Div 013 Revista Divergencia-1
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Div 013 Revista Divergencia-1
VERSIÓN ELECTRÓNICA
N°13 / AÑO 8
JULIO - DICIEMBRE 2019
REVISTA DIVERGENCIA
n° 13 | año 8
Julio - Diciembre 2019
EQUIPO RESPONSABLE
Editor responsable
José Ponce López
j.ponce@revistadivergencia.cl
Editor asociado
Jorge Valderas Villarroel
j.valderas@revistadivergencia.cl
Editor asociado
Anibal Pérez Contreras
a.perez@revistadivergencia.cl
Traductor
Alejandro Torres Vergara
Diseño y diagramación
Esteban Vásquez Muñoz
Fotografía de portada:
Obreros en la fábrica textil Bellavista Oveja,Tomé, Región del Biobio, Chile.
Actualmente, el edificio es Monumento Nacional.
CONSEJO EDITORIAL
INTERNACIONALES NACIONALES
Valparaíso, Chile.
ÍNDICE / Index
7 -8 Presentación / Presentation
ARTÍCULOS / Articles
29 -49 Intelectuales del Cono Sur en Chile. Perfil de los cientistas sociales brasileños y
argentinos radicados en la Universidad de Concepción (1967-1973)
Intellectuals of the Southern Cone in Chile. Profile of Brazilian and Argentine social scientists
based at the University of Concepción (1967-1973)
51 -70 La relegación como control social y exilio interno bajo la dictadura cívico-militar
chilena, 1973 a 1986
Relegation as social control and internal exile under the Chilean civic-military dictatorship, 1973
to 1986
115 -134 ¿Un racismo en la izquierda? El Partido Socialista, las organizaciones Mapuche y la
colonización agrícola (1932-1941)
A racism on the left? The Socialist Party, Mapuche organizations and agricultural colonization
(1932-1941)
153 -172 ¿Violencia política o política violenta? Un debate acerca del uso de los conceptos, a
partir del análisis del “Trelewazo” - Trelew, Chubut, Patagonia Argentina, 1972 -
Political violence or violent politics? A debate about the use of concepts, based on the analysis
of “Trelewazo” – Trelew, Chubut, Argentine Patagonia, 1972 -
175 - 178 Mario Andrés González, Gonzalo Vial Correa, Las sinuosidades de una trayectoria
intelectual, 1969-1991. Valparaíso: RIL Editores, Octubre de 2017. 193 páginas
Gorka Sebastián Villar Vásquez
Presentación
PRESENTACIÓN / Presentation
O
cho son los artículos y una reseña los que están presentes en este nuevo número de la
Revista Divergencia, en su versión 13, los cuales se distribuyen de la siguiente forma.
Los tres primeros artículos constituyen estudios que dicen relación con la historia po-
lítica del Gran Concepción, entre ellos podemos mencionar el trabajo de Pedro Altamirano,
alumno del Programa de Magíster en Historia de la Universidad de Concepción, quien analiza
la importante presencia de algunos cientistas sociales brasileños y argentinos en la Univer-
sidad de Concepción para el periodo 1967 a 1973. La contribución que estos realizaron al
desarrollo e impulso de las Ciencias Sociales en la zona penquista y el país, específicamente
en el campo de la sociología y como estos cientistas sociales se vincularon políticamente en
su estadía en Chile, constituyen los ejes centrales de la investigación desarrollada por Alta-
mirano. El segundo de los artículos aborda el proceso de politización del movimiento obrero
y sindical de los años 1919 a 1921 en una de las localidades más significativas de la zona
de Concepción, no estamos refiriendo a la comuna textil de Tomé. Específicamente la auto-
ra, Nicole Fuentealba, estudiante de Licenciatura en Historia de la Universidad de Chile, se
7
adentra en el estudio de cómo el movimiento obrero tuvo en aquellos años una importante
influencia política de parte del Partido Democrático y desde el punto de vista económico del
denominado “Paternalismo Industrial”; ambos desempeñaron un papel central a la hora de
la politización que tuvo el movimiento obrero del periodo de estudio. Finalmente en la línea
de los trabajos sobre Concepción y desde una mirada de la Historia Reciente, el Dr. Aníbal
Pérez analiza quizás uno de los fenómenos que se ha visibilizado con fuerza en los últimos
años en nuestro país, no referimos al “clientelismo”. El autor propone entenderlo como una
costumbre política entre patrones mediadores y clientes, quienes la utilizan como parte de
una economía moral. El artículo de Pérez hace un giro en aquel análisis, descentralizando la
mirada para ver cómo el clientelismo opera fuera de Santiago, específicamente en la ciudad
de Concepción con la figura de la ex alcaldesa Jacqueline van Rysselberghe. Allí se destaca
las redes que fue tejiendo esta emblemática dirigente de la UDI, el trabajo en terreno hacia el
mundo popular y un liderazgo combativo y conservador que la posicionó a nivel nacional, no
sólo en su partido sino también en todo el abanico político partidista chileno.
Luego de estos trabajos, nos encontramos con tres contribuciones que abordan problemas
de carácter nacional. Entre ellos podemos mencionar los artículos de Nicolás Acevedo, Jorge
Navarro y Danny Monsálvez en coautoría con Javier González. En el primer de ellos, Acevedo,
candidato a Doctor en Historia por la Universidad de Santiago, plantea la interrogante sobre
si existió racismo en el Partido Socialista en relación al tema mapuche y la colonización agrí-
cola entre los años 1932 a 1941. Para el autor, si bien el Partido Socialista, por medio de una
propuesta agraria, buscó una integración de los pueblos indígenas a la sociedad nacional, esto
pasaba por una invisibilización de sus costumbres y reivindicaciones que eran propias del
pueblo mapuche, con lo cual la propuesta de una política agraria de los socialistas de aquellos
años generaba “un racismo inconsciente”. Por su parte, Navarrete realiza un estudio compa-
rado del Partido Obrero Socialista y del Partido Comunista de Chile en su lucha por una demo-
cratización de la sociedad entre los años 1912 a 1925. Específicamente, ambas colectividades
lucharon incansablemente por “fomentar la participación política de la clase obrera y para
denunciar y contrarrestar las acciones represivas del Régimen Parlamentario” imperante en
aquellos años. Por último el artículo del Dr. Monsálvez, académico de la Universidad de Con-
cepción y González, Magíster en Historia por dicha casa de estudios, realizan un análisis de
uno de los mecanismo represivos poco estudiados en la dictadura de Pinochet, pero que fue
muy utilizado por dicho régimen, nos referimos a la relegación como control social y exilio
interno entre los años 1973 a 1986.
Para finalizar la presentación del presente número de Revista Divergencia, situamos dos
contribuciones provenientes de Argentina. La Primera de ellas corresponde a Axel Binder en
conjunto con Gonzalo Pérez de la Universidad Nacional de la Patagonia, los cuales analizan
conceptualmente las nociones de violencia y violencia política para el estudio de las protestas
populares en Argentina de fines de la década del sesenta y comienzo de los años setenta, con-
centrándose en el caso conocido como el “Trelewazo”, aquel levantamiento popular ocurrido
en octubre de 1972 en Trelew, Chubut. El segundo artículo es de Pedro Zimunovic de la Uni-
versidad Nacional de Lujan, quien analiza el discurso anticomunista bajo el gobierno de Pe-
rón, entre los años 1951 a 1955. De cómo este discurso fue utilizado por el peronismo en tres
campos de acción: “para desacreditar las protestas en el ámbito gremial, para tomar posición
en la situación internacional durante la naciente Guerra Fría y como elemento descalificador
para caracterizar a sus enemigos políticos internos, entre ellos, la Iglesia”.
En la última parte del presente número, situamos una reseña de Gorka Sebastián Villar
Vásquez, quien analiza el libro de Mario González: “Gonzalo Vial Correa, Las sinuosidades de
una trayectoria intelectual, 1969-1991”, trabajo sobre uno de los intelectuales de derecha más
importantes del siglo XX.
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Con esto queremos agradecer a cada una y uno de los autores, quienes desde distintas
miradas, visiones, interpretaciones y compromisos han contribuido con sus reflexiones y artí-
culos para dar vida a un nuevo número de Revista Divergencia, la cual progresivamente se va
consolidando a nivel nacional como un espacio abierto a la discusión y el debate de ideas -tan
necesaria en los tiempos actuales-, no sólo para investigadores e historiadores consolidados,
sino también entre quienes realizan sus primeras armas en la disciplina histórica.
Coordinadores de número
ARTÍCULOS 9
Articles
From Industrial work to political organization. Strike movements of the textile workers of Tomé
between 1919 and 1921
Resumen
En este artículo se analiza el proceso de politización en los obreros textiles tomecinos entre 1919 y 1921,
años en los que se desarrollaron una serie de movimientos huelguísticos, de la mano del escenario na-
cional de movilizaciones, además del grado de influencia de corrientes políticas de redención social en
los aparatos organizativos de estos movimientos. De esta manera, se comprueba que la dirección política
de las huelgas estuvo liderada por el Partido Demócratico, convirtiéndose en la vertiente por donde la 11
alianza política-industrial, de la mano de empresarios y autoridades, orientaría la vida social y política de
los obreros tomecinos a través de un abierto paternalismo, incidiendo, sin embargo, en la transformación
política de los obreros.
Palabras clave: Obreros Textiles, Politización, Industria Textil, Tomé, Paternalismo Industrial
Abstract
This article analyze the process of politization of “tomecinos” textile workers between 1919 and 1921,
years in which a series of strike movements develop in a national scenario of social mobilizations in
which political currents of social redemption had significant influence. In this way, it is stablished that the
political leading of the strikes was the “Partido Democrático”, this party becoming where the industrial
and political alliance of enterprises and authorities would trace the social and political life of Tomé wor-
kers through an open paternalism influencing however, in these workers their political transformation.
INTRODUCCIÓN2
En ese mismo contexto, los obreros textiles de la ciudad de Tomé vivieron sus prime-
ras movilizaciones. Precisamente, en esas décadas, el puerto tomecino estaba viviendo sus
mejores años a través de un crecimiento económico impulsado por la industria, funda-
mentalmente por medio de la fábrica Bellavista fundada en 1865 y la Sociedad Nacional de
Paños de Tomé que comenzó a funcionar en 1918. La ciudad se transformaba socialmente
y tanto comerciantes, industriales, políticos y obreros acaparaban los espacios y exigían
el protagonismo que ese proceso industrial exitoso ameritaba. A través de trabajos de in-
vestigación previos nos percatarnos de la particularidad del caso tomecino, especialmente
en cuanto al crecimiento económico y las relaciones industriales resultantes, las que estu-
vieron conducidas por un incipiente paternalismo industrial (Fuentealba, 2019). Este fue
un sistema de relaciones industriales gestado principalmente en algunos establecimientos
fabriles europeos durante el siglo XIX y que permitió su repercusión en algunas industrias
americanas, entre ellas las fábricas textiles de Tomé. Las estrategias desplegadas por los
industriales revisten una suerte de control sobre los obreros en torno a la captación y fija-
ción de la mano de obra (Sierra, 1991, p. 7), en un ambiente en que la oferta y demanda no
logran suplir esa precariedad, y dependiendo de las condiciones, también busca discipli-
12
nar a la masa trabajadora, todo diseñado bajo parámetros en que el control social se revista
de beneficencia y fidelización hacia la figura “paterna” del patrón o bien hacia el estable-
cimiento (Sennet, 1982, p. 59). Este mecanismo como concepto teórico ha sido desarrollado
en Chile en los últimos años con gran profundidad (Vergara, 2013; Venegas, Godoy y Videla,
2016; Montaner, 2005; Lira, 1996; Peñafiel, 2015; Godoy, 2015; Artaza, 2016) pero ha tendido
a recaer en un análisis más bien contextual. En el caso tomecino el paternalismo industrial
no se limitó solo al mundo de la fábrica, sino que comprometió a la ciudad en general, otor-
gándole beneficios y convirtiéndola en una vía de control fuera de los establecimientos.
En ese sentido, las huelgas que comenzaron en 1919 permitieron analizar en la presente
investigación el surgimiento de este movimiento entre los obreros con sus respectivas carac-
terísticas, las que no asumieron las condiciones radicales de sus vecinos, y, junto con ello, el
proceso de politización de los textiles tomecinos que se ve desmarcado del desarrollo general
que el país ya vivía en la década del ’20. De este modo creemos que incluso, en la aparente
pasividad de las movilizaciones tomecinas los obreros textiles vivieron un proceso de politi-
zación inserto en un sistema paternalista por parte de los industriales, en que la presencia
de elementos abiertamente socialistas fue más bien escasa, y la dirección del movimiento
estuvo liderada por el Partido Democrático lo que permitió la influencia de una alianza polí-
tica-industrial, en la que participaban radicales, liberales y los mismos demócratas. De esta
manera, se delineó la vida social y política de los obreros tomecinos a través de la vía con-
ciliadora. Sin embargo, a través de la presente investigación cada elemento propuesto será
2 Este trabajo es fruto de los Seminarios de Investigación: “Anarquismo y Comunismo en Chile (1890-1941)” del
profesor Sergio Grez, y “Metodología de la investigación aplicada a la historia social del movimiento chileno 1850-
1920” del profesor Pablo Artaza, impartidos en la Universidad de Chile el segundo semestre del 2018. Agradezco a
ambos por las contribuciones de este artículo, además de su constante apoyo en el camino de escribir la historia.
13
1. ALIANZA POLÍTICO INDUSTRIAL
En el inicio del siglo XX chileno el escenario social daba cuenta de las terribles conse-
cuencias de la industrialización y urbanización nacientes (Grez, 1995, p. 9). Las paupérri-
mas condiciones de vida de los trabajadores chilenos, significó una profundización en su
articulación social y política en pos de su subsistencia, a la vez que, empañaban la careta
de éxito y progreso defendida por las elites. La nula respuesta estatal ante la grave crisis
social fue aprovechada por el liberal Arturo Alessandri Palma que en 1920 llegó a la pre-
sidencia prometiendo el fin del vicioso sistema político dominado por la “canalla dorada”
y apelando a la mejora de las condiciones de vida de la “querida chusma” (Collier y Sater,
1998, p.185), a través de las relaciones armónicas entre el Trabajo y el Capital. De este modo,
la elección de Alessandri representaba abiertamente la vertiente “conciliatoria” de politi-
zación de la llamada “Cuestión Social” chilena (Pinto y Valdivia, 2001, p. 11).
No obstante, ningún discurso pudo frenar la crisis en la que estaban sumergidos los
trabajadores, ni tampoco, la crisis moral que se vivenciaba en las elites gobernantes. La
disputa por arriba entre conservadores y aliancistas, no se había convertido en un factor
de desmedro para nuevas facciones y corrientes que venían desarrollándose abiertamente
desde los mismos trabajadores. La vía “rupturista” de politización (Pinto y Valdivia, 2001,
p.11) descansaba en las llamadas corrientes de redención social (Grez, 2000, p. 205) como
socialistas y anarquistas, las que se habían gestado dentro del mundo popular y apela-
ban a conceptos nuevos que emergían desde las condiciones materiales de estos sujetos,
mayoritariamente obreros. La fundación del Partido Obrero Socialista en 1912 representó
la ruptura interna con los planteamientos del Partido Democrático y el dominio que este
había ostentado hasta ese momento dentro de los trabajadores. Para 1920, el POS prácti-
camente ya había entrado a liderar un buen número de organizaciones. Por su parte, el
anarquismo seguía vigente aún en pequeños núcleos obreros. Además, en 1909 se fundó la
Gran Federación Obrera de Chile la que en la práctica funcionó como una organización de
socorros mutuos hasta 1917 cuando Recabarren planteó el carácter sindical de esta en la II
Convención Federal (DeShazo, 2007, pp. 223-224), pero fue en 1919 cuando la III Convención
realizada en Concepción planteó de manera más drástica los márgenes de la Federación,
en la que adquirió el carácter de confrontación con el sistema capitalista imperante, asu-
miendo los planteamientos internacionales de la lucha de los trabajadores simbólicamente
a través de la bandera roja (Ortiz 2005, pp. 186-187), lo que a juicio de Hobsbawm (1983,
p.231), para cualquier comunista o socialista de nuestros días, ese gesto constituía “una
síntesis representativa de su movimiento: su programa y sus aspiraciones, sus triunfos, su
existencia colectiva y su fuerza emocional”.
Ese mismo año la Industrial Workers of the World (I.W.W.) de inspiración anarcosin-
dicalista comenzó a desarrollarse en Chile principalmente entre portuarios (Ortiz, 2005,
p.180), referido a eso, la historiografía local prácticamente no menciona la presencia de la
I.W.W. en la comuna3. Sin embargo, la influencia de corrientes más radicales había acapa-
rado para ese entonces gran parte de la esfera política de los trabajadores a nivel nacional.
La crisis social desató entre 1917 y 1921 una nueva “oleada de huelgas” que coincidió
con una nueva alza de precios (Matus, 2012, p. 129). Esta vez la “querida chusma” se unificó
(Garcés, 2004, p. 20) y así en julio de 1917 comenzó la huelga general de los obreros de los
puertos del país, “organizada como protesta por la implantación del carnet de identifica-
ción” (Barría, 1971, p. 34) dentro de la llamada “Huelga del Mono” (Godoy, 2014), luego el 5
de noviembre de 1918, los obreros de la mina El Teniente se declararon en huelga debido
al despido de 28 obreros federados, por lo que se exigía su restitución (Ortiz, 2005, p. 176).
Del mismo modo, al año siguiente los profesores primarios de Santiago exigieron un au-
mento en sus sueldos en 1919, además, las organizaciones obreras, estudiantiles y políticas
organizaron mítines en todo el país debido a la carestía de la vida y en Puerto Natales una
14
huelga de miles obreros terminó en masacre. (Ortiz, 2005, p. 180)
3 La única mención la realiza Morales, D. (2013) El paternalismo industrial en la Fábrica de Paños Bella-Vista Tomé,
1910-1935, Tesis de maestría en Historia, Universidad de Santiago de Chile. P. 135., sin especificar mayormente.
2. PATERNALISMO INDUSTRIAL
4 Al respecto, este tema conviene tratarlo con mayor profundización en investigaciones posteriores.
de subsistencia de sus trabajadores, como por un sentimiento filial hacia el territorio. Esto
último podría ser mera especulación si no nos detuviésemos en el hecho que ambos líderes
industriales mantuvieron su conexión con la comuna más allá de finalizada su labor en las
fábricas, a través de funciones políticas, la residencia de sus familiares, e incluso la existen-
cia de mausoleos en los que estos permanecieron.
Por otra parte, ambos propietarios de filiación liberal desarrollaron una labor política
fuera de la ciudad, Marcos Serrano fue diputado por el Departamento de Coelemu, Talca-
huano y Concepción entre 1924 y 1932 (Venegas y Morales, 2017, p. 279) y Carlos Werner llegó
a ser Senador por Arauco, Cautín y Malleco entre 1923 y 1926 (Pérez, 2010, p.17). Esto les
permitió establecerse en el municipio como benefactores y aliados políticos de los alcaldes,
regidores y gobernadores, quienes eran en su mayoría radicales y demócratas. La coinci-
dencia discursiva respecto a la armonía entre el Trabajo y el Capital, especialmente entre
radicales y liberales, posibilitó una ayuda recíproca entre los industriales y las autoridades,
los primeros aportaron los recursos, mientras que los segundos, aprobaron y ejecutaron los
proyectos de beneficio mutuo. En función de aquello el periódico radical de la comuna se
presentó a sus lectores insistiendo que su partido “desea el mejoramiento social progresivo,
que reine entre los hombres la mayor armonía (…) sintetizando todos estos anhelos, en una
palabra: solidaridad”, “que ella presida las relaciones económicas, armonizando el capital
y el trabajo, y que el primero llene su misión social, contribuyendo en forma progresiva a
todos los sacrificios que es necesario hacer para que la cultura llegue a todas las mentes,
para que se mejore la salud pública, para que haya amplia previsión social” (La Divisa, 8 de
noviembre de 1919). Por su parte, los industriales, procuraron cumplir con sus trabajadores
dicha misión social, a través de múltiples beneficios sociales y para ello lograron conseguir
la aprobación de adoquinamientos de calles e iluminación de ciertos sectores de la comuna,
especialmente necesario en Bellavista, tal como estimó el demócrata Manuel Vallejos (Mu-
nicipalidad de Tomé, 6 de junio 1918). En cuanto a los demócratas, estos cumplieron una
doble función dentro de la comunidad, por una parte, mantuvieron puestos de importancia 17
en la Alcaldía y la Gobernación, a la vez que lideraron los movimientos huelguísticos, sin
embargo, los dos grupos reconocieron en las gestiones de Werner un verdadero espíritu
de altruismo para la solución de los conflictos (La Divisa, 30 de abril de 1919) y estimaron
resolver las paralizaciones de la mejor forma posible tanto para los obreros como los indus-
triales. Basándonos en estas premisas, podríamos establecer el nacimiento de una alianza
político-industrial integrada y funcional al régimen paternalista.
Es probable que, gracias a esta expansión del paternalismo, las repercusiones en torno
al bienestar de los obreros y el crecimiento tomecino en pos de la industria fueron más
generalizadas, pues los beneficiados de este sistema no fueron solo unos pocos, sino una
gama amplia de ciudadanos: obreros, comerciantes, intelectuales, políticos y los mismos
industriales. Posiblemente por esta razón se convirtió en un sistema difícil de quebrar,
pues sus defensas estaban en muchos frentes y aunque un gran grupo de obreros paralizó
sus labores y exigió nuevos beneficios, el compromiso implícito hacia los patrones estuvo
más consolidado que su propia politización, lo que significó que estos asumieran una pos-
tura más moderada alejada de la confrontación directa frente a los industriales.
3. ALIANZA LIBERAL
La Alianza política establecida entre liberales, radicales y demócratas, entre otros, lle-
vó a la presidencia en 1920 al liberal Arturo Alessandri Palma. Su discurso que apelaba a
las clases populares y medias logró calar en ellas y estas respondieron con su apoyo. Tal fue
su impacto discursivo respecto a ellos que el periódico demócrata de la comuna exponía
que “Alessandri más que un ungido a la Presidencia por la voluntad soberana del pueblo la-
borioso, es un símbolo de redención social y enseña sacra de la transformación de un régi-
men que ha caducado en la vida nacional de Chile” (La Divisa, 6 de noviembre de 1920). En
términos concretos, el apoyo del pueblo “laborioso” tomecino para el candidato aliancista
se tradujo en una victoria comunal esperable, pues Tomé manifestaba de manera clara esta
alianza en su gobierno municipal. En 1920 tenía una representación municipal con cuatro
radicales, cuatro demócratas y uno nacional (La Divisa, 28 de febrero de 1920). El primer y
segundo alcalde de la comuna pertenecían al PR y el tercero era demócrata. La presencia
liberal, en cambio estaba en los industriales y un gran número de comerciantes locales.
Hacia 1919 la Gobernación recibió como gobernador a un coalicionista, al respecto La Di-
visa expresó su molestia y extrañeza de una decisión como esa en “un pueblo netamente
liberal” como el tomecino, ante lo que arengó a sus compañeros de alianza a “ponerse de
pie, porque la doctrina legada por los Matta y los Gallo; por Errázuriz (el grande), Pinto,
Santa María y Balmaceda, unida con la del mártir Francisco Bilbao está pidiendo a gritos
que el Gobernador de Coelemu debe salir de sus filas, ya sea radical, demócrata o liberal.
(…)”, más aún cuando las labores y logros de la administración radical-demócrata de la co-
muna eran “el mejor exponente de que este pueblo debe estar gobernado por miembros de
la alianza Liberal” (La Divisa, 8 de febrero de 1919).
Es importante mencionar, además, que esta alianza municipal contó con la ventaja de
ser parte de la etapa de crecimiento económico de la comuna, lo que benefició de manera
considerable su capacidad para transformarla urbanísticamente, contando con el apoyo de
los industriales. Por esta razón, la alianza político-industrial se sustentó en una etapa de
desarrollo económico.
El orgullo por sus logros no tardó en aparecer y vieron “con verdadera satisfacción”
como “el pueblo entero mira con la más íntima complacencia las iniciativas de la admi-
nistración radical-demócrata para hacer obras de progreso local” (La Divisa, 22 de enero
de 1919). Asimismo, la estima por sus aliados se pudo leer en algunas páginas, como a la
muerte del político radical tomecino José del C. Zapata, en que los demócratas expresaron
que este “pertenecía a aquellas instituciones que hacen el bien desinteresadamente y, más
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que eso, a aquella colectividad política que se formara a los albores de nuestra Independen-
cia con el objeto único de hacer de esta pobre y querida patria una nación independiente y
grande por la solidez de sus instituciones y por la probidad de sus hijos” (La Divisa, 12 de
febrero de 1919). No obstante, el crecimiento a la par de los partidos y probablemente su
lucha silenciosa por integrar más afiliados, evidenció ciertas desavenencias entre ellos. Co-
menzando el año 1920 y luego de dos movimientos huelguísticos, la alianza entre radicales
y demócratas se rompió, sin embargo, no fue un quiebre definitivo, pero mantuvo las rela-
ciones en ese periodo de manera tensa y el lenguaje de sus periódicos cambiaron de tono.
Avanzad de los radicales insistió cada vez más en el carácter conciliatorio que debía estar
presente en las huelgas, en que esta no debía ser, sino el último recurso, e incluso dedicó
largas páginas luego de las paralizaciones a expresar su enojo ante las federaciones obre-
ras, las que pasaron a ser, según ellos, centros de agitadores (Avanzad, 8 de enero de 1920).
Por su parte, La Divisa, se dedicó a expresar con detalle la ruptura y como, en una situación
algo confusa, el primer alcalde, señor Desiderio Muñoz (radical) suspendió de sus funcio-
nes al inspector municipal Sr. Chandía (demócrata), interviniendo en el caso el presidente
del PD en Tomé, Sr. Froilán Cisternas y el tercer alcalde Sr. Vallejos (La Divisa, 27 de marzo
de 1920). Otro conflicto breve se dio igualmente entre Vallejos y Marcos Serrano, admi-
nistrador de la fábrica Sociedad Nacional de Paños y regidor de la comuna, por un asunto
de presupuesto (Municipalidad de Tomé, Junta de Pavimentación, 4 de julio de 1919). Sin
embargo, ningún conflicto fue conveniente en aquellos momentos, menos cuando juntos
habían llevado a un candidato a la presidencia.
En este caso, el triunfo de Alessandri en Tomé fue arrollador. Con un total de 723 votos
la Alianza Liberal ganó las elecciones a la Coalición, que solo obtuvo 51 votos (La Divisa, 25
de junio de 1920). Pese a aquello, entre los obreros la postura respecto al nuevo presidente
no quedó del todo clara. En primer lugar, los periódicos tomecinos dan muy poca informa-
ción al respecto, pues su misión principal es la de motivar e invitar a los lectores a com-
prender los beneficios de la Alianza Liberal. Sin embargo, resulta interesante mencionar la
proclama de La Divisa sobre “Los problemas obreros ante la Alianza Liberal” luego de las
elecciones, donde expusieron que “los demócratas y los obreros no afiliados aún a este gran
partido del pueblo trabajador tomaron para sí el programa de la Alianza Liberal; porque
en su aspecto liberal consulta todas esas reformas que constituyen las reivindicaciones y
anhelos de los hombres de trabajo” (La Divisa, 6 de noviembre de 1920), lamentablemente
eso solo quedaría entrampado en lo discursivo, pues en la práctica el número de votantes
efectivos siguió siendo escaso, en relación a la población nacional, y no tenemos disponi-
bles las fuentes para precisar la participación electoral de los obreros textiles de Tomé.
Y aunque La Divisa expuso con seguridad ese apoyo por parte de los trabajadores, es-
tos se debatían internamente a través de la influencia de la FOCH. La Federación a nivel
provincial tuvo gran incidencia en los trabajadores y aunque por las fuentes, podemos
establecer que el PD siguió manteniendo un puesto de importancia en la región, este co-
menzó a ser disputado fuertemente desde la zona del carbón por la radicalización del POS.
De este modo, aquellos obreros abiertamente socialistas enviaron sus mensajes a todos los
federados de la región, teniendo en especial consideración a Talcahuano, Lirquén y Tomé.
La FOCH de la zona fue consciente de la limitación que implicaba el predominio demócra-
ta, pues si bien, tenía gran presencia y buena voluntad para estar junto a los trabajadores,
19
también existió un grupo dentro del partido que se opuso a esto. Por esta razón Daniel
Sierra, líder de los trabajadores de la región carbonífera manifestó que “los enemigos más
grandes de la clase obrera son Malaquías Concha que quiso traicionar la huelga minera,
Guillermo Bañados que se ha opuesto siempre, sistemáticamente, a todas las leyes y decre-
tos de mejoramiento obrero que se dictan en el Congreso Nacional y después siguen Gómez
Carreño y todos los demás badulaques que nos vienen a disertar sobre Democracia y otras
yerbas” (La Jornada, 18 de julio de 1920). Igualmente, se creyó que tanto la candidatura de
la Unión Nacional como la de la Alianza Liberal “no es como se ha pretendido hacer creer
al pueblo la encarnación de una nueva tendencia política, que ha de encarar desde el go-
bierno los problemas que agitan a nuestro país en la forma científica y racional con que
en el mundo todo se resuelven los problemas sociales, sino la ascensión al poder de una
nueva oligarquía que alucinando al pueblo trabajador con falsas promesas de un mentido
evolucionismo pretende por este medio conseguir el apoyo de las clases trabajadoras para
convertirse mañana en el amo de estas” (La Jornada, 11 de julio de 1920).
Lo concreto del caso tomecino es que la alianza de radicales y demócratas permeó a los
obreros de forma diferenciada. Los demócratas tuvieron una posición de privilegio entre
los trabajadores, que supieron aprovechar y mantener, mientras que la relación de estos
con los radicales no estuvo ajena de dificultades. Luego de finalizadas las movilizaciones
de 1921 el PR decidió acercarse a los trabajadores en búsqueda de nuevos militantes. Según
La Divisa esta jornada fue un completo fracaso debido a las reacciones de los textiles. Para
los demócratas “el pueblo de Tomé contempló con estupor (…) a una treintena de carilargos
radicales que en correcta formación se dirigió a Bellavista con el Orfeón municipal a la ca-
beza tocando piezas de su repertorio y convenientemente escoltados por los carabineros de
ese barrio y guardianes de policía de esta al mando del aspirante Jorquera que desempeñó
un lúcido papel” (La Divisa, 30 de abril de 1921). Precisamente el último elemento marcó la
Con esto podemos precisar que la influencia de la Alianza Liberal en los trabajadores
textiles de Tomé solo se realizó directamente por medio de los demócratas, pues el mensaje
conciliatorio entre Trabajo y Capital que profesaron liberales y radicales no tuvo mayor
incidencia en lo que los obreros estaban experimentando entre 1919 y 1921, por esta razón
estos grupos fueron un ente ajeno con escaso componente obrero. No obstante, los trabaja-
dores federados se debatieron entre los lineamientos de la FOCH de la provincia que avan-
zó con un ritmo diferente en cuanto radicalización. Por lo que mientras la politización de
la región carbonífera se enmarcó abiertamente en las corrientes socialistas, en Tomé, los
demócratas, no alcanzaron aún tales grados. Para esto, será necesario analizar con mayor
detalle las movilizaciones entre 1919 y 1921.
El año 1919 significó para la ciudad de Tomé la ruptura con la tranquilidad acostumbra-
20 da. Dos movimientos huelguísticos, el primero en abril y luego en noviembre, modificaron
lo que hasta entonces había estado caracterizado por un comportamiento sereno y labo-
rioso. Al año siguiente, mientras la zona del carbón recién había pausado una larga huelga
general, nuevamente la ciudad enfrentó un nuevo conflicto, el que se repitió en menores
proporciones en 1921, para continuar en relativa calma por algunos años.
Durante los años de mayor conflictividad social en el país, Tomé los recorrió en medio
de un repunte de su economía, gracias al crecimiento de la industria textil. Los ingresos de
los establecimientos no solo representaron una acumulación propiamente patronal, pues
también parte de ellos estuvieron destinados al municipio a través del aporte de los in-
dustriales en obras públicas y las contribuciones de haberes, lo que permitió que desde
la década de 1910 Tomé comenzara a experimentar una serie de trasformaciones sociales
gracias al mencionado impulso económico. Sin embargo, esto no fue impedimento para
el surgimiento de la movilización obrera. El periódico local radical Avanzad, manifestó
con sorpresa que “el pueblo de Tomé ha presenciado en estos días con no poca extrañeza
un movimiento social definido, homogéneo, completamente ajeno a sus prácticas de vida
tranquila y laboriosa (…) Hoy es una cuestión enteramente nueva la que se ha presentado,
convulsionando a una población entera” (Avanzad, 4 de mayo 1919). Los radicales vieron
en él una experiencia “a semejanza de esos grandes movimientos que en pueblo más cultos
y más viejos que el nuestro se operan de día en día y amenazan transformar por completo
los intereses de la humanidad” y destacaron, además, su carácter pacífico (Ídem). Por su
parte, los demócratas, quienes cumplieron un rol determinante en la huelga, manifestaron
que “los huelguistas han guardado toda compostura y ello es un aliciente para creer que
sus peticiones serán acogidas favorablemente” (La Divisa, 23 de abril de 1919). Es decir, en
una primera instancia el mantenimiento del orden, si bien, fue interrumpido por la huelga, 21
aún no se vio amenazado del todo. Esto cambió en los días siguientes, cuando los obreros
recurrieron a nuevos mecanismos. Respecto a esto, la Intendencia de Concepción recibió
un telegrama de parte del Gobernador Suplente el segundo día de huelga, en el que indica-
ba: “representante fábrica de paños haceme presente que demás operarios desean conti-
nuar sus faenas, pero huelguistas les impiden llegar a la fábrica” y agrega que “habiendo
llegado elementos extraños desde Talcahuano, témese profundamente [que] huelga Tomé
[adquiera] mayores proporciones” (Intendencia de Concepción, Volumen n°1532, Telegra-
mas año 1919, del 22 de abril de 1919). Por su parte, El Sur expresó abiertamente que ese día
el movimiento pudo haber llegado a su fin, pero “en las horas de la tarde el acuerdo favora-
ble a que se arribó en la mañana dejaba de ser respetado por el personal, el que hacía una
segunda presentación solicitando nuevas ventajas”, esto se debió, según un “caracterizado
vecino de Tomé”, a que ese día llegaron al pueblo “dos sujetos de Concepción y Talcahuano,
quienes han comenzado una obra de agitación entre los obreros, perturbando las gestiones
que se realizaban en favor de ellos” (El Sur, Miércoles 23 de abril de 1919, p. 7). Este cambio
de actitud por parte de los huelguistas transformó la admiración del primer día en una
desconfianza y temor que recorrería las siguientes publicaciones periodísticas y las dis-
cusiones interna de los partidos. Sin embargo, el movimiento ya estaba instalado y había
que aclarar de qué se trataba y quiénes eran los responsables de intranquilizar al pueblo
tomecino. En este sentido, el Comité de Huelga estuvo formado por obreros pertenecientes
a la Federación Obrera de Chile, que en ese momento contaba con solo un Consejo de Fede-
ración en la comuna, el que, en su mayoría lideraron militantes del Partido Democrático.
Los obreros Aníbal Navarrete, Isabel Ramírez, Manuel Reyes, Petronila Aguayo, Primitivo
Garrido, Nieves Parra, Fermín Quiroga, Víctor M. Reyes, María Caamaño, Osterlina Ra-
mírez y Rosalba P. de Reyes, compusieron este organismo en primera instancia (La Divisa,
21 de mayo de 1919), los que, además, un mes antes de la huelga fundaron dos Sociedades de
Socorros Mutuos en la comuna, de clara filiación demócrata (La Divisa, marzo-abril 1919),
paradójicamente cuando el movimiento obrero urbano del país tendía a la declinación de
las organizaciones mutuales, debido a las nuevas condiciones de la lucha social y el avan-
ce de ideologías más radicales como el anarquismo y socialismo (Grez, 1994, p.306). Cabe
destacar, la presencia de obreras en el liderazgo de la Federación Obrera tomecina, sin
embargo, las fuentes no tenderán a mencionar otras ocasiones de participación. La prin-
cipal petición de los huelguistas en los dos primeros días descansó en la reducción de la
jornada laboral, que hasta ese momento excedió las diez horas de trabajo diarias. Luego de
la llegada de los “agitadores”, se incluyó además el aumento del salario en un 25% a nivel
general (La Divisa, 23 de abril de 1919). Si bien el carácter pacífico nunca fue abandonado,
la alarma ante los elementos foráneos generó más expectación entre quienes hablaban
de la huelga, que quienes la llevaron a cabo. Después de siete días y sin perder la calma,
más allá del suceso nombrado, las labores de los textiles se reanudaron (Intendencia de
Concepción, Telegramas, Tomé el 28 de abril de 1919). La junta conciliadora compuesta por
obreros federados, el propietario señor Carlos Werner y como árbitro designado el presi-
dente del Partido Democrático don Froilán Cisternas, lograron llegar al acuerdo de reducir
la jornada laboral de diez horas y media a nueve horas y media; en cuanto al aumento
salarial, las versiones son distintas. El periódico La Divisa (30 de abril de 1919) de filiación
demócrata, dio por aprobadas ambas peticiones, alabando en todo momento el altruismo
y generosidad del señor Werner, por su parte, el periódico radical expuso que el aumento
salarial no se pudo realizar de manera general, por lo que los obreros no aceptaron esta
propuesta, retardando el fin de la huelga (Avanzad, 4 de mayo de 1919), idea que se entiende
al leer la serie de telegramas enviados al Intendente (Intendencia de Concepción, Volumen
N°1532, Telegramas, del 24 al 28 de abril de 1919). Finalmente, el diario El Sur, detalló con
mayor claridad el fin del suceso: precisamente, la petición sobre el aumento del 25% en los
salarios, no fue aceptada de forma general, pues la administración de la fábrica no veía en
ello una posibilidad, por lo que se esperó la llegada de Carlos Werner, quién solo advirtió
22
que lo estudiaría si al día siguiente todos volvían a sus trabajos, lo que efectivamente fue
aceptado por los obreros (El Sur, miércoles 30 de abril de 1919, p. 9). En este sentido, no po-
demos hacer una lectura respecto a un movimiento radicalizado en Tomé, al menos en esta
primera huelga. La prudencia de los obreros, que solo se vio interrumpida por la llegada
de algunos “agitadores” foráneos, no mermó en gran parte la actitud conciliadora de los
federados a cargo de la organización, posiblemente porque el mismo PD se debatió inter-
namente entre sus relaciones en los cargos del Municipio y la Gobernación y su liderazgo
con los obreros. Respecto a los agitadores populares y su procedencia, no podemos inferir
mayores detalles con las fuentes disponibles.
Más tarde en agosto del mismo año, el Comité de Sociedades Obreras de la comuna cele-
bró un “comisio público pro-abaratamiento” de los artículos de consumo, el que se llevó a
cabo en perfecto orden (Intendencia de Concepción, Volumen 1532, Telegramas, 21 de agos-
to de 1919), de esta forma respondió al llamado que la Asamblea Obrera de Alimentación
Nacional hizo desde 1918, agrupando a las diferentes organizaciones obreras del país, ante
la carestía de los artículos básicos de alimentación.
1532, Telegramas, 28 de noviembre de 1919). Dos días después, el Gobernador anunció la so-
lución del conflicto, pero al día siguiente “llegaron más de doscientos obreros de otros pue-
blos” (Intendencia de Concepción, Volumen 1532, Telegramas, 30 de noviembre de 1919).
Lamentablemente, las fuentes, no continúan explicando el caso y no podemos especificar
el final de esta. Lo que sí podemos analizar es el cambio que se produjo en siete meses.
Por una parte, las exigencias por parte de los obreros fueron más drásticas, ya que no solo
apelaron al petitorio general que se estaba dando a nivel nacional, sino que incluyeron de-
mandas específicas. Las autoridades vieron con mayor temor el movimiento y cerraron las
cantinas y otros lugares públicos. Ahora no solo vinieron algunos agitadores foráneos, sino
que aparecieron más de doscientos. Siguiendo esta idea, la movilización tomecina adquirió
un nuevo grado de profundización, en tanto que su organización y coordinación por parte
de los federados se desarrolló de forma más compacta, al punto que la comunicación con
grupos obreros de otras ciudades donde la FOCH tenía una presencia abiertamente prota-
gónica, fue más expedita y mejor articulada por los federados tomecinos, lo que demuestra
que en siete meses esta organización tomó en Tomé un cariz distinto.
2° Aumento de un 50% sobre los actuales jornales para los obreros al día en general.
4° No se admita dentro de la fábrica todo obrero que no sea federado, siempre cuan-
do el Consejo sea reconocido por el propietario de esa.
6° La separación del empleado Ricardo Langer por no hacer acta para los trabaja-
dores del barrio y además por cometer atropellos con los obreros José Moraga y
Antonio Aguayo y otros.
8° Se debe dar agua al barrio del estanque denominado Floripondo y no de las ca-
noas por ser agua arrastrada de verdadera inmundicia.
10° Sobre sección Telares un aumento de 50%, como a los obreros al día en general y
se ponga una pizarra de tarifa para saber a cuanto se paga el metro de paño o sea
la pieza.
11° Para los trabajadores de la Fábrica de Tejas, a los que ganas $5 y $6, el 40%, a los
que ganas $4.50, 3.50 y 2.50, el 50% (Intendencia de Concepción, Volumen 1589, 10
de junio de 1920).
Este documento nos otorga interesantes elementos a analizar. En primer lugar, la insis-
tencia en las 8 horas de trabajo diarias y el aumento del salario en un 50% a nivel general,
dan cuenta de un nuevo grado de radicalización, pues tan solo un año atrás la exigencia de
un aumento del 25% pareció incomodar a los administradores de la fábrica, por lo que acce-
dieron a ello parcialmente. Por otra parte, la FOCH tomecina dio el salto a los lineamientos
propios de la Federación a nivel nacional al exigir radicalmente que no se admitiera para el
trabajo ningún obrero que no fuera federado, con lo que pretendía convertirse en el único
medio de sindicalización obrera, además de presionar con ello a todos los obreros para in-
tegrarse a sus filas, lo que podría significar que el número de trabajadores federados en la
fábrica habría alcanzado una posición mayoritaria. Además, la exigencia sobre al agua del
“barrio del estanque”, resulta un dato interesante, pues representa que tanto los obreros
como los patrones asumían que la fábrica tenía el deber de resolver las necesidades básicas
no solo al interior de los establecimientos, sino que en sus propios barrios o en aquellos
espacios donde el Municipio debía considerarse el gran responsable, evidenciando con ello
una concepción paternalista que se tenía respecto a la industria. En este sentido, así como
noviembre significó un nuevo aprendizaje por parte de los federados tomecinos, la expe-
riencia de junio comenzó a resquebrajar nuevos elementos y a distanciarse de la actitud
inicial de 1919. El mismo Werner expresó el dolor que le causó que precisamente su fábrica
24
“haya tenido el mayor número de huelgas”, luego de que él estimara todo por mantener
el bienestar de los trabajadores, además, de considerar que la causa de estas estaba “en
la falta de criterio, de dirección sensata de la Federación de obreros del establecimiento”
(Ídem). Este dolor y enojo, iba abiertamente acompañado de temor, pues los mecanismos
paternalistas con los que había logrado mantener el control y orden por casi una década
estaban sufriendo serias interrupciones. De este modo, la huelga de junio de 1920 significó
una nueva reflexión por parte de los obreros y un nuevo grado de crecimiento político.
Finalmente, en junio de 1921 se registró la cuarta huelga en tres años, de la que solo
sabemos que finalizó el 4 de julio, durando más días de lo ya acostumbrado, interviniendo
en las soluciones el gobernador demócrata Ignacio Franco y el diputado por Coelemu y Tal-
cahuano Manuel J. Navarrete, también de filiación demócrata (La Divisa, 9 de julio 1921).
Para este año el rol del PD no estaba del todo claro en la organización de la huelga, si bien
las manifestaciones anteriores habían sido detalladas por el periódico demócrata, respecto
a la últimas solo hicieron alusión a su término. Sin embargo, el papel jugado por el partido
entre los obreros revistió especial importancia, pues este constituyó la delgada vía por
donde la Alianza Liberal llegó a los trabajadores y como se ha visto, la conexión que estos
tuvieron con la FOCH.
Refiriéndonos a ello, el origen social de los militantes del PD en Tomé fue variado y pudo
establecerse un grupo de obreros y otro de comerciantes. Esto representó una disyuntiva
para el partido, pues una parte de sus afiliados trabajaron abiertamente tanto en la Gober-
nación como en el municipio, luchando por mantener su alianza con el Partido Radical y
Liberal. De este modo José Francisco Jara trabajó como Subdelegado de la novena (delega-
ción), siendo el único demócrata entre diez radicales, cinco liberales, dos conservadores y
dos nacionales (Intendencia de Concepción, Volumen 1514, 25 de septiembre de 1918); por
otra parte, Manuel J. Vallejos lideró la tercera alcaldía de la comuna entre dos radicales
(La Divisa, 11 de enero de 1919). O bien, el Gobernador don Ignacio Franco (La Divisa, 25
de enero de 1919.), quién debía lidiar directamente con todo proceso huelguista, buscar
los medios conciliatorios y mantener el orden público de toda la gobernación, todo aquello
mientras, el componente obrero de su mismo partido organizó los movimientos. Al respec-
to, Aníbal Navarrete, Manuel Reyes y Primitivo Garrido, quienes compusieron el primer
Comité de Huelga en 1919 (La Divisa, 23 de abril de 1919), además, de Serafín Cuevas y
otros obreros, fundaron las dos nuevas Sociedades de Socorros Mutuos mencionadas ante-
riormente, lo que el obrero Adolfo Galdames repetiría al formar por esos días en su propia
casa, con la presencia de 70 obreros del puerto una nueva Sociedad Gremial de “hombres
de mar” (La Divisa, 15 de marzo de 1919). Luego de las paralizaciones de 1919, el partido
expresó en la prensa la alegría de los numerosos nuevos integrantes de las filas demócra-
tas (La Divisa, 28 de enero de 1920), lo que demostró el momento de euforia que se vivía al
interior del partido, al punto que, casi en misión adoctrinadora, fundaron nuevos centros
en los alrededores de Tomé (La Divisa, 21 de febrero de 1920). Pero este crecimiento se dio
principalmente entre los obreros. Quienes engrosaron sus filas eran los más de 50 inte-
grantes por cada mutual demócrata y el grupo de federados de los tres consejos comunales.
De este modo, el partido debía lidiar con estas dos vías, lo que aparentemente logró hacer
hasta 1921. Para ese entonces, el periódico La Rejión Minera de la provincia de Arauco
anunció un interesante conflicto que se dio entre los federados tomecinos. Ante las eleccio-
nes del candidato a diputado que iría por la zona de Talcahuano y Tomé, se presentaron dos
opciones: el comerciante tomecino y presidente del PD de la comuna: Froilán Cisternas y el
ciudadano Manuel J. Navarrete, demócrata miembro del Consejo Federal N°4 de Talcahua-
no. Ocurriendo lo imprevisto, los Consejos Federales de Tomé acordaron apoyar por amplia
mayoría a Navarrete el que “durante la última huelga sostenida por este, le cupo brillante
actuación”, esto desató la furia de los demás demócratas de la comuna que comenzaron a
exigir la expulsión del partido a los “traidores” (La Rejión Minera, 16 de enero de 1921).
Ante esto, la disputa de los dos grupos de demócratas puso en suspenso los planteamientos
25
del mismo partido.
Sin embargo, el avance del PD en los movimientos huelguísticos fue un factor determi-
nante para establecer a la FOCH en Tomé. Pese al conflicto, los obreros federados mantuvie-
ron su militancia, pues el partido continuó siendo una posibilidad para conseguir victorias
electorales en la ciudad, debido a la escasa participación de otros partidos de corrientes
progresistas de izquierda en el municipio. De esta forma, la radicalización en su acción co-
lectiva se transformó gracias a la influencia de la FOCH, pero no logró traspasar la barrera
de lo medianamente moderado, pues al no existir una clara ruptura entre demócratas, sino
que una serie de disputas, la vertiente por la que se trasladó la alianza político-industrial
a los obreros no se agotó.
Finalmente, lo concreto de todo esto, es que este periodo de movilización social permeó
gran parte de las esferas sociales, transformó a un pueblo tranquilo y “laborioso”, en uno
que experimentaría en tres años una evolución política importante. El paso de una fede-
ración de obreros que apeló a la transformación social mediante el diálogo, a una confron-
tación más directa frente a los administradores de las fábricas a través de los métodos de
huelga, indicó que los obreros textiles de Tomé experimentaron una radicalización de su
acción colectiva. Sin embargo, no alcanzó los niveles organizativos de sus pares de la re-
gión o de los grandes centros urbanos de la región y el país, ya que estaban alineados bajo
un sistema paternalista exitoso y un partido político que, a pesar de experimentar serias
disputas internas, logró conciliar los ánimos entre aliancistas y obreros. En consecuencia,
mientras que la huelga del carbón de 1920 significó “el comienzo del fin de la influencia del
partido Democrático entre esos mineros y el inicio del ascenso de los socialistas a sus orga-
nizaciones” (Grez, 2011, p.111), para Tomé las huelgas entre 1919 y 1921 dieron cuenta del
protagonismo de este partido entre los obreros. Sin embargo, la moderación que caracteri-
zó a los movimientos de los obreros textiles también significó que a pesar de los esfuerzos
CONCLUSIONES
La politización de los obreros textiles en Tomé entre 1919 y 1921 estuvo impregnada de
una gran variedad de elementos. En primera instancia, como proceso integrado dentro de
un régimen paternalista por parte de los propietarios de la fábrica, adquirió un carácter
menos radicalizado que en sus pares del carbón, probablemente debido al compromiso que
estos adquirieron hacia el patrón a través de beneficios sociales gratuitos, que se venían
otorgando previo al período de movilización, esto incidió en una sociabilidad regida por
el sistema de control social ejercido por los patrones, logrando mantenerla en una etapa
primitiva, sin mayor organización social y política previa a los movimientos. En segundo
lugar, el rol del Partido Democrático, que a nivel nacional ya no acaparaba con gran fuerza
los espacios de los trabajadores, en Tomé inició su etapa de mayor auge. A través de la orga-
nización de los movimientos huelguísticos y de su filiación a la Federación Obrera de Chile,
logró integrarse ampliamente entre los obreros y crecer en los tres años de movilización. Si
bien la presencia de la FOCH significó que Tomé no fuera un ente ajeno a las movilizaciones
nacionales, que esta estuviera liderada por demócratas le otorgó características propias,
que provocaron al interior del partido local una serie de disputas entre los militantes obre-
ros y los que accedían a espacios de poder político local, entre ellos algunos comerciantes.
Los primeros se establecieron junto a los trabajadores y los otros en los puestos adminis-
trativos de la comuna, sin embargo, ambos delinearon en cierto sentido, la politización de
los trabajadores estableciéndose como vínculo directo entre la alianza político-industrial
y los obreros. Precisamente esta, como tercer elemento, fue un astuto mecanismo utilizado
26
por los industriales y autoridades para beneficiarse mutuamente, tanto por el aporte en
mejoras urbanas como para permitir la expansión del paternalismo a la comunidad en ge-
neral y de este modo delinear el desarrollo comunal y disfrutar de forma más completa las
ventajas del crecimiento económico generado por la industria. Así los lineamientos sobre
la relación entre Trabajo y Capital permanecieron conciliados, provocando un distancia-
miento respecto a la radicalización, inclusive en las paralizaciones. Como cuarto y últi-
mo elemento, conviene destacar el rol ejercido por las obreras textiles, quienes estuvieron
desde el primer momento de la movilización como sujeto fundante, pese a que las fuentes
tendieron a opacar posteriormente su labor. Al respecto, tanto las fuentes como la historio-
grafía social y política no le han hecho justicia a las mujeres textiles, lo que nos interpela a
saldar la deuda con nuevos estudios.
Con todo la huelga de 1919 marcó el inicio de una nueva etapa en la vida tomecina,
especialmente para los obreros textiles quienes no habían utilizado el recurso de la para-
lización. Los tres años de movilizaciones otorgaron un carácter particular a la politización
tomecina ligándola más a la vía democrática heredada por el PD que a la radicalización so-
cialista, además de constituirse bajo características paternalistas. Con todo, hace cien años
los obreros descubrieron una nueva dimensión de su acción política, y los industriales, te-
merosos, comprendieron que por más control social que ejerciesen, existiría una vertiente
autónoma por la que los trabajadores se nutrirían desde ese momento.
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Intellectuals of the Southern Cone in Chile. Profile of Brazilian and Argentine social scientists
based at the University of Concepción (1967-1973)
Resumen
El objetivo de este artículo es examinar el perfil de los cientistas sociales argentinos y brasileños radi-
cados en la Universidad de Concepción entre la reforma universitaria y el golpe militar, considerando y
problematizando tres variables: nacionalidad, rango etario y militancia política. A través del entrecruza-
miento de cuestionarios aplicados a informantes clave, documentos institucionales y prensa local, inten-
taremos mostrar que estos cientistas sociales sudamericanos se articularon social e intelectualmente en 29
función de sus sensibilidades y militancias políticas, identificándose con las izquierdas, y que lo anterior
diversificó el ambiente intelectual de la ciudad y reforzó la idea de Concepción como “provincia roja”.
Palabras clave: Cientistas sociales, militancia política, nueva izquierda, pensamiento latinoamericano,
Universidad de Concepción, Cono Sur
Abstract
The objective of this article is to examine the profile of Argentine and Brazilian social scientists based
at the University of Concepcion between university reform and the military coup, considering and pro-
blematizing three variables: nationality, age range and political militancy. Through the cross-linking of
questionnaires applied to key informants, institutional documents and local press, we will try to show
that these South American social scientists were socially and intellectually articulated based on their
sensitivities and political militancies, identifying with the left, and that the above diversified the environ-
ment intellectual city and reinforced the idea of Conception as “red province”.
Keywords: Social scientists, political militancy, new left, Latin American thought, Universidad de
Concepción, Cono Sur
1 El presente artículo se enmarca en el proyecto VRID-Multidisciplinario código 219.064.050- M, del cual el profesor
Danny Monsálvez Araneda es el investigador responsable. Además, el artículo forma parte del proyecto de tesis del
Magister en Historia por la Universidad de Concepción. Investigación que cuenta con el apoyo del Programa Ciencia,
Desarrollo y Sociedad de la Universidad de Concepción (CIDESAL).
2 Chileno. Estudiante del programa de Magister en Historia, Universidad de Concepción
INTRODUCCIÓN
Hacia la segunda mitad del siglo XX eran pocos los países latinoamericanos que regis-
traban una estabilidad institucional sostenida en el tiempo. Los sesenta centroamericanos
estuvieron marcados por una nueva ola represiva que sólo en 1963 avanzó sobre Honduras,
Guatemala y República Dominicana, manifestándose años más tarde en la matanza de Tla-
telolco en México3. Del mismo modo la inestabilidad política creció en el Cono Sur de Amé-
rica, donde los golpes militares en Brasil (1964) y Argentina (1966) sentaron las bases de las
dictaduras de nuevo cuño o “autoritarismo burocrático” que desde los setenta comenzaron
a esparcirse con vigor por la región (O’ Donnell, 2003, p.11). En cuanto a Chile, éste contaba
con alrededor de cuatro décadas de estabilidad institucional, estabilidad que, en lo formal,
lo hacía resaltar dentro del subcontinente y desperdigar la idea del particularismo y origi-
nalidad chilena4.
3 Una interesante interpretación de la historia reciente de América Latina y el Caribe, debido a la formación científico-
social de los que participan y la cercanía con los golpes militares de los setenta es América Latina: historia de medio
siglo, dos tomos coordinados por Pablo González Casanova. Algunos de los colaboradores son Thetonio Dos Santos
y Vania Bambirra (Brasil), Marcos Kaplan (Argentina), entre otros.
4 La relativa estabilidad institucional de Chile de ninguna manera quiere decir que por debajo no se expresaran
otros males como la cuestión de la “legitimidad” respecto a la construcción del Estado, como sostienen Gabriel
Salazar y Julio Pinto (1999, p.13-19).
5 Refiriéndose al CESO, el brasileño Ruy Mauro Marini (2012, p.78) sostiene: “La mayoría de la intelectualidad
latinoamericana, europea y estadounidense, principalmente de izquierda, pasó por ahí, participando mediante
charlas, conferencias, mesas redondas y seminarios”. A su vez, el CEREN de la Universidad Católica acompañó desde
1969 las discusiones nacionales a través de la revista del centro y seminarios de discusión.
política en sus labores? Así, este artículo tiene por objetivo examinar el perfil de un grupo
de cientistas sociales brasileños y argentinos que por distintas razones desarrollaron sus
actividades en Chile, específicamente en la Universidad de Concepción, entre 1967 y 1973.
Tal como indica la bibliografía actualizada sobre el fenómeno del exilio en América
Latina, las experiencias exiliares también son espacios reflexivos atravesados por la auto-
crítica, la evaluación de las trayectorias y los esencialismos políticos (Sznajder y Roniger,
2013), de ahí la relevancia de acercarse a la complejidad de estos fenómenos –exilio, mili-
6 Hay que considerar, a su vez, que Concepción es una de las ciudades más importantes del país en términos
estratégicos –sólo debajo de Santiago– y que desde la década del cuarenta tuvo un lugar destacado como polo
industrial y económico en el contexto de la modernización desarrollista (Espinoza y Brito, 2008).
7 El MIR lideró durante años (1967-1972) la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción, a través de
su bramo estudiantil MUI, siendo el sector hegemónico del movimiento estudiantil que llevó adelante la reforma
universitaria dentro de la universidad penquista (Araneda, Aravena y Márquez, 2015).
8 En el caso argentino, los intelectuales que llegaron a Chile después del golpe de 1966 estuvieron traspasados por el
“hecho peronista”, no tanto debido a una filiación política con éste sino por las tensiones que la proscripción del
peronismo imprimió sobre la sociedad argentina desde 1955 y muy especialmente sobre las fuerzas de izquierda
(Altamirano, 2011; Tortti, 2014; Calveiro, 2013). La proscripción del peronismo abrió un periodo de prolongada
inestabilidad (1955-1976), con alternancia de gobiernos civiles y militares. Al igual que en Brasil (Ridenti, 2010;
Wasserman, 2017), en los primeros años de la década del sesenta hubo un severo cuestionamiento contra las antiguas
dirigencias políticas, conformándose nuevos liderazgos y, dentro de la izquierda, dando paso a la proliferación de la
“nueva izquierda” que se distinguirá de las tendencias más tradicionales –léase partidos comunistas–.
9 En términos generales, el periodo de formación universitaria de estos cientistas sociales sudamericanos coincidió
con un momento histórico marcado por el acercamiento de la juventud latinoamericana con la política. Es decir: la
juventud se fue constituyendo como grupo de presión y portavoz de nuevos proyectos de sociedad (Faletto, 2016,
pp.213-215).
10 Prácticamente todo el grupo objeto de este artículo formó parte de organizaciones políticas en sus países de origen,
o bien estando en Chile se sumó a alguna. Por consiguiente, la instalación de las dictaduras en Brasil y Argentina
los puso en una situación compleja: sus militancias políticas provocaron la sospecha de las fuerzas militares y que
éstas torcieran la mirada hacia las universidades y centros de investigación (Morero, 1996; Penchaszadeh, 2016),
obligándolos a exiliarse o entrar en la clandestinidad dentro de sus propios países.
11 La bibliografía sobre la experiencia de científicos sociales latinoamericanos en el tercer cuarto del siglo XX chileno
es escasa, lateral, destacándose Eduardo Devés Valdés (2006; e Ivette Lozoya (2013). Si adicionamos el ingrediente
espacial, centrado en la provincia de Concepción, el listado empequeñece todavía más. A diferencia de lo que ocurre
en Argentina –una de las banderas de la historia intelectual latinoamericana–, en Chile no existen libros de conjunto
que estudien desde la NHP y la historia intelectual la experiencia de cientistas sociales, pese a ser este (1967-1973) un
“momento estelar de la cultura política chilena”, al decir de Norbert Lechner. Creemos que ello se debe no sólo a que
el cultivo de la historia intelectual en nuestro país es reciente, y en consecuencia escuálido, sino también a que éste
se ha concentrado en el estudio del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. Lo anterior explica el hecho de que
las investigaciones de historia intelectual existentes estén referidas a lo que Horacio Tarcus (2015, p.15) denomina
los “intelectuales faro” –los grandes pensadores–, o bien a los intelectuales políticos o escritores-artistas. Esta
orientación de la historiografía redunda en un tratamiento de las ideas desplazado hacia el pensamiento político
tradicional, filosófico y cultural, en desmedro de las expresiones científico-sociales de las ideas y sus actividades
intelectuales (Altamirano, 2019, p.55-56).
12 Esto abre la posibilidad para que los intelectuales cumplan no sólo funciones de legitimación de los gobiernos
establecidos; los intelectuales también pueden cumplir una función de compromiso con la sociedad y ponerse al
servicio de determinados proyectos, actuando como “interlocutor en sus sociedades” (Lozoya, 2013, p.185). Dentro
de las ciencias sociales latinoamericanas la politización de los intelectuales y las discusiones acerca de su papel en
los procesos de transformación fueron notables (Lozoya y Moyano, 2019): el cientista social latinoamericano de
este periodo está comprometido en términos políticos con el cambio de sus sociedades e intenta aportar desde la
especificidad de sus disciplinas, actuando como “organizador”, “educador”.
13 Nos referimos a la idea, en Gramsci, del intelectual como “dirigente”, “organizador”, “educador”, etc., cuestiones que
Michel Foucault criticó en cuanto éstas suponen ser la voz y “saber” de “las masas”.
14 Cada cuestionario está compuesto de cinco preguntas generales de respuesta libre acerca del ambiente intelectual y
político de la Universidad de Concepción durante el lapso 1968-1973.
15 Fernando Mires (Chile, 1943) fue docente del Instituto de Sociología de la Universidad de Concepción entre 1969 y
1973. Estudio un postgrado en Alemania entre 1967-1968 y luego se radicó en la Universidad de Concepción hasta el
golpe de 1973. Tras su regreso a Chile en 1969, ingresó al MIR en Concepción y durante un tiempo estuvo a cargo de
la tribuna teórica de la Revista Punto Final.
16 Marta Zabaleta Gerlo (Argentina, 1937) fue docente de la Escuela de Economía y Administración de la Universidad
de Concepción desde abril de 1968 hasta el golpe de septiembre de 1973. Oriunda de la provincia de Santa Fe,
en 1963 partió a la capital de Chille a estudiar un postgrado en ESCOLATINA, recibiéndose en 1964. Trabajó en
instituciones como CELADE e ICIRA. El segundo semestre de 1966 ingresó al MIR.
El artículo está estructurado en torno a dos grandes apartados y, hacia el final, breves
observaciones a modo de conclusión. En el apartado primero entregamos un contexto ge-
neral sobre el estado de las ciencias sociales en la Universidad de Concepción antes de la
reforma universitaria y el significado que tuvo la reforma para el desarrollo de las ciencias
sociales de la provincia. A continuación, examinamos y problematizamos las variables na-
cionalidad y rango etario en el grupo de cientistas sociales sudamericanos. En el apartado
segundo nos centramos en el análisis de la variable militancia política.
En el último tramo de los sesenta, en especial después del ascenso de Allende a la Mo-
neda, la izquierda latinoamericana puso los ojos en Chile y coherente con ello aterrizó un
amplio contingente de militantes y simpatizantes de los más distintos rincones del subcon-
tinente, siendo especialmente notable la concurrencia de cientistas sociales brasileños y
argentinos. Algunos de estos cientistas sociales radicados en Chile dejaron valiosos testi-
monios sobre la actividad política e intelectual de Santiago y Concepción. Para los fines de
este artículo los recuerdos de Marini resultan reveladores:
A las que se suman, para la capital, las palabras del argentino Sergio Bagú 33
En una ciudad pequeña como era Santiago, todos estábamos en contacto intelectual
pero también en contacto físico, porque estábamos unos cerca de otros y a Santiago
llegaban no digo grupos de latinoamericanos, sino torrentes de latinoamericanos
que querían ver la experiencia chilena de cerca o que iban a participar de estos cur-
sos y a especializarse (Lozoya, 2014, p.308)
Y por último, consultada sobre las referencias que tenía acerca de Concepción, las pala-
bras de la argentina Marta Zabaleta
Hay varios puntos en común entre Marini, Bagú y Zabaleta. Coincidiendo con la bullen-
te actividad intelectual de Santiago, los tres enfatizan aspectos destacados para este artí-
17 Ricardo Alberto Hinrichsen (Chile, ¿1946?) estudió ingeniería comercial entre 1964 y 1968 en la Escuela de Economía
y Administración y tras egresar pasó a integrar la planta docente. Participó activamente en la reforma de la Escuela
e ingresó a fines de los sesenta en el MIR, vinculándose a intelectuales sudamericanos como Ruy Mauro Marini,
Marta Zabaleta, Luis Vitale, Miguel Murmis, entre otros.
18 Economía y Administración es el órgano oficial de la Escuela de Economía y Administración entre 1964-1972.
Atenea es el órgano oficial de la universidad, publicado desde 1924. Rehue perteneció al Instituto de Antropología
y fue publicado entre 1968 y 1972. Por último, en las Memorias se lleva el registro de las actividades académicas,
publicaciones, intercambios, entre otros.
Entonces, ¿por qué Concepción? Sin duda un factor tuvo que ver con el vacío que dejó la
reforma universitaria en el cuerpo docente del área de las ciencias sociales y la necesidad
de contar con profesionales de calidad para cubrir esos puestos y sostener la instituciona-
lización de carreras como sociología, antropología e ingeniería comercial. Creada en 1919,
la Universidad de Concepción mantuvo hasta mediados de siglo una “homogeneidad con-
siderable en su campo académico”, el que estaba compuesto por profesores de orientación
radical y/o masones (Huneeus, 1988, p. 71). Al respecto, el sociólogo Fernando Mires (2018)
recuerda: “como en ninguna otra parte [en la Universidad de Concepción] reinaba una ma-
sonería cerrada y todopoderosa, la que hasta la Reforma usaba las ciencias sociales como
campo de repartición de puestos académicos”.
Otras de las autoridades universitarias, como el vicerrector Galo Gómez, también esta-
ba consciente de la delicada situación por la que atravesaba el profesorado sudamericano:
“El hecho [los exilios de intelectuales en el Cono Sur] se puede comprobar en Chile, donde
existen numerosos profesores de ideas avanzadas, de nacionalidad argentina y brasileña,
que prefieren permanecer en este país y enseñar en sus universidades”, dijo en una asam-
blea de la comunidad universitaria (El Sur, 23 de octubre de 1969, p.8).
19 Durante la década del sesenta, los esfuerzos de la Universidad de Concepción tuvieron que ver con la articulación
de redes, la firma de convenios y la distribución de becas de estudio en el campo de las ciencias sociales locales.
Así, por ejemplo, el proceso de formación de la disciplina sociológica en la Universidad de Concepción contó con el
apoyo de fundaciones y organismos tales como Fundación Fullbright, Fundación Ford, Universidad de Minnesota,
Universidad de Rutgers, FLACSO, entre las que más se repiten en las Memorias del periodo 1963-1968. Véase:
Altamirano, 2019, p. 81.
de Concepción, ubicada 500 kilómetros al sur de la capital 20, la tercera del país en antigüe-
dad, tuvo que hacer esfuerzos adicionales para captar la atención de los cientistas sociales
sudamericanos y luego retenerlos. El desafío fue mayúsculo, máxime porque se necesitaba
contar con cientistas sociales de experiencia para que colaboraran con el proceso de insti-
tucionalización de las ciencias sociales que se estaba llevando adelante en los tres institu-
tos del área: el Instituto de Antropología (1966), el Instituto de Sociología (1965) y la Escuela
de Economía y Administración (1957).
Sin duda que el grupo de extranjeros de mayor influencia, sobre todo a través de su re-
flexión académica, en el efervescente proceso social conducido por los sectores popu-
lares y la izquierda entre 1960 y 1973, fue el proveniente desde Brasil (Salinas, 2015).
Sin embargo, en provincias como Concepción si bien también hubo presencia e influencia
de connotados cientistas sociales brasileños –en una breve temporada: Ruy Mauro Marini
y Evelyn Pape–, no hay duda de que el grupo más influyente en materia intelectual y políti-
ca fue el argentino (Altamirano, 2019; Lozoya, 2014, p.309). De esta manera, la composición
según nacionalidad de la Escuela de Economía y Administración21 y el Instituto de Antropo-
logía estuvo distribuida, en distintos momentos de 1967-1973, como indica el cuadro 1 y 3.
Nombre Nacionalidad
20 La distancia no fue óbice para que algunos cientistas sociales argentinos y brasileños viajaran algunos días a la
semana para hacer clases en la Universidad de Concepción. Es el caso, entre otros, de los argentinos Luis Vitale,
Norberto García, Armando Di Filippo y Pedro Paz, vinculados al Instituto de Sociología y la Escuela de Economía y
Administración. Agradezco este dato a Marta Zabaleta.
21 Desde ahora en adelante “Escuela”.
semestre como profesor visitante22– siete son argentinos23. Por su parte, en el Instituto de So-
ciología el grupo de brasileños ascendió a por lo menos cuatro en el lapso 1967-1973.
INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA
Nombre Nacionalidad
Otro puñado de cientistas sociales argentinos llegó a Santiago y Concepción después del
golpe de 1966: es el caso, entre otros, de Néstor D’Alessio, Juan Carlos Marín 28 y Edgardo
Garbulsky; a este grupo se sumó la llegada antes de 1970 de la brasileña Evelyn Pape y la de
Ruy Mauro Marini a comienzos de 197029. Néstor D’Alessio pasó a radicarse de inmediato
en la provincia de Concepción en agosto de 1969, tras recibir en mayo del mismo año una
llamada de Juan Carlos “Lito” Marín que ya trabajaba en el Instituto de Sociología (D’Ales-
sio, s.f). El antropólogo Garbulsky se integró al Instituto de Antropología por contactos con
la profesora Zulema Seguel en 196730.
en Desarrollo Económico y Social de América Latina; luego trabajó en el Centro Latinoamericano de Demografía
(CELADE) y entre 1966 y 1967 en el Instituto de Educación y Capacitación para la Reforma Agraria (ICIRA). Más
tarde, en abril de 1968, se incorporó a la Escuela de Economía y Administración de la Universidad de Concepción
(Zabaleta, ídem).
28 No poseemos mayor información sobre la llegada de Juan Carlos Marín al Instituto de Sociología de la Universidad
de Concepción. Sin embargo, es posible que haya llegado debido a sus contactos como masón y militante de la
izquierda revolucionaria. Con el tiempo, “Lito” Marín se convirtió en uno de los “intelectuales orgánicos” del MIR en
la provincia de Concepción. Todos coinciden en el enorme influjo que causó.
29 En sus Memorias, el brasileño Marini cuenta que estando exiliado en la capital mexicana fue contactado por el
entonces senador Salvador Allende y el presidente de la FEC, el estudiante mirista de sociología Nelson Gutiérrez,
para ocupar un puesto vacante como profesor en el Instituto de Sociología (Marini, 2012, p.74-75).
30 Un poco antes, en septiembre de 1966, se había celebrado en Mar del Plata el Congreso de Americanistas en donde
Any Tual, de la Universidad de Concepción, se puso en contacto con los antropólogos Pablo Aznar y Mirta Gerber
para que trabajaran en el reciente Instituto. A principios de 1967 Garbulsky acompañó a su amigo el antropólogo
José Najenson, recientemente contratado, a la Universidad de Concepción y ahí es cuando tuvo lugar el encuentro
con Zulema Seguel y la propuesta de integrarse al Instituto de Antropología (Garbulsky, 1998 y 2001; Altamirano, ob.
cit., p.182-183).
31 Otros europeos animosos de la Unidad Popular que llegaron más tarde fueron el sociólogo alemán Klaus Meschkat
(Meschhkat, 2010) y el economista inglés Brian Pollit (Zabaleta, 2019).
de las fuentes de financiamiento de este proyecto (Fundación Ford), lo cierto es que sus miem-
bros aportaron una línea de investigación inusitada para la comprensión de los procesos de
migración campo-ciudad y la modernización contradictoria en América Latina, a más de des-
plegar metodologías de avanzada aprendidas con Gino Germani en la UBA durante la segunda
mitad de los cincuenta (Gilbert, 2012, p.597-600; O’Donnell, 2003, p.11). A nuestro juicio, debido
al itinerario político e intelectual de los integrantes del proyecto Marginalidad es que es tan
decisor que parte de este grupo haya acabado reuniéndose en la Universidad de Concepción
desde 1969, pues colaboraron con la institucionalización de la sociología en Concepción32.
INSTITUTO DE ANTROPOLOGÍA
Nombre Nacionalidad
Pues bien, ciertamente la idea de pertenecer a una nueva generación estuvo presente en
el grupo de cientistas sociales brasileños y argentinos que aquí estudiamos. Al clasificar
a la veintena de cientistas sociales –sólo pudimos conocerlas fechas de nacimiento de la
32 Juan Carlos Marín fue discípulo de Gino Germani en el segundo lustro de los cincuenta y estuvo implicado, junto a otros
jóvenes sociólogos, como Miguel Murmis, en la creación de la carrera de sociología en la UBA. Además, desde joven fue
consejero estudiantil de la Reforma en la UBA, junto a un joven Ernesto Laclau. Véase: Altamirano, ob. cit., pp.175-179.
33 Uno de los libros que a nuestro entender expresa de mejor manera la expectación de las ciencias sociales por la
irrupción de la “juventud” en Chile –entendiendo la juventud en su complejidad sociológica y lejos de las explicaciones
biológicas como la edad– es el del “matrimonio Mattelart”, Michèlle y Armand: Juventud chilena. Rebeldía y conformismo
(Mattelart, 1970).
Edad Número
25-30 2
31-35 4
36-40 3
41-45 2
Cuadro 4. Distribución según rango etario de los cientistas sociales argentinos y brasileños
en la Universidad de Concepción (1967-1973). Fuente: elaboración propia.
34 De regreso a la Argentina y a escasos meses del golpe, Carlos Alberto Troksberg fue secuestrado y desaparecido
en plena vía pública el 27 de noviembre de 1976. Tenía 28 años. Disponible en: http://www.robertobaschetti.com/
biografia/t/96.html
35 Desde luego, la relación entre juventud y política que establecemos no tiene que ver con la edad biológica sino, como
dice Bourdieu (2002), con las lógicas de poder implicadas detrás de la confrontación entre generaciones, donde la
“nueva generación” y la “nueva izquierda” se enfrentan a una serie de proyectos políticos –la “vieja generación”; la
“vieja izquierda”– que identifican como caducos.
36 Dirigida por el poeta Enrique Lihn, la revista Nueva Atenea señala en su publicación número 424, 1970: “más de
cincuenta horas de diálogo entre universitarios y los invitados –figuras representativas de nuestra vida política y
cultural, de la ciencia, del periodismo y del cine chileno– diálogo o franca discusión contrado [sic] en la perspectiva
abierta por el cuatro de septiembre”.
Una breve mención de los proyectos llevados adelante por los investigadores argentinos
de la Escuela –véase el cuadro 5– concede una idea respecto de las preocupaciones que los
inquietaban (Revista Economía y Administración, 1971-1972, pp.165-167). Basándonos en
el cuadro 5, es posible colegir que el grupo de los cinco economistas argentinos también se
hizo partícipe, a través de sus puestos intelectuales, en el proceso de transición chilena al
socialismo. Por cierto, estas preocupaciones estuvieron asociadas a otras relacionadas con
los desafíos teóricos y políticos de la vía chilena al socialismo, aspectos también presentes
en los espacios científico-sociales de Santiago y sus órganos de difusión, como los Boletines
del CESO, los Cuadernos del CEREN y revistas como Punto Final, entre otras.
Marta Zabaleta y
Cambios recientes en las relaciones de Analizar la estructura agraria, sus
Ricardo Alberto
la agricultura chilena. cambios y contradicciones.
Hinrichsen
Pablo Gutman y
Utilización de la capacidad instalada
Carmen Alveal (ayu- No especifica.
en la región del Bio-Bío
dante).
37 Está en prensa un libro sobre la historia reciente del Gran Concepción en el que colaboramos con el capítulo “Redes
intelectuales y circulación de ideas económico-sociales en Concepción: una mirada a través de la Revista ‘Economía
y Administración’ (1964-1970)”.
38 En Santiago habían por lo menos tres líneas de lectura de El Capital que convergieron alrededor de los exiliados
brasileños, la interpretación influida por Althusser de Marta Harnecker, y la de los viceministros del Che Guevara.
Dos Santos recuerda esta experiencia formativa en Memorial (1996) y en las entrevistas de Lozoya (2015, p.263) y
Vidal (2013, p.190).
39 Según los recuerdos de D’Alessio (s.f, p.6), desde la reforma universitaria el Instituto de Sociología de la Universidad
de Concepción “carecía de plan de estudios y cada cual hacía lo que le parecía”. Y de inmediato agrega que “fue así
como comencé a dar mis cursos sobre El Capital”.
40 Agradezco esta información a Fernando Mires.
41 Marini había participado tempranamente en los grupos de lectura de El Capital junto a Dos Santos y otros militantes
Las palabras de Hinrichsen son claras en relación a la concepción que los simpatizantes
de las izquierdas tenían en torno al papel del economista en los procesos de transforma-
ción, como cuando dice (2019, p.3): “Nosotros íbamos a recibir el título de ‘Ingeniero Comer-
cial’, pero para mí de lo que se trataba era de formar ‘Ingenieros del Cambio Social’. Había
que entender rigurosamente cómo la economía había llegado a ser lo que era, y qué y cómo
transformarla”. Y al punto agrega, a propósito de la identificación con la nueva generación:
“Esta era nuestra parte de la misión, del deber histórico que le correspondía urgentemente
a nuestra generación […] Y no había nada ni nadie que pudiera intentar oponerse con éxito
a tales cambios”.
1968, pues, fue un año en el que se intentó dar los primeros pasos para reestructurar las
ciencias sociales de la Universidad de Concepción según las necesidades que la coyuntura
política iba exigiendo. No obstante las trabas y jugarretas desplegadas por el cuerpo de
docentes –sólo contaron con el apoyo de la recién incorporada Marta Zabaleta, militante
del MIR–, en la Escuela el movimiento reformista logró sus tres cometidos fundamentales:
separación de las carreras de Economía y Administración de Empresas; el cambio del plan
de estudios; y la evaluación del personal docente por los estudiantes (Hinrichsen, 2019) 42.
La reforma universitaria, entonces, estimuló la búsqueda de ciertas orientaciones intelec-
tuales y políticas que acogieran las nuevas teorías en materia de Economía Política para
así sumarse desde la especialidad a las movilizaciones en curso, y ello se logró con la reno-
vación del personal43. De modo que los cambios cuantitativos y cualitativos de la reforma
universitaria encontraron en la victoria de la Unidad Popular un nuevo momento en la
historia de la formación de la disciplina económica en la Universidad de Concepción, muy
distinta tanto del primer (1957-1963) como el segundo periodo (1964-1967) (Altamirano, ob.
cit., p.139-140).
En el mismo número, Garbulsky se hace cargo del supuesto “doble carácter” que de ahí
en más Rehue aspiraba a tener: “de comunicación del conocimiento y de palestra polémica”,
de Polop. En el exilio mexicano continuó estas labores, liderando grupos de lectura, según Dos Santos. Para Dos
Santos (Vidal, 2013, p.191), estas experiencias “eran un movimiento [de] relectura del marxismo, una vuelta a Marx
porque había una insatisfacción muy grande con la lectura estalinista o incluso trotskista. Porque estas corrientes
no tenían una substancia muy fuerte con el marxismo en su base original. Entonces este movimiento fue muy
importante y marcó mucho el proceso chileno”. De ahí la importancia de la circulación de los escritos y traducciones
de Marx y la incorporación de sus ideas para discutir la coyuntura política desde las ciencias sociales y las militancias
políticas –los modos de producción, dependencia, el cambio social, el concepto de enajenación, entre otros puntos
acuciantes–. Sobre el periplo de la traducción de El Capital en Hispanoamérica véase: Tarcus (2018).
42 En lo sucesivo, dice Hinrichsen (2019), los resultados fueron viéndose y los docentes evaluados negativamente
desahuciados: “estos últimos […] se contaron con los dedos de una mano –si mal no recuerdo, un full-time y unos
pocos part-times que llegaban a enseñar desde sus puestos en empresas de la zona–”.
43 Luego de la reforma, desde 1969, comenzaron a regresar los jóvenes docentes con estudios de postgrado en Polonia
y Rusia: Alexis Guardia Baso, Julio López Gallardo y José Valenzuela Feijóo (Altamirano, ob. cit., p.136-137; Memorias
de la Universidad de Concepción, 1967-1973), Marta Zabaleta con estudios de postgrado en Escolatina, y los jóvenes
recientemente egresados Ricardo Alberto Hinrichsen y Carlos Samur H., activos en el movimiento estudiantil
penquista; más adelante los argentinos Carlos Troksberg, Pablo Gutman, Isaac Minian y Marcelo Nowersztern, el
británico Brian Pollit, entre otros. Los testimonios de Zabaleta y Hinrichsen coinciden en señalar que el triunfo de
Allende no hizo más que acelerar y consolidar muchos de estos cambios.
y esa línea escribe un ensayo titulado Algunas ideas acerca del papel de la Antropología
en el proceso de cambio de la sociedad latinoamericana. Según Garbulsky, en Chile hay un
“proceso de transformación revolucionaria [que] requiere y facilita la formación de cien-
tíficos sociales” (Garbulsky, ibídem, p.22). El papel de éstos en los procesos de cambio tiene
que ser aportar a ellos, “desde un carácter científico objetivo y de servicio a los intereses
de los sectores populares 44”. Vemos, pues, una declaración de intenciones explícita sobre el
diálogo entre labor intelectual y compromiso político.
Otra variante del involucramiento con la coyuntura fueron las sensibilidades y militan-
cias políticas. En este sentido, no hay duda de que el Instituto más “militante” de las cien-
cias sociales en la Universidad de Concepción fue el de Sociología, en un momento histórico 43
en el que las ciencias sociales latinoamericanas transitaban desde las teorías de la mo-
dernización y las aspiraciones de cientificidad y objetividad hacia los estudios marxistas
sobre Dependencia y Subdesarrollo, lo cual supuso un mayor compromiso de las labores
intelectuales (Gilbert, 2014, p.603-604).
INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA
44 Garbulsky establece una distinción del rol del cientista social según se trata de un gobierno perteneciente al campo
socialista o capitalista. “Entendemos que el papel del antropólogo debe jugar en los procesos de cambio, presente
características diferentes según se trate de un sistema económico-social ligado al imperialismo, o por el contrario,
liberado de este o en vías de liberación”. Rehue, n.4, 1971-1972, p.19.
1967 o
Marín, Juan Carlos Sociólogo MIR
1968-1971
Murmis, Miguel
Sociólogo Simpatizante MIR 1970
(profesor visitante45)
Ex ORM-Polop
Pape, Evelyn Socióloga ¿1967-1969?
Simpatizante MIR
que se le “revocaba la visa de residencia temporaria y se [le] daba un plazo perentorio para
salir del país”. ¿De qué había sido acusado?
A través de diversas gestiones, pude saber del entonces subsecretario del interior,
Enrique Krauss, que había sido acusado de participar en la provincia de Arauco
en los trabajos de verano de la Federación de Estudiantes de Concepción, y que
habría manifestado que ‘la raza chilena estaba en decadencia y que era necesa-
rio un cambio de gobierno’ (Garbulsky, 1998, p.204).
Otro sudamericano que participó en los polémicos “cursos de verano” de la FEC fue el
brasileño Marini. Apenas instalado en Chile, en febrero de 1970, se integró a la comitiva de
los más de veinte profesores inscritos para ofrecer cursos en Puerto Montt y Loncoche ese
año. Su exposición llevaba el nombre de “Reforma o Revolución en América Latina” (El Sur,
5 de febrero de 1970, p.9), en medio de las discusiones nacionales acerca de la posibilidad
o imposibilidad de transitar al socialismo desde la institucionalidad burguesa. Más tarde,
una vez electo Allende, Marini formó parte de las iniciativas de discusión promovidas por
las autoridades universitarias y con motivo de la victoria de la Unidad Popular apareció en
una actividad como “informante” de la situación política mundial junto al estadounidense
y director de cine Saul Landau en las jornadas de “Análisis y Defensa del Triunfo Popular”
(El Sur, 25 de septiembre de 1970, p.7).
CONCLUSIONES
Nos hemos propuesto examinar el perfil de los cientistas sociales argentinos y brasileños
que desarrollaron sus actividades en la Universidad de Concepción entre 1967 y 1973. Una
primera conclusión es que las motivaciones para radicarse en un espacio del interior de Chi-
le como Concepción fueron diversas: la atracción generada por la experiencia de Allende,
el exilio político, las posibilidades de inserción, el desconocimiento, entre otras. Pese a este
punto de partida distinto, un rasgo común tuvo que ver con sus militancias políticas: las mi-
litancias permitieron que el grupo se articulara social e intelectualmente. El MIR fue la or-
ganización más concurrida de los cientistas sociales argentinos y brasileños en Concepción51.
Una segunda conclusión dice relación con las respuestas a las que llegamos preguntándo-
nos por las tres variables que esta investigación consideró en el examen del grupo de cien-
tistas sociales sudamericanos. Así, y disintiendo con lo que ocurrió en la capital, en Concep-
ción la nacionalidad de intelectuales científico-sociales más numerosa e influyente fue la
argentina, si bien también hubo, aunque efímera, presencia brasileña. Asimismo, el grupo
de cientistas sociales pertenecía a un rango etario relativamente joven puesto que sus eda-
des oscilaban entre los 31 y 40 años. Esto quiere decir, grosso modo, que su formación inte-
lectual y política se llevó a cabo en el contexto de la transición cincuenta-sesenta, en plena
dispersión del proceso cubano, lo cual explicaría la fuerza que tuvo la tercera variable de
nuestra investigación: la identificación con una militancia política y el peso de ésta en las
labores intelectuales. Así pues, debido a la particular situación política por la que atravesaba
el Cono Sur, entre 1967 y 1973 la Universidad de Concepción recibió una cantidad importante
de intelectuales de la nueva izquierda, sin perjuicio de otras militancias políticas, también
pertenecientes a las izquierdas; la presencia de este contingente provocó una “latinoame-
ricanización” de la Universidad. Ello explicaría, en parte, el verdadero proceso que hubo
contra los cientistas sociales, docentes y estudiantes, de la universidad.
46
Todo lo anterior nos lleva a plantear unos comentarios finales acerca del ambiente in-
telectual y político de Concepción antes del golpe de Estado. Resulta evidente la existencia
de una suerte capas de las actividades intelectuales, donde el centralismo de la capital o
“magnetismo metropolitano” –la expresión original es de Ricardo Alberto Hinrichsen– ac-
tuó sobre las labores de este grupo de cientistas sociales sudamericanos: las dirigencias de
los partidos y los seminarios principales de las ciencias sociales tuvieron lugar en Santiago.
El caso emblemático es la reubicación de Marini en el CESO, además de Juan Carlos Marín,
ambos “intelectuales orgánicos” del MIR. De aquí surge la necesidad de avanzar hacia mar-
cos teóricos y conceptuales y una historia intelectual crítica que discuta la jerarquización de
los espacios y cómo éstos intervienen en el quehacer intelectual, en la política y en la circu-
lación de ideas.
En suma, y según se vio, el Concepción del periodo 1967-1973 no sólo se caracterizó por
una intensa vida política sino también por su ambiente intelectual, en especial científico-so-
cial. Ambos elementos fueron representativos de la provincia entre 1967 y 1973, con lo cual a
nuestro juicio hubo un reforzamiento de la idea de Concepción como “zona roja” o “provincia
roja”. El golpe, pues, cortó dramáticamente esta experiencia y desdibujó dos de los aspectos
característicos de la ciudad durante los largos sesenta. En los días posteriores al 11 de sep-
tiembre los cientistas sociales sudamericanos fueron defenestrados de Concepción, llevados
a centros de detención… y obligados a dejar nuevamente otro país del Cono Sur.
51 Por su parte, ninguna de las fuentes indica que dentro de las ciencias sociales de la Universidad de Concepción
haya habido una presencia significativa de sensibilidades o militancias políticas adscritas a las derechas. A nuestro
juicio, este es un hecho característico que distingue a las ciencias sociales penquistas respecto a las practicadas en
Santiago, especialmente comparando la disciplina económica con el caso de la Universidad Católica.
BIBLIOGRAFÍA
FUENTES PRIMARIAS
FUENTES SECUNDARIAS
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· Vivallos, C. y Brito, A. (2008). Los sectores populares ante el proceso modernizador del
Gran Concepción (Chile 1880-1940): perspectivas de análisis. Revista de humanidades,
vol-17-18, junio-diciembre, 51-66.
Relegation as social control and internal exile under the Chilean civic-military dictatorship, 1973
to 1986
Resumen
El siguiente artículo tiene como objetivo analizar uno de los mecanismos de control social que utilizó
la Junta Militar chilena contra los opositores a la dictadura cívico-militar. Se trata de la relegación. El
interés por este tema se basa en los escasos estudios que existen sobre la temática en el campo de la dis-
ciplina histórica. Para aquello daremos cuenta de dos momentos en los cuales se impulsó dicho proceso
represivo. El primero entre 1973 y 1979, en el cual los niveles de relegación fueron más bien puntuales
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y acotados, y el segundo momento durante la década de los ochenta, específicamente entre 1983 y 1986,
periodo de protestas y altas movilizaciones sociales.
Abstract
The aim of the following article is to analyze one of the social control mechanisms that used the Chilean
military junta against the opponents of the civil-military dictatorship. It is about relegation. The interest
in this subject is based on the lack of studies that exist about the subject in the field of historical discipline.
For that reason we will give account of two moments in which this repressive process was promoted. The
first moment between 1973 and 1979, in which the levels of relegation were rather punctual and limited,
and the second one during the eighties, specifically between 1983 and 1986, a period of protest and high
social mobilizations.
INTRODUCCIÓN
Desde el momento mismo en que se produjo en Chile el golpe de Estado del martes 11 de
septiembre de 1973, se inició un proceso institucional e ininterrumpido de graves violacio-
nes a los derechos humanos con resultado de muertes y desapariciones (Acuña, 2015, p. 7).
Uno de los primeros dispositivos de control social que emprendió la Junta Militar fue la
relegación de los prisioneros; ésta entendida como la permanencia obligada de una persona
en una determinada localidad del territorio nacional, de ahí que nos preguntemos ¿qué pa-
pel desempeñó la relegación como dispositivo de control social durante la dictadura chilena?
52 A partir de la relegación como mecanismo de control social se dieron dos procesos so-
ciales; por una parte, muchos de los relegados que fueron enviados a poblados pequeños
fueron vistos como personajes peligrosos y temidos por los lugareños, creyendo que eran
terroristas; por otra, los relegados fueron trasladados de la noche a la mañana, sin previo
aviso, teniendo que abandonar por completo sus vidas y familias.
Las fuentes para construir esta investigación se nutren principalmente de los archivos
de Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), información de prensa y
revistas de la época, especialmente de aquellas que se situaron en una postura de crítica
oposición a la dictadura, la Revista Solidaridad de la Vicaría de la Solidaridad dependiente
de la Iglesia Católica, así como las fichas sociales de condenados a relegación del Proceso
rol 69-80 de la Corte de Apelaciones de Antofagasta y la entrevista al dirigente sindical Juan
Polizzi, una de las personas que fue víctima de la relegación en la región del Biobío.
3 Sobre los aparatos represivos de la dictadura chilena véase entre otros: (Dorat y Weibel, 2012); (Salazar, 2011; 2012).
4 Ver: (Del Pozo, 2006) y (Rebolledo, 2006).
Un primer aspecto del presente trabajo remite al campo conceptual. Al respecto resulta
pertinente aproximarnos al concepto de control social, el cual no ha sido homogéneo den-
tro de la historiografía. Como señala Juan Marín Hernández (2001, p. 5) existen diversos
enfoques, no obstante aquello, y desde un punto de vista expositivo, éste se puede dividir
en tres grandes perspectivas: macro, micro e interaccionistas. El primero dice relación
con el control social como estructura general que se propaga por toda la sociedad, institu-
yendo una hegemonía de una clase social sobre el resto del cuerpo social. De esta manera,
los discursos, ideologías y conductas de los grupos subalternos se organizan sobre la base
del principio unificador dado por las clases dominantes. Así el control social, se convierte
en una estructura capaz de adoctrinar, manipular y disciplinar a toda la sociedad o gran
parte de ella. En el caso de la perspectiva micro, al igual que la macro, no puede reducirse
a un solo enfoque, es decir, existe una diversidad de orientaciones, no obstante aquello,
el enfoque micro busca rescatar el accionar de los sujetos y para el caso del control social,
busca analizar el accionar de las autoridades y el peso de su conducta en los sectores vi-
gilados como las disidencias y resistencias que impondrían éstos al control de los grupos
dominantes. En la perspectiva micro se intenta situar el análisis en dos aspectos, el prime-
ro de ellos se relaciona con la microhistoria, que de acuerdo a Giovanni Levi constituye
una sugerencia metodológica que busca en la reducción de la escala entender la historia
general, es decir, la microhistoria procura buscar la complejidad de las cosas, examinar las
diferencias y luego generar preguntas que sean comparables en otros contextos sociales.
Para Levi, la microhistoria puede estudiar el control social centrándose en los intersti-
cios que deja el poder que analiza las disidencias y la resistencia de los sectores populares.
Y el segundo aspecto dice relación con el enfoque cotidiano, es decir, el estudio de las vi-
vencias diarias son el campo donde se fermentan las contradicciones sociales y las estrate-
gias de sobrevivencia, que se convierten en muchos casos en espacios de confrontación y
53
réplica a las aspiraciones de los grupos dominantes. Tanto los altercados, la colaboración,
las contradicciones sociales, las solidaridades como los avatares y enigmas de la vida se
concentran a través del contacto cotidiano.
Finalmente está la perspectiva interaccionista, que busca situarse entre la visión macro
y micro. Esta busca establecer el interés de los actores sociales. Desde ese punto de vista,
Norbert Elías, uno de los principales exponentes se refiere a la categoría de configuraciones
sociales para señalar que todo fenómeno social es una realidad que cambia, se modifica
por el actuar de los individuos aglutinados por las fuerzas sociales que ellos mismos crean
según sus propios intereses, de ahí que el concepto de configuración social expresa de me-
jor forma el papel del individuo, ya que al hablar de sistema (según Elías) se tiende a ver
la realidad social como algo invariable e indestructible, por lo tanto resta todo valor a los
individuos. En ese sentido al utilizar el concepto de configuración, se puede analizar de
mejor forma cómo los individuos particulares crean constantemente redes de interdepen-
dencia. De lo anterior, se desprende el interés del investigador por estudiar la forma cómo
los individuos crean nexos y a su vez obligaciones que permiten a cualquier configuración
tomar una vida autónoma y sobrevivir por sí misma, a pesar del accionar de los sujetos
que la crearon. En conclusión, se puede estudiar tanto a los individuos como al fenómeno
(Hernández, 2001).
Sin duda que el aporte de Michel Foucault al concepto de control social ha sido uno de
los más consultados por las ciencias sociales. Sin embargo, para definir este concepto, es
necesario dejar en claro, según el autor, que los mecanismos represivos de las sociedades
punitivas –expulsión, destierro, encierro, entre otras– (Foucault, 1996, p. 37) siguen siendo
aplicados en las sociedades disciplinarias y de control. De esta manera, es indispensable
distinguir entre estas dos últimas.
Para Foucault, el disciplinamiento es una forma de poder que tiene como objetivo los
cuerpos en sus detalles, su organización interna y la eficacia de sus movimientos. La dis-
ciplina entonces, mantiene con el cuerpo una relación analítica, cuya finalidad es produ-
cir cuerpos dóciles (Foucault, 1976). En definitiva, el disciplinamiento está estrechamente
relacionado con el poder y este último no se ejerce solo por la fuerza, sino que circula por
toda la sociedad mediante diversos procedimientos o técnicas de exclusión y control, per-
mitiendo disciplinar a la población. De esta manera, en una primera instancia el control es
definido como un procedimiento de los que se sirve la disciplina. No obstante, en las socie-
dades de control aparece un nuevo orden cuyo sistema de dominación tiende a aumentar y
a optimizar aquellas formas de poder del régimen disciplinario. De esta manera, el control
que define el filosofo no necesita de la modalidad del encierro para ejercer la vigilancia so-
bre los sujetos. Por eso la vigilancia como dispositivo de control social está más relacionada
con las formas de ejercer el poder –tecnologías–, que con quienes las ejercen –institucio-
nes–. Ahora, si bien la sociedad disciplinaria está, en palabras de Deleuze (Deleuze, 2006)
por desaparecer, sus formas conviven con las de la sociedad de control.
Marín Hernández agrega que en el estudio teórico y metodológico del control social, se
hace necesario superar aquella concepción absolutista y totalizadora que utiliza Althusser
a través de la noción de aparatos estatales, asignando importancia o considerando aquellos
valores cotidianos y el papel de los sujetos en la estructuración de un sistema de control so-
cial. En otras palabras, el control social se compone de dos tipos de mecanismos: el formal
e informal y de la relación de ambos surge la especificidad de un aparato de control.
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Marín, analizando el trabajo de Mark Findlay (1987, pp. 21-37), concluye que los meca-
nismos formales de control consisten en un conjunto de sistemas normativos establecidos
(la religión, la terapéutica, el derecho, la ética y lo penal, entre otros) basados en la socia-
lización secundaria y el apoyo de una parte de la estructura organizativa del Estado; su
accionar se circunscribe a través de agentes de control específicos, como pueden ser la poli-
cía, los juzgados y los médicos, entre otros. Los mecanismos informales de control son más
complejos, ya que actúan en un marco social y cultural. Estos mecanismos reproducen los
valores tradicionales, tienden a sancionar como desviados aquellos que violan las normas
sociales. A su vez, estos mecanismos se basan menos en las estructuras estatales, pues tra-
bajan en el ámbito de la socialización primaria, aunque operan en concordancia con otras
técnicas de control burocrático, como puede ser el caso de la policía y la vecindad. Algunos
ejemplos de estos mecanismos son las costumbres y usos populares (Hernández, 2001).
Pedro Oliver Olmo definirá el control social “en términos materiales de ‘control jurí-
dico-penal del Estado’ (es decir, aquel que se ejerce principalmente en términos normati-
vo-coactivos a través de agencias de control punitivo como los cuerpos policiales, la jurisdic-
ción y la administración penales y las instituciones penitenciarias)”. Lo anterior producto
del devenir conflictivo de las relaciones sociales, donde “los mecanismos de control social
(y la propia acción del Estado en cuanto agencia humana desde arriba) responde en buena
medida a la realidad de las dominaciones políticas, las contradicciones económicas y los con-
flictos de clase en las sociedades modernas” (Oliver Olmo, 2005, p. 6). El propio Oliver Olmo
agrega el concepto de burorrepresión, como una nueva forma de control, vía administrativa.
Por ejemplo las multas, sumarios, sanciones administrativas que se extienden de manera
institucional sobre el tejido social, “no aporrea, no detiene, no tortura, no encarcela…Vigila,
identifica y sanciona. Un Leviatán de proximidad. Un monstruo punitivo que vive en el sub-
suelo del derecho, entremezclado con la vida misma (Oliver Olmo, 2013, p 18).
Por su parte Eduardo González Calleja define teóricamente el concepto de control social,
como aquel conjunto de medios de intervención positivos o negativos, que utiliza una so-
ciedad o un grupo social para conformar a sus miembros a las normas que le caracterizan;
impedir o desanimar los comportamientos desviados y reconstruir las condiciones de con-
senso en caso de un cambio en el sistema normativo (González, 2006, p. 555).
Para Marco León el orden social no es otra cosa que la extensión de las normas de con-
vivencia y acatamiento que tiene la autoridad. Como una forma de mantener o acrecentar
aquello, las elites recurren a determinados mecanismos de control social, los cuales se cir-
cunscriben de preferencia a la represión de los delitos a través de la policía y las institucio-
nes jurídico-penal. A la par de aquel proceso, también es posible de situar una especie de
“cara moderna del control social”, la cual se relaciona con el sistema carcelario, en donde
las personas allí presentes desarrollan tareas de aseo, ornato o talleres, con lo que se busca
educar, moralizar o enderezar conductas para así formar buenos ciudadanos que aporten
a la sociedad (León, 2008, pp. 55-56).
Finalmente Mauricio Rojas señala que un aspecto importante en el tema del control
social es analizarlo desde el punto de vista de la persuasión o consenso vinculado a la cons-
trucción de hegemonía. Para aquello la ley, el derecho, el sistema judicial desempeñan un 55
papel clave, ya que los grupos hegemónicos pretendían por medio del respeto a la justicia,
establecer un ordenamiento social, el cual no era otra cosa que su propio orden social o
visión de sociedad que ellos tenían. En este aspecto, el control social funciona cuando los
sectores subalternos legitiman el discurso hegemónico, lo internalizan y con ello ilegiti-
man sus discursos y propios comportamientos (Rojas, 2008, 19-22).
Para el presente estudio entenderemos el control social como aquel mecanismo que ejer-
cen los grupos dominantes a través de diversos dispositivos formales e informales, léase pu-
nitivos, costumbres y administrativos, lo anterior como una forma de castigar, sancionar y
corregir aquellos actos de transgresión al orden que llevan adelante los grupos subalternos.
El cientista político Carlos Huneeus señala que uno de los principales sellos de la dic-
tadura chilena fue el empleo de la violencia. Ya el mismo 11 de septiembre de 1973, las
medidas de fuerza se hicieron sentir en el país. Desde el bombardeo a La Moneda hasta las
políticas represivas contra la población se constituyeron en una de las características de la
dictadura pinochetista durante 17 años (Huneeus, 2000).
lamiento, el exilio y la relegación5 de miles de ciudadanos que fueron catalogados por las
nuevas autoridades como enemigos internos o sujetos peligrosos para la seguridad interior
del país (Soto, 1998, p. 124).
De esta manera, se hace necesario señalar que los bandos, entendidos como disposi-
tivo de control social, tuvieron el objetivo de crear un clima emocional, el cual convirtió
una población más vulnerable y manipulable (Garretón, M; Garretón, R., y Garretón, C.,
1998). No obstante aquello y en palabras de Robert Barros, en medio de la falta de organi-
zación militar y legal, las Fuerzas Armadas “emitieron bandos para dar instrucciones a la
población civil. Dichos bandos eran edictos penales y administrativos excepcionales sin
fundamento constitucional y, según el Código de Justicia Militar, podían ser utilizados en
tiempos de guerra para gobernar a las tropas y a los habitantes de los territorios ocupados”
(Barros, 2005, p. 68).
En el caso de los Decretos Leyes, el citado Barros señala que al momento del golpe de Es-
tado, “…las Fuerzas Armadas llegaron al poder en septiembre de 1973 con una concepción
rudimentaria, en el mejor de los casos, de cómo estructurar un gobierno militar” (Barros,
56
2005, p. 65). Si bien, los bandos militares cumplieron en una primera etapa la función de dar
instrucciones a la población, la Junta Militar consideró que se requería de otro dispositivo
que diera mayor sustento y proyección a las medidas que se estaban aplicando en el país.
En ese contexto surgen los Decretos Leyes, que tal como señala el Informe de la Comi-
sión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, “la Junta Militar procedió a fijar sus propias
atribuciones y a subordinar el ejercicio de otros poderes del Estado a las necesidades del
momento”, fue así como desplegó una intensa actividad legislativa a través de los Decretos
Leyes (Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, 2004, p. 170). Éstos Decretos sus-
tituyeron en la práctica el ejercicio legislativo que hasta el 11 de septiembre de 1973 cum-
plía el Congreso Nacional, el cual fue clausurado por la Junta Militar tras el golpe de Estado.
El primer Decreto Ley fue redactado por Sergio Rillón Romani, asesor legal naval. Di-
cho decreto “…tenía por modelo el documento fundamente de la junta chilena anterior, la
República Socialista de 1932, afirmación confirmada por la considerable similitud entre el
primer decreto ley de 1973 y los dos primeros decretos de la junta de 1932”. Lo cierto es que
más allá de lo breve y puntual del decreto, éste se convirtió en “el primer instrumento para
darle un marco legal a la Junta” (Barros, 2005, p. 69).
5 Sobre los mecanismos de represión ver: (Rebolledo, 2012); (Bonnefoy, 2005); (Salazar, 2013); (Del Pozo, 2006) entre
otros.
Lo cierto es que tanto los bandos militares como los decretos leyes, fueron parte esen-
cial de lo que hemos denominado los dispositivos institucionales de la represión; en otras
palabras, los bandos y decretos como disposiciones legales y punitivas fueron creados con
el objetivo de vigilar, controlar, castigar y disciplinar a la población; es decir, la dictadura
cívico-militar instituyó por medio de los bandos y decretos una determinada legalidad,
todo un entramado punitivo para legitimar su accionar contra los denominados “enemigos
internos” de Chile. En definitiva, según Moulian (2009) existen dos vías que mantuvo la dic-
tadura pinochetista para establecer el supuesto orden a través de la violencia. En primer
lugar, la reestructuración de la economía que a través de un ordenamiento en los mercados
instauró como consecuencia el sistema neoliberal, y por último, la reestructuración de la
sociedad mediante la fabricación exhaustiva de normas que debía seguir la ciudadanía.
Las limitaciones que aquello implica, así como las graves condiciones a que las personas
fueron sometidas durante el proceso de relegación conllevó dos problemas. Por una parte y
mientras permanecían bajo controles periódicos por parte de fuerzas militares y carabine-
ros, algunos de los relegados debieron cumplir sanciones en lugares inhóspitos6 y aislados,
donde los afectados debían procurarse por sí mismo los medios necesarios para su propia
subsistencia. Mientras que por otro lado, la relegación implicó el quebrantamiento de to-
dos los vínculos familiares, laborales y sociales de los afectados. Por ende, se trató de un
mecanismo que atentaba en contra de la libertad de movimiento en su expresión física, es
decir, coartaba el derecho de toda persona a realizar actividades según su propia voluntad.
6 Según González (2019), Santiago, Antofagasta, Concepción, Valparaíso y Arica, en ese mismo orden, fueron las
principales ciudades donde se detuvieron a personas que luego fueron relegadas a distintos puntos del país. Por otra
parte, y también en un orden descendente, la X, II, IV, III, I y VIII región fueron las que recibieron mayor número
de relegados durante los 17 años de dictadura. Estos lugares fueron: Calbuco, Porvenir, Curaco de Vélez, La Unión,
Quemchi, Dalcahue, Purén, Quirihue, Trehuaco, Quillón, Pozo Almonte, El Salado, Illapel, Mamiña, Toconao, entre
otras. De esta manera, los lugares alejados jugaron el papel de prisiones con el fin de mantenerlos controlados, y el
constante desgaste sicológico que estos debían sufrir tenía que ser suficiente para disciplinarlos.
dos variantes, una judicial –primer momento– y otra administrativa –segundo momento–.
La relegación judicial consistía en “el traslado de una persona a un lugar distinto al de su
residencia habitual, por un plazo definido, en virtud de una sentencia judicial”, es decir, el
detenido debía ser sometido a un Consejo de Guerra que lo condenara a dicho castigo, mien-
tras que la relegación administrativa se realiza “sin que haya intervención de un tribunal
independiente e imparcial, ni existan cargos en contra de esa persona”, invocando como
causal, el ser sorprendidos en intentos de alteración del orden público (Acuña, 2015, p. 15).
A partir del mismo 11 de septiembre de 1973 se desplegó una clara estructura represiva
que recurrió a todo método y forma posible de desarticular, neutralizar y eliminar al su-
puesto enemigo interno. En ese contexto, José Caucamán fue detenido el día 19 de septiem-
bre de 1973 al interior de un supermercado y dejado sin comunicación. Estuvo tres meses
en la prisión de Chinchin en Puerto Montt, donde fue torturado e interrogado en reiteradas
ocasiones antes de ser relegado a la localidad de Taltal en la provincia de Antofagasta. Lo
descrito anteriormente, permite argumentar que posterior a las detenciones se procedía al
traslado de los sujetos a los respectivos centros de reclusión acondicionados para los inte-
rrogatorios a través de mecanismos vejatorios y torturas. En los primeros años de dictadu-
ra, estas detenciones duraban meses o años antes de que se decidiera relegar al detenido
por sentencia “judicial” a 541 días.
Por su parte, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), en un ca-
tastro realizado a través de sus archivos de la época, logró identificar a algunos detenidos
que fueron trasladados de manera interna, personas que fueron enviadas a localidades
del norte y sur del país. Dentro de los relegados se encontraban obreros, mineros, estu-
diantes universitarios, vendedores y comerciantes, entre otros, casi todos ellos relegados
a 541 días. Los lugares más recurrentes hacia donde fueron enviados son: Curaco de Vé-
lez, Puqueldón, Mulchén, Coihaique ubicados en el sur y Punitaqui, Chucuyo, Parinacota y
Guallatire en el norte de Chile.
De esta forma, siete dirigentes sindicales fueron relegados en diciembre de 1977 a loca-
lidades del norte de Chile. Los habitantes de Chapiquiña –provincia de Parinacota–, lugar
donde llegaron los prisioneros, los observaron en un primer momento con desconfianza,
posteriormente se enteraron por radios extranjeras que aquellos relegados no eran extre-
mistas ni peligrosos, sino simples dirigentes sindicales que habían tenido una actitud crí-
tica y de oposición hacia el régimen y por ello fueron sancionados por las autoridades. Fue
entonces, cuando los lugareños empezaron a acercarse a ellos con mayor confianza, incluso
gestando algunas relaciones de amistad. No obstante aquello, los relegados, acostumbrados
a la vida en ciudad, a un determinado tipo de alimentación y costumbres, les fue complejo
adaptarse a la desolación y al severo clima de aquellos pueblos.
Héctor Cuevas, uno de los relegados, relata a Revista Solidaridad que se sintió mal desde
el primer momento. Un médico que lo visitó le dijo que tenía destrozado el sistema nervioso
y que debía cuidarse del corazón, pasó varios días en cama en el local del Centro de Madres
de la localidad, lugar que se había conseguido para poder dormir7. Señaló además, que ca-
rabineros le había informado que tenía que ir todos los días a firmar el libro a la comisaría
a 5 kilómetros de donde se hospedaba, enojado le respondió que ni siquiera podía caminar
25 metros por su estado de salud, por lo tanto ¿cómo lo iba a hacer con 5 kilómetros de ida
y 5 de vuelta? (Solidaridad, enero de 1978, pp. 10-11).
Casi un mes después de la relegación de los siete dirigentes sindicales, el dictador Au-
gusto Pinochet dio orden de poner término a la relegación de estos, como una forma de
contribuir a los propósitos de unidad nacional y paz interna (Solidaridad, enero de 1978,
pp. 10-11); sin embargo, cabe señalar que algunas de las relegaciones se terminaron por
presiones extranjeras.
Otro caso de relegación ocurrido durante los primeros años de dictadura fue el del abo-
gado y dirigente demócrata cristiano Andrés Aylwin, quien en su libro “8 días de un rele-
gado” da cuenta de las características básicas de este sistema.
Tras su detención, los dirigentes desconocían cuál sería su destino, sólo tenían la certe-
za que existían tres opciones: el exilio, por lo tanto la concerniente expulsión del territorio
nacional, la relegación a alguna localidad del país o bien la muerte como a la fecha ocurría
con un número significativo de personas. En medio de aquella incertidumbre fueron some-
tidos a interrogatorios y tratados como delincuentes comunes.
Al llegar el invierno Altiplánico, Andrés Aylwin incrementó sus crisis de asfixia por
lo que se decidió llevarlo al pueblo de Molinos, a no más de 1.400 metros de altura. En su
lugar fue remplazado por otro relegado, Juan Manuel Sepúlveda, joven dirigente sindical
democratacristiano, el cual ya había estado relegado en aquel territorio.
7 Los detenidos cuando llegaban a su lugar de relegación no tenían dónde hospedarse, sin embargo, en muchos casos
fueron ayudados por los curas de aquellas localidades, por algún lugareño solidario, y también gracias a la ayuda
prestada por la Vicaría de la Solidaridad y la FASIC quienes a través de la solidaridad de la ciudadanía y de los
familiares de los afectados lograban arrendar alguna pieza, casa o pensión, más tarde, alrededor de 1981 (fecha de
creación) la Agrupación de Familiares de Relegados y Ex Relegados (AFAREL) prestó ayuda para financiar la estadía
de los detenidos mediante distintas estrategias.
8 Los otros relegados fueron Guillermo Yungue, Samuel Astorga, Juan Manuel Sepúlveda, Enrique Hernández, Elías
Sánchez, Ignacio Balbontín, Juan Claudio Reyes y Georgina Aceituno.
Sin embargo, la medida de relegación en este primer momento, no solo afectó a personas
importantes del mundo político o a dirigentes sindicales, sino también al ciudadano común
(Cuadro 1). Así, a comienzos de 1978 cuatro jóvenes universitarios de Valparaíso identifica-
dos como Manuel Cartes, René Durandeau, Alejandro Darío Zuleta Marín y Álvaro Fischer,
fueron detenidos la noche del 3 de enero por repartir panfletos en oposición a la dictadura,
y posteriormente sentenciados por Consejo de Guerra a penas de relegación (Solidaridad,
abril de 1978, p. 8).
Delegado Provincial
Raúl Mendoza Osorno 29-03-1977 Chanco
Desarrollo Social
Guillermo Gon-
Vendedor de Libros Concepción 15-10-1975 Coihaique
zález
Del cuadro se puede extraer alguna información relevante, como por ejemplo, es sig-
nificativo mencionar que todas las detenciones y posterior relegaciones ahí manifestadas
se concentraron en los años de mayor represión de la dictadura –1973-1976–, así también,
algunos de ellos fueron detenidos el mismo mes del golpe cívico-militar. Por otra parte, las
actividades que estos desarrollaban antes de su apresamiento se sitúan en el área obrera
o del sistema público, y finalmente, es necesario dejar en claro que la tabla solo muestra
algunos casos de relegados en la década de 1970.
No obstante, después del 11 de septiembre de 1973, fue posible de apreciar como pre-
valecieron determinadas medidas represivas contra los detenidos, por ejemplo, se puso
mayor énfasis en las detenciones, desapariciones y asesinatos de ciudadanos, así como el
exilio a través de la expulsión del país o bien la conmutación de penas para quienes habían
sido condenados o estaban en las cárceles cumpliendo condenas. De esta forma, la relega-
ción como mecanismo de castigo, había quedado en segundo plano, más bien acotada a
determinados casos durante estos primeros años de dictadura.
El seis de febrero entró en vigencia el Decreto Ley número 3.168, del Ministerio
del Interior. El mencionado decreto Ley faculta al gobierno para disponer la per-
manencia obligada en una determinada localidad del territorio nacional de las
personas que alteren o pretendan alterar el orden público, por un plazo no supe-
rior a tres meses. Esta medida -agrega el Decreto- sólo podrá adoptarse mediante
decreto supremo firmado por el Ministro del Interior, bajo la fórmula por orden
del Presidente de la República. (Solidaridad, febrero de 1980, p. 4)
9 Para mayor información ver: (de la Maza y Garcés, 1985); (Iglesias, 2011); (Salazar, 2006) y (Lúnecke, 2000).
De esta forma, la dictadura pinochetista a comienzos de los años ochenta optó, por sobre
la expulsión del país, por el traslado de las personas de un lugar a otro dentro del territorio
nacional; además, el régimen manifestó tener la convicción de cumplir uno de sus más
elementales deberes: prevenir todo riesgo en el camino hacia la nueva democracia que pre-
tendía construir, por ende, asegurar la paz y tranquilidad de los chilenos durante la actual
administración (Solidaridad, febrero de 1980, p. 4).
Por aquellos días, apareció un artículo del periodista Ignacio González, el cual fue pu-
blicado en Revista Hoy, donde señalaba que el régimen de Pinochet el día 6 de febrero de
1980, había retomado una de las herramientas a las que había renunciado en términos
legales dentro del estado de emergencia: se trataba de la facultad de relegar, manifestando
un retroceso y un restablecimiento, de hecho, del estado de sitio y del atropello a los dere-
chos humanos de la población.
La relegación estaba enfocada -señaló González- tanto a nacionales como también a ex-
tranjeros, en otras palabras a todos aquellos “que en alguna medida vulneren o amenacen la
paz social imperante en el país” (Hoy, 13 de febrero de 1980, p. 7). Agregando, que el Ministro
62 del Interior Sergio Fernández no descartaba totalmente el exilio, sino que se pretendía dar
preferencia al traslado de una persona dentro del mismo país y con un plazo máximo de tres
meses.
Manuel Sanhueza, por entonces presidente del opositor Grupo de Estudios Constitucio-
nales, más conocido como el “Grupo de los 24”, expresó a la revista “que de las declaracio-
nes del ministro Fernández se deduce que se establecen, de partida, las armas para acallar
cualquier opinión o actitud disidentes con respecto al proceso de institucionalización que
pretende el gobierno” (Hoy, 13 de febrero de 1980, p. 8). Demostrándose, que el esfuerzo que
se hizo por distinguir entre el estado de sitio y el de emergencia no había sido mantenido.
Los detenidos por parte de los citados organismos de seguridad del régimen eran lleva-
dos a los cuarteles, donde en reiteradas ocasiones eran torturados antes de ser relegados. El
10 Algunas distinciones relevantes entre la relegación judicial y la administrativa, es que la primera no estipulaba plazo
de detención, a diferencia de la administrativa que variaba entre 5 a 20 días de reclusión antes de ser relegados,
además, el tiempo que debía cumplir un detenido en su lugar de relegación fue distinto, en la judicial fue de 541 días
aproximadamente y en la administrativa de 3 meses, por mencionar algunas.
detenido era entregado a la Policía de Investigaciones (PDI) para que ellos dispusieran de
su traslado. Cabe mencionar en esta parte que las primeras relegaciones al ser menores en
cantidad, eran trasladados en avión, luego que se implementa el Decreto Ley ya menciona-
do, la relegación aumentó gradualmente, por lo que el traslado debió ser de forma terrestre
con el fin de abaratar costos.
La custodia del relegado quedó a manos de Carabineros quienes pasaron a ser la autori-
dad máxima teniendo que velar por hacer cumplir las normas básicas que debía seguir un
relegado. Dichas normas consistían fundamentalmente en estipular un rango de desplaza-
miento, ya sea, no salir del pueblo, o en casos extremos, no exceder más allá de las cuadras 63
designadas. Para poder hacer cumplir dicha tarea, era necesario que el detenido tuviese
que firmar diariamente en el retén del pueblo, ya sea 2 o 3 veces al día.
Por otra parte, en algunos casos se les posibilitó poder trabajar con el fin de costearse
sus gastos básicos, pero dejando en claro que no podían ejercer labores fiscales, semi fisca-
les o municipales. María Graciela Acuña lo resume de la siguiente manera: “Los relegados
no tienen derecho a participar en ninguna institución pública, en algunos casos no pueden
trabajar y su espacio de esparcimiento es limitado. Son restricciones que fueron impuestas
en las distintas localidades, que aseguraban que él relegado permaneciera ajeno a la so-
ciabilidad” (Acuña, 2015, p. 21). De esta manera el coste de la vida se desarrollaba a través
de la ayuda de la iglesia, de las fundaciones, de sus propios familiares quienes enviaban
dinero, o del trabajo efectuado por ellos mismo. Julio Ángel relegado a la localidad de Pinto
en la región del Biobío, hizo trabajos ocasionales como jardinero y jornalero en una cons-
trucción. Por su parte, Julio Carrillos relegado a la misma localidad, realizaba arreglos en
la parroquia a cambio de su hospedaje (Fichas sociales de condenados a relegación). No
obstante, lo relatado anteriormente da cuentas que la relegación no tuvo las mismas for-
mas y características en cada una de las localidades donde llegaron los relegados11.
11 Para poder permitirnos una comprensión mayor del impacto y de las implicancias que la relegación tuvo para
quienes fueron afectados por ella, es necesario descubrir la polisemia de la experiencia, “en tanto para unos, fue
–como es predecible pensar– una violencia dolorosa, signada por la arbitrariedad, la violencia y la segregación, para
otros fue una oportunidad de compartir con las comunidades locales de apartados y pequeños poblados del país, en
espacios y tiempos comunitarios y solidarios” (Acuña, 2015, p. 17). Contrastes que se pueden explicar por diversos
factores, como aquellos factores externos que terminaron por ser decisivos en la experiencia de los relegados. Para
mayor información ver: (González, 2018; 2019)
REL) que comenzaron a dar asistencia social, ayuda solidaria y una amplia campaña de
denuncia en los ámbitos internos y externos, apoyados a su vez por la Vicaria de la Solida-
ridad, la Comisión Chilena de los Derechos Humanos y FASIC, donde se destacó el aporte
económico mensual destinado a financiar los gastos de desplazamiento y accionar de los fa-
miliares12. Asimismo, estas organizaciones que iban en ayuda de los afectados, solicitaron
que los relegados les enviaran un relato que contuviera las circunstancias del arresto, las
condiciones del lugar de detención y el trato recibido durante su permanencia en el lugar,
así como las características del traslado al lugar de relegación, las condiciones en las cuales
permanece y toda otra información que la persona considere conveniente.
Durante el año 1983, Sergio Onofre Jarpa, ex dirigente de derecha del desaparecido Par-
tido Nacional y quien entonces se desempeñaba como Ministro del Interior, intensificó las
medidas represivas durante las jornadas de protestas nacionales. Su objetivo no era otro
que poner freno y reprimir el resurgimiento del movimiento social que se estaba gestando
en el país. Una de las medidas impulsadas fue decretar el estado de sitio, aumentando los
allanamientos, falsos enfrentamientos, detenciones e intensificando las relegaciones con-
tra quienes se movilizaban (Acuña, 2015, p. 17). Sólo entre octubre y noviembre de 1984
más de 560 personas fueron relegadas a distintos puntos del país (Díaz, 2014)13. Los afecta-
dos eran detenidos por constituir un peligro para la paz interior o en palabras de la época
por contribuir a alterar el orden interno. A los detenidos se les procesaba bajo los cargos de
atentar contra la Ley de Seguridad del Interior del Estado, propagar la doctrina marxista
y realizar reuniones clandestinas con el fin de promover el derrocamiento del “gobierno”
constituido (Vega, 1999, pp. 379-381); lo anterior llevaba a las víctimas a sentirse presiona-
das, reprimidas y violentadas en sus derechos.
Cuadro 2: Tabla de relegados por año y sexo: 1973 a 1989 (Acuña, 2015, p. 30)
1973 1 13 14
1974 2 23 25
1975 1 12 13
1976 3 8 11
197714 0 1 1
12 La FASIC fue una organización encargada de prestar apoyo a las víctimas de la represión, y con respecto a quienes
sufrieron la relegación, fue esta fundación la que se encargó de generar un fichaje a los familiares de los relegados,
permitiendo constituir la recolección de los primeros datos tanto de quienes sufrieron la condena como de su núcleo
familiar. Esta ficha buscaba proporcionar la información más detallada de las familias de los relegados para así poder
distribuir mejor la ayuda. Por otra parte, a través de las funciones desarrolladas por trabajadores sociales de FASIC,
fue posible generar en cada momento un mapa de los relegados, ya que estos viajaban a cada uno de los lugares a
donde habían sido enviado los detenidos con el fin de dar cuentas de las nuevas relegaciones, cantidad de personas
condenadas, quienes eran los afectados, para así poder ir en su ayuda, y gestionar contactos con sus familiares. A su vez,
a través de los informes realizados por la Comisión Chilena de Derechos Humanos se pudo evidenciar las condiciones
físicas y sicológicas de los afectados, también del lugar donde se hospedarían, y que tipo de ayuda necesitaban, ya sea
esta en dinero, alimentos o vestuarios. Finalmente, a las labores descritas se sumó el Proyecto de Desarrollo Nacional
y Regional S.A. (PRODEN), quienes también visitaban a los afectados y elaboraban sus propios informes con el detalle
de aquellas visitas. (González, 2019, pp. 246-255)
13 Es necesario dejar en claro que la cantidad de relegados puede variar con lo que se expone en el cuadro, ya que María Graciela
Acuña se centra en elaborar la estadística de cantidad de relegados por año, a través de los archivos que contiene la FASIC.
14 Cabe dejar en claro que el cuadro citado fue elaborado por María Graciela Acuña a través de la revisión de archivos
de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), por ende, puede existir una variación en la
1978 0 0 0
1979 0 1 1
1980 2 89 91
1981 8 57 65
1982 2 11 13
1983 3 44 47
1986 0 2 2
1987 2 0 2
1988 0 0 0
1989 0 1 1
Sin antece-
dentes 12 124 136
Respecto al cuadro anterior, el mayor proceso de relegación se dio a contar del año 1980,
justo con la puesta en marcha de la nueva Constitución y del Decreto Ley número 3.168.
Más específico aun fue durante las intensas jornadas de movilización social que se desa-
rrollaron en Chile entre los años 1983 y 1986. Asimismo, cabe señalar que hacia fines de la
dictadura, específicamente previo al plebiscito de 1988, el número de relegados descendió
considerablemente. Lo anterior se entiende como una estrategia del régimen, en el sentido
de no proyectar una imagen dura, fuerte o represiva, más bien de apertura, conciliación y
búsqueda de la paz social que le trajera réditos políticos a la hora de concitar un apoyo ma-
yoritario por la opción Sí, aquella de continuar 8 años más en el gobierno. Para desgracia
de la dictadura, la ciudadanía mayoritariamente se inclinó por la opción del No, es decir,
retornar a la democracia y así poner fin a largos años de terror, miedo y represión militar.
La relegación fue sin duda uno de los procesos más complejos para quienes lo padecie-
ron, no sólo la víctima, también sus familiares y amigos; de ahí la importancia que tuvo la
ayuda que provino de parte de la iglesia a través de curas, sacerdotes y obispos, los cuales
mantuvieron una preocupación constante por quienes eran víctimas de la persecución.
Allí se puede destacar por ejemplo la buena voluntad del padre Fernández, quien estuvo
ayudando a los relegados de Pisagua, llevándoles ropa, alimentos y materiales para las
cantidad de relegados por año al revisar otras fuentes, como sucedió con Revista Solidaridad que dio cuenta de
7 dirigentes sindicales relegados a fines de 1977. Lo que se pretende demostrar con el cuadro, es que existió un
incremento significativo de relegaciones durante las jornadas de protesta nacional.
obras de artesanías que desarrollaban con el fin de generar algún dinero. También algu-
nas cosas que eran enviadas por parientes y amigos o bien, las que se hacían llegar de otras
comunidades católicas (Valle Gallardo, 10 de mayo de 1983).
De esta manera, hacia 1983 y a pesar de las relegaciones que se estaban llevando adelante
producto de las constantes manifestaciones sociales, la población chilena comenzaba progre-
sivamente a perder el miedo, por lo tanto alzaba su voz y accionar contra una dictadura que
solo sabía responder a través del castigo y la punición. Lo anterior quedaba de manifiesto en
algunos artículos publicados en la naciente opositora Revista Cauce. En su segundo número
de diciembre de 1983, aparecieron los siguientes titulares “Tortura, todos somos culpables”,
“1973 - 1983, Bitácora de la tortura” y “El miedo, como instrumento de dominio: el día que los
chilenos comenzaron a perder el miedo” aludiendo a un repudio hacía los actos que realiza-
ba el régimen; todo esto en el contexto de la trágica autoinmolación de Sebastián Acevedo en
el atrio de la catedral de Concepción. Trágico hecho que se conoció en todo el mundo a través
de las agencias cablegráficas de la época (Cauce, diciembre de 1983, pp. 27-33).
Hacia 1984 se intensificaron las jornadas y los llamados a paros nacionales (Cauce, mayo
de 1984, pp. 44-46). La primera semana de septiembre del citado año se llevó a cabo uno de
los paros más grandes ocurridos en dictadura, el país entero protestaba, anunciando el des-
contento no sólo en las ciudades más importantes, sino a nivel regional, de norte a sur, lo cual
desembocó en un clima de violencia por parte de carabineros (Cauce, septiembre de 1984)15.
66 Fue bajo este contexto, cuando las relegaciones se intensificaron de manera significativa.
Ahora bien, es un hecho irredargüible que durante la dictadura cívico-militar que go-
bernó Chile, la represión y violencia fue recurrente, se constituyó en una política insti-
tucional, en el cual el cuerpo de los detenidos estaba sometido a un sistema de coacción,
privación y obligaciones. Miles de perseguidos y detenidos se encontraban mal psicológica
y físicamente, con sus costillas fracturadas y sus cuerpos marcados por los golpes.
Durante las relegaciones no sólo importaba el sufrimiento físico o el dolor del cuerpo
mismo, también estaba presente el sufrimiento psicológico, en el cual se fragmentaron los
proyectos de vida, educativos y laborales, como en el caso de los estudiantes y trabajadores,
los cuales al estar privados de libertad y lejos de sus casas, no podían aportar económica-
mente a su núcleo familiar16, con lo cual generaban un clima de incertidumbre y desarrai-
go entre su madre, esposa e hijos.
Por último es importante agregar que los mecanismos de castigo dentro de la relegación
fueron distintos a los de los campos de concentración. Aquí la tortura física se situó en un
grado menor, lo que prevaleció fue la tortura sicológica, aquella que operó como dispositivo
de control social, donde el cuerpo ya no es tanto el objeto de la penalidad; lo que se persigue
es el castigo del alma, la voluntad y el estado de ánimo; un castigo que apunte (manipule) la
subjetividad de las personas, que penetre la profundidad del corazón y el pensamiento.
COMENTARIOS FINALES
Si bien el exilio de los chilenos ha sido historiado con algunos interesantes estudios de
chilenos y extranjeros, la relegación carece de investigaciones, más bien son acotados y pun-
tuales los trabajos que se han dedicado a dar cuenta de lo ocurrido con aquellas personas que
fueron víctimas de este proceso represivo.
Para el caso de nuestro estudio, hemos querido dar una mirada de conjunto a dicho pro-
ceso que va desde el momento mismo del golpe de Estado de 1973 hasta el año 1986, momento
en el cual declinan las jornadas de protestas populares contra la dictadura. Asimismo con-
sideramos pertinente situar la relegación como un mecanismo de control social de parte de
los militares.
Al situar la relegación como mecanismo de control social, buscamos señalar que ésta ope-
ró en la práctica no sólo como una forma de castigo y sanción, sino también como una forma
de corregir y enderezar la conducta de aquellos sujetos que en opinión de las autoridades del
régimen sólo buscaba transgredir o alterar el orden interno. En otras palabras, la pena de
relegación por un periodo determinado, pretendía que el relegado modelara o enderezara
su conducta, aprendiera de la sanción y una vez terminada la relegación se reintegrara a la
sociedad, siendo obediente y funcional a los intereses que dictaminaba la dictadura.
Si bien aquello fue uno de los objetivos que persiguió la relegación, es necesario puntua-
67
lizar dos cosas. En primer lugar, un estudio pormenorizado de este proceso, conlleva anali-
zarlo caso a caso; es decir, la relegación no fue igual en todas las situaciones y en los lugares
donde fueron llevados los detenidos. Por otra parte, si bien la dictadura buscaba que el dete-
nido compusiera su conducta, apartándose de todo tipo de actividad transgresora, en muchos
casos aquello no ocurrió; más bien el relegado una vez cumplida su pena se reintegraba a su
localidad de origen y seguía participando de las actividades de agitación, protesta o movili-
zación contra la dictadura; mientras que en otros casos volvía con mayor ímpetu de rebeldía
o desobediencia ante la misma autoridad que resolvió sancionarlo con la relegación.
Esto dos puntos por un tema de espacio no nos fue posible abordarlos con mayor dete-
nimiento, no obstante aquello, nos pareció pertinente hacerlos presente en este trabajo.
Para el proceso de relegación es importante agregar que este tuvo dos grandes momen-
tos. El primero que va desde 1973 a 1979. Etapa en la cual las relegaciones fueron más bien
acotados a ciertos casos, debido a que la dictadura privilegiaba el exilio y las desapari-
ciones por sobre las relegaciones. Un segundo momento va desde el año 1980 hasta 1986.
Durante este periodo, la relegación se legitima y legaliza por medio del Decreto Ley número
3.168 del año 1980. Este decreto fue fundamental durante las jornadas de protestas en Chi-
le, aquellas que se desarrollaron entre 1983 y 1986. Etapa que coincide con el incremento
de la represión por parte de la dictadura, entre ellas con el aumento de los relegados. A di-
ferencia del periodo 1973-1979, en esta ocasión las víctimas no fueron solamente dirigentes
sindicales o sociales, varios de los cuales encabezan las movilizaciones de protesta contra
la dictadura, sino también pobladores, estudiantes, obreros, entre otros.
En consecuencia, estudiar la relegación no sólo nos permite apreciar uno de los lados
más crueles de la dictadura chilena, aquel de la represión directa a la población, también
nos ayuda a entender de mejor forma aquellos dispositivos institucionales de la violencia
política y el control social que no sólo buscaban marcar físicamente los cuerpos de las víc-
timas, sino también sus estados de ánimo, convirtiéndolos en sujetos sumisos, vulnerables
y tímidos; sin embargo, para desgracia de la dictadura, muchos de ellos regresaron de la
relegación con mayores frenesíes y rebeldías para seguir luchando con más convicción y
firmeza por recuperar la democracia para nuestro país.
BIBLIOGRAFÍA
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FUENTES PRIMARIAS
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ní, Jefe Of. Asuntos Especiales Gobierno, del día 10 de mayo de 1983.
Poors of the right-wing? Mrs. Jacqueline and the popular world of Concepción. Field work,
clientelism and electoral mobilization, 1992-2013
Resumen
El presente artículo analiza la trayectoria política de Jacqueline Van Rysselberghe en Concepción. A tra-
vés del caso de estudio, reflexiona sobre el impacto de la alcaldización y lavinización de la política, así
como la penetración popular de la UDI. Nuestra hipótesis platea que el impacto del lavinismo a nivel
regional fue menor, pues el liderazgo de Van Rysselberghe terminó adaptándose a las particularidades
de su territorio. Con una estrategia doble, una confrontacional hacia la oposición regional y otra cercana
mediante el trabajo de terreno, la alcaldesa gremialista logró penetrar el mundo popular urbano constru- 71
yendo arreglos morales con mediadores de derecha. Ello le permitió perfilar un liderazgo más combativo,
conservador y menos conciliador que el otrora alcalde santiaguino.
Abstract
This article analyzes the political career of Jacqueline Van Rysselberghe in Concepción. Through a case
study, ponder on the impact of the “mayoralization” and “lavinization” of politics, as well as the popular
penetration of the UDI party. Our hypothesis states that the impact of “Lavinism” at the regional level was
minor, since Van Rysselberghe’s leadership ended up adapting to the particularities of the territory. With
a double strategy, one confrontational towards the regional opposition and another friendly through the
work in the field, the “gremialista” mayor managed to penetrate the urban popular world, building moral
arrangements with the right-wing mediators. This allowed her to outline a more combative, conservative
and less conciliatory leadership than the former mayor of Santiago.
1 Chileno, Doctor en Historia, Universidad de Santiago de Chile. Profesor de la Universidad Diego Portales, correo
electrónico: anibal.perez@mail.udp.cl. Agradecemos a la Beca de Incentivo a la Investigación de la Vicerrectoría
de Postgrado de la Universidad de Santiago de Chile, primer semestre 2019. Además, al Programa de Investigación
Histórica en Estudios Regionales del Departamento de Historia de la Universidad de Concepción, donde se realizó
una estancia de investigación.
INTRODUCCIÓN
Existe también una tercera visión que retoma elementos de las dos anteriores. En esta
óptica se prefiere hablar de las derechas, ampliando la gama de análisis a grupos naciona-
listas. De esta forma, se recoge la idea del uso instrumental de la democracia mediante los
troncos históricos de la misma, así como anti-liberal en su facción extrema. Sin embargo
y coincidiendo con Correa, se la visualiza con proyecto propio y altamente ofensiva (Cor-
valán 2019; González 2007; Bustamante 2014; Pérez 2014). En diálogo con estas tesis, desde
una cuarta mirada Verónica Valdivia (2008a) ha planteado que durante la década de los se-
senta estaríamos en presencia del parto de una nueva derecha que fue dejando atrás su an-
tecesora heredera de los grupos oligárquicos. Para ese momento, las derechas expresadas
tanto en nacionales como gremialistas adoptaron una nueva actitud ante la demanda del
escenario, dando nacimiento a un estilo militante, de combate y proyectual, que desplegó
una serie de estrategias contra el gobierno de la Unidad Popular, así como la propagación
de un proyecto propio de desarrollo.
Sobre la derecha en este nuevo ciclo posdictatorial existen dos grandes grupos de mira-
das. En un primer lugar están aquellos que visualizan a la Unión Demócrata Independiente y
Renovación Nacional como una continuidad histórica de los viejos partidos conservador y li-
beral, unidos en torno a la continuidad del modelo económico heredado y divididos por cues-
tiones valóricas (Siavelis, 1999; Correa, 2004; Fermandois, 2000). Para otros en cambio, estos
serían expresión de una nueva derecha con estables articulaciones internacionales junto a
un rol importante de sus tanques de pensamiento y anclaje territorial (Pollack, 1997; Alenda
2014; 2015; Valdivia, 2008a; 2008b). En particular durante la fase transicional, el gremialismo
chileno llamó la atención de diversos especialistas, pues representaba una derecha distinta a
su otrora liberal-conservadora, ya que entre otras cosas mostraba organización de cuadros
con una misión del trabajo político y vinculación popular, era jerárquicamente ordenada,
valóricamente conservadora y defensiva ante el legado de la dictadura. Más aún, a partir de
1997 obtuvo un fuerte avance electoral, lo que le permitió transformarse en el partido que
encabezó la derecha, para luego convertirse por momentos en la principal tienda chilena.
Ello se explicaría entre otras cosas por la fortaleza de sus procedimientos rutinizados y la
capacidad de su reinterpretación mediante liderazgos jóvenes, así como su estrategia dual de
financiamiento empresarial y apoyo electoral clientelar-popular (Huneeus, 2001; Joignant y
Navia 2003; Luna y Rovira, 2014; Luna, 2011; Valdivia, 2016).
Ahora bien, gran parte de las miradas anteriores concuerdan en que la UDI tendría
una estrecha relación con el mundo empresarial, así como también una importante pene-
tración territorial hacia el mundo popular de tipo clientelar (Luna 2011; Arriagada 2013;
Pérez 2014; 2016). Sin embargo, no existe consenso en los enfoques para explicar el fenó-
meno del clientelismo político, lo que desemboca en distintas visiones sobre las lealtades
de los sujetos populares con los liderazgos de derecha. Algunas miradas han recurrido a un
enfoque más tradicional y verticalista del fenómeno, donde se estructuraría una relación
informal de favores por votos, signada por un patrón político que instrumentaliza las rela-
ciones hacia sus clientes para construir sus lealtades políticas de carácter más coyuntural
74 (Reheren 1996; Luna 2011). Para otros en cambio existiría un juego de capitales en disposi-
ción, lo que permitiría articular redes de reciprocidad relativamente estables. En ellos, la
relación no sería únicamente ni instrumental ni vertical, sino que existiría capacidad de
presión tanto de mediadores y clientes, así como factores emocionales y de confianzas cons-
truidos a través de las trayectorias de los sujetos (Durston 2012; Barozet 2007; Arriagada
2013; Álvarez 2014; Pérez 2018; Luján y Pérez 2018).
A nuestro juicio, lo anterior es de suma relevancia, pues permite comprender de qué ma-
nera se construyen las lealtades políticas en esta nueva derecha y hasta qué punto estamos
en presencia de relaciones meramente instrumentales, o más bien una base social popular
convencida de derecha. Por lo anterior, este artículo se inscribe en este segundo grupo de
enfoques. Recurriendo a una conceptualización thompsoniana de “economía moral” (1989),
privilegiamos un enfoque “desde abajo” para poner oído a mediadores políticos sobre las for-
mas de construcción de sus lealtades. Desde nuestro punto de vista, la práctica clientelar sería
una costumbre política articulada entre patrones, mediadores y clientes regulada por una
economía moral. En este sentido, si bien existe una dimensión racional de la práctica, ella está
articulada en lazos de confianza que descansan en una concepción sobre cómo deben circular
los fondos públicos y privados, a partir de vínculos morales entre los actores. Mediante dicha
forma de regulación es que se despliegan una serie de arreglos morales (Vommaro y Combés
2016), que permiten explicar la movilización de los actores con sus referentes políticos. Este
tipo de enfoque, permite distanciarse de las miradas verticalistas, las que tienden a suponer
que los sujetos populares serían “comprables” y utilizados “desde arriba” por los actores de
derecha, asumiendo una vinculación política débil, así como una práctica arquetípica de un
sector sobre otro. Por el contrario, pensamos que la movilización electoral es una de las caras
de la construcción de lealtades políticas, las cuales incluyen factores racionales y también
trayectorias, emociones y confianzas mutuas. A nuestro juicio, estas ritualidades del campo
electoral postransicional, fueron más bien ideológicamente transversales.
Desde este enfoque, nuestra hipótesis sugiere que aunque a nivel partidario nacional
existía un estilo lavinista de gestión municipal, fueron las particularidades regionales y lo-
cales, las que determinaron la estrategia política de la alcaldesa gremialista en Concepción.
De esta forma, su puesta en escena no fue calco ni copia del Santiago de Lavín, más bien se
adaptó a las dinámicas propias de su municipio. Lo anterior implicó una estrategia de dos
frentes. El primero de ellos, “hacia arriba”, tuvo un carácter marcadamente conflictivo con
los representantes de las autoridades nacionales de la región designadas por el gobierno
de Ricardo Lagos. En este campo de disputa, se explotó un estilo más duro y confrontacio-
nal signado en diferentes tensiones con las autoridades, entre otras cosas por el control del
territorio político, así como las problemáticas financieras del gobierno local. Ello implicó
alejarse del lavinismo clásico de tipo más conciliador. Sin embargo, en el frente relacionado
con el trabajo de terreno, es decir “hacia abajo”, la alcaldesa mostró un estilo más cercano,
eficiente y solucionador de los problemas vecinales. Allí, la apuesta por la construcción de
un vínculo cercano con los dirigentes populares fue crucial. En esto, la estrategia fue am-
plia, pues mientras que dirigentes ligados a la izquierda “penquista” se vieron perjudicados
con la nueva gestión, otros de igual forma se articularon con esta para solucionar deman-
das históricamente postergadas bajo las administraciones concertacionistas. Más aún, en el
caso de dirigentes populares articulados con la derecha, estos se vieron favorecidos por el
estilo de la alcaldesa, construyendo ejercicios de personificación de la política que permitie-
ron entrar al círculo íntimo de su equipo mediante una vinculación clientelar más densa,
lo que impulsó arreglos morales expresados durante la movilización electoral. Este tipo
de vínculo, lejos de ser solamente instrumental -y por ello supuestamente débil y momen-
táneo-, permitió cristalizar una relación que se puso a prueba más allá de la movilización
electoral, concitando momentos de apoyo y lealtades consolidadas.
De esta forma, esta estrategia de dos frentes al mismo tiempo que potenció el lideraz-
go político regional de Jacqueline Van Rysselberghe, permitió avanzar más allá del agota-
miento del estilo lavinista de su referente partidario tras la gestión del icónico alcalde en 75
Santiago. El origen de su capital político, por tanto, fue construido durante largos años de
trabajo silencioso y permanente, trabajo que ha resultado crucial en la trayectoria de la
alcaldesa representante de esta nueva derecha posdictatorial.
Concepción, capital de la región del Biobío, es una comuna importante para la política
nacional. Al igual que en Valparaíso y Santiago, las coyunturas y disputas políticas que se
desarrollan, pueden lograr cierto nivel de efectos para la política nacional. En general, la co-
muna es uno de los trofeos de guerra para los comicios nacionales de los diferentes partidos.
para la economía nacional y regional (Márquez, 2014; Mazzei 2015; Monsálvez 2017). Sin
embargo, durante el ciclo dictatorial y posdictatorial, se produjeron relevantes transfor-
maciones económicas, tomando un giro hacia el sector servicio en el ámbito comunal, así
como también el impulso de la extracción maderera en alto Biobío. De hecho, para el año
2003 del total de ocupación en Concepción, los tres grandes empleadores de la comuna fue-
ron: el sector “comercio” que lideraba los índices con un 24%, seguido de “administración
pública, enseñanza y salud” con el 20,6%, y finalmente a mayor distancia con la industria
manufacturera un 12,4% (PLADECO Concepción 2010-2013, p. 35).
Los resultados electorales de 1992 confirmaron esta tendencia. El primer lugar lo obtu-
vo Guillermo Aste con 23.243 preferencias equivalentes al 13,40% de los votos2. Seguido a
mayor distancia, resultó el médico socialista Ariel Ulloa con 12.948 votos representando el
7,46%. El tercer puesto fue para Alejando Ortiz (DC y el jefe de la Dirección de Desarrollo
Comunitario DIDECO durante el gobierno de De la Barra) con 11.718 sufragios representan-
do el 6,79%. Finalmente, el cuarto lugar fue para Jacqueline Van Rysselberghe con 11.677
preferencias equivalentes al 6,73%. Importante es señalar que entre votos nulos y blancos
se alcanzó la suma de 21 mil preferencias, representando un 8,45% los primeros y el 3,72%
los segundos (SERVEL).
A nuestro juicio, esta crisis interna del oficialismo local evidencia una tendencia his-
tórica de la comuna, según la cual, ningún actor por sí mismo había sido capaz de hege-
monizar la totalidad de la representación política. Si bien, es viable distinguir una suerte
de clanes familiares (el grupo Ortiz en la DC y Van Rysselberghe en la UDI), durante los
primeros años de la transición, no existió un liderazgo carismático que lograse copar de
manera hegemónica una maquinaria electoral de peso a fin de consolidarse, tal y como
estaba ocurriendo en Valparaíso con Hernán Pinto, o en Santiago con Jaime Ravinet, o en
Las Condes con Joaquín Lavín. Más bien, lo que demuestran los resultados electorales es
que la comuna penquista siguió con una tendencia signada por la disputa política de los
diversos actores, repercutiendo en una competencia permanente de los partidos, inhibien-
do con ello el control de un solo sector. En este sentido, aunque la Concertación copaba
los cargos públicos regionales, esto lo lograba más bien como fruto de los triunfos en las
elecciones presidenciales y las designaciones vía ejecutivo, mas no cuando las autoridades
eran electas mediante procedimientos vinculantes de los electores locales. En un futuro no
muy lejano, Jacqueline Van Rysserlberghe logrará construir esa hegemonía de tipo lideraz-
go carismático y con ello marcar una diferencia en el plano electoral local de Concepción.
Ahora bien, ¿qué rol cumplió el mundo popular penquista ante esta primera coyuntu-
ra electoral y cuál fue su disposición con la oferta electoral? Lejos de ser actores pasivos,
se organizaron e intentaron obtener compromisos con los candidatos. Así las cosas, dis-
tintas juntas de vecinos de las poblaciones emblemáticas organizaron diversas instancias
vecinales donde se reunieron a discutir sus necesidades y prioridades con los candidatos.
Estas últimas giraban en torno a recursos para mejorar la infraestructura de policlínicos
y hospitales, mejoramiento de liceos técnicos con inversión público-privada, así como pavi-
mentaciones de calles y procesos de urbanización (El Sur, 5 de mayo de 1992, p.12). Exigían
entonces un funcionamiento de la distribución de recursos que privilegiara sus territorios
en razón de su precaria situación material. En este sentido, los actores populares urbanos
desplegaron una serie de demandas a los candidatos como fruto de una economía moral,
según la cual -a partir de su condición de pobreza-, solicitaban el compromiso de los candi-
datos a representantes locales para invertir recursos públicos y privados, privilegiándolos
a ellos bajo el principio de la primera necesidad. Al respecto, un dirigente durante estos
encuentros argumentó que el deber moral de las futuras autoridades era el de “contribuir a
mejorar las condiciones de vida de los sectores de más escasos recursos”, para ello sugerían
facilitar fondos para la auto-construcción de personas allegadas, así como también partici-
pación en la discusión del Plan Regulador de la comuna. Todo lo anterior se cerraba con un
enfático llamado a los futuros concejales a: “facilitar la participación de las organizaciones
comunitarias, desmotivadas hoy en día a raíz de la insatisfacción de expectativas creadas
con anterioridad a la elección parlamentaria y presidencial” (El Sur, 8 de junio de 1992, p.3.)
¿Cómo reaccionaron los candidatos ante la exigencia de estos actores durante la coyun-
tura? En general fueron más bien distantes al compromiso explícito con la inversión parti-
cular de recursos. En otras palabras, resistieron la tentación electoral y con ello se ganaron
el distanciamiento de sus electores.
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Quizás el mejor ejemplo fue el conflicto acontecido con Guillermo Aste quien en una reunión
con pobladores y ante la exigencia de inversión prioritaria de recursos de los vecinos, se negó
rotundamente. Esto repercutió en un abucheo generalizado, lo que llevó a la exacerbación del
propio candidato contra la asamblea. Polarizados los ánimos, tuvo que ser sacado del brazo por
gente de su equipo. A nuestro juicio, este tipo de actitud pudo haber sido relevante para explicar
el alto nivel de rechazo representado en el 12% de nulos y blancos, así como en la incapacidad del
propio candidato oficialista para ganar la testera municipal de manera directa.
Con todo, esta doble tendencia de alto nivel de competitividad en los diversos actores, ade-
más de una expectativa no resuelta desde las organizaciones populares locales se mantuvo
durante el periodo en que el municipio estuvo en manos de la Concertación. Para 1994, Ariel
Ulloa (PS) lideró el gobierno local por los dos años restantes, ganando posteriormente las
elecciones en 1996. Nuevamente en esa coyuntura, los niveles de competencia fueron altos y
el candidato de la centro- izquierda logró por apenas 1.904 votos de diferencia derrotar a una
emergente Jacqueline Van Rysselberghe (SERVEL). Lo anterior le permitió dirigir el gobierno
local hasta el año 2000. Sin embargo, para diversos dirigentes sociales populares de izquier-
da entrevistados que habían sido leales en el apoyo electoral a la gestión del alcalde Ulloa
durante los noventa, su lectura era radicalmente pesimista. Rosa declaró: “acá la alegría no
llegó” (Entrevista a Rosa, 28 de enero 2018, p.3) y Juan agregó: “la derecha hizo la pega (sic)
que la izquierda dejó de hacer” (Entrevista a Juan, 28 de enero 2018, p.3)3. Sus barrios seguían
postergados de la urbanización, a pesar de su trabajo permanente. Había ahí una economía
moral fracturada.
3 Los actores citados fueron seleccionados vía bola de nieve. Correspondían a dirigentes sociales de barrios populares
con trayectoria de izquierdas y en distintos momentos de su historia de vida, había ocupado roles de mediadores
políticos ante distintos referentes. Los nombres fueron sustituidos para proteger la identidad de los mismos.
Finalmente, para las elecciones municipales de octubre del año 2000 la candidata UDI
Van Rysselberghe marcó el quiebre histórico de la dinámica electoral local de Concepción.
Obtenía el sillón municipal con una avalancha de 58.361 votos, versus las 34.510 preferen-
cias de Ulloa y la Concertación (SERVEL). Es decir, duplicó a quien era el propio alcalde en
funciones, inaugurando un nuevo ciclo que dejaba atrás la competencia radical junto a la
fragmentación electoral. Llegaba el momento de montar maquinaria.
La avalancha electoral dirigida por el equipo de “la Coca” (como le llaman su grupo de
confianza) se convirtió en un balde de agua fría para el gobierno de Ricardo Lagos. Dicho
triunfo no fue un hecho aislado a nivel nacional, pues el gremialismo para las elecciones
municipales del año 2000 logró adjudicarse además el importante gobierno local de Santia-
go, desbancando al edil en ejercicio Jaime Ravinet (PDC), mostrando con esto la aún vigoro-
sa figura política de Joaquín Lavín. Ahora, con el impulso tras la campaña presidencial de
1999, el otrora alcalde de Las Condes tendría en su poder el municipio más importante de
Chile, debiendo poner a prueba la capacidad de su estilo político para perfilarse con vistas
a la futura elección presidencial de 20054.
En el plano regional, se hicieron saber innumerables críticas para los lideres oficialis-
tas, entre ellos el intendente Jaime Tohá (PS). De una u otra forma, los resultados electorales
mostraban la dificultad que hubo para traspasar la votación del propio Ricardo Lagos al
candidato a alcalde del oficialismo. Por ello, a juicio de este artículo, la política de las dife-
rentes autoridades de gobierno fue bloquear la nueva gestión de derecha en Concepción.
Esto repercutió en una actitud confrontacional desde nueva alcaldesa, la que lejos de bus-
car niveles de conciliación –como propias del estilo lavinista en Santiago- tendió a disputar
abiertamente la política local, desplegando una estrategia de control de un espacio funda-
mental para las particularidades del trabajo político alcaldicio: “el terreno”. 79
En este sentido el escenario era bastante complejo para la recién electa autoridad gre-
mialista, puesto que, salvo algunos parlamentarios de su sector, el grueso de la burocracia
estatal estaba en manos del gobierno. Ello resultó altamente complejo para la gestión de
Van Rysselberghe, debido a que, en el control del territorio político, tenía una serie de ac-
tores que bloqueaban diversas áreas de su quehacer. De la misma manera, dadas las parti-
cularidades de la obtención de recursos en el mundo municipal chileno, la nueva alcaldesa
requeriría del lobby necesario para obtener financiamiento vía Subsecretaría de Desarro-
llo Regional (SUBDERE) para sus programas bajo un escenario de marcada pobreza. Desde
nuestra óptica, dichos elementos particulares del terreno local-regional, empujaron a la
puesta en escena de un estilo ofensivo y de combate contra las autoridades “penquistas” de
centro-izquierda.
Ejemplo de ello, es que tras pocos meses de haber asumido la alcaldía, el municipio quedó
marginado de los recursos para aplicar los programas de absorción de mano de obra cesante
(El Sur, 21 de enero de 2001, p.1,5). Además, la edil reclamaba la permanente exclusión de las
actividades de terreno del intendente Jaime Tohá, sobre todo en los espacios que consideraba
suyos, es decir los municipales. Al respecto agregó: “nosotros tenemos una opinión sobre
cómo tienen que focalizarse las inversiones, con lo que cuesta que los ministros vengan para
acá, sin embargo, no fuimos tomados en cuenta” (El Sur, 21 de enero de 2001, p.5). Lejos de re-
plegarse, ella y su equipo comenzaron a disputar abiertamente el control del teatro político,
por esto durante una actividad en “Los Lirios” donde arribó repentinamente la gobernadora
Mónica Ehrenfeld, la autoridad provincial fue encarada abiertamente por la edil y su equipo,
4 Joaquín Lavín fue candidato de la derecha chilena para las elecciones presidenciales chilenas de 2004-2005, siendo
derrotado por un estrecho margen por el candidato del oficialismo Ricardo Lagos.
lo que terminó con el retiro de la asustada representante provincial (El Sur, 4 de marzo de
2001, p.5). Tiempo después, las autoridades regionales (gobernación e intendencia) ordena-
ron la instalación de la productora “Sol Oriental” en un espacio comunal que había de ser
ocupado por la alcaldesa para una actividad propia. El evento regional tenía por propósito,
una exposición de vida natural, artesanía y esoterismo. Tras la ocupación y la imposibilidad
de realizar la actividad programada desde el municipio, el equipo de la edil interpuso una
denuncia ante la Contraloría General de la República contra ambas autoridades regionales
(El Sur de Concepción, 10 de marzo de 2001, p.1.).
Con todo, hubo dos coyunturas más representativas de esta tensa relación que tuvieron
repercusiones nacionales. La primera se produjo luego del nacimiento de la hija menor de
la alcaldesa en el marco de su primer año de gestión. La actitud de la edil fue negarse a
tomar el postnatal, dado que ello implicaba dejar la alcaldía por los tres primeros meses.
Por eso remarcaba por los medios que se llevaría una cuna para trabajar con su hija en la
misma municipalidad (Crónica, 30 de noviembre de 2001, pp. 1,6). Tras esto, la reacción de
la oposición no se dejó esperar. Abiertamente se le argumentaba la imposibilidad constitu-
cional de su decisión, dado que la lactancia era un derecho que no se podía renunciar. Por
tanto, debía dejar la dirección del municipio por el tiempo que indicaba la ley. En respues-
ta, la edil señaló que no asumiría su fuero y trabajaría con su bebé en el mismo edificio
consistorial. Esto generó una ola de reacciones de sus opositores, quienes remarcaban el
carácter irrenunciable de dicho derecho, por tanto, se le exigía dar un paso al costado (El
Sur, 2 de diciembre de 2001, p.21).
Así las cosas, la dura posición de la alcaldesa se solidificó tras declarar que no tenía em-
pleador y, por tanto, en su caso, eran los electores quienes la habían mandatado a ejercer su
liderazgo. Dar un paso al costado significaba –a su juicio- desconocer a sus bases (Revista
Actual, 9 de diciembre de 2001, p.2). Finalmente, la coyuntura terminó con la intervención
de Servicio Nacional de Menores (SENAME), desde donde sus autoridades cuestionaron pú-
80
blicamente la posición de la edil, pues se estaba pasando a llevar el derecho a lactancia. De
esta forma, el conflicto terminó judicializándose, dictaminando la Corte de Apelaciones la
derrota para la postura de Van Rysselberghe (El Sur, 11 de diciembre de 2001, ptda. Y p.2).
Ante ello, la alcaldesa sacó sus mejores credenciales neo-conservadores y remarcó: “Me
embarazaré las veces que quiera. La alcaldía tiene nombre. Yo soy católica y tengo derecho
a usar métodos naturales anticonceptivos y no estoy dispuesta a transarlo. Y esa es mi vida
y tengo derecho a ejercerla” (Revista Actual, 16 de diciembre de 2001, p.3).
Ante tal escenario, la SUBDERE terminó cediendo y planteando una última oferta de
endeudamiento de por diez años. Sin embargo, la alcaldesa siguió dura en su posición, pues
ello terminaba comprometiendo tanto el término de su gestión, así como el de una futura
reelección. Por esto exigiendo 20 años o nada, su declaración fue tajante: “no estoy dispues-
ta a dar un paso atrás” (El Sur, 10 de mayo de 2002, p.6). Dada la repercusión nacional que
estaba tomando el conflicto, el parlamentario Alejandro Navarro (PS) acusó a la alcaldesa
de querer convertirse “en la primera presa política de la Concertación” (El Sur, 20 de mayo
de 2002, p.6)5. En respuesta, los líderes del gremialismo nacional hicieron saber por los me-
dios al gobierno que “de irse presa la Coca”, Longueira, Lavín y Novoa se irían a la cárcel
con ella (El Sur, 30 de mayo de 2002, pp. 1, 5-7).
De esta forma, llegado todo a una situación límite, finalmente el gobierno cedió y lue-
go de una reunión de la plana mayor del gremialismo con el Ministerio del Interior, José
Miguel Insulza reconocía el acuerdo sobre el cual la alcaldesa aceptaría la última oferta 81
del endeudamiento, comprometiéndose el gobierno a entregar en promedio $100.000.000
(US$125.000) anuales para políticas sociales del municipio (Crónica, 31 de mayo de 2002,
ptda. y p.6.). Con esto, a nivel local la alcaldesa gremialista podría continuar su gestión
desarrollando políticas sociales, las que serían cruciales tanto para su proyecto como las
elecciones. Pero, además, Jacqueline Van Rysselberghe lograba posicionarse públicamente
a nivel nacional como un emergente liderazgo femenino del gremialismo criollo. A nuestro
juicio, estos fueron los años de aprendizaje político de la futura dama de hierro del neocon-
servadurismo chileno.
¿Hasta qué punto este estilo estuvo emparentado con el lavinismo que se estaba desa-
rrollando en Santiago? A nuestro juicio, en poco. Si bien Lavín también tuvo conflictos con
la oposición, sobre todo durante la privatización de las aguas de Santiago, su estilo siem-
pre fue más conciliador. De hecho, en vez de llevar dicho conflicto al plano ideológico, más
bien argumentaba que los propios gobiernos de la Concertación habían privatizado el agua
también, por tanto, su política era más bien de consenso. Más aún, el hecho de que el otrora
referente UDI administrara la comuna capital nacional – y sobre todo tras la venta de las
aguas- le permitió gozar de un margen de maniobra presupuestaria algo más holgado que el
de su homóloga de Concepción. Lavín podía darse el lujo de traer nieve al centro de Santiago
o de convertir espacios en una playa para veraneantes populares. Mientras que, en la región
del Biobío, las cosas eran distintas. A nuestro juicio, fueron elementos más particulares y
regionales -como el caso de la deuda histórica-, los que terminaron empujando y forjando
el carácter de un liderazgo más confrontacional de la alcaldesa penquista. Ello generó un
5 A juicio de Navarro, el conflicto podía resolverse fácilmente si la empresa del padre de la alcaldesa (Enrique Van
Rysselberghe), Arenas Biobío, pagaba la deuda que tenía con el municipio por extracción de áridos luego de su
declaración en quiebra (El Sur, 20 de mayo de 2002, p.5; 21 de mayo de 2002, p.6).
Dado el contexto conflictivo hacia las autoridades oficialistas regionales, la alcaldesa gre-
mialista desarrolló una estrategia de acumulación de capital político basado en su gestión,
potenciando el carácter alcaldizado de la política local. Por esto, tempranamente volcó sus
energías en el trabajo territorial municipal personificado en su figura, más que en el carácter
institucional del gobierno local. De esta forma, ella junto a su equipo “se dejaron caer” en las
poblaciones de Concepción. Así, durante una visita en Lorenzo Arenas, escuchó las quejas de
los vecinos y supervisó en terreno el programa “Municipio en tu barrio”. La recepción del es-
tilo fue contundente, pues algo sorprendida, una de las dirigentes locales del sector remarcó
el carácter positivo de la experiencia: “ya que la realización de este tipo de visitas es la única
forma de que las autoridades se den cuenta de los problemas existentes en la ciudad” (El Sur, 1
de febrero de 2005, p.1).
Por otra parte, la gestión atacó uno de los problemas más tradicionales de la agenda nacio-
nal y local: la delincuencia. Ello se materializó en dos políticas “concretas”. La primera fue la
creación de un equipo de “asistencia judicial solidaria” para vecinos víctimas de delitos. Este
programa, ofrecía prestaciones y asesoramientos jurídicos gratuitos para todos quienes quisie-
82 ran solicitarlos ante eventos delictivos. Evadiendo las temporalidades de la gestión de recursos
intra-estado, este programa funcionaba a través de sus propias redes de amigos y personas in-
dependientes pro Van Rysselberghe, quienes dedicaban unas horas a la semana de prestación
gratuita bajo una forma de organización propia ad-honorem (El Sur, 22 de marzo de 2001, p.5).
Por otra parte, la segunda política implicó una articulación entre el municipio con Carabineros
para ingresar en los barrios “marginales” mediante la figura del “Carabinero Comunitario”.
Dicho programa contemplaba la designación de secciones de policías en los diferentes barrios,
asegurando un representante de turno por cada junta de vecinos. Lo anterior permitía tejer
una red entre dirigentes territoriales, policías y el municipio, potenciando un claro control del
territorio político (Crónica, 9 de julio de 2003, p.8). Más aún, una vez presentado el programa,
a través de los medios de comunicación se entregaba públicamente el nombre del carabinero
y la junta vecinal de turno para que todos los vecinos pudieran acudir a su persona (Crónica,
14 de julio de 2003 p.8).
De esta forma, tras seis meses de haber iniciado su gestión, Jacqueline Van Rysselberghe
declaraba por la prensa: “es muy intenso ser alcaldesa (…) si tú quieres hacerlo bien, yo tengo
el convencimiento de que la gente tiene derecho a la cercanía con sus autoridades. Entonces el
desgaste que produce atender a mucha gente te agota (…) hemos hecho un trabajo silencioso de
terreno, hemos trabajado mucho en los barrios de Concepción (El Sur, 10 de junio de 2001, p.4).
A nuestro juicio, esta declaración mostraba los convencimientos generales del naciente
liderazgo. Marcado por un fuerte personalismo, se edificaba a la alcaldesa como la verdadera
mediadora entre las problemáticas vecinales y el Estado. Tal y como lo señalaba, el trabajo
6 La “píldora del día después” es un método anticonceptivo femenino, que se ingiere luego de las relaciones sexuales
para prevenir embarazos. Dicho método fue considerado abortivo por parte de la Iglesia Católica. En el caso chileno,
el término “cafés con piernas” hace referencia a un local diurno que funciona como night club.
político silencioso realizado era fruto de una idea según la cual, el derecho de las personas
era tener “cerca” a sus autoridades, configurando una relación cara a cara. No se trataba
pues, de lo que supondría un Estado legal-racional, es decir la universalidad de un derecho
vía Estado impersonal, sino que, todo lo contrario, su gestión era mediante la personificación
de las relaciones políticas a fin de acumular capital social. Aunque la erosión de los mapas
proyectuales-ideológicos resultaba evidente en el discurso, no por ello era una relación des-
politizada. A nuestro juicio, este estilo fue un buen reflejo de la denominada alcaldización de
la política, pero paradojalmente ya no centrada en la figura del lavinismo, sino en un lide-
razgo más duro y neoconservador7, siendo por tanto profundamente político. Ahora, ¿cómo
se enfrentaron los diversos mediadores políticos populares con este nuevo referente y como
operó su economía moral?
7 Cabe señalar que la tendencia a la alcaldización de la política no fue exclusiva de la derecha, sino más bien un
fenómeno transversal desde el punto de vista ideológico. Para ello ver: (Valdivia 2018, Pérez 2019).
nuido. A pesar de eso, había logrado organizar un comedor popular, trabajando directamente
con la Junta Nacional de Auxilio y Becas (JUNAEB) para entregar alimentación a “su gente” (En-
trevista a Rosa, 28 de enero de 2018, p.3). Aunque reconocía haber sido cercana al alcalde Ulloa,
así como parte en la construcción de redes de apoyo mutuo -entre ellas, electorales-, Rosa como
mediadora de izquierda consideraba que el clientelismo se había potenciado con la alcaldesa
gremialista. Canastas familiares permanentes, apoyos particulares y la aparición de operado-
res políticos municipales en el barrio, eran algo que la sorprendía en su ejercicio de memoria.
Por otra parte, Juan con una trayectoria de vida similar a la de Rosa, coincidía en la explo-
sión de clientelismo durante el periodo de la alcaldesa. “Planchas de zinc, canastas familiares,
becas para los regalones (sic) y trabajo en el municipio” eran parte de la estrategia. De un mo-
mento a otro, su barrio de una tradición de izquierda se veía embanderado con el color naranja
de Van Rysselberghe durante las elecciones. Sin embargo, su diagnóstico era letal, pues tal y
como lo señalamos más arriba, a su juicio esto se explicaba porque la derecha “hacía muy bien
la pega (sic), la hacía finita”, pues se había abocado a resolver los problemas de la gente. A su
juicio, “era trabajo que la izquierda dejó de hacer” (Entrevista a Juan, 28 de enero de 2018, p.3).
Había pues indicios de una economía moral fracturada, lo que debilitaba posibles arreglos
morales. Para el dirigente los recursos no circulaban como se debía, y a pesar de los años de
lealtad política hacia su sector, las problemáticas seguían, tanto así que había sido la propia
derecha la que, de una u otra forma, se había “metido” en su barrio.
De esta forma, para los mediadores entrevistados que relacionalmente estaban marca-
dos por su articulación con partidos y gestiones de izquierda se vieron perjudicados en la
asignación de recursos, así como evidenciaron una performance avasalladora de cliente-
lismo. Lo anterior no quiere decir que, antes del ciclo gremialista no hubiese existido esta
práctica, de hecho, la había, y los propios mediadores de izquierda lo señalaban tangencial-
mente, o en su defecto ocupaban ejercicio de inversión para evadir su relación. A pesar de
ello, reconocían que habían participado en la movilización de apoyos electorales para esa
gestión durante los noventa.
Con todo, una segunda área relacional se marcó con dirigentes que, aunque vinculados a la
izquierda, no habían tenido una relación con el alcalde concertacionista. Ello les permitió to-
mar distancia de los otros líderes territoriales, tomando aire de autonomía que posibilitó una
articulación pragmática con la alcaldesa gremialista. Ahora bien, dicha relación no alcanzaba
el nivel de la reciprocidad electoral, más bien estaría cerca de lo que Durston denominó broker
altruistas (2005). En este sentido, el caso emblemático recogido fue el de Camila. Al igual que
los anteriores, era dirigente de un barrio popular emblemático de Concepción, con una trayec-
toria familiar de izquierda. Su mirada radicalmente crítica del periodo de la Concertación, re-
marcaba e igualaba las prácticas clientelares que se evidenciaban masivamente con el periodo
de Van Rysselberghe. Camila denunciaba, el acarreo, los favores y el “pituto” como algo común
en el mundo municipal del periodo de la centro-izquierda. Más aún, su mayor queja era que:
“con su soberbia, se olvidaron del pueblo” (Entrevista a Camila, 9 de noviembre de 2018, p.2).
Existían pues, una deuda con las expectativas de una transición política imaginaria.
Ahora bien, aunque Camila se consideraba de izquierda, reconocía que con la alcaldesa
había logrado trabajar mejor que con la gente de la Concertación, pues había más cercanía y
eficiencia en la resolución de problemas. El gran anhelo de su comunidad, era un postergado
consultorio, es decir un recinto de atención de problemas primarios de salud. Durante distin-
tos periodos, aunque habían existido los recursos para ello, diferentes trabas burocráticas y
otras prioridades, hicieron dejar de lado la inversión en las otras reparticiones del Estado. Sin
embargo, bajo el gobierno de la alcaldesa gremialista, coincidió que se habían aprobado los
fondos para su construcción desde la Intendencia, a partir de la cual se discutiría su puesta
en marcha. En ese escenario, según recuerda Camila, “la señora Jacqueline y su gente me so-
plaron (sic) que se quería nuevamente postergar el inicio de la obra”. Ante esto, el acuerdo fue
generar una manifestación con los vecinos para presionar a las autoridades. De esta forma, tal
y como lo acordaron, Camila movilizó a “su gente” y se instalaron en las afueras de la oficina
de reunión a presionar. Camila recordaba que hizo: “un testamento gigante que envié a todos
los consejeros regionales (...) me di el trabajo de hacerlo, de conseguirme los nombres de todos
y hacerles llegar el rosario (sic), apelando a todo, a sus funciones, a la cuestión moral, a la cues-
tión sentimental y a un montón de cuestiones más y al derecho que teníamos los pobladores
de tener nuestra salud. De tener un consultorio digno para la atención” (Entrevista a Camila,
9 de noviembre de 2018, pp. 2-3). De esta forma, con la movilización fuera del edificio, desde el
consejo dieron la aprobación para que Camila ingresara. Luego, la autoridad subrogante del
intendente hizo un llamado a aprobar la propuesta, argumentando que no era posible que los
propios pobladores tuvieran que venir a la reunión a pedir dignidad.
Finalmente, una tercera área relacional estuvo dada con su equipo de confianza, los deno-
minados “regalones”. Estos, signados por sus adversarios territoriales como “operadores políti-
cos”, fueron cruciales para la movilización electoral y la penetración en los barrios populares
de Concepción. Su relación fue un clientelismo de tipo más clásico, donde la regulación de su
economía moral se potenciaba en distintos arreglos morales -incluidos y más allá- de la movi-
lización electoral. Sandra, una dirigente de barrio popular y declarada de derecha, reconocía
haber estado en el grupo que fue a manifestar su apoyo en las afueras del municipio cuando
estaba la posibilidad de la prisión de su líder. Aunque los medios de comunicación mostra-
ron el aspecto más crudo de la relación -al evidenciar el llamado de integrantes del equipo
municipal, así como el acarreo junto al apoyo en comida-, Sandra señalaba que la lealtad con
“la señora Jacqueline” se debía demostrar en todas las instancias (Entrevista a Sandra, 25 de
julio de 2019, p.3). Afirmaba que había trabajado en cada llamado de su referente, haciendo
campaña, en los “puerta a puerta”, en los locales de la feria, así como en la movilización para el
día de las votaciones. Dado que era dirigente territorial, poseía un capital electoral que ponía
a disposición de su líder en cada llamado que se hacía necesario. ¿Cuáles eran los motivos que
impulsaban estos arreglos morales? Para Sandra, su barrio durante el ciclo de la Concertación
se había estancado, evidenciándose en una serie de carencias materiales. Los recursos no ha-
bían circulado como debían repartirse a partir de su situación material. Sin embargo, desde
que ella había tomado las riendas de su organización articulándose con la “señora Jacqueline”,
lograron una serie de beneficios para el mejoramiento urbano. Estos pasaban por el arreglo y
pavimentación de calles, títulos de dominio para los terrenos irregulares, así como la instala-
ción de una plaza con juegos infantiles y deportivos. Estos habían sido los “favores fundacio-
nales” (Entrevista a Sandra, 25 de julio de 2019, p.4). Reconocía que su trabajo era agotador,
pues los vecinos la llamaban a cualquier hora para solucionar sus problemas. A su vez, gracias
Con todo, ¿se jugaba en esta relación clientelar clásica un mero intercambio de favores
por votos?, ¿era entonces una relación solamente instrumental, momentánea y por tanto
débil?, ¿no podrían existir entonces pobres de derecha? Desde el punto de vista de este ar-
tículo, los arreglos morales incorporaban una dimensión racional, pero no se agotaban en
ella. Es decir, se superaba con creces el mero intercambio momentáneo. De hecho, su cons-
trucción no se había dado originalmente desde un punto cero hacia el intercambio, sino
que era una relación desarrollada en el tiempo, antes, durante y después de la campaña. Su
lealtad no se ponía a prueba tan solo en los momentos de movilización electoral, sino que
también cuando su líder lo necesitase en coyunturas de crisis. En otras palabras, cuando
Sandra acudió a brindar su apoyo y marchar por “su alcaldesa”, no lo hizo solo porque le
ofrecieron movilización y una colación, sino más bien porque sentía que su lealtad esta-
ba con su líder, con la persona de la alcaldesa, como parte de una cadena de reciprocidad
construida personalmente en el tiempo. Si bien, los artefactos ofrecidos ayudaron a la asis-
tencia, no era la etapa de la movilización electoral. Más bien fue el instante de evidenciar
presencialmente la lealtad con una performance de apoyo. En este sentido, si hubiesen sido
relaciones meramente instrumentales no hubieran traspasado el momento electoral. Por el
contrario, Sandra reconocía haber acompañado a “la señora Jacqueline” en todos los mo-
mentos, incluso hasta la actualidad, manifestando su anhelo de que volviera a la alcaldía
(Entrevista a Sandra, 25 de julio de 2019, p.6). A nuestro juicio, la relación clientelar –más
bien transversal en el sistema político- no hace más o menos dependiente de una adhesión
86 ideológica, al contrario, en la realidad operan ambas cosas simultáneamente. Tal y como
lo ha señalado Valenzuela (1977) y Arriagada (2013), la mediación personalizada ha sido
un recurso tradicional en el mundo municipal. Sandra era pues una muestra de una base
social popular de una nueva derecha.
Finalmente, ¿cuáles fueron los niveles de respaldo electoral que tuvo esta estrategia
neo-conservadora?, ¿El triunfo de Van Rysselberghe del año 2000 fue más bien coyuntural o
logró cambiar la tendencia histórica de alta competencia en el mundo local de Concepción? Los
resultados fueron relevantes para evidenciar la construcción de un nuevo liderazgo de tipo ca-
rismático y avasallador. Luego de los 58.361 votos equivalentes al 55,29% del año 2000, para las
elecciones de 2004 obtuvo 55.925 representando el 56,45%. Es decir, aunque disminuyó leve-
mente en cantidad de votos, obtuvo un alza en el porcentaje de aprobación, acomodándose bien
al nuevo sistema inaugurado ese año que operó mediante votación directa y separada de al-
caldes y concejales. Finalmente, en 2008 obtuvo 60.889 votos equivalentes al 63, 46% (SERVEL).
Es decir, todo pareciera indicar que su figura efectivamente marcó un quiebre electoral en
la tradición penquista local, evidenciando un alto nivel de eficiencia en su estrategia.
más bien en un intento por asegurar a “su gente”, así como de trasladar a pobladores que
ocupaban terrenos de alto valor comercial dada su cercanía con el centro urbano (Crónica,
5 de febrero de 2011, pp. 1, 6).
Sin embargo, luego este duro acontecimiento, el gremialismo lejos de dejarla morir, levantó
su candidatura a senadora por la región del Biobío en 2013. Sus resultados electorales fueron
de igual forma aplastantes. Obtuvo la primera mayoría de su lista con 128.451 votos. (SERVEL).
Más aún, años después se convertirá en la primera presidenta mujer de la Unión Demócrata
Independiente.
CONCLUSIONES
De esta forma, en relación con el impacto del lavinismo a nivel regional, sugerimos que
fue menor. Más bien, el caso de la “señora Jacqueline”, evidencia la constitución de un lide-
razgo diferente al estilo hegemónico capitalino. Mientras que el primero según los especia-
listas se caracterizaría por un marcado “cosismo” de terreno mediante políticas excéntricas,
así como un estilo conciliador y discursivamente apolítico, el caso de Van Rysselberghe evi-
denció una línea de acción mucho más neo-conservadora en lo valórico, así como conflictiva
y de abierta disputa con los referentes regionales. Mientras que Joaquín Lavín evitaba la 87
confrontación pública –cuya máxima expresión fue su auto-declaración posterior como “Ba-
cheletista-Aliancista”-, la alcaldesa de Concepción estudiada nunca renegó de su condición
de derecha y UDI. Al contrario, la puso en la palestra para disputar palmo a palmo y en todos
los frentes con su estilo duro y directo. Además, en el caso de la comuna “penquista”, no se
evidenciaron políticas tan “heterodoxas” como las propuestas en el Santiago de Lavín (playas
y nieve), ni tampoco ejemplos como el “plan pololo”, o el llamado a la recolección de cartones
para los vecinos en situación de pobreza. En cambio, la edil gremialista de la VIII región,
tuvo que enfrentar situaciones locales referidas al presupuesto que la terminaron foguean-
do para la disputa con el gobierno de Ricardo Lagos a nivel regional. Su gran diferencia en-
tonces, se marcó en un estilo duro, más parecido al originario gremialista que al conciliador
de Lavín. De hecho, es relevante que esta construcción se desarrollase precisamente cuando,
según Valdivia (2016) se producía el ocaso de dicho estilo en Santiago.
Por otra parte, ante la relación de una nueva derecha con el mundo popular, podemos
afirmar que se evidencia la articulación y penetración del gremialismo en los sectores ur-
banos populares de Concepción. Esto es entonces un caso de nueva derecha chilena. En este
sentido, el carácter clientelar no necesariamente suma o resta densidad relacional a la base
social de un actor político. Más bien, el clientelismo es una vieja costumbre política en el
sistema de partidos chileno. Su transversalidad ideológica hace que no sea necesariamente
propia de un sector en específico. De hecho, desde el punto de vista de las elites políticas,
fue un recurso para construir capital social que ayudase para la reproducción en el poder,
pues permitía disminuir la incertidumbre electoral. Mientras que, para mediadores y clien-
tes, fue un mecanismo para la solución de problemas. Por ello, en el artículo se analizó las
diversas áreas relacionales del fenómeno, donde se identificaron distintas consecuencias.
Adversarios, pragmáticos o “regalones” fueron diversas posiciones en que se ubicaron los
mediadores políticos.
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ENTREVISTAS
Workers’ participation, democracy and elections. The struggles for the democratization of the
Socialist Workers Party and the Communist Party. Chile, 1912-1925
Resumen
Este artículo analiza la actividad política del POS y del PCCh insertándola en las luchas por la demo-
cratización. Se enfoca en sus acciones para fomentar la participación política de la clase obrera y para
denunciar y contrarrestar las acciones represivas del Régimen Parlamentario, al cual conceptualizaban
como antidemocrático. A través de este análisis planteo que los socialistas-comunistas fueron uno de los
principales agentes de la expansión del horizonte democrático del régimen político chileno durante el 93
período 1912-1925.
Palabras clave: Partido Obrero Socialista, Partido Comunista de Chile, movimiento obrero, socialismo, de-
mocracia, elecciones.
Abstract
This article analyzes the political activity of the Socialist Workers’ Party and the Communist Party of
Chile, inserting it into the struggles for democratization. It focuses on its actions to promote the political
participation of the working class and to denounce and counteract the repressive actions of the Parlia-
mentary Regime, which they conceptualized as undemocratic. Through this analysis I propose that the
socialist-communists were one of the main agents of the expansion of the democratic horizon of the Chi-
lean political regime during the period 1912-1925.
Keywords: Socialist Workers’ Party, Communist Party of Chile, labor movement, socialism, democracy,
elections.
1 Este artículo fue realizado en el marco del proyecto «Historia de la democracia en Chile», del Centro de Estudios de
Historia Política de la Universidad Adolfo Ibáñez, y es resultado de su Programa de Incentivo a la Investigación para
Tesistas Doctorales (convocatoria 2018-2019).
2 Chileno. Candidato a Doctor en Historia, Universidad de Santiago de Chile. Becario CONICYT/PFCHA. Investigador
Adjunto, Centro de Estudios de Historia Política (CEHIP), Escuela de Gobierno, Universidad Adolfo Ibáñez.
jorgenavarrolopez@gmail.com
INTRODUCCIÓN
Este artículo tiene como objetivo analizar el papel que le correspondió al Partido Obre-
ro Socialista (POS)-Partido Comunista de Chile (PCCh) en la ampliación democrática en
Chile entre 1912 y 1925. Cuestión social, explotación, matanzas obreras, organizaciones
revolucionarias, represión, movilización populista, golpes de Estado, nueva Constitución,
son todos fenómenos que subrayan el carácter conflictivo del primer cuarto del siglo XX
chileno. Y si bien no son hechos exclusivos de este periodo, lo que sí sucede en aquellos
años es que con la aparición de un partido declaradamente obrero, por primera vez en la
historia republicana coexistieron organizaciones políticas que representaban a diferentes
grupos sociales. El surgimiento del POS en 19123 marca el inicio de la lucha institucionali-
zada de los trabajadores organizados por la democratización de la sociedad chilena, ciclo
que se cierra con el golpe de Estado de 1973.
Durante el ciclo 1912-1925 tanto los elementos «incluyentes» como los «excluyentes» del
régimen político chileno expresan la conformación de lo que podría comprenderse como
una nueva comunidad política. Ejemplos de lo primero son la eliminación en el último
cuarto del siglo XIX de los requisitos patrimoniales para participar en las elecciones 4, la
relativamente amplia libertad de prensa que permitía a las organizaciones dar a conocer
sus programas y reivindicaciones y la inexistencia de requisitos legales para la formación
de sindicatos y partidos políticos que posibilitaban a las diversas orgánicas obreras desen-
volverse en el espacio político. Asimismo, tanto la aparición de los obreros en el discurso de
los partidos oligárquicos como la institucionalización de la interlocución entre los trabaja-
dores organizados y los organismos del Estado dan cuenta de los elementos «incluyentes».
Por otra parte, y aunque parezca paradójico, los elementos «excluyentes» también refle-
jan la existencia de una nueva comunidad política. Como ha planteado Verónica Valdivia
(2017), durante este periodo la represión en contra de las organizaciones obreras (partidos
3 El Partido Obrero Socialista fue fundado por un grupo de obreros a mediados de 1912 en Iquique, los que se escindieron
del Partido Democrático debido a que rechazaban su actuar sistémico. El fundamento del nuevo partido fue la puesta en
práctica de una política de orientación clasista y socialista. A comienzos de 1922 este partido modificó su nombre a Partido
Comunista de Chile. En este trabajo utilizaré la denominación «socialista» para referirme a los militantes y dirigentes del
periodo 1912-1922 y «comunistas» para el periodo siguiente. Se trata solo de una distinción nominal, dado que el cambio
de nombre en 1922 no significó una modificación ni de sus prácticas orgánicas ni de su estrategia política.
4 En 1888 se eliminaron completamente en Chile los requisitos patrimoniales del derecho a sufragio, estableciéndose como
únicos requisitos ser varón, mayor de 21 años, saber leer y escribir y estar inscrito en los registros electorales del departamento
correspondiente al domicilio. En 1935, las mujeres pudieron votar por primera vez en las elecciones municipales. Recién en
1949 se les amplió ese derecho a las elecciones parlamentarias y presidenciales (Nazer y Rosemblit, 2000).
y sindicatos liderados por socialistas y anarquistas) sufrió una modificación –una «moder-
nización» de los métodos coercitivos-, transitando desde las matanzas del ejército hacia la
sistematización de las prácticas represivas a través de mecanismos legales y de la perse-
cución selectiva. Estos fenómenos, que expresan el rechazo a la propuesta de los obreros
anticapitalistas, también dan cuenta de una confrontación política y social, indicador en
este caso de la existencia de una pluralidad de ideas e intereses que operaba en el régimen
político del primer cuarto del siglo XX. Se trataría, siguiendo la propuesta de Valdivia, de
un periodo marcado por una «reformulación hegemónica» donde se combinan el consenso
y la coerción (2017, pp. 24-25).
Menos focalizados en los «grandes personajes», otros autores han destacado el rol que
tuvieron las instituciones en la ampliación de los límites democráticos de la primera mi-
95
tad del siglo XX, ya sea enfocándose en los organismos estatales y en la legislación laboral
(Yáñez, 2008) o en las políticas que integraron a los trabajadores al mercado y al espacio
público durante el periodo del Frente Popular (Silva y Henríquez, 2017). Esta última in-
terpretación es posible encontrarla también en el ensayo de Marcelo Casals que revisa los
conceptos de democracia y dictadura en el Chile republicano. Para este autor, las nuevas
formas de participación democrática tendrían su origen en la Constitución de 1925 y se
habrían cristalizado en una «noción democrática-popular» sólo gracias al triunfo electoral
del Frente Popular en 1938 (Casals, 2017, pp. 342-343). De esta forma, el autor no se refiere
a lo sucedido en la década previa a la crisis terminal del Régimen Parlamentario, ya que el
texto no integra al análisis el ciclo de reconstrucción del movimiento obrero que se produjo
en la primera mitad de la década de 1910, ni tampoco la actuación de los socialistas-comu-
nistas durante 1912 y 1925 que perseguía el mejoramiento de las condiciones sociales y
políticas de la clase obrera.
A diferencia de lo planteado por estos trabajos, en este artículo propongo que los so-
cialistas-comunistas influyeron positivamente en la ampliación democrática que experi-
mentó Chile durante el primer cuarto del siglo XX. El punto inaugural de este fenómeno
fue 1912, cuando surge el POS y comienza a desarrollar –entre los trabajadores y en contra
de los sectores dominantes- su propuesta de regeneración de la democracia. Con este fin,
analizo el proceso de democratización que se experimentó entre 1912 y 1925 concentrán-
dome en los socialistas-comunistas y sus esfuerzos por posicionar en el espacio público lo
que comprendían como los intereses sociales, económicos y políticos de la clase obrera.
Las acciones del POS no se abocaron exclusivamente al mundo de los trabajadores, sino
que buscaron incidir en la democratización del sistema político a través de un partido que
representara a los obreros y sus aspiraciones de mejoramiento material y, además, que dis-
putara los cargos de representación exigiendo la eliminación de las prácticas fraudulentas
en las elecciones. Por ello, en este trabajo argumento que la historia de este partido –y de
las organizaciones en las cuales influyó- es un factor esencial para entender la ampliación
democrática que ocurrió en Chile durante el siglo XX.
Intentado ampliar lo señalado por Massardo y Varas hacia el conjunto de este partido y
de sus acciones políticas durante el período 1912-1925, este artículo busca complementar
estas ideas a través del análisis de fuentes documentales del período y de bibliografía es-
pecializada sobre el POS-PCCh. Con ese fin, está dividido en tres secciones que estudian el
aporte de las acciones de los socialistas-comunistas a la democratización del régimen polí-
tico chileno del primer cuarto del siglo XX. En la primera parte, defino las características
del POS y analizo las implicancias de su inserción en el régimen político como un partido
que disputaba la representación y dirección política de la clase obrera. El segundo aparta-
do busca responder la pregunta sobre cómo entendía a la democracia este partido. Si bien
los socialistas no dedicaron grandes esfuerzos a la definición de este concepto, su práctica
cotidiana entrega luces sobre una comprensión de la democracia estrechamente vinculada
a la distribución igualitaria de los recursos materiales, al mejoramiento de las condiciones
laborales y a la ampliación de los espacios de participación política. La última sección,
analiza las prácticas electorales de socialistas-comunistas con el objetivo de situarlo en el
contexto del sistema electoral del primer cuarto del siglo XX. A pesar de su constante crítica
al fraude en las elecciones, las comprendieron como momentos de vital importancia para
avanzar en mayores grados de democracia, principalmente, respecto al voto de los trabaja-
dores y a la posibilidad de reforzar legalmente los logros conseguidos en materia sindical.
Los socialistas no fueron los únicos ni los primeros en invocar la participación política de
los trabajadores. A fines del siglo XIX, el balmacedismo tarapaqueño, con el fin de recompo-
nerse políticamente de la derrota en la guerra civil de 1891, levantó un discurso en que ape-
laba al obrero como sujeto político (Pinto, 2007a). Más conocida aún es la estrategia populista
de Arturo Alessandri para movilizar electoralmente a los trabajadores, fenómeno crucial
para su elección como presidente de la República en 1920 (Valdivia, 1999; Pinto y Valdivia,
2001, pp. 105-151). A lo anterior hay que agregar la labor realizada desde 1887 por el PD, a
través de su propuesta de politización y emancipación popular (Grez, 2016). La diferencia
fundamental entre estas acciones de politización y la que proponían los socialistas se en-
contraba en el origen social excluyente que reclamaban estos últimos para su organización,
pues consideraban que sólo de esta manera se podían mejorar las condiciones de vida de los
sectores populares. Este planteamiento se relacionaba directamente con la idea de la nece-
saria vinculación entre las acciones políticas y sindicales, de ahí que el diagnóstico de los
socialistas derivara en la imprescindible autonomía política de los obreros. Y si bien cuestio-
naban las características de la democracia, por entenderla como una institución capitalista,
sostenían que era necesario utilizar los medios políticos disponibles. Esta contradicción apa-
rente fue lo que le permitió al POS constituirse como una novedad en el espacio político, dado
que entre su fundación y la crisis del sistema oligárquico de 1924 logró combinar de forma
exitosa una propuesta «radical» en materia económica (anticapitalista), con una propuesta
«reformista» en términos políticos (participación en las elecciones).
Desde su creación en 1912, el POS se planteó como tarea principal la trasformación socia-
lista de la sociedad. Para cumplir dicho objetivo enfocó su acción en la organización sindical
de los trabajadores y en la ampliación de la restringida democracia chilena. En estos planos
residía la razón de ser del partido: una organización política convocada y formada por obre-
ros con perspectivas socialistas. Para los fundadores del POS no existían contradicciones, ni
97
teóricas ni prácticas, entre socialismo y democracia, debido a que hasta antes de la Gran Gue-
rra de 1914 los partidos socialistas que le servían de ejemplo habían actuado con cierto éxito
en las democracias liberales, tanto en Europa como en América Latina. En Alemania, Bélgica
y España, por ejemplo, cuando no eran ilegalizados, los partidos socialistas participaban
regularmente de las elecciones a la vez que organizaban grandes centrales obreras que se
declaraban abiertamente anticapitalistas (Eley, 2003, pp. 64-84). Un ejemplo más cercano, el
Partido Socialista de Argentina (PSA), congregó desde 1896 a un importante número de cen-
tros políticos obreros, base sobre la cual consiguió elegir en 1904 a Alfredo Palacios como el
primer diputado socialista de América. Todos estos partidos integraban la IIª Internacional
Socialista (fundada en 1889), organización transnacional que tenía como una de sus princi-
pales reivindicaciones la ampliación de los derechos políticos de los trabajadores. Era en este
sentido que los socialistas chilenos se sentían también demócratas.
Aunque les incomodara, también podían sentirse demócratas de otra manera: la mayo-
ría de los obreros que fundaron el POS habían militado anteriormente en el PD. Era este un
linaje que les incomodaba, porque la fundación del partido supuso un quiebre orgánico e
ideológico con su antigua tienda política. El primer indicio de la formación del POS fue una
carta enviada a Iquique por un grupo de trabajadores salitreros que justificaba la crea-
ción del nuevo partido debido a que «el nombre de la Democracia lo han desmoralizado
los dirigentes del Partido verificando actos que no coinciden con nuestras aspiraciones»
(El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 28 de mayo, 1912). Unas semanas después, la
declaración definitiva de la separación señalaba que el «PD, en su acción durante toda su
existencia, se ha unido a los partidos de la clase capitalista y enemigos del progreso de los
trabajadores […] mediante pactos comerciales», por ello, «en cada campaña electoral, el PD
ha contribuido a consolidar el poder de la burguesía capitalista». Además, denunciaban
que el PD «jamás se ha preocupado de organizar a los trabajadores para la defensa de sus
intereses económicos» (El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 6 de junio, 1912). Con es-
tos argumentos, los socialistas dedicaron buena parte de sus primeras acciones a desmar-
carse de los demócratas. Como se trataba de trabajadores ilustrados y modernos, utilizaron
la prensa y la agitación política para descalificar los fines y las acciones del PD. Ideológi-
camente, remarcaban la inexistencia en este partido de perspectiva clasista. Moralmente,
le recriminaban sus prácticas reñidas con el modelo que los socialistas esperaban de las
organizaciones obreras, como el consumo de alcohol, la venalidad y el patriotismo. Y, po-
líticamente, rechazaban las alianzas entre los demócratas y los partidos oligárquicos, así
como su participación en el cohecho.
Debido a que sus acciones se dirigían a ganar espacio en el movimiento obrero, los so-
cialistas también rivalizaron con los anarquistas. El punto más controversial entre ambos
era, precisamente, la política. Por considerarla una práctica autoritaria los anarquistas
chilenos rechazaban la organización obrera en partidos políticos y, por extensión, la par-
ticipación en las elecciones, por estimar que la acción parlamentaria no era más que una
ficción que fortalecía la explotación capitalista (Grez, 2007). Los socialistas rivalizaban con
ellos argumentando que el anarquismo no era más que un ideal utópico, debido a que no
podían existir sociedades sin organización política. Y si bien compartían su aspiración de
destruir el Estado capitalista y reemplazarlo por una organización social sin jerarquías,
sostenían que ello se lograría luego de un largo tránsito y que, en consecuencia, debían
utilizarse las herramientas de la democracia chilena ya fuera para instalar en el debate
político las demandas obreras o para conseguir mejoras inmediatas para los trabajadores.
capitalista en colectiva o común. […] [Desde ahora] en adelante no nos arrastrará a la lucha
el caudillaje político […] Y si resolvemos apartarnos de caudillos y capitanes y guiarnos […]
con sincera conciencia, triunfaremos en nuestro ideal cumpliendo las palabras del maes-
tro: La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos (El Despertar de
los Trabajadores, Iquique, 20 de abril, 1912. Énfasis en el original). Como sucedió en otros
lugares, la influencia del marxismo fue fundamental para adoptar esta posición5. Así, sobre
la base de la lectura clasista de la sociedad, el PD era un partido del siglo XIX y el POS uno
del siglo XX. Uno perseguía la emancipación «popular» y el otro la emancipación del «prole-
tariado». En otras palabras, para los socialistas de la segunda década del siglo XX «pueblo»
no era sinónimo de «obrero»6.
Como señalé, el POS era un partido predominantemente obrero. En este punto se dife-
renciaba de otros partidos socialistas que integraban la IIª Internacional, como el Partido
Social Demócrata alemán y el PSA. Este último había sido organizado a fines del siglo XIX
por el médico Juan B. Justo como un partido de ideas avanzadas que perseguía el mejo-
ramiento de las condiciones de los obreros mediante modificaciones legales, pero que no
99
promovía la organización sindical. Consecuente con esta orientación, Justo enfocó la acción
de los socialistas en la lucha electoral y, por ello, privilegió la organización de los obreros
en barrios y no en gremios. Se trataba de un partido que invocaba a los obreros, pero que
no promovía la lucha en los lugares de trabajo. Esta posición hizo crisis en 1918, cuando el
ala izquierdista y obrerista abandonó el PSA fundando el Partido Socialista Internacional,
que dos años más tarde cambió su nombre a Partido Comunista8.
Al contrario de sus pares argentinos, la militancia socialista estaba compuesta casi ex-
clusivamente por obreros. En Tarapacá y Antofagasta, a una mayoría de obreros salitreros
se sumaban pescadores, ferroviarios, portuarios, carreteros, panaderos y tipógrafos, oficio
este último de su principal dirigente, Luis E. Recabarren (Pinto y Valdivia, 2001; Pinto,
2013). En Valparaíso y Santiago militaban ferroviarios, tranviarios, pintores, carpinteros,
cigarreras/os, zapateras/os, fosforeras/os, obreras textiles, azucareros, cementeros y, lue-
go de 1920, campesinos9. El carácter obrero de los militantes socialistas-comunistas fue
5 Sobre el papel del marxismo en el pensamiento de Recabarren, véase Massardo, 2008, pp. 211-245. Para este fenómeno
en el socialismo inglés y argentino, véase Bevir, 2000 y Tarcus, 2013, respectivamente.
6 Polemizando con la datación del «origen» de la clase obrera británica de E. P. Thompson, Eric Hobsbawm plantea esta
distinción en su artículo «La formación de la clase obrera, 1870-1914» (1987, pp. 238-263).
7 Sobre la politización de la «cuestión social», véase Pinto, 1998, pp. 251-312. Sobre las visiones críticas de los intelectuales
de la época del centenario, véase Gazmuri, 2001. Para una visión con mayor amplitud histórica sobre el fenómeno de la
«cuestión social», véase Grez, 1995.
8 Las controversias entre los socialistas argentinos proclives a la orientación «política» y quienes defendían la preeminencia
de la organización sindical llegaron a su punto límite cuando los parlamentarios socialistas votaron a favor de la declaración
de guerra a Alemania. Es por esto que el ala izquierda utilizó el adjetivo «internacional» para nombrar a su nuevo partido
(Camarero, 2015). Para más antecedentes del PSA, véanse Camarero y Herrera, 2005 y Tarcus, 2013. Sobre los comunistas
argentinos, véase Camarero, 2007.
9 Estos son los gremios donde los socialistas lograron una sostenida influencia, formando sindicatos y dirigiendo huelgas. Esta
información fue obtenida de la revisión de los siguientes periódicos: La Razón, Santiago, 1912-1914; La Voz Socialista, Santiago,
1913; Acción Obrera, Santiago, 1916; La Bandera Roja, Santiago, 1919; La Federación Obrera, Santiago, 1921-1922; La Defensa
Obrera, Valparaíso, 1913-1915; El Socialista, Valparaíso, 1915-1918; La Comuna, Viña del Mar, 1919-1921. Sobre el desarrollo
del socialismo en el movimiento obrero de Valparaíso y Santiago, véase Navarro, 2017, pp. 61-96 y 117-162, respectivamente.
Para un estudio de las acciones socialistas respecto a la sindicalización campesina en la década del veinte, véase Navarro, 2019.
10 Desde su fundación en 1913, la sección socialista de Santiago enfrentó grandes dificultades para funcionar, debido a los
constantes conflictos entre sus militantes. Es por ello que no pudo sostener en el tiempo la publicación de un periódico.
Previo a La Federación Obrera publicaron por breves períodos La Voz Socialista (1913), Acción Obrera (1916) y La Bandera
Roja (1919). Sobre el POS en la capital entre 1912 y 1916, véase Navarro, 2017, pp. 117-162.
11 Los periódicos socialistas más relevantes son El Despertar de los Trabajadores (Iquique, 1912-1926), El Socialista
(Antofagasta, 1916-1922), El Comunista (Antofagasta, 1922-1926, ex El Socialista), Justicia (Santiago, 1924-1927, ex La
Federación Obrera), La Defensa Obrera (Valparaíso, 1913-1915), El Socialista (Valparaíso, 1915-1918), La Vanguardia
(Valparaíso, 1919-1920), La Comuna (Viña del Mar, 1919-1921), La Jornada Comunista (Valdivia, 1922-1926) y El Socialista
(Punta Arenas, 1913-1918). Para más información de la prensa obrera del periodo, véase Arias, 2009.
Este movimiento de masas «por abajo» tuvo su correlato de politización «por arriba».
Arturo Alessandri fue quien con mayor convicción intentó conectar la política oligárquica
con las aspiraciones populares. En 1915 Alessandri invocó la participación electoral de los
trabajadores a través de un discurso en clave populista, sin dejar de lado las prácticas que
caracterizaban al régimen político como el cohecho y la violencia. Gracias a esto, venció al
balmacedismo tarapaqueño y logró un cupo en el Senado. Su vinculación con las masas fue
mucho más clara en la campaña presidencial de 1920, cuando consiguió un estrecho triunfo
sobre el candidato conservador Luis Barros Borgoño (Valdivia, 1999). A la espera de la ra-
tificación de su victoria en las elecciones presidenciales, Alessandri se volcó a una intensa
gira de agitación política para demostrar al conjunto de los actores políticos su capacidad
de movilización. Para ello, su equipo organizó banquetes privados con los representantes
locales del poder económico y político. Además, sumó grandes manifestaciones populares 101
dirigiéndose a los concurrentes con un discurso que realzaba el papel que debían jugar las
organizaciones obreras y las virtudes de la democratización. En Copiapó, Alessandri desple-
gó su discurso de conciliación social señalando que «su ideal era que el más modesto repre-
sentante de la democracia pudiera elevarse sin hacer descender al de arriba» (El Mercurio,
Santiago, 9 de noviembre de 1920). Unas semanas después asistió en Antofagasta a un mitin
al que concurrieron más de diez mil personas y escuchó desde los balcones de la Intendencia
los discursos de los oradores principales, que fueron militantes del POS y la FOCh (El Mer-
curio, Santiago, 19 de noviembre de 1920). Con acciones de este tipo, Alessandri vinculaba la
legitimidad del régimen político (y de su elección) al apoyo de los trabajadores.
En este contexto, el POS mantuvo una posición ambivalente: planteó su rechazo al can-
didato liberal por considerarlo un miembro de la oligarquía gobernante, pero reconoció el
valor político que podía significar la concreción de su programa de reformas. Rápidamente
el gobierno de Alessandri demostró los límites de su propuesta y los socialistas comenzaron
una férrea campaña en su contra. Luego de la agitación campesina de 1920 propiciada por
los socialistas, Alessandri dirigió una carta a los terratenientes agrupados en la Sociedad Na-
cional de Agricultura donde condenaba la acción de estos, a los que consideraba «elementos
indeseables» y «sembradores de odio que entorpecen la campaña de concordia, de armonía
y de amor que vengo predicando» (El Agricultor, Santiago, mayo de 1921). El POS respondió
con una declaración pública en la que se leía: «nada ni nadie nos detendrá en nuestra obra
de redención nacional. Llevaremos luz donde haya ignorancia. Nuestra propaganda será de
amor, pero será de crítica mortal para los que, ciegos ante la realidad del presente, aún no
quieren ver que el hombre ha nacido para una misión más elevada que la de ser esclavo
de otros hombres». Y finalizaban con una abierta declaración de su posición política: «En
todo lo que signifique restablecer la prosperidad de la nación estaremos a vuestro lado, pero
siempre nos encontraréis a vuestra izquierda» (La Comuna, Viña del Mar, 21 de mayo, 1921).
Para el POS, la actitud del presidente demostraba tanto el peso político que habían ad-
quirido los trabajadores como la imposibilidad de que los sectores dominantes produjeran
un cambio positivo en sus condiciones. Además, su rechazo a Alessandri tenía como fun-
damento una concepción de democracia estrechamente vinculada al socialismo, posición
que venía divulgando entre los trabajadores desde su fundación en 1912 y que a comienzos
de la década de 1920 se expresaba en los logros que había cpmseguido en materia sindical
y política, como la dirección y radicalización de la FOCh y la elección de sus primeros dipu-
tados en 1921: Luis Emilio Recabarren y Luis V. Cruz.
El título de este apartado es una paráfrasis del conocido folleto El Socialismo ¿Qué es y
cómo se realizará? escrito por Recabarren en 1912 e intenta expresar dos asuntos: el tipo
de reflexión que era común entre los militantes del POS y la escasa atención prestada a una
definición clara de democracia. Este texto ha sido considerado como uno de los primeros
intentos por sistematizar la propuesta socialista, proyectándola políticamente y conectán-
dola con la realidad internacional. Tal fue su importancia entre los socialistas, que en 1915
constituyó la base de la declaración de principios que emanó del primer congreso del par-
tido (Pinto, 2013, pp. 150-151). A pesar de sus fortalezas, se trata de un escrito en que las
definiciones teóricas son más bien limitadas y, como un producto de la IIª Internacional,
los análisis históricos son mecanicistas. A lo largo del texto, el «socialismo» es tanto un
principio ideológico, una teoría sociológica, un conjunto de medios políticos y una forma de
vida. A pesar de estas indefiniciones, hay que ponderarlo de acuerdo con su contexto y a sus
propósitos, pues fue pensado como un insumo ideológico de divulgación y de fácil acceso
para los trabajadores.
Lo que sucede con este folleto es aplicable a la definición de democracia que maneja-
102 ban los socialistas y, también, a la que circulaba en la opinión pública de la época. Entre
fines del siglo XIX y comienzos del XX no existía una definición clara de este concepto que
fuera compartida por el conjunto de los actores políticos chilenos. A grandes rasgos se la
identificaba con el régimen republicano y como el opuesto de la autocracia presidencial, lo
que tampoco significaba horizontalidad de derechos sociales y políticos (Casals, 2017). Esta
indefinición se aprecia igualmente entre los socialistas. Volviendo al texto de Recabarren,
la «democracia» aparece allí tanto como adjetivo del Estado republicano, como lo contrario
a despotismo y como un régimen político moderno. Lo que sí se puede extraer de la lectura
de este escrito y de reflexiones similares en su prensa, es que los socialistas comprendían
a la democracia como el régimen político de su época, es decir, como la manifestación his-
tórica y política del capitalismo. Esto queda más claro aún con las reiteradas referencias
al feudalismo como una etapa previa y con características todavía más restringidas de
participación política que la democracia capitalista (por ejemplo, aludiendo al régimen al
que se enfrentaron las revoluciones rusas de 1905 y 1917). En determinadas coyunturas, los
socialistas utilizaban también la imagen del feudalismo para caracterizar al caciquismo
balmacedista en Tarapacá, a la restricción de las libertades públicas y al poder de los terra-
tenientes en el área rural. Este último tema tiene mayor presencia entre 1919-1924, periodo
en que los socialistas de la zona central llevaron a cabo un activo proceso de movilización
mediante la organización sindical y política de los trabajadores rurales (Navarro, 2019).
A las dificultades para encontrar una definición precisa de este término entre los so-
cialistas hay que sumar una razón práctica: desde fines del siglo XIX «democracia» era
también el término para referirse al PD. En el marco de la estrategia de diferenciación de
los socialistas respecto de los demócratas, la evocación de dicha palabra estaba cargada de
todos los aspectos que constantemente rechazaban en su prensa. Así, en el ámbito de los
obreros organizados, «democracia» podía no ser más que una manera para referirse a los
demócratas y, por lo tanto, su utilización no hacía alusión ni a la democratización ni a las
acciones políticas a favor de los sectores populares. En este sentido, la democracia podía
ser considerada también por los socialistas como una de las manifestaciones de la forma de
hacer política de los «partidos históricos».
febrero, 1918). Un concepto similar expresaba un artículo del periódico socialista porteño
La Vanguardia de 1919: «La única verdadera democracia es la que puede surgir de una orga-
nización que no registre diferencias económicas; sólo puede existir en pueblos que por sus
fundamentos materiales haga a los hombres solidarios» (Valparaíso, 8 de noviembre, 1919).
Como veremos en el siguiente apartado, esta noción de democracia como la «forma política
igualitaria» era la que movilizaba a los socialistas en cada elección y, paradójicamente, la
misma que anatemizaban tras cada derrota.
12 Para un ejemplo de esta definición, véase Partido Conservador, 1921, pp. 97-103.
quier militante y muchas veces fueron elegidas en importantes puestos, como sucedió con la
elección de Teresa Flores para conformar la Junta Provincial de Santiago de la FOCh en 1922
con la primera mayoría (La Federación Obrera, Santiago, 10 de octubre, 1922). El partido no
adoptó la estructura celular sino hasta el proceso de bolchevización de fines de la década de
1920 (Ulianova, 2005; Urtubia, 2016; Álvarez, 2017), por lo que la mayoría de las materias im-
portantes se discutían en convenciones programáticas, como el ingreso a la IIIª Internacional
y el cambio de nombre a PCCh aprobados en los congresos de 1920 y 1921, respectivamente.
Otro ámbito donde el POS puso en práctica su concepción de democracia fue en el espa-
cio laboral. Las cooperativas fueron la forma privilegiada por los socialistas para organi-
zar sus iniciativas empresariales, debido al carácter autónomo e igualitario que buscaban
imprimirle. A lo largo del país crearon cooperativas de consumo, de elaboración de pan,
de fabricación de cigarrillos, teatrales, agrícolas, de choferes, de construcción, entre otras.
Las más duraderas y con mejores resultados fueron las cooperativas tipográficas dedicadas
a la impresión de folletos y libros y encargadas de la publicación de la prensa partidista.
Por funcionar con trabajadores remunerados, estas cooperativas se enfrentaban también
con los conflictos propios del lugar de trabajo, como sucedió en 1925 cuando los obreros
de la cooperativa a cargo de la publicación de El Despertar de los Trabajadores de Iquique
demandaron mejoras salariales. Para demostrar coherencia con su discurso, la adminis-
tración de la cooperativa comunista accedió inmediatamente a la demanda salarial, seña-
lando que lo limitado de la solicitud de los trabajadores era también una demostración de
su «conciencia adquirida en la organización y el cariño a esta y a su diario» (El Despertar
de los Trabajadores, Iquique, 7 de mayo, 1925).
Las prácticas fraudulentas fueron una característica que distinguió a las elecciones chi-
lenas del periodo, fenómeno que ha sido interpretado por una parte de la historiografía
como una forma más de competencia por los votos14. A pesar del dinamismo que el fraude
imprimía a las elecciones, fue común que los actores políticos de la época reaccionaran
13 Me refiero aquí a los siguientes libros: Varas, 1998 y 2010; Lafertte, 1971; Corvalán, 1971; y Contreras, s/f.
14 Sobre las prácticas fraudulentas como elemento central del sistema político chileno de fines del siglo XIX y de la primera
mitad del XX, véase Ponce de León, 2017. La idea de que el cohecho fue un elemento dinamizador del ambiente político de
principios del siglo XX, en Valenzuela, 1995 y Stabili, 1991.
negativamente a este tipo de prácticas. En 1912, el foco crítico estuvo puesto en las eleccio-
nes municipales de Santiago y su posterior anulación por irregularidades en la inscripción
electoral, hecho que motivó una movilización ciudadana que incluyó desde la creación de
una Junta de Reforma Municipal hasta la protesta callejera de los sectores populares. Aten-
ta a la contingencia política, la revista Zig-Zag señalaba que lo sucedido en esas elecciones
era «el resultado de una larga era de abusos que colmó la medida de la paciencia pública»
(Santiago, 18 de mayo, 1912). Este escenario fue favorable para que las críticas de los socia-
listas a la corrupción electoral tuvieran buena acogida entre los electores santiaguinos.
Apoyado en este diagnóstico, el POS levantó la candidatura del obrero pintor Manuel Hidal-
go, electo como regidor en marzo de 1913 con casi cinco mil votos. Este triunfo fue recibido
por una parte de los sectores dominantes como una demostración de civismo y de amplitud
democrática, como lo demuestra la nota que publicó la revista Sucesos con motivo de la
elección de Hidalgo: «¡Y bien: si el Partido Socialista nos trajera la savia renovadora […]
de nuevos hombres sin las claudicaciones ni los apetitos de los demás hombres; que fuera
bienvenido […]! ¡Si viniera a dar lecciones de civismo, de pureza, de fe en un ideal, frente a
frente de los llamados «Partidos Históricos», deberíamos abrirle paso, si no triunfal, sim-
páticamente!» (Valparaíso, 10 de abril, 1913).
A pesar de este logro señero, las elecciones fueron contextos adversos para los socialistas,
ya que sólo en contadas ocasiones consiguieron elegir a sus candidatos. En las elecciones
parlamentarias de 1915 –las primeras que afrontó el partido- no triunfó ninguno de sus can-
didatos. En las municipales de ese año obtuvieron mejores resultados al elegir a ocho de sus
candidatos a regidores, todos en la zona salitrera. El triunfo más significativo fue el de Pedro
J. Sandoval como regidor de Iquique, cargo que un mes después le fue arrebatado producto de
las maniobras de los balmacedistas (El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 13 de abril y 4
de mayo, 1915). Tres años después se repitió una situación similar, perjudicando al tipógrafo
e histórico dirigente comunista Elías Lafertte que sufrió el robo de votos en varias mesas
106 (El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 16 de abril, 1918). En Antofagasta, ese mismo año
el afectado fue el obrero salitrero Silvestre Segovia, quien tras obtener el octavo lugar de
nueve puestos elegibles perdió la elección debido a la intervención de los radicales locales
que lo desplazaron hasta la décima posición (El Socialista, Antofagasta, 2 y 18 de abril, 1918).
Los poderes locales utilizaban diversas artimañas para entorpecer el despliegue electoral de
los candidatos socialistas, como las trabas para la inscripción de los obreros en los registros
electorales, la instalación de las mesas en locales cerrados, el desalojo de los apoderados por
parte del ejército y la policía o la suspensión de los medios de transportes, que en zonas ais-
ladas como la pampa salitrera impedía el acceso de los trabajadores a los puertos donde se
encontraban las mesas de votación (Lafertte, 1971, pp. 110-112).
Otro mecanismo ampliamente utilizado para ganar elecciones fue el dinero. El testimo-
nio de Elías Lafertte, apoderado del POS para las elecciones senatoriales por Tarapacá de
1915, da cuenta de su uso político: «Por la mañana, las secretarías de Arturo del Río ofre-
cían cínicamente diez pesos por el voto. El comando alessandrista […] ofreció veinte pesos.
Del Río, alarmado cuando vio que muchos votos le iban a engrosar el efectivo electoral
de su gran enemigo, subió a treinta pesos sus ofertas y, en un asqueroso remate en que lo
subastado era la dignidad del hombre, los alessandristas ofrecieron cuarenta y cincuenta
pesos. Del Río no pudo seguirlos en esta competencia» (1971, p. 111). Ni siquiera las intensas
campañas de los socialistas abogando por elecciones limpias lograban disminuir su in-
fluencia entre la clase obrera. Por ello, en cada elección apelaban a la fortaleza moral de su
causa: «No es el dinero el que necesitamos los socialistas para triunfar, sólo necesitamos la
conciencia de los productores, eso vale más que todo el oro del mundo y en eso confiamos»
(La Chispa, Talcahuano, 27 de marzo, 1921).
Otra de las fórmulas que utilizaron para contrarrestar el fraude electoral fue la publi-
cación de artículos en su extensa red de prensa que denunciaban las prácticas en que in-
currían los demás partidos15. Una editorial de El Despertar de los Trabajadores luego de las
elecciones de 1924 señalaba: «La ley electoral, entregada en manos de hombres corrompi-
dos, […] ha sido abandonada en absoluto, reemplazándosela por las formas arbitrarias que
mejor gustan […] a los partidos burgueses de gobierno» (Iquique, 14 de abril, 1924). Similar
apreciación exponía el órgano oficial del PCCh, Justicia, al evaluar el efecto de este tipo de
prácticas: «La consigna de autoridades y partidos era la de hacer el vacío a los elementos
comunistas, de cerrarles el paso, de exterminarlos, aunque para conseguir tales resultados
fuese necesario apelar a los más infames procedimientos, a la más vergonzosa violación de
las leyes morales y escritas. El resultado de estos abusos vergonzosos lo conocen todos los
obreros. Ninguno de los candidatos comunistas resultó elegido, porque así lo dispusieron
el Gobierno y los capitalistas» (Santiago, 23 de diciembre, 1925).
Para contrarrestar el efecto del cohecho, el POS también formó parte de instancias que
iban más allá del mundo obrero, como los comités multipartidistas en contra del fraude
electoral. En las elecciones municipales de 1913 en Santiago, uno de estos comités fue presi-
dido por el reconocido marino Arturo Fernández Vial (El Mercurio, Santiago, 27 de marzo,
1913) y su labor contribuyó significativamente al éxito de la candidatura de Manuel Hidal-
go. Además, en el contexto eleccionario fue común la participación de las «Guardias Rojas»,
nombre con el que fueron conocidos los grupos anti-cohecho compuestos en su mayoría por
obreras que custodiaban los locales de votación persiguiendo e insultando a quienes sor-
prendían vendiendo su voto. En 1915, decenas de mujeres socialistas recorrieron las calles
de Iquique llamando a votar por los candidatos obreros mientras soportaban los insultos
de los votantes de otros partidos (El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 9 de marzo,
1915). Era común que las «Guardias Rojas» enfrentaran acciones violentas, como sucedió
en 1921 en la elección municipal de Viña del Mar, cuando un conocido acarreador de votos
amenazó con un revólver a las obreras que lo perseguían. En esa ocasión, las socialistas de-
fendían las papeletas del zapatero Ramón Sepúlveda Leal, finalmente elegido regidor con
más de mil quinientos votos (La Comuna, Viña del Mar, 16 de abril, 1921)16. 107
No sólo represión «activa» hubo en las elecciones, también se aplicaron tanto en el espa-
cio urbano como rural otro tipo de medidas que restringían el carácter teóricamente libre
del voto. Por ejemplo, los socialistas denunciaron en 1920 que una de las cláusulas de la
venta de la Hacienda «Panquehue» (Llay-Llay) establecía como condición para consumar
el negocio que los trabajadores votaran por el candidato conservador (La Comuna, Viña
del Mar, 29 de mayo, 1920). Aún más representativo de la influencia socialista, y también
de las acciones de los terratenientes que coartaban la libertad política, fue la huelga de los
trabajadores del Fundo «Concón Bajo» en agosto de 1921, que tenía como una de sus reivin-
dicaciones el reconocimiento del «derecho a asociarse como ciudadanos de una República
libre y democrática», en otras palabras, el derecho a votar sin la coacción patronal (La Fe-
deración Obrera, Santiago, 27 de agosto, 1921). Asimismo, en las elecciones de abril de aquel
año, la FOCh denunció que el administrador de un fundo en La Calera había despedido a
los trabajadores que no votaron por su candidato (La Nación, Santiago, 14 de abril, 1921).
Desde 1919, el POS impulsó la politización campesina en esta zona, articulando con éxito
las reivindicaciones económicas y políticas de los trabajadores rurales. Los socialistas de-
sarrollaron múltiples acciones con la finalidad de instruir política y electoralmente a los
campesinos, como conferencias públicas sobre la relación entre democracia y socialismo,
jornadas de alfabetización, veladas artísticas, distribución de folletos y la construcción de
15 En periodos de elecciones los socialistas dedicaron un importante espacio de su prensa a la crítica del cohecho, que
además de artículos periodísticos incluía canciones, cuentos y poesías. Sería imposible dar cuenta en este trabajo de
todo este material. Para un análisis de las características y las representaciones sobre el cohecho y los cohechados en las
elecciones de 1915, véase Navarro, 2017, pp. 104-115.
16 Sobre las características de la politización femenina impulsada por el POS en este periodo, véase Navarro, 2016. Para un
estudio de la labor política de Ramón Sepúlveda Leal como regidor de Viña del Mar, véase Riffo, 2018.
locales del partido. La evidencia de que a través de este formato era posible conseguir la
politización de los campesinos, fueron los resultados de las elecciones de 1921 en El Melón:
la victoria de sus tres candidatos a regidores y la derrota de importantes terratenientes
locales (Navarro, 2019, pp. 25-26).
Hacia 1924, la represión institucionalizada desde 1918 en contra del movimiento obre-
ro, el aumento de la violencia en época de elecciones y el giro conservador de Alessandri,
llevaron a los comunistas a reaccionar ante las agresiones y a cuestionar la factibilidad
de la participación electoral. Más de una década participando en elecciones que se carac-
terizaban por el fraude y la represión comenzó a desgastar su férrea postura contraria a
la violencia. Sumado a lo anterior, la Revolución Rusa abrió una nueva dimensión en su
imaginario político, que a mediados de la década se plasmaba en su prensa en una recep-
ción cada vez más clara de los conceptos y planteamientos bolcheviques. A pesar de que
hasta 1927 el partido mantuvo su fisonomía orgánica y su estrategia política, la confianza
108
en la participación electoral comenzó a ser objeto de críticas tras las elecciones de 1924,
especialmente entre algunos dirigentes y militantes del norte salitrero. Ejemplo de aquello
son las palabras de un dirigente iquiqueño que al evaluar las consecuencias del fraude
en las elecciones señalaba: «los ciudadanos, desengañados de la eficacia de la ley electoral
burguesa, la abandonan convencidos de que no es el medio legal el que puede procurarles
el bienestar social y económico a que aspiran por medio de las actividades cívicas». Según
el mismo artículo, la forma en que los sectores dominantes procedían en las votaciones
deslegitimaba al sistema electoral, y por estas acciones, los ciudadanos eran «empujados a
procurar el advenimiento de la revolución social como única manera de destruir el impe-
rio de la corrupción burguesa» (El Despertar de los Trabajadores, Iquique, 14 de abril, 1924).
Estas declaraciones expresan el impacto que tuvo entre los obreros organizados la repre-
sión estatal, el fraude electoral y el carácter violento de las elecciones en la década de 1920.
diputado más (Barnard, 2017, p. 66). En aquella ocasión, el regocijo por los resultados obte-
nidos dejó en segundo plano la recurrente crítica al fraude y al cohecho. Este éxito, además,
fue leído como un apoyo a su postura sostenida desde 1912 y comprendido como una salida
prometedora para la crisis política de 1924-1925.
Sin embargo, las esperanzas de afianzar al partido a través de la actuación de una im-
portante bancada parlamentaria tropezaron al poco tiempo con la dictadura del coronel
Carlos Ibáñez del Campo. A fines de 1926 el senador comunista Manuel Hidalgo, polemi-
zando con Ibáñez -todavía ministro de Guerra- y su postura que censuraba abiertamente
a los partidos políticos, declaraba tajante en el parlamento: «la política es la única ciencia
para gobernar los pueblos y esta no puede ser reemplazada por la ciencia militar» (Justi-
cia, Santiago, 19 de noviembre, 1926). A pesar de las esperanzas de Hidalgo, finalmente la
«ciencia» que se impuso en 1927 fue la represión y la proscripción, acabando así con una
etapa de quince años en que la lucha por la democratización fue la base de las acciones de
los socialistas-comunistas.
CONCLUSIONES
Con palpables diferencias en los métodos y en los fines, hacia 1925 la mayoría de los ac-
tores políticos reconocía la necesidad de atender las reivindicaciones obreras. La clave de
este fenómeno se encuentra en la capacidad del POS-PCCh para organizar y movilizar a los
trabajadores a través de una combinación entre las luchas sindicales y las políticas. Como a
los socialistas-comunistas les interesaba tanto el mejoramiento de las condiciones laborales
como la ampliación de los derechos democráticos, su lucha no se limitó al mundo obrero. Su
importancia histórica radica precisamente en la voluntad de disputar el poder de los sectores
dominantes, mediante la politización de los trabajadores y enfatizando en la incompatibili-
dad de los intereses de clase de cada grupo social. En el mundo obrero esta característica no
se encontraba ni en los anarquistas, ni en los mutualistas, ni en los demócratas.
Por otra parte, la poca reflexión en torno a la democracia los condujo a una definición
amplia y que se amoldaba a sus actuaciones y a las circunstancias de la política nacional
e internacional. La interpretación dominante entre los socialistas establecía que la demo-
cracia era la manifestación política del capitalismo. La consecuencia directa de esta apre-
ciación era, por lo tanto, que se esperaba su superación por el socialismo. Y para lograrlo
había que desarrollar acciones de organización y de propaganda en el mundo obrero, a
las que se sumaba la competencia electoral. La Revolución Rusa generó tensiones internas
sobre las formas y los tiempos de la lucha democrática que realizaba el POS, expresión de
esto fue el alejamiento del partido de importantes dirigentes tras su conversión en PCCh.
Sin embargo, su actuación en los años posteriores indica que la idea de la democratización
a través de la participación en las elecciones no se modificó. Los triunfos obtenidos en las
elecciones parlamentarias de 1921 (dos diputados) y 1925-1926 (dos senadores y siete dipu-
tados) fueron comprendidos por los socialistas-comunistas como un reconocimiento por
parte de los trabajadores a su labor política y sindical.
Los esfuerzos que dedicaban a cada elección contrastan con sus críticas al fraude elec-
toral. Esto se explica porque el fraude y la violencia fueron una constante en la vida de
los trabajadores del periodo 1912-1925. Por ejemplo, la inexistencia de contratos laborales
y de derecho a huelga permitía que los empresarios incumplieran de forma regular sus
acuerdos con los trabajadores. Además, las manifestaciones obreras eran recurrentemente
reprimidas y las organizaciones de los trabajadores objeto de persecución y espionaje co-
tidiano. En este contexto de explotación y represión deben insertarse las críticas que los
socialistas dirigían al régimen político y a sus prácticas fraudulentas. Porque, aunque el
fraude haya sido interpretado por una parte de la historiografía como una forma de com-
petencia y el cohecho como una expresión de aquello, lo que interesaba en este trabajo era
analizar la manera en que fue experimentado por los trabajadores organizados, y en espe-
cífico, por los socialistas-comunistas. En este sentido, su postura en extremo crítica a estas
prácticas no fue producto de una estrechez doctrinaria e ideológica, sino el resultado de la
experiencia recogida luego de cada elección. Si en múltiples ocasiones la acción del dinero
fue objeto de sus denuncias, se debía a que efectivamente la compra-venta de votos podía
cambiar –siempre en favor de los candidatos de la oligarquía- el curso de las elecciones.
Por otro lado, el cohecho contravenía el espíritu de las reformas electorales de fines del
siglo XIX, que habían eliminado los requisitos patrimoniales ampliando el rango social de
la ciudadanía. En esta línea, la exigencia de elecciones limpias por parte de los socialistas
constituye una apropiación de los parámetros de la modernización política a la vez que
la demostración empírica de sus límites prácticos. Aunque escépticos de las posibilidades
que entregaba la democracia chilena para cambiar la realidad de los trabajadores, los so-
cialistas-comunistas fueron un agente fundamental tanto para legitimar las prácticas elec-
110
torales entre la clase trabajadora como para ampliar los límites democráticos del régimen
político durante el primer cuarto del siglo XX.
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A racism on the left? The Socialist Party, Mapuche organizations and agricultural colonization
(1932-1941)
Resumen
El siguiente artículo busca analizar la relación entre los partidos políticos de izquierda, en este caso el
Partido Socialista, con las organizaciones mapuche a comienzos del siglo XX, enfocándonos en la política
de propiedad y distribución de tierras, pero utilizando también categorías como “raza” y “clase”. Nuestra
hipótesis plantea que el Partido Socialista (PS), mediante su política agraria, evitaría discriminar a los
pueblos indígenas, a través de la “integración” a la sociedad nacional, pero con ello continuaría con una 115
lógica de “invisibilización” de las costumbres y reivindicaciones propias de las organizaciones mapuche,
lo que llamaríamos “un racismo inconsciente”.
Palabras clave: Partido Socialista, Organizaciones mapuche, Colonización Agrícola, Racismo, Reforma
Agraria.
Abstract
The following article seeks to analyze the relationship between the political parties of the left, in this case
the Socialist Party of Chile, with the Mapuche organizations at the beginning of the 20th century, focusing
on land ownership and distribution policy, but also using categories as “race” and “class”. Our hypothesis
is that the Socialist Party of Chile (PS), through its agrarian policy, would avoid discriminating against
indigenous peoples, through “integration” into the national society, but with that it would continue with
a logic of “invisibility” of the customs and demands of the Mapuche organizations, what we would call “a
unconscious racism”.
Keywords: Socialist Party, Mapuche Organizations, Agricultural Colonization, Racism, Agrarian Reform.
1 Doctor (c) en Historia, Universidad de Santiago de Chile. Correo electrónico: nicoacevedo@gmail.com. Este
artículo forma parte de mi tesis en Doctorado en Historia en Universidad de Santiago. Agradezco los comentarios
y sugerencias de Jesús Cosamalón, docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú; Diana Henao y Arauco
Chihuailaf.
INTRODUCCIÓN
En el 2008, Reynaldo Mariqueo recordó que cuando era militante del Partido Socialista,
a los veinte años, participó en el asentamiento “Roble Huacho” en la comuna de Padre de
las Casas. Apoyados por la Corporación de Reforma Agraria (CORA), intentaron recuperar
el fundo “La Selva” de Germán Becker: agricultor, empresario y político radical. Mariqueo
reconoce que el gobierno de Allende hizo más que otras administraciones por el pueblo
mapuche, pero considera que “los problemas que afectan a toda la ’sociedad chilena’ es-
taban por sobre los problemas e intereses del pueblo Mapuche” (Cayuqueo, 2008). De esta
manera, algunas organizaciones mapuche realizaron un Congreso en Ercilla en 1969, y más
tarde otro encuentro en Temuco, en diciembre de 1970. Hasta allí llegó Allende como presi-
dente, entregándole las demandas históricas mapuche que estaban excluidas de la Reforma
Agraria. El ex ministro de Agricultura, Jacques Chonchol, recuerda aquella jornada en el
Estadio de Temuco, donde se comprometieron a crear una Ley Indígena que restituyera
los territorios usurpados y reconociera a los pueblos indígenas como sujetos de derechos
(Chonchol, 2016, p. 242). Esto se expresó en la Ley 17.729 y el Instituto de Desarrollo Indíge-
na en septiembre de 1972 (Albizú, 2014). Según el historiador Arauco Chihuailaf, la idea “de
integración persistía, pero se asumía reconociendo y potenciado la identidad mapuche. Era
un hecho nuevo en materia legislativa… un avance significativo” (Chihuailaf, 2013, p. 3).
Reconociendo este avance histórico frente a las demandas del movimiento mapuche,
es importante hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo se explica que los partidos políticos
de la Unidad Popular no hayan incorporado las reivindicaciones mapuche a su programa
de gobierno en 1969? ¿Existía un menosprecio o racismo en dichas agrupaciones políticas
que invisibilizaba las reivindicaciones mapuche? ¿Cómo percibieron y se relacionaron los
partidos de izquierda con las organizaciones mapuche en el siglo XX?
“… no era una política oficial o una política planificada del Gobierno de Allende,
sino más bien era el proceso histórico que correspondía a la realidad de entonces.
La lucha por la recuperación de tierras era considerada un asunto prioritario,
mientras la preservación de nuestros valores culturales e identidad nacional ma-
puche no era valorada en su real dimensión” (Cayuqueo, 2008).
partir de esto, más que “silencioso”, optaremos por plantear que el PSCh, mediante su políti-
ca agraria, evitó discriminar a los pueblos indígenas, planteando la “integración” a la socie-
dad nacional, pero con ello continuó con una lógica de “invisibilización” de las costumbres y
reivindicaciones propias de las organizaciones mapuche. A esto he preferido llamarlo un “ra-
cismo inconsciente”, porque no existía una intención explicita de discriminación, sino más
bien una lógica de “asimilación” de las comunidades mapuche hacia la sociedad “chilena”.
Para este objetivo revisamos los periódicos socialistas Consigna, Claridad y La Crítica,
como también prensa de organizaciones mapuche como: Frente Araucano y el Heraldo Arau-
cano. Además, utilizamos las sesiones de la Cámara de Diputados entre 1933-1941, sobre
todo en torno a los proyectos de Colonización Agrícola y División de Comunidades Indíge-
nas. De gran utilidad fue revisar la literatura de la época, alojada en la Biblioteca Nacional
de Chile, como también en la Biblioteca de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el
Instituto de Estudios Peruanos en la ciudad de Lima.
Aunque últimamente han proliferado los estudios en torno al racismo, más que una
novedad, estamos frente a una práctica común que el Estado chileno ha promovido desde
el siglo XIX. Así lo planteó la socióloga María Emilia Tijoux, constatando que en realidad
el racismo es una categoría que “carece de status científico y que brota como idea sin sus-
tento sostenida en un ‘orden biológico’”. Así, remitiría a un supuesto rasgo “de ‘pureza’
y de ‘superioridad blanca’ que implican jerarquías culturales y raciales incorporadas
al sentido común” (Le monde Diplomatique, 1 de agosto de 2017, p. 13). Esta deshumani-
zación permite percibir al “otro” como un ser inferior y justifica la desigualdad social:
bajos sueldos, hacinamiento, malos tratos, etc. Y el caso actual, según Josefina Correa, los
apelativos hacia los afrodescendientes reproducirían un discurso racista colonial que,
anteriormente, se dirigía hacia el pueblo Mapuche (Tijoux, 2016, p. 40). 117
Según Aníbal Quijano, el racismo en América Latina fue impuesto desde la conquista
y el período colonial, producto que como continente no se conocía una jerarquización del
ser humano respecto a su condición física o de raza (Lander, 2000, p. 203). Así mismo, la
antropóloga Verena Stolcke (2000), propuso que este racismo justificó las desigualdades
sociales basado en la naturalización del trinomio clase, género y raza. En el caso chileno,
si tomáramos como referencia lo planteado por Quijano y Stolcke, podríamos pensar que
una de las colectividades que han sido víctimas de la discriminación y de racismo en torno
a concepciones de raza, clase y género han sido los pueblos indígenas, entre ellos las comu-
nidades mapuche.
“Yo entré como compañera de una hija de los ricos de la misma edad de la mía,
entonces con esa niñita yo jugaba y la entretenía. Ese era mi trabajo. Pero a mí me
daba vergüenza hablar, porque yo no sabía hablar muy bien el castellano, porque
uno se cría hablando mapudungun allá en el campo con mi mamá y mi papá”
(Antileo y Alvarado, 2017, p. 113).
Paralelamente, a comienzos del siglo XX, surgieron los principales partidos políticos de
la izquierda: el Partido Obrero Socialista (POS), el Partido Comunista de Chile y finalmente,
el Partido Socialista. Estos se constituyeron principalmente desde espacios urbanos o mi-
neros, sin una conexión inmediata con las comunidades mapuche. Desde allí promovieron
la politización campesina, teniendo la facilidad que muchos obreros salitreros o urbanos
provenían de espacios rurales (Acevedo, 2017). Según Elisabet Prudant, esta izquierda, al
no reconocer su relación indígena, no elaboró una identidad propiamente “mestiza”, ne-
gando lo mapuche y subordinándolo a la cultura “occidental” (2005, pp. 87-88). Por tanto, su
percepción hacia lo campesino o mapuche estuvo tensionada entre la experiencia militante
urbana-rural y la noción marxista que proponía a la clase obrera como la vanguardia de
la revolución social. Así entendieron y difundieron los comunistas y socialistas en diver-
sos folletos políticos de la época. Uno de ellos se tituló Lenin y el problema agrario, cuyo
prólogo expuso que “el campesinado, como clase, no puede jugar un papel político ‘inde-
pendiente’. Es el proletariado de las ciudades, que se apoya en los campesinos, el llamado
a dirigir la lucha de las masas explotadas” (Lenin, 1934, p. II). Este discurso se mantuvo en
las décadas siguientes, considerando a la clase urbana-obrera como la llamada a liderar
las transformaciones sociales (Jobet, 1964). Si el campesinado estaba a la ciega de este mo-
vimiento, los mapuche fueron llamados a incorporarse, abandonando su identidad. Así lo
planteó el antropólogo Alejandro Saavedra, negando que existiera una identidad mapuche,
sino “múltiples comunidades mapuches integradas en una subcultura común”, con idioma
y una organización política en las reducciones, pero sólo relevante en su relación externa
(1971, p. 35). Otra publicación, editada en 1972, reiteró que la cultura mapuche era una
De esta manera, ¿cómo se relacionaron los partidos políticos de izquierda con las or-
ganizaciones mapuche? ¿En qué sentido pudo existir un racismo inconsciente hacia la cul-
tura mapuche? A continuación, abordaré dichas interrogantes, describiendo primero el
accionar de algunas organizaciones mapuche, principalmente la Federación Araucana, la
Sociedad Caupolicán y el Frente Único Araucano; para posteriormente analizar la política
agraria del Partido Socialista y su relación con las organizaciones antes mencionadas.
A pesar de las denuncias realizadas, la respuesta del Estado no fue la esperada, sobre
todo a partir de la crisis de los años treinta. Así ocurrió con el presidente de la República,
Juan E. Montero (1931-1932), que en sus seis meses de gobierno no pudo reformular la ley
de colonización agrícola antes de ser derrocado en junio de 1932. Este proceso ocurrió en
plena crisis económica, que como se ha planteado reiteradamente, Chile fue uno de los más
afectados. La cesantía subió a niveles inéditos, siendo, según cifras de Angela Vergara, más
de 50.000 obreros desempleados a fines de 1932 (Drinot y Knigth, 2015, p. 92). La producción
salitrera, que venía disminuyendo desde 1919, generó que cientos de mineros emigraran
o se devolvieran a tierras sureñas, surgiendo la colonización agrícola como una solución
efectiva a los problemas de alimentación cesantía (Crónica, 30 de noviembre de 1931, p. 4).
Este llamado de colonización provocó una explosiva organización de decenas de aspiran-
tes, como fue la Junta pro- Colonización Nacional (liderada por Abraham Marchant); y la
Central General de Colonias Agrícolas. Esta última, a pesar de la irrupción de la República
Socialista, organizó la Convención Nacional de Aspirantes el 11 junio de 1932, a la que con-
currieron delegación de todo el país, incluido Aburto Panguilef. Sus conclusiones promo-
vieron “pedir para los indígenas las mismas condiciones de derechos generales que se coli-
cuan para los colonos de cooperativas agrícolas (…) Solicitar la dictación de un decreto-ley
sobre expropiación de las tierras necesarias para la colonización inmediata” (El Ilustrado,
16 de junio de 1932, p. 14). La propuesta, aunque dentro del camino institucional, iba a lo
profundo del problema: el carácter social de la tierra por encima de la propiedad privada.
Para esto, la coyuntura “socialista” pareció ayudar y el evento finalizó con la fusión de
diversas colonias agrícolas en la Central Socialista de Colonización (CSC), con Alberto Ca-
rrillo Mendoza como su presidente y Aburto Panguileff en el directorio.
Debemos recordar que la República Socialista, que contó con el liderazgo de ibañistas,
alessandristas y socialistas, fue resultado de un proceso de trasformaciones políticas y so-
ciales desde los años veinte y que iban consolidando el “estatismo social y del intervencio-
nismo económico, asegurando y profundizando el papel definido en la Constitución de 1925
al Estado” (Valdivia, 2017, p. 232). En materia agraria, en palabras de Marmaduke Grove,
significaba un cambio de “la estructura de la nación”, como la reforma agraria, es decir:
“colonización con cesantes, bajo la dirección técnica del Estado” (El País, 12 de junio de 1932,
p. 1). El Ministerio de Tierras y Colonización quedó en manos de Carlos Alberto Martínez,
mientras que Claudio Artiaga fue el director de la Caja de Colonización Agrícola (CCA). Am-
bos ocuparon anteriormente dichos puestos, pero Martínez se destacaba por su valiosa expe-
riencia militante en el POS. Así, envió una circular a todos los Intendentes y Gobernadores,
suspendiendo toda orden de desalojos de colonos y Artiaga solicitó tres millones para formar
un plan de “Colonización Popular Socialista”, comenzando con la entrega de fundos fiscales
como “El Sauce” y “La Marinana” en la provincia de Aconcagua (El País, 8 de junio de 1932,
p.1; El Ilustrado, 12 de junio de 1932, p. 2). Según imágenes de la revista El Nuevo Sucesos,
fueron unas treinta familias que partieron en grandes carretas: “Este era el sueño de toda
mi vida”, le diría un colono a Artiaga (El Nuevo Sucesos, 17 de junio de 1932). Pero, con la
detención de Grove y los miembros del NAP, el proceso se paralizó porque, según Verónica
Valdivia, “se trataba de un suelo dentro de una de las áreas más fértiles del territorio” (2017,
p. 285). Los líderes de la Orden Socialista y la NAP (Grove y Eugenio Matte), fueron relegados
a Isla de Pascua donde permanecieron por varios meses (Grove, 1933).
Con la detención de Grove, se instaló la Ley Marcial y varios dirigentes sociales fue-
120
ron relegados. Teodoro Álvarez reemplazó a Carlos A. Martínez en la cartera de Tierras,
presentando un proyecto de Colonización, que fue debatido durante 1933 y 1935, bajo la
segunda presidencia de Arturo Alessandri Palma (La Opinión, 23 de agosto de 1932, p. 1).
Finalmente, la Ley fue promulgada en 1935, pero sus resultados no fueron auspiciadores.
A un año de su publicación, sólo 932 colonos fueron radicados, de los 16.041 aspirantes que
se inscribieron (Boletín de Sesiones de Cámara de Diputados (BSCD), 44° sesión extraordi-
naria, Santiago, 27 de enero de 1936, p. 2557)2. Una cifra bajísima, la cual, entre 1929-1962
benefició a 5.845 familias, sólo un 2% de lo proyectado (Huerta, 1989, pp. 45-46). Por otro
lado, los requisitos hacia los aspirantes a colonos fueron sumamente restrictivos. Según la
ley estos debían cancelar entre el 5 al 20% del valor de cada predio, no beneficiando pre-
cisamente a los campesinos pobres, sino a los grupos medios (Almonacid, 2008, p. 195). En
ese sentido, ¿estaban consideradas las comunidades mapuche en la política de colonización
agrícola?
El caso de la localidad de Los Sauces (Angol), grafica el conflicto que generó la coloni-
zación y la discriminación que sufrieron las comunidades mapuche. En agosto de 1932, se
denunció que unos ochocientos mapuche estaban abandonados alrededor de la comuna
de Los Sauces, en un estado de “miseria e ignorancia […] muertos de hambre, con terreno
que nada les sirve” (La Opinión, 23 de agosto de 1932, p. 2). No fue todo. Según el diputado
Arturo Huenchullán, desconocidos atacaron al ingeniero Daniel Guerra, mientras confec-
cionaba los mapas para la parcelación de un fundo, quitándole sus carpetas e intimidando
a los indígenas que los acompañaban. “Estos individuos les manifestaron a los indígenas,
que habían sido llamados por el fundo para este’ asalto el día anterior” (BSCD, 17° sesión
Con esto se dio una supuesta supremacía al proletariado, en clave marxista, pero Abur-
to Panguileff, en su proyecto a largo plazo, abogó a una independencia de los partidos
políticos de izquierda. En 1932 aceptaron participar en la CSC, con la condición de “de-
fender las tierras del Estado”, para distribuirlas entre indígenas y chilenos (La Opinión,
15 de diciembre de 1932, p. 2). De esta manera, la CSC integró los derechos mapuche a las
reivindicaciones de las 55 agrupaciones de aspirantes a colonos, e incluso Pablo Huechulaf 121
y Arturo Huenchullán formaron parte de su directiva (La Opinión, de 23 de septiembre de
1932, p. 6). En términos formales, la CSC fue invitada a los eventos mapuche, como el Con-
greso Araucano de diciembre de 1932, en Chonchol (La Opinión, 24 de diciembre de 1932,
p. 6). Sus resoluciones fueron:
- Retiro de misiones capuchinas, porque “a estos hijos se les inculcan ideas extra-
ñas a las propias de la Araucanía” (La Opinión, 8 de mayo de 1933, p. 2).
na como “dueña y soberana de este bello país”. Por lo demás defendía aspectos culturales
como la poligamia, comparando que “el chileno, señor Presidente, tiene una mujer oficial
y afuera de la puerta tiene otra de la cual tiene hijos que no alimenta ni viste ni educada.
¿Dónde hay más inmoralidad, señor Presidente?”( BSCD, 42° sesión ordinaria, Santiago, 18
de abril de 1933, p. 2171).
IMÁGEN 1
122
La propia CSC pidió modificaciones a la ley como que los colonos debían vivir en las par-
celas recibidas, pero trabajarlas con libertad, ya sea en huertos familiares u otra modalidad
(La Opinión, 27 de julio de 1933, p. 2). El 5 noviembre de 1933 realizaron la Segunda Conven-
ción de la CSC, con una asistencia de unas 350 personas. Tal como lo denunció el Intendente
de Cautín, un número de militantes comunistas, como Juan Leiva Tapia, criticaron la vía
institucional para conseguir la adquisición de tierras, pronunciando “expresiones injurio-
sas para S. E. el presidente de la República” (Archivo Nacional de la Administración, Fondo
de Ministerio de Interior, vol. 8675, Oficio de Intendente de Cautín a Ministerio de Interior,
Temuco, 14 de noviembre de 1933)3. Fue el propio Aburto Panguileff, como representante de
la FA, que desautorizó las declaraciones de Leiva Tapia, argumentando que “los indígenas
somos respetuosos de las leyes y que esperaban ser oídos por S. E. el Presidente de la Repú-
blica” (El Diario Austral, Temuco, 6 de noviembre de 1933, p. 6). La discrepancia terminó
en conato, siendo interrumpido por carabineros. Un informante de la CSC aclaró que en el
evento sólo se habló de propuestas de colonización y no de política en general (ARNAD, Fondo
Ministerio de Interior, vol. 8373, oficio reservado N° 429, Santiago, 9 de noviembre de 1933)4.
Una fotografía del evento muestra a los participantes de la Convención: en general delegadas
y delegados mapuche y campesinos pobres, además de niños y algunos citadinos (Imagen 1).
Aparentemente Leiva Tapia no se quedó para la reproducción; y a los meses más tarde muere
en enfrentamientos con Carabineros en el levantamiento en Ranquil, junto a colonos y ma-
puche que fueron desalojados de varios fundos en Lonquimay (Flores Chávez, 1993; Ulianova
y Riquelme, 2009, pp. 413-453; Loveman y Lira, 2014, pp. 209-217).
“Cuando S. E. [Alessandri] era impedido en Temuco para usar la palabra, por los
señores monteristas, Manuel Aburto Panguileff ordenó desde la tribuna a sus
mocetones que lo disolviera, más de cien indios montados procedieron en el acto,
y S. E. admiraba entonces a la raza. En los comicios cívicos de octubre antepasado
[1932] toda la raza araucana contribuyó al éxito de la candidatura de Alessandri”
(BSCD, 17° sesión extraordinaria, Santiago, 17 de noviembre de 1933, p. 718).
A pesar de esto, la alianza entre Aburto Panguilef y los partidos de izquierda no se con-
cretó. Si bien, algunas comunidades apoyaron la campaña presidencial del FP, la Federa-
ción Araucana y la Sociedad Caupolicán formaron la Corporación Araucana y respaldaron
la candidatura de Carlos Ibáñez del Campo (Pinto Rodríguez, 2012, p. 185). ¿Cómo reac-
cionaron los partidos políticos de izquierda ante las demandas mapuche? ¿Pretendieron
incorporar sus reivindicaciones? A continuación, la última parte de este artículo analizará
la política agraria del PS y su relación con las demandas mapuche.
La constitución del PS más que un hecho apresurado, fue resultado de un amplio mo-
vimiento de organizaciones inspiradas en el socialismo, el nacionalismo y el anarquismo;
militantes con una amplia experiencia en el movimiento obrero y profesionales provenien-
124
tes de los incipientes sectores medios. El contexto de crisis política y económica, además de
la participación de muchos de sus fundadores en la República Socialista de 1932, permitió
avanzar rápidamente en una organización unificada y consensuar en un programa políti-
co entre revolucionario y reformista (Drake, 1992).
Una de estas fuerzas era la NAP, formada en agosto de 1931 e inserta en ciudades como
Santiago, Rancagua, Talca, Los Ángeles y Concepción. Liderada por Eugenio Matte, esta
propuso la “redistribución de las tierras y sociabilización de los medios productivos” (Cró-
nica, 20 de marzo de 1932, p. 3). Con una militancia mayoritariamente de profesionales
y empleados, tuvo influencia del aprismo peruano, sobre todo mediante los conceptos de
antiimperialismo y el indoamericanismo (Moraga Valle, 2009). Algunos de sus dirigentes
participaron en la República Socialista y más adelante en instituciones ligadas a la Caja de
Colonización Agrícola o al Ministerio de Tierras y Colonización. Así fue el caso de Leoncio
Chaparro, agrónomo y futuro militante socialista. Este escribió precisamente un estudio
titulado Colonización y Reforma Agraria, donde expuso que la justa distribución de la tierra
ayudaría a mejorar “los defectos raciales, tales como la pereza”, producto de acaparamien-
to desproporcionado del 89% de las tierras, por parte de 599 propietarios (Chaparro, 1932).
Chaparro no consideró a las comunidades mapuche, lo más probable porque las entendía
como parte del campesinado, describiendo a estos últimos con el defecto de la “flojera, el
desorden, la simulación de trabajo”, teniendo que ser “arrancados de raíz”, porque no ha-
bría patrones explotadores, sino directores y guías” (Chaparro, p. 23).
1935, continuó respaldando, mediante la fuerza policial, los desalojos de colonos y mapuche
en el sur del país. Por otro lado, frente a la sindicalización campesina, Alessandri acogió
el llamado de la SNA y prohibió a los inspectores del Trabajo constituir organizaciones
sindicales en los espacios rurales (Loveman, 1976, pp. 113-118). Esto fue denunciado por el
diputado de la NAP, Carlos A. Martínez, quien describió a los campesinos como:
“Esa clase especial de hombres rudos y generosos, con almas de niños y corazo-
nes grandes, como grandes son sus esfuerzos en arrancarle a la tierra generosa
sus tesoros naturales; toda esa clase social de compatriotas nuestros, hermanos
nuestros, permanece hasta hoy abandonada a su propia suerte”. (BSCD, 11° sesión
ordinaria, Santiago, 13 de marzo de 1933, p. 516)
Esta mirada, de cierta manera paternalista, colocaba a los campesinos como víctimas a
los cuales había que auxiliar desde la urbe. Martínez además criticó la política de coloni-
zación, manifestando los retrasos en la entrega de fundos por parte de la CCA, como fue el
fundo “Lo Arrayán” en Catemu y “San Isidro” en Quillota (BSCD, 32° sesión extraordinaria,
Santiago, 29 de noviembre de 1933, pp. 1485-1486). Dichos sucesos, más otros, demostraron
que el PS estaba interesado desde un comienzo por el problema de la distribución de la tie-
rra, proponiendo la expropiación de los grandes latifundios y la protección a los pequeños
propietarios (Consigna, N° 2, 26 de mayo de 1934, p. 1; N°7, 30 de junio de 1934, p. 3). Sin em-
bargo, los discursos pronunciados en el Congreso Nacional no visualizaron las reivindica-
ciones de las organizaciones mapuche, ni un vínculo directo con ellas. Una excepción pudo
ser la defensa de algunos detenidos en el caso de Ranquil, a cargo de los socialistas Juan
Picasso y Federico Klein (Consigna, N° 18, 6 de abril de 1935, p. 2). Según Augusto Samanie-
go y Carlos Ruiz, esto se debió porque los socialistas tuvieron una visión “integracionista”
hacia los pueblos indígenas, considerando que debían “chilenizarse” para ser tratados con
igualdad (2007, p. 223).
De esta manera, sólo a partir de 1935 el PS informó en sus periódicos sobre algunos 125
eventos, tales como el Congreso Araucano en Valdivia, organizado por FA, donde asistieron
diputados liberales y comunistas, pero no socialistas (Consigna, N° 48, 16 de noviembre de
1935, p. 4). Al año siguiente, el semanario Consigna denunció los desalojos a las comunida-
des mapuche a partir de la visita de una delegación desde la Araucanía. “Es inútil que recu-
rran pidiendo amparo a nuestros tribunales. La justicia chilena, es la justicia burguesa de
todos los países, y los indios mapuches constituyen los parias de nuestra población del sur”
(Consigna, N° 88, 5 de septiembre de 1936, p. 4). Con esto, los socialistas reconocían que los
mapuches poseían otra identidad, pero que la solución pasaba por su integración cultural.
Quizás por esto y la misma composición social de su militancia, provenientes de las ciuda-
des, el acercamiento de los socialistas comenzó con los pequeños agricultores, más que con
organizaciones mapuche. Un caso ejemplificador fue el apoyo del PS a la Liga de Nacional
de Defensa de Campesinos Pobres (Acevedo, 2015). Fundada en 1935 por militantes de la Iz-
quierda Comunista, la Liga organizó un Congreso Campesino en mayo de 1936, asistiendo
más de veinte delegados de diversas provincias. Las resoluciones fueron respeto a diversas
materias, pero ninguna relativas a la reivindicación mapuche (Consigna, N° 73, 23 de mayo
de 1936, p. 2; Consigna, N° 74, 30 de mayo de 1936, p. 1).
IMAGEN 2
no, quién en el quinto aniversario de esta última organización planteó que: “únicamente
luchando codo a codo con la masa trabajadora que compone el PS podrían obtener sus rei-
vindicaciones, pues el indio, como el campesino y el obrero en general son explotados por
el capitalismo” (Consigna, N° 131, 17 de julio de 1937, p. 2).
Con este proceso de una supuesta “integración”, la Sociedad Galvarino participó activa-
mente en la campaña por el triunfo de Pedro Aguirre Cerda y convocó a un Congreso Mapu-
che en abril de 1939 en Temuco. Según el reportaje de Ercilla, decenas de mujeres, hombres
y niños llegaron de a pie y caballos al evento, vigilados por carabineros. Sus resoluciones,
entre otras, radicación a reservas forestales de Malleco, Cautín y Valdivia; créditos agrí-
colas y restitución de sus tierras usurpadas, además de tener un representante en la CCA
(Ercilla, 28 de abril de 1939, p. 14). Como resultado del evento fundaron el Frente Único
Araucano (FUA), liderado por Andrés Chihuailaf Wenulef y el socialista Gregorio Seguel
(Frente Popular, 15 de abril de 1939, p. 5). La FAU tuvo serias diferencias con las antiguas
FA y la Sociedad Caupolicán. De hecho, Aburto Panguilef y Venancio Coñuepán se negaron
a participar en dicho Congreso, formando la Corporación Araucana, organismo que criticó
que la FUA tuviera una lógica de asimilación a la sociedad chilena y que pidiera reformar
la ley de división de comunidades indígenas (El Frente Araucano, N° 1, julio de 1939, p. 2).
Esto de alguna manera es efectivo, porque en el evento de constitución de la FUA fue in-
vitado el ministro Carlos A. Martínez, quien reconoció que la colonización pasaba por la
asimilación del mapuche como chileno:
justicia en Chile se hará efectiva a los hijos de la noble raza araucana y que por lo
tanto vuestro problema fundamental, el de las tierras, y vuestra incorporación a
la cultura nacional, serán resuelto íntegramente” (Martínez, 1939, p. 32).
Con el correr de los meses, se presentaron las principales diferencias entre el FP y las
organizaciones mapuche, sobre todo con respecto al proyecto de División de Comunidades
Indígenas. Sus orígenes se remontaban a 1927, cuando la dictadura de Ibáñez intentó la
venta individual de los territorios mapuche. En 1940, la FA insistió que la “principal solu-
ción del problema indígena no consiste en dividir las comunidades, sino que en radicarlas
nuevamente y el Estado está obligado a ello” (La Crítica, 18 de enero de 1940, p. 5). Por su
parte la Sociedad Galvarino rechazó el proyecto de ley porque la “solución del problema
indígena no consiste en dejarlos en el mismo terreno estrecho sino darles amplias cabidas
en los terrenos fiscales para que puedan desarrollar sus adelantos” (La Crítica, 22 de enero
de 1940, p. 10). ¿Qué estaba de fondo en este debate y cuál fue la actitud de los socialistas?
***
El triunfo del Frente Popular en 1938, marcó una nueva etapa en la historia política del
país, pero no así en la historia mapuche contemporánea. Con la llegada de Aguirre Cerda no 127
existió una devolución de tierras mediante el respeto de los Títulos de Merced, ni menos un
reconocimiento de sus diferencias culturales. Al contrario, dicho gobierno intentó reforzar
un imaginario en torno a la identidad nacional, que llamó la “raza chilena”, mejorándola
mediante programas de higiene, deporte y cultura. Así lo planteó Aguirre Cerda en 1939:
“El amor a la raza, a la raza chilena, a ese conjunto social que para nosotros es todo
nuestro orgullo, que lo admiramos y queremos a pesar de los defectos que pudiera
tener, como se quiere a la madre y a la bandera (…) Fortificar, pues, la raza, for-
marla sana y pujante, proporcionarle la alegría de vivir, el orgullo de sentirse chi-
leno, es un sentimiento que nadie debe negar a nadie, cualquiera que sea el medio
que unos u otros conceptúen como el más apropiado” (Presidencia de la República,
1939, pp. 12-13).
Más allá de esto, el debate en torno a la División de Comunidades Indígenas dejó entre-
ver la visión “civilizadora” de la izquierda en torno a los mapuche. Elaborado por Carlos A.
Martínez, esta propuesta tuvo como objetivo reformular el proyecto de Ibáñez del Campo,
teniendo la asesoría del FUA y la Corporación Araucana. Inesperadamente, esto fue recha-
zado por diputados frentista como el diputado Benjamín Claro (Acción Republicana), por-
que no cuadraba “con la mentalidad del indígena ni con las modalidades de vida de éste”.
De esta forma la solución, más que la división de las comunidades era la educación. “No se
han creado escuelas que estén a tono con la mentalidad y la capacidad del indio, ni tampoco
se ha velado por la existencia de profesores que entiendan al indígena que poseen el idio-
ma mapuche, y que se puedan comunicar fácilmente con ellos” (BSCD, 36° sesión extraor-
dinaria, Santiago, 10 de enero de 1940, pp. 2085-2086). A la vez, el diputado por Temuco,
Armando Holzapfel (Radical), pidió en enero de 1940, prorrogar la votación, al menos por
128 unos seis meses, para estudiarla mejor. La respuesta del ministro Rolando Merino graficó
el pensamiento de asimilación del gobierno del FP, que buscaba:
El ministro socialista aclaró que su afán no era “destruir” la raza araucana, sino de
protegerla, porque reconocía que existía una grave usurpación de tierras mediante la “vio-
lencia y el engaño”. Pero aclaró que los mapuche no eran los únicos afectados por los des-
pojos, sino que miles de “chilenos” en el sur Chile. Por lo tanto, sus problemas de tierras y
créditos debían contemplarse en la Caja de Crédito Agrario y la Caja de Colonización, de-
biendo los mapuche constituirse como en “Cooperativa Agrícola”, es decir, bajo las formas
estatales chilenas de organización (BSCD, 36° sesión extraordinaria, Santiago, 10 de enero
de 1940, pp. 2092-2095) Según la Sociedad Galvarino, no se llegó a acuerdo con el gobier-
no porque el Ministerio de Tierras y Colonización no quiso crear una Sección Indígena
(Heraldo Araucano, septiembre de 1941, p. 1). Por otro lado, las organizaciones lideradas
por Aburto Panguilef y Venancio Coñuepán no volvieron a desarrollar una alianza con la
izquierda, continuando apoyando a Ibáñez y más adelante a partidos de derecha. En el
caso de Coñuepán, este fue diputado por el Partido Conservador (1945-1953) y ministro de
Tierras y Colonización en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1952-1953). ¿Cómo se
explica este viraje? Un cercano a Coñuepán comentó que:
“El Partido Conservador era el más poderoso de nuestro país… entonces si nosotros
queríamos pactar con alguien. ¿Cómo vamos a ir al Partido Socialista en ese tiem-
po, o al Partido Comunista? Qué no tenían ningún poder aquí… entonces nosotros
llegamos a pactar con los que tenían más poder, para lograr alcanzar algo de ese
poder… y eso es lo que nunca entendieron nuestra gente” (Ancán Jara, 2010, p. 51).
El anterior testimonio nos habla de una estrategia con suficiente autonomía, más de que
de una “asimilación forzada” hacia las organizaciones mapuche. ¿Tuvo que ver este viraje
también por la percepción de un racismo inconsciente de parte de la izquierda? Actual-
mente se ha podido determinar que el racismo se basa precisamente en la convicción que
existen razas humanas, algunas superiores a otras inferiores, pero la explicación sería de
su diferencia biológica. Así lo definió el historiador Nelson Manrique, al decir que la des-
igualdad social se sustentaba en una visión distorsionada de la realidad, obligando a las
etnias o pueblos explotados a negar su propio “yo” (Manrique, 1997, pp. 321-348). En el caso
de las comunidades o individuos mapuche, muchos decidieron negar su identidad y cultura
para así “incorporarse” a una sociedad que legitimaba sólo el castellano como lengua y la
supuesta “raza chilena”, que no es más que una construcción social. “Es el racismo el que
crea las razas”, escribió Manrique (1997, p. 336). Fue la experiencia de miles de mapuche
que migraron a Santiago entre 1940-1960. Según Felipe Curivil, mientras algunos silencia-
ron su cultura, con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida, otros continuaron la
asociatividad mapuche en sindicatos y organizaciones de vivienda (Curivil, 2013).
En el caso del PS, si bien sus intenciones pudieron ser de protección y solidaridad con las
comunidades mapuche, la actitud paternalista lo transformó en un “racismo inconsciente”,
pero igualmente discriminatorio. Quizás las palabras del diputado y escritor socialista Ma-
nuel Eduardo Hubner, puede ser más ilustradora:
“La existencia de una raza indígena enquistada, usando una expresión médica,
en el organismo vivo que es la colectividad chilena (…) recordemos, que hoy los
araucanos son sólo unos cien mil, los cuales ocupan unas 400 mil hectáreas de
terreno propio y poseen suelo suficiente para poder desarrollarse (…) es necesa-
rio que nos inspiremos en un sentimiento profundamente chileno, a fin de que 129
consigamos que esta raza siga su destino definitivo. Su inevitable y digno destino
de llegar a algún día a ser chileno del todo” (La Crítica,12 de enero de 1940, p. 2).
Hubner reconoció a los mapuches como un grupo étnico distinto a lo “chileno”, pero
que debía “transitar” al digno destino de la nacionalidad chilena (¿existir como pueblo o
anular su cultura?). Lo chileno, concepción ambigua de la realidad, fue percibido como lo
“moderno” y lo posible para el desafío de conducir al país hacia el desarrollo. ¿En qué se
influenciaron para estos postulados?
Creemos que una vertiente pudo provenir de la influencia del APRA, organización del
Perú, que tanto Hubner como otros dirigentes socialistas se relacionaron en la década de
los años veinte (Sánchez, 1975). El aprismo postuló la integración de los indígenas a la so-
ciedad peruana, pero sin reconocerle legitimidad a su cultura, ni tampoco restitución de
sus antiguas tierras usurpadas (Klaren, 1976; Davies, 1971). Así lo planteó Luis Alberto
Sánchez, dirigente aprista, exiliado en Chile en la década de los años treinta y cuarenta:
“Si el indio se hizo aprista fue porque el aprismo encarna la reivindicación del agro,
y respeta o restaura tanto la forma de propiedad y laboreo del ayllu, como el mini-
fundio, según los hábitos y mentalidad de los campesinos de cada comarca. […] Lo
que moviliza al indio no es, en el fondo, odio al blanco o al español, sino positivo
amor a la tierra y, de rechazo, oposición a quien la detente” (Sánchez, 1973, p. 52).
Por otro lado, tanto el Aprismo como los socialistas resaltaron la revolución mexicana,
pero sobre todo destacando la nacionalización del petróleo y la entrega de tierras por par-
te de Lázaro Cárdenas (Consigna, N° 98, 21 de noviembre de 1938, p. 3). De hecho, Hubner
viajó a México en 1937, reuniéndose con Cárdenas y valorando el proceso revolucionario,
desde la institucionalidad y el liderazgo militar (Consigna, N° 3, segunda época, noviembre
de 1938, p. 6). Figuras como Emiliano Zapata o Francisco Villa fueron destacadas, pero pa-
saban a un segundo plano al compararse a figuras como Cárdenas, a quien los socialistas
pretendieron igualar a Marmaduke Grove. Eran años de campaña presidencial y el PS lo
quería que este fuera el candidato del FP.
Pero habría que preguntarse que tan exitoso fue este pensamiento liberal o cuál fue la
actitud de las comunidades y organizaciones Mapuche frente a la propuesta de integración.
Al asumir que los Mapuche fueron presionados a migrar a las grandes ciudades y ocultar
su identidad, abandonamos la posibilidad de que algunos líderes y organizaciones hayan
130 utilizado la “integración” como una estrategia para cumplir con sus propósitos políticos. El
análisis de las organizaciones mapuche, como la Federación Araucana o incluso el Frente
Único Araucano, ponen en entredicho dicho prejuicios, sobre todo por su posición variante
dependiendo del escenario político y su autonomía relativa que les permitió desarrollar un
conjunto de alianzas en el transcurso del siglo XX (Chihuailaf, 2005, 158). A la vez, la izquier-
da pudo estar atrapada en un “racismo inconsciente”, pero terminó siendo el aliado con
quien mejor avanzó el movimiento mapuche en torno a sus reivindicaciones históricas en
el siglo XX. Según la historiadora María Angélica Illanes, fue en este período, a comienzos
del siglo XX, cuando se constituyeron como “sujeto-mapuche” en el proceso de “liberación
política desconquistadora/descolonizadora por el lado de afuera de los latifundios” (Illanes,
2019, p. 35). Los partidos de izquierda le dieron un sustento y un apoyo a ese proceso. Sería
el golpe militar de 1973 y la posterior dictadura, la que hizo retroceder dichos logros, sobre
todo con la promulgación de la división de tierras en 1979, la cual provocó una masiva mi-
gración de mapuche hacia las ciudades (Curivil, 2013, p. 160). En la actualidad, diversos es-
tudios, van demostrando que el proceso de “desmapuchización” ha retrocedido y cuenta con
un importante respaldo de la izquierda, lo cual no asegura que haya disminuido el racismo
inconsciente en ella, pero sí que se ha reforzado la autonomía y el sentido de autodetermina-
ción de las organizaciones Mapuche. (Pairicán, 2014; pp. 67-29; 2015, pp. 301-323).
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134
The uses of the anti-communist discourse of Peronism during the period 1951-1955: Guild
infiltration, the international issue and the conflict with the Church
Resumen
Los usos del discurso anticomunista durante el segundo gobierno presidencial de Juan Domingo Perón
operaron en tres formas: para desacreditar las protestas en el ámbito gremial, para tomar posición en la
situación internacional durante la naciente Guerra Fría y como elemento descalificador para caracteri-
zar a sus enemigos políticos internos, entre ellos, la Iglesia. La siguiente propuesta tiene como objetivo
matizar los usos del discurso anticomunista peronista tomando en consideración que en este período 135
(1951-1955) el discurso anticomunista se presentó como epíteto descalificador entre anticomunistas para
evitar admitir que existían tensiones del plano local.
Abstract
The uses of anti-communis discourse during the second presidential government of Juan Domingo Pe-
rón operated in three ways: to discredit the protests in the guild, to take a position in the international
situation during the rising Cold War and as a disqualifying element to characterize its internal political
enemies, among them, the Church. The following proposal aims to clarify the uses of Peronist anticom-
munist discourse taking into account that in this period (1951-1955) the anti-communist discourse was
presented as a disqualifying epithet among anti-communists to avoid admitting the existence of tensions
at the local level.
1 Chileno, Magíster en Ciencias Sociales con mención en Historia Social, Universidad Nacional de Luján, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Buenos Aires. Correo electrónico: psimunovicgamboa@gmail.com.
INTRODUCCIÓN
Los recientes estudios que han analizado el fenómeno del anticomunismo argentino
se han centrado entre las décadas de 1920 y 1940. En los años 20’ el anticomunismo puede
entenderse como un período formativo en tanto operaba desde una vertiente ideológica,
es decir, exclusivamente como discurso contrarrevolucionario; en el que los nacionalistas,
conservadores y la Iglesia señalaron al elemento comunista como un enemigo a nivel na-
cional e internacional (López, 2013, p.101). En la década de 1930 el anticomunismo adquie-
re otra materialidad, no sólo se manifestó en su dimensión ideológica, sino en un nivel más
terrenal y directo, en tanto iba acompañado con diversas prácticas de disciplinamiento
social (López, 2016, p.134). El anticomunismo tuvo una expresión concreta en la medida
que adquirió el estatus de virtual ideología estatal 2 durante las presidencias de Agustín P.
Justo (1932-1938) y Roberto Ortiz-Ramón Castillo (1938-1943).
Esta senda anticomunista iniciada con la dictadura de José Felix Uriburu (1930-1932) y
la Sección Especial de Lucha contra el Comunismo de la Policía Federal fue continuada. Pe-
rón a lo largo de su régimen (1946-1955) nunca dejó de presentarse como un anticomunista,
los militantes comunistas continuaban siendo encarcelados, algunas de sus publicaciones
cerradas (Jáuregui, 2012, p. 30) y los comunistas siguieron siendo expulsados mediante la
aplicación de la Ley de Residencia (Marengo, 2015, p. 63).
En el terreno exterior y en el marco de la Guerra Fría, Perón pretendió superar las divi-
siones y oposiciones por medio de la Tercera Posición3. No trataba de una actitud diplomá-
tica, sino ideológica y como tal, se proyectaba hacia lo interno de la nación tanto como en el
plano de las relaciones exteriores (Cisneros, 2002, p. 264). No fue neutral o abstencionista,
sino que adoptó actitudes definidas y propias. Perón nunca dejó de tener en cuenta que
los intereses espirituales y materiales de la Argentina se hallaban junto a Occidente. Puso
énfasis a la unidad política y económica de América Latina, pese a que formulara duras
136 críticas al comunismo como doctrina política; tuvo una posición equilibrada con la Unión
Soviética, y siempre evitó las actitudes frontales contra los Estados Unidos y las demás su-
perpotencias de Occidente en el plano estratégico (Lanús, 1986, p. 75).
Perón tenía claro que el comunismo local no representaba una amenaza para su régi-
men4. En las elecciones del 24 de febrero de 1946, las listas comunistas a legisladores alcan-
zaron el 1,47% de los votos y para las elecciones de renovación de su mandato presidencial
de noviembre de 1952, las listas comunistas encabezadas por la fórmula R. Ghioldi-Alcira
de la Peña obtuvieron menos del 1% de un padrón duplicado por el voto femenino (Jáu-
regui, pp. 6, 31). Pese a esto, percibía al comunismo internacional como una amenaza, al
caracterizarla como “doctrina” cuyo potencial radicaba en que tenía un proyecto político,
económico y social concreto. Para Perón el capitalismo si bien representaba una amenaza,
carecía de un proyecto político en tanto “no tenía una orientación ni un ideal”, por tanto, si
“tuviesen a la humanidad en sus manos no sabría qué hacer con él”:
2 Con dicha expresión nos referimos a la puesta en marcha de mecanismos estatales que promovían la lucha contra
el comunismo. Entre ellos podemos señalar la acción de la Sección Especial de Represión al Comunismo (SERCC), la
fundación en julio de 1932 de la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo (CPACC), presidida por Carlos
Sylveira y la promoción de la ley de represión al comunismo presentada por el senador conservador Matías Sánchez
Sorrondo en dos ocasiones: 1932 y 1936 (López, 2015).
3 Esta postura no se concibió como algo estático, sino dinámico y superador. El propio Juan Domingo Perón la
caracterizó como una posición aritmética y no geométrica. Es decir, resultaba “tercera” por hallarse después de la
primera (capitalista) y la segunda (comunista) y no entre ambas (Lanús, 1986, p. 75).
4 Sí Perón no tenía miedo del comunismo, aún menos lo tuvieron los actores empresariales ni la derecha. Como señala
Bohoslavsky (2011, pp. 127-128), el desinterés de Perón ante la propuesta de alianza de clases durante su discurso
en la Bolsa de Comercio en 1944, provocó que el empresariado viera con mayor aprehensión al peronismo y a su
decisión de intervenir en la economía, reorientando beneficios hacia los trabajadores urbanos organizados. De ahí
que el peronismo consumiera el grueso de las preocupaciones e intereses de los derechistas, que consideraron al PC
como un aliado táctico y un partido democrático más, antes que como parte del enemigo.
“De ahí que los capitalistas hayan dicho a menudo que el Justicialismo es más
peligroso que el comunismo; para ellos sí, porque no saben lo que quieren. Noso-
tros, en cambio, si tuviéramos el mundo en nuestras manos lo haríamos justicia-
lista”. (Perón, 1952, pp. 188-189)
El propósito de este estudio es abordar los usos del discurso anticomunista peronista
durante su segunda presidencia (1951-1955). Entendiéndolo en términos de una lógica ideo-
lógica de exclusión5, en tanto permitía una separación selectiva de elementos del cuerpo
social acorde a las convicciones ideológicas e instrumentalizaciones políticas del régimen,
que descansaba en un proyecto nacionalista, antiliberal y anticomunista. El anticomunis-
mo durante el peronismo, aunque no se conjugó con una exclusión institucional como en la
década de 1930, operó a nivel de prácticas e imaginarios que apelaban más que al debate
político frente a la resolución de los conflictos locales, a la hipótesis conspiracionista del
anticomunismo de los reaccionarios. En ese sentido se acercó a la matriz nacionalista de
este fenómeno6, pues era inaceptable que una doctrina transmitiera el principio del inter-
nacionalismo obrero y la solidaridad con los regímenes socialistas por sobre las necesida-
des y objetivos de la nación (Casals, inédito, p. 15).
A modo de hipótesis general sugerimos que el discurso anticomunista del peronismo pro-
movió la discusión entre los actores anticomunistas por posicionarse como el actor más efectivo
en la lucha contra el comunismo, con motivo de evitar el debate en torno a la resolución de los
problemas nacionales. Durante el período 1951-1955, reconocemos una reacción en espejo de las
denuncias de los actores anticomunistas. La dirigencia peronista7 denunció tanto a los partidos
políticos tradicionales como a la Iglesia, por ser cómplices del comunismo. Al mismo tiempo, la
oposición al peronismo –exceptuando el caso de la Iglesia, que comparó al peronismo con el fas-
cismo8–, criticó al oficialismo tras suponer vínculos con el comunismo internacional9.
5 La idea de lógica ideológica de exclusión fue analizada en la reciente tesis de Magíster en Historia de Marcelo Casals
Araya para analizar el fenómeno del anticomunismo en el caso chileno. (Casals, 2016)
6 Cuando hablamos de matrices del anticomunismo nos referimos a las tres grandes familias distinguidas por Rodrigo
Patto Sá Motta: El nacionalismo, el liberalismo y el catolicismo. Esto no implica que toda expresión anticomunista
encaje en estas tres matrices. Por el contrario, priman las mezclas y las referencias aisladas o reiterativas a más de
uno de estos grandes sistemas de creencias. El concepto de “matrices de anticomunismo” más que etiquetar a cada
uno de estos fenómenos, nos obliga a sopesar los diferentes elementos presentes en ellas, permitiendo diferenciar y
analizar cada formulación anticomunista en su especificidad. (Patto, 2000, p. 35)
7 Nos referimos únicamente al sector dirigente del peronismo ya que los trabajadores, particularmente los miembros
de la CGT, utilizaron el anticomunismo para denunciar planes de infiltración que tenían que ver con la acción
del Movimiento Pro Democratización e Independencia de los Sindicatos, en ese sentido podemos decir que los
trabajadores peronistas se preocuparon más de los asuntos locales antes que internacionales.
8 Con esto no queremos decir que la Iglesia adoptó una postura antifascista tradicional de izquierda (Groppo, 2004, p.
28) frente a la irrupción del peronismo. La postura de la Iglesia frente a este proceso tiene que ver con que abandona
su posición inicial favorable al peronismo. Durante el período 1951-1955 la Iglesia adopta una postura más liberal
en la medida que denuncia a partir del antifascismo a Perón. Esta asimilación tiene que ver con el proceso de
expropiación de las grandes empresas en las experiencias nacistas y fascistas de Europa occidental.
9 Ejemplo de esto es la reacción en espejo del socialismo. Carlos Herrera (2016, p. 133) sostiene que la retórica
anticomunista del discurso socialista puede ser entendida por dos factores: Por la lógica antitotalitaria que había
terminado por imponerse a la dirección del Partido como estrategia de oposición al peronismo, y de algún modo
también a la mayoría de los militantes socialistas y por la dedicación de los periódicos en el exilio como el Periódico
del Comité Obrero de Acción Sindical Independiente (COASI) y La Vanguardia en el exilio por delatar, en un plano
internacional, la infiltración del “imperialismo peronista” en diferentes países latinoamericanos (Herrera, p. 120).
Luego de la resolución del conflicto ferroviario, Perón declaró que “todo era parte de
una conspiración comunista internacional para desorganizar los sistemas de transporte de
todo el mundo”10 (Little, p. 302). El discurso anticomunista de los gremialistas peronistas
no se distanció de la matriz nacionalista, su postura tuvo como particularidad que apeló al
carácter obrerista y partidista del PC local. Esto porque denunciaron al comunismo a par-
tir de fenómenos históricos concretos, en la medida que se refirió directamente a la acción
“infiltrante” de los sindicatos comunistas, entre ellos, el caso del Movimiento Pro Indepen-
dencia y Democratización de los Sindicatos (MPIDS). El discurso anticomunista de la CGT,
a diferencia de la dirigencia peronista, invocó algunos tópicos anticomunistas del primer
período presidencial de Perón (1946-1949), entre ellos, el vínculo de los partidos políticos
tradicionales con el PCA a través de la experiencia de la Unión Democrática11.
En cuanto a la cuestión internacional, los usos del anticomunismo durante el segundo go-
bierno de Perón ya no tenían que ver con la derrota electoral del 24 de febrero de 1946 ni con la
138
decidida política antinorteamericana de la época de “Braden o Perón”12. En junio de 1946 Perón
quiso restablecer relaciones comerciales con la URSS y manifestó un posicionamiento de pres-
cindencia política frente al escenario externo, pese a ello, nunca dejó de mostrarse como un
anticomunista y no dejó de denunciar a la militancia comunista por infiltrarse en los gremios.
Luego de 1951, el anticomunismo peronista estuvo en directa consonancia con una propuesta
ideológica propia del clima de polarización de la Guerra Fría, es decir, las denuncias al comu-
nismo dejaron de tener un sustento empírico. Su postura frente a Estados Unidos manifestó
signos de ambivalencia frente a la sensibilidad anticomunista provocada por el macartismo.
Si bien el peronismo percibió a Norteamérica como un agente imperialista para sostener su
Tercera Posición, veía con buenos ojos la represión a los movimientos huelguísticos que tuvie-
sen algún tipo de influencia comunista. Sin embargo, esta postura cambia en agosto de 1953.
El gobierno argentino, con motivo de hacer una campaña de seducción de inversiones extran-
jeras, dictó una ley sobre radicación de capitales extranjeros que aseguraba un tratamiento
benévolo en materia de repatriación de utilidades. La actitud respecto de los Estados Unidos,
revisada al estallar la guerra de Corea, fue modificada con la llegada al poder de Eisenhower, y
reafirmada con la visita de su hermano Milton a la Argentina (Rouquié, 1982, p. 103).
10 La presente declaración es citada por Little (p. 302) en El Obrero Ferroviario, enero-febrero de 1951.
11 Recordemos que la decisión del PCA de incorporarse a la alianza electoral antiperonista, constituida por los partidos
tradicionales de la Argentina, implicó que este se vinculara con partidos abiertamente “patronales” como el
conservador bonaerense o el Demócrata Progresista, partidos igual o más anticomunistas que el propio peronismo
(Bohoslavosky, 2016, p. 42).
12 Sobre el uso de la dicotomía “Braden o Perón”, Alicia Poderti (2010, pp. 106-111) da cuenta que este recurso retórico
fue utilizado a lo largo del primer peronismo desde los comicios del 24 de febrero de 1946 hasta la alocución del 1 de
mayo de 1951. Este eje discursivo si bien se mantuvo constante a lo largo del peronismo, cuando nos referimos a su
tratamiento en términos del discurso anticomunista. Cumplía con la funcionalidad de oponer “la patria con la anti-
patria”, haciendo eje a la confrontación de clases y partidos tradicionales; más que pretender asociar al comunismo
con la figura del embajador norteamericano Spruille Braden.
La Iglesia durante el período de conflictividad con Perón, evitó referirse a la situación na-
cional, por ende, su discurso anticomunista apeló al carácter ideológico, haciendo hincapié al
internacionalismo antes que los rasgos partidista/obrerista del PCA. Las referencias de Criterio
y El Pueblo se limitaron a exponer sobre la coartación de libertades públicas de los países euro-
peos poniendo énfasis en la predica del anticomunismo liberal. La Iglesia no se refirió al pero-
nismo en términos comparativos con el régimen soviético, sino que la retórica antitotalitaria
de la Iglesia adquirió una funcionalidad distinta respecto a los periodos anteriores: comparar
al peronismo con el nazismo y el fascismo14. Esta comparación, fue frecuente en la medida que
durante las movilizaciones católicas aparecían carteles de “Cristo Rey” y panfletos, impresos
por miembros de Acción Católica, que acusaban a Perón de “fascista” y “totalitario”. La ofen-
siva pastoral denunciaba no solo a las torturas del peronismo, sino también más de cuatro
mil casos de desapariciones. Los panfletos presentaban casos improbables de esqueletos que
habían ido descubiertos. También se referían a quemas clandestinas de opositores a Perón en
la Chacarita organizadas por la Policía Federal (Larraquy, 2010, pp. 84-85)15.
Sobre las posturas anticomunistas que hicieron referencia al conflicto ferroviario, po-
demos sostener que fue más frecuente la apelación al comunismo desde un ámbito ideo-
lógico antes que práctico, vale decir, las denuncias no apuntaron a fenómenos históricos
13 Sobre la puesta en tensión de la relación entre la Iglesia Católica y Perón, Lila Caimari (2002, pp. 461-464) deja en
evidencia el fenómeno del “cristianismo peronista”. Definido como una religión popular, desinteresada en las formas,
pero fiel a la esencia social del mensaje cristiano. En él la legitimidad cristiana había sido desplazada a la esfera
política en la medida que la nueva versión peronista de la religión era promovida desde el Estado. Las tensiones
tuvieron su punto culmine en el Congreso Eucarístico de 1950. En un mensaje emitido en el Congreso, Perón se refirió a
la religiosidad católica en términos peyorativos. En él incluía como parte esencial un diagnostico negativo con respecto
al clero y a los católicos. Frente a esto, el cristianismo peronista proclamaba constituir el remedio a los males causados
por esta tradición llena de vicios, mediante el redescubrimiento del esencial mensaje cristiano.
Este cambio no era fruto de los vaivenes espirituales del Presidente, sino más bien una muestra de su irritación
al ver que el mundo católico daba cada vez más espacio y visibilidad a los adversarios del peronismo, y que el
Episcopado había hecho poco y nada para revertir la situación.
14 Sobre esta idea véase Criterio, ¡Libertad!, 13 de octubre de 1955, Año XXVIII, Nº1245, p. 724
15 Sobre este punto Marcelo Larraquy (2000, p. 84) da cuenta que la Iglesia realizó una contraofensiva luego que
el peronismo vetara las manifestaciones de la Iglesia mediante la “ley de reuniones públicas” y que en 1954, era
habitual que los diarios oficialistas demonizaran a los curas y los acusaran de “infiltrarse en las organizaciones del
pueblo”, Acción Católica imprimió panfletos presentando casos improbables de descubrimientos de esqueletos que
habían sido sepultados bajo tierra en basurales de la ciudad, en el actual empalme de la avenida General Paz con la
Ruta Panamericana, y también mencionaban cadáveres transportados por aviones y arrojados al Río de la Plata.
concretos en que los militantes del PCA se vieron involucrados, por esto, el grueso de las
preocupaciones del peronismo se enfocó en los aspectos internacionales del comunismo.
En lo referente al carácter político de las huelgas peronistas, los trabajadores no dirigieron
sus protestas contra Perón sino contra los funcionarios del gobierno y contra la patronal
(Doyon, p.438). Las causas tanto de la huelga ferroviaria como de la huelga metalúrgica
coincidieron en dos puntos del conflicto. El económico, producto de la demanda de mejoras
salariales, y el político-gremial como consecuencia de las diferencias entre las bases y sus
representados; que se tradujo en el desconocimiento de las autoridades de sus sindicatos.
El peronismo sostuvo que los conflictos gremiales, luego de 1951 no fueron promovidos
por los obreros, a quienes se desligó de toda responsabilidad, sino por la acción dirigencial.
Para el régimen, las causas de los movimientos huelguísticos tenían que ver más con la
dirección de los “malos dirigentes”, entre ellos “los viejos dirigentes del anarco sindica-
lismo y del socialismo y los infiltrados comunistas”, los cuales eran “indignos de vivir en
la Nueva Argentina de Perón”, a diferencia de los obreros, quienes “no sabían cuáles eran
las razones del paro” (Perón, 1951, p. 172). Perón, junto con hacer uso del anticomunismo
desde sus vertientes tradicionales como el nacionalismo, apelaba, por una parte, a la irre-
levancia del comunismo –o cualquier otra ideología extraña al gobierno de Perón– como
poco representativo de la identidad obrera una vez afirmada la justicialista, y por otra, a la
legitimación de un capitalismo “bueno” para el justicialismo (Acha, p. 12).
16 Si bien Eduardo Colom era caracterizado como un radical yrigoyenista. En la década del 30’ compró la marca
del diario a José Luis Cantilo, aunque sólo pudo sacarlo como semanario. Con el ascenso de Perón al poder de
la Revolución del 43, se acercó a ofrecerle respaldo a cambio de créditos blandos para transformarlo en diario,
algo que obtuvo, en contante y sonante, después de innumerables trámites, gracias a la gestión del que sería el
Subsecretario de Prensa y Difusión durante la presidencia de Perón, Raúl Apold. (Mercado, 2013, p. 148)
17 La Época sostiene que se había llevado a cabo una reunión de la sección ferroviaria el viernes 19 de enero de 1951,
en el local del comité del Partido Comunista. En él dejan de manifiesto que los comunistas discutieron la ventaja de
hacer una huelga general de gremios en todo el país y que por un asunto “práctico” era de convenir empezar por los
ferroviarios. En él las tareas tanto de los radicales como socialistas parecen secundarias, pues estos sólo recibirían
instrucciones de la Comisión Consultiva de Emergencia. Democracia, “Comunistas y políticos desplazados son los
ejes del paro ferroviario”, miércoles 24 de enero de 1951, Año IV, Nº1779, pp. 1 y 5. También hace alusión a la puesta
en marcha del “plan comunista” en el conflicto de la huelga ferroviaria, con la diferencia que no se adjudican
“descubrir” el plan de infiltración.
18 Ibíd. Little (p. 302) sostiene que dado a que la esencia del conflicto ferroviario radicaba en un choque entre los
requerimientos de una política económica nacional y las necesidades sentidas por ciertos sectores de la clase obrera
organizada. El gobierno peronista tenía la necesidad, sobre todas las cosas, de evitar el tener que admitir que
pudiese haber algún conflicto entre estos dos intereses.
19 Entre ellos el Sindicato de la Alimentación, La Asociación Obrera Textil, la F.O.N.I.V.A (Federación Obrera Nacional
de la Industria del Vestido y Afines), la Unión Obrera de la Construcción y la Asociación Marítima Argentina, Ibíd.
20 Ibíd.
21 Cuando nos referimos a la lógica de la Guerra Fría queremos decir, de acuerdo a Claudio Panella (2012, p. 9) que los
trabajadores peronistas buscaron mantenerse equidistantes de la Confederación de Trabajadores de América Latina
(CTAL), que representaba a las organizaciones gremiales comunistas del continente, y de la Organización Regional
Interamericana de Trabajadores (ORIT), que estaba integrada por centrales de orientación pronorteamericana.
22 Según Claudio Panella (1996, p. 41) el sustento ideológico de ATLAS recaía en la CGT de la Argentina, única central
obrera del país y sin duda la más poderosa del continente. Homogéneamente peronista y por lo tanto estrechamente
ligada a los ideales de justicia social encarnados por el gobierno justicialista.
23 La Prensa, “Gremiales: Las tendencias del movimiento obrero”, Domingo 9 de diciembre de 1951, Año I –en la era
justicialista–, Nº 21, p. 3
proyecto internacional sindical peronista que representó la ambición de la CGT por ejercer
su influencia en todo el hemisferio americano.
A pesar que el sustento ideológico de ATLAS recaía tanto en la CGT como en la dirigencia
justicialista24, podemos identificar algunos puntos de distinción entre el posicionamiento
anticomunista de la dirigencia peronista y el de la CGT. Luego de la huelga ferroviaria, uno
de los momentos en que proliferaron las posturas anticomunistas fue durante la huelga
metalúrgica de 1954. Como señala Fernández (p. 11) las movilizaciones de los obreros meta-
lúrgicos (sobre todo, la asamblea de la plaza Martín Fierro) y los choques frente a la planta
de La Cantábrica (Morón), dieron pie al gobierno para lanzar una campaña de detenciones
de militantes del gremio metalúrgico, con el pretexto de poner fin a la “infiltración” comu-
nista en la UOM. La postura de la CGT si bien manifiesta su preocupación por combatir a los
dos imperialismos en función de “la Tercera Posición”, durante el contexto de plena coyun-
tura sindical, muestra expresamente la necesidad de denunciar el imperialismo soviético
por sobre el norteamericano:
La CGT no tuvo una actitud prescindente frente a este contexto, dentro del debate so-
bre los peligros de la conducción de los sindicatos, el comunismo era caracterizado como
una amenaza mayor frente al imperialismo norteamericano. La Prensa, a diferencia de la
dirigencia peronista25, no interpretaba las demandas salariales como lo hacía el discur-
so justicialista, “como un ataque al gobierno y a todo el Estado peronista”, sino como un
plan de infiltración de carácter local antes que internacionalista. A diferencia de los demás
142 actores anticomunistas, la CGT reconoció los antecedentes de la huelga metalúrgica en el
plano nacional responsabilizando a los militantes del PCA. En este sentido, fue el único
actor anticomunista que denunció la “maniobra de infiltración comunista” al señalar la
experiencia de la Unión Democrática como antecedente del conflicto; sosteniendo que fue
“el plan trazado por el comunismo en contacto directo con los políticos desplazados y ven-
depatrias, concordado entre los agitadores internacionales y los integrantes de la fallida
Unión Democrática de 1946”.
La postura de ATLAS no distaba de la CGT. La central sindical regional reconocía que las
causas de la huelga metalúrgica tenían su origen en el plano local y que tenían relación con
la acción de la militancia comunista en el ámbito gremial. Sobre este último punto es preciso
señalar que, a diferencia del discurso oficialista, las causas de las huelgas apuntaban a fe-
nómenos históricos concretos. ATLAS identificaba, entre las causas de la huelga metalúrgica,
la disolución de los sindicatos comunistas como producto de la estrategia partidaria del PCA.
Posición adoptada luego de la derrota electoral de la Unión Democrática en febrero de 1946.
Este proceso se concretizó dos años después de las disposiciones resueltas luego del XI Congre-
so del PCA celebrado en agosto de 1946 (Gurbanov y Rodríguez, 2008, p. 6). Los gremialistas
comunistas renunciaron a la dirección de los sindicatos que todavía conducían y optaron por
“acompañar” a las masas peronistas, decisión sustentada en la necesidad de afianzar las mejo-
ras obtenidas por los trabajadores y profundizar progresivamente las contradicciones sociales
y políticas del proceso para desarrollar su propio programa. Esto se materializó con la creación
24 Zanatta (2013, p. 359) Al hablar sobre la postura estadounidense frente al peronismo y la influencia del comunismo
en el terreno sindical argentino. Deja de manifiesto que el ministro de Relaciones Exteriores nombrado por Perón
en 1951 y que ocupó el cargo hasta 1955, Jerónimo Remorino desacreditó a Perón al momento en que reafirmaba su
postura anticomunista frente a Dwight Eisenhower. Remorino acusó que los agregados obreros respondieron más a
la CGT que al gobierno porque su forma de hacer política “le estaba haciendo el juego a los comunistas”.
25 Nos referimos a La Época, El Laborista y Democracia.
del Movimiento Pro Independencia y Democratización de los Sindicatos (MPIDS)26 cuya figura
principal fue el dirigente comunista de la construcción Rubens Íscaro (Contreras, 2017, p. 56).
Las denuncias de ATLAS sobre la acción comunista en los gremios por parte del MPIDS
dan cuenta, ante todo, de su adhesión a la Federación Sindical Mundial y el nexo entre este
sindicato con el comunismo. Por un lado, las declaraciones de ATLAS, dentro del periódico La
Prensa, apuntaron a la acción de la F.S.M., caracterizándola como “disolvente y corrosiva en
la medida que atentaba contra la unidad y el vigor de la labor gremial de los trabajadores” (La
Prensa, viernes 11 de junio de 1954, p. 3). Por otra parte, en lo que concierne al vínculo entre la
dirigencia del MPIDS con el comunismo soviético, sostuvo que los dirigentes pertenecientes al
Movimiento Pro Independencia y Democratización de los Sindicatos “se reunieron en mayo [de
1954] con el objetivo de transmitir las directivas del partido para la acción a desarrollar entre la
clase trabajadora”27. Sobre esta reunión, ATLAS cuestionó el título de “independencia sindical”
que se adjudicó el MPIDS, luego que un vocero de esa organización analizara el panorama del
mundo actual definiéndolo como “consecuencia de la transformación del socialismo al comunis-
mo originada en el paso del socialismo al comunismo en la Unión Soviética”, discurso que estaba
en directa consonancia con las conclusiones del 19º Congreso del Partido Comunista Ruso.
Cuando nos referimos al panorama internacional del período 1951-1955 debemos recor-
dar ante todo la puesta en marcha de las relaciones comerciales con la Unión Soviética du-
rante 1946. En dicho escenario, Perón optó por mantener un posicionamiento ambivalente
durante la naciente Guerra Fría, sin tener que arriesgar sus pretensiones de promover una
futura alianza de cooperación económica con Estados Unidos, por ende, las relaciones co-
merciales con la URSS respondieron a intereses periódicos y puntuales antes que el esta-
blecimiento de propuestas económicas de largo alcance. Si bien, en 1946 existió un interés
concreto por parte del peronismo por asignar al Estado como agente planificador de la
economía, durante el período 1951-1955, promovió la afluencia de capitales norteamerica-
nos para invertir en la economía de Argentina. Para dicho anhelo, no resulta casual que
el discurso anticomunista le sirvió al peronismo para aquellos fines, si tomamos en cuenta
que el macartismo se posicionó como la ideología dominante en Estados Unidos.
La llegada del republicano y pragmático Eisenhower a la Casa Blanca y, con él, del se-
cretario de Estado John Foster Dulles a mediados de 1953, había cambiado las prioridades
26 Para el dirigente comunista Rubens Iscaro, el Movimiento Pro Independencia y Democratización de los Sindicatos,
nucleado en torno al PC, tenía como objetivo impulsar la formación de una “dirección alternativa” a la de los
sindicatos nacionales y la CGT, que agrupase a diversas formaciones político-ideológicas presentes en el movimiento
obrero, inclusive sectores del peronismo, tras la consigna de la “democracia sindical”. (Fernández, 2005, p. 13).
Dicho de otro modo, desde una perspectiva analítica por Gustavo Contreras (2017, pp. 56-57), “el programa del MPIDS
remitía, en lo económico, a pelear contra la carestía de la vida y, en lo político-sindical, a coincidir en las luchas con
los sectores más combativos del peronismo para avanzar a una actuación conjunta anclada en las perspectivas más
obreristas del programa reformista del gobierno, tanto para tensionar sus contradicciones como para avanzar la
concreción de reivindicaciones sentidas por los trabajadores”.
27 Ibíd.
El discurso anticomunista del peronismo si bien funcionó para estrechar lazos comer-
ciales con Estados Unidos a través de la visita de Milton Eisenhower a mediados de 1953,
no condicionó su postura confrontacional contra el comunismo internacional. En 1951, La
Época, denunció las pretensiones de los comunistas por hacer una reunión pública a raíz
del Movimiento por la Paz28, la cual tuvo lugar en Tandil el día 28 de enero. Para La Época
esta reunión tenía el propósito de “reorganizar los cuadros dirigentes de los comunistas
argentinos” los cuales “se encontraban raleados por la política justicialista del general Pe-
rón”, caracterizando esta situación como la “concentración de un grupo de traidores que
unificarán ideas y proyectos para luchar desde la sombra contra el bienestar del pueblo
argentino” (La Época, viernes 19 de enero de 1951, p. 3).
Según la prensa oficialista, los comunistas disimularon “una aparente voluntad paci-
fista” con el fin de escuchar el informe del ese entonces, presidente del Comité Argentino
Partidario de la Paz29, Emilio García Iturraspe, quien participó en las deliberaciones del
Segundo Congreso Mundial de la Paz30 (Petra, 2013, p. 119). Esta línea editorial no estaba
equivocada al momento de acusar a esta reunión como parte de un congreso que estaría
144
conformado por comunistas, sin embargo, daba cuenta de un plan de infiltración que “en-
cierra una preparación para la guerra y un balance de las fuerzas comunistas existentes en
las diferentes regiones”, sosteniendo que:
“lo que se anuncia en Tandil con una profusa propaganda tiene por objeto trans-
mitir esas instrucciones a los representantes de cada uno de los gremios para que
a su vez, las pongan en conocimiento de las diferentes células. La gravedad que
ha llegado a asumir en todas las naciones esta labor silenciosa y permanente de
las células comunistas, en su incesante obra de sabotaje y destrucción.” (La Épo-
ca, viernes 19 de enero de 1951, p. 3)
28 El Movimiento por la Paz fue la iniciativa frentista más importante que Moscú promovió una vez desatada la Guerra
Fría. En ella los intelectuales jugaron un rol crucial. (Petra, p. 101). Esta organización respondía a la estrategia
política dominante del Kominform oficializada en 1947, denominada “Lucha por la paz”, inspirada en el informe
Zdhánov –documento fundamental de la ideología comunista para la Guerra Fría– En él Andréi Zdhánov sostuvo
que el mundo estaría dividido en dos bloques: de un lado, el campo imperialista y antidemocrático dominado por
Estados Unidos; del otro, el campo antiimperialista, democrático y defensor de la paz, hegemonizado por la URSS.
(Petra, pp. 102-103)
29 El Comité Argentino por la Paz comenzó sus tareas en marzo de 1949 mediante un manifiesto en apoyo a la convocatoria
del Congreso Mundial de Partidarios de la Paz. El Congreso mundial de la Paz fue la iniciativa frentista más importante
que promovió Moscú y la única estructura internacionalista, luego que la Kominform declarase en 1949, la “lucha por
la paz” como estrategia política dominante del movimiento comunista internacional. (Petra, p. 104)
30 El segundo congreso de los partidarios de la paz fue celebrado en Praga y París en abril de 1949. En aquella
oportunidad la delegación argentina fue representada, como señala Petra (p.120) con un evidente peso de las
profesiones intelectuales por sobre las delegaciones obreras y campesinas.
menos cordiales que con Dwight Eisenhower. El peronismo, con motivo de promover la
prohibición de la propaganda comunista en la Argentina, veía con buenos ojos las activida-
des de censura contra los periódicos comunistas estadounidenses en 1951, La Época mira-
ba como ejemplo el hecho que los vendedores de periódicos norteamericanos “se negaran
a seguir vendiendo el diario comunista “Daily Worker” por considerar que al hacerlo con-
tribuían a difundir una propaganda que favorecía a los que aspiran a esclavizar al pueblo
norteamericano” (La Época, viernes 19 de enero de 1951, p. 3).
Para nosotros no es casual que el discurso anticomunista del período 1951-1955 estuviese
marcado por invocaciones nacionalistas tradicionales, en el que prima el carácter infiltrante
del comunismo internacional bajo la lógica de un complot. Perón no se encontraba cómodo
luego de haber pasado por la peor parte de la crisis económica. En julio de 1953, por un lado,
los objetivos del Segundo Plan Quinquenal parecían no tener asidero en la realidad y no se pre-
sentaban inversores (Zanatta, p. 361) y, por otra parte, Perón vio la oportunidad de mejorar sus
relaciones con Estados Unidos tras la visita de Milton Eisenhower a algunos países de América
Latina, no obstante, una posible visita a la Argentina no se encontraba en la agenda del her-
mano del presidente estadounidense. Perón, en la medida que tuvo la presión de negociar con
Estados Unidos, quien era el único país que podía proveerlo de tecnología, capitales y bienes
industriales, optó por persuadir a los hermanos Eisenhower. Zanatta (p. 362) señala que con
el fin de convencerlos envió amables señales conciliatorias a Iglesia y oposición y, sin miedo a
exagerar, declaró a la prensa estadounidense que no existían problemas con Estados Unidos.
Perón comprendía que un país que apenas podía producir menos de la mitad de sus
requerimientos energéticos no estaba en condiciones de apoyar a la industria, reivindicar
soberanía y predicar la unidad latina, todo a la vez. El fin que perseguía Perón era la au-
tosuficiencia energética y sólo podría alcanzarlo abriéndose a las compañías petrolíferas,
contra las que su régimen solía lanzar invectivas. Según Zanatta (p. 363) el discurso de
Perón sobre la defensa hemisférica contra el comunismo operó como un taparrabos que
145
le sirvió para cubrir sus pedidos a Estados Unidos; pero la visita de Milton Eisenhower no
significó otra cosa que una retirada táctica con la intención de volver a la Tercera Posición
en cuanto sea posible (Zanatta, p. 365).
“se niega en Washington que el éxito de la visita de Milton Eisenhower haya visto
facilitada por consideraciones de orden financiero […] La misión no se hallaba
autorizada para iniciar ninguna tratativa ni dar ninguna promesa de ayuda fi-
nanciera. Las autoridades argentinas se encontraban dispuestas [sic] a favorecer
la afluencia de inversiones de capitales norteamericanos” (El Laborista, martes
21 de julio de 1953, p. 1).
sólidos intereses comunes en la defensa de la civilización occidental”31. Esta postura nos per-
mite demostrar que la funcionalidad del discurso anticomunista le sirvió a Perón para
matizar, momentáneamente, su Tercera Posición para negociar con Estados Unidos32 (La
Época, lunes 20 de julio de 1953, p. 3).
Durante el período 1951-1955 el anticomunismo nos permite visualizar una posición clara
respecto al peronismo: estaba del lado de occidente y el discurso anticomunista fue, una de las
aristas que permitió persuadir a Milton Eisenhower para realizar la visita a la Argentina. El
discurso anticomunista en su línea nacionalista y tradicional ya existente, sumado a las pre-
tensiones de Dwight Eisenhower por promover una alianza hemisférica contra el comunismo,
provocaron que el anticomunismo en su vertiente ideológica se potenciara. Esto le permitió al
peronismo tener una victoria virtual y la prueba de ello fue que Washington cedía terreno en
la larga pulseada con Perón (Zanatta, p. 363). Sin embargo, parte de la legitimidad del sistema
peronista se esfumó, en efecto, con la nueva política exterior. Decepcionaba a los delegados sin-
dicales de las grandes empresas y a los oficiales nacionalistas. Los primeros no tenían motivos
para estar satisfechos, no podían prevalerse de ningún éxito notable, ya sea en el campo de las
conquistas sociales ni en el de las reivindicaciones salariales; su papel se redujo a evitar las
huelgas y las movilizaciones en pos de los objetivos económicos (Rouquié, p. 103).
A pesar que el resultado de las elecciones presidenciales de 1951 y las legislativas de 1954
expresaban cuantitativamente un apoyo masivo a las políticas llevadas adelante por Juan
Perón con más del 62% en ambos casos (Mason, 2012, p. 91), el clima político posterior a 1950
puede entenderse, en palabras de Robert Potash (1981, pp. 173-174), como parte de un proceso
de polarización que obligaba a los argentinos hasta entonces no comprometidos a asumir
posiciones; un proceso que los propios peronistas promovían activamente apoyándose en
146 su convicción de que “para nosotros solamente hay peronistas y antiperonistas”. En otras
palabras, Alfredo Mason (2012, pp. 89-90) señala que el clima político de polarización33 no es
unidireccional, sino que las fuerzas políticas que se enfrentaron fueron creando una situa-
ción “amigo-enemigo”. Sobre la postura del sector opositor frente a la victoria de Perón en
las elecciones presidenciales de 1951, Robert Potash (pp.197-199) da cuenta que para ellos el
resultado electoral no significó en modo alguno la legitimidad del ejercicio del poder, por el
contrario, estos sectores descartaron la lucha electoral como medio para destituir a Perón y
se reorganizaron, no en función de la(s) identidad(es) de sus participantes, sino en función
del acto temerario que se proponían: el asesinato del presidente y de Eva Perón.
Respecto al escenario posterior a 1950, Bianchi (1994, p. 31) señala dos puntos en rela-
ción al conflicto entre la Iglesia y el gobierno peronista. El primero hace alusión a que esta
confrontación se instaló en el campo de la religión34. En segundo lugar –y que nos es útil
31 Ibíd.
32 Sobre esta posición ambivalente de Perón es preciso señalar que Milton Eisenhower reafirmaba la posición de
Perón de pertenecer al bloque occidental a través de un discurso por Radio del Estado, anunciando que “En todas
partes que me he hecho presente cuánto tenemos que agradecer los que vivimos en este espléndido y generoso
mundo Occidental, es espíritu de fraternidad que es el más noble de los deberes sociales”.
33 Mason (p.91) señala que el clima político de polarización llevó a que el enfrentamiento entre peronistas y
antiperonistas adquiriera un sentido cada vez más irreversible. Ejemplifica esta idea refiriéndose ante todo a la
situación del golpe de Estado de Menéndez de 1951, el estallido de dos bombas en plaza de mayo durante una
concentración en Plaza de Mayo el 15 de abril de 1953 cuyos responsables estaban ligados a sectores católicos como
Mario Amadeo y radicales como Emilio Carranza; y el endurecimiento de las relaciones entre el gobierno con los
sectores medios de la población a fines de 1954; tras una serie de hechos en la Universidad de Buenos Aires que
culminaron con la detención de 250 estudiantes.
34 Sobre este punto Bianchi (p. 31) sostiene que los conflictos entre el Estado y la Iglesia localizados en el campo de la
religión, tuvieron un primer punto de disputa a partir de los avances de ciertas formas de religiosidad popular que
competían exitosamente con el catolicismo. Desde la perspectiva eclesiástica, estos avances coincidían con lo que se
consideraba un nivel muy bajo de práctica religiosa institucionalizada, sobre todo, en la ciudad de Buenos Aires.
para el desarrollo de esta investigación– reconoce que la Iglesia Católica comienza a dibu-
jarse como el espacio posible –y tal vez el único– de la oposición al peronismo tomando en
cuenta una pluralidad de factores. Para comprender este punto la autora señala que en el
año 1950 los campos de la oposición política se habían estrechado de manera considerable.
La reforma constitucional de 1949 permitía la reelección de Perón, instancia que fue inter-
pretada tanto por el oficialismo como por la oposición que el peronismo había llegado para
quedarse. La subordinación de las estructuras de la Confederación General del Trabajo
(CGT); los partidos políticos estaban rigurosamente controlados y el principal dirigente de
la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, había sido apresado. Asimismo, se reforzó notable-
mente el control estatal sobre los medios de comunicación.
Con este cambio de escenario, el discurso anticomunista fue de utilidad para el peronis-
mo en la medida que le permitió agregar una nueva identidad a la Iglesia Católica: la de un
agente extranjerizante. El peronismo no tuvo dificultades en identificar a la Iglesia Católica
como un organismo internacionalista. El discurso anticomunista le permitió a Perón, ape-
lar a la Ciudad del Vaticano como un símil de Moscú, en tanto la religión católica emanaba
desde un Estado independiente y adquirió un carácter “infiltrante” al asumir posiciones
en la política nacional.
Por medio del titular “el pueblo condena el complot de la reacción y sirvientes de la oli-
garquía” (La Época, martes 10 de mayo de 1955, p. 3) señalamos que la intencionalidad por
parte del peronismo es distinguir, por un lado, al pueblo como un agente monolítico que
defiende los intereses justicialistas, en contraposición de la Iglesia, que se manifiesta como
un organismo reaccionario en tanto le sirve como aliado a la oligarquía. La particularidad
de esta publicación es que La Época señala al enemigo político a partir de la denuncia de un
complot “Clerical-Radical-Comunardo”, cuya “acción perturbadora, dirigida por clérigos y
frailones, motivaron recientes incidencias callejeras y cometieron atentados criminales”.
Si bien durante el primer peronismo, el tópico de la conspiración estaba condicionado por
147
la participación política de elementos de izquierda como el radicalismo intransigente, so-
cialismo y comunismo; durante el período de mayor conflictividad entre Perón y la Iglesia,
fue frecuente esta caracterización en tanto la prensa peronista buscaba negar la identidad
nacional tanto de la Iglesia como de sus instituciones y adherentes durante los períodos
de movilizaciones. Este tipo de acusaciones tenían como propósito vincular a la Iglesia
Católica con el comunismo35 para asignar a la Iglesia algunas características del discurso
anticomunista clásico. Ejemplo de esto es la negación de la identidad clerical de los mani-
festantes de las movilizaciones eclesiásticas, quienes estaban “disfrazados de católicos y
eran contrarios a la doctrina de Jesús” (La Época, martes 10 de mayo de 1955, p. 1)
35 Democracia, “todo el país condena la acción terrorista clerical”, Año XXXIX, Nº 3363, P.2. En ella señala que “los
clericales y sus socios de hoy los radicales comunizados; los socialistas traga obispos de ayer y los comunistas
prontos al aprovechamiento de todas las circunstancias, que nada de lo que tramen contra el orden y el peronismo
ha de quedar impune y que les conviene no enardecer al pueblo”.
“La red internacional de la Iglesia se agita en estos momentos contra la Nueva Argen-
tina mientras aquí conspira, agravia al gobierno, coloca bombas y mata, y hasta bus-
ca alianza en los comunistas con tal de alimentar la esperanza de derrotar al Estado.”
Con todo lo anterior, señalamos que durante el conflicto Iglesia Católica-Perón de 1955, el
discurso anticomunista de matriz nacionalista logró tener una nueva funcionalidad. El pro-
blema del internacionalismo puede ser entendido al caracterizar a la Iglesia Católica bajo
premisas del anticomunismo tradicional, es decir, como la negación de la identidad clerical
o la caracterización de esta como un agente extranjerizante en la medida que promovía las
ordenes de la Ciudad del Vaticano. Si bien el discurso anticomunista peronista reconocía a la
militancia comunista como el enemigo interno, que promovía la infiltración dentro de los con-
flictos gremiales. Acción Católica Argentina se posicionó en el lugar que ocupaba la militancia
comunista. Fueron caracterizados como agentes internacionalistas que promovían la lucha de
clases dentro y fuera de la Argentina.
CONSIDERACIONES FINALES
36 Sobre la postura de Democracia frente a Acción Católica como el enemigo político dentro del ámbito local, la línea
editorial de Democracia, deja en evidencia algunos aspectos de su plan de infiltración: “que extiende la conspiración
a todas las naciones y como desde hace siglos vienen haciendo los clericales, escudándose en el nombre de Dios,
Rezaban una plegaria por la Iglesia Crucificada en la Argentina”
37 Según Democracia, en aquella instancia Acción Católica hizo un llamado a todos sus seguidos de América,
“pidiéndoles que el 25 de mayo, Festival (?) nacional de Argentina, se realice en toda América el día de plegarias por
la Iglesia crucificada de Argentina”, Ibíd.
iniciativas frentistas como los Congresos por la paz, puede entenderse a través las preten-
siones de Perón por acercarse al bloque occidental, por dos factores: por un lado, para po-
ner en marcha un plan de modernización económica en que Estados Unidos parecía ser el
único país capaz de ayudarlo, y por otra parte, para que Perón se mostrara triunfal frente
a la lucha que tuvo a lo largo de su gobierno con Norteamérica.
Por último, en lo que concierne al conflicto Iglesia-Perón38 podemos decir que la funcio-
nalidad del anticomunismo se resume en dos aspectos. Por un lado en el hecho de que el
peronismo denunció a la Iglesia Católica por poner en marcha planes de infiltración dentro
de América Latina, y junto a ella el comunismo parecía ser su aliado. Esta asimilación nos
permite inferir que la intencionalidad del justicialismo fue ante todo denunciar a la Iglesia
bajo los códigos del anticomunismo nacionalista-clásico: el problema de la infiltración y el
carácter internacionalista. Con esto queremos decir que la pugna entre la Iglesia y Perón se
resume en la lucha por quién es mejor anticomunista en la medida que ninguno de los dos
hacían referencias a fenómenos históricos concretos.
BIBLIOGRAFÍA
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y 20 de septiembre.
38 El conflicto Iglesia-Perón, como ya habíamos señalado, se caracterizó por la redefinición del enemigo político a partir
de la creación de alianzas –ficticias o no con el comunismo–. Para el caso de la postura de la Iglesia frente al peronismo,
cabe destacar el posicionamiento de Gustavo Franceschi, quien en su retórica no hacía alusión a una supuesta alianza
entre Perón y los comunistas. Si bien asimilaba al peronismo como una dictadura, no la comparaba con el régimen
soviético; sino que acudía a la relación peronismo-totalitarismo haciendo énfasis a las dictaduras fascistas europeas.
Ejemplo de esto es su postura frente al discurso de Perón al señalar que “la oratoria de Perón se parecía mucho más a
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Political violence or violent politics? A debate about the use of concepts, based on the analysis of
“Trelewazo” – Trelew, Chubut, Argentine Patagonia, 1972 -
Axel Binder1
Gonzalo Pérez Álvarez2
Resumen
Debatimos las implicancias políticas y metodológicas en torno a los usos de las nociones de “violencia” y/o
de “violencia política” para conceptualizar las protestas populares desarrolladas en Argentina durante
fines de los años ‘60 e inicios de los ‘70. Para ello analizamos diversas lecturas e interpretaciones sobre el
Trelewazo (levantamiento popular ocurrido en octubre de 1972 en Trelew, Chubut), buscando desmontar
las lecturas que contribuyeron a invisibilizar su carga disruptiva.
Trabajamos con fuentes primarias y secundarias, analizando prensa regional, testimonios de participan-
tes y una amplia bibliografía sobre la temática específica y general. Así pretendemos contribuir al análi-
sis de la violencia política, especialmente la proveniente de grupos que se proponen enfrentar el orden 153
social vigente. En tiempos donde se vuelven a instrumentar sistemáticos mecanismos de política violenta
sobre los pueblos, buscamos construir conocimiento histórico acerca de cuáles fueron los caminos que
hicieron posible derrotar la violencia del poder.
Abstract
We discuss the political and methodological implications about the uses of the notions of “violence” and /
or “political violence” to conceptualize the social conflicts developed in Argentina during the late ‘60s and
early ‘70s. For this, we analyze the academics interpretations about the “Trelewazo” (popular rebellion
developed during October 1972 in Trelew, Chubut), seeking to deconstruct the investigations that aimed
to hide the insurrectional potential of the fact.
We work with primary and secondary sources, analyzing regional press, testimonies of participants and
a wide bibliography on the specific and general theme. So we aim to contribute to the analysis of political
violence, especially from groups that propose to face the current social order. In times where systematic
mechanisms of violent politics against the people are re-implemented, we seek to build historical knowle-
dge about the paths that made it possible to defeat the violence of power.
1 Chileno, Magíster en Ciencias Sociales con mención en Historia Social, Universidad Nacional de Luján, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Buenos Aires. Correo electrónico: psimunovicgamboa@gmail.com
2 Director del INSHIS-UNP, e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Mail: gperezalvarez@gmail.com
INTRODUCCIÓN
Una mirada similar proponen Pittaluga (2007) y Seminara (2018), destacando que en
los años de la “transición a la democracia” se instaló un discurso que situaba a la violencia
como la negación de los fundamentos democráticos. La violencia, y especialmente aquella
que enfrentaba el orden social vigente, fue considerada un aspecto del pasado de nuestras
sociedades, que debía ser eliminado: la violencia popular era el obstáculo clave para la
construcción del nuevo orden democrático.
Seminara (2018, pp. 8-12) analiza las producciones de la década del ’80 y ‘90 en torno a
este concepto, destacando que las mismas se centraron en la “condena moral” y en la su-
puesta separación tajante entre violencia y política. Sostiene la autora que “La utilización
de la noción de “violencia política” como categoría analítica trae como corolario dos cues-
154
tiones que merecen ser señaladas. Por una parte supone la aceptación tácita de que política
y violencia son términos claramente diferenciables y-en cierto punto- excluyentes (…) Por
otra parte, prefigura ciertas perspectivas que tendencialmente afirman que la intensifica-
ción de una iría forzosamente en detrimento de la otra” (Seminara, 2018, p. 10). Sólo existi-
ría política donde no habría violencia: si existe la violencia popular, eso se inscribe como
negación de la política.
Esta perspectiva, cuestionable cuando se aplica a los años signados por el régimen cons-
titucional como forma de gobierno, resulta aún más problemática cuando se la utiliza para
explicar las dinámicas sociales de los años ’60 y ‘70, dado que obtura pensar aristas claves
de los fenómenos sociales históricamente situados. Como bien dice Julio Aróstegui al deba-
tir los usos del concepto de violencia y/o de violencia política, “…este análisis se ve siempre
amenazado por la espada de Damocles que pende sobre los intentos explicativos de toda
historia de conceptualización difícil: la del anacronismo” (1996, p. 11).
interpretaciones sobre el Trelewazo, buscamos desmontar las lecturas clásicas sobre este
acontecimiento que contribuyeron a invisibilizar su carga disruptiva, impidiendo conocer
cómo esos procesos fueron capaces de afectar al régimen dictatorial que imponía la violen-
cia desde arriba.
Que no se hayan materializado actos físicos de violencia directa, no significa que la po-
lítica violenta no haya jugado un papel clave en la dinámica social vivida durante esos días
de irrupción popular: eso es lo que aquí intentamos hacer observable, tanto en los estudios
sobre la pueblada como en las fuentes históricas.
La provincia del Chubut abarca la parte central de la Patagonia Sur en Argentina. Linda
con la provincia de Río Negro al norte, la de Santa Cruz al sur, el océano Atlántico al este y
Chile al oeste (sur de región de Los Lagos y norte de región de Aysén).
155
La región donde sucedieron los hechos que aquí trabajamos (el noreste de la provincia)
se compone de dos departamentos (división administrativa provincial): Rawson y Biedma.
En el departamento Rawson se encuentran las ciudades de Rawson y Trelew, y en Biedma
la ciudad de Puerto Madryn. Este espacio geográfico fue receptor de uno de los “polos de
desarrollo”3 en el marco del proyecto que el estado nacional impulsó entre los años ‘60 y ‘80
para la Patagonia. En los años investigados la región se encontraba en pleno crecimiento,
vía instalación de nuevas industrias y arribo de diversos contingentes de migrantes (Gati-
ca, 2013; Pérez Álvarez, 2015).
Un elemento importante para comprender los fundamentos de la idea de generar polos in-
dustriales por fuera de las ciudades tradicionales, tiene relación con la intención del gobier-
no nacional (durante la mayoría de esos años dictaduras en manos de las Fuerzas Armadas)
de dividir al movimiento obrero para debilitar sus organizaciones. En esta línea se conformó
una dirigencia sindical local cercana a los sectores dominantes, que sostuvo una práctica
colaboracionista con el gobierno y las patronales (Gatica, 2007; Pérez Álvarez, 2013).
El 22 de agosto de 1972, en Trelew, se producía la histórica masacre, que desde allí lleva el
nombre de la ciudad. La “masacre de Trelew” fue el fusilamiento de 19 militantes populares,
que estaban desarmados y presos, perpetrado en la Base Aeronaval Almirante Zar, por parte
de un grupo de oficiales y suboficiales de la Armada Argentina. Los cuadros políticos fusila-
dos pertenecían a las organizaciones político-militares PRT-ERP (Partido Revolucionario de
los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo), FAR (Fuerzas Armadas Revoluciona-
rias) y Montoneros.
3 Ante la supuesta imposibilidad de un desarrollo homogéneo de las regiones atrasadas, estos proyectos proponían
generar “polos industriales” a través de subsidios estatales, los cuáles irradiarían el crecimiento a través del
encadenamiento de actividades económicas (Perroux, 1955).
156
Eran parte de un numeroso grupo de presos políticos que había intentado fugarse del
penal de Rawson, ubicado a unos 20 kilómetros de Trelew, el día 15 de Agosto, una semana
antes de la masacre. La fuga fue parcialmente exitosa, al conseguir tomar la cárcel desde
adentro, pero no pudo completarse debido a errores del grupo de apoyo que debía trans-
portarlos desde la cárcel hasta el aeropuerto de Trelew. Allí los militantes iban a ocupar
un avión, que había sido previamente secuestrado por otros integrantes de esos grupos
político-militares, desviando el vuelo hacia Chile; al arribar en forma tardía al aeropuerto
(el avión ya había partido) decidieron entregarse a las autoridades. Las fuerzas represivas,
incumpliendo los acuerdos con los militantes para garantizar su rendición, los trasladaron
a la Base Aeronaval, donde fueron fusilados 4.
Durante la mañana la emisora local difundió el “comunicado Nº 1” del comando del quin-
to cuerpo, en el que se informaba que: “Esta actividad ha sido desarrollada para garantizar el
orden y la tranquilidad pública de la comunidad de Trelew, que ha sido perturbada por la acción
de elementos vinculados a actividades subversivas” (Jornada7, 12 de Octubre de 1972, p. 2). 157
El “comunicado” confirmaba las noticias que ya circulaban. Grupos del pueblo se em-
pezaron a juntar en las calles: “En la esquina de San Martín y Pellegrini, a veinte pasos del
Distrito Militar, una aglomeración de quince personas quiso marchar hacia el aeropuerto
para forzar la liberación de los rehenes” (Martínez, 2009, p. 143). Una hora más tarde los
partidos políticos convocaron a las “fuerzas vivas” a una reunión. Al mismo tiempo se
inició una asamblea popular en el principal teatro de la ciudad, que sesionó todo el día y
noche y convocó a una huelga general regional para el viernes 13 de octubre.
4 Para una descripción en profundidad de la fuga y la masacre, analizando sus implicancias políticas y sociales, ver
Pérez Álvarez y Fernández Picolo, 2016 y Fernández Picolo et.al., 2015.
5 Estaba conformada por habitantes de la región, con distintos grados de involucramiento político y social, que se
organizaron para solidarizarse con los presos traídos a la cárcel de Rawson. Asistían a los presos y sus familias,
a quienes daban alojamiento, comida y recursos cuando viajaban para visitarlos. Ver Pérez Álvarez y Fernández
Picolo, 2016 y Fernández Picolo et.al., 2015.
6 El número de secuestrados no parece casual, azaroso o arbitrario: se trata de la misma cifra de quienes habían sido
asesinados el 22 de agosto de 1972, en la Base Almirante Zar de Trelew.
7 Utilizamos, como una de nuestras fuentes, a los diarios Jornada y El Chubut, ambos editados en la ciudad de Trelew.
Se tratan de publicaciones periodísticas de carácter regional. Jornada se publicaba desde el año 1954 y El Chubut
desde febrero de 1971. No hemos incorporado publicaciones periodísticas de cobertura nacional, excepto la crónica
de Tomás Eloy Martínez, quien había viajado desde Buenos Aires para cubrir este acontecimiento.
8 Firmaron esa solicitada los dirigentes Cesar Ubaldo Ayala (secretario general de la Asociación Obrera Textil –AOT- y
subdelegado regional de la CGT), y Gilberto Hughes (secretario general de Luz y Fuerza –LyF- y delegado regional de
la CGT); en Jornada, 13 de octubre de 1972, p. 9.
9 Seguimos, en esta conceptualización, a Ansaldi: “Llamarlas “dictaduras cívico-militares” es un eufemismo y, sobre
todo, un error conceptual monumental que soslaya, oculta el carácter de dictadura de la clase descarnada, en nuestros
casos: dictadura de las burguesías” (2014, p. 63).
nivel nacional dirigía José Ignacio Rucci, la central sindical tampoco adhirió a las huelgas
generales realizadas durante los días 16, 20 y 27 de octubre. En el seno de la Asamblea, los
dirigentes regionales de la CGT fueron acusados de haber indicado qué personas debían ser
detenidas; algunos secuestrados compartieron esa opinión.
Las obras de construcción y las fábricas textiles cerraron sus puertas desde la mañana.
Los obreros que construían la planta productora de aluminio primario10 en Puerto Madryn
se declararon en huelga desde el mediodía. Los estudiantes llevaron a cabo un piquete en
las escalinatas de entrada al Colegio Nacional, evitando que algunos profesores intentasen
entrar a trabajar.
También se realizó una “Marcha del Silencio”, en homenaje a las madres de presos po-
líticos y caídos en las luchas populares. El interventor militar designado como gobernador
de facto en Chubut, inició gestiones el lunes 16 para reclamar la libertad de los detenidos,
ante el nivel de rebelión popular en la región. Ese mismo día, el ejército anunció la libertad
de diez detenidos. Durante la noche se reunió nuevamente la asamblea, debiendo sesionar
al aire libre por superar los tres mil asistentes: se aprobó la propuesta de continuar la lucha
por la liberación de los restantes. La manifestación “congregó a más de 4.000 personas que
tomadas de la mano y en apretada caravana coreaban estribillos alusivos por la libertad de
los detenidos” (El Chubut, 17 de octubre de 1972, p. 9).
La Asamblea convocó una nueva huelga general para el día 20. Se realizaron piquetes
en algunas fábricas y hemos registrado diversos enfrentamientos con la policía provincial.
158
Durante ese día liberaron a otros cuatro detenidos. La huelga nuevamente fue contunden-
te, pese a la constante oposición de la CGT. La asamblea continúo funcionando, aunque ya
sin tanto dinamismo, hasta conquistar la libertad de todos: el último, Mario Abel Amaya,
regresó a Trelew el 13 de noviembre.
Amaya había sido detenido el 18 de agosto, pocos días después de la fuga, por tratarse de
un abogado defensor de los presos políticos; el reclamo de su liberación se había integrado
con el de los secuestrados el 11 de octubre. Fue recibido en el aeropuerto y trasladado en
una caravana de automóviles hasta el Teatro Español: allí tachó su propio nombre de la
lista de 17 detenidos; era el último que faltaba.
Fue quizás el único caso en Argentina de una región que se rebeló contra la dictadura,
arrancándole la libertad de diecisiete secuestrados.
10 Única en el país y de relevancia estratégica para las Fuerzas Armadas. Ver Pérez Álvarez, 2011.
las fuerzas armadas tan sólo “respondieron”, aunque haya sido de manera “excesiva”, a
esos “delitos”11.
También Alonso profundiza el análisis, definiendo “La noción de represión”, que “apa-
rece también como un concepto insoslayable, que dota de sentido la violencia política “des-
de arriba” y la inscribe en las estrategias de reproducción o refundación de la dominación
social al contener, denegar o castigar las resistencias” (2014, p. 209). Águila recupera esa
propuesta, al investigar los fondos documentales de los organismos represivos en Argen-
tina, los cuáles “dan cuenta no solo de la represión física sino de estrategias de disciplina-
miento y control implementadas por el Estado hacia individuos, sectores y organizaciones,
tanto como el registro de actitudes sociales, contribuyendo a la indagación sobre los com-
portamientos sociales en contextos represivos” (Águila, 2018, p. 68). O sea, hacia formas de 159
violencia que van más allá de las directamente físicas.
Resumiendo esa macabra perspectiva, Fantino y Marinaro (2015) explican: “Massot en-
tendía la extrema violencia del pasado reciente como el choque de dos cosmovisiones: la
izquierda radicalizada buscó establecer un sistema socialista a través del uso de la fuerza
y el Estado sólo respondió a esta agresión peligrosa”. Por ello a Massot le es operativo, para
sus fines de legitimación del terrorismo de estado, referirse ahistóricamente a la noción de
“violencia política” y proponer la perspectiva de los dos demonios.
11 El emblema de esa justificación fue el prólogo al informe “Nunca Más”, redactado por el escritor Ernesto Sábato
en 1984: “Durante la década del 70 (…) a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un
terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la
impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos” (Sábato, 1984).
Como bien lo indican Oberti y Pittaluga (2016), algunos malos usos de la noción de “vio-
lencia política” han alimentado un discurso sobre la historia reciente argentina que reflota
la teoría de los “dos demonios”, responsabilizando a los sectores de izquierda en rebeldía.
Esa teoría descansa en una explicación monocausal, depositando la culpa del terrorismo
estatal en aquel que cuestiona el orden social vigente, quebrando el “equilibrio”, alterando
la “paz”: el culpable es quién se rebela contra la injusticia estructural, quién desafía la
“paz de los cementerios”, desatando la reacción del demonio estatal-patronal.
En la versión oficial del nuevo “intento de fuga”, inventado por la Armada argentina para
justificar la masacre del 22 de agosto de 1972 en Trelew, ya se encontraba esa lógica: según su
relato la confrontación la comenzaron los “subversivos” atacando a la guardia, intentando
Mariano Pujadas, con una toma de karate, arrebatarle el arma al Capitán Sosa. Ese “ataque”
es el que desata (y justifica) la masacre. Las aparentes víctimas son, en verdad, los culpables;
esa matriz de versión oficial siempre carga la responsabilidad sobre las víctimas.
La perspectiva que deshistoriza la violencia política legítima las tesis oficiales sobre los
díscolos grupos de izquierda y derecha, que serían quienes participaron en ese “juego”,
quedando en el “medio”, la “gente común”12. Esa es la mirada que nutre la formulación del
exitoso libro de Sebastián Carassai (2013), que desde su título (“Los años setenta de la gente
común…”) postula esa interpretación, formando parte de la colección de Siglo XXI dirigida
por Luis Alberto Romero. Otras investigaciones realmente críticas, como la de Belén Zapa-
ta, que busca “analizar las representaciones de la violencia política que la Nueva Provincia
impuso en la sociedad bahiense” (2014, p. 150), evidencia la construcción intencionada de
160 una perspectiva sobre la violencia política que acusa únicamente a quienes osaron rebe-
larse contra el orden social establecido.
No decimos que algunos investigadores compartan las funestas ideas de Massot: lo que
buscamos es reflexionar sobre ciertos usos de la noción de “violencia política”, que no cues-
tionan la matriz culpabilizante de la rebelión popular contra la injusticia estructural del
orden social capitalista.
12 “Oficialmente las autoridades han tratado de dar otra explicación, más ajustada a sus posiciones y conveniencias. En
tanto el país mayoritario lo muestra la presencia de 12 millones de hombres y mujeres en las urnas en procura de una
salida pacífica, díscolos grupos de la derecha reaccionaria y de la izquierda intemperante libran una batalla de fuegos
cruzados que tiene paralizada a la Argentina.” (Escobar y Velázquez, 1975, p.15).
13 “La violencia es siempre una consecuencia del conflicto; pero una relación de causa a efecto violencia-conflicto carece
de sentido porque pueden existir conflictos en los que no hacen aparición manifestaciones de la violencia. En efecto, la
violencia no es la consecuencia necesaria del conflicto” (Aróstegui, 1994: 30). En otras palabras, existen los conflictos y
contradicciones (de clase, de género, étnicas, ideológicas, religiosas, medioambientales, etc.) sin que necesariamente
se regostre un encuentro o confrontación de fuerzas.
Para ello es necesario formular un criterio amplio de “violencia”, de modo tal que nos
permita consignarla más allá de la manifestación de fuerza física, e incluir otras expre-
siones como el temor, la pobreza, la represión, la alienación, etc. (Aróstegui, 1994, p. 26).
El riesgo de ceñirse a una definición restrictiva, es dejar fuera los tipos de violencia que
van más allá del daño físico, como la amenaza (Aróstegui, Calleja y Souto, 2000, p. 58) o la
delación (Lvovich, 2018, pp. 77-79).
14 Entre la legislación represiva dictada por la “Revolución Argentina” se cuentan los decretos-ley: 16.984 de 1966
(prohibía la distribución por correo de propaganda “comunista”); 17.401 de 1967 (de represión al “comunismo” y
la “subversión”); 18.234 de 1969 (modificación a la 17.401 que sanciona la “actividad ideológica”); 18.799 de 1970
(reducción de habeas corpus) y la modificación de junio del mismo año al Código Penal, incluyendo la pena de
muerte tras el secuestro de Aramburu; 19.081, de 1971, que autorizaba la participación de las FF.AA. en operaciones
de seguridad interior, entre otras. Es importante además, de cara a nuestro estudio, el decreto 19.797 sancionado
el 22 de agosto de 1972, que penaba a quien difundiera cuestiones relacionadas a la Masacre de Trelew y a los
militantes asesinados.
Canosa enfatiza el rol de los partidos políticos conteniendo la protesta: “…en relación
con otros episodios del estilo, no se produjeron allí hechos de violencia (…) la capacidad que
los partidos políticos tuvieron, si bien no de controlar totalmente, al menos de contener y
encauzar la movilización, procurando marcar los límites de la radicalización de sus prác-
ticas y métodos de confrontación. En un contexto como el de octubre de 1972, estos tenían
además gran interés en que no se produjeran hechos de violencia que, como repetidamente
advirtieron, temían podrían contribuir a frustrar la apertura electoral prometida desde el
lanzamiento del GAN” (Canosa, 2005, p. 116).
15 “De acuerdo al testimonio de varios de ellos (partidos políticos), era necesario contener las medidas que podían
producir que la movilización desbordara su conducción orgánica favoreciendo hechos de violencia que brindarían a la
dictadura argumentos para la represión y para frustrar la apertura electoral” (Canosa, 2005, p. 104)
16 “La acción directa de los protagonistas del Trelewazo, inserta en esta tendencia insurreccional general, constituida por
fuera de los canales políticos e institucionales, corroía los cimientos de la dominación burguesa del Estado” (Grenat,
2009, p. 25).
17 Reconociendo en el ejercicio de la violencia popular una potencial clave emancipatoria. Como lo hace Fanon, se
considera a la violencia “haciendo referencia, no a su carga valorativa sino, más bien, a su condición de ejercicio
creador: la violencia entendida como mecanismo reorganizador de la realidad a través de la cual se configuran
identidades, instituciones, jerarquías” (Martín, 2015, p. 26).
18 “Entre estos dirigentes ‘más confiables’ se encontraba Santiago López, quien refiriéndose a su capacidad para
desactivar las propuestas de diversos ‘provocadores profesionales’ recuerda: ‘(...) gente llegada de afuera que
tenían otra forma de acción política, pero generalmente eran provocadores que trataban de exaltar a la gente con
propuestas como tomar la radio, ir a tomar el penal. Con lo cual se hubiera justificado una represión. Hubiera sido
un desastre y hubieran roto con la propuesta. Eso se controló muy bien, hay que señalar, la gente confió mucho en la
conducción, esta es una de las satisfacciones más grandes que tengo”. (Canosa, 2005, p. 106)
Comisión de Asamblea19. Estos últimos, desde su origen representantes de ese pueblo rebe-
lado y “en insurrección”, fueron quienes tensaron las relaciones políticas para conseguir la
liberación de los detenidos: de ese sector salió la propuesta de exigir la renuncia de Costa20
y las convocatorias a huelgas generales, propuestas criticadas por los grupos más conserva-
dores (partidos políticos, sindicatos participacionistas, gobierno, y prensa).
Si bien durante los días del Trelewazo casi no se registraron hechos de violencia física
163
directa21, la violencia del régimen estuvo siempre latente, condicionando el proceso polí-
tico, buscando frenar su radicalización e intentando impedir la participación popular. En
verdad decir que no hubo violencia física encubre el hecho que se inscribe como origen de
este proceso: el secuestro de un conjunto de militantes políticos de la región, por parte de
las fuerzas represivas.
19 Existían 3 comisiones dentro de la Asamblea del Pueblo: “a) Comisión Interpartidaria constituida por los partidos
políticos que en el mediodía del miércoles 11 convocaron a una asamblea popular; b) Comisión de la Organización,
formada del seno de la Asamblea y c) Comisión Coordinadora, integrada por las dos mencionadas, como una forma
de darle representación a organizaciones no partidarias en las decisiones que tomen los partidos políticos” (Jornada,
21 de octubre de 1972, p. 4). Explica Fernández Picolo: “Si bien los partidos políticos continúan encabezando la
protesta, se distinguen dos grupos: Uno corresponde a los políticos tradicionales que formalmente parece que
están al frente de la protesta, y el otro son los asambleístas, integrantes de líneas internas combativas y con una
importante militancia que supera los ámbitos partidarios –sea el Encuentro Nacional de los Argentinos, los gremios
y la lucha por los presos políticos- y que constituye una práctica política distinta” (2015, p. 196).
20 Jorge Costa, militar nombrado interventor federal de Chubut por la dictadura que encabezaba Onganía. Ejerció el
gobierno de la provincia desde agosto de 1970 hasta el retorno del régimen constitucional, en mayo de 1973.
21 Sólo se registraron algunos enfrentamientos en los piquetes de huelga.
Ello se observa en los posicionamientos editoriales del diario Jornada, el más tradicio-
nal de Trelew22. La violencia discursiva se usa para “desactivar” o invalidar propuestas
“radicalizadas” o que podrían atentar contra la gobernabilidad y la “paz social”. Se cierne
una amenaza de violencia que busca desmovilizar: “…debe primar la inteligencia, para
que la voz no se interne tan profundo que llegue a desbordar en lo imprevisible. Y entonces
será tarde para arrepentirse” (Jornada, 15 de octubre de 1972, p. 4); o, casi igual en el duro
tono de la “advertencia”: “No demos lugar a otra cosa, que mañana podamos lamentar”
(Jornada, 15 de octubre de 1972, p. 3).
También estaba presente el clásico llamado contra los “agitadores” o aquellos “ajenos”
a la región: “…hubo entendimiento para efectuar un sólido control del desenvolvimiento de la
asamblea, en la cual puede ser admisible ciertos desbordes entusiastas de los más jovencitos
pero impropios de personas maduras, no muy identificadas con el medio social local y hasta
quizás, ajenos al mismo” (Jornada, 16 de octubre de 1972, p. 9).
También una línea interna del peronismo, el Movimiento Bases Peronistas, destacaba la
necesidad de: “no hacer el juego a ‘quienes quieren crear un clima anárquico’ y se muestra
contrario al anunciado paro general de mañana”, preguntándose si lo que buscan “es un
interventor militar mano dura que nos muela a palos a todos o bien se está obrando para
que Trelew se convierta en merienda de gatos de lo que la línea antinacional saque tajada”
(Jornada, 19 de octubre de 1972, p. 8).
164
Esas recurrentes recomendaciones de prudencia, iban de la mano con la tendencia a
resaltar la capacidad de mediación institucional de los actores políticos tradicionales: “el
pueblo ha encontrado en el cauce que le ofrecieron sus dirigentes políticos la forma de ex-
teriorizar su indignación con una altura cívica elogiable (…) sin desmanes, con dignidad”
(Jornada, 15 de octubre de 1972, p. 4).
Es bien diferente la postura que tiene el Partido Socialista Popular, que en sus pronun-
ciamientos se aparta de la actitud especuladora ante la salida electoral que sostenían otros
espacios políticos: “Hacer saber que entiende que dada la situación creada, el clima de
inseguridad y la existencia de presos políticos chubutenses, todo proceso electoral queda
invalidado y en tal sentido insiste en que antes de la hora de las candidaturas, es la hora de
la resistencia a los desmanes de la dictadura militar” (Jornada, 16 de octubre de 1972, p. 8).
22 Que enfatiza y reproduce un discurso cívico que enarbolan también los sectores liberales y conservadores: “Lo ha hecho
[la asamblea] dentro de un marco de mesura y responsabilidad, que en vano pretendieron alterar algunos elementos
agitadores de profesión para incitar a la realización de actos subversivos” (Jornada, 15 de octubre de 1972, p. 4).
defensores de presos políticos). Como vemos la violencia política (o la política violenta) del
régimen no dejaba de operar, sea discursiva o físicamente, como amenaza o acción directa.
Por el lado del campo del pueblo, la discusión en torno a “la violencia” se utilizaba para
construir legitimidad en torno a las medidas de acción directa. Esas acciones “radicaliza-
das” (esto es, que tensaban las relaciones políticas tradicionales y suscitaban disputas al
interior de la Asamblea) se expresaron en las huelgas23, las movilizaciones por las calles
céntricas y las barriadas de la ciudad 24, y fundamentalmente, en el reclamo de la renuncia
del interventor Costa.
Así, el “Manifiesto de la Asamblea del Pueblo”, sostenía: “No negamos que existe la sub-
versión, porque donde existe la violencia institucionalizada de quienes ostentan el título
de gobernantes, existe también la violencia de los que valientemente levantan la bandera
de la lucha por los derechos de la persona humana. Los primeros están ‘amparados por las
leyes’, tienen la fuerza y son los servidores del imperialismo, y están viendo zozobrar sus
privilegios” (El Chubut, 13 de octubre de 1972, p. 9).
Entre los partícipes más activos de la Asamblea se destacaron algunas oradoras, como
Teresa Belfiore de Carmona, docente universitaria: “¡Pueblo de Trelew! El pueblo es el due-
ño de los sagrados principios de la libertad. Sólo en libertad el pueblo puede tener la paz
(…) los que condenan los actos de violencia no se dan cuenta o no quieren pensar que hay
causas violentas que impone la revolución (…) Las gestas de nuestra emancipación fueron
violentas. La lucha por nuestra organización nacional también fue violenta. La hora pre-
sente es una hora de cambios. Los pueblos del mundo viven. No estamos solos pueblo de
Trelew” (El Chubut, 14 de octubre de 1972, p. 6)
rias del poder27. La praxis contra institucional es lo que se invisibiliza tras la “acusación”
unificadora y simplista de “violencia”, solamente porque eran iniciativas que desbordaban
la institucionalidad burguesa.
La “delación” también operó como otra forma de “violencia política”, en tanto que anó-
nimamente se denunciaba a un adversario acusándolo de “subversivo”. Esta temática es
trabajada por Daniel Lvovich (2018), quién sostiene que “El control dictatorial sobre la po-
blación solo se pudo desarrollar por la existencia de una sociedad que se patrulló a sí mis-
166 ma” (2018, p. 77), sosteniendo que la praxis del terrorismo de estado operó como “productor
de subjetividades obedientes y potencialmente punitivas” (2018, p. 79).
La situación fue reclamada al gobierno provincial por la Asamblea del Pueblo, exigien-
do que se informasen los nombres de los delatores29; indirectamente la acusación recayó
sobre la CGT regional, y esto motivó que sus principales dirigentes publicasen un descar-
go30. Gilberto Hughes (dirigente de la CGT y de Luz y Fuerza), el principal sospechado de
haber hecho las denuncias, en 1969 ya había tenido una actitud desleal hacia Agustín Tos-
co31, cuando este último se encontraba detenido en la cárcel de Rawson, tras haber sido el
principal referente del “Cordobazo”32.
27 La lucha por la construcción de la memoria (ver Portelli, 2016, Binder, 2018; Flier, 2018) en torno a estos hechos es
permanente en la región. Para la conmemoración de los 41 años del Trelewazo, el intendente de Trelew realizó un
acto cerrado en la municipalidad con invitaciones exclusivas y sin participación popular. No es inocente que esa sea
la forma de “recordar” la experiencia de inclusión y participación popular que significó la Asamblea del Pueblo.
28 Recordemos que desde el golpe de estado de 1955, que había derrocado el gobierno constitucional de Juan Domingo
Perón, el peronismo se encontraba proscripto e imposibilitado de participar en las contiendas electorales que se
realizaban. Estas eran desarrolladas bajo el estricto control de las Fuerzas Armadas (Schneider 2005; James, 2006).
29 Reunidos los partidos políticos con el ministro de economía de Chubut, “Santiago López (UCR) enfatizó en la
necesidad de que los casos de delaciones, causantes según la comunicación oficial, de las detenciones y por tal
motivo de la tranquilidad pública no debía repetirse (…) En el mismo sentido el Ing. Silvio Grattoni (Justicialismo)
señaló que era necesario proveer la información pertinente en cuanto a la identidad de los delatores” (Jornada, 17
de octubre de 1972, p. 4).
30 “Los hechos recientes de Trelew deben merecer un sereno y meduloso análisis de parte de toda la ciudadanía sin
exclusiones, pero con mayor responsabilidad de los dirigentes políticos, porque se ha llegado a un extremo de
sofisticación tal que aquellos mismos hombres y mujeres que tuvieron la desgracia de su detención en Villa Devoto han
coincidido, salvo excepciones, en señalar que los miembros de la CGT regional, en forma muy particular quien suscribe,
han sido los delatores que solicitaron su prisión” (Jornada, 19 de octubre de 1972, p. 4; firmado por G. Hughes).
31 Dirigente del sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, principal referente nacional del sindicalismo de liberación y
una de las figuras emblemáticas del “Cordobazo” (Iñigo Carrera, Grau, Marti, 2014).
32 La sucesión de protestas populares que surcaron el territorio de Argentina durante los años que van de 1969 a 1972 son
En aquella ocasión Hughes acercó su “solidaridad” gremial a Tosco, ya que ambos in-
tegraban la misma federación sindical a nivel nacional. Tosco le entregó un petitorio para
llevar a la prensa, donde denunciaba las condiciones del penal: “… a Gilberto Hughes le
interesaba más consolidarse como ‘colaborador’ directo de la dictadura y mantener la flui-
dez de sus relaciones con las fuerzas policiales que solidarizarse con un sindicalista como
Tosco, según lo revelan sus propias declaraciones: ‘De la publicación tomó conocimiento el
entonces Jefe de Policía, señor Himschoot, quién se ofreció a mediar ante las autoridades
del penal para evitar que la publicación pueda perjudicar la situación’ (Jornada, 26 de sep-
tiembre de 1972, p. 4)” (Fernández Picolo, 2015, p. 111, citando declaraciones de Hughes).
Observamos cómo durante el Trelewazo fue permanente la presencia, sea tácita o ex-
plícita, de diversas formas de violencia, con distintos grados, sentidos, usos y orígenes.
Supongamos (se trata de una abstracción en definitiva) que los hechos en Trelew hubiesen
desbordado aún más el “encauzamiento” institucional, escalando el conflicto, profundi-
zando la crisis y registrando enfrentamientos callejeros. Así sucedió en el “Rocazo”, sólo
tres meses antes en la provincia de Río Negro, donde “una porción más que importante
de los habitantes de esta ciudad tomó las calles y se enfrentó con piedras y barricadas a la
policía y a los efectivos del ejército enviados a resguardar el orden” (Ramírez, 2003, p. 7).
Esto se presenta sin análisis del gradiente; es decir la violencia que ejerce el estado
terrorista, junto con los cuestionamientos de las bases contra las dirigencias tradiciona-
les, o el accionar de los piquetes de huelga, parecieran mostrarse como si fuesen fuerzas
simétricas, iguales… Así se desdibuja el origen estatal-patronal de la supuesta “espiral de
violencia”, ocultando la indiscutible asimetría de poder.
Esa asimetría sí se evidencia, de manera palmaria, aquí: “En nombre de la Juventud Pe-
ronista de Rawson habló el señor García, quien expresó que traía desde Rawson ‘la solida-
ridad de las barriadas y su fe inquebrantable en la lucha popular’. Concluyó diciendo que
‘el despliegue de tanques ametralladoras y uniformes que observa en Rawson, no condice
con la miseria de las barriadas ribereñas’.” (Jornada, 20 de octubre de 1972, p. 1).
más que conocidas en la historiografía regional. El emblema de ese movimiento fue el “Cordobazo”, una insurrección
obrera y popular que debilitó a la dictadura de Onganía y abrió una nueva etapa en la correlación de fuerzas sociales
en el país. La bibliografía sobre el tema es amplia y en constante elaboración. Dos investigaciones fundamentales
son Balvé y Balvé (2005) y Balvé y otros (2005). Debido a que durante el año 2019 se conmemoraron los 50 años de
estos hechos, se han publicado varios dossiers: optamos por destacar esos nuevos aportes. Entre otras recopilaciones,
citamos la publicada durante el año 2014 en la revista Archivos (con artículos de M. Mestman, M. Mangiantini, A.
Celentano y C. Mignon), en 2019 en la revista Aletheia (con artículos de M. C. Tortti, M. González Canosa, A. J. Ramírez,
H. Camarero, M. Mangiantini, N. Pis Diez, L. Rubinich, L. Verzero, J. Sahade, V. Sampietro, I. Jaschek, M. Lanteri, E.
Soler, S. Basterra, L. Albañir) y también en 2019 en la revista Hic Rhodus (con reflexiones y documentos de Rubinich,
E. Grünner, J. Altamira, S. Paris y N. Flexer). Existen convocatorias vigentes en la revista Conflicto Social (dossier
coordinado por G. Seia y R. Laufer) y en Cuadernos de Historia, de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba. También dicha Universidad editó, recientemente, el relevante libro de M. L. Ortiz (2019).
La política violenta del estado terrorista continúa entre ambos hechos. En el campo del
pueblo se fue acumulando fuerza moral, suscitando una respuesta masiva en octubre, cuyo
origen no puede comprenderse si se fragmenta ese proceso de lo ocurrido en Agosto: no sólo
porque los castigados en Octubre fueron los miembros de las Comisiones de Solidaridad,
sospechados de colaborar con la fuga, sino porque el régimen represivo mantuvo la decla-
ración de zona de emergencia y la militarización de la cotidianeidad, combinando un clima
de terror y vigilancia que fue lacerando el conjunto de las relaciones sociales.
Esta perspectiva no debe llevarnos a suponer que existe una explicación monocausal de
acción/reacción ante lo que pueda vivenciarse como un problema de “abuso de autoridad”.
Estos sucesos expresaron el enfrentamiento entre fuerzas sociales, que con el Trelewazo
terminó desbordando lo institucional.
Nosotros, sin rechazar esa explicación, creemos que el detonante decisivo fue la masiva
afluencia del pueblo desde las barriadas. Esos nuevos obreros migrantes, llegados reciente-
168
mente al polo desarrollista en crecimiento, pusieron en las calles sus cuerpos insurrectos.
Esa presencia transformó la correlación de fuerzas; sin ellos no hubiese habido insurrec-
ción popular.
Pero entonces, ¿qué produjo que esos sujetos populares se “activen”? La clave fue la sin-
cronización en torno a una demanda general que articuló a los sectores sociales y fuerzas
políticas en lucha contra el gobierno provincial y nacional. A partir de allí se motorizó la
insubordinación popular, que para el campo del régimen es, de por sí, siempre violenta.
La Comisión de la Asamblea fue el corazón de las medidas disruptivas, que por ello eran
resistidas por los sectores conservadores. Esa comisión, originada desde y en la asamblea,
en la democracia directa, sólo se pronuncia en relación a la violencia para denunciar la
praxis del estado represivo; nunca se refieren a la “violencia” en términos abstractos, sin
explicar su origen o sus objetivos.
demonios: si la clave es “evitar” que se desate la violencia, se entiende que quién la desata-
ría sería el pueblo insurrecto.
Esa perspectiva, propia de los sectores más cercanos al poder durante el Trelewazo,
es la que también se evidencia en las miradas historiográficas que abordan el concepto
de “violencia política” sin historizarlo, sin definir causas y objetivos. No hay violencia en
abstracto. Por ello postulamos la necesidad de pensar la “política violenta”, analizando
sus condiciones de producción, origen e intenciones. En una sociedad dividida en clases la
política (entendida como la praxis que intenta modificar o sostener la relación de fuerzas
existente), es, siempre inevitablemente violenta, ya que implica la necesidad, presente o
futura, de ejercer el poder sobre un otro que pretende impedir nuestro proyecto.
Esa política violenta siempre latente es la que se observa, a cada paso, en el caminar del
Trelewazo. Desde esa matriz sí puede analizarse la violencia, como praxis, sin pretensión
de culpabilización moral o ética, sino como una dimensión inescindible del específico de-
venir histórico-político a ser estudiado.
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COMENTARIOS
BIBLIOGRÁFICOS 173
BOOK REVIEW
Hacía falta una investigación de este tipo en Chile. Por lo general, el área de la historiografía
nacional ha suscitado poco interés entre los historiadores y, salvo excepciones, se le ha re-
ducido a inventarios, catálogos y homenajes póstumos. Sin embargo, en los últimos años se
observa un relativo incremento de las investigaciones de este tipo (Villalobos, 2007; Aravena,
2009; Gazmuri, 2009; Góngora, 2015; Pinto, 2016; Grez, 2019), pero aún es escaso. Por esta
razón, agradecemos la publicación de estudios que visibilizan la relación entre las tendencias
historiográficas del siglo XX chileno y los regímenes de historicidad a través de diversos pro-
cesos de carácter ideológico, científico, intelectual y, ¿por qué no decirlo?, políticos.
Desde sus orígenes, los historiadores chilenos tuvieron una profunda vinculación con sus res-
pectivos compromisos políticos, tal como se evidencia en la historiografía liberal del siglo XIX
y, en el siglo XX, en las diversas corrientes de la historiografía chilena: la conservadora, mar-
xista, de los Annales, la nueva historia social y la nueva corriente conservadora, entre otras.
Dicho lo anterior, la elección de Gonzalo Vial como sujeto histórico no solo es relevante por
la ausencia de estudios sobre este tema, sino también por el rol importante que desempeñó
dicho historiador en la legitimación de las ideas conservadoras en el país durante los últimos
50 años. Vial fue uno de los intelectuales más influyentes en el terreno público de la historia,
la educación y la política del país. Un intelectual extremadamente complejo, al que no se le
puede atribuir un pensamiento “monolítico”. En efecto, Vial fue un importante historiador de 175
la vertiente conservadora, fundador de dos revistas radicalmente opositoras al gobierno del
presidente Salvador Allende, uno de los redactores del Libro Blanco del cambio de gobierno en
Chile, y, a partir de la crisis económica de 1982-83 - y no antes -, crítico de las violaciones de
Derechos Humanos perpetradas por los aparatos represivos del Estado tras ser nominado Mi-
nistro de Educación por la dictadura militar, lo que llevaría al presidente del primer gobierno
de la transición, Patricio Aylwin Azócar, a invitarlo a participar en la Comisión Nacional de
Verdad y Reconciliación.
1 Chileno. Programa de Magíster en Historia Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor de Historia y Geografía
Universidad de Chile. Mail: gsvillar@uc.cl
En el segundo capítulo González describe el destacado rol que desempeñó Gonzalo Vial du-
rante los primeros años de la dictadura militar. Vial fue el legitimador intelectual del modelo
dictatorial que se impuso en Chile tras el golpe de Estado de septiembre de 1973. González
afirma que Vial, miembro del equipo editorial del semanario Qué Pasa, persuadió a la Junta
Militar para refutar las denuncias que formulaban los organismos internacionales respecto
de la violencia estatal, con la creación de un discurso que justificara el golpe de Estado (p,
60). Anónimamente, entonces, elaboró, una argumentación falaz, que fue difundida con el
nombre de Libro Blanco. Su objetivo era impactar a la “opinión universal” haciendo pública
y conocida que la acción de las fuerzas armadas “desmontó un autogolpe planeado por la
izquierda, cuyo objetivo era establecer una dictadura totalitaria, después de eliminar a una
serie de civiles y militares de la oposición al gobierno” (p, 60).
González plantea, además, una hipótesis interesante que habría que verificar y que podría
transformarse por sí misma en objeto de investigaciones: que el proceso de radicalización de
la violencia de los aparatos represivos de la dictadura militar en Chile fue influenciado por
“la revolución de los claveles” en Portugal, de abril de 1974. Este proceso habría sido, según el
autor, “el ejemplo oportuno para que Pinochet tomara medidas al respecto” (p, 100). Volviendo
al tema central del libro, González explica que, en los años inmediatamente posteriores al gol-
pe de Estado, Vial rechazó y ocultó constantemente las graves denuncias de violaciones de los
Derechos Humanos que diversos organismos nacionales e internacionales formulaban en con-
tra de la dictadura y los organismos represivos del Estado. Sin embargo, a partir de 1977, Vial
dio un vuelco político, involucrándose directamente desde su nombramiento como Ministro de
Educación, en una campaña en contra de Manuel Contreras, jefe de la Dirección Nacional de
Inteligencia – DINA – y de denuncia de las violaciones de los Derechos Humanos en Chile (p, 59).
En el capítulo III, González explica los esfuerzos que desplegó Vial para intentar dar vida a un
proyecto cultural de corte nacionalista en educación, replicando el proyecto neoliberal que
176
se imponía en el plano económico. El nacionalismo de Vial no se opuso a la imposición de la
ortodoxia económica neoliberal ni a sus consecuencias económico-sociales. Por el contrario,
reclamó unidad frente al largo camino que se habría de recorrer, bajo el liderazgo de las Fuer-
zas Armadas y de Pinochet, jefe de Estado y autoproclamado “presidente de la república”(p,
92). De hecho, como explica González, para Vial la ruptura con el ordenamiento anterior de-
bía ser tan profunda que la reglamentación de la “nueva institucionalidad” debía encarnarse
en un nuevo cuerpo legal que fuera capaz de amoldarse a una realidad particular (p, 94).
Sin duda, el IV es el capítulo más interesante del libro, titulado El primer volumen de Historia
de Chile: la legitimación histórica del nuevo proyecto social (1981). A pesar de que González ad-
vierte en la introducción que su obra no se enfoca en lo historiográfico, resulta llamativo que lo
mejor logrado de su trabajo sea precisamente la exposición de los argumentos históricos de Vial
para legitimar la dictadura. El autor plantea de forma lúcida que la Historia de Chile de Vial fue
una construcción histórica que intentó armonizar los elementos ideológicos que caracterizaban
a los sectores neoliberales y gremialistas y, también, un mensaje indirecto a las clases dominan-
tes sobre la necesidad de consolidar en el largo plazo los logros alcanzados en dictadura. Según
González, Vial se propuso que los políticos se aproximaran a las causas que habrían producido
el resquebrajamiento de la “unidad nacional” y comprendieran, que los objetivos que se plan-
teaba la dictadura eran “patrióticos” y no “facciosos”; por lo tanto, su misión, legitimada por
un discurso claramente refundacional, era recomponer los consensos rotos (p, 120). Cabe men-
cionar que el texto de González se hubiese enriquecido con la interesante interpretación que
hiciera Felipe López Pérez de la estructura narrativa de Gonzalo Vial (López, 2013).
Asimismo, Mario González se refiere al rol de Vial frente a las violaciones de los Derechos
Humanos en dictadura. Según el autor, el problema para Vial no era tanto si se reprimía o no,
sino que después de 12 años la política de exterminio del “adversario” seguía siendo tan bru-
tal y sistemática como en 1973 (p, 171). En este sentido, el autor plantea que, para Vial, identi-
ficar a los responsables particulares e individuales de las violaciones de Derechos Humanos,
significaba que se eximía de alguna manera de responsabilidades a quienes no estuvieron
relacionados materialmente con este tipo de crímenes (p, 176). Fue así como a partir de estos
planteamientos, Vial pasó a integrar una Comisión que reconoció las violaciones de los Dere-
chos Humanos cometidas por agentes del Estado durante la dictadura (p, 178).
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178
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orden alfabético y cronológico, siguiendo las siguientes formas:
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Ríos, N. (ed.). (2010). Para el análisis del Chile contemporáneo. Aportes desde la Histo-
ria Política. Valparaíso: Ediciones Taller de Historia Política.
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the Thesaurus of Unesco (http://databases.unesco.org/thessp/). Both the summary and the
key words should be in Spanish language and English.
The formal structure of the article should be as it follows: 1) title (centre and bold), 2)
author identification (aligned to the right specifying name and both surnames, institu-
a) Formal aspects: compliance of the orthography rules, writing and others included in
“the instructions for the authors”.
b) Title and summary: clear and precise description of the topic of the article.
e) Bibliography and sources: use of updated bibliography and variety of sources rela-
ted to the adopted problem. It is positively assessed the use of primary sources.
f) Results: clear and explicit presentation of the investigation results in the conclu-
sions.
Quotes and bibliographic references will be done using the APA-Harvard system that
establishes, among other, the following format:
SECUNDARY SOURCES
186
Book with one author
Valdivia, V., Álvarez R. y Pinto, J. (2006). Su revolución contra nuestra revolución. San-
tiago: Lom Ediciones.
Fontaine, A et.al. (2008). Reforma de los partidos políticos en Chile. Santiago: PNUD,
CEP, Libertad y Desarrollo, Proyectamérica y CIEPLAN.
Ríos, N. (ed.). (2010). Para el análisis del Chile contemporáneo. Aportes desde la Histo-
ria Política. Valparaíso: Ediciones Taller de Historia Política.
Internet references
PRIMARY SOURCES
They must be included in the text, indicating between brackets the name of the newspaper, 187
date and page(s). example:
... tal como se indicó en aquellos tiempos (La Tercera, 18 de Febrero de 1998, p.6), el
gobierno debió ceder…
Audiovisual references
They must be included in the text, indicating between brackets the name of the director
and the release date(s). Example:
In the case of the bibliographic reference it must be written at the end of the text the sur-
name of the director, release date in brackets, name of the documentary or film in italics
and length. Example:
Divergencia journal requests the authors to grant the author’s rights in order to reproduce,
publish, edit ,include , communicate and broadcast the materials and articles publicly, in
any way, through electronic means, optical or any technology, for exclusive scientific, cul-
tural, of diffusion and nonprofit purposes.
The deadline to forward the “declaration of originality and rights cession of written
work” is seven days after been informed about the acceptance. If you do not meet the dead-
line it will be understood that you renounce the possibility to publish in Divergencia .
Divergencia journal reserves the right to correct grammar, orthography syntax, etc.
errors that might exist in the articles, without informing the authors in advanced and wi-
thout affecting the content or sense of the article with these changes.
The authors will send their collaborations only via e-mail, in a format compatible with
Microsoft Word (“doc” or” docx”).
The bibliographic reviews can have a maximum length o f 8 pages, letter page format
with default line spacing (1, 5), Arial 12 font, and it must be about a book not older than 5
years starting from the announcement date.
The essays can have a maximum length o f 12 pages, letter page format with default line
spacing (1,5) ,Arial 12 font, and they must embark critically upon topics of political conver-
gence, either Chilean or/and Latin-American, in order to generate debate, proposals and in
short, to generate critical opinion regarding the topic mentioned.
188
For quotations, it will be used APA-Harvard, which was explained in “Format and pre-
paration of the articles”, presented above.
The selection for the bibliographic reviews and the opinion essays will be made by the
editors and/or by some members of the Editorial committee.
COLLABORATIONS FORWARDING