Clase 5 - Crónicas Patrióticas
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Clase 5 - Crónicas Patrióticas
Taller de Periodismo
Prof. Daiana Rivarola
Actividad de inicio
Los estudiantes leerán la siguiente crónica para recuperar las características del tipo
textual y su estructura:
“Crónica del chico que se guarda el flancito”
En: https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-304478-2016-07-17.html
Por Martín Granovsky
Los chicos están eufóricos: hoy hay flan. ¡Y con dulce de leche! Miran con ganas los baldes
que las dos empleadas del comedor van repartiendo con su rutina perfecta. Extraen el flan de
un balde y el dulce de otro y cada cucharón de flan tiene la misma cantidad que otro cucharón
de flan. Los chicos comen su porción en alrededor de cinco segundos y se relamen. Salvo uno.
Serio, saca un pequeño tupper de la mochila, toma el flan y lo guarda. Uno de los directivos de
la escuela justo camina en ese momento por el comedor y ve la escena de reojo. “Seguro está
guardando el flan para repartirlo en la casa con los hermanitos”, supone. Y llora.
—¿Qué voy a hacer? ¿Le voy a prohibir que se lleve el flan? –pregunta el directivo.
Es una pregunta retórica, claro, como tantas otras en este día helado de julio en La Matanza.
Son las doce y el día sigue fresco. Muy fresco. Las escuelas o no tienen estufas, o tienen dos o
tres. En los comedores no hay ninguna. Sin que nadie les haya recomendado no andar en
remera los chicos llegan a la escuela abrigados. Polar, campera, bufanda tejida. Y se dejan
todo puesto porque hace frío en esos ambientes altos.
Ni los maestros ni los directores ni las directoras que conversaron con Página/12 se pasaron un
milímetro de su función. Nadie incurrió en el equivalente simétrico del “Sí se puede” con el que
Mauricio Macri arengó a chiquitos de nueve o diez años el último 20 de junio. Pero en muchos y
muchas de ellos empieza a cundir el miedo o el cuidado ante posibles represalias. Por eso esta
crónica precisa de un pacto con los lectores. Un pacto de credibilidad. Nada de lo que se
publica es fruto de la imaginación. Todo fue recogido de relatos u observaciones directas en
escuelas de La Matanza, el mayor distrito de la provincia de Buenos Aires, con más de dos
millones de habitantes y destino principal de las migraciones internas, sudamericanas o dentro
del país. Migraciones constantes, con asentamientos nuevos cada día, que cambian el tablero
de necesidades y agigantan la demanda de soluciones. Hay 210 escuelas primarias, 183
secundarias, catorce escuelas técnicas y 19 escuelas especiales. Desde que Carlos Menem
decidió atomizar la educación y la salud, todas dependen del Estado bonaerense.
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Por ese pacto con los lectores no habrá nombres de personas ni identificación de escuelas que
pertenecen a ese universo de escalas chinas o brasileñas.
Es una lástima, porque sería bueno nombrar a esa maestra que después de cuatro horas de
clase divierte unos minutos a los chicos para sacudirles algún sopor que les pueda haber
quedado.
Chicos: “¡A!”.
Chicos: “¡da!”
Chicos: “¡ca!”.
Pero mejor no nombrar a la maestra, así nadie la baja del tren educativo.
Tampoco a otra que en un momento de relax pregunta de qué cuadro son. Casi todos gritan
Boca. River sale segundo. Racing lejos, con uno. El pizarrón muestra una clase de matemática.
La multiplicación se enseña con las seis cuotas de una heladera. En el pizarrón figura con un
precio de 6200 pesos.
–La dejamos barata –dice la seño–. Ojalá me pudiera comprar una a ese precio.
–La matemática no los incluye –sonríe la seño–. Estoy enseñando a dividir y multiplicar por
seis.
Las aulas de las escuelas donde van los chicos más vulnerables y vulnerados de La Matanza
reflejan trabajo. Mucho trabajo de los alumnos y de los maestros. Las letras tienen carteles con
dibujitos de colores. La B es de babero, barrilete o botella. La F, de farol, flor y foca.
En un pizarrón quedó registrado el estudio de los animales. “Todos tienen diferente ropa”, dice
el cartel. Aparecen fotos pegadas de una gallina, un león y una víbora. Plumas, pelo, escamas.
El mejor lugar de cada escuela es para los libros. Para que no los ataquen ni la humedad ni las
ratas.
Entrar a una escuela es subir varios escalones en organización social, en escucha, en orden
creativo, en atención de los derechos de los chicos.
La SUBE
Una de las escuelas atiende a un grupo de madres y padres. Más de ellas que de ellos.
–Soy paraguaya –dice como si hiciera falta–. Y mi nene es argentino. Como el que llevo
adentro y está por venir.
–No tengo documentos y me queda lejos para sacarlos. Vendo zapatos que consigo por ahí.
Ahora no mucho, porque ya a la gente le sobran menos zapatos. Caminando no llego a
atenderme por el asma. Los chicos también tienen asma y no puedo hacerlos caminar. Y no
tengo dinero para la SUBE.
La SUBE es un gran tema. El nivel de vida implica gastos tan ajustados que ya no se trata solo
de medir la incidencia del transporte en las compras cotidianas. Con las nuevas tarifas dos o
tres viajes juntos pasaron a ser un lujo.
El tiempo tiene valor cero. O al revés: es un enorme gasto. El centro sanitario más cercano
obliga a estar a las cuatro y media de la mañana para sacar uno de los diez turnos diarios de
pediatría.
–Estoy allá abajo. El agua del arroyo se mete en la casa y a veces tarda mucho en irse. La
humedad que se queda es horrible. Cuando desborda el arroyo, de los pozos del baño sale de
todo.
En caso de inundación los grandes se quedan en casa y los chicos van al colegio. Los chicos
van para estar abrigados, o por lo menos secos. Los grandes no se van por miedo a que al
volver encuentren pelado lo que de por sí ya es ralo en bienes. “Solo vendemos algo en la feria
y a veces pasa alguien y con maldad nos saca todo. En la casa sería peor.”
El tono de los que sufren el humedal mezclado con el frío es descriptivo. Sería tentador hablar
de resignación. Sin embargo, parece otra cosa. El tono neutro de quien está acostumbrado a
vivir así y no quiere cargar las tintas en la queja, tal vez porque debería pasar de la tolerancia a
la desesperación y trata de evitar la desesperanza.
–Me siento muy mal y les pido ayuda. Mis criaturas están enfermas y yo también. Estoy mal de
los pulmones. Tengo los pulmones débiles. Quisiera que viniera a ver donde vivo. Ya no tengo
medicamentos, y si los tengo no los puedo tomar porque estoy en ayunas siempre. Y no se
pueden tomar medicamentos sin comer antes.
Tampoco tiene asignación. Tampoco tiene DNI. Tampoco tiene para la SUBE.
Arregla con directivos y maestras para llevar sus datos y conseguir la AUH pero su lucha con la
Sube es inmediata. Ya mismo necesita una carga porque los problemas pulmonares –quizás la
tuberculosis– le impiden caminar.
La maestra que está mejor gana doce mil pesos por mes. Su tono cuando habla del ingreso
propio también es neutro, porque aquí no está discutiendo el convenio sino comparando su
vida con la de aquella madre. Usa el tono neutro que refleja una costumbre y una naturalidad
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con ese tipo de situaciones. No hay proclama de heroísmo civil ni de altruísmo. Ninguna pose.
Se nota la certeza de que ésa no será la última vez en que una maestra carga la SUBE de una
madre.
Locos
El club de barrio está al tope. Mucha gente y pocos autos. El más nuevo es un Fiat Duna color
lacre. Unos micros esperan sobre el barrial de entrada, porque viene lloviendo y la arcilla tarda
más en secar, unos micros esperan. Cuatro escuelas festejan el bicentenario del 9 de Julio.
–Las cuatro se crearon al mismo tiempo y crecieron juntas –cuenta una de las directoras–. Es
un fenómeno lindo porque tienen una identidad fuerte.
A la entrada, hacia la izquierda, madres y padres, y más bien madres, venden empanadas,
locro y chipá.
En el estadio del club cientos de chicos revolotean dentro de la formación de cada grado.
Cientos de celulares centellean. Fotos, fotos, fotos. Videos. Quienes están aquí no parecen
haber viajado a Disney como parte de la fiesta que pintó un economista. Pero los teléfonos fijos
ya no existen. Es el tiempo de los celulares con tarjeta y con la suficiente memoria y definición
de pantalla como para que padres y madres saquen fotos. Todos parecen haber trabajado
fuerte. En el escenario diez chicas vestidas de combatientes de Martín Miguel de Güemes
exhiben felices sus vestidos punzó color poncho salteño. Y sus trenzas.
Resuenan fuerte los acordes de un clave. Inconfundible el arreglo de Ariel Ramírez, que
también compuso la música de la hermosa poesía escrita por Félix Luna. Arranca Mercedes
Sosa: “Juana Azurduy/ flor del Alto Perú./ No hay otro capitán/ más valiente que tú”.
Frente a las chicas de Güemes, diez chicos tienen en su mano un cetro. Golpean en el piso ese
bastón que viene de los alcaldes indígenas y sirve para afirmarse en la montaña. Bailan. Las
chicas son más sueltas. Los chicos, más pataduras. Como corresponde. Delante del escenario
se prepara para subir todo un grado con sombreros de paisano. Y otro grado con gorros de
colla que forman una Quebrada de Humahuaca multicolor en La Matanza.
Mercedes Sosa de nuevo: “Truena el cañón/ préstame tu fusil/ porque la revolución/ viene
oliendo a jazmín.”
En el escenario un cartel en celeste y blanco dice: “La educación y el conocimiento son la base
de la libertad”.
Lee su discurso la directora. “Junto con las actas de la Independencia los congresales de
Tucumán redactaron el Manifiesto de Agravios cometidos por el rey y los españoles”, narra. Y
cita uno de los agravios: “Desde que los españoles se apoderaron de estos países prefirieron el
sistema de asegurar su dominación exterminando, destruyendo y degradando pueblos enteros,
quedando sepultados entre las ruinas, pereciendo con el antimonio, bajo el diabólico sistema
de mitas”.
La directora no se pierde una módica ironía. “No existía angustia por separarse de España”,
dice sin nombrar al Presidente ni a su frase pronunciada en Tucumán ante el emérito rey Juan
Carlos de Borbón. “Existía bronca y dolor.” La directora basa su interpretación en una cita de la
famosa carta de San Martín al diputado cuyano Tomás Godoy Cruz. “¿No le parece a usted
una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cucarda y por último hacer la guerra al
soberano de quien hoy se cree que dependemos de ellos? ¿Hasta cuándo esperaremos para
declarar nuestra independencia?”.
También cita a Manuel Belgrano: “Somos locos porque pensamos que todos los hombres
nacen iguales y libres”.
Conclusión del discurso: “Hoy las escuelas del zonal nos unimos a esa locura manifestada en
este Bicentenario. Creemos que las escuelas son legítimamente los espacios de derecho de
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nuestros chicos. Creemos que las escuelas son los espacios de construcción de conocimiento
y no de reproducción de mérito individualista. Creemos que la escuela es un espacio donde se
articulan demandas sociales dando lugar a toda la comunidad para lograr mejoras en nuestros
barrios. Creemos en vos, docente, profe, familia, y sobre todo creemos en nuestros chicos”.
Caída rápida
Silvina Gvirtz es secretaria de Ciencia, Tecnología y Políticas Educativas de La Matanza.
Depende de la intendenta Verónica Magario, la continuadora de Fernando Espinoza. Después
de una larga experiencia en investigación académica, de haber dirigido el Plan Conectar
Igualdad a nivel nacional y de haber trabajado poco más de un año como encargada provincial
de educación, dice estar contenta con este puesto que supone un mayor compromiso territorial.
“Lo que cambió este año es que hay más chicos con necesidades”, le dice a Página/12. “Es
verdad que el Estado provincial subió el valor del cupo de almuerzo a 12,90 pesos. Pero las
escuelas que antes tenían en un comedor 320 chicos hoy tienen 500. Aumentó la cantidad
porque de nuevo tratan de comer en la escuela antes de irse a su casa. O sea que los
docentes les dan de comer a 500 con 320 cupos. Y hacen bien, porque no le van a decir a un
chico que no se siente a la mesa.”
Para la secretaria “no alcanza con registrar que hay más pobres y más indigentes sino que hay
que saber otra cosa: en la pobreza y la indigencia se cae rápido, muy rápido, y se sale con
mucha dificultad y en el mejor de los casos con mucho tiempo”.
“En La Matanza tenemos un programa de entrega de libros para todas las disciplinas porque es
básico e indispensable que los chicos tengan libros y porque sabemos que a las familias ya en
marzo se les dificultaba comprar no solo libros sino incluso útiles”, cuenta Silvina Gvirtz. “A
veces parece que otra vez vivimos períodos de emergencia de los que nos habíamos olvidado.
Sin descuidar el tema pedagógico estamos volviendo a una etapa en la que la escuela debe ser
un centro comunitario y de asistencia social porque hay mucha gente mal. Que la gente esté
bien no es beneficencia o el efecto de la generosidad sino que el Estado garantice derechos. El
hambre no espera y las soluciones deben ser urgentes.”
Zapatillas no
Una muestra de lo que ocurre socialmente se puede captar en las escuelas secundarias. No
hay almuerzos pero sí meriendas. Aumentó la demanda de meriendas porque los adolescentes
volvieron a sufrir problemas de escasez de comida en la casa. A veces, cuando hay una
primaria en el mismo edificio de la secundaria, las cocineras ven a los chicos merodeando
cerca del comedor, a ver si reciben un plato de comida aunque no les corresponda. El corte de
programas nacionales de acompañamiento crea un clima aún más inhóspito porque ya no hay
dinero para organizar campeonatos o actividades un sábado y aumentar la contención de los
chicos. Eso, claro, si hubiera zapatillas suficientes. Hoy escasean.
Si los economistas quisieran ser más ingeniosos deberían crear el Indice Zapatilla. Usan
zapatillas los chicos, los grandes, las seños, los profes. El gobierno nacional (“el de antes”, dice
una maestra) inventó un plan de movilidad para comprar bicicletas que permitieran llegar a la
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escuela. El problema es que en algunos distritos era difícil usar la bicicleta cuando no todas las
calles habían llegado a tener asfalto. Y que en otros sitios la movilidad estaba asegurada
porque las escuelas estaban cerca de las casas. Entonces el ingenio reconvirtió la movilidad al
interpretarla en sentido extenso. Si la bicicleta garantizaba la movilidad hacia la escuela ni qué
hablar de las zapatillas. El Estado empezó a proveer zapatillas para todo el mundo. Tanto que
se terminó el reclamo de zapatillas o que algún chico no pudiera ir a la escuela porque, como
ocurre a veces, no basta con una bolsa de nylon para envolver los pies.
“En estos meses eso cambió”, relata un docente. “Ya no tienen zapatillas, y sin zapatillas se
absorbe la humedad de los pisos de tierra apisonada o es imposible llegar a la escuela.”
Sufrir por zapatillas parece el punto que marca el nivel de pobreza o, peor, la vuelta de la
pobreza a la indigencia. Como el flancito.
Los estudiantes registrarán en papeles de colores lo que les haya llamado la atención de
la crónica leída.
Actividades de desarrollo
La docente realizará las siguientes preguntas para orientar el análisis:
- ¿De qué trata esta crónica?
- ¿Qué fue lo que más les llamó la atención?
- ¿Qué aspectos no les agradaron?
- ¿Cómo es su estructura?
- ¿Qué paratextos reconocen en la crónica presentada?
- ¿Cuántas personas “hablan” en la crónica? ¿Cómo se dan cuenta de eso?
- ¿Alguien da su opinión en la crónica? ¿En qué parte?
Actividad de cierre
Teniendo en cuenta lo anterior, los estudiantes completarán la siguiente ficha para
iniciar el proceso de escritura de su Crónica Patriótica.
Título:
Entradilla o lead: ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué?