#1-Loco Por Las Curvas

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 381

Loco por las curvas 1

Cassy Higgins
© CASSY HIGGINS
TÍTULO: Loco por las curvas 1
PRIMERA EDICIÓN: Julio de 2019
SELLO: Independently published
DISEÑO DE PORTADA: Dayah Araujo
CORRECCIÓN: Elena Salvador Manrique
IMAGEN: Adobe Stock Images
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o
parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión de cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito
de la titular de este copyright. La infracción de dichos derechos conlleva
sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual
(Art. 270 y siguientes del Código Penal).
CONTENIDO
SINOPSIS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
ADELANTO
BiIOGRAFÍA
SINOPSIS

Ellie Hawk, una chica de un pueblo de New Jersey con dos hermanos
pequeños a cargo y una muy mala suerte para los empleos, no esperaba
encontrarse con lo que parecía ser el trabajo de sus sueños en el mismísimo
centro de Nueva York, y mucho menos lograr postularse al puesto. Todo
parece increíble, hasta que descubre que tendrá que tratar con un
insoportable magnate: su jefe. Un hombre engreído y malcriado, que ha
decidido que ella no es suficiente para ser su secretaria, y parece desaprobar
cada prenda de su guardarropa al igual que su exceso de peso.
Determinada a demostrarle su valía, Ellie se embarcará en una carrera a
través de las inevitables curvas del destino.
Dos rivales compitiendo en una carrera muy peligrosa.
¿Solo un ganador?
«El clásico enemies to lovers, pero con muchas dosis de humor»
CAPÍTULO 1

«Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos
fuegos iguales. Hay fuegos grandes, fuegos chicos y fuegos de todos los
colores».
E. Galeano

Rodeado de altos rascacielos, pero destacando por ser el que mayor altitud
poseía, se encontraba el edificio Henderson en el centro de Nueva York. Se
le conocía no solo por sus grandes dimensiones, sino porque destilaba
opulencia. Se trataba de la sede de Henderson Enterprise, donde se
realizaban todas las transacciones más importantes para la empresa. Sin
embargo, aunque era conocido por crear impacto a ojos de aquellos que lo
miraban, el interior funcionaba como un corazón gigantesco. Cada persona
que trabajaba incesantemente en él formaba parte de un eslabón igual de
importante que el anterior; si solo uno de ellos fallaba, el interior del
corazón dejaba de funcionar. Por esta razón, el dueño y heredero de todo
aquel proyecto insistía en que todo debía marchar como un reloj.
No obstante, aquel día en el despacho de uno de los empresarios más
famosos de Estados Unidos, se acababa de cernir una sombra que
amenazaba con destruir todo lo que se interpusiera en su paso: la secretaria
y amiga estrecha de la familia fundadora, la señora Spark, acababa de
anunciar frente a un más que anonadado Adam Henderson que dejaba la
empresa porque su marido había caído enfermo y quería dedicarse a él.
Adam sabía que el tío Tom, como le llamaba él, realmente necesitaba a
su mujer en aquellos momentos, pero no podía evitar tener una visión
pesimista sobre todo eso. Sería difícil encontrar a alguien tan trabajador y
diligente como la señora Spark. Iba a ser muy complicado, y lo peor de todo
era que, con la agenda tan ocupada que tenía, carecía de tiempo para
ocuparse de buscar una asistente que pudiera rozar con los dedos siquiera la
brillantez de trabajo que había realizado la señora Spark durante tantos
años. Esa mujer conocía todos los entresijos del negocio familiar que
llevaba sosteniéndose y mejorando desde varias generaciones de Henderson
atrás.
«¡Por todos los demonios! Antes de la señora Spark, su madre llevaba el
negocio. Ella fue literalmente entrenada para este puesto», se lamentaba
Adam. Nada de esto podía estar pasándole a él. Ese puesto había llevado el
nombre de los Spark desde que su tatarabuelo fundara el negocio.
—¿No se puede hacer cargo Dotty, señora Spark? —preguntó, con cierta
esperanza de que la mujer hubiera estado entrenando a su hija. Pese a tener
solo quince años, ya había empezado a formarse en el mismo empleo que
algún día heredaría de su madre.
—No, Dotty está estudiando muy duro ahora, por lo que no va a tener
tiempo. Además, no la veo capacitada todavía. Siento mucho que nos
encontremos en esta situación, Adam, ya sabes cuánto aprecio le tengo a tu
familia, pero esta coyuntura en la que nos encontramos es muy complicada
de sortear y necesitamos toda la ayuda que sea posible.
—Comprendo, Angie, no te preocupes. Ya sabes que nos tendrás para
todo lo que nos necesites y nos la apañaremos de alguna manera —
respondió Adam, usando el nombre de pila que en muy contadas ocasiones
utilizaba para referirse a la señora Spark. Tenía que ser flexible con ella,
aquella mujer lo había dado todo por él y su empresa—. Sin embargo,
¿podrías ayudarme a encontrar una nueva secretaria que sea la mitad de
buena que tú?
—Me temo, Adam, que Tom se encuentra en una situación en la que
necesita cuidados constantes, y aunque sé que podría permitírmelo, no es lo
mismo que lo haga su familia que un extraño. Sabes que un proceso de
selección de este calibre implicaría mucho tiempo, ya que, francamente,
requeriría un estudio exhaustivo de todos los perfiles que se presentaran,
porque tú y yo sabemos bien que no cualquiera valdría para este puesto.
Por otro lado, una vez que la candidata haya sido seleccionada, no me
importaría darle consejos y hablar en profundidad sobre las tareas que
requiere este cargo.
—Bueno, menos es nada —meditó—. Gracias de todas formas, señora
Spark. Espero que me mantengas informado de cualquier cambio que
ocurra con el tío Tom, por pequeño que sea.
—Gracias a ti por tu comprensión, Adam. Sé que para ti esto no es nada
fácil, y que te estoy poniendo en un brete.
En el momento en el que Adam se disponía a contestarle, sonó la puerta
del despacho y entró una rubia despampanante. Parecía que se paseara por
una pasarela de modelos allá donde quisiera que fuese. Adam era
consciente de que muchísimos hombres matarían por tener una novia como
Sasha, o por pasar una noche a su lado. Aquella chica era un bombón de los
pies a la cabeza, una afrodita contemporánea.
Sí, sin duda tenía muchísima suerte.
Sasha miraba al mundo como si tuviera que ponerse a sus pies, y, ¿por
qué no? La chica había sido bendecida con el don de la belleza, pero no
contentos con ello, también le habían proporcionado unos padres muy ricos
y con influencias.
Nadie podía reprocharle que actuara así.
—Hola, bebé —ronroneó Sasha, sin importarle que la señora Spark
presenciara la escena—. ¿De qué habláis?
—Sasha, te he dicho varias veces que no entres sin llamar, podría estar
reunido —le contestó Adam, un poco molesto.
—Pero ¿es que tienes algo que ocultar de mí? Además, he llamado y,
además no creo que yo necesite preguntar si puedo pasar
Adam pudo observar de reojo cómo la señora Spark se mantenía al
margen de toda la conversación. Aquella mujer había desarrollado una
habilidad extraordinaria para no mostrar lo que pensaba acerca de sus
asuntos y para quedarse discretamente sin resultar incómodo para su jefe.
Definitivamente, iba a echar de menos a aquella mujer.
—No tengo nada que ocultar de ti, Sasha, ya lo sabes. Pero si no fuera la
señora Spark, a lo mejor mi invitado podría haberse sentido incómodo con
la interrupción de la conversación que se estuviera llevando a cabo.
—Bueno, bebé, no te enfades —reculó la rubia. Sabía que aquella batalla
estaba perdida. Adam era un hombre dedicado en exclusividad a sus
clientes, y aunque sabía que siempre podría conseguirlo todo con él, debía
saber jugar bien sus cartas. La regla principal con Adam era: «No fuerces la
máquina»—. ¿De qué estabais hablando?
—El tío Tom ha caído enfermo y la señora Spark no puede seguir
cumpliendo su función de ser mi secretaria.
Aquello consiguió captar la atención de Sasha, pues eso significaba que
Adam tendría que buscarse una nueva secretaria, y de ninguna manera
consentiría que fuera una chica joven y atractiva. Tenía que ponerse manos
a la obra, bajar al barro y arremangarse, como solían decir aquellos tipos de
clase baja con los que su hermana Suzie tendía a relacionarse.
Adam sería solo suyo. Había puesto la mirada en él desde que le vio
aparecer por los pasillos del instituto y se las había ingeniado para poner sus
garras sobre él en noveno grado, como para que ahora una don nadie viniera
a intentar revolcarse con él en una noche en las Vegas o donde tuvieran que
ir. Porque algo que tenía claro Sasha era que nunca serían nada más. Adam
estaba hecho física y socialmente para ella, era la horma de su tacón de
doce centímetros. Sin embargo, aunque Adam no pudiera librarse del éxito
social que conllevaba el hecho de estar con alguien con los contactos y
riquezas que ella poseía, no permitiría de ningún modo que nadie le fuera
infiel.
Era consciente que en las altas esferas en las que se movían existía, más
de lo que nadie en las mismas sería capaz de reconocer, el adulterio. Si no,
que se lo dijeran a su madre, que llevaba a cuestas cientos de infidelidades.
Con mucho estoicismo, cabía decir. Aunque esto Sasha nunca lo hubiera
entendido, lo respetaba. Pero la sola idea de imaginárselo cobraba un cariz
totalmente diferente si se encontrase en su situación.
No consentiría que el hombre que para ella era ya un trofeo cazado y
marcado, se lo ensuciara ninguna asistente, por muy buena que esta fuera en
su trabajo.
Se encontraba cavilando sobre todo esto cuando se percató que habían
continuado la conversación sin ella, barajando los diferentes candidatos que
podrían encargarse del proceso de selección.
—¿Y el señor Smith? —aportó la señora Spark—. Es licenciado en
Recursos Humanos y podría valorar el perfil adecuado con la previa
explicación de todo lo que debería conllevar un puesto de esta envergadura.
—Demasiado despistado —descartó Adam con un movimiento de mano
—. No creo que sea capaz de abordar el proceso con la rigurosidad con la
que se precisa.
—Shir...
—Podría encargarme yo del proceso —intervino Sasha muy convencida.
Debía aprovechar ese momento de incertidumbre para abordar aquella
situación, que se saldría de control a menos que ella tomara parte.
Sasha estaba acostumbrada desde la cuna a que nadie le negara nada y a
que todo el mundo cediera ante sus pies sin rechistar. Por eso, el hecho de
que ambos se giraran hacia ella con las caras desencajadas de la sorpresa —
bueno, la señora Spark parecía un poco más comedida, pero se notaba
igualmente —encendió algo en ella.
—¿Es que no me creéis capaz, o qué? Soy muy válida para este puesto,
nadie mejor que yo sabe lo que es lo más beneficioso para ti. Recuerda que
mi padre ha tenido mucho que ver en esta empresa también.
Pese a la sorpresa inicial de Adam, sabía que ella tenía razón. El señor
Sullivan era uno de los accionistas más importantes, así que no podía dejar
al margen a su hija en eso. Sería una ofensa terrible para este último, ya que
adoraba a la última. Una llamada de esta a papá Sullivan y Adam se
encontraría en menos de lo que se daba un chasquido frente a una reunión
de accionistas pidiendo su cabeza en bandeja de plata.
—Vale, tienes razón, Sasha, te encargarás del proceso. Pero tendrás que
permitir que la señora Spark te dé una serie de rasgos que debe poseer la
candidata.
Adam podía intuir que la señora Spark no estaba nada de acuerdo con el
hecho de tener que trabajar con Sasha, pero valiéndose de la ayuda que le
habían conferido muchos años de experiencia bajo el mandato de su padre,
había desarrollado una extraordinaria prudencia y saber estar que le impedía
poder negarse.
—De acuerdo— accedió la señora Spark.
Mirando a Sasha, se preguntó si aquella chica que nunca había trabajado
en su vida por nada y que había nacido con una cuchara de plata bajo su
boca sería capaz de seleccionar a la persona que, bajo su harta experiencia
en el sector, sería la encargada de ocupar el segundo puesto más importante
de aquella empresa.

***

—¡Ellie, Ellie! ¡Despierta, corre! Si no te levantas ahora, llegarás tarde al


trabajo.
Esa fue la primera voz, medianamente humana, que escuchó Ellie Hawk
al despertarse aquella mañana. Porque no era ético contar los tres
despertadores que habían sido lanzados a la pared hacía escasos veinte
minutos.
—En serio, Ada, ¿podrías tener una voz más chillona? —espetó Ellie,
todavía en el mundo de los sueños.
—No, dormilona, te tienes que levantar... ¿O es que crees que tu
marqués vendrá a por ti? —se burló su hermana.
Nadie podía culparla de que a esta pregunta satírica le siguiera un cojín
volador. Ella no tenía la culpa de que su madre, en un ataque de locura
transitorio —si le preguntaban— hubiera decidido ponerle un nombre
sacado de la protagonista de una novela romántica histórica. Todavía se
lamentaba de aquel fatídico día en el que, ingenuamente, le había contado a
Ada el motivo por el que su madre había escogido su nombre. Las burlas no
habían cesado desde entonces, y había dado como resultado que llevara a
cuestas un montón de condes, duques y marqueses, ya que ninguno de sus
hermanos era proclive a este tipo de lectura y no sabían qué título
honorífico encasquetarle a su pobre hermana, pero la broma estaba al
acceso de ellos y la usaban a su antojo.
—Ada ¿te he dicho que eres insoportable cuando te lo propones? ¡Y
largo de mi habitación! —ordenó, levantándose.
—Aunque, bien visto, no nos haría ningún daño si descubriéramos que
un antepasado lejano nos ha dejado una gran fortuna. Podríamos pagar al
dentista de Chris. Con honestidad, algún día ese hombre le saltará los
dientes que le acaba de arreglar a nuestro pobre hermano si no recibe lo que
le debemos. ¡Imagínate un Chris sin dientes! —exclamó Ada, emocionada
—. Si tuviera para pagarla, compraría una cámara solo para grabarlo e
inmortalizar el momento.
—¡Eh! ¡No creas que no te he escuchado, víbora! —gritó el aludido,
«futuro sin-dientes», desde el baño. Estaba al lado de todas las habitaciones
en aquel apartamento diminuto al que llamaban hogar.
La respuesta de Ada fue abandonar la habitación silbando la melodía de
una canción que solo conocía ella, dispuesta a seguir atormentando al
hermano menor de los Hawk.
Ellie suspiró al escuchar cómo la escaramuza continuaba en el baño.
Aquellos dos no tenían remedio. Adoraba a sus hermanos, para ella eran el
tesoro más valioso que tenía, pero en días así deseaba matarlos. Aunque
jamás lo confesaría en voz alta, le divertía escuchar las riñas de aquellas dos
versiones de sus padres tan diferentes entre sí.
Ada, la mediana, había heredado el pelo castaño y la baja estatura de su
madre, mientras que Chris era una copia exacta de su padre, rubio con unos
ojos azules y un porte atlético que iban augurando que muy pronto dejaría a
media población femenina noqueada. Finalmente estaba ella, la hermana
mayor y la encargada de hacerse cargo de esos dos monstruitos desde que
había tenido que asumir la responsabilidad de su crianza a la tierna edad de
diecisiete años... y mediante muchos engaños al estado.
No obstante, aquella era una historia demasiado deprimente para pensar
demasiado en ella.
Desde que los prohijase en un principio de manera clandestina, Ellie
había aprendido que, si deseaba que terminasen el instituto sin que sus
hermanos y ella terminaran en manos de los servicios sociales, más le valía
ponerse a trabajar y tratar de compaginarlo con los estudios sin que las
autoridades se enterasen. Por desgracia, eso solo había podido sostenerlo
unos meses más. El escaso dinero que les enviaba su madre apenas llegaba
para pagar las facturas, por lo que la mayor había tenido que dejar sus
estudios a punto de examinarse de la prueba de acceso a la universidad,
abandonando con ello sus deseos de acceder a estudios superiores.
Pronto concentró todos sus esfuerzos en encontrar trabajo. Sin embargo,
tenía tanta mala suerte en los puestos que cuando a duras penas obtenía uno
y, casi siempre acababa sucediendo cualquier cosa para acabar siendo
despedida. En ese rol vicioso con el trabajo se encontraba desde hacía siete
años. Al menos las circunstancias se le habían facilitado cuando había
podido asumir la responsabilidad de la crianza de sus hermanos bajo un
marco legal.
¿Por qué no había podido heredar algo de la belleza de su madre? No se
consideraba una persona superficial. Su martirio iba por otros derroteros.
Por desgracia, una buena imagen ayudaba también a encontrar trabajo. No,
ella tenía que heredar las caderas y piernas regordetas de su abuela paterna.
Si con eso no fuera suficiente, el color de su pelo se podría considerar
insulso y aburrido. Algunos días como aquel, mientras se miraba en el
espejo para irse a trabajar, se planteaba seriamente si no debería existir una
oficina de reclamaciones a la que ir a demandar a sus padres por no hacer
bien al ser vivo que decidieron en su día tener. A lo mejor podría conseguir
algún rédito de ello. Aunque, bien visto, eso ya existía de alguna manera. Se
llamaban cirugías estéticas.
Se mareaba de pensar en tener que verse expuesta bajo la mirada crítica
de un conjunto de doctores que señalarían todas sus imperfecciones. Eso sin
contar con que, si se enterase el dentista de Chris, los molería a palos.
Después, claro, de saltarle los dientes al inocente paciente. Solo de
imaginarse al dentista dejando sin dientes a su hermano pequeño y
aproximándose con un bate de béisbol hacia los tres hermanos morosos, se
echó a reír.
Bueno, mirándose bien en el espejo, había algo que sí que le gustaba: sus
ojos. Castaño claro, como la arena bajo el sol. En cuanto al resto de su
cara... era pasable.
Suspirando, se echó un último vistazo al espejo y desvió su mirada hacia
el uniforme de trabajo que tendría que vestir aquel día.
«¿De verdad se puede considerar siquiera un uniforme?», se lamentó
para sí misma. Iba a ir hecha un espantapájaros. La promoción de la Casa
del Hot Dog no era el trabajo de sus sueños, pero ¿realmente tenían que
humillar de aquella manera a la gente que les hacía la publicidad? Al menos
llevaba una máscara a juego que impedía que la gente reconociera su
identidad. Si no, se hubiera muerto de vergüenza.
Ocultó el monstruoso disfraz que tendría que ponerse como pudo. No les
había hablado a sus hermanos sobre ese trabajo; si no, tendrían risas para
rato. Sobre todo Ada, que se aferraba a un clavo ardiendo cuando tenía la
oportunidad de reírse de la situación de cualquiera de sus hermanos.
Con un último pensamiento de lamento hacia el día penoso que le
esperaba, se encaminó hacia la realización de su reciente adquirido trabajo.
Ellie contempló el restaurante de comida rápida que sería su lugar de
trabajo. La bolsa gigantesca en la que iba metido el disfraz pesaba mucho,
pero Ellie, quien siempre había sido una muchacha muy trabajadora y tenaz,
se recordó que aquello lo hacía por su familia. Iría hasta el final de los
tiempos con tal de que tuvieran todo lo que se merecían.
Una vez dentro del cambiador de la vergüenza, Ellie constató que le
costaba mucho meter una de sus piernas por dentro del disfraz.
«Ahora sí que la he hecho buena. Esto te pasa por darte vergüenza pedir
la talla real que tienes», se recriminó a sí misma. «En cualquier caso, no es
posible que tengan cientos de tallas de este horrible disfraz», pensaba,
contradiciendo el primer argumento.
Con un último y titánico esfuerzo, introdujo el pie en aquella estrecha
pernera y rezó para que no estallara. De repente se escuchó un rrrr y Ellie
se quedó muy quieta, apenas sin respirar. Se dio la vuelta y, con ayuda del
espejo, observó de refilón la parte trasera.
Todo parecía andar bien, no se había roto nada, habría sido otra cosa.
Determinada a no entretenerse más y acabar ya aquel día, se encaminó a
la calle en la que tendría que repartir panfletos con perritos calientes
sonrientes. Trataba de no moverse mucho, por si el sonido que había
escuchado en el cambiador se volviera a repetir, ya que, aunque no hubiera
visto nada fuera de lo común, se sentía comprimida por aquel ridículo e
incómodo disfraz.
Habían pasado tres horas y Ellie ya tenía esperanzas de que sería posible
realizar aquel trabajo sin complicaciones. Era sonreír y repartir el folleto,
nada más. Aquello era facilísimo, hasta ella podría hacerlo, se repetía como
un mantra a sí misma.
De repente escuchó un grito, y en ese exacto momento intuyó que sus
ilusiones iban a ser pisoteadas en aquel mismo instante:
—¡Toby!
Lo siguiente que vio fue a un perro enorme, con la mirada puesta en ella,
salivando. Lo peor de toda aquella escena, cuanto menos ridícula... ¡era que
el perro iba suelto!
«Ni se te ocurra moverte por un segundo», se ordenó a sí misma,
mientras observaba, anonadada, cómo el perro cogía impulso para ponerse a
correr y llegar hasta ella. Todo esto último lo vio a cámara lenta, como
viviendo un sueño. Al segundo de darse cuenta de todo lo que pasaba, algo
se activó en ella y en un suspiro se encontró corriendo por toda la avenida
mientras era perseguida por un perro gigantesco.
Todo esto disfrazada de perrito caliente.
La escena no tenía ningún desperdicio. Si fuera cualquiera de los
transeúntes que pasaban por la calle, también se reiría ante aquella escena
dantesca. Llevaba varios minutos corriendo avenida abajo cuando se dio
cuenta de que no sabía dónde había dejado los panfletos.
«¿¿En serio estás pensando en esos malditos ahora mismo??».
En lo que a ella respectaba, jamás volvería a comerse un perrito caliente.
Iba a doblar una calle a toda velocidad, intentando darle esquinazo al
perro, cuando chocó con un chico cargado de compras. Las bolsas y ella,
con el consecuente disfraz, cayeron encima del chico.
Justo en el momento en el que perro dobló la esquina y la vio, se
precipitó hacia el enorme perrito caliente que venía persiguiendo.
Ellie cerró los ojos. No quería ser testigo de la muerte inminente que se
cernía frente a ella, ¡y todo por un perrito caliente!
«De todas las muertes ridículas que podría tener... Encima, esos cabrones
del Hot Dog ni seguro me han hecho».
Sus pensamientos discurrían por aquellos derroteros esperando un dolor
extremo, cuando de repente notó un movimiento áspero por encima de su
pierna acompañado de unos toques apenas imperceptibles. Cuando reunió el
valor para abrir los ojos, observó cómo el perro no dejaba de olisquearla y
lamerla. Minutos después, apareció la que debía ser la dueña, doblando
también la esquina.
Al fijarse en aquella escena, sonrió avergonzada:
—¡Cuánto lo siento! Toby ama los perritos calientes y te ha visto
encarnada en todos sus sueños —se disculpó mientras trataba de separar a
un fascinado Toby de Ellie.
Ellie no sabía qué decir ante aquel panorama, pero con total seguridad el
que tuviera que decirle un par de cosas era aquel chico que se removía
intentando despegarse del yugo que ella le había impuesto al abalanzarse
sobre él.
Sin querer, claro.
Cuando el chico consiguió levantarse, la observó tirada en el suelo y a la
dueña intentando hacerse con el control del perro. Contra todo pronóstico,
se echó a reír.
—¿Qué diablos acaba de pasar? —preguntó a nadie en particular
mientras le tendía la mano a Ellie para ayudarla a levantarse.
—Ni yo misma lo sé Lo siento tanto por haberme sentado literalmente
encima de ti.
El chico consiguió recuperarse de las risas, y se presentó:
—No te preocupes, veo que ha sido un accidente. Y ya que hemos
compartido un momento tan íntimo... Me llamo Luke, ¿y tú?
Ellie estaba tan distraída mirando de reojo al perro que no escuchó lo
que dijo el chico. Cuando estuvo segura de que el perro no volvería a
abalanzársele encima, cayó en la cuenta de que había huido de su puesto de
trabajo.
—¡Oh, mierda! ¡Mierda, mierda!
Olvidando al perro, a la dueña y al chico, salió corriendo en dirección a
su puesto de trabajo, recordando que no sabía ni donde habían caído los
folletos durante su temerosa carrera.
Cuando consiguió llegar al restaurante, no pudo ni llegar a disculparse
porque las primeras palabras que escuchó fueron:
—Estás despedida.
Con aquellas dos palabras tajantes, se desplomó su mundo.
«Despedida. Estoy tan jodida».
CAPÍTULO 2

«Llegará un momento en el que creas que todo ha terminado. Ese será el


principio».
Epicuro

Varios días después del despido de Ellie, y tras toda aquella situación
desastrosa con el perro, sus hermanos habían empezado a apodarla «Santa
Desgracias». Al principio, había decidido no contarles toda la verdad. Era
comprensible que Ellie quisiera seguir adelante, intentando olvidar todo lo
ocurrido. No obstante, a pesar de todas las energías positivas que se enviaba
a sí misma y de todos los diferentes dioses a los que se encomendaba a
diario, algo debía de estar fallando.
«¡Maldita era tecnológica! ¡Panda de sádicos y cotillas!», se lamentaba
Ellie mirando el vídeo de YouTube que su hermana le estaba enseñando en
aquel mismo momento. Al parecer, alguien había considerado gracioso
grabar todo lo acontecido con el dichoso perrito caliente. El título no podía
ser más satírico: Carrera loca entre el Hot Dog y un fascinado admirador.
Se podía verla corriendo despavorida avenida abajo, al perro detrás y,
mucho más atrás, a la dueña intentando alcanzar a los dos protagonistas de
tan trágica situación.
Su hermana Ada se estaba muriendo de la risa y poniendo el vídeo en
bucle.
—Primero no nos quisiste contar en qué tipo de trabajo te habían cogido,
después, cuando te despidieron, nos dijiste que fue porque ir vestida de
perrito caliente no estaba bien pagado, y ahora ha tenido que ser Clare la
que me pasara el vídeo —se quejó, medio ofendida por haber sido excluida
conscientemente de aquella información que para ella resultaba tan valiosa
—. ¡Imagínate este vídeo circulando, haciéndose viral y que yo no supiera
que la famosa del perrito caliente era mi hermana!
Ellie se tuvo que morder la lengua para evitar contestar que las cosas
serían mucho más sencillas si ella ignorara toda aquella información. ¡Si el
mundo en general desconociera toda aquella mierda! Realmente no quería
seguir viendo el vídeo, pero era de ese tipo de cosas que no podía evitar
mirar.
Pasado el shock inicial, Ellie se concentró en descifrar si se le podía ver
la cara. Para ello, aprovechó que la sádica de su hermana lo había puesto en
bucle y se concentró en intentar vislumbrar si en algún momento la máscara
se había caído de su sitio. No lo recordaba, pero claro, tampoco había
recordado dónde cayeron los dichosos panfletos.
Le alivió algo ver que el vídeo tenía poca calidad.
—Al menos no se me reconoce —suspiró algo más calmada, pero el
sentimiento de vergüenza ajena y propia que la embargaba no mitigaba.
—Da gracias a la máscara que llevabas, porque el Internet no tira bien y
la imagen nos sale con la peor calidad, pero Clare me dijo que está en 1080
HD. Si se te pudiera identificar, no te contrataría ni el McDonald’s, hermana.
Aunque quizás sí... ¿No te importaría trabajar de Ronald McDonald? Creo
que la peluca te sentaría bien.
—Ada, te aconsejo que te vayas a cachondear de otra, porque me estoy
planteando coger el cuchillo jamonero —amenazó Ellie, iracunda.
La mediana se apartó sonriendo. Conocía a su hermana, podía tener
mucho carácter a veces, pero tenía infinita paciencia y un corazón enorme.
Con toda probabilidad fuera la mejor persona que hubiera conocido nunca,
pero esto jamás lo reconocería en alto. Tenía una reputación que mantener.
Ellie se acercó a la minúscula cocina americana que compartía con sus
hermanos y, en teoría, la presencia ausente de su madre. Sí, bueno, a lo
mejor era un poco dura con ella, pero si esta hubiera sido capaz de seguir
adelante a raíz de la muerte de su padre y no se hubiese sumido en la
bebida, abandonando, por ende, su trabajo y dejando a tres niños totalmente
desatendidos, quizás no se sentiría de aquella manera.
Aunque sabía que su madre lo estaba intentando desde hacía varios años,
realizando muchísimos trabajos de medio tiempo, Ada y Chris seguían sin
tener un referente materno sólido. Solo la tenían a ella, un desastre de
hermana que, aunque se desvivía por ellos, tenía tanta responsabilidad sobre
sus hombros que esto le provocaba muchísima ansiedad.
Lo peor de todo era que no sabía sacarla de otra manera que dándose
atracones de comida en cuanto tenía la menor oportunidad. Esto último,
combinado con la genética de risa que le habían proporcionado sus padres,
daba como resultado una obesidad prominente. Sin embargo, lo que peor
llevaba Ellie era cada vez que fallaba en alguno de los trabajos que le
costaba tanto conseguir. Sentía que no sólo erraba como persona que se
encontraba surcando las olas del mundo adulto, sino que experimentaba una
profunda sensación de que fracasaba como hermana. Y esto la lastimaba a
niveles inimaginables.
Lo único que quería era que sus hermanos tuvieran lo mejor, ¿acaso era
mucho pedir que todos estuvieran bien? Era cierto que muchas otras
personas con toda seguridad estuvieran mucho peor, como en el tercer
mundo, por ejemplo, pero si querer un presente enriquecedor para sus
hermanos y, a ser posible, un futuro provechoso, era ser una egoísta,
entonces Ellie era la mayor egoísta de la humanidad.
Estaba cavilando sobre esto mientras miraba las infinitas facturas por
pagar que se acumulaban en la encimera de la cocina, así como la tabla que
usaban para organizarse en la casa y que todo fuera lo mejor posible.
—Ada, tienes médico este sábado, recuerda no faltar —le recordó Ellie,
señalando con un rotulador de color rosa fosforito la fecha en la que tenía
que ir.
—Sí, señora —le respondió la mediana, mirándola con cariño,
aprovechando que la mayor estaba de espaldas a ella—. Ellie... ¿qué vas a
hacer?
Ellie sintió la mirada compasiva de su hermana como si fuera una espada
clavada en el corazón. Lo último que deseaba era que Ada se preocupara de
todo aquello, así que se armó con una sonrisa y se dio la vuelta para encarar
a su hermana.
—¿Qué? Eso ya lo sabes, ¿no? Seguiremos adelante. Siempre lo
hacemos.
—Sabes que no tienes que cargar con el peso tú sola, ¿no? Dentro de
poco cumpliré dieciséis y podré obtener algún trabajo que nos ayudará.
—No quiero ni que pienses en eso, ¿me oyes? Te tienes que dedicar a
estudiar por completo, y cuando algún día seas una persona importante, nos
saques de aquí.
Ellie era inflexible en lo que a la educación de sus hermanos se refería.
No quería que se vieran inclinados a hacer lo mismo que había hecho ella,
intentar compaginar los estudios con el trabajo y al final tener que acabar
escogiendo el trabajo debido a la ausencia de tiempo. Quería que soñaran
con ser lo que ellos quisieran y que disfrutaran de su adolescencia todo lo
que pudieran. Algún día, cuando asistiera a la graduación de sus dos
hermanos, lloraría como la que más. Cuando esgrimieran el título recién
adquirido delante de una multitud de padres y madres congregados, ella
gritaría a los cuatro vientos que aquellas dos personas increíbles y
maravillosas que se adentraban dentro del mundo laboral eran sus
hermanos.
Anhelaba la llegada de ese día. Sabía que ambos eran muy inteligentes,
pero era plenamente consciente de que para que no se tuvieran que ver
forzados a trabajar y arriesgar sus futuros, tenía que esforzarse y darlo todo
por ellos. No podía rendirse, esto solo era una mala racha, algún día
encontraría su lugar en el mundo.
Con la confianza renovada, decidió echarle un ojo al periódico de aquel
día que se encontraba en la mesa de la cocina. Este se había convertido en
su mejor amigo cada mañana, desde que con dieciséis años tuvo que
empezar a trabajar. Ayudaba mucho para informarse de las ofertas de
trabajo que había por la zona, porque, a menudo, las empresas decidían
publicar sus vacantes en el mismo. Estaba navegando por las interminables
secciones cuando algo captó su atención, y no, no eran las incesantes risas
que se habían desplegado por la habitación, informándole que Chris ya
estaba despierto y al tanto del vídeo de la vergüenza.
Realizando un esfuerzo titánico para no cometer fratricidio tan temprano
en la mañana, se concentró en lo que había captado su atención. Un
anuncio. Al parecer, se buscaba secretaria. Estaba harta de aplicar solo a
trabajos de baja cualificación laboral; si quería aquel futuro brillante que se
había imaginado para sus hermanos, debía apuntar más alto.
Observó los requisitos que se le pedían y empezó a dibujar equis sobre
aquellos que creía cumplir:

REQUISITOS:

-Entre 25 y 40 años.
-Dinámica, responsable, proactiva, presencia formal. X
-Dominio avanzado en herramientas informáticas (EXCEL, Word,
PowerPoint...). X
-Disponibilidad de tiempo completo.
-Aptitudes para la organización. X
-Imprescindible dominio a todos los niveles de los siguientes idiomas:
Inglés, Español o Alemán.
-Sin compromisos que le impidan viajar.
-Experiencia en trato a clientes por teléfono y personal. X

Bien, bueno, puede que solo cumpliera cuatro. Pero el de la edad,


seguramente para cuando acabara el proceso de selección, ya se habría
cumplido, así que debería ponerle una «X» también, ¿no? En cuanto a la
disponibilidad de tiempo completo y viajar, podría intentar convencer a su
madre de venirse con los niños si el sueldo daba para que dejara de trabajar
lejos y mandarles el escaso dinero que les daba. Quizás hasta podrían
cambiar las cosas en casa. En cuanto al tema de los idiomas...
Bueno, había tomado en el instituto algunas clases de Español y le
encantaban, así que era probable que no pasase nada.
Solo tenía que soltar un par de mentirijillas en el currículum. No era
ético, lo sabía. Era consciente de que mentir estaba muy muy mal, pero era
muy trabajadora, bordaría el trabajo. Eso si la cogían, claro... Ponía
apariencia formal. ¿Aquello incluiría la obesidad? Sabía que en algunos
trabajos en los que había aplicado con anterioridad la habían rechazado por
el peso, porque no daba buena imagen a la empresa. ¿Sucedería allí lo
mismo? No iba con muchas esperanzas de que la cogieran, pero en esta
ocasión estaba dispuesta a intentarlo con todas sus fuerzas. Cogería todas
las decepciones que le habían ido sobreviniendo y las transformaría en una
determinación férrea que haría que diera todo en aquel último intento.
Si fracasaba una vez más, no sería sin la convicción de que lo había dado
todo.
A medida que estudiaba detenidamente las ventajas que conllevaba aquel
puesto, se le iban abriendo los ojos. No sólo podría viajar por el mundo
(dato importante: con todo pagado), sino que le pagarían de acuerdo a sus
capacidades. No sabía cuánto era el salario medio de una secretaria, pero
estaba segura de que sería mucho más elevado que la suma total del sueldo
irrisorio que había ganado hasta ese momento junto con lo que su madre les
daba.
Una vez Chris consiguió superar la risa inicial y Ada la continua,
observaron que su hermana estaba demasiado callada mientras estudiaba el
periódico con atención. Esto era muy extraño, decidieron. Por regla general,
Ellie lo revisaba todo exhaustivamente, saltando de oferta en oferta y
redondeando cada una que consideraba interesante. Primero seleccionaba
todas las que podrían ser y luego ya se detenía a estudiarlas, pero ahora solo
estaba mirando con fijeza una sin saltar a las demás. Esto despertó sus
ávidas curiosidades, y se acercaron para poder fisgonear por encima del
hombro de la mayor lo que fuera que hubiera captado el interés de su
inquieta hermana.
Ellie ni se inmutó del estado de concentración en el que se encontraba.
Requisitos, blablablá... Oferta:

SE OFRECE:

-Incorporación en plantilla de Empresa líder en su sector, perteneciente a


un grupo empresarial de primer orden.
-Retribución competitiva negociable en función de las cualidades
aportadas.
-Grandes posibilidades de desarrollo personal.
-Todos las dietas, desplazamientos y gastos de viaje correrán a cargo de
la empresa.
-Oportunidad inmejorable para conocer distintos países y culturas.

Los dos hermanos cotillas, al leerlo, cayeron fulminados de la impresión:


—¡Hostia puta, Ellie! —exclamó Chris, emocionado—. ¡Menudo
trabajo!
Acto seguido, Ellie se sobresaltó y Ada le propinó un puntapié en la
espinilla, disgustada porque su hermano menor hubiera empezado a
frecuentar unas compañías que ya había comentado en más de una ocasión
con Ellie que no le gustaban. Le estaban inculcando expresiones y
palabrotas que no debería decir ningún niño de su edad.
—¡Chris! ¿Qué hemos hablado sobre los tacos en esta casa? —le
reprendió Ellie con gesto severo.
—¡Vale! Es increíble que no pueda expresarme como quiero en esta
casa.
—Dejando de lado al malhablado de Chris, estoy de acuerdo en que
debes intentar conseguir el trabajo, Ellie.
—Hay algunos requisitos que no creo que pueda cumplir —se sinceró
Ellie, mirando dubitativa el papel en el que había estado tachando las que
cualidades que creía reunir.
—Es el puesto de una secretaria/asistente personal, y ¿qué tienen en
común ambas facetas? —preguntó Ada con dramatismo a nadie en concreto
—. Que ayudan o cuidan de alguien, ¿y qué mejor persona para eso que tú?
De nosotros te has estado encargando durante todos estos años, ¡y míranos!
tampoco hemos salido tan mal, ¿no?
Ellie, que no era muy dada a las demostraciones de debilidad, no pudo
evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas llena orgullo.
Adoraba a esos dos diablillos.
—Además, esas cosas que dices que te faltan... Siempre podríamos
añadirlas a tu currículum, y, si lo haces bien, nadie tendría porqué enterarse
—añadió Chris.
—¿Mentir? —preguntó Ellie, dubitativa.
—No es una mentira. No del todo, al menos. Casi todo el mundo lo hace,
en realidad; inflan sus CV para poder tener más posibilidades —respondió
Ada, saltando en defensa del argumento de Chris.
Sería una hipócrita si negara que no se le había pasado por la cabeza.
Estaba desesperada, pero el hecho de estar planteándoselo abiertamente
delante de los niños la intranquilizaba un poco. ¿Y si la pillaban en medio
de la entrevista? Bueno, no podría ser peor que la vergüenza del Hot Dog.
Realmente lo iba a hacer. Lo sabía, en el fondo era consciente de que,
cuando minutos antes había empezado a pensar sobre ello, lo haría. Todas
esas idas y venidas eran consecuencia directa de que su parte lógica estaba
intentando refrenar a la emocional, que ya había empezado a ganar terreno
en su mente. Inspirando hondo, relegó a la parte más lejana la lógica y la
razón que le recomendaban no hacerlo y declaró:
—De acuerdo. ¿Cómo lo hacemos?
Chris hizo una señal de triunfo y Ada bailoteó feliz. Convencer a Ellie
para que dejara por un momento de lado su férrea moral y sus principios
había sido como un éxito para ellos. Los tres eran un equipo y conseguirían
llegar juntos hasta el infinito; siempre remarían en la misma dirección.
Con este sentimiento palpándose en el ambiente, los tres hermanos
Hawk se pusieron a trabajar en el embellecimiento del currículum de la
mayor.
Tres horas después, tras la manifestación abierta de muchas ideas
contrarias sobre lo que debían añadir y lo que no, consiguieron terminarlo,
quedando satisfechos con el resultado obtenido. Habiendo introducido la
dirección del e-mail de contacto que se había proporcionado y adjuntado el
documento, en la pequeña cocina de los Hawk se contuvo la respiración
mientras Ellie presionaba la pestaña «enviar».
Estaba hecho.

***

Una semana después por la mañana, en el ruidoso hogar de los Hawk se


desató la emoción cuando el cartero trajo una carta certificada dirigida a
Ellie, y no era de su madre como se podría haber esperado. La recogió Ada,
que era la más madrugadora de los tres, y cuando constató que en el
remitente ponía «Henderson Enterprise», soltó un chillido de alegría y subió
corriendo a despertar a la destinataria.
—¡Ellie! Despierta inmediatamente, ¡¡¡tienes una carta!!! —gritó,
entrando en la habitación dando un portazo.
Una Ellie muy dormida todavía se despertó dando un brinco en la cama
con el pelo enmarañado y los ojos como platos del susto.
—¿Qué ocurre? —preguntó mirando a todos lados, esperando
encontrarse con la causante de su madrugón.
—La carta —repitió Ada, pronunciando con lentitud ambas palabras y
ofreciéndosela a su hermana—. ¡Y no cualquier carta!
Aquello consiguió despertar por completo a Ellie, que tomó la misiva
con manos ávidas y nerviosas. Le costó abrirla al principio de lo alterada
que se encontraba, pero consiguió sacarla del sobre y leyó en voz alta:

Sasha Sullivan
Henderson Enterprise S.A
Calle 57, Nº 7
Nueva York, 10138
08/04/2018

Ellie Hawk
C/ Carla Court nº 3 1ºB
Morristown, 24231

Estimada Srta. Hawk,

Nos complace comunicarle que ha sido una de las escogidas para entrar en el proceso de selección
de nuestra empresa. Estamos deseando reunirnos con usted el día 15 de abril del año en curso. La
primera entrevista comenzará a las 09:00h. Le rogamos que antes pase por recepción a las 08:30h.
En caso de poseer un vehículo, podrá estacionar en el edificio anexo perteneciente a esta empresa.
Entregue el ticket en la recepción para su validación.
Adjuntamos información sobre Henderson Enterprise, indicaciones para llegar a nuestra oficina y
un acuerdo de confidencialidad que deberá leer y firmar antes de que se inicie la primera entrevista.

Atentamente,

Sasha Sullivan
Subdirectora adjunta de Henderson Enterprise

Tras leer en voz alta la misiva, Ellie y Ada comenzaron a gritar de


alegría y a saltar encima de la cama de la primera. Un recién despertado
Chris, habiendo escuchado el griterío en la habitación contigua a la suya,
decidió ir a investigar qué ocurría. Cuando se enteró que Ellie había sido
admitida dentro del proceso de selección se unió a los vítores que
prorrumpían las dos hermanas.
El siguiente paso que decidieron los hermanos Hawk sería comprar los
billetes de autobús que la llevaría a Nueva York y elegir un conjunto
adecuado para la entrevista.
Como a Ellie le preocupaba que sus hermanos se quedaran solos en casa,
tras mucho debatir, llegaron a la conclusión de que Chris se quedaría en
casa de un amigo (de los menos conflictivos, eso sí) y Ada compraría el
billete de acompañante con un poco de dinero que tenía ahorrado. Después
se dirigieron a la tienda de segunda mano más cercana para buscar un traje
formal para la entrevista y que estuviera rebajado.
Como no podían permitirse gastar una fortuna, la búsqueda resultó ardua
y demasiado larga para el gusto de la mayor. Después de rebuscar mucho
entre los trajes de oferta, se decantaron por una combinación oscura y
discreta de chaqueta y falda que le llegaba por la rodilla, y un pañuelo
estampado de flores que iría atado al cuello. Aunque seguía pareciendo muy
mayor, era la mejor opción entre todos los demás, que le hacían verse o más
gorda o extremadamente vieja. Ese traje por lo menos la situaba en un
punto intermedio entre los dos.
Ellie estaba acostumbrada a comprar de segunda mano en mercadillos en
los que podía encontrar ropa mucho más barata que si frecuentara una
tienda. El poco dinero que conseguía ahorrar en los trabajos precarios
siempre iba destinado a cubrir las necesidades básicas de sus hermanos, por
lo que no le importaba gastarse en lo mejor dentro de sus posibilidades. Al
encontrarse en esta situación tan compleja, no le quedaba más remedio que
no darle importancia alguna a lo que su imagen respectaba. Hubo una época
durante su etapa adolescente en la que le había dolido un poco no poder
comprarse ropa como el resto de sus compañeras, pero con la marcha
temprana de su madre, unida a la situación delicada de alcoholismo de
Rachel, había hecho que tuviera que afrontar su realidad. No podía
preocuparse por minucias como la imagen, sencillamente aquello no era
para ella.
Tras la compra del traje, acordaron que una vez en Nueva York pasarían
por alguna tienda de maquillaje a recibir una clase de muestra gratis, y de
esta forma el factor «cosmético» estaría cubierto.
Para finalizar, reservaron los billetes para el día catorce de abril y
empezaron a preparar las escasas pertenencias que se llevarían.
Mientras pasaban los pocos días que quedaban hasta el catorce, Ellie
estudiaba incansable la información que le habían enviado adjuntada los de
Henderson Enterprise.
Y el esperado día llegó...
Entre risas y sollozos, las dos hermanas Hawk se despidieron del menor,
que, aunque trataba de hacerse el fuerte, se le notaba bastante afectado.
Nunca habían estado separados, ni siquiera una noche. Aquello iba a ser
muy duro para todos ellos. Pero sabían todo lo que implicaba aquel viaje,
así que con mucha tristeza por dejar a uno de los integrantes atrás, Ellie y
Ada se subieron en el autobús que les llevaría hacia un futuro incierto.
CAPÍTULO 3
«La mujer solo tiene un defecto: no reconoce lo valiosa que es».
Carolina Herrera

Adam Henderson estaba muy enfadado. Apenas habían pasado dos semanas
desde el fatídico día en el que la señora Spark renunciara temporalmente a
su puesto de trabajo, y desde entonces todo se estaba saliendo de control.
Aunque su exsecretaria se hubiera encargado de dejar todo preparado
para que, al menos, pudiera aguantar sin ella lo que durase el proceso de
selección, las cosas en su oficina iban muy mal. Muchos de los clientes con
los que había cerrado acuerdos hacía una eternidad estaban llamando para
quejarse de que faltaban documentos o algún otro elemento, y los
distribuidores estaban protestando porque había surgido un imprevisto y el
horario asignado se les había descuadrado. Por no hablar de la montaña de
papeles sin revisar que no dejaba de acumularse sobre la mesa.
«¿Qué coño está haciendo Sasha?», se preguntaba cada día. Estaba tan
ocupado que apenas había podido echar un vistazo a las candidatas que se
habían postulado después de que Sasha publicase aquel anuncio. Era el
director, sí, pero estaba empezando a tomar conciencia de que quizás la
señora Spark hubiera estado cargando con muchísima responsabilidad sobre
sus hombros, y él no había estado al tanto en profundidad de todas aquellas
tareas que había estado realizando aquella mujer tan pragmática. No solo se
había responsabilizado de la parte administrativa, como, por ejemplo,
revisar y seleccionar los diferentes documentos que serían más adecuados
para que él estampara su firma sobre ellos, sino que además se había
encargado de tener su horario al día siempre y solucionar, siendo lo más
discreta posible, cualquier cambio acontecido en la empresa. Con amargura,
había constatado también que muchos empleados se dirigían a ella cuando
había algún problema. Pero no era lo único: ella se ocupaba de tenerle
preparado en el momento que hiciera falta cualquier tipo de vestuario que
necesitara para el evento que fuera.
Se empezaba a preguntar, de dónde habría sacado el tiempo aquella
mujer para abarcar tantos frentes abiertos.
El teléfono no paraba de sonar y estaba bastante harto de escucharlo.
Sabía que todo serían pegas y problemas que habrían ido surgiendo, así que,
en un ataque de ira, ya que no estaba acostumbrado a encontrarse bajo aquel
nivel de estrés, abrió la ventana de su despacho, situado en la planta más
alta del rascacielos. Cogió el teléfono con determinación, alzándolo
mientras se preparaba con una postura de jugador de béisbol a punto de
lanzar la bola de su vida.
«Y el pitcher Henderson consigue lanzar una bola rápida y... OUT ¡Out
problemas!», estaba pensando en aquel momento, cuando empezó a darse
cuenta de que, si lanzaba un teléfono como ese, de aquel tamaño y desde
aquella altura, lo más seguro sería que escalabrara a alguien.
Estaba meditando sobre aquella información cuando de repente se abrió
la puerta.
Una sorprendida Sasha, seguida de un becario del que se había adueñado
desde que se encargó del proceso de selección, entraron y observaron cómo
el director de Henderson Enterprise estaba a punto de arrojar el teléfono por
la ventana.
Durante un minuto se produjo el silencio, mientras se contemplaban
unos a otros.
Carraspeando, Adam bajó el brazo para volver a dejar el teléfono en su
sitio y los miró inquisitivamente.
—¿Qué queríais? —preguntó, intentando cambiar de tema con el fin de
que olvidaran aquella escena tan infantil—. ¿Es sobre el proceso de
selección? Es mañana, ¿no?
—Sí —respondió Sasha, intentando borrar aquella imagen de su cabeza
—. Necesito que le eches un vistazo a las preguntas que les voy a realizar a
las candidatas y que des tu visto bueno.
—Está bien, déjame verlas —accedió, extendiendo la mano para
reclamar el papel que tendría que revisar.
Sasha miró al esclavo... Bueno, becario, con una orden implícita de que
le diera las preguntas. Aquella pobre alma, que acababa de graduarse de la
carrera de Recursos Humanos, estaba muy cansada y nerviosa. Había
terminado la universidad deseando entrar en una empresa importante, y
cuando lo hubo hecho, se emocionó muchísimo, desconociendo que
acabaría entre las garras de aquella bicha. Tendría que haberlo sospechado
desde el primer momento en que la vio caminando, contoneándose por el
pasillo en dirección a él, y también cuando empezó a hablarle de forma
sensual para que cediera a sus peticiones de ayuda. En aquel momento
había creído que era un ángel, pero este se transformó ante sus ojos en
cuanto le entregó el primer trabajo, permitiéndole conocer su verdadero
carácter.
A partir de entonces había empezado a hacerle la vida imposible.
Se había pasado todo el fin de semana revisando los cientos de
currículums que había enviado a la empresa y descartándolos bajo las muy
explícitas órdenes que había dejado la víbora en la que se había convertido
su nueva jefa. Por si eso fuera poco, le había hecho llamar la noche anterior
para que redactara las preguntas que tendría que realizar a las candidatas.
Ahora se estaba llevando todo el mérito, y sin despeinarse, delante de él. Lo
peor era que no podía decir nada, porque, de hacerlo, su futuro pendería de
un hilo en aquella empresa. Aunque bien mirado, también corría el riesgo si
aquel hombre tan extravagante (nadie podía culparle de pensar eso después
de que su primera experiencia fuera verle intentando lanzar un teléfono por
la ventana) no estuviera de acuerdo con las preguntas que tanto sueño y
esfuerzo le habían costado.
Sí, el chico estaba en todo su derecho de estar nervioso.
—A ser posible, me gustaría que para mañana a estas horas me hubieras
conseguido una secretaria acorde a lo que necesita esta empresa. Respecto a
las preguntas, creo que están bastante bien, Sasha
Tras oír esto, el becario respiró aliviado.
Al menos aquel día no sería despedido.
—Fantástico.
Sasha sonrió, sensual, y con un movimiento de mano despectivo
despachó a un más que explotado trabajador. Tuvo que fingir marcharse
normal, aunque su mente le instara a poner en práctica todos aquellos años
en los que había realizado atletismo mientras mandaba al cuerno a todos
aquellos niños de papá.
Una vez solos, Adam se sentó en el gigantesco sillón que
complementaba a la mesa de roble que presidía el despacho principal de
Henderson Enterprise. Sasha tomó aquel movimiento como una invitación
clara para acercarse y reclamar para sí un momento íntimo.
Sentándose en el regazo de Adam, le preguntó:
—¿Te veré esta noche?
—No lo creo, tengo mucho trabajo que hacer. La oficina es un desastre.
—Pues más razón para que nos veamos. Yo sé qué hacer para que
mandes toda esta situación al diablo por unos minutos y conseguir que te
relajes...
La invitación estaba ahí. Sí, conocía las dotes magníficas que tenía Sasha
para hacer olvidar a un hombre, pero por primera vez en su vida todo
parecía haberse descontrolado. Si no se arreglaba toda aquella situación al
día siguiente, la empresa no podría avanzar. Estaba meditando sobre si
debía empezar a implicarse más en el trabajo a costa de dejar desatendidos
los placeres de los que jamás se había tenido que ver privado cuando, de
repente, volvió a sonar el teléfono.
«Al cuerno. Necesito una noche de diversión».
—De acuerdo —cedió ante una Sasha que lo miraba con una sonrisa de
triunfo.
Sabía que siempre se saldría con la suya en cuanto a Adam se refería.
Aquello solo era un ejemplo más. Al día siguiente sería facilísimo:
sencillamente tendría que encontrar a una ingenua aburrida y, a ser posible,
fea, que de ningún modo pudiera captar el interés de SU hombre.

***

Solo habían pasado unas pocas horas desde que habían puesto los pies en
Nueva York, y, desde entonces, Ada y Ellie estaban fascinadas haciendo
turismo por la gran ciudad. Aunque la mayor había decidido que debían
ponerse un tope de horario que cumplir, porque tenían que volver al
albergue en el que se estaban quedando para poder repasar la información
que se sabía casi de memoria sobre la empresa.
Había estado buscando información adicional sobre la misma para tener
todos los frentes cubiertos por si decidían preguntarle sobre ella. Al parecer,
se trataba de una empresa que manejaba un capital colosal. Había
descubierto, asombrada, que, aunque en sus inicios habían comenzado
siendo una empresa hotelera, en la actualidad había adquirido tal
importancia que no se dedicaban a un negocio en concreto, sino que
formaban parte de inversiones con una infinidad de negocios importantes.
Ellie se mareaba solo de imaginar el tipo de trabajo que tendría que
realizar... en el caso de que la escogieran para el puesto, claro. Aquella
noche, gracias a una crisis de ansiedad, se estaba atiborrando de
hamburguesas que habían comprado en el McDonald’s más cercano cuando
decidió comentarle sus inquietudes a su hermana:
—Creo que estoy muy nerviosa.
—No me digas... —respondió con ironía Ada, sacando el perrito caliente
que se había comprado a escondidas en un puesto ambulante.
En cuanto Ellie vio al culpable de la mayor vergüenza que había tenido
que pasar en todos sus veinticuatro años siendo esgrimido en dirección a la
boca de la traidora, fulminó con la mirada a su hermana.
—¿En serio, Ada? Justo en un momento así... ¿te estas comiendo un
perrito caliente?
—Sí, enfádate todo lo que quieras. Pero el punto es que no solamente
está delicioso, sino que te ha permitido olvidarte por un momento de tu
nerviosismo —se defendió Ada con satisfacción, mientras mordía otro trozo
de aquella delicia celestial.
La cara que se le había quedado a su hermana al constatar que tenía
razón era un poema. Había funcionado. Aquella tontería había conseguido
que dejara de comer impulsivamente. Ellie se preguntó a sí misma si,
quizás, no sería masoquista.
«¿Tienen que enfadarme para evitar que pague mi ansiedad con la
comida? ¿Qué será lo siguiente? ¿Un Cincuenta sombras de Grey?».
Descubierta esta faceta suya tan peculiar, no pudo evitar trasladarla a lo
que le había estado ocupando los pensamientos durante todo el día.
—Creo que después de todo lo que he descubierto sobre esa empresa
más me valdría ser masoquista, porque creo que voy a tener que aguantar
mucha tensión si deciden darme el puesto —afirmó solemne. Mientras,
permitía a Ada asimilar aquella última información, dando como resultado
que las dos hermanas acabaran estallando en risas.
—De verdad que pienso que lo harás fenomenal, señorita masoquista —
la animó su hermana con una sonrisa—. Eres una mujer muy inteligente,
Ellie, sabrás capear el temporal muy bien. Y si no... Bueno, no pasa nada,
siempre nos tendrás a nosotros para atormentarte. ¿Qué más puedes pedir?
Ellie sonrió mirando con cariño cómo su pequeña diablesa se acababa el
hot dog.
Sí, pasara lo que pasase, siempre les tendría a ellos. Su ancla en el
mundo. Y eso era lo único que le importaba.

***

Al final, había llegado el día decisivo. En aquellos instantes, Ellie se


encontraba en la recepción de la sede principal de Henderson Enterprise.
Había llegado con tanta antelación que se había encontrado el edificio
cerrado. Tuvo que esperar a la intemperie hasta que abrieran.
Estaba tan nerviosa que sudaba de manera copiosa, al tiempo que se
daba cuenta de que haberse comprado el pañuelo para el cuello había sido
una muy mala decisión. Se sentía como si le estuviera aprisionando esa
zona, y esto no hacía más que incrementar la ansiedad que estaba
experimentando. Estrujando los papeles que llevaba para la entrevista, fue
consciente de que necesitaba ir al servicio. Urgentemente.
Se levantó para dirigirse a donde estaba la recepcionista para que le
pudiera indicar dónde se encontraba el baño. Sin embargo, estaba tan
agitada que apenas escuchó lo que le dijo, y, encaminándose hacia la
dirección que creía haberle entendido, entró en el baño de mujeres.
Una vez allí, se encerró en uno de los cubículos y vomitó todo el
desayuno. En el momento en el que se disponía a salir, escuchó
repentinamente la voz de un hombre que debía de haber entrado también y
parecía muy enfadado.
—Nos estamos jugando muchísimo con esta inversión y tú estás
pensando e incluso planteándome la idea de echarte atrás, y ¿por qué?
¿Porque llevamos una mala racha? Y yo que te creía más inteligente... Si
supieras jugar bien tus cartas, sabrías que no te conviene cabrearme, porque
en cuanto nos recuperemos de esto pienso quitarte de en medio, ¿lo
comprendes? —amenazó, colgando a quien fuera su interlocutor.
Ellie, quien no estaba acostumbrada al mundo agresivo de los negocios,
ahogó un grito.
«¿Está planeando matarle?».
¿De verdad estaba presenciando lo que sería el comienzo de un plan de
asesinato? ¿Por qué si no se iba a meter en un baño de mujeres, a esas horas
que no había nadie, para amenazar a alguien por teléfono?
«Sí que se toman en serio el poder en esta empresa. ¿Debería llamar a la
policía?».
Al imaginarse compareciendo frente a un tribunal como testigo del
momento en el que se amenazó a la víctima, se acordó de que, en las
películas, aquel tipo de personaje nunca acababa bien. Por lo tanto, decidió
quedarse callada hasta que el hombre con ansias de poder maníacas
abandonara el baño. Pero este, resistiéndose a dejar el servicio, parecía
haber encontrado un lugar en el que realizar sus necesidades... y no sonaba
como que lo estuviera haciendo en uno de los cubículos.
Las esperanzas de Ellie de que el hombre hubiera entrado en el baño de
mujeres a posta se hundieron. ¡Había sido ella la que se había equivocado
de baño! ¡Estaba en el de hombres! Y encima había acabado escuchando el
ruidito de las gotas cayendo... ¿Podía ser más embarazosa la situación? Al
parecer sí podía, porque justo en ese momento empezaron a entrar más
hombres que necesitaban aliviarse, impidiendo que ella pudiera salir.
«De ninguna forma pienso salir ahí mientras haya solo uno de esos
hombres fuera. Y mucho menos permitiré que el lunático se entere de que
lo he escuchado todo».
Así que esperó media hora a que el afluente tráfico de diferentes
hombres se hubiera disuelto, y salió cuando lo creyó conveniente.
«Al menos he sorteado la situación», pensó, aliviada. En cualquier otra
ocasión seguramente se habría topado cara a cara con cualquiera de
aquellos hombres. El hecho de pensar que había sucedido esta excepción a
su mala suerte le hacía recobrar fuerzas para enfrentarse a su entrevista de
trabajo. Así que se encaminó a su asiento de espera, percatándose que,
durante su excursión al baño, los asientos contiguos al suyo se habían ido
llenando de mujeres vestidas con un estilo formal. Pero lo que más le llamó
la atención de todo fue que, hasta el momento, ella era la única que tenía
curvas prominentes. Miró su reloj para comprobar qué hora era: las ocho y
media. La hora a la que tenían que estar allí con antelación.
Justo en ese momento, la recepcionista se levantó de su puesto de trabajo
y, dirigiéndose a las aspirantes, declaró:
—Bueno, gracias a todas por la espera. A partir de ahora comenzará a
prepararse todo para la entrevista oficial a la que tendrán que enfrentarse. Si
alguien que hubiera sido admitido dentro del proceso no hubiera llegado
todavía, estaría desde este momento descalificado dentro del mismo.
Las siete mujeres que se encontraban en la sala miraron sorprendidas a la
recepcionista, pensando que era una medida demasiado radical. Alguien
podría haber sufrido un contratiempo y, por esto, haberle resultado
imposible aparecer. La recepcionista comprobó que se habían alzado una
serie de murmullos entre las aspirantes y creyó conveniente explicar:
—El puesto al que están optando es de gran envergadura para esta
empresa. Tienen que entender que, desde el momento en el que entraron por
las puertas del edificio, ya había comenzado el proceso. La afortunada que
consiga ocupar esta vacante debe tener disponibilidad completa, como
aparecía entre los requisitos del anuncio. Por eso no valen excusas como la
de que surgió un incidente o alegaciones similares.
Tras escuchar las explicaciones de la mujer, se hizo el silencio. Todas
comprendieron que tenía razón y empezaron a temer que quizás hubieran
empezado a ser estudiadas desde el momento en el que se habían sentado en
el asiento de aquella sala de espera.
Después de que la recepcionista constatara que todas habían entendido el
punto, se puso un pinganillo. Al parecer, a través de este se le indicaría a
qué aspirante tenía que llamar. A continuación, esta accedería a la
habitación donde se llevaría a cabo la entrevista.
El proceso comenzó de forma oficial. Ellie escuchaba cómo la
recepcionista iba mencionando a diferentes personas y observaba cómo las
otras aspirantes entraban y salían componiendo todo tipo de diferentes
expresiones. Si aquellas chicas delgadas como modelos no habían
conseguido pasar la entrevista, alguien a quien le sobraba demasiada carne
como ella no la pasaría.
Se consoló diciéndose a sí misma que al menos estaba allí intentándolo.
—Ellie Hawk —escuchó que pronunciaba la chica de la recepción.
Algo menos nerviosa que antes y dispuesta a hacer lo mejor, se
encaminó hasta la puerta que determinaría su futuro.

***
Sasha estaba harta de ver desfilar mujeres a las que siempre acababa
sacando alguna pega. No conseguía encontrar ninguna con la que pudiera
estar completamente segura de que Adam jamás sería capaz fijar en ella.
Hasta entonces, aquel becario, en su opinión, había hecho las cosas muy
mal. Ya se encargaría ella de ponerle en su sitio.
Pasó al siguiente currículum. Lo primero que observó fue la foto tamaño
carnet de la siguiente aspirante. Abrió los ojos y, presionando el
intercomunicador, ordenó:
—Que entre Ellie Hawk.
Si era tal y como se veía en la foto, sería perfecta. Era totalmente insulsa,
con esa cara cuadrada que no llamaba nada la atención y aquel pelo cuanto
menos aburrido. Observó expectante la puerta por la que haría acto de
presencia la única persona que de momento había captado su atención, y al
ver entrar a aquella mujer obesa, vestida tan remilgada y a la antigua, lo
confirmó.
¡Era perfecta! ¡Adam jamás se fijaría ni por un momento en una ballena
como esa! Se relamía solo de pensar en ello. A ella le podía permitir que
estuviera al lado de su novio con total seguridad. Era imposible que Adam
pudiera echarle siquiera una mirada. Revisó su currículum y, al ver que
cumplía todos los requisitos que la exagerada de la señora Spark se había
empeñado en que tenía que buscar, no creyó necesario tener que hacerle
ninguna pregunta más. Dispuesta a encasquetarle aquella mole a Adam, se
dirigió a ella:
—¿Ellie Hawk? —preguntó con satisfacción.
—Sí —respondió ella, dubitativa sobre qué responder a esa pregunta—.
Soy yo.
Sasha confundió aquel momento de vacilación que tuvo la chica con
timidez e inseguridad. No pudo evitar sonreír. Sería simplemente perfecta.
Intuía que mantendría un perfil bajo cuando tuviera que trabajar con Adam,
así que sería imposible que pudiera captar su interés de ninguna de las
maneras.
—He de decir que tenemos una gran impresión de usted —declaró,
mintiendo como una bellaca—. En cuanto leímos su currículum, nos causó
una buena sensación, y creemos que podría ser la persona ideal para este
puesto. ¿Le gustaría aceptar esta oportunidad?
Ellie no sabía qué decir. ¿Lo único que preguntaban era el nombre? ¿No
le harían ninguna pregunta sobre la empresa? ¿Ni sobre su experiencia
personal? Aquello no parecía una entrevista común. ¿Tanto les había
gustado de verdad su currículum?
«Por el amor de Dios, si la mayor parte es mentira».
Superada la impresión inicial, debatió por un segundo con su yo interior
y decidió que ella no era quién para juzgar el cómo se seleccionaba a las
personas en aquella empresa. Además; necesitaba el trabajo
desesperadamente y no podía ponerse quisquillosa al respecto. Aceptaría
sin dudarlo y ya vería luego cómo se enfrentaría al día a día.
Miró a la rubia despampanante que se cernía sobre ella y, ataviándose
con una sonrisa, aceptó.
—Sí. Sería un placer entrar a formar parte de esta empresa.
—Perfecto, entonces firme aquí —le indicó, señalando el sitio que donde
tendría que firmar—. Como observará, la remuneración es bastante
generosa, ¿no cree?
Durante un segundo, Ellie sintió que de alguna manera estaba firmando
un pacto con el diablo, pero aquella sensación fue relegada al plano más
lejano de su cerebro cuando observó la cifra estampada en el papel que
indicaba cuál sería su salario anual.
¡¡Quinientos mil! A duras penas podía creerlo. Con eso pagaría todas las
facturas y el dentista de Chris no tendría que sacar el bate a pasear, además
de que, quizás, hasta podrían comprarse una casa propia. Las cosas que
podría hacer con aquel dinero le estaban dando vueltas todavía en la cabeza
cuando una firme convicción se asentó en lo más profundo de su ser.
«Tengo que aguantar en este trabajo, aunque sea un año».
Una vez firmado el contrato, Sasha extendió la mano, esperando que la
nueva secretaria de dirección se la estrechara.
—Bienvenida a Henderson Enterprise, comenzará mañana. Se le
informará de todo a la salida.
Ellie se sentía flotando como en un sueño. Lo único que fue capaz de
romper su burbuja de felicidad fue verla pronunciar la palabra: MAÑANA.
«¿¿MAÑANA??».
CAPÍTULO 4

«No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las
cosas que no puedo aceptar».
Ángela Davis

Aquella noche, Ellie sentía cómo un torbellino de información entraba por


sus sentidos y la dejaba noqueada por completo. Habían legado a su cargo
un amplio grosor de papeles que tenía que estudiarse para cuando al día
siguiente se reuniera con la persona que había sido la propietaria del
flamante puesto que le tocaría ocupar al día siguiente: la señora Spark.
Francamente, estaba asustada, y no era para menos. Aquella mujer
podría comprobar si era una impostora o no.
Tras la firma del contrato y la consecuente entrega de un teléfono para el
trabajo, así como todos aquellos documentos, se había reunido con Ada a la
salida del edificio. Muy contentas, ambas hermanas se habían ido a
celebrarlo. Pero ahora, cuando había decidido revisar los papeles
proporcionados, la dura realidad la había golpeado con toda la fuerza.
Tuvo que recurrir varias veces a Internet para descifrar varios términos
técnicos que desconocía. Sin embargo, Ellie era una persona con una
memoria espléndida y muy organizada. Por eso, aunque sabía que pasaría
muchas noches sin dormir, planearía un horario para estudiar primero por su
cuenta y, si conseguía sobrevivir un mes en aquel empleo, se formaría a
distancia para poder compaginarlo. Conseguiría ser la mejor. Al fin y al
cabo, todo estaba relacionado, ¿no? Lo primero a lo que tenía que
enfrentarse antes de presentarse a trabajar era comprobar sus habilidades
ofimáticas, así que, con ayuda de Ada, estuvieron repasando lo más básico
para poder encarar a la mañana siguiente a la señora Spark.
Haciendo un repaso en general de lo que creerían que se presentaría,
Ellie se preparó a medias para al día siguiente, y en esas se encontraba
cuando el sueño se adentró en ella inundando todos los recónditos de su
mente y sumiéndola en una plácida oscuridad.

***

Eran las siete de la mañana y Ellie se encontraba bajo el escrutinio de la


señora Spark, que la miraba con evidente curiosidad. Acababan de ser
presentadas y no sabía qué pensar de aquella mujer, y, al parecer, la
susodicha tampoco sabría calificarla en alguna categoría por la forma en la
que la estaba contemplando. La señora Spark llevaba atado un moño tirante
y Ellie se estaba preguntando si debería hacerse uno similar.
Se dirigió a ella con una sonrisa cálida.
—Encantada de conocerla, señorita Hawk.
—Lo mismo digo, señora Spark.
—Veo que le han proporcionado ya algunos papeles —declaró,
señalando la pila de documentos que sostenía Ellie entre sus brazos.
—Sí, ayer me dieron unas ligeras pinceladas sobre en lo que consistirá
este cargo.
—Cuánto me alegro. Entonces conmigo se adentrará usted en
profundidad acerca de las tareas que tendrá que realizar. ¿Tiene a mano el
horario del señor Henderson?
—Por supuesto —respondió, buscando entre la ingente cantidad de
papeles y extrayendo el papel que había revisado mil veces la noche
anterior.
—Excelente. Como habrá podido ver, la agenda del señor Henderson
está por regla general bastante ocupada. Al ser una empresa que dedica gran
parte de su tiempo a la inversión en otras empresas, el director debe estar
viajando con asiduidad. Usted tendrá el deber de acompañarle, por eso se le
ha proporcionado un teléfono dedicado exclusivamente para el trabajo y
que debe estar disponible las veinticuatro horas, ¿comprende? —Al ver que
Ellie asentía, continuó—: Aunque en el anuncio se estipulaba que se
buscaba una secretaria, usted no desempeñará ese cargo al uso, sino que
será una secretaria de alta dirección. Por lo tanto, entre sus funciones se
encuentra organizar los viajes que sea necesario realizar, ya sabe, los
billetes, el alojamiento y todo lo concerniente al desarrollo óptimo del
propio viaje. También deberá coordinar los horarios teniendo en cuenta las
obligaciones laborales del director; por otro lado, tendrá que mantener un
cauce de comunicación abierto con todos los departamentos, es decir, les
informará de cualquier movimiento empresarial que se lleve a cabo a corto,
medio o largo plazo. Y finalmente tendrá que trabajar demostrando ser
indepeniente, adelantándose y ajustándose a las necesidades del señor
Henderson. Esto se aplica también a un nivel personal.
»Además, tendrá que coordinar todo esto intentando cumplir su horario
—dijo, pasándole un papel que debía de ser su horario— y conseguir que
Henderson cumpla el suyo también.
Ellie dejó de escribir al escucharla. Esto último había captado su
atención. ¿Cómo que tenía que hacer que el director cumpliera el horario?
La señora Spark pudo notar la duda reflejada en sus ojos y sonrió,
compadeciéndose de ella.
—Sí, bueno... Comprobará que el señor Henderson tiene tendencia a
despistarse, por decirlo de alguna manera.
—¿Tiene algún tipo de trastorno por déficit de atención?
La señora Spark parpadeó, sorprendida, y se echó a reír ante la
ocurrencia de aquella chica. Sería muy divertido ver cómo se acabaría
relacionando con Adam, pensó, evaluando qué tipo de persona sería. Se
había fijado en su físico y supo que Henderson no estaría nada contento. Si
le preguntaran a ella, aunque se debía de dar una imagen adecuada, para ella
primaba ante todo la profesionalidad que se demostrara tener.
—No, es solo que quiere abarcar demasiado... De todas formas, ya lo
verás.
—De acuerdo.
—¿Tienes alguna duda? —preguntó, observando aprobatoriamente cómo
Ellie repasaba las notas que había estado copiando mientras ella le había
estado contando todo.
—En principio no.
—Excelente. Con la información que le he proporcionado y la
información que le dieron, creo que de momento será suficiente. Tome, aquí
tiene la agenda personal del señor Henderson —dijo, tendiéndole una
libreta grande de cuero negro—. Ahora pasaremos a ver su mesa de trabajo,
aunque le aseguro que no tendrá que quedarse mucho tiempo en ella, y
luego la llevaré a conocer al director.
Ellie siguió a la señora Spark por los pasillos hasta alcanzar una sala
circular gigantesca, en la que a un lado se situaba un escritorio que tenía
pinta de ser carísimo junto a una infinidad de archivadores. Enfrente de toda
aquella sala, había una puerta gigantesca que debía de ser el despacho del
director. Si aquella enorme sala era el lugar donde trabajaría, ardía de
curiosidad por ver lo que había tras aquella puerta.
Ambas mujeres se acercaron al que sería el escritorio de Ellie.
—Le he dejado guardado en el ordenador mi memoria de trabajo. En ella
podrá encontrar todo lo que he hecho hasta entonces, de tal manera que
pueda servirle de guía.
—Muchas gracias, señora Spark
Era definitivo, adoraba a aquella mujer.
—Sé que el comienzo en este trabajo es ya de por sí duro para alguien
que se ha criado preparándose para él; imagino que será más duro para una
persona que no está acostumbrada a ello —declaró misteriosa con una
mirada conocedora, provocando que Ellie se tensara. Lo sabía—. Le han
debido dejar grabado mi número en el teléfono. Llámeme con lo que
necesite, ¿de acuerdo?
No podía estar del todo segura de que lo hubiera descubierto. Debía estar
equivocándose terriblemente o de otra forma la habrían puesto de patitas en
la calle. La señora Spark tenía pinta de tomarse bastante en serio su trabajo;
por lo tanto, no permitiría que una impostora tomara su lugar, ¿no? Pero
entonces, ¿a qué se había referido con aquello? A lo mejor estaba
sugiriendo que una secretaria normal no estaría acostumbrada a un trabajo
de ese tipo.
—Bueno, ¿es de su agrado? —preguntó la señora Spark cambiando de
tema, preguntándole acerca de su lugar de trabajo.
—Sí. La verdad, creo que es muy agradable.
—Entonces, creo que ya va siendo hora de que conozca a su nuevo jefe,
¿no cree?
—Sí —respondió Ellie, ocultando su nerviosismo.
Debía demostrar seguridad y profesionalidad.
Desconocía qué tipo de personalidad se encontraría tras aquella puerta,
pero estaba firmemente decidida a averiguarlo.
***

Adam se paseaba por el despacho como un tigre enjaulado. Sasha le había


hablado sobre la cantidad de virtudes que poseía la secretaria que al final
había sido seleccionada para el puesto, pero al parecer algo le había surgido
y no había podido asistir a la presentación de la misma. Estaba deseando
que la señorita Hawk, así le habían dicho que se llamaba, se incorporara de
inmediato para que dejara de sonarle el teléfono cada cinco minutos. Más le
valía ser buena, porque tenía que arreglar todo el caos organizativo en el
que se hallaba sumida la empresa.
Se encontraba divagando sobre esto cuando escuchó que tocaban a la
puerta. Esa debía de ser la señora Spark con la nueva secretaria.
Apoyándose en el borde del escritorio con las piernas y brazos cruzados,
ordenó que podían entrar.
—Adelante.
Se abrió la puerta y entró la señora Spark seguida de una becaria.
—Pero señora Spark, ¿dónde está mi nueva secretaria? —preguntó
Adam algo molesto, creyendo que le habían hecho perder el tiempo.
Las dos mujeres se pararon enfrente de él, y la señora Spark carraspeó
mientras la becaria le miraba con atención.
—Verá, señor Henderson... —comenzó, dubitativa—. Le presento a la
señorita Hawk.
Aquella última frase arrolló a Adam Henderson, que, boqueando como
un pez, alternó una mirada entre las dos.
—Debe de ser una jodida broma, ¿no, señora Spark? —dijo, sin poder
apartar la mirada de quien decían que sería su nueva secretaria.
No podía creerlo. A Sasha se le había ido la cabeza por completo.
Observó, anonadado, desde el pañuelo de abuela que vestía aquello que
decían llamar «secretaria», pasando por la gigantesca cadera que
desembocaba en unas piernas aún más grandes, hasta llegar a los zapatos de
abuela.
—¿Es el Día de los Santos Inocentes? Reconozco que he estado tan
ocupado estos días que ni sé en qué día estamos. ¡Hágame el favor de sacar
a esta señorita de aquí y traerme a la verdadera Ellie Hawk! —exclamó,
pensando de verdad que todo aquello era una broma de mal gusto.
Ellie se había quedado en shock al principio. Primero, porque aquel
mentecato que no podía creer que fuera su jefe le estaba faltando al respeto
haciéndose el inocente, llamándola «broma». ¿Realmente tendría que lidiar
con aquel tipejo insoportable? Intuía que, si quería tratar con él, debería
armarse de paciencia. Por si fuera poco, había reconocido esa voz desde el
momento en el que había escuchado el «adelante».
Era el psicópata del baño. No se lo podía creer. Y había pensado que era
un asesino cuando solamente era un imbécil prepotente, y esto lo estaba
demostrando. Quería decirle un par de cosas a aquel idiota de tomo y lomo,
pero sabía que si quería conservar el trabajo debería contenerse. En otra
ocasión, ella le hubiera cogido de aquel pelo pelirrojo y lo hubiera
arrastrado de los pelos por toda la empresa, pero no. Tenía que controlarse.
Mandando una orden mental para tranquilizar al instinto de asesina que se
había activado en ella, creyó necesario intervenir, ya que había visto que la
señora Spark no sabía qué decir.
«Venga, tú puedes hacerlo, respira hondo y díselo con suavidad».
—Señor Henderson, soy Ellie Hawk. Esto no es ninguna broma pesada.
Si lo desea, le enseño mi carné de identidad, pero a cambio déjeme pedirle
que me enseñe el suyo de afiliados al club de la idiotez.
«Mierda, Ellie, habíamos acordado ser sutiles. ¿Llamarle idiota es lo que
entiendes por suave?».
La señora Spark y Adam la contemplaron anonadados. Conseguir algún
tipo de reacción en la señora Spark era como ver una estrella fugaz. En lo
que respectaba a Adam, no daba crédito a lo que escuchaba. No podía creer
que aquellas palabras hubieran salido por la boca de aquella mujer. ¿Le
acababa de llamar idiota? ¿Y estaba sonriendo?
—¿Perdona? ¿Qué ha dicho? —contestó, intentando verificar si había
escuchado correctamente.
—Nada, solo que soy Ellie Hawk —contestó, sonriendo con inocencia.
Adam se sorprendió y posteriormente enfureció al reconocer que aquella
mujer se estaba burlando de él.
—Señora Spark, usted lo ha escuchado también, ¿no?
—¿Yo? Señor, no sé a qué se refiere —respondió muy calmada,
desviando la mirada.
Aunque la señora Spark no fuera proclive a expresar lo que sentía, Adam
podía intuir que aquella mujer se estaba divirtiendo a lo grande con toda la
situación. Esto debía de ser alguna clase de venganza personal por haberle
dejado elegir a Sasha en vez de que hubiera seleccionado a alguien más
preparado para capitanear el proceso.
—Esto no tiene ninguna gracia, no crea que voy a contratar a alguien
como usted, señorita Hawk, ¡ni estando borracho! —le espetó, observando
cómo ella le fulminaba con la mirada.
—Para empezar, ¿qué hay de malo en mí?
«Como el muy canalla señale mi peso, lo asesino. No tendrá cojones de
hacerlo si quiere conservar la línea de sucesión Henderson».
—Para empezar, el puesto de secretaria implica dar una imagen acorde a
la empresa, ¡y es obvio que usted no la da! ¡Está gorda!
«Oh, no, el muy capullo ha sido capaz de decirlo. Algún día bailaré
sobre tu tumba mientras me tomo un mojito pagado con tu dinero,
cabronazo arrogante».
Ellie mandó cientos de ondas más de paciencia a su sistema nervioso.
Necesitaba aquel trabajo. Y le respondió:
—¿Y qué? ¿Acaso mi peso influye en el trabajo que tendré que hacer?
¿Soy menos válida porque me guste comer? ¡A todo el mundo le gusta! Lo
único es que unos tienen mejor genética que otros.
—La diferencia ahí es que unos se cuidan y otros no —rebatió Adam—.
¡No puedo tener una secretaria que sea dos veces yo! ¿Qué dirían los
clientes? Espero que se marche de inmediato.
«Ouch. Hijo de puta. Te odio».
—Mire, seré franca con usted —comenzó Ellie, reprimiendo las ganas de
asesinarle en aquel mismo momento—. Usted necesita con urgencia una
secretaria, el teléfono está sonando cada cinco minutos y no parece que
tenga muchas ganas de cogerlo, y yo necesito el trabajo. Soy una persona
con capacidades de organización y me entrego en cuerpo y alma al trabajo.
Usted no tiene tiempo para andar buscando una nueva secretaria y yo ya he
firmado el contrato. Si de verdad quiere a esta empresa, más le vale
replantearse toda esta situación.
Adam miraba consternado cómo aquella mujer le había fulminadocon
aquel argumento. Tenía razón. Estaba muy jodido y no tenía tiempo. Pero ni
de broma permitiría que esa insolente ocupara el puesto de manera
permanente. Mandaría reelaborar el contrato a uno de prueba mientras
buscaba una sustituta. Ni por todo el oro del mundo dejaría que alguien
como ella estuviera cerca de él más de lo conveniente.
Apretando los dientes, la contestó:
—Un contrato que puede ser revocado a la perfección. No pienso
contratarla como mi secretaria, usted sencillamente no da el perfil. Por otro
lado, tiene razón en lo de que la empresa necesita una vértebra organizadora
de inmediato, puedo concederle un periodo de prueba que le será
generosamente remunerado. Debe de ser consciente de que mientras tanto
estaré llevando a cabo otro proceso de selección. En el dudoso caso de que
alguien como usted —dijo, mirándola de arriba abajo con desprecio— pase
el periodo, entonces me volveré a replantear toda esta situación.
«Alguien como usted...mi trasero», pensó Ellie, cada vez más ofuscada.
¿Podría ser más cretino aquel tipo? Al parecer sí.
—Y, por favor, durante lo que dure el periodo de prueba, aprenda a
vestirse. Ya que tenemos que aguantar su imagen, no nos torture
derritiéndonos las retinas con ese tipo de vestuario.
Este podía ver cómo a la que sería su secretaria de prueba le pasaban
diferentes tipos de emociones por la cara, pero mantenía el tipo.
Intuía que aquella noche le pitarían los oídos.
Ellie se forzaba a inspirar y a espirar reiteradamente para no indicarle
por dónde se podía meter su dichoso vestuario. Odiaba a aquel tipo, y lo
peor era que tendría que tratar con él y aguantarle al menos un mes.
Necesitaba el trabajo, y al menos había conseguido que el cretino le diera
una oportunidad. Le demostraría que «aquella gordita» podía ser la mejor
secretaria que podría tener. Para ello, tenía que fingir que podía soportarle.
—De acuerdo, señor Henderson, revisaré mi vestuario —accedió Ellie,
mordiéndose la lengua y sintiendo que a cada palabra pronunciada se
envenenaba.
—Señora Spark, si vamos a hacer esto, hagámoslo bien. No solo
reelabore el contrato, ayúdela también con el atuendo. A la vista está que es
incapaz de escoger algo con cierta clase.
La señora Spark había estado hasta entonces observando la escena tan
curiosa que se desarrollaba ante sus ojos como si fuera un partido de tenis.
Cayó en la cuenta de que ahora uno de los protagonistas de la escaramuza
se dirigía hacia ella.
—Está bien, Adam, pero recuerda que tengo que cuidar de mi marido. Si
a la señorita Hawk no le importa pasarse por mi casa un día y que dé unos
consejos... —Lanzó una mirada de disculpa hacia Ellie.
La susodicha se compadeció de ella. No quería poner en un brete a
aquella mujer que había intentado ayudarla, e intuía que necesitaría mucha
más de cara a un futuro si tenía que tratar con aquel descerebrado.
—No se preocupe, señora Spark, me adaptaré a lo que haya. En cuanto
tenga un hueco, me pasaré por su casa.
—Fenomenal —declaró el idiota—. Por ahora puede irse, señorita
Hawk. La llamaré cuando requiera sus servicios.
Ellie suspiró, aliviada de poder salir de aquel despacho. Si hubiera
estado un minuto más en compañía de aquel tipo, habría acabado
lanzándolo por la ventana más próxima. Salió con la cabeza bien alta, y en
cuanto se cerró la puerta a sus espaldas, se sintió libre para expresar todo lo
que llevaba dentro:
—Valiente hijo de puta, así te pique una tarántula y la palmes, ¡será
estúpido, el muy desgraciado! ¡El día de tu entierro asistiré gustosa a
defecar en tu tumba! Esperaba que las paredes estuvieran insonorizadas,
porque se estaba quedando bien a gusto con esa terapia de soltarlo todo.
Se encontraba en plena retahíla cuando escuchó un carraspeo tímido:
—Disculpa... ¿Sabes dónde está la secretaría del director? Me
comentaron que hoy se incorporaría, y la verdad es que tengo algo de prisa
—explicó, nervioso.
—¡Ah! Esa sería yo, al menos de momento.
—¡Qué bien que te he encontrado! La señorita Sullivan necesita el
contrato que firmamos con los de Mercedes.
«¿Ha dicho Mercedes? ¿Los de los coches?».
El arrogante tenía suerte. El mundo, sin duda, estaba muy mal repartido.
—Claro, por supuesto. Ya mismo te lo busco —contestó solícita,
sentándose frente al ordenador. En ese momento reparó en que aún no le
habían dado la contraseña para desbloquear el PC.
—Por cierto, me llamo Jeray y estoy de becario ayudando a la señorita
Sullivan —se presentó el muchacho con una sonrisa compasiva—. ¿Tú
cómo te llamas?
—Ellie —respondió mientras intentaba probar diferentes códigos
infructuosamente—. No puedo desbloquearlo... Acabo de llegar y no me
han dado la contraseña todavía.
—Creo que no te hará falta de momento, Ellie, he tratado un poco con la
señora Spark cuando todavía estaba trabajando aquí y normalmente los
contratos los guarda en uno de aquellos archivadores.
Ellie sonrió agradecida a Jeray y se encaminó a buscarlos. No le resultó
muy difícil, porque, al parecer la señora Spark era muy organizada y lo
tenía todo etiquetado.
Una vez dio con el archivador que era, se dispuso a buscar el contrato.
—Cuando he llegado he podido ver que has salido algo afectada del
despacho — comentó Jeray con prudencia.
—Sí..., estoy un poco afectada porque es mi primer día y tengo los
nervios a flor de piel.
—Tranquila. —dijo Jeray, esbozando una sonrisa nerviosa—. No te
culpo, son tal para cual.
Eso captó la atención de Ellie, que se encontró preguntando:
—¿Quiénes?
—Pues la señorita Sullivan y el señor Henderson. ¿No sabías que son
pareja?
O sea, que aquella mujer rarita que le hizo la entrevista y el cretino
estaban saliendo.
Compadecía a la pobre mujer. Tener que salir con alguien así...
Le daban escalofríos solo de pensarlo.
—No lo sabía, la verdad. Acabo de incorporarme hoy a la plantilla.
—Oh, bueno, no digas que te lo he dicho, por favor. Sería echado en el
mismo instante en el que se enterasen —suplicó, temeroso, aquel chico tan
curioso.
—No te preocupes, Jeray No se lo diré a nadie si prometes no decir lo
que has escuchado.
—Prometido.
—Oh, mira, aquí está. Mercedes, toma. No llegues tarde
—Gracias, Ellie. ¡Espero que nos veamos por la empresa! Y ¡ánimo!
—¡Yo también lo espero!
Le agradó el chico al instante. Al menos todavía quedaba gente cuerda
en esa empresa que sabía identificar que su jefe era un capullo de tomo y
lomo.
En ese momento, sonó el interfono que debía de comunicar con el
despacho de Henderson:
—Señorita Rollitos, entre.
«Hablando del capullo de Roma».
Ellie puso los ojos en blanco y se armó de paciencia para superar ese día
sin tener que salir en las noticias. El título no podría ser más esclarecedor:
Secretaria en periodo de prueba estrangula a su jefe con el cable del teléfono.
CAPÍTULO 5

«Una chica sabia conoce sus límites. Una chica lista sabe que no tiene
ninguno».
Marilyn Monroe

Ellie Hawk llevaba apenas tres escasos días en la empresa y empezaba a


darse cuenta de que, durante sus veinticuatro años de vida, no había
experimentado aquella sensación de estrés. Aunque estaba acostumbrada a
trabajos agobiantes, se daba cuenta de que de aquel puesto dependía el
correcto funcionamiento de todo lo demás, y eso lo hacía todo más
complicado. La presión era enorme.
Desde que había comenzado, Henderson se había encargado de desviar
todas las llamadas entrantes a ella, todo esto mientras intentaba cumplir con
el horario que le habían proporcionado. Había podido observar,
contrastándolo con la memoria que la señora Spark había dejado a su
disposición, que la empresa estaba sumida en el caos. Aquellos tres días
habían resultado muy estresantes debido a que había estado intentando
ponerse al día. Y en aquello se encontraba, dejándose la vista mientras
seleccionaba entre toda aquella multitud cuáles documentos eran más
urgentes para que Henderson los firmara.
De repente sonó el intercomunicador. Aquella voz odiosa se proyectó
invadiendo cada recóndito rincón de la habitación:
—Café.
Ellie fulminó con la mirada al aparato como si pudiera verla a través de
él.
Y allí estaba haciendo acto de presencia otro de sus innumerables
dolores de cabeza, aunque este era sin duda alguna por el que más asco
sentía.
Volviendo la vista atrás, Ellie reconoció, molesta consigo misma, que la
primera vez que lo había visto apoyado en su mesa le había parecido
atractivo, pero en cuanto abrió la boca, repugnantemente masculina,
cualquier pensamiento positivo hacia él se fue al garete. Aquel tipo se había
encargado de hacerle la vida imposible durante tres días, desde mandarla a
hacer viajes completamente innecesarios a la tintorería para luego acabar
diciendo que se había equivocado, hasta llamarla a altas horas de la
madrugada, sacándola de un tirón del mundo de los sueños en el que se
encontraba sumida.
Y ahí se encontraba otra vez, molestándola.
Era la décima vez que le había llevado café aquella mañana. O compartía
el mismo tipo de sueño que los koalas o se divertía a su costa. Sin duda, se
decantaba más por aquella última opción. Era humanamente imposible que
se hubiera tomado todos los cafés que hasta entonces le había llevado.
Sospechaba que lo estaba haciendo para demostrar algún punto retorcido.
Se sentía tentada a presionar el botón y preguntar: «¿Con tres cucharadas
de azúcar o tres de arsénico?», pero no. Tenía que aguantar la necesidad de
responderle, mantener un perfil bajo. Por el contrario, apretando el botón,
interrogó:
—¿Cómo lo desea, señor Henderson?
—¡Oh! Me he debido de perder algo. ¿No era usted mi secretaria?
Debería saberlo, ¿no? —articuló con una voz cargada de dramatismo. Como
si la muchacha hubiera cometido el peor de los crímenes al no conocer ese
dato.
Ellie apretó los dientes. El explotador se había encargado de que
desconociera aquel asunto. Cada vez que le había solicitado café, en cada
ocasión había pedido uno distinto.
—Lamento informarle que mi consulta de adivinación solo abre los
sábados a partir de las seis —le espetó después de meditarlo seriamente.
Aquel tipo estaba dispuesto a despedirla en cuanto encontrara a otra
secretaria, se lo había dejado bien claro. Así que, bien pensado, a lo mejor
debería dejar de intentar controlarse y dedicarse a ser ella misma. La iban a
acabar despidiendo de todos modos. Solamente seguía allí porque, de
momento, el tipo no tenía a otra. Sin embargo, todavía estaba discurriendo
dentro de ella una lucha de voluntades. A veces se le escapaba decirle las
cosas como las pensaba y en otras ocasiones le salía callarse—. Ahora bien,
dígame, ¿cuál le apetece?
—Ya veo que es una mujer con muchos recursos —contestó, cargando
sus palabras de ironía—. Un café-tónic.
«¿Qué cojones es eso? ¿Me ves cara de barista?», se cuestionaba Ellie
mientras tecleaba el nombre en el navegador de Internet. Aquello seguro
que no lo encontraría en la cafetería de la empresa. Se había empezado a
plantear si no había acabado trabajando para un niño que no había
conseguido madurar.
Se anotó investigar sobre aquello en profundidad.
Dudaba que otras secretarias mantuvieran ese tipo de conversaciones a
través de un interfono con sus jefes o, mejor dicho, ni si quiera tendrían
aquella conversación absurda.
—Ahora mismo voy a por él
Cerró la ventana de Internet, dispuesta a encaminarse a la cafetería que,
al parecer, era el sitio más cercano donde los hacían.
Ellie era conocedora de que a las doce tenían una reunión con un cliente
a la cual debía acompañarle. Tendría que darse prisa, concluyó tras mirar su
reloj de muñeca.
Las once y cuarto.
Se había pasado la noche anterior preparando la presentación que
tendrían que enseñarle, y cuando había conseguido acabarla, no había
podido dormirse. La preocupación por sus hermanos era una compañera
inseparable. Sin embargo, era peor cuando tenía algún minuto para pensar
profundamente acerca de ello.
Ni Ellie ni Ada habían previsto que la primera fuera contratada y tuviera
que empezar a trabajar con aquella rapidez, así que después de que Ellie
hiciera una llamada a la madre de Susan para que su hermana pudiera
quedarse en su casa una temporada, Ada tuvo que volver a Morristown, ya
que no contaban con suficiente dinero para que las dos pudieran quedarse
allí. Podría haber llamado a su madre, pero en vista de que no sabía si
Henderson la despediría en cualquier momento, no podía arriesgarse a
pedirle a Rachel que dejara atrás lo único que hacía que les pudiera mandar
algo de dinero y volviera a casa con los niños.
Además, estaba el hecho de que desconocía hasta qué punto se había
recuperado. Lo mejor sería seguir evitándose la una a la otra.
Ellie temía que pesara sobre los Hawk algún tipo de maldición
monetaria, ya que costaba que entrara el dinero y se iba con una facilidad
pasmosa. Y otra de las preocupaciones que la asolaban desde que había
comenzado a trabajar era que había calculado que, con lo que tenía en la
actualidad, solo le llegaba para pagar el albergue durante aquella semana.
No tenía ni idea de dónde se quedaría una vez el dinero ya no le llegara para
más.
Todo esto contando con que estuviera realizando las tres comidas en la
empresa. Al parecer, por ocupar un cargo en las altas esferas de la empresa,
tenías derecho a tres comidas que correrían a cargo de la empresa. Nada
más descubrir aquella joya, Ellie, que era ahorradora por naturaleza, había
empezado a frecuentar aquella zona durante su tiempo libre, dando como
resultado que el personal de la cafetería ya la hubiera empezado a conocer.
Además, habían hecho buenas migas. Ellie sentía que tenía más cosas en
común con ellos que con el resto de los empleados con los que tenía
contacto en su puesto.
Se encontraba razonando sobre esto cuando la vocecita del Google Maps
flotó hacia ella. «Ha llegado a su destino».
Esto le permitió tomar conciencia de que acababa de llegar a la cafetería.
Relegando todas sus divagaciones al lugar más lejano, se adentró en la
misma, dispuesta a complacer las exigencias de su malcriado jefe.

***

La cafetería en la que se encontraba realizaba todo tipo de cafés


extravagantes, claro. Al parecer no solamente eran los productos que
servían; el establecimiento en sí no se quedaba atrás. Tenía las paredes
tapizadas de colores excéntricos, ornamentadas con diversos cuadros y
flores que intuía que costarían más que el alquiler de su casa.
No podía creer que hubiera tanta gente que consumiera cafés tan
exóticos y caros. Cuando consultó la tabla de precios, casi se le paró el
corazón. «¿Veinte dólares por un café? ¿Es que los sirven en vasos de
oro?», se planteaba. Mientras, se percataba de que llevaba unos diez
minutos haciendo cola en la cafetería cuando sonó el móvil que le había
proporcionado la empresa. Al leer el nombre que se reflejaba en la pantalla,
puso los ojos en blanco.
«El desgraciado».
Eh, nadie podía culparla de que le hubiera cambiado el nombre. Aquel
teléfono lo habían dejado a su cargo, y estaba condenadamente segura de
que en su móvil no se referiría a él como «señor Henderson». Pulsando la
tecla de contestar, no tuvo tiempo de saludar cuando se escuchó una voz
gritándole a través del aparato:
—¿Se puede saber dónde coño está?
Ellie creyó morirse de la vergüenza. La persona que estaba delante de
ella se había girado al escuchar al capullo chillándole.
—Vine a por su café.
—¿Es que no sabe priorizar? El señor Brown está a punto de venir.
Ellie tuvo que empezar a contar hasta diez, recordándose que debía de
ser amable, era su jefe. Tenía que aguantar, aunque fuera un mes.
—Lo siento mucho, la cafetería está un poco lejos y hay muchísima
demanda.
—La quiero en mi despacho en cinco minutos, ¿me oye?
—Pero ¿y su café?
—¡Déjese de historias y mueva el trasero ahora mismo!
—Sí, sí, allí estaré —respondió Ellie mientras salía corriendo de la
cafetería.
¿Había hecho cola para nada? Efectivamente. Se podría asegurar sin
temor a errar que aquel idiota estaba jugando con ella.
¿Cómo podía considerarse a sí mismo un empresario de éxito?
Había tardado diez minutos andando en llegar allí, y el estúpido le había
pedido que estuviera en cinco. Le resultaba facilísimo imaginárselo
observando con atención el reloj, contando los segundos que pasaban para
poder echarle la reprimenda de su vida. ¿Conclusión? Era un sádico de
manual. Aquel tipo no parecía tener ninguna consideración por sus piernas
regordetas, que habían comenzado a arder, ni por el flato que había
empezado a aparecer a medida que corría.
Cuando por fin consiguió alcanzar el edificio, estaba agotada. Miró su
reloj: las once y treinta y cuatro. Le quedaba un minuto. No quería darle
ninguna excusa a la que aferrarse para que la pusiera de patitas en la calle,
por lo que, tras recuperar el aliento por un segundo, volvió a correr hasta
alcanzar los ascensores que la llevarían hasta la última planta. Horrorizada,
comprobó que subía muchísima gente, la cual tendría que bajarse en
distintas plantas. Ya estaba vislumbrando el rapapolvo que Henderson
estaría más que encantado de darle, pensaba mientras se observaba en el
espejo del ascensor.
La coleta que llevaba estaba deshecha por la carrera, y los pelos se le
salían en todas direcciones, mientras que el traje-pantalón negro de dos
piezas, que había conseguido obtener a un precio razonable en unos grandes
almacenes, empezaba a estar sudado tras la maratón. Intuía que, si la veía
así, no se reprimiría en decir lo que pensaba al respecto.
No había pasado un solo día en el que no la despreciara por el tipo de
prendas que vestía. Ningún conjunto le había parecido bueno, y el dinero
que solía destinar a la ropa estaba empezando a menguar. Tenía que arreglar
aquello inmediatamente, se dijo mientras volvía a rehacerse la coleta,
ignorando la mirada del resto de trabajadores que la observaban desde el
lugar que habían ocupado en el ascensor.
Solo faltaban diez plantas más.
«¿Es que os tenéis que bajar o subir en cada maldita planta?», maldecía
Ellie a cada uno de los estorbos que se encontraban con ella en el ascensor,
mientras que miraba el reloj: las once y cincuenta y nueve. La mataría y
después la enterraría debajo de la alfombra que se encontraba bajo el
escritorio. El ascensor se paró en la planta nonagésimo quinta, y nada más
abrirse las puertas, pudo observar que entraba Jeray cargado de archivos.
Este sonrió nada más verla.
—Hey, Ellie.
—Hola, Jeray.
—Te veo algo agitada, ¿llegas tarde a algún sitio? —le preguntó muy
interesado a la vez que presionaba el botón número ciento tres.
—La verdad es que sí —afirmó, acercándose más a él para susurrarle,
frustrada—: Henderson me hará trizas. Me ha mandado a por un café del
que sospecho que sabía que el lugar más cercano donde lo servían se
encontraba en el quinto pino y ahora llego tarde. Al final, ni café ni nada.
Jeray sonrió compasivo. La entendía a la perfección. La señorita Sullivan
era igual o más de exquisita que el señor Henderson. No podía evitar
empatizar y simpatizar con aquella secretaria, porque veía en ella el reflejo
de sí mismo cuando empezó a trabajar para la arpía de su jefa. Jeray creyó
que, cuando acabara el proceso de selección, Sasha lo dejaría en paz. Pero,
al parecer, había quedado tan encantada por lo que había llamado un
«trabajo excelente» en lo que respectaba a la búsqueda y captura de la
asistenta ideal que cumpliera con todas sus expectativas, que Jeray había
acabado por trabajar bajo las garras de aquella víbora durante lo que parecía
ser un periodo permanente.
—Sí... Puede ser algo especial el trato con él.
—¿Especial? ¿Solo especial? Siento que en cualquier momento me
saldrá una úlcera —se sinceró Ellie, y añadió susurrando para que nadie la
escuchara—: Te lo juro, Jeray, es como una hemorroide. ¿Sabes esas que,
cuanto más te mueves, más te duele? Pues él es igual. Una gigantesca y
permanente hemorroide.
Jeray no lo pudo evitar y se rio. Aquella chica parecía no tener filtro.
—¿Es que has tenido alguna vez hemorroides, Ellie?
Vio cómo le miraba sorprendida y luego se ruborizaba, avergonzada.
—¿Estás de broma? ¡Jamás! Eso no se le pregunta a una mujer, es como
la edad, Jeray. ¿Dónde ha quedado tu sensibilidad?
Jeray sonrió divertido, pensando que menuda conversación de ascensor
estaban teniendo. Decidió apiadarse de ella y le confesó:
—¿Por qué no? Yo las tuve una vez.
Ellie lo miró, anonadada porque hubiera podido decir aquello de forma
tan natural, y se echó a reír. Jeray se unió a las risas ante la mirada molesta
de los demás integrantes del ascensor.
En ese momento llegaron a la planta ciento dos y Jeray aprovechó para
decirle:
—La mía es la siguiente. Como veo que estamos viviendo situaciones
similares, ¿qué te parece si luego, en mi descanso, me paso por tu oficina
para darte mi número de teléfono y mi correo? Escríbeme mejor por este
último, ya que el móvil apenas puedo mirarlo. El correo, al estar trabajando,
podré frecuentarlo más.
—De acuerdo —accedió Ellie agradecida. Mientras, seguía mirando el
reloj: las once y cuarenta y dos.
Tras alcanzar la planta ciento tres, Jeray se despidió de ella.
—Nos vemos luego, Ellie.
—Hasta luego.
Era la siguiente. Más le valía darse prisa.
En cuanto escuchó el pitido y la voz que indicaba que había llegado a la
última planta, salió corriendo.
Alguien iba a estar muy enfadado con ella.

***

En efecto, Adam Henderson estaba que se subía por las paredes. La inepta
de su secretaria no había respetado los cinco minutos que tan
benévolamente le había concedido. Aunque de forma secreta reconocía que,
en aquellos tres días, se había adaptado bastante bien.
Se había percatado de que se quedaba hasta altas horas de la noche para
adelantar trabajo y que era la primera en presentarse en la oficina cada
mañana. Cuando él llegaba, ya se la podía encontrar sentada en su
escritorio. Además, el teléfono le había dejado de sonar cada cinco minutos.
La chica lo intentaba.
Pero no era suficiente.
Adam no podía evitar seguir pensando que no daba buena imagen. No
solo porque siguiera vistiendo con trapos que la sentaban fatal, sino porque
pesaba el triple de lo establecido saludable. Estaba algo avergonzado de lo
que pudiera pensar el señor Brown cuando la viera. Con toda probabilidad
creería que había bajado mucho la clase desde entonces. Por si fuera poco,
había podido observar que «la señorita Rollitos» tenía una personalidad
muy peculiar. A veces le contestaba con soberbia y luego trataba de
esconderlo inútilmente; otras, parecía como si quisiera mantener una
imagen reservada.
Hostigarla le resultaba muy divertido. Quería ver hasta dónde podía
aguantar, hasta el punto de conseguir que cogiera sus cosas y se marchara.
Estaba tan molesto con el hecho de que le hubieran impuesto su presencia
que la única manera que tenía de sacar aquella frustración era haciéndole la
vida imposible.
«Maldita Sasha», se repetía como un mantra. Maldecir a su novia era lo
único que lo mantenía cuerdo. Todavía se acordaba de la gran discusión que
habían mantenido aquella noche en la que se encontraron:
—¡¿En qué narices estabas pensando para contratar a alguien cómo
ella?! —le había recriminado.
—¿Por qué estás tan molesto, Adam? ¡Te dije que había escogido a la
mejor!
—¡A la mejor tragabollos!
—¿Has visto a su currículum? ¡Cumple los requisitos! —le rebatió
Sasha con satisfacción—. Además, ¿qué pasa si tiene algo de peso más?
Mientras haga bien su trabajo...
—¡Eres imposible, Sasha! Lo has hecho aposta, ¿verdad? ¿Creías que
no me imaginaría que estarías celosa si hubieras tenido que contratar a
alguien atractivo?
En ese momento, Sasha le había mirado dolida y le había respondido:
—¿Me crees realmente capaz de hacer eso a sabiendas de que te
afectaría en el trabajo?
—La verdad es que no sé qué pensar al respecto, Sasha.
—A veces eres muy cruel, Adam.
Ella se había marchado de su apartamento dando un portazo y desde
entonces no habían vuelto a hablar. Puede que hubiera sido muy duro con
ella, se estaba replanteando en aquel momento, pero no entendía cómo
podía haber sido tan irresponsable.
Once y cuarenta y tres.
Aquella secretaria se iba a enterar de lo que acarreaba llegar tarde con él,
se juraba mientras abría la puerta de su despacho. Justo en ese momento,
vio una persona que se precipitaba hacia él a toda velocidad.
—¡Oh, joder! —escuchó cómo maldecía una voz femenina a la vez que
impactaba contra él.
En respuesta a esto, Adam perdió el equilibrio e inconscientemente la
rodeó con los brazos. Cayó de espaldas al suelo con ella encima, notando
que dejaba caer todo su peso sobre él.
—Dios mío, ¡lo siento tanto! —exclamó Ellie, nerviosa. Trató de
apartarse, pero él la estaba sujetando con fuerza.
Adam no podía creer lo que estaba pasando.
¡Aquella inútil había dejado caer todo su peso encima de él!
—¡Usted! —le gritó, descontrolado—. ¿Es que no sabe llamar? ¿Esto
forma parte de algún plan retorcido para matarme? ¿No ve que es un peligro
andante? ¡No intente ir de princesa! ¡Yo no soy ningún tipo de caballero que
tenga el menor deseo de cogerla en brazos!
«De ninguna forma un tipejo como usted podría ser un caballero
andante», pensaba Ellie, intentando tranquilizarse.
—Ya le he pedido perdón. Ahora, ¿me haría el favor de soltarme? Ya
vamos tarde.
Fue en ese momento cuando Adam se dio cuenta que la estaba sujetando.
«Pero ¿qué demonios?».
La soltó, asqueado consigo mismo por haberla tocado. Ellie se apartó de
él, levantándose como un resorte.
—¿Y por culpa de quién cree que llegamos tarde? —le espetó él, todavía
enfadado e incorporándose también—. ¡Le dije cinco minutos!
—Ya le he pedido perdón. La cafetería está a diez minutos de aquí.
¡Vengo corriendo!
—¡Eso es lo que pasa cuando se pesa tanto, no se corre suficiente! Un
momento... No habrá venido corriendo como una vulgar oficinista por toda
la empresa, ¿no?
«Estúpido, ¿pero quién coño te crees para sacar cada dos por tres el tema
de mi peso? ¿Mi entrenador personal?», cavilaba Ellie mientras lo
fulminaba con la mirada.
—¿Qué pasa? ¡Me dijo cinco minutos!
—¿Qué cree que va a pensar la gente cuando vea a mi secretaria
corriendo de aquí para allá? ¡La señora Spark nunca dio esa imagen!
—Bueno, lo siento. No he pensado en ello.
—Pues la próxima vez piense un poquito, que para algo tiene la cabeza
—espetó él, saliendo del despacho escoltado por ella.
«No entiendo por qué tengo que aguantar escuchar esto de un
descerebrado como usted», se planteaba Ellie.
Se mantuvo siguiéndolo a una distancia prudencial. Quería evitar
cualquier tipo de contacto con él. Ya había sido lo suficiente bochornoso
caerse encima de él después de llegar tarde.
Llegaron a un recibidor donde se encontraba una recepcionista que
parecía estar resguardando una habitación en la que, a pesar de no haber
estado nunca, Ellie pudo observar cómo la recepcionista se levantaba para
recibir a Henderson y sonreía nerviosa.
«Vaya, vaya..., el idiota levanta pasiones allá donde va. Preferiría
clavarme un tenedor oxidado en los ojos antes que hacerle ojitos a ese
pedazo de estiércol con patas», pensó, poniendo los ojos en blanco. Aquella
chica debía de desconocer la terrible personalidad que poseía su jefe.
Ellie recordó que aquella sala a la estaban entrando era donde Henderson
se solía reunir con sus invitados más allegados.
«Gracias, señora Spark».
Al entrar, estudió la habitación. Estaba compuesta por varios sillones y
una mesa de por medio. En el fondo había un ordenador, y del techo estaba
colgado un proyector que arrojaría las imágenes hacia el lugar donde
miraban los sillones. Finalmente, aquel espacio estaba equipado para
preparar cualquier cosa que se le antojase al invitado.
Ella se situó en una de las esquinas, tratando de no llamar la atención. En
la memoria de la señora Spark ponía que, cuando tuviera que asistir a una
reunión así, sus funciones serían preparar un té o café y anotar lo que se
dijera en la misma. Sacó del bolso una libreta y la dejó dispuesta para
registrar cada palabra que se pronunciara en aquella sala. Luego se acercó al
ordenador más cercano e insertó el USB en el que llevaba la presentación que
tanto sueño le había costado la noche anterior.
Pudo observar que Adam se había sentado en uno de los sillones
cruzando las piernas. Se notaba que estaba molesto, pero eso a ella le
importaba bien poco.
Siguió preparando lo que necesitaba sin prestarle atención. Miró su reloj:
las doce menos tres minutos. El señor Brown debía estar a punto de llegar.
Ellie se había estado informando acerca de él. Al parecer era el
copropietario de la cadena hotelera con la que los Henderson habían
comenzado el negocio y amigo íntimo de la familia, pero Ellie también
había descubierto con sorpresa que no solo era dueño de múltiples negocios
que con toda seguridad le proporcionarían gran retribución, sino que aquel
hombre pertenecía a una de las familias más importantes de Nueva York.
Tenían buenos contactos a nivel político (uno de sus hermanos era senador)
y económico.
No le cabía duda de que sería un hombre que impondría.
—¿Sabrá dónde tiene que venir? —preguntó Ellie, dudosa de que el
hombre pudiera haberse perdido por el camino.
—Desde luego. Con la gente con la que tenemos negocios importantes
nos reunimos aquí primero siempre.
Le cansaba que tuviera que explicarle aquello tan básico.
Ellie sospechaba que la recepcionista que estaba fuera sería la que
recibiría al señor Brown. Y debía de ser así, porque se abrió la puerta en
aquel momento, revelando a un señor entrado en años acompañado de un
bastón y vistiendo una sonrisa de satisfacción. Se había percatado de que,
en dos pasos, Adam estaba en la puerta con una sonrisa también. Ellie se
pudo dar cuenta de que no le había visto sonreír ni una vez desde entonces.
A ella solo la miraba frunciendo el ceño o enfadado. Ahora parecía
relajado, y hasta abierto de alguna manera. Se fijó en que sus ojos azules
brillaban de alegría.
Realmente debía de apreciar a aquel hombre, meditó.
—Adam, ¡querido muchacho!
—¡John! ¡Cuánto me alegra verte! Ven, vamos a sentarnos, debes de
estar cansado —invitó, señalando los sillones.
—Te lo agradezco, mis rodillas ya no son lo que eran.
—¿Cómo están los niños?
—Cada día más traviesos. Melissa me regaña diciéndome que no debo
mimarlos tanto, pero ya sabes..., soy su abuelo. No estoy ya para educarles,
ya me encargué de su madre y su tío en su momento.
—Claro, es normal —corroboró Adam, riendo—. ¿Te apetece tomar
algo, John?
—Un café estaría bien.
Ellie se dio cuenta que era su momento de intervenir, así que se acercó y
formuló:
—¿Cómo lo desea?
El señor Brown se percató en aquel momento de su presencia, y,
observándola con afecto, le respondió:
—Solo por favor.
—Un cappuccino para mí, señorita Hawk —exigió Adam.
Ellie se encaminó hacia la cafetera y empezó a preparar el café,
intentando no perder el hilo de la conversación que estaba discurriendo, ya
que tendría que apuntarlo más tarde.
—¿Es tu nueva secretaria? He escuchado que Angie tuvo que dejar el
cargo para encargarse de Tom.
—Sí, pero no de forma permanente. Está en periodo de prueba mientras
encuentro otra que sea mejor.
—¿Por qué? A mí me gusta. Es diferente.
Adam no podía creer que John de verdad estuviera diciendo eso. ¿Qué
diablos pasaba con aquella gente? ¿Es que no veían que esa mujer era todo
lo contrario a lo que se esperaría de una secretaria? Dispuesto a no
enfadarse con aquel hombre, que había sido como su padre, dirigió el tema
a lo que le interesaba: la reforma del hotel Henderson en Italia.
—Bueno, dejemos de lado ese tema. Te he pedido venir debido a los
cambios que hemos pensado hacer en el complejo de Roma, para saber tu
opinión.
—Sí, yo también quería hablar contigo sobre eso...
—¿Ha pasado algo, John?
—No, para nada.
—¿Entonces?
—Es solo que creo que sería conveniente que nos pasáramos a echar un
vistazo por los hoteles principales. Últimamente hemos recibido bastantes
quejas.
—¿Cómo es que no se me informó de eso? ¿Qué tipo de quejas?
—Te estoy informando de ello ahora, Adam. Respecto al tipo, son de
índole muy variada. Lo ideal sería que fuéramos a ver qué sucede en los
hoteles que más quejas han recibido. Mandé hace tiempo a varios
empleados de confianza y me han dicho que no han sabido descubrir la
causa que está ocasionando este aluvión de quejas. Así que pensé que nadie
sería mejor para descubrirlo que los propietarios, que conocemos el
funcionamiento del hotel. Sin embargo, como ves, estoy demasiado viejo
para andar revisando cada hotel, por lo que pensé que podrías ir tú, si no
estás muy ocupado. En el caso de que necesitaras una ayuda extra, mi hijo
te ayudaría.
—Por supuesto, John. Mi secretaria buscará todas esas valoraciones
negativas y nos trasladaremos a los que hagan falta para descubrir qué es lo
que sucede.
—Muchas gracias, Adam.
Ellie, que no se había perdido ninguna parte de la conversación, casi dejó
caer los vasos que estaba preparando.
No lo podía creer. Tendría que irse de viaje con aquel estúpido durante
bastante tiempo. Sabía que tendría que viajar, y en parte era una de las cosas
que más le habían atraído de ese trabajo, pero no estaba preparada para
tener que viajar con aquel mentecato tan pronto. Y lo peor de todo era que...
¡tendría que quedarse toda la noche buscando reseñas negativas entre los
cientos de hoteles Henderson que había alrededor del mundo!
CAPÍTULO 6
«No soy un pájaro y ninguna red me atrapa. Soy un ser humano libre con
un espíritu independiente».
Charlotte Brontë

Ellie no había podido dormir nada la noche anterior. Si alguien supiera lo


que suponía bucear entres los miles de comentarios y valoraciones que
dejaban en la web de los principales hoteles Henderson, le daría un síncope.
Se había percatado de que no eran tanto los comentarios, por lo general
buenos, como las puntuaciones que venían dejando desde hacía escasos tres
meses. Aquello era lo más extraño de todo.
Tras descubrir los hoteles que estaban siendo afectados, había anotado
las ciudades a las que tendrían que desplazarse: Roma, Londres,
Ámsterdam, París, Madrid y Atenas.
En resumen, ¡se iban a Europa! ¡Ella, que lo más lejos que había viajado
había sido a Nueva York... y por trabajo! Lo único que le frustraba un poco
las ilusiones era que tendría que acompañar a aquel cabeza de chorlito, pero
estaba dispuesta a que esto la afectara lo mínimo indispensable.
Esa mañana había llegado cuando estaban abriendo la empresa y se
había entretenido sacando todas las muestras para que Henderson pudiera
comprobar que aquellas eran las que aparentemente habían sido las más
perjudicadas por las valoraciones negativas. En aquel momento, sentada en
su escritorio, estaba poniéndose al día con los diferentes documentos que
tendría que firmar su jefe cuando escuchó unas pisadas que indicaban que
venía alguien.
—Espero que me tenga preparada la documentación concerniente a los
hoteles —dijo Adam a modo de saludo.
«Maleducado».
—Buenos días a usted también. Sí, ya está dispuesta.
—En cinco minutos en mi despacho —ordenó—. CINCO, señorita
Hawk, ni uno más ni uno menos.
—Por supuesto —corroboró claramente ofendida la receptora de aquella
exigencia.
«Todavía sigue escocido por lo del café. En serio, ¿quién se cree que
soy? ¿El superhéroe Flash? ¡Nadie hubiera podido estar en cinco minutos!»,
reflexionaba Ellie, poniendo los ojos en blanco mientras veía cómo el
responsable de todos sus males entraba en su despacho. Tras esto, preparó
la información que tendría que entregarle y se dirigió hacia la sala de
reuniones para prepararle un chocolate caliente. Había leído por Internet
que el azúcar estimulaba la amígdala, que era el órgano encargado de
interactuar con las emociones. Es decir: la ingesta de algo dulce activaba
esta parte y ocasionaba placer, o, en este caso, felicidad. Y estaba claro que
Henderson necesitaba mucho azúcar. El tipo estaba amargado, siempre
componiendo ese ceño fruncido cuando ella estaba a su alrededor, pensaba
Ellie preparando el chocolate caliente con nata y nubes que siempre
preparaba a sus hermanos cuando alguno pasaba por una mala racha. A ella
misma la había ayudado cuando, siendo pequeña, se cayó de la bici. Su
vecino Carl Miller había considerado adecuado jugar con el balón por
aquella zona residencial, provocando que este juguete del diablo arrollara
sin querer a una Ellie de cinco años que se hallaba en aquel momento sobre
la bicicleta con ruedines que le había regalado su padre aquellas Navidades.
Había vuelto aquella tarde llorando a casa, y su padre, que fue un hombre
que había adorado a sus retoños, la había recibido con los brazos abiertos.
Después de calmar a su pequeña hija, le había preparado aquella taza de
chocolate de la que Ellie se enamoró nada más dar el primer sorbo.
Aún le dolía pensar en su padre. Se instalaba en su pecho un dolor
lacerante al que seguían unos ojos llorosos y muchísimos pañuelos llenos de
mocos. Intuía que era una herida abierta que jamás se curaría del todo.
Se encontraba sumida en imágenes del pasado que acarreaban emociones
dolorosas en el presente cuando se percató de que había terminado de hacer
el chocolate. En esta ocasión decidió ponerle una carita sonriente de nata.
Esperaba que el mensaje subliminal surtiera efecto. Definitivamente, ella
también necesitaba una taza como esa. El hecho de pensar en su padre había
removido emociones que habían sido relegadas parcialmente por el estrés
del trabajo, pensaba mientras se encaminaba a su escritorio cargada del
chocolate.
Una vez allí, recogió la documentación que le entregaría a Henderson y,
aferrando «la taza de la felicidad», entró en el despacho.

***

Adam estaba muy preocupado. No entendía qué podía estar ocurriendo con
los hoteles, los cuales siempre habían sido muy queridos y demandados por
los turistas. La cadena hotelera Henderson siempre había sido un símbolo
de referencia por la calidad que ofrecían. Su abuelo, que no quería olvidar
los orígenes de los que provenían los Henderson, se había encargado de que
fueran hoteles accesibles para todo el mundo, así que estos siempre eran
construidos bajo unas directrices muy claras: tendrían que ser una
confluencia de ostentación y sencillez, es decir, un lugar al que también
pudiera acceder la clase media. Por esta razón era uno de los hoteles más
queridos por los consumidores.
Adam le tenía mucho cariño a esa parte de la empresa. Desde pequeño se
había alojado con sus padres en los mismos porque su padre había
considerado necesario que fuera tomando conciencia del trabajo que se
llevaba a cabo en aquellos lugares.
El simple hecho de que pudiera estar fallando le generaba mucha
intranquilidad.
Estaba debatiendo cuáles podrían ser las causas que habían generado
aquel sentimiento de negatividad al que se había referido John cuando
escuchó que alguien tocaba la puerta.
Debía ser la señorita Hawk.
—Adelante.
Observó cómo la regordeta que se hacía llamar su secretaria entraba
embutida en aquel traje tan horroroso y pasado de moda mientras cargaba
en una mano con un fajo de papeles. En la otra esgrimía una taza caliente de
algo que no logró vislumbrar.
—Imagino que trae lo que le he pedido.
—Efectivamente, pero primero tómese esto.
Adam pudo observar que ella depositaba la taza al lado de su escritorio
mientras le alentaba a que probara el contenido.
—¿Qué es esto? ¿Algún plan sádico para envenenarme? —le preguntó,
observando cómo una vena muy graciosa se alzaba en su sien, indicando
que la muchacha estaba claramente molesta.
—Para ser honesta, ¿qué ganaría envenenándole? Usted me
proporcionará el sustento económico que necesito. Aunque no descarto que
alguna pobre alma de aquí, víctima de la explotación, sienta algún deseo
por retorcer el pescuezo a más de uno.
—¿Se atreve a insinuar que mis socios o yo nos aprovechamos del
personal que se encuentra bajo nuestro mandato? —preguntó, iracundo ante
la desfachatez de la descarada.
—Por supuesto que no, ¿cómo se me ocurriría? El hecho de echar horas
extras y acabar agotado hasta la extenuación no se considera explotación —
respondió irónica, sonriendo con fingida inocencia.
No podía creer que aquella mujer se dirigiera de esa manera a él. Nadie
lo había tratado así jamás. Sin embargo, esa sinceridad, aunque le
molestara, le llamaba mucho la atención. Adam estaba acostumbrado a
tratar con mujeres que para conseguir lo que querían daban mil vueltas.
Por esta razón, la honestidad de la señorita Hawk lo desconcertaba.
—Esas horas que echan de más se retribuyen —contratacó, ofuscado.
—Buen punto, pero ¿no cree que algunos cargos se exceden
demandando a los empleados labores que no les competen? —preguntó
Ellie, pensando en Jeray.
—Usted no tiene la capacidad para juzgar qué debe o no pedir un alto
cargo a un subalterno.
—Puede que tenga razón, solamente soy una secretaria —dijo Ellie,
intentando dejar el tema atrás. Había comprobado que sacar el tema con él
era imposible. Señaló la taza que aún estaba sin tocar—. Pero por favor,
pruebe lo que he hecho o se enfriará.
Adam observó a la muchacha. Parecía que tenía valores firmes. Después,
miró la taza que ella le indicaba y, cogiéndola, observó de qué se trataba.
Chocolate caliente, ¡y con una carita sonriente! Y aquello que parecían las
mejillas... ¿eran nubes?
—¿Cree que soy un niño? —la interrogó, todavía anonadado porque
hubiera tenido la desfachatez de tratarle como tal.
—¿Un niño? ¿A quién no le gusta el dulce? Pero si está buenísimo.
Pruébelo, no se arrepentirá.
—Yo no tomo cosas dulces, y usted tampoco debería... No querrá
reventar esa falda horrible que tanto le gusta vestir.
Ellie sintió unas imperiosas ganas de estampar aquella cabeza pelirroja
contra el escritorio. Lo mismo si lo hacía reviviría alguna de las neuronas
que se debieron de morir tras descubrirse propietarias de aquel sujeto tan
odioso.
—Como quiera, usted se lo pierde. Aquí tiene los documentos que me
pidió.
Adam recogió la documentación que ella le entregaba, evitando tocar la
taza. Mientras repasaba todos los papeles que había impreso, se dio cuenta
que le había adjuntado hasta un gráfico que señalaba el porcentaje de los
hoteles que habían recibido más valoraciones negativas. Para hacer todo
eso, aquella mujer habría pasado toda la noche trabajando. Había podido
venir observando que la muchacha había empezado a desarrollar unas
medialunas oscuras bajo los ojos. Intentaba ocultarlas bajo capas de
maquillaje, pero aun y con eso seguían siendo visibles.
—Los hoteles principales que se ven asediados de malas críticas son,
como he señalado ahí, los de Roma, París, Madrid, Londres, Ámsterdam y
Atenas.
Adam estaba confirmando que tenía razón. Todo ellos estaban en
ciudades donde el turismo fluía de manera constante. Aquello era cuanto
menos preocupante.
—Empecemos por el de Roma, que es donde estábamos pensando
comenzar las reformas. Prepare la maleta y saque los billetes para mañana
con la tarjeta de la empresa que le proporcionamos. Una vez tenga la hora
de estos últimos, nos encontraremos dos horas antes del embarque en la
entrada del aeropuerto. Le proporcionaré un ordenador portátil para que
pueda seguir trabajando incluso estando en otro país. Espero que tenga su
pasaporte en regla.
Ellie, previsora por naturaleza, al percatarse de que tendría que viajar, se
había sacado el pasaporte nada más haber sido contratada.
—Sí, no habrá problemas con el pasaporte. Cuando tenga los billetes le
enviaré la hora a la que saldrá el avión, y una vez en el aeropuerto, le daré
su billete impreso, pero no ha mencionado el hotel... ¿Le reservo una
habitación?
—No hará falta. Nos ocuparemos de eso una vez estemos allí.
—De acuerdo. Si no necesita nada más, me marcharé para adelantar
tiempo con todo lo que tengo que hacer.
Adam la despachó con un ademán de mano. YEllie abandonó el
despacho sin darle una mirada más.
Una vez la señorita Rollitos hubo abandonado la habitación, Adam miró
con atención la taza humeante que aún se encontraba en una esquina del
escritorio. Realmente le había llamado la atención que a aquella mujer se le
hubiera ocurrido hacerle una taza de chocolate como si fuera un infante, y
aunque él no era proclive a tomar chocolate, aquel gesto le había resultado
de alguna manera tierno.
Uno de los empresarios más poderosos y agresivo en cuanto a los
negocios tomando chocolate con nubes y sonrisas de nata. Cualquiera de
sus conocidos se habría reído si hubiera contemplado al todopoderoso
Adam Henderson llevándose a la boca la taza al principio un poco
dubitativo y, finalmente, esbozando una sonrisa de satisfacción.

***

Ellie comenzaba a acostumbrarse que su jefe careciera de cualquier tipo de


educación. Por esta razón, que hubiera despreciado el chocolate que se
había esforzado tanto en preparar y que la hubiera despedido con aquellas
formas despectivas empezaba a importarle bien poco.
Estaba segura de que jamás le caería bien, ni él a ella tampoco. Lo único
que tenía que hacer era aprender a convivir con aquella insoportable
personalidad, aunque albergaba ciertas dudas deque pudiera conseguirlo. El
tipo era bien odioso, estaba pensando mientras se dirigía hacia el ordenador
que presidía su escritorio. Su objetivo ahora no era reflexionar sobre el
idiota que le levantaba dolores de cabeza, sino en todo el trabajo que tenía
por delante todavía.
Se encontraba navegando por las diferentes páginas de Internet. Al ser
ahorradora por naturaleza, estaba dispuesta a encontrar los billetes más
baratos. Como desconocía cuándo volverían, decidió seleccionar la opción
de solo ida, aunque sin escalas. Ante sus ojos iban desplegándose una serie
de incontables precios desorbitados. Pero lo que más le sorprendió fue la
cantidad de horas que tendría que pasar en compañía cercana del odioso.
Casi nueve horas. Eso sin escalas. ¿Podría sobrevivir? Esperaba que sí, se
planteaba mientras vagaba por la página intentando encontrar algún precio
razonable.
Tras mucho tiempo buscando, el precio más barato que encontró era de...
¡2664.62 dólares... por persona! Aquello era un robo. Normal que la gente
pobre como ella nunca hubiera podido viajar a Europa. Menos mal que el
tipo era rico y se lo podía permitir. Le parecía muchísimo dinero, pero
jamás podría recriminarle que no hubiera escogido el precio más
económico. El resto rondaba casi los cuatro mil dólares.
Sin duda, aquellas compañías aéreas se hacían ricas a costa de
empresarios como Henderson. No quería ni empezar a plantearse cuánto
dinero se dejarían cuando empezaran a comprar los billetes a las otras
ciudades de destino. Decidida a comprarlo, apuntó la hora para mandársela
al idiota, las ocho de la mañana, mientras realizaba la transacción con la
visa sin fondos que le había proporcionado la compañía.
Estaba hecho. Ahora solo le faltaba acabar las tareas que le faltaban por
hacer antes de irse al albergue a preparar la maleta.

***

Cuando Ellie Hawk consiguió llegar al lugar donde se estaba alojando, eran
las diez de la noche. Empezaba a pensar que aquel viaje había llegado caído
del cielo, porque se iba a ahorrar tres días por pagar en el albergue. Había
estado muy preocupada por desconocer cómo iba a arreglárselas para poder
pagar la siguiente semana, y ahora caía en que, mientras estuviera de viaje,
no tendría que preocuparse por la estancia. ¡Seguramente durante el tiempo
que pasarían en el hotel Henderson podría dormir en la mejor cama en la
que hubiera dormido en toda su vida! Se emocionaba solo de pensarlo.
Había visto aquellas camas de matrimonio gigantescas que, se imaginaba,
serían muy mullidas. Casi se le hacía la boca agua. Eso si el idiota la dejaba
dormir, porque desde que había empezado aquel trabajo apenas había
dormido cinco horas, si llegaba, cada día.
Estaba pensando mientras se disponía a preparar su maleta. Mirando su
vestidor, pudo observar que no tenía nada bonito que ponerse en Roma.
Realmente le gustaría tener un poco más de dinero para poder comprarse
cosas que le gustasen y sentasen bien, evitando conformarse con la ropa
más barata que pudiera encontrar. Suspirando, introdujo en su diminuta
maleta la escasa ropa que había obtenido a un precio económico y por la
que Henderson se dedicaba a hacerle la vida imposible, así como lo único
que tenía decente para vestir: un camisón de seda negra que le habían
regalado por su cumpleaños entre sus dos hermanos. Aún no lo había
estrenado, pero había decidido llevárselo por si la vida en Nueva York le
daba un empujón de valentía. Ahora sabía que ni eso la había animado a
ponérselo, pero estaba determinada a que de Roma no pasaría. Se pondría
su precioso camisón, y si tenía suerte, encontraría a algún italiano hecho
para el pecado que estuviera dispuesto a darle una alegría al cuerpo.
Todavía recordaba la conversación que había mantenido con Ada cuando
la había llamado nada más enterarse de su primer destino.:
—Hermana, ¿te vas a Roma? —había exclamado Ada, muy emocionada
—. ¿Y en compañía del sexy de tu jefe?
—Ada, ya lo hemos hablado antes... Es un idiota de tomo y lomo. ¡No es
para nada SEXY!
—¿A quién pretendes engañar? ¿Olvidas que en cuanto fuiste
contratada cotilleé toda su vida? ¡El amigo está de infarto! Incluso aunque
sea pelirrojo...
—¡ADA HAWK! Ni se te ocurra fantasear ni por un instante con
adjudicártelo de cuñado Es un descerebrado
—Vale, vale..., pero al menos intenta pasártelo bien, Ellie, ya sabes,
divertirte un poco. Que no sea todo trabajo. Susan me ha contado que los
italianos están de muerte. ¿Sabes esa mousse de chocolate que tanto te
gusta? ¡Pues imagínate el reino de las mousses! Ese es el nivel, hermana.
¡Más te vale meter el camisón que te regalamos Chris y yo por tu
cumpleaños! ¿Me has oído?
—No sabes lo raro que se siente tener este tipo de conversación con tu
hermana menor...
—Pues vete acostumbrando, porque quiero muchos detalles
—¡Ada! Ni sueñes con que pienso contarte nada, vete olvidando desde
ahora.
—¡OH!!¡Traición a tu hermana! No creas que te lo perdonaré
—Que sí, lo que tú digas...
Su hermana estaba loca si pensaba que con aquellas ropas podría seducir
siquiera al taquillero del Coliseo... por muy italiano delicioso que este fuera.
Pero, aunque no pudiera cenarse a un italiano bien guapo, lo que sí pensaba
era comerse muchos helados, reflexionaba mientras se imaginaba la cara
que pondría el estúpido de Henderson cuando la viera aparecer cargando las
bolsas a reventar con helados italianos.
No pudo evitarlo, se rio.
En cuanto terminó la maleta, se puso su pijama de flores y se durmió.

***
6:00 AM.
Ellie había quedado con Adam dos horas antes para realizar el check in.
Había decidido que, como era un viaje largo, tenía que ir cómoda, así que
aquella mañana se había ataviado con un vestido negro cuyo corte llegaba
hasta la rodilla y unas medias rojas y negras a cuadros a juego con unas
manoletinas. Habían quedado en la entrada del aeropuerto y Ellie estaba
empezando a plantearse si el idiota no le habría vuelto a hacer otro de sus
feos, cuando vio aparecer en la lejanía un coche negro que denotaba gran
ostentación. Al llegar a su altura, este se detuvo y la puerta trasera se abrió,
revelando a un todavía muy dormido Adam Henderson. Un hombre que
hasta entonces Ellie no había visto, salió del lado del conductor y depositó
la maleta de Henderson en la acera. Después, volvió a subirse al coche y se
perdió en la lejanía.
Al percatarse de que Adam no hacía ningún esfuerzo por coger su propia
maleta, la muchacha se dio cuenta de que el muy idiota estaba esperando
que las cargara ella. Ellie claudicó al final. Todo fuera por no arruinar el que
esperaba sería el viaje de su vida, pensó, agarrando la maleta del fanfarrón.
Ellie le miró intentando evaluar de qué tipo de ánimo estaría ese día.
Parecía que no tenía buen despertar. Solo había que verle mostrando aquel
ceño fruncido.
Aunque esto no era ninguna novedad, claro.
—Entremos dentro. Necesito otro café —declaró Adam sin mirarla dos
veces.
—Sí, a mí también me vendrá bien tomarme uno. He traído los billetes
—dijo Ellie, buscando en su bolso mientras intentaba arrastrar las dos
maletas con evidente esfuerzo.
Se dirigieron a la parte de los controles de seguridad, porque según había
investigado Ellie, dentro se encontraba la zona comercial. Ellie subió a
duras penas las dos maletas a la cinta transportadora que pasaba y se
quitaron todo lo que pudiera pitar. Llevaba menos cosas metálicas que
Adam, así que acabó antes. Ambos pasaron el control sin ningún problema
y se encaminaron hacia donde según Adam estaba la cafetería más cercana.
Sentados en una mesa de esta, y cuando cada uno estaba servido con su
café, Ellie consideró conveniente aquel momento para darle el billete.
Sacándolo de su bolso, lo deslizó por la mesa para dárselo a su jefe.
—¿Lo ve? —comentó, orgullosa, mientras sonreía—. ¡He conseguido el
precio más barato! Debe ser que estaba de oferta, porque el resto rondaban
los cuatro mil dólares. ¡Por persona! ¿No le parece un atraco en toda regla?
Éste lo estaba mirando de reojo, cuando algo debió de llamar su
atención, porque Ellie le vio cómo parecía que los ojos se le salían de las
órbitas mientras soltaba una maldición.
—Pero ¡¿qué demonios?! ¿Cómo se le ocurre?

***

Adam Henderson no podía creer lo que se encontraba justo delante de sus


ojos. Tuvo que cogerlo para cerciorarse varias veces de que aquella
incompetente había hecho lo que creía que había hecho. Sí, en efecto. En el
billete ponía: TURISTA. No podía creerlo, de verdad que no. Si en aquel
momento le pinchaban, seguramente no sangraría. Tenía unas inmensas
ganas de despellejarla.
—¿Qué pasa? —preguntó con inocencia la descarada.
—¿Me está preguntando realmente qué pasa?¡Jamás viajo en turista!¡No
me mezclo con el populacho!
—¿Populacho...? Ellie no podía creer que aquella situación se hubiera
tornado tan surrealista.
—¡La clase media! Tengo un estatus que mantener, esto le va a salir muy
caro, señorita Hawk.
—Perdone, ¿me está amenazando? —preguntó ella, iracunda.
—No se considera amenaza cuando se está dispuesto a cumplirlo. Es un
hecho Vaya de inmediato a cambiar este billete.
Ellie no podía asimilar lo que pasaba, había intentado hacer que la
empresa gastara lo mínimo ¿y así se lo pagaban?
«Estúpido desagradecido... El “populacho”, como tú los llamas, son
quienes te dan de comer».
—Creo que va a ser imposible que vaya a cambiarlo yo sola, señor
Henderson. Es la primera vez que vengo a este aeropuerto, con toda
probabilidad me perdería. De hecho, es la primera vez que voy a viajar
avión. Si quiere, puede acompañarme y lo intentamos cambiar entre los dos.
Adam quería gritarle que era una incompetente como no había otra, pero
razonó que cuanto más tardara en llegar a ventanilla, sus posibilidades de ir
en clase preferente irían menguando.
—Usted solo me da problemas. No puedo creerme que no haya viajado
con anterioridad —le respondió, guiándola mientras buscaba la ventanilla
correspondiente a la aerolínea.
Tras unos pocos minutos de búsqueda infructuosa, lograron localizarla y,
acercándose, la señorita los saludó.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?
—Buenos días —corroboró Ellie.
—Ha debido de haber un terrible error. Mi secretaria aquí presente —
explicó Adam, señalándola despectivamente— se equivocó comprando mi
billete a Roma y lo ha sacado en clase turista. Yo jamás viajo en turista, así
que espero que esto se pueda solucionar. No me importa pagar la cantidad
que se considere necesaria.
—¿Me permite ver su billete?
—Claro, aquí tiene —accedió Adam, pasándole el billete de la
vergüenza.
—Déjenme comprobar —dijo la señorita mientras buscaba si quedaban
plazas en la clase preferente. Mientras tanto, Ellie fulminaba con la mirada
a Adam que ni se inmutaba—. Lo lamento mucho, señor, no hay plazas
disponibles en la clase preferente.
—¿Qué? Eso no puede ser, ¡siempre que viajo hay asientos de sobra! —
contestó Adam, enajenado.
—En este vuelo no, señor, lo siento. ¿Desea que cambiemos el billete?
El siguiente es a las cinco de la tarde.
—¿Nueve horas de diferencia? ¡¿Con ella?! —preguntó Adam,
señalándola—. Es broma, ¿no?
—Es el único disponible en clase business, señor.
Adam creía que aquello tenía que ser una broma muy pesada. Aquella
mujer había hecho que tuviera que viajar en la clase turista, y por el simple
hecho de no tener que estar en su compañía ni un segundo más de lo
estrictamente necesario, estaba planteándose acceder a subirse a ese avión.
Ellie, que veía la duda reflejada en los ojos azul celeste de Adam,
decidió intervenir:
—Muchas gracias, nos quedaremos con el billete tal y como está.
—De acuerdo, que tengan un buen y feliz viaje.
«¿Feliz viaje?», se lamentaba Adam, comportándose como un hombre al
que llevaban a la horca mientras se dejaba arrastrar por aquella
incompetente que se decía llamar su secretaria.
—Al menos tiene una hora y media para ir haciéndose a la idea.
—¿Haciéndome a la idea? No me tendría que hacer a ninguna idea si
ALGUIEN tuviera algún tipo de clase
—¡Eh! No olvide que yo también viajo en turista.
—Usted... no tengo calificativos suficientes para describirla —comentó
amargado Adam, mirándola con desprecio de arriba abajo.
—Pues a mí se me ocurren uno detrás de otro para describirle a usted.
—¡Será insolente! Estamos en esta situación por su culpa. ¡Demuestre al
menos un poco de arrepentimiento!
—Si cree que lamento haber cogido el billete más barato, se equivoca
por completo. Lo hice pensando en el bienestar económico de la empresa.
—¡Está usted loca! ¿Cree que por gastar un poco más iba a afectar a la
empresa mínimamente?
—¿Un poco más? ¿Alguna vez ha sacado usted un billete de estos? ¡Solo
les falta rajarte e hipotecarte el riñón!
Ellie prácticamente lo gritó, mientras otros viajeros, que se encontraban
alrededor de ellos, les disparaban miradas cargadas de curiosidad.
Adam no podía creer la cantidad de tonterías que soltaba aquella mujer
por su boca.
Una cosa tenía clara: aquella mujer le metería en más de un lío durante
aquel viaje.

***

El momento más temido por Adam se hizo realidad. Había conseguido que
le bajaran la maleta a bodega, pagando más, claro, porque se negaba a
introducirla en aquellos compartimentos estrechos y que pudiera tocar
alguna otra de clase baja, pero no había podido evitar que le sentaran en
aquel asiento. Su ya de por sí día pésimo iba tornándose cada vez más
horrible cuando pudo comprobar que, desde el asiento en el que se
encontraba, podía observar la cortinilla que daba a la clase business. Por si
fuera poco, había acabado sentado entre la señorita Hawk, su secretaria de
curvas más que generosas, y un hombre con poco pelo entrado en carnes
que parecía que iba a estallar el asiento como uno se descuidase.
No podía creer todo aquello. ¿Es que solo atraía gente gorda, o qué?
Encima el calvo parecía de los que roncaban, pensó, mirándole de lado. Si
el avión conseguía aterrizar, besaría el suelo como el Papa, se prometió a sí
mismo.
Ellie no había podido evitar estar nerviosa todo el rato. La tarde anterior
se le había ocurrido comprobar la estadística de muertes producidas por
aviones, y el resultado no era nada alentador. Encima, tras escuchar la
demostración en caso de emergencias impartida por las azafatas, aquellos
datos destellaban en su cabeza.
—Quinientas cincuenta y seis personas —se repetía sin darse cuenta de
que estaba alzando la voz.
—¿Disculpe? —preguntó Adam, curioso por lo que no dejaba de
murmullar su asistente.
—¡Quinientas cincuenta y seis personas han fallecido solo en este año en
accidentes aéreos!
—¿Qué? No es posible que haya estado buscando eso.
—Por supuesto que lo he hecho. Hay un veinte por ciento de
probabilidades de que la palmemos en este avión —contestó, acongojada—.
Imagine que falle una turbina mientras estemos volando, o que empecemos
a perder altitud...
—¿Le importaría callarse? Está poniendo nervioso a mi hijo —espetó
una mujer que estaba sentada delante de ellos.
—Vale, vale... Ya me callo —accedió Ellie, pero no pudo evitar añadir
—: ¿Ha visto Destino final, la primera?
—¿Qué? ¡Por supuesto que no!
—El avión explota.
—Deje de imaginarse cosas, eso no pasará aquí —intentó tranquilizarla
Adam, empezando a estar nervioso también.
—¿Tendremos seguro? Aunque, claro, estando muertos ¿para qué
querríamos un seguro? Bueno, quizás, si Ada y Chris reciben un buen
pellizco, mi muerte habrá servido para algo. La suya seguro que no... En las
películas, cuando muere un millonario, los familiares están ahí como
hienas, preparados para tirarse de los pelos unos a otros solo para recibir
una parte de lo que ha dejado el muerto. Todo fingiendo mucha clase, eso
sí. ¿Usted tiene preparado el testamento? Porque yo no, aunque, claro, ¿qué
iba a poder dejarles? Si acaso, como mucho mi plancha del pelo. Ada se
moría de envidia cuando la obtuve a aquel precio de ganga, pero dado que
está en mi maleta, hasta eso se perdería...
—¿Quiere callarse de una vez? —le ordenó Adam, cada vez más
afectado. Podía imaginarse a a bastantes amigos y familiares
despellejándose mutuamente, solo para conseguir unas pocas acciones de su
empresa.
Transcurrido un tiempo, Ellie consiguió calmarse un poco. Se percató de
que Adam llevaba todo el tiempo tenso y con la cara como el papel. El
motivo era, pudo constatar, que el hombre que se situaba a su derecha no
dejaba de roncar. Quería echarse a reír, pero sospechaba que este la
ahorcaría con los cascos que venían en el asiento para ver la película que
pusieran.
—¿Está bien?
—Perfectamente —contestó Adam con los dientes apretados mientras
intentaba separarse del hombre, que no paraba de dejarse caer hacia él.
Estaba vez no pudo evitarlo y Ellie se echó a reír. El todopoderoso Adam
Henderson, quien estaba acostumbrado a ser perseguido por multitud de
féminas, ahora estaba siendo acosado por un hombre entrado en carnes.
—¿De qué diablos se ríe? —le espetó Adam, irritado.
—De nada, disculpe.
En aquel momento, el avión empezó a coger turbulencias, y Ellie, que
tenía el estómago muy delicado y se mareaba hasta en el autobús, no pudo
evitarlo. Demandó en un grito:
—¡Una bolsa!
—¿Perdone?
Adam posó su vista en ella, y horrorizado por las arcadas que acometían
a su secretaria, buscó con desesperación lo que le pedía. Al parecer no venía
ninguna bolsa en cualquiera de los dos asientos. Al final, la hallóó en el
asiento de enfrente del calvo.
Con un movimiento rápido, la agarró, despertando al hombre.
—¡EH! —se quejó el calvo, enfadado por la pérdida de su objeto.
—¡Maldita clase turista! —maldijo, desesperado, mientras le pasaba la
bolsa de papel.
—¡Ábrala! —ordenó Ellie.
—¿¿QUÉ?? —le contestó Adam, aterrorizado por lo que sabía que se le
venía encima. A la vez, con los dedos temblorosos la abría para ella—.
¡SUJÉTELA USTED MISMA!
Pero la señoría Hawk no llegó a tiempo.
—Ugggggggggggh...
Ellie acabó devolviendo mientras Adam observaba horrorizado cómo la
bolsa que estaba sujetando se empapaba.
Ni siquiera podía decir nada. Todo parecía ser producto de un mal sueño.
—¡Mejor fuera que dentro! —exclamó el calvo, riendo al ver la cara
descompuesta de Adam.
—Lo siento tanto —se disculpó Ellie cuando pudo recomponerse un
poco—. ¿Está bien?
Adam, quien todavía creía que estaba en un mal sueño, sostenía la bolsa
anonadada. El único indicio de que estaba vivo era que se le movía un
músculo de la boca de forma nerviosa.
NO PUEDE SER. NO PUEDE SER. NO PUEDE SER. NO PUEDE SER.
NO PUEDE SER.
—Creo que ha entrado en shock —declaró todavía riendo el hombre de
su derecha.
Aquello despertó a Adam de su mundo interior. Reuniendo toda la
fortaleza de la que creía ser capaz, le lanzó la bolsa llena de vómito a Ellie,
ordenándole:
—Tire esto de inmediato. ¿Cómo se atreve? ¿Quién se cree que soy?
¡Solo faltaba que la cogiera del pelo!
—Ya le he pedido perdón.
—¡Si con el perdón se arreglaran las cosas, no existiría la cárcel! ¿Sabe
cuánto cuesta este traje? —la interrogó, señalando su propia vestimenta—.
¡Es de Hugo Boss!
—¿Tiene por costumbre vestir el traje de otras personas? Yo creía que
con el dinero que tiene, se podría permitir comprar algo propio. Si me lo
permite, le puedo recomendar una tienda de segunda mano bastante buena
que encontré el otro día.
—¡¿QUÉ?! —exclamó un cada vez más anonadado Adam.
El hombre de su derecha, que no se había perdido nada de la
conversación, se volvió a echar a reír.
—Señor, su amiga es muy graciosa.
Cuando le escucharon ambos referirse a Ellie con aquel estatus, se
giraron como dos resortes hacia él y le espetaron a la par:
—¡NO SOMOS AMIGOS!
—Vale, vale... Lo entiendo, no me asesinen.

***

Tras aquellas tres primeras horas tan agitadas, Ellie se había visto sometida
a tal estrés que estaba muy cansada. Adam podía ver cómo su secretaria
empezaba a dar cabezazos, indicando que dentro de poco se encontraría
sumida en el mundo de Morfeo. Mejor, así dejaría de darle dolores de
cabeza. Apenas había tenido tiempo para asimilar todo por lo que había
tenido que pasar con aquella loca mujer. Seguía pensando que todo aquello
era propio de una pesadilla, pero ya había intentado infructuosamente
pellizcarse varias veces.
Estaba cavilando sobre todo aquello, cuando sintió un peso recaer sobre
su hombro izquierdo. Se giró y pudo ver a la señorita Hawk dormitando.
Adam decidió tomarse su tiempo para estudiarla con profundidad,
preguntándose por enésima vez en qué estaba pensando Sasha al contratar a
aquella mujer. En cierto modo tenía una cara bastante corriente, aunque si la
miraba así, durmiendo y con el rostro relajado..., podía considerarse —de
una manera por completo extraña, cabía añadir— hasta dulce.
Sin embargo, aquel pensamiento no duró mucho tiempo. Se evaporó en
el momento en el que Ellie abrió la boca y entonó un ronquido que le dejó
la cara manchada de saliva.
«¡De ninguna jodida manera! ¿Qué clase de mujer es esta?», pensaba
Adam mientras la echaba hacia un lado, totalmente horrorizado con su
vulgaridad.
Esto provocó que Ellie se despertara, sobresaltada y desorientada.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—¡Ronca!
—¡Cómo se atreve a acusarme de tal falacia!
—¿Falacia, dice? Usted la ha escuchado, ¿verdad? —preguntó al señor
de su derecha, buscando que le apoyara.
—No sé de qué me está hablando. La señorita parece un ángel
durmiendo.
—¡No mienta! —le recriminó enajenado Adam.
—¿Quieren callarse todos de una vez? ¡Mi hijo trata de dormir! —
intervino otra vez muy enfadada la señora que se sentaba delante.
Sin duda, aquel vuelo no tenía ningún desperdicio, pensaba Adam tras
maldecir a aquellos dos ordinarios que les había tocado de compañeros de
viaje.
CAPÍTULO 7
«¡Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un solo momento
antes de comenzar a mejorar el mundo!».
Anna Frank

Ocho horas habían transcurrido desde que iniciara aquel viaje tortuoso.
Debía de quedar muy poco para aterrizar en Roma y los nervios de Adam
Henderson no habían tenido ni un minuto de descanso desde que subiera a
aquel avión en compañía de su muy... especial secretaria, pero no debería
confundirse uno: especial en el peor sentido de la palabra.
Él, que siempre se había codeado con las altas esferas más ilustres del
mundo, por culpa de ella se encontraba ahora a merced de toda clase de
personajes que pudiera uno imaginarse. Lo pensaba mirando cómo el
hombre de su derecha, quien roncaba como un oso en plena hibernación, se
había quitado los zapatos mientras cruzaba las piernas, permitiendo que
Adam tuviera una vista perfecta de su pie maloliente y rugoso, así como un
contacto totalmente inaceptable para su sistema nervioso con su traje Hugo
Boss.
«Puaj. Ahora te vas a enterar, calvo apestoso», pensaba Henderson,
sonriendo malévolamente. Alternaba la mirada entre la pezuña del oso y el
ordenador caliente que reposaba en su regazo. La venganza estaba al
alcance de su mano. No soportaría ni un segundo más aquel olor incesante.
Se consideraba el representante y defensor de pilares tan fundamentales
como la clase y la elegancia, y no permitiría que nadie le vilipendiara de
aquella manera, razonaba mientras levantaba el ordenador y ponía en
contacto la parte que más quemaba con la planta del pie del hombre.
—¡AHHHHHHHHHH! —El alarido del tipo, así como el respingo que
dio, alertó a una más que ensimismada Ellie, quien alcanzó a vislumbrar la
vendetta personal de su jefe—. ¿Qué diablos? ¡Aparte ese aparato de mí!
—Solo si usted retira primero ese pie —dijo Adam, señalando la
extremidad causante del hedor impregnado en sus fosas nasales.
Ellie observaba cómo las facciones del hombre empezaban a cambiar al
darse cuenta de que el estúpido lo había hecho a sabiendas.
—¡¿Lo ha hecho aposta?!
«Oh no, lo va a matar. Lo hará pedazos y luego lo tirará del avión. ¡¡Me
voy a quedar sin sueldo!!», pensaba Ellie acongojada, vislumbrando cómo
su cuenta bancaría temblaba al no recibir jamás el dinero que tanto se
merecía después de haber tratado con ese creído. «Oye, estúpido, ¿es que
siempre tienes que ser el matón del patio? Más te vale saber mentir o te
abrirá la cabeza».
—Totalmente —contestó el suicida, mientras la boca de Ellie caía
desencajada.
Era el momento de intervenir, tenía que salvar el sustento de su familia.
—Perdone señor, este hombre de aquí no sabe lo que dice. Tiene
problemas, ¿comprende? —le dijo Ellie, mientras con el dedo índice hacia
la señal de «está loco».
—¿Problemas? —preguntó el hombre, extrañado—. Yo le veo bastante
bien.
—No lo está, ya se lo digo yo. ¡Sufre la enfermedad del egocentrismo!
Adam estaba empezando a molestarse seriamente con aquellos dos
palurdos.
¿Cómo se atrevían a hablar de él como si no estuviera presente?
—¡Eh! ¡Que estoy aquí! —dijo mientras chasqueaba los dedos para
captar su atención—. ¿Cómo osa decir eso sobre mí? Solo hay que mirarla a
usted. Por otro lado, no tengo ningún problema. En todo caso, el único aquí
con problemas serios es este hombre. No solo de alopecia, ¡también de
podobromhidrosis!
—¿De qué? —preguntaron a la par Ellie y el señor curioso por el
término empleado.
—¡Que le huelen los pies!
—Será... —comenzó el hombre de manera amenazante, alzando el puño.
No tuvo tiempo para formular la frase, porque en aquel momento se
escuchó por megafonía:
En breves momentos procederemos a aterrizar en Roma. Por favor,
abróchense los cinturones de seguridad. Gracias por volar con United
Airlines, espero que hayan disfrutado el vuelo.
Aquello debió de surtir el efecto que tanto buscaba Ellie, pues el señor se
dispuso a abrocharse el cinturón, pero sin dejar de dispararle miradas
asesinas a Henderson. Adam, por el contrario, quería gritar de la
frustración. ¿Disfrutado? Tenía que ser una maldita broma. ¡Hasta aquel
piloto se burlaba de él! Solo de pensarlo, le entraban unas ganas terribles de
quemar el avión con toda aquella chusma dentro.
Ellie miró de reojo a su jefe. Al menos no lo asesinarían ese día. No
podía creer que, aparte de ser su secretaria, también tuviera que actuar de
guardaespaldas. Tampoco entendía cómo había podido triunfar en los
negocios si era un experto insultando a todo aquel que se le acercase, se
planteaba mientras cogía fuerzas para enfrentar lo que vendría en su
compañía.

***

Al contar con la diferencia horaria, eran las once menos veinte cuando
finalmente desembarcaron en Roma. Ellie estaba emocionada. El simple
hecho de encontrarse en el aeropuerto era de por sí muy estimulante, pero
que estuviera en la cuna de los helados y de las pizzas, no tenía parangón.
Sin embargo, no acababa ahí la situación. Estaba deseosa de visitar el
puente Milvio, donde iban todas las parejas enamoradas a depositar el
candado que representaba el símbolo de su amor, por el que quedarían
unidos toda la vida.
Ellie ya había asimilado que su único enamoramiento sería por la
comida, más en concreto por los dulces. Se imaginaba llegando al puente
cargada de chucherías y prometiéndose amor verdadero con ellas bajo la
atenta mirada de todas aquellas medias naranjas.
Sin embargo, una voz odiosa la sacó de sus reflexiones.
—Vaya a recoger mi maleta.
—¿Disculpe?
—Mi maleta. Dese prisa, la espero aquí —le ordenó Adam, señalando la
cinta transportadora por la que salían las maletas.
—De acuerdo, cuide mientras tanto la mía —dijo, encargándole de su
equipaje.
Aquel estúpido ni siquiera le daba un minuto para fantasear, pensaba
mientras se desplazaba hacia donde le había indicado.
Cuando alcanzó el sitio pudo observar, anonadada, que aquello era peor
que las rebajas. Sentía que era como una competición por quién agarraba su
maleta primero. La gente se empujaba por ser el primero o la primera en
cogerla. Ellie, pese a hallarse bajo amenaza de Henderson, se negaba a
pegarse con nadie por una maleta. Ya saldría más tarde. Pero esa decisión
comenzó a tambalearse cuando, de repente, notó que algún ser detestable la
empujaba para abrirse camino, y eso activó el instinto vengativo —y, por lo
general, durmiente— de Ellie. Nadie conocía cómo era ella cuando se
trataba de una oferta. «Os habéis metido con la mujer equivocada», pensaba
mientras se abría camino dando codazos a diestro y siniestro para llegar a la
primera línea.
Escuchó protestas, pero las ignoró. Estaba demasiado concentrada
buscando la maleta del idiota. No obstante, pasaban los minutos y no salía.
Empezaba a plantearse si no sería ese lugar del que salía el equipaje de su
vuelo. Sin embargo, reconoció al otro lado de la cinta a la mujer con el niño
que les había mandado callar durante todo el vuelo. No, sin duda, tenía que
ser..., pero ¿por qué no aparecía?, se preguntaba, sintiendo que la ansiedad
comenzaba a embargarla. Si se había perdido, estaría en problemas. En
graves problemas.
Minutos después, la mayoría ya había recogido sus equipajes y la cinta
comenzaba a vaciarse, pero la maleta seguía sin dar señales de vida.
«¿Cómo le digo esto a Henderson?», reflexionaba Ellie comenzando a
frustrarse, pero no le dio tiempo a pensar más sobre el asunto porque sintió
una voz profundamente masculina interrogarla:
—¿Sucede algo, señorita Rollitos?
Al escuchar ese mote, Ellie apretó los dientes.
«Pensándolo bien, todo lo que le suceda a este capullo arrogante es
poco».
Ellie se giró, y encaró al hombre que invadía sus pesadillas.
—No estoy del todo segura... —comenzó, dudosa—. La maleta no
aparece.
—¿Cómo dice? —le preguntó sospechosamente calmado, intentando
confirmar la información que le había proporcionado aquella mujer.
«Oh, no, esto es muy malo. No ha saltado».
—La maleta no ha salido por la cinta.

***

Adam Henderson siempre se había considerado a sí mismo un hombre


bastante calmado y apacible. Su vida siempre había sido tranquila, sin nada
que pudiera alterarla. Desde la muy tierna infancia, había seguido todos los
pasos que le habían indicado sus padres. Se había esforzado por conseguir
llegar hasta donde estaba, por eso no lograba comprender que en tan solo
cuatro días aquella mujer hubiera puesto patas arriba su vida.
No había sido suficiente con el viaje horrible por el que le había hecho
pasar. Ahora se encontraba teniendo que escuchar aquello. Se negaba a
creer que su vida estuviera tomando aquel rumbo.
Una vez pudo asimilar lo que le decía la incompetente de su secretaria,
Adam Henderson estalló.
—TODO ESTO ES POR SU CULPA —le recriminó, enajenado—. La
señora Spark nunca habría consentido que ocurriera nada de esto.
—No tenga la osadía de encasquetarme este muerto a mí.
—¡¿Cómo dice?! Si hubiera comprado los billetes en primera clase, no
tendría que haber bajado mi maleta a la bodega y ahora la tendría aquí
conmigo.
—Bien pudo haberla subido, pero no, se empeñó en bajarla.
—Mi maleta costaba más que todas las que estaban ahí arriba juntas,
¿cómo cree que voy a permitir que comparta espacio con un equipaje
claramente inferior?
—¿Está usted escuchándose siquiera?
Todavía le consternaba la prepotencia que demostraba tener el tipejo que
se encontraba enfrente de ella.
—Pues claro, me escucho perfectamente, aunque empiezo a plantearme
si usted lo hace.
—Por desgracia, lo hago. Un día me sangrarán los oídos —le respondió,
poniendo los ojos en blanco.
—¿Qué está insinuando?
—Nada, señor Henderson Dejemos de discutir e intentemos solucionar
esto, por favor.
Adam se dio cuenta de que la muchacha tenía razón. De nada servía estar
ahí discutiendo. La maleta no aparecería por mucho que le reprochara,
aunque las ganas lo estaban matando.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano por dejarle pasar el incidente a la
chica, claudicó y se encaminó en dirección al mostrador de la compañía
aérea con la que habían volado.
Una vez allí, expusieron la situación en la que se encontraban.
—Buenas noches, señorita —saludó Ellie—. Mi jefe, el señor
Henderson, solicitó que bajaran su maleta a bodega y ahora no la hemos
podido encontrar en la cinta transportadora.
—Buenas noches. ¿Me permiten ver el billete, así como el carné de
identidad o pasaporte?
—Por supuesto —accedió Ellie, solícita. Mientras, instaba con la mirada
a que Adam proporcionara la información que le estaban solicitando. Con
un gruñido molesto, este rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar la cartera
en la que llevaba la documentación.
Una vez la tuvo entre sus manos, procedió a dársela a la trabajadora que
les estaba atendiendo.
—Ante todo, les pido disculpas por el incidente acontecido —comenzó
disculpándose la mujer—. Deberá rellenar este papel. Se trata del PIR, y
sirve para que los pasajeros que hayan tenido algún problema con el
equipaje registren oficialmente lo sucedido con el mismo. Una vez lo hayan
completado, tendrán que volver a entregármelo y yo les proporcionaré una
copia que deberán de conservar con ustedes. Esto es sumamente importante,
porque en esa copia se encontrará el número de referencia que les daremos
para que puedan seguir el estado en el que se encuentre su maleta, así como
un número de contacto donde podrán solicitar la información sobre la
incidencia en cuestión.
—¿En serio? ¿No sabe decirnos dónde se encuentra mi equipaje? —
preguntó un más que molesto Adam.
—Lo lamento, señor, no disponemos aún de esa información.
—Vale, nos vamos a rellenar el documento. Gracias, señorita
Ellie arrastró a Adam antes de que este creyera oportuno soltarle algún
improperio a la pobre trabajadora.
—No puedo creerlo, ¿es que estoy rodeado de incompetentes, o qué? ¡La
maleta la han perdido ellos! ¡Y son incapaces de decirnos dónde!
—Bueno, tranquilícese. Al menos le van a proporcionar un número de
seguimiento.
—¡Al diablo con el número de seguimiento! Esto me sucede por confiar
en usted...
—¡Oiga! ¿Acaso soy la representante de esta compañía? Deje de
echarme la culpa a mí y rellenemos el papel que nos han dado. Cuanto antes
acabemos, antes nos iremos.
—¡Es usted una descarada! ¿Cómo se atreve a darme órdenes a mí?
Ignorándolo, Ellie procedió a cumplimentar la documentación que se le
requería. A veces preguntaba a Adam algún dato que desconocía, de tal
forma que entre los dos acabaron rellenando la información.
Tras entregar el documento y recibir la copia correspondiente, ambos se
encaminaron para traspasar las puertas en las que todo el mundo era
recibido por sus familiares o conocidos.
Ellie estaba pensando que tendrían que tomar un autobús para llegar al
hotel, cuando pudo vislumbrar a un hombre vestido de negro y sosteniendo
un cartel con letras mayúsculas que ponía «ADAM HENDERSON». El
aludido lideró el camino seguido por Ellie hasta el hombre que les
esperaba.
—¿Señor Henderson?
—Ese soy yo.
—Bienvenido a Roma.
—Muchas gracias. Como podrá observar, no traigo equipaje porque me
lo han perdido los ineptos de la compañía —se quejó Adam al ver que el
hombre buscaba una maleta.
Ellie, que se había quedado algo rezagada, observaba cómo discurría la
conversación.
—¿Y la señorita? —inquirió el hombre, disparándole una mirada a Ellie.
—Oh, ella... Bien, bueno, sí, viene con nosotros —declaró Adam, sin
fijarse ni por un instante en la susodicha.
«Por una milésima de segundo, creí que el capullo sería capaz de
dejarme aquí», pensó Ellie, soltando todo el aire que había contenido,
aliviada.
Los tres se dirigieron hacia las puertas de salida y no se detuvieron hasta
que llegaron a un Bentley negro que se encontraba aparcado a unos metros
de distancia del aeropuerto. Ellie contempló temerosa el coche, no
solamente por el hecho de que estuviera acostumbrada a movilizarse en
transporte público, sino porque había empezado a odiar subirse en cualquier
coche a raíz de que su padre falleciese en un accidente automovilístico.
Adam le había dado la maleta de la señorita Hawk al conductor. Se
disponía a subir al vehículo cuando algo captó su atención. Su secretaria
estaba contemplando el coche con una mirada distinta a la que le tenía
habituado, y el hecho de no saber identificarla despertó su curiosidad.
—¿Sucede algo, señorita Hawk?
Aquello sobresaltó a Ellie, que se encontraba sumida en una serie de
pensamientos negativos. Compuso una sonrisa nerviosa y le respondió:
—No, nada —dijo al tiempo que entraba en el vehículo.
Adam no la creyó ni por un instante, pero no tenía la suficiente confianza
con ella para seguir interrogándola acerca de ello. No obstante, el hecho de
que ella le hubiera mentido lo intranquilizaba un poco.
Segundos después, al reflexionar sobre aquel último pensamiento, se
reprendió a sí mismo por sentir curiosidad hacia aquella mujer
inaguantable. No le importaba ni lo más mínimo si ella estaba bien o no.
Era solamente su empleada, pero lo peor de todo, era la mujer que le estaba
haciendo la vida imposible, debatía consigo mismo mientras se montaba en
el coche tratando de no mirarla.
Ambos estaban ensimismados en sus propias cavilaciones cuando
sintieron que el chófer arrancaba el coche y se dirigía camino al hotel
Henderson.

***

Trascurridos unos minutos durante los cuales se le habían crispado los


dedos de la mano alrededor de las rodillas, Ellie imaginó, cerrando los ojos,
que se encontraba subida en una nube muy lejos de aquel vehículo. Cuando
sintió que el coche aminoraba la velocidad, se atrevió a abrir los ojos con
lentitud. Lo que se encontraba ante sus ojos la sorprendió: un edificio de
forma rectangular conformado por columnas y capiteles de estilo romano.
Además, poseía incontables ventanales por los que, cuando fuera de día,
Ellie intuía que debía entrar muchísima luz.
Ellie había descubierto que habían utilizado una construcción romana
original para la creación de este. El hotel era sencillamente impresionante.
Aunque había visto las fotos que se mostraban a través de la web,
contemplarlo en persona era algo muy distinto. Resultaba arrollador. Ya se
imaginaba recorriendo los pasillos y curioseando las distintas instalaciones
que estuvieran abiertas al público, pero lo que más le fascinaba era aquella
fuente que se alzaba enfrente de la entrada del hotel.
Todo aquello parecía mágico, pensaba mirándolo embelesada mientras
salía del coche.
Adam, que había salido mucho antes que ella del vehículo, se dirigía
andando con celeridad hacia el interior del hotel.
—¿Va a quedarse mucho tiempo ahí, mirándolo con cara de estúpida? —
le espetó. Acto seguido, se internó en el edificio a través de la puerta.
—¡¿Estúpida?! ¡Aquí el único estúpido de renombre es usted!
Pese a todo, su contestación cayó en saco roto, pues él ya se había
marchado.
El chófer, quien todavía sostenía sus maletas, la miraba consternado.
—¿De verdad es usted su secretaria?
—Por desgracia, sí —le contestó ella muy digna mientras agarraba la
maleta y se encaminaba hacia el interior, por donde había visto desaparecer
al estúpido.

***

Adam amaba el olor que impregnaba sus fosas nasales cada vez que entraba
en uno de los hoteles. Era como regresar a la infancia. Había pasado la
mayoría de sus vacaciones entre aquellas paredes. Aún podía recordar la
voz de su madre llamándolo para advertirle de que no corriera por las
escaleras, o cuando se colaba de noche en la cocina para hurtar algún trozo
de tarta que le hubiera sobrado a la cocinera.
Sumido todavía en los recuerdos, Adam se acercó al mostrador de la
recepción. A continuación, observó cómo los dos recepcionistas que
estaban trabajando a aquellas horas de la noche se levantaban con rapidez
para saludarle formalmente.
—Bienvenido señor Henderson.
—Gracias. Me quedaré una temporada por aquí. Espero que la
habitación que siempre suele estar reservada para mí siga estando
disponible.
—Desde luego, señor.
—Perfecto —dijo Adam, cuando de repente cayó en la cuenta de que
Ellie también necesitaría una habitación—. Además, me acompaña mi
nueva secretaria.
—¿Quiere que la pongamos en la habitación que siempre ocupaba la
señora Spark?
Tras escuchar aquella pregunta, a Adam se le ocurrió un plan de
venganza perfecto. Aquella mujer se lo había hecho pasar horrible durante
todo el viaje, y él no se iba a quedar de brazos cruzados.
¡Faltaría más!
—No, esa no. Estaba pensando en la trescientos nueve —le respondió,
esbozando una sonrisa cuanto menos angelical.
—Pero, señor... esa es una de las que tenemos que reformar. ¿Está
seguro?
—Por completo.
Se sentía maravillado con su plan.
—De acuerdo —accedió el recepcionista, poco convencido a la vez que
le pasaba la llave de su habitación y la de su secretaria—. Disfrute de la
estancia, señor.
—Gracias —respondió él, cogiendo ambas llaves.
Se estaba dando la vuelta para comprobar que la señorita Rollitos ya
hubiera entrado al hotel cuando la encontró en la entrada, contemplando
fascinada toda la ornamentación con la que estaba adornada la recepción.
Adam le dio un segundo para disfrutar de las vistas, ya que la comprendía a
la perfección. Podía verlo todo como un lugar nuevo a través de la mirada
de ella. El interior era una delicia para la vista: las paredes estaban
recubiertas de colores cálidos que conferían una sensación de estabilidad y
suntuosidad, a la vez que había dispuesta una serie de mesas y sillones de
estilo real, que, aparte de ser extremadamente caros, eran comodísimos.
Todo estaba adornado con unas lámparas de araña y unas alfombras
imperiales que convergían proporcionando un ambiente de riqueza y
confort.
Una vez superada la sorpresa inicial, Ellie fijó la vista en Adam,
sorprendiéndose de que este la estuviera mirando a su vez. Algo incómoda
con la situación, rompió el silencio.
—No reservé habitación porque usted me lo indicó.
—No hacía falta, siempre tengo una habitación reservada —le explicó,
mostrándole la llave de su dormitorio—, lo que me recuerda... Tome, aquí
está la suya.
Ellie pudo observar que el capullo estaba sonriendo mientras le
entregaba la llave. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. No sabía qué
estaba planeando el idiota, pero aquella sonrisa no auguraba nada bueno, se
planteaba mientras cogía la llave que él le tendía.
—Gracias.
—Buenas noches —se despidió él.
Todavía sonreía misteriosamente cuando se giró para dirigirse hacia las
escaleras que tendría que subir para llegar hasta su habitación.
«¿Qué diablos estará tramando ese desgraciado?», se preguntaba Ellie,
siguiendo las señales indicadas en las paredes y que la llevaban a adentrarse
entre diferentes pasillos.

***

Mucho después de que el señor Henderson y su extraña secretaria se


perdieran en busca de sus distintas habitaciones, una llamada fue realizada
desde el interior del hotel.
—Ya han llegado —informaba una voz irreconocible a través de un
teléfono de prepago—. No, no saben nada. De acuerdo, le mantendré
informado.

***

Ellie encontró a duras penas su habitación. Había tenido que recorrer


multitud de pasillos hasta que por fin la había localizado. Casi quiso llorar
de emoción cuando vio a lo lejos su número. Debido a lo tarde que habían
llegado e influida por el jet lag, lo único con lo que fantaseaba era con
probar cualquiera de las camas de matrimonio que le proporcionaran.
Introdujo la llave en la cerradura y, al abrirla, la emoción inicial pasó a
convertirse de inmediato en irritación.
Aquello no se parecía en nada a las fotos que había visto por Internet. En
el centro se encontraba una cama individual; ni rastro de las camas de
matrimonio con las que tanto había fantaseado. Esperaba que al menos esta
fuera cómoda, pensaba mientras se dejaba caer encima para comprobarlo.
Su furia fue en aumento.
—Esto está más duro que una piedra. ¿Quién dormiría aquí? ¡Seguro que
lo ha hecho aposta! Retorcido hijo de puta... ¡Espera a que te pille por
banda! Te vas a enterar.
Por si fuera poco, solo había visto un armario, y sabía, gracias a las
fotos, que en el resto de las habitaciones había más de uno. Aunque su
enfado ya alcanzaba límites insospechados, decidió que tenía que llamar a
Ada para desahogarse de todo.
Allí sería por la tarde, calculó mientras llamaba a su hermana.
Al segundo timbrazo, lo cogió.
—¡Ellie! Por fin llamas. ¿Ya estás en Roma? —Al escuchar la voz de su
adorada hermana, Ellie sintió unas inmensas ganas de llorar. La echaba
terriblemente de menos, y el hecho de que estuvieran separadas por cientos
de kilómetros hacía que su ausencia se sintiera más.
—Sí, llegamos hace una hora o así —le informó—. ¿Qué tal en casa de
Susan? ¿Cómo está Chris?
—Yo estoy como en casa. Respecto a Chris... Bien, ya sabes, lo mejor
que puede estar con esos amigos terroristas con los que se relaciona
últimamente
—Ada, tienes que estar pendiente de él, ¿me oyes? Yo no puedo estar allí
como antes.
—Claro, tranquila. Tendré controlado al pequeño monstruito. Pero
¡cuéntame! ¿Qué tal el viaje?
—¡Horroroso! Ese idiota me lo hizo pasar fatal. Se estuvo quejando por
todo, ¡absolutamente todo!
—Seguro que no será para tanto, Ellie...
—¿Que no? ¡Conseguí el precio más barato y me recriminó que no fuera
en primera clase!
—¿Hiciste que el tipo se montara en la clase turista?
—Oye, no te rías. ¿Qué pasa? ¿Es que tiene el culo de oro, o qué?
—Bueno ¿y qué más?
—Casi le vomito encima... —confesó Ellie, avergonzada. Escuchaba
cómo las carcajadas de su hermana traspasaban el auricular.
—Solo tú podrías hacer eso, Ellie... Ya me gustaría haber visto la cara
del hombre
—Sí, se quedó blanco como el papel. Por un momento pensábamos que
se había muerto.
Al recordarlo, Ellie estalló en risas.
—Me lo imagino.
—Al menos no soy la única que lo considera insoportable. ¡El idiota
pomposo casi es asesinado por un hombre en el avión!
—¿Por qué?
—El hombre que estaba sentado al lado de él tenía una pierna cruzada
que le estaba dando todo el rato. (cabe añadir que se había quitado los
calcetines), y al estúpido lo único que se le ocurrió fue... ¡quemarle con el
ordenador caliente!
—¡Qué dices! —dijo Ada, volviendo a reírse solo de imaginarse la
escena.
—¡El tipo casi lo descuartiza!
—Ya me cae bien.
—Oh, no, créeme, lo odiarías. ¿Sabes cómo se ha vengado de mí?
¡Porque estoy segura de que es una jodida venganza!
—¿Cómo?
—¡Ha hecho que me den la peor habitación del hotel! ¡Y el muy cabrón
es asquerosamente rico! Solo tienes que ver el hotel. ¡No me extrañaría que
me hubiera endilgado la habitación donde las señoras de la limpieza
guardan los productos químicos!
—Bueno, Ellie... Eso sí que es de ser un capullo.
—¡Oh! Le tengo un asco...
—Al menos estás en Roma. En cuanto te den un tiempo libre, sal a
pasear. Te vendrá bien para despejarte. Y por el amor de Dios, ¡saca muchas
fotos! ¡Quiero verlo todo! Serás nuestros ojos —le pidió Ada, soñadora.
—Desearía que estuvierais aquí conmigo...
—Y nosotros...
—Bueno, Ada, me encantaría seguir hablando contigo, pero tengo que
irme. Aquí ya es tarde y estoy segura de que el odioso me reclamará
mañana temprano.
—Vale, hermana.
—Te quiero infinito —dijo Ellie, empleando una frase que usaban las
dos hermanas frecuentemente durante su infancia.
—Te quiero sempiterno.
Cuando Ada cortó la llamada, Ellie se sintió vacía.
Echaba de menos a sus hermanos. Aquello se le estaba haciendo más
duro de lo que jamás se hubiera imaginado. Estaba cavilando sobre esto
mientras abría la maleta que había traído consigo misma y cogía el camisón
que le habían regalado sus dos monstruitos. Sentía tanta soledad que, con
tal de sentirles más cerca de ella, decidió dejar atrás todas las restricciones
autoimpuestas sobre su cuerpo y fue al baño, que estaba al lado de la puerta,
a ponérselo.
Después de sentir la suavidad del camisón al deslizarlo por su figura,
cogió fuerzas para mirarse en el espejo que presidía el baño. Lo que vio allí
la dejó anonadada.
Estaba sexy. Se sentía preciosa. Aquella maravilla de seda negra se
adhería a sus caderas a la perfección, confiriéndole una imagen de sensual
voluptuosidad. Las piernas, que eran su perdición, parecían un poco más
estilizadas que con la vestimenta que solía usar siempre, reflexionaba
mientras se observaba con ojo crítico. Decidió que había sido una estúpida
por no ponérselo antes. Le sentaba perfecto y se sentía bonita.
Al menos aquella noche se dormiría con una sensación de tranquilidad
consigo misma, se prometió, encaminándose a la cama, dispuesta a sumirse
en el mundo de Morfeo.

***

Ellie se sentía cayendo en una oscura profundidad placentera. Estaba a


punto, lo estaba tocando con la punta de los dedos, ahí estaba...
De repente, escuchó:
...Bhsss... BHSSSSS... Bhsss...BHSSSSS...
...Bhsss...BHSSSSS...
...Bhsss...BHSSSSS...
Algo pasó rozando su oreja, emitiendo un zumbido horripilante.
Ellie se temió lo peor.
«No será, no es posible», razonaba con su yo interior.
...Bhsss...BHSSSSS....
...Bhsss... BHSSSSS....
Ahí estaba otra vez. Esta vez no era uno, eran dos o tres. Ya había
perdido la cuenta. Escuchando con atención, encendió la luz y los vio.
Sobre ella se cernían siete mosquitos grandes como helicópteros.
«Empieza la guerra», fue el último pensamiento de Ellie.

***

Adam Henderson no podía dormirse. Estaba demasiado emocionado con la


venganza que había urdido contra su insoportable secretaria. Solo de
imaginársela viendo la habitación que la habían dado, se echaba a reír. Se lo
tenía bien merecido. Era su culpa todo lo que había tenido que pasar,
pensaba dirigiéndose a las cocinas. Nada tenía que ver el hecho de que
hubiera decidido ir a esas horas de la noche a tomarse un tentempié
nocturno, con la casualidad de que estas estuvieran en el camino a la
habitación de la señorita Rollitos. Absolutamente nada. Eran hechos
aislados por completo, se repetía mientras se acercaba a la habitación de la
susodicha. A medida que se iba aproximando, escuchaba: PUM, PUM, PUM,
PUM, cada vez con más intensidad. Siguiendo el sonido, llegó a la habitación
309 y, comprobando que la muy insensata no la había cerrado con llave,
procedió a abrir la puerta.
Lo que se encontró en el interior fue cuanto menos surrealista. Una muy
poco vestida señorita Rollitos, aunque después de verla en ese atuendo, se
replantearía seriamente aquel apodo, estaba de espaldas a la puerta y subida
en la cama... ¡propinando zapatillazos a la pared!
¡Mientras maldecía!
—Estúpido. —Zapatillazo—. Desgraciado. —¡PUM!—. Hijo de puta. —
Doble zapatillazo—. Así la palmes, cabronazo. —¡ZAS!—. ¡Vosotros
también, sanguijuelas! —gritó, saltando en la cama para intentar apresar a
su víctima—. ¡Id al infierno con el cenutrio!
El cenutrio debía de ser él, pensaba Adam, anonadado ante aquel
espectáculo bochornoso. Estaba a punto de intervenir cuando vio que perdía
el equilibrio y empezaba a caerse de culo al suelo. ¡Y qué culo!, reflexionó,
anonadado. «¿Eso es lo que escondías bajo esa falda horripilante?». Al
percatarse de por dónde iban sus pensamientos, se reprendió a sí mismo, y
sin darse cuenta corrió a cogerla, intentando evitar que se matase con la
caída.
Al fin y al cabo, todavía necesitaba una secretaria, por muy
desconcertante que esta fuera.
Lo último que sintió Ellie cuando empezó a caerse de la cama fue que su
noche no podía ir a peor. Pero cuando notó que aterrizaba sobre un cuerpo
sólido y totalmente extraño para ella, supo de forma instintiva que su mala
suerte aún no había dicho la última palabra.
—¿Se ha quedado a gusto, señorita Rollitos? —escuchó que pronunciaba
una voz extrañamente sensual a la par que odiosa.
Era definitivo, había caído en el infierno y estaba sentada sobre el
mismísimo Satán.
CAPÍTULO 8

«La belleza de una mujer no está en su figura, en la ropa que viste o en


cómo se peina. La belleza de una mujer se encuentra en sus propios ojos,
porque son la puerta de su alma, la puerta en la que habita el amor».
Audrey Hepburn

Ellie no podía creer la situación en la que se encontraba metida. Sabía que


tenía mala suerte, y había aprendido —tras el derramamiento de muchas
lágrimas— a convivir con ella, pero aquello era inadmisible. El hecho de
ser pillada infraganti en plena caza «mosquitera» era ya de por sí suficiente
humillante, pero que esto fuera acompañado del discurrimiento de una serie
de insultos hacia la persona que. en concreto, la había descubierto, más aún
si este era su jefe, era cuanto menos indignante. Lo único que deseaba Ellie
en aquel fatídico momento era que se abriera la tierra y la tragase. Lo peor
era que el tipo que más odiaba presentaba indicios de haber escuchado todo
su arsenal de insultos.
«Tienes que decir algo Ellie. Lo que sea», se apremió a sí misma. No
quería ni darse la vuelta para evitar constatar que el hombre, sobre el que
todavía se encontraba sentada, era muy real.
Dando un respingo, se apartó con torpeza de encima del regazo del
susodicho.
—¿Qué hace usted en mi habitación? —inquirió tartamudeando un poco.
Nadie podía culparla de denotar aquella inseguridad. Había sido cazada
injuriando al que le proporcionaría el sueldo.
Adam se lo estaba pasando en grande notando el nerviosismo de su hasta
entonces descarada secretaria.
—¿Tiene por costumbre dejarse las puertas abiertas? Debería pensar un
poco más en su seguridad, y más cuando piensa vestir este tipo de... prendas
—le contestó a la par que sus ojos reflejaban una intensidad que Ellie fue
incapaz de descifrar.
Claro que tampoco le dio demasiado tiempo a meditar sobre aquel
hecho, porque las palabras referidas a su flamante y recién estrenado
camisón la arrollaron.
«¡¿QUÉ?!», pensaba a la vez que procedía a taparse con desesperación. Al
ver la actitud que demostraba tener su secretaria, Adam no lo pudo evitar y
se echó a reír. Empezaba a encontrar sumamente divertido atormentar de
cualquier manera a la señorita Hawk, ya que esta, cuando parecía
encontrarse en un aprieto, tendía a componer una serie de expresiones muy
especiales, como aquella en la que estaba enrojeciéndose mientras se tapaba
como si se tratara de alguna virgen pudorosa.
—¡USTED! ¿De qué diablos se ríe? ¡Fuera de mi habitación! ¿Cómo se
atreve? —le contestó Ellie, enfurecida, tratando de reunir algo de la
dignidad perdida.
—¿Que cómo me atrevo, pregunta? Si no fuera por mí, ¡se habría
desnucado! —le espetó él, indignado—. Y por si no lo sabe, este es mi
hotel. Todo esto está pagado por mí.
—Bueno, gracias por interrumpir mi caída, pero eso no le exime de
culpa. Hay algo que se llama intimidad, y debe ser respetada. ¡Ah! Y esa es
otra. No crea que no me he dado cuenta de que se las ha ingeniado para que
me den la peor habitación del hotel.
—¿Cómo se le ocurre acusarme de tal vileza? —le preguntó Adam,
fingiendo estar ofendidísimo.
—¡No se haga el tonto, que ya empiezo a conocerle!
Adam se dio cuenta, sorprendido, de que aquella mujerhabía despertado
su curiosidad. No podía creer lo que veía, a pesar de haber estado tocándola
hacia escasos segundos.
A sus ojos, la señorita Hawk parecía un fenómeno sacado de algún
programa de misterio.
No es que la mujer le atrajese de alguna manera. Ni aunque el infierno se
congelase podría hacerlo, se convenció a sí mismo. Lo que no entendía era
cómo había podido estar ocultando aquellas curvas durante tanto tiempo. Se
trataba de mera curiosidad científica, como si ella fuera parte de un
experimento de laboratorio indescifrable, pensaba Adam. Seguía estando
gorda, claro, pero aquel camisón debía obrar maravillas en ella, era como
un puzle sin resolver. Alguien debería quemarle esa ropa espantosa, pensó.
Sin embargo, ese alguien no sería él. Aquella situación había despertado su
interés. Por muy extraño que pareciera, y sin querer entrar a reflexionar
demasiado acerca de eso, repentinamente no quería que esa mujer vistiera
otro tipo de ropas más que con las que a menudo iba ataviada. Aquello era
algo que había descubierto él, y hasta que no averiguara más sobre ello, no
deseaba que la señorita Rollitos se expusiera de otra forma, decidió.
Aun así, no por ello iba a cesar de atormentarla sobre eso. Muy en el
fondo, y aunque prefiriera morir a reconocerlo, disfrutaba bastante de sus
escaramuzas. Aquella mujer lo desafiaba y no tenía problemas en decirle lo
que pensaba de él.
Sin duda, eso en su mundo era muy raro de encontrar.
—¿Piensa que usted es lo suficiente importante para mí, como para que
tenga que mentir? —le planteó, curioso por cuál sería su siguiente respuesta
—. De hecho, no tengo por qué dar explicaciones ante usted ni ante nadie,
pero iba a la cocina a tomar algo cuando la escuché dar zapatillazos desde
el pasillo. ¿No sabe que puede despertar a los demás huéspedes? ¡Por no
hablar de que se dejó la puerta abierta!
—¿Y porque la haya dejado abierta se cree con el derecho a entrar?
—¡Oiga! Aquí el que ha sido maldecido repetidamente he sido yo ¿Qué?
¿Cómo me ha llamado? ¿«Cenutrio»? Eso sin mencionar el resto de las
perlitas que han escapado de su boca. ¡Usted es una insolente! No olvide
que soy su jefe.
Ante aquello, Ellie no supo qué responder. El tipejo tenía razón. Odiaba
que la hubiera descubierto en aquella situación, detestaba estar expuesta
ante él de aquella forma. Y lo peor es que no parecía tener ninguna
intención de marcharse.
Ellie determinó que, si quería salir de aquella situación de la forma más
digna posible, tenía que ceder, por mucho que le pesara.
—Lo siento. Ahora, ¿podría marcharse por favor?
—Póngase algo decente —le ordenó, dirigiéndole una última mirada a la
vez que se levantaba del suelo y se encaminaba a la salida—. La espero en
la cocina.
—¿Cómo dice?
No podía creerlo. Se negaba a estar un minuto más de lo necesario en
presencia de aquel pretencioso. El hecho de haber tenido que pedirle perdón
por haber sido descubierta desahogándose todavía le escocía.
—No ha cenado, ¿verdad? Yo tampoco. Además, en vista de que se
encuentra muy cómoda con esas piernas gordas como tubos de la
construcción, debería comer algo.
«¡OH! ¡Te mataré, hijo de puta! ¿Tubos de la construcción, dices?»,
pensaba Ellie, agarrando una de las zapatillas deportivas que había dejado
tirada por el suelo. Se esmeró por lanzársela, pero Adam fue más rápido.
Salió de la habitación sin mostrarle la sonrisa que le sacó, evitando la
zapatilla voladora.

***

Cuando Ellie se quedó sola en el dormitorio, comenzó a darse golpetazos en


la cabeza de la frustración que sentía.
—¡Estúpida, estúpida! ¿Por qué siempre te tienes que poner en esta
situación? —se reprendía a sí misma.
Encima ahora tenía que ir a la cocina con aquel idiota, se lamentaba.
Fantaseaba con decirle que no y mandarle al cuerno, pero sospechaba que,
tras aquello, su trabajo pendía de un hilo. No... Tendría que ir, resolvió,
quitándose el camisón y tirándolo a un rincón lejano del cuarto.
No quería verlo en una buena temporada.
Tras esto, procedió a vestirse lo más cómoda posible. Todo el
sentimiento de seguridad que la había embargado se había esfumado en el
momento en que el tipo abrió su estúpida boca, pero lo peor de todo era
que, durante una fracción de segundo, pensó, odiándose a sí misma, su
sistema nervioso se había sentido extrañamente alterado entre sus brazos.
«Creo que mejor iré a la cocina, sí. A ver si puedo encontrar un cuchillo
carnicero con el que apuñalarme a mí misma», meditó mientras se dirigía
hacia el lugar en el que había quedado con su jefe.

***
Cuando Ellie consiguió encontrar las cocinas con un poco de ayuda de las
señales, se quedó anonadada. El sitio era inmenso, y con electrodomésticos
que serían extremadamente caros, calculó. En el centro se encontraban los
fogones, y alrededor había distribuidas lo que creyó que serían varias
neveras, así como muebles para guardar todo tipo de productos
alimenticios. Cuando localizó a Henderson, pudo constatar que se
encontraba sentado encima de una banqueta que daba a un mostrador en el
que se prepararían los platos de repostería.
—¡Es inmensa!
Cuando la escuchó, Adam se giró hacia para posar su mirada en ella.
—Sí, se necesita mucho personal para poder atender a tantos clientes
—Lo que no entiendo todavía es por qué me ha hecho venir.
—¿No? Es bastante sencillo. Está aquí para cocinarme.
—¿Qué? —preguntó una cada vez más sorprendida Ellie.
—No creería ni por un momento que cocinaría yo, ¿no?
—No estoy segura de hasta qué punto el hecho de cocinarle entra en mis
funciones como secretaria.
—Entre las de secretaria no, pero sí entre las de asistente personal. Deje
de quejarse y póngase un delantal. Nunca vi a nadie tan reticente en una
cocina.
Ellie realmente sentía deseos de acuchillarle. ¿La había incordiado a esas
horas de la noche para que le cocinara? Si le quedaba alguna duda de que
Henderson estaba loco, fue disipada en aquel momento.
Sin embargo, no le quedaba otra. Estaría atada a aquel estúpido lo que
durara el periodo de prueba, y ya había cometido muchos errores con él.
—¿Dónde está el delantal?
—Ahí —dijo Adam, señalando una esquina. Vio cómo Ellie se dirigía
hacia el lugar indicado y se lo ataba a la cintura.
—¿Qué desea comer?
—Una ensalada.
«¿Una ensalada? ¿Qué eres, un conejo?», pensaba Ellie, preguntándose
si el hombre comía algo que no fueran vegetales. Durante el transcurso del
viaje apenas le había visto probar bocado a nada, y ahora, tras un día entero
sin comer, se limitaba a pedirle una ensalada.
—De acuerdo —accedió. Mientras, rebuscaba en aquella cocina
descomunal hasta encontrar los ingredientes que iba a necesitar.
Ahora que lo pensaba, con los nervios del viaje —sin contar con que
había echado el precario desayuno de aquella mañana— ella tampoco había
comido mucho, y el hecho de estar preparándole la comida al estúpido le
abrió el apetito. Si iba a hacer aquello, lo haría bien, pensó, fantaseando con
el plato de pasta que planeaba hacerse mientras silbaba una canción que le
había enseñado Ada.
Adam había estado callado desde que la muchacha había comenzado a
cocinar. Sin embargo, el comportamiento raro que había observado que
tenía cuando subieron al coche seguía permaneciendo en su cabeza.
Convenciéndose a sí mismo de que era necesario saberlo —porque mientras
fuera su secretaria se tendría que subir más veces a uno—, le preguntó:
—¿Es que tiene miedo de los coches?
—¿Eh? —preguntó Ellie, tensándose.
—Le pregunto si teme subirse en un coche.
Ellie no quería contestarle. Henderson no tenía por qué saber eso, era
algo totalmente personal y que no tenía ningún deseo de compartir con él.
—No entiendo a qué viene esa pregunta.
—Espero que sepa que siendo mi secretaria deberá aprender a convivir
con la idea de que en más de una ocasión tendrá que subirse en alguno.
—Lo sé, no hace falta que usted me lo diga.
—Ahora bien: ¿le teme?
—No creo que eso sea algo relevante ahora mismo. No tiene de qué
preocuparse, cuando tengamos que subirnos en uno, lo haré —le contestó
Ellie, apretando los dientes mientras cortaba la cebolla.
—De acuerdo.
En realidad, no le importaba si ella quería cerrarse como una concha
cuando intentaba sacar el tema. Aunque en el fondo no entendía por qué
alguien tan directo y sincero como la señorita Hawk eludiría un tema como
aquel de esa manera.
Ellie, por su parte, se negaba en redondo a contarle a aquel hombre
odioso algo que era tan importante para ella. Ese tema nunca lo tocaba
abiertamente. La muerte de su padre era un tabú para ella. Estaba siempre
presente entre su familia, pero nadie hablaba sobre ello. Si no lo hablaba
con sus hermanos, no había forma de que lo tratase con el hombre que
siempre estaba haciéndole la vida imposible.
—Aquí tiene —le dijo, pasándole el plato de ensalada que acababa de
terminar.
Adam lo miró y le sorprendió encontrar una carita sonriente hecha con
los tomates y el pepino.
«¿Es que le encanta hacer caras con la comida?», se planteó, estudiando
el plato.
Primero en el chocolate, y ahora en la ensalada.
—¿Usted qué va a comer? —la interrogó cuando un olor delicioso
impregnó la cocina.
—Pasta a la carbonara —le contestó, sonriendo al imaginar lo bien que
sabría.
—¿A estas horas? ¿Sabe lo que engordan los carbohidratos por la noche?
—Oiga, ¿me meto yo acaso con sus hábitos alimenticios? Cállese y
disfrute de su ensalada, que yo mientras me deleitaré con un plato de
carbohidratos bien rico.
—¡Es usted incorregible! —le reprochó Adam, consternado—. ¡Ni
siquiera trata de cuidarse un poco!
—La vida está para disfrutarla, que es muy corta.
—Más se le acortará como no empiece a controlar lo que come.
—Ahora comprendo por qué está tan amargado. ¡Con tanta lechuga y
apio, parece una jirafa! Aunque claro, eso sería insultar a las pobres jirafas,
animales preciosos y pacíficos.
—¿Qué me acaba de llamar?
—Solamente digo que, en algunas ocasiones, no está mal que uno se dé
una alegría al cuerpo.
—En su caso, diría que usted se da más de una —añadió, mirándola de
arriba abajo.
Ellie apretó los dientes. Algún día, aquel idiota se las pagaría, ya fuera
cuando no estuviera cubierta de deudas hasta la coronilla o cuando su
paciencia se agotara. Aún no sabía determinarlo; lo que sí sabía hasta la
médula era que ese tipejo la escucharía.
—Una y las que hagan falta —le espetó ella en respuesta, mientras se
giraba para verter en el plato la porción de espaguetis que se le antojó.
Se iba a echar mucho. Que se jodiera. Si le molestaba verla comer, la
vería pero bien.
Puso el plato enfrente de él y, mirándolo fijamente a los ojos, se llevó
una buena cantidad a la boca ante la mirada horrorizada de él.
Compuso una mueca de satisfacción a la vez que relamía el tenedor.
—Riquísimo.
—¡Carece de cualquier tipo de modales! —se quejó Adam con
amargura.
—Vaya, ya entiendo lo que ocurre, usted me tiene una envidia que no
puede con ella.
—¿Envidia? ¿De usted? —preguntó al tiempo que soltaba una carcajada.
—Sí, nada más hay que ver su cara. No se atreve a comerse un plato a
estas horas, mientras yo, con mis kilos de más y todo lo que usted quiera,
estoy aquí disfrutándolo sin complicaciones.
Adam no podía creer que aquella descarada le soltara todo eso a la cara
sin inmutarse.
—No es que no me atreva o cualquiera de las tonterías que usted está
soltando por esa boca. Es una regla básica de la vida saludable.
Ellie, quien estaba acostumbrada a tratar con el ego masculino de su
hermano Chris, recurrió a la frase clave que, bajo su experiencia, obligaba a
que un hombre se precipitara a cumplir con lo que hubieran apostado.
—Lo que pasa es que no tiene huevos para probar este plato delicioso.
—¡¿Qué no tengo huevos?! —preguntó Adam, boquiabierto porque la
palabra «huevos» hubiera salido de los labios de su secretaria, aun así, era
imperativo que defendiese su orgullo masculino—. Ya veremos si los tengo
o no. Póngame un plato.
«Te tengo», pensó Ellie con satisfacción. No tenía que sonreír o se
echaría para atrás, pero le estaba costando tanto no hacerlo...
—¿Cuántos espaguetis quiere? ¿Dos? ¿Desea que los cuente?
—¡Será posible! No acostumbro a comer como una vaca, como usted,
pero puedo intentar comerme un buen plato.
—No sé si sabe que las vacas son herbívoras, y usted es el único que
come vegetales aquí. ¿Realmente me está llamando vaca... una vaca? —se
rio Ellie a la vez que le servía el plato.
—¡Usted! Es totalmente desesperante. Todavía me pregunto en qué
diantres pensaba Sasha al contratarla. ¡Es lo menos parecido a la señora
Spark de lo que podría encontrar uno en el mercado laboral! —le recriminó
Adam, mirando temeroso la cantidad de pasta que ella le ofrecía.
—Oh, la verdad que, mientras estemos en Roma, me importa un comino
lo que usted piense sobre cómo debería ser o no. Aunque mire, siendo
sincera, ya estemos en Roma o en la China, en general me da bastante igual
lo que opine sobre mí —declaró Ellie, llevándose otro trozo enorme de
pasta a la boca. Saboreándolo, le guiñó un ojo.
Aquello desconcertó a Adam, quien acostumbraba a tratar con una serie
de mujeres a las que sí les importaba lo que la sociedad pensara sobre ellas.
Por un momento, en aquella cocina no supo qué decir ante la afirmación de
su secretaria, quien por cierto parecía que estaba disfrutando a lo grande la
comida.
Ellie pudo observar cómo Henderson miraba su plato con la duda
reflejada en los ojos. Podía ver que en su interior se producía una lucha de
voluntades: hacer lo correcto VS. contrariar a su secretaria. Al parecer debió
ganar esta última, porque pudo ver cómo Adam enrollaba mucha cantidad
en su tenedor y se lo introducía a la boca.
—Bien hecho.
Adam iba a gruñir cuando comprobó, ante su total estupefacción, que los
espaguetis se le empezaban a deshacer en la boca. La muchacha pudo ver la
transformación que sufrió la cara, por lo general, amargada del estúpido en
auténtico placer.
Casi se echa a reír. Casi. Pero no podía hacerlo. Con lo orgulloso que
era, si se lo recriminaba en ese momento, se cerraría en banda.
—¿Qué tal?
—No está mal —reconoció Adam a regañadientes, mirando extrañado el
plato.
—Eso creía.
Ambos terminaron de comer en silencio. Luego, Ellie fregó los platos, y
antes de que cada uno se fuera a su habitación, acordaron verse al día
siguiente para iniciar la investigación de campo del hotel.

***

A la mañana siguiente, Adam se despertó en su cama muy disgustado


consigo mismo. Sudores fríos le recorrían todo el cuerpo semidesnudo. No
podía entender qué demonios le estaba pasando. Debía estar perdiendo la
cabeza por culpa de aquella muchacha incorregible.
Todavía no podía creer que hubiera tenido aquella pesadilla. Había
soñado con que su desconcertante secretaria, ataviada con el dichoso
camisón negro, le azotaba la espalda con un espagueti a modo de látigo,
mientras gritaba «COMA, COMA, COMA, PERRO SARNOSO». Lo peor
es que durante el sueño se veía a sí mismo engordando hasta acabar
estallando y sus órganos salían volando del poder de la explosión.
Una auténtica pesadilla.
Tenía que alejarse de aquella mujer como fuera, pensaba, desesperado,
mientras acababa de vestirse. Abrió la puerta, dispuesto a encarar un nuevo
día, y lo que se encontró en la puerta le dejó noqueado.
—Buenos días, señor Henderson —le saludó una sonriente Ellie—.
Espero que hoy nos llevemos bien, ¿sí? Avíseme si quiere que le prepare
otro plato de pasta.
Pasta. Espagueti. Azotes. Camisón.
Adam se quedó blanco.
«Esta mujer es ineludible».
CAPÍTULO 9

«No tengo dolores, solo cansancio, y, como es normal, muchas veces


desesperación. Una desesperación que ninguna palabra puede describir. Sin
embargo, tengo ganas de vivir».
Frida Kahlo

Ellie estaba dispuesta a empezar aquel día con una sonrisa. Iría como la
seda, sin ningún percance. Actuaría en su rol de secretaria fenomenal y
Henderson se metería la lengua en el culo durante al menos veinticuatro
horas.
El hecho de que le hubiera preparado una deliciosa pasta y el que tuviera
que forzarle a comérsela a regañadientes eran menudencias. Había supuesto
una ofrenda de paz, reflexionaba Ellie mientras se acercaba a la habitación
de su jefe, vistiendo una sonrisa.
Había tenido que preguntarle a los de recepción cuál era su habitación,
porque el idiota había sido incapaz de comunicárselo. ¡Qué vergüenza había
pasado! Al principio, la recepcionista la había mirado sin comprender lo
que quería decir.
«Seguro que este hombre tiende a recurrir a la prostitución. Si no, ¿quién
podría aguantarle? Debe pensar que soy algún tipo de prostituta que este
hombre ha solicitado. Pero espera, Jeray me dijo que tenía novia, la que me
hizo la entrevista... ¿Qué verá en él? A mí me cuesta horrores soportarle,
incluso con todos esos ceros que venían escritos en el contrato», divagó
Ellie.
Al ver que la mujer se había quedado callada, tuvo que explicarle que era
la nueva secretaria del señor Henderson. Esta, al escucharla, le había
dirigido una despectiva mirada de arriba abajo, como si dudase de aquella
afirmación.
«Vaya, quizás no, aunque en las películas siempre es así. ¡Menuda
maleducada, mirándome de esa forma! ¿Es que toda la gente con la que
trabaja Henderson —incluido él, claro— ha asistido a la misma universidad
de la estupidez...? En caso de que existiera, seguro que este hombre se
graduaría con honores de ella. ¡O mejor! ¡Sería el rector de esa
universidad!», había pensado Ellie, ofendida, cuando consiguió sacarle la
información que quería obtener de la mujer.
Pero incluso con eso, había decidido mantenerse optimista. Se había
mentalizado de que sería un día estupendo. Cuando alcanzó la habitación
del estúpido de su jefe, miró su reloj. Las diez de la mañana. No era una
mala hora para tocar a la puerta. Al fin y al cabo, era el día en que tendrían
que investigar qué era lo que estaba pasando con el hotel.
Se disponía a llamar a la habitación cuando esta se abrió sin darle tiempo
y un ojeroso Adam apareció ante sus ojos. Componiendo una sonrisa, le
saludó:
—Buenos días, señor Henderson. Espero que hoy nos llevemos bien,
¿sí? —le dijo en son de paz—. Avíseme si quiere que le prepare otro plato
de pasta.
Lo siguiente que vio Ellie fue que Henderson abría mucho los ojos
mientras se ponía blanco como el papel y la apuntaba con el dedo índice.
—¡USTED! ¿¿Qué diablos echó anoche en la pasta?? ¿O fue en la
ensalada? ¿Algún tipo de droga extraña? Exijo que me lo diga de inmediato.
«Adiós a mi día grandioso», se despidió Ellie de sus ilusiones.
—¿Me está acusando de drogarle? —le preguntó tranquilamente.
—¡No lo niega!
—Ni afirmo ni desmiento.
—¡¡Está usted loca!! —le recriminó Adam, afectado—. ¡Estoy en manos
de una chalada!
—¿Realmente cree que le drogaría? —le preguntó, y tras reflexionar
sobre ese punto, añadió con descaro—: Si le drogara, ¿me subiría el sueldo?
—¿Qué dice? ¡Por supuesto que no! Estaría frente a un juez en menos de
lo que canta un gallo.
—¿Lo ve? No gano nada con ello. Por lo tanto, no lo haría. Aunque, en
lo personal, creo que sería muy divertido verle de esa guisa.
La boca de Adam cayó desencajada de la sorpresa al escuchar eso.
—¡Usted desvaría!
—¿No era Ámsterdam uno de los lugares donde teníamos que ir? Tengo
entendido que allí la droga está legalizada —le comentó Ellie, emocionada
—. ¡Podría probar un poco! ¡Comerse un muffin de esos de marihuana! O,
bueno, espere... ¿cómo se me ocurre? ¡Con la cantidad de calorías que
tiene! Usted mejor tómese un tecito.
Adam no podía creer lo que aquella mujer estaba diciendo, de verdad
que no. Toda la situación en sí era surrealista. Apenas podía articular
palabra. De hecho, sentía que le estaba subiendo la tensión, y él no era
hipertenso.
A pesar de lo que le había dicho, ella repelía por completo todo lo
relacionado con las drogas, pero había considerado necesario darle una
lección.
Al ver la cara que componía su jefe, Ellie decidió apiadarse de él.
—¿No ve que estoy de broma? No tomo drogas, pero en el muy remoto
caso de que me planteara siquiera probarlas, usted sería la última persona a
la que pediría que me acompañase.
—¿Broma? ¿Qué clase de bromas hace usted? ¡Como si yo tuviera la
menor gana de acompañarla en esa locura que plantea! —la espetó Adam,
un poco más relajado tras la confirmación de que ni había sido drogado ni
tenía por secretaria a una drogadicta.
—Bueno, bueno..., dejemos de lado todo esto. ¿Ha desayunado?
—¿No ve que acabo de salir de la habitación?
Ellie reprimió las ganas de poner los ojos en blanco.
—Perfecto. ¡Tenemos que hablar sobre cómo vamos a empezar la
investigación! Pero primero... —añadió, simulando dramatismo mientras se
dirigían a la planta de abajo—. ¡Tenemos que ponerle nombre!
—¿De qué habla? —la preguntó, mirándola con sospecha.
Tras la conversación que habían mantenido hacía escasos minutos,
dudaba de lo que pudiera salir por aquella boca.
—Sí, ¡en las películas siempre se hace! Cuando se quiere descubrir qué
está pasando, siempre le ponen un nombre. Podríamos llamarla... Umm...
¡Operación sombra!
—Creo que ese ya existe. Es la de Jack Ryan —dijo Adam, sin poder
resistirse a señalar el error.
—¡Oh! Entonces... ¡Operación «descubriendo al mamón»!
—¿No ve que nada de lo que dice tiene sentido?
—Por supuesto que lo tiene. ¡Si se le pone nombre a la investigación,
habrá más posibilidades de resolver el caso!
—¿Qué caso? Esto no es ningún caso, señorita Hawk. Deje de tomárselo
a broma. Aquí hay mucho en juego. Este hotel es una parte muy importante
de mi familia, y tengo la intención de que esta situación se trate con toda la
seriedad posible.
—Por supuesto que me tomo esto con seriedad. Lo único que trataba de
hacer era aliviar algo de la tensión que continuamente desprende por los
poros de su piel.
Finalmente alcanzaron el comedor principal. Ellie comprobó,
boquiabierta, que este era enorme, mucho más grande que las cocinas. En
una esquina había dispuesto un aparador enorme repleto de todo tipo de
comidas.
«Bufé libre», se maravilló Ellie.
—Usted busque mesa. Yo tengo una cosa muy importante que hacer.
—¿El qué? —preguntó Adam curioso mientras seguía el camino de su
mirada—. ¡Oh, no! ¡Ni se le ocurra! Estamos rodeados de clientes, ¿qué
cree que pensarán si ven a mi secretaria comportándose como una
pobretona?
Ellie le ignoró y se dirigió hacia donde creía haber visto unas tortitas
recién hechas.
—¡Eh!¡Venga aquí!
Sin embargo, la muchacha siguió su camino sin dar un vistazo atrás.
Resignado, Adam sondeó el lugar en busca de una mesa, pero algo captó
su atención. En una de las mesas más alejadas del centro de la estancia, se
encontraba sentado el supervisor del hotel.
«Justo con el que quería hablar», pensó, encaminándose hacia él.

***

Ellie no podía creer la cantidad de comida que se encontraba expuesta, y


cómo toda ella tenía una pinta deliciosa. Había todo tipo de comida
europea, predominando la italiana, como era comprensible. No sabía ni por
cuál empezar a coger. Divagaba añadiendo los brownies, los pancakes y
aquella tortilla de patata que tan buena pinta tenía.
Cuando quiso darse cuenta, tenía llenos hasta arriba dos platos colosales.
«Creo que me he pasado un poquito... Como vea todo esto, Henderson se
tirará a mi yugular. Aunque, bien pensado, poco me importa. Que le
zurzan», terminó resolviendo mientras buscaba a Adam por el comedor.
Cuando le localizó, se percató de que no estaba solo. Se encontraba sentado
frente a un hombre al que ella jamás había visto.
Ellie se dirigió hacia ellos, dispuesta a unirse a la conversación. Se
apuntó mentalmente de que luego tendría que anotarlo en su memoria. Sin
embargo, estaba demostrado que la mala suerte no podía permanecer mucho
tiempo alejada deella, ya que justo cuando estaba a punto de llegar a la
mesa en la que se encontraba Adam, a uno de los niños que estaba sentado
en las proximidades se le cayó el zumo de naranja al suelo. Resultó
imposible que esto pudiera ser visto por Ellie, ya que cargaba una bandeja
con dos platos cargados hasta arriba.
Todo ocurrió en un pestañeo. Pisó el líquido derramado por un infante
ajeno a toda aquella situación, y de repente se encontró resbalando con la
bandeja a la par que veía toda su comida salir volando por los aires.
«Mierda, mierda, mierda».

***

—Entonces, ¿no cree que nada se haya visto alterado en el funcionamiento


del hotel?
—No, señor Henderson. Todo ha estado funcionando como siempre —
repuso el supervisor—. No entiendo qué puede haber estado fallando.
—¿Ha preguntado en todos los sectores? ¿Desde las limpiadoras hasta
los de publicidad?
—En todos. Nadie sabe decirme qué es lo que puede estar sucediendo.
Esas puntuaciones negativas no se corresponden con la opinión que tienen
los clientes cuando se les pasa el cuestionario de satisfacción.
—Comprendo... —respondió Adam, cada vez más preocupado.
Nada de aquello tenía ningún sentido. Si todos estaban complacidos con
los servicios proporcionados por el hotel, ¿por qué dejaban tan malas
puntuaciones en Internet?
—Lo siento mucho, señor Henderson, hacemos lo mejor que podemos.
—Estoy seguro de eso. Avi... —Pero no le dio tiempo a acabar la frase
cuando notó que algo impactaba contra su mejilla, así como el posterior
estruendo que se produjo en el comedor.
¿Qué era aquel objeto?, se preguntaba Adam, y se enfureció al
comprobar que se trataba de una tortita.
«¡¿Acabo de ser abofeteado por un pancake?!», intentaba asimilar,
girando la cabeza hacia la zona de donde había procedido el estruendo, así
como el dulce asesino. Su cara fue todo un poema al constatar la identidad
de la que no cesaba de violentar su estabilidad emocional. La torpe de su
secretaria se encontraba sentada sobre un charco en el suelo, rodeada del
resto de comida que no había llegado a otras mesas.
—¡¡Ay, Dios!! —se quejaba ella, intentando levantarse del suelo sin
éxito—. ¡Qué mal!
Al final, fue ayudada por la madre del niño que había derramado el
zumo.
La mujer no paraba de disculparse.
—¡Cuánto lo siento! Mi hijo tiró el zumo sin querer... Es que aún está
aprendiendo a comer en la mesa...
—No se preocupe —la tranquilizó Ellie, sonriendo—. Mis hermanos
eran iguales.
Adam todavía no podía asimilar la cantidad de problemas en los que le
metía aquella mujer. ¡Era un peligro andante! Si la gente descubría que era
su secretaria, la imagen de la empresa se vería irremediablemente afectada.
Pero lo peor de todo era que, en aquel momento, ella había posado la
mirada en su dirección.
¡Estaba dispuesta a ir hacia ellos después de la que había armado!
«OH NO, NO, ¡NO! De ninguna manera pueden relacionarme con ella»,
pensó frenético Adam, a la vez que miraba hacia todos los lados, intentando
elaborar un plan de salida.
—Ya hablaremos, tengo que irme —le dijo de forma atropellada al
supervisor, que no había apartado la mirada de la escena ridícula que había
protagonizado la incompetente de su secretaria.
—De acuerdo, señor Henderson.
Se notaba que estaba conteniendo a duras penas la risa que le había
producido aquella visión de su jefe siendo abofeteado por una tortita
voladora.
Adam se levantó como un rayo, y mirando a Ellie, le trasladó una única
pero contundente advertencia: «Ni se le ocurra acercarse a mí en este
momento».
Tras esto, abandonó el comedor como si este estuviera en llamas.
Ellie no lograba comprender por qué el hombre había salido de la
estancia con aquella rapidez. Estaba tan acostumbrada a que aquellas cosas
le pasaran a diario, que a veces olvidaba que el pretencioso de su jefe no
concebía nada menos que la perfección absoluta.
«Ni que fuera Usain Bolt».
Cuando se dio cuenta de que el tipejo había salido huyendo porque se
avergonzaba de ella, se enfureció.
¡No había sido su culpa! Esas cosas pasaban, pensó, rabiosa.
Hablaría con él.
Agarró dos brownies que se habían salvado de caer al suelo o a otra
mesa cercana y se disculpó con los trabajadores que se encontraban
recogiendo aquel desastre. Cogiendo aire, se encaminó hacia la reprimenda
de su vida.

***

Ellie le encontró sentado en uno de los sillones de la recepción. Pudo


observar que sus facciones denotaban estar muy enfadado. Claro que ella no
se sentía mucho mejor. Tenía todo el culo empapado y la falda que vestía
aquella mañana estaba completamente arruinada por el zumo.
—¿Cómo ha podido?
—No ha sido aposta, se lo aseguro. No vi que había líquido en el suelo y
me resbalé.
—¿Sabe la imagen que ha dado?
—¡Siempre está con esa palabra en la boca! Tenga claro que no me he
caído por gusto.
—Me ha avergonzado delante del supervisor del hotel. No se me ponga
encima insolente.
Aquello impactó a Ellie. Ahora sí que la había hecho buena... No era su
intención que todo eso se desarrollara de aquella manera.
—Lo siento... no sabía que era el supervisor —se disculpó, sintiéndose
más afectada.
—¿Cómo cree que puedo presentarla a nadie, si cada vez que me giro
está llamando la atención de esa manera tan bochornosa?
—Lo lamento, de verdad, pero en esta ocasión no ha sido mi culpa.
—¡Es un imán para las desgracias!
—No sé si sabe que estas cosas ocurren a diario. Incluso a una secretaria
de alta dirección. Somos personas, no robots.
—A la señora Spark jamás le ocurrió algo así —le echó en cara Adam,
comparándola por enésima vez con su predecesora.
—¿Quiere parar con eso? Asuma de una vez que no soy la señora Spark.
Atraigo la mala suerte, siempre lo he hecho, desde pequeña. No es mi culpa.
—Deje de decir estupideces, eso de la mala suerte solo son excusas
baratas para no asumir que es una incompetente.
Ellie apretó los dientes. El tipo era insoportable. Le había costado
muchísimo reconocer aquella faceta suya, y él se la había echado en cara
como si nada.
Si no la creía, allá él.
—De acuerdo, lo que usted diga. ¿Podemos hablar sobre cómo vamos a
llevar a cabo la investigación? —dijo al tiempo que se llevaba uno de los
brownies a la boca.
—¿Ha sustraído un brownie? —preguntó Adam, anonadado ante la
desfachatez que demostraba tener la señorita Hawk.
—Era parte de mi desayuno —explicó Ellie, masticando mientras
arrastraba una silla que había encontrado para sentarse frente a él—. De
hecho, le he traído uno. Ha salido despavorido del comedor y no ha comido
nada.
—¿De quién es la culpa de que haya tenido que marcharme de mi propio
comedor? —Adam fulminó con la mirada al brownie que le ofrecía—.
Aparte eso de mí.
—Como quiera. Más para mí —accedió Ellie, dándole otro bocado al
delicioso bollito.
—¡Es usted muy vulgar! Como siga así, no habrá transporte alguno que
pueda trasladarla.
—Con lo que voy a recibir por este trabajo, mandaré que me construyan
uno especial. ¡Mire el Papamóvil! Pues de ese estilo.
La referencia al coche del Papa casi provocó que a Adam se le saliesen
las órbitas de los ojos.
Aquella mujer no tenía ningún tipo de clase o elegancia.
—Ni siquiera sé qué decir a eso.
—Entonces no diga nada. Ahora, ¿podemos hablar de cómo vamos a
llevar a cabo la investigación?
—Si su torpeza no hubiera interrumpido mi conversación con el señor
Alladio, a lo mejor ya habríamos llegado a alguna conclusión.
—Podríamos preguntar personalmente a cada sector, si creen que algo
está fallando.
—Ya me ha comentado el supervisor que lo hizo y desconocen cuál
puede ser el motivo.
—No se ofenda, pero ningún empleado contaría a un jefe todos los
errores que se cometen a diario o si están disconformes con algo.
—Veo que no es su caso.
—No estamos hablando de mí. Usted sacaría de quicio hasta a Piolín, y
para cabrear a un canario, que llama a su potencial cazador lindo gatito,
imagine cómo tiene que ser uno...
—¿Le importaría dejar esas referencias tan extrañas de lado?
Compórtese como alguien normal.
—Le aseguro que soy muy normal.
—Lo dudo mucho. Nada de lo que hace se podría definir como usual.
Poniendo los ojos en blanco, Ellie trató de encaminar el tema a lo que
realmente la interesaba.
—Entonces ¿qué? ¿Cómo lo hacemos? ¿Usted se encarga de interrogar a
los de recepción y yo al de limpieza y cocina?
«La idea no está mal», pensó Adam, aunque jamás se lo reconocería en
voz alta.
Antes muerto.
—De acuerdo. Hagámoslo así —accedió Adam—, pero no diga que es
mi secretaria.
—Es usted un cobarde.
—¿Me acaba de llamar cobarde?
—Sí.
La mataría.
Aquella mujer no podría sobrevivir a aquel viaje. Era totalmente
desesperante.
—No pueden relacionarla conmigo. No después del espectáculo que ha
montado en el comedor. ¡Ni que fuera esto una clase de circo!
—No lo diré, pero no por las razones que usted cree. De saber que soy su
secretaria, no me dirían nada, ¿comprende?
—Hágalo como desee, pero ante todo no nos ponga en ridículo.
—Sí, sí... —le aseguró Ellie, abandonando la recepción dispuesta a
cambiarse de ropa.

***

Durante toda la mañana, ambos estuvieron indagando por si algún


empleado no estaba de acuerdo con la forma en la que se estaban haciendo
las cosas o si habían visto que alguien hubiera estado realizando mal su
trabajo. Ellie descubrió que las limpiadoras no estaban contentas con el
trato recibido por el resto de los empleados. Creían que las consideraban
inferiores. Sin embargo, nada parecía salirse de la normalidad. Todo aquello
se estaba volviendo cada vez más extraño, reflexionaba tras acabar de
hablar con el personal de cocina. ¿Sería algún tipo de conspiración contra la
empresa? No podía entender qué estaba fallando. Esperaba que Henderson
hubiera podido sonsacarle algo al personal de recepción, pero intuía que
esto no pasaría.
En aquel momento, Ellie se encontraba en la recién descubierta sala de
entretenimientos que tenía el hotel cuando se comenzó a sentir observada.
Buscó por la sala de dónde podría venir esa sensación, pero no encontró a
nadie. Debían ser imaginaciones suyas, aunque la percepción persistía. De
repente, su teléfono vibró y relegó aquella información transmitida por sus
sentidos al lugar más lejano de su mente.
Observó la pantalla del móvil que le había proporcionado la empresa.
Ponía:
Mensaje entrante de El Desgraciado:

En diez minutos en mi habitación.


Al menos en esta ocasión le había proporcionado más margen de tiempo
para llegar, reflexionó, divertida, saliendo de la estancia. Ajena a todo, no
reparó en que alguien con intenciones desconocidas había estado estudiando
sus movimientos durante todo el rato.

***

Cuando Ellie se reunió con Adam dentro de la habitación de este, no salió


de su asombro a causa de la misma. Era enorme y muy cara. ¡Tenía hasta
despacho! No había podido ver el baño, pero no se hubiera extrañado nada
si hubiera tenido jacuzzi. No obstante, no fue el cuarto lo que llamó más la
atención de Ellie, sino la manera en la que la recibió Adam.
Llevaba puestas unas gafas de pasta negras que jamás le había visto, y
por mucho que le pesara a Ellie, le hacían lucir más atractivo.
—Bonitas gafas —le elogió Ellie.
—Gracias, estaba revisando unos papeles —se excusó él, perplejo por
recibir algún cumplido de su secretaria.
—Comprendo. ¿Ha averiguado algo?
—No, ningún miembro del personal de recepción sabe nada... ¿Y usted?
—Tampoco he conseguido sacar algo en claro.
—Todo esto me resulta muy extraño.
—Sí, a mí también. ¿Cree que podría tratarse de alguna clase de
conspiración?
—No negaré que se me haya pasado por la cabeza..., pero de momento
quiero pensar que no es eso. Todo está tranquilo en la empresa.
—Por lo que veo, solo nos queda observar el funcionamiento de la
empresa estos días.
—Sí —accedió Adam—. Al ser domingo hay menos empleados
trabajando. A partir del lunes podremos observar todo con más
detenimiento.
—Deberíamos aprovechar nuestra estancia aquí para preguntar a los
clientes.
—Lo he pensado también... Hoy creo que ya no podemos hacer nada
más. Estamos en Roma, y me dijo que era la primera vez que viajaba, ¿no?
—Sí, señor Henderson.
Intuía lo que le diría. No quería hacerse ilusiones, pero no pudo evitarlo.
—¿Por qué no se toma la tarde libre? Salga a hacer turismo, pero tenga
el móvil activo por si requiero de su presencia.
Al escuchar eso, Ellie quiso saltar y gritar. ¡Le había dado la tarde libre y
habían llegado el día anterior! Podía ser por dos razones: o estaba satisfecho
con su trabajo, o se quería librar de ella. Aunque intuía que se podía tratar
más de la última opción, su vena optimista se decantó por la primera.
—Gracias, señor Henderson.
—De nada. Lo único que le pido es que no se meta en ningún lío, no
quiero ver a mi secretaria salir en las noticias.
—Si usted supiera...
Aún no podía olvidar la difusión que había tenido el video del perrito
caliente. ¡Todavía era viral! Bochornoso.
—¿Qué?
—Nada, nada. —Ellie sonrió—. Si me disculpa, me retiraré. Tengo que
ir a cambiarme para ir al centro.
—Váyase —la despidió Adam con un ademán de mano.
Habían pasado solo unos pocos minutos desde que la señorita Hawk
abandonara la habitación, cuando Adam se dio cuenta de que no le había
dicho que los autobuses no paraban en el hotel.
«Tendrá que tomar un taxi», pensaba al tiempo que inconscientemente se
levantaba, dirigiéndose a la salida.

***

Ellie se encontraba vibrando por dentro. ¡Iba a recorrer Roma! ¡Estaría lejos
del idiota!
Bueno, al menos le había dado la tarde libre. Tendría que bajar dos
puntos a su odio permanente hacia él. Si iba a patearse Roma, lo haría
cómoda, decidió, cambiándose su ropa formal de trabajo por una más
acorde con las horas que pasaría recorriendo la ciudad.
¡Tenía tantos lugares a los que quería ir! No se podía olvidar la cámara o
Ada contrataría a un sicario para que le diera caza si no le enviaba fotos. Ya
se podía imaginar a su hermana mediana contactando con la mafia italiana,
pidiéndoles que mataran a su desconsiderada hermana. Solo había que ver
El Padrino para darse cuenta de que los tipos eran personas muy familiares.
Eso, unido al hecho de que su hermana poseía la envidiable capacidad de
convencer hasta a las piedras, daba como resultado un destino nada
alentador para Ellie.
Después de cambiarse, se estaba dirigiendo hacia la recepción cuando
notó que el idiota se encontraba en ella.
«¿Habrá pasado algo?», se planteó Ellie, acercándose hacia él.
—¿Sucede algo, señor Henderson? —le preguntó, llamando su atención.
—Sí. ¿Tiene algún reto consigo misma para vestir lo más hortera
posible? —le espetó él, mirando el nuevo conjunto de deporte que llevaba
ella, muy similar al que llevó durante la cena.
—¡Usted! ¡Le aseguro que es más habitual de lo que piensa! —le
aseguró Ellie mientras intentaba controlar la rabia que la embargaba. El tipo
le había dado la tarde libre, tenía que ser paciente—. Además, me refería a
si había ocurrido algo para que estuviera aquí.
—No, nada... Solamente recordé que tengo que hacer unas cosas en la
ciudad. Así que, ya que va para allá, y como me siento benévolo, le
concedo la enorme oportunidad de que venga conmigo.
Ellie se tensó. No quería pasar ni un segundo más de lo necesario con
aquel personaje. Ese era su día y pensaba aprovecharlo al máximo. No
quería estar teniendo que tratar con un egocéntrico, pero sabía que no podía
negarse. El hombre tenía muchísimo orgullo y había comprobado de
primera mano que era vengativo. Ella ya tenía suficiente con su mala suerte
como para que también tuviera que añadirse a ella el zopenco.
—De acuerdo —le respondió, dubitativa. Añadió, con la esperanza de
que él desistiera—: Pero voy a tomar el autobús.
—No para en el hotel
Adam prestó atención a la reacción que seguiría a aquella afirmación.
Esta no se hizo de rogar. Ellie abrió los ojos claramente nerviosa, pero al
darse cuenta de que él la estudiaba atentamente desvió la mirada.
—Bueno, entonces tendremos que coger un taxi —dijo Ellie, intentando
que su voz sonara firme.
—¿Ha montado en moto, señorita Hawk?
—¿Qué?
—Yo no me muevo por Roma en coche, el tráfico es horrible. Por no
mencionar lo poco que los italianos se ciñen a la seguridad vial. Aunque si
usted desea desplazarse en taxi no se lo impediré.
—¿De dónde ha sacado la moto?
—Me ofende, ¿Quién se piensa que soy? ¿Cree que no dispongo de todo
tipo de vehículos en cada uno de mis hoteles?
—¿Eh?
—Lo único que espero es que no nos caigamos de ella. Con esas piernas,
seguro que vence.
—¿Está seguro de que será por mis piernas, y no debido a la enorme
estupidez que pesa sobre usted? No me cabe duda de que supera al tamaño
de mis muslitos por mucho.
—¡¿Cómo dice?!
—¿Podemos irnos ya? Me gustaría aprovechar la tarde.
—No se ponga insolente conmigo, que le voy a hacer el favor de
llevarla. ¡Debería ser más agradecida!
—Sí, sí... —dijo Ellie, siguiéndole la corriente al tiempo que le
acompañaba a la salida del hotel.
Cuando la muchacha observó la increíble motocicleta que se encontraba
aparcada en la entrada del hotel, su boca cayó desencajada.
—¿Le gusta? —preguntó Adam—. Aunque ¿cómo no le iba a gustar?
—¡Tiene un Honda RC213V-S!
—¿La conoce? —inquirió él, perplejo—. ¿Ha montado en moto con
anterioridad?
Ellie omitió decirle que había sido una de las repartidoras más rápidas en
los diferentes establecimientos de comida rápida que había trabajado. Claro
que eso había supuesto un motivo de despido. Ponerse con aquel trasto a
más velocidad de la indicada no había sido buena idea. Además, en su
currículum no había hecho referencia a los mismos.
Se suponía que solo era una secretaria al uso.
—No —mintió con descaro—, pero a mi hermano Chris le encanta el
motociclismo.
—Ah, vale. Bueno, lo primero que debe saber es que tiene que ponerse
el casco —le explicó al tiempo que le introducía el casco en la cabeza de
una perpleja Ellie—. Así, ¿ve?
—Sí...
De repente aquella pequeña clase totalmente innecesaria se había
tornado muy extraña.
—Me subiré yo primero y usted tendrá que coger algo de impulso para
ponerse detrás. ¿De acuerdo?
—Vale
Observó cómo Henderson se subía a la moto tras ponerse su propio
casco.
—Venga, ahora usted. No tenga miedo.
El comportamiento del estúpido hacia ella parecía haber cambiado por
unas milésimas de segundo, en lo que duraba su lección. Ellie casi se sintió
mal por estarle mintiendo al respecto. Casi. La animadversión por él
todavía seguía muy presente, reflexionaba mientras seguía los pasos que él
había indicado para subirse en la moto.
—Perfecto. Ahora, sujétese a mí. Esta moto, como sabrá, va muy rápido,
por lo que más le vale agarrarse fuerte. Sí, no me mire así, a mí tampoco me
apetece este contacto, pero es lo que hay.
—No se preocupe —dijo Ellie, rodeando su estrecha cintura con los
brazos.
«Es bastante fuerte», fue su primer pensamiento al notar la firmeza con
la que ella le agarraba. El hecho de notar las curvas infames que su
descarada secretaria poseía, así como el repentino y sorprendente olor a
algodón de azúcar que desprendía, le produjeron unas ganas enormes de
meterse en una bañera repleta de azufre.
¿Qué diablos le ocurría?
—Venga vámonos... —declaró Adam, que, encolerizado consigo mismo,
arrancó la moto y fue cogiendo velocidad hasta que se perdieron en el
camino en dirección a un destino totalmente incierto para ambos.
CAPÍTULO 10

«El sentido del humor consiste en saber reírse de las propias desgracias».
Alfredo Landa

Sentir la brisa envolviéndote por completo, las pulsaciones palpitando a


causa de la emoción, la adrenalina recorriendo tus venas: así era como se
sentía Ellie encontrándose todavía aferrada al cuerpo de Adam. Se podía
imaginar a la perfección como aquella chica del ese libro tan famoso, sí,
ese, el de Tú y yo a tres metros sobre el cielo, recorriendo las calles de
Roma con la moto. Lo único que fallaba en aquella ecuación era que el
protagonista de aquel libro no era tan estúpido como el que le había tocado
a ella, pero bueno, al menos gracias a él no se había tenido que subir a un
taxi.
Y no es que albergara hacia él algún pensamiento de romanticismo, no,
Ellie estaba dispuesta a buscarse un italiano bien guapo en cuanto se librara
de aquel hombre. No obstante, no podía evitar sentirse agradecida con él
porque la estuviera llevando. Podría haberse ido solo y haberla dejado allí,
pero había decidido esperarla, así que tenía que concederle eso.
«¿Debería invitarle a un helado? Ahora que le estoy tocando... el hombre
está en los huesos. Bueno, puede que esté siendo un poco dura con él. Está
delgado pero fuerte», pensaba, palpándole con disimulo. Más le valía ser
cuidadosa. Si la pillaba metiéndole mano, la descuartizaría. O mucho peor:
¡la denunciaría por acoso sexual! Y nada más lejos de la realidad. Lo único
que Ellia sentía era curiosidad. Nunca había estado tan cerca de un hombre
porque estos tendían a repelerla. Solo hubo una vez en la que tuvo la
oportunidad de estar con uno, James Wilson, ex compañero de trabajo y rey
de los capullos. Prefería no acordarse de que había sido objeto directo de
una apuesta que había salido muy, muy mal para el apostador. Aún
recordaba los dulces chillidos que había prorrumpido el insensato tras
descubrir que le había llenado los zapatos de excrementos de cánido.
Ellie no había comprendido en ese entonces por qué un perro como él
había repelido a otros perros.
Cuando llegaron al centro, Adam pudo respirar aliviado. Perder el
contacto físico con la señorita Hawk le producía sentimientos encontrados.
Por un lado, se sentía desahogado, porque ir durante todo el trayecto
oliendo a algodón de azúcar había sido una autentica tortura, pero por otro...
Jamás lo reconocería abiertamente, pero era cómodo el calorcito que había
desprendido su rolliza secretaria, como si estuviera recostándose encima
una almohada mullida. Sin embargo, cada vez que alguno de estos
pensamientos le asolaba, Adam sentía unas ganas imperiosas de tirarse al
Tíber. Seguramente morir ahogado sería más placentero que percibir todas
aquellas sensaciones desencadenadas por una descarada, desconcertante e
incompetente secretaria, quien, por cierto, era dos veces él en tamaño.
Se tenía que estar volviendo loco, porque, si no, nada de aquello era
normal.
Ambos se quitaron sus respectivos cascos y Adam casi se echa a reír al
ver el pelo revuelto que le quedó a Ellie.
—¿Cómo se las ingenia siempre para ir hecha un desastre a todas partes?
—le preguntó ladeando la cabeza curioso.
—¿Eh? —inquirió desconcertada ella.
—Su pelo, parece un nido de pájaros —le dijo, señalándola con el casco.
Ellie se llevó una mano a la cabeza. Al palpar el desaguisado, maldijo en
voz alta.
—¡Maldito pelo! No tendrá un peine, ¿no?
—¿Quién se cree que soy? ¿Su peluquera?
—No sé, como es un pijo redomado...
—¡Oiga! ¿Qué tipo de actitud muestra usted hacia su jefe? ¡La acabo de
traer!
—Se lo agradezco, la verdad. Solo preguntaba si tenía un peine.
—Pues no, no tengo ninguno.
—Vaya... entonces no me queda más remedio —dijo ella ante la mirada
atónita de Adam.
¡Se estaba haciendo un moño con el pelo enredado!
Adam sentía ganas de chillar. No podía creer que la mujer tuviera tan
poca clase.
—¿Qué? No me mire así, no tenía un cepillo para desenredarme y esta es
la forma más sencilla para no parecer como si acabara de salir de hacer ala
delta.
—No ha dudado ni un segundo en resolver. Hacerse un moño delante de
mí... ¿No ve que soy un hombre? —preguntó Adam, ya que estaba
acostumbrado a que las mujeres que había frecuentado en el pasado
hubieran ido en su compañía siempre impecables. Si habían tenido un solo
pelo fuera del lugar correspondiente, él ni se había enterado, porque
rápidamente se excusaron para ir al servicio. Y esta mujer ignoraba por
completo la imagen que daba.
—En realidad, lo que estoy viendo ante mí es un extraterrestre. Dudo
siquiera que sea mínimamente humano ¿Qué quería que hiciera? Además,
¿por qué estamos discutiendo sobre esto? ¡Con la cantidad de sitios que
tengo que visitar!
—¡¿Cómo me ha llamado?! —ladró Adam, muy molesto con la
referencia a los visitantes del mundo exterior.
Nunca le habían violentado de aquella manera. Por mucho que oliese a
algodón de azúcar o fuera tan suave, la mujer era un peligro para su salud
mental.
—En agradecimiento, permítame que le invite a un helado —le dijo
Ellie, ignorándolo.
—Ya le he dicho que yo no tomo cosas dulces —le recordó él,
malhumorado.
—Sí, sí..., ya sé lo que dijo, pero me niego a que nos vayamos de aquí
sin probar los mejores helados del mundo. Y las pizzas... y la pasta... —
explicó ella, empezando a soñar despierta con aquellos manjares.
—¡Como si son los mejores de la Conchinchina, no me los tomaré! Y no
me hable de pasta, ¿eh?, que ya he tenido suficiente para toda una vida.
—¡Nunca hay suficiente pasta, y mucho menos helados! Deje de ser tan
cabezota, estamos en Roma. ¿Sabe la suerte que tenemos? ¡Muchísima
gente querría estar en nuestro lugar! Sin ir más lejos, mis hermanos amarían
estar aquí —le contó Ellie, melancólica, recordando a sus dos monstruitos.
—¿Suerte? Un hombre de mi posición no cree en la suerte, señorita
Hawk. Todo es una sucesión de acontecimientos y decisiones que nos llevan
al momento actual. Cada uno encamina su vida como desea.
—Con todo el respeto, en eso se equivoca. No todos tienen la suerte de
nacer en la flor y nata de la sociedad. Ni todos podemos elegir nuestro
camino. A veces simplemente viene impuesto y debemos adaptarnos a lo
que hay —comentó ella, ensimismada en sus propios pensamientos.
—Sí que elegimos, siempre lo hacemos. Cada decisión que tomamos es
una elección. De hecho, la misma oportunidad de elegir supone la libertad
del ser humano.
—Pero esas decisiones siempre se plantean dentro de un determinado
contexto. Si mi contexto es negativo, mis elecciones a lo mejor no serán tan
positivas, ¿comprende? —le rebatió Ellie tras meditarlo.
Adam reflexionó sobre aquella afirmación y se dio cuenta, consternado,
de que la muchacha bien podría estar llevando la razón, aunque jamás se lo
reconocería en voz alta.
—Bueno, ¿por dónde quiere empezar?
—¡Hay tantos sitios que quiero ver que no sé por dónde empezar!
Aunque... ¿usted no tenía que hacer unas cosas?
—Sí, me pillan de camino. Tienen que ver con la parte turística de la
ciudad Tengo que encontrar actividades que puedan resultar interesantes
para añadirlas al catálogo que proporcionamos a nuestros clientes.
—¡Ah! Comprendo. ¡Entonces podríamos empezar visitando el Coliseo!
—De acuerdo, entonces vayamos. Intente no avergonzarme de nuevo —
la advirtió Adam al tiempo que ambos se dirigían a la construcción romana
que componía el corazón de Roma.

***

Habían transcurrido unos minutos desde que llegaran a una de las nuevas
siete maravillas del mundo moderno y Ellie se sentía dichosa.
Era enorme. Había visto fotos por Internet, claro, pero nada la había
preparado para lo que se encontró cuando estuvieron de cara a él.
La fachada estaba compuesta por cuatro órdenes caracterizados por
poseer altitudes diferentes unos de otros. Los arcos y dinteles conferían una
composición perfecta a la construcción. Ellie había visto por Internet que el
Coliseo tenía en cada planta órdenes superpuestos: toscano, corintio y
jónico, y la planta inferior estaba adornada por el de estilo compuesto.
En resumen, era una delicia para los ojos de la romántica Ellie.
—¡Increíble!
—En eso le doy la razón. Es precioso. Cada vez que vengo me sigo
sorprendiendo —le concedió Adam con sinceridad mientras contemplaba el
anfiteatro.
—¿Cuántas veces ha venido?
Estaba sacando muchas fotografías para luego enviárselas a sus
hermanos.
—Siempre que vengo a Roma intento pasarme, así que son tantas que ni
las recuerdo.
—¡Qué envidia! Entonces yo soy la novata —comentó ella,
decepcionada.
—Al parecer, eso no es ninguna novedad.
—¡Oiga! —se quejó Ellie, molesta. Luego, emitiendo un chillido de la
emoción por la anticipación, dijo—: ¡Tenemos que entrar!
—Creo que la entrada era por ahí —dijo, señalando hacia un lugar que
ella no fue capaz de determinar.
—Entonces usted liderará la marcha.
Ambos se encaminaron hacia la entrada, y tras realizar una cola enorme,
compraron las entradas y se dispusieron a entrar. Lo que encontraron en el
interior dejó noqueada a Ellie, quien no conseguía salir de su asombro.
La cávea era preciosa. Se trataba de un gigantesco graderío dividido en
diversos grados. La muchacha había descubierto que estos estaban
destinados a dividir a las diferentes clases sociales. Tradicionalmente se
accedía a las gradas a través de los vomitorios, que eran pasillos que
recibieron este nombre debido a que permitían salir una gran cantidad de
personas en muy poco tiempo. Y en el centro se encontraba la arena, que
estaba tres metros debajo del suelo para que, durante las peleas con los
animales, estos no pudieran acceder a las gradas. La arena estaba
flanqueada por dos palcos en los que se sentaban las autoridades
eclesiásticas y vestales.
Adam podía observar todo a través de la mirada de Ellie. Estaba
emocionada. Al parecer, sí que era cierto que debía ser la primera vez que
viajaba.
Nadie podría fingir aquella mirada, reflexionó.
—¿Sabía que debajo de la arena estaba el hipogeo?
—¿El hipogeo?
—Era un laberinto donde se encontraban las estancias en las que se
mantenían a los animales y a los prisioneros. Además, era el lugar donde se
los gladiadores esperaban para salir al ruedo. Cuando tenían que sacarlos a
la arena, lo hacían por aquellas entradas —dijo, señalando la arena con el
dedo.
—¡Es horrible! ¿Los tenían encerrados?
—Pues claro. En este anfiteatro se llevaban a cabo todo tipo de
espectáculos, desde lucha de gladiadores hasta peleas entre animales
salvajes. ¡Incluso se simulaban batallas navales!
—¿En serio? ¡Luchas de gladiadores! ¡Qué emocionante! Sería increíble
poder haber visto todo esto en su día. Pero... ¿a qué te refieres con batallas
navales?
—Sí, hay relatos que explican que se llenaba de agua el tramo inferior y
representaban escenas de las distintas batallas. Sin embargo, algunos
historiadores no están de acuerdo con esto.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque algunas cosas no les encajan. Por ejemplo, el hecho de que no
hubiera espacio suficiente para que un buque de guerra se moviera.
—¡Oh!
De repente, Ellie vio el estrado en el que se debía de sentar el emperador,
y señalándoselo a Adam, le dijo, emocionada:
—Ahí era donde el emperador decidía si vivía o moría una persona, ¿no?
—Exacto, ahí se sentaba.
—Me hubiera gustado poder verlo.
—Si traspasáramos la actualidad a esa época, usted sin duda habría sido
de las pobretonas que se sentaban ahí arriba.
«Y ahí está. Estaba tardando mucho en mostrar su vena idiota», se
enfureció Ellie.
—Pues yo creo que usted no hubiera durado mucho en la misma.
—Si hubiera vivido en aquella época, señorita Hawk, yo hubiera estado
sentado en la zona de los nobles. Los Henderson estamos destinados a hacer
cosas grandes.
—En cuanto hubieran visto que se sentaba en la grada, estoy segura de
que algún aristócrata le habría metido una patada para tirarle a los leones.
No creo que nadie, incluido los nobles, pudiera soportar el egocentrismo
que se gasta.
—¿Cómo se atreve a decirme todo esto? ¿Es que no tiene vergüenza?
—Quien tiene vergüenza, ni come, ni almuerza.
—¡¡Descarada!!
—Venga, venga..., si ha comenzado usted. No se enfade cuando le
rebatan.
—Es que se supone que no me debe contradecir, ¿no lo entiende?
—¿Y se puede saber por qué no? Ahora mismo estoy en mi tiempo libre.
Puedo y somos dos seres humanos al mismo nivel.
—¿Al mismo nivel? Ni lo sueñe. Eso jamás. Yo estoy aquí —dijo,
poniendo una mano cerca de su cabeza—, y usted, aquí. Al nivel del suelo.
—Está hablando de la escala de la estupidez, ¿verdad? Porque si es así,
estoy de acuerdo.
—¡Es usted inaguantable!
—Lo mismo digo sobre usted.
La gente que los rodeaba, los miraba furtivamente como si ellos fueran
los representantes de la lucha de gladiadores. Las personas que más cerca
estaban de los peculiares luchadores no podían reprimir la risa al escuchar
el intercambio de palabras que se profesaban uno al otro.
Y así, entre diferentes escaramuzas que iban manteniendo entre ellos,
consiguieron completar el tour por el Coliseo.

***

Una vez salieron del Coliseo, Ellie miró su reloj. Las seis de la tarde. De
repente notó que se le había abierto el apetito, y ante su total vergüenza, le
sonó el estómago delante del idiota.
Al escuchar el rugido, Adam la miró.
—¿Perdone?
—¿Qué pasa? Tengo hambre.
—¡Siempre tiene hambre! Es un pozo sin fondo.
—¡Oiga! Que apenas he desayunado esta mañana —se quejó Ellie,
ofendida.
—No creo que le haya hecho ningún mal. Tiene reservas de sobra.
—Si piensa que me ofende, está muy equivocado. Y si cree por un solo
momento que no voy a comerme el helado del que le estaba hablando antes,
más aún lo está.
—¿Sigue con eso? Ya le dije que no como cosas dulces.
—Como si a mí me importara eso. Yo sí las como, y eso es lo único
relevante aquí.
—Le recuerdo que voy con usted.
—Pero no me amargará mi delicioso helado. ¡Llevo soñando con esto
desde que me dijo que vendríamos a Roma!
—¡Oh! Como usted quiera —claudicó Adam, molesto con la situación.
—¡¡He escuchado de una heladería que tiene ciento cincuenta helados!!
¡Deberíamos ir a esa!
—¿Ciento cincuenta?
—¡Sí! Increíble, ¿verdad? —respondió Ellie, maravillada—. Pongamos
el GPS, porque no sé dónde está. Se llamaba Giolitti, creo.
Siguiendo las indicaciones del móvil de Adam, consiguieron llegar a la
heladería. En cuanto traspasaron las puertas, a Ellie se le abrieron los ojos
como platos. Prácticamente se puso a dar saltos de alegría al ver aquel
mostrador en forma de «S» gigantesco, repleto de todo tipo de helados. Lo
único que no le gustó fue que hubiera tanta cantidad de gente, aunque lo
entendía. ¿Quién podría resistirse a entrar en aquel Valhalla de los helados?
Ella desde luego no, pero, por ejemplo, el idiota que estaba a su lado, sí.
—¿Qué? Se está replanteando su decisión de tomarse uno, ¿verdad?
El tipo parecía estar perplejo.
—Ni lo sueñe. Yo no tomo dulces.
Ellie prácticamente le gruñó. ¿Cómo podía existir una persona tan
desesperante como él? No lo entendía. Ella, que estaba allí muriéndose por
uno de esos exquisitos helados...
—Aburrido —murmuró ella.
—¿Cómo dice?
—Nada. —Sonrió ella—. Que no sé quién es el último, hay demasiada
gente.
—Esto es agobiante, parece que estamos en una lata de sardinas.
—Señor, ¿es usted el último? —le preguntó Ellie a un hombre mayor
que estaba al lado de ellos.
—¿Uh? Io non lo capisco —contestó en italiano el señor.
—Es italiano
Se maldijo frustrada por desconocer el idioma.
—Sei l'ultimo, signore? —preguntó Adam en un perfecto dominio del
italiano.
—¡Oh! Sì.
—Ha dicho que sí —tradujo él.
—Grache.
La muchacha contempló cómo al señor le cambiaba la cara, denotando
que no la comprendía.
—Se lo acaba de inventar, ¿no?
—Totalmente —declaró Ellie, sin demostrar ni un ápice de
arrepentimiento.
Adam estaba buscando una respuesta plausible para reprender la
conducta desfachatada de su secretaria cuando uno de los clientes que salía
con su helado intentó abrirse paso. El local estaba tan abarrotado que
ocurrió lo predecible: el desconocido empujó a una muy despistada Ellie y
esta terminó precipitándose hacia Adam. De forma instintiva, Ellie se
agarró al primer objeto sólido que encontró en su camino, que no era otra
cosa que la pulcra pechera de su malhumorado y ahora muy anonadado jefe.
Tiró de él hacia su cuerpo, tratando de mantener el equilibrio, por lo que el
pobre desgraciado se vio siendo arrastrado hasta chocar frente a frente con
la cabeza de su secretaria.
El número cinco puede definirlo todo. Cinco centímetros de distancia
entre dos bocas que hasta hace escasos cinco minutos bien podrían haberse
estado insultando, cinco segundos de intercambio de cálidos alientos
entremezclados, cinco dedos de la mano que pueden capturar la tez áspera
de una mejilla recién afeitada.
Cinco...
—¿Señorita Hawk?
Un susurro entrecortado, a media voz pronunciado.
Ellie se percató de que el entorno, pese a toda la gente que había, se
acababa de enrarecer en menos tiempo del que el aceite repele el agua.
Estaba segura de que había voces de fondo, pero de repente, al tenerle así
de cerca, estas últimas se habían apagado.
Estaba segura de que lo único que podía escuchar eran los latidos
rítmicos y poderosos de su corazón.
—Señor Hen...
Con toda probabilidad se lo estaría imaginando, pero ¿le estaba mirando
los labios? Quizás tuviera alguna mancha de chocolate. El único problema
era que todavía no había tomado helado, así que era imposible.
Un momento... ¿Las pupilas se le habían dilatado? El hombre componía
una expresión confundida. ¿Se sentiría tan extraño como ella?
«Ay, Dios, no irá a besarme, ¿no? Creo que no podría lidiar con eso».
—¿No hace calor aq...?
La señorita Hawk no estaba muy al tanto de la temperatura, ni, por
supuesto, sus pensamientos discurrían por esos lares. La joven se limitó a
contemplar, absorta, a su jefe: no lograba pronunciar la última palabra.
Adam Henderson se puso pálido y cerró los ojos, a lo que Ellie compuso
una mueca horrorizada y trató de apartarse. Sin embargo, tampoco le dio
tiempo a huir demasiado lejos, pues a simple vista pareció que el cuerpo de
su jefe era desprovisto de cualquier aliento vital y se dejaba recaer encima
de ella, o, más en concreto, ¿dónde?
Un segundo...
«¿Qué narices? ¡Sí! ¡Me está besando!».

***

Hay veces en la vida en las que uno recibe la visita de la diosa del
surrealismo. Y esta siempre viene cargada de una serie de señales que
permiten a los ingenuos reconocerla: sudoración, mente en blanco, ojos
desencajados y un sinfín de etcéteras. Cabe señalar que, aquella tarde, en
mitad de una heladería de Roma, Ellie Hawk experimentó todos y cada uno
de ellos.
No podía comprender cómo había acabado en aquella situación.
Ni siquiera creía que fuera cierto.
¡Tenía que estar soñando!
Sin embargo, por muy terrorífico que sonara, todo parecía muy real.
¿Había dicho «terrorífico»? Bueno, tampoco era justo ser una cínica.
Jamás lo confesaría en voz alta, pero unas incipientes mariposas
revolotearon en su estómago cuando sintió los suaves labios del hombre que
detestaba sobre los suyos con ligereza.
Apenas fue un roce que duró... ¿tres segundos?
—¡Qué romántico! —Escuchó a duras penas que exclamaba una mujer
en las proximidades.
Aquello debió de ser el detonante que faltaba. Ellie abrió los ojos,
estupefacta, y observó que Adam ni si quiera había hecho el menor intento
de separarse de ella o mirarla.
¿Qué diablos pasaba con aquel tipo?
¡Qué maleducado!
—Oiga...
Lo empujó, dispuesta a pedirle explicaciones, y fue en ese instante en el
que Ellie observó, impactada, cómo su jefe, que medía un metro ochenta y
seis, impactaba contra el suelo y como un saco de patatas delante de toda la
tienda.
—¡Espere un momento! ¿Los besos en los cuentos no son los que tienen
despertar a la protagonista? ¡Oh, Dios! ¡Acabo de cargarme a un tipo con
aires de príncipe! ¡¡Ayuda!!
Presta, la muchacha se arrodilló a su lado a tomarle el pulso y comprobar
si respiraba. Cuando constató que Adam todavía seguía en el mundo de los
vivos, suspiró aliviada. Apenas había tenido tiempo para reflexionar sobre
que hubiera besado a aquel imbécil. Menudo susto le había dado cuando le
había visto caerse como un despojo.
Después de que se hubiera asegurado de que todavía podría seguir
diciendo imbecilidades a lo largo del mundo, empezaba a tomar conciencia
de todo lo que había ocurrido.
Ellie se sentía estafada por el universo, y no era para menos. Era la
primera vez que besaba a alguien, y entre todas las personas en la faz de la
tierra, ¡tenía que ser a aquel engreído! No solo eso. No había sido algo
voluntario, resultado de un amor intenso o al menos de una ligera atracción,
porque a ver, el capullo era atractivo físicamente, nadie podría negarlo,
incluso sabía medianamente bien, aunque no debía olvidar que el tipo era
todo un amargado en lo más profundo de su oscuro corazón... A pesar de
todo, durante el corto tiempo que duró el beso, Ellie reconoció a
regañadientes que tenía una boca muy masculina, hecha para besar. Aquel
labio inferior volvería loca a más de una. Y, sin embargo, ahí se encontraba,
planteándose el celibato tras aquella bochornosa experiencia.
¿Conclusión? El tipejo había recibido buenos labios, pero perdía el
encanto nada más abrir la boca.
Además, si entraba a profundizar en el hecho de que el hombre en
cuestión fuera su jefe y que para colmo hubiera tenido la poca decencia de
desmayarse, se sentía enfurecer. Cuando fantaseaba sobre cómo sería su
primer beso, se imaginaba flores, bombones y mariposas en el estómago. Al
tiempo de que el hombre la besara, le juraría amor eterno, la adoraría. ¿En
qué posición la dejaba eso? En ninguna buena, eso seguro, y, para más inri,
¿a qué chica le gustaría siquiera contarle eso a alguien?
Ya se imaginaba sentada frente a una reunión al estilo Alcohólicos
Anónimos, pero de mujeres tan desgraciadas como ella.
«Hola, soy Ellie Hawk y perdí mi primer beso con un idiota que me
odiaba porque otro imbécil que llevaba demasiada prisa (y un helado
delicioso) me empujó. Ah, bueno, ¿he mencionado que el tipo se desmayó?
¡Todo un espectáculo!», pensaba con amargura en lo que les diría. «¡Hola,
Ellie!», contestarían las otras pobres mujeres.
Bien pensado, con la mala suerte que tenía, a lo mejor sería la única que
asistiría a esas reuniones por completo imaginarias.
—Sigue inconsciente —afirmó una mujer que también se encontraba en
la tienda.
—Me va a asesinar —se lamentó Ellie, mirándolo compungida—. Me
degollará y alquilará unos leones para tirar mi cuerpo putrefacto al
Coliseo... ¡Seré devorada!
La señora la miraba consternada escuchando todas aquellas divagaciones
que no tenían ningún sentido.
—Señorita, ¿se encuentra bien?
—Sí... No... No lo sé. ¿Sabe si los prófugos de la justicia viven bien?
—¿Disculpe? Creo que no la comprendo —le dijo la mujer, sin entender
a la par que intentaba seguir la verborrea que demostraba tener la
muchacha.
—Nada, perdone. Es que estoy algo nerviosa. Deberíamos ponerle en
otro sitio. Si se despierta y se encuentra tirado en el suelo rodeado de
servilletas manchadas de helado con las que se habrán limpiado otras
personas, entrará en crisis.
—En los bancos no cabe —señaló un hombre.
—¡Tumbémosle entre aquellas dos mesas! —alegó Ellie, señalando unas
que estaban alejadas del mostrador.
—De acuerdo —accedieron los demás.
—¡Al cielo con él! —gritó un hombre que debía de ser español, imitando
lo que se decía cada vez que en una procesión alzaban a la Virgen.
Entre todos cogieron a Henderson en brazos y lo tumbaron sobre
aquellas dos mesas en la posición de momia egipcia, ya que era muy grande
y apenas cabía.
—Ya puede decir que alguna vez ha sido trasladado como una estrella de
rock —comentó con sorna una de las mujeres.
Al escuchar aquella referencia, Ellie estalló en carcajadas. La tensión
producida a raíz del momento acontecido parecía ir remitiendo poco a poco.
Ya se imaginaba la cara que pondría el amargado cuando se enterase que
había sido llevado como si fuera alguna especie de mesías.
«Aunque sea mi primer beso... solo fue un contacto de labios, ¿verdad?
Ha sido Henderson como podría haber sido cualquier otro. Calma Ellie, no
fue tu culpa. Te empujaron», pensaba, intentando tranquilizarse a sí misma
mentalmente.

***

Adam se encontraba sumido en una vorágine de oscuridad. No oía ni sentía


nada. Vagaba por un mundo tenebroso. No había tiempo ni conciencia. Eran
solo él y la oscuridad...
Un momento.
Sí, sí que escuchaba algo.
Era un murmullo apenas audible, pero ahí estaba. Desconocía si quería ir
hacia él o no. Quizás, lo mejor sería que se mantuviera donde se
encontraba. Sí, sería lo más seguro. Sin embargo, la misma voz no paraba
de llamarlo cada vez en un tono más demandante.
Tenía que ir entonces, resolvió.
Intentó averiguar de dónde procedía la voz.
—Señor Henderson, despierte. —Escuchó de lejos.
Parecía una voz dulce, melodiosa. No entendía qué podría querer de él,
estaba muy satisfecho en el lugar en el que se encontraba, pensaba, tratando
de concentrarse en seguir la voz.
—Parece que vuelve en sí, señorita.
Otra voz diferente e irreconocible para él se sumó. Aunque claro, no es
que hubiera reconocido a la primera persona que le habló.
Al principio, le costó enfocar la visión. Todo estaba borroso. Al cabo de
un rato, una cara empezó a distinguirse entre todas las demás, y al discernir
la identidad de la propietaria, todos los recuerdos acudieron en tropel a él.
Rollitos. Algodón de azúcar.
—¿Se encuentra bien? ¿Me oye? ¿Cuántos dedos tengo aquí? —le
preguntaba Ellie, mostrándole tres dedos de la mano.
Su secretaria. Los recuerdos vinieron en tropel. Le había puesto nervioso
con ese olor dulzón, muy similar al algodón de azúcar que jamás se le había
permitido probar siendo un crío.
Por el amor de Dios, ¿se había planteado realmente qué sucedería si la
besaba?
¡Debía estar chalado!
—¡Apártese de mí inmediatamente! —le espetó él, enfurecido—. Solo
me trae desgracias. Una detrás de otra.
—Vaya... lo recuerda —contestó Ellie, deprimida. Se alejó de él.
—¡Por supuesto que lo recuerdo! ¿Dónde diablos estoy siquiera? —
demandó él, removiéndose en las mesas.
—Tenga cuidado o se caerá.
Sin embargo, la advertencia no llegó a tiempo. Adam, quien siempre
había sido inquieto por naturaleza, empezó a moverse, provocando que se
cayera al suelo y que, debido a esto, un estallido de dolor le recorriera todo
el cuerpo.
—¡Ay, Dios! —exclamó Ellie, preocupada. Se acercó a socorrerlo—.
¿Le duele algo?
Sentir las manos de su indecente secretaria sobre él, recorriéndole en
busca de alguna contusión, volvió a ponerle nervioso.
«Basta, Adam. Sólo es tu maldita e incompetente secretaria. Se nota que
hace mucho que no descargas».
¡Ajá! ¡Bingo! Debía ser eso. Desde que dejara Nueva York y a Sasha en
él, no había tenido ocasión de aliviarse, y Adam se consideraba un hombre
sexualmente activo. De ahí venía todo, sentenció. Tenía que encontrar
alguna manera de desfogar o se volvería loco con aquella mujer.
—Pare —le ordenó enfurecido, al tiempo que le agarraba una mano para
evitar que Rollitos siguiera bajando por partes que no debía tocar—. ¡Todo
esto es culpa suya!
—¿Mía? ¿Cree que yo he querido por propia voluntariedad... tocarle? —
preguntó Ellie, intentando evitar pronunciar la palabra «besar».
—¿Le importaría no usar esas palabras? ¡Cualquiera diría que está
hablando de otro tipo de tocamiento!
—Y luego la que tiene problemas mentales soy yo, ¿no? Usted está
malentendiendo todo.
—Lo único que sé es que desde que Sasha la contrató solamente me ha
producido dolores de cabeza —se quejó Adam, todavía resentido por la
caída.
—Mire..., no se equivoque. ¡La cosa no tenía que haber sucedido así! ¡Se
suponía que me tenía que besar un italiano buenorro! ¡No usted! —le
recriminó ella, enajenada, mientras descargaba toda la frustración que sentía
en él—. ¡Mi primer beso! ¿Y me ve quejándome o echándole las culpas?
¡NO! Entonces, ¿por qué tengo que aguantar que usted me las eche a mí? Si
bien es cierto que no ha significado nada para ninguno de los dos, ¡aun y
con todo seguía siendo mi primer beso! ¡Devuélvame mis labios puros!
Adam apenas podía dar crédito a todo lo que le estaba diciendo la
señorita Hawk. Lo último que recordaba era haber estado cerca de su
cuerpo y luego todo se había vuelto negro. No tenía ningún recuerdo alguno
sobre un beso ni nada que se le pareciese, y ella estaba hablando de ¿qué?
Mucho peor...
«¿Primer beso? ¡¿Cómo?!».
CAPÍTULO 11

«Cuando te das cuenta de que deseas pasar el resto de tu vida con una
persona, quieres que el resto de tu vida empiece lo antes posible».
Billy Crystal

La posición que ostentaba Adam Henderson a nivel económico y social era


tal que le había permitido codearse con todo tipo de personas, diferentes
unas de otras. Ni siquiera la cultura había sido un impedimento para que
llegara a entablar una sólida amistad con varias personas de distintas
nacionalidades. No obstante, toda esa experiencia se había vuelto obsoleta
desde que conociera a aquella...
Ni siquiera sabía cómo empezar a describirla.
Lo único que tenía claro era que la señorita Hawk se salía de todos los
esquemas en los que Adam se había movido hasta ahora con facilidad. Con
ella nunca sabía qué podría suceder, y escucharla decir todas aquellas
palabras en tropel había sido un claro ejemplo de ello. Enterarse de que de
alguna manera él le había dado un beso, peor aún, su primer beso, le hacía
sentir muy extraño.
Ni siquiera sabía cómo reaccionar. Su mente se había quedado en blanco.
—¿Cómo que su primer beso? Dice usted... que yo... YO, ¿la he besado?
¿A usted?
—Ni siquiera lo he disfrutado —se lamentaba Ellie, ignorándolo.
—¡Oiga! ¿Cree acaso que yo he encontrado satisfacción alguna? ¡Me he
desmayado!
—Al menos no le ha dado por meterme lengua, creo que me hubiera
envenenado.
—¡¡Pero bueno!! ¡Ni borracho le hubiera metido lengua! ¿Usted se ha
mirado a un espejo?
—Con toda la cantidad de cosas odiosas que me dice al día...
—¿Quiere dejar de decir chorradas? —le pidió él, desesperado—. ¿¿A
qué diablos se refiere con que ha sido su primer beso?? Es usted ya
mayorcita para haber tenido ese tipo de experiencias.
—¿Qué? Pues no, he estado muy ocupada con otros temas, ¡pero de
todas formas eso no es relevante aquí! ¡La cuestión es que ha sucedido y
que estoy aquí escuchando recriminaciones suyas cuando la que más
debería de quejarse soy yo! Y, además, ¿no debería levantarse del suelo?
En aquel momento, Adam se dio cuenta que todavía seguía allí y se
incorporó para encararla. Reuniendo toda la paciencia que creía tener, le
dijo:
—Escúcheme atentamente, señorita Hawk, porque no lo voy a repetir
otra vez. Debido a las circunstancias, solo en esta ocasión voy a dejárselo
pasar. Esto es algo que no va a volver a suceder jamás. Me importa un bledo
si es su primera, segunda o tercera vez. Lo único que me interesa es que
nada de esto vuelva a ocurrir. Soy su jefe y usted es mi subalterna, y, como
habrá comprobado, no es de mi agrado.
—Lo mismo digo.
—Cállese por una vez en su vida. Todo eso ha sido un terrible accidente
que no se volverá a repetir. Usted dice que no lo ha disfrutado, y yo, como
estaba inconsciente, mucho menos, así que concluyámoslo como un
accidente. A esto se le suma el hecho de que tengo novia, y no creo que le
sentara bien. ¿Me comprende con claridad?
—Sí, señor Henderson. Tenga por seguro que, antes de que eso
sucediera, me amputaría un brazo.
—Bien. Me alegro de que hayamos aclarado ese punto.
—Voy a pedir un helado. Usted debería sentarse por ahí. Si se ha
desmayado, debería descansar un rato —declaró Ellie, guiándole hasta unas
sillas anexas.
—¿Y de quién es la culpa que me sucediera eso? —le recriminó él—.
Siempre me mete en problemas.
—¡La culpa es suya! Si come como un pajarito, es normal que luego se
desmaye. ¡No ha desayunado hoy y rechazó el brownie que le ofrecí!
A Adam no le dio tiempo a contestarle, porque la muchacha se encaminó
hacia el mostrador, dejándole con la palabra en la boca. Podría ser que la
señorita Hawk tuviese razón. ¡De ninguna manera a él le afectaría la
cercanía de aquella mujer!
Fue poco a poco relajándose por aquella revelación y la observó pedir en
tanto que se planteaba qué iba a hacer con ella. Como les habían surgido
aquellos viajes, no le había dado tiempo a encargarse personalmente del
nuevo proceso de selección, así que en cuanto volvieran a Nueva York
debería comenzar a seleccionar perfiles, porque ni muerto iba a pedirle a
Sasha que buscara por él. Había demostrado que, en lo que respectaba al
sector de Recursos Humanos, era un desastre. Solo había que ver a la
candidata que había seleccionado. Por muy trabajadora que esta fuera, lo
único que provocaba era meterle en situaciones inaceptables para su sistema
nervioso.
Transcurrido un rato, la vio acercarse cargando una tarrina gigantesca de
helado.
Una sonrisa se perfilaba en su cara.
—¡Mire, mire! —exclamó, emocionada, señalando el helado—. ¡Es
enorme! ¡Se pueden pedir todos los sabores que quieras! ¡No hay límite!
¡¡Pero lo mejor es el precio!!
—¿No cree que no le conviene tomarse un helado? ¡Y menos de esas
proporciones! Así nunca adelgazará.
—¿Sabe lo que tengo en común con las modelos, señor Henderson?
—No puedo ni empezar a.
—¡El hambre! La mayoría se matan de hambre. Muchas incluso se
meten los dedos, la presión que sufren es increíble. Yo lo sacio porque la
vida es muy corta y quiero vivirla con disfrute. Además, estoy en Italia, no
pienso ponerme a hacer dieta en la cuna de la pasta.
—Sin embargo, debería intentar controlarse un poco más. Ya no es solo
por la imagen, sino por salud —dijo él mientras la veía llevarse una
cucharada de helado a la boca.
¿Realmente era necesario que se pasase la lengua por los labios?
—Ummm —gimió ella de placer, lamiendo la cuchara mientras
meditaba su respuesta.
—¿Podría comerse el helado de forma normal? —inquirió él, cada vez
más nervioso, bajo la atónita mirada de ella.
—No le comprendo. No hay una manera correcta de tomarse un helado.
La Nutella y el Kit Kat se funden a la perfección con el sabor de la tarta de
queso. Tome, pruebe un poco, le he cogido una cuchara —dijo, capturando
con la cucharilla un poco de cada sabor.
—Ya le he repetido hasta la saciedad que no como dulces.
—Umm... Entiendo —meditó ella. El tipo necesitaba azúcar. Acababa de
recuperarse de un vahído—. ¿Sabe? Me gusta su labio inferior.
Aquella afirmación provocó que la boca de Adam cayera desencajada y
su cara se transformara, denotando auténtica perplejidad. Esto fue
aprovechado por Ellie, que introdujo una buena cucharada de helado en la
boca del ingenuo.
—Así, mucho mejor —le felicitó ella, sonriendo—. Disculpe por
mentirle, pero tenía que tomar azúcar. No quiero ser la responsable de un
nuevo desfallecimiento. ¿A que está rico?
El helado se derretía en la boca de un estupefacto Adam. Un remolino de
sabores dulces explotaron, activando sus papilas gustativas. A Henderson le
costó asimilar que hubiera sido engañado como un niño. Cuando consiguió
procesar la información, la furia recorrió sus venas.
—¿Cómo se atreve? ¿Es que está sorda, o simplemente es tonta? ¡¡Le he
dicho que no tomo cosas dulces!!
—Y yo que necesita azúcar. Recuerde que soy su asistente personal,
aparte de su secretaria —le contestó Ellie, devolviéndole las palabras que él
le había tirado la noche anterior.
—Sí, ¡pero no transgrediendo mis deseos!
—¡Oh, vamos! Es solo un poco de helado. No le va a matar
Adam comprobó, horrorizado, cómo la muchacha gemía de placer en
cada acometida que daba con la cucharilla. Con cada gemido, Henderson se
ponía cada vez más tenso.
«Ni que estuviera viendo una película porno. ¿Todo esto es necesario?»,
se planteaba, amargado con toda aquella situación.
Decidió que tenía que hacer algo, así que, tragándose su orgullo, le dijo:
—Vale, tiene razón, necesito azúcar, ¿no? Pues compartámoslo.
Observó cómo a ella le cambiaba la cara, maravillada con su iniciativa.
—¡Fenomenal! Ya verá cómo se siente mucho mejor.
—Sí, sí...
Cuando consiguieron terminarse el helado, Ellie estaba radiante,
mientras que Adam se sentía más hinchado que un globo.
—No sé cómo puede comer tanto, yo siento que voy a reventar en
cualquier momento.
—Es usted un exagerado —le dijo ella, riéndose al ver cómo se pasaba la
mano por el estómago—. Si apenas ha tomado un par de cucharadas.
—¿Un par? Le recuerdo que era una tarrina gigantesca la que se ha
pedido.
—Enorme pero deliciosa, ¿cierto? —le preguntó, ladeando la cabeza.
Adam gruñó a regañadientes mientras trataba de levantarse de la mesa.
No había estado mal, pero aquel tipo de comida no era para él, se planteaba.
—¿Qué? ¿Volvemos ya al hotel?
—Aún no he acabado de ver todo lo que quería
—Son las siete de la tarde
—Hora perfecta para ir a la Bocca della Veritá.
—Bueno, pero no quiero volver muy tarde. Tengo mucho trabajo por
terminar
—Sí, no se preocupe.

***

Tras un tiempo andando, ambos llegaron a la Iglesia de Santa María in


Cosmedin, que había sido uno de los lugares en los que se repartía comida
en la antigua Roma. La basílica era oficiada por la iglesia greco-católica
melquita. Ellie pudo observar desde el exterior que estaba constituida por
tres naves y un pórtico.
—¿Por qué la iglesia tiene un nombre tan largo?
—Cosmedin era un adjetivo que le pusieron debido a su belleza.
—¡Oh! ¡Qué curioso! ¿Entramos?
—Debemos ir al pórtico, que es donde se encuentra la Bocca —le
explicó él, guiándola.
Cuando entraron, Ellie se sorprendió de la cola que había. Todo el
mundo parecía querer hacerse fotos metiendo la mano.
A continuación, ambos se situaron en la fila para esperar su turno.
—¿Sabe? Algunas personas creen que la boca podría haber sido una
fuente.
—¿Las otras no?
—¿Cómo dice?
—Ha dicho que algunas personas creen eso. ¿Qué hay de aquellos que
no piensan que fuera una fuente? ¿Qué creían que era?
—Se ha considerado que pudiera ser una tapa de alcantarilla o que
hubiera pertenecido a una cloaca.
—¿En serio? ¡¿Una cloaca?! Ahora que sé eso, no sé si quiero meter la
mano — comentó, dudosa—. Si está lleno de mierda, imagine lo que se
podría pillar. Además, la cantidad de gente que pasa por aquí y mete la
pezuña... No me cuesta nada visualizar la de bacterias que puede haber ahí
dentro.
—Está usted demente —declaró Adam, consternado. Al ver que muchas
personas que estaban en la cola empezaban a lanzarles miradas furtivas,
añadió—: Va a conseguir que nos echen o que nos peguen una paliza.
—Sí, lo que usted diga, pero es una posibilidad. Más nos vale que
después nos lavemos las manos. Pero cuénteme, ¿qué sabe sobre la Bocca?
Tengo entendido que, si mentías, te cortaban la mano.
—Al parecer es una escultura que representa al dios del mar.
—¿En serio? ¿¿Y tiene alguna leyenda??
—Sí. De hecho, se barajan varias. Una de ellas es que creían que el
diablo se encontraba detrás de la Bocca della Veritá y esperaba a que los
mentirosos posaran su mano en ella. Se dice que Juliano el Apóstata,
emperador romano, engañó a su mujer y fue obligado a probar su sinceridad
en la boca. Mintió, claro, y el diablo le mordió la mano.
—¡Guau! —exclamó Ellie sorprendida. Luego, añadió con satisfacción
—: ¡Bien merecido se lo tenía, por traidor! Poco le hizo. Tenía que haberle
mordido otra cosa.
Adam casi se echa a reír al escuchar las insinuaciones descabelladas de
su infame secretaria.
—Que sepa que también hay otra leyenda en la que el personaje
principal que comete adulterio es una mujer.
—¿Cómo es esa?
—Una bella emperatriz romana...
—¿Es que toda la gente con poder tiene que ser infiel?
—¿Quiere escuchar la historia, o no?
—Sí, perdón. Continúe.
—Al parecer hubo una sola persona que logró mentir sin ser castigada.
Una emperatriz que fue muy bella estuvo con muchísimos hombres y, al
introducir la mano, mintió. Se dice que consiguió librarse debido a que
tenía una increíble habilidad dialéctica; así convenció al demonio de haber
dicho la verdad.
—Oh, sí, esa debía ser igualita que mi hermana Ada.
—¿Su hermana? —preguntó él, curioso.
—Sí, sería capaz de salvarse de la mano. Tiene una capacidad innata
para convencer hasta a las piedras del campo.
Cuando quisieron darse cuenta, era su turno. Ellie le pidió que le sacara
una foto con la Bocca, y cuando Adam se la hizo, vio que ella le llamaba.
—Venga.
—¿Para qué?
—¿Cómo que para qué? Para meter la mano, por supuesto.
—Yo ya lo he hecho en muchas ocasiones.
—¡Oh, vamos! ¡Introdúzcala! Le sacaré una foto para su novia.
Al final, tuvo que cogerle la mano para que la metiera.
—A Sasha no le interesa mucho la historia o la mitología —comentó
Adam, distraído, al tiempo que insertaba la mano dentro de la boca.
—Adam Henderson, ¿jura decir la verdad y nada más que la verdad? —
enunció Ellie, exagerando el tono y empleando la frase que se usaba durante
un juicio.
—¿De qué habla?
—¿Jura o no jura?
—Supongo —contestó dubitativo.
—¿Por qué me odia tanto?
A aquella pregunta le siguió el silencio.

***

«¿Por qué me odia tanto? ¿Por qué me odia tanto? ¿Por qué me odia
tanto?».
Estas palabras destellaron en la mente obnubilada de Adam. Se había
quedado en blanco. En ningún momento se hubiera esperado que le
plantease aquel dilema. Lo más grave de todo el asunto era que
sencillamente no sabía qué responder.
¿Por qué la odiaba? No creía que fuera odio. No, solo no soportaba que
fuera tan vulgar, que representara la antítesis de todos los valores con los
que había ido creciendo. No conseguía entenderla, aunque tampoco es que
tuviera especiales ganas de hacerlo. Resultaba sencillo, le sacaba de quicio
y alteraba todos sus nervios cada vez que abría la boca para soltar alguna
frase extraña de las suyas.
—¡Oigan! —gritó un hombre de la fila, interrumpiendo la respuesta que
no cesaba de morir en los labios de un reflexivo Adam—. ¿Se piensan tirar
toda la mañana ahí? ¡Somos muchos esperando!
—Señor, ¡un respeto, por favor! ¿No ve que este hombre se está
enfrentando a su propia verdad? —le respondió otra mujer que también
esperaba, pero que había estado escuchando toda la conversación mantenida
entre aquel extraño dúo.
—¿Y a mí qué me importa? ¡Lo único que quiero es avanzar!
—Sí, sí..., ya nos vamos. Disculpen las molestias —dijo Ellie,
componiendo una sonrisa al tiempo que Adam sacaba la mano.
La muchacha lo arrastró a una esquina del pórtico y lo miró en busca de
una respuesta.
—No la odio, señorita Hawk.
Todavía se planteaba qué era lo que le diría.
—¿Entonces? ¿Por qué siempre que estoy cerca anda con esa cara?
Parece que ha olido algo en descomposición.
—¿Qué cara?
—Pues esa —dijo, señalando el ceño fruncido que siempre mostraba—.
Debería relajarse. ¿Sabe? No soy tan mala como cree.
—No es odio, pero no me gusta su forma de ser. Tampoco tolero que se
burle de mí continuamente. Por no hablar de que siempre me está metiendo
en problemas. En vez de ayudarme, lo único que ocasiona son dolores de
cabeza.
—Primero de todo, tiene que entender que no me burlo de usted. Más
bien creo que es al revés. Respecto a lo demás, por un lado, le comprendo,
pero... Sabe que la mayoría de las veces no ha sido culpa mía, ¿no? Las
cosas solo se dieron así.
—No debería estar poniendo excusas tontas y asumir su parte de
responsabilidad. Tiene un papel muy importante en esta empresa y lo único
que hace es liarla continuamente. La señora Spark jamás actuó de la manera
en la que usted lo hace.
—Lo estoy intentando, señor Henderson, pero usted tampoco pone
mucho de su parte Siempre está amargado cuando estoy a su lado.
—¿Cómo tiene la desfachatez de decirme eso? Aunque tiene tendencia a
olvidarlo, sigo siendo su jefe, y no creo que tenga por qué estar escuchando
todo esto.
Al ver que Henderson había entrado en una espiral de auténtico drama,
Ellie se dio cuenta de que tenía que claudicar.
—Bueno, vale —accedió ella—. Lo siento, intentaré adaptarme mejor a
sus necesidades.
—No lo intente, hágalo.
—Sí, sí...
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
—Me gustaría ver la iglesia por dentro.
—De acuerdo, entremos —accedió Adam, guiándola hacia la puerta de
entrada.

***

El interior de la basílica estaba conformado por una nave central y dos


laterales divididos por cuatro pilastras. Las paredes laterales estaban
compuestas por columnas antiguas de la Statio Annonae, mientras que en el
suelo habían utilizado un estilo cosmatesco, propio de la época medieval.
Miles de teselas daban como resultado visual una pavimentación preciosa.
En el centro de la nave principal se encontraba el baldaquino bajo el que se
situaba el altar mayor, así como una serie de sillas donde los feligreses se
sentaban a escuchar la misa. En el fondo se hallaba la sacristía, que
conservaba un magnífico fragmento de un mosaico que había pertenecido a
la antigua basílica de San Pedro.
—¡Es preciosa! —exclamó Ellie, emocionada.
—La verdad es que sí, aunque se dice que antes era más bonita.
—¿Y eso por qué?
—Poseía más adornos. Sin embargo, todavía guarda cosas muy
interesantes.
—Ah, ¿sí? ¿¿Como cuáles??
—¿Ve aquel altar? —preguntó, señalándoselo.
—Sí —asintió ella.
—Debajo existe una cripta.
—¿¿Una cripta?? ¿Como los vampiros? —preguntó Ellie, asustada.
—No sea obtusa.
—¿Es que nunca ha visto Drácula? No se juega con el padre de los
vampiros, señor Henderson.
—Sabe que los vampiros no existen, ¿no?
—Ay, permítame que lo dude. Yo he visto a más de una de esas
sanguijuelas rondando por el mundo. Se aferran a tu vida y te saquean la
cuenta bancaria. Lo peor es que a esos no les espantas ni con la madre de
todos los ajos.
—Visto así... —concedió Adam, consciente de que en su mundo
predominaban muchos de esos.
—Pero prosiga, ¿qué más cosas tiene este lugar?
—Poseen un relicario de cristal.
—¿Y qué guardan en él?
—El cráneo de San Valentín.
—Está de broma. ¿¿Me está queriendo decir que tienen encerrado en una
caja de cristal una calavera?? Entre eso, la cripta y la cloaca que tienen ahí
fuera no parece un lugar muy higiénico.
—Muestre un poco más de respeto. Es el patrón de los enamorados —le
explicó Adam.
Aquello consiguió captar la atención de Ellie.
—¿Dónde?
Sabía que se estaba mostrando muy ansiosa, pero no le importaba. Tenía
en mente otras cosas más importantes.
—Dónde ¿qué?
—Que dónde está.
—Por aquí —respondió Adam, extrañado, al tiempo que la conducía
hacia el relicario.
Cuando llegaron, Ellie pudo observar una cajita pequeña de cristal
recubierta de oro que contenía en el interior un cráneo.
—Esta es la mía —declaró la muchacha bajo la mirada atónita de Adam,
que juntó las manos, cerró los ojos y comenzó a pedir con devoción—: Oh,
señor de los enamorados. Por favor, no sé qué hice mal para perder mi
primer beso con este hombre de aquí que me acompaña, pero por favor, le
imploro... ¡proporcióneme un italiano, a ser posible de buen ver, para que
pueda resarcirme! Un revolcón tampoco estaría mal, señor San Valentín. Si
lo hace, juro que me encomendaré en cuerpo y alma a servirle.
Adam empezó a tensarse con aquella referencia al primer beso, pero
cuando escuchó cómo murmuraba lo del revolcón, comenzó a sudar
copiosamente. Todavía no conseguía comprender cómo una mujer de
aquella edad no había besado a nadie nunca.
¿Y qué diablos estaba haciendo, mendigando un italiano como quien
pide un llavero?
—¿Pero que está diciendo ahora? —le espetó él, contrariado—. Si tiene
que recurrir a un santo para encontrar a un hombre, parecerá una
desesperada.
—Cállese y no diga eso, que me traerá mala suerte. Y sí, estoy
completamente desesperada. Mis labios han perdido la inocencia a manos
suyas. Lo mínimo que podría hacer es ayudarme a rogarle a este señor.
—Si piensa que voy a ponerme a rezar por usted, ya puede esperar
sentada —dijo él, ignorando las recriminaciones que le lanzaba ella.
—Venga aquí —dijo, al tiempo que le agarraba del brazo y lo arrastraba
hasta situarle a su lado frente al santo. Después le cogió de las dos manos y
se las juntó—. Así, ¿ve? No es tan complicado.
—¡Suélteme!
Sintiéndose muy airado, se separó de ella.
—Egoísta —murmuró Ellie, fulminándole con la mirada—. Hay algo
que se llama empatía. Pero como usted ya tiene novia, no piensa en que el
resto de las personas también tenemos necesidades.
—¿Necesidades? —repitió Adam, cada vez más anonadado con el
rumbo que estaba tomando aquella conversación.
—Bueno, creo que ya he acabado aquí Da un poco de mal rollo, pero si
obra el milagro, habrá servido para algo.
—Usted no está nada bien.
—Sí, sí..., ya sé eso. —dijo cansada. Después añadió, emocionada—:
¡Ahora toca la Fontana di Trevi! ¡Necesito toda la buena suerte que pueda
conseguir!
—¿Sabe lo lejos que está eso?
—¿Mucho? —preguntó ella.
—Unos veinte minutos andando.
—¡Bueno! ¿No es usted provida saludable? Pues ¡hala! A mover las
patitas —le instó ella, saliendo de la iglesia.
—Si quería visitar la fuente, tendríamos que haber aprovechado para ir
después del Coliseo, que también está en el centro.
—¡No lo sabía!¡Es la primera vez que vengo a Italia!
Una vez estuvieron fuera de la basílica, ambos se encaminaron hacia el
centro de la ciudad en busca de la diosa de la fortuna.
Pobres almas ingenuas... Desconocían que, en aquella pequeña iglesia de
Roma, un travieso santo había posado su mirada en ellos y había
comenzado a obrar su magia, pero no de la manera en la que ellos se
hubieran imaginado.

***

Transcurrida media hora, pues Ellie se había ido deteniendo en todas las
heladerías que le llamaban la atención —Adam había tenido que separarla
de los escaparates a rastras—, consiguieron localizar la fuente, famosa por
conceder deseos. Se encontraba situada en una plaza inmensa, y había tanta
gente lanzando monedas que, de repente, a Ellie se le abrieron los ojos de
placer.
—Si no tuviera tan mala suerte, me sentiría tentada a llevarme las
monedas.
—¿Cómo dice?
—En 2011 fueron recaudados 951.000 euros. Eso, trasladado a dólares,
es más que mi sueldo anual —le informó, emocionada.
—Veo que está muy bien informada de eso.
—Por supuesto, es dinero, pero no voy a arriesgarme a que mi mala
suerte se triplique —le confesó.
—Comprendo —le dijo Adam, aunque claramente no lo hacía.
Los dos se acercaron a la fuente y la contemplaron maravillados por su
belleza. De fondo se reflejaba el palacio Poli, la escena principal que estaba
representada era la del titán Océano, que, ayudado por los tritones, domaba
a varios hipocampos. En los nichos al lado del titán, se podían contemplar
las estatuas de Abundancia, vertiendo agua de su urna, y Salubridad,
sosteniendo una copa de la que bebía una serpiente.
—Vale, la situación se aborda de la siguiente manera. Se tira sujetando la
moneda con la mano derecha por encima del hombro izquierdo —le explicó
Ellie con seriedad—. Una moneda quiere decir que volveremos a Roma.
—Yo seguro que sí.
—Calle y escuche. Si tiramos dos, indicará que surgirá un nuevo
romance. No sé si eso le interesa, teniendo en cuenta que ya tiene novia,
pero bueno. Tres significará que se busca un matrimonio o un divorcio.
¿Comprende?
Adam palideció ante la palabra matrimonio.
Ninguna de las opciones le parecía plausible para su condición actual.
—De acuerdo.
—Venga, prepárese —dijo al tiempo que cogía dos monedas de su
monedero. Sujetándolas con fervor, imploró—: Invoco a todas las fuerzas
del amor: ¡Afrodita, Cupido, Hathor, San Valentín, Kamadeva! ¡Venid a mí,
alojaros en estas monedas y concededme mi deseo! ¡¡Quiero dejar de ser
inmaculata!!
Adam observaba, estupefacto, cómo después de que la mujer llamase a
todos los dioses del amor de las diferentes culturas existentes, gritaba en la
plaza que deseaba...
¿Qué? ¿Perder la virginidad?
Todo esto mientras tiraba ambas monedas por su hombro izquierdo con
la fuerza de un jugador de baloncesto.
CAPÍTULO 12

«La vida no se juzga por el tiempo, sino por los recuerdos de los
momentos especiales que vivimos».
Leonid S. Sukhorukov

A lo largo de toda su carrera profesional, Adam Henderson había vivido


innumerables situaciones en las que la tensión le había llevado, en más de
una ocasión, hasta el borde del precipicio. Había sido como estar en una
montaña rusa continua. No obstante, con toda la experiencia que tenía con
la presión, aquella tarde en la Fontana di Trevi reconoció, consternado, que
Ellie Hawk había conseguido arrastrarle más allá del acantilado. Había
provocado que se desprendiera y cayera en picado, haciéndole experimentar
todo tipo de sentimientos encontrados, desde la incredulidad hasta la
auténtica vergüenza ajena.
«¡Rayos! Pero ¿qué diablos? ¿Inmaculata? ¿Virgen? ¿Cómo de virgen?
¿Cómo la Virgen María? ¿En qué mundo vive?».
Eran los únicos pensamientos que aparecían en la cabeza embotada de
Adam. El hecho de descubrir aquella nueva información le había turbado
por extraño que pareciese.
«No es posible que conozca acerca de su virginidad antes que, por
ejemplo, su color favorito, aunque no es como si esto me importara
tampoco», se convenció a sí mismo.
—Ni siquiera sé qué decir ante este espectáculo tan lamentable —
declaró Adam, todavía boquiabierto, sin lograr comprender de dónde había
salido aquella mujer.
—¿Qué?
Actuaba con inocencia, como si no hubiera sucedido nada. ¡Como si las
personas que les rodeaban no la estuvieran mirando con la boca abierta!
—¿Se da cuenta de lo que acaba de decir? —comenzó él muy serio,
intentando sondear la mente perturbada de la señorita Hawk.
—Por supuesto, acabo de pedir un deseo.
—¡Acaba de decir que es virgen... gritándolo como una vendedora de
bragas en el mercadillo!
—No, he dicho que quiero dejar de ser inmaculata.
—¡Es lo mismo! ¿No tenía suficiente con la bochornosa demostración de
la iglesia? ¿Aquí también tenía que dar la nota? ¿Cómo se le ocurre gritar
eso en mitad de la plaza? ¿Es que no tiene ningún tipo de vergüenza?
Mientras hablaba, miraba hacia todos los lados. Al parecer, excepto por
algunas personas que todavía estaban riéndose, el resto había seguido
concentrándose en sus asuntos.
—Si usted tuviera la misma suerte que tengo yo, se habría acostumbrado
ya a las situaciones embarazosas.
—Eso no justifica que me tenga que arrastrar con usted. Si quiere
ponerse en ridículo, hágalo sola.
—No sabe lo importante que es la fortuna, señor Henderson. Me importa
bien poco lo que la gente piense de mí si con ello consigo que alguna
deidad me quite la mala suerte que me persigue.
—Si la ventura de la que habla tiene que ver con su relación con los
hombres, olvídelo, no se trata creencias arcaicas como esa. Es su carácter.
Usted espantaría hasta las moscas de un estercolero.
—¿Cómo dice? —graznó Ellie, indignada ante el ataque propinado por
el idiota.
—¿De verdad cree que un hombre que tenga algo de sentido estaría con
una mujer a la que no le importa gritar en mitad de la Fontana de Trevi que
es virgen? ¿O, sin ir más lejos, que le vomita encima?
—No le vomité encima —se defendió ella, ignorando la referencia a su
alarido. Luego añadió más bajo—: Fue en una bolsa.
—Me importa bien poco cómo quiera describir la situación. El caso es
que, por mucho que se encomiende a todos los santos o dioses del universo,
si sigue comportándose de esa forma, nadie va a querer acercarse a usted.
—Lo que usted diga.
No podía mostrarle que le había afectado lo que acababa de exponer de
forma despectiva. Ellie no creía que fuera una persona que hiciera daño a
los demás. No voluntariamente, al menos, pero el hecho de escuchar de la
boca de un hombre, por muy insoportable que este fuese, que la culpa era
de su personalidad, le había dolido. Ella siempre lo había achacado a su
mala suerte, pero ¿y si al final resultaba que el problema era consigo
misma? Sin embargo, no quería darle la satisfacción a Henderson de verla
alterada, así que optó por cambiar de tema.
—. Usted todavía no ha pedido su deseo.
—Está loca si cree que, después de su lamentable actuación, tengo algún
tipo de intención de lanzar la moneda.
—Entonces démela que la arroje yo por usted
Se acercó para que la entregara el objeto, pero alver por dónde discurrían
sus intenciones, Adam se tensó y alejó la moneda de ella al tiempo que le
espetaba:
—No piense ni por un segundo que voy a patrocinar otro segundo deseo
demente de los suyos. No consentiré que nos avergüence de nuevo.
—¿Y qué hará? Esa moneda ya está destinada a ser lanzada.
—¿Eso quién lo dice?
—Usted ya había impreso en ella su intención de tirarla, así que debería
mantenerla.
—Si con eso cesa de insistirme, lo haré. Ya he pasado suficiente
vergüenza para tres vidas. Ahora solo quiero irme al hotel
Resignado, sostuvo la moneda. Ninguna de las otras dos opciones le
gustaba especialmente.
¿Nuevo romance? Ni de broma, ya tenía suficiente con Sasha.
¿Matrimonio? Demasiado pronto.
¿Divorcio? No era posible.
—¡Venga! No sea tímido —le animó Ellie, al tiempo que él la lanzaba de
espaldas.
—Bueno, ya está hecho. Ahora, ¿Podemos irnos?
—Pero tengo hambre.
—Eso no es ninguna novedad viniendo de usted.
—Oh, por favor. Solamente es ir a cenar algo. Ya son las nueve de la
noche.
—Con usted nunca se trata de una sola cosa, siempre quiere una detrás
de otra.
—Le prometo que cenaremos y nos iremos.
—De acuerdo. ¿Qué le apetece?
—¡Pasta!
—Ni lo sueñe.
Todavía sufría escalofríos al recordar la pesadilla de la noche anterior.
—¿Qué tiene en contra de la pasta? —inquirió la muchacha, curiosa. Al
comprobar que Henderson no estaba dispuesto a ceder, claudicó—. Vale,
vale..., retiro lo de la pasta. ¡Ah! ¡Ya lo tengo! ¡¡Pizza!!
—¿No se da cuenta de que es demasiado fuerte por la noche? ¡Siguen
siendo carbohidratos!
—¿Está de broma? ¡Una pizza sienta bien a cualquier hora del día! Y ya
hemos pasado por la historia de los carbohidratos. Superémosla. Además,
ardo en deseos de probar las italianas. ¡Dicen que son deliciosas!
—No tengo ninguna oportunidad de convencerla de que se coma una
ensalada, ¿no?
—Por supuesto que no.
—Como quiera. Conozco una pizzería cerca de aquí.

***

Estuvieron andando alrededor de ocho minutos hasta que llegaron al local.


La Pizza E Mozzarella, como se llamaba, era un establecimiento muy
pequeño asentado en el centro de Roma, y muy cercano al Panteón de
Agripa. El interior estaba compuesto por una barra donde se exponían las
pizzas, así como dos mesas diminutas. La gente se acumulaba en el interior
a la espera de ser atendidos.
—Casi no lo vemos —resolló Ellie, cansada de caminar durante todo el
día.
—Sí, es difícil de encontrar—: El único problema es que las mesas están
ocupadas.
—¡Oh! No pasa nada, podemos pedirlo para llevar. ¿No estaba al lado el
Panteón? —exclamó, emocionada.
—Sí.
—¡Pues nos lo comeremos ahí!
Adam no estaba seguro de querer pasar tanto tiempo en compañía de
aquella mujer. Lo único que deseaba era volverse al hotel. Había pasado
una tarde horrible por culpa de ella, y ahora le sentaría mal la cena. Estaba
seguro de ello.
Cuando finalmente llegó su turno, el dueño de la pizzería les saludó.
—Buona notte, ¡Benvenuto!
—¿Eh? —inquirió Ellie, sin comprender nada.
—Nos está dando la bienvenida y las buenas noches.
Al escucharlos hablar, el dueño de la pizzería sonrió, apiadándose de
ellos.
—No se preocupe señorita, también hablo inglés y español.
—Perfetto —probó ella.
—Le he dicho que deje de hacer el ridículo —la reprendió Adam—. Si
no sabe italiano, ni lo intente.
—Espere —le pidió Ellie, que cogió su móvil e ignorándole comenzó a
buscar algo en Internet. Al terminar, le respondió—: ¡Stai zitto!
«Cállese» en italiano.
Una vez consiguieron superar la impresión inicial que sintieron ante la
desfachatez de la muchacha, Henderson se enfureció mientras que el dueño
de la pizzería se echaba a reír.
—Us... —comenzó a decir Adam, pero fue interrumpido por el dueño.
—Mi mujer y yo éramos iguales.
—¿Qué? —exclamaron indignados a la vez. Adam añadió—: No somos
nada.
—En efecto. Este hombre solamente robó la inocencia de mis labios —
afirmó Ellie bajo la mirada anonadada del dueño y de Henderson.
—¡¿Tenía que añadir eso?! —la regañó él, concentrándose en fulminarla
con la mirada—. ¡Deje ya el tema! ¡Seguro que solo fue un roce y está
armando drama por nada!
—¡No puedo! A saber qué extrañas pesadillas me acontecerán esta
noche...
—Ni me hable de pesadillas, ¿eh?
—Señores, señores... ¿van a querer algo para llevar? —les llamó el
dueño, que empezaba a encontrarse un poco cansado de aquella
conversación sin sentido.
—¡Sí! —exclamó ella, salivando—. ¡Yo quiero una pizza de mozarella y
otra de barbacoa!
—¿Cómo la quiere?
El hombre comenzó a señalar diferentes tamaños ante el escrutinio ávido
de Ellie.
—Más grande, sí, sí, así.
—¿Se va a comer todo eso? —preguntó Adam, impresionado por la
cantidad.
—Por supuesto.
—¿Y usted, señor?
—No quiero nada, gracias.
—¿Cómo que no?
—He dicho que no, y no intente engañarme como con el helado. Yo no
ceno carbohidratos.
—¡Por el amor de Dios! Esta tarde se ha desmayado por no comer nada
y ahora va por el mismo camino.
Adam resolvió que lo mejor sería ignorarla.
—¿Cuánto es?
Finalmente, pagaron y se marcharon andando bajo la luz de la luna hasta
el Panteón de Agripa. Una vez allí, se sentaron en el obelisco de Ramsés II
que se alzaba en mitad de la plaza de la Rotonda. Esta estaba flanqueada
por diferentes establecimientos que ya comenzaban a cerrar.
—Es maravilloso
Ellie contemplaba maravillada el monumento que se erigía imponente
bajo el cielo estrellado mientras dejaba los suministros que habían
comprado para la cena.
—Sí, Roma tiene joyas como esta.
—¿Qué es lo que más le gusta de este país?
—Supongo que me gusta el ambiente que tienen sus calles y la historia
que encierra cada esquina. ¿Y a usted?
—Sin duda, la comida —afirmó ella con seguridad. Mientras, se
introducía en la boca la porción de pizza barbacoa.
—No sé por qué no me sorprende —le respondió él despectivamente,
mirando cómo disfrutaba de la pizza sin ningún tipo de remordimiento.
—Ummmm... delicioso. Absolutamente exquisito
Tenía que hallar alguna forma de convencer a ese idiota de que cenase.
Al fin y al cabo, seguía siendo su asistente personal.
Adam comenzaba a darse cuenta de que aquella mujer no comía como
una persona normal. Y aquello resultaba muy peligroso para su sistema
nervioso.
—¿Le importaría dejar de emitir ruidos cuando esté comiendo
—No entiendo qué le molesta tanto. ¡Todos los seres vivos hacen ruidos
al comer! Bueno... Excepto las plantas, claro que ellas hacen la fotosíntesis,
así que no cuenta. De todas formas, ¿va a pedirle a toda la comunidad
animal que revise sus modales? Lo pregunto para ir llamando a los de
Greenpeace.
—¿Siempre ha sido así?
De verdad que tenía que tratar de comprenderla o terminaría
enloqueciendo. No había conocido a otra persona igual.
—¿Así cómo?
—Extraña.
—Vaya, muchas gracias, señor Henderson. Viniendo de usted, eso es un
cumplido —le respondió cargando sus palabras de ironía.
—Lo digo en serio.
Él pudo notar el momento exacto en el que la actitud de la señorita Hawk
cambió. Su expresión corporal y facial se transformaron, informándole de
que la muchacha se encontraba muy lejos de allí.
—No. No siempre fui así. —murmuró Ellie, sumida en los recuerdos con
la mirada perdida en las estrellas.
Latido. Latido. Latido.
Adam escuchaba cómo su propio corazón cobraba velocidad. No sabía
qué decir. Hasta entonces, con ella todo había sido fácil, y ahora estaba
demostrando aquella faceta totalmente desconocida para él. Estaba
buscando las palabras que se suponía que tenía que decir cuando, de
repente, ella le miró y sonrió burlona.
—¿En serio no quiere un bocado? Ahora que les ha arrebatado la
virginidad a mis labios castos, no me importa compartir.
—¡Usted! ¡Es incorregible! —la acusó, enfadado.
«Debí equivocarme. Esta mujer es más simple que el mecanismo de un
yoyó», resolvió, molesto consigo mismo por haberla malinterpretado.
—Sí, sí... —se carcajeó ella ante la visión indignada que componía su
jefe, al tiempo que se terminaba la última porción de pizza que le quedaba
—. Venga, vámonos ya.
—Por fin.
—Un momento, ¿y la moto? ¿Recuerda dónde la dejamos? —le
preguntó Ellie, cayendo en la cuenta de que llevaban todo el día sin ella.
«¡¿Qué?!».

***

Cuando consiguieron llegar al hotel, eran altas horas de la madrugada.


En aquellos instantes, Ellie se encontraba sentada en su habitación.
Todavía recordaba la amarga despedida que había tenido con el idiota de su
jefe, quien todavía se sentía resentido por haber perdido la moto.
Habían vuelto al lugar donde creyeron haberla dejado y no estaba allí.
Aquello no le había sentado bien a Adam, como le había dado a entender
sin ningún reparo. Ellie se preguntaba qué tipo de educación habría recibido
aquel hombre para que le hubiera llevado a conducirse de esa manera. Sin
duda, le habrían malcriado, resolvió. No obstante, por muy amargado y
serio que estuviera siempre en su presencia, ella se había divertido como
nunca. Le encantaban las caras que ponía cuando se encontraban en algún
aprieto. «Es como tratar con un cervatillo asustado», pensaba Ellie, al
tiempo que marcaba el número de su hermana.
Les echaba tanto de menos... Aunque Ada le mandaba mensajes cada
hora, ella apenas podía coger el teléfono, ya que se suponía que tenía que
estar atenta a las necesidades de Henderson.
Al tercer timbrazo, escuchó la voz cantarina de su hermana atravesar el
auricular.
—¡Ellie! ¡Por fin! ¡Ya creía que no me llamarías hoy! Pero ¿qué hora es
allí? Debe ser tardísimo.
—Ada, ¡te extrañé tanto hoy! He visto tantos sitios... El hecho de que no
estuvierais allí me produjo mucha tristeza. ¿Cómo está Chris? Tengo que
llamarle. ¿Y tú? ¿Todo va bien?
—El —dijo, llamándola por el nombre que usaba de pequeña—, por el
amor de Dios, hablamos ayer. Poco ha podido cambiar desde entonces.
Todo está bien, tienes que relajarte.
—¿Seguro? Si sucede cualquier cosa, me la tienes que decir, ¿me has
oído, Ada? Quiero estar informada de todo. No importa de qué se trate,
cualquier cosa estaré aquí.
—Me estás requiriendo algo que no estás proporcionando tú.
—¿Qué?
—¡No me has contado qué tal te ha ido en tu primer día oficialmente en
Roma! ¿Cómo te atreves a tenerme en la senda de la ignorancia? ¡Quiero
saberlo todo!
—Pues no hay mucho que saber —comentó Ellie de forma esquiva.
Hablar con Ada sobre el día en el que había perdido su primer beso no le
hacía especial gracia. Estaba más preocupada por saber cómo estaban yendo
las cosas por allí.
—Oh, no, conozco ese tono. ¿Qué ha pasado? ¿Henderson te ha
explotado? —interrogó la mediana, percatándose de que algo ocurría.
—No, en realidad ha sido bastante flexible. Esta mañana estuvimos
trabajando, intentando averiguar la causa de las puntuaciones negativas de
las que te hablé.
—¿Y? ¿Encontrasteis algo?
—Es extraño, nada parecía salirse de la normalidad, es como si todo
funcionase como un reloj, y cuando preguntamos a los trabajadores,
tampoco supieron decirnos nada relevante.
—Eso sí que es raro —concedió Ada—. A lo mejor hay algún tipo de
campaña de desprestigio.
Ellie evitó señalar que en dos ocasiones se había sentido vigilada. No
quería preocupar a su hermana por lo que con toda probabilidad serían
imaginaciones suyas. Sin embargo, el sentimiento de intranquilidad que
experimentaba al encontrarse en el hotel persistía.
—No lo sé, hemos acordado estar pendientes del funcionamiento de la
empresa durante estos días.
—Bueno, ¿y a qué te referías con que has estado en varios sitios?
Era hora de abordar la cuestión que le interesaba de verdad.
—Oh, estuve toda la tarde visitando Roma.
—¡Qué ilusión! Dime que hiciste muchas fotos. Pero... ¿tú sola? —
preguntó en un tono que insinuaba que dudaba sobre ello.
—¿Cómo? No, el idiota vino conmigo.
—¡Lo sabía!
—¿Qué diablos sabías, enana? ¡Te he dicho que no te hagas ideas
extrañas! El tipo tenía que hacer unas cosas en la ciudad.
—¡Ja! ¡Cosas! —se mofó la mediana, pero al ver la protesta que emitía
la mayor, cedió—. Vale, vale, pero sígueme contando. ¿Qué visteis vosotros
dos?
—¡Ada Hawk! Deja de insinuar ideas descabelladas.
—No avanzamos, El. ¿Quieres soltarlo todo de una vez?
—Bueno, primero fuimos en moto hasta el Coliseo. Precioso. Por cierto,
¿sabías que se hacían representaciones de batallas navales?
—Espera, espera. ¿Montaste en moto con tu jefe?
—Sí, Ada, monté en moto con él.
—¿Y por qué? ¿Los millonarios no suelen viajar en coches lujosos? Un
momento... No me digas que sabía que te aterra subirte en un coche.
—¿Qué? No lo creo —vaciló Ellie, recordando la conversación
mantenida la noche anterior.
«¿Es que tiene miedo de los coches?».
—¡Has dudado!
—De eso nada Existe una explicación. Dijo que no se mueve en coche
por Roma, que el tráfico es horrible.
—Y tú te lo crees. ¡Cielos, Ellie! Eres de las que, si estuvieras en un club
de striptease, y el stripper se desnudara delante de ti, ¡pensarías que es
porque tiene calor!
—¿Cómo diablos sabes eso? —le preguntó la mayor con sospecha.
—Venga, continúa. ¿A qué otros lugares fuisteis?
—A la heladería de las que nos habló la madre de Susan.
—¡¿La de los ciento cincuenta helados?!
—¡Esa!
—¿Y estaban tan buenos como decía?
—Deliciosos. —le respondió ella, recordando el beso fugaz. Maldito
labio inferior. Tenía que cambiar de tema o Ada se daría cuenta. Era como
un sabueso: cuando encontraba a su presa, no lo soltaba. Ni muerta le
contaría aquello a su hermana. Volvería a apodarla Santa Desgracias—.
También estuvimos en la Bocca della Veritá y en la iglesia que la guarda.
—Ah, ¿sí? ¡Qué emocionante! ¿Te cortaron la mano por mentirosa?
—¡No! Si resulta que fue una cloaca —comentó Ellie, amargada—.
Imagínate la cantidad de bichos que me recorrerían la mano. Tenían hasta
un cráneo, pero luego Henderson me dijo que era el cráneo de San Valentín.
—Conque te lo dijo él, ¿eh?
—Sí, y no, no pienses cosas extrañas de nuevo. El tipo sabe mucho de
historia —empezó a excusarse Ellie.
—Continúa
—Luego fuimos a la Fontana di Trevi. No te imaginas la cantidad de
dinero que había allí, Ada.
—¿Pediste algún deseo?
—¿Lo dudas? Pedí el mayor de los deseos.
—El, no me digas que lo pediste en voz alta, como siempre haces
La mediana era consciente de que Ellie, desde que era pequeña, al soplar
las velas en su cumpleaños siempre decía el deseo en voz alta, confiando en
que así habría más posibilidades de que se cumpliera.
—¿Y?
— Se me olvidó decírtelo, pero Susan me dijo que se tiene que pensar
mientras se lanza la moneda.
—¡¿Qué?!
Así que iba a resultar cierto que había tenido un error procedimental, y
ella haciéndose la indignada delante del idiota de Henderson. Su hermana
se echó a reír, Ada se la podía imaginar deseando cualquier locura. No sería
de extrañar, que su jefe hubiera reaccionado con sorpresa. Muy pocas
personas podían comprender a su hermana mayor, quien a pesar de cargar
con una responsabilidad tan grande como la que tenía, no dejaba de ser, en
ciertos aspectos, algo infantil.
—¿Qué has pedido?
—Esto... Umm...
No podía creerlo.
«No puede ser. Esto no me puede estar pasando a mí. Ahora ese idiota
sabe que soy inmaculata. Ni se te ocurra llamarle idiota cuando tú eres la
idiota mayor», se recriminaba ella.
—Suéltalo.
—No lo diré, es un deseo.
«Puede que toda la Fontana di Trevi, incluyendo al señor Henderson, se
enterasen de mi... eh... castidad indeseada, pero ni aunque el infierno se
congelase lo sabría Ada».
—Eres una egoísta, El. No te importa que se enteren desconocidos, pero
sí tu pobre hermana.
Ellie decidió no contestar lo que realmente pensaba. Ada era tan «pobre»
como lo sería una cobra real.
—Bueno, luego cenamos frente al Panteón de Agripa —explicó,
ignorándola— y nos dimos cuenta de que habíamos perdido la moto.
—¿Cómo dices? Eso sólo te pasaría a ti. Has arrastrado al pobre señor
Henderson a la miseria contigo.
—Calla, que no sabes cómo se puso. Me odia.
Sin embargo, mientras lo decía, recordó sus palabras: «No la odio,
señorita Hawk».
—¿Y entonces cómo volvisteis? ¿Tuviste que subirte a un taxi?
Aquella cuestión sí le preocupaba. Sabía que Ellie lo pasaba muy mal
cada vez que tenía que subirse en uno, en el pasado había tenido que
recurrir a ansiolíticos para evitar los pensamientos intrusivos y Ada lo sabía
a la perfección, aunque su hermana mayor ni lo mencionase.
—No, volvimos andando. No sabes cómo me duelen los pies.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que tu jefe volvió andando hasta el hotel
contigo?
—Sí, y no te imaginas la cantidad de cosas odiosas que estuvo
diciéndome durante todo el camino.
—Emm, Ellie, mi querida hermana cabeza de alcornoque, el tipo es
millonario ¿y decide caminar incontables kilómetros pudiendo coger un
taxi? Eso es porque de alguna forma conoce la clase de relación que tienes
con los coches.
—Mira, desconozco por qué lo hizo, lo único que sé con seguridad es
que siempre está enfadado y no deja de recriminarme las cosas
«Tampoco es cierto del todo. Te estuvo contando curiosidades sobre los
diferentes lugares», le recordó la voz de la conciencia.
—Soy consciente de que no te das cuenta, pero no parece un mal
hombre.
—Si supieras las cosas que me dice, no estarías defendiéndole.
—Las palabras que emitimos no tienen por qué reflejar la forma en la
que somos.
Al escuchar aquello, Ellie comenzó a meditar si el imbécil no sería algo
más de lo que aparentaba. No obstante, nada de eso en realidad importaba.
Henderson solamente era su jefe, y ella se encontraba dispuesta a hallar a su
italiano dondequiera que este se encontrase, que para eso había tirado las
monedas a la fuente.

***

Adam necesitaba desahogarse. El hecho de vivir un día repleto de


emociones intensas había provocado que la tensión se acumulase en
diversas zonas de sus músculos.
No le había dado tiempo ni a denunciar la desaparición de la moto. Así
que, aunque hubieran llegado de madrugada, necesitaba descargar todo lo
que sentía.
Después de cambiarse en su habitación, se encaminó hacia el gimnasio,
que, en aquellos momentos, se encontraba cerrado, y lo abrió con la llave
maestra que siempre llevaba consigo. Estuvo una hora dándole puñetazos al
saco de boxeo, eliminando cualquier pensamiento, sentimiento o emoción
que hubiera traído aquel día. Lo único que deseaba era fundirse con las olas
de dolor que transmitían sus pies magullados por las horas caminadas hasta
el cerebro.
Sin embargo, aquello debía ser un arma de doble filo, porque dicha zona
no paraba de recordarle a aquella mujer indeseable y todo lo que había
despertado en él.
—Virgen, virgen...
Todavía estaba incrédulo. Al rememorar todo lo que había dicho y hecho
a lo largo del día, sin poder evitarlo se tiró al suelo, muerto de la risa.
—. Santo Cristo. Está como una cabra.
Mirándolo en retrospectiva, y envalentonado por la liberación de
endorfinas, reconocía que de alguna manera extrañamente retorcida se lo
había pasado bien.
La mujer le había ridiculizado de todas las maneras inimaginables. Sin
embargo, también había experimentado situaciones que por regla general no
habría vivido en los círculos que le rodeaban. No obstante, aquello no podía
seguir así, reflexionó. Era su secretaria y no podría repetirse ese tipo de
cercanía, por no mencionar la cuestión del roce de labios. Si Sasha se
enteraba, lo mataría.
«¡¡Sasha!! Oh, Dios mío. Ni la he llamado».
Sin duda, tenía que poner tierra de por medio, darse unos días alejado de
ella. Esa muchacha le hacía olvidar todo lo que importaba: la moto y ahora
su novia. Si tan solo no fuera tan desesperante y tuviera un poco más de
clase, se plantearía contratarla, pero aquello estaba descartado por
completo. En cuanto volvieran a Nueva York, buscaría otra persona, pero
hasta que ese día llegase, lo único que hablaría con la señorita Hawk sería
lo estrictamente necesario.

***

Ellie estaba a un latido de sumirse en el mundo de Morfeo en el instante


en el que sonó su teléfono del trabajo. Le habían dicho que debía tenerlo
siempre operativo por si Henderson requería sus servicios, pero en
momentos como aquel sentía unas ganas terribles de arrojarlo por la taza
del váter.
Mensaje entrante de El Desgraciado:

Mañana tengo asuntos importantes que atender en la ciudad, así que no estaré en el hotel en todo
el día. Encárguese de la situación que hablamos y de adelantar los informes que le pedí.
CAPÍTULO 13

«¿No es la vida cien veces demasiado breve para aburrirnos?».


Friedrich Nietzsche

Un día se convirtió en dos; dos, en tres, y cuando Ellie quiso darse cuenta,
llevaba cinco días sin ver a su jefe.
No comprendía qué podía estar pasando. Ella había cumplido a rajatabla
los mensajes que le enviaba. El móvil se había acabado convirtiendo en su
nuevo canal de comunicación, y aunque al principio se lo hubiera tomado
como un descanso de ser el centro de sus burlas, había comenzado a
preocuparse.
Tenía que haber hecho algo muy mal para que la evitara de esa forma,
que ya comenzaba a ser descarada. Sin embargo, aquello no era lo único
que la venía inquietando. Empezaba a intranquilizarla aquel extraño
silencio que se había erigido sobre el hotel, pues si bien Henderson estaba
desaparecido en combate, Ellie había seguido muy de cerca el
funcionamiento de la empresa, y puede que no fuera nada, pero todos
parecían estar muy felices con el mismo. Aquello, sin duda, era muy
sospechoso.
Si la muchacha no hubiera tenido experiencia con diferentes trabajos, lo
hubiera visto como una conducta normativa, pero su veteranía en multitud
de empleos diferentes la avalaba para reconocer que era prácticamente
imposible que todos estuvieran felices y funcionara tan bien. Algo tenía que
ir andando mal si no conseguía que se abrieran. Pasaba las mañanas en el
comedor hasta que se acababan los desayunos, y la recepción se había
convertido en su segunda casa. Estaba tan desesperada por encontrar algún
fallo que hasta había deambulado por los interminables pasillos en busca de
alguna limpiadora que se sintiera con ganas de criticar los pormenores de su
trabajo.
Nada. No había encontrado nada.
Nadie sabía nada, nadie hablaba de nada. Incluso había empezado a
percatarse de que algunos empleados le dirigían miradas hostiles,
sintiéndose juzgados por su presencia en las instalaciones. No obstante, a
pesar de no encontrar una respuesta tangible, cada vez se sentía más
observada. Seguía diciéndose a sí misma que no era posible. Había buscado
de donde podría venir aquella sensación y nunca había hallado nada. Al
final, decidió que debía estar volviéndose paranoica por no encontrar
ninguna causa.
Aquel día era viernes, y tenía la esperanza de ver al inaguantable de su
jefe. El hecho de mensajearse a través de wasaps escuetos lo había vuelto
todo más impersonal.
No es que ella buscara un contacto íntimo, pero no le había pedido ni un
café desde el día de la moto. Y aquello era muy raro. Empezaba a sospechar
que su ausencia podía deberse a ese motivo: él la culpaba de la pérdida de
esta última, y se lo había dejado bien claro. Sin embargo, la muchacha no
lograba acabar de comprenderle. El tipo era multimillonario. Tenía
suficiente dinero para comprarse ochenta de esas si quisiera. Sin duda,
tendría que encararle en cuanto el muy gusano se atreviera a asomar aquella
cabeza pelirroja por el agujero. Pero, sobre todo, lo que más la indignaba
era que no le hubiera puesto excusas más creativas.
Una de ellas había sido que dos amigos habían llegado a la ciudad y
tenía unos asuntos que atender con ellos. Pero su favorita fue cuando dijo
que tenía que ir a hablar de negocios. Había empezado a aborrecer esa
palabra. NEGOCIOS. Se repetía en todos los mensajes que le enviaba. En
serio, hasta ella cuando era pequeña y no quería ir al colegio inventaba
pretextos mejores. Bien, bueno, mejor no mencionar aquella vez en la que
explotó el termómetro por meterlo en el microondas. Nadie le había dicho
qué grados eran aptos para empezar a considerarse fiebre, pero oye, al
menos había intentado ser más imaginativa que aquel hombre.
Sus esperanzas de verlo a lo largo del día se vieron truncadas al recibir
otro de sus mensajes odiosos en los que la palabra «negocios» volvía a
verse reflejada. Llegó la tarde y Ellie se dio cuenta de que había estado tan
inmersa en el cumplimiento efectivo de su trabajo que había conseguido
terminarlo todo y ponerse al día con sus labores administrativas. Al menos
eso ya era algo, porque con la cuestión de la investigación no había
conseguido avanzar nada. De hecho, no había salido del hotel desde el día
en el que descubrió Roma con el imbécil. Se merecía un descanso, se dijo.
Sospechaba que el idiota estaba teniendo muchísima diversión mientras
ella estaba allí, haciendo todo el trabajo sucio. Era su secretaria, no una
esclava; sin mencionar que no sabía cuánto más tiempo se quedarían en la
dolce Italia y aún no había cazado al esperado italiano. Lo único que había
conseguido rozar, para su desgracia, había sido un pez payaso muy
escurridizo. Así que esa tarde se la dedicaría a ella misma, y por la noche
saldría a capturar italianos que fueran como los helados: deliciosos.
Era consciente de que su único problema era que no tenía la caña de
pescar correcta, pero aquello iba a cambiar. Por una noche, sería como
Cenicienta, determinó al tiempo que sostenía con devoción la VISA ilimitada
que le proporcionaron cuando empezó a trabajar para Henderson.
«Hola, pequeña hada madrina. Nadie tiene por qué enterarse. Esto será
un secreto entre tú y yo».
Pensándolo bien, quizás Cenicienta no fuera el cuento correcto. Aquella
rubia afortunada siempre se iba a las doce de palacio y ella tenía la firme
intención de cerrar la discoteca en la que se encontrase.
Eso si no lograba atrapar a il suo cioccolato dolce.

***

Ellie resolvió, tras meditarlo con detenimiento, que lo más importante


para conseguirse un italiano era, ante todo, el idioma. Así que buscó un
video en YouTube que le ayudara a orientarse mejor con las expresiones
más básicas, y con la asistencia del GPS de su móvilhasta el centro. pudo
encontrar una tienda de ropa en la que pudiera encontrar tallas grandes.
Pronto se dio cuenta de que la ropa de tallaje grande era mucho más cara y
rara de encontrar en relación con la normativa. Estuvo vagando alrededor
de muchas ellas, desencantada porque siempre había algo que le hacía
decantarse por no comprarlo: o porque no se adaptaba a su complexión, o
porque el precio le instaba a salir corriendo del lugar sin mirar atrás.
La diosa de la fortuna, que muy pocas veces la acompañaba, permitió
que encontrara una en la que todavía quedaban unas prendas que sobraron
de las rebajas. La muchacha entró y se fascinó con la extensión de esta.
Había visto por Internet que tenía una sección de tallas grandes, así que se
encaminó en busca de la misma. Cuando finalmente la encontró, sus ojos
brillaron de emoción. No le hizo falta buscar nada más. Ante ella se
encontraba su propia versión del vestido de Cenicienta: un vestido palabra
de honor negro que se ceñiría a la cintura y cuyo corte estaba por encima de
las rodillas. «Podría taparme los jamoncitos», Emocionada, buscó su talla.
Quedaba una, suspiró aliviada. Miró el precio y se quedó anonadada.
Cuarenta euros.
«Bueno, no pasa nada, no es de los más caros que has visto hoy y
estamos desesperadas, Ellie»,
Ahora solo hacía falta que se lo probase y que le sentara tan bien como
creía.
Quince minutos después, se encontraba enfrentándose al espejo,
maravillada por su nuevo descubrimiento. Estaba arrebatadora. El vestido le
cubría hasta por encima del codo, confiriendo una visión de unos brazos
más esbeltos. Las piernas, como había aventurado al principio, tampoco se
veían del todo, ya que el vuelo de la falda tapaba aquella zona.
«Es perfecto. Pero un segundo... Si consigo engañar a algún tipo para
que se venga conmigo, más vale que lleve una ropa interior despampanante,
porque con estas bragas de la abuela de Jesucristo que llevo le bajará todo
el asunto. Y, de todas formas, ahora que estoy dispuesta a dar el paso,
¿cómo debería llamarle a eso? ¿La cobra? ¿El anacardo? No, creo que eso
suena un poco cruel...»,
Pasado un rato, y tras debatir con su yo interno sobre si decantarse entre
una braguita negra o un tanga, decidió que ya que estaba dispuesta a ir a por
todas se llevaría aquel último a juego con el vestido. Sin embargo, estaba a
punto de ir a pagar cuando se dio cuenta que, al lado de la caja, estaba el
mismo modelo de prenda que se llevaba ella. Al ver el precio, prorrumpió
tal grito de indignación que asustó a la cajera, que en aquel momento estaba
atendiendo a una clienta.
—Pero ¿qué es esto? ¿Diez euros? ¿Qué pasa, que por estar gorda tengo
que pagar más? Oh, sí, ya me imagino esa reunión directiva en la que
decidieron sobre cómo hacer para que las rellenitas tuviéramos que pagar el
doble. «¡Oh, mira, una comilona! Si tiene dinero para comprase bollos,
¡seguro que lo tiene para pagar treinta euros más!». Así es normal que a las
modelos las busquen delgadas, gastan menos dinero en tela. ¡Tacaños!
¡Desgraciados!
Su queja pronunciada en voz alta con amargura fue contemplada bajo la
mirada atónita de las personas en la fila que esperaban para pagar.
Después de comprar el atuendo que pensaba lucir aquella noche, decidió
que su próxima parada sería la peluquería. Hacía muchísimo tiempo que no
entraba a una. Solía cortarse el pelo en casa a causa de su precaria
economía, pero como a esto invitaba un desinformado Henderson,
aprovecharía para arreglarse el pelo, así como para estudiar el diccionario
en línea de su móvil, preparando su plan de ataque secretamente apodado
La caza del gelatto humano.
La peluquera que le asignaron era una chica joven que no tardó en sentir
curiosidad por aquella mujer desaliñada que escuchaba una conversación en
italiano de un video en YouTube, mientras le estaba cortando el pelo.
—¿Qué busca? —preguntó en un perfecto inglés.
—¡Oh! Quizás tú podrías ayudarme. Aquí no encuentro nada de lo que
necesito.
—¿De qué se trata?
—Necesito frases para seducir a un hombre italiano.
Creyendo que se trataba de algún tipo de broma, la peluquera se rio
nerviosa.
—¿Cómo dice?
—Sí, lo que oye. ¿Qué soléis utilizar las mujeres italianas para atrapar a
esos ragazzi?
—No solemos usar ninguna. Por lo general ellos son los que toman la
iniciativa.
—¿En serio? —preguntó Ellie, esperanzada. Luego, recordando su
peculiar situación, se lamentó—. Con la suerte que tengo, no se me
acercarán ni las cucarachas de la cocina.
—No piense así, la estoy dejando preciosa. Ya verá que pronto
conseguirá... su objetivo. Le voy a alisar el pelo, y he pensado en hacerle un
tirabuzón por delante. ¿Qué opina?
—Perfecto
Ellie observó fascinada a la mujer, al tiempo que veía cómo las manos
mágicas de la peluquera obraban el efecto que esta le había asegurado.
—¡Está preciosa!
Parecía una mujer totalmente diferente. El alisado y aquel bonito
tirabuzón enmarcando su cara, que siempre definía como insulsa, le
conferían en conjunto una visión dulcificada. Aquella noche iba a arrasar
con toda la discoteca, o al menos estaba dispuesta a triunfar en la pista de
baile.
Una vez pagado el peinado, estaba a punto de marcharse de la peluquería
cuando se acordó de que todavía no sabía en qué lugar se estrenaría. Como
la muchacha que la había atendido era una chica que parecía tener su edad,
decidió interrogarla.
—Disculpa, ¿conoces algún sitio en el que pueda ir a bailar? Algo así
que esté bien, no importa el dinero que sea.
—Umm... La verdad es que sí. Hay una en el centro a la que suelo ir con
mis amigas y que tiene mucho ambiente.
—¿Cómo se llama?
—Ore 20.
—De acuerdo, muchísimas gracias.
—De nada. Y recuerda: ¡triunfarás!

***

La noche cayó y Ellie estaba preparada para sacar sus armas y conseguir
su meta.
«El plan cazando al ragazzo ha iniciado», pensaba con satisfacción,
encaminándose a la discoteca embutida en su delicioso vestido nuevo y en
unas sandalias a juego.
Una vez dentro observó, fascinada, que estaba repleto de gente. Las
paredes estaban recubiertas de espejos con luces y teñidas de rojo pasión.
Por todo el espacio habían repartido diferentes sillones que iban a juego con
el color de las paredes, así como mesas y sillas repletas de bebidas. En el
centro se encontraba la barra, y, en un extremo, la pista de baile, que en
aquel momento estaba siendo regentada por el DJ.
Ellie se acercó a pedirse una bebida a la barra e intentó llamar a un
camarero rubio que estaba de infarto.
—Perdone...
Al ver que él no se giraba, probó con una de las palabras proporcionadas
por el diccionario en línea.
—Scusa...
—¡Disculpe! ¿Me pone otra copa? —escuchó que preguntaba en alto
otra mujer que parecía una modelo salida de Victoria’s Secret.
Al oírla, el camarero se alejó en dirección a la morena despampanante
bajo la mirada conmocionada de Ellie.
—¡Tú! ¡Valiente desgraciado! ¡Que todos somos clientes! Si crees que te
la vas a llevar a la cama, lo llevas claro. Te usará solamente para las copas
gratis. Será muy guapo y todo lo que quiera, pero estoy segura de que el
anacardo lo tendrá minúsculo.
El murmullo fue realizado un poco más alto de lo normal, provocando
que el hombre que se encontraba esperando su turno a su lado se girase,
divertido, hacia ella.
—¿Disculpa?
—¿Eh? —inquirió Ellie, dándose cuenta de que había sido pilla
infraganti maldiciendo al estúpido camarero—. No me diga que lo ha
escuchado.
—Todo.
«Oh, no está nada mal. No parece ser italiano, pero esos ojos como de
chocolate están muy bien. ¡Y esa sonrisa! Si parece un modelo de pasta
dentífrica. Ummm... Bien, bueno. Venga, Ellie, tú puedes. Al menos no
tendrás que inventarte las palabras».
La vergüenza inundó cada poro de su ser y se ruborizó con intensidad.
—Vaya... lo siento.
Aquella frase logró captar el interés del desconocido.
—¿Nos hemos visto antes?
—No creo.
«Me acordaría de un bombón como tú»,
—Bueno, debido a que nuestro amigo —dijo señalando al camarero—
no te presta mucha atención, ¿te parece bien si pido yo las bebidas?
—¡Oh! Sí, por favor, así evitaremos un asesinato —comentó, riéndose.
Al ver que él no reaccionaba, explicó—: Es broma.
—Lo sé, solo quería ver tú reacción. Es muy divertida.
—¡Oye!
—Sí, justo así —señaló él, provocando que la cara de la muchacha se
volviera de un rojo carmesí—. Por cierto, me llamo Luke, ¿y tú?

***

Adam Henderson estaba de muy mal humor. Llevaba días evitando a su


descarada secretaria y ya no sabía qué más excusas ponerle.
Al menos, encontrarse con sus dos amigos le había servido de
distracción.
No había vuelto al hotel desde que se marchara el lunes temprano por la
mañana. Y ahí se encontraba, amargado con toda aquella situación
insostenible.
Iba muy atrasado en el trabajo. Por si fuera poco, aquellos dos idiotas
que tenía por amigos habían creído conveniente que tenía que salir, como si
le apeteciera mucho.
Llevaba cinco noches sin poder dormir bien. La maldita señorita Hawk
seguía surcando todas sus pesadillas. En la de aquella última noche aparecía
tirándole monedas a la cara mientras le reclamaba su virginidad.
«¡Por Hathor! ¡Quíteme la pureza, señor Henderson!».
Y él había huido. Por supuesto que lo había hecho. Pero no importaba
hacia dónde fuera. Ella aparecía cargada de distintas armas: el helado, los
espaguetis, ¡hasta la pizza...!
Ahora que lo veía en retrospectiva, eran todo armas arrojadizas, pensaba
deprimido.
—Venga, venga. Anímate, Adam —dijo su amigo Enzo, palmeándole la
espalda.
—¿Qué? No necesito animarme. ¿Y dónde diablos ha ido Luke? Debería
estar ya aquí.
—Amigo, relájate, acaba de irse. Mírale, está en la barra. ¡Oh! ¡Y parece
que no está solo! —exclamó el rubio, riendo—. Jodido cabrón con suerte,
no es ni la una y ya ha encontrado su venus.
Adam siguió la mirada de su amigo y observó que, efectivamente, Luke
se encontraba hablando con una castaña voluptuosa. Pero... Algo no le
acababa de encajar del todo. Aquella muchacha le sonaba de algo. No sabía
de qué, pero claro, tampoco se veía bien. Enfocó la vista un poco, curioso
con la situación. Su boca cayó desencajada, y con ella, todo su mundo se
derrumbó.
«¿¿Rollitos??».

***

El malestar de Adam había ido in crescendo desde que reconociera la


identidad de la chica con la que parecía encandilado su amigo Luke. Ni
siquiera lograba comprender el porqué, pero la señorita Hawk no debería
estar allí. ¿Qué pasaba con el trabajo? ¿Habría estado haciendo el vago?,
Le costaba horrores dejar de mirar furibundo a la barra donde todavía se
encontraba la descarada y su hasta entonces amigo/traidor.
Todas las copas que había estado trayendo Enzo, ya que este último no
quería molestar al idiota, habían sido vaciadas casi en el momento en el que
tocaban la mesa. Adam daba gracias por su ascendencia escocesa; si no, no
aguantaría tan bien la bebida.
Al diablo con Luke y con esa... esa muchacha irreverente.
¿Cómo osaba aparecer por allí?
—Tío, ¿qué te pasa? Estás más amargado de lo usual, ¡y eso ya es decir!
No dejas de lanzar miradas asesinas hacia la barra. Por no hablar de que
estás acabando con todas las existencias del bar.
—Cállate, no me pasa nada.
No podía creerlo. Para empezar, ¿de dónde habría sacado el dinero para
realizar aquella transformación? Siempre iba vestida como una vagabunda,
¿y ahora le apetecía convertirse en alguna clase de cisne de película de serie
B? ¿Justo esa noche? Por no hablar de aquel vestido.
¿En qué diablos estaba pensando para salir así? ¡Era indecente!
Estaba seguro de que todavía no le había visto. Si no, no estaría
sonriendo bobaliconamente al idiota que tenía por amigo.
—Vale, vale, relájate. Nadie te está atacando, solo me preocupo porque
parece que te va a salir una úlcera en cualquier momento, tío. Tienes hasta
una vena hinchada.
Adam le gruñó, ignorándole por completo. No podía apartar la mirada de
la escena que acontecía en aquella zona. Ellie miraba ensoñadora a Luke, y
este...
«¡Pedazo de cabrón! ¿Le estás dando la mano? ¿Dónde diantres crees
que vas con ella? Y tú, ¿qué haces ahí, vendiéndote al mejor postor?
Pareces una desesperada».
En efecto, la muchacha estaba siendo llevada hacia la pista de baile.
«¿Cómo se atreve? Debería estar trabajando, no aquí, de diversión»,
La furia comenzó a extenderse por todo su cuerpo. Sus piernas picaban
por levantarse y sacarla a rastras de allí, pero la razón le instaba a quedarse
sentado.
Todo aquello era demencial, ni siquiera podía creer lo que estaba viendo.
—Madre mía, nuestro chico va a triunfar esta noche.
A aquella frase le siguió el gruñido de Adam, y, al escucharlo, su amigo
se echó a reír.
—Algún día me tendrás que contar qué te pasa. Y espero que sea antes
de que Luke se meta bajo la falda de aquel bombón, aunque, visto lo visto,
poco tiempo le falta.
Enzo poseía la capacidad de llevar al límite hasta la paciencia del
hombre más santo, y si ya de por sí Henderson no se encontraba de buen
humor, escuchar la referencia al proceso de «despurificación» de su
secretaria le provocó unas inmensas ganas de asesinar al italiano.
—¿Te quieres callar de una santa vez?
Estaba muy cabreado y nadie podría culparle. Dentro de él se estaba
librando una intensa batalla de voluntades.
La pregunta era, ¿quién ganaría?
¿La locura o la razón?

***

Ellie se lo estaba pasando en grande. Todo era perfecto: Luke la había


invitado a bailar y no había otra cosa que le gustara más que mover las
caderas. Bueno, sí, en realidad le apetecía mucho probar a aquel hombre de
sonrisa seductora y ojos profundos como el mar. Tenía que saber muy, muy
bien. Mi gelatto humano, pensaba, imaginándose la noche que se le
avecinaba. Ada podía decir lo que quisiera, pero estaba claro de que aquello
era obra de alguna divinidad a las que se había encomendado.
«Mil gracias a quien sea que me haya proporcionado a este tío bueno»,
—¿Te lo estás pasando bien?
Luke tuvo que alzarla voz para ser escuchado debido a la intensidad de
la música. Al escucharle, una sonrisa cubrió todas las facciones de Ellie.
—¡Sí!
—¡Genial! Porque ahora viene lo bueno.
De repente, se produjo un giro musical y entraron en el estribillo. de este
modo, Ellie fue agarrada de las caderas y acercada con ímpetu hacia el
hombre, provocando que el olor de él impregnara sus fosas nasales.
«Ummmmm... Masculinidad... Siento a mis hormonas vibrar de emoción
anticipada. Si no me haces aquí cuatro hijos, jamás te lo perdonaré», señaló
su mente, obnubilada por la exaltación.
«No, Ellie, aquí no puede ser. Todos nos verían», le recordó la voz de su
conciencia.
«¡Oh! Cállate, Pepito Grillo de pacotilla. Si este hombre quiere
inseminar mi útero con telarañas encima de la mesa de mezclas del DJ, no
seré yo la que se niegue».
Ambos giraron siguiendo el ritmo de la música.
Ellie no cabía en sí de gozo. Reía a más no poder y metía mano cada vez
que el hombre la acercaba, no descaradamente, claro, a ver si se iba a
enterar, pero ella hacía lo que podía. Toda su vida había sido como caminar
bajo el sol abrasador de un desierto y ahora habían puesto ante ella una
fuente fresca que echaba agua furiosamente, y Ellie estaba muy sedienta.
Tenía que probarla, o al menos tocarla. Y, sin duda, lo poco que había
podido percibir cuando la acercaba a él, no era un anacardo corriente.
—Fuente —fantaseó en voz alta sin darse cuenta, imaginándose la noche
que la esperaba.
Luke sonrió divertido, sin comprender nada.
—¿Cómo dices?
—Nada, que tengo sed. Ellie sonrió, otra vez había vuelto a pensar en
voz alta.
—Entonces vamos a la barra.
El alcohol corrió por las venas de una desacostumbrada Ellie, quien
decidió que, si quería encarar aquella noche, necesitaría ayuda extra. Así
que, envalentonada por las copas de más, se soltó y bailó como nunca.
Su cuerpo flotaba en una espiral de sensaciones hasta entonces
desconocidas.
—Te veo algo contenta.
Estaba claro que había comenzado a desvariar, pero a Ellie poco le
importaba y, alentada por los efectos del alcohol, se echó a reír.
—¡Estoy contentísima! No puedo creer que esté bailando con un
bombón como tú. ¡Eh! ¡Señor DJ, suba el volumen del cacharro ese! ¡Esta
noche lo voy a dar todo! ¡¡Y en todos los sentidos!!
Luke no podía parar de reír con aquella mujer. Las copas le estaban
afectando de más y se estaba volviendo cada vez más divertida.
—Creo que quizás deberías disminuir un poco el ritmo de bebida.
—¿Qué? Ni hablar. No puedo creer que me haya estado perdiendo este
elixir de los dioses. En serio, quizás, si lo hubiera probado antes, no tendría
que haberme visto envuelta por primera vez con ese pez payaso.
—¿Pez payaso?
—Un idiota.
No obstante, no quería arruinar su noche hablando del estúpido de su
jefe.
—Venga, venga, deja la bebida un poco y volvamos a la pista de baile.
La bebida le había ayudado a soltarse un poco más, pero no era la
panacea, eso seguro, pues comenzaba a sentirse algo mareada.
—Umm... Creo que tengo que ir al baño
—¿Te acompaño?
Ellie notó que Luke, solícito, le sostenía por el codo.
—Sí, por favor. ¿Es normal que me sienta como la niña de El exorcista?
Al escucharla, Luke se rio.
—Habiendo ingerido esa cantidad de alcohol, sí.
—Oh, Dios, maldito elixir traicionero.
Ambos consiguieron encontrar el baño. La muchacha entró con rapidez.
Bueno, al menos con la máxima velocidad que el alcohol en sangre le
permitía, que no era mucha.
Luke estaba esperando fuera cuando escuchó una voz retumbando en el
pasillo.
—¿Qué cojones crees que estás haciendo, Luke?
CAPÍTULO 14
«El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón».
Marcel Proust

Adam Henderson siempre se había considerado a sí mismo un hombre que


poseía pleno dominio sobre sus acciones. Por esa razón no podía creer que,
cuando se percató de que la parejita abandonaba la pista de baile hacia un
lugar desconocido para él, se hubiera levantado como un autómata,
sobresaltando con ello a Enzo.
—Pero ¿dónde vas ahora?
—Ahora vengo. —Fue la tensa respuesta que le concedió a su amigo,
este último atónito, pues jamás le había visto mostrar aquel
comportamiento.
Adam recorrió con paso firme el camino que le había visto hacer a los
dos idiotas hasta que pudo vislumbrar la figura de Luke, que se encontraba
esperando al lado del servicio de mujeres. Suponía que la descarada de su
secretaria se encontraba dentro de los mismos.
Algo se encendió dentro de él ante aquella desfachatez que demostraban
ambos. No lograba entender qué podría haber visto Luke en aquella mujer.
Puede que tuviera un aspecto totalmente diferente... pero ¿y qué? Seguía
siendo la misma Rollitos que él conocía. Además, por todos los demonios,
¡era su secretaria! Si el estúpido de su amigo se juntaba con ella, la
distraería del trabajo que tenía que hacer.
Por otro lado, Henderson no permitía que nadie tomara lo que era suyo,
incluso si este alguien pertenecía a un ámbito laboral.
—¿Qué cojones te crees que estás haciendo, Luke?
La confusión podía verse reflejada en el semblante de Luke, quien se
había visto asaltado por su malhumorado amigo.
—¿Qué? ¿Qué haces aquí, Adam? —preguntó, confuso.
—Te estoy preguntando qué haces con esa mujer.
—¿Con ella?
—Sí, ¿quién, si no?
—¿Es que la conoces?
—Eso no es relevante aquí
—¿Que no es relevante, dices? Estás aquí reclamándome cosas que no
alcanzo a comprender, y cuando te pregunto, ¿lo único que dices es eso? No
me jodas, Henderson, y lárgate. Ellie está a punto de salir
Atónito a la par que furioso porque se atreviera a llamar a la muchacha
por su nombre de pila, Adam no podía dejar pasar tal situación.
—¿Ellie?
—Sí, así se llama. No entiendo el motivo de que te comportes así si ni
siquiera sabes su nombre. Vienes aquí tratándome de esas formas, ¿por qué?
¿Porque últimamente estuviste más irritado por algo que ni Enzo ni yo
conocemos? Pues no me vas a fastidiar la noche, que lo sepas. Si quieres
descargar tu frustración, ve a otra parte —le recriminó Luke,
malinterpretando la situación.
«Tengo que arreglar esto. De ningún modo te acercarás a ella»,
Adam comenzaba a estar un poco afectado por el alcohol.
—Ven aquí un momento
—¿Qué diablos haces?
Luke estaba indignado por estar siendo llevado a la fuerza por el imbécil
de su amigo, así como por haber sido apartado de la puerta por la que
saldría la preciosidad que tuvo la oportunidad de encontrar esa noche.
Una vez Adam consiguió alejarle del pasillo, respiró aliviado. Tenía que
dejarle las cosas muy claras antes de que se viera involucrado con aquella
muchacha incorregible.
«Cálmate, Adam. Si no, perderás la oportunidad de convencerle»,
—Salvarte, idiota. Te estoy salvando de esa mujer.
Luke no entendía nada del discurso de su amigo. Esto era raro en Adam,
quien no se implicaba en sus asuntos personales de esa manera.
—¿Eh? ¿Qué dices?
Adam, por su parte, comenzó a poner su plan en marcha. No iba a
consentir que la señorita Hawk se despistara de lo verdaderamente
importante: su trabajo.
—¿Pues no ves que tiene cara de ser una cazafortunas?
—¿Cómo?
—Claro, hombre, ¿no ves lo rápido que se ha ido contigo? ¡Está
desesperada! Y yo, como buen amigo que soy, no quiero que caigas en las
manos de una interesada.
—Pero ¿qué estás diciendo? ¿Tú te estás escuchando? La muchacha
parece normal, de hecho, es muy divertida y sexy. Además, ¿tú que sabrás?
Si ni siquiera la conoces, no sabías cuál era su nombre.
«¿Divertida y sexy? ¿Cómo puede decir eso de Rollitos? Lo castraré»,
Adam se encontró a sí mismo rechinando los dientes de forma
involuntaria. No quería revelar que era su secretaria, ya que era consciente
de que, de hacerlo, no se comprendería la causa de su comportamiento. A
pesar de que, para él, tenía mucho sentido: no quería que hubiera descuidos
en la realización efectiva de su trabajo. Las personas tendían a
malinterpretar las intenciones con facilidad,
Se encontraba buscando una respuesta plausible, pero no le dio tiempo,
ya que vieron cómo Enzo se aproximaba con celeridad hacia ellos.
—Tíos, tíos... Por fin os encuentro, no os podéis ni imaginar lo que está
pasando.

***

Ellie se sentía un poco mareada. Puede que se hubiera pasado un poco con
la bebida, pensaba, contemplándose al espejo. El ligero maquillaje que se
había aplicado con ayuda de un vídeo de YouTube todavía seguía
aguantando. No había querido que la maquillaran porque se dio cuenta de
que, si se pasaba con el dinero, Henderson empezaría a sospechar.
«Ajá, pero no te importa haberte gastado esa asombrosa cantidad de
dinero en el perfume Dolce & Gabbana, ¿eh?», le recordó la odiosa
conciencia.
«Es un La Roue de La Fortune, y no te quejes, porque necesitamos
mucha fortuna», se contestó a sí misma, al tiempo que se echaba unas
gotitas de este mirándose al espejo.
No podía creer que hubiera bebido tanto. Ni que las copas estuvieran tan
buenas. Se las había bebido como si fueran vasos de agua, lo que había
provocado que un mareo se extendiera por su cerebro todavía embotado. No
obstante, Ellie no pensaba permitir que aquella noche acabara tan pronto.
Tenía que activarse un poco, se dijo, echándose un poco de agua en la cara.
Esto consiguió despejarla un poco, aunque seguía perdiendo el hilo de sus
pensamientos. Tenía que hacer algo para aferrarse a la realidad, reflexionó,
retocándose el maquillaje. No podía perder la oportunidad con aquel
caramelo dulce que había tenido la dicha de encontrar.
En ese momento, escuchó que en uno de los cubículos anexos alguien
estaba vomitando, y esto provocó que, del asco, ella tuviera una arcada.
«Aún no he catado un hombre y ya estoy teniendo los síntomas del
embarazo. que salir de aquí o acabaré como la mujer vomitona».
Se encaminó hacia la salida lo más dignamente posible que pudiera una
persona con aquellos grados de alcohol en sangre, y al traspasar el umbral
de la puerta que separaba los servicios del pasillo, se dio cuenta,
horrorizada, de que Luke no estaba.
«¿En serio? Qué pronto ha huido. Al menos es el que me ha durado
más»,
Sin embargo, era un alma optimista por naturaleza, así que se dijo que no
pasaba nada. Le había gustado mucho, pero si se marchaba a la primera,
entonces no merecería tanto la pena. Esto no iba a desanimarla, seguiría con
su plan. Encontraría a otro.
Se encaminó hacia la pista de baile, dispuesta a divertirse, pero al ver
que no conseguía atraer ni a los ratones, desesperada y todavía afectada
gravemente por el alcohol, se dirigió hacia donde estaba el DJ y lo llamó.
—¡Eh! ¡Eh!
—¿Qué? —preguntó el muchacho, sin escucharla bien debido a la
intensidad de la música.
—¡Oiga, señor DJ!
—¿Qué hace aquí? ¿Quiere una canción?
—No, en realidad, lo único que necesito es el micrófono
Sin esperar su consentimiento, lo cogió eludiendo que el chico se
percatase, ya que no podía dejar de pinchar porque la música se pararía.
Ellie huyó con su recién adquirido nuevo tesoro, como si fuera un
mapache con la comida, bajo la mirada atónita del DJ, que comenzó a llamar
a los de seguridad en cuanto se dio cuenta de que le acababan de robar.
La muchacha se acercó a la barra y se subió a duras penas, ignorando las
órdenes del estúpido camarero de antes que intentaba que se bajara.
—Bájese, señorita. ¿Qué narices está haciendo?
—¡Hola a todos! —dijo ella al micrófono, que todavía estaba apagado.
Dirigiéndose al camarero, le espetó, furiosa—: Esta cosa no funciona.
¿Cómo es que no tenéis micrófonos decentes?
—¡Está loca! ¿Quiere bajarse? Y démelo.
—Cállese. Esta es mi única oportunidad —le contestó al tiempo que
averiguaba cómo se encendía, provocando que su voz retumbara por toda la
sala—. ¡Holaaaaaaaaaaaaa, italianos del mundo...!
Todas las personas presentes se giraron hacia ella, que todavía seguía
subida en la barra. Unos se reían ante la escena, otros no daban crédito, y
los más borrachos solo la veían como una mancha borrosa.
—¿Quién es esa? —gritó uno de los integrantes que pertenecía a ese
último grupo.
—¡¡Buena pregunta!! ¿Qué quién soy? Puedo ser muchas cosas: soy
camarera, repartidora, secretaria, cocinera... Peroooo... ¡sobre todo soy
cantante! ¡Por eso tengo este micro de aquí! ¿Queréis escuchar una
canción?
—¡He dicho que se baje!
A eso le siguió un murmullo entre las personas que se encontraban
presentes.
—¡Por vuestro silencio entenderé que sí! ¡Venga! Allí vamos...
Y cantó. ¡Vaya si lo hizo! Entonó el Work de Rihanna con todos los
gallos que es capaz de emitir un ser humano.

Work, work, work...


He said me have to
Work, work, work...
He see me do me
Dirt, dirt, dirt...
So me better
Work, work, work...
When you are going to
Learn, learn, learn...
Me no care if he's
Hurt, hurt, hurt, hurt, hurting[1]

Adam, Luke y Enzo, que habían alcanzado a ver el bochornoso


espectáculo que sucedía en la sala, compusieron diferentes expresiones: el
primero estaba con la mandíbula desencajada, el segundo sonriendo,
divertido, y el tercero desternillándose.
—Tenemos que bajarla de ahí —señaló Adam con una mueca
horrorizada.
—¡Oh, Dios mío! Mirad, ahí vienen los de seguridad —se rio Enzo,
señalando a dos hombres uniformados que se dirigían hacia la cantante
amateur—. Tu chica es todo un espectáculo, Luke.
—Es divertida.
—¿Queréis callaros de una vez y ayudarme a bajarla de ahí? Luke,
encárgate de los de seguridad; Enzo y yo la descenderemos de ahí.
—¿Qué? ¿Y por qué yo? Soy el único que la conoce —respondió el
aludido, ofendido porque quisieran quitárselo de en medio.
—Esta es una situación crítica, no te pongas a quejarte ahora
Aquella mujer siempre se las ingeniaba para provocarle un ataque de
ansiedad.
—No entiendo por qué tenemos que intervenir. Da auténtica vergüenza
ajena. Yo ni siquiera la conozco. Solo es el ligue de Luke.
—¡Oh! Basta. Tener amigos para esto... —dijo el pelirrojo, hartándose.
Se encaminó a la barra seguido de Luke.
—Bueno, bueno... Si vais todos, no me queda más remedio.
Ellie estaba terminando la canción cuando su mente embotada la avisó
ligeramente de que venían unos guardias muy grandes.
—Bájese de ahí, no queremos hacerla daño —dijo uno con voz grave.
—¿De qué tipo de daño estamos hablando? ¿Sexual? —les preguntó ella,
interesada y demasiado borracha—. Bueno, me van a echar de aquí, chicos,
así que si a alguno le interesa algo conmigo, puede seguir a estos caballeros
de aquí.
Tras decir esto, permitió que la bajaran entre los dos guardias de
seguridad, que la cogieron con esfuerzo. Esta se echó a reír.
—Uy, lo siento, debe ser la pizza que he cenado esta noche.
Uno de los guardias no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia de la
muchacha, mientras que el otro le dirigía una mirada de advertencia,
sacándola de allí.
—¡Esperen! —escucharon que los llamaba una voz—. ¡Un momento!
Los de seguridad se giraron para ver quién les estaba hablando. Vieron
aparecer a tres hombres que intentaban abrirse paso entre la multitud hacia
ellos. çCuando les alcanzaron, los miraron inquisitivamente.
—Disculpen, sentimos las molestias ocasionadas por nuestra amiga.
Al reconocer aquella voz, Ellie lo miró ansiosa.
—¡Mi gelatto! ¿Dónde estabas? ¡Te extrañé!
Luke le estaba sonriendo, intentando apaciguarla.
«¿Gelatto? ¿Cómo que gelatto?», pensaba Adam, furioso, al tiempo que
fulminaba con la mirada a una muy borracha Ellie.
—Nosotros nos haremos cargo de ella —articuló el pelirrojo, tenso.
—¿En serio? —preguntó, escéptico, uno de los de seguridad—. No
parece que lo hicieran demasiado bien. Ha ocasionado muchos problemas
en el establecimiento.
—Se lo prometemos —retomó la palabra el castaño—. Déjenosla.
—No podemos hacerlo, va contra el reglamento interno de la empresa.
Adam, quien estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba con toda
aquella situación, utilizó una de las ventajas que le permitía su posición
social y que se reservaba para momentos especiales como aquel.
—Tienen dos opciones, señores. O nos dejan a la muchacha o solo tengo
que hacer una llamada para que estén despedidos de inmediato —amenazó
serio, alzando su móvil ante la mirada sorprendida de Luke y Enzo.
—¿Cómo dice?
—¡Oh! ¡Pero si es el pez payaso!
Al escuchar que le reconocía se ganó una mirada cargada de odio
dirigida por Adam.
—Esta discoteca tiene negocios ligados a mi hotel. Prácticamente les
proveemos de la mayor parte de los turistas que vienen aquí, y el
propietario, Andrea, es amigo mío. ¿Creen de verdad que va a arriesgar su
negocio por dos guardias remplazables?
—Está bien, tomen, intenten que no ocasione problema.
—No se preocupen —les tranquilizó con amabilidad el castaño.
Mientras, recogía a la muchacha, que era entregada por los de seguridad.
—Hola, gelatto
—Hola, señorita cantante.
Adam observaba la escena sintiendo que empezaba a entrar en
combustión.
—Apártate de ella, Luke
—¿Qué diablos te pasa, Adam? —le espetó el destinatario—. ¡Está
borracha, por el amor de Dios! Me importa un comino si es una
cazafortunas o no. ¡Necesita nuestra ayuda!
—Necesita ayuda, sí. Pero no la tuya.
—¿Ah, no? ¿Entonces de quién? ¿De ti? Oh, todopoderoso Henderson.
—Tíos, ¿podéis parar? —pidió Enzo, que había sido el único en
percatarse de que Ellie se había escurrido de los brazos del castaño y se
dirigía tambaleándose hacia un sillón para sentarse.
—Lo único que sé es que esa chica no te conviene.
—¿A ti qué cojones te importa lo que me incumbe o no? ¡Preocúpate de
tu propia novia!
—Chicos... —les llamó el italiano, viendo cómo uno de los que habían
asistido al espectáculo de Ellie se acercaba a ella y empezaba a manosearla,
subiéndole la mano por la pierna desnuda—. Creo que está en problemas.
Ante aquella frase, ambos hombres se giraron y desviaron la mirada
hacia el lugar donde se encontraba la muchacha, que se revolvía, incómoda,
ante la presencia indeseada.
—Déjeme —se quejaba ella, semiinconsciente—. Usted no es mi
gelatto.
Adam no necesitó ver ni escuchar nada más. Su visión se tornó
totalmente roja, sus sentidos se pusieron alerta, como si de un cazador se
tratase. Se precipitó como un rayo hacia el tipejo, y, cogiéndolo de la
camisa, lo apartó de ella. Finalmente, valiéndose de todos sus años de
experiencia en boxeo, le rompió la nariz.

***

Llega un momento en la vida en la que el ser humano experimenta auténtica


rabia. Un huracán de odio toma control de cada recóndito de tu cuerpo y te
teletransporta, sin miramiento alguno, a la época en la que aún se vestía con
taparrabos. No vislumbras nada, estás ciego en un mar repleto de fuego que
amenaza con fundirte dentro de él.
Así se sentía Adam Henderson mientras estampaba su puño contra la
cara de aquel mamarracho. El hemisferio izquierdo de su cerebro,
encargado del correcto funcionamiento de la razón, mandaba señales de
alerta para despertar a la conciencia. Adam no se reconocía a sí mismo.
—Pero ¿qué haces, tío?
El italiano, todavía anonadado, se acercó a él. Ni Luke ni él podían creer
toda la escena que se estaba desarrollando ante ellos. Entre los dos
separaron al pelirrojo del tipejo, que estaba claramente afectado por el
alcohol.
—¡Soltadme!
—¿Por qué haces esto?
Luke verbalizó lo que ambos pensaban, ninguno lograba alcanzar a
comprender la causa de que su amigo actuara de aquella manera.
—Creo que le has roto algo —apuntó Enzo, señalando al pobre
desgraciado que se había quedado inconsciente, pero sangrando
copiosamente por la nariz—. ¿Cómo se te ocurre? Te podría denunciar, o
alguien te podría haber grabado. No ayudaría en nada a la empresa que el
director saliera en las noticias.
—Por no mencionar que, como Andrea se entere de que vas pegando a
sus clientes, nos vetará de este lugar. —le recordó Luke, refiriéndose al
dueño del Ore 20, quien era conocido por su gran hospitalidad con la
clientela—. Las cosas se solucionan hablando.
—Me importa una mierda. Si consiente que escoria como esta intente
abusar de chicas ebrias, no quiero que mi negocio se vea relacionado con el
suyo. Además, no parece que nadie lo haya grabado.
—Él también está borracho —indicó Enzo—. Ninguno sabía lo que
hacía
Adam se giró en busca de su terrible secretaria, quien todavía se
encontraba sentada en el sillón con los ojos cerrados y tarareando la canción
con la que les había deleitado la velada.
—¿Qué hacemos con ella? Está borracha como una cuba. ¿Siquiera
sabemos dónde vive? Luke, mira a ver si encuentras su identificación. Yo
miraré el móvil, a ver si podemos contactar con alguien que la conozca.
—Basta, no hace falta que hagáis eso —reaccionó Adam al ver que
ambos comenzaban a acercarse a ella.
—¿Qué? ¿Por qué no? —inquirió el rubio.
—La conoces, ¿verdad?
Adam se masajeó la sien, no ganaba nada ocultándolo, de todas formas,
se iban a terminar enterando en cualquier momento.
—Por mucho que me pese, sí
—¿De qué? ¿Quién es? —preguntó Luke cada vez más tenso.
—Es un auténtico dolor en el culo.
Adam la repasó con la mirada, intentando comprender cómo había
acabado allí, involucrada con ellos y con ese aspecto.
—Bueno, da igual si la conoce o no. ¿Sabes dónde vive, Adam?
—Sí. Se está quedando en el hotel.
—¿En tu hotel? —preguntó Luke, indignado por ser desconocedor de tal
información.
—Entonces debe ser una turista —aventuró el rubio. Luego, sonriendo,
añadió—: Aunque menuda ragazza. Está algo rellenita, pero tiene algo
que... Ummmm. Tienes buen gusto, Luke. Eh, eh... No me asesinéis con la
mirada, que yo ya tengo novia, y tú también, Adam. No sé qué opinaría
Sasha sobre que hayas pegado a un hombre a causa de otra chica.
—¿Qué? —exclamó Henderson, percatándose por primera vez de aquel
punto—. Era en defensa de una mujer que estaba en grave estado de
embriaguez, lo entenderá.
—Amigo, te va a colgar de las pelotas en cuanto encuentre el árbol que
se adecúe a sus sádicas necesidades.
—¿Qué hacemos con ella? —indagó Luke, cogiendo de nuevo a Ellie en
brazos—. Yo puedo llevarla, vosotros quedaos aquí. No tardaré mucho.
—Ni hablar —negó Adam, tajante. Se acercó para encarar al castaño que
todavía sostenía a la muchacha—. Dámela.
En aquel momento, Ellie abrió los ojos y se encontró con la cara de su
jefe a escasos metros de distancia. Se fijó en el entrecejo, que se encontraba
fruncido y, molesta, se lo trató de alisar.
—Ceño... Siempre con ese ceño. A este paso se va a quedar como un pez
arrugado A esta afirmación le siguió la risa de Enzo.
—En eso tiene razón, Henderson.
—Cállate —le ordenó Adam, todavía mirando a la estúpida a su
secretaria. No lograba apartarse de su toque, que, aunque sutil, parecía
entrañar algún tipo de preocupación.
«No está nada bien. Mañana te vas a enterar. Hacerme pasar por esta
situación...».
—Hakunaaaaaaa matataaaaaaaa, vive y deja viviiiiiiiiiiiiiir,
hakunaaaaaa matataaaaaaa, vive y sé feliiiiiiiiiiiizzzz
Ellie comenzó a tirarle de las mejillas intentando que sonriera.
—Parece que quiere irse contigo.
Todavía dudoso, Luke la soltó y esta comenzó a tambalearse.
—¿Con este? —graznó la señorita Hawk—. Con el pez amargado no
quiero ir ni a comprar el pan.
Henderson se dio cuenta que no estaba en sus plenas facultades para si
quiera caminar. Probablemente se acabaría desnucando en la acera.
—Lo que me faltaba por oír. ¿Cuánto ha bebido? —gruñó el pelirrojo,
agachándose para que la muchacha se subiese a su espalda—. No me queda
otra. Ayúdala, Luke, o no nos iremos nunca.
—Creo que es mejor que la lleve yo, Adam. Ya la has escuchado.
La risa de Enzo se hizo escuchar.
—Sí, no quiere que la acompañes ni a por el pan.
—No os riais, estúpidos. Vosotros quedaos aquí. La llevaré yo porque es
mi secretaria.
A aquella afirmación le siguió el silencio. El italiano fue el primero en
reaccionar.
—¿Secretaria?¡Esto es grandioso!
—¡Oh! ¡Caballito! ¡Sí! Yo quiero, ¡como en las películas! —exclamó
emocionada Ellie, escalando con torpeza por la espalda de su incrédulo jefe
y, una vez instalada, le espoleó—. ¡Arre!
—Cállese, idiota, está dando la nota.
Una vez consiguió instalar a Ellie con seguridad, la levantó dirigiéndose
con ella a la salida bajo la mirada atónita de sus dos mejores amigos,
quienes jamás le habían visto comportarse de aquella forma.

***
Una vez salieron de la discoteca, Adam, que todavía cargaba con la
muchacha en su espalda, se encaminó hacia el coche que había aparcado a
unos metros de distancia. Notar la suavidad que desprendía, así como sus
brazos rodeándole el cuello y el aliento de ella impactando contra su nuca,
le produjeron ganas de pegarse un golpe contra la farola que estaba cerca de
ellos.
Tenía que llegar ya al coche. No podía seguir así. Aquella mujer le metía
en un lío tras otro. Cuanto antes consiguiera librarse de ella, mejor. Las
probabilidades de que surgieran nuevos problemas irían menguando.
«Menos mal que se ha quedado callada ya»,
No había parado de removerse desde que salieran.
—¡Me ha ignorado esta semana! ¿Cómo ha hecho eso? ¡He sido la única
haciendo el trabajo!
—Yo también he estado trabajando, no hable de lo que no sabe —mintió
como un bellaco. Apenas había podido adelantar nada—. Además, mejor no
diga nada, ¿eh? Que menuda noche nos ha dado. ¿No le da vergüenza?
—Ninguna, yo solo quería un gelatto..., pero se marchó y ahora estoy
aquí con usted, que tampoco está mal, pero quería descubrir nuevos
horizontes.
Al parecer había olvidado todo lo acontecido.
La referencia que hizo a los hombres, así como a sí mismo, provocó que
Adam se tensara.
—No crea que me siento encantado de llevarla. Si no la hubiera sacado
de ahí, nos habría puesto en ridículo a los dos —le reprochó, abriendo el
coche—. Bájese, ya hemos llegado.
—¿Un azucarillo? —dijo Ellie refiriéndose a los ponis, al tiempo que se
deslizaba patosamente hacia debajo de su espalda.
—Suba.
Adam sostuvo la puerta para ella, pero la muchacha se encontraba tan
afectada por el alcohol que no reparó en que se trataba de un coche donde
se estaba subiendo.
Henderson le puso el cinturón de seguridad intentando rozarla lo menos
posible.
—Ahora que le veo de cerca, es usted muy sexy, señor Henderson —lo
aduló Ellie, riéndose todavía ebria. Adam se quedó congelado ante aquella
confesión despreocupada—. Siempre anda vistiendo esos trajes, pero
reconozco que estos pantalones vaqueros le hacen un culo de infarto.
—No sabe lo que dice. ¡Está borracha!
—Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad.
Sonrió pícara, dejando a Adam sin saber qué decir.
Al final, Henderson se subió por el lado del conductor y, acelerando,
salió de allí. Puso el coche a ciento cincuenta por la carretera para llegar
antes.
«Tengo que librarme de esta mujer»,

***

Trascurrieron treinta minutos hasta que alcanzaron el hotel. Para Adam, ver
la construcción fue como ver su salvación. La señorita Hawk no había
cesado de realizarle confesiones ridículas, como, por ejemplo, que escondía
bajo su almohada el tarro de galletas para que sus hermanos no se hicieran
con él.
Ridículo. Un infierno.
La ayudó a bajarse como pudo y entraron al hotel alertando a los de
recepción.
—Señor Henderson, ¿pasa algo?
—Nada
—¡Oh! ¡Vosotros sois de los que me miráis siempre mal! —les acusó
ebria Ellie bajo la confusa mirada de Henderson—. ¡Solamente trato de
hacer mi trabajo!
—No sé de qué habla, señorita..
—Disculpadnos —se despidió Adam, arrastrando a su secretaria con él
escaleras arriba. No podía dejarla sola o se metería en algún lío que
afectaría a su reputación.
Una vez consiguieron llegar a la suite, entró con ella y, acompañándola
hasta el dormitorio, le explicó:
—Esta habitación está alejada de los clientes. No se confunda: la traigo
aquí para que no monte otro de sus espectáculos. Yo dormiré fuera.
—Qué calor.
Ellie le ignoró, notando que empezaba a sofocarse.
—Abriré las ventanas.
Agradecido de tener algo que hacer, Adam se encaminó hacia las
mismas. Sin embargo, en cuanto se dio la vuelta, pudo observar que la
muchacha se le había adelantado, estaba...
¿Quitándose el vestido? ¿Ahí?
—¡¿Qué hace?! —exclamó al borde del soponcio.
—Tengo calor, y quiero probar el jacuzzi. Y no me diga que no tiene,
cualquier ricachón que se precie posee uno.
Adam no podía creer lo que se encontraba ante él. La muchacha se había
quitado el vestido y se estaba paseando desnuda delante de él. Bueno,
desnuda del todo no, aún tenía el sujetador y...
¡¿Aquello era un tanga?!
—La población masculina dirá lo que quiera, pero estas cosas son un
infierno. No para de metérseme por el trasero —confesó ella,
despreocupada, al percatarse de que la estaba mirando.
—¡Eh...! ¡Póngase algo!
Se daba cuenta de que la voz le temblaba, mientras intetaba desviar la
vista de su cuerpo expuesto. Sin embargo, aquello le supuso un esfuerzo
titánico porque no podía apartar la mirada de aquel culo que se encontraba
exhibiéndose ante él.
«Maldito tanga»,
—¿Sabe? Había preparado todo para esta noche... Sabía perfectamente lo
que quería hacer... y otra vez he vuelto a fallar. No tengo a mi gelatto...
¿Cree que le hubiera gustado a Luke?
—¿Y a mí que me cuenta? —le espetó, molesto consigo mismo por ser
incapaz de mirar hacia otro lado—. No haberla liado de esa forma
vergonzosa. ¡Cúbrase!
—¿Qué debería hacer? —se preguntó a sí misma en voz alta, ignorando
la presencia de su jefe—. No quiero acabar la noche así... Necesito
aprovechar mi transformación.
—Mañana hablaremos de su comportamiento inaceptable. Ahora váyase
a la cam...
No obstante, no le dio tiempo a terminar la frase, pues ella le empujó
hacia la cama y se subió a horcajadas encima de él.
—Escúcheme cuando le hablo. Me encuentro ante un problema muy
grave, no sé qué más hacer... Todo me sale mal. —se quejó desenfadada sin
preocuparse de estar encima del odioso—. ¿Cómo cree que puedo
acercarme a su amigo?
—Eh, me importa un rábano lo que me está contando. Bájese de encima.
¿Qué diablos está haciendo? —graznó, removiéndose debajo de ella al
tiempo que sudores fríos empezaban a recorrer su cuerpo, despertados por
el contacto con la suavidad de su piel.
—¡Estese quieto! ¡Solo quiero una respuesta!
«Está peor que una cabra», pensó Adam, estudiándola con atención.
—Le doy dos segundos para dejarme marchar, señorita Hawk.
La risa musical de Ellie resonó en la sala.
—¡Oh! ¡Es usted un aburrido! ¡Solo estaba bromeando! Ni que le fuera a
violar. Usted parece más virgen que yo —se rio ella, quitándose de encima
de él y tumbándose en la cama.
En cuanto fue liberado, Adam se incorporó como un resorte, y cuando
fue a increparla por su comportamiento desvergonzado, se dio cuenta,
consternado, de que esta se encontraba con los ojos cerrados.
—No se haga la dormida. Esto no ha tenido ninguna gracia. Muestre un
poco más de decencia. Soy un hombre —le espetó intentando levantarse,
mas no le dio tiempo: una muy dormida Ellie le pasó la pierna desnuda por
encima, evitando que pudiera marcharse.
«¿Qué demonios?».
CAPÍTULO 15
«Me estás enseñando a amar, yo no sabía. Amar es no pedir, es dar».
Gerardo Diego

Luz, luz... luz... Dolor...


La suave iluminación que entraba por la ventana de la habitación era tal
que traspasó los párpados de Ellie, comunicándole que fuera de la estancia
en la que se encontraba ya había comenzado el nuevo día. Sin embargo,
aquella mañana soleada no tenía nada de dulce. Cuando la muchacha logró
abrir los ojos, se percató con horror de que la habitación daba vueltas.
«Ni que estuviera en una montaña rusa», reflexionaba, disgustada
consigo misma. Volvió a cerrarlos. «Ummm, la cama está tan blandita...»,
«Un momento. ¡¿BLANDITA?¡ No puede ser, la mía no se sentía así,
esta no es mi habitación», resolvió, percatándose de su error! «¿Dónde
estoy? Huele a hombre...», se dijo, oliendo la almohada. «¿Triunfé anoche?
No recuerdo nada. Maldita idiota, ¿por qué tuviste que beber? Habíamos
acordado estar conscientes en el momento cúspide del desfloramiento. ¿Y
estoy aquí? Por Dios lo pido, que fuera un tipo normal. Como me haya
tocado un rarito para desvirgarme, me tiro al Tíber. Recuerda, Ellie,
recuerda».
Cuando finalmente fue capaz de abrir los ojos sin que la luz la cegase,
observó la estancia en la que se encontraba. En principio, nada le llamó la
atención. No reconocía la estancia. No obstante, estaba sola, no había nadie
con ella. Se dispuso a cerrar las cortinas, pues la luminosidad seguía
molestándola, provocando que la habitación quedara ensombrecida de
forma parcial.
Tenía el estómago revuelto y unas ganas imperiosas de devolver toda la
comida que había ingerido la noche anterior, así como la ingente cantidad
de alcohol.
«Oh, por Dios», pensaba, corriendo hacia lo que debía ser el baño más
cercano. Una vez dentro, vomitó hasta su primera comida. «Maldito
alcohol. Jamás volveré a beber», se juró entre arcada y arcada. Sin embargo,
por el rabillo del ojo comprobó que era un servicio inmenso. Había una
bañera, una ducha, un jacuzzi...
«Espera. ¿Jacuzzi?».
Fue en aquel momento que todos sus recuerdos, acallados por los efectos
secundarios del alcohol, impactaron de manera inconexa contra su mente
nublada, dejándola conmocionada por completo.
«Work, Rihanna, micrófono, DJ, idiota, caballo, gelatto... ¿Desnuda? ».
Lo único que se podía apreciar era un espasmo nervioso en la boca de la
muchacha mientras asimilaba toda la información.
—¡DE NINGUNA MANERA! NO ES POSIBLE, NO, NO LO ES...
TIENE QUE SER UNA JODIDA BROMA.
Se trataba solo de un sueño. Sí, tenía que ser eso. Aquellas imágenes que
le llegaban en tropel no podían ser ciertas. Sin embargo, parecían muy
reales, se dijo a sí misma al tiempo que salía de la estancia.
La visión que componía la cama deshecha le trajo otro torrente de
imágenes. Ella encima de...
«¡POR EL AMOR DE DIOS! ¿EL IMBÉCIL DE HENDERSON? ME
MATARÁ, YA ESTOY MUERTA. ¿QUÉ LE DIJE? ¿VIOLAR? ¡¿MÁS
VIRGEN QUE YO?! Un segundo... ¿Lo hicimos? ¿Me desfloró? Por el
amor de Dios, no quiero pequeños Hendersitos... Solo de imaginar que me
salgan de ahí, sí, de la vagina, bebés pelirrojos que, en vez de llorar por
primera vez, se dediquen a fulminarme con la mirada... Tendrían el ceño
fruncido, eso seguro. Ya imagino la cara del doctor cuando decidiera
sacarlos. En vez de berridos, se limitarían a despacharle... Dios, Dios,
Dios... ¡No es posible!».
«¿Y ahora qué se supone que tengo que hacer? ¿Debería huir?
¿Exiliarme? Si me mete en la cárcel, a lo mejor habrá alguna forma de que
Ada o Chris me pasen una lija metida en una tarta. No, querrá venganza.
Estoy completamente segura de que “vendetta” es su segundo nombre.
Adam Vendetta Henderson. Sí, suena hasta natural», Nerviosa y cubierta
por la sábana a lo largo de todo el cuerpo, así como de la cabeza, no cesaba
de caminar por toda la habitación.
—¿Hola? ¿Se puede pasar? No vi que pusieran el cartelito de no
molestar.
Una vozfemenina se coló desde detrás de la puerta mientras esta última
se abría. No obstante, cuando aquella mujer regordeta se internó en el
dormitorio, la visión que se encontró enfrente de ella fue aterradora: una
mujer rodeada de una sábana blanca, pálida y sosteniendo una mirada
atormentada.
¿Qué era? ¿Un alma en pena? Lo mismo daba. Al verla, el grito emitido
por la mujer, que debía ser la limpiadora, se escuchó a lo largo y ancho de
todo el hotel.
—¡¡Un fantasma!!
La mujer no se hizo de rogar y salió con rapidez inusitada de la
habitación.
—Es... ¡¡espere!! —la llamó Ellie con la voz distorsionada debido a la
sequedad producida por la resaca—. No es lo que cree...
Pero la mujer ya se había marchado.
«Estupendo, ahora voy espantando limpiadoras... Secretaria de día,
borracha de noche, y, ahora, fantasma por la mañana. Ya tengo el triplete»,
Deprimida, se sentó en una silla cercana, evitando tocar la cama. Todavía
desconocía qué había sucedido en ella. Sin embargo, debía comprobarlo. Si
había perdido su pureza indeseada, merecía saberlo.
«La cara de Henderson debió ser un poema. No lo habré violado, ¿no?
¡Me acusará de acoso sexual! Estúpida, jamás volverás a tomar alcohol
¿Cómo se te ocurrió?»,
De manera tentativa, fue aproximándose hacia la cama.
«¿Qué tengo que buscar? ¿Una mancha de sangre? Lo que me faltaba, en
busca y captura de la prueba del pañuelo...».
Tras revisar la cama, pudo comprobar, aliviada, que al menos en aquella
habitación no había llegado a culminar nada. No obstante, si se dejaba guiar
por las imágenes que le llegaban continuamente, la había organizado a lo
grande.
Menudo espectáculo bochornoso había dado. Si Henderson no la
despedía, sería porque todavía necesitaba con desesperación una secretaria.
—Joder... Bueno, al menos no lo violé. Venga, Ellie. Ánimo. No pasa
nada, esto le puede suceder a cualquiera. De todas formas, ¿qué diablos
hacía ese tipo en la discoteca? ¿En serio debo tener tanta mala suerte? Y,
para colmo, ¡Luke era su amigo! ¡LUKE! Dios mío, recuerda, maldita sea.
¿Estaba allí? ¿Vio la canción? Agg... ¡No me acuerdo!
De manera súbita se escuchó el sonido del móvil, y Ellie se precipitó
rebuscando por todo el dormitorio. AL final lo encontró dentro de su bolso,
que estaba tirado en una esquina. Al cogerlo, lo revisó con ansiedad.
Mensaje entrante de El Desgraciado:

Cuando logre levantarse, póngase de inmediato a trabajar.

«Quizás no todo esté tan jodido».


Poniéndose de nuevo el vestido que se encontraba desperdigado por el
suelo, notó con amargura la presencia del tanga que todavía llevaba puesto.
Aquello provocó el despertar de un nuevo recuerdo en ella...
—Ay, Dios... ¡le enseñé el culo! No, no... ¿Por qué? ¿Por qué me tiene
que pasar esto a mí?
«Esto no puede seguir así, necesitas enfocarte. Concéntrate en seguir la
rutina de siempre, no pasa nada. Tranquila».
Repitiéndose aquella frase como si fuera un mantra, procedió a salir de
la suite y a encaminarse hacia su propia habitación, donde tenía la firme
intención de cambiarse de ropa. No obstante, durante todo el camino no
pudo evitar notar las miradas que le disparaban las personas que regresaban
a sus respectivos dormitorios.
«¿Nadie ha tenido nunca una resaca, o qué? Bueno, quizás sí, pero no
han casi violado a su jefe en su dormitorio. Tampoco se habrán ridiculizado
a sí mismos delante de toda una discoteca».
Después de librarse como pudo de aquel vestido que tantas desgracias le
había traído, se atavió con el traje más sobrio que encontró y se hizo un
moño alto. Tenía que volver a encontrar su estabilidad, estaba claro que el
cambio de estilo no era para ella. Con esta afirmación en mente, se
encaminó hacia la recepción.
Tenía que conseguir algo para comer.
Ligero, que había vomitado.
—¡Ellie!
quería mirar, reconocía aquella voz. No podía ser, todavía no estaba
preparada para encararle. Ni siquiera recordaba todo lo que el dueño de ese
sonido la había visto hacer.
—No, no, no... —murmuraba, notando cómo la presencia masculina se
aproximaba hacia ella.
—¿Ellie?
—En este momento no puede atenderle. Por favor, deje su mensaje
después de la señal. Piiii.
—Dile que deseo hablar con ella.
—Pues no sé si ahora mismo deseo ser ella... —confesó, girándose hacia
Luke, que estaba sonriéndole.
Luke reparó en la palidez que teñía las facciones de la muchacha.
—Vaya, no tienes muy buena cara.
—Créeme, el interior es lo que peor llevo.
A esta afirmación le siguió la risa cantarina del castaño.
—Ya, no me extraña. Ayer fue un poco... ¿caótico?
—No estoy segura de querer saber sobre ello en profundidad.
Estupendo, ahora le afectaba aquella sonrisa.
—No estuvo tan mal —la animó él—. Resultaste ser muy divertida.
—Lo estás suavizando, ¿verdad? Dilo claramente. Fue vergonzoso.
—No, fue genial, de verdad. Por cierto, ¿te vienes a desayunar?
—¿Desayunar? ¿Por eso estás aquí?
—Sí, había quedado con Adam y Enzo para ir a desayunar, pero no han
llegado todavía. ¿Quieres unirte a nosotros?
—Em... No estoy segura. Tengo trabajo por hacer —respondió,
acordándose del mensaje del idiota de su jefe.
—¡Ah, sí! Ya recuerdo, eras la secretaria de Adam, ¿no?
—Hasta el momento, sí. Después de lo de ayer... me veo viviendo debajo
de un puente.
—Henderson no es tan malo —le explicó, riéndose—. Probablemente te
proporcionaría los cartones.
—Muy gracioso.
No obstante, era la primera vez en aquella mañana que habían
conseguido sacarle una sonrisa.
—Lo digo en serio, ¡vente! Contigo será más ameno.
—De acuerdo...
—¡Perfecto! ¡Oh, mira! Por ahí viene Enzo.
Ellie observó aproximarse a un rubio que caminaba hacia ellos emitiendo
una sensación de seguridad, y no era para menos, era tan atractivo como sus
amigos. «¿Es que no puede haber uno feo en el grupo de amigos de
Henderson?», se cuestionaba ella, a quien el único representante del género
masculino que se le había acercado era su hermano Chris, y ahora se
encontraba codeándose con tres tipos atractivos.
—Vaya, vaya... Pero si es nuestra cantante profesional —se mofó Enzo
al percatarse de su presencia. La muchacha lucía muy diferente en aquel
traje insulso que llevaba—. ¿Puedo pedirte un tema?
—Ay, Dios... Usted también no...
—¡¿Usted?! —preguntó el rubio, ofendido—. ¿Me ves cara de ser un
anciano? No tengo canas, ¿no, Luke?
—Enzo, no le hagas avergonzarse.
—Vale, vale... Puede que al malhumorado de Henderson tengas que
llamarle de usted, pero preferiría que a mí me llamaras de tú. Además, me
caes bien. Nos avergonzaste un poco, pero mirándolo en retrospectiva,
fuiste muy divertida. Tenías que haberle visto la cara a Adam.
Al escuchar las risas de los chicos, se sintió aún más avergonzada.
—Por Dios... Lo siento mucho.

***

Adam Henderson no había logrado dormir nada en toda la noche. Después


de encontrarse atrapado bajo la pierna seductora de su descarada secretaria,
se había intentado zafar de su contacto múltiples veces, pero en cada
ocasión, la muchacha le había arrastrado mucho más cerca. Como si
necesitara sentir a alguien junto a ella. Había sido una auténtica tortura para
sus sentidos, que se vieron alterados al ser rodeado por aquellos brazos y
piernas suaves. Se había visto asediado por el algodón de azúcar mezclado
con un olor afrutado que no logró distinguir, pero que aún le atormentaba.
Finalmente, en una de las ocasiones en las que la mujer había decidido
girarse, él vislumbró su liberación y la aprovechó. Salió de la habitación a
gran velocidad, y estuvo vagando por los pasillos del hotel como un alma
en pena.
No quería estar en el dormitorio cuando ella despertara.
Horrible. Había sido la peor noche de su vida. Todavía no se había
atrevido a intentar dormir porque intuía que las pesadillas regresarían en
todo su esplendor, y esta vez tendrían motivos de sobra. Sin embargo, por
muy cansado que se encontrase, no quería volver. Lo único que deseaba era
andar, o quizás darse una ducha bien fría. Su amigo estaba ondeando en
todo lo alto, como las banderas. Y no, para su desgracia, no estaba solo a
media asta.
Decidió que lo mejor sería darse una ducha en el gimnasio. Allí no
levantaría sospechas, y de paso podría volver a descargar toda la frustración
reprimida.
Tras una hora intensiva de deporte y otra de ducha helada, pudo volver a
pensar con claridad. ¿Tendría que volver a Nueva York? Necesitaba a
Sasha. Eso ya empezaba a resultar demencial. Se negaba a creer que su
amigo reaccionara así debido a su secretaria. Comenzaba a necesitar
aliviarse, y su mano solo era un intermediario alternativo.
La invitación que recibió de Luke de ir a desayunar le sirvió para desviar
el rumbo de sus pensamientos. No había vuelto a verlos desde la noche
anterior y con toda seguridad querrían muchas explicaciones. Tras enviarle
el mensaje a su terrible secretaria, fue a cambiarse dispuesto a encarar un
nuevo día. Tendría que hablar con ella sobre aquel comportamiento. No
obstante, de momento prefería que ella estuviera lo más lejos posible. Por
eso, encontrársela en la recepción flanqueada de sus dos mejores amigos,
provocó que rememorase toda la locura de la noche anterior y volviera a
ponerse de mal humor consigo mismo.
—¿Qué hace aquí, señorita Hawk?
Se dio cuenta de que, en cuanto le escuchó, ella comenzó a tensarse de
espaldas a él.
—Oh, oh... Llegó Míster Gruñón.
—Se viene a desayunar con nosotros —declaró Luke, desafiándole a
contradecirlo.
—¿Cómo?
Era lo que le faltaba. Cuanto más lejos la quería, más veces la ponía el
destino en su camino.
—Me han invitado, señor Henderson
Ellie encuadró los hombros con dignidad al tiempo que se giraba para
encararle. En ese momento, Adam pudo vislumbrar en las profundidades de
sus ojos avellana una determinación férrea.
No se dejaría amilanar.
—Le dije expresamente que fuera a trabajar.
—Eh, Adam, atrás. Yo le pedí que se uniera a nosotros, y, además, tendrá
que comer algo antes de empezar a hacerse cargo de tus asuntos. ¡No ha
desayunado!
—No pasa nada, Luke —le tranquilizó Ellie, componiendo una sonrisa.
Luego, dirigiéndose a él, se disculpó—. Lamento mucho la pasada noche,
señor Henderson. No se suponía que fuera a acabar así...
—Sin embargo, terminó de esa forma —gruñó él, molesto con que se
dirigiera a su amigo por su nombre de pila—. Ya hablaremos más tarde, este
no es el sitio ni el lugar.
«¿Qué tipo de confianzas son esas? Se acaban de conocer, por el amor de
Dios...».
—Niños, niños... Dejad las peleas de patio y vayamos a desayunar. Me
muero de hambre —intervino Enzo, rompiendo la burbuja de tensión en la
que se encontraban sumidos los tres.
—Eso, eso —cedió el moreno, recuperando la alegría—. ¿Dónde vamos?
—¿No ibais a desayunar aquí? —inquirió Ellie, curiosa porque los tres
se encontrasen allí.
—Por supuesto que no. Solo vinimos a recoger al dormilón de nuestro
amigo —señaló el rubio, carcajeándose irónico de las ojeras que mostraba
Adam.
—Habíamos pensado ir al Purveyor —le explicó Luke, sonriendo.
—Y este sitio, el Porteyor... —comenzó ella dudosa.
—Purveyor.
—Sí, ese. ¿En qué se especializan?
—Ya lo verás, es sorpresa —le dijo, guiñándole uno de aquellos ojos
chocolate.
«¿Los ojos pueden ser sexys? Al parecer, sí», se cuestionó Ellie
encandilada.
Aquel intercambio de miradas, no le gustó ni una pizca a Adam, quien
gruñó:
—¿Nos vamos?
Enzo, que había observado toda la situación como si de un espectador se
tratase, se estaba divirtiendo a lo grande.
—¡Marchando!
Iba a ser una mañana muy entretenida.
***

Ellie no se habría imaginado que aquella mañana acabaría de nuevo subida


en un coche, y, por si esto fuera poco, en el de Henderson. Luke se había
ofrecido a llevarla con él, y ella lo habría aceptado gustosa, pero en el
momento en el que la situación se iba a hacer realidad, el idiota de su jefe lo
había estropeado todo. Allí se encontraba, encerrada en un ataúd con ruedas
con una persona que estaba segura de que la odiaba, pero lo más estresante
era que intuía que lo había hecho para poder hablar con ella sobre la noche
anterior. Y aquella era la segunda cuestión que más inquietaba a la
muchacha, por debajo de estar dentro del coche.
No obstante, en el momento en el que el automóvil arrancó, Ellie
comenzó a sudar de forma copiosa y ponerse más pálida si cabía. Su fobia,
combinada con la resaca, daba como resultado una combinación explosiva
para sus emociones. En un vano intento de no llamar la atención de
Henderson hacia su precario estado, giró la cabeza hacia la ventanilla y
cerró los ojos. No quería ver nada, ni siquiera deseaba moverse. La tensión
recorría cada uno de sus músculos con cada giro que daban. Una sensación
de mareo la embargó, y un nudo de nervios se le instaló en la boca del
estómago.
No podía alertar a su jefe. Ya le había dado suficientes motivos para que
la despidiera; aquel no podía ser otro más. «Venga, Ellie, respira, respira.
No pasa nada. Esto es seguro. Concéntrate en las sensaciones, sí, así...»,
Ninguno había dicho nada desde que se subieran al coche, y de aquello
habían transcurrido unos buenos diez minutos.
Henderson no sabía cómo plantear la situación. Todo había sido
surrealista.
—No estoy del todo seguro de hasta dónde recuerda —comentó Adam,
rompiendo el silencio acordado tácticamente mientras se concentraba en la
carretera.
—Yo tampoco. Tengo las imágenes mezcladas
«Una inspiración. Venga, suéltalo; así, otra vez... Sí, sí..., venga. Sé
natural».
—Entiendo que es consciente de que el comportamiento acontecido ayer
fue inadmisible.
—Sí.
«Oh, mierda, otro mareo. Ni oses abrir los ojos».
—Aquel aspecto que llevaba... Era indecente.
—Vale.
«Estúpido, podrías callarte por un minuto... Me siento fatal».
—¿Qué cree que hubiera pasado si alguien lo hubiese grabado? ¡Es mi
secretaria! Tiene una imagen que mantener.
—Sí...
—Por no mencionar el espectáculo bochornoso del hotel. ¿Cómo se le
ocurrió desnudarse? ¡Me tiró en la cama! Si no hubiera sabido que estaba
ebria, podría acusarla de acoso sexual.
Lo último que le apetecía en aquellos instantes era recibir una
reprimenda sobre su desnudez.
—Lo lamento mucho, señor Henderson —articuló ella, denotando un
ligero esfuerzo.
Aquello captó el interés de Adam, quien desvió la mirada de la carretera
para posarla en ella. Desde aquel ángulo no podía verle la cara, pero notaba
que todo su cuerpo se encontraba en tensión.
—Señorita Hawk, ¿sucede algo?
—No, no se preocupe por mí. Es solo que estoy algo mareada por la
resaca, ya sabe. Se me pasará en cuanto lleguemos.
Adam no la creyó ni por un momento. Ya había venido advirtiendo con
anterioridad que le costaba subirse en los coches, pero aquella ocasión
estaba resultando ser totalmente diferente.
Parecía estar... sufriendo.
—No intente mentirme. Diga la verdad. Soy consciente de que le indiqué
que, como mi secretaria, tiene que poder subirse a los coches, pero si ahora
mismo está teniendo un ataque de pánico necesito saberlo.
—¿Ataque de pánico? Señor Henderson, me conmueve que se preocupe
por mí, pero está equivocado. No me pasa nada, en serio.
—No estoy preocupado —le gruñó él, molesto porque creyera que le
afectaba de alguna manera—. Solo intento ser un buen ciudadano.
—Pues no hace falta, esto me pasa a menudo. Lo único que necesito es
comer algo.
—Voy a parar.
No creía nada de lo que le estaba contando.
—¿Qué? No lo haga. Esto es normal. Me pasa a menudo cuando bebo.
—¿Me toma por un idiota? Míreme ahora mismo o pararé el coche
—Oh, vamos. ¿Podría, por favor, ignorar esto? Es debido a la resaca. Se
me pasará en unos minutos. Mire, de todas formas, ya estamos llegando.
Aquel es el coche de Enzo —señaló ella, evasiva, al reconocer el deportivo
en el que había visto subirse al rubio aparcado frente al que debía ser el
establecimiento. Adam aparcó el coche al lado del vehículo del italiano,
dispuesto a encararla. Sin embargo, no le dio tiempo, pues en el momento
en el que el automóvil se detuvo, Ellie salió con celeridad—. Tengo que ir
al servicio. ¡Le espero dentro!
—¡Oiga!
«¿Debería simplemente dejarlo pasar?», se preguntaba Adam, saliendo
del coche e internándose en el local. «Es la primera vez que la veo de esta
forma. Quizás es solola resaca como dice. No es que me importe en
realidad, pero si va a suponer un problema para el desempeño de su
trabajo...».
Era probable que estuviera exagerando la situación. Aquella mujer era
muy básica, como venía demostrando desde ocasiones anteriores.
Una vez en el restaurante, pudo localizar a sus amigos en una de las
mesas del jardín interno que poseía el establecimiento.
—¿Y Ellie? —fue lo primero que preguntó Luke al verle llegar solo.
—Eso, eso, prácticamente arrastraste a la muchacha a tu coche, ¿y ya la
has perdido?
—Pero ¿qué decís? Se fue al baño —gruñó Adam, tomando sitio al lado
de Luke y ganándose una mirada envenenada de este.
—Eh, que este sitio es de ella.
—Me importa bien poco. De todas formas, ¿ahora antepones una mujer a
tu amigo?
—Pues sí.
—Si al menos fuera por otro tipo de mujer, lo entendería
—¿Qué estás insinuando?
—¿Es que no la has visto? No tiene ninguna clase, y tú no engañas a
nadie. Enzo y yo sabemos con qué tipo de mujeres te sueles relacionar, y
ella no se encuentra en el percentil.
—Pero ¿qué narices estás diciendo? ¿De verdad piensas que esto es algo
exacto? ¿Y qué si me he relacionado con otro tipo de mujeres? Los gustos
cambian, y la chica es muy divertida.
—Los payasos también son divertidos y no te veo planteándote salir con
uno.
—Por mucho que me divierta veros discutir como dos adolescentes, que
lo hace y mucho, debo señalar que, si la muchacha se vistiera de payaso,
Adam, tú serías al que sin duda le tiraría la tarta
—Tú no te metas.
—Tiene razón —se carcajeó Luke—. Ellie no te soporta.
—Sí, te llamó pez amargado —apostilló el italiano, riendo.
—¡Callad, idiotas!

***

Era una cobarde. Se había refugiado en el baño como una buena miedosa.
No quería enfrentar aquel tema con Henderson, porque solía tenerlo
controlado lo mejor que podía. Además, estaba el hecho de que ella jamás
hablaba con nadie sobre eso.
Todo había sido por culpa de la resaca, se dijo tomándose las pastillas
para la ansiedad. Las odiaba, la dejaban un poco aturdida y ya había tenido
suficiente con la noche anterior.
Sintiéndose un poco más calmada, decidió que tenía que salir o
empezaría a levantar sospechas. Así que, echando una última mirada al
espejo, comprobó que todo se encontraba en su sitio. Seguía siendo la
misma señorita Hawk. Nada había pasado. Encararía el nuevo día con una
sonrisa, y si Henderson tenía que reprocharle algo más sobre lo ocurrido,
también lo enfrentaría, pensaba, saliendo del servicio dispuesta a encontrar
a los chicos.
Al no encontrarles en el interior, se dejó guiar por las escasas
indicaciones que entendió de uno de los camareros, saliendo a lo que debía
ser un patio interior.
Aquella imagen la fascinó. Parecía ser el jardín de algún hada. En el
centro había un roble descomunal rodeado por una barra donde se debían de
servir todo tipo de bebidas, y alrededor de la misma se encontraban
desperdigados todo tipo de sillas y mesas de múltiples estilos. Además,
Ellie contempló, fascinada, que habían atado a las ramas del árbol unas
cuerdas de las que colgaban frascos repletos de flores o plantas de tal
manera que la mayoría de las mesas pudieran disfrutar del suyo.
—¡Señorita cantante! —gritó Enzo, intentando captar su atención y
provocando que Luke se girara para mirarla.
—¡Ellie, ven!
Ella se aproximó con rapidez, temerosa de que al italiano se le ocurriera
volver a llamarla de aquella forma.
—Sí que ha tardado —la espetó Adam, estudiándola mientras ella
tomaba asiento al lado del rubio.
—Tuve que hacer unas cosillas, ya sabéis, temas de mujeres.
Con una sonrisa, sacó una cuestión que sabía que cualquier hombre
rechazaría.
—Oh, ¿en serio? —preguntó Enzo, fastidiado—. Cada vez que Clare
menciona ese tema me dan ganas de irme una buena temporada al Valle de
la Muerte. El fuego que hace allí es más dulce que la ira que cae sobre mí
cuando pasa por esos días.
—Oye, deberías ser un poco más comprensivo. No sabes lo doloroso y
complicado que es —le reprendió Ellie como representante de la población
femenina.
—¿De verdad tenemos que hablar de esto? —preguntó Adam,
malhumorado por el rumbo que estaba tomando la conversación. No le
interesaba saber sobre el ciclo menstrual de su secretaria.
—La información es importante, Henderson —le dijo Luke mientras
sonreía a Ellie.
—¿Qué desean pedir?
—Un café y un croissant a la plancha.
—Mira que eres sencillo, Luke. Café y tostadas, para mí
—Un café solo.
—¿Solamente se va a pedir eso? —inquirió Ellie—. ¡Encima solo! Un
poco de azúcar no le haría ningún daño. ¿Y si le da un mareo?
—Métase en sus propios asuntos —rebatió Adam.
—Déjale, sigue el estilo más fitness que te puedas imaginar.
—Sí —se carcajeó Enzo—. Luke y yo tenemos una apuesta sobre si
guarda todavía los VHS de Jane Fonda. ¿Te quieres unir?
—¿En serio? ¡Yo también los tengo! —exclamó Ellie, emocionada—.
¿Cuál es su favorito? Para mí el workout de abdominales y glúteos, ¡pero es
horrible hacerlos! Te deja un dolor de trasero...
«Trasero. Culo. Tanga. ¡¡STOP!!», pensó Adam, recordando la noche
anterior.
—Pero ¿qué dice? ¿No ve que es mentira?
«Mi madre los donó en el último acto benéfico», se lamentó
interiormente.
—¿Señorita? —volvió a preguntar el camarero, que quería continuar
haciendo su trabajo.
—Oh, sí, perdone. Yo quiero una manzanilla y dos tostadas
Aquello se ganó una mirada sospechosa de Adam, quien se había
acostumbrado a verla comer otro tipo de alimentos.
—¡Pero bueno! Cuéntanos —empezó con sorna el italiano tras la retirada
del camarero—. ¿Cómo se te ocurrió llamarlo pez payaso?
—Enzo, cuidado —le avisó Luke, intuyendo que su amigo empezaba a
tensarse.
Aquello despistó a Ellie, que frunció el ceño.
—¿Pez payaso?
—Sí. Es porque es pelirrojo, ¿verdad? Jamás se me habría ocurrido,
¡pero es buenísimo! Nosotros solíamos llamarle «zanahorio» por el doble
sentido, ya sabes, por el pelo y porque come como un conejo.
—Cállate ya, Enzo —le ordenó Adam—. ¿No ves que es mi secretaria?
—Pues sí, lo veo. Y me gusta que sea joven, así puedes traértela con
nosotros.: Imagínate a la señora Spark en una reunión como esta.
—Ellie, perdona a estos dos locos —intervino Luke, risueño—. Nos
conocemos de toda la vida, y bueno, ya sabes lo que dicen: la confianza da
asco.
—Oh, sí. Doy fe de eso. Mi hermana Ada es de tomarse muchas
confianzas.
—¿Tienes una hermana? —preguntó el castaño, interesado.
—Sí, y un hermano.
—Debes echarlos de menos.
—Muchísimo —confesó ella, nostálgica—. Siempre hemos sido
inseparables.
—¿Son mayores o menores que tú? —inquirió el rubio.
—Menores. Yo soy la mayor.
—Como tú, Luke. —El italiano sonrió con picardía, y luego explicó—:
Henderson y yo somos los hijos únicos del grupo.
—¡Oh!
La joven se fijó con curiosidad en Adam. Hasta ahora poco sabía de su
familia.
«Con razón es así, deben haberlo malcriado mucho».
—Por cierto, ahora que estamos todos aquí, quería aprovechar para
comentaros algo.
Los otros tres se giraron con curiosidad hacia él.
—¿Sí? ¿A qué locura nos quieres arrastrar ahora, D’Angelo? —indagó el
pelirrojo, escéptico.
—Solo diré dos palabras: San Marcos.
—¿San Marcos? —preguntó Ellie sin comprender.
—Es una de las mayores fiestas que se celebra cada año en Venecia. Las
calles se llenan de música, bailes, conciertos...
—¡Y carreras de góndolas, no olvides eso, Luke! —añadió el rubio,
exaltado.
—Sí, eso también. Siempre que podemos, vamos. A Enzo le encanta.
Deberías venir, es mañana.
—No creo que este año sea posible —comentó Adam—. Tenemos
muchas cosas que hacer en Roma, entre ellas el tema de los hoteles, que aún
no hemos averiguado nada.
—Sabes que esa cuestión me preocupa tanto como a ti, pero por un par
de días que estemos fuera no pasará nada —argumentó Luke—. Además,
Ellie nunca ha estado, se lo merece. Y si te niegas, Enzo publicará en
Internet esa foto que no quieres que vea la luz.
Aterrado, Adam dirigió una mirada al rubio, quien elevó las cejas y
sonrió, encantado.
—¿Qué?
—Sí, lo subiré.
—No, el señor Henderson tiene razón. Debería concentrarme en el hotel
—No le hagas ni caso, todos los años nos hace lo mismo y siempre
acaba yendo —le susurró el italiano.
—De acuerdo, iremos —claudicó el pelirrojo, amargado porque
siguieran teniendo la prueba de la vergüenza—. A cambio, borraréis esa
foto.
—Vale —accedió Enzo, sonriendo. Luego volvió a murmurar divertido a
Ellie—: Tengo cien copias de ella.
—¿Qué foto es esa?
—Si se lo decís, vuestras acciones en China volarán —amenazó Adam,
sosteniendo el móvil.
—¡Oh! Creo que mejor me callo.
—A mí no me importa decirlo —dijo Luke, riéndose—. Perdió una
apuesta y tuvo que disfrazarse de bebé gigante.
—¡NO! Quiero verla —comentó Ellie, emocionada ante la perspectiva
de ver a su jefe, quien se caracterizaba por la seriedad y la rectitud, vestido
de aquella guisa.
—¡Os mataré a los dos!
Tras eso, Adam comenzó a interactuar frenético con su móvil.
—Lo ha dicho él, hermano. No yo —apuntó Enzo, uniéndose a las
carcajadas de los demás.
—Pero... ¿dónde nos quedaremos? Lo digo para reservar o no algún
hotel —preguntó Ellie tras recuperarse del ataque de risa.
—Oh, en la casa de los padres de mi novia. Su hermana ha venido a
pasar San Marcos también, así que estará allí con nosotros
—De acuerdo.
El grupo transcurrió la mañana entre bromas y risas, todas a costa de
Henderson, claro. Cuando finalizaron su desayuno, acordaron quedar todos
por la tarde para iniciar su viaje.
¿Qué les depararía el futuro?
CAPÍTULO 16

«El amor es intensidad, y por esto es una distensión del tiempo: estira los
minutos y los alarga como siglos».
Octavio Paz

Horas, minutos, segundos... La vida de una persona es el resultado del juego


encauzado de estas tres variables. Solo un minuto basta para alterar
cualquier tipo de situación o para determinar la decisión de tu vida, y como
cualquier otro ser humano, Ellie Hawk se encontraba ensamblada en este
azaroso escenario.
Desde que volvieran de aquel desayuno organizado por los divertidos y
atractivos amigos de Henderson, y tras la horrible vuelta en coche desde el
centro, la muchacha había aprovechado el tiempo del que disponía hasta la
tarde para intentar averiguar algo más sobre lo que podía estar ocurriendo
en el hotel. Para ello había estado revisando con atención las encuestas que
se les habían hecho a los últimos clientes que se habían hospedado en las
instalaciones. Todas eran satisfactorias. Quizás hubiera alguna en la que se
quejaran de alguna situación cotidiana, como, por ejemplo, algo que no
estuviera bien limpio, pero nada que se saliera de lo normativo.
No obstante, seguía sin aparecer nada remarcable que pudiera indicar la
causa de lo que estaba sucediendo. Ni siquiera una pequeña pista. Nada. No
avanzaba.
¿Cómo decirle a Henderson aquello? Volvería a llamarla incompetente.
Quizás, si fueran a ver el resto de los hoteles afectados, podrían averiguar
algo nuevo, porque, sin duda, aquella semana había resultado ser
infructuosa.
Había pasado un rato desde la hora de la comida y se encontraba
tumbada en una de las hamacas de la piscina exterior terminando de enviar
una serie de contratos a aquellos departamentos que no cesaban de acosarla.
Notó otra vez aquella molesta presencia indeterminada. Alguien la estaba
mirando, todo su ser lo podía notar. El vello de los antebrazos se le erizó, y
una vez más intentó localizar el punto de origen de la sensación con
precaución. Tenía que estar por ahí. Sin embargo, no estaba segura del todo
de querer encontrarlo.
«Siempre que en las películas se busca con la mirada al asesino, la
situación nunca acaba bien. Encima las gorditas siempre caemos las
primeras, no podría correr mucho con estos muslitos», se dijo algo
atemorizada. «Quizás se lo debería comentar a Henderson, o, bueno, no...
Pensará que estoy loca, como siempre».
«Eres una cobarde, deberías levantarte y buscar. Seguramente no sea
nada y estés aquí haciendo un drama para ningún motivo», le recordó la voz
de la conciencia.
«Mejor cállate. El cementerio está lleno de valientes»,
Trató de mirar por el rabillo del ojo. Seguía sintiendo que estaba ahí,
estudiándola entre aquella multitud que era ajena a todo lo que sucedía.
Ellie intentó aparentar normalidad, envió los correos que seguían esperando
por ella y elaboró un plan de escape.
«Muy bien, coge el móvil y finge que estás hablando por teléfono. Si
cree que hay alguien en la otra línea, no se acercará»,
Y lo estaba haciendo al tiempo que sentía cada parte de su cuerpo en
tensión cuando notó que algo le tocaba el hombro, desencadenando el
sobresalto de la joven.
Una mano.
No quería mirar.
—¡Ellie! ¿Qué haces todavía aquí? —escuchó una voz cantarina. No
obstante, tras percatarse de su reacción, pronunció con preocupación—:
Perdona, ¿te he asustado?
«Luke. Santo cristo. Estás paranoica, Ellie. Recuerda aquel artículo que
leímos sobre la ansiedad. Puede que sea la consecuencia directa de que esta
mañana sufrieras un ataque»,
—¡Oh! Sí, estaba concentrada.
—¿En llamar por teléfono?
—Sí, era un número que no conocía —se excusó, devolviéndole la
sonrisa—. No sabía que habías llegado ya. Pensé que habíamos acordado
quedar más tarde.
—No te lo ha dicho Adam, ¿verdad?
—¿Decirme qué?
—Me estoy alojando aquí porque estoy ayudando a Henderson con el
tema que le preocupa del hotel.
—Pero si no te vi volver con nosotros.
—Ah, eso fue porque tenía que ir a recoger unas cosas a casa de Enzo.
—Comprendo. ¿Y por qué le estás ayudando? Tenía entendido que solo
tres personas contadas sabíamos sobre esto.
—Cuatro, en realidad.
—¿Cuatro?
—Sí, mi padre me pidió que viniera a echarle una mano a Henderson.
—¿Tu padre?
—John Brown.
—¿Qué? ¿Ese señor tan adorable era tu padre? —preguntó fascinada,
provocando que Luke se echara a reír—. Ummm... Luke Brown. Suena
melodioso.
«¿Ellie Brown? No suena mal ¿no?»,
—Gracias. Sí. Aunque no suelen describirlo así. De todas formas, ¿no
deberías estar haciendo la maleta? Hemos quedado a las seis.
—Pero si son las tres.
—¿Oh? Perdona, es que mi hermana tarda horas en hacer la suya —se
disculpó Luke, acostumbrado a viajar con mujeres que transportaban varias
maletas en las que cabía un centro comercial.
Ellie se levantó de la hamaca, preguntándose qué tipo de vida llevaría la
gente como Luke o Adam. No conocía a nadie que pasaste tanto tiempo
haciendo una maleta.
—Bueno, en cualquier caso, ya he terminado de adelantar algo de
trabajo.

—¿Qué harás ahora? Te acompaño.


—Había pensado reservar los billetes de avión para Venecia y también
preparar la maleta
Ambos se encaminaron hacia el interior del hotel.
«Y esta vez en primera clase. No vaya a ser que el chalado de Henderson
me arroje por la ventanilla del avión».
—¿Los billetes? No, no hace falta. Vamos en el avión privado de Enzo.
Ellie enmudeció ante aquella aclaración.
«Como si estuviera hablando de coger una bicicleta. ¿Avión privado?
Pero ¿cuánto dinero tiene esta gente?»,
—No me mires así, mujer, los padres de Enzo son los dueños de una
aerolínea.
—Estás de broma. Bueno, realmente no sé por qué me sorprendo.
Henderson no se rodearía de gente pobre. Así que todos sois millonarios,
¿no?
—Bueno, algunos más que otros, pero sí. Tenemos dinero
Luke se echó a reír, le encantaba la sinceridad que caracterizaba a
aquella mujer.
—¿Cómo que algunos más que otros? ¿Es que hacéis competiciones
sobre quién es más rico?
—Qué cosas tienes. No. Mira, te lo explicaré: de los tres, Adam es el que
dispone de mayor riqueza.
—¿El señor Henderson? ¿Por qué?
—Porque, como sabrás, posee las acciones de múltiples y variadas
empresas. Además, al ser hijo único es el más implicado en el negocio
familiar.
En ese instante, Ellie recordó la conversación mantenida en el desayuno.
—Pero Enzo también es hijo único.
—Sí, pero el señor D’Angelo todavía no le ha delegado a él la
responsabilidad de la empresa.
—¡Oh! ¿Y tú?
—Mi padre siempre nos educó a Melissa y a mí en la igualdad, por lo
que nuestras partes son manejadas siempre en equipo. Así que, en ese
sentido, no todo recae sobre mí, y se lleva mucho mejor. Además, mi padre
todavía no se ha jubilado como el de Henderson.
—Vaya...
«Puede que sea un idiota prepotente, pero el hecho de que cargue con
todo eso... debe ser muy agobiante y solitario», meditó Ellie, absorta en sus
pensamientos.
—Creo que ya hemos llegado, ¿no?
—Sí —afirmó la joven, advirtiendo por primera vez que se habían
detenido frente a la puerta de su habitación.
—Bueno, entonces nos vemos luego, ¿vale?
Ellie le devolvió la sonrisa con alegría
—Claro. Hasta las seis
—Adiós, Ellie.
La muchacha pudo observar cómo Luke se alejaba por los pasillos y, de
vez en cuando, se giraba para mirarla. Aquello despertó en Ellie una
sensación emocionante, ya que jamás había sido objeto de interés de ningún
hombre, y menos de un hombre tan dulce como aquel.
En cuanto le vio girar en una esquina, se internó en la habitación
dispuesta a terminar de prepararlo todo.

***

17:45 pm.
Ellie se había quedado dormida. Al acabar de meter las escasas
pertenencias que traía consigo dentro de su maleta, decidió que echarse una
siestecita de diez minutos no le vendría mal, puesto que lo tenía todo
preparado. Sin embargo, ya fuera porque no escuchó el despertador o bien
porque este no sonó, se despertó más tarde de lo que había planeado.
Cogiendo la pequeña maleta y el bolso donde llevaba tanto el portátil
como los documentos, salió corriendo hacia la recepción. En ella se
encontró a los chicos con sus respectivas maletas. Al acercarse a ellos, notó
que ambos mostraban diferentes expresiones. Adam lucía impaciente,
mientras que Luke estaba calmado.
«Ni que fuera el conejo de Bambi, ahí, moviendo la pata»,
La comparativa con Tambor no podía ser más acertada, ya que su jefe
estaba realizando un movimiento nervioso con la pierna.
—Llega tarde —le recriminó el pelirrojo, mirándola de arriba abajo.
—Sí, perdón, me quedé dormida.
—Eso puedo verlo —declaró con ironía él, fijándose en el peinado
deshecho de Ellie—. Habíamos quedado en el aeropuerto a las seis.
—Basta, Adam. Estaría agotada. Se acostó después de estar trabajando.
«Pero ¿qué diablos?»,
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque nos encontramos en la piscina —explicó despreocupadamente
el castaño—. ¿Nos podemos ir ya, o planeas hacernos pasar por el
polígrafo?
—Vale.
Gruñendo, Adam encabezó la marcha del grupo. Una vez se encontraron
en el exterior, Ellie advirtió, temerosa, que tendría que volver a montar en
un coche. Aquella mirada fue captada por Henderson, quien, tras lanzarle
las llaves del coche a Luke, le dijo:
—Ve metiendo las maletas. Tengo que hablar un momento a solas con la
señorita Hawk.
—De acuerdo —aceptó dubitativo, lanzándole una mirada a Ellie que
venía a decir: «Si necesitas que intervenga, solo dilo».
La muchacha se dejó llevar por su jefe hasta un extremo, Adam había
decidido que tenía que saber lo que le sucedía.
—Necesito que me diga cuál es su estado actual —demandó Adam con
seriedad.
—¿A qué se refiere?
—No se haga la tonta. ¿Se siente preparada para subir ahí?
Ellie volvió a observar el coche y, lamiéndose los labios con
nerviosismo, confesó:
—No estoy segura.
Mientras ella pronunciaba aquellas palabras, Adam advirtió auténtica
vulnerabilidad en las facciones de su secretaria.
—De acuerdo. Deme un momento
—¿Qué va a hacer? —indagó Ellie, agitada.
Henderson se acercó con determinación a Luke, que les estaba esperando
apoyado en el automóvil. Algo tuvo que decirle, porque este se despidió
sonriente de ella y se marchó con el coche.
Después de esto, su jefe se acercó a ella, que todavía se encontraba
demasiado sorprendida para incluso moverse.
—¿Qué...?
—¿Qué le he dicho?
—Sí.
—Que teníamos que acabar de resolver unas cosas y que se fuera
adelantando para avisar a Enzo.
Vaya, la situación se iba tornando aún más rara y sorprendente para ella.
—¿Le ha mentido?
—No. Tenemos que solucionar un asunto.
—¿Cómo? ¿De qué habla?
—Venga conmigo
Adam la condujo hacia el interior y tras eso, la guio hasta el ascensor.
Una vez dentro de él, Adam introdujo una llave que sacó del alijo que
siempre llevaba consigo en la ranura que indicaba la planta más baja. Ellie
se sentía tan asombrada por aquella actitud de su jefe que no pudo articular
palabra.
Cuando finalmente llegaron, la muchacha se encontró entrando en un
lugar donde había todo tipo de vehículos, desde deportivos hasta coches
clásicos.
—¿Todo esto es suyo?
—Por supuesto, ¿de quién, si no? —se quejó Adam, muy ofendido—. Lo
único que falta es mi moto, y eso es culpa suya.
—¿Ya volvemos a eso? La olvidamos los dos, y, por cierto, si la policía
no la ha encontrado todavía, es porque la habrán convertido ya en una
lavadora
—¡Es usted una descarada!
—Solo digo lo que pienso, señor Henderson. Pero ¿qué hacemos aquí?
¿No llegábamos tarde?
—Calle, estoy buscando algo —exigió con rudeza él, tanteando con la
mirada la gigantesca estancia. Aal encontrar al fondo lo que quería,
exclamó—: ¡Ah! Ahí está. Espere aquí.
Ellie lo vio desaparecer entre la infinidad de vehículos. Al cabo de unos
minutos, escuchó un ruido suave y, seguido a esto, le vio aparecer con lo
que parecía...
¿Qué? No podía ser.
—¿Ha tenido eso guardado durante todo este tiempo? —preguntó ella,
observándolo fascinada.
—Mi madre ama las Vespas. Más nos vale no perder esta o me asesinará.
—¡Es preciosa! —exclamó Ellie, admirando el vehículo blanco sobre el
que iba montado él. Pícaramente, añadió—: Le queda muy bien ese casco,
señor Henderson.
—No se ría —la regañó, amargado por estar usando el casco rosa—. Son
los únicos que tienen mis padres.
—Vale, vale... —dijo ella, riéndose al tiempo que se ponía el otro rosa
que él le tendía.
—¿Recuerda cómo subirse?
—Sí.
Cuando quedó firmemente instalada rodeándole con los brazos, le
murmuró con suavidad:
— Gracias.
Ante aquella simple palabra cargada de emoción contenida, Adam le
respondió con un gruñido, y, arrancando la Vespa, se dirigieron a su
destino.

***

Mala idea. Terrible, de hecho.


Por estos lares era por donde discurrían los pensamientos de Adam
Henderson mientras iba subido en la moto, y es que la estrechez de la vespa
le producía sentimientos encontrados, pues esta última provocaba que el
contacto con la señorita Hawk fuera mucho más cercano que el que tuvieran
el día que montaron en la moto robada. Por un lado, se sentía cómodo con
la suavidad y flexibilidad que desprendía la muchacha, pero por otro estaba
muy, muy disgustado con su propio cuerpo. Rezaba por que el avión de
Enzo siguiera teniendo aquella ducha, porque de otra forma acabaría
desquiciado.
¿De verdad tenía que oler de aquella forma?, pensó frustrado, captando
la fragancia natural de la joven. Por el amor de Dios, ¡si a él ni siquiera le
gustaba el dulce! Y, sin embargo, ahí estaba, poniéndose caliente como un
adolescente sin experiencia. Estaba desesperado y planteándose tomar el
primer avión que saliera rumbo a Nueva York en cuanto terminaran con
aquel diabólico viaje. Su libido realmente debía estar necesitado si se
dejaba afectar por la proximidad de la señorita Hawk.
Seguía sin comprender del todo cómo había terminado involucrado de
aquella forma con aquella muchacha exasperante. Solo había tenido que ver
esa expresión de auténtico terror que, sin darse cuenta, ella le había
mostrado, y actuar de manera impulsiva. Así que allí se encontraba,
sufriendo la tortura de días de abstinencia. No estaba seguro de si deseaba
levantarse de la Vespa en aquel instante, o, mucho se temía, acabar
exponiendo la alegría de su amigo.
Ducha, ducha, ducha.
De repente, ante un Adam que se sentía frenético y una inconsciente
Ellie, surgió la apetecible visión del aeropuerto. Cuando llegaron, el
pelirrojo aparcó la Vespa en el parking y notó, alterado, cómo la muchacha
descendía de la moto restregándose involuntaria contra él.
—Gracias por esto.
Aquel acto impulsivo e impropio de él la había conmovido.
—Vaya arriba. Nos esperan en la entrada —le ordenó descompuesto.
Aún sorprendida, Ellie se quitó el casco.
—¿No viene conmigo?
—En un minuto la alcanzaré.
—De acuerdo. Se va por allí, ¿no?
—Sí, siga las señales.
—Vale, hasta ahora... —se despidió Ellie dubitativa, ya que no entendía
qué era lo que tendría que hacer.
Adam observó, algo más relajado, cómo desaparecía por el lugar que le
había indicado.
Necesitaba un momento alejado de ella. Si iba a hacer aquello, tendría
que reponer fuerzas de su presencia, pues estaba claro que, aunque le
costara reconocerlo en voz alta, le estaba afectando de alguna manera
retorcida. Incluso si la causa de ello era solo que era la mujer más cercana
que tenía, tenía que parar con todo aquello.
Perfecto. Primero probaría aquella ducha y luego pensaría un plan,
reflexionó colocándose de forma que no se notara el bulto pronunciado del
pantalón.
Una vez resuelto este aspecto, se encaminó al lugar donde todos estaban
esperándole.

***

Ellie no tuvo ningún problema en encontrar la entrada del aeropuerto, ya


que aquellos dos chicos altos como modelos eran fácilmente reconocibles.
—¡Ellie! —la llamó Luke nada más verla, provocando que Enzo se diera
la vuelta para mirarla.
—¡Y aquí tenemos al alma de la fiesta, señores!
Al escuchar el grito del italiano, Ellie deseó salir corriendo hacia otro
lugar.
—Hola, chicos.
—¿Cómo es que Adam no viene contigo? —inquirió Luke, sorprendido
por la ausencia del pelirrojo.
—No estoy segura, dijo que me fuera adelantando.
—A lo mejor está llamando a la estirada.
—¿La estirada?
—Enzo se refiere a la novia de Adam.
—Sí, esa, la que lo tiene castrado.
Pese a las risas de Enzo, Ellie, sorprendida, se dio cuenta en aquel
momento de que los amigos de Henderson no tenían en alta estima a aquella
mujer.
Y eso que a ella le había parecido más normal que el propio idiota.
—¿Cómo es que habéis tardado tanto? —Cambió de tema Luke,
preocupado—. Me dijo que teníais que hacer unas cosas. No te habrá
tratado mal, ¿no?
—Sí, ya pensábamos que Adam te había cocinado y comido. Aunque,
pensándolo bien, en realidad el verbo comer no está conjugado
correctamente. Más bien te habría echado de comer a su periquito, que es
más carnívoro que él.
—¿Periquito? No vi ningún periquito —comentó la muchacha, curiosa
—. No, se ha comportado perfectamente. Tuvimos que solucionar un tema
que se nos había complicado. Papeleo, ya sabes.
—Oh, me alegro. No hagas caso a Enzo, siempre está de broma.
—¿Quién? ¿Yo? ¿Desearías que fuera tan amargado como Henderson?
Porque puedo serlo, ¿eh? Solo espera a que me meta un palo por el culo.
—¿Solo uno? Tendrá como cuatro —le contestó Ellie, divertida al ver
los aspavientos que hacía el rubio imitando el objeto que se introduciría por
el trasero.
No obstante, al escucharla, cesó en su mímica, observándola
boquiabierto por un segundo, y luego ambos rompieron a reír.
—Está bien. Me gusta esta chica.
—Sí, a mí también. Pero callad ya, que viene por ahí.
—¿Qué estabais criticando ahora? —espetó el pelirrojo con sospecha al
ver que se producía el silencio con su presencia.
—Estábamos debatiendo sobre varas —respondió Luke, divertido.
—Sí, dinos qué material te gusta más. Nosotros apostábamos por la
madera.
—¿En serio? Deberíais madurar —les aconsejó Adam, molesto. Miraba
de reojo a Ellie, que se había mantenido al margen.
—Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?
—Sí, es que tuve que cambiar varias veces la hora de salida. Iré avisando
al piloto mientras vamos hacia allá —explicó el italiano, mandando
mensajes con el móvil mientras dirigiría a todo el grupo hacia la pista
correcta.

***

Una vez los cuatro se encontraron dentro del avión, los chicos se instalaron
en sus sitios correspondientes bajo la mirada atónita de Ellie, para quien era
su segunda vez montando en uno. Este no se parecía en nada al primero en
el que estuvo. Había asientos y sofás de cuero rodeando toda la estancia y
una televisión de plasma situada enfrente de estos. En el centro se podían
observar mesas repletas de todo tipo de comida, y flanqueando las puertas
había apostadas dos señoritas hermosas y sonrientes ataviadas con trajes de
azafata.
—Estáis de broma.
—Y eso que no has visto la habitación que tiene detrás —se rio Luke,
divertido.
—Oh, colega, Clare y yo hemos pasado ahí grandes momentos.
—Creo que a ninguno nos interesa conocer ese tipo de información,
D’Angelo.
—Tampoco tenía intención de entrar en detalles. Está más amargado
desde que no tiene esa clase de diversión con la estirada.
—¡Enzo! —le reclamó el pelirrojo—. Te he dicho mil veces que no la
llames así.
—Oh, vamos, hasta tú tienes que reconocer que es una petarda. Jamás
me ha caído bien.
—Me importa una mierda si te gusta o no. Es mi noviay deberías ir
asumiéndolo ya, que son muchos años.
—¡Já! Eso ya se verá.
—¿De qué hablan? —inquirió Ellie, sorprendida de que estuvieran
tratando aquel tema.
—No les hagas caso. Es lo mismo de siempre. Sasha no nos gusta. Ven
aquí —le indicó Luke, palmeando el sitio al lado del sofá en el que se
encontraba sentado—. Siéntate conmigo. Dentro de poco despegaremos.
Ellie obedeció, y desde aquella posición siguió estudiando el interior del
avión, totalmente inconsciente de las miradas que les estaba disparando
Adam.
—¿Desean algo, señores? —preguntó con educación una de las azafatas,
que se notaba que estaba interesada en Luke.
—Ellie, ¿qué te apetece? —preguntó este último, ignorando las señales
femeninas de la mujer.
—Creo que nada
Todavía podía vislumbrarlos precios de la carta de la última vez. Le
entraban escalofríos solo de recordarlo. Si aquellos habían sido caros, esos
estarían por las nubes. Ni siquiera había visto la carta, y eso nunca era
buena señal.
—Oh, vamos. Tómate algo, invita Enzo.
—¿De verdad? —preguntó Ellie, emocionada. Al ver que Luke asentía,
pidió—: Vale, quiero una Coca-Cola.
—¿Y usted, señor?
—Lo mismo que ella —declaró, risueño. La azafata, al darse cuenta de
la atención que estaba recibiendo aquella insulsa mujer, la fulminó con la
mirada mientras se dirigía a servir la bebida—. ¿Te gusta el avión?
—Sí, pe...
—¡Como para no gustarle! No sabéis cómo me hizo viajar para venir a
Roma —la interrumpió el pelirrojo, molesto con la cercanía que estaba
teniendo su amigo con la señorita Hawk.
—¡Eh! No se queje, la empresa no tuvo que gastar tanto dinero.
—Oh, aquí hay algo interesante. Cuenta, cuenta, señorita cantante.
—Pues nada, que compré los más baratos.
—En clase turista, dígalo —le espetó Adam—. ¡Me hizo viajar en clase
turista! ¿Podéis creerlo?
—Eso sí que me habría gustado verlo —se carcajeó Enzo en su asiento.
—No sería para tanto, Adam...
Su amigo solo había recibido lo mejor desde siempre, y no acostumbraba
a frecuentar nada que fuera inferior.
—Prueba a hacerlo tú y luego hablamos —le gruñó el susodicho.
En breves momentos procederemos a iniciar el despegue. Por favor,
pónganse los cinturones de seguridad.
—Oh, Dios, solo espero que no haya turbulencias —rezó Ellie,
recordando la última vomitona mientras se abrochaba el cinturón.

***

Una vez estuvieron sobrevolando Roma en dirección a Venecia, hubo un


momento en el que la señorita Hawk se agachó a recoger una cáscara que se
le había caído al suelo, exponiendo con ello un poco del recatado escote que
llevaba. Fue en ese instante en el que Adam resolvió que era totalmente
necesario tomar aquella ducha.
Todo se había puesto peor desde que llegaran de Nueva York. Ni siquiera
había podido dormir todavía, reflexionó disgustado, traspasando la estancia
en la que se encontraban todos en dirección al dormitorio donde Enzo hacía
sus guarradas.
De repente escuchó la voz cantarina de este último interrogándole:
—¿Dónde vas?
«Maldito Enzo», Ni siquiera podía escapar tranquilo.
—A la bodega, para descansar de todos vosotros.
—¿Con la maleta? —indagó divertido el rubio otra vez.
—¿Desde cuando eres la CIA? Métete en tus propios asuntos.
Cuando llegó al lujoso dormitorio donde Enzo había dejado entrever que
lo pasaba de fábula con su novia, miró asqueado la ostentosa cama de
matrimonio que ocupaba grandes dimensiones.
«Ni de broma pienso tocar cualquiera de estas sábanas»,
Después de aquella pequeña meditación, se internó en la siguiente sala,
dispuesto a tomar su merecida ducha. Tras cerrar el pestillo, se desnudó.

***
Ellie estaba maravillada. Después de comer y beber todo lo que había
querido —que había sido mucho, cabía señalar—, se sentía saciada por
completo.
—Y cuéntanos: ¿cómo es Adam en su faceta de jefe? —preguntó Luke a
su lado, curioso.
—Sí, y puedes ser sincera, no se enterará. Probablemente ahora estará
acabando con mi despensa de Riojas, así que eso es motivo más que
suficiente para exponer la verdad.
—Bueno...
«Inaguantable», fue la primera palabra que le vino a la mente. No
obstante, empezaba a descubrir que también tenía sus facetas positivas,
como, por ejemplo, el detalle de la Vespa.
—Es extraño —respondió con firmeza bajo la mirada anonadada de los
chicos. Sin embargo, fue Enzo el que primero que se repuso, estallando en
risas.
—Nadie lo hubiera definido así jamás. Si se enterase... extraño.
—¿A qué te refieres con «extraño»?
—Bueno, no me soporta. Ni yo a él, claro, pero no creo que sea un mal
hombre —finalizó, recordando la forma en que la había arrastrado hasta el
garaje.
—No lo es, y no lo decimos solo porque seamos sus amigos. Es solo que
nuestro mundo lo ha cambiado...
Aquello captó el interés de Ellie.
«¿Cambiado? ¿De qué forma?», se preguntó. Pero no le dio tiempo a
preguntarlo, porque Enzo se sentó al lado de ellos con un objeto en la mano.
—Mirad.
—¿Qué es? —preguntó Luke, cogiéndolo. Acto seguido, se echó a reír
—. ¡Oh! ¡Lo has traído! ¡Qué cabrón! Te matará.
—Lo sé. Enséñaselo a Ellie.
—¿De qué se trata?
Con curiosidad, agarró lo que le tendía Luke, y al verlo casi creyó
morirse. Sus ojos se desencajaron de la sorpresa.
No se lo podía creer.
Una fotografía, pero no cualquier foto. Ante ella se encontraba LA
FOTO en mayúsculas. El idiota aparecía ataviado con un pañal gigantesco,
un babi azul color bebé, un chupete enorme colgando del cuello y sujetando
un osito de peluche. No obstante, lo mejor para Ellie fue la mirada. Se
encontraba frunciendo el ceño molesto, con aquel pelo pelirrojo
despeinado.
—Adorable, ¿verdad? —se mofó Enzo—. Nuestro niño ya se ha hecho
mayor...
Ellie no pudo soportarlo más. Sus carcajadas resonaron por todo el
avión. No podía parar de reír, tanto que los líquidos y la comida que había
ingerido previamente, combinados con la imagen que mostraron ante ella,
hicieron efecto y su esfínter le llamó la atención. Tuvo que levantarse como
un resorte.
—No puedo más, necesito ir al baño. ¿Dónde está?
—Hay uno aquí al lado, pero es de las azafatas. Mejor ve al que está
después de mi dormitorio.
—Vale, gracias.
La joven salió con rapidez. De pronto, el italiano recordó algo
importante.
—Creo que quizás debería haberla informado de que no funciona el
pestillo.

***

Una vez pasó por donde se encontraban las azafatas, observó cómo la que la
había atendido con anterioridad volvía a mirarla con desprecio.
«Menuda estúpida», decidió Ellie, ignorándola y adentrándose en lo que
debía ser el dormitorio de Enzo. «Bien, bueno... Creo que no debería buscar
una cabina pequeña, este hombre debe viajar a lo grande», reflexionó,
acercándose a la siguiente habitación.
—Supongo que debe ser esto...
Determinada, giró y empujó hacia adelante el pomo de la puerta.
No debería haberlo hecho. Fue la peor decisión tomada de toda su
existencia. Ante ella se encontró un muy mojado y... Santa madre,
¡DESNUDO!, Henderson, que la miraba igual de horrorizado. Y
sencillamente no lo pudo evitar, miró hacia abajo.
Al parecer, Enzo no era el único que se divertía...
—E... El anacardo... —tartamudeó desencajada.
«Joder».
CAPÍTULO 17

«La raíz de todas las pasiones es el amor. De él nace la tristeza, el gozo,


la alegría y la desesperación».
Lope de Vega

Ellie había estudiado la anatomía femenina y masculina en el colegio, así


que conocía los pormenores de esta: un pene y dos testículos. No había más,
o eso era lo que había creído hasta ese entonces, cuando durante una tarde
soleada en medio de un vuelo en dirección a Venecia, descubrió anonadada
la anatomía de su jefe, y esta estaba muy... alegre. ¿De verla? No lo creía,
porque la expresión que estaba componiendo el propietario de tan
espléndida hortaliza en aquel curioso y didáctico momento no tenía ningún
desperdicio.
Uno de los párpados no paraba de moverse con nerviosismo mientras
que su boca caía abierta formando una «O». En cuanto a ella, si pudiera
verse en un espejo, estaba segura de que estaría ataviada con facciones
similares.
Auténtico nerviosismo corría por sus venas. No sabía qué decir.
«Dios santo, bendito Cristo, Señor de todos los mundos, ¿un pez payaso
tiene este tipo de dimensiones? Creo que debería echarle otro vistazo al
National Geographic, porque definitivamente están engañando a la mayoría
de la población. Sí, sin duda haré eso».
—¿Sa.… sabe que no existe un solo tipo de zanahoria? —comenzó a
explicar, agitada y descontrolada por completo—. Existe la morada, que se
cultivaba en Afganistán, luego está la blanca, la naranja que conocemos, la
amarilla, la roja... U.… usted seguro que pertenece al equipo de la primera,
pero no se ofenda, no, no... Tiene muchísimos beneficios. ¡Oh! ¡Incluso
Bugs Bunny las come! Y ya sabe lo inteligente que era ese conejo, se metía
en cualquier madriguera... y... Oh, Dios..., no estoy diciendo que deba
introducirse usted en ese tipo de madriguera, no, usted solo en la de su
novia. Tampoco quiero decir que, porque Bugs Bunny se comiera esas
deliciosas zanahorias, usted deba también, ya sabe...
Adam estaba escuchando atónito aquella verborrea que salía por la boca
de su infame secretaria. ¿De qué estaba hablando? ¿Madrigueras?
¿Conejos? Ni siquiera estaba prestándole atención, lo único que captaba era
que esa idiota se encontraba ante él en el momento justo en el que se
disponía a aliviarse, le había atrapado con las manos en la masa.
Al parecer ahora ni siquiera podía desfogarse consigo mismo, pensó,
frustrado, todavía desnudo y en shock.
—¿Qué está diciendo? ¡¡¡¡Largo de aquí!!!! —exclamó disgustado
cuando logró encontrar su propia voz, provocando que Ellie se sobresaltara.
—Ay, Dios, sí, disculpe la... La puerta estaba abierta y... —¡Cerré el
pestillo! ¿Qué hizo? ¿La forzó?
La mirada alterada de ella no cesaba de descender hacia su zona
principal, quien tenía la poca vergüenza de saltar todavía emocionado.
—. ¿Qué se supone que está mirando?
—¡Por supuesto que no la forcé! Estaba abierta. Y respecto a lo otro...
em... Es solo que nunca he visto una tan de cerca. Es muy diferente de las
fotos que salían en mi libro de texto. En realidad, eso debe hacer mucho
daño, ¿verdad? No... no sé si quiero perderla ahora. ¿Son todas iguales?
En cuanto escuchó tal pregunta, logró que su cuerpo reaccionase por fin
y se cubrió con una toalla a la velocidad de la luz.
—¿Está usted demente?
La joven todavía seguía señalando la zona que estaba cubierta, tratando
de procesar la información.
—No, verá, eran simples dibujos... Nada que ver con e... esto
—¡He dicho que fuera!
— Me temo que eso no va a ser posible.
—¿Cómo dice?
—No puedo irme, tengo que usar el baño.
No podía creer que en la situación en la que se encontraban, no hubiera
salido corriendo despavoridad, no solo eso, ahora incluso se atrevía a
surgerir, ¿qué?
—¿Está insinuando que debo marcharme yo?
—Sí —respondió con descaro al tiempo que le cogía y lo sacaba del
brazo a rastras del servicio—. Discúlpeme.
Aquella fue la última palabra que escuchó un estupefacto Adam antes de
que la insolente le cerrara la puerta en las narices. Ni siquiera pudo
reaccionar cuando le arrastró a la habitación privada de la perversión del
cerdo de su amigo. Lo hizo con tanta rapidez que no supo cómo defenderse.
¿Quién diablos era aquella mujer? ¿De dónde había salido?
—¡OIGA! —demandó colérico desde fuera—. ¡Salga de inmediato!
¡Estaba yo primero!
La voz amortiguada de la mujer atravesó la puerta.
—Un segundo, solo será un minutito.
Ni siquiera podía entender cómo siempre acababa relacionándose de
aquella forma tan extraña con aquella mujer.
«Espero que los cotillas de Enzo y Luke no se enteren de esto o estaré
muy jodido», pensaba frenético, trasladándose para espiar a través de la
cortinilla que separaba el dormitorio de la estancia principal. «Bien, parece
que de momento están entretenidos con algo. ¿Por qué no puedo tener algo
de paz y tranquilidad? Esto es un sufrimiento».
Pero fue en ese instante en el que cayó que había sido visto como su
madre lo trajo al mundo. Aquel pensamiento provocó que cesara de andar
alterado por todo el lugar. Se sentó inconscientemente en la cama, tirándose
de la cabeza.
—Oh, no, no, no... ¡NO! —gimió, tumbándose y dando patadas al aire
frustrado—. No puede ser.
No obstante, mientras se lamentaba, escuchó el ruido que hacía la cadena
del servicio al ser accionada y a una muy avergonzada Ellie salir.
—Em... Lo siento mucho. De verdad que no sabía que estaba ocupado, y,
bueno..
—¿No se le ocurrió llamar a la puerta?
—Como le dije, no parecía que estuviera ocupado —comenzó ella, pero
Adam notó que algo captaba su atención y la observó ladear la cabeza,
cuestionando—: ¿No le da asco tumbarse ahí? ¿Y semidesnudo? Usted es
muy escrupuloso, y tengo entendido que Enzo se lo ha pasado en grande...
No le conozco mucho, pero no creo que mintiera sobre ello...
—¿Qué?
No obstante, al mirar la zona que señalaba su secretaria, cayó en la
cuenta de que estaba tumbado sobre la cama de la degeneración. Saltó como
un resorte, separándose de ella denotando una sincera aversión. Estresado,
se pasó una mano por el pelo, creyendo que en cualquier momento sufriría
un colapso nervioso.
—¿Por qué siempre me hace esto?
—¿El qué?
Adam señaló a la nada, como si en ella hubiera algún sentido lógico
esperando a ser descubierto por la señorita Hawk.
—Esto.
—Si es lo del baño, ya me he disculpado, pero tenía muchas ganas de
hacer pipí.
—¿Pi... pí? —repitió el pelirrojo, todavía estupefacto—. Mire, no sé ni
para qué le pregunto. Está claro que usted es así. ¿Puede marcharse?
Necesito acabar de vestirme, y esta vez, a ser posible, sin interrupciones.
—No se preocupe, si ya me voy.
—Ah, y no lo olvide. —La paró él con la voz—. Ni una palabra a esos
dos, ¿me oye con claridad?
—Por supuesto.
Adam la observó desaparecer por la cortina que separaba ambas
estancias. De repente se percató de que hasta su amigo había perdido la
alegría y se sentía mucho más frustrado que antes.
Así pues, gruñendo, procedió a terminar de adecentarse.

***

Ellie Hawk lo había visto todo. Ante ella se había descubierto un mundo
nuevo. Aquella visión había despertado en su persona una terrible
curiosidad que no podía expresar a nadie, y mucho menos a su jefe, quien
había parecido a punto de padecer un ataque de pánico cuando la encontró
observándole con descaro.
Realmente no había podido evitar mirar... Nadie podía culparla. Al fin y
al cabo, era la primera vez que pillaba a un hombre sujetándose el pene con
intenciones diferentes de orinar. ¿Y cómo podía saberlo? No es que fuera
ninguna versada en el asunto, pero ella misma había tenido que enseñar a
Chris a usar el orinal. El único problema es que aquella situación y esta eran
diferentes por completo. Su hermano había sido un niño al que había tenido
que educar adoptando un papel maternal y Henderson era… un hombre
adulto, bastante interesante.
¿Qué se suele hacer en esos casos en los que una se encuentra con un
hombre desnudo sin que haya sido por consenso?
«Pedazo de idiota, te pusiste a desvariar como haces siempre. ¿Tanto te
hubiera costado disculparte y salir? No, tú tuviste que echarle a él», le
recriminó de nuevo la voz de la conciencia.
«Pero ¿qué dices? Me estaba haciendo pis. ¿Hubieras preferido que lo
hiciéramos en el tiesto de la planta que tenía Enzo? Eso no hubiera sido
muy ético. Además, estaba muy nerviosa», rebatió a su parte sensata.
—¿Pudiste encontrar el baño con facilidad? —preguntó Luke desde su
asiento al verla llegar.
—Eso, eso... ¿viste mi habitación del pecado?
—Sí.
«También encontré otra cosa relacionada con ese tipo de pecado...», añadió
para sí misma.
—Se me olvidó comentarte que el pestillo no funcionaba, perdona..
«No me digas... con razón cedió con tanta facilidad la dichosa puerta».
Luke sonrió tranquilizador, Ellie parecía bastante afectada, acercándose
hacia donde se encontraba, debían de ser los nervios del viaje.
—No debe quedar mucho para llegar.
—¿Cuánto se tarda?
—Se suele tardar una hora aproximadamente, pero al ser un vuelo
exclusivo tardaremos menos.
—Eso es bueno.
—Bueno, ¿qué? ¿Quieres la foto? —preguntó el italiano mientras se la
tendía.
«Lo que está claro es que ese hombre de bebé tiene muy poco. Pero me
vendrá bien tenerla, así si me recrimina algo podré usar esto»,

—Sí —accedió ella, cogiéndola—. ¿Pero no te había dicho que las


borrases?
—Desde luego, pero solo dijo que borrara una, y, como te comenté,
tengo cien. Es su culpa por no especificar.
—¿De qué habláis vosotros tres? —inquirió una voz teñida de hastío
procedente de la entrada.
—En realidad, de ti, de cómo estarías acabando con mis exquisitos
licores.
—Espero que no tengamos que cargar contigo inconsciente.
—No digas tonterías, jamás me habéis visto así
—Sí, el cabrón tiene suerte. Cuesta mucho emborracharle —explicó
Enzo—. No es como nuestra señorita cantante aquí presente, quien es una
maestra de la ebriedad.
—Ay, por Dios, ¿realmente tenemos que hablar de eso?
—Enzo, ¿qué hablamos sobre no avergonzarla? —le regañó Luke.
Luego, con una sonrisa, se dirigió a Ellie—: Creo que te gustará Venecia.
Es el tipo de ciudad que no deja a nadie indiferente.
—Sí Es una auténtica belleza. Los italianos nos sentimos muy orgullosos
de ella.
—¡Oh! Ya estoy deseando conocerla.
Escucharon la voz del piloto atravesar los altavoces:
En estos momentos nos encontramos sobrevolando Venecia. A
continuación, procederemos a realizar el aterrizaje en la pista. Por favor,
abróchense los cinturones de seguridad. Espero que el vuelo haya resultado
de su agrado.
—Mira, parece que vas a tener suerte —le dijo Luke, sonriendo mientras
el resto se ponía sus cinturones de seguridad.
—Nunca tengo de eso.

***

Tras abandonar el aeropuerto, los cuatro se dirigieron hacia la casa que


tenían los suegros de Enzo. Ellie observó que este último parecía muy
emocionado por llegar a la misma. Seguramente por la novia, pensó,
fascinada. Ojalá algún día ella pudiera saber lo que se sentía al ser tan
querida.
Estaba cavilando sobre esta situación cuando vio aparecer ante sus ojos
un edificio amarillo de cuatro plantas, antiguo, pero claramente reformado
por el exterior.
La primera planta estaba hecha de ladrillos rojos con arcos que invitaban
a entrar, la segunda poseía unos arcos de cristal que permitían la salida a
una terraza inmensa, y las dos últimas plantas tenían unos balcones
cubiertos de enredaderas preciosos que a Ellie le recordaban a Rapunzel.
Era una auténtica belleza. Se había quedado boquiabierta
contemplándolo.
—¿Es aquí? ¿Qué piso es?
—Sí —respondió divertido Luke—. Es todo el edificio.
—¿Cómo? ¿Todo esto es suyo?
—No sé de qué se sorprende —la gruñó Adam, que también estaba cerca
—. Los suegros de Enzo, así como su novia, también son ricos. En la élite
solo se acepta a los miembros más exclusivos, y la familia D’Angelo no es
la excepción.
—Si me preguntas, a muchos nos parece una tontería todo esto de «la
sangre real»
—¿Tontería, Luke? —preguntó Henderson, ofendido—. ¿Y qué quieres?
¿Qué la chusma se cuele? Las reglas están para algo. Un extraño no sabría
distinguir entre el tenedor para el pescado y el de la carne.
Se debería haber acostumbrado al ególatra de su jefe, pero este siempre
se las ingeniaba para superarse con la siguiente frase.
—¿Chusma?
—No le hagas ni caso. Adam es uno de los acérrimos defensores de esas
normas soberbias. Sin embargo, es cierto que hay mucha gente que piensa
como él.
—Gente coherente, sin duda —apostilló el pelirrojo—. Tú eres un
idealista, amigo. No se puede triunfar en este mundo con ese tipo de actitud.
—Si te refieres a la actitud de mierda que tenéis la mayoría, preferiría no
tener éxito.
—¡Ja! No durarías ni un momento ahí fuera, Brown.
—¿Queréis dejar de discutir? —preguntó Enzo por encima del hombro
mientras tocaba al timbre.
La puerta se abrió y por ella apareció una señora mayor con el pelo
canoso y un delantal sobre el vestido negro. Debía ser el ama de llaves.
Al reconocerlo, su mirada destiló cariño.
—Signorino Enzo.
—Bella! Mi sei mancata[2] —.
— Altrettanto.[3] —le contestó cálidamente la mujer, que se percató de la
presencia de los otros tres—. ¡Signores Brown e Henderson!
—Ciao, Arabella.
Arabella estudió a Ellie, que la observaba sin comprender nada.
—E la ragazza?[4] —
—No habla italiano —comenzó explicando Enzo—. Es la secretaria de
Adam.
—Oh, vale. Perdone, señorita.
—No se preocupe, me parece fascinante escuchar hablar italiano.
Con aquella frase se ganó rápidamente la simpatía de la mujer, que le
devolvió la sonrisa.
—Pero pasen..., estaba preparando unos bocadillos.
Ellie se encontró una estancia que debía ser una recepción inmensa con
intrincados suelos de mármol y una gigantesca escalera principal que se
dividía en dos ramificaciones.
—¿Ha llegado ya Clare?
—No, señorito Enzo, la señorita todavía no ha llegado.
—Bueno, entonces debemos ser los primeros —resolvió él, algo
decepcionado.
—En realidad...
No obstante, una voz femenina interrumpió la explicación que moría en
los labios de la mujer mayor.
—¡Luke! ¡Adam! ¡Qué alegría teneros por aquí!
Ellie se fijó en lajoven que descendía por las escaleras, ataviada con
unos pantalones vaqueros desgastados y una camiseta holgada de manga
corta color burdeos. No obstante, lo que más destacaba de ella no era el
vestuario, que en nada se parecía a lo que acostumbraba a ver que vestían
las mujeres con dinero, sino que cuando la desconocida se acercó a ellos,
comprobó asombrada que poseía una cicatriz muy grande y notable desde la
ceja izquierda hasta la mejilla derecha. Unos ojos azules grisáceos y un
cabello castaño daban como resultado una mujer, que, de no ser por algún
fatídico accidente, caviló Ellie, hubiera sido muy bella.
—Nosotros también nos alegramos de verte —contestó Luke, sonriente.
Adam por su parte, mantuvo su pose regia.
—Concuerdo con Luke.
De repente, la muchacha se fijó en ella y sonrió.
—¡Oh! A ti no te conozco, ¿cómo te llamas?
—Ellie.
No le hizo falta mucho tiempo para percatarse de que aquella mujer que
vestía tan sencillo le había caído inmediatamente bien.
—Encantada de conocerte. Yo soy Maddie.
—Madeline. — pronunció con frialdad Enzo— ¿qué haces aquí? ¿No
venías con Clare?
Aquel tono sorprendió a Ellie, quien jamás le había visto emplear otra
conducta que no fuera de burla. Sin embargo, Maddie no parecía alterada,
todo lo contrario, se mostró indiferente.
—Ya, me he adelantado
Todos los presentes podían sentir la esfera de tensión que se había
erigido en la estancia entre aquellos dos.
—Estaréis cansados. Por favor, pasad al salón. Enseguida os llevaré los
bocadillos —intervino Arabella, cortando aquella atmósfera.
—Sí, venid por aquí —indicó el italiano, ignorando la presencia de la
hermana de Clare.
—Te acompaño, Bella.
—Ni se le ocurra, señorita Maddie. Usted vaya con los demás.
—¿Y perderme toda la diversión de los emparedados? Ni lo sueñes.
Ellie, ¿quieres venir?
—Oh, sí
Ellie se dispuso a arrastrar su maleta. Pero al verlo, Luke se la quitó de
las manos, dispuesto a hacerse cargo del equipaje.
—Ya la llevo yo, tú ve con las chicas.
Ante aquella visión, Adam puso los ojos en blanco.
«Ja... pelota».
—Gracias —dijo la muchacha, sonrojada.
Agradecida, Ellie siguió a las dos mujeres hasta la cocina.

***
La cocina era inmensa. Ellie estaba segura de que en ella se fabricaban los
platos más deliciosos que hubiera probado en su vida. Pura comida italiana.
Deliciosa.
Estaba sentada en una banqueta de la cocina ayudando a cortar cebollas
para la cena que se serviría por la noche cuando, sin apenas darse cuenta,
entre sándwiches y dulces, se forjó la amistad. Entre ambas mujeres hubo
una conexión casi instantánea. Ellie descubrió en Maddie a una persona
cariñosa y atenta con el servicio, que, según le había dicho, consideraba una
familia. Cada vez que la muchacha se acercaba al fregadero, Arabella —o
Bella, como la llamaba— la regañaba por ayudarla a fregar los platos, justo
como en aquel momento, que a hurtadillas se había acercado para volver a
intentarlo.
—¡Señorita! Se lo tengo dicho un millón de veces, fuera del fregadero.
—¡Oh, vamos! —se quejó la aludida bajo la mirada divertida de Ellie—.
Si solo es una olla.
—A mí me pagan por esto, es mi trabajo.
—Sí, sí lo que tú digas... —Después se fijó en Ellie y la preguntó—: Y
bueno, ¿de qué conoces a los chicos?
—Soy la secretaria del señor Henderson.
—Oh, ¡o sea que tú eres la famosa secretaria que tanto les costó
encontrar! Debo decir que Sasha no ha hecho mal su trabajo.
—Gracias, aunque no estoy segura de que Henderson piense de esa
forma.
—Ni caso, le gusta hacerse el duro con todo el mundo, pero en realidad
es un hombre muy atento.
—Bueno, tiene sus ratos.
Estaba a punto de preguntarle sobre aquel extraño intercambio con Enzo
cuando ella cambió de opinión.
—¿Has estado antes en Venecia?
—No, es mi primera vez y la segunda viajando a cualquier lado.
—¡Ay! Entonces tendremos que enseñarte muchos sitios. Además,
mañana es San Marcos, te encantará.
—¿Sí?
—¡Desde luego!
—Ya están listos los bocadillos, señoritas —intervino Arabella—.
¿Vamos ya con los chicos?
—Vale —accedieron ambas, encaminándose cargadas de comida hacia el
salón.
—¡Pero no lo lleven ustedes!
***

Tras disponer los diferentes e inmensos aperitivos en el magnífico y lujoso


salón de la familia Wright, y después de que Maddie convenciera a Arabella
para que se uniera a la reunión, ambos bandos, tanto chicas como chicos, se
encontraban sentados distribuidos entre dos sofás de cuero.
—Ummm... Arabella, esto está delicioso.
—Gracias, señorito Luke —agradeció la mujer, cohibida por estar en
presencia de aquellos poderosos hombres de negocios.
Tanto Adam como Enzo se habían mantenido al margen de aquella
cháchara incesante que no cesaba de intentar iniciar Luke, aunque cada uno
poseía diferentes motivos.
—Bueno, ¿y cómo fue el viaje? —inquirió Maddie, comiéndose un
pastelillo de limón.
—Fue... interesante —respondió Ellie, observando descaradamente a
Adam que, al notarla, carraspeó y desvió la mirada.
—¿Interesante? ¿Y eso?
—Sí, aprendí muchas cosas.
«Co... cosas... ¿Se refiere a ese tipo de cosas?», fue el único pensamiento
del pelirrojo.
Al escuchar esas palabras, Adam, que en aquel momento estaba en mitad
de la deglución de un canapé de salmón, sintió que el traicionero bolo
alimenticio no estaba bajando como debiera. Así pues, una tos incesante se
adueñó de todos sus pensamientos. Esto logró captar la atención preocupada
del resto de individuos.
—¡Señor Henderson! —exclamó Ellie, levantándose con rapidez
dispuesta a auxiliarle—. Tome, beba un poco de agua.
Lo único que intentaba el engreído y tranquilo hasta entonces Adam
Henderson era dejar de toser y apartarla de su lado.
«Si esta mujer me intenta socorrer, con toda probabilidad acabaré en la
morgue. Saldré de aquí metido en una caja de pino. Seré un fiambre. No,
no, estúpido Enzo, ayúdame», imploró con la mirada desencajada mientras
empujaba al italiano, que estaba a su lado, para que reaccionara. Este debió
de haberle visto, porque empezó a darle golpes en la espalda con sus
grandes manos para que la comida pasara mejor.
Después de un rato, consiguió dejar de toser y se recuperó parcialmente.
—Vaya, su propia especie lo ha traicionado —susurró risueña Ellie, que
estaba a su lado, después de que pasara el periodo crítico.
—¿Cómo dice?
—Ya sabe, de pez a pez. Por el salmón...
Al escuchar esto, el pelirrojo, que estaba bebiendo del vaso de agua,
escupió todo el líquido. Ante aquella explicación, Henderson no supo qué
decir. Casi se había ahogado, ¿y a esa irritante mujer lo único que se le
ocurría era bromear sobre aquella locura marina?
—¡Oh! Vaya, ¿el agua no es de su agrado? A lo mejor debería haberle
traído embotellada —intervino Arabella, preocupada. Se levantó con
celeridad del sofá, dispuesta a limpiar el estropicio.
—No se preocupe, Arabella —la tranquilizó Adam. Después,
dirigiéndose a Ellie, añadió—: Mire, señorita Hawk. Definitivamente usted
no está bien. No sé de dónde ha salido, pero estoy seguro de que está
chalada.
—Pero ¿qué estás diciendo ahora, Adam? Deja a la muchacha en paz,
solo ha intentado ayudarte.
—¿Tú es que siempre te vas a poner de su parte? ¡Soy tu amigo!
—Pues mientras tenga razón, sí.
—No se moleste, hombre, lo único que quería hacer era que viera esta
situación con un poco de humor.
—Un atragantamiento nunca es gracioso.
—Obviamente mientras sucede no, pero después de que te ocurra ayuda
ver la situación como algo cómico. No puede ser peor que cuando yo me
atraganté en Acción de Gracias. Tendría que haber visto la juerga que
hicieron mis hermanos a mi costa...
—Me importa un bledo su situación personal —afirmó con convicción
Adam, quien no podía creer que estuviera usándole de psicólogo.
—¿Te atragantaste en Acción de Gracias? —indagó Maddie, curiosa.
—Sí, es que el pastel de carne que compramos no pasaba bien...
—Oh..., vaya. Cuánto lo siento.
—No te preocupes, es agua pasada.
—¿Qué queréis que hagamos en lo que queda de tarde? —preguntó
Luke, cambiando de tema.
Adam estaba estupefacto de haber sido ignorado de aquella forma.
Mientras el resto seguía debatiendo, se giró hacia Enzo para buscar el apoyo
del italiano, pero lo único que encontró en él fue el silencio. Su amigo no
había dicho nada desde que llegaran las muchachas cargadas con las
bandejas de comida. Algo debía estar pasando.
—Eh, Enzo. ¿Estás bien?
—Oh, sí, no me pasa nada. No te preocupes, ya he visto que ese trozo de
salmón te la ha jugado, ¿eh?
—No empieces tú también
—¿De qué están hablando?
Perdido, Adam estudió la imagen que se encontraba delante de ellos.
—No tengo ni la más remota idea
Ambos amigos intentaron comprender el intercambio producido por las
dos mujeres y la colaboración del castaño.
—¡Ah! —exclamó Ellie, maravillada— ¡Lo tengo!
—¿El qué? —inquirió Luke interesado. Habían estado debatiendo
durante un tiempo sobre los lugares a los que podrían ir.
—¡Las góndolas!
—¡Oh, sí —secundó Maddie—! ¡Vamos a por ellas! De otra forma no
podremos montarnos. Mañana estarán las carreras, así que qué mejor
momento para hacerlo.
—¡Esa es mi chica! —gritó emocionada Ellie, chocando los cinco con
Maddie.
—¿Las góndolas? —intervino por primera vez Adam al captar el cauce
de la conversación.
—Sí, Henderson, las góndolas
La intervención de Luke se ganó una mirada asesina del pelirrojo.
—Venga, venga. Deberíamos irnos ya o se nos hará de noche.
Maddie se levantó ignorando la pelea de miradas entre los dos amigos.
Sin embargo, el rubio la observaba con intensidad desde la posición en la
que se encontraba.
—¡Sí! —la apoyó Ellie, t ajena al hecho de ser la causa de las peleas
constantes entre Luke y Adam.
Finalmente, a los chicos no les quedó más remedio que seguirlas
resignados.

***

El puente de Rialto se caracterizaba por ser el más antiguo de los cuatro


puentes de Venecia. Al principio de su construcción había estado hecho de
madera, pero debido a la quema y al posterior derrumbamiento, tuvo que
ser restaurado con otro tipo de material más resistente: la piedra. Así pues,
dos rampas inclinadas convergían en un pórtico central, y en cada rampa
había una serie de cubículos adornados por arcos de medio punto en los que
estaban dispuestos diferentes tipos de comercios.
No obstante, este sitio no solo era afamado por la belleza que destilaba,
sino a causa de ser uno de los puntos de los que más góndolas salían. Por
esta razón, los chicos decidieron tomar allí la barca.
Mientras que Luke, Enzo y Maddie iban a comprar las entradas para la
góndola, Ellie se embebía emocionada de todo lo que la rodeaba, pues los
últimos destellos del sol conferían a los edificios, el agua y el puente un
color maravilloso.
—¡Es increíble! Precioso...
—Sí. —coincidió Adam, que se había quedado a su lado—Italia es única
—De verdad le gusta este país, ¿no, señor Henderson?
—Sí... me trae muchos recuerdos
Al ver la expresión ensoñadora de su jefe, Ellie sonrió.
—Buenos recuerdos, ¿eh?
—Sí, durante el verano nuestros padres nos traían a los tres a Venecia,
Roma, Sicilia...
—Oh, entonces sí que os conocéis desde hace tiempo.
—Prácticamente de toda la vida.
—Eso es maravilloso. A mí me hubiera gustado tener ese tipo de
amistad.
Aquel tono de voz captó la atención de Henderson, que se giró para
mirarla con atención. La muchacha resplandecía de alegría. Una preciosa
sonrisa, así como unos ojos brillantes, destacaban en aquella cara
cuadriculada. Sin embargo, una repentina brisa provocó que el pelo de la
señorita Hawk se levantara y enmarañara alrededor de sus facciones. Adam
sintió la terrible necesidad de apartárselo de la cara, sus manos incluso
picaban por hacerlo, pero se contuvo.
No era apropiado, además de innecesario, porque la joven ya se estaba
encargando de ello por sí misma.
—Horrible —se quejó, frustrada, intentando apartarse el cabello—.
Maldito pelo fino... Siempre dándome problemas.
—Espere, no se mueva.
Adam se acercó a ella y sucumbiendo a sus deseos internos de ayudarla.
Cogió el mechón castaño de la muchacha para colocarlo en su sitio detrás
de la oreja, y solo bastó ese leve contacto con aquella piel suave como la
seda para que sintiera un escalofrío recorriéndole por toda la espina dorsal.
Extraño.
Con toda probabilidad tuviera que alejarse de esa mujer, que se había
quedado muy quieta bajo su roce.
Ambos se estudiaron mutuamente.
Adam fue consciente de la respiración agitada de su secretaria y la suya
propia, ambas acompasándose a la misma velocidad. Ninguno sabía lo que
tenía que hacer, pues el silencio había caído sobre ellos como una losa. Solo
escuchaban el devenir de los transeúntes.
Estaban tan absortos en ese momento que apenas percibieron la llegada
de sus amigos. El grito de Maddie resonó en la lejanía.
—¡Chicos! ¡Tenemos las entradas!
Aquello fue el detonante que les hizo separarse rápidamente.
—Gracias, señor Henderson —agradeció Ellie, cohibida y sin entender
todavía lo que había sucedido. A esto le siguió un gruñido de él. Después,
concentrándose en el resto del equipo que venía aproximándose, preguntó
—: ¿Cuánto han costado?
—Ciento cincuenta euros.
Luke había llegado a ver el extraño intercambio producido entre su
amigo y Ellie. Extraño porque sabía que Adam no era propenso a ese tipo
de cercanías, y mucho menos con alguien de su personal.
Fijó su mirada en este último, que parecía sumido en sus propios
pensamientos. Ellie, por el contrario, parecía atenta a todo lo que le decía la
otra muchacha.
—Por persona —añadió Maddie, indignada.
—Me parece un robo.
—Eso mismo dije yo.
—En realidad no del todo —intervino Enzo, indiferente. —porque lo que
estamos alquilando es la góndola entera para nosotros
Ante aquella frase, Ellie fue consciente de que Maddie no le dirigió ni
una mirada.
Era como si tuvieran alguna clase de acuerdo tácito para no relacionarse
entre ellos.
—¡Oh! ¡Ya entiendo! —exclamó la señorita Hawk.
—Bueno, ¿vamos? Creo que aquel debe ser nuestro gondolero.
Maddie señaló hacia un hombre vestido con una camiseta de rayas rojas,
un pantalón oscuro y un sombrero de paja que les hacía señales para que se
acercaran.
Ellie trató de subirse, pero cayó de boca sobre la góndola, por lo que
tuvo que ser recogida por un solícito Luke, bajo la colérica mirada de
Adam. Este último no entendía el motivo tras aquello, pero no soportaba
que el castaño se acercase más de lo estrictamente necesario a su secretaria.
Una vez todos se encontraban sentados en sus respectivos lugares, Ellie
entre Adam y Maddie, pues esta última casi había tirado a Luke de la
góndola con tal de no estar al lado de Enzo, se dispusieron a emprender un
viaje que, para cualquier persona que lo tomara, siempre resultaría algo
inolvidable.
CAPÍTULO 18

«Soy lo que has hecho de mí. Toma mis elogios, toma mi culpa, toma
todo el éxito, toma el fracaso. En resumen, tómame».
Charles Dickens

Venecia, ciudad conocida no solo por ser uno de los lugares donde las obras
barrocas y renacentistas seguían en pie, sino también por los innumerables
canales que surcaban el lugar. Estos últimos eran como calles que partían de
una vía central llamada el Gran Canal, que atravesaba la ciudad en forma de
una gran «S».
La góndola del quinteto protagónico había tomado una de estas curiosas
calles a petición de Maddie, quien quería mostrarle a su nueva amiga los
encantos de la parte más antigua de la ciudad. Ellie, maravillada, se
embebía de la visión de aquellos estrechos y mágicos canales por los que
iban pasando. Los edificios construidos en diferentes colores y materiales
conferían una imagen anhelante, tanto así que casi se podía imaginar
viviendo allí.
Aunque iba a resultar un poco complicado desplazarse, pues venía
observando que casi todo estaba rodeado de agua.
—¿Cuánto costaría vivir aquí?
—¿Por qué? ¿Está pensando mudarse a Venecia, señorita Hawk? —
preguntó divertido Adam, observándola de reojo.
Para él estaba resultando muy duro el escaso trayecto que llevaban
recorrido. Tenerla a su lado era... un suplicio de olores, pues estaba claro
que el algodón de azúcar no perdonaba a nadie y no cesaba de hostigarle.
—No me importaría. Cuando usted me dé la patada y me eche de mi
puesto, a lo mejor me traigo aquí a mis hermanos.
El hecho de oír aquellas palabras provocó que la mente de Adam se
quedara bloqueada.
Aunque había meditado sobre esa cuestión multitud de veces, escucharlo
de labios de su propia secretaria le hizo experimentar un sentimiento muy
extraño. Era un auténtico desastre, de eso no cabía duda, y más le
convendría estar muy lejos de ella, pero con todo y con eso había empezado
a apreciar de una manera totalmente retorcida aquellos momentos en los
que la vida se le presentaba de otra manera.
—No te preocupes, Ellie. Si Adam se busca otra secretaria, siempre
podrías venir a trabajar para mí.
—Gracias, Luke. Lo tendré en cuenta.
«¿Por qué diablos se pone roja? Te está ofreciendo un puesto de trabajo,
no hacerte un trabajo ahí abajo, pedazo de estúpida», caviló Adam,
furibundo.
Imaginar a la señorita Hawk trabajando para su amigo no debió agradar
mucho al sistema nervioso de Adam Henderson, pues no concebía la idea
de que la señorita Rollitos, con todas las situaciones ridículas en las que le
metía a él, sirviera a Luke. Resultaba antinatural. Casi una traición.
¿Es que no estaba a gusto con su puesto de trabajo, vacante por la cual se
habían peleado decenas de mujeres mucho más competentes que ella?
De cualquier forma, aquella mujer seguía siendo su secretaria por el
momento, y el hecho de que el idiota de Brown, por muy amigo suyo que
fuera, intentara levantársela de aquella forma tan descarada, provocó que le
hirviera la sangre.
—Tenía entendido que tú no querías una secretaria, Luke.
—He cambiado de opinión después de descubrir la joya que es la tuya.
Estaba claro que el aludido ignoraba por completo la tormenta que se
cernía sobre él.
—¿Joya? ¡Ja! Si por joya te refieres a una mujer que te avergüenza en
público delante de todo el mundo, entonces sí, es la joya de la corona
Sabía que aquello era un vano intento por impedir aquel plan que su
amigo de la infancia había decidido poner en marcha sin su consentimiento,
pero le daba lo mismo.
¿Cómo lo llamaría? ¿«Arrebatamiento de secretaria»?
Lo mismo daba. Era inmoral.
—No me importa aventurarme en ese tipo de experiencias —aclaró
Luke, provocando que Henderson apretase los dientes, frustrado con uno de
sus mejores amigos.
—Señor Henderson, soy consciente de que a veces piensa que no estoy
aquí cuando decide hablar mal sobre mí, aunque, siendo sincera, no le
importa denostarme directamente, pero sigo estando presente ¿sabe? Y
usted no es precisamente Santa Teresa de Calcuta.
La risa de Luke siguió a esa declaración.
—Y gracias a esa sinceridad es por lo que me gusta tanto esta mujer.
—¿Cómo dice? ¿Santa Teresa de Calcuta? — ¡Bastante que la aguanto!
—Después, dirigiéndose a Brown, le espetó—: Para, Luke. Vete olvidando.
En el momento en el que yo despida a esta mujer, que lo haré, no podrás
contratarla tú.
—¿Y eso por qué?
—Mientras sigas formando parte de mi empresa. No permitiré que una
bomba andante como es la señorita Hawk cause más problemas de los
necesarios.
—¿Me estás prohibiendo contratar a mi propio personal, Henderson?
—Si este afecta a la empresa, sí.
—Oh, vamos. Estás amargado, Adam.
Los otros tres observaban incrédulos el intercambio de palabras que se
producía entre los dos amigos.
—Disculpad que intervenga, pero preferiría que mi presencia no
supusiera un conflicto entre ambos
—Exacto —interfirió Maddie en defensa de su nueva amiga—, estamos
aquí para divertirnos y estáis poniendo en una situación comprometida a la
pobre muchacha
—Claro, porque tú eres una experta en situaciones comprometidas, ¿no,
Madeline?
La repentina participación del italiano en la conversación provocó que
todos pusieran su foco de atención en él.
—Oh, ¿por qué no te callas, D’Angelo? Puede que mi hermana te
soporte, pero eso no significa que yo tenga por qué hacerlo.
Al escucharlo, el rubio la fulminó con la mirada.
—Eh, Enzo, tranquilízate. Recuerda que hemos venido a pasar un buen
rato —le aconsejó Luke, poniéndole una mano en el hombro.
—Como si me importase algo lo que esta mujer tuviera que decir.
Ellie contemplaba aquella situación totalmente tensa. Tenía que calmar
el ambiente de cualquier forma, así que decidió intervenir soltando lo
primero que se le ocurrió.
—Umm... Yo había visto en algunas películas que en las góndolas te
cantaban una serenata.
Observó desesperada al barquero tratando de apoyar su argumento.
Cuando este la vio intentando captar su atención, negó con la cabeza.
—Eso es un servicio adicional —explicó Luke, riendo por la actitud del
gondolero.
—Oh, vaya... Entonces tendremos que poner nuestra propia serenata,
¿no?
—¿Qué? No se le ocurrirá, ¿verdad? —indagó Adam, estudiándola con
atención en busca de alguna señal de broma—. Ya tuvimos suficiente con el
bochornoso espectáculo de la última vez.
—Oh, la señorita cantante de nuevo al ataque.
Era la primera vez que Enzo volvía a sonreír desde que hubieran llegado
a casa de los padres de su novia, por lo que Ellie se sintió alentada.
—Pues a mí me parece muy buena idea —añadió Maddie, pícara—.
Hasta me uniría.
—Sí, a mí también.
—Estáis locos. Deseo bajarme de esta góndola de inmediato —dijo
Adam, frenético.
Así pues, comenzó Ellie, quien cantó lo primero que se le ocurrió:

Al pasar la barca
me dijo el barquero
las niñas bonitas
no pagan dinero.

Yo no soy bonita
ni lo quiero ser
yo pago dinero
como otra mujer.

La volvió a pasar
me volvió a decir
las niñas bonitas
no pagan aquí .

—Eso no es una serenata, es una canción infantil.


Adam se había quedado estupefacto por el descaro que denotaba tener su
secretaria, al tiempo que escuchaba las risas incontroladas de los otros tres.
Incluso el barquero estaba sonriendo al escucharla.
—¿Y qué espera? No sé italiano. Era la única canción que se me ocurrió
relacionada con una barca.
—¡Está loca!
—No hagas caso al malhumorado de Henderson. ¡Estuvo genial! —
comentó Luke, riendo.
—Sí —añadió Maddie, sonriendo—. Lo hiciste fenomenal.
—Dejad de alentar sus desvaríos.
—Ay, tengo que sacar una foto o Ada me asesinará
No obstante, en cuanto observó cómo Ellie comenzaba a levantarse
sobre la góndola sosteniendo la cámara de fotos, Henderson sintió la
terrible necesidad de volverla a sentar de forma correcta.
—Pero ¿qué hace ahora? Siéntese ya—le ordenó desesperado,
agarrándola del brazo.
—Señor Henderson, pero ¿qué hace?
—Intentar prevenir un desastre.
—Cuidado, Adam. Le vas a hacer daño.
—Tú calla, Luke, y ayúdame.
—Solo intento hacer una foto.
—Señorita, no se puede poner de pie en la góndola. Es peligroso —
informó el gondolero.
—Ya le ha escuchado, siéntese —increpó, asiéndola con fuerza del
brazo.
—Oh, perdone, no lo sabía.
Ellie trató de obedecer, dejándose arrastrar hacia abajo. Sin embargo, el
asiento era muy estrecho y Adam estaba tirando con fuerza de ella.
Además, en aquel instante, el gondolero creyó necesario virar la barca en
una esquina, así pues, todos estos factores provocaron que, en vez de
sentarse de nuevo en su sitio, cayera encima de su jefe, nervioso por el
impacto. Encontrarse de espaldas al borde de la góndola y el impulso por la
fuerza de caída y el giro del barquero dieron como resultado que perdiera la
estabilidad y se precipitase al interior del mugroso canal.
«Oh, mierda, si piensas que voy a caer solo, lo llevas claro. Tú te vienes
conmigo», Rodeó con los brazos a Ellie, aprisionándola para caer juntos
dentro del agua.
—¡Ay, Dios! Pero ¿qué hace, señor Hen...?
Aquellas fueron las últimas palabras pronunciadas por Ellie que
escucharon y vieron sus amigos, quienes contemplaron anonadados cómo el
impacto ocasionaba que ambos fueran arrojados al agua.
«Algodón de azúcar + Aguas infectadas = ¿?».
***

Suciedad.
Oscuridad.
Podredumbre.
Aquellas eran todas las palabras que le venían a la cabeza a Ellie cuando
se encontró sumida dentro del agua que llenaba el canal. Cuando habían
caído dentro, ambos habían sido separados por el impacto.
Lo mataría, resolvió. El idiota la había rodeado con sus musculosos
brazos para que cayeran juntos. Si creía que iba a salir vivo de aquello, lo
llevaba claro. Solo tenía que encontrarle, pero lo primero era buscar
oxígeno. Había estado tan sorprendida cuando fueron lanzados de la
góndola que ni si quiera había cogido aire.
Tres palabras: hijo de puta.
No quería abrir siquiera los ojos, pues por lo que había notado de los
objetos que había en el interior, la estúpida gente tiraba mierda al agua.
Cerdos. Ya se enteraría Greenpeace.
Esperaba que aquello que había sentido recientemente no fuera un
condón o buscaría el ADN del propietario y le cortaría la parte de su cuerpo
donde había introducido ese objeto. De repente notó cómo una mano
caritativa la cogía de uno de los brazos y tiraba de ella hacia arriba,
instándola a salir a la superficie, pues ella no se había visto capaz.
Cuando salió, se encontró cara a cara con el malnacido, que la estudiaba
con atención comprobando se si había hecho algún daño.
—¿Cómo se atreve?
Aunque estaba furiosa, o bservó, atónita, cómo el pelirrojo que hasta
ahora había demostrado tener limón en las venas se echaba a reír.
Jamás le había visto desternillarse de aquella forma. La risa provocaba
que sus facciones se relajasen, y luciera más joven. Además, ¿por qué no?
Atractivo. Lo peor de todo era que tenía una risa que instaba a que los
demás también se rieran, y con esto todo el enfado de Ellie hacia aquella
extraña criatura se esfumó.
—Tendría que haberse visto la cara.
—¡¡Ellie!!
La voz preocupada de Luke llamándola desde la góndola, que se
encontraba a unos metros de ellos, hizo que la muchacha despertara del
bloqueo en el que se había visto envuelta al ver de aquella manera a su
siempre amargado jefe.
—¿Estáis bien? —preguntó Maddie.
—¡Sí, estamos bien! ¡Lo único es que esto está lleno de mierda!
Su grito femenino, alertó a otra góndola que pasaba por allí.
Ambos observaron cómo su gondolero, furioso, se acercaba con la barca
hacia ellos. Una vez estuvieron al lado de esta, Adam arrastró a Ellie con él
hasta el borde, y, agarrándola de las caderas y tratando de ignorar cómo
estaba tocando la piel desnuda, la subió para tendérsela a Luke, que estaba
preparado para ayudarla.
Después de que Ellie estuviera encima, Henderson subió por sí mismo.
De esta forma, ambos consiguieron montarse de nuevo en la góndola.
—En veinticinco años en este trabajo, jamás me había pasado una
situación así. ¿En qué estaban pensando? ¿Saben lo peligroso que es?
—Señor, tranquilícese, por favor. Fue un accidente. Lo sentimos —se
disculpó Maddie, intentando apaciguarlo.
—Señorita, no creo que sea consciente de la que han formado. Son unos
irresponsables.
—Le daré quinientos euros si olvida lo que ha pasado —intervino Enzo.
—¿Intentan sobornarme? La otra góndola ha visto lo que ocurría. ¿Van a
intentar comprar su silencio también? Están bajo mi responsabilidad, y
ahora mismo voy a llevarlos al primer punto de embarque que haya.
Tanto Adam como Ellie se encontraban empapados y se sentían sucios.
El pelo lo tenían completamente grasoso.
Al ver temblar a Ellie, Luke se quitó la chaqueta.
—Vas a coger una pulmonía. Ponte esto.
Al ver que el castaño recubría con su chaqueta a su secretaria, Adam
gruñó.
—Gracias, Luke.
—¿Estás bien, Ellie? —preguntó preocupada Maddie, que había dejado a
Enzo discutiendo con el gondolero.
—Sí, pero no veas la cantidad de suciedad que había ahí dentro.
—La gente es una cerda, en cuanto lleguemos a casa te darás una ducha
y nos iremos a ver los fuegos artificiales —la apoyó Maddie, sonriendo.
—¿Fuegos artificiales?
—¡Sí!

***

—No creas que no he visto cómo la tirabas contigo, Adam —le reprochó
Luke a Henderson, asesinándole con la mirada.
—¿De qué me estás acusando, Brown?
—La has agarrado para que cayera contigo.
—¡Eso es una mentira flagrante! —exclamó el pelirrojo, y después,
dirigiéndose a su secretaria, inquirió—: Señorita Hawk, ¿usted cree que la
tiré?
—Pues sí.
—¡Estáis compinchados! —les acusó, enajenado y molesto con la
humedad que le cubría.
—Cálmate, Adam, habrá sido un malentendido.
—De malentendido nada, yo también vi cómo la aferró a él.
—Madeline, tú no intervengas.
En aquel momento, el gondolero llegó a un lugar donde podrían
desembarcar y atracó la góndola.
—Bájense.
Y así fue como los cinco fueron puestos en la lista negra de los
indeseados para los gondoleros.
***

El ser humano está tan acostumbrado a la riqueza que les otorga el primer
mundo que muchas veces no es consciente de hasta qué punto es
fundamental una buena ducha o un baño... hasta que se ve tomando
contacto con un lugar tan sucio como puede ser el Gran Canal de Venecia,
ya que, aunque posee una gran belleza, no destaca por su salubridad. Es en
esos momentos en los que agradeces tener a tu disposición agua limpia.
Por esta razón, tanto Adam como Ellie, lo primero que hicieron al llegar
a la opulenta casa de los Wright fue tomar una ducha, y en el caso del
primero, una bien fría. A la fiesta de la espuma y del jabón también se unió
Maddie, quien de ver el olor y la inmundicia que desprendía su amiga se
sintió igual de sucia que ella.
Y es que nada une más que dos mujeres se arreglen juntas.
La pequeña de los Wright, quien era una experta costurera, aprovechó
uno de los vestidos floreados que estaba confeccionando para adaptárselo a
Ellie, que, ajena de hacia dónde discurrían los pensamientos de la morena,
todavía se encontraba en la ducha.
Aquellos que pertenecían a la clase social de los amigos de Henderson
les habían enseñado desde pequeños que el dinero abre muchas puertas,
incluso aquellas que están cerradas. Sin embargo, Madeline Wright nadaba
a contracorriente de todos ellos. Sabía que el dinero era importante, pero lo
despreciaba. Había visto durante años cómo este alteraba a las personas, y
no quería tener nada que ver al respecto.
Muy orgullosa de terminar su creación para su nueva amiga, se aproximó
al baño para dejarle el vaporoso y precioso vestido que estaba segura de que
le sentaría de maravilla. Tras colgarle la pecha que cargaba la prenda al lado
del lavabo, comentó:
—Te he dejado un regalo.
La cabeza de Ellie salió por la puerta de la ducha.
—¿Cómo dices?
Tenía el pelo lleno de jabón y una expresión de incomprensión ocupando
su cara.
No había necesitado mucho más para que Maddie se encariñara con ella
enseguida. Era aquella aura de pureza, sinceridad y diversión que la
acompañaba a dondequiera que fuera la que se había ganado su confianza.
—Pareces un gnomo.
—Ay, Dios, qué vergüenza —respondió la aludida, introduciendo la
cabeza de nuevo para deshacerse el desastre.
—Había dicho que te he traído un presente, y ni se te ocurra rechazarlo.
—¿Qué es? —preguntó la señorita Hawk. Habiendo terminado de
ducharse y envolviéndose en una gran toalla, salió de la ducha. Al ver lo
que Maddie sostenía ante ella, su boca cayó desencajada—. Es una broma,
¿verdad?
—¿Me ves cara de estar bromeando contigo?
Ellie admiró dudosa el vestido negro con estampados floreados.
—Es demasiado bonito... y no creo que me valga.
—Ni se te ocurra decirme eso. Lo he adaptado pensando en ti. Te
quedará como un guante y realzará esas caderas de infarto que tienes. Solo
dime: ¿tienes sandalias?
Para Ellie, verla allí descalza, en vaqueros y camiseta holgada se le
antojó como si estuviera tratando con algún tipo de criatura mágica del
bosque.
—Tengo unas de la última vez, pero creo que el cambio de look no es
para mí, Maddie... No sabes las cosas horribles que suceden cada vez que lo
intento.
—Ellie Hawk, no creas que me voy a quedar aquí aburrida con esos tres
pasmarotes, y tampoco pienses por un momento que te voy a dejar a merced
de ellos. Tú y yo nos vamos a ir a ver los fuegos artificiales, y, después... lo
que surja.
—¿No vienen? —inquirió ella, sorprendida.
—Jesús, no. Si les incluimos tendrá que venir D’Angelo, y ni sueñes con
que voy a pasar una noche en compañía de ese... ¡bah! Mejor ni hablemos
de él.
—¿Qué ocurrió con Enzo? Parece que os odiáis.
—Por eso me caes bien, no te callas nada. No como todos estos
presuntuosos con los que tengo la desgracia de rodearme.
Ellie lo captó a la primera. Madeline no quería hablar acerca de Enzo.
Tenía que respetarlo.
—Si alguna vez necesitas hablar, estaré encantada de escucharte.
—Lo mismo te digo —respondió ella, guiñándole un ojo. Luego,
tendiéndole de nuevo el vestido, la instó—: Ahora, venga, póntelo.
—Um... Bueno, vale
Agarrándolo reticente, se encaminó a su habitación a ponérselo.
No obstante, antes de salir por la puerta, escuchó la voz amenazante de
Maddie:
—Voy a ducharme. Ni se te ocurra acobardarte y quitártelo hasta que no
te lo vea puesto.
—Sí, sí.

***

Adam Henderson se sentía tan revitalizado después de la ducha fría que


había tomado casi se sentía flotando por el aire. Estaba claro que muchos
días sin la presencia de Sasha, combinado con la frustración que sentía por
la carga del trabajo, le habían hecho sentir cosas extrañas a causa de los
atributos de su secretaria, que, al fin y al cabo, seguía siendo una mujer. Sin
embargo, solamente era eso: algo olvidable que se pasaba con una ducha
de... dos horas.
Consiguió llegar sin ningún percance a la habitación de invitados que le
habían asignado. Y, sintiéndose de mejor humor, entró en ella con una
sonrisa brillante. Expresión que se esfumó nada más ver lo que se
encontraba al otro lado de la puerta: Luke y Enzo estaban jugando a las
cartas sobre su cama.
—¿Qué diablos hacéis aquí?
—Te echábamos de menos, señorito Adam —canturreó el italiano,
conformando en su atractiva cara un puchero. Al parecer había vuelto a ser
el mismo.
«Me ha absorbido mi positivismo»,
—No le provoques, Enzo.Le necesitamos de nuestro lado.
—Habla por ti. A mí esto no me afecta.
—¿Qué estáis planeando ahora?
—Nos quieren dar esquinazo, y Brown está preocupado —explicó Enzo,
aburrido.
—¿Qué? ¿Quiénes?
—Pues quiénes van a ser, hombre. Maddie y Ellie.
—¿Y a mí qué me importa?
—¿Lo ves? Te lo dije. A ninguno nos afecta lo que decidan hacer la
señorita cantante y esa idiota.
—¿Y si les pasa algo? —indagó Luke, y después se dirigió a Enzo—. No
te ofendas, pero los italianos son afamados por tener las manos largas.
—Eh, no me ofendo, yo soy un italiano esposado. Además, es probable
que sea Ellie la que les salte encima, y respecto a la estúpida de Madeline,
no sé si os habéis fijado, pero no es precisamente una beldad.
Aquellas palabras consiguieron captar la atención de Adam, que en ese
momento estaba probándose uno de los relojes. Se puso en autentica
tensión, pues ya podía imaginársela tirándose encima de los brazos de
cualquier italiano que se le presentase.
«Tiene razón. Esa idiota es capaz de bajarse las bragas o, Dios no lo
quiera, el tanga en medio de la plaza de San Marcos con tal de perder su
castidad. Seguro que hasta se pone un cartel que ponga “virginidad a diez
euros”. Como lleve tanga, la asesinaré. No será capaz, es indecente. Claro
que la muchacha no es que tenga mucha vergüenza tampoco...», cavilaba un
frenético Henderson, imaginándose todo tipo de situaciones surrealistas.
—Eso es muy cruel, Enzo. Luego no te quejes si no le caes bien.
—Como si me afectase algo no gustarle a esa mujer.
—Es por esa actitud por la que Maddie no quiere invitarnos. Dice que es
«noche de chicas».
—¿Qué propones?
Aquella determinación repentina en Adamcaptó la atención de un atónito
Enzo y un complacido Luke, que sonrió misterioso.

***

Ellie se observó maravillada ante el espejo. Se había puesto el vestido con


muchas dudas, pero... Maddie tenía razón. Si lo había hecho ella, aquella
mujer era un genio de la costura. Le sentaba estupendamente. Se adhería a
sus caderas resaltando la curvatura sensual de ellas, pero, además, elevaba
sus cremosos pechos, que se expondrían ante todo aquel que deseara
admirarlos. No de una manera vulgar, sino sugerente. Al ser negro, evitaba
que se le notara la tripita. El vuelo caía hasta media pierna, mucho más
corto que el primer vestido que se compró a costa del dinero de Henderson.
«Oh, Dios mío, Henderson».
Aunque la prenda era perfecta y le sentaba exquisita, no podía evitar
recordar la noche fatídica en la que acabó borracha, cantando y creyendo
que había consumado con el idiota de su jefe. No, no podía ponérselo. O sí.
Pensándolo bien, aquel imbécil no estaría ahí, y, por desgracia, Luke
tampoco...
Le hubiera encantado que la viera luciendo aquella ropa.
El sonido repentino de la puerta cerrándose la asustó.
—¡Ellie! ¡Estás magnífica!
—No soy yo, es obra de tu vestido. Es precioso, eres una artista.
—Oh, no. Esto es solo un medio que destaca tu belleza. Ven aquí. Vamos
a arreglarte el pelo y a pintarte. Esta noche vas a arrasar.
—¿Y tú? —preguntó Ellie, deseosa de ayudarla.
—Amiga, ¿en serio crees que con esto —dijo, señalando la cicatriz que
surcaba su cara— alguien se me acercará? Solamente les intereso cuando se
enteran de que pertenezco a la familia Wright, y como no pueden acceder a
mi hermana, se conforman con la hermana fea. Así que no... Eso ya lo
superé. Lo único que pretendo es divertirme.
—No lo entiendo, el exterior no lo es todo. Para mí eres preciosa, por
dentro y por fuera. Y si los ciegos idiotas de los hombres no saben verlo,
que les jodan.
—Eso, ¡que les follen! —secundó la otra castaña, provocando que ambas
estallaran en risas.
—¡Exacto! Nosotras valemos mucho más que esa panda de superficiales,
aunque no todos... Luke es un encanto.
—Te gusta, ¿eh?
—¿Y a quién no?
—Vale, entonces te pondremos guapa para Luke y... para lo que surja —
añadió Madeline carcajeándose. Después, añadió dramática—: Y prepárate
para mañana...
—¿Por qué?
—Porque en la noche de San Marcos tengo un amigo que todos los años
da un baile de máscaras.
—¿Qué?
—¡Sí! Pero por ahora, concentrémonos en los fuegos artificiales.
—Vale.
Y así fue como ambas muchachas, entre bromas y risas, se arreglaron
una a la otra.

***

Adam Henderson se sentía molesto. Vale que hubiera accedido a aquel plan
descabellado, pero esto era pasarse. ¿Esperarlas en el salón y acoplarse con
descaro? Eso solo se les ocurriría a esos dos.
Lo más absurdo de aquello era que estaban tardando mucho.
—¿Estáis seguros de esto?
—Por supuesto, Adam, es sencillo. Le preguntamos a dónde van y nos
ofrecemos a acompañarlas
—Claro, porque no se va a notar nada que estamos preparados para ello
—apuntó el pelirrojo, señalándose las ropas que vestían.
—Hacemos esto por su seguridad.
—Y la de todos los italianos.
—Si tú ni siquiera querías venir —le reprochó Adam.
—No te equivoques, sigo sin querer, pero ya que Clare no está aquí, me
conformaré con otro tipo de diversión, así que estaré encantado de ver cómo
rechazan a Madeline Wright
—D’Angelo, dudo mucho que la rechacen —comentó repentinamente
Luke, espiando hacia el recibidor.
—¡Ja! Eso es porque no la conoces
—Bueno, no es mi estilo, pero dudo mucho que alguien la vaya a
despreciar esta noche.
—No te creo, déjame ver. —Se levantó el rubio, acercándose al lado del
castaño—. ¡La hostia! Adam tienes que venir a ver esto.
—¿Qué pasa ahora?
—¡Pero si es Ellie! ¡Dios mío! Es una diosa.
—Tu secretaria se ve caliente —murmuró repentinamente Enzo, sumido
en sus pensamientos.
Aquello provocó que Adam se tensara y caminara veloz hacia el lugar en
el que se encontraban aquellos dos cotillas.
—Apartad —demandó exigente el pelirrojo, ganándose la mirada airada
de sus dos mejores amigos.
—Eh, tranquilo, que aquí todos podemos ver —le reprochó Luke—.
Tenemos que intervenir. No han pasado por el salón como habíamos creído
en un principio.
—No creo que tengamos que decirles nada. ¿Y si las seguimos? Si se
meten en algún problema, estaremos ahí
—¿Qué dices, Enzo? Eso es espionaje en toda regla.
—Ah, ¿y esto que estamos haciendo qué es?
Mientras sus dos amigos debatían, Adam se dedicó a observar a través
de la puerta que conectaba el salón con el vestíbulo, y lo que vio a través de
ella provocó que sus dos horas de ducha se fueran por el sumidero de la
desesperación.
No podía creerlo. ¿Aquella era la señorita Hawk? Sin duda alguna, debía
ser alguna broma de mal gusto. Si Maddie se había encargado de aquel
cambio, se afiliaría al club de odio a Madeline Wright fundado por el
italiano.
Ante él se encontraba una mujer arrebatadora con un vestido vaporoso
que realzaba sus curvas de infarto. «¿Infarto? No exageres, Adam». Lo que
hasta entonces había visto como piernas regordetas embutidas en aquellos
trajes de abuela, ahora llamaban la atención de cualquier imprudente, pero
lo peor, sin duda, era que podía vislumbrar aquel delicioso trasero siendo
remarcado por el endemoniado vestido. Todo esto fue rematado por el
intrincado recogido en forma de corona que dejaba expuesta la suave piel
de su nuca.
La muchacha que se encontraba a unos metros de ellos destilaba una
combinación entre pureza y sensualidad. Todo hombre que se preciara
sabría que aquello era un arma explosiva.
La mataría. Ya la había advertido de que no vistiera indecente, y allí se
encontraba, a la caza de cualquier tipejo que se le pusiera delante.
«Bienvenido al club de odio de Madeline Wright».
Aún más resuelto, Adam sentenció:
—Iremos con el plan de Enzo.
CAPÍTULO 19

«¿Por qué, si el amor es lo contrario a la guerra, es una guerra en sí?».


Benito Pérez Galdós

Ellie Hawk comenzaba a descubrir dónde residía el encanto principal de


Venecia, y cómo esta podría ser su lugar soñado. Era muy sencillo: no había
coches. Se trataba de una ciudad peatonal donde el único transporte que
competía con las dos piernas del ser humano eran los medios acuáticos.
De hecho, en aquel momento ambas mujeres iban subidas sobre uno de
los vaporettos.
—¿Y cuando ocurre un accidente? ¿Cómo vienen a por ti?
Ellie estabacada vez más fascinada con el funcionamiento de la ciudad.
—Las ambulancias son lanchas.
—¿A lo Los vigilantes de la playa?
Maddie se echó a reír, ante la ocurrencia de su amiga.
—Sí, algo así.
—¡Increíble! No me importaría que me hicieran el boca a boca.
—Estoy segura de que esta noche más de uno querrá hacértelo. Parece
que ya estamos llegando. Ya lo verás: el sitio al que te llevo te va a
encantar. Es uno de los mejores lugares para contemplar los fuegos.
—Aún no me has querido decir sobre eso... Pero sí que debe ser famoso,
porque va mucha gente.
—¡Porque es sorpresa! No seas impaciente

***

En el mismo lugar en el que se encontraban las dos muchachas había tres


hombres de incógnito, los cuales poseían diferentes opiniones acerca del
transporte que habían decidido escoger las primeras.
—¿En serio tenían que coger el vaporetto? —preguntó Adam, hastiado
—. Esto está lleno de gente.
—Podrían haber tomado el barco de Clare.
—Dad las gracias de que no os han hecho caso a vosotros, porque si no
¿cómo las habríamos seguido? —inquirió Luke.
—Para gente que posee recursos como los nuestros no existen los «no se
puede». Podríamos haber alquilado otro barco.
—Seguro que ha sido idea de Madeline.
Divertido, Adam asintió conforme.
—Sí, porque no creo que se le haya ocurrido a la señorita Hawk. Si esa
mujer hubiera escogido el transporte, habríamos acabado todos subidos
sobre una boya y perdidos en alta mar, que lo sepáis.
Al escucharle, el italiano se echó a reír.
—Sí, esa secretaria tuya es un caso serio. Sin embargo, ¡es tan genial...!
—¿«Genial»?
—Sí, Ellie es genial. Que no sepas verlo es otro asunto —afirmó Luke,
provocando que el pelirrojo le fulminara con la mirada. Tras esto, les
reprendió—. Callad o nos acabarán descubriendo. Estamos llegando.

***

Cuando llegaron al sitio que le había prometido Maddie, Ellie constató


emocionada que era más que increíble. Al parecer se trataba de una isla que
poseía playas de arenas doradas y aguas cristalinas. El contraste del mar con
la oscuridad del cielo y el brillo de las estrellas confería un ambiente
mágico al entorno.
Ambas se habían descalzado para seguir el sendero de farolillos que
habían dejado instalados, indicando la camino para los imprudentes que se
despistaran del grupo. La viva imaginación de Ellie comenzó a volar en
cuanto puso los pies sobre la arena. Casi se sentía en un cuento de hadas
siguiendo aquellas lucecitas hacia la orilla de la playa, donde comenzaba a
congregarse muchísima gente.
Quería bailar y correr libremente. Hacía muchísimo tiempo que no iba a
la playa, y desde pequeña había amado sentir ese roce suave que dejaba la
arena fina cuando se le metía entre los dedos de los pies.
—Maddie, esto es maravilloso.
—Te dije que te gustaría mi sorpresa.
—¡Me encanta!
—Incluso han instalado unos chiringuitos por si queremos tomar algo.
—Maddie señaló hacia la zona donde habían instalado unas casetas
adornadas con luces de colores y ambientes festivo—. No hemos cenado
todavía. Podríamos hacerlo antes de que empiecen los fuegos. ¡Mira! ¡Si
incluso han puesto unas mesas para que podamos cenar!
Ellie observó maravillada el mobiliario que se extendía por la playa,
mesas blancas con velas que conferían un toque romántico.
—Ah, ¿que todavía no comienzan?
—No, ahora la gente probablemente cenará o volará farolillos de esos
pidiendo un deseo. Así se iniciará San Marcos.
—¡Yo quiero pedir un deseo!
—Sí, y yo
Ellie reparó en que la gran mayoría de los asistentes eran familias o
enamorados.
—Pero oye... Creo que aquí hay mucha pareja, ¿no?
—No te preocupes, es porque esto le gusta a la gente por el ambiente
romántico. Pero te aseguro que no somos las únicas que venimos.
—Perdonad... —intervino en la conversación un moreno atractivo—. Mi
hermano y yo no hemos podido evitar escucharos.
—Sois las únicas personas que hemos encontrado que no hablan italiano
—añadió sonriendo el hermano, que debía ser un año o dos menos y que
tampoco estaba nada mal—. Bueno, al menos las únicas que parecen tener
nuestra edad.
—¿Os importaría si os acompañamos? Tu amiga tiene razón, todo esto
parece lleno de parejas.
Ambas chicas se miraron debatiendo en silencio qué hacer. Al final
resolvieron que no hacía ningún mal echarse un par de amigos por aquella
noche. Maddie subió los hombros.
—Bueno, no creo que pase nada
—Sí, veníos con nosotras. Ahora nos disponíamos a buscar una mesa
para cenar
—Genial, porque parece que pronto se van a ocupar todas —dijo el
menor, observando cómo las personas se iban acercando para cenar.
Y así fue como los cuatro se encaminaron hacia una de las mesas que
encontraron libre y que tenía los asientos suficientes para todos.

***

A unos metros de distancia de las muchachas, tres aprendices de James


Bond se encontraban ocultos tras una palmera, observando todo lo que
acontecía con ellas.
—Ya me diréis a qué han venido aquí —comentó Adam, fastidiado.
—Os lo dije, esto ha sido ocurrencia de Madeline.
—No seáis obtusos. Comentaron que iban a ver los fuegos artificiales —
explicó Luke, cansado de las quejas de los otros dos. De repente se dio
cuenta del acercamiento que hicieron dos hombres desconocidos—. Eh,
tíos... ¿Estáis viendo lo mismo que yo?
Aquello captó la atención de los otros dos amigos, que en aquel
momento se encontraban observando el entorno aburridos.
—¿De qué hablas?
Adam desvió la mirada hacia donde su amigo le indicaba. Al percatarse
de que la señorita Hawk estaba hablando encantadora con dos muchachos,
notó que la sangre le hervía.
«¡Eh, idiota! Pero ¿qué se supone que estás haciendo ahí, sonriéndoles
bobaliconamente?», p
—¿Quiénes son esos dos? —articuló muy serio Enzo, poniendo voz a los
pensamientos de Henderson.
—Ni idea, han aparecido de repente.
—Van juntos hacia las mesas —señaló Adam, frustrado—. Hay que
acercarse, tenemos que buscar una mejor visión.
—Esa Madeline, siempre tan alegre con cualquiera... Si le pasa algo,
Clare me matará.
—Podríamos ir a las dos mesas esas que están alejadas de las suyas. La
gente ya nos está empezando a mirar extraño...
Luke hacía referencia a una pareja concreta que yales había disparado
una mirada sospechosa.
—Vamos.
Los tres sortearon todas las mesas intentando no llamar la atención de los
demás comensales, que ya se encontraban sentados. Excepto Luke, cada
uno llevaba puesto una prenda diferente para que no les reconocieran. Enzo
iba con la capucha de la sudadera cubriendo su cabeza; por su parte, Adam
vestía un gorro de tela negro que ocultaba el color de cabello tan peculiar
que tenía. No obstante, y pese a sus esfuerzos, seguían captando el interés
de las personas más cercanas.
Tras sentarse en la mesa que había señalado el castaño, se ocultaron tras
las cartas fingiendo que pedían, pero en realidad observaban todo lo que
sucedía por encima de estas.
Las dos chicas parecían estar divirtiéndose con aquellos dos muchachos.
Adam sentía que no podía apartar la mirada de la escena que se
encontraba delante de él. No entendía cómo la señorita Hawk podía estar
tan relajada con dos desconocidos, y, sin embargo, con él siempre se
encontraba a la defensiva...
«Eso no es del todo cierto. También han ocurrido situaciones en las que
parecía que se divertía contigo», le susurraba la voz de la conciencia. «Sí,
pero jamás me ha sonreído así», se rebatió, medio ofuscado con la
situación. De repente se dio cuenta de por dónde discurrían sus
pensamientos y se reprendió. «Bueno, ¿y qué te importa? Solo estamos aquí
por si se mete en algún lío. A nosotros no nos incumbe esta mujer».
Algo más tranquilo por haberse dejado claro que estaba allí para
preservar la imagen pública de la empresa, procedió a seguir estudiando la
situación mientras sus amigos debatían entre ellos.
—Parece que están cenando.
«Nunca se trata de una sola cena», pensó él, que conocía por dónde iban
las intenciones masculinas.
—¿Desde cuándo dos tíos solo quieren cenar? Vamos, Luke, tú lo sabes.
Los hombres, y más esos niños, van a lo que van... —apuntó Enzo,
meditabundo.
—No podemos intervenir ahora. Ellas nos odiarán si se enteran de que
las seguimos.
—Como si me importara lo que me piense de mí Madeline Wright.
—¿No crees que te pasas un poco con ella? ¿Cuántos años han pasado
ya, Enzo?
Aquella pregunta, supuso que Luke se ganase una mirada helada del
italiano.
Enzo D’Angelo era una persona risueña que no solía componer ese tipo
de expresiones de auténtica amenaza, pero en las raras ocasiones en las que
ocurría, lo mejor era estar lejos de él. No era recomendable meterse en el
camino de aquel italiano, y sus amigos lo sabían bien.
Cuando quería, podía ser implacable.
—Luke, para —intervino Adam.
Aquello era un tema tabú para el italiano, que jamás les había contado lo
que ocurrió con la pequeña de los Wright. Lo único que ambos sabían era
que de la noche a la mañana él había declarado su odio a Madeline Wright,
y ni siquiera la intervención de Clare había surtido efecto.
Sencillamente no se soportaban.
—Vale, perdona —se disculpó el castaño, provocando que Enzo
mascullara en respuesta.
Tras esta pequeña disputa, los tres procedieron a mirar lo que acontecía
en unas mesas cercanas a las suyas.

***

Durante toda la cena, las chicas y los dos chicos que se les habían unido se
dedicaron a conocerse.
Al parecer, eran dos hermanos que se habían tomado un año sabático y
habían decidido emprender la aventura de sus vidas, probando la vida de
mochileros antes de retomar sus rutinas diarias. Aunque a ambas
muchachas les parecieron muy atractivos, las dos sentían que les faltaba
algo. Quizás fuera que notaron los resquicios de una inmadurez todavía
presente. Sin embargo, eran divertidos e hicieron que la cena les resultara
amena.
En aquel momento se encontraban tomando un delicioso postre que
hacía que Ellie se deleitase ante aquel manjar, compuesto de un crêpe con
helado. Estaba tan concentrada en disfrutar la explosión de sabores que
entraban en contacto con sus papilas gustativas que era totalmente
inconsciente de que un poco de chocolate se apoderaba de una pequeña
parte de la comisura de sus labios. Tampoco fue sabedora de lo que este
hecho, combinado con la expresión de auténtico placer que mostraba su
rostro, provocó en los sentidos de uno de los tres hombres que se
encontraban de incógnito sentados a escasas mesas de distancia.
—Um... Tienes algo aquí.
El pequeño de los hermanos señaló el lugar concreto, ya que también
había visto la mancha de chocolate.
—¿Cómo dices?
—Que tienes... —comenzó el muchacho, pero después se lo pensó mejor
y, acercándose a ella, se lo limpió con uno de los dedos—. Así. Mucho
mejor.
Ellie estaba tan atónita por la escena que estaba viviendo que apenas se
percató del estruendo de mesas y sillas que provocó un hombre cerca de
ellos. Ella lo interpretó como la discusión acalorada de una pareja
homosexual, ya que eran las voces de dos hombres.

***

«Idiota, ¿cómo se te ocurre poner esa expresión de actriz porno mientras


cenas con dos desconocidos? ¿Es que no conoces las reglas básicas? Regla
número uno: no te lamas los labios delante de un hombre».
Adam estaba furioso. A pesar de que su parte racional le indicaba que
debía retirar la mirada de la escena acontecida, su cuerpo no reaccionaba.
Ni siquiera había tocado todavía su plato, que Luke había insistido en
pedir para no despertar sospechas en el resto de los comensales. Sin
embargo, solamente tuvo ver que aquel idiota limpiaba la boca llena de su
secretaria para que toda su decisión de permanecer en el anonimato se
esfumara de golpe.
Se levantó como un autómata, provocando que las personas que estaban
cerca de su mesa lo miraran.
—Pero ¿qué haces, Adam?
Luke había tenido que saltar de su asiento para agarrar al pelirrojo en
cuanto había visto que este se ponía en pie dispuesto a acercarse a la mesa
de las chicas.
—Suéltame.
—¿Crees que a mí me gusta? ¡Tampoco estoy contento con esto! Pero si
vas ahí, nos vas a descubrir a los tres. Además, está claro que Ellie solo
estaba disfrutando de su postre.
—Luke tiene razón, Henderson. Nada de esto nos deja en buena posición
—intervino Enzo sin desviar la atención de la muchacha que se encontraba
riendo con el otro hombre.
Al escuchar al rubio, Adam pareció tranquilizarse un poco y volvió a
sentarse.
Ver cómo aquel niñato se había acercado a la señorita Hawk a quitarle el
lunar de chocolate que había caído encima de la inconsciente había
ocasionado que su sangre se convirtiera en auténtico fuego y sus piernas
cobraran vida propia. Ni siquiera se había planteado un pensamiento
racional al respecto. Era como si su conciencia hubiera sido relegada al
lugar más remoto de su cerebro.
—Esperemos y veamos qué sucede...

***

Cuando ambas mujeres terminaron sus postres, decidieron ir acompañadas


de los dos hermanos a la orilla de playa para poder tener una visión mejor
de los fuegos artificiales, que según Maddie no tardarían en dar comienzo.
—¿Cómo es que os enterasteis de los fuegos? —pregunto el hermano
mayor a Maddie.
—Vengo todos los años.
En esta ocasión, el menor tomó la palabra dirigiéndose a Ellie.
—Oh, o sea que no sois nuevas en esta isla.
—Yo sí
No obstante, no dio tiempo a que siguieran con la conversación. El
primero de los sucesivos fuegos artificiales fue prendido, y al explotar en la
oscuridad profunda del cielo estrellado, transportó a Ellie hasta una época
muy lejana de la actual.

***
Oscuridad, explosión. Tenebrosidad, estallido. Tinieblas, detonación.
Negrura, estruendo.
Miedo, terror, pánico. Respiración agitada. Bum... Corazón acelerado...
De nuevo el rugido del dragón trajo otro temblor incontrolado.
—¿Princesa? ¿Dónde estás, pequeña?
La voz grave se filtró a través de los sentidos de una Ellie de tres años
que se encontraba con los ojos cerrados, sentada en el suelo rodeándose las
piernas con los brazos.
—¿Pa... papi?
—Eh...
Ellie no veía nada, no podía abrir los ojos Solo trataba de enfocarse en el
susurro de su padre.
—. Aquí estabas... Mamá y yo estábamos muy preocupados por ti. De
repente saliste corriendo y no pudimos verte.
—E... el dragón... da miedo.... Está enfadado, papi.
—¿El dragón?
Al principio su padre no comprendió la referencia. Pero al percatarse del
pavor que presentaba su pequeña hija, que se encontraba sentada debajo de
un banco de la calle con los ojos cerrados y con espasmos de terror,
entendió que se refería a los fuegos
— ¡Oh! Nunca te he contado la historia de las hadas, ¿eh?
Aquella referencia captó la atención de Ellie, que, todavía sin abrir los
ojos, al menos cesó de moverse de forma compulsiva.
—¿Ha... das?
—Pues claro, ese dragón que escuchas no está enfadado.
—¿No lo está?
—Por supuesto que no. Hace mucho tiempo, un hada pequeña se perdió
en su camino al reino de las hadas. Entonces, los padres de ella se
preocuparon tanto que fueron a hablar con su reina.
—¿La reina de las hadas?
Aquello consiguió captar la atención de Ellie, que por aquel entonces
amaba todo lo relacionado con el mundo feérico. Sin darse cuenta, había
abierto los ojos y observaba admirada a su padre a través del enrejado que
componía el banco.
—¡¡Sí!!
Su padre se había sentado al lado del banco e ignoraba las miradas que le
disparaban el resto de los transeúntes, quienes veían extraño que un hombre
sentado en el suelo y a una niña debajo de un banco estuvieran hablando de
historias mágicas
—¿Y qué pasó?
— Los padres, preocupados, le suplicaron a la reina que hiciera algo. Así
que esta le pidió a un amigo dragón que tenía que por favor utilizara su
rugido para guiar a la pequeña de regreso a casa.
—¿¿Y volvió??
Se encontraba tan enfrascada en la historia de su padre que fue poco a
poco saliendo de debajo del banco.
—Consiguió encontrar el camino y se reunió con sus padres, que la
regañaron por desviarse del sendero. Entonces, la reina, a cambio de la
ayuda inestimable del benévolo dragón, le concedió un superpoder.
—¿Cuál?
—Como el pobre dragón asustaba al resto de criaturas, ya que solo
expulsaba fuego por la boca, ¡decidió concederle el poder de exhalar
colores! Así que cada vez que rugiera, un torrente de colores preciosos
saldría de él.
—¿Y pudo tener amigos?
——Claro, y como estaba tan contento de que los demás ya no le
tuvieran tanto miedo que se le dijo a la reina usaría su superpoder para
ayudar a encontrar su camino a las demás criaturas que se perdieran.
—¡Oh! ¡Colores!
—¿Quieres que veamos al dragón juntos?.
—¿No me comerá?
—Yo estaré aquí para protegerte.
Esto provocó que la niña chillara de placer. Saliendo finalmente del
banco, se tiró en brazos de su caballero andante.
Y de esta forma fue como ambos llegaron a conocer al dragón mágico.
¡Y Ellie hasta lo saludó! En brazos de papá, claro, pues cuando una toma la
firme decisión de conocer a una criatura tan poderosa como es un dragón,
toda seguridad es poca.

***
Cuando Ellie despertó del recuerdo que había chocado contra su conciencia
repentinamente, se dio cuenta de que tenía que salir de allí. Comenzaba a
notar los ojos húmedos, y empezó a agobiarse. No podía estar ahí cuando
llegara, así que componiendo una sonrisa se dirigió a su amiga.
—Um... Maddie, voy a por una bebida. ¿Quieres que te traiga algo?
—Te acompaño —intervino el menor de los hermanos.
Con una sonrisa cada vez más tensa, negó con la cabeza.
—No, no te preocupes. Vendré enseguida.
«Ya viene... No, no...».
—Ellie, ¿estás bien? —demandó Maddie, preocupada.
—Sí, sí. ¿La bebida?
—No te preocupes... Te voy a acompañar.
—¡No!
—Bueno..., vale. Entonces, ¿te espero aquí?
—Claro
Pese a que se esforzaba por sonreír, en cuanto se dio la vuelta, una
lágrima comenzó su descenso por la mejilla.
Frunciendo el ceño, Maddie la observó alejarse preocupada. Estaba tan
abstraída en lo que podría ocurrirle a su amiga que no se dio cuenta de la
mirada sabedora y miserable que intercambiaron los dos hermanos.
El ambiente repentinamente cambió.
—Bueno ¿qué? ¿Nos divertimos un poco?

Adam había visto que las chicas se dirigían a la orilla con aquellos dos
idiotas, que no le gustaban nada. Ni a él ni a sus amigos, que sabían
identificar a la primera a dos depredadores en cuanto los veían.
Esta circunstancia les había hecho tener que precipitarse hacia las
cercanías de la orilla en el momento justo en el que comenzaban los fuegos.
Todo iba bien hasta que la vio. Solo fue de perfil, pero con eso bastó. La
mirada perdida en las estrellas, una expresión de auténtico dolor reflejada
en el rostro. Jamás la había visto de aquella forma, sumida en su propio
mundo interior.
Aquellos instantes le proporcionaron una nueva visión de ella. Estaba
claro que no deseaba mostrarlo ante nadie. De nuevo, sus piernas volvieron
a reaccionar por sí solas, atraídas por una fuerza superior a él. No pensó, no
sintió. Sin reflexionar nada más, se arrastró a través de la arena sin ser
consciente de que se estaba alejando de los chicos.
—Adam, ven aquí.
La voz de un Luke frenético, se perdió en el viento.
Adam Henderson solo veía una cosa.
¿Qué era aquello? ¿Un puchero?, se preguntó, intentando enfocar la vista
en la mujer del vestido floreado. No obstante, algo le paralizó sin darle
tiempo a llegar. Cuando ella sonrió hacia las estrellas y luego se dirigió a
sus acompañantes, Henderson captó a duras penas las palabras que
pronunciaba atropelladamente. Después de escuchar el intercambio de
palabras y la posterior salida precipitada de la señorita Hawk, debatió
consigo mismo sobre si continuar los pasos que dejaba ella en la arena, pero
fue en el instante en el que ella se giró dando la espalda a los demás en el
que él atisbó el rastro perdido de una lágrima. Aquello lo determinó, y ajeno
al hecho de que sus amigos hubieran cesado de llamarle, sus piernas
volvieron a cobrar vida propia y la voluntad de Adam Henderson
desapareció.

***

Ellie Hawk evitaba hablar o recordar a su padre. Para ella, la pérdida de este
fue un duro golpe debido al impacto emocional que ocasionó en su vida. No
obstante, en algunos momentos de la vida, una situación repentina colisiona
contra el subconsciente del ser humano despertando recuerdos tenazmente
guardados, pero que siguen latentes preparados para escuchar la señal del
bang que les dará permiso para quebrantar la estabilidad emocional del
propietario. Y el disparo que había activado los recuerdos de Ellie habían
sido los fuegos artificiales.
«Malditos fuegos», pensaba, limpiándose furiosa las lágrimas que no
cesaban de correr inexorables por sus mejillas. Intentaba pararlas, pero las
muy dichosas seguían cayendo. Casi parecía como si se estuvieran burlando
de ella. Tenía que parar de llorar y volver con Maddie, lo que menos
deseaba Ellie era preocupar a la dulce Maddie, quien desde que se habían
conocido había estado pendiente de ella.
«Bueno, venga, ¿necesitas llorar? Pues lloremos, pero después cortas el
rollo del sentimentalismo, ¿me has escuchado, tristeza?», reprendió
irracional a su parte emocional. Nadie podía juzgarla. En la película de
Inside Out funcionaba.
Al ceder el control para derramar cada lágrima que le requería su sistema
nervioso, los sollozos comenzaron a intensificarse.
—¿Qué hace aquí?
A pesar de que reconocía aquella voz, no conseguía relacionarla con el
lugar en el que se encontraba.
¿Henderson?
Estaba a unos metros de donde ella se encontraba sentada.
—¿Aquí? —repitió en shock y con la cara todavía empapada en
lágrimas. Evitando sostenerle la mirada, se limpió con rapidez la prueba del
delito con el dorso de la mano—. Eso es muy subjetivo, «aquí» puede ser
muchos sitios. Por ejemplo, estoy en la tierra, pero también estoy en Italia
y...
—Permítame ser más claro. ¿Qué hace sentada aquí, en la arena, lejos de
todos?
Parecía totalmente diferente, como si estuviera sobre terreno pantanoso y
temiera hundirse en cualquier instante.
—¿Es usted real? Supondré que se trata de alguna mala pasada que me
está haciendo mi subconsciente. Mi retorcido subconsciente, añadiría. Yo
creía que cuando una tenía alucinaciones se aparecía ante ti alguna figura
famosa, no sé, hubiera preferido que viniera Michael Jackson. Con esta
arena rodeándole hubiera quedado genial que se despertara cantando y
bailando Thriller
—Si quiere, puedo intentarlo... le aseguro que tengo un movimiento de
cadera que haría que Jackson volviera a caer fulminado
Henderson se acercó a ella.
Aquella frase provocó que la boca de Ellie cayera desencajada.
—Definitivamente estoy alucinando. El amargado de mi jefe jamás diría
eso.
—¡Eh! ¿Cómo que amargado? Soy humano, tengo sentimientos
—Bien, supongamos por un momento que usted es Henderson. El real.
Adam tomó asiento a su lado en la arena.
—Sí...
—¿Y qué hace aquí? ¿Nos ha seguido?
—¿Qué? Por supuesto que no. Vinimos a ver los fuegos artificiales
también. Las vimos, pero no quisimos molestarlas
—¡Ah! ¿Entonces están aquí todos? ¿Incluso Luke?
—Sí, él también —gruñó Adam, molesto con la referencia a su amigo—,
pero aún no ha respondido a mi pregunta.
—¿Cuál?
—¿Por qué estaba llorando?.
—¿Llorar? Señor Henderson, no sé de qué me habla
Ellie trató de sonreír bajo la atenta mirada de Adam, que la estudiaba con
intensidad.
Todavía tenía el rostro húmedo.
Antes de revelarle su presencia allí, Henderson la había visto llorar desde
la lejanía. Hacía escasos minutos se había encontrado ante él una mujer
diferente a la que conocía y era plenamente consciente de que tenía que
andar con mucho tiento para conseguir acceder a ella.
—Ah, ¿no? Me habré equivocado, entonces —cedió él, desviando la
vista de la joven. Tenía que dejarla ir, pues notaba la tensión que emitía la
señorita Hawk—. Ah, qué bonita noche, ¿verdad?
—¡Sí! —exclamó Ellie, entusiasmada, y, dirigiendo la atención hacia el
firmamento, añadió—: El cielo está precioso.
—¿Le gustan las estrellas, señorita Hawk?
—Oh, sí, pero no conozco nada sobre ellas...
—No soy un experto..., pero la de allí —explicó Adam, señalando con la
mano hacia un punto en el cielo donde convergían varias estrellas que para
la muchacha no tenía ningún sentido— creo que es la Osa Mayor.
—He escuchado algo sobre ella.
—Según los griegos, se llamaba Calisto y era una de las participantes del
cortejo de Artemisa. Zeus se encaprichó con ella, así que la trató de seducir.
—Cómo no... Ese hombre no podía tener ni por un segundo la hortaliza
dentro de sus pantalones —intervino Ellie, molesta, provocando que el
pelirrojo soltara una carcajada ante su frescura.
Este último notó cómo la muchacha le miraba sorprendida por aquella
reacción tan impropia de él.
—Bueno, el caso es que Hera, la mujer de Zeus, se enteró y quiso
vengarse de Calisto.
—¿Qué? ¿Y por qué? La culpable no fue ella, sino el sinvergüenza de
Zeus.
—Es probable, pero es lo que dice la historia. ¿Puedo seguir?
Debería molestarse con ella, pero le divertía a lo grande su continua
interrupción.
—Sí, perdón.
—Entonces, para ponerla a salvo de la ira de la diosa, la convirtió en osa.
Adam estudiaba con atención la reacción de la señorita Hawk. En lo que
a ella respectaba, estaba maravillada con la clase de Astrología que le había
permitido dejar atrás la tristeza del recuerdo. Así que, señalando otra
estrella, le preguntó:
—¿Y esa? ¿Qué significa señor, Henderson?
—No tengo ni idea.
—¡Oh! Me acaba de fallar
—Pero mire, aquella que está al lado de la Osa Mayor, es la Osa Menor.
—¿Son hermanas?
—No, se decía que era Cinosura, la nodriza de Zeus que le amamantaba
a escondidas cuando Cronos creía que estaba muerto con el resto de sus
hermanos.
—Qué obsesión tenía ese hombre con enviar ahí arriba a todas las
mujeres que veía desnudas.
—Solo son historias mitológicas, señorita Hawk —le explicó él,
riéndose por la aportación que hacía ella continuamente a la historia—. No
puede tomárselas en serio.
—No entiendo por qué no sonríe más a menudo, señor Henderson —
confesó Ellie, observando maravillada cómo la risa alteraba sus facciones.
Después añadió, pícara—: Está usted hasta más guapo.
—¿Eh?
Aquello desconcertó y confundió a Adam, quien no había previsto el
cauce que tomaría esa conversación.
Una persona como Adam Henderson había conocido multitud de
mujeres que llamaban la atención de cualquier hombre, pero lo que se
encontraba ante él era diferente por completo. Estaba a otro nivel. Ella lo
estaba mirando divertida, sonriéndole brillantemente despreocupada con su
corona casi deshecha, y que, por muy loco que sonara, la hacía parecer una
princesa.
De repente, Adam sintió cómo el ambiente comenzaba a cambiar. La
densidad les rodeó. Podía palpar la electricidad que regía la atmósfera. Algo
en su interior le advirtió de que, si la tocaba, se quemaría, y, sin embargo, la
piel de sus manos clamaba por sentir la suavidad de la mujer que se
encontraba delante de él. Una auténtica locura, aunque claro, tampoco
ayudaba que el traidor del viento trajera consigo otra bofetada de olor a
algodón de azúcar.
Nada de aquello tenía sentido... Tenía que apartar la mirada de ella y no
lo conseguía. Debía alejarse de aquel misterio que componía la joven y algo
se lo impedía. Incluso la muchacha parecía haberlo sentido, porque había
dejado de sonreír, estudiándole con atención.
Adam no sabía qué decir. Su cerebro no lograba componer una frase
coherente, y sobre su cuerpo había caído una losa que le impedía moverse
de aquel sitio. Algo que sí consiguió reavivar el interés de su adormilado
sistema nervioso fue cuando la señorita Hawk inconscientemente se lamió
el labio superior. Esta circunstancia provocó que Adam Henderson gruñese.
«Lárgate de aquí, Adam», le aconsejó su parte racional, sin conseguir
apartar su atención de ella.
—Gracias, señor Henderson.
Adam no supo qué responder a aquello, así que optó por lo que haría
cualquier superviviente: huir. Por lo que, levantándose de la arena, le
sugirió:
—¿Volvemos?
—Sí.
La sorpresa la embargó cuando se percató de que Adam le tendía la
mano para ayudarla a levantarse.
Sintió algo de temor por entrar a reflexionar sobre ello.

Madeline Wright estaba acostumbrada a ser objeto directo de la hipócrita y


ennegrecida sociedad con la que tenía la desgracia de convivir a diario.
«Fea», «cara cortada», «rajada», «lisiada» eran palabras que habían pasado
a formar parte de su registro comunicativo pasivo. Las miradas que
juzgaban, o las de lástima, fueron las que más le costó superar. No obstante,
era una persona fuerte que había sabido alzarse por encima de todas
aquellas cabezas que solo servían para que sus perfectos cuerpos
conseguidos en la sala de algún doctor que se estaba haciendo muy rico a su
costa no se defecaran encima. Se había curtido en aquel ambiente, y lo
había comenzado a aceptar.
Prefería ser atacada directamente a estar siendo molestada de aquella
forma. Habían conseguido apartarla de la orilla y de la multitud alegando
que tenían algo que enseñarle. Maddie se imaginó que sería algo de alcohol,
por lo que habían dicho sobre divertirse, pero pronto descubrió que no se
trataba de eso.
Volvía a encontrarse en el objetivo de alguien, y esta vez no vestían
ropas de marca.
—Así que... veamos cómo nos divertimos juntos —empezó el mayor,
acercándose a ella.
Maddie evitaba posar su mirada sobre ellos. Quizás así se hartarían y se
largarían. No debería haberle extrañado, había aprendido desde pequeña
que la gente siempre tenía una doble cara, pero había estado tan ilusionada
por compartir una noche divertida con su nueva amiga, que todas sus alertas
habían sido apagadas de forma momentánea.
—La verdad... que creo que no me interesa.
—Dice que no le interesa. ¿La escuchaste?
—¿No? Pues no entiendo por qué, dudo que se haya visto en otra en su
vida.
—Sí, es cierto... —afirmó el mayor. Después, observándola más de
cerca, añadió—: Solo hay que verte, ¡venga si lo vamos a pasar genial
juntos!
—Jamás habrá estado con dos a la vez
—Probablemente ni con uno.
El otro la sujetó de uno de los brazos, dispuesto a arrancarle el top.
—Podríamos ser su primera vez... Imagínatelo, George, una virgen para
nosotros. — Sonrió excitado el que todavía no se había acercado.
El hermano que estaba más cerca inspiró su olor y Maddie comenzó a
cabrearse. Odiaba ese tipo de gente, para ella eran mera basura.
—Es eso... ¿Eres virgen?
Al no obtener respuesta el otro se carcajeó.
—Eso debe ser un sí. —¡Nos ha tocado la lotería!
—Cierto... ¿Sabías que hay sitios en los que pagan por alguien como tú?
—volvió a preguntarle, peligrosamente cerca.
—¡Aunque con ella seguro que harían un descuento!
—Bueno, pero no pasa nada... Nosotros somos buenos chicos y no
tenemos ningún reparo en relacionarnos con alguien como tú...
—Sí, nos portaremos bien.
—Eh, mírame —demandó molesto el hermano mayor, cogiéndola de la
barbilla. Maddie todavía no los miraba—. No has dicho nada.
—Debe creerse superior a nosotros.
—¿Es eso? ¿La señorita se cree superior a nosotros?
Comenzando a molestarse, apretó el agarre sobre la mandíbula de la
joven.
—¿Y qué vais a hacer? ¿Violarme? ¿Vosotros dos? Estoy segura de que
al de blanco ni siquiera se le levanta —rebatió mordaz Maddie, refiriéndose
al menor—. Por eso se limita a mirar, ¿no? Tú eres el que te encargas del
trabajo sucio.
—¿Qué coño dices, tía? George, dale una lección —ordenó furioso el
ofendido por su virilidad.
—O sea, que te crees muy listilla, ¿eh? Una niña rica.
Su asquerosa mano voló hacia su escote y Maddie notó que la aferraba
más fuerte de la mandíbula. El malnacido le estaba empezando a hacer
auténtico daño. Estaba tan sorprendida e indignada por lo que estaba
teniendo que vivir que el miedo tipíco de una situación como esa no
terminaba de llegar.
—¿Qué coño creéis que estáis haciendo?
El grito provino de un hombre castaño que ninguno de los púberes
conocía.
Esto consiguió captar la atención de los dos hermanos, que, al verse
descubiertos, abrieron los ojos sorprendidos. No obstante, el mayor no la
soltó. Se limitaron a estudiar a los dos hombres que se aproximaban con
paso veloz y seguro.
El castaño que les había gritado parecía enfadado con la situación, pero
no creían que fuera muy peligroso. La situación cambió en el momento en
el que comenzaron a evaluar al hombre que le acompañaba. En aquel
instante fue cuando sintieron que la sangre se les congelaba en las venas. El
más alto de los dos, el rubio, estaba echando fuego por sus dos ojos azules.
La mandíbula, que en un estado natural parecería cincelada por el más hábil
escultor, se encontraba apretada con fuerza de la furia que sentía.
Enzo D’Angelo componía la viva imagen de un hombre que está
dispuesto a entrar a matar en cualquier instante.
—¿Quiénes sois? —preguntó el menor, algo inseguro con la presencia de
aquellos dos desconocidos.
—Soltadla, es amiga nuestra.
Luke se acercó con Enzo hasta donde se encontraba Maddie, que todavía
era sujetada por el tipejo.
—Tenéis dos opciones, o la soltáis ahora mismo u os parto los dientes.
Vosotros decidís.
Enzo, que hasta entonces había permanecido callado, cerró las manos
formando dos puños. Aquella frase, combinada con la mirada asesina que
les estaba dirigiendo el rubio, debió de surtir efecto, porque la terminó
soltando.
—Tíos, no queríamos problemas, solo estábamos tratando de divertirnos
El mayor alzó sus manos en señal de rendición y se alejó de la muchacha
ante la amenaza evidente de ambos hombres.
Un recuerdo lejano despertó en Maddie y, en cuanto la soltaron, se
derrumbó, temblando de forma incontrolada.
—Sí, os la dejamos.
En cuanto vieron que podían escapar, salieron corriendo de allí
comprobando de vez en cuando que los dos hombres no les seguían.
—¡Hijos de puta! —les gritó Luke, todavía enfadado.
A continuación, desvió la mirada hacia Maddie, que se encontraba en el
suelo estremeciéndose agitada.
Enzo había sido el primero en llegar hasta ella y se había agachado para
estudiarla con seriedad.
—Madeline, oye —la llamó. Esta, al escucharlo, le miró con los ojos
perdidos en su propio miedo. Enzo gruñó—. ¿Estás bien?
—S... sí —afirmó ella. Después, al percatarse de que era el italiano el
que se encontraba a su lado, añadió con más seguridad—: Estoy bien.
—Perfecto.
En ese instante, el rubio se levantó y se distanció de ella. Por su parte,
Luke tomó su lugar anterior, agachándose para ayudarla.
—Maddie, ¿puedes levantarte?
—Sí, no te preocupes, Luke. Muchas gracias.
—¿Seguro que estás bien?
D’Angelo se mantenía al margen como si la situación no fuera con él.
No obstante, cuando Luke formuló de nuevo la pregunta, miró con dureza a
Maddie.
—De verdad —afirmó ella, ignorándolo—. Pero... ¿Qué hacéis aquí?
—Te lo contaremos más adelante, ahora vámonos. Te vendrá bien
tomarte algo.
—Suficientes fuegos artificiales por hoy —añadió hoscamente Enzo,
encaminando la marcha—. Encontremos a Adam y Ellie para largarnos de
aquí.
CAPÍTULO 20
«El amor es una pieza de teatro en la que los actos son muy cortos, y los
entreactos, muy largos. ¿Cómo llenar los intermedios, sino mediante el
ingenio?».
Ninon de Lenclos

Algunas personas sostienen que las noches son preciosas, mas el crepúsculo
en la costa de Venecia era mágico. Caminar por la playa sintiendo la arena
deslizándose por tu piel, tener la luna como testigo del ambiente
electrizante que se cernía entre la persona que te acompañaba y tú... Así era
como se sentía Ellie Hawk regresando con su jefe hacia el sitio en el que se
suponía que tenía que estar su amiga.
No obstante, tiempo después de que Adam y Ellie volvieran en silencio a
la orilla donde se suponía que debía estar Maddie, ambos comprobaron que
la morena no se encontraba por ningún lugar.
—Qué extraño, la he dejado aquí...
—A lo mejor ha ido a tomarse algo.
—No la veo por ningún sitio.
—¡Ellie! —escucharon que les llamaba la voz de alguien que
reconocieron como Luke.
La aludida se giró, buscando el punto de procedencia, y la visión que se
encontró ante ella la dejó sorprendida. Enzo iba hacia ellos con paso
acelerado y más serio de lo habitual, pero detrás de él iba Luke
acompañando a una calmada Maddie.
—¡Maddie! Perdona por irme de repente. Cuando he vuelto y no te he
visto por ningún lugar, he empezado a preguntarme si no habría pasado
algo. ¿Qué ha ocurrido?
Al verla llegar, la joven sonrió dulcemente y la tranquilizó.
—No, no ha pasado nada, no te preocupes.
—No es...
La explicación de Luke murió en sus labios, porque Maddie le propinó
un golpe para que se mantuviera callado.
Lo que menos deseaba era inquietar a su amiga, pues empezaba a
percibir la inocencia de Ellie Hawk, quien veía el mundo de una manera
optimista, y Maddie, aunque la conociera de escaso tiempo, sentía la
necesidad de protegerla de la cara más podrida de la sociedad.
—¿Y los hermanos?
Extrañada, Ellie les buscó sin percatarse del intercambio comunicativo
no verbal que se producía entre la joven y el castaño.
Ante aquella pregunta, el italiano gruñó.
—Digamos que tenían unas cosas que hacer y se fueron antes...
Al ver que Maddie no quería que Ellie se enterase de nada, Luke
permaneció callado. Sin embargo, aunque la señorita Hawk se hubiera
creído aquella historia, Adam Henderson había captado el golpe que le
había propinado Madeline Wright a Luke. Todo eso, sumado a la dura
actitud que irradiaba el italiano, daba como resultado que algo había
sucedido.
—¿Nos vamos de aquí ya?
Y así fue como el quinteto protagónico puso fin a la noche de estrellas y
fuegos artificiales.

Cuando los cinco llegaron a la casa de los Wright, ya era muy tarde. Las
chicas se fueron a sus respectivas habitaciones a prepararse para dormir
mientras que los otros tres hombres se acomodaron en la terraza para
tomarse unas cervezas.
—¿Dónde fuiste, Adam? —interrogó Luke, molesto—. Te llamé y
seguiste adelante.
—Tuve que ir a resolver unos asuntos.
Aquel momento esporádico con la señorita Hawk bajo las estrellas
todavía le inquietaba. No se reconocía a sí mismo, y no estaba seguro del
todo de querer estudiar en profundidad sobre ello.
—¿Y esos asuntos involucraban a Ellie?
—¿Por qué lo dices?
—Al regresar os vimos juntos.
—Eso fue porque coincidimos en el mismo lugar. Además, ¿no
habíamos acordado que no nos dejaríamos ver? —preguntó hipócritamente
Adam, sorteando el tema.
—Eso no es culpa nuestra, la muchacha casi es atacada —confesó Luke,
recordando la escena que había acontecido ante ellos.
—¿Cómo? ¿Por los hermanos? —inquirió Adam—. ¿Y qué hicisteis?
—Esos cobardes salieron huyendo. Nosotros no llegamos a escucharlo
todo, pero creo que Maddie no quiere hablar sobre el tema —explicó Luke.
—Esa idiota siempre está metiéndose en problemas —gruñó Enzo—. Si
le hubiera pasado algo, Clare me habría cortado los cojones.
—Esa es otra. ¿Te parece normal tratar así a una mujer que ha sido
atacada?
—¿Qué mierdas sabrás tú, Brown? Mejor no te metas.
—¡Eh! Tíos, relajaros.
—En serio, Henderson, ¿qué te traes con Ellie?
—Te lo acabo de decir, Luke. Nada. Solo es mi secretaria.
—Ya, claro...
—¿Olvidas que tengo novia?
—Sí —se mofó Enzo por primera vez—. La estirada lo castraría si se
enterase de que se fugó con Ellie.
—¿Quién habla de fuga? No pienso dejar a Sasha. ¡Y deja de llamarla
estirada!
—¿Siquiera la has llamado? —indagó el italiano, divertido.
—He estado muy ocupado, no he tenido mucho tiempo...
Luke miró sospechoso a Adam. Su amigo estaba cambiando y ni siquiera
se daba cuenta.
—¡Oh! La bruja estará subiéndose por las paredes. Ya quiero verle la
cara
—¡Calla, D’Angelo! ¿Siquiera sabes cuándo viene Clare?
—Al parecer, le va a tomar un día más... Cosas de la empresa —comentó
el italiano, desilusionado.
—Bueno, mientras tanto podemos divertirnos nosotros.
—Pero es que vosotros no me podéis dar la diversión que yo necesito,
Brown.
—Enzo, tío... No nos interesa saber esos detalles sobre ti —espetó
Adam, levantándose para irse.
—Oh, menudo cobarde, como si tú no lo hubieras hecho nunca.
—Que sí, lo que tú digas... Yo me largo a mi habitación
Hastiado, Adam entró de nuevo a la casa ignorando que, a cada paso que
daba, escuchaba las carcajadas de los otros dos.

Ellie Hawk acababa de terminar de hablar con su hermana Ada y se


disponía a irse a dormir. Después de saber que sus dos monstruitos estaban
bien, la muchacha se estaba metiendo en la cama sintiéndose mucho más
tranquila.
Aquel día había estado cargado de emociones. Aún no podía creerse que
Henderson la hubiera entretenido de esa forma. Puede que en el fondo no
fuera tan malo. La mayoría de las veces era un auténtico dolor en el trasero,
pero en otras ocasiones, como aquella, le hacía replantearse todos los
esquemas que había configurado en torno a su persona. Las dos veces en las
que le había visto reír había sentido su corazón latir un poco más acelerado
de lo normal.
«¿Qué tendrán los hombres amargados, que, cuando sonríen, son más
atractivos? Debo ser masoquista»,
No obstante, Ellie sabía que no era adecuado que se encariñara con él.
Resultaba erróneo en todos los sentidos. Primero, tenía novia, y, segundo,
algún día la sustituiría. Pero lo más importante de todo es que era su jefe, y
una no se relaciona de esa manera con la persona que te llena la cuenta a
final de mes.
«Aunque, por lo que veo, a más de una no le importaría que le rellenara
su cuenta hormonal femenina...», pensó, bromeando consigo misma.
«No seas mentirosa, que a ti tampoco te importaría eso...», cantó su
Pepito Grillo particular.
«Si no fuera mi jefe... y si no fuera un capullo a veces..., pues no».
Era un error. Ella tenía que enfocarse en otro tipo de persona, en
hombres como Luke. Sí, había que concentrarse en el guapo castaño.
Henderson era lo que su hermana Ada llamaría un «no rotundo», ¿y qué
más daba si la había entretenido con relatos mitológicos? Daba igual. Su
objetivo era Luke. En el guion de su vida no había un papel protagónico
para un tipo engreído, amargado y que contaba historias sobre estrellas...
por muy bonitas que estas fueran.
Definitivamente, no.
Ellie buscaba seguridad. Puede que no tuviera experiencia en el terreno
amoroso, pero no quería desperdiciar su experiencia vital subida en una
montaña rusa emocional. Sobre todo porque no estaba sola. El hombre que
la aceptase tendría que ser consciente de que con ella vendrían dos niños
más. Y Luke Brown parecía un hombre considerado y sincero que sabría
aceptar o rechazar la situación cuando reuniera el valor suficiente para
planteársela.
«Pero primero debería probarle...ver a qué sabe», comenzó a fantasear
con el beso que estaba dispuesta a darle. Sin embargo, una vez más la voz
de la conciencia intervino: «O sea, que primero besas a Henderson y ahora
estás aquí, planeando besar al amigo. ¿Para cuándo el italiano? ¿Después de
Janucá? ¿Deberíamos enviarle un regalo a la novia?».
«¡Oh! Ya volviste otra vez. Lo del señor Henderson fue un error, un
accidente que le podría haber pasado a cualquiera... Con Luke no será una
equivocación. Y mira, de Enzo ni hablemos. Después de ver cómo trata a
Maddie, no le besaría ni aunque fuera el último hombre en la tierra. Ni
siquiera sé por qué estoy planteándome lo de Janucá, ¡no soy judía!».
Aquello pareció callar repentinamente la voz de su conciencia. A veces,
Ellie se sentía un poco loca divagando consigo misma de aquella forma.
Menos mal que nadie podía enterarse de lo que acontecía en su cabeza o
estaría frente a un psiquiátrico en menos de lo que Henderson decía «no me
avergüence, señorita Hawk». Y solía decirlo muy a menudo.
Se acabó lo de pensar en el señor Henderson de alguna manera
totalmente impúdica. No entendía ni cómo se lo había planteado en un
primer momento.
«Luke, vete preparando, porque Ellie Hawk caerá sobre ti».
Fue con ese pensamiento en mente con el que se sumió en los sueños con
una sonrisa en los labios.

***

Calor.
Oscuridad.
Ellie solo vislumbraba una lobreguez apacible. Aún con los ojos
cerrados, empezó a notar que una suave luz anaranjada traspasaba sus
párpados. No estaba segura de querer abrir los ojos, pues había empezado a
escuchar crepitar algo. Sin embargo, tenía que ser fuerte.
Abrió un ojo castaño y lo que se encontró ante ella la dejó aterrada. La
sangre se le congeló en las venas.
Una ciudad en llamas.
El mundo ardía, y ella se encontraba acurrucada en el suelo en posición
fetal. Tenía que levantarse o las lenguas de fuego la consumirían. El fuego
estaba llegando. No había nadie con ella... O eso creyó en un primer
momento.
A mucha distancia de ella se encontraba un niño desconocido jugando a
la pelota. Podría quemarse en cualquier momento.
—Eh... Niño, ten cuidado. ¡Ven aquí!
El pequeño no pareció escucharla. Repentinamente agarró el balón,
dando la impresión de que había percibido algo. Después se giró hacia una
zona indeterminada para Ellie y comenzó a correr.
La muchacha, que estaba aterrada y comenzaba a sentir muchísimo calor
a causa de las llamas, no quiso quedarse sola y comenzó a seguirle
corriendo. Tenía que ser rápida o lo perdería.
El niño giró en una calle y se adentró en una pequeña casa alejada de la
ciudad en llamas. Parecía tranquila a la par que lúgubre. No quería entrar,
pero si no entraba, el fuego acabaría llegando hasta ella.
Acercándose cuidadosamente a la casita, agarró el pomo negro de la
puerta, lo empujó y se dispuso a internarse en la oscuridad desconocida.
Nada de lo que hubiera podido imaginar que podría contener la casa la
preparó para lo que había dentro del interior Parecía que había entrado en
una prisión de metal en la que en el centro se encontraba un osito de
peluche gigantesco. Todo estaba en calma, quietud máxima regía el
ambiente.
No había ni rastro del niño que había seguido.
Ellie se acercó al muñeco, y, poniéndose delante de él, lo estudió con
detenimiento. Era marrón clarito, como esos que ganan los niños en la feria,
pero tenía la peculiaridad de tener por ojos dos pozos negros e insondables.
Estaba tan concentrada inspeccionando el cuerpo del oso que no reparó en
que el peluche comenzaba a mirarla con interés.
—¿Sí o no? —preguntó con voz sepulcral.
Ellie dio un brinco, asustada por la repentina voz que acababa de salir
del muñeco.
—¿Me dices a mí?
—¿Sí o no?
Ellie decidió que tenía que ser ella, porque no había nadie más en la
habitación.
—No entiendo lo que me quieres decir... Sí o no ¿sobre qué?
—¿Sí o no?
—Bueno, vale... ¿sí? —resolvió, dudosa, evaluando sospechosamente las
intenciones del juguete que se cernía sobre ella como una presencia
amenazante.
No obstante, Ellie supo que había elegido mal en el momento exacto en
el que el rostro del peluche demudó en una sonrisa... ¡Estaba sonriendo
encantado con su respuesta!
Aquel gesto la aterró.
—¿Qué...? ¿Qué he dicho?
No hizo falta que el oso la contestara. La habitación estalló en llamas y
Ellie cayó al suelo tosiendo con fuerza.
No podía respirar.
El fuego volvía a estar ahí, cerniéndose sobre ella, pero esta vez sus
músculos no respondían para huir. No tenían suficiente oxígeno. Ella
miraba horrorizada al juguete, sujetándose la garganta; luchando por
conseguir algo más de aire.
El juguete le sonreía sin piedad.
—¿Te ayudo?
—S...
Sus cuerdas vocales no podían articular apenas la palabra afirmativa,
pero el muñeco pareció entenderla.
—Pronto se acabará.
Aquello fue lo último que Ellie escuchó antes de ver cómo el oso
sostenía en lo alto una barra de hierro y descendió el brazo articulado hasta
impactar el objeto contra ella. La joven solo sintió un impacto seco y
doloroso atravesar su corazón.
Y Ellie Hawk gritó como nunca lo había hecho en su vida.

***

El alarido que emitió traspasó el sueño, volviéndolo realidad. Ellie se


despertó entre sudores, percatándose que había empapado la almohada.
Hacía años que no tenía aquella pesadilla. Desde que se había hecho
mayor, la había dejado atrás, pero ahora se daba cuenta que volvía a
perseguirla. No entendía por qué. Ya tenía una edad para estar asustada de
peluches gigantes inexistentes.
La velocidad de su respiración volvía a estar agitada. Al menos no
tendría que volver a dormirse, porque era de día.
No obstante, notó que alguien abría impetuosamente su habitación. Una
muy despeinada Maddie entró ataviada con una bata rosa.
—¿Qué ha pasado, Ellie? Te he escuchado gritar.
—Solo ha sido una pesadilla... No quería asustarte, perdona.
—Menudo susto me has dado...
—Lo siento mucho
—Bueno, mientras estés bien... Deberías levantarte. ¡Hoy es San
Marcos!¡Tenemos muchas cosas por hacer!
—¡Ah! Era la mascarada, ¿no?
—¡Sí! Tenemos que aprovechar la mañana para ir a por nuestros
vestidos, porque por la tarde quiero ver las carreras de góndolas antes de
volver a casa a prepararnos.
—¿Vestidos?
—Pues claro. Basándome en tus medidas, le pedí a un amigo que es un
reputado costurero especializado en trajes venecianos que te adaptara uno
de sus vestidos. ¡Te quedará precioso!
—¿Y a esta fiesta vamos a ir solas?
—¿Te refieres a los chicos?
—Sí... —afirmó Ellie, pensando en su plan de conquistar a Luke.
Sin embargo, Maddie, quien era despierta por naturaleza, entendió la
referencia.
—Vaya, vaya... Supongo que no pasaría nada si les invitáramos. Te
pondremos preciosa para Luke. Aunque me repatea que tenga que venir el
idiota de D’Angelo... A ver si llega ya mi hermana para entretenerlo.
—¿Y los trajes de los chicos?
Quizás tendría que conseguirle uno a Henderson.
—Oh, ellos tienen de anteriores carnavales. Además, lo importante no
son los hombres, sino nosotras.
—¿Y cómo se lo diremos?
—No sé si están despiertos. Yo iba a arreglarme cuando te he escuchado
gritar.
—Lo siento..., no era mi intención preocuparte.
—No pasa nada, mujerVenga, vamos a vestirnos y desayunamos por ahí
antes de ir a probarnos los trajes. Tengo pensado hasta regalarte una
máscara sexy.
—¿Qué? Eso sería abusar.
—No quiero negativas...
—De acuerdo.
Finalmente, ambas se ataviaron con ropa de calle y se fueron a
desayunar a una tienda pequeña que había al lado de la boutique del amigo
de Maddie. Mientras tanto, tres bellos durmientes se encontraban ajenos a
toda la situación en la que se verían envueltos debido a las muchachas.

***

Transcurrido el desayuno entre risas y confesiones descabelladas, pues Ellie


le contó su plan a Maddie y ambas acordaron apodarlo «La caída de
Brown», las dos muchachas se encontraban enfrente de un establecimiento
minúsculo ubicado en una calle poco transitada durante aquellas horas de la
mañana. En el escaparate se apreciaban telas preciosas y máscaras aún más
increíbles.
Maddie entrelazó el brazo con su amiga y la arrastró al interior.
—La boutique del señor Barbieri es la mejor, Ellie.
Una vez dentro, la señorita Hawk descubrió las auténticas bellezas del
bordado: sendos vestidos de todo tipo de colores se encontraban instalados
en maniquíes a modo de ejemplo. Había incluso una sección destinada a
elegir telas y materiales.
Un hombre mayor salió detrás del mostrador cuando vio entrar a las dos
mujeres, y al reconocer a Maddie sonrió afectuosamente, acercándose.
—Mia cara dolcezza.[5]
—Signore Barbieri, per quanto tempo.[6]
—Molto. Hai promesso di venire a trovarmi prima[7] —le reprochó con
cariño el hombre.
—Mi dispiace, non ho potuto... Ho avuto qualche problema[8]—.
—¿Sabes italiano?
La sonrisa de Maddie se amplió.
—Sí.
—È questa la ragazza?[9] —preguntó Barbieri.
—¡Ah! Eso lo entendí —exclamó emocionada la señorita Hawk—.
Quiero probar, Maddie...
—Vale —accedió divertida su amiga, percatándose de la cara de
incomprensión que denotaba el señor Barbieri.
—Sei un ragazzo.[10]
El hombre la miró inquisitivo y, al percatarse de su intento de italiano,
comenzó a reír.
—Mi piace questa venere[11] —declaró el señor, divertido.
—¿Qué dice?
—Dice que le gustas, y eso es muy complicado. Muy poca gente le
agrada realmente al señor Barbieri.
—Oh... ¿Molto grazie? —probó de nuevo Ellie, sonriendo.
Se ganó una mirada afectuosa del hombre.
—Vieni con me, ho quello che hai chiesto[12] —
—¿Eh?
—Tenemos que seguirle, ya tiene nuestros trajes.
Ambas siguieron al señor Barbieri hasta la trastienda y allí el hombre
sacó dos vestidos preciosos: uno rojo burdeos y otro negro. Ambas
muchachas se lo probaron en los dos cambiadores de los que disponía el
señor Barbieri.
A Ellie le habían dado el vestido rojo burdeos con ribetes negros que
tenía un escote pronunciado en forma de «V» que resaltaba sus pechos. La
muchacha pudo comprobar admirada que la parte superior, que delineaba
sus caderas de forma seductora, terminaba en forma de pico en la cintura.
De esta caía una amplia falda con miriñaque.
Ellie apenas podía creer que la del espejo fuera ella,
El señor Barbieri la miraba admirado.
—Voi possedete le virtù di una venere e questo deve essere rispettato.
—¿Qué ha dicho?
—Dice que posees la virtud de una venus y que debe ser respetado.
—¿Venus? Oh, espera que se lo diga a Henderson. No soy Rollitos, soy
una venus. Le dará un infarto.
—¿Te llama Rollitos?
—A veces, para molestarme —confesó Ellie. Después, pensándoselo
mejor, añadió—: ¿Me debería poner un corsé? Pregúntaselo, Maddie, por
favor.
—Signor Barbieri, Ellie mi chiede se deve indossare un corsetto.
—Corsetto? NO, no, mai, quei fianchi sono naturali, non hanno bisogno
di corsetti.
—Dice que no hay corsé para ti, que tienes unas caderas preciosas, Ellie.
Naturales.
—Oh, bueno, vale...
—A ver, déjame verte
Maddie salió de su cambiador ataviada con el vestido verde y Ellie se
quedó boquiabierta al ver a su amiga.
—¡Estás preciosa!
El negro resaltaba el color de los ojos grises de Maddie, pero el encanto
no acababa ahí: el vestido de la pequeña de los Wright tenía un escote con
el corte cuadrado y dos mangas que llegaban hasta el codo.
La falda tenía el mismo vuelo que la de Ellie.
—¡Lo mismo digo! —señaló Maddie, emocionada—. Ahora falta la
máscara. Para ti no puede ser completa, porque esta noche vas a besar a un
caballero de ojos azules...
—¡Sí! ¡Luke caerá esta noche!
—Signor Barbieri, ha le maschere? [13]
—Certo, la mia dolcezza[14]
Al poco rato, el señor Barbieri volvió cargando con dos máscaras
preciosas: una negra entera y otra del color del vestido de Ellie con
vestigios negros.
Cuando ambas se lo probaron, se miraron juntas al espejo. La de Ellie
era de seda negra y le dejaba la boca al descubierto, «lista para besar»,
como le había dicho Maddie, mientras que la de esta última le cubría por
completo el rostro, evitando ser reconocida.
—Maddie, creo que esta noche Luke no será el único en caer
—Esa es mi intención.

Tiempo después de que las dos muchachas volvieran de comprar, se


encontraron a los tres amigos desayunando en el comedor. Cada uno
compuso una expresión diferente: Luke tenía una sonrisa al reparar en ellas,
Enzo volvió a su seriedad habitual al fijarse en Maddie, y Adam, que
aquella noche no había podido volver a dormir, pues se había visto
perseguido por un algodón de azúcar que le lanzaba estrellas, tenía una
expresión de cansancio mientras removía el café.
—¿Dónde habéis ido, chicas? —preguntó alegremente Luke.
—¡A por nuestros vestidos!
Ellie le disparaba miradas seductoras al tiempo que le mostraba las
bolsas gigantescas que cargaba con ella.
Henderson advirtió el intercambio comunicativo entre ambos y, molesto,
gruñó:
—¿Vestidos?
—Sí... Vamos a asistir a una mascarada —explicó Maddie. Después
añadió—: Y estáis invitados.
—¡De ninguna manera!
—Enzo tiene razón. ¿Estamos locos? ¿Qué hago yo en un baile?
—¡Me apunto!
Aquella intervención entusiasmada del castaño, provocó que se ganase la
mirada incrédula de los otros dos.
—¿Qué dices, Luke? ¿Quieres ir a bailar? —le interrogó Enzo, atónito.
—Lo que no entiendo es por qué vosotros no. Anoche hablábamos de
divertirnos y ahora estáis negando esta oportunidad.
—Porque es una tontería.
—Exacto, gracias, Adam. Además, yo dije que quería otro tipo de
diversión —agregó el italiano, provocando que Ellie lo observara
estupefacta y Maddie con asco.
—¡Cállate, D’Angelo! No creo que las chicas quieran escuchar eso de ti.
—Ni nosotros, para variar.
—Bueno —intervino Maddie—, ¿entonces qué? ¿Solo contamos con
Luke?
—Parece que sí —declaró Luke—. Estos dos idiotas no tienen la
intención de ir. ¡Pero mucho mejor, más diversión para nosotros!
Ellie se sentía emocionada. Podría tener al hombre que le interesaba para
llevar a cabo su plan. Cuando había escuchado la negativa de los otros dos,
había temido que Luke también imitara a sus amigos, pero cuando dijo que
acudiría casi quiso gritar de alegría.
—¿Siquiera tienes traje, Brown?
—Te repito lo que me dijisteis Enzo y tú anoche: para hombres como
nosotros no existen los «no puedo», ¿no? —rebatió divertido. Después,
dirigiéndose a las dos mujeres, les preguntó—: ¿A qué hora es?
—A las nueve comienza —explicó Maddie, tendiéndole la invitación
lacrada—. Tienes que entregar este sobre para que sepan que eres uno de
los invitados.
—¿Quién da la fiesta? —indagó interesado el castaño—. Creía que solo
hacían las mascaradas en carnaval.
—Un amigo.
Al escuchar la respuesta evasiva, Enzo la estudió con dureza.
—¡Oh! Entonces seguro que será buena. Tú sí que sabes divertirte,
Maddie, no como estos dos aburridos —la halagó Luke, provocando que
sus compañeros de género le gruñeran ofendidos por el insulto que les
tocaba—. ¿Quedamos aquí o nos vemos directamente allí?
—Nos vemos allí.
Maddie le disparó una mirada conocedora a su amiga. Ambas habían
decidido que fuera una sorpresa para que Ellie causara mayor impacto allí
que en la casa.
—De todas formas, por si cambiáis de opinión, aquí tenéis las entradas
—alegó la señorita Hawk, entregando los otros dos sobres a Henderson y
Enzo.
Ambos los miraron recelosos.
—Bueno, nosotras nos vamos ya, que tenemos muchas cosas que hacer.
Maddie se despidió con rapidez, arrastrando a Ellie con ella.
—Eh... ¿Qué vais a hacer esta tarde? —preguntó Luke, pero al ver que
las muchachas se habían ido, el silencio fue su respuesta.
—Creo que te han dejado con la palabra en la boca.
—Cállate Enzo.
—¿Qué estarán tramando esas dos...?
Había algo muy extraño en la conducta de aquellas dos. Lo mejor sería
mantenerse alejado, o sus escabrosos sueños se harían realidad y lo
arrollarían.
—Se te nota cansado, Henderson —señaló Luke, observando
preocupado las ojeras de su amigo—. ¿Es que últimamente no estás
durmiendo bien?
—Eso debe ser la falta de diversión... ¿Deberíamos preparar vuestra
fuga?
—Como no te calles, D’Angelo, la única escapada que vas a programar
va a ser la tuya propia al cementerio.
La noche anterior apenas había podido dormir y había tenido que darse
tres duchas de agua fría. Encima ahora tenía que aguantar que ni sus
propios amigos le dejaran olvidar lo acontecido.
Era indignante.
—Oh, tío, qué malas pulgas tienes...
—Adam, ayer me dejaste claro que Ellie no te interesa como algo más
que una secretaria, ¿cierto?
Adam gruñó, estaba claro que Luke no iba a dejarlo pasar con tanta
facilidad.
—Sí.
—Perfecto. Es bueno saberlo, porque esta noche voy a ir a por ella... con
todo — sentenció el castaño, sosteniéndole la mirada—. Y no con fines
laborales, sino como mujer.

***

Ellie y Maddie pasaron una tarde increíble viendo las carreras de


góndolas. Solo hubo un momento incómodo en el que uno de los
gondoleros pasó por su lado. Debió reconocerlas como las que habían
ocasionado el desastre de la góndola: las observó mal, pero ambas
decidieron tomárselo con humor. Se echaron a reír especulando que
tendrían sus caras fichadas por la CIA de los gondoleros.
—¡Arriba las manos, estás detenida por caerte de la góndola! Tiene
derecho a un abogado —imitó Maddie, apuntando a Ellie con las manos
unidas en forma de pistola mientras que esta última las levantaba simulando
una retención policial.
—¡Prefiero que me detenga la policía del amor! ¡Policía del amor!
¡Llévenme presa!
Después de esto, ambas se desternillaron, captando la atención de todas
las personas extrañadas que las rodeaban.
No obstante, el resto de la tarde fue maravillosa. Ambas recorrieron las
calles de Venecia, observando y tomándose muchas fotos entre ellas y con
las personas que iban disfrazadas. Comieron helados hasta sentirse
totalmente saciadas, y cuando se hizo la hora de prepararse, ambas
volvieron a la casa de los Wright.
En aquel momento, las dos muchachas se encontraban adecentándose en
la habitación de Maddie. Ellie estaba sentada en la cama de su amiga
esperando con paciencia a que esta le hiciera la manicura.
—Bueno, y cuéntame, Ellie. ¿Cómo planeas besar a Luke?
—Pues... aún no lo sé con seguridad... Solo tuve una experiencia y fue
desastrosa.
—¿Desastrosa? Se dice que la primera vez siempre lo es, pero ¿cómo te
gustaría que fuera...?
—No lo sé. Con que no se desmaye, me vale...
—¿Desmayar?
—Te dije que fue desastrosa...

***

Adam Henderson se había encaminado en busca de su secretaria desde que


escuchara que alguien llegaba a la casa... y que no se trataban de voces
masculinas.
Luke y Enzo habían salido a divertirse, pero él prefirió quedarse
adelantando trabajo. Después de preguntarle a Arabella dónde se
encontraban ambas mujeres, se dirigió hacia la habitación de Madeline
Wright. Necesitaba hablar con ella sobre unos papeles que le había dado
para que firmara, cuando se percató que la puerta estaba entreabierta. Su
sorpresa por esta circunstancia se convirtió en auténtico horror cuando
escuchó que la pregunta formulada por Maddie traspasaba la estancia en la
que estaban.
—¿...cómo planeas besar a Luke?
«¿Qué diablos? ¿¿Planear?? ¿De qué plan están hablando siquiera?», Se
sentía hervir por dentro. «¿Están orquestando alguna tétrica trampa para que
Luke la bese? Y ese idiota estará encantado, claro... Ya puedo
imaginármelo».
Cuando se había enterado de que Brown tenía la firme intención de ir a
por la señorita Hawk aquella noche, había sentido como si le dieran un
puñetazo en el estómago.
—Solo tuve una experiencia y fue desastrosa.
«¿Cómo que desastrosa? ¡Eh! Idiota, para mí no fue mejor...Nno irás a
contarla, ¿no?», caviló, horrorizado.
—¿Desastrosa? Se dice que la primera vez siempre lo es —la tranquilizó
Maddie—, pero ¿cómo te gustaría que fuera...?
«¿Y por qué diablos le estás preguntando eso siquiera?».
Adam sentía unas ganas inmensas de entrar e interrumpir la
conversación que estaban teniendo, pero no debía. Esto tenía que servirle
para hacer algo.
—No lo sé. Con que no se desmaye, me vale...
«Lo ha dicho. ¿Cómo se le ocurre? No fue un desmayo por ti, sino
porque no comí. ¡Tú misma me lo dijiste!», reflexionó Henderson,
avergonzado por la descarada sinceridad de Ellie.
—Bueno, al menos tendrás esta noche para resarcirte
«¡Pero no la animes!».
—¡Sí! —exclamó Ellie, emocionada—. ¡Plan «La caída de Brown» ha
sido puesto en marcha! Esta noche alguien me limpiará las telarañas
bucales... y quién sabe qué otras más...
«Que te crees tú eso», fue el último pensamiento que tuvo Adam antes
de alejarse con precaución de la puerta para no ser descubierto.
Las risas que escuchó de ambas mujeres solo sirvieron para reforzar su
determinación.

***

Pronto se hicieron las nueve de la noche y Ellie contempló admirada la


lujosa construcción que se encontraba asentada ante ella. Era prácticamente
una mansión con balcones y cristaleras como en aquellas películas, como
Orgullo y prejuicio, que su madre había amado ver en el pasado. Estaba
segura de que, si la vida la hubiera tratado diferente y su padre no hubiera
fallecido, Rachel habría fantaseado con vivir lo que estaba a punto de
experimentar su hija.
Lástima que la bebida la cambiara tanto...
Cogiendo una respiración profunda, envió los malos pensamientos a la
zona más remota de su cerebro. Ellie se sujetó un poco de la tela de su
precioso vestido nuevo, y, cubierta por la máscara, se dispuso a internarse
en compañía de la misteriosa y sensual Maddie dentro de la mansión.
En el momento en el que ambas muchachas entraron, Ellie fue impactada
por la viva imagen de la suntuosidad. Su amiga percibió su sorpresa ante
tanto adorno de oro que había y le sonrió avergonzada.
—Adrien no repara en gastos cuando se trata de estas fiestas.
—Ya veo... Estoy segura de que su taza del váter costó más que el
alquiler de mi casa.
Maddie se echó a reír ante el comentario de la señorita Hawk.
—Bueno, creo que deberíamos buscar a tu caballero. Con toda
probabilidad esté donde todos, en la sala de baile.
—¿No me digas que es como la de las películas?
—Mucho más...
Ellie pronto comprobó que Madeline tenía razón.
La sala de baile poseía unas dimensiones desproporcionadas. Ni siquiera
sabría estimar a qué cantidad de personas podía albergar: de lo único que
estaba segura era de que apenas habían dado las nueve y aquel lugar ya
estaba abarrotado. Sería muy complicado encontrar a Luke. Eso si él
conseguía reconocerla, claro.
Aunque por lo demás era preciosa, recubierta de oro y pinturas
renacentistas, estaba rodeada por grandes ventanales que seguramente
dadan a alguno de los balcones que habría visto al llegar.
Eso si se dejaba guiar por las películas históricas que su madre les hacía
tragar cuando eran pequeños.
—¿Todas estas personas son conocidas?
—La mayoría sí. Otras son amigos importantes.
—¡¿Estás queriendo decir que hay famosos?!
—Sí. Es muy probable. Adrien es conocido por sus fiestas —explicó la
muchacha del vestido negro, buscándolo con la mirada—. No le encuentro,
quizás estará ocupado. Luego te lo presentaré. Ahora vamos a intentar
hacernos hueco entre esta gente y reconocer a Luke.
—Creo que deberíamos ir a aquel sitio donde está la gente reunida.
—Ah, ahí está la comida. Buena idea.

***

Transcurrido un tiempo sin localizar a Luke, Ellie comenzó a perder la


esperanza de encontrarle. Había tanta gente que sería imposible dar con él.
Ambas mujeres se encontraban frente a los aparadores de comida
tratando de estudiar la sala. Maddie se había percatado de que Ellie
contemplaba admirada el baile que estaba teniendo lugar en la pista.
—¿Te gusta el ambiente?
—Sí, ¡es fantástico! Pero ¿qué están bailando, que se intercambian a las
parejas?
—Un ballroom, por eso forman parejas haciendo un círculo y bailan en
sentido contrario a las agujas del reloj.
—¡Es fascinante!
—Sí..., lástima que esté a punto de finalizar.
Ellie creyó atisbar a lo lejos un hombre muy parecido a Luke, castaño y
de las mismas proporciones, pero no podía estar segura si no se acercaba.
La idea de quedar en aquel lugar había sido terrible.
—Maddie, ahora vengo. Creo que le he visto.
—¡Vale! ¡Mucha suerte!
Estaba acercándose a la pista de baile cuando sintió que la orquesta se
organizaba para la próxima pieza musical. Las parejas estaban acercándose
a la pista de baile, dificultándole el proceso de cruzarla sin acompañante. Al
menos si no quería ponerse en ridículo.
Estaba evaluando lo que supondría rodear la pista cuando, de repente, un
hombre con una sencilla máscara negra apareció ante ella tendiéndole la
mano.
Acercó su boca al oído de la muchacha para hacerse escuchar entre el
gentío y murmuró:
—¿Me concede este baile?
El aliento cálido sobre su oreja produjo que Ellie se tensara.
«No puede ser. De ninguna manera».
Reconocía aquella voz, pero debía ser un error. Henderson había
declinado asistir a la velada. Se negó en rotundo. De todas formas, aunque
fuera su jefe, ¿por qué, de entre todas las mujeres, la había escogido a ella
para ofrecerle bailar? No tenía ningún sentido. Estaba claro que el hombre
no la había reconocido o no estaría planteándole aquella cuestión.
No obstante, en vista de que no encontraba a Luke y que la opción más
sencilla para llegar a la otra orilla era bailar, decidió aceptar la ofrenda que
se encontraba ante ella. Eso sí... modulando la voz.
Estaba segura de que, si la identificaba, se echaría para atrás.
—Pero... no sé bailar -—confesó, dubitativa. Si le iba a pisar los pies a
su improvisado compañero de baile, mejor advertirle previamente—. Ni
siquiera conozco lo que están tocando.
El hombre la contempló con aquellos dos increíbles ojos azules
destilando diversión. Después, la cogió de la mano, y, guiñándole un ojo, la
condujo hacia la pista de baile.
Ellie apenas podía creer que aquel caballero fuera el idiota de
Henderson. Seguramente se estaría equivocando. Al ver que él iba delante
que ella, acercándola a la pista de baile, procedió a estudiarle con descaro.
Iba ataviado con un esmoquin negro y unos pantalones a juego. Una vez
se situaron en el centro de la pista con las demás parejas, la joven se percató
de que la camisa blanca que llevaba estaba desabrochada, confiriéndole un
aire salvaje.
Toda su indumentaria clamaba lo contrario al estilo del amargado Adam
Henderson que ella conocía.
«¿Seguro que es él?», se preguntó la muchacha, observándolo mientras
el hombre la acercaba hasta él, mostrándole la posición correcta. Al notar
que Henderson posaba la mano en su espalda, comprobó, anonadada, cómo
podía sentir un ardor traspasándola. No obstante, fue en el instante en el que
él volvió a acercarse a su oreja que un escalofrío recorrió su espina dorsal,
provocando que se estremeciera entre sus brazos.
—Es un vals. Déjese llevar —la susurró seductor al tiempo que iniciaban
las primeras notas musicales.

***

La señorita Hawk era una pésima bailarina. Aquella fue la conclusión a la


que llegó Adam Henderson en el momento en el que comenzaron a dar los
primeros pasos. Le estaba pisando continuamente, y sus pies ya empezaban
a sufrir la torpeza de su inexperta secretaria. Sin embargo, eso no quitaba el
hecho de que, cuando la había observado descender por la escalera, ataviada
de aquella forma, la hubiera reconocido al instante. El condenado vestido
dejaba a la vista de cualquier persona todos los encantos ocultos de la
señorita Hawk. Sentir con la mano la curvatura de su espalda provocó un
cúmulo de emociones desconocidas para él.
La muchacha se removía inquieta entre sus brazos.
Otro pisotón. Auch.
«¿Para qué te habrás puesto tacón?».
—Perdón... —volvió a disculparse por enésima vez.
—Cálmese.
Para complementar aquella orden, la acercó más de lo debidamente
aceptado. Percibir sus caderas pegadas a las suyas y el siempre olor dulce
que la acompañaba desencadenó en Henderson una certeza: pedirle bailar
había sido muy mala idea. No obstante, no lo había podido evitar. En el
momento en que la vio dispuesta a seguir a Luke, que andaba igual de
perdido que ella, sus piernas reaccionaron solas y su boca lo traicionó.
Tenía que impedir aquello.
No entendía por qué, pero no consentiría que su secretaria se besara con
su amigo. Era antinatural. La señorita Hawk no estaba hecha para alguien
como Luke. Solo estaba evitando un desastre, se tranquilizó a sí mismo,
guiándola en los últimos acordes musicales.
Debía aprovechar que ella estaba despistada para llevarla lejos de la pista
y de Brown antes de que acabaran de tocar los de la orquesta. Y así fue
como la dirigió fuera de la estancia por la primera puerta que vio, que, al
parecer, daba a un pasillo desierto.
—Um... ¿qué hacemos aquí?
Debía creer que no la había reconocido, porque la señorita Hawk se
esforzaba por darle una tonalidad extraña a su voz.
—Quería hablar con usted.
—¿Cómo?
—¿De verdad planea hacerlo?
—Creo que no le entiendo
—¿Tantos deseos tiene por besar?
—¿Eh? Pues hombre, ahora que lo dice, sí. Quiero ser besada.
Intensamente, a poder ser. De todas formas, ¿cómo sabe usted eso?
—¿Y no le importa con quién sea?
—¿Cómo dice?
—Está dispuesta a besar a un hombre que apenas conoce.
—Bueno ¿y qué con eso? Soy una mujer libre. Puedo hacer lo que se me
antoje. Y si quiero besar al primero que pase por la calle, esté seguro de que
lo haré
Sin duda, aquel idiota era su jefe. Estaba confirmado. Solo él conseguía
ofenderla de aquella manera.
—Perfecto. Entonces, permítame que le eche una mano con su deseo.
Sin verlo venir, Adam la aferró de los hombros y, acercándola con
rapidez inusitada a su cuerpo, descendió hacia sus labios, asediándolos y
arrasando con todo a su paso.
CAPÍTULO 21
«El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la
mirada».
Gustavo Adolfo Bécquer

Se dice que los momentos importantes de la vida son aquellos que definen y
caracterizan la manera de ser y actuar de una persona. Somos el resultado
de un componente biológico y experiencial que, fusionados, forman un ente
que vive, siente y piensa. Pero en el instante en el que Ellie Hawk fue
acercada impetuosamente a la boca de Adam Henderson, una de estas
reglas universales falló; se desintegró junto con el libre albedrío de la
muchacha.
Dejó de pensar. Únicamente sentía y se dejaba caer en aquel frenesí sin
principio ni fin.
¿El mundo podía dar vueltas? ¿La tierra debía temblar de aquella forma?
No estaba segura. Lo que sí tenía claro es que ni en cien años olvidaría esa
maravillosa experiencia.
Al principio había estado tan sorprendida que lo primero que pensó era
que desconocía qué pasos tenía que seguir para corresponderle de forma
adecuada, mas no hizo falta, pues Henderson la guio como un maestro
experimentado. Con la punta de su lengua, la obligó a abrir los labios, y fue
en el instante en el que él se introdujo dentro de ella que ambos ardieron. El
universo giró y giró para las dos almas que se reconocieron en aquel idilio
improvisado e inesperado. Ambos fueron envueltos en un torbellino de
emociones y sensaciones poderosas. El beso, que empezó siendo
impetuoso, se fue tornando ansioso y furioso. Aquel loco y sensual labio
inferior la estaba volviendo loca. Las lenguas se entrelazaron infinidad de
veces con vehemencia y necesidad. La intensidad ascendió, y, con ella, la
confianza de Ellie, que lo rodeó con sus brazos por el cuello para acercarlo
más a ella.
Sentir. Solo quería sentir más. Estaba borracha de aquel recién
descubierto nuevo mundo en el que Henderson la había envuelto. Todos sus
reparos y prejuicios fueron relegados al lugar más lejano de su conciencia.
Solo importaba el momento de ahora y tenerlo más cerca. Mucho más.
Sin duda, lo que tuvieron en aquella heladería no se podía considerar su
primer beso. Esto era diferente. Arrollador, vibrante, demoledor.
Adam no podía creerlo. Lo que había comenzado como un acto
irracional e impulsivo se había convertido en una delicia de sabores. La
señorita Hawk había resultado ser toda una caja de sorpresas.
Su torpeza del comienzo lo enterneció, por lo que decidió mostrarle
cómo debía hacerlo. Había notado que sus labios eran suaves y voluptuosos,
pero fue en el instante en el que él se disponía a enseñarle cómo tenía que
hacerlo que una certidumbre impactó contra él, dejándole sin aliento.
Aquella lengua, que estaba seguro de que llegaría a ser muy traviesa, era
una maravilla. No solo olía a algodón de azúcar: sabía jodidamente como
uno.
Lo peor era que no conseguía despegarse de ella. Ansiaba más.
Cuando sintió que la joven le rodeaba con sus brazos y lo acercaba más a
ella, creyó morir entre algodones. Escuchar el repentino gemido que escapó
de labios de la muchacha provocó que Adam soltara un gruñido gutural
totalmente involuntario. Profundizando el beso, la empujó hasta dejarla
encerrada entre la pared y su cuerpo. Presionándola contra sus caderas,
logró captar sus curvas deliciosas. Fue consciente de su feminidad
llamándole como los cánticos de aquellas sirenas que relataba Homero.
Percibiendo cómo lograba despertar con furia su virilidad, la aferró
férreamente por la nuca para saquear su boca. Tenía que parar, pero no
podía: una impetuosidad indeterminada lo absorbía y arrastraba a seguir
asaltando la dulce e inexplorada cavidad de la señorita Hawk. El hecho de
ser consciente de que era el primero en besarla lo enloqueció. Con esta
afirmación impregnando cada fibra de su ser, volvió a adentrarse en su
interior con violencia.
Un sentimiento de posesividad aletargado despertó súbitamente en él.
Necesitaba marcarla. Sacarla de allí y hacerla suya. Pero aquello era un
total sinsentido. Estaba delirando por los días de abstinencia. Tenía que
soltarla y alejarse.
Con una determinación que no creyó reconocer en sí mismo, se
desprendió de su boca, pero aún no podía dejarla ir. Sentir la sinuosidad de
su cuerpo embutido en aquel vestido del demonio lo estaba desquiciando.
Una tortura y deliciosa locura. Apoyando su frente en la de ella, ambos
alientos se entremezclaron con las respiraciones aceleradas, demostrando
ante los dioses cuánto les costaba respirar.
Aquel beso les había consumido mucho más de lo que alguna vez
pudieran imaginar. De repente, percibió cómo la señorita Hawk comenzaba
a temblar entre sus brazos.
El deseo. Sabía que acaba de descubrir las sensaciones ocasionadas por
un apetito sexual truncado, y él maldijo. Gruñó porque sus bajos instintos y
la razón habían comenzado una lucha de voluntades desaforada.
Pese a que sabía que debía dejarla ir, no lograba hacerlo.
—Joder.
«Maldita abstinencia». Tenía que ser eso.
Todavía entre sus brazos, Ellie notaba su pulso acelerado. Su sistema
nervioso amenazaba con colapsar.
—Vaya... eso ha sido... Guau... y me quedé como... ¡Guau!...
No entendía por qué se sentía tan intranquila. Sus pechos pesaban,
doloridos y comprimidos en el escote, y notaba una humedad desconocida
entre las piernas.
—Bueno —comenzó Adam, recuperando el oxígeno. Después, añadió
bruscamente—: Ahí tiene lo que quería. Ya no hace falta que lo busque en
Luke.
—Pero ¿qué dice?
La humedad se volvió cada vez más incómoda con cada palabra que
Henderson le lanzaba.
—Lo que ha oído. ¿Ese plan descabellado que ha ideado? Vaya
olvidándose de él. En cuanto acabe esta dichosa noche, nos iremos a París.
—¿Eh? —exclamó, sintiendo que su cuerpo, que había estado en llamas
hacía unos instantes, comenzaba a enfriarse. No entendía nada de lo que
decía su jefe. ¿París? Pero ¿qué demonios?—. ¿Y Roma? Aún no hemos
resuelto lo del hotel.
—Luke se encargará de eso. Usted y yo nos vamos al de Francia.
—¿Y mi beso?
—Le acabo de decir que se olvide de besar a mi amigo.
—Me refiero a este, cabeza de alcornoque. ¿Qué? ¿Me besa y después
quiere arrastrarme así, nada más que a París?
—¿Acaba de llamarme alcornoque?
Adam aún no conseguía adaptarse a la desfachatez de aquella mujer.
—Pues sí, tiene la sensibilidad de una serpiente. ¿Por qué lo ha hecho
siquiera?
La señorita Hawk parecía muy enfadada y aquello le sorprendió. Al fin y
al cabo, le había dado lo que ella buscaba.
—Usted lo pidió. Considérelo un extra. Como las pagas de las dietas,
pero en un terreno más personal.
—¿Cómo dice?
—No tiene más importancia. Dijo expresamente que no le importaba con
quién fuese, así que, como hoy me sentía benévolo, accedí a su petición.
—¡Oh! ¡Era mi segundo beso! —le reclamó enajenada.
—¿No estuvo bien?
—Sí, sí... digo... no. ¡NO!
Había sido increíble, pero no podía darle esa satisfacción.
—¿Todavía siente deseos de ir a asediar a mi amigo?
Esa frase enfureció aún más a Ellie, quien no podía seguir los
pensamientos de aquel arrogante pomposo.
—¿Y a usted qué le importa?
—Me interesa el porvenir de mis amigos. Y usted no le conviene.
—¿Se está escuchando?
—Si aún tiene ganas de ir a tirarse a los brazos de Luke, tendré que
volver a intervenir —amenazó él, acercándose más a ella.
«Oh, joder, sí», clamó la voz del deseo, recién despertada en Ellie.
«¿Y tú quien mierda eres? Largo de aquí», ordenó la razón, alterada por
la presencia del nuevo integrante.
—¿Intervenir? Por el amor de Dios, ¡tiene novia!
—Esto es mucho más importante que el amor. Se trata de amistad. Por
los amigos se hacen muchas cosas. Luke me lo agradecerá con el tiempo.
Ahora, deme su palabra de que no increpará sexualmente al señor Brown.
—Pero no puedo prometer eso.
—De acuerdo, usted lo ha querido.
Adam comenzó a acercarse a ella de nuevo. No escaparía de sus brazos a
menos que lo prometiera.
Sus labios quedaron a escasos milímetros de los de la señorita Hawk. La
virilidad de Adam Henderson saltó por la anticipación.
—¡Espere! —clamó Ellie, alzando las manos en señal de rendición. No
quería seguir con aquel juego retorcido, por muy placentero que este fuera
—. Vale. Solo por esta noche.
—Perfecto, me complace saber que hemos llegado a un acuerdo —
sentenció. Separándose de su cuerpo, ordenó—: Volvamos al salón.
Perder el calor que había provocado el contacto con él fue como si le
hubieran tirado un jarrón de agua fría. Ambos se encaminaron a la estancia
donde los invitados seguían bailando ajenos a todas las situaciones que
estaban aconteciendo en aquella tórrida noche de San Marcos.

***

«El ser humano es un ser social por naturaleza».


Aristóteles

Esta frase describe perfectamente el impacto emocional que la sociedad


tiene sobre un individuo. Las experiencias que vamos teniendo a lo largo de
nuestra vida nos van mostrando y enseñando cómo actuar en el mundo. Por
eso, el primer contacto social es el más complicado: se asimila a cuando un
niño se sube por primera vez en una bicicleta sin ruedines. Es muy probable
que la caída esté asegurada.
Esto fue lo que le sucedió a Ellie Hawk, quien, al ser besada por primera
vez de aquella forma tan impetuosa, quedó impactada; perdida en una
infinidad de sensaciones. Tomar su primer paseo «en la bici de los labios de
Henderson» había provocado que se estrellara. Con todo. No supo qué
responder, porque no consiguió asimilar toda la información que el tipejo le
arrojó. Había sido su primer contacto personal con otro ser humano que no
fuera un familiar, y, aunque le molestaba supinamente que él le impusiera
aquella regla absurda, sabía que el hombre no era afamado por su
sensibilidad o por su humildad. En múltiples ocasiones le había demostrado
lo presuntuoso que era y el tipo de valores que esgrimía.
De cualquier forma, lo más importante para ella era cumplir con su
trabajo de forma eficiente para poder llevar a casa un sueldo digno que
ayudara a sus hermanos a construirse una vida diferente a la suya.
Le costaba reconocerlo en voz alta, pero tras experimentar aquel beso se
había percatado de que apenas conocía nada sobre el mundo sexual o
emocional. Las películas de Disney siempre le habían vendido que el
romance lo era todo, pero vio que en ellas no aparecía otro factor
importante: la atracción. Su conmoción fue descomunal cuando fue
consciente de que desconocía todo tipo de experiencias que la mayoría de
las muchachas de su edad ya habrían experimentado. Aunque lo había
intuido siempre, cada vez que un pensamiento de ese estilo irrumpía en su
la cabeza, lo relegaba a un rincón recóndito de su mente, justificándose con
que estaba muy ocupada para esas nimiedades. Hasta aquel instante, no
había sabido ver lo crudo que era no conocerse a sí misma. No podía
comprometerse con una persona e introducirla en su familia hasta que no
hubiera vivido.
Vivir. Se había sentido viva por primera vez entre los brazos de
Henderson. Puede que se sintiera así con otros hombres, pero no lo sabía, y
aquella desinformación la aterró. Tenía que ganar algún tipo de experiencia,
divertirse como siempre le aconsejaba Ada, no pensar tanto en el futuro y
disfrutar del momento. La estabilidad de la que siempre hablaba llegaría
con el tiempo... Al menos, eso esperaba.
Su mente estaba reflexionando sobre esta repentina revelación cuando se
dio cuenta de que habían llegado al lugar donde había dejado a Maddie.
Henderson trataba de no darle mucha importancia al beso que habían
mantenido, pues se trataba de un favor personal que le había hecho. En
aquellos momentos estaba estudiándola inquisitivamente, ya que el hecho
de que su secretaria estuviera mucho rato callada era insólito. Se había
acostumbrado a que siempre soltara alguna tontería. No obstante, se
encontraban al lado de las mesas repletas de comida y la joven apenas había
dirigido su atención hacia ella. ¿Debía comenzar a preocuparse?
—¿No tiene hambre?
—Em, sí, ahora como. Estoy buscando a Maddie.
Meditabunda, la señorita Hawk sondeó la estancia en busca de un
vestido negro.
—Seguramente habrá ido a bailar.
Dirigió una mirada al bufé libre, que se notaba que era de calidad,
aunque, para su gusto, faltaban muchas cosas. Ambos estaban tan
ensimismados, uno seleccionando su cena y la otra buscando a su amiga,
que ninguno reparó en que un caballero se acercaba hasta ellos.
—¿Señorita?
Ellie lo contempló y reconoció en aquella sonrisa a Luke. Divertida, le
hizo una reverencia.
—Caballero.
—Luke —intervino Adam, tenso.
—Henderson, es un baile de máscaras. Métete en tu papel —le reprochó
Luke. Después, digiriéndose a Ellie, la halagó recorriéndola con una mirada
admirada—. Déjeme decirle que está usted preciosa.
—¡Oh! Gracias.
Adam captó este intercambio comunicativo en el que ella se sonrojaba
de pies a cabeza, y, molesto, puso los ojos en blanco.
—¿Me concedería este baile?
—¡Por supuesto!
Adam no podía creerlo, aquello era insólito. Una traición en toda regla.
Tras reponerse del impacto inicial, procedió a enviarle señales no
verbales con un significado explícito: «¿Y nuestro acuerdo? Lo prometió».
Ellie lo ignoróy, posando su mano sobre la que le tendía Luke, divertida,
le guiñó un ojo a Henderson y se dejó arrastrar a la pista de baile.

***

«¡Chúpate esa, Henderson!», se dijo Ellie, deleitada al ver la cara que


compuso su jefe cuando se escapó ante sus narices. Desconocía la forma de
bailar el ballroom; únicamente supo identificarlo porque Maddie se lo había
dicho. Por eso, cuando Luke la condujo hasta el interior de la rueda donde
estaban el resto de las parejas preparadas para comenzar el baile, creyó
conveniente comentárselo.
—Um... Luke
—¿Sí, mi querida dama?
—No tengo ni la más remota idea de bailar esto.
—Entonces será mucho más divertido —declaró Luke jovial—. Intenta
seguirme.
—Espero que no acabe en desgracia.
Insegura, Ellie contempló al resto de parejas, por lo que pudo percatarse
de que en una rueda cercana estaba Maddie, quien, ataviada con su precioso
vestido negro, se encontraba en compañía de un hombre rubio enmascarado
que no logró reconocer.
«¿Ese es Adrien? Al final lo encontró. Es una lástima que no estemos en
el mismo círculo»,
Las primeras notas musicales comenzaron y Ellie se dejó llevar.
Al principio, lo único que hizo fue pisar a Luke, pero al cabo de un rato,
consiguió imitar el paso que hacían el resto de las mujeres. No obstante,
como la mala suerte no podía estar mucho tiempo alejada de ella, la diosa
Fortuna consideró que era hora de intervenir. Así pues, durante uno de los
giros que hacía con Luke, se le atascó la zapatilla de baile en el vuelo de la
falda, ocasionando que perdiera el equilibrio.
Cayó hacia atrás, agarrando al castaño y arrastrándolo con ella.
—¡Ay, Dios!
Ambos impactaron contra el suelo, ganándose las miradas incrédulas del
resto de bailarines, quienes habían dejado de bailar para preguntarles si
estaban bien.
—¡Qué vergüenza! Levántate, Luke, corre —le instó ella, abochornada,
sintiendo el peso del moreno encima de ella—. Huyamos de la escena del
crimen.
—¿Huir? —preguntó Luke sobre ella, divertido. Después se lo pensó y
alegó, travieso—: A la de tres: una...
—Dos...
—Tres.
Agarrándola de la mano y tirando de ella con rapidez, ambos escaparon
riendo.

***

Adam no podía creer la desfachatez y el descaro que estaba demostrando


la señorita Hawk con aquel comportamiento.
«¿Cómo se atreve ¡¡No tiene ninguna palabra!!», cavilaba furioso,
contemplando cómo la pareja se incorporaba a una de las ruedas del
ballroom que estaba aconteciendo en la pista.
Era una descarada. ¿Cómo se le ocurría ir a bailar después de prometerle
que no se acercaría a su amigo? No se lo había pensado dos veces antes de
aceptar la proposición de Brown.
Adam Henderson estaba furioso. Intentaba no perder de vista a la pareja
que se encontraba bailando en una de las ruedas que se encontraba más
alejada de su posición.
«Maldito Brown. No ha perdido el tiempo», maldijo, colérico al ver que
su amigo la tenía entre sus brazos y giraba con ella. Ver que la muchacha se
echaba a reír mientras hacía todas las figuras mal provocó que su sangre
hirviera.
«Eh, ¿por qué diablos siquiera le sonríes? No se venda de esa forma.
Tenga algo más de clase»,
No obstante, toda la situación empalideció cuando pudo contemplar
atónito cómo la muchacha se resbalaba al suelo, arrastrando con ella a
Luke. Dio como resultado que ambos acabaran en una posición
comprometedora.
«Esa criatura estúpida siempre involucrando a los demás en sus
desgracias», reflexionó un furibundo Adam, notando cómo sus piernas
volvían a cobrar vida propia, dispuestas a encaminarse en dirección a la
pista de baile.
Mas no llegó muy lejos, pues se percató de una escena que suscitó que se
detuviera repentinamente. Ambos se estaban sonriendo mientras que el
castaño la ayudaba a levantarse. Tras esto, abandonaron la estancia con
rapidez, mimetizándose entre la multitud de parejas.
Los había perdido.
«Iré a por ella... como mujer».
Aquellas palabras pronunciadas por Luke resonaron con intensidad en la
mente de Adam. Sintió cómo todo el fuego que le embargaba se disipaba,
dejándole helado.
De repente, se dio cuenta de que no podía hacer nada. Brown tendría
toda la libertad para besarla si se le antojaba.
«Pero tú también la besaste...», intervino la voz de la razón.
«¿Qué? No es lo mismo, lo mío fue porque estaba desesperada. ¡Dijo
que besaría al primero que se le cruzase si quería! Y como a mí ya me rozó
una vez..., pues no fue para tanto. Además, Luke no le conviene... Este
mundo no es para ella. Es ingenua, descarada, sincera... dulce.
Definitivamente, no se parece en nada a las mujeres que rigen nuestro
mundo, carece de cualquier tipo de valores o modales».
«Tampoco tiene malicia», añadió el subconsciente.
«Exacto. No es, por ejemplo, como Sasha. Oh, mierda, ¡Sasha! Debería
llamarla... estará furiosa», determinó Adam en su fuero interno mientras
salía del salón, tecleando en su móvil.

***

Ellie se dejó arrastrar por Luke hasta lo que parecían ser unos jardines
situados detrás de la mansión.
Ambos se echaron a reír en cuanto fueron conscientes de su huida
frenética.
—Esto me recuerda a una ocasión en la que también fui arrollado.
—¡Ay, Dios, sí! A mí también me pasan ese tipo de cosas siempre... Soy
una torpe. ¡Cuánto lo siento, Luke!
—No te preocupes, fue diferente y divertido. Además, quería hablar
contigo.
—¿Sobre qué?
Curiosa, observaba cómo los ojos chocolate del hombre cambiaban de
intensidad.
—Sé que Adam y tú os iréis a París dentro de poco.
—Ah, ¿sí? Qué suerte. Yo me he enterado esta noche —respondió ella,
recordando indignada que Henderson le había soltado a bocajarro y de
malas maneras la información después de besarla.
«Estúpido idiota...».
—Bueno... Sin darme cuenta se me echó el tiempo encima y no encontré
el momento adecuado para decirte que me pareces una persona increíble.
Eres divertida, inteligente, paciente, fuerte... Para aguantar la amargura de
mi amigo hay que serlo. ¡Y mírate! —exclamó Luke, señalándola de arriba
abajo—. También eres preciosa y jodidamente sexy. ¿He dicho ya que con
ese vestido pareces una diosa? Porque, si no lo he dicho, de verdad,
golpéame.
Ellie se quedó estupefacta ante aquella confesión inesperada. Luke era el
hombre más dulce y caballeroso que había conocido... y estaba ahí,
diciéndole que ella... ¡Ella!, Ellie Hawk, le parecía increíble. Casi parecía
un sueño. Si se lo hubieran dicho años atrás, hubiera creído que era una
locura que un hombre como aquel estuviera llamándola «sexy y preciosa»
...
—Luke..., no sé qué decir...
Y era verdad. No había estado preparada para aquello. Al principio de la
noche estaba decidida a poner en marcha el plan ideado con Maddie, pero
ahora que él ponía aquello ante ella, no sabía cómo actuar.
—No tienes que decir nada, solo... ¿me dejas intentar algo?
Una sonrisa traviesa se extendió por su cara.
—¿El qué?
—Esto.
Sujetándola por la nuca, la sostuvo hasta depositar su boca encima de la
de la muchacha, quien en aquel instante estaba atónita.
«O sea, universo, Dios, karma o lo que sea que esté ocasionando esto:
¿en qué piensas? Durante veinticuatro años no se me acercan ni las moscas
del estercolero y ahora estoy aquí, siendo besada por dos... ¡en la misma
noche! ¿Esto es alguna clase de retorcido experimento? ¿Habrá alguna
cámara? Como me salga algún tipo con peinado raro diciéndome que he
sido víctima de alguna broma pesada, colapsaré aquí mismo».
Ellie estaba tan sorprendida que su mente había activado un mecanismo
de defensa y comenzado a delirar.
Tras superar el shock inicial, comenzó a debatir consigo misma. Bien
visto, ¿quién era ella para contradecir los designios de su destino? Tomaría
lo que aquel chico sexy le daba y lo disfrutaría.
Se concentró en sentir sus suaves labios invadiendo los suyos y se
preparó para el impacto. Ellie abrió la boca, solícita, para permitirle la
entrada a Luke. Notó la lengua de él acariciar la suya y le agradó. La besó
con dulzura, probándola, conociéndola. Poco a poco fue aumentando la
intensidad, y Ellie se tensó esperando la colisión de emociones.
Mas no llegó.
El hombre besaba deliciosamente, pero su mundo no giró ni hubo
explosiones internas. Ella, frenética, le devolvió el beso, desesperada por
notar algo más. Tenía que haber algo. «¿Dónde está el dichoso
interruptor?». Sabía genial, pero no conseguía que se moviera la tierra.
«¿Sería descarado que le pidiera que me toque?», caviló, frustrada por no
encontrar lo que buscaba. «A lo mejor con cada hombre es diferente», se
tranquilizó. Con Luke había experimentado dulzura, con Henderson,
frenesí. Aquel hombre la había hecho sentirse ardiendo.
Una locura, no tenía ningún sentido.
Su plan se había ido por el sumidero de la decepción.
«¿Por qué diablos me pasa esto? Es perfecto, placentero... pero no
consigo notarlo. No viene...».
Era injusto. El único hombre que había considerado perfecto no
conseguía activar lo que el imperfecto encendió en ella.
Ellie notó el momento en el que la intensidad del beso fue menguando.
Luke se retiró sonriendo.
—Ha sido genial —comentó Luke. Después añadió, preocupado—:
Espero que no te haya molestado que me lanzara de esta forma...
—No, no te preocupes
Estaba muy decepcionada consigo misma.
—Sé que nos conocemos desde hace poco, pero me gustas y quería darte
un beso como despedida.
—Ay, Luke, tú también me gustas.
Le emocionaba lo dulce que era el hombre. Y lo hacía. Incluso si el
mundo no había girado con él, Luke era una persona a la que siempre le
tendría un cariño inmenso.
—Espero que en un futuro nos podamos encontrar y sigamos
conociéndonos más.
—Por supuesto.
—La echaré de menos, señorita Hawk —pronunció el castaño, imitando
la voz amargada de Henderson.
—¡Luke! No es así —le reprendió Ellie, divertida. Después, simulando
la voz del idiota de su jefe, añadió—: Es más parecido a... No tiene ninguna
clase, señorita Hawk.
—Intenta tener paciencia con él. Es un bruto, pero en el fondo tiene buen
corazón.
—Sí..., aunque creo que jamás conseguiré caerle bien.
—Ya lo haces, pero es un orgulloso como para reconocer las cosas. Dale
tiempo.
—Vale.
—Venga, volvamos o ese idiota nos matará.
—Dios, sí... ¿Viste qué cara puso?
Entre carcajadas ambos se adentraron en la mansión de nuevo en busca
de los demás.
CAPÍTULO 22

«Es de noche que se percibe mejor el estruendo del corazón, el


repiqueteo de la ansiedad, el murmullo de lo imposible y el silencio del
mundo».
Fabrizio Caramagna

Desde tiempos remotos se ha considerado que la noche puede llegar a tener


beneficios, propiedades... Hay personas que sostienen notar la magia en el
ambiente nocturno: la luna se cierne imponente sobre la tierra, observando
cómo los simples mortales caen sumidos en los mundos de Morfeo. No
obstante, para aquellas personas que deciden hacer vida noctámbula, son
rodeados por la magia.
Aquella noche de mascarada en una mansión perdida en Venecia, estuvo
muy presente el misticismo. Dichas paredes escucharon, vieron y sintieron
todo lo que acontecía entre ellas. Cuando Ellie y Luke regresaron al salón,
la muchacha se percató de que Maddie se les aproximaba con paso veloz.
—Vámonos —dijo a modo de saludo la joven, ganándose una mirada
extrañada por parte de Luke, que no la había reconocido.
—¿Qué pasa?
—Un idiota. Eso pasa... Hay cucarachas que deberían tener la entrada
prohibida a todos los lugares del mundo.
Luke aún permanecia asombrado con el atuendo de la joven.
—¿Maddie?
—¿Alguien ha sido grosero contigo?
—No, no te preocupes, Ellie. Solamente deseo que nos marchemos ya...
—pidió Maddie, cogiéndola de la mano para instarla a salir. Después,
recordando, se lamentó colérica—. Ni siquiera me pude despedir de
Adrien... Esa basura...
—Creo que falta Henderson
Dubitativa, Ellie buscó a su jefe con la mirada.
—Tranquilas, iré yo a por Adam. Ellie, acompaña a Maddie si se quiere
ir. Yo me encargaré de que no se pierda.
—Gracias.
—De acuerdo. Maddie, ¿nos vemos en la casa?
—Sí
—Hasta luego, Luke.
—Hasta pronto, bella dama.
Internándose entre la multitud que se agrupaba en torno a la pista,
desapareció.
Después de esto, Ellie siguió a Maddie hasta la salida de la mansión.
—Maddie, ¿qué es lo que ha ocurrido?
—No me apetece hablar de ello...
—¿Estás bien?
—Sí, aunque tengo ganas de patear algo.
—¿Quién ha sido? ¿Tengo que ir a por mi bate?
—¿Tienes uno?
—En realidad no es mío, sino de mi hermana Ada.
—¿Y para qué quiere uno?
—Hay respuestas sobre ella que, francamente, prefiero seguir
desconociendo...
—Tu hermana tiene que ser todo un caso —se rio Maddie—. Me hubiera
gustado que conocieras a Adrien... A lo mejor podríamos quedar para tomar
algo los tres.
—Ojalá, pero Henderson me dijo esta noche que mañana nos vamos a
París.
—¿También ha venido Henderson? —preguntó Maddie, extrañada—.
Mucho decirnos que no y reírse de nosotras, pero luego se presentan aquí...
Esa rata no acudió sola.
—¿Rata?
—El estúpido de D’Angelo.
—¿Enzo estaba aquí?
El italiano había dicho que no asistiría a la fiesta, aunque, viéndolo en
retrospectiva, Henderson también lo hizo y, sin embargo, allí se encontraba.
—Para mi desgracia, sí —gruñó Maddie—. Pero no hablemos de ese
idiota, cuéntame. Pude ver que viniste con Luke. ¿Funcionó el plan? ¿Cayó
ante tus encantos?
—Más o menos...
Ellie no deseaba recordar la experiencia. Todavía escocía.
No podía creer que no hubiera sentido nada más. ¿En qué lugar la dejaba
eso? Era una desagradecida. No tenía que pedir más. Había sido besada por
dos chicos y estaba como una ingrata pretendiendo sentir algo más con el
adecuado; notar lo mismo que con el primero.
—¿Qué sucedió?
—Me besó.
—¿Qué? —inquirió Maddie, anonadada. Después, saltando emocionada,
lanzó un puño al aire y exclamó—: ¡AJÁ! ¡Esa es mi chica! Sabía que no
podría resistirse a ti, ¡lo sabía! ¿¿Y cómo fue??
—Perfecto...
—¡¡Sí!! —exclamó su amiga, pero al ver la expresión que componía la
joven, formuló—. ¿Pero...?
—Pero no sentí nada.

***

Adam escuchó el quinto timbrazo de la séptima llamada que le había hecho


a Sasha, y, como las otras siete veces más que la había llamado, saltó el
contestador de voz.
«La cosa debe ir en serio si no me coge el móvil»,
Después de intentarlo infructuosamente con el teléfono de la empresa, se
dio cuenta de que no debía estar en su despacho. «Tampoco me responde a
los mensajes», se planteó, estudiando la ventana del WhatsApp que tenía
abierta con la última conversación con Sasha.
«Apenas nos escribimos», fue el pensamiento de Adam Henderson al ver
los escasos mensajes que se enviaban.
De manera súbita, fue consciente de que se encontraba solo en una
habitación de una fiesta donde con toda probabilidad no conocería a nadie.
Adam Henderson estaba solo en una sala de una fiesta perdida de la mano
de Dios; aquello sí que era un hecho insólito. Bueno, estaba Madeline, pero
con ella apenas tenía relación, y luego Luke, pero teniendo en cuenta que
este estaría besuqueando a su secretaria...
Su sangre volvió a arder solo de imaginárselo.
Decidido. salió de la estancia en la que se encontraba para marcharse de
aquella fiesta, a la que jamás tendría que haber ido. Se encaminó por los
pasillos en busca de la salida principal.
No obstante, al cabo de un rato, escuchó una voz grave que le llamaba.
—Henderson, espera.
—¿Enzo? ¿Qué haces aquí? —preguntó Adam, curioso, al ver salir de
uno de los balcones la gran y reconocible complexión del rubio. Se
acercaba sin máscara hacia él—. Te dejamos en casa diciéndonos que no
vendrías.
—Unos amigos me llamaron informándome de que estarían en la fiesta.
—Ah, ¿sí?
—Sí, al parecer vienen personas reputadas.
—Es curioso, porque todavía no he visto a ninguna de ese estilo —
comentó Adam, amargado. Después, percatándose de que Enzo seguía sin
su máscara, inquirió—: Sabes que esto es una mascarada, ¿no?
—Sí, ¿por qué?
—Porque no tienes puesta tu máscara.
—Oh... eso. Me incomodaba.
—Sí, la verdad que esto es un invento del demonio.
Se arrancó la suya al destellar en su cabeza la imagen de la delicada
máscara de seda sobre las dulces facciones de la señorita Hawk.
Imaginársela así en otro contexto provocó que su amigo volviera a saltar
emocionado.
«Abajo, idiota. ¿Por qué diablos te crees que te estás excitando?»,
ordenó, enfadado, a su pene erecto. Al ver que la imagen de su secretaria
seguía irrumpiendo en su mente con aquel delicioso vestido, se reclamó
colérico. «No tendrán una ducha por aquí, ¿verdad?».
—Sí, pero Adam ¿te vas ya?
—Sí, solo tengo que encontrar la salida.
—Creo que es por allí.
Ambos hombres se encaminaron hacia la entrada del salón de baile, mas
no tardaron mucho en ser asaltados por un hombre castaño enmascarado.
—Vaya, mirad quién está por aquí, si es el acosador de secretarias.
—Supéralo, Henderson. Estaba buscándote —comentó ácidamente. Mas,
al percatarse de la presencia del rubio, lo miró curioso—. Enzo... conque
eras tú.
«He sido ignorado como un panoli»,
—¿Eh? ¿A qué te refieres?
—Nada, da igual —le restó importancia y estudió con atención al
italiano—: Ellie se acaba de marchar con Maddie. Parecía muy agitada.
—¿Y a mí por qué me miras? La habrá liado, como siempre.
Enzo parecía extrañamente huraño, eludiendo la pregunta que destilaba
en los ojos azules de Luke.
El hombre había realizado una conexión entre la actitud que había
demostrado Maddie y el humor del italiano.
Algo había sucedido.
No obstante, saltaba a la vista que su amigo no estaba dispuesto a hablar
sobre ello.
—Eh, tranquilo, que yo solo lo comentaba. ¿A dónde vais?
—Nos largamos de aquí —aclaró Adam, quien había estado buscando en
Luke algún rastro que confirmara que había besado a la señorita Hawk.
Al no encontrar nada, suspiró aliviado.
«Espera. A ti también te ha besado», saltó repentinamente la voz de la
conciencia.
«En realidad, la hemos besado nosotros», intervino el subconsciente.
«Tenemos que buscar con urgencia un espejo, ¿nos habrá dejado alguna
marca?», clamó alterada la razón.
«Ojalá», terció el deseo insatisfecho.
«Tú calla. Por tu culpa estamos como estamos», acusó el raciocinio.
—De todas formas, ¿tú dónde estabas, Brown?
—Despidiéndome de Ellie.
—¿Pudiste llevar a cabo lo que te proponías? ¿Se lo dijiste a la
muchacha?
—Sí.
Ante aquella afirmación, el pelirrojo se tensó, centrando toda su atención
en la conversación mantenida por sus dos amigos.
—¿Solo nos vas a contar eso? ¡Tío!
Enzo se sentía molesto porque fueran dejados aparte. No obstante,
ignoraba el volcán en erupción que se encontraba a su lado.
—No creo que necesitéis saber más.
—Oh... Luke nos está ocultando algo.
Pese a aquella acusación, el castaño lo único que hizo en respuesta fue
levantar los hombros, esquivo, ocasionando que Adam hirviera más
imaginando cosas peores.
«Tranquilízate, no es de nuestra incumbencia. Ella puede hacer lo que
quiera», le avisó la razón.
«Pero no es ético que se involucre precisamente con mi amigo. Podría
tener algo más de dignidad», le reprochó su parte irracional.
—¿No nos íbamos? —gruñó Adam, interrumpiendo el nuevo intento del
italiano por sacarle información al idiota de Brown.
—Sí, mejor. Las chicas ya habrán llegado a la casa.
***

Tiempo después de que ambas muchachas arribaran a la casa de los Wright,


Maddie todavía no podía creer lo que le había contado su amiga.
—¿Y por qué no?
—No lo sé.
—¿Pero te gustó?
—Sí, fue muy placentero... —confesó Ellie, recordando el beso que
había vivido. Pero al compararlo con el de Henderson, empalidecía.
—¿Entonces?
—No sabría explicarlo... No se movió la tierra. ¿Tú has besado antes,
Maddie?
—Umm... ¿Se podría considerar beso? Bueno, supongo que sí...
—¿Y cómo fue?
—Un asco.
—¿Por qué?
—Es complicado de explicar, pero no es lo que hubiera deseado para mi
primer beso.
—Vaya... Lo siento.
—Es lo que dicen, que el primero nunca es el mejor.
Ellie no estaba segura de aquella afirmación. Al menos, no después de
aquel beso con Henderson. El tipo era un idiota, pero era el único hasta
entonces que había conseguido incendiar su cuerpo.
Tenía que olvidarle. No era apropiado que pensara más sobre ello. Tenía
novia y ella no quería acabar deseando a un hombre que estaba en una
relación, pues Ellie siempre llevaba un lema por bandera, «no hagas lo que
no quieras que te hagan», y este incluía no andar involucrada con el novio a
otra mujer. Aunque, claro, no es que tuviera posibilidad alguna con
Henderson... El tipejo la odiaba. Además, no es que ella sintiera mayor
estima por él. Solo había sido un beso, que él había tildado de «favor
personal» / «dinero».
Mientras se lo tomara como eso todo iría bien, se dijo. En cuanto tuviera
algún tiempo libre en París, iría a buscar nuevos candidatos para probar.
Se negaba a creer que solo aquel hombre la despertara de esa forma.
—Sí...
Maddie bostezó y su amiga la contempló con diversión.
—Bueno, Ellie, estoy cansada, creo que me iré a dormir.
—¿Y los chicos? ¿Cómo van a entrar?
Ellie la siguió atravesando el salón en el que se encontraban.
—Mi hermana le dio al idiota de D’Angelo una llave, así que llegarán
cuando quieran. A mí me importa bien poco.
—¡Oh! Vale, entonces yo también me iré a la cama, que tengo que sacar
los billetes y hacer la maleta para mañana...

***

Después de que Adam Henderson llegase a la casa de los Wright, se


encontró con que era tan tarde que todos se habían ido ya a dormir. En lo
que a él respectaba, se notaba agotado. Apenas había podido dormir desde
que habían llegado a Roma.
Una vez estuvo con el pijama puesto, decidió hacer una última llamada a
Sasha.
Realmente le preocupaba que no le hubiera cogido el móvil, pues eso
denotaba que la mujer estaba muy enfadada con él. Debía ser de noche ya
allí, así que esperaba que le cogiera el teléfono de su casa. Ya había llamado
al móvil y no la había localizado.
Al tercer timbrazo, alguien descolgó el teléfono.
—¿Sí?
Adam comprobó anonadado que aquella voz que traspasaba el teléfono
no era de Sasha, ni siquiera era de una mujer.
Se trataba de un hombre.
En casa de su novia.
—¿Quién eres?

***

Hay ocasiones en las que los designios del destino te sorprenden, asaltan tus
sentidos provocando que te preguntes qué fue lo que pasó para haber
llegado hasta ahí.
De esta forma se sentía Adam Henderson cuando la persona que contestó
al teléfono no fue la propietaria del mismo. No entendía qué hacía un
hombre a esas horas en casa de su novia. Jamás había sucedido algo similar,
y eso que acostumbraba a viajar. Hasta entonces, Sasha no había tenido
ningún problema.
Aunque, claro... también en situaciones anteriores habían mantenido
mayor contacto.
—¿Quién eres?
—¿Y tú?
—¿Yo? Soy el novio de Sasha. ¿Dónde está ella? Y ¿quién eres tú?
—¿Señor Henderson? ¿Es usted?
El hombre le conocía. Solo hacía falta que él también consiguiera
adivinar de quién se trataba.
—El mismo. ¿Alguien me puede explicar qué está pasando ahí? —
espetó el pelirrojo, inquieto.
«A ver si se va a estar follando a uno de la empresa...», caviló. Mas no
podía ser. Sasha y él habían estado juntos desde el instituto, no le haría eso.
—Ay, sí... La señorita Sullivan no se puede poner ahora mismo, señor
Henderson
—¿Y por qué no? —indagó, perdiendo la poca paciencia que tenía.
—Básicamente porque está inconsciente.
—¿Qué?
¿Sasha había vuelto a beber? La cosa debía estar muy mal.

***
Ellie Hawk se despertó con los rayos del sol atravesando la ventana de su
habitación. La noche anterior se había dedicado a preparar el equipaje y
encontrar un vuelo en clase business que se adecuase a los deseos y
necesidades del señor Henderson. Es decir, uno directo y con todos los lujos
incluidos.
Su primer pensamiento fue destinado a la carísima compra que había
realizado por la madrugada.
«Novecientos euros ha costado la broma. ¡Por persona! Menos mal que
es el dinero de Henderson. Si me tocara a mí pagar ese sinsentido, tendría
que venderle un riñón al mercado negro, pero antes de que vinieran a por él,
reclamaría a la compañía que me pusieran como mínimo una tuna y un
masaje en los pies», fantaseó Ellie, imaginándose a un azafato
descontracturándole la espalda en paños menores. «¿Incluirían el servicio
de abanicar?».
El vuelo salía sobre las dos de la tarde. Lo hizo de esa forma para que
les diera tiempo a despedirse de sus amigos. Antes de irse a dormir le había
enviado a su jefe un mensaje y una foto adjuntas para avisarle de la compra
de los billetes. No obstante, el idiota había visto el mensaje, pero, como
siempre, no le había contestado.
«Estúpido... Ni siquiera sabe dar las gracias. Tanto hablar de clase y él
parece sacado de alguna universidad de pijos, ricos y maleducados».
Recordar al ególatra de su jefe provocó en ella sentimientos encontrados.
Los sucesos acontecidos durante la noche anterior la asaltaron de golpe.
«Eres una idiota, Ellie. Mira que sentir aquello por ese imbécil y no con
Luke... Espera que encuentre a Rachel, voy a tener unas palabritas con ella
acerca de la manera en la que me realizó. Mi cerebro no se pudo haber
fabricado peor», sSe reprochó a sí misma, frustrada. «Pero no pasa
absolutamente nada. En París encontraré al macho que necesito. Ese que me
haga girar la habitación trescientas veces por segundo cada vez que me
bese. No es que Luke no sea un avezado maestro; a lo mejor es que
simplemente no es para mí».
Comprobó el reloj: las once de la mañana. Bueno, le quedaban tres
horas, así que más le valía ir a desayunar.
Se atavió con un pantalón deportivo gris que usaba para estar en casa y
una camiseta corta blanca con una sudadera a juego con el pantalón, se hizo
una coleta alta y decidió que ya era hora de bajar Una vez llegaran a París
se cambiaría allí de una forma más correcta, pero teniendo en cuenta que
durante ese viaje solo la vería el idiota de su jefe, poco le importaba lo que
él pensara de ella. Total, ya la tenía en muy baja estima, su opinión no iría a
peor.
Después de dejar hecha la cama y la maleta al lado de la puerta, se
encaminó en busca de Maddie. Estaba preocupada por la muchacha. La
había visto muy alterada cuando se encontraron con ella durante la noche.
Prácticamente había salido huyendo de la fiesta y no había querido decirle
nada sobre qué podía haber ocurrido, aunque Ellie no era tonta: en cuanto
se enteró de que Enzo se encontraba en la mascarada, dedujo que algo
habría sucedido entre ellos para que su amiga se inquietara de aquella
forma. No obstante, Maddie no se había querido pronunciar acerca del tema
y parecía como si quisiera olvidarlo. Así pues, a Ellie lo único que le
quedaba por hacer era respetar sus deseos.
Sin duda, de alguna manera, aquella noche había resultado movida para
los cinco. Si no, que se lo dijeran a ella, que había sido besada por dos
hombres diferentes con escasos minutos de diferencia.
«Soy como un digimon, he pasado de no comerme un colín a ser una
casquivana de los besuqueos», se dijo amargada, llegando a la habitación de
Maddie. Al tocar la puerta, no encontró respuesta alguna detrás de ella.
«Debe estar desayunando... o en la cocina», resolvió Ellie, quien ya
empezaba a conocer los hábitos diarios de su amiga.
Transcurrido un tiempo, y al no encontrarla desayunando en el salón, se
encaminó hacia la cocina. Allí se encontró a su amiga. Estaba fregando
unos platos que Arabella había dejado mientras cocinaba. Esta última se
estaba encargando de regañarla, señalándola con una espátula.
—Señorita Maddie, pare ya. Vaya con sus amigos a desayunar al jardín.
—¿Jardín? Esos ni siquiera son mis amigos, Bella. Son los del señor
D’Angelo.
—Eso es porque no interacciona más con ellos. ¡Siempre apartándose...!
Si se dejara conocer, llegarían a ser los suyos también.
—No me interesa. Estoy bien tal y como estoy —desestimó la joven. No
obstante, se percató en la presencia nueva en la estancia—. ¡Ellie! Por fin
has despertado. Como anoche te acostaste tarde, no quise ir a llamarte.
—Oh, gracias. No he podido evitar escucharos. ¿Están los chicos fuera?
—Sí, ahí están. Tu avión salía a las dos, ¿no? ¡Podríamos desayunar
juntas! —ofreció Maddie con una sonrisa, sin darse cuenta de que Arabella
la separaba del fregadero.
—Me gustaría mucho.
—Mira, ya que ha venido la señorita Hawk, ya puede usted salir con los
chicos ahí fuera. Las llevaré el desayuno en nada.

***

Ambas se encontraron a los tres amigos sentados en una mesa en mitad de


un jardín inmenso que tenía una piscina. Tanto Enzo como Luke estaban
riéndose de un muy ojeroso Adam Henderson, quien removía su café solo,
hastiado con la vida.
—Tío, en serio, ¿qué te pasa? Pareces un panda...
—Sí, cada día estás peor... —añadió Luke, estudiándolo.
Repentinamente captó por el rabillo del ojo la llegada de las dos mujeres, y,
sonriendo, las llamó con la mano, señalando dos sillas cerca de ellos—.
¡Ellie! ¡Maddie! Venid a sentaros con nosotros.
—Son solo...
Adam enmudeció al reparar en la presencia de ambas mujeres, y más en
concreto de la que había puesto su sueño patas arriba aquella última noche.
—Hola, Luke —le saludó la muchacha, alegre. Después, preocupada al
ver la cara de cansancio de su jefe, inquirió—: ¿Está bien, señor
Henderson?
Adam solo tuvo que escuchar aquella dulce voz para que las pesadillas
de la noche anterior revivieran. ¿En qué maldito momento se le había
ocurrido besarla? Sus sueños se habían tornado más extraños, provocando
que apenas pudiera dormir. Eso, unido a la llamada de la noche anterior,
había ocasionado que no descansase.
—Usted...
Sin saber el efecto que causaba en su jefe, Ellie tomó asiento con Maddie
en la mesa.
—¿Solo va a desayunar eso?
—No necesito nada más.
Le molestaba su preocupación innecesaria. Aquella mujer no podía
evitar meterse en los asuntos de los demás.
—Creo que ahora Arabella nos traerá el desayuno, así que se tomará una
tostada por lo menos.
Henderson la miró, atónito por su descaro al obligarle de esa manera
delante de sus amigos.
—Adam, esta mujer es de armas tomar.
Al escucharle, Ellie pudo comprobar que tanto Enzo como Maddie
parecían evitarse cuidadosamente.
—Cállate, D’Angelo —le espetó Adam, furioso. Después se dirigió a
Ellie y añadió—: Señorita Hawk, no sé quién se cree que es usted para
meterse donde no la llaman, pero no crea que voy a consentir que me
ningunee en mi desayuno.
—Ah..., pero no queremos que ocurra una desgracia como la primera
vez, ¿no? —se burló Ellie, guiñándole un ojo que le recordaba la
experiencia de la heladería—. No me gustaría volver a tener que utilizar
otra de mis técnicas.
Adam apenas podía dar crédito a lo que estaba aconteciendo en esa
mesa. Aquella muchacha irreverente le estaba amenazando con usar una de
sus artimañas para darle de comer, ¡y delante de sus amigos! ¿Quería jugar?
Porque estaba utilizando fuego.
Adam Henderson no se acobardaba ante ninguna principiante.
—¿Técnicas? —preguntó Luke, perplejo.
—Ah, ¿sí? —inquirió Adam, ocultando su diversión y siguiéndole el
juego—. ¿Y de qué métodos estaríamos hablando? ¿Similares al de ayer?
Al escucharle insinuar sobre su primer beso, Ellie se puso colorada. No
esperaba que el tipejo le soltara aquello tan tranquilo. De repente, el
silencio cayó sobre la mesa. Cada integrante de esta tenía sus propios
secretos que guardar. Luke, el único ajeno a todo aquel embrollo, estudió
atentamente el intercambio entre Henderson y Ellie.
Aunque no podía saberlo con seguridad, comprendió que algo había
ocurrido. No obstante, a nadie le dio tiempo a pronunciar ninguna palabra
más, pues el silencio fue irrumpido por un emocionado chillido femenino.
—Amore!
Todos se giraron hacia el punto de procedencia de la voz. Maddie, por su
parte, puso los ojos en blanco al ver a su hermana correr como una colegiala
hacia el escultural rubio, que, al reconocer a la rubia de ojos azules que se
encontraba ante él, se levantó para recibirla.
En cuanto Clare lo alcanzó, saltó a sus brazos para abrazarle
efusivamente.
—Clare... Anglioletto[15] —murmuró Enzo contr su pelo, tocándola todo
cuanto podía.
—Mi sei mancato[16].
—E io a te[17].
Ellie observó impactada a la pareja besarse con intensidad sin ninguna
preocupación delante de todos los demás. Parecían la típica pareja de
revista, los dos rubios y guapísimos. Representaban la perfección
personificada. Luke y Adam trataban de evitar posar su atención sobre el
dúo. Sin embargo, Ellie miraba con descaro, buscando encontrar la clave de
un buen beso.
Estaba claro que aquellos dos sabían acerca del tema.
«Mierda, tendría que haberme traído mi libreta», se lamentó en su fuero
interno.
Al verla, Henderson le propinó una patada por debajo de la mesa,
provocando que la muchacha le lanzara una mirada con un significado
explícito: «¿Qué quiere?».
«¡Corte el rollo y deje de mirarlos así, desvergonzada!», le trataba
transmitir. Mas el mensaje debió pasarle por encima, o simplemente Ellie lo
ignoró como acostumbraba, porque siguió posando su vista sobre ellos.
—Toda una porno, eh... —le susurró Ellie a Luke, que se encontraba al
lado de ella, ocasionando que este último se atragantara con su café por la
risa repentina.
La sonrisa furtiva de la joven murió en cuanto se fijó en Maddie, quien
parecía fascinada con la piscina. Cuando el italiano decidió soltar
finalmente a su novia, esta se dirigió a su hermana.
—¡Maddie! ¡Mi hermana favorita!
—Clare —le saludó la aludida, posando su mirada en ella por primera
vez—. Soy la única que tienes.
—¿Te parece normal no llamar a tu hermana mayor? —le recriminó
Clare, formando un puchero con sus labios perfectos. Enzo le cedió su sitio
mientras él se buscaba otro. Después de sentarse en el asiento que había
ocupado el italiano minutos antes, se fijó en Ellie—. ¿No me presentas a tu
amiga?
Maddie parecía muy aburrida con la situación.
—Clare, esta es Ellie. Ellie, esta es mi hermana Clare.
—Encantada de conocerte, Clare.
—No, el placer es mío... —La rubia sonrió—. ¡Cualquier amiga de
Maddie, es amiga mía!
Ellie pudo observar las diferencias entre las dos hermanas: una rubia, la
otra castaña. Clare poseía unos extraordinarios ojos azul cielo, mientras que
los de Maddie eran el reflejo de la tormenta. La mayor poseía unas curvas
que cualquier modelo envidiaría, mientras que la menor tenía un cuerpo
atlético, pero las diferencias no acababan ahí. Mientras que la rubia vestía
seductora, la castaña siempre iba ataviada sencilla y recatada. Una era la
explosión de la sensualidad, y la otra, la de la naturalidad.
Ellie pudo ver claramente la disparidad ante ellas: el ying y el yang. La
perfección contra la imperfección a los ojos de una sociedad hipócrita. Supo
instintivamente por lo que tendría que haber pasado Maddie, y le dolió
porque ella, desde su estrato social, también representaba un papel similar.
Ellie buscó la mano de Maddie por debajo de la mesa, y cuando la
encontró, se la cogió para apretársela. La joven la miró sin comprender.
—Le diré a Arabella que te sirva el desayuno —intervino Enzo—.
¿Cuándo has llegado? Si me hubieras avisado, habría ido a por ti.
—¡Oh! ¡Quería darte una sorpresa! —le dijo con cariño ella. Después,
fijándose en los dos otros hombres, exclamó—: ¡Ya veo que te has traído a
tus dos amigos! ¡Genial! Me hubiera gustado poder venir para San Marcos,
¡pero el trabajo se complicó! Espero que lo pasarais bien.
—Clare —saludaron Luke y Adam a la vez.
—Sin ti no ha sido lo mismo, pequeña.
—Señorita Hawk —intervino Adam, frunciéndole el ceño al reloj—.
¿Tiene hecho su equipaje?
—Sí, señor Henderson.
—Perfecto, deberíamos ir yendo ya... Son las doce y tendríamos que
estar una hora antes. Pídale a Arabella que le ponga el desayuno para llevar.
—¿Os vais ya? —preguntó Clare, decepcionada.
—Sí, tenemos un vuelo a París.
Tras terminarse de tomar el café, se marchó de la estancia.
—Bueno, es un placer haberte conocido, Ellie.
—Lo mismo digo, señorita Wright.
—Oh, llámame Clare.
—Te acompañaré a por tu maleta—intervino Maddie, saliendo con Ellie
del jardín.
—Nos vemos en la entrada, Ellie —le avisó un Luke sonriente,
terminando de desayunar.
—Sí...
Una vez ambas muchachas estuvieron solas de camino a la habitación de
Ellie, esta le comentó acerca de la impresión de su hermana.
—Clare parece muy simpática.
—Sí, es encantadora.
—Te voy a extrañar...
—Y yo a ti, amiga. Ha sido genial tenerte por aquí. Si necesitas
cualquier cosa, dame un toque y me presentaré donde estés.
—Lo mismo digo... Cuando le robe la tarjeta a Henderson, claro.
Maddie se echó a reír, imaginándose la cara que pondría Adam cuando
se enterase de que Ellie había estado usando la tarjeta sin su permiso.
Tiempo después de que Ellie recogiera su maleta, se encaminó hasta la
entrada de la casa flanqueada por Maddie. Allí, ambas se abrazaron
prometiendo escribirse y Luke le aseguró que estarían en contacto.
Después de despedirse de todos y agradecerles el tiempo pasado en
Venecia, Henderson y la señorita Hawk emprendieron su camino al
aeropuerto.
CAPÍTULO 23

«Una mala paz es siempre mejor que la mejor de todas las guerras».
Cicerón

Cuando Adam Henderson llegó al aeropuerto en compañía de su muy poco


convencional secretaria, supo instintivamente que había sido un error
quedarse a solas con ella.
Después de pasar los controles de seguridad, ambos se sentaron al lado
de una madre con dos niños pequeños para esperar a que se pudiera
embarcar. Arabella le había empacado el desayuno a la muchacha, que
estaba comiéndoselo sin ningún pudor ante él.
Adam la estudió con atención. No podía ser más vulgar: vestida de
deporte, como si estuviera en su casa preparada para ver alguna película. Se
daba cuenta de que la joven apenas reparaba en la imagen que proyectaba
de sí misma.
«Ni que fuera una pordiosera... Más que una secretaria de alta dirección
parece sacada de un manicomio»,
«Y lo que te gusta a ti esa pordiosera ¿qué, eh?», susurró, divertido, el
deseo.
«Basta. Ni en sueños me sentiría atraído por alguien así. Solo es la
dichosa abstinencia», declaró la razón.
En aquel momento estaba tomándose una magdalena que le había metido
Arabella con una coleta semideshecha. Mientras, lamía el chocolate de
relleno que traía el muffin. Adam no podía apartar la mirada de aquella
lengua que, deleitándose, lamía los restos que dejaba el dulce en el labio
superior.
«Maldita lengua del demonio... Pero no, no hagas eso, mujer... ¿No
podría simplemente comer como una persona normal?», cavilaba,
contemplando frenético aquellos labios. Mientras, su pene saltó en el
pantalón, imaginándose rodeado por aquella boca.
«Basta, estamos delirando. Pensemos en otra cosa», intervino la razón.
«¿Qué proponéis?».
«Nuestras acciones con Rusia», añadió su parte matemática.
«Ese acuerdo que nos propuso Suiza», ofreció el negociador que llevaba
dentro.
«La guerra de la Independencia», propuso su lado histórico.
«Yo sí que me haría una guerra con esa lengua», susurró el deseo
frustrado.
«Tú calla», le ordenaron desesperados los demás.
No obstante, la joven no fue consciente de que un poco de ese dulce se
quedaba en la mejilla. Esto fue captado por Adam, quien tenía una obsesión
seria con la pulcritud y la perfección.
—Señorita Hawk, se ha manchado la cara. —El pelirrojo indicó la zona,
molesto.
—¿Eh?
—¿Por qué no sabe comer adecuadamente?
Con un gruñido exasperado, le limpió la mancha de la mejilla.
Al sentir el ligero roce de sus manos sobre el moflete, Ellie carraspeó
intentando restarle importancia a que su sistema nervioso hubiera sido
alterado bajo aquel contacto.
—Ummm... Ya volvemos a eso. En serio, señor Henderson, ¿alguna vez
ha pensado en relajarse? Su organismo debe generar millones de úlceras
con tanto protocolo. Menos mal que no vamos a Londres. Si no, le vería
tomando el té con la reina y regañándola por sus malos modales.
—¿Úlceras? ¿Reina? —inquirió él, atónito—. No. Al contrario que
usted, únicamente intento comportarme como un ser humano.
—¿De verdad?
A Ellie poco le importaba nada de lo que dijese aquel asno. Su foco
atencional había sido captado por la visión de la tienda que había dentro del
aeropuerto.
—¿Me está escuchando?
—Ahora vengo.
Adam Henderson apenas podía creer que estuviera siendo ignorado de
aquella forma.
—¿Dónde va?
Estar allí con él había despertado en ella los recuerdos de la noche
anterior.
«El muy cabrón es atractivo hasta gruñendo. Iré a poner una denuncia al
estado para firmar una moción que impida que Adam Henderson vuelva a
ver la luz del sol. Estoy segura de que más de una lo firmaría», se lamentó,
furibunda, centrándose en los dulces que compraría. Después de añadir todo
tipo de Kit-Kats, tabletas de chocolate y Kinder Bueno a la cesta, se
disponía a pagar cuando la sección de juegos atrajo su interés.
No podía creerlo. Hacía años que no jugaba a uno de esos. Ante ella se
encontraba el causante de todas las disputas infantiles y de la casi puesta en
adopción de su hermana Ada: el UNO. «Casi» porque su madre, al ver que
llamaba a la agencia de adopción, la había terminado castigado.
Tenía que comprarlo. Seguramente Henderson no querría jugar, pero le
daba lo mismo. Ya encontraría alguien a quien no le importase jugar con
ella, o al menos se llevaría un recuerdo de Venecia.
Cuando la cajera comenzó a pasar la compra, a Ellie se le desencajó la
mandíbula ante el desorbitado precio que reflejaba aquella máquina del
demonio: cuarenta euros.
«¿Quince euros por unas cartas? ¿Es que son de oro, o qué?».
Estudió amargada a la cajera.
«¿Las cartas, dices? Y la tableta de chocolate ¿qué? ¡Diez euros! ¿Es que
cultivan ellos el cacao?», inquirió su voz ahorradora, intentando
infructuosamente encontrar la plantación por la puerta trasera de la mujer
que la atendía.
—¿En tarjeta o efectivo?
—¿Aceptáis pulmones?
Al ver que la muchacha no se reía, sacó la tarjeta ilimitada de Henderson
y pagó.
«Solo estoy usando su tarjeta porque él será quien se coma estos dulces».
—Que tenga buen día.
—Sí, no me cabe duda de que ustedes lo tendrán. A costa de Henderson,
claro —murmuró Ellie, pensando en el yate que se comprarían con el dinero
de todos los ingenuos que pasaban por allí.
Así pues, armada sosteniendo en una mano la bolsa en la que se
encontraba el desayuno que le haría ingerir a Henderson, y en la otra las
cartas que se había comprado, se acercó hasta el asiento donde se
encontraba su jefe, que la observaba intuyendo lo que se avecinaba.
«Ni sueñe con que se me ha olvidado que no ha desayunado», pensó
Ellie, dirigiéndole una mirada sabedora.
—No me diga que quiere repetir... Se acaba de tomar una magdalena
enorme —le reprochó Adam al ver las chocolatinas en la bolsa.
—No son para mí
—¿Y para quién, entonces?
—Para usted. Tome.
—Delira si realmente cree que voy a tomarme cualquiera de esas
bombas calóricas
—Oh, puede ponerse todo lo gruñón que quiera, pero tarde o temprano
acabará comiendo una de estas deliciosas chocolatinas. No olvide que sé
que solo se ha tomado un café.
—¿Y a usted qué le importa?
—Me preocupo por su bienestar —dijo Ellie, dejando el juego de cartas
sobre su asiento mientras abría una chocolatina para él. Después,
modulando la voz y esgrimiendo el dulce ante él, le cantó—: Venga, diga
«¡aaah...!»
Adam miró horrorizado la chocolatina que ella intentaba introducirle en
la boca. Convirtió sus labios en una fina línea infranqueable y negó ante la
invasión que se cernía sobre él.
—¿Debo hacerle el avioncito? A mi hermano Chris le encantaba... —
comenzó Ellie seriamente. Para acabar, añadió, riendo—: ¡Cuando tenía un
año! Señor Henderson, no haga que le trate como a un niño de un año. —
No obstante, al ver que el niño que estaba sentado en el carrito de la familia
de al lado de ellos la miraba como si la comprendiera, añadió—: Tú no te
ofendas. El avioncito está bien, pero no con personas como él. Comprendes,
¿verdad?
Henderson se quedó boquiabierto ante el descaro que estaba
demostrando tener la joven. Se encontraba ahí, planteándole la posibilidad
de tratarle como a un infante... a él, Adam Henderson; uno de los hombres
de negocios más influyentes en la sociedad.
—Está usted loca.
—¡Ajá! ¡Le tengo! —exclamó ella, sonriendo triunfante al insertar la
chocolatina en la boca de Adam, quien no lo vio venir y se encontró
masticando el dulce. Después, ella agarró la mano de su jefe y le obligó a
coger la chocolatina—. Venga, ahora usted. No se preocupe. No muerde.
—¡Es usted una descarada! —le recriminó un colérico Henderson,
saboreando la chocolatina. Otra vez le había obligado a comer dulce cuando
él no lo deseaba—. Tengo a una demente por secretaria.
Ellie masticaba muy feliz la suya propia.
—Oh, qué gruñón. Con lo buena que está... Hmm, sí, riquísima.
—¡Mamá! ¡Mira! ¡Es el UNO! —exclamó emocionado el niño mayor, que
tendría ocho años, al ver las cartas que Ellie había depositado sobre el sitio
donde escasos minutos antes se había sentado.
Esto captó el interés de Henderson, que, sin dejar de saborear el dulce,
miró hacia las cartas y se sorprendió.
—No me diga que ha comprado un juego.
—Sí, aún estoy buscando alguien que quiera jugar conmigo.
Esta última observó con interés al niño, ofreciéndole participar
indirectamente.
—Si piensa por un momento que voy a jugar con usted...
—Menudo creído, ni por un momento he pensado en usted. No le
imagino gritando ¡UNO! Ni nada por el estilo.
Adam apenas podía salir de su estupefacción. La muy urraca había
comprado aquello con su dinero y ni siquiera lo incluía. Menuda
desfachatez.
—Mamá, ¿puedo jugar?
—No veo por qué no —comentó su progenitora, cogiendo al bebé que
estaba en el carro para arrullarlo.
Y así fue como, sentados sobre el suelo de una terminal indeterminada
en el aeropuerto de Venecia, Ellie Hawk jugó contra un niño al UNO. Adam
Henderson, por su parte, no podía comprender en qué momento habían
acabado así. Su secretaria, de espaldas a él, repasó cariñosamente las reglas
del juego con el niño, y la batalla... Digo, la partida comenzó.
Al principio, Ellie le dio margen al niño para que tomara la delantera. No
obstante, al ver que el infante comenzaba a desembarazarse de todas las
cartas, quedándole solo tres en la mano, comenzó a sudar.
Era bueno.
En lo que respectaba a Henderson, había aprovechado que la muchacha
no podía verle para estudiar la partida que acontecía delante de él en el
suelo.
«¡Pero tire el dos! ¡ATAQUE, POR EL AMOR DE DIOS!», cavilaba
Adam, viendo que su secretaria no jugaba bien, lo que provocaba que
tuviera que robar cartas de forma continuada. Las de ella iban aumentando,
mientras que las del niño iban menguando con una rapidez asombrosa. Para
cuando la señorita Hawk quiso darse cuenta, el pequeño le dio el golpe de
gracia, librándose de su última carta.
—¡¡UNOOOOO!! —gritó emocionado, saltando del suelo.
—Hacía mucho que no jugaba...
—¿Es estúpida, o qué? ¡Tenía que haberle lanzado ese chúpate dos!
¿Cómo se le ocurre descartárselo? —le recriminó un ofuscado Adam,
provocando que Ellie saltara de la sorpresa, girándose para encararlo.
—¿¿Eh?? ¿Cómo dice? ¿Usted qué sabe? ¡Era muy bueno!
Señaló al niño, que les contemplaba atónito.
—¿Que no tengo ni idea? ¡Se ha descartado todas las cartas de ataque y
es tan torpe que no saca correctamente!
—¡No me ayuda! Ni siquiera quiso jugar y ahora está ahí
recriminándome cómo hacerlo. Además, ¡desde ahí es muy fácil hablar
como una cotilla de barrio bajo! Bájese al barro y ensúciese.
—¿Qué? ¿Cotilla de barrio bajo, me llama? Apártese, ahora verá. Yo la
machacaré —declaró Adam, indignado. Se levantó del asiento y se sentó en
el suelo con el niño y ella. El muchacho estaba anonadado por la
determinación que demostraba tener aquel hombre mayor. Prácticamente se
asustó cuando Henderson le ordenó con la mano, furibundo—: Reparte,
chico.
—No intente dejarme atrás, ¿eh?, que yo quiero jugar también.
Ellie se impuso cogiendo siete cartas, mientras que la risa de Henderson
resonó en la terminal.
—Entonces, ¡os machacaré a los dos!
—Cre... creo que ya no quiero jugar... —comentó el niño, mirando
asustado a su madre en busca de ayuda.
—Phill, ven aquí...
La madre llamó a su retoño, ya que había observado toda la ridícula
escena de aquellos dos adultos peleando por el UNO. ¡Y el hombre incluso
había dicho que iría a machacar a su hijo!
El infante huyó de esa escena dantesca protagonizada por aquellos dos
raritos.
—¡Mire lo que ha conseguido! —le recriminó Ellie. Señaló al niño, que
huía por la retaguardia—. ¡Lo ha echado!
—¿Quién? ¿Yo? Ha sido su madre la que le ha llamado —comentó
Adam, ajeno al espectáculo que estaban montando—. Venga, baraje. Le
enseñaré a jugar como se debe.
—Sé jugar, solo que hace mucho que no lo hacía.
—Venga, reparta siete...
—Le veo hecho todo un experto —comentó Ellie, risueña.
—Soy muy bueno en los juegos de mesa.
Adam tiró la primera carta y el juego comenzó. Pronto, la señorita Hawk
comprobó que Henderson no mentía: era muy bueno. No obstante, Ellie no
iba a dejarle margen como al niño. Le daría una paliza.
—Podríamos apostar algo, señor Henderson.
Comenzó a maquinar lo que le pediría.
—¿Qué? ¿El qué? —inquirió él, concentrado.
—Bueno, si gano yo, usted me dará una tarde libre. Si lo hace usted,
podrá pedirme a cambio lo que quiera.
—¿Sabe contra quién está jugando? ¿De verdad quiere arriesgarse?
—Sí, señor Henderson. ¿Qué, acepta o no?
—De acuerdo
Adam confiaba al cien por cien en sus habilidades magistrales. Incluso
ya sabía el favor que se cobraría.
Sin duda, le pediría que tomara clases sobre modales y elegancia,
fantaseó el pelirrojo.
La partida comenzó.
Adam iba ganando. No obstante, Ellie, se fue desembarazando poco a
poco de todas aquellas cartas que le sobraban. El pelirrojo, por su cuenta,
iba completamente a por ella, lanzando ataques para que sus cartas se
incrementaran. Adam jugaba con ímpetu mientras que Ellie lo hizo con
cabeza. Ambos representaron durante aquella partida la fábula de la liebre y
la tortuga. Transcurrido un tiempo, a Adam le quedaba una carta, y a Ellie,
dos.
—¿Sabe qué, señor Henderson?
—Si cree que va a distraerme a punto de cantarme el UNO, lo lleva claro.
—¿Yo? —inquirió ella, indignada. Después, seleccionando la carta que
sabía que le haría perder, le dijo sonriendo—: Tome, chúpese cuatro.
—¡¿Qué?! ¡¡Será!!
Adam estaba indignado. Y no era para menos. Se veía obligado a robar
cuatro cartas más. Ahora tenía cinco de las que deshacerse antes de poder
cantar victoria.
Ellie quería evitar que se diera cuenta de que solo le quedaba una, así
que, durante su turno, le lanzó un beso, provocando que el hombre mirase
sus labios en vez de las manos. Este quedó tan atónito por la insolencia de
su secretaria que lanzó una carta al azar, desperdiciando inconscientemente
su turno. A continuación, le tocó a Ellie, que lanzó la última carta que le
quedaba: cambio de color.
—¡UNO!
—¡Ha hecho trampas!
—¿Qué? ¿Trampas yo? Me ofende, señor Henderson, creí que tendría
mejor perder. Eso sí, recuerde que me debe mi día libre —comentó ella,
riéndose mientras le guiñaba un ojo.
—Ni crea por un segundo que se lo voy a conceder, ¡¡tramposa!!
Ellie le sacó la lengua, juguetona, mientras recogía las cartas,
provocando que Adam se quedara observándola en shock.
«Maldito demonio...».
No obstante, no le dio tiempo a reprenderla, porque justo en aquel
momento sonó la voz metalizada por el altavoz.
—Pasajeros con el vuelo 2009-P, con destino París: acudan a las
puertas de embarque.

***

Muchas personas luchan por llegar a fin de mes mientras que otras lo hacen
para incrementar su cuenta bancaria. Por lo tanto, cabría la posibilidad de
preguntarse la siguiente cuestión: ¿el dinero está sobrevalorado?
La mayoría de los pertenecientes a la clase media han fantaseado alguna
vez sobre el factor lotería, y Ellie Hawk no es la excepción a esta regla. Al
haber sido pobre durante toda su vida, siempre se había consolado
diciéndose que el dinero no era tan importante como decían, pero al
encontrarse reposando sus posaderas en aquel asiento de cuero que era más
cómodo que su cama, comprendió por primera vez por qué los ricos eran
los más avariciosos. Sencillamente no querían perder lo que ya tenían.
Aunque seguía sin entender la razón de aquella necesidad de poseer
siempre más que los demás. Para ella, lo más importante era la felicidad.
Cuestionándose ese hecho, estudió a Henderson, que se encontraba
sentado a su lado, intentando averiguar aquella respuesta.
Él se percató de que el interés de su secretaria estaba fijo en él.
—¿Qué piensa de la primera clase? ¿A que no tiene nada que ver con la
chusma con la que me hizo viajar la última vez?
—Um... Hasta ahora solo he podido ver la diferencia en que el asiento es
más cómodo y que puedo estirar mejor las piernas. ¡Ah!, y en que mis
muslitos no están tan juntos como la otra vez. Aquí puedo sentarme como
todo un gamberro —bromeó Ellie, abriendo las piernas y adoptando la
postura desgarbada propia de los hombres con poca clase.
—¡No se comporte tan vulgar!
Pese a su recriminación y a que se mostrase anonadado, se estaba
divirtiendo a lo grande.
—Ya paro, hombre... Qué susceptible —lo tranquilizó la joven, cerrando
las piernas. Adquiriendo una posición de señorita tomando el té,
sosteniendo una taza imaginaria, levantó el meñique y añadió—: ¿Así
mejor?
—¡No tiene ninguna clase!
—Oh... No exagere, solo bromeaba.
Ellie sonrió. Le encantaba hacerle rabiar. La cara de sorpresa que
componía con aquel pelo rojo como el fuego le hacía mucha gracia.
— Pero cuénteme: ¿en qué es diferente de la clase turista?
—En el trato.
Adam reparó en una una azafata que se acercaba a ellos para ofrecerle
dos copas de champán.
—¿Quiere una copa, señor?
—Sí, por favor.
El alcohol le ayudaría a dormir algo durante el viaje. Esperaba poder
conciliar el sueño y no ser perseguido esta vez por nada relacionado con la
mujer que se encontraba a su lado.
—¿A estas horas de la mañana? O sea, no quería tomarse la tableta de
chocolate que le di, pero está ahí como buen alcohólico pimplándose una
copa de champán mañanera.

Tanto la azafata como Henderson la contemplaron atónitos mientras el


último comenzaba a indignarse.
—Señorita Hawk, no creo que esté dentro de sus competencias estar
pendiente de mis hábitos alimenticios. ¡Y mucho menos llamarme
alcohólico!
—Sí, si luego me toca cargar con usted por no haber ingerido alimento
alguno desde la noche anterior. Y no me mienta, porque pude comprobar
que en el bufé se tiraba directo a por las lechugas.
—¿Me espía?
—En serio, si el día de mañana le salen dos orejas de conejo, no diga que
no se lo avisé.
—¡Está chalada!
—Por cierto, he traído las reseñas negativas del hotel de París
Era hora de cambiar de tema, por lo que sacó una carpeta con todos los
papeles que había impreso señalando con un rotulador rosa todos los
comentarios negativos.
—¿Ha llegado a alguna conclusión?
—El panorama general es de satisfacción. No obstante, he visto algunas
reseñas remarcables que tienen relación con la comida. No son muchas,
pero me parece extraño el hecho de que se repitan cada cierto tiempo.
—¿La comida? Eso es imposible —negó Adam, indignado—. Tenemos
contratados a los mejores chefs parisinos.
—Yo solo soy la mensajera, la que lee lo que ponen aquí.
—Entonces, cuando lleguemos lo primero tenemos que hacer es hablar
con el chef.
—Correcto.
—¿Tiene anotado que tenemos que reunirnos con los socios de Aston
Martin? —inquirió Adam, recordando la cita.
—Sí, señor Henderson.
—¿Y con los de Ladurée?
—También.
—Perfecto.
—¿Desean comer algo?
—Yo no —declaró Henderson, que miró a su secretaria buscando alguna
señal afirmativa.
«Suficiente con el Kinder Bueno».
Aprensiva, Ellie se acercó a su jefe para obtener más privacidad.
—No debería... Señor Henderson, creo que será muy caro. ¿No recuerda
la carta de la clase turista? Aquí no veo esa carta, y eso jamás es buena
señal.
—No sea estúpida, por supuesto que tienen carta, que no la haya
encontrado es otra cosa. —Después, tomando la suya propia de uno de los
compartimentos de su asiento, se la tendió a la señorita Hawk—. ¿Ve?
Ellie la cogió, y, observando los precios que se encontraban ante ella,
simuló un desmayo.
—¿Ciento cuarenta y cinco por un plato? —susurró, indignada—. En
serio, señor Henderson, ¿sabe lo que se puede hacer con este dinero?
—No se queje, es tan caro por la calidad. Es un plato hecho por un
cocinero Michelín
—¿Cocinero Michelín? ¿Eso qué significa? ¿Qué tiene muchos
michelines?
«¿Pero en qué mundo vive?».
Adam no podía creerlo. Era como si la joven hubiera pasado toda su vida
bajo una roca.
—¿Cómo dice? ¿Michelines?
—Sí, ya sabe, el tejido adiposo que tenemos todos en las piernas o en los
brazos... ¿Son cocineros gorditos?
—Pero ¿de dónde diablos ha salido usted? ¡¡Por supuesto que no!!
—Vaya... —se lamentó Ellie, decepcionada.
El hecho de que dentro del gremio culinario hubiera representantes del
sobrepeso la había ilusionado, pues en sus anteriores trabajos siempre
preferían contratar a aquellos que, según los cánones de belleza, daban
mejor imagen.
—Bien, le contaré: dentro del mundo gastronómico y hotelero existe la
llamada guía roja.
—¿Guía roja?
—Sí, es la más antigua y mejor guía para evaluar la calidad, la
creatividad y la atención que tienen con sus platos. Quien cumple con los
requisitos que se esperan, recibe un premio que se llama estrella Michelín.
—¿Estrellas? ¡Me encanta la idea!
—Pues en la empresa tenemos dos, por eso no acabo de comprender qué
problema ocurre con la comida.
—¿Hay dos estrellas Michelín? —preguntó Ellie, impresionada.
—Sí.
—¡¡Quiero probar un plato de ellos!!
—Usted quiere hacer muchas cosas, me parece a mí. Recuerde que
vamos a trabajar, no de turismo.
—Sí, lo sé, pero no puede culparme. Es la primera vez que vengo a
París, así que es normal que tenga ganas de hacer cosas, entre ellas, ir a
Disneyland...
«Fotos con la sirenita, Mickey Mouse... Como me encuentre a Nemo, lo
patearé. Espera, no... que ese es de Pixar. Mierda. Bueno da igual, a los
chicos les encantarán las fotos que les mande».
—¿Disneyland? ¿Acaso es una niña?
—Ha sido mi sueño desde pequeña... —comentó soñadora la joven,
ignorándole.
—Bueno, como usted diga. Ahora déjeme dormir.
—Sí —accedió ella, que, al contemplar las oscuras medialunas debajo de
los ojos de su jefe, se compadeció de él—. No parece haber descansado
mucho últimamente... ¿Es que tiene problemas de insomnio?
—Si usted supiera...
Le costaba mucho conciliar el sueño desde que aquella mujer había
aparecido en su vida, desbaratándole todos los esquemas. Se había visto
envuelto en situaciones a las que jamás había tenido que enfrentarse con
anterioridad, y eso estaba provocando que sus extrañas pesadillas volvieran
a asolarlo.
Estaba reflexionando sobre eso cuando comenzó a notar que se
desvanecía en la oscuridad.
—Señorita, ¿va a querer algo de la carta? —preguntó la azafata al ver
que Ellie todavía la tenía en la mano.
—Shhh, no —le susurró la joven, sin apartar la mirada de su adormecido
jefe.
Lo estudió con curiosidad manifiesta. Viéndolo de aquella forma, con los
ojos cerrados, el rostro relajado y la suave respiración deslizándose por sus
fosas nasales, casi parecía un diablillo reformado.
«Lástima que normalmente no esté así de tranquilo. ¡Siempre con el
ceño fruncido, y, cuando abre la boca, pierde todo el encanto!», se lamentó
Ellie, contemplándolo. «Si tuviera otro carácter, no espantaría tanto a los
demás».
En ese momento, Henderson se removió en su asiento, un poco molesto
con algún mal sueño, y volvió a componer el afamado ceño.
«Oh, mira... Hablando del rey de Roma, que por la puerta asoma...»,
pensó la joven, observando la rugosidad que se había formado entre ambas
cejas pelirrojas. De repente, sintió la imperiosa necesidad de alisárselo, mas
sabía que no podía. Se había comprometido consigo misma a no sentir
cariño por él. Solo era su jefe, y el trabajo era más importante que cualquier
tipo de emoción afectiva que pudiera desarrollar con el tiempo hacia él.
No obstante, cuando se percató de que Adam volvía a removerse
inquieto mientras murmuraba con suavidad la palabra «chocolate»,
farfullando, la muchacha sonrió enternecida y se dejó arrastrar por su
primer impulso.
Acercó sus dedos hasta la arruga que formaba el entrecejo y se la alisó.
—Shhh, señor gruñón. Ahora duerma apaciblemente —le susurró con
dulzura, consciente de que el huraño que tenía por jefe no se despertaría.
Y así fue como un bello durmiente (en ocasiones, también apodado
«ogro») y su singular secretaria llegaron al cabo de una hora y cincuenta
minutos a París.
CAPÍTULO 24

«El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar».


Sun Tzu

Civitas Parisiorium. La ciudad de los Parisi, también denominada la Ciudad


de la Luz y la Ciudad del Amor. Son innumerables los sustantivos,
designados por el ser humano, que definen a esta urbe. Sin embargo, tal es
la complejidad de la belleza de este lugar que resulta imposible catalogarla
con un solo título.
Caracterizada por la suntuosidad, vigorosidad y la majestuosidad, en ella
se encontraba muy presente tanto la moda como los extraordinarios y
versados gourmets. Algunas personas la describirían como una capital
bohemia; otros emplearían el adjetivo «señorial». Son tan diversas las
opiniones que se originan a raíz de la toma de contacto con este lugar que,
quizás, lo conveniente es que en esta narración nos quedemos con una:
historia.
Se trata de un núcleo urbano histórico, porque en los rincones de estas
calles se ocultan tesoros memorables como el Arco del Triunfo o la torre
Eiffel.
Ellie Hawk pudo notar la vibración que existía en aquella opulenta
ciudad en el instante en el que salió del aeropuerto de Orly, mas no tuvo
mucho tiempo de disfrutar de aquellas sensaciones que la embargaron, pues
hacía escasos minutos Henderson y ella se habían reunido con el hombre
que les transportaría hasta el hotel. La mala noticia era que tendrían que
recorrer quince kilómetros... en coche.
Desde el instante en el que Ellie se subió al automóvil, sus glándulas
suprarrenales comenzaron a segregar adrenalina. La fase de sudoración
estaba sobre ella.
Henderson la observaba con atención desde que ambos habían visto
aparecer el coche. Al principio solo había notado alerta en la joven, pero en
cuanto ambos entraron dentro del turismo, comenzó a notar los cambios que
se producían en ella.
—Señorita Hawk...
Adam se sentía inquieto, preocupado, estudiándola en el momento en el
que el coche salía del estacionamiento.
—No se preocupe —musitó Ellie, interrumpiéndole con los ojos
cerrados—. Estoy bien, todo va a estar bien.
Adam asintió imperceptiblemente sin apartar la mirada de ella,
esperando ver cualquier transformación en su cara que le indicase que debía
ordenar parar el coche en el acto.
«Venga, Ellie, hemos pasado por esto más veces. No pasa nada, lo
superaremos... Respira, así, bien. Lo importante es que controle la
respiración e intente pensar en cosas positivas».
Estas frases, pronunciadas por los diferentes psicólogos con los que
había estado, resonaron en la cabeza de la muchacha.
Estaba tan concentrada en mantener bajo control sus propias emociones
que no se dio cuenta de que Henderson se aproximaba al asiento del
conductor y le susurraba con vehemencia:
—Si llega en la mitad de tiempo, le pagaré el triple de lo que gana.
Mensualmente.
Aquella sugerencia respecto al incremento de su sueldo debió de surtir el
efecto deseado, pues el hombre aceleró el coche y el viaje que era de
diecisiete minutos, se convirtió en diez.
Para el momento en el que arribaron al hotel, Ellie había conseguido
contener el ataque de ansiedad que se cernía sobre ella. Para ello, se había
valido de la respiración y de la distracción a través de la observación de
aquellas dilatadas avenidas cargadas de magia por las que transitaban con el
coche.
«Todo esto es precioso, pero creo que sigo quedándome con Venecia»,
reflexionó, apeándose del automóvil y acercándose a contemplar el hotel
que se encontraba frente a ella.
Era igual de imponente que el de Roma y la estructura era similar, pero
este tenía dimensiones superiores y un estilo más opulento. Las vitrinas
eran lo que más le fascinaba, le confería un estilo de castillo. Era precioso.
Debía ser la firma de Henderson que sus hoteles siempre destilaran
fastuosidad por cada piedra que asentaba la edificación.
Algo más calmada, se quedó embobada contemplando la belleza que se
situaba frente a ella mientras Henderson acababa de solucionar unos
asuntos con el conductor.
Adam no podía entender qué le había llevado a reaccionar de aquella
manera. Era cierto que a él no le faltaba el dinero, pero el hecho de lanzarse
a ofrecer ese extra al conductor, no lograba entenderlo. Sabía que algo
ocurría con su secretaria, y verla en aquel estado le había llevado a terminar
pagando más de la cuenta.
«Tranquilo, hacemos esto como podríamos hacerlo por cualquiera que se
encuentre en un apuro», acotó el raciocinio.
Sintiéndose mucho más tranquilo consigo mismo, alcanzó a la señorita
Hawk y la instó a entrar.
Tiempo después de que ambos llegaran al hotel y Ellie contemplara la
increíble decoración que poseía la recepción, la cual no difería mucho de la
que se encontró en el hotel de Roma, la muchacha se percató de que su jefe
se dirigía a avisar a los recepcionistas que le habían reconocido nada más
entrar.
—¡Espere, señor Henderson! —lo llamó, observando cómo él se giraba
hacia ella.
—¿Qué?
—Ni se le ocurra darme una habitación similar a la que me proporcionó
en Roma.
—¿Eh? ¿De qué habla?
—Lo sabe perfectamente. Ni se le ocurra meterme en una ratonera.
—Me ofende que piense eso sobre mí.
—Bueno, ya se lo digo. Si no tengo un sitio adecuado para dormir,
prepárese
Pese a que Ellie reflejaba una expresión risueña, sus dos ojos castaños
dieron a entender que hablaba en serio.
«¿Nos está amenazando?», inquirió su orgullo.
—¿Es esa una amenaza, señorita Hawk?
—Pues sí. Lo estoy amenazando. Por su culpa me duele horrorosamente
la espalda, y como siga así, el día que me muera volveré en forma de
fantasma a atormentarle.
«Ya lo hace», añadió su conciencia.
«No podemos jugárnosla. Mejor alejar a esa bomba andante», intervino
la lógica.
«Por favor, permitidme que le lamamos la espalda», pidió la lujuria.
«¡Acalladlo!», ordenó la razón, atando una mordaza abstracta al
componente más insidioso del grupo emocional.
—Usted ha tenido la desfachatez de acusarme de tal vileza, pero no se
preocupe: pronto descubrirá que su dormitorio será como el de los demás y
tendrá que arrepentirse de esta ridícula recriminación.
—Eso espero.
Le divertía el dramatismo que le confería Adam a sus palabras. Él solía
llamarle desfachatada, pero ahí se encontraba, mintiéndole sin pudor.
¿Quién era el descarado en realidad?
—Bien, bueno, voy a conseguirle su preciada habitación.
La muchacha contempló cómo se acercaba a los de recepción, que le
saludaron formalmente. Después de ver cómo una de las recepcionistas le
daba la que debía de ser su llave, Adam se giró para acercase a ella.
—Aquí tiene. Ni se le ocurra quejarse, porque está al lado de mi suite.
—¿Al lado? ¿Cómo de lado?
No esperaba que fuera a escalar de aquella forma: de ser poseedora de
una habitación cutre a dormir al lado de la suite presidencial de su jefe.
—Sí, es la que usaba siempre la señora Spark. De esta forma, si la
necesito, estará cerca —explicó un hastiado Henderson, quien jamás se
había visto teniendo que dar explicaciones de lo que hacía con anterioridad.
Y, sin embargo, ahí se encontraba, teniendo que aclarar aquellas cosas—.
Ahora iremos a cambiarnos y en media hora bajaremos al comedor a probar
la comida para comprobar de primera mano qué tal está. Después,
hablaremos con el chef.
—De acuerdo.
Posteriormente a que acordaran aquel plan, ambos se encaminaron juntos
a sus respectivas habitaciones.

***

Ambos protagonistas se encontraban ajenos a la situación que discurría a


una distancia de 1105 kilómetros de Francia, pues en el hotel de Roma se
dispararon los nervios de una persona con intenciones dudosas. Al
percatarse del individual regreso al hotel de uno de los amigos que siempre
se relacionaba con Henderson, volvió a realizar una llamada anónima desde
otro teléfono desechable.
—Soy yo —se presentó cuando descolgaron el teléfono—. Solo ha
vuelto el castaño. No, no sé dónde están. Les he perdido la pista. Creí que
volverían de nuevo a Roma. Avisa a los demás.

***

Cuando Ellie descubrió la maravillosa habitación que Henderson le había


asignado, gritó de alegría.
Lo primero que se le ocurrió hacer fue tomar una foto para luego
enviársela a su hermana Ada. Cuando viera aquello, se moriría de la
envidia, y no era para menos: delante de ella se encontraba una estancia
donde dormiría cualquiera princesa.
«¿Dónde está el guisante?», se preguntó la joven, estudiando la cama de
matrimonio que era tres veces la suya. Esta se hallaba en el centro del
amplio dormitorio cuyas paredes grises, aunque a primera vista parecieran
sencillas, conferían una sensación de magnificencia. Frente a la cama, se
encontraba una tele de plasma. No faltaba detalle alguno. ¡Tenía hasta una
barra para servir licores!
¿Así vivían los ricos?, fue la pregunta fugaz que aterrizó sobre su
cerebro, impactándola. Mas no se detuvo a reflexionar en profundidad sobre
ese hecho, porque lo primero que hizo fue lanzarse a la cama para probar su
calidad. A continuación, fue al baño a comprobar si tenía jacuzzi, y al
encontrarse ante ella no solo uno sino una ducha, comenzó a reír
descontrolada. Después, mientras se hallaba probando aquel enorme
jacuzzi, entre burbujas de jabón un pensamiento destelló en su mente
emocionada.
«Esto es como en Pretty Woman. Omitiendo el hecho de que yo no soy
una prostituta, claro. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco tengo a mi
Richard Gere. El tipo que ha pagado por esto solo es un pez payaso
amargado al que tengo que obedecer, quien lo único que hace es gritarme
como si fuera alguna clase de dictador de pacotilla».
Aunque Ellie no fuera proclive a tomarse fotos, consideró que aquel
momento lo ameritaba. Deseaba inmortalizar ese recuerdo, pues mucho se
temía que algún día sería perecedero. Así que, esgrimiendo una gran sonrisa
y cubierta por la espuma, presionó el disparador. Cuando Henderson la
echara, siempre tendría aquellas memorias instantáneas para recordar todas
las vivencias en las que por una vez se sintió libre. Libre para tomar un
baño en un jacuzzi, sin elegir la ducha para ahorrar agua de tal forma que
los de las compañías no se frotaran las manos a su costa.
Por primera vez en toda su vida, Ellie Hawk se relajó, dejándose llevar
por la temperatura cálida del agua del jacuzzi. Su razón voló muy lejos de
allí, y cuando fue la hora de despedirse del paraíso, esta última volvió con
más determinación que nunca.
«No importa cuánto tiempo me quede. Pienso disfrutarlo al máximo para
que cada recuerdo que se venga conmigo sea único y especial. Prepárate,
París, porque Ellie Hawk acaba de llegar»,
Esta vez iría a por todas, se relajaría y disfrutaría, sin descuidar, desde
luego, su trabajo, o de lo contrario Henderson la haría pedazos y se los daría
de comer a su periquito.
Se vistió con una de sus sobrias faldas grises, así como una camisa
blanca. El atuendo le confería la imagen de profesionalidad acorde con la
posición que siempre buscaba su jefe. Tras peinarse con un rígido moño
alto, se encaminó con paso decidido a su comida con Henderson.
«Espero que ese plato de Michelines esté bueno».

***

Tanto jefe como empleada habían acordado reunirse en la recepción, pues a


pesar de que ambas habitaciones fueran colindantes, Adam había preferido
que la señorita Hawk no entrase a sus aposentos debido a que en anteriores
ocasiones la situación había sido cuanto menos caótica. Así pues, los dos se
encontraron en el espaciosa y lujosa recepción.
Al verla llegar, el pelirrojo estudió la indumentaria de su secretaria.
«Ha pasado de parecer una persona con problemas mentales recién salida
de un manicomio a vestir como una abuela con esa falda horrorosa. Me
apuesto a que la ropa la ha comprado en los chinos», reflexionó, disgustado
con la imagen que proyectaba. «¿Y ese moño qué? También de anciana. Si
lo tuviera más estirado, podría cortarse mantequilla con él».
«Estoy de acuerdo, podría soltarse el pelo... y así nosotros se lo
agarraríamos mientras la cabalgamos... Uy, creo que me estoy
emocionando», clamó el deseo, quien había conseguido deshacerse de la
mordaza que le habían impuesto sus viles captores.
Sin duda, se sentía una emoción muy incomprendida.
«Cabal... ¿¿qué??», intervino el orgullo, incrédulo.
«Pero ¿no habíais callado a este tipo?», espetó la razón. «Nos está
subiendo la tensión».
—Pues sí que ha llegado pronto, señor Henderson —saludó una alegre
Ellie.
—¿Vamos?
Se sentía molesto con la parte que había despertado con intensidad tras el
beso acontecido. Aquella voz endemoniada le estaba proporcionando
muchos dolores de cabeza.
Después de que ambos llegaran al amplio comedor, que se dividía en
mesas circulares cubiertas de manteles blancos, tomaron posición en una
zona alejada, de tal forma que no fuera tan evidente que se trataba del jefe,
pues ambos querían que les atendieran como solían hacerlo. Mientras
esperaba a que los camareros repararan en ellos, Adam pudo observar que
Ellie contemplaba admirada toda la estancia.
—Debido al pequeño incidente que ocurrió en Roma, no tuve tiempo de
comentarle lo que me parecía el comedor. Era magnífico, pero es que este
es espléndido, señor Henderson.
—¿Por «pequeño incidente» se refiere al momento en el que me
avergonzó públicamente delante de cientos de clientes?
Estudió la reacción de la muchacha, quien en vez de avergonzarse
compuso una sonrisa radiante que iluminó el lugar.
—No se haga el estirado. Piense que gracias a eso tendrá algo que
contarles a sus nietos algún día. Sería muy aburrido que solo le escucharan
hablar de papeles y negocios en Francia, ¿no cree?
—No considero que sea de mi agrado relatarles a mis descendientes que
fui abofeteado por un pancake volador, señorita Hawk.
—Pues yo lo veo una excelente anécdota.
Le divertía que Adam estuviera hablando tranquilamente de ser injuriado
por una tortita, mas no podía reírse u ofendería al orgulloso de su jefe. Sin
embargo, Adam, que ya comenzaba a conocerla, identificó las señales
evidentes de su diversión, lo cual solo ocasionó que se molestase aún más.
—Usted...
—¿Qué desean, señores?
El camarero, que se acababa de acercar, se trataba de un chico joven
vestido muy elegante.
—¿Cuál es el menú del día?
Ellie por su parte, tomó la carta.
—En el menú de hoy tenemos diversos entrantes: caballas silvestres
marinadas, tomates de colores, crema de rábano picante y el aperitivo de la
duquesa, mientras que de platos principales contamos con una amplia
variedad de pescados y carnes que pueden observar en la carta.
—¿Aperitivo «la duquesa»?
—Para nuestros clientes más indecisos contamos con un menú
degustación de tres platos recomendados por el chef —añadió el camarero
al ver la vacilación que mostraban.
—Nos gustaría probar un poco de todo, así que la degustación estaría
bien.
—Como desee, señor.
Ellie había estado estudiando la famosa carta de la que hablaba el
camarero. Cuando vio el precio de cada plato y del menú, notó que su
corazón se paralizaba repentinamente.
«Vale que sea la secretaria de un millonario, pero ¿es que esta gente se
limpia el culo con dinero, o qué?»,
—Señor Henderson, ciento ochenta el menú para dos... ¡cada persona!
¿En serio la gente paga por esto? ¡Es un robo a mano armada! ¡Y ni si
quiera se incluye el postre!
—Por supuesto que pagan por ello. La calidad del plato es excelente —
comentó Adam, ofendido—. Solo servimos lo mejor y la gente que tiene
algo de clase sabe apreciarlo.
—Me voy al McDonald’s y seguro que como más por menos dinero.
—¿Cómo osa compararnos con una cadena de comida rápida del tres al
cuarto? ¿Sabe la cantidad de mierda que lleva una hamburguesa de esas? Lo
nuestro está a otro nivel.
—Mire, ya puede estar cubierto de oro, que no soltaría ciento ochenta
euros, así como así. ¡Reconozca que tiene aquí montado un negocio de
leche con tanto crème!
—Pero ¿qué dice? La calidad se paga, señorita Hawk.
—Ya veo. Esto está lleno de gente.
La joven estudió el comedor. Estaba repleto de comensales.
—Por supuesto. En cuanto a gastronomía, somos los mejores.
—Ya me estoy imaginando por qué. Seguro que los platos son
minúsculos —se lamentó la señorita Hawk, recordando aquella idea que
salía en las películas de que, cuanto mayor era el precio del plato, más
pequeño era—. Además, esa palabra... «degustación», suena a que quiere
matarme de hambre. Esto es una trampa para hacer que pierda peso, ¿no,
señor Henderson? Si es así, quiero que sepa que es usted muy rastrero.
—Pero ¿de qué habla? ¡¿Rastrero, me llama?! —exclamó él, ofendido—.
No sea egocéntrica. No me importa tanto como para recurrir a eso. Si se
queda con hambre, puede pedir algo más; a mí poco me importa.
—Bueno, no olvide esas palabras, porque pienso pedirme algo más. Por
otro lado, no me diga que eligió esta mesa por el camarero que nos ha
atendido.
—Sí, estuve estudiando cómo tienen conformados los turnos y la
distribución de mesas. El chico es nuevo, así que no creo que me reconozca.
Adam reparó en que el susodicho se acercaba trasportando los platos que
habían pedido.
—¿Está poniéndole a prueba a él también? —le susurró la señorita
Hawk.
—Por supuesto. Este es mi hotel.
—Aquí tienen, señores —comentó el muchacho, depositando los seis
platos en el centro de la mesa. Después, a modo de despedida, añadió—:
Espero que sean de su agrado.
Cuando Ellie Hawk estudió la cantidad que tenía cada plato no pudo
evitar exclamar, indignada:
—¡¿Qué es esto?!
—Comida.
—¿Está bromeando? ¿Solo piensa ingerir esto? —preguntó, anonadada
—. ¡Pero si ni los gusanos comen tan poco! ¿Le parece normal alimentarse
menos que un gusano de tierra?
—Deje de decir tonterías. Si después tiene más hambre, pediremos otra
cosa.
—¡Por supuesto que lo vamos a hacer! ¡Faltaría más! ¡Ni que fuéramos
hormigas! —se quejó ella mientras se llevaba un trozo de pescado a la boca
—. ¡Joder!
—¿Qué? ¿A que está bueno? —preguntó con orgullo Adam,
identificando una clara admiración en la exclamación de ella.
—Dios, sí. Me comería un kilo de esto.
«Oh, sí, pequeña, ojalá te comieras otra cosa...», suspiró el deseo
ensoñador.
—No se pase tampoco.
—Me dijo que podía pedir lo que quisiera —se quejó ella—, y si piensa
que me voy a ir sin probar un postre de Michelines, lo lleva claro.
—Son «estrellas Michelín». Michelines serán lo que le salga a usted
como siga comiendo tanto.
—Como sea. Me importa bien poco, estoy acostumbrada a que me sobre
carne.
Después de que Henderson y ella acabaran con los platos de degustación,
el camarero se volvió a acercar hasta su mesa para limpiarla.
—¿Desean algo más?
—Sí, yo quiero uno de esos —dijo, señalando la carne rostizada—. No
serán pequeños, ¿no?
—Señorita Hawk, no nos avergüence.
—No, señora.
«¿Cómo que “señora”?», se preguntó la muchacha, dolida en su orgullo
femenino. «¡¡Solamente tengo veinticuatro años!! ¡De señora nada,
bonito!».
—Perfecto —concedió Ellie, sonriendo tirante.
—¿Y usted, señor?
—Yo estoy bien, de momento no quiero nada.
—Enseguida le traeré su plato, señora.
«Y ahí va otra vez con lo de señora...». La castaña le fulminó con la
mirada, ofendida.
Tiempo después de que Ellie acabara con su comida, decidió que era
hora de tomar un postre, así que le solicitó al camarero una tarta Fraisier. Al
parecer, según le había comentado este último, era un postre característico
francés. El suave bizcocho, ligeramente embebido de almíbar de Kirsch y
compuesto por una crema de frutas en su interior, estaba recubierto por una
pasta de almendras de color rojizo. El toque final lo aportaba la fresa que
había a un costado a modo de decoración.
Cuando dio su primer mordisco a la fruta mezclada con el aroma de la
suave crema sabor a vainilla, sus papilas gustativas se dieron un festín, lo
que provocó que se le escapara un gemido mucho más intenso que los
anteriores.
Amaba el dulce.
—¿Cómo está?
Adam la observaba con intensidad.
—Mejor que un orgasmo.
Ellie no se percató de que su declaración desencadenaba una reacción
caótica dentro del sistema nervioso de Adam.
«¿¿Acaba de utilizar la palabra “orgasmo”??», preguntó la conciencia
anonadada.
«La hemos debido de escuchar mal», propuso la razón.
«Los cojones. ¡¡¡Ha dicho orgasmo claramente!!! Ay, Dios mío,
preguntadle si se ha tocado alguna vez», rogó la lujuria.
«Ni lo sueñes», le espetaron molestos los demás.
Adam decidió que sin duda debía de haber malinterpretado las palabras.
La señorita Hawk era virgen, y aunque fuera una descarada, las mujeres
inmaculadas no solían soltar esas frases, ¿verdad?, así que lo dejó pasar.
No obstante, su pene no parecía del todo de acuerdo con esa iniciativa,
pues se encontraba envarado, apoyando la idea de deseo. Incómodo con la
situación, trató de apartar la mirada de la escena que se presentaba ante él:
los labios de la muchacha teñidos de rojo por el color del dulce.
Sencillamente, no lo pudo evitar: recordó el beso que habían mantenido.
«Mierda, joder... ¿Por qué? ¿En qué momento se me ocurrió besarla?».
Se la imaginó tumbada en su cama desnuda, rodeada de fresas, mientras
él le daba de comer de su propia boca.
Tenía que parar. Aquello estaba resultando demencial. Era su secretaria,
por el amor de Dios, y, por si fuera poco, representaba un tipo opuesto a las
mujeres que siempre le habían atraído.
Nada tenía sentido.
La joven terminó de comer, acabando con el sufrimiento de su jefe,
quien se encontraba calculando la probabilidad que habría de cancelar la
reunión con el chef para tomar una ducha fría.
—Bueno, vamos a pagar y hablar con el chef.

***

Ambos esperaron a que finalizara la hora de la comida para que el chef


pudiera liberarse de sus quehaceres.
Ninguno de los dos había encontrado nada negativo con la comida. Era
deliciosa, así que solo quedaba hablar con el responsable de los platos. En
el momento en el que el hombre tomó su tiempo libre, Adam entró
acompañado de Ellie dentro de la inmensa cocina. Solo quedaban los
pinches, que estaban encargándose del proceso de limpieza.
Ellie reconoció al chef en cuanto lo vio, pues era el único que vestía un
gorro diferente a los demás. Parecía más imponente, y puede que su teoría
se confirmara: el tipo, aparte de estrellas, también tenía muchos michelines.
«Se parece al cocinero de La Sirenita, ese que quería hervir al cangrejo
Sebastián», reflexionó Ellie, percatándose, divertida, de los bigotes al estilo
Dalí que suponían lo más remarcable del rostro del hombre.
—Señor Dumont.
Adam odiaba tratar con él, ya que se había convertido en un tipo al que
la fama se le había subido a la cabeza. No obstante, era el mejor, así que
tendría que soportarle.
Al escucharle, el chef se giró hacia él, sorprendido con su presencia. Se
acercó hasta donde se encontraba el jefe de los hoteles Henderson.
—Monsieur Henderson —pronunció con un remarcado acento—. ¿Qué
le trae por aquí? De haber sabido que vendría, le habría preparado su plato
favorito.
—No se preocupe, Dumont. Me gustaría hablar con usted... a solas.
—Por supuesto.
Tras esto, les condujo hasta una estancia anexa que se encontraba vacía.
Ellie pudo intuir que era el lugar donde se producirían las magníficas
creaciones de repostería.
«¿Habrá más tarta por aquí?», se preguntó estudiando la sala.
Adam y Ellie se sentaron en unos taburetes que se encontraban enfrente
de la mesa donde se amasaba. El señor Dumont se sentó paralelamente a
ellos y se quitó el gorro.
—Este es el único lugar donde podemos hablar sin interrupciones —se
excusó el chef—. Dígame: ¿qué le trae por aquí?
—Seré totalmente franco con usted. Estamos recibiendo algunas reseñas
referidas a que algunas comandas están en mal estado.
La muchacha se quedó atónita de que hubiera decidido ser tan directo
con el hombre, y este último debía sentirse de forma similar, pues la joven
pudo observar que su rostro demudaba desde la incomprensión a la cólera,
adoptando una tonalidad peligrosamente rojiza.
—¡Eso es mentira! Jamás permito que mi comida salga a las mesas
estando mal, ¡ni siquiera con mal sabor! Soy un cocinero con tres estrellas
Michelín, ¡uno de los mejores! ¿Y se atreven a difamarme?
—Cálmese, señor Dumont.
Adam estaba comenzando a cansarse de la telenovela que se estaba
montando el hombre.
—¿Que me calme? ¡No puedo hacerlo! Usted no creerá eso..., ¿no?
—Yo no creo ni dejo de creer nada, tenemos que investigar a fondo.
—¡Mi comida no es! Y si está poniendo en duda mi profesionalidad y
credibilidad por siquiera un segundo, tenga por seguro que renunciaré de
inmediato.
Lo que menos le apetecía a Adam era tratar con aquel teatrero en
aquellos momentos.
«No ha hecho falta que me dé esa ducha siquiera. Con solo escuchar
hablar a este tiparraco, se me ha bajado toda la erección. Antes de que
renuncie, ¿debería pedirle que me grabe un audio quejándose para cuando
me vuelva encontrar en una situación así? Desde luego, es más cómodo que
la ducha». Por ahí era por donde discurrían los pensamientos de Henderson
mientras se masajeaba las sienes, tratando de reunir algo de paciencia.
—Señor Dumont, no consentiré que ni usted ni nadie me amenace,
¿queda claro? Porque como lo vuelva a hacer, no hará falta que usted se
marche: le despediré en el acto.
Poco le importaba ya que fuera uno de los mejores. Le había levantado
tal dolor de cabeza con sus gritos que estaba a punto de mandar construir un
cohete para mandar a Dumont al espacio exterior.
«Aunque ni los extraterrestres lo aguantarían».
El chef, que no acostumbraba a que le contestaran así, explotó. Su tez
ligeramente rojiza por la indignación se convirtió en rojo carmesí de la
cólera que sentía.
«Oh, ahora se parece al cangrejo Sebastián», reflexionó Ellie, estudiando
fascinada el rostro del hombre, que en aquel momento componía la visión
de una bomba a punto de detonar frente a ellos.
Y lo hizo.
Explotó.
—Me largo. ¡No consentiré que ningún idiot prétentieux ponga en tela
de juicio mon talent!
El hombre, furioso, lanzó sobre la mesa el gorro de chef. Tras esto, salió
dando grandes pasos de la estancia al tiempo que maldecía sobre su exjefe
— Stupide, débile, con, enculé...[18]
Ellie apenas podía salir de su estupefacción cuando observó la escena de
la estrella Michelín saliendo con dramatismo del lugar en el que se
encontraban.
—Señor Henderson, ¿es consciente de que hemos perdido un chef? ¡Ha
conseguido que se marche!
—Pues menos mal. No soportaba más sus gritos.
—¿Y quién preparará la cena?
—Otro chef.
—¿Al que también tiene intención de despedir? ¿Quién cubrirá el turno
de este hombre?
Todavía no qué motivos habían llevado a su jefe a hacer aquella locura.
—Un amigo.
—No le entiendo.
—Mire, aunque no lo parezca, es probable que el idiota de Dumont
tuviese razón. Por eso quiero introducir a alguien de confianza para que
compruebe si alguien está manipulando la comida, y este divo solo pensaba
en sí mismo. No puede ver más allá de algo que no sea él mismo,
¿comprende? Aparte..., ya no le soportaba.
—Comprendo...
A Ellie le sorprendió ese plan. Resultaba que al final Henderson no era
tan tonto como le había parecido.
—Bien, ahora que hemos solucionado esto, me marcharé. Tengo mucho
trabajo que hacer.
—Recuerde que tenemos la reunión con los de Aston Martin, señor
Henderson.
—¿A qué hora?
—A las seis.
—Bien, encontrémonos a las cinco y media en la recepción.
—¿No es una hora muy tardía?
—No se preocupe, llegaremos a tiempo —la tranquilizó Henderson.
Después, estudiándola atentamente, añadió—: Vamos a coger coche porque
está lejos.
Ellie trató de aparentar tranquilidad.
—De acuerdo.
—¿Está bien con ello?
—Sí, señor Henderson.
Adam no estaba tan seguro de eso, pero no podía aparecer allí usando
una moto. La imagen que proyectaría si se presentara subido en una y con
su secretaria a remolque sería bochornosa. No obstante, había una pequeña
vocecita en su cabeza que comenzaba a preguntarse con preocupación si
ella en realidad se encontraría bien aquella tarde.
Evitando prestarle atención a la misma, se dirigió a la señorita Hawk.
—Bueno, recuerde: dentro de dos horas en la recepción.
Sin esperar a que la muchacha le contestara, emprendió su camino hacia
la suite, dejando sola a la señorita Hawk.

***

Las cinco y media llegaron y ambos se reunieron donde habían


acordado. Para enfrentar aquella reunión, cada uno se había ataviado con un
estilo formal y elegante. Mientras Adam vestía un traje gris y rodeando su
cuello se encontraba reposando una corbata color burdeos, Ellie se había
cambiado de ropa, poniéndose un vestido negro sobrio y recatado que hacía
juego con el moño tirante que se había rehecho.
Antes de bajar a la recepción, la muchacha se había tomado un
ansiolítico para minimizar todo lo posible su ansiedad. Esto, combinado con
las respiraciones profundas que hizo al entrar en el coche, provocó que el
impacto no fuera tan grave. No obstante, era consciente de que tarde o
temprano la dejarían noqueada. Solo esperaba que ocurriera mucho más
tarde.
La muchacha estaba tan concentrada en practicar sus inspiraciones y
espiraciones que no reparó en que Adam la estudiaba de reojo
continuamente, buscando alguna señal de que estuviera entrando en un
ataque de pánico.
Apenas llevaban quince minutos montados en el coche cuando sucedió la
desgracia. El conductor viró el coche en una calle y se encontraron con uno
de los problemas principales de toda gran ciudad.
El tráfico.
No había visto venir aquella probabilidad. Comenzó a sudar
copiosamente, dando por hecho que llegarían tarde. No, no podían hacerlo.
Esa reunión era muy importante, pues estaba a punto de cerrar un acuerdo
que les proporcionaría mucho dinero con la empresa y la imagen lo era todo
en un mundo tan poderoso como aquel. Podrían rechazar el acuerdo si ellos
consideraban que no estaba suficiente comprometido al haber llegado tarde.
—¿Qué hacemos, señor Henderson? —preguntó Ellie, al ver la cantidad
ingente de coches—. ¿Está muy lejos?
—En coche no mucho, pero andando no llegamos... No calculé que
podría haber este tráfico a estas horas.
—Es que ha ocurrido un accidente. —informó el conductor, que desde su
asiento veía la situación con más precisión que ello—. Esto va para largo.
—¡Mierda!
La joven se había quedado callada repentinamente. Algo había captado
su interés.
En la acera por la que iban andando los peatones, pudo observar una
tienda con un escaparate gigantesco. «Lo tengo», declaró Ellie, triunfal,
dispuesta a poner en marcha su plan. Abrió la puerta del coche parado sin
previo aviso y descendió con cuidado hasta alcanzar la acera.
—¡¡Señorita Hawk!!
A pesar de escuchar la llamada de Henderson, que no comprendía lo que
sucedía, no le prestó atención y continuó su camino.
Adam apenas podía entender qué estaba haciendo en aquel momento
crítico aquella muchacha. Había escapado del coche sin avisarle, y, por lo
que veía, se dirigía hacia una tienda. Abrió mucho los ojos, impactado,
cuando tiempo después la vio salir cargando con ella una bicicleta... y no
era una normal.
¡Se trataba de un tándem!
«¿Qué espera hacer con eso?», se cuestionaba, horrorizado, mientras
observaba cómo ella se acercaba hasta el coche, ignorando las miradas que
le disparaban los transeúntes. Haciendo aspavientos con los brazos, le llamó
señalando la bici.
El significado estaba claro: «Tengo nuestro transporte».
No obstante, Henderson sabía que, si la dejaba allí vistiendo ese casco
horrible sobre su moño espantoso y vestida con un estilo formal, llamarían
más la atención. Así pues, salió del coche y se acercó a ella con cuidado de
que no le atropellaran en el intento.
—Pero ¿qué ha hecho?
—Es una bici para dos, uno se sienta delante y otro detrás.
—¿Está insinuando que vamos a ir en bicicleta?
—Usted me dijo que no llegaríamos a tiempo andando, y está claro que
en coche es imposible.
—¿Y no podría haber cogido dos bicis individuales?
—A la larga, esta salía más barata.
—¿Qué? Porque usted no ha querido gastar... ¿cuánto, diez euros más?,
¿tengo que montarme ahí?
—En realidad la diferencia era de cinco euros, pero si podíamos
ahorrárnoslo....
—¡¡Usted!! —La señaló sin poder dar crédito a lo que escuchaba—.
¿Sabe qué imagen daremos con esto?
—Al cuerno con la imagen —desestimó ella, tendiéndole su casco—.
Deje de perder el tiempo balbuceando y tome, póngaselo. Nos vamos.
Con amargura, examinó el casco que le había dado.
—¿En serio tenía que ser rojo?
—Por supuesto, usted es el pez payaso.
Tras esa explicación tan sencilla, se rio y guiñándole un ojo se subió
sobre la bicicleta.
—¡Lo ha hecho aposta! —la acusó, montándose detrás de tal forma que
nadie le reconociera en aquella absurda situación.
—Venga, no se queje tanto y pedalee.
No tenía más opción que ceder ante aquello si quería llegar a tiempo.
Y así fue como, durante aquella tarde en la capital francesa, algunos
parisinos fueron los afortunados testigos que contemplaron a una mujer y
un hombre embutidos en trajes de negocios pedaleando frenéticamente.
Desde luego, las risas y los vídeos no tardaron en llegar.
¿Serían trending topic mundial?
CAPÍTULO 25

«Siempre hay algo de locura en el amor. Pero también hay siempre una
cierta razón en la locura».
Friedrich Nietzsche

El humor tiene múltiples beneficios. Reírse produce que el cerebro segregue


serotonina y endorfinas, componentes neuroquímicos que se encargan del
placer y la felicidad. No obstante, esto sucede cuando algo capta la atención
del oyente. La situación comienza a cambiar cuando percibes que tú eres el
objeto de burla, y entonces ya no es tan gracioso. Es incómodo, vergonzoso.
Algunas corrientes sociológicas sostienen que la vida en sociedad se
asimila a una obra de teatro. El ser humano representa un papel acorde a lo
que se espera de él en cada situación, y Adam Henderson había sido
educado en un entorno en el que la imagen personal lo era todo; no solo
desde un punto de vista físico, sino también comportamental. Si querías ser
aceptado en aquel estrato social, debías actuar de acuerdo a un esquema
mínimo de lo que se esperaba para ese entorno con el fin de poder mantener
una comunicación aceptada con alguien.
En resumidas cuentas, a los niños se les entrenaba para que no fueran
rechazados entre la flor y nata. Sin embargo, al encontrarse subido en aquel
tándem, pedaleando en dirección a una de las reuniones de negocios, todo
su contexto falló: se desmoronó como un castillo de naipes.
Si lo estudiaba en retrospectiva, nada ni nadie lo había preparado para
saber cómo actuar y representar el rol que se esperaba de él mientras usaba
un casco rojo y se perdía, con aquella mujer que lo volvía totalmente
irracional, por las calles parisinas a contratiempo.
Aunque toda la situación fuera en sí misma surrealista, su lógica social
falló y llegó a tiempo a la reunión.
Bajándose de forma precipitada de la bicicleta, le tendió su casco a la
señorita Hawk, que le pidió que fuera adelantándose mientras ella ponía a
resguardo el tándem.
«Hemos llegado a tiempo...», se percató, anonadado.
Le había ordenado a su secretaria que aparcaran su peculiar transporte en
un lugar a escasos metros de distancia del edificio donde se celebraría la
reunión. Nadie podía verle subido en aquella aberración. No obstante, era
ajeno a la situación en la que se encontraba el vídeo que habían grabado
algunos transeúntes, el cual ya se encontraba circulando por Internet. De
esta forma, inconsciente de que se estaba convirtiendo en una estrella en
ascenso, se encaminó intentando recuperar algo de la dignidad perdida al
interior del edificio.
Ellie Hawk observó a su jefe, que intentaba aparentar elegancia después
de haberse bajado de un tándem, y se echó a reír, mas la diversión le duró
poco. Los efectos del ansiolítico llegaron y el primer mareo la embargó.
Como pudo, puso a resguardo la bici y se dirigió hacia donde había ido
su jefe para buscar un baño y refrescarse.
Por eso odiaba tomarse aquellas pastillas, la dejaban completamente
fuera de juego. Al mareo se le sumó el debilitamiento muscular, así que una
vez en los aseos, se sentó en el váter rogando por que se le pasara lo antes
posible.

***

Adam Henderson se sentía inquieto. Había terminado la reunión con el


acuerdo formalizado y firmado, pero su secretaria no había aparecido por
allí.
¿Habría pasado algo?
Esa mujer siempre andaba metiéndose en problemas. Conociéndola, con
toda seguridad se habría equivocado de sala y estaría vagando perdida por
el edificio.
Tendría que ir a buscarla.
Apenas se marchó de la sala donde había acontecido la reunión, se
encaminó en su busca, y al no encontrarla decidió volver al lugar donde la
había visto por última vez. Se encontraba atravesando el hall en dirección a
la salida cuando se percatóde que la señorita Hawk estaba saliendo de los
aseos.
Aquello le indignó. Se suponía que solamente iba a guardar la bicicleta,
reflexionaba, acercándose a ella furibundo.
Pero, de repente, algo captó su atención.
La cara de la señorita Hawk estaba blanca como el papel. Debía
encontrarse descompuesta, por eso no había acudido a la reunión. Ella aún
no había reparado en su presencia, y Adam sintió que su enfado se
esfumaba al instante.
Algo ocurría con aquella mujer, pero era consciente de que ella no quería
hablar sobre lo que fuera que le estuviera pasando. Así pues, decidió
comenzar la conversación por otros derroteros mientras la estudiaba en un
vano intento por descifrarla.
—Reconozco que, aunque haya sido una forma excéntrica de moverse
por la ciudad, hemos llegado a tiempo.
Aquel reconocimiento suave, sobresaltó a la muchacha, que se giró un
poco forzándose a sonreír.
Aunque Ellie se encontrara un poco mejor, todavía notaba los efectos de
la pastilla en su organismo, pero al no querer que Henderson se enterase
sobre ello, decidió bromear como siempre hacía.
—¿Ve? Se lo dije, y usted todo gruñón regañándome por ese casco. Con
lo bien que le quedaba... ¡Incluso le hacía juego con el pelo!
—No se burle, señorita Hawk. El casco que me endilgó era feísimo. Sin
ninguna clase.
Adam respiró un poco más aliviado cuando Ellie soltó una carcajada.
—Bueno, ¿y qué tal en la reunión? ¿Salió bien?
—Sí, todo fue según lo previsto.
—¡Eso es genial!
Ellie sonrió débil, todavía afectada por la medicación.
—Como ha sido gracias a usted por lo que nada de esto se ha arruinado,
la invitaré a cenar esta noche.
La joven lo contempló incrédula.
«¿Cena? ¿Como en una cita? No lo creo. Tiene novia. Sí, y nosotras no
nos relacionamos con hombres que estén envueltos en una relación. No,
definitivamente no puede ser eso. Seguro que lo ha propuesto porque por
fin se ha dado cuenta de que presento alguna utilidad para él», meditó Ellie,
maravillada.
—De acuerdo.
—Reservaré para las diez. Ahora volvamos.
—¿En bici?
No se sentía muy bien para volver a conducirla.
—¿Por quién me toma? No pienso volver a acercarme a un tándem en mi
vida.
—¿Entonces?
—Como lo hemos estado haciendo desde que está usted a mi alrededor...
—contestó Adam, gruñendo. Aquella mujer le había cambiado todas sus
rutinas. Ese pensamiento fugaz cruzó su mente, e ignorándolo aclaró—: En
moto.

***

El resto de la tarde, y tras la recuperación de Ellie, ambos se dedicaron a


terminar de arreglar la desmesurada cantidad de documentos que les
enviaban cada día desde los diferentes departamentos de Nueva York.
Cuando en el reloj de mesa se reflejaron las siete de la tarde, Henderson
consideró que ya habían realizado suficiente trabajo por aquel día.
—Señorita Hawk, ya puede retirarse.
—De acuerdo.
Al menos tendría algo de tiempo libre hasta la cena. Se encontraba
fantaseando con la idea de llamar a sus hermanos mientras se dirigía
cargando con todos los documentos hasta la salida del despacho que su jefe
tenía en la suite cuando escuchó la voz de este último deteniéndola.
—Una cosa más, señorita Hawk.
Ellie se giró hacia él, quien la estaba mirando taciturno.
—¿Sí?
—El restaurante al que vamos a ir es frecuentado por personas poderosas
e influyentes, así que no puede ir vestida como suele hacerlo—explicó,
repasándola de arriba abajo—. Encuentre algo elegante, y solo por esta vez,
cárguelo a la cuenta de la empresa. Ah, haga algo con ese pelo también. No
puede parecer que mi secretaria ha sido sacada de alguna residencia de
ancianos.
«¿Residencia de ancianos? ¿Acaba de llamarme vieja? Será idiota. Me
dan ganas de soltarle que me gasté una cantidad desmesurada de SU dinero
en Roma», meditó una furiosa Ellie, adoptando una expresión severa.
«Paciencia, Ellie. Te ha dicho cosas peores», se recordó, apretando los
dientes.
—De acuerdo, señor Henderson —accedió, tensa—. ¿Puedo marcharme
ya?
—Sí.
Adam estudió, curioso, la reacción de la muchacha, que abandonó la
habitación con la cabeza bien alta.
Ellie Hawk se había dado cuenta con el tiempo de que para devolver un
buen golpe cuando te increpaban no era tan importante lo que se decía, sino
lo que se hacía, y Adam Henderson se arrepentiría de cada una de aquellas
palabras.
¿Cómo había dicho? ¿Ancianos? ¡Ja! Ahora que le había concedido
libertad para comprar, Ellie estaba totalmente dispuesta a dar buen uso a su
pequeña hada madrina.

***

Aunque la joven se hubiera propuesto en un principio ir a comprar a lo


grande, pronto se dio cuenta que su vena ahorradora siempre estaba
presente, así que, a pesar de que tuviera a su completa disposición una
tarjeta ilimitada, le costaba derrochar tanto dinero en una prenda de ropa,
pues continuamente se recordaba lo que podría comprarles a sus hermanos
con aquel dinero, la vida que podría darles.
«Estoy planteándome comprarme un vestido de... ¿doscientos euros?
Solo con esto, Chris podría dejar de ir a sus partidos de fútbol con las
deportivas rotas y Ada tendría ese abrigo que tanto le gustaba el año
pasado...», reflexionaba. Sumida en aquellos pensamientos derrotistas, se
sentía una hermana horrible y egoísta.
Pronto, su indecisión fue captada por una dependienta, que se acercó
solícita hacia ella.
—Señorita..., ¿puedo ayudarla en algo?
—Um... La verdad que no consigo encontrar algo elegante y que no
cueste media parte de lo que ganaba limpiando coches.
—¿Cómo dice?
—Nada —desestimó Ellie, prestándole atención. Sí, aquella trabajadora
podría ayudarla—. ¿Tienen algo elegante, pero que no grite «soy un putón»,
para callarle la boca a un pez amargado?
—¿Eh?
—Disculpe, a veces hablo sin pensar —declaró la joven, sonriendo—.
Busco algo de mi talla para acudir a una cena en un restaurante lujoso.
—¡¡Oh!! Creo que tenemos algo perfecto para usted Venga conmigo.

***

21:00pm.
Ellie, que iba cargada de compras, consiguió llegar al hotel con
suficiente antelación para cambiarse. Su vacilación para escoger una prenda
adecuada había ocasionado que perdiera un tiempo valioso, provocando que
apenas le diera tiempo a estudiar el vestido que había elegido y, en
consecuencia, hubiera tenido que darse prisa para visitar la peluquería. En
esta habían obrado magia con su pelo, creando unos preciosos tirabuzones
que enmarcaban su rosto cuadrado.
Una vez instalada en su dormitorio, se contempló enfrente del espejo del
baño y reconoció a regañadientes que quizás Henderson tuviera algo de
razó. Su magnífico peinado no lucía bien con la ropa que ella había
considerado adecuada para su puesto de trabajo.
Desanimada con esa repentina revelación, se desembarazó del atuendo
con el que iba ataviada y se embutió en el vestido negro con el que la
dependienta la había convencido.
Se trataba de un modelo tubular con cuello barco y corte por debajo de la
rodilla. Definía su figura, remarcando sus curvas, y, aunque fuera ajustado,
el color minimizaba el efecto de la grasa que tenía en el estómago. Percibía
que le comprimía un poco las piernas, lo que aseguraba a la larga el
rozamiento de estas, y si se remontaba a épocas pasadas, sabía que sus
muslos acabarían heridos. El problema residía en que no había encontrado
las medias que compró en Roma, y sabía que tendría consecuencias.
No obstante, lo que no tenía era tiempo, así que se calzó con rapidez los
primeros tacones rojos que había encontrado en la tienda y terminó de
maquillarse naturalmente siguiendo las indicaciones de un tutorial de
YouTube.
Cuando quiso darse cuenta, eran las nueve y media. Soltando un
juramento, fue corriendo, o, al menos, todo lo rápido que pudo con el
precario movimiento que le permitían los tacones, a abrir la puerta.
Lo que encontró detrás de ella la dejó impactada.
Un muy atractivo Henderson trajeado se encontraba con el puño
levantado en una posición que le indicó que se disponía a llamar a su puerta
en el momento en el que ella había abierto.
—Señorita Hawk —saludó, empleando una tonalidad más grave que a la
que la tenía acostumbrada.

Adam Henderson estaba acostumbrado a ver continuamente mujeres que se


vestían con las mejores prendas del mercado. En un mundo en el que las
apariencias lo son todo, la señorita Hawk destacaba por ser adorablemente
imperfecta.
No obstante, al verla ataviada en ese sensual a la par que elegante
vestido en conjunto con aquel pelo, que caía en ondas provocando que
transmitiera una imagen lujuriosa y apetecible, por ridículo que pareciera,
se sintió afortunado de que se hubiera arreglado de esa forma para cenar
con él. Por lo menos, así se lo hizo saber su deseo, quien se encontraba muy
emocionado de ver a la señorita Hawk y había ordenado a su cerebro que
propulsara mucha sangre a territorios áridos pertenecientes al organismo de
Adam.
«Sagrada mierda, pero ¿qué es lo que tenemos ante nosotros? ¡Chicos!
¡Miradla! Decidme que esta noche bucearemos entre sus piernas», rogó el
deseo, anhelante.
«Pero ¿de qué estás hablando? ¡Es nuestra empleada!», espetó la razón.
Observarla vestida de aquella forma le recordó la noche en la que la vio
con Luke a través de la discoteca y, en lo más profundo de su ser, aunque
sin ser del todo consciente de ello, resolvió que no permitiría que nadie se
acercara a ella con segundas intenciones.
Al menos durante aquella noche, pues en esa cena estaba obligada a
acompañarle.
Había reservado en el restaurante Guy Savoy, nombrado así en honor a
su propietario, un renombrado chef que poseía tres estrellas Michelín. El
establecimiento contaba con una perspectiva impresionante del Sena, y era
conocido por sus deliciosos platos, así como por su elegancia y pulcritud.
Cuando llegaron, el maître los acompañó hasta la mesa con mejores
vistas que siempre tenía asignada por ser amigo del propietario. Ambos
fueron acomodados en ella. Pudo notar la sorpresa de la señorita Hawk, que
contemplaba encandilada el río que se encontraba enfrente de ellos.
—¡Es precioso, señor Henderson!
—¿Qué esperaba? Yo solo frecuento los mejores lugares —se jactó él.
Después, recordando molesto los lugares a los que le había hecho ir, añadió
—: Excepto cuando me arrastra a sitios totalmente ordinarios, obligándome
a relacionarme con chusma.
—¿Chusma? Soy consciente de que usted tiende a relacionarse con gente
distinguida y poderosa, pero eso no significa que tenga que definir al resto
de la población como chusma. Es ofensivo. Y si lo hace, ¿qué deberíamos
decir sobre usted? ¿Consentido? ¿Estirado? ¿Maleducado? Tengo más,
puedo seguir, pero no es agradable que se metan con uno, ¿verdad?
—Se está pasando, señorita Hawk.
No le gustaba por dónde estaba yendo aquella conversación. Aunque le
costara reconocerlo, le molestaba que le viera de aquella forma. Lo único
que él quería era que se lo pasaran bien juntos, aunque fuera por una noche,
pero habían acabado discutiendo de nuevo.
—Bueno, como usted diga. Entonces, dígame, ¿viene por aquí a
menudo?
—Siempre que vengo a París.
—¡Qué envidia! —suspiró la joven—. No sabe la suerte que tiene... Para
alguien como yo, a la que siempre le ha resultado muy difícil obtener
dinero, estar aquí es un sueño.
—El dinero es fácil de hacer. Si sabes cómo, claro. Es pura lógica.
—Me gustaría tener esa visión, pero no es tan sencillo como cree. Al
menos, no si no tiene los recursos necesarios.
En su familia no habían tenido suficiente dinero para que ella pudiera
haber seguir formándose, y no deseaba eso para sus dos hermanos.
—No creo que su principal problema para encontrar trabajo sea la
formación, pues es sabido por su currículum que cuenta con ella. Es su
imagen la que falla —apuntó Adam—. Debería tratar de cuidarse más. Una
secretaria es el reflejo de la compañía.
Ellie se ahorró confesar que todo su currículum eran puras patrañas. Si
se enterase, Adam no solo la despediría, estaba segura de que le haría sufrir
por haberle expuesto ante aquel engaño. No obstante, su comentario
clasista, le ofendió.
—Oh, ¿volvemos a eso? Creo que es más importante que una secretaria
sepa hacer bien su trabajo a que tome el cargo una cabeza hueca que solo
piensa en vestidos bonitos, ¿no cree?
—Es que es importante que posea esas dos facetas que describe.
—Pues déjeme que le diga que en este mundo sois todos unos clasistas.
No sabéis mirar más allá de una fachada.
Adam se disponía a contestarle cuando fue interrumpido, provocando
que la señorita Hawk se sobresaltara.
—Vaya, vaya... El incomparable Adam Henderson se ha dejado caer por
la ciudad —saludó sarcásticamente una voz masculina con marcado acento
francés.
Ellie pudo observar la transformación que se producía en el rostro de su
jefe, quien pasó de tener una actitud socarrona a transmitir auténtico tedio.
Adam estaba mirando hacia el hombre que se encontraba detrás de ella.
—Leblanc.
Ellie identificó la frialdad en el saludo de su jefe, y, curiosa, se giró para
estudiarle. Se trataba de un castaño con facciones que calificó de elegantes
y atractivas. No tanto como las de su acompañante, pero, sin duda, no
estaba nada mal.
—¿Qué te trae por aquí, Henderson?
—No es de tu incumbencia, François.
—Vaya, qué carácter... —se quejó el recién descubierto François, quien
repentinamente reparó en la joven que estaba en la mesa—. ¡Oh! ¿Quién es
esta beauté que te acompaña?
Ellie se ruborizó al ser objeto directo de un halago. Adam la observó,
molesto con el color rojizo que teñía su dulce rostro.
«¿Se puede saber por qué te avergüenzas cuando sueles actuar como una
descarada?», divagó, colérico al ver la reacción de la joven.
—Mi secretaria —explicó escueto. Después, a regañadientes, añadió—:
Señorita Hawk, le presento François Leblanc.
—Encantada de conocerle, señor Leblanc.
El francés la observaba con atención, y Adam se sintió enfurecer. Lo
último que deseaba es que aquel idiota se encaprichara de su secretaria.
—Créame, el placer es mío. Si algún día deja de trabajar para
Henderson, aquí tiene mi número —le dijo, poniendo su tarjeta sobre la
mesa—. Llámeme para lo que sea.
—Gracias.
Ellie tomó los datos de contacto del hombre y se lo guardó en el bolso.
Adam observó la escena con la mandíbula apretada. Fuego helado
destellaba por sus ojos azules, transmitiendo miradas asesinas a su
compañera.
«¿Acaba de coger esa tarjeta? ¿Cómo se atreve? ¡Y con el imbécil de
Leblanc, ni más ni menos!».
—Bueno, Henderson, ya te veré por ahí —se despidió el francés con una
sonrisa sardónica—. Tenemos mucho de lo que hablar.
«No tengo nada que tratar contigo, estúpido».
Dicho esto, y sin esperar la contestación de Adam, tomó la mano de Ellie
y, sujetándosela, depositó un suave beso sobre ella.
—Señorita..., espero que nos veamos pronto.
Ante esto, la joven se bloqueó sin saber cómo actuar y se le extendió el
rubor hasta el cuello.
Contemplar que el idiota de François Leblanc ponía sus sucias manos
sobre su secretaria provocó que le hirviera la sangre. A su modo de ver,
aquello había sido una declaración de intenciones en toda regla. Leblanc era
lo suficientemente retorcido para acercarse a su secretaria solo con el
objetivo de acceder a información clasificada de su empresa, y no podía
consentir que eso sucediera, así que, cuando se marchó, se dirigió a la
señorita Hawk.
—Ni piense en relacionarse con él.
—¿Perdone?
—François Leblanc la utilizará para llegar hasta mí.
—Creo que se tiene en muy alta estima, señor Henderson. ¿Qué? ¿Tan
difícil se le hace creer que pueda ser deseada por algunos hombres?
Puede que él no la considerara atractiva, como siempre le hacía saber,
pero eso no significaba que el resto de los hombres no pudieran hacerlo. Si
alguien como Luke la había besado y le había dicho que era atractiva y
sexy, era plausible que otros pudieran verla así también.
—Permítame serle muy clara: durante mi tiempo libre, quedaré con
quien se me antoje.
—Lo conozco. Es mi competencia, solo se acerca a usted para que le
proporcione información.
A pesar de estar furioso, Adam trataba de que le comprendiese. No
deseaba que su noche se fastidiase por aquel idiota.
—Entonces lo único que le queda hacer es confiar en mí. No tiene de
qué preocuparse. Yo jamás le vendería.
Al escucharla confesar su lealtad de aquella manera apasionada y con
sus ojos chispeantes de determinación, una certeza irrumpió en su cabeza,
desbaratando todos sus esquemas. Ellie Hawk era tan noble y honrada que
nunca sería capaz de traicionarlo, y habiendo descubierto esa nueva
información, súbitamente se percató de que él no tenía ninguna potestad
sobre ella para impedir que se relacionarse con aquel ser despreciable.
—De acuerdo.
—Perfecto.
Tras esto, ambos trataron de disfrutar del resto de la noche, hablando de
lo único que hasta ahora no suponía un tema de discusión: el trabajo. En
varias ocasiones, Ellie hizo algunas bromas para suavizar el ambiente de
tensión que hasta entonces se había erigido sobre ellos como una losa. Al
final, la cena acabó resultando agradable para los dos, a pesar del primer
encontronazo.
Cuando terminaron de cenar, ambos regresaron al hotel y se despidieron
para entrar en sus propias habitaciones.
No obstante, y a pesar de todos los esfuerzos de la joven, la noche había
finalizado con un sabor agridulce.

A raíz de aquella cena, los días se fueron sucediendo uno tras otro, y tanto
jefe como secretaria se relacionaron solo por trabajo.
Adam era consciente de que la señorita Hawk había comenzado a
frecuentar la compañía de Leblanc, pues a lo largo de aquella semana, cada
vez que Ellie terminaba su trabajo administrativo, quedaba a tomar algo con
el idiota de Leblanc. Y cada día, secretamente frustrado, la contemplaba
marcharse a su cita con el tipejo ataviada con su atuendo habitual.
Sin embargo, pese a que le desagradara la idea de que su secretaria
estuviera relacionándose con su más directo competidor, sabía que no podía
hacer nada al respecto.
Bastante tenía con sus propias preocupaciones y necesidades.
Sus sueños se habían ido tornando cada vez más extraños desde que la
viera vestida de aquella forma, y le costaba mucho conciliar el sueño. Así
fue como se despertó aquel sábado, dispuesto a revisar las noticias de ese
día, como hacía cada mañana.
Se encontraba repasando las noticias más relevantes sobre economía y
política del periódico digital cuando se percató de que, en una esquina de la
página web, se le sugería una noticia acerca de la fiesta que cada año daban
los Harrison, un matrimonio conocido por sus grandes eventos y al que
siempre había asistido con Sasha.
Lo abrió, curioso por saber quién habría asistido, y lo que se encontró en
la pestaña que se abrió lo dejó helado. El titular era el siguiente:

PASIÓN DESENFRENADA EN LA FIESTA DE LOS HARRISON.

Debajo se encontraba plasmada una foto de una mujer rubia besando con
impetú a un hombre que le fue imposible reconocer debido a que estaba
siendo cubierto por la joven. No obstante, a ella sí que la identificó.
Distinguiría ese cuerpo en cualquier lugar, pues lo había tocado infinidad de
veces.
Sasha Sullivan, su novia, le había sido infiel, y ante él se encontraba la
prueba irrefutable.
«Pero ¿qué diablos?».

***

Adam había conocido extraoficialmente a Sasha durante su época en el


instituto porque, en el mundo donde la familia Henderson se encontraba
sumida, era bien sabido quiénes pertenecían a las altas esferas, y los
Sullivan, sin duda, lo hacían.
Adam no recordaba cómo ocurrió ni en qué momento se vio envuelto en
aquella relación que databa ya de doce años. Pronto descubrió en ella a
alguien atractivo con quien pasar un buen rato, y sí, ese «buen rato»
también incluía sesiones de sexo increíble. Los dos se habían
complementado muy bien porque Sasha demostró desde tierna edad ser una
leona con sus compañeros. Esta faceta pronto la trasladó a los negocios,
hecho al que Adam supo sacarle rédito. Incluso ambas familias se habían
caído bien de inmediato; tanto, que el señor Sullivan ahora se encontraba
entre los tres accionistas principales de Henderson S.L. La situación había
parecido funcionar bien para los dos hasta aquel momento en el que se
encontró con aquella fotografía navegando por Internet.
Sencillamente no podía creerlo. Sabía que no debería haberlo
sorprendido. Ese tipo de cuestiones estaban a la orden del día entre personas
como ellos, pero nunca hubiera imaginado que le pasaría a él.
Tras ver la prueba palpable de la supuesta infidelidad, se había sentado
en uno de los sillones reflexionando sobre cuál sería el siguiente paso que
tendría que dar. Finalmente, resolvió que lo más sensato sería que ambos
tuvieran una conversación incluso si estaban separados por un océano. No
valía la pena dejarlo pasar.
Al tercer timbrazo, la voz seductora de Sasha traspasó el auricular.
—¿Adam? Por fin te dignas a llamar.
—¿Qué cojones significa la foto que me he encontrado en el periódico,
Sasha?
—¿Qué foto?
Parecía desconcertada, pero a él no le engañaba. La conocía muy bien.
—¿Todavía me lo preguntas?
—No sé de qué me estás hablando, Adam, son las cuatro de la
madrugada. ¿De qué me estás acusando?
—Te estoy hablando de la foto en la que sales liándote con otro tío en la
fiesta de los Harrison. ¿A eso te dedicabas mientras yo estaba fuera?
—A mí no me hables así, Adam, que me duele la cabeza. Y, de todas
formas, ¿qué dices? Yo no me he besado con nadie desde que te fueras.
—Ah, ¿no? ¿Y esto qué es? —preguntó escéptico él al tiempo que le
enviaba por WhatsApp el artículo en el que aparecía la foto. Se hizo un
silencio sepulcral a través de la línea, por lo que Adam creyó necesario
añadir—: ¿Y bien?
—E... esto debe ser un error, Adam. Yo jamás te haría esto, bebé...
—Y, sin embargo, no niegas que seas tú. No haría falta tampoco, te
reconocería en cualquier lugar.
—¡Te estoy diciendo que es un error! Cometería un pequeño desliz.
Aquella noche estaba tan dolida porque no me llamaras que bebí más de la
cuenta...
—Ni se te ocurra intentar ponerme una excusa, Sasha.
—¿Excusas?
«¿Cómo hemos acabado de esta forma? ¿Desde cuándo estamos así?
¿Cómo no lo vi venir? Ambos nos hemos fallado el uno al otro, es tontería
seguir así...», meditaba, exhausto con la conversación.
—Creo que no tiene sentido que sigamos juntos. Esto dejó de ser una
relación hace mucho tiempo. Hemos terminado.
—¿Qué? ¡No puedes dejarme!
Le había dado donde más dolía: el orgullo.
—¿Cómo que no? Tú y yo ya no tenemos nada desde hace mucho
tiempo, Sasha, creo que deberíamos comportarnos como adultos y
reconocerlo
Pese a que había pronunciado aquellas palabras de forma impulsiva, en
el instante en el que salieron de su boca, supo que eran ciertas. No las dijo
por despecho ni por tratar de tapar alguna clase de dolor, que, por extraño
que pareciera, no conseguía sentir, sino porque era la realidad.
Había estado doce años con una persona por la que ahora sabía que solo
había sentido cariño.
—¡Sin mí, no serías lo que eres ahora! ¡Gracias a nuestra relación es por
lo que has conseguido expandirte! ¡Y, si quisiera, podría hundirte en menos
de lo que me pongo los tacones! Ni se te ocurra dejarme, porque te
arrepentirás de ello. ¡Tú eres mío, Adam Henderson!
Adam se percató, horrorizado, de que su voz ya no le parecía tan
seductora como en antaño.
Tras el canal comunicativo que suponía el teléfono, Adam pudo
reconocer la verdadera personalidad de la que había sido su novia hacía
escasas horas, pues nunca la había visto dirigir sus ataques hacia él, y
mucho menos que le tratara como si fuera alguna clase de bolso que se
comprara con solo chasquear los dedos.
Después, la muchacha confirió a su voz una tonalidad de burla:
—No me digas que piensas rebajarte con los pobretones..., porque eso es
lo único que te espera si me dejas.
Al escuchar aquella última afirmación, en la mente de Adam apareció
súbitamente la imagen de la señorita Hawk sonriéndole después de
obligarle a comer alguna de sus bombas caloríficas. Deseo, que no podía
mantenerse callado por mucho tiempo, intervino contemplando obnubilado
la sonrisa de Ellie en su imaginación.
«Pues no me importaría, la verdad...».
—Yo no soy de nadie, y ni mucho menos tuyo.
No tardó en reparar de que le estaba aburriendo toda aquella
conversación. La voz de Sasha se asimilaba a cuando alguien rayaba una
pizarra.
No la soportaba.
—¡¡Esto no se ha terminado, Adam! Ni mucho menos. Mi padre se
enterará de lo que acabas de ha...
Sin embargo, Henderson decidió que no escucharía ni una sola palabra
más que saliera de aquella boca. Así pues, le colgó, ajeno a las
consecuencias que esa decisión podría suponer a la larga, pues la única
pregunta que le asolaba la mente era la siguiente:
«¿Cómo he podido estar con ella?».

***

Resulta cuanto menos curioso que, cada día, por todos los aeropuertos de
cualquier parte del mundo, estén transitando miles de personas, las cuales se
mueven debido a intereses diferentes. Habían transcurrido apenas dos días
desde la fatídica llamada cuando en el aeropuerto de Orly aterrizó un
hombre cuyos propósitos indescifrables distaban mucho del resto de
individuos que le rodeaban.
Empezaba a molestarle tener que realizar esas llamadas. Se suponía que
el plan inicial consistía en realizar la mitad de los intercambios
comunicativos que hasta ahora había mantenido con la persona que le había
contratado. Y, sin embargo, allí se encontraba, marcando por cuarta vez.
Al segundo timbrazo, descolgaron.
—Ya estoy en París —informó escueto, recogiendo su maleta y
dirigiéndose a la salida—. Sí, los mantendré vigilados.

***

Durante aquella semana, Ellie se había sentido como si estuviera en una


burbuja de felicidad. Sus hermanos se encontraban bien, no habían vuelto a
aparecer más reseñas negativas a raíz del cambio de chef y, por primera vez,
sentía que comenzaba a vivir. Había encontrado en François a alguien con
el que se podía quedar para hablar, y, puede que, en poco tiempo, para algo
más.
Le divertía su forma de ser. Era encantador, sabía hacerla sentir como
una dama, pero a la vez le hacían gracia aquellos modales que esgrimía. Era
muy distinto a Luke, quien era dulce y amoroso. A François, por su parte,
se le podría definir como elegante y cortés.
No se imaginaba discutiendo con él o llamándola «Rollitos», como otro
sujeto que conocía y quien, por cierto, apenas se había relacionado con ella
— a excepción de por temas de trabajo— desde aquella noche en la que
volvieron de la cena. Tampoco había vuelto a decirle nada acerca del
frecuente contacto que estaba manteniendo con Leblanc.
Era como si lo hubiera aceptado.
Si bien Ellie había notado que, pese a su permanente actitud distante,
algo había cambiado. No sabía el qué, pero intuía que algo tenía que haber
sucedido, ya que desde hacía dos días el hombre vivía encerrado en su
despacho. Estaba planteándose aquella cuestión cuando recibió una llamada
de teléfono. Estudiando la pantalla luminosa, deslizó el dedo sobre ella para
descolgar y, con una sonrisa, saludó.
—¡Señor Leblanc!
—Ma chérie, ¿cuándo conseguiré que me llames François?
—Lo siento, es la costumbre.
—Bueno, no te preocupes. Ma chérie, llamo para agradecerte porque
anoche me lo pasé maravillosamente en su compañía.
—Ah, yo también me divertí... François
Durante la cena de la noche anterior, el francés le había hablado de sus
negocios, de viajes y propiedades, pero también la había escuchado acerca
de su humilde vida.
—Eso me agrada, ma belle, porque justo quería invitarte a desayunar.
—¿A qué hora? —preguntó dubitativa Ellie, mirando su reloj. Las nueve
de la mañana. Para que Henderson no la asesinara, más le valía que durase
poco, porque aquel día tenían la agenda ocupada para reunirse con socios y
cerrar acuerdos—. Me temo que no podré quedarme mucho...
—¡No hay problema! Es solo para vernos, aunque sea quince minutos,
chérie. Me apetece verla.
Al escucharlo, Ellie sintió que se ruborizaba.
—De acuerdo.
—Pasaré a recogerla en... ¿veinte minutos estaría bien?
—Sí.

***

François decidió llevarla a una cafetería cercana al hotel para que, si


Henderson la llamara, pudiera asistir con rapidez. Ambos se sentaron en la
terraza exterior, la cual tenía vistas a la torre Eiffel.
Después de que cada uno solicitara su propio desayuno, Ellie se tomó su
tiempo para observarla soñadoramente.
—¡Es maravillosa!
—Si quieres, podríamos ir algún día.
—¡¡Sí!! Me encantaría.
—¿Pudiste hablar con tus hermanos?
—¡Sí! Cuando volví, logré charlar un rato con Ada. Los dos se
encuentran bien.
—¡Cuánto me alegro! ¿Te sientes un poco mejor? Anoche, cuando
hablamos sobre ellos, noté que te afectaba mucho el tema.
—Sí... Son la razón por la que sigo con este trabajo.
Ambas caras traviesas cruzaron por su memoria y suspiró melancólica.
—Henderson te lo hace pasar mal, ¿no?
—Bueno... A veces es un poco cabezota, y, desde luego, tiene un
carácter especial, pero no creo que en el fondo sea un hombre cruel.
Tampoco podía ser injusta con él, en algunas ocasiones el hombre la
había ayudado sin tener que pedírselo.
La joven volvió a mirar el reloj de mano para controlar la hora.
—Me alegro de que contigo sea diferente. Solo espero que no te
explote. No me gustaría que te vieras obligada a echar más horas de las que
te corresponden. ¿Tienes mucho trabajo que hacer esta tarde?
El francés le cogió de la mano y Ellie se sintió un poco incómoda con
aquella cercanía, mas no la retiró, no quería parecer una desagradecida.
—Solo papeleo.
Aquel día tendrían muchas reuniones, pero había prometido a Henderson
que no diría nada y, ante todo, ella se consideraba una mujer con palabra.
Por mucho que le gustara aquel hombre, una promesa debía ser
mantenida.
—¡Oh! Entonces no te importará venir a cenar conmigo esta noche, ¿no?
—¡Por supuesto que no! Pero esta vez déjame elegir a mí el sitio, el de
anoche fue demasiado elegante para mi gusto —se quejó Ellie desenfadada
—. Estoy un poco cansada de tanta etiqueta.
—De acuerdo, como quieras, chérie —accedió Leblanc con una sonrisa
tirante, acariciándole la palma de la mano.
Repentinamente sonó el móvil que la empresa le había dado a Ellie. La
muchacha se liberó de las manos del francés, lo sacó de su bolso y leyó la
pantalla:
Mensaje entrante de El Desgraciado:

En cinco minutos la espero en recepción. Ni uno más ni uno menos.

—¿Sucedió algo?
«Ya estamos de nuevo con los malditos cinco minutos», reflexionaba,
molesta, mientras se levantaba rápidamente del asiento. «Ni siquiera he
podido desayunar...».
—Lo siento mucho, François. El señor Henderson me espera, así que
tendremos que posponer el desayuno para otro día.
—Pero ¿qué es tan urgente que tienes que irte sin desayunar?
—Supongo que se le habrá traspapelado algún documento.
—¿Y por algo así te hace llamar? —inquirió, extrañado—. ¡No debería
consentirlo, chérie!
—Y por cosas peores. Bueno, de verdad que tengo que irme... Ha sido
un placer conversar un ratito.
—Para mí también. No olvide lo de esta noche.
El francés vio cómo la joven salía corriendo hacia la oficina al tiempo
que levantaba un brazo indicando que estaba al tanto sobre ello.

***

—Llega tarde.
Aquellas fueron las primeras palabras con las que Henderson la saludó al
verla llegar por la entrada principal en vez de bajar las escaleras, como
siempre hacía.
Adam la observó con atención. No le cabía la menor duda de que había
estado con el idiota de Leblanc. Aunque no parecía como si hubiera pasado
la noche con él, determinó, contemplándola.
Hacía escasos dos días había puesto fin a su relación con Sasha, y desde
entonces se había centrado en el trabajo para evitar pensar en cómo le había
cambiado la vida repentinamente: de pasar de tener una relación estable a
estar soltero. Por si aquello fuera poco, se había visto obligado a ver cada
día a la señorita Hawk salir con aquel imbécil de manual, pero la ocasión
más complicada en la que ella se había marchado a una cita con el tipejo
había sido la noche anterior, pues por primera vez habían quedado por la
noche.
—Lo siento, vengo de intentar desayunar.
Había perdido la oportunidad de comerse sus cruasanes franceses, y no
comer la ponía de mal humor.
—Lamento que sus obligaciones hacia la empresa, por las cuales se le
retribuirá generosamente, hayan interrumpido su desayuno con...
—Lo sabe muy bien, no sé por qué me hace decirlo: François.
—¡Oh! ¿Ya se llaman por los nombres de pila? Sí que van rápido. ¿Debo
ir solicitando que le confeccionen el ramo de novia?
—Pues mire, ahora que lo dice, no estaría mal. Espero que sean rosas.
Son preciosas —repuso la joven, bromeando. Pero al ver la expresión
horrorizada que componía su jefe, añadió—: Creía que habíamos superado
esa fase.
—No sé de qué fase habla, solo le aviso de que está siendo una
inconsciente relacionándose con ese mequetrefe.
—¿Y a usted qué le importa?
Aquello le estaba molestando, pues no lograba comprender aquella
actitud.
—A mí nada, únicamente me preocupo por mi bienestar. No me gustaría
que mi secretaria estuviera en boca de todos por ser el hazmerreír de un
mentecato.
—Permítame hablar con franqueza, señor Henderson, dudo que ese
François vaya con esas intenciones.
—Crea lo que guste. Ahora, vayámonos. Suficiente tiempo hemos
perdido por hoy.

***

Tanto jefe como secretaria estuvieron todo el día visitando todo tipo de
negocios variados. Descubrió que a Henderson le gustaba que los
propietarios de las diversas empresas en las que tenía acciones se sintieran
cuidados, así que siempre trataba de reunirse con ellos.
Llegó un momento en el que se sentía muy cansada de andar por toda la
ciudad de negocio en negocio. Al menos, solo les quedaba por visitar la
pastelería Ladurée, conocida por ser símbolo de París y por proveer los
mejores dulces a los diferentes establecimientos. Incluidos los hoteles.
Henderson estaba terminando de acordar algo con el propietario cuando
de repente un movimiento conocido apareció en la esquina inferior de su
campo de visión, provocando que la joven desviara su atención de la
conversación que estaba acabando de tener Adam con el dueño. Ellie esperó
a que ambos finalizaran de hablar y, tras realizar unas pequeñas anotaciones
en su libreta, se acercó al pelirrojo, que en aquellos instantes acababa de
despedirse del hombre y la estaba mirando.
—Señor Henderson, si no me necesita, creo que he visto a alguien.
Ahora vengo
Ignorando la mirada atónita que le lanzó Henderson, siguió el camino
que había creído verle hacer.
No podía ser él. Le había dicho que estaría todo el día en la oficina.
«A lo mejor ha venido a tomarse algo».
Adam Henderson no podía creer que su secretaria se marchara de
aquellas formas. La había llamado y ella ni siquiera se había girado. Así
pues, no le quedó más remedio que seguirla hacia dondequiera que
estuviera yendo, pues no se iba a quedar allí solo como un pasmarote.
Ellie viró en una esquina y la voz reconocible del francés la instó a
seguir hacia delante para saludarle. ¡Menuda coincidencia encontrárselo
allí! Si aquello no era el destino, no sabía qué lo sería.
Leblanc se encontraba hablando por teléfono en un pasillo desértico, de
espaldas a ella. Al escucharle hablar, decidió permanecer a unos metros de
distancia para no interrumpirle. Esperaría a que se girase.
Estaba reflexionando sobre esto cuando comenzaron a llegarle trozos de
la conversación.
—Sí, la idiota se lo ha creído todo. ¡Es más crédula...! —comentaba a su
interlocutor, riéndose—. ¿Te lo puedes imaginar? ¡Como si yo pudiera estar
con alguien tan vulgar como ella! De verdad, si hubieras visto la cantidad
de tonterías que suelta... ¡Si no fuera porque es la secretaria del imbécil de
Henderson, no la habría mirado dos veces! ¡Yo jamás me relaciono con
mujeres como ella!
Secretaria. Henderson. Vulgar. Idiota...
Esas palabras increparon feroces contra la mente embotada de Ellie, que
se había quedado blanca al escuchar toda aquella información.
No sabía qué decir. La habían engañado como a una tonta.
Quería salir de allí, pero sus piernas no reaccionaban. Había entrado en
shock.
«Eres tonta, Ellie... debiste verlo venir», se recriminó, decepcionada.
Otra vez volvía a fallar. Había vuelto a ser rechazada, como si valiera
menos que una mierda. Se sentía pisoteada y burlada. Asqueada, intentó
mandar una señal a sus piernas para que reaccionaran, mas no logró nada.
El tipo acabó la conversación y se giró para volver a dondequiera que
tuviera la intención de ir.
No obstante, al menos tuvo la decencia de aparentar sorpresa al
encontrarla allí frente a él.
—¿Cuánto has escuchado?
—Todo.
La palabra había salido de sus labios con extraña calma. Su interior
estaba hecho un auténtico caos.
—Así que ya lo sabes. Bueno... Supongo que eso me ahorrará mucho
tiempo y esfuerzo. ¿De verdad creías que alguien como yo podría estar
interesado por ti?
Ellie no supo qué decir. Se encontraba delante de otro tipo de acosador,
como con los que se había encontrado a lo largo de toda su vida, pero esta
vez era diferente. Con los otros había logrado ponerse una coraza porque no
los había conocido, lo único que sabía de ellos eran las palabras despectivas
que le habían dirigido desde el principio, pero aquello era muy diferente.
Ese hombre había hecho que durante aquella semana se ilusionara y abriera
para él.
¡Le había hablado incluso de sus hermanos!
—¿No dices nada? —volvió a interrogar el francés, curioso.
La muchacha no podía responder, pero tampoco hizo falta.
Una tercera voz intervino por ella en la conversación y sintió una
presencia acercándose a ella.
—¿Realmente crees que mi secretaria se rebajaría a contestar a un tipejo
tan bajuno como tú, Leblanc?
—Henderson.
Ellie notó cómo Adam le pasaba un brazo por el hombro y, acercándola a
él, la obligó a darse la vuelta para que no viera al francés.
—Nos vamos de aquí, ¿vale?
El susurro pronunciado con amabilidad sobre su pelo, le envió un
escalofrío por su espina dorsal Ellie asintió de forma imperceptible,
dejándose arrastrar por él hacia la salida. No obstante, Adam no pensaba
irse sin más. Había escuchado toda la conversación y estaba furioso. Así
pues, lanzándole una última mirada furibunda al odioso de François, le
devolvió las palabras que este le había lanzado la semana anterior
—Sí, definitivamente tendremos mucho de lo que hablar, Leblanc.
Al escuchar aquello, observó complacido cómo François Leblanc
palidecía aún más. Todas las personas que se encontraban involucradas en
el mundo de los negocios sabían que no era conveniente sobrepasarse con
Adam Henderson.
Tras esto, el pelirrojo condujo a la señorita Hawk hacia la salida,
satisfecho porque el francés hubiera entendido a la perfección el mensaje:
sufriría una pérdida económica irreversible.
***

Adam Henderson sentía auténtica rabia. La señorita Hawk no había dicho


nada desde que salieran de la pastelería. No sonreía. Se encontraba sumida
en sus propios pensamientos.
Sin embargo, lo peor para él residía en el hecho de que estuviera
cabizbaja. Cada vez que intentaba sacarle conversación, respondía
murmurando monosílabos. Aquel idiota había destruido en un segundo toda
la alegría innata de la joven, y aquello, por muy inexplicable que fuera, lo
enfurecía.
Ella tenía que ser como siempre era: ese remolino de felicidad que le
obligaba a jugar a las cartas en una terminal de Venecia, o que lo arrastraba
a montarse en tándem. Debía volver a ser la descarada secretaria que le
volvía loco con su lengua viperina.
Al llegar hasta las dos habitaciones que se encontraban colindantes, Ellie
se despidió con una voz débil de él.
—Bueno, discúlpeme, pero necesito descansar.
Adam se dio cuenta de que no podía dejarla marchar de aquella forma.
Tenía que hacer algo con urgencia.
—Tengo algo que la ayudará a conciliar el sueño, señorita Hawk.
El pelirrojo abrió la puerta de su suite y sostuvo para que ella entrase.
La muchacha contempló perdida dónde estaba él con la puerta abierta, y,
resolviendo que no le vendría nada mal esa ayuda extra, se internó en la
habitación de su jefe.
Ellie ya había estado con anterioridad en aquella suite. Era muy similar a
la que tuviera Henderson en Roma. Debía ser un hombre con una mente
muy cuadriculada, meditó, estudiando cómo Adam servía dos copas de
whisky.
Tras rellenarlas hasta arriba, se dirigió a ella.
—Tome una
Ellie le miró sin comprender, pero al ver que él la instaba otra vez, la
cogió dubitativa y se la llevó a los labios. En cuanto el licor tocó su
garganta, comenzó a toser incontrolada. Estaba tan concentrada en su propia
tos que no fue consciente de que Adam la miraba sonriendo.
—Veo que no está acostumbrada a tomar alcohol. No sé de qué me
sorprendo. En Roma montó un buen numerito.
—Sí, hasta ahora no me vi en la necesidad de beber.
Su garganta, que no estaba acostumbrada a semejantes ingestas,
comenzó a picar. No obstante, una vez superada la impresión inicial, el
calor recorrió sus venas, nublando parte de los dolorosos recuerdos.
—¿Se siente mejor?
—Sí...
—Bien. Espero que esto le sirva como lección de que no puede aferrarse
al primero que pase por la calle.
Ante esa provocación, solo obtuvo silencio. La joven no reaccionaba
como siempre, no le devolvía los golpes. Aquello lo frustró, y de manera
impulsiva, formuló la pregunta del millón:
—¿Qué es lo que está buscando exactamente, señorita Hawk?
Adam estudiaba con atención la reacción de la muchacha, que trasladó
su foco atencional de la copa a su rostro.
—Yo... Lo único que quería era divertirme. Experimentar las cosas que
no fui capaz de tener en su día. Besar, tener citas, sexo... Pero está
demostrado que no sirvo. Todo me sale siempre mal...
«No eres la única», pensó, recordando a Sasha y su relación de doce
años que se había ido por el sumidero de la decepción. Verla en aquel
estado, dudando de sí misma y sintiéndose minusvalorada por la sociedad,
despertó algo en él: furia.
Odiaba que se percibiera de aquella forma, y más por aquel imbécil de
Leblanc. Así que, cediendo a su parte irracional, le planteó la cuestión que
había saltado en su mente desde que la viera de esa forma.
—Primero de todo, no quiero que piense que lo que voy a proponerle es
alguna clase de novela rosa barata, porque nada más lejos de la realidad.
Dicho esto, creo que si tiene tantas ganas de probar ese tipo de experiencias
de las que me habla, bien podría hacerlo conmigo.
—¿Disculpe? Creo que no le he escuchado bien.
—Entonces, permítame ser más claro. De día seríamos jefe y secretaria,
y al caer la noche, maestro y aprendiz del placer.
ADELANTO

Tan solo quedaban unos pocos pasos para llegar a la zona donde se situaban
ambas habitaciones colindantes, y todavía no sabía en cuál tendría lugar su
planeada desinmaculadez. Ninguno había dicho nada desde que salieran del
restaurante, y hasta entonces, habían mantenido una actitud de sospechosa
tranquilidad, muy contradictoria a lo que sucedía en el interior de Ellie.
Pronto, la joven se percató de que no tendría la opción de elegir en qué
sitio entrarían, ya que Henderson se decantó decidido por su propia
habitación. Las pulsaciones de Ellie se dispararon en el momento en el que
Adam abrió la puerta, invitándola a entrar mientras, con la mirada, la
repasaba con intensidad de arriba abajo. Se sentía como si estuviera
entrando en la cueva del lobo feroz, e intuía que, en cualquier momento,
este se la comería sin dejar ningún resquicio de cordura.
La joven se desplazó hasta el centro del salón. Se sentía tan inquieta que
no sabía qué tenía que decir. En ese instante, escuchó a Henderson cerrar la
puerta. Tras esto, cada una de sus terminaciones nerviosas la alertó de que
estaba acercándose por detrás. Así pues, Ellie inspiró, y con una valentía de
la que minutos antes se habría creído incapaz, se giró para encararle. Mas lo
que descubrió en sus ojos la dejó completamente paralizada y confundida.
¿Quién había hablado de lobo feroz? Aquello era un león a punto de
cazar a su presa. La única diferencia residía en que, en esta ocasión, el
depredador estaba cerniéndose sobre ella. La imagen que confería aquel
hombre ocasionó que un escalofrío recorriera su espina dorsal a causa de la
anticipación.
Adam se encontraba a escasos centímetros de la muchacha y notaba
cómo todo su cuerpo dolía por tocarla. No obstante, sabía que, en el
momento en que pusiera sus manos sobre ella, no tendría apenas control.
Necesitaba tiempo para poner en orden sus emociones, por lo que,
inhalando su dulce fragancia natural, se apartó de Ellie para dirigirse a un
sillón que se encontraba detrás de ella.
Era consciente de que, por no tocarla, la sorpresa había alterado las
facciones de la joven. Esta se giró para mirarle dudosa sobre qué hacer a
continuación.
—Quítese la camisa.
BIOGRAFÍA

Cassy Higgins es el pseudónimo de una joven autora de veinticinco años


nacida en Madrid, España.
Recién graduada en el Doble Grado Maestro en Educación Infantil y
Maestro en Educación Primaria, comenzó escribiendo en sus ratos libres,
llegando a hacer de la escritura su pasión. Entre sus novelas se encuentran
géneros variados e historias apasionadas, divertidas, sexys y románticas.
Le gusta mucho leer, los helados, el mar y andar descalza en verano.

Más libros de la autora en:


https://www.amazon.com/~/e/B098F9Z5BL
Novedades y próximas publicaciones en Grupo de Facebook:
https://www.facebook.com/groups/493135174786526
Cuenta de Instagram:
https://www.instagram.com/cassyhiggins_/
Cuenta de Facebook:
https://www.facebook.com/cassy.higgins.73/
[1]
Trabajar, trabajar, trabajar.../él me dijo, que tengo que/trabajar, trabajar, trabajar.../Él me ve hacer
mi/trabajo sucio, trabajo sucio, trabajo sucio.../Así que mejor (me pongo a)/trabajar, trabajar,
trabajar.../Cuando vas a/aprender, aprender, aprender.../No me importa si él
sufre, sufre, sufre, sufre, sufre.
[2]
¡Bella! Te eché de menos.
[3]
Y yo a ti.
[4]
¿Y la muchacha?
[5]
Mi querida dulzura.
[6]
Señor Barbieri, cuánto tiempo.
[7]
Mucho, me prometiste venir a verme pronto.
[8]
Lo siento, no pude... tuve algunos problemas.
[9]
¿Es esta la muchacha?
[10]
Eres un muchacho.
[11]
Me gusta esta venus.
[12]
Venid conmigo, tengo lo que me pediste
[13]
Señor Barbieri, ¿tiene las máscaras?
[14]
Cierto, mi dulzura.
[15]
Angelito.
[16]
Te he echado de menos.
[17]
Y yo a ti.
[18]
«Idiota pretencioso», «Estúpido, debilucho, imbécil, que te den».

También podría gustarte