerte sigue con su trenza y la mano en el
bolsillo)
Mamá de la niña: ¡Quién lo sabe! Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Catrina: (Se muerde el labio y con tono de cansada) ¡Hace mucho sol! ¿Puedo esperarla aquí?
Mamá de la niña: Aquí quien viene tiene su casa. (Advirtiendo) Peeerooo puede que ella no regrese
hasta el anochecer.
Catrina: (Piensa mirando para arriba, con el labio mordido y con la mano en la barbilla; se oye en el
fondo musical con eco) (¡Chin! Se me irá el tren de las cinco. ¡No!¡ Mejor voy a buscarla!) ¿Dónde,
de fijo, pudiera encontrarla ahora?
Mamá de la niña: Pues de madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
Narrador: Y andando y andando, siguió la muerte. Sin embargo, miró todo el campo arado y no
había un alma en él. Sólo garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió.
Catrina: (Enojada) ¡Vieja andariega! ¡Dónde te habrás metido! (Escupe y continúa caminando)
Narrador: Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto
olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante.
Catrina: ¡Señor! ¿Pudiera usted decirme donde está Francisca por estos caminos?
Caminante: (Alegremente) ¡Tiene suerte! Media hora lleva en casa de los Noriegas. Está el niño
enfermo y ella fue a sobarle el vientre
Catrina: (con tono cansado y soplándose con el sombrero) ¡Con Francisca! A ver si me hace el favor.
Señora Noriega: (Frunciendo las cejas) ¿Cómo de pronto? Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo
hizo. ¿De qué extrañarse?
Catrina: (Apenada) Bueno… Verá. Es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo.
Señor Noriega: (Indagando y con los ojos bien abiertos) Entonces usted no conoce a Francisca.
Catrina: (Señalando las partes del cuerpo que va diciendo) Pues… con arrugas, desde luego, ya son
sesenta años…
Catrina: Verá… el pelo blanco…. Cas i ningún diente propio…. La nariz, digamos… (con duda)
Catrina: Filosa
Catrina: Bien, nublados… sí, nublados han de ser… ahumados por los años.
Señora Noriega: Nooo, no la conoce. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo
en la mirada. Esa, a quien usted
busca, no es Francisca.
Narrador: Y salió la muerte otra vez por el camino. Iba ahora indignada sin preocuparse mucho por
la mano y la trenza, que
medio se le asomaba por debajo del ala del sombrero. Anduvo y anduvo.
Catrina: (Llega a cada de los González y pregunta) ¿Está la señora Francisca?
González: Francisca está a un tiro de ojo de aquí, cortando pastura para la vaca de los nietos.
Narrador: Pero a pobre muerte solo vio la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la
huella menuda de su paso. Entonces la muerte, que ya tenía los pies hinchados dentro de los
botines enlodados y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora.
Catrina: (Espantada) ¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren! (se va zapateando)
Narrador: Entonces echó la muerte de regreso, maldiciendo por su mala suerte. Mientras tanto, a
dos kilómetros de allí, Francisca escarbaba las malas hierbas del jardincito de la escuela. Un viejo
conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:
Francisca: (Asomando medio cuerpo de entre las flores le dice alegremente) ¡Nunca! Siempre hay
algo que hacer.
FIN.