Derechos Humanos de Primera Generación
Derechos Humanos de Primera Generación
Derechos Humanos de Primera Generación
Los denominados derechos humanos de primera generación, los derechos civiles y políticos
(libertad de credo, libertad de expresión, derecho de voto, derecho a no sufrir malos tratos, etc.).
Son derechos que reconocen la autonomía y libertad frente al Estado, lo que plantean estos
derechos humanos es la no interferencia del Estado en la vida de los ciudadanos y ciudadanas. [3]
El impulso del liberalismo progresista plasmó la declaración de estos derechos en los preámbulos
de las constituciones de los Estados nacionales durante el siglo XIX, favoreciendo así la extensión
de los derechos civiles y políticos.
Estos derechos quedan compendiados en el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos,
adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1966.
Todas las personas tienen los derechos y libertades fundamentales sin distinción de raza,
color, idioma, posición social o económica.
DERECHO A LA VIDA
El derecho a la vida, que protege y defiende la existencia del ser humano, es sin duda, base y
sustento de los demás derechos. De allí que la mayor incidencia en la violación de este derecho,
donde quiera que tenga lugar, es un indicativo de la verdadera gravedad de la situación de los
derechos humanos en un país. El derecho más lesionado por la situación de violencia que afecta a
la República de Colombia, como lo demuestran las cifras contenidas en el presente informe, es
precisamente el derecho a la vida. Para ilustrar comparativamente la gravedad de este problema,
la mayor parte de los organismos nacionales e internacionales que estudian la situación
colombiana de los derechos humanos han destacado en sus informes, como ejemplo, que en el
año 1989 la violencia política llegó a tal extremo que en ese sólo año, cobró igual número de
muertes de las que ocurrieron durante los 16 años de la dictadura militar en Chile, que de acuerdo
con datos de la Vicaría de la Solidaridad de ese país, fue de 929 desaparecidos y 2,059 asesinados.
El ejemplo citado es, en efecto, dramáticamente ilustrativo, pero la situación en Colombia es aún
peor. En el año anterior, 1988, se registraron 4,204 muertes por razones presuntamente políticas,
es decir, mil muertos más y en el año 1991 siguiente, ocurrieron por la misma razón 3,742; la
situación no parece mejorar ya que, en el primer semestre de 1992, el número registrado de enero
a junio es de 1,870, manteniendo el porcentaje de violaciones a este derecho en niveles de
atrocidad inaceptables y, además, revela un hecho verdaderamente penoso: cuán traído a menos,
desprotegido y amenazado se encuentra el derecho a la vida en Colombia.
Si bien la Comisión no pretende, en el estudio de las violaciones a este derecho, agotar el tema ni
menos pretender considerar todos los hechos ocurridos sobre esta materia, presentará en
adelante algunos casos que pueden resultar explicativos del problema.
Cuando pensamos en el bien jurídico del honor tenemos que relacionarlo con la dignidad humana,
reconocida en el art. 10 de la Constitución española.
Todas las personas físicas, personas jurídicas e incluso asociaciones con o sin personalidad jurídica
tienen derecho al honor y a mantener su propia dignidad.
Esta dignidad está conformada por diferentes esferas: el prestigio social, el buen nombre, nuestra
reputación. Además, se trata de un derecho que tiene dos planos: uno interno, que corresponde
con la propia estimación que una persona tiene de sí misma, y otro externo, relacionado con la
concepción que otras personas puedan tener sobre la dignidad de nuestra persona.
El derecho al honor está muy relacionado con el derecho a la intimidad personal y familiar, el cual
protege a las personas frente a intromisiones de terceros que hagan públicos determinados hechos
o conductas que pertenecen a la esfera privada de la persona.
Curiosamente la legislación no ha dado una definición del honor, la intimidad o la imagen. Esta
tarea ha sido asumida por la jurisprudencia. En particular la del Tribunal Constitucional.
Además, explica que «el denominador común de todos los ataques e intromisiones ilegítimas en el
ámbito de protección de este derecho [derecho al honor] es el desmerecimiento en la
consideración ajena (art. 7.7 LO 1/1982) como consecuencia de expresiones proferidas en
descrédito o menosprecio de alguien o que fueron tenidas en el concepto público por afrentosas».