Ensayo Teoría Política II - Miranda Puliafito, Agustín

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Teoría Política II – Miranda Puliafito, Agustín (24.

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Índice
Introducción 3

Desarrollo

El Fenómeno Eleccionario 3

La Identidad Polulista 4

Adecuación Racionalista 6

Conclusiones 8

Bibliografía 9

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Teoría Política II – Miranda Puliafito, Agustín (24.910)

Populismo Adecuado

Introducción
El presente ensayo busca elaborar una propuesta explicativa conceptual acerca del
nacimiento del populismo “de derecha” observado en la actividad política del actual frente opositor
al gobierno nacional, encabezado por Juntos por el Cambio. En aras de su realización, implementa
enfoques teóricos diversos y relaciona el abanico conceptual propuesto por autores pertinentes con
el fenómeno analizado.
El sentido de esta producción es proponer una argumentación conceptual acerca de sucesos
políticos contemporáneos de notoria importancia como lo son la construcción de identidades
políticas y la consolidación de las estructuras discursivas. Entendemos pertinente para el desarrollo
de la política como ciencia el buscar comprender lo institucional a partir de la producción teórica, en
función de esclarecer su entendimiento y contribuir a la formulación de opiniones críticas alusivas al
ejercicio de la política.

El Fenómeno Eleccionario
Es de público conocimiento que los procesos electorales evocan climas de fervor e
incertidumbre en el imaginario colectivo. Su desarrollo inviste suma importancia dado que su
consumación implica, a grandes rasgos, la imposición de una visión política de cómo ha de
configurarse la realidad de cara al presente y el futuro. Este evento emblema de la democracia
implica actividad tanto de postulantes como de electores, la cual puede verse expresada en el
conjunto de signos y símbolos que orbitan la propia noción identitaria de los distintos sectores
partidarios de la política. En líneas generales, la existencia de todos los actores de la sociedad se ve
atravesada por la política en múltiples aspectos, pero es en los períodos electorales en los que la
producción y reproducción de sentidos y simbología destaca por su vívida presencia. La reproducción
de la identidad política encuentra diferentes cauces y adquiere formas variadas, aún así es posible
dilucidar fenómenos comunes a distintos espectros partidarios. Uno de ellos es el populismo, aquella
palabra que incita a pre concepciones disímiles y prejuicios dispares entre quienes sostienen su
empleo y quienes desdeñan su existencia. Específicamente en Argentina este fenómeno,
comúnmente asociado a los partidos políticos de masas de izquierda y centro izquierda, existe en

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medio de una dinámica bipartidista mediante la cual, a priori, quienes se constituyen


discursivamente como detractores del populismo desmerecen su valor y atribuyen sus causas y
consecuencias a aquellos sectores políticos que incluyen al populismo como elemento activamente
detentado en la identidad partidaria. Esta visión del concepto, comúnmente reproducida por
partidos pertenecientes a la derecha o centro derecha nacional, ha experimentado una redirección
sustancial que extraña a propios y ajenos.
Tras el resultado de las elecciones PASO de agosto del 2019 ocurre un cambio en la
estructura discursiva e institucional de Juntos por el Cambio por demás significante. Esta coalición,
en ese entonces oficialista, percibió una clara derrota electoral y es a partir de ese momento que
comienza su epopeya electoral en función de lograr disminuir la brecha existente entre su caudal de
votos y el ostentado por su homólogo: el Frente de Todos. La conclusión de la elección general
posterior no varió del resultado anterior, aun así, fue notorio el incremento de votos que el partido
dirigido por Mauricio Macri presentó ante los comicios de octubre de 2019. Esta evolución puede
explicarse por diversos factores, entre ellos, la adopción de mecánicas electorales atribuibles al
concepto de populismo. Desde aquel primer precedente, es factible observar un progresivo
corrimiento desde una inicial postura “institucionalista” (E. Laclau, 2005) hacia una de corte más
confrontativo, plasmada en los significados y símbolos que el partido comenzó a labrar como propio
cuerpo identitario.

La Identidad Populista
Al referirnos a estas nociones es ineludible la necesidad de elaborar conceptualmente
aquello que entendemos como “populismo”, dado que esta noción en boga es una frecuente víctima
de la pluri significancia propia de las ciencias sociales. Existen aquellas voces que buscan reducir al
fenómeno en cuestión a una mera cuestión técnica o del lenguaje, acotando de sobre manera el
margen de explicabilidad de su prosa sobre los movimientos políticos imbuidos en esta materia.
También es común escuchar aquellos que anexan indiscutiblemente al populismo con partidos
políticos específicos, atribuyéndoselos como parte de la ideología de los mismos. El punto de partida
de este análisis radica en entender al populismo, no como una técnica o una ideología, si no “vía
real” de comprensión de lo “relativo a la constitución ontológica de lo político” (Laclau, 2005, p. 91).
A partir de esta definición podemos argumentar que el fenómeno en cuestión no está
exclusivamente asignado a partidos políticos o ideologías específicas y que, a su vez, posee un
sentido más complejo que el de ser una mera herramienta electoral.
Concebir al populismo como una cosmovisión holística de lo social, como un modo integral
de hacer y entender a la política, implica analizar por completo la composición identitaria de los

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líderes y partidos políticos para entender el, en términos weberianos, “sentido mentado” atribuido a
sus acciones. En función de lograr este entendimiento, versamos sobre los conceptos expuestos por
Ernesto Laclau en su obra “La Razón Populista” (2005).
Según el autor, la constitución de la identidad partidaria viene precedida de la consolidación
de una totalidad imperfecta generada a partir del lenguaje y lo simbólico, en la cual significados
particulares se unen en una “cadena de equivalencia” que los engloba al tiempo que subvierte la
especificidad de cada eslabón en beneplácito de una noción totalizante compartida. En otras
palabras, la identidad política surge a través de una primera visión de la realidad social que omite
cierta porción de la realidad y que encuentra dentro de sí una multiplicidad de conceptos y sujetos
específicos, los cuales prestan su identidad particular en favor de la representatividad del conjunto al
cual pertenecen. El discurso es aquel “terreno primario” de constitución de la identidad a partir de
dos tipos de lógicas. La forma mediante la cual entendemos y delimitamos cada sentido específico
responde a la “lógica de diferenciación” y el mecanismo mediante el cual se genera un sentido
totalizante que abarca estas diferencias particulares es denominada por el autor como “lógica de
equivalencia” (Laclau, 2005). Es importante entender que esta última demarca los límites de la
significación propia; el “horizonte” de la totalidad (expresada en lo propio del grupo, movimiento
social, partido, etc.), y que lo hace en contraposición a un conjunto social ajeno el cual excluye,
aquello a lo cual antagoniza. Este “horizonte de demarcación” de la propia identidad, de carácter
“fallido” en tanto no es un fundamento lógico inobjetable, más afectivo que conceptual, es el
constructo necesario para el empleo de la retórica. La retórica en sí, según el autor, funciona como la
disposición generalizada de significados figurativos por sobre el sentido literal de términos
particulares. En otras palabras, es el mecanismo vehiculizador de la lógica de equivalencia mediante
la cual se aglutina significados dispares en favor de la representatividad (generalización catacrética).
A partir de la retórica se dota de “hegemonía” a conceptos y símbolos particulares con la intención
de que estos asuman significados universales, es decir, relativos a las composiciones identitarias
populistas. En consiguiente, el autor denomina “significantes vacíos” a aquellos conceptos vaciados
de sentido específico y resignificados en concepto de la totalidad imperfecta que los contiene.
Consecuentemente, podemos apreciar al populismo como una cosmovisión que divide el campo de
lo social en dos, lo propio y lo impropio, y que “privilegia” el sentido de la propia identidad por
encima de las particularidades albergadas, sin dejar de necesitarlas.
Lo verdaderamente interesante de la noción de populismo expuesta por Laclau es lo que
ocurre con la fracción propia de la identidad populista. Aquella, denominada “pueblo”, es entendida
por el autor como un componente parcial de la totalidad que a su vez “aspira a ser concebido como
la totalidad legítima'' (Laclau, 2005). Esta resignificación del concepto “pueblo” implica un subgrupo

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dentro del conjunto formal de la ciudadanía, a su vez autopercibido como el verdadero conjunto de
ciudadanos, contrapuestos a aquel otro subgrupo de la sociedad: lo que no es “pueblo”. Este punto
de la construcción del concepto de populismo es sumamente importante porque a partir de este es
que podemos detectar el tono populista en el desarrollo discursivo e institucional de los actores en el
escenario político.
Aplicando el abanico conceptual anterior, resulta evidente que en los últimos tres años, los
sectores políticos de derecha y centro derecha, ahora en carácter de oposición, han dirigido sus
esfuerzos hacia la constitución de su horizonte identitario, la demarcación de su “pueblo” y el
antagonismo a lo entendido como ilegítimo. La actual oposición encuentra en términos como “la
república” y “las instituciones”, entre otros, sus significantes vacíos a emplear en contra el proyecto
político presentado por el frente oficialista. La noción de “pueblo” conformada mediante la lógica
equivalencial citada rescata en este caso a todos aquellos disconformes con el despotismo, la
corrupción, las irregularidades, el clientelismo y demás atribuciones que atañen a lo que esta
identidad entiende por peronismo conservador y peronismo kirchnerista en el manejo del poder y las
instituciones. Dichas preconcepciones responden a un bagaje histórico propio del sector, por ende la
innovación contemporánea se ubicaría en la forma en la que este mensaje se produce y reproduce.

Adecuación Racionalista
Resulta interesante estudiar cómo este viraje tuvo lugar desde la perspectiva de la dirigencia
partidaria, quienes tras los resultados de agosto de 2019 optaron por la modificación del carácter de
su identidad política. Una forma adecuada de acercarse a esta dimensión de análisis es a través del
enfoque de la elección racional propuesto por el individualismo metodológico.
Desde la perspectiva propuesta por Anthony Downs en “Teoría Económica de la Acción
Política en una Democracia” (Downs, 1957) se busca concebir la mecánica electoral a través de la
caracterización de lo que el autor estima como principales actores de la democracia: la ciudadanía y
los gobernantes y sus partidos. Estos sujetos entendidos como agentes racionales orientados a fines
estratégicos perseguirán distintos objetivos. En el caso de los actores políticos institucionalizados, la
maximización de poder a través de la victoria eleccionaria se constituye como el beneficio específico
perseguido, mientras que, en el caso de la sociedad civil, lo será el aumento de lo propiamente
asumido como bienestar social. La ciudadanía es entendida, a su vez, como un espacio de
distribución de preferencias dispar, en donde la noción de buen vivir varía a lo largo de la distribución
poblacional. Consecuentemente, el marco democrático en donde estos actores se encuentran
insertos permite conciliar las preferencias de la ciudadanía, expresadas en la necesidad de políticas
públicas acordes, con la búsqueda de poder de los partidos políticos y sus dirigentes, materializable

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en el voto en períodos eleccionarios y la validación en los momentos restantes. Así es como se


produce un intercambio de políticas públicas por apoyo político, en una suerte de analogía
mercantilista en la cual una parte es entendida como oferente y la otra, como demandante. A partir
de este marco teórico, el autor indica que, existiendo condiciones de estabilidad política ideales, en
las democracias competitivas los partidos políticos tienden a adecuar su oferta política (identidad y
propuesta de gobierno) a la “estructura de preferencias” del “votante mediano” en una suerte de
“competencia centrípeta” (Downs, 1957) para lograr instaurarse como opción más representativa del
conjunto poblacional, adquiriendo la mayor cantidad de adhesiones políticas, maximizando entonces
la cantidad de votos y, con ello, las posibilidades de institucionalizarse en el poder. El sentido
“centrípeto” de la competencia de los partidos alude a que el votante mediano, disuelto en la
ciudadanía, funcionará como múltiplo común entre toda la distribución poblacional del conjunto, al
tiempo que la estructura identitaria y el abanico de políticas públicas ofrecido por los partidos,
dispuestas en favor de la captación de este factor común, tenderían a la satisfacción general de todo
el espectro de preferencias de la población civil. En otras palabras, la competencia centrípeta
conlleva necesariamente a la moderación de la oferta política.
Si bien esta visión del fenómeno democrático presenta carencias explicativas en el traslado
de sus formas economicistas a las sociedades democráticas reales dado que estas nunca cuentan con
el nivel de estabilidad detentado por el autor para hacer funcionar sus axiomas lógicos, resulta
interesante complementar algunas de sus lógicas con la noción de identidades populistas y las lógicas
equivalenciales presentadas anteriormente.
Como mencionamos anteriormente, la lógica equivalencial superlativa de las identidades
populistas implica la constitución de una frontera entre la fracción de la sociedad representada por
esta identidad y la fracción ajena junto con sus símbolos y significados. Esta exclusión divide de
forma tajante lo que es entendido como pueblo legítimo y lo que no. Dado el carácter “libidinal”
(Laclau, 2005) de la adhesión de las partes a la totalidad imperfecta, no es de extrañarse que el
propio acto de exclusión y descrédito genere potencial identitario en la otra porción de la ciudadanía.
Es fácil notar la vocación antagónica que expresa el peronismo como constructo identitario en su
estructura discursiva y sus significados vacíos dotados de hegemonía, ocupados en connotación
negativa contra lo que se entiende contrario al movimiento, plasmados en las voces “gorilaje” o
“oligarquía”, por ejemplo. La causa de la reconstitución identitaria de la oposición puede verse dada
como una conjunción entre la exclusión discursiva del concepto de “pueblo” legítimo para con la
fracción ajena al peronismo y la afición política por apelar a estructuras de preferencias mayoritarias
retratada por el enfoque racional. El efecto de la radicalización de la lógica de equivalencia en un
sector identitario populista podría moldear la estructura de preferencias del votante mediano del

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sector antagonizado, capitalizable, a su vez, por el sector político homónimo, quien promulgará su
propia noción de “pueblo” parcial e instará la reproducción de sus significantes vacíos y su retórica.
En última instancia, esta mecánica podría desembocar en una competencia centrífuga en el sentido
de que la captación de la estructura de preferencias se orientará progresivamente radialmente hacia
los extremos del espectro político. Este movimiento representa un efecto opuesto al modelo
centrípeto promulgado por el enfoque racionalista, pero que respondería a la misma razón motora:
la capitalización de las preferencias políticas del electorado.
Pensar en una consecuencia así en la política nacional a día de hoy sería una extrapolación
innecesaria debido a que la misma consolidación del Frente de Todos presentó, en su momento, un
corrimiento desde el antagonismo populista característico hacia una inclinación mayormente
moderada. Esto puede entreverse, por ejemplo, en la disposición de Alberto Fernandez como
candidato insignia y el tono “conciliador” de su discurso (el cual frecuenta figuras políticas históricas
pertenecientes al partido opositor), la delegación de la dirigencia del INDEC a Marcos Lavagna, la
presencia de matices políticos en la configuración del propio gabinete, entre otros. Esta inicial
posición del frente oficialista parece acercarse más a la noción de “totalidad institucionalista”
propuesta por Laclau, en la que la representación de las multiplicidad (lógica de diferenciación)
prima por sobre la autopercepción de legitimidad de la propia identidad. Aun así, al día de la fecha
(pandemia de por medio), es plausible observar una progresiva disminución de esta lógica, plasmada
en la renuncia de ministros cercanos al “albertismo” y en el aumento de la presencia mediática de las
figuras que incitan mayor fervor identitario en el “pueblo” peronista, lo cual, en sumatoria al viraje
discursivo opositor, reflota la posibilidad anteriormente expuesta.

Conclusiones
Entender al populismo como cosmovisión compleja permite reconocerlo en el proceso de
creación de identidades políticas, lo cual es necesario si lo que se busca es el entendimiento del
comportamiento discursivo e institucional de los partidos políticos y sus líderes. Actualmente, tanto
Juntos por el Cambio como otros actores políticos opositores optan por una estratégia retórica
confrontativa, empeñada en la consolidación de un capital identitario y la creación de sentido a
través de la diferenciación. Parte del objetivo de esta producción es subvertir la lógica que confiere al
populismo a partidos específicos, advirtiendo que no hay (ni hubo nunca) exclusividad ideológica en
la conformación de identidades políticas antagónicas. El populismo es plausible de ser adecuado a
cualquier constructo identitario.

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A su vez, entendemos pertinente advertir que la consolidación de un escenario partidario


completamente antagónico y la adopción y reproducción del significantes antagónicos podría
desembocar en un vaciamiento de sentido de la discusión política, al tiempo que el foco de la
discusión centrada en el descrédito pierde su potencial constructivo, radicado principalmente en el
consenso necesario para la solución de problemáticas de fondo que acontecen actualmente.
Creemos necesario tener en cuenta hasta qué punto es beneficioso privilegiar la lógica de
equivalencia por encima de la de diferenciación, en base a la previsión largoplacista del desarrollo
nacional.
Un papel importante en la reproducción de significado político lo ocupa el aparato
mediático, el cual, en su heterogeneidad, puede condicionar a la redirección de las confrontaciones
políticas hacia la constructividad o terminar de consumar su fenecimiento al colaborar con la
dinámica de equivalencia y fomentar la apatía entre visiones políticas, a priori, opuestas y la
percepción maniquea de estos para con la ciudadanía. El rol que ocupan los agentes promulgadores
de información es clave y de inmediata relevancia, pero su estudio es una materia que excede los
propósitos de este ensayo.
Es interesante concluir que el concepto opuesto a la citada “competencia centrípeta”; la
competencia centrífuga, ocurre en relación a la traslación del modelo hacia un caso real, en donde
prima una magnitud contraria al equilibrio político: la inestabilidad. Resulta curioso cómo aplicar el
mismo motor axiomático a ambas situaciones (la ideal y la real) deviene en resultados
completamente opuestos, pero igual de lógicos.

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Bibliografía
Laclau, Ernesto (2005) “El pueblo y la producción discursiva del vacío" y “Obstáculos y límites
en la construcción de un pueblo”; en La razón populista. Buenos Aires, FCE.
Moreira, Carlos; Barbosa, Sebastían y Raus, Diego (2011). Teoría política contemporánea.
Perspectivas y debates. Buenos Aires, Ediciones UNLa.
Downs, Anthony (2001). Teoría económica de la acción política en una democracia. En Batlle
ed. Diez textos básicos de Ciencia Política. Madrid, editorial Ariel.
Olson, Mancur (2001). La lógica de la acción colectiva. En Batlle (ed.), “Diez textos básicos de
Ciencia Política”. Madrid, editorial Ariel.

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