Recorridos Parada y San Jose

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A finales del siglo XVI, al iniciarse el tráfico entre el recién fundado pueblo de San Luis

Minas del Potosí y el Real de Minas de Zacatecas, los viajeros a caballo encontraron
conveniente dar buen término a su jornada, a las orillas de un río de aguas permanentes,
ubicado a no mucha distancia del pueblo de San Luis. Este sitio pronto tomaría el nombre
de “La Parada”.

En este lugar se le concedió al Capitán Gabriel Ortiz de Fuenmayor una merced de tierra
para estancia de ganado mayor, la cual dio origen a la Hacienda de La Parada.

En 1623 la orden jesuita compró la hacienda a la viuda de Fuenmayor, Doña Isabel Pérez,
por la cantidad de $15,000 pesos en oro; dinero que habían legado del rico minero Don
Juan de Zavala y Fanfárraga. Fue entonces cuando los religiosos re bautizaron la
hacienda con el nombre de “San Francisco Javier de La Parada”. En ese entonces los
jesuitas construyeron la actual capilla y una casa habitación en el casco que aún
subsiste a un costado de la capilla.

Después de la expulsión jesuita de la Nueva España en 1767. En 1783 fue vendido a Luis
Cabeza de Vaca, quien murió el mismo día en la que se le adjudico, la adquiere su yerno
el español Ángel Prieto de la Maza, quien al no tener sucesión y morir durante la guerra
de independencia, la heredó a sus sobrinos, Don Vicente y Don Juan Manuel Prieto
Quintanilla, quedado la hacienda en poder de este último, quien fallece en 1820. Su viuda;
Doña Josefa de la Cortina, quienes al no tener descendencia y al querérsele quitar la
hacienda por reclamó de sus familiares en España, se casa de nueva cuenta con el vasco
Don Pantaleón Ipiña (primer presidente municipal constitucional del estado en 1824), en el
verano de 1821 quien compra la hacienda el 24 de junio de 1822, en $132,500, él mismo
menciona en sus memorias “… la conseguí como ganga pues sus dueños viven en
España y esperaban prestos a vender con tal de poder trasladar su dinero para allá”.

Doña Josefa de la Cortina, fue hija del comerciante y militar realista Don José Toribio Díaz
de la Cortina, quien en 1810 fue designado por el Brigadier Félix María Calleja como
comandante de la ciudad, para su protección ante el levantamiento del Cura Hidalgo en el
Bajío. Fue asesinado en el balcón de su colonial casa, ante el ataque de las tropas
insurgentes de Rafael Iriarte, el 10 de noviembre de 1810, en donde hoy se encuentra la
Plaza de la Tecnología, a un costado del antiguo Cine Othón.
Curiosamente Don
Pantaleón enviuda al

Fotografía de 1879, donde se puede apreciar la belleza de la Casa Grande,


hoy lamentablemente en ruinas.

siguiente año de 1823, Doña Josefa fallece al poco tiempo de dar a luz al primer hijo de la
pareja, quien también fallece a temprana edad. En 1834 vuelve a contraer nupcias con
Genoveva Peña Santacruz, con quien procrea tres hijos; Genoveva Jovita, José
Encarnación y Petronila. Don Pantaleón construyó la Presa de Santa Genoveva (el
nombre de su esposa), levantó doce trojes de proporciones monumentales para guardar
las abundantes cosechas, y construyó una nueva casa grande.

Don Pantaleón fallece en 1843, víctima de tifo, dejando a su viuda a cargo de la hacienda.
En 1847, Doña Genoveva se vuelve a casar con el también español de Sandoroña,
Santander; Casimiro Toranzo, quien vivía y tenía su negocio en la planta baja de la casa
que Doña Genoveva y Don Pantaleón tenían en San Luis Potosí. Tuvieron tres hijos;
María del Pilar, Luis y Adela.

Don Casimiro Toranzo administró y acrecentó la Hacienda de La Parada, hasta 1862,


cuando la entregó a Jovita y a José Encarnación, quienes entonces ya eran mayores de
edad. Una vez recibida la hacienda, los hermanos Ipiña designaron como administrador a
Cipriano Lafuente, esposo de Jovita Ipiña, quien estuvo al frente de la hacienda hasta
1865, cuando lamentablemente fallece Jovita al dar a luz a su primer hijo, quien también
murió. Jovita fue enterrada en la capilla de la hacienda; en la actualidad solo se puede ver
su muy maltratada y fracturada lapida, ya que sus restos fueron profanados y robados.

A la muerte de Jovita, Lafuente pidió a los hermanos Ipiña que se le diera la tercera parte
de la hacienda que le correspondía por herencia, a lo que los Ipiña se negaron, le
liquidaron con $138,903, lo correspondiente a dicha tercera parte.

Tras la separación de Lafuente, sucedieron distintos administradores; Laureano Ipiña,


familiar de José Encarnación; y Julio Farfan, trabajador muy cercano a la familia; pero
siempre bajo las ordenes de Don José Encarnación.

Don José se casó en 1868 con Luisa Bartola Ramona Verastegui Ruiz de Bustamante
(hija de los dueños de la Hacienda de San Diego en Rio Verde); y su hermana Petronila
se casa en 1869 con Tomás Gutiérrez Solana, dueño de la vecina Hacienda del Corte

Ipiña se encargó directamente de la Hacienda la Parada hasta abril de 1871, cuando su


cuñado Don Tomás Gutiérrez, se hizo cargo de la hacienda. El matrimonio Ipiña – Solana
fortaleció las empresas Ipiña, al grado que Don Tomas, decidió residir en La Parada.

Sin negar algunas diferencias en la forma de trabajar la hacienda, en 1878 Don José
Encarnación emprendió un ambicioso proyecto de cría de ganado lanar de alta calidad,
con el objetivo de colocar su producción en los mercados nacionales e internacionales.
Comenzó con 13 cabezas de ganado tipo Cachemira y Angora procedentes de Estados
Unidos y Europa, los cuales fueron aumentando con los años siguientes.

En 1882, Ipiña envió muestra de lana de cabras de Angora a Inglaterra, la cual fue
catalogada por los compradores ingleses como de igual calidad que la de cabo de Buena
Esperanza, uno de los principales proveedores del mercado inglés. Ipiña había colocado
la producción de lana de La Parada entre una de las mejores de Europa. Hacia 1883, Don
José remitió el primer envió de lana de Angora a Paris. Sin embargo, al parecer no fue
muy redituable el costo – beneficio del negocio. Sin embargo, esto no detuvo su espíritu
emprendedor; enviaba muestras de fibra de maguey, miel de abeja y queso de tuna a la
casa comercial de los señores Vivanco y Heilscuan, en la ciudad de Hasburgo. En 1892
realiza mejoras a la Presa de Santa Genoveva, añadiéndole canales y presas de
almacenamiento para regar una superficie de 753 hectáreas.

En 1893 una parte de la hacienda fue dividida, y se creo la Hacienda de Santa Teresa.

Don Tomás Gutiérrez Solana fallece en 1902, y a la muerte de su hermana Petronila en


1904, la hacienda fue heredada a Genoveva Gutiérrez Solana Ipiña, hija del matrimonio
finado. Esto mermó las operaciones de La Parada, dividiéndola en dos. A fin de cuentas,
ya era hora de que los hijos tomaran el control de los negocios. Don José Encarnación
fallece el 01 de enero de 1913, en su hacienda de Bledos.

A la muerte de Don José, la Hacienda de Santa Teresa fue heredada a su hija María,
quien, en ese mismo año de 1913, le pide a su cuñado el Ing. Octaviano Cabrera, casado
con su hermana Matilde, la construcción de la actual capilla. Este casco de actualmente
es propiedad de don Antonio Herrán Cabrera.
Actualmente la hacienda de La Parada está dividida en propiedades ejidales. Se puede
visitar solicitando permiso a los que estén al cuidado, pregunte a los lugareños, ellos
sabrán informarle.

Su construcción se inició en 1874, a iniciativa de Sor Rosa Ma. Cerda, quien pertenecía a
la congregación de las Madres de la Caridad. Fue concluido en 1885, bajo el diseño de
Cástulo Camacho, aunque su torre se concluyó para 1911. El templo es de estilo ecléctico
con detalles neogóticos. Fue elevado a la categoría de Santuario en 1985 por motivo del
primer centenario de su dedicación.

A finales del siglo XIX, en el costado sur del templo se encontraba el antiguo Hospital
Militar, que también le diera nombre a la hoy calle de Negrete; posteriormente este se
convirtió en el Hospital Diocesano de San Carlos Borromeo, el cual duro hasta antes de la
Revolución. Posteriormente en 1910, este pasó a donde hoy esta el Centro de Salud
“Juan H. Sánchez”, sobre la Calzada de Guadalupe.

Todo el Santuario esta trabajado en cantera gris, y tiene la cúpula más alta de la ciudad.
Su torre, situada al frente de la nave, desentona por su arquitectura neogótica, con las
demás torres barrocas del Centro Histórico, ya que es el único templo que se construyó
durante el porfiriato.

Su portada lateral neoclásica que da hacia la Av. Universidad (antigua Calle de las
Cruces) se encuentra enmarcada por un par de columnas acanaladas de capitel dórico;
sobre su frontón triangular se encuentran las bellas esculturas de las Virtudes Teologales;
de izquierda a derecha: La Caridad (acompañada de unos niños), La Fe (que presenta un
ostensorio con la Sagrada Forma), y La Esperanza (con las manos juntas); obras del
escultor Pedro Patiño Carrizosa; hijo del reconocido escultor; Pedro Patiño Ixtolinque,
quien fuera director de la Real Academia de San Carlos en la Ciudad de México.

Patiño Ixtolinque fue el último de los descendientes de Juan Guzmán Ixtolinque, cacique
de Coyoacán que colaboró estrechamente con Cortés en la Conquista. Fue discípulo del
arquitecto español Manuel Tolsá. En 1778 Ixtolinque entró a estudiar a la Academia de
San Carlos por una de las dos pensiones que brindaba el gobierno virreinal a indios
puros; fue regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de México (1825), tercer director de la
Academia de San Carlos (1826), y según cuentan algunos historiadores, formó parte de
las tropas insurgentes de Vicente Guerrero.

Más adelante, después de la portada lateral; la bella puerta de la sacristía tallada en


madera de ciprés.

El interior es de un sobrio estilo dórico; su puerta principal de caoba fina data de 1893, y
su bello cancel es una obra italiana, tallado en madera de ciprés, concluida en julio de
1906.

Su nave alberga bellas pinturas neoclásicas, y pendiendo de las bóvedas cuelgan 22


bellos candiles de cristal de Baccarat, Francia, reconocidos por ser elaborados por la
empresa “Societe Baccarat”, una de las más importantes a nivel mundial en la elaboración
de cristal, al grado de que se le ha denominado “el cristal de los reyes”, fundada desde
1764, por ser el cristal más fino del mundo. Podemos encontrar piezas de Cristal de
Baccarat en el Palacio de Dolmabahce, en Estambul, Turquía, y la Casa Real de Madrid,
España.

En el sotocoro, del lado izquierdo se encuentra una pintura anónima del Patrocinio de
San José sobre los que intervinieron en el culto y la construcción del templo. Sobre el
costado derecho la Sagrada Familia de Nazareth, obra de Joaquín Castañeda de 1882;
del mismo lado se encuentra la Capilla a Ntro. Sr. de los Trabajos, inaugurada en un
salón anexado a la nave el 19 de marzo del 2003. En el interior se encuentra la hermosa y
milagrosa escultura del Señor de los Trabajos, la cual data de 1756; se desconoce su
procedencia y factura, se sabe que pertenecía a una familia del Barrio de Tlaxcala, y que
fue entregada a este templo para su culto en 1912. La cruz, corona y clavos datan de
1970.

Sobre la nave; a la izquierda se encuentran los oleos, Huida a Egipto; en seguida,


Depósitos de San José (copia de la de Rafael Sanzio); posteriormente, Sueño de San
José, y Nacimiento de Jesús, estos últimos, obra de Margarito Vela.

A ambos lados del presbiterio se encuentran un par de oleos del pintor autodidacta José
Jayme Jayme. Del lado izquierdo; El Nacimiento, y del lado derecho; Jesús entre los
doctores, ambos de 1939. En seguida sobre el muro sur, la Sagrada Familia, y la
Muerte de San José, ambas obras de Vela.

Los altares neoclásicos de la nave están localizados a la altura de la cúpula. Del lado
izquierdo el altar a Nuestra Señora de Guanajuato, la cual alberga una copia de la
imagen residente en el Santuario de aquella ciudad minera; y del lado derecho el altar a
Ntra. Sra. de Guadalupe. Los oleos en las pechinas de la cúpula son de Pablo Ponzio.
Sobre el muro derecho se encuentra la sencilla Capilla del Sagrario.

El altar mayor, muy sobrio, muestra en el nicho central la escultura de San José; a los
costados, entre las pilastras adosadas de capitel dórico las esculturas de la Inmaculada, y
el Sagrado Corazón.

En el coro se encuentra la pintura de la Ultima Cena, de Margarito Vela. En la sacristía se


encuentra algunas pinturas anónimas que pudieran ser obra de Joaquín Castañeda.
En las criptas subterráneas de este santuario; las más grandes de la ciudad, descansan
los restos de varios personajes históricos. Entre ellos; el Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga
(1919 – 2000), historiador; Don Cástulo Camacho (1831 – 1886), constructor del
Santuario; y el ex Gobernador del Estado, durante la época de la intervención
norteamericana en 1847; Ramón Adame (1804 – 1884).

La tumba más antigua del lugar pertenece al Teniente Coronel de Caballería; Eugenio
García, quien fuera jefe de la Legión del Norte, tropa Conservadora, que, durante la
Guerra de Reforma, batió a la tropa del liberal Gral. Vidaurri, en el Rancho de San
Gregorio, la madrugada del 31 de julio de 1860, donde resultó muerto el Gral. Juan
Zuazua. El coronel Eugenio García falleció el 24 de octubre de 1863, al momento de su
muerte, seguramente fue inhumado en otro lugar. Al concluirse las obras del templo, sus
restos fueron colocados en estas criptas el 30 de mayo de 1888, según da testimonio la
misma lapida.

También aquí se encuentra enterrado el Padre Juan Flores Díaz, quien falleció el 30 de
enero del 2020, el llamado “Padre de la Raza”.

A mitad de criptas, por donde se encuentra la escalera que lleva a la nave del templo, se
encuentra la lápida de Teresa Lambarri viuda de Larrache, quien falleció el 8 de abril de
1876 (posiblemente una de las primeras en ser inhumadas aquí). Ambas familias, los
Lambarri y los Larrache eran procedentes de España, de la Provincia Vasca – Navarra.

El papá de Teresa Lambarri; Don Gregorio Lambarri nació en 1801, y llegaría muy joven a
México; se casó en julio de 1835 con Francisca Cordova, natural de Matehuala. Al paso
del tiempo, Don Gregorio desposó a su hija; Teresa, con Ramón Larrache Larrainzar,
también navarro, de la Villa de Vera. Con esto, estrechó relaciones comerciales para
seguir trabajando con el comercio de ultramarinos; y al por mayor, con inversiones
mineras.

Don Gregorio Lambarri inicio su negocio junto con el comerciante español de Santander;
Don Casimiro Toranzo, primero como dependiente, y al poco tiempo con su propia tienda
en 1848. Años más tarde los hermanos Larrache fundaron una casa de comercio con los
mineros del altiplano.

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