Pons Cognitivismo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 27

¿HAY VIDA MÁS ALLÁ DEL COGNITIVISMO?

ENCONTRANDO
RESPUESTAS EN LA PSICOLOGÍA SOCIAL

Autor:
Javier Pons Diez
Departamento de Psicología Social de la Universitat de València.

Artículo publicado en 2013 en la revista “Informació Psicològica”, nº 105, pp. 110-129.

Resumen:
El objetivo de este trabajo es presentar una revisión de algunas orientaciones teóricas surgidas a
finales del siglo XX, que se postulan como alternativas a los modelos predominantes del
procesamiento de la información. En primer lugar, se describen las características distintivas de la
orientación cognitivista. A continuación, se exponen las principales críticas vertidas sobre esta
orientación. Posteriormente, se hace una caracterización de algunas escuelas de pensamiento, surgidas
en la psicología social, que recogen esta crítica y presentan posiciones alternativas a las teorías
cognitivistas.

----------------------------------------------------------------------------------------

1. CARACTERIZACIÓN ANTROPOLÓGICA Y EPISTEMOLÓGICA DEL


COGNITIVISMO

El artículo de George Miller “El mágico número siete más/menos dos: Algunos límites
de nuestra capacidad para procesar información”, publicado en 1956, suele ser considerado
como el primer punto de inflexión en el cambio de paradigma que experimentó la psicología.
Cuatro años más tarde, otros dos acontecimientos serán decisivos para que el cognitivismo
empezara a ganar terreno frente al conductismo: por un lado, en la Universidad de Harvard
se funda el Centro de Estudios Cognitivos, dirigido por George Miller y Jerome Bruner;
paralelamente, se publica el libro “Planes y estructura de la conducta”, firmado por el
omnipresente Miller, junto con Eugene Galanter y Karl Pribram. Ya en 1967, Ulric Neisser
utiliza el nombre de “Psicología cognitiva” para titular su libro. Neisser (1967) define la
cognición como el conjunto de procesos mentales a través de los cuales las entradas
sensoriales se transforman, se reducen, se elaboran, se almacenan, se recuperan y se usan. La
cognición, para Neisser, se refiere a todo lo que el ser humano puede llegar a hacer con su
mente.
El auge del cognitivismo desde los años sesenta del siglo XX acabó consolidándolo
como la orientación teórica predominante en la psicología estadounidense, trasladándose
esta tendencia a la europea e instalándose como el modelo de observación mayoritaria en el
estudio del comportamiento. La preponderancia del paradigma cognitivista supuso un
cambio en la noción de ser humano manejada por la psicología, pues, frente al conductismo,
el cognitivismo destaca la imagen de la persona como procesadora-interpretadora de la
información circundante, favoreciendo una visión esencialmente racionalista de la naturaleza
humana. Ello significó, además, acentuar la perspectiva individualista del comportamiento
que ya esbozaba el conductismo, pues la vida psíquica queda reducida a la mecánica de los
procesos cognitivos, aislados de los factores de orden social que les deberían dar sentido,
tales como normas grupales implícitas, roles desempeñados, motivaciones de ajuste grupal o
creencias y valores de referencia colectiva (Ovejero, 1985).

Efectivamente, la orientación cognitivista se convierte en el enfoque dominante desde


el último tercio del siglo XX (Collier, Minton y Reynolds, 1996; Ibáñez, 1990; Jiménez-Burillo,
1986; Rodríguez-Pérez y Betancor, 2007; Sabucedo, D’Adamo y García-Beaudoux, 1997;
Santolaya, Berdullas y Fernández-Hermida, 2002; Turner, 1999). Como afirman Markus y
Zajonc (1985) el cognitivismo se quedó sin “competidores”, pues no sólo abarcó la mayor
parte de las nuevas líneas de investigación, sino que se dio, por parte de algunas teorías
neoconductistas o de la Gestalt social, una reconceptualización de sus términos en dirección
al procesamiento de la información. Tal situación significó un cambio de proporciones
revolucionarias, que reorientó el interés de la psicología hacia la comprensión de la mecánica
de los procesos cognitivos.

Siguiendo a Munné (1989) pueden señalarse cinco supuestos básicos que se


desprenden de la conceptualización que el cognitivismo hace del ser humano:

− La persona es procesadora activa de información e interpretadora de la realidad.

− La interpretación de un estímulo depende tanto de las características de éste como de


las expectativas del perceptor.

− La persona intenta organizar cognitivamente su experiencia, y esta organización


incluye una selección y una simplificación de contenidos mentales y de la realidad
circundante.
− La organización mental de la realidad tiene como función proporcionar una guía
para la acción y una base para la predicción de esa acción.

− Todo lo anterior es igualmente aplicable tanto a la actividad mental cognoscitiva


como al comportamiento de interacción social.

La noción de ser humano que presenta el cognitivismo fue uno de los motivos que
facilitó su gran auge dentro de la psicología estadounidense. El hecho es que el conductismo
presentaba una noción antropológica que, implícitamente y aun sin pretenderlo, dejaba
entrever dudas acerca de algunos de los valores fundacionales de los Estados Unidos, tales
como el libre albedrío, la preeminencia del raciocinio o la capacidad de elección. Las
propuestas cognitivistas, por el contrario, permitían mantener explícitamente a salvo esos
valores legitimadores del American way of life.

El emplazamiento central de los procesos internos −mentales− supuso ya una


manifiesta oposición al conductismo, pues el interés primordial de las teorías cognitivistas
radicará en su voluntad de explicar cómo las personas organizan sus interpretaciones de la
realidad. El cognitivismo quiere explicar cómo las personas interpretan el mundo que les
rodea, cómo la gente piensa en las cosas que les ocurren y ocurren a su alrededor, y cómo
piensan que piensan sobre el mundo (Fiske y Taylor, 1991). La investigación cognitivista no
se limita al estudio del comportamiento observable, pues su interés está en lo que los
conductistas habían desdeñado: la mente, la “caja negra” del conductismo.

El estudio de las categorías mentales no había sido ajeno a la psicología anterior al


cognitivismo: desde la obra pionera de Wilhelm Wundt a la psicología humanista de
Abraham Maslow y Carl Rogers; o desde los inicios de la psicología de la Gestalt a la teoría
del campo de Kurt Lewin y los posteriores desarrollos de la Gestalt social. Incluso el
neoconductismo tomó en consideración las variables “intervinientes” como mediadoras
entre la estimulación ambiental y la respuesta del individuo a ésta. Pero, la marca diferencial
de la perspectiva cognitivista radica en la forma de acercarse a la mente para estudiar el
comportamiento de las personas: aplicar la metáfora de la mente como un ordenador y
aplicar análogamente todo el andamiaje procesual de las ciencias computacionales (Garrido
y Álvaro, 2007). Autores como Zaccagnini y Delclaux (1982) señalan que se recurrió a la
metáfora del ordenador porque el sistema conceptual y terminológico usado para referirse a
los ordenadores resultaba muy práctico para describir y representar modelos psicológicos
del funcionamiento cognitivo. Así, se comienza a decir que los sujetos procesan inputs de su
entorno a través de canales cognitivos, tras lo cual la información es elaborada mediante una
serie de pasos, hasta que se toma una decisión y se genera un output.

Esta psicología “cibernética” se centra en cómo el individuo procesa la información,


con independencia de la naturaleza de los contenidos de ésta, y se basa en los modelos de
procesamiento de la información: la mente actúa como un ordenador, que sólo puede
funcionar a partir de sus programas. La premisa de partida de la psicología cognitivista fue
situar al pensamiento al timón de mando de la conducta, postulando una visión racionalista
del ser humano y de la vida social. En efecto, las dinámicas extracognitivas, tales como las
motivaciones y necesidades sentidas, el mundo emocional, el ajuste social o los contenidos
socioculturales de la psique, han tenido muy escaso espacio dentro de la explicación
cognitivista, pues ésta prefiere centrarse en los fríos mecanismos mentales del procesamiento
de la información. Así, la investigación de aquellos aspectos es ignorada, por no tener
espacio en una explicación racionalista de la actividad humana (Fiske y Taylor, 1991; Markus
y Zajonc, 1985), lo cual ha contribuido a alejarlas del interés de los psicólogos (Fernández-
Sedano y Carrera, 2007).

Desde este contexto conceptual será posible sistematizar una visión crítica de la
orientación cognitivista y proponer alternativas surgidas y desarrolladas,
fundamentalmente, en la psicología social. Tal es, precisamente, el propósito de este trabajo,
y a ello empezaremos a referirnos en el apartado siguiente.

2. LA CRÍTICA AL COGNITIVISMO

La gran densidad de elementos implicados y la variabilidad de formas que adquiere la


vida de los humanos requieren ser atendidas por una psicología que aborde su comprensión
de una manera no simplista. La vida de las personas posee un carácter inherentemente
dinámico: los sistemas sociales en que acontece toda existencia humana son sistemas
altamente complejos, por ello habrá que considerar que la actividad de las personas, los
pensamientos, los sentimientos, las interacciones y la vida en los grupos poseen una
complejidad idiosincrásica que dificulta que puedan ser conocidos mediante una
simplificación en respuestas individuales de cognición. Sobre este armazón de ideas,
comienzan a formularse críticas −sobre todo desde la psicología social1− acerca de diferentes
aspectos teóricos y antropológicos del paradigma del procesamiento de la información.
Obviamente, la crítica no consiste en una enmienda a la totalidad, sino que va dirigida a
cuestiones particulares, aunque vinculadas a una misma noción de psicología y de ser
humano. Siguiendo a autores como Garrido y Álvaro (2007), Gergen (1997a), Jiménez-Burillo
(2005), Markus y Zajonc (1985), Ovejero (1985) o Rodríguez-Pérez (1993), resumiremos las
críticas más frecuentes, que han venido recayendo sobre aspectos como los siguientes:

− Excesivo racionalismo en la noción de ser humano: la persona es concebida por el


cognitivismo como una “máquina de pensar”. La actividad humana es reducida a producto
de procesos interpretativos inspirados en la lógica formal, olvidando que el comportamiento
común de las personas, en muchas de sus expresiones cotidianas, no responde a esos
criterios racionales ni se basa en razonamientos lógico-formales.

− Perspectiva no social o, en el mejor de los casos, escasamente social. El interés del


cognitivismo recae sobre el conocimiento individual, pero sin contemplar la naturaleza
sociocultural de este individuo ni las influencias sociales y culturales que condicionan su
actividad y sus contenidos mentales. El proceso cognitivo de interpretación de la realidad se
estudia desprovisto de los factores socioculturales que lo llenan de contenido.

− Olvido de los aspectos emocionales y motivacionales de la persona. Del ser humano


interesa poco más que el mecanismo procesual de los procesos cognitivos. Las emociones,
necesidades y motivaciones humanas no son consideradas en su esencia por el cognitivismo,
salvo como producto secundario derivado de procesos de cognición.

− Visión mecanicista del ser humano: se concede primacía a las operaciones cognitivas
formales y al funcionamiento de los procesos cognitivos, pero no a la naturaleza de los
contenidos mentales ni a las dinámicas sociales y motivacionales que afectan a los contenidos
y a los procesos. Como afirma Álvaro (1995) el paradigma cognitivista ha sustituido un
individualismo de carácter reactivo −el del conductismo− por un individualismo “ilustrado”.

1
Es claro que muy distinto será la aplicación de los modelos del procesamiento de la información a otras
áreas en que la explicación cognitivista no tiene más remedio que encajar con éxito: por ejemplo, la
psicología de la instrucción, el estudio de las funciones mentales superiores o ciertos aspectos en la
psicología del desarrollo o en la del deporte, entre otras. La crítica se centra en los aspectos que hacen
referencia a la vida común y cotidiana de las personas, a la noción de ser humano y al estudio del
comportamiento en los ámbitos sociales y relacionales, allí donde se ponen en juego el bienestar social, la
calidad de vida y la salud mental. Por ello, la crítica se ilustra desde la psicología social.
− Perspectiva conservadora: se puede hacer un uso sui géneris del proceso de
interpretación de la realidad, para legitimar las condiciones sociales de desigualdad. Esto es,
si las interpretaciones cognitivas son lo determinante en la vida de cada persona, cómo sean
las condiciones sociales en las que se vive no será relevante, pues siempre se podrán
reinterpretar, por más que fueran injustas o desiguales. Desde este punto de vista, el
cognitivismo supone una perspectiva centrada en lo mental y alejada del realismo social, de
las condiciones de vida reales. El cognitivismo se halla bien conciliado con el establishment2.

− Identificación de los rasgos del American way of life en la explicación que se hace de la
conducta humana. La explicación cognitivista y la imagen que presenta del ser humano
−racionalismo, individualismo, descontextualización,…− se hallan muy cercanas a los modos
de vida cotidianos de la sociedad estadounidense y a los valores enfatizados por ésta. Se
plantearía un problema de validez en la generalización de investigaciones y teorías a otras
sociedades donde la vida social común no respondiera a tales rasgos.

− Autoasunción del cognitivismo como el “final de la historia”, como la conclusión


incuestionable de todos los paradigmas acerca del ser humano. En este sentido, el
cognitivismo se nos presenta como una suerte de “pensamiento único”, pretendiendo
esclarecer a la humanidad cuál es la manera “correcta” de pensar y de sentir.

Otra cuestión crítica tiene que ver con la relación causal entre los pensamientos y los
sentimientos. Aaron Beck, muy influyente en la psicología cognitivista, defendió la tesis de
que las cogniciones determinan no sólo la conducta sino también los sentimientos del
individuo: son las interpretaciones sobre los acontecimientos, y no los acontecimientos
mismos, las que determinan lo que la persona sentirá (Beck, 1967, 1976). Esta relación causal
del pensamiento al sentimiento es ampliamente aceptada dentro del movimiento cognitivista
en psicología: la idea que se presenta es que las emociones son producto de la razón y de la
valoración cognitiva que el individuo hace de los sucesos del entorno. Sin embargo, desde la
neurociencia, las investigaciones sobre los circuitos neuronales del cerebro han hallado que
la emoción precede al pensamiento y que existe un procesamiento emocional precognitivo
(LeDoux, 1999).

2
Entroncando con esta crítica, Ehrenreich (2009) llega a afirmar que el llamado “pensamiento positivo”
−desproblematización, reinterpretación de los hechos adversos,…−, arraigado en el imaginario colectivo
de nuestra sociedad y en las nociones mayoritarias de la psicología institucionalizada, actúa realmente
como un mecanismo de control social y de “anestesia” para un tipo de malestar que movilizaría hacia el
cambio social.
Tal realidad psicobiológica acerca de la actividad emocional humana abre un camino
de investigación para la psicología cognitiva. Desde ella, investigadores como Blascovich y
Mendes (2001) o Clark y Brissette (2000) han propuesto la existencia de un efecto recíproco:
las cogniciones influyen sobre las emociones y las emociones sobre las cogniciones. La
presencia de una relación circular entre ambas variables −como, por otra parte, ocurre con la
mayoría de variables psicológicas− supera, al menos, el reduccionismo de la relación lineal
en un solo sentido.

El evidente éxito del cognitivismo en el terreno académico y profesional no impidió


que otras orientaciones teóricas presentaran sus aproximaciones desde presupuestos
alternativos. Efectivamente, mientras el cognitivismo marcaba su acento, otras escuelas de
pensamiento formulaban propuestas que han venido enriqueciendo la investigación sobre la
conducta humana, aunque con una acogida no mayoritaria. La mayoría de esas propuestas
proceden de desarrollos surgidos en el último cuarto del siglo XX en la psicología social
estadounidense, europea y latinoamericana, precisamente porque el objeto de la psicología
social pone de manifiesto las principales dudas acerca de los modelos del procesamiento de
la información.

En los apartados posteriores se presentará una caracterización de algunas de tales


orientaciones, cuyos esfuerzos de investigación hasta hoy han constituido marcos
conceptuales eficaces para acceder a una comprensión completa y realista de la naturaleza
humana. Además, su diversidad de planteamientos y puntos de interés satisface la
necesidad, señalada por muchos autores, de que el estudio del comportamiento se articule en
un orden teórico basado en la pluralidad de enfoques (Blanco, 1989; Crespo, 1995; Gil-
Lacruz, 2007; Munné, 1993; Ovejero, 1997, 1999). Obviamente, el pluralismo no puede abrirse
a escuelas que basaran sus aportaciones en la simple especulación, sino en la investigación
empírica y, eso sí, fundamentada en la diversidad de métodos que ofrecen las ciencias
sociales.

Ciertamente, la reflexión teórica sobre la naturaleza humana forma parte de las


aportaciones que la psicología social hace y ha hecho al conocimiento psicológico
(Rodríguez-Pérez, 1993). En nuestro campo, todo modelo teórico implica una noción acerca
de qué es el ser humano, qué es la sociedad y cuál es la relación esencial entre ambos. Y esas
nociones representan una base de referencia sobre la que se asentarán tanto las prácticas
profesionales como las elaboraciones derivadas de la investigación. Así pues, la apertura de
miras hacia modos alternativos de comprender la actividad humana resultará un
instrumento ampliamente útil para el profesional y para el investigador (Blanco y Valera,
2007). Como explica Munné (1993), conocer el pluralismo teórico invitará a reflexionar
críticamente sobre la validez y la verdad de las teorías que se aplican, y será una condición
sine qua non para una ciencia que asuma con fortaleza su rol en el medio social.

3. LA PERSPECTIVA SOCIOCOGNITIVA EUROPEA

La psicología social europea, en su versión más idiosincrásica, ha sido caracterizada


como un intento de compromiso con lo social, mediante el cuestionamiento de los enfoques
individualistas y de las explicaciones mecanicistas y reduccionistas (Ibáñez, 1984). La
psicología social europea −en su versión más idiosincrásica− ha tendido a resaltar la
naturaleza social del comportamiento humano, con una perspectiva más holística que la
estadounidense y tomando en consideración el análisis crítico del desarrollo histórico de las
sociedades (Jaspars, 1986).

Desde estas premisas, una cierta corriente de investigadores europeos cuestiona la


imagen mecanicista del ser humano implícita en las formulaciones cognitivistas
preponderantes: el ser humano reducido a una “máquina de pensar”. El enfoque
sociocognitivo europeo acepta y parte de la idea de actividad mental humana, pero se aleja
de la reducción a lo intrapsíquico y de la imagen del ser humano como un aséptico
procesador de la información, que no se detuviera en valoraciones sociales cuando procesa,
como si su mente estuviera exenta de contenidos sociales y culturales. Así, la característica
distintiva de la orientación sociocognitiva europea será su interés por encontrar la
intersección entre lo individual y lo social en la actividad de los humanos.

Nos referiremos en este apartado a las contribuciones de los dos grandes núcleos de la
psicología sociocognitiva europea: el francés, con las figuras de Serge Moscovici, Denise
Jodelet, Jean-Léon Beauvois y Robert Joule; y el británico, con Henri Tajfel, John Turner,
Miles Hewstone y Jos Jaspars.

Serge Moscovici propone una psicología social que se oriente a lo cognitivo, aunque
alejada de los presupuestos típicos de la psicología cognitivista. Critica el carácter
individualista de los modelos cognitivistas al uso y aboga por cambiar la unidad de análisis
desde los procesos cognitivos individuales a las formas colectivas de conocimiento que dan
sentido a la actuación humana (Moscovici, 1984). Esta visión de las cosas será característica
de toda la orientación sociocognitiva europea.

Central en la aportación de Serge Moscovici será el concepto de representación social,


entendida como un conjunto de conceptos, afirmaciones y explicaciones sobre los hechos y
los eventos cotidianos, que se originan en la vida diaria dentro del curso de la comunicación
interindividual, que son compartidos por los miembros de un grupo social y que sirven a
cada persona para orientarse en el contexto social, para entenderlo y para explicarlo
(Moscovici, 1981). La representación social surge de la conversación cotidiana y, aunque no
determina inexorablemente el pensamiento individual, sí condiciona significativamente el
juicio sobre la realidad en las personas de un mismo grupo social.

La teoría de las representaciones sociales concibe a la persona como un ser activo, un


sujeto de acción social que elabora explicaciones sobre él mismo, sobre los demás y sobre los
eventos que ocurren, pero no lo hace aisladamente, sino en tanto que miembro de grupos
sociales de referencia. Las representaciones tienen carácter práctico, son construidas en los
procesos comunicativos grupales y forman parte del pensamiento de los individuos. No es
sólo que las variables culturales y sociales influyan −como así lo hacen− en el modo en que
los sujetos perciben la realidad, sino que las representaciones son en sí mismas análisis y
explicaciones de esa realidad y, además, forman parte de ella, pues forman parte del
pensamiento común (Moscovici, 1981). Como explica Denise Jodelet, colaboradora de
Moscovici, lo que existe en las mentes de las personas es una realidad representada desde lo
social, es decir, una realidad apropiada por un grupo social e integrada en un sistema
cognitivo (Jodelet, 1986).

La representación surgida de la conversación interindividual y en el marco de un


grupo social pasa a ser utilizada por el individuo en la interpretación que éste hará de la
realidad. Esto ocurrirá, según Moscovici y Jodelet, mediante la acción de dos procesos
sociocognitivos: la objetivación y el anclaje. El proceso de objetivación permite convertir una
idea, un evento, un concepto, una entidad,… en un objeto manejable por el grupo: el grupo
se “apropia” del significado de un evento mediante la elaboración de una representación
social del mismo, y ello se hará en función de criterios propios de ese grupo. El proceso de
anclaje posibilita que se fije una red de significados alrededor de una representación social
dada, de modo que ésta se instale en la realidad social con una funcionalidad y un papel
regulador de los comportamientos. La representación social se convierte así en una “teoría”
de referencia para que las personas comprendan y construyan la realidad social a partir de
ella. Esa “teoría” describe, explica y justifica tal realidad, constituyéndose, de esta forma, el
sentido común del grupo (Jodelet, 1986; Moscovici, 1981).

Otra aportación del núcleo francés de la orientación sociocognitiva es la que hacen


Jean-Léon Beauvois y Robert Joule. Estos investigadores emprenden una relectura de una de
las más destacadas teorías de la Gestalt social, la teoría de la disonancia de Leon Festinger,
formulando una propuesta radical sobre el proceso de racionalización. Según Beauvois y
Joule (1981), las ideas son adoptadas por las personas como mecanismos de racionalización
de la conducta: no es tanto que la gente se comporte según su manera de pensar, sino que
son las conductas efectivamente realizadas las que conducen a un pensamiento consonante
con tales conductas. Más en concreto, Beauvois y Joule afirman que la mayoría de
comportamientos cotidianos no son elegidos como consecuencia de procesos deliberativos,
sino que son conductas de seguimiento de fuentes de influencia social, y tales conductas
tendrán efectos sobre las cogniciones de esa persona. En definitiva, la aportación de estos
investigadores es constatar que la relación entre actitudes y comportamiento es bidireccional.

Por lo que se refiere al núcleo británico de la perspectiva sociocognitiva, sus máximos


representantes son Henri Tajfel y John Turner, con sus trabajos acerca de la identidad social.
Lo que se desprenderá de la propuesta de estos investigadores es que la dimensión social de
la mente humana es decisiva en el proceso de regulación de la propia identidad, pues la
configuración de ésta −e, incluso, las fluctuaciones en la autoestima− se encontrará
estrechamente vinculada a factores de identificación grupal. La noción antropológica de
Tajfel y Turner sugiere que la necesidad humana de pertenencia e identificación grupal es
una motivación fundamental en la vida de las personas. En este sentido, Tajfel (1984) define
la identidad social como aquellos aspectos de la identidad de una persona que tienen que ver
con la pertenencia a un grupo social. Implica la puesta en marcha de procesos motivacionales
que llevarán a la identificación con los valores propios del grupo, así como una evaluación
del yo en función de la pertenencia grupal. De este modo, una persona incrementa o
disminuye la imagen de sí misma en virtud de las características y situación social del
endogrupo (Tajfel y Turner, 1979).

Turner (1990) sostiene que una persona puede, dependiendo de la situación,


categorizarse a sí misma como sujeto individual o como miembro de una categoría social
determinada. Cuando se produce esta segunda posibilidad, acontecerán tres efectos en la
persona: se acentuarán las percepciones de semejanza intragrupal y de diferencia
intergrupal, se producirá favoritismo endogrupal y se dará un proceso de
despersonalización. Turner explica que la despersonalización supone la autopercepción de
uno mismo dentro del grupo como “intercambiable” con los demás, e induce a que uno se
autodefina en términos de miembro de esa categoría. El yo se percibe como idéntico a los
otros en algunos aspectos comunes e importantes del grupo, pudiendo así categorizarse
como miembro de éste y adquirir una identidad a escala de conjunto.

Para finalizar este apartado, nos referiremos a la aportación de otros dos


investigadores británicos, Miles Hewstone y Jos Jaspars, quienes revisan las investigaciones
sobre percepción de personas e interpretación de las conductas ajenas −atribución causal− en
la vida de interacción social. Hewstone (1992) y Hewstone y Jaspars (1984) concluyen que la
percepción social y la atribución causal no responden únicamente a procesos cognitivos
individuales, sino que están mediatizadas por significados colectivos y por el contexto social
en que acontece la atribución. Se destaca, pues, el carácter socialmente compartido de las
cogniciones en el mundo relacional.

4. LA TEORÍA ECOLÓGICA DEL DESARROLLO

El psicólogo estadounidense Urie Bronfenbrenner formuló una explicación del


desarrollo psicológico del individuo a través de las influencias contextuales que enmarcan su
ciclo vital. La idea básica de la teoría ecológica es la siguiente: los contextos de relación en
que acontece la vida de las personas, así como las relaciones dinámicas entre esos contextos,
constituyen la unidad de análisis a la que hay que acudir para encontrar significado al
comportamiento humano (Herrero, 2004a).

Bronfenbrenner (1977, 1979) plantea que toda la vida de las personas acontece dentro
de sistemas sociales en los que se va configurando su actividad y características psicológicas,
condicionadas por la repercusión de esos sistemas en el desarrollo individual. Además, las
propias características de un sistema están también influidas por las relaciones con otros
sistemas y entornos sociales. Así pues, el desarrollo vital de los individuos será producto de
un complejo campo de fuerzas que, finalmente, dará lugar al comportamiento peculiar de
cada sujeto en cada momento. Precisamente, el papel decisivo que otorga al contexto
sociocultural justifica la gran aceptación que esta teoría ha tenido entre aquellos psicólogos
más interesados por encontrar marcos de referencia que superaran el individualismo
metodológico y teórico instalado en la disciplina (Gil-Lacruz, 2007; Serrano y Álvarez, 2002).

Las raíces intelectuales de la teoría ecológica de Urie Bronfenbrenner hay que


encontrarlas en la aplicación a las ciencias sociales de la teoría general de sistemas. De hecho,
la propuesta de Bronfenbrenner se enmarca y ajusta perfectamente en tal aplicación. La
teoría general de sistemas es un marco de estudio multidisciplinar, que trata de encontrar las
propiedades comunes a un tipo de entidad, los sistemas, presente en todos los niveles de la
realidad −biológico, social, mecánico,…− y que es objeto de disciplinas científicas diferentes.
Un sistema está constituido por un conjunto de elementos y de subsistemas interrelacionados
mutuamente, de manera que el estado y la actividad de cada uno de ellos están
interconectados con el estado y la actividad del resto. Así, el funcionamiento global del
sistema no podrá ser comprendido sin atender a las relaciones entre sus partes constitutivas,
pero tampoco las características de esas partes podrán conocerse en su plenitud sin conocer
las características generales del sistema, del resto de los elementos y de las relaciones entre
ellos.

Los humanos viven y desarrollan su conducta dentro de sistemas sociales, de los cuales
son elementos fundadores y constituyentes. Un sistema social está integrado por personas y
por relaciones entre personas, así como por grupos de personas y sus relaciones. Cada
elemento del sistema social afecta y es afectado por los otros. Se perdería la esencia de lo que
es un sistema social si se pretendiera centrar la atención en las unidades aisladas, excluyendo
el significado del tejido de relaciones entre las unidades (Scott, 1981). Pero los sistemas
sociales, como los biológicos o de cualquier otro tipo, no operan aisladamente, sino en
permanente contacto con el exterior. Cualquier sistema social mantiene relaciones de
repercusión mutua con otros similares, lo cual condicionará no sólo su funcionamiento y
atributos globales, sino también las relaciones entre sus elementos y el funcionamiento y
características de éstos.

De este modo, la característica individual no podrá ser aprehendida en toda su


complejidad si se considera al individuo aisladamente, por lo que será necesario atender a las
relaciones que ese individuo ha mantenido y mantiene con otros elementos del sistema, y a
las relaciones que sus sistemas establecen con otros. Los contextos relacionales son, para el
ser humano, sistemas de referencia cognitivos y emocionales, en los cuales encuentra sentido
la variable psicológica. Es premisa fundamental que dentro de los sistemas sociales y entre
ellos no existen conexiones lineales simples de causa-efecto sino conexiones complejas que
obedecen a una lógica circular, basada en regularidades, y cuya naturaleza es dinámica y no
inmutable (Musitu, 2006).

Las relaciones establecidas dentro de los sistemas sociales aportarán a sus integrantes
marcos de referencia sobre las expectativas de conducta y pensamiento, justificaciones
valorativas del comportamiento, así como expectativas específicas acerca de las formas de
actuación propias de cada posición dentro del sistema. A través de la función socializadora
del sistema, sus integrantes interiorizarán tales variables y asumirán los estilos conductuales
y actitudinales que sean peculiares de ese sistema (Herrero, 2004a).

Cada persona es afectada de modo significativo, y durante todo su ciclo vital, por las
interacciones en sus contextos y de sus contextos. El ambiente ecológico natural del
individuo está formado por un conjunto de estructuras de relación que envuelven a la
persona y que Bronfenbrenner (1979) presenta en cuatro niveles de influencia. 1) El
microsistema es el ámbito relacional más próximo al individuo, el entorno grupal inmediato
en que tienen lugar interacciones directas entre los integrantes; a través de la socialización
ejercida por los contextos microsistémicos, el individuo desarrolla sus rasgos psicológicos e
interioriza las prescripciones sociales en cuanto a estándares conductuales, valores y roles. 2)
El mesosistema se refiere a las interacciones significativas entre los microsistemas, pues toda
persona es integrante de diversos microsistemas sociales que repercuten en su desarrollo
psicológico, pero cada uno de ellos incidirá sobre una persona que ya viene influida por otro
similar. 3) El exosistema alude a contextos en los cuales no se halla el individuo, pero que sí
inciden sobre lo que ocurrirá en aquellos contextos en los que está, pues un pequeño cambio
en el entorno podría provocar un efecto enorme en la dinámica de un sistema y en el
desarrollo de un individuo. 4) El macrosistema está configurado por el marco social y
cultural más amplio que envuelve a las personas, a sus relaciones, a sus sistemas y a las
relaciones entre ellos, incluyendo valores sociales imperantes, rasgos culturales de una
sociedad, condiciones políticas y económicas o aconteceres históricos que condicionan la
dinámica social; todo individuo es socializado y enculturizado en el marco de unas
condiciones macrosociales particulares que van a incidir sobre los contenidos mentales y
conductuales de esa persona.
Hay que decir, finalmente, que los contextos de relación están constituidos por
interacciones de diversa naturaleza producidas por la actividad humana. El ser humano, por
lo tanto, no es un ente pasivo constituido a imagen y semejanza de lo que ocurre en su
entorno. Al contrario, las personas, según Bronfenbrenner (1977, 1979), no se limitan a
responder pasivamente a las demandas ambientales, sino que construyen sus propios
mundos mediante una relación dialéctica con las circunstancias del entorno. La actividad es
inherente a la persona, como la función socializadora lo es a todo sistema formado por
personas.

5. LA ORIENTACIÓN DIALÉCTICA Y EL CONTEXTUALISMO

Se trata de dos orientaciones teóricas surgidas en la psicología social estadounidense,


íntimamente ligadas entre sí, tanto por sus argumentos como por la estrecha colaboración
investigadora que mantuvieron sus principales ponentes: Marianthi Georgoudi y Ralph
Rosnow. Su punto de confluencia es que la actividad humana sólo puede explicarse a partir
del análisis de su contexto social, cultural e histórico.

El principal representante de la orientación dialéctica es Marianthi Georgoudi. Su


interés se centra en el análisis de la indisolubilidad fundamental entre individuo y sociedad:
desde la perspectiva dialéctica, individuo y sociedad no son contemplados como entidades
separadas que sólo estuvieran vinculadas por influencias mutuas entre naturalezas distintas,
sino que, al contrario, aparecen como entidades de la misma naturaleza, fusionadas en un
proceso dialéctico de relaciones creadas y recreadas. Existe, pues, una continuidad esencial
entre lo psicológico y lo social, ya que, por definición, ambos están entrelazados dentro de
los procesos de relaciones sociales en el contexto sociocultural (Georgoudi, 1983).

La orientación dialéctica no se dirige tanto a los estados psicológicos individuales como a


los procesos dinámicos de generación de relaciones y productos sociales. Por ello, se ubica en el
estudio de las relaciones sociales contextualizadas dentro de un permanente proceso de
creación, modificación y transformación de la sociedad. Así, los dialécticos se alejarán de las
dicotomías sujeto-objeto, mundo objetivo-subjetivo o individuo-sociedad, y considerarán que
éstas son categorías que no pueden definirse la una sin la otra (Georgoudi, 1983).
Muy cercana intelectualmente a la orientación dialéctica se encuentra la orientación del
contextualismo, propuesta por Ralph Rosnow. Para Rosnow (1981) y Rosnow y Georgoudi
(1986), los acontecimientos de la vida social se entienden a través del contexto de significados
socioculturales que tienen las relaciones sociales en el momento y lugar en que aquellos
acontecimientos ocurren. Para entender la actividad humana será necesario acudir al análisis
de su contexto total: relacional, social, cultural e histórico. La totalidad contextual, por su
parte, posee un carácter plenamente organizado y significado en ella misma.

La concepción del contexto no es la de una entidad independiente de las personas, sino


que toma forma a partir de los actos humanos que lo constituyen, al tiempo que el individuo
adquiere significación a partir del entorno. Es éste uno de los aspectos que revela la
influencia de la dialéctica en el contextualismo: la doble forma que toma el contexto, como
producto y como “causa” de la actividad humana. La idea de cambio como elemento
constitutivo de la realidad es otro de los puntos clave de esta orientación. Ligado a ello, el
contextualismo destaca la importancia de la intencionalidad en la persona: se conceptualiza
al individuo no sólo como un agente activo e intencional, sino también como un “agente
social”, es decir, creando la sociedad, tomando posiciones en la organización social y
actuando dentro de una matriz social de relaciones contextualizadas (Georgoudi y Rosnow,
1985).

6. LA PSICOLOGÍA SOCIAL DE LA LIBERACIÓN Y LA APORTACIÓN


LATINOAMERICANA

La seña de identidad de la psicología social de la liberación es el compromiso con la


igualdad social y la posición crítica ante los valores del individualismo ideológico. Esta
orientación teórica ha tenido una notable acogida en ciertos sectores de la psicología
latinoamericana. Su principal representante es Ignacio Martín-Baró, psicólogo español
emigrado a El Salvador3. Martín-Baró (1983, 1989) concibió una psicología social crítica y
comprometida, postulando que el análisis psicosocial debería servir para solventar las

3
Ignacio Martín-Baró desarrolló buena parte de su trabajo psicosocial en medio del conflicto armado que
sufrió El Salvador entre 1980 y 1992. El 16 de noviembre de 1989 fue asesinado, junto con otros cinco
profesores de la Universidad Centroamericana y dos trabajadoras de la misma, en un atentado perpetrado
por un comando gubernamental, auspiciado por los Estados Unidos. Entre los profesores fallecidos
figuraban también el filósofo Ignacio Ellacuría y el sociólogo Segundo Montes. La posición ideológica de
Martín-Baró y sus compañeros fue determinante en los hechos (Chomsky, 1998).
necesidades reales de las personas y los grupos humanos, para sacar a la luz, en ese análisis
crítico, las situaciones que impliquen injusticia y desigualdad, y para fortalecer los valores de
la cohesión y la justicia social.

Martín-Baró (1983, 1989) postula que el compromiso de la psicología debe estar al lado
de las legítimas aspiraciones de realización vital de toda persona en el contexto en el que
vive. Así pues, las motivaciones vitales y las necesidades sentidas por las personas se
convierten en variables cruciales en el estudio del ser humano. Las condiciones del contexto,
por otra parte, son el marco para la realización personal y, por tanto, en ellas se encuentran
las limitaciones y las oportunidades que inciden en la vida de los seres humanos. Las
condiciones del contexto pueden ser desde las de tipo relacional, hasta las que incluyen
factores económicos y políticos, pasando por los valores sociales imperantes o las
condiciones laborales, convivenciales, educativas, materiales, medioambientales y
asistenciales. Están ahí los factores que limitarán o que potenciarán la satisfacción de la
realización personal.

Desde estas ideas, Martín-Baró (1983, 1989) se interesa por el bienestar y la salud
mental, no como producto de procesos psicológicos, sino como resultado de las condiciones
en que se vive. Para Martín-Baró, la salud mental óptima es concebida como expresión de
relaciones sociales humanizantes. Plantea que las personas que muestran afecciones después
de pasar por situaciones altamente conflictivas y frustrantes no son “anormales”, sino que
están experimentando una respuesta “normal” a una situación que sí es “anormal”. En
sociedades caracterizadas por la competitividad y el individualismo, donde prevalece la
desigualdad como una “anormalidad normal”, la solución a los problemas relacionados con
las carencias de bienestar y calidad de vida pasa por: a) analizar las condiciones que afectan
la vida social, b) detectar aquéllas que favorecen la frustración o la realización, y c) eliminar
las unas y potenciar las otras.

Si anteriormente mencionábamos el compromiso de la psicología social europea con


los factores sociales, hay que decir, en este caso, que la psicología social latinoamericana se
ha caracterizado por un fuerte compromiso con el cambio social. La psicología social de
América Latina −al menos, en los sectores próximos a las tesis de Ignacio Martín-Baró, a su
escuela de pensamiento y a los desarrollos de la psicología comunitaria− ha tenido como
fundamentos básicos los siguientes: la consideración de que el bienestar no depende sólo de
factores psicológicos, sino también −y sobre todo− de las condiciones contextuales; la
orientación hacia las necesidades sentidas por las personas y las colectividades, sin imponer
modelos normativos de necesidades; y la orientación a modificar las condiciones del contexto
y no sólo a facilitar el equilibrio psicológico en un contexto incuestionado (Cantera, 2004a;
Montero, 1994). Muy cercanas a la psicología social de la liberación son las propuestas del
colombiano Gerardo Marín y de la venezolana Maritza Montero. Acabaremos este apartado
refiriéndonos a estos dos autores.

Gerardo Marín plantea que todo quehacer psicológico y psicosocial ha de enmarcarse


en las nociones y formas de vida propias de la cultura de referencia: formas de relación
social, manera de entender la vida, creencias, normas implícitas,… Duda de la universalidad
de los contenidos mentales y, consecuentemente, propone una aproximación a las
necesidades humanas que tenga en cuenta la “cultura subjetiva” de cada sociedad o de cada
grupo dentro de ella (Marín, 1988).

Por su parte, Maritza Montero señala el contraste entre la problematización y la


desproblematización, en cuanto a los factores que inciden en el bienestar de las personas.
Identifica situaciones en que las condiciones de vida insatisfactorias son reinterpretadas
cognitivamente por las personas que las sufren, desproblematizando así la situación y
contribuyendo al mantenimiento de los factores desencadenantes (Montero, 1991). Si una
persona no puede acceder a la satisfacción de sus necesidades legítimas, nos encontraremos
ante un escenario de injusticia; si las personas afectadas optan por aceptarlo, tal escenario y
sus efectos no desaparecerán, aunque cognitivamente puedan reinterpretarse y aplacar así el
malestar emocional inmediato. La problematización, es decir, el cuestionamiento de los
factores que impiden la realización personal, es un modelo de pensamiento que facilitará la
modificación de las circunstancias en las que se vive, mientras que la desproblematización
refleja modelos legitimadores de la desigualdad.

7. OTRAS APORTACIONES: LA CONSTRUCCIÓN INTERMENTAL DE LA


REALIDAD

Para finalizar, presentaremos un último grupo de desarrollos teóricos, provenientes, en


este caso, de la psicología social estadounidense, que también han contribuido con sus
aportaciones acerca de la naturaleza humana. En concreto, nos referiremos al
interaccionismo simbólico tardío, a la etnometodología y al construccionismo social. Las tres
participan de la noción de que la realidad percibida es una construcción intermental
compartida y vinculante en la vida social común.

Podemos considerar a Sheldon Stryker como un representante tardío del


interaccionismo simbólico, que recoge las aportaciones que George Herbert Mead y Herbert
Blumer hicieron en los años treinta del siglo XX. El interaccionismo simbólico contempla al
ser humano como miembro activo de una comunidad social de interpretación de
significados, que son compartidos y producidos en la interacción social. Así, se concibe la
sociedad como un marco de interacción entre individuos, y al ser humano como un
constructor activo de significados, organizados éstos en torno a los procesos compartidos
que los producen (Musitu, 1996). El acercamiento de Sheldon Stryker al interaccionismo
simbólico ha sido calificado de estructural, por cuanto pone su énfasis en las estructuras
sociales para definir límites, barreras y facilidades en la interacción y, por tanto, en la
conducta de las personas. Para Stryker (1980, 1997), las personas aprenden, mediante la
interacción con otras, la manera de clasificar el mundo y la manera en que se espera que se
comporten en él. La estructura social no determina, pero sí impone constricciones para la
construcción y la adopción de los roles sociales: las personas producen la sociedad, pero lo
hacen como actores socioculturalmente situados, no en condiciones en que prime sólo la
elección individual de cada uno. Para Stryker, además, los roles sociales son aprendidos y
representados por los individuos cuando los ocupan dentro de la estructura social, pero
también son modificados por efecto de esa estructura, posibilitando así un puente entre
persona y sociedad.

Un segundo enfoque al que nos referiremos es la perspectiva etnometodológica


propuesta por Harold Garfinkel. Como punto de partida, la etnometodología considera que
las personas operan de forma activa y propositiva, utilizando los procedimientos que les
resultan eficaces en su vida social cotidiana. La etnometodología se interesará por las
descripciones subjetivas de la realidad, considerando que son constituyentes de esa misma
realidad social. De este modo, Garfinkel (1984) define el objetivo de la etnometodología como
la indagación sobre los supuestos tácitos en los que se basa la interacción cotidiana, sobre los
usos de razonamiento práctico que la gente pone en juego para construir el sentido de la vida
social y manejar sus asuntos sociales cotidianos, y sobre cómo las personas hacen razonables
las actividades corrientes y cómo lo aplican en la práctica. Según Garfinkel, la expresión
cotidiana adquiere su significado completo dentro de su particular contexto de enunciación.
El significado es “local” y no susceptible de generalización fuera del contexto de interacción
en el que sirve. Por otro lado, la realidad social tiene un carácter de construcción común
entre los participantes en la interacción: cada actor cotidiano “negocia” con los demás los
significados que se otorgarán a los hechos que acontecen en ese escenario interactivo.

Finalmente, nos referiremos al construccionismo social, una escuela surgida de la obra


de Kenneth Gergen. Su principal premisa es que la realidad de la vida social común es una
construcción intersubjetiva, un “mundo compartido”, lo cual presupone que el proceso de
entender el mundo no es dirigido automáticamente por la naturaleza misma de los objetos,
ni elaborado individualmente en una mente aislada, sino que resulta de una empresa activa
y cooperativa de personas en relación (Gergen, 1997a, 1997b). Esta corriente se interesa por la
construcción interindividual de la realidad conocida: el conocimiento que las personas tienen
sobre el mundo que les rodea y sobre su cotidianeidad está determinado por la cultura, la
historia y el contexto social, ya que este conocimiento es resultado de procesos de interacción
dentro de un marco que es histórico y cultural. Es decir, la interpretación de la realidad no es
fruto de la actividad mental individual, sino de la actividad intermental compartida. El
construccionismo social se sitúa en una posición antagónica con respecto al cognitivismo,
pues propugna la necesidad de reemplazar el papel de la cognición individual por el del
lenguaje como construcción social, así como trascender el dualismo sujeto-objeto. El lenguaje,
para el socioconstruccionismo, no está compuesto de la acción individual, sino que es una
acción conjunta e interactiva: el significado de todo término no está ubicado dentro de la
mente individual, sino que emerge continuamente de la convención relacional.

8. APUNTES FINALES

Dice Munné (1993) que el pluralismo teórico es la democratización de la ciencia social,


que el pluralismo es un modo alternativo de teorizar que nos obliga a convivir con la
incómoda contradicción entre inabarcabilidad y totalidad, y que es una condición
indispensable para asumir una ciencia social crítica. En efecto, la pretensión de abarcabilidad
total es tarea irrealizable cuando el objeto de estudio es tan complejo y diverso. En este
trabajo se ha pretendido presentar una revisión de ciertas orientaciones teóricas, surgidas en
el último cuarto del siglo XX, y que se postulan como alternativas a los modelos
predominantes del procesamiento de la información. Como ha sido visto, entender lo
humano más allá de presupuestos intrapsíquicos de corte mecanicista es algo tan factible
como enriquecedor.
Las orientaciones teóricas repasadas sugieren que el significado de la vida común no
puede reducirse sólo a mecánica procesual. Se entiende así que el carácter esencial del ser
humano no será de procesador de información, sino de agente productor de la misma,
dentro de una dinámica relacional permanente que da sentido a lo social y a lo psicológico.
Las agrupaciones humanas son realidades cualitativamente diferentes a la simple
yuxtaposición de mentes individuales (Blanco, Caballero y De la Corte, 2005). De ahí se
deriva, por tanto, que la vida de los humanos no es el resultado de procesos mentales
individuales, sino de interacciones complejas entre esas mentes. Interacciones dotadas de
significado simbólico, que son “causa” y “efecto” de la actividad particular de cada
individuo.

A este respecto, George Herbert Mead, padre intelectual de la orientación teórica del
interaccionismo simbólico, fue contundente en su posicionamiento al afirmar que “la
sociedad y el hombre son lo mismo” (Mead, 1934/1993). Es decir, la relación entre la psique
y la sociedad va más allá de dos realidades sólo vinculadas por meras relaciones de
influencia mutua; al contrario, ambas constituyen “un todo inextricablemente entrelazado”
(Ibáñez, 2003). La dimensión social no corre paralelamente a la dimensión psicológica, sino
que es constitutiva de ésta: lo social es constitutivo de la mente y de la conducta. La sociedad
no está fuera de la persona, sino que la sociedad son las personas y, además, está dentro de
cada una de ellas.

En efecto, las complejas y ricas conexiones entre persona y sociedad son connaturales a
la misma idiosincrasia de ambas. En el terreno de estas conexiones es donde se halla la
característica más definitoria de la vida común de los seres humanos. La persona, sus grupos
y el sistema macrosocial que los envuelve conforman un entramado de relaciones complejas
que constituye el campo de actuación de todo ser humano (Stangor y Jost, 1997). Esto lleva a
considerar las vinculaciones entre las características personales y las de los contextos, pero
también entre las necesidades de las personas y las condiciones de los entornos, pues las
necesidades de los humanos están estrechamente vinculadas a los procesos relacionales y a
las condiciones sociales (Montenegro, 2004). Y las conductas son actuaciones significadas y
motivadas en lo social, y no sólo guiadas por procesos deliberativos basados en la lógica
formal (Ovejero, 1985).

Se postula, pues, una psicología de la vida real, que se interese por el estudio de las
vidas humanas tal y como las personas las viven en la realidad, no en el reducido y
artificioso mundo de la cognición, sino en la calle, en las casas, en los lugares de ocio, en las
tiendas o en el trabajo, lugares donde la gente, verdaderamente, vive e interacciona con otros
humanos y con las condiciones socioambientales que éstos crean y recrean (Harré, 1983).

8.1. Derivaciones para la práctica profesional

Compartimos con Blanco y Valera (2007) que la atención a las necesidades de las
personas particulares, grupos, comunidades, organizaciones o instituciones sólo puede
abordarse con garantías desde una sólida reflexión teórica que alimente recurrentemente el
quehacer profesional. Llegados aquí, pues, el propósito principal de este trabajo ha sido
cumplido, ya que se ha presentado una modalidad de esa reflexión: el amplio espectro de
posibilidades de la explicación psicosocial, frente al mecanicismo de los modelos del
procesamiento de la información.

Aunque no es objeto del análisis psicosocial presentar procedimientos concretos de


trabajo para el psicólogo, sí que es cierto que las ideas tienen efecto sobre la actividad
profesional; también las ideas que aquí han sido discutidas. Por ello, resultará de interés,
finalizando este trabajo, mencionar las implicaciones que tal discusión tiene para el ámbito
profesional. Y se hará sin pretensión de exhaustividad, pero sí de ilustración, satisfaciendo
además las peculiaridades propias de una publicación como ésta, orientada a aquel ámbito.

Como apunta Roe (2002), la del psicólogo es una profesión que sólo existe en formas
especializadas y el conocimiento psicológico es necesariamente heterogéneo en sus campos
de aplicación. No obstante, sí puede identificarse, en el interés por el bienestar de los seres
humanos, un denominador común de la psicología aplicada (Blanco y Valera, 2007). En este
sentido, los modelos psicosociales han dado lugar a formas de trabajo basadas en la
provisión de apoyo social, pues son conocidos y han sido ampliamente comprobados los
efectos beneficiosos del apoyo social sobre la salud y el bienestar (Berkman y Glass, 2000;
Gracia, 2011; Herrero, 2004b; Olds et al., 2002; Uchino, 2004), incidencia nada sorprendente
desde la noción de ser humano que maneja y propone la explicación psicosocial.

Siguiendo la propuesta ya clásica de Gerald Caplan, la experiencia de bienestar, la


motivación y el desarrollo de los propios recursos se incrementan cuando se encuentra a
otras personas o grupos que se interesen por uno, que hablen su “lenguaje”, que le ofrezcan
referencias de acción y actitud, le proporcionen recompensas valiosas por sus éxitos, sean
sensibles a sus necesidades personales y le valoren con respeto y empatía (Caplan, 1974). Así,
los sistemas formales de ayuda −servicios profesionales, en la formulación de Caplan−
actuarán como catalizadores del desarrollo personal o grupal, en la medida que sean capaces
de adaptar procesos ya existentes en los sistemas naturales de ayuda (Herrero, 2004b).

Desde esta perspectiva, Gracia y Lila (2007) proponen que la intervención basada en el
apoyo social supone un antídoto contra la arrogancia (sic) que pudiera envolver al trabajo
del psicólogo. La psicología, pues, tiene mucho que aprender de los modos cotidianos de
vivir y de la forma en que las personas hemos abordado los problemas. Y, claro está,
equilibrar sabiamente racionalismo y sentido común. Así, prosiguen Gracia y Lila, el éxito o
fracaso de las intervenciones dependerían menos de las técnicas de los profesionales y más
de su habilidad para aportar apoyo −en los términos descritos más arriba en la formulación
de Caplan (1974)−, estimular el descubrimiento de contextos naturales de apoyo y fortalecer
los recursos para acceder a ellos. Esta visión de las cosas supone considerar que el bienestar
de los humanos, por su propia naturaleza, se haya vinculado a la satisfacción de necesidades
de integración social (Barrón y Sánchez-Moreno, 2001; Páez, Campos y Bilbao, 2008).

Lo anterior sugiere acudir a otra cuestión íntimamente relacionada, cuyo debate


también ha despertado el interés de los modelos psicosociales del bienestar (Cantera, 2004b;
Efran y Clarfield, 1996; Sánchez-Vidal, 2007): el papel del profesional en relación a las
necesidades sentidas de las personas. Congruentes con las ideas que estamos mostrando,
Rodríguez-Morejón y Beyebach (1994) proponen que el profesional de la psicología debe huir
del “normativismo”, esto es, no basarse en un modelo de ajuste impuesto desde el criterio
profesional, ni tratar de modelar el modo de vida y necesidades de las personas desde tal
norma, y sí entender a la persona desde sus necesidades sentidas y como parte de un sistema
de relaciones en la vida social, atendiendo, principalmente, a esa característica de la
naturaleza humana. Así, legitimar las necesidades humanas, frente a la reinterpretación de
las situaciones para inducir emociones positivas, es una diferencia más que de matiz, pues
conlleva una visión radicalmente distinta de la persona o grupos con los que se trabaja:
poner al mando de la psicología de la vida cotidiana a las necesidades sentidas y no a la
mecánica procesual. Ello implica centrar toda intervención en esas necesidades sentidas,
entendidas como expectativas de las personas o los grupos acerca de las condiciones de vida
deseadas (Montenegro, 2004), más que en las técnicas controladas unilateralmente por el
profesional. Y, por supuesto, la consideración y puesta en valor de la dimensión psicosocial
de la naturaleza humana a la hora de aplicar cualquier procedimiento psicológico.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Álvaro, J.L. (1995). Psicología social: Perspectivas teóricas y metodológicas. Madrid: Siglo XXI.
Barrón, A. y Sánchez-Moreno, E. (2001). Estructura social, apoyo social y salud mental.
Psicothema, 13, 17-23.
Beauvois, J.L. y Joule, R.V. (1981). Soumission et ideologie: Psychosociologie de la rationalitation.
París: Presses Universitaires de France.
Beck, A. (1967). Depression: Causes and treatment. Filadelfia: University of Pennsylvania.
Beck, A. (1976). Cognitive therapy and the emotional disorders. Nueva York: International
University Press.
Berkman, L.F. y Glass, T. (2000). Social integration, social networks, social support and
health. En L.F. Berkman y I. Kawachi (Eds.), Social epidemiology. Oxfrod: University
Press.
Blanco, A. (1989). La perspectiva histórica en el estudio de los grupos. En C. Huici (Ed.),
Estructura y procesos de grupo. Madrid: Universidad Nacional de Educación a
Distancia.
Blanco, A. y Valera, S. (2007). Los fundamentos de la intervención psicosocial. En A. Blanco y
J. Rodríguez-Marín (Eds.), Intervención psicosocial. Madrid: Pearson.
Blanco, A., Caballero, A. y De la Corte, L. (2005). Psicología de los grupos. Madrid: Pearson.
Blascovich, J. y Mendes, W.B. (2001). Challenge and threat appraisals: The role of affective
cues. En J.P. Forgas (Ed.), Feeling and thinking: The role of affect in social cognition.
Cambridge: University Press.
Bronfenbrenner, U. (1977). Toward an experimental ecology of human development.
American Psychologist, 32, 513-531.
Bronfenbrenner, U. (1979). The ecology of human development. Cambridge: Harvard University
Press.
Cantera, L.M. (2004a). Ética, valores y roles en la intervención comunitaria. En G. Musitu, J.
Herrero, L.M. Cantera y M. Montenegro (Eds.), Introducción a la psicología comunitaria.
Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.
Cantera, L.M. (2004b). Psicología comunitaria de la salud. En G. Musitu, J. Herrero, L.M. Cantera
y M. Montenegro (Eds.), Introducción a la psicología comunitaria. Barcelona: Universitat
Oberta de Catalunya.
Caplan, G. (1974). Support systems and community mental health: Lectures on concept development.
Nueva York: Behavioral Publications.
Chomsky, N. (1998). El contexto sociopolítico del asesinato de Ignacio Martin-Baró. En A.
Blanco (Ed.), Psicología de la liberación. Madrid: Trotta.
Clark, M.S. y Brissette, I. (2000). Relationship beliefs and emotion: Reciprocal effects. En N.H.
Frijda, A.S. Manstead y S. Bem (Eds.), Emotions and beliefs: How feelings influence
thoughts. Cambridge: University Press.
Collier, G., Minton, H. y Reynolds, G. (1996). Escenarios y tendencias de la psicología social.
Madrid: Tecnos.
Crespo, E. (1995). Introducción a la psicología social. Madrid: Universitas.
Efran, J.S. y Clarfield L.E. (1996). Terapia construccionista: Sentido y sinsentido. En S.
McName y K. Gergen (Eds.), La terapia como construcción social. Barcelona: Paidós.
Ehrenreich, B. (2009). Bright-sided: How the relentless promotion of positive thinking has
undermined America. Nueva York: Metropolitan Books.
Fernández-Sedano, I. y Carrera, P. (2007). Las emociones en psicología social. En J.F. Morales,
M. Moya, E. Gaviria e I. Cuadrado (Eds.), Psicología social. Madrid: McGraw-Hill.
Fiske, S.T. y Taylor, S.E. (1991). Social cognition. Londres: Addison-Wesley.
Garfinkel, H. (1984). Studies in ethnomethodology. Cambridge: Polity Press.
Garrido, A. y Álvaro, J.L. (2007). Psicología social: Perspectivas psicológicas y sociológicas.
Madrid: McGraw-Hill.
Georgoudi, M. (1983). Modern dialectics in social psychology. A reappraisal. European Journal
of Social Psychology, 13, 77-93.
Georgoudi, M. y Rosnow, R.L. (1985). Notes toward a contextualist understanding of social
psychology. Personality and Social Psychology Bulletin, 11, 5-22.
Gergen, K. (1997a). Realities and relationships: Soundings in social construction. Cambridge: Harvard
University Press.
Gergen, K. (1997b). Social psychology as social construction: The emerging vision. En C.
McGarty y S.A. Haslam (Eds.), The message of social psychology: Perspectives on mind in
society. Cambridge: Blackwell.
Gil-Lacruz, M. (2007). Psicología social. Un compromiso aplicado a la salud. Zaragoza: Universidad de
Zaragoza.
Gracia, E. (2011). Apoyo social e intervención social y comunitaria. En I. Fernández-Sedano,
J.F. Morales y F. Molero (Eds.), Psicología de la intervención comunitaria. Bilbao: Desclée
de Brouwer.
Gracia, E. y Lila, M.S. (2007). Psicología comunitaria: Redes sociales de apoyo y ámbitos de
intervención. Valencia: Editorial CSV.
Harré, R. (1983). Anteproyecto de una nueva ciencia. En N. Armistead (Ed.), La reconstrucción
de la psicología social. Barcelona: Hora.
Herrero, J. (2004a). La perspectiva ecológica. En G. Musitu, J. Herrero, L.M. Cantera y M.
Montenegro (Eds.), Introducción a la psicología comunitaria. Barcelona: Universitat
Oberta de Catalunya.
Herrero, J. (2004b). Redes sociales y apoyo social. En G. Musitu, J. Herrero, L.M. Cantera y M.
Montenegro (Eds.), Introducción a la psicología comunitaria. Barcelona: Universitat
Oberta de Catalunya.
Hewstone, M. (1992). La atribución causal: Del proceso cognitivo a las creencias colectivas.
Barcelona: Paidós.
Hewstone, M. y Jaspars, J. (1984). Social dimensions of attribution. En H. Tajfel (Ed.), The
social dimension: European developments in social psychology. Londres: Cambridge
University Press.
Ibáñez, T. (1984). Prólogo. En S. Moscovici (Ed.), Psicología social. Barcelona: Paidós.
Ibáñez, T. (1990). Aproximaciones a la psicología social. Barcelona: Sendai.
Ibáñez, T. (2003). El com i el perquè de la psicologia social. En T. Ibáñez (Ed.), Introducció a la
psicologia social. Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.
Jaspars, J. (1986). Forum and focus: A personal view or European social psychology. European
Journal of Social Psychology, 16, 3-15.
Jiménez-Burillo, F. (1986). Psicología social. Madrid: Universidad Nacional de Educación a
Distancia.
Jiménez-Burillo, F. (2005). Contribución a la crítica de la psicosociología imperante.
Encuentros en Psicología Social, 3, 5-31.
Jodelet, D. (1986). La representación social: Fenómenos, concepto y teoría. En S. Moscovici
(Ed.), Psicología social. Barcelona: Paidós.
LeDoux, J. (1999). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emotional life. Londres:
Orion-Phoenix.
Marín, G. (1988). Premisas para la creación de programas de prevención culturalmente
apropiados. En A. Martín-González (Ed.), Psicología comunitaria: Fundamentos y
aplicaciones. Madrid: Síntesis.
Markus, H.R. y Zajonc, R.B. (1985). The cognitive perspective in social psychology. En G.
Lindzey y E. Aronson (Eds.), The handbook of social psychology. Nueva York: Random
House.
Martín-Baró, I. (1983). Acción e ideología: Psicología social desde Centroamérica. San Salvador:
Universidad Centroamericana.
Martín-Baró, I. (1989). Sistema, grupo y poder: Psicología social desde Centroamérica II. San
Salvador: Universidad Centroamericana.
Mead, G.H. (1993). Espíritu, persona y sociedad. Barcelona: Paidós.
Montenegro, M. (2004). Comunidad y bienestar social. En G. Musitu, J. Herrero, L.M.
Cantera y M. Montenegro (Eds.), Introducción a la psicología comunitaria. Barcelona:
Universitat Oberta de Catalunya.
Montero, M. (1991). Concienciación, conversión y desideologización en el trabajo social
comunitario. Boletín de la Asociación Venezolana de Psicología Social, 14, 1-6.
Montero, M. (1994). Vidas paralelas: Psicología comunitaria en Latinoamérica y en Estados
Unidos. En M. Montero (Ed.), Psicología social comunitaria: Teoría, método y experiencia.
México: Universidad de Guadalajara.
Moscovici, S. (1981). On social representation. En J.P. Forgas (Ed.), Social cognition:
Perspectives on everyday understanding. Nueva York: Academic Press.
Moscovici, S. (1984). Psicología social. Barcelona: Paidós.
Munné, F. (1989). Entre el individuo y la sociedad: Marcos y teorías actuales sobre el
comportamiento interpersonal. Barcelona: PPU.
Munné, F. (1993). Pluralismo teórico y comportamiento social. Psicothema, 5(supl.), 53-64.
Musitu, G. (1996). Manual de psicología de la comunicación. Valencia: Editorial CSV.
Musitu, G. (2006). La comunicación familiar desde la perspectiva sistémica. En Y. Pastor
(Ed.), Psicología social de la comunicación. Madrid: Pirámide.
Neisser, U. (1967). Cognitive psychology. Nueva York: Appleton.
Olds, D., Robinson, J., O’Brien, R., Luckey, D.W., Pettitt, L.M., Henderson, C.R., Ng, R.K.,
Sheff, K.L., Korfmancher, J., Hiatt, S. y Talmi, A. (2002). Home visiting by
paraprofessionals and nurses: A randomized, controlled trial. Pediatrics, 110, 486-496.
Ovejero, A. (1985). Tradición cognitivista de la psicología social. Estudios de Psicología, 23/24,
165-185.
Ovejero, A. (1997). El individuo en la masa: Psicología del comportamiento colectivo. Oviedo:
Nobel.
Ovejero, A. (1999). La nueva psicología social y la actual posmodernidad: Raíces, constitución y
desarrollo histórico. Oviedo: Universidad de Oviedo.
Páez, D., Campos, M. y Bilbao, M.A. (2008). Del trauma a la felicidad: Pautas para la
intervención. En C. Vázquez y G. Hervás (Eds.), Psicología positiva. Bilbao: Desclée de
Brouwer.
Rodríguez-Morejón, A. y Beyebach, M. (1994). Terapia sistémica breve: Trabajando con los
recursos de las personas. En M. Garrido y J. García-Martínez (Eds.), Psicoterapia:
Modelos contemporáneos de aplicación. Valencia: Promolibro.
Rodríguez-Pérez, A. (1993). La imagen del ser humano en la psicología social. Psicothema,
5(supl.), 65-79.
Rodríguez-Pérez, A. y Betancor, V. (2007). La cognición social. En J.F. Morales, M. Moya, E.
Gaviria e I. Cuadrado (Eds.), Psicología social. Madrid: McGraw-Hill.
Roe, R. (2002). What makes a competent psychologist? European Psychologist, 7, 192-202.
Rosnow, R. (1981). Paradigms in transition: The methodology of social inquiry. Nueva York:
Oxford University Press.
Rosnow, R.L. y Georgoudi, M. (1986). Contextualism and understanding in behavioral science.
Nueva York: Praeger.
Sabucedo, J.M., D’Adamo, O. y García-Beaudoux, V. (1997). Fundamentos de psicología social.
Madrid: Siglo XXI.
Sánchez-Vidal, A. (2007). Manual de psicología comunitaria: Un enfoque integrado. Madrid:
Pirámide.
Santolaya, F., Berdullas, M. y Fernández-Hermida, J.R. (2002). La década 1989-1998 en la
psicología española: Análisis del desarrollo de la psicología profesional en España.
Papeles del Psicólogo, 82, 65-82.
Scott, W. (1981). Organizations: Rational, natural and open systems. Englewood: Prentice Hall.
Serrano, I. y Álvarez, S. (2002). Análisis comparativo de marcos conceptuales de la psicología
de la comunidad en Estados Unidos y América Latina. En I. Serrano y W. Rosario
(Eds.), Contribuciones puertorriqueñas a la psicología social comunitaria. Río Piedras:
Universidad de Puerto Rico.
Stangor, C. y Jost, J.T. (1997). Commentary: Individual, group and system levels of analysis
and their relevance for stereotyping and intergroup relations. En R. Spears, P.J.
Oakes, N. Ellemers y S.A. Haslam (Eds.), The social psychology of stereotyping and group
life. Oxford: Blackwell.
Stryker, S. (1980). Symbolic interactionism: A social structural approach. Menlo Park: Benjamin &
Cummings.
Stryker, S. (1997). In the beginning there is society: Lessons from a sociological social
psychology. En C. McGarty y S.A. Haslam (Eds.), The message of social psychology:
Perspectives on mind in society. Cambridge: Blackwell.
Tajfel, H. (1984). Grupos humanos y categorías sociales. Barcelona: Herder.
Tajfel, H. y Turner, J.C. (1979). A integrative theory of intergroup conflict. En W. Austin y S.
Worchel (Eds.), The social psychology of intergroup relations. Monterey: Brooks & Cole.
Turner, J.C. (1990). Redescubrir el grupo social. Madrid: Morata.
Turner, J.C. (1999). El campo de la psicología social. En J.F. Morales y C. Huici (Eds.),
Psicología social. Madrid: McGraw-Hill - UNED.
Uchino, B.N. (2004). Social support and physical health: Understanding the health consequences of
relationships. New Haven: Yale University Press.
Zaccagnini, J.L. y Delclaux, I. (1982). Psicología cognitiva y procesamiento de la información.
En I. Delclaux y J. Seoane (Eds.), Psicología cognitiva y procesamiento de la información.
Madrid: Pirámide.

También podría gustarte