Pons Cognitivismo
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Pons Cognitivismo
ENCONTRANDO
RESPUESTAS EN LA PSICOLOGÍA SOCIAL
Autor:
Javier Pons Diez
Departamento de Psicología Social de la Universitat de València.
Resumen:
El objetivo de este trabajo es presentar una revisión de algunas orientaciones teóricas surgidas a
finales del siglo XX, que se postulan como alternativas a los modelos predominantes del
procesamiento de la información. En primer lugar, se describen las características distintivas de la
orientación cognitivista. A continuación, se exponen las principales críticas vertidas sobre esta
orientación. Posteriormente, se hace una caracterización de algunas escuelas de pensamiento, surgidas
en la psicología social, que recogen esta crítica y presentan posiciones alternativas a las teorías
cognitivistas.
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El artículo de George Miller “El mágico número siete más/menos dos: Algunos límites
de nuestra capacidad para procesar información”, publicado en 1956, suele ser considerado
como el primer punto de inflexión en el cambio de paradigma que experimentó la psicología.
Cuatro años más tarde, otros dos acontecimientos serán decisivos para que el cognitivismo
empezara a ganar terreno frente al conductismo: por un lado, en la Universidad de Harvard
se funda el Centro de Estudios Cognitivos, dirigido por George Miller y Jerome Bruner;
paralelamente, se publica el libro “Planes y estructura de la conducta”, firmado por el
omnipresente Miller, junto con Eugene Galanter y Karl Pribram. Ya en 1967, Ulric Neisser
utiliza el nombre de “Psicología cognitiva” para titular su libro. Neisser (1967) define la
cognición como el conjunto de procesos mentales a través de los cuales las entradas
sensoriales se transforman, se reducen, se elaboran, se almacenan, se recuperan y se usan. La
cognición, para Neisser, se refiere a todo lo que el ser humano puede llegar a hacer con su
mente.
El auge del cognitivismo desde los años sesenta del siglo XX acabó consolidándolo
como la orientación teórica predominante en la psicología estadounidense, trasladándose
esta tendencia a la europea e instalándose como el modelo de observación mayoritaria en el
estudio del comportamiento. La preponderancia del paradigma cognitivista supuso un
cambio en la noción de ser humano manejada por la psicología, pues, frente al conductismo,
el cognitivismo destaca la imagen de la persona como procesadora-interpretadora de la
información circundante, favoreciendo una visión esencialmente racionalista de la naturaleza
humana. Ello significó, además, acentuar la perspectiva individualista del comportamiento
que ya esbozaba el conductismo, pues la vida psíquica queda reducida a la mecánica de los
procesos cognitivos, aislados de los factores de orden social que les deberían dar sentido,
tales como normas grupales implícitas, roles desempeñados, motivaciones de ajuste grupal o
creencias y valores de referencia colectiva (Ovejero, 1985).
La noción de ser humano que presenta el cognitivismo fue uno de los motivos que
facilitó su gran auge dentro de la psicología estadounidense. El hecho es que el conductismo
presentaba una noción antropológica que, implícitamente y aun sin pretenderlo, dejaba
entrever dudas acerca de algunos de los valores fundacionales de los Estados Unidos, tales
como el libre albedrío, la preeminencia del raciocinio o la capacidad de elección. Las
propuestas cognitivistas, por el contrario, permitían mantener explícitamente a salvo esos
valores legitimadores del American way of life.
Desde este contexto conceptual será posible sistematizar una visión crítica de la
orientación cognitivista y proponer alternativas surgidas y desarrolladas,
fundamentalmente, en la psicología social. Tal es, precisamente, el propósito de este trabajo,
y a ello empezaremos a referirnos en el apartado siguiente.
2. LA CRÍTICA AL COGNITIVISMO
− Visión mecanicista del ser humano: se concede primacía a las operaciones cognitivas
formales y al funcionamiento de los procesos cognitivos, pero no a la naturaleza de los
contenidos mentales ni a las dinámicas sociales y motivacionales que afectan a los contenidos
y a los procesos. Como afirma Álvaro (1995) el paradigma cognitivista ha sustituido un
individualismo de carácter reactivo −el del conductismo− por un individualismo “ilustrado”.
1
Es claro que muy distinto será la aplicación de los modelos del procesamiento de la información a otras
áreas en que la explicación cognitivista no tiene más remedio que encajar con éxito: por ejemplo, la
psicología de la instrucción, el estudio de las funciones mentales superiores o ciertos aspectos en la
psicología del desarrollo o en la del deporte, entre otras. La crítica se centra en los aspectos que hacen
referencia a la vida común y cotidiana de las personas, a la noción de ser humano y al estudio del
comportamiento en los ámbitos sociales y relacionales, allí donde se ponen en juego el bienestar social, la
calidad de vida y la salud mental. Por ello, la crítica se ilustra desde la psicología social.
− Perspectiva conservadora: se puede hacer un uso sui géneris del proceso de
interpretación de la realidad, para legitimar las condiciones sociales de desigualdad. Esto es,
si las interpretaciones cognitivas son lo determinante en la vida de cada persona, cómo sean
las condiciones sociales en las que se vive no será relevante, pues siempre se podrán
reinterpretar, por más que fueran injustas o desiguales. Desde este punto de vista, el
cognitivismo supone una perspectiva centrada en lo mental y alejada del realismo social, de
las condiciones de vida reales. El cognitivismo se halla bien conciliado con el establishment2.
− Identificación de los rasgos del American way of life en la explicación que se hace de la
conducta humana. La explicación cognitivista y la imagen que presenta del ser humano
−racionalismo, individualismo, descontextualización,…− se hallan muy cercanas a los modos
de vida cotidianos de la sociedad estadounidense y a los valores enfatizados por ésta. Se
plantearía un problema de validez en la generalización de investigaciones y teorías a otras
sociedades donde la vida social común no respondiera a tales rasgos.
Otra cuestión crítica tiene que ver con la relación causal entre los pensamientos y los
sentimientos. Aaron Beck, muy influyente en la psicología cognitivista, defendió la tesis de
que las cogniciones determinan no sólo la conducta sino también los sentimientos del
individuo: son las interpretaciones sobre los acontecimientos, y no los acontecimientos
mismos, las que determinan lo que la persona sentirá (Beck, 1967, 1976). Esta relación causal
del pensamiento al sentimiento es ampliamente aceptada dentro del movimiento cognitivista
en psicología: la idea que se presenta es que las emociones son producto de la razón y de la
valoración cognitiva que el individuo hace de los sucesos del entorno. Sin embargo, desde la
neurociencia, las investigaciones sobre los circuitos neuronales del cerebro han hallado que
la emoción precede al pensamiento y que existe un procesamiento emocional precognitivo
(LeDoux, 1999).
2
Entroncando con esta crítica, Ehrenreich (2009) llega a afirmar que el llamado “pensamiento positivo”
−desproblematización, reinterpretación de los hechos adversos,…−, arraigado en el imaginario colectivo
de nuestra sociedad y en las nociones mayoritarias de la psicología institucionalizada, actúa realmente
como un mecanismo de control social y de “anestesia” para un tipo de malestar que movilizaría hacia el
cambio social.
Tal realidad psicobiológica acerca de la actividad emocional humana abre un camino
de investigación para la psicología cognitiva. Desde ella, investigadores como Blascovich y
Mendes (2001) o Clark y Brissette (2000) han propuesto la existencia de un efecto recíproco:
las cogniciones influyen sobre las emociones y las emociones sobre las cogniciones. La
presencia de una relación circular entre ambas variables −como, por otra parte, ocurre con la
mayoría de variables psicológicas− supera, al menos, el reduccionismo de la relación lineal
en un solo sentido.
Nos referiremos en este apartado a las contribuciones de los dos grandes núcleos de la
psicología sociocognitiva europea: el francés, con las figuras de Serge Moscovici, Denise
Jodelet, Jean-Léon Beauvois y Robert Joule; y el británico, con Henri Tajfel, John Turner,
Miles Hewstone y Jos Jaspars.
Serge Moscovici propone una psicología social que se oriente a lo cognitivo, aunque
alejada de los presupuestos típicos de la psicología cognitivista. Critica el carácter
individualista de los modelos cognitivistas al uso y aboga por cambiar la unidad de análisis
desde los procesos cognitivos individuales a las formas colectivas de conocimiento que dan
sentido a la actuación humana (Moscovici, 1984). Esta visión de las cosas será característica
de toda la orientación sociocognitiva europea.
Bronfenbrenner (1977, 1979) plantea que toda la vida de las personas acontece dentro
de sistemas sociales en los que se va configurando su actividad y características psicológicas,
condicionadas por la repercusión de esos sistemas en el desarrollo individual. Además, las
propias características de un sistema están también influidas por las relaciones con otros
sistemas y entornos sociales. Así pues, el desarrollo vital de los individuos será producto de
un complejo campo de fuerzas que, finalmente, dará lugar al comportamiento peculiar de
cada sujeto en cada momento. Precisamente, el papel decisivo que otorga al contexto
sociocultural justifica la gran aceptación que esta teoría ha tenido entre aquellos psicólogos
más interesados por encontrar marcos de referencia que superaran el individualismo
metodológico y teórico instalado en la disciplina (Gil-Lacruz, 2007; Serrano y Álvarez, 2002).
Los humanos viven y desarrollan su conducta dentro de sistemas sociales, de los cuales
son elementos fundadores y constituyentes. Un sistema social está integrado por personas y
por relaciones entre personas, así como por grupos de personas y sus relaciones. Cada
elemento del sistema social afecta y es afectado por los otros. Se perdería la esencia de lo que
es un sistema social si se pretendiera centrar la atención en las unidades aisladas, excluyendo
el significado del tejido de relaciones entre las unidades (Scott, 1981). Pero los sistemas
sociales, como los biológicos o de cualquier otro tipo, no operan aisladamente, sino en
permanente contacto con el exterior. Cualquier sistema social mantiene relaciones de
repercusión mutua con otros similares, lo cual condicionará no sólo su funcionamiento y
atributos globales, sino también las relaciones entre sus elementos y el funcionamiento y
características de éstos.
Las relaciones establecidas dentro de los sistemas sociales aportarán a sus integrantes
marcos de referencia sobre las expectativas de conducta y pensamiento, justificaciones
valorativas del comportamiento, así como expectativas específicas acerca de las formas de
actuación propias de cada posición dentro del sistema. A través de la función socializadora
del sistema, sus integrantes interiorizarán tales variables y asumirán los estilos conductuales
y actitudinales que sean peculiares de ese sistema (Herrero, 2004a).
Cada persona es afectada de modo significativo, y durante todo su ciclo vital, por las
interacciones en sus contextos y de sus contextos. El ambiente ecológico natural del
individuo está formado por un conjunto de estructuras de relación que envuelven a la
persona y que Bronfenbrenner (1979) presenta en cuatro niveles de influencia. 1) El
microsistema es el ámbito relacional más próximo al individuo, el entorno grupal inmediato
en que tienen lugar interacciones directas entre los integrantes; a través de la socialización
ejercida por los contextos microsistémicos, el individuo desarrolla sus rasgos psicológicos e
interioriza las prescripciones sociales en cuanto a estándares conductuales, valores y roles. 2)
El mesosistema se refiere a las interacciones significativas entre los microsistemas, pues toda
persona es integrante de diversos microsistemas sociales que repercuten en su desarrollo
psicológico, pero cada uno de ellos incidirá sobre una persona que ya viene influida por otro
similar. 3) El exosistema alude a contextos en los cuales no se halla el individuo, pero que sí
inciden sobre lo que ocurrirá en aquellos contextos en los que está, pues un pequeño cambio
en el entorno podría provocar un efecto enorme en la dinámica de un sistema y en el
desarrollo de un individuo. 4) El macrosistema está configurado por el marco social y
cultural más amplio que envuelve a las personas, a sus relaciones, a sus sistemas y a las
relaciones entre ellos, incluyendo valores sociales imperantes, rasgos culturales de una
sociedad, condiciones políticas y económicas o aconteceres históricos que condicionan la
dinámica social; todo individuo es socializado y enculturizado en el marco de unas
condiciones macrosociales particulares que van a incidir sobre los contenidos mentales y
conductuales de esa persona.
Hay que decir, finalmente, que los contextos de relación están constituidos por
interacciones de diversa naturaleza producidas por la actividad humana. El ser humano, por
lo tanto, no es un ente pasivo constituido a imagen y semejanza de lo que ocurre en su
entorno. Al contrario, las personas, según Bronfenbrenner (1977, 1979), no se limitan a
responder pasivamente a las demandas ambientales, sino que construyen sus propios
mundos mediante una relación dialéctica con las circunstancias del entorno. La actividad es
inherente a la persona, como la función socializadora lo es a todo sistema formado por
personas.
3
Ignacio Martín-Baró desarrolló buena parte de su trabajo psicosocial en medio del conflicto armado que
sufrió El Salvador entre 1980 y 1992. El 16 de noviembre de 1989 fue asesinado, junto con otros cinco
profesores de la Universidad Centroamericana y dos trabajadoras de la misma, en un atentado perpetrado
por un comando gubernamental, auspiciado por los Estados Unidos. Entre los profesores fallecidos
figuraban también el filósofo Ignacio Ellacuría y el sociólogo Segundo Montes. La posición ideológica de
Martín-Baró y sus compañeros fue determinante en los hechos (Chomsky, 1998).
necesidades reales de las personas y los grupos humanos, para sacar a la luz, en ese análisis
crítico, las situaciones que impliquen injusticia y desigualdad, y para fortalecer los valores de
la cohesión y la justicia social.
Martín-Baró (1983, 1989) postula que el compromiso de la psicología debe estar al lado
de las legítimas aspiraciones de realización vital de toda persona en el contexto en el que
vive. Así pues, las motivaciones vitales y las necesidades sentidas por las personas se
convierten en variables cruciales en el estudio del ser humano. Las condiciones del contexto,
por otra parte, son el marco para la realización personal y, por tanto, en ellas se encuentran
las limitaciones y las oportunidades que inciden en la vida de los seres humanos. Las
condiciones del contexto pueden ser desde las de tipo relacional, hasta las que incluyen
factores económicos y políticos, pasando por los valores sociales imperantes o las
condiciones laborales, convivenciales, educativas, materiales, medioambientales y
asistenciales. Están ahí los factores que limitarán o que potenciarán la satisfacción de la
realización personal.
Desde estas ideas, Martín-Baró (1983, 1989) se interesa por el bienestar y la salud
mental, no como producto de procesos psicológicos, sino como resultado de las condiciones
en que se vive. Para Martín-Baró, la salud mental óptima es concebida como expresión de
relaciones sociales humanizantes. Plantea que las personas que muestran afecciones después
de pasar por situaciones altamente conflictivas y frustrantes no son “anormales”, sino que
están experimentando una respuesta “normal” a una situación que sí es “anormal”. En
sociedades caracterizadas por la competitividad y el individualismo, donde prevalece la
desigualdad como una “anormalidad normal”, la solución a los problemas relacionados con
las carencias de bienestar y calidad de vida pasa por: a) analizar las condiciones que afectan
la vida social, b) detectar aquéllas que favorecen la frustración o la realización, y c) eliminar
las unas y potenciar las otras.
8. APUNTES FINALES
A este respecto, George Herbert Mead, padre intelectual de la orientación teórica del
interaccionismo simbólico, fue contundente en su posicionamiento al afirmar que “la
sociedad y el hombre son lo mismo” (Mead, 1934/1993). Es decir, la relación entre la psique
y la sociedad va más allá de dos realidades sólo vinculadas por meras relaciones de
influencia mutua; al contrario, ambas constituyen “un todo inextricablemente entrelazado”
(Ibáñez, 2003). La dimensión social no corre paralelamente a la dimensión psicológica, sino
que es constitutiva de ésta: lo social es constitutivo de la mente y de la conducta. La sociedad
no está fuera de la persona, sino que la sociedad son las personas y, además, está dentro de
cada una de ellas.
En efecto, las complejas y ricas conexiones entre persona y sociedad son connaturales a
la misma idiosincrasia de ambas. En el terreno de estas conexiones es donde se halla la
característica más definitoria de la vida común de los seres humanos. La persona, sus grupos
y el sistema macrosocial que los envuelve conforman un entramado de relaciones complejas
que constituye el campo de actuación de todo ser humano (Stangor y Jost, 1997). Esto lleva a
considerar las vinculaciones entre las características personales y las de los contextos, pero
también entre las necesidades de las personas y las condiciones de los entornos, pues las
necesidades de los humanos están estrechamente vinculadas a los procesos relacionales y a
las condiciones sociales (Montenegro, 2004). Y las conductas son actuaciones significadas y
motivadas en lo social, y no sólo guiadas por procesos deliberativos basados en la lógica
formal (Ovejero, 1985).
Se postula, pues, una psicología de la vida real, que se interese por el estudio de las
vidas humanas tal y como las personas las viven en la realidad, no en el reducido y
artificioso mundo de la cognición, sino en la calle, en las casas, en los lugares de ocio, en las
tiendas o en el trabajo, lugares donde la gente, verdaderamente, vive e interacciona con otros
humanos y con las condiciones socioambientales que éstos crean y recrean (Harré, 1983).
Compartimos con Blanco y Valera (2007) que la atención a las necesidades de las
personas particulares, grupos, comunidades, organizaciones o instituciones sólo puede
abordarse con garantías desde una sólida reflexión teórica que alimente recurrentemente el
quehacer profesional. Llegados aquí, pues, el propósito principal de este trabajo ha sido
cumplido, ya que se ha presentado una modalidad de esa reflexión: el amplio espectro de
posibilidades de la explicación psicosocial, frente al mecanicismo de los modelos del
procesamiento de la información.
Como apunta Roe (2002), la del psicólogo es una profesión que sólo existe en formas
especializadas y el conocimiento psicológico es necesariamente heterogéneo en sus campos
de aplicación. No obstante, sí puede identificarse, en el interés por el bienestar de los seres
humanos, un denominador común de la psicología aplicada (Blanco y Valera, 2007). En este
sentido, los modelos psicosociales han dado lugar a formas de trabajo basadas en la
provisión de apoyo social, pues son conocidos y han sido ampliamente comprobados los
efectos beneficiosos del apoyo social sobre la salud y el bienestar (Berkman y Glass, 2000;
Gracia, 2011; Herrero, 2004b; Olds et al., 2002; Uchino, 2004), incidencia nada sorprendente
desde la noción de ser humano que maneja y propone la explicación psicosocial.
Desde esta perspectiva, Gracia y Lila (2007) proponen que la intervención basada en el
apoyo social supone un antídoto contra la arrogancia (sic) que pudiera envolver al trabajo
del psicólogo. La psicología, pues, tiene mucho que aprender de los modos cotidianos de
vivir y de la forma en que las personas hemos abordado los problemas. Y, claro está,
equilibrar sabiamente racionalismo y sentido común. Así, prosiguen Gracia y Lila, el éxito o
fracaso de las intervenciones dependerían menos de las técnicas de los profesionales y más
de su habilidad para aportar apoyo −en los términos descritos más arriba en la formulación
de Caplan (1974)−, estimular el descubrimiento de contextos naturales de apoyo y fortalecer
los recursos para acceder a ellos. Esta visión de las cosas supone considerar que el bienestar
de los humanos, por su propia naturaleza, se haya vinculado a la satisfacción de necesidades
de integración social (Barrón y Sánchez-Moreno, 2001; Páez, Campos y Bilbao, 2008).
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