#1-Loco Por Las Curvas
#1-Loco Por Las Curvas
#1-Loco Por Las Curvas
Cassy Higgins
© CASSY HIGGINS
TÍTULO: Loco por las curvas 1
PRIMERA EDICIÓN: Julio de 2019
SELLO: Independently published
DISEÑO DE PORTADA: Dayah Araujo
CORRECCIÓN: Elena Salvador Manrique
IMAGEN: Adobe Stock Images
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o
parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión de cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito
de la titular de este copyright. La infracción de dichos derechos conlleva
sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual
(Art. 270 y siguientes del Código Penal).
CONTENIDO
SINOPSIS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
ADELANTO
BiIOGRAFÍA
SINOPSIS
Ellie Hawk, una chica de un pueblo de New Jersey con dos hermanos
pequeños a cargo y una muy mala suerte para los empleos, no esperaba
encontrarse con lo que parecía ser el trabajo de sus sueños en el mismísimo
centro de Nueva York, y mucho menos lograr postularse al puesto. Todo
parece increíble, hasta que descubre que tendrá que tratar con un
insoportable magnate: su jefe. Un hombre engreído y malcriado, que ha
decidido que ella no es suficiente para ser su secretaria, y parece desaprobar
cada prenda de su guardarropa al igual que su exceso de peso.
Determinada a demostrarle su valía, Ellie se embarcará en una carrera a
través de las inevitables curvas del destino.
Dos rivales compitiendo en una carrera muy peligrosa.
¿Solo un ganador?
«El clásico enemies to lovers, pero con muchas dosis de humor»
CAPÍTULO 1
«Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos
fuegos iguales. Hay fuegos grandes, fuegos chicos y fuegos de todos los
colores».
E. Galeano
Rodeado de altos rascacielos, pero destacando por ser el que mayor altitud
poseía, se encontraba el edificio Henderson en el centro de Nueva York. Se
le conocía no solo por sus grandes dimensiones, sino porque destilaba
opulencia. Se trataba de la sede de Henderson Enterprise, donde se
realizaban todas las transacciones más importantes para la empresa. Sin
embargo, aunque era conocido por crear impacto a ojos de aquellos que lo
miraban, el interior funcionaba como un corazón gigantesco. Cada persona
que trabajaba incesantemente en él formaba parte de un eslabón igual de
importante que el anterior; si solo uno de ellos fallaba, el interior del
corazón dejaba de funcionar. Por esta razón, el dueño y heredero de todo
aquel proyecto insistía en que todo debía marchar como un reloj.
No obstante, aquel día en el despacho de uno de los empresarios más
famosos de Estados Unidos, se acababa de cernir una sombra que
amenazaba con destruir todo lo que se interpusiera en su paso: la secretaria
y amiga estrecha de la familia fundadora, la señora Spark, acababa de
anunciar frente a un más que anonadado Adam Henderson que dejaba la
empresa porque su marido había caído enfermo y quería dedicarse a él.
Adam sabía que el tío Tom, como le llamaba él, realmente necesitaba a
su mujer en aquellos momentos, pero no podía evitar tener una visión
pesimista sobre todo eso. Sería difícil encontrar a alguien tan trabajador y
diligente como la señora Spark. Iba a ser muy complicado, y lo peor de todo
era que, con la agenda tan ocupada que tenía, carecía de tiempo para
ocuparse de buscar una asistente que pudiera rozar con los dedos siquiera la
brillantez de trabajo que había realizado la señora Spark durante tantos
años. Esa mujer conocía todos los entresijos del negocio familiar que
llevaba sosteniéndose y mejorando desde varias generaciones de Henderson
atrás.
«¡Por todos los demonios! Antes de la señora Spark, su madre llevaba el
negocio. Ella fue literalmente entrenada para este puesto», se lamentaba
Adam. Nada de esto podía estar pasándole a él. Ese puesto había llevado el
nombre de los Spark desde que su tatarabuelo fundara el negocio.
—¿No se puede hacer cargo Dotty, señora Spark? —preguntó, con cierta
esperanza de que la mujer hubiera estado entrenando a su hija. Pese a tener
solo quince años, ya había empezado a formarse en el mismo empleo que
algún día heredaría de su madre.
—No, Dotty está estudiando muy duro ahora, por lo que no va a tener
tiempo. Además, no la veo capacitada todavía. Siento mucho que nos
encontremos en esta situación, Adam, ya sabes cuánto aprecio le tengo a tu
familia, pero esta coyuntura en la que nos encontramos es muy complicada
de sortear y necesitamos toda la ayuda que sea posible.
—Comprendo, Angie, no te preocupes. Ya sabes que nos tendrás para
todo lo que nos necesites y nos la apañaremos de alguna manera —
respondió Adam, usando el nombre de pila que en muy contadas ocasiones
utilizaba para referirse a la señora Spark. Tenía que ser flexible con ella,
aquella mujer lo había dado todo por él y su empresa—. Sin embargo,
¿podrías ayudarme a encontrar una nueva secretaria que sea la mitad de
buena que tú?
—Me temo, Adam, que Tom se encuentra en una situación en la que
necesita cuidados constantes, y aunque sé que podría permitírmelo, no es lo
mismo que lo haga su familia que un extraño. Sabes que un proceso de
selección de este calibre implicaría mucho tiempo, ya que, francamente,
requeriría un estudio exhaustivo de todos los perfiles que se presentaran,
porque tú y yo sabemos bien que no cualquiera valdría para este puesto.
Por otro lado, una vez que la candidata haya sido seleccionada, no me
importaría darle consejos y hablar en profundidad sobre las tareas que
requiere este cargo.
—Bueno, menos es nada —meditó—. Gracias de todas formas, señora
Spark. Espero que me mantengas informado de cualquier cambio que
ocurra con el tío Tom, por pequeño que sea.
—Gracias a ti por tu comprensión, Adam. Sé que para ti esto no es nada
fácil, y que te estoy poniendo en un brete.
En el momento en el que Adam se disponía a contestarle, sonó la puerta
del despacho y entró una rubia despampanante. Parecía que se paseara por
una pasarela de modelos allá donde quisiera que fuese. Adam era
consciente de que muchísimos hombres matarían por tener una novia como
Sasha, o por pasar una noche a su lado. Aquella chica era un bombón de los
pies a la cabeza, una afrodita contemporánea.
Sí, sin duda tenía muchísima suerte.
Sasha miraba al mundo como si tuviera que ponerse a sus pies, y, ¿por
qué no? La chica había sido bendecida con el don de la belleza, pero no
contentos con ello, también le habían proporcionado unos padres muy ricos
y con influencias.
Nadie podía reprocharle que actuara así.
—Hola, bebé —ronroneó Sasha, sin importarle que la señora Spark
presenciara la escena—. ¿De qué habláis?
—Sasha, te he dicho varias veces que no entres sin llamar, podría estar
reunido —le contestó Adam, un poco molesto.
—Pero ¿es que tienes algo que ocultar de mí? Además, he llamado y,
además no creo que yo necesite preguntar si puedo pasar
Adam pudo observar de reojo cómo la señora Spark se mantenía al
margen de toda la conversación. Aquella mujer había desarrollado una
habilidad extraordinaria para no mostrar lo que pensaba acerca de sus
asuntos y para quedarse discretamente sin resultar incómodo para su jefe.
Definitivamente, iba a echar de menos a aquella mujer.
—No tengo nada que ocultar de ti, Sasha, ya lo sabes. Pero si no fuera la
señora Spark, a lo mejor mi invitado podría haberse sentido incómodo con
la interrupción de la conversación que se estuviera llevando a cabo.
—Bueno, bebé, no te enfades —reculó la rubia. Sabía que aquella batalla
estaba perdida. Adam era un hombre dedicado en exclusividad a sus
clientes, y aunque sabía que siempre podría conseguirlo todo con él, debía
saber jugar bien sus cartas. La regla principal con Adam era: «No fuerces la
máquina»—. ¿De qué estabais hablando?
—El tío Tom ha caído enfermo y la señora Spark no puede seguir
cumpliendo su función de ser mi secretaria.
Aquello consiguió captar la atención de Sasha, pues eso significaba que
Adam tendría que buscarse una nueva secretaria, y de ninguna manera
consentiría que fuera una chica joven y atractiva. Tenía que ponerse manos
a la obra, bajar al barro y arremangarse, como solían decir aquellos tipos de
clase baja con los que su hermana Suzie tendía a relacionarse.
Adam sería solo suyo. Había puesto la mirada en él desde que le vio
aparecer por los pasillos del instituto y se las había ingeniado para poner sus
garras sobre él en noveno grado, como para que ahora una don nadie viniera
a intentar revolcarse con él en una noche en las Vegas o donde tuvieran que
ir. Porque algo que tenía claro Sasha era que nunca serían nada más. Adam
estaba hecho física y socialmente para ella, era la horma de su tacón de
doce centímetros. Sin embargo, aunque Adam no pudiera librarse del éxito
social que conllevaba el hecho de estar con alguien con los contactos y
riquezas que ella poseía, no permitiría de ningún modo que nadie le fuera
infiel.
Era consciente que en las altas esferas en las que se movían existía, más
de lo que nadie en las mismas sería capaz de reconocer, el adulterio. Si no,
que se lo dijeran a su madre, que llevaba a cuestas cientos de infidelidades.
Con mucho estoicismo, cabía decir. Aunque esto Sasha nunca lo hubiera
entendido, lo respetaba. Pero la sola idea de imaginárselo cobraba un cariz
totalmente diferente si se encontrase en su situación.
No consentiría que el hombre que para ella era ya un trofeo cazado y
marcado, se lo ensuciara ninguna asistente, por muy buena que esta fuera en
su trabajo.
Se encontraba cavilando sobre todo esto cuando se percató que habían
continuado la conversación sin ella, barajando los diferentes candidatos que
podrían encargarse del proceso de selección.
—¿Y el señor Smith? —aportó la señora Spark—. Es licenciado en
Recursos Humanos y podría valorar el perfil adecuado con la previa
explicación de todo lo que debería conllevar un puesto de esta envergadura.
—Demasiado despistado —descartó Adam con un movimiento de mano
—. No creo que sea capaz de abordar el proceso con la rigurosidad con la
que se precisa.
—Shir...
—Podría encargarme yo del proceso —intervino Sasha muy convencida.
Debía aprovechar ese momento de incertidumbre para abordar aquella
situación, que se saldría de control a menos que ella tomara parte.
Sasha estaba acostumbrada desde la cuna a que nadie le negara nada y a
que todo el mundo cediera ante sus pies sin rechistar. Por eso, el hecho de
que ambos se giraran hacia ella con las caras desencajadas de la sorpresa —
bueno, la señora Spark parecía un poco más comedida, pero se notaba
igualmente —encendió algo en ella.
—¿Es que no me creéis capaz, o qué? Soy muy válida para este puesto,
nadie mejor que yo sabe lo que es lo más beneficioso para ti. Recuerda que
mi padre ha tenido mucho que ver en esta empresa también.
Pese a la sorpresa inicial de Adam, sabía que ella tenía razón. El señor
Sullivan era uno de los accionistas más importantes, así que no podía dejar
al margen a su hija en eso. Sería una ofensa terrible para este último, ya que
adoraba a la última. Una llamada de esta a papá Sullivan y Adam se
encontraría en menos de lo que se daba un chasquido frente a una reunión
de accionistas pidiendo su cabeza en bandeja de plata.
—Vale, tienes razón, Sasha, te encargarás del proceso. Pero tendrás que
permitir que la señora Spark te dé una serie de rasgos que debe poseer la
candidata.
Adam podía intuir que la señora Spark no estaba nada de acuerdo con el
hecho de tener que trabajar con Sasha, pero valiéndose de la ayuda que le
habían conferido muchos años de experiencia bajo el mandato de su padre,
había desarrollado una extraordinaria prudencia y saber estar que le impedía
poder negarse.
—De acuerdo— accedió la señora Spark.
Mirando a Sasha, se preguntó si aquella chica que nunca había trabajado
en su vida por nada y que había nacido con una cuchara de plata bajo su
boca sería capaz de seleccionar a la persona que, bajo su harta experiencia
en el sector, sería la encargada de ocupar el segundo puesto más importante
de aquella empresa.
***
Varios días después del despido de Ellie, y tras toda aquella situación
desastrosa con el perro, sus hermanos habían empezado a apodarla «Santa
Desgracias». Al principio, había decidido no contarles toda la verdad. Era
comprensible que Ellie quisiera seguir adelante, intentando olvidar todo lo
ocurrido. No obstante, a pesar de todas las energías positivas que se enviaba
a sí misma y de todos los diferentes dioses a los que se encomendaba a
diario, algo debía de estar fallando.
«¡Maldita era tecnológica! ¡Panda de sádicos y cotillas!», se lamentaba
Ellie mirando el vídeo de YouTube que su hermana le estaba enseñando en
aquel mismo momento. Al parecer, alguien había considerado gracioso
grabar todo lo acontecido con el dichoso perrito caliente. El título no podía
ser más satírico: Carrera loca entre el Hot Dog y un fascinado admirador.
Se podía verla corriendo despavorida avenida abajo, al perro detrás y,
mucho más atrás, a la dueña intentando alcanzar a los dos protagonistas de
tan trágica situación.
Su hermana Ada se estaba muriendo de la risa y poniendo el vídeo en
bucle.
—Primero no nos quisiste contar en qué tipo de trabajo te habían cogido,
después, cuando te despidieron, nos dijiste que fue porque ir vestida de
perrito caliente no estaba bien pagado, y ahora ha tenido que ser Clare la
que me pasara el vídeo —se quejó, medio ofendida por haber sido excluida
conscientemente de aquella información que para ella resultaba tan valiosa
—. ¡Imagínate este vídeo circulando, haciéndose viral y que yo no supiera
que la famosa del perrito caliente era mi hermana!
Ellie se tuvo que morder la lengua para evitar contestar que las cosas
serían mucho más sencillas si ella ignorara toda aquella información. ¡Si el
mundo en general desconociera toda aquella mierda! Realmente no quería
seguir viendo el vídeo, pero era de ese tipo de cosas que no podía evitar
mirar.
Pasado el shock inicial, Ellie se concentró en descifrar si se le podía ver
la cara. Para ello, aprovechó que la sádica de su hermana lo había puesto en
bucle y se concentró en intentar vislumbrar si en algún momento la máscara
se había caído de su sitio. No lo recordaba, pero claro, tampoco había
recordado dónde cayeron los dichosos panfletos.
Le alivió algo ver que el vídeo tenía poca calidad.
—Al menos no se me reconoce —suspiró algo más calmada, pero el
sentimiento de vergüenza ajena y propia que la embargaba no mitigaba.
—Da gracias a la máscara que llevabas, porque el Internet no tira bien y
la imagen nos sale con la peor calidad, pero Clare me dijo que está en 1080
HD. Si se te pudiera identificar, no te contrataría ni el McDonald’s, hermana.
Aunque quizás sí... ¿No te importaría trabajar de Ronald McDonald? Creo
que la peluca te sentaría bien.
—Ada, te aconsejo que te vayas a cachondear de otra, porque me estoy
planteando coger el cuchillo jamonero —amenazó Ellie, iracunda.
La mediana se apartó sonriendo. Conocía a su hermana, podía tener
mucho carácter a veces, pero tenía infinita paciencia y un corazón enorme.
Con toda probabilidad fuera la mejor persona que hubiera conocido nunca,
pero esto jamás lo reconocería en alto. Tenía una reputación que mantener.
Ellie se acercó a la minúscula cocina americana que compartía con sus
hermanos y, en teoría, la presencia ausente de su madre. Sí, bueno, a lo
mejor era un poco dura con ella, pero si esta hubiera sido capaz de seguir
adelante a raíz de la muerte de su padre y no se hubiese sumido en la
bebida, abandonando, por ende, su trabajo y dejando a tres niños totalmente
desatendidos, quizás no se sentiría de aquella manera.
Aunque sabía que su madre lo estaba intentando desde hacía varios años,
realizando muchísimos trabajos de medio tiempo, Ada y Chris seguían sin
tener un referente materno sólido. Solo la tenían a ella, un desastre de
hermana que, aunque se desvivía por ellos, tenía tanta responsabilidad sobre
sus hombros que esto le provocaba muchísima ansiedad.
Lo peor de todo era que no sabía sacarla de otra manera que dándose
atracones de comida en cuanto tenía la menor oportunidad. Esto último,
combinado con la genética de risa que le habían proporcionado sus padres,
daba como resultado una obesidad prominente. Sin embargo, lo que peor
llevaba Ellie era cada vez que fallaba en alguno de los trabajos que le
costaba tanto conseguir. Sentía que no sólo erraba como persona que se
encontraba surcando las olas del mundo adulto, sino que experimentaba una
profunda sensación de que fracasaba como hermana. Y esto la lastimaba a
niveles inimaginables.
Lo único que quería era que sus hermanos tuvieran lo mejor, ¿acaso era
mucho pedir que todos estuvieran bien? Era cierto que muchas otras
personas con toda seguridad estuvieran mucho peor, como en el tercer
mundo, por ejemplo, pero si querer un presente enriquecedor para sus
hermanos y, a ser posible, un futuro provechoso, era ser una egoísta,
entonces Ellie era la mayor egoísta de la humanidad.
Estaba cavilando sobre esto mientras miraba las infinitas facturas por
pagar que se acumulaban en la encimera de la cocina, así como la tabla que
usaban para organizarse en la casa y que todo fuera lo mejor posible.
—Ada, tienes médico este sábado, recuerda no faltar —le recordó Ellie,
señalando con un rotulador de color rosa fosforito la fecha en la que tenía
que ir.
—Sí, señora —le respondió la mediana, mirándola con cariño,
aprovechando que la mayor estaba de espaldas a ella—. Ellie... ¿qué vas a
hacer?
Ellie sintió la mirada compasiva de su hermana como si fuera una espada
clavada en el corazón. Lo último que deseaba era que Ada se preocupara de
todo aquello, así que se armó con una sonrisa y se dio la vuelta para encarar
a su hermana.
—¿Qué? Eso ya lo sabes, ¿no? Seguiremos adelante. Siempre lo
hacemos.
—Sabes que no tienes que cargar con el peso tú sola, ¿no? Dentro de
poco cumpliré dieciséis y podré obtener algún trabajo que nos ayudará.
—No quiero ni que pienses en eso, ¿me oyes? Te tienes que dedicar a
estudiar por completo, y cuando algún día seas una persona importante, nos
saques de aquí.
Ellie era inflexible en lo que a la educación de sus hermanos se refería.
No quería que se vieran inclinados a hacer lo mismo que había hecho ella,
intentar compaginar los estudios con el trabajo y al final tener que acabar
escogiendo el trabajo debido a la ausencia de tiempo. Quería que soñaran
con ser lo que ellos quisieran y que disfrutaran de su adolescencia todo lo
que pudieran. Algún día, cuando asistiera a la graduación de sus dos
hermanos, lloraría como la que más. Cuando esgrimieran el título recién
adquirido delante de una multitud de padres y madres congregados, ella
gritaría a los cuatro vientos que aquellas dos personas increíbles y
maravillosas que se adentraban dentro del mundo laboral eran sus
hermanos.
Anhelaba la llegada de ese día. Sabía que ambos eran muy inteligentes,
pero era plenamente consciente de que para que no se tuvieran que ver
forzados a trabajar y arriesgar sus futuros, tenía que esforzarse y darlo todo
por ellos. No podía rendirse, esto solo era una mala racha, algún día
encontraría su lugar en el mundo.
Con la confianza renovada, decidió echarle un ojo al periódico de aquel
día que se encontraba en la mesa de la cocina. Este se había convertido en
su mejor amigo cada mañana, desde que con dieciséis años tuvo que
empezar a trabajar. Ayudaba mucho para informarse de las ofertas de
trabajo que había por la zona, porque, a menudo, las empresas decidían
publicar sus vacantes en el mismo. Estaba navegando por las interminables
secciones cuando algo captó su atención, y no, no eran las incesantes risas
que se habían desplegado por la habitación, informándole que Chris ya
estaba despierto y al tanto del vídeo de la vergüenza.
Realizando un esfuerzo titánico para no cometer fratricidio tan temprano
en la mañana, se concentró en lo que había captado su atención. Un
anuncio. Al parecer, se buscaba secretaria. Estaba harta de aplicar solo a
trabajos de baja cualificación laboral; si quería aquel futuro brillante que se
había imaginado para sus hermanos, debía apuntar más alto.
Observó los requisitos que se le pedían y empezó a dibujar equis sobre
aquellos que creía cumplir:
REQUISITOS:
-Entre 25 y 40 años.
-Dinámica, responsable, proactiva, presencia formal. X
-Dominio avanzado en herramientas informáticas (EXCEL, Word,
PowerPoint...). X
-Disponibilidad de tiempo completo.
-Aptitudes para la organización. X
-Imprescindible dominio a todos los niveles de los siguientes idiomas:
Inglés, Español o Alemán.
-Sin compromisos que le impidan viajar.
-Experiencia en trato a clientes por teléfono y personal. X
SE OFRECE:
***
Sasha Sullivan
Henderson Enterprise S.A
Calle 57, Nº 7
Nueva York, 10138
08/04/2018
Ellie Hawk
C/ Carla Court nº 3 1ºB
Morristown, 24231
Nos complace comunicarle que ha sido una de las escogidas para entrar en el proceso de selección
de nuestra empresa. Estamos deseando reunirnos con usted el día 15 de abril del año en curso. La
primera entrevista comenzará a las 09:00h. Le rogamos que antes pase por recepción a las 08:30h.
En caso de poseer un vehículo, podrá estacionar en el edificio anexo perteneciente a esta empresa.
Entregue el ticket en la recepción para su validación.
Adjuntamos información sobre Henderson Enterprise, indicaciones para llegar a nuestra oficina y
un acuerdo de confidencialidad que deberá leer y firmar antes de que se inicie la primera entrevista.
Atentamente,
Sasha Sullivan
Subdirectora adjunta de Henderson Enterprise
Adam Henderson estaba muy enfadado. Apenas habían pasado dos semanas
desde el fatídico día en el que la señora Spark renunciara temporalmente a
su puesto de trabajo, y desde entonces todo se estaba saliendo de control.
Aunque su exsecretaria se hubiera encargado de dejar todo preparado
para que, al menos, pudiera aguantar sin ella lo que durase el proceso de
selección, las cosas en su oficina iban muy mal. Muchos de los clientes con
los que había cerrado acuerdos hacía una eternidad estaban llamando para
quejarse de que faltaban documentos o algún otro elemento, y los
distribuidores estaban protestando porque había surgido un imprevisto y el
horario asignado se les había descuadrado. Por no hablar de la montaña de
papeles sin revisar que no dejaba de acumularse sobre la mesa.
«¿Qué coño está haciendo Sasha?», se preguntaba cada día. Estaba tan
ocupado que apenas había podido echar un vistazo a las candidatas que se
habían postulado después de que Sasha publicase aquel anuncio. Era el
director, sí, pero estaba empezando a tomar conciencia de que quizás la
señora Spark hubiera estado cargando con muchísima responsabilidad sobre
sus hombros, y él no había estado al tanto en profundidad de todas aquellas
tareas que había estado realizando aquella mujer tan pragmática. No solo se
había responsabilizado de la parte administrativa, como, por ejemplo,
revisar y seleccionar los diferentes documentos que serían más adecuados
para que él estampara su firma sobre ellos, sino que además se había
encargado de tener su horario al día siempre y solucionar, siendo lo más
discreta posible, cualquier cambio acontecido en la empresa. Con amargura,
había constatado también que muchos empleados se dirigían a ella cuando
había algún problema. Pero no era lo único: ella se ocupaba de tenerle
preparado en el momento que hiciera falta cualquier tipo de vestuario que
necesitara para el evento que fuera.
Se empezaba a preguntar, de dónde habría sacado el tiempo aquella
mujer para abarcar tantos frentes abiertos.
El teléfono no paraba de sonar y estaba bastante harto de escucharlo.
Sabía que todo serían pegas y problemas que habrían ido surgiendo, así que,
en un ataque de ira, ya que no estaba acostumbrado a encontrarse bajo aquel
nivel de estrés, abrió la ventana de su despacho, situado en la planta más
alta del rascacielos. Cogió el teléfono con determinación, alzándolo
mientras se preparaba con una postura de jugador de béisbol a punto de
lanzar la bola de su vida.
«Y el pitcher Henderson consigue lanzar una bola rápida y... OUT ¡Out
problemas!», estaba pensando en aquel momento, cuando empezó a darse
cuenta de que, si lanzaba un teléfono como ese, de aquel tamaño y desde
aquella altura, lo más seguro sería que escalabrara a alguien.
Estaba meditando sobre aquella información cuando de repente se abrió
la puerta.
Una sorprendida Sasha, seguida de un becario del que se había adueñado
desde que se encargó del proceso de selección, entraron y observaron cómo
el director de Henderson Enterprise estaba a punto de arrojar el teléfono por
la ventana.
Durante un minuto se produjo el silencio, mientras se contemplaban
unos a otros.
Carraspeando, Adam bajó el brazo para volver a dejar el teléfono en su
sitio y los miró inquisitivamente.
—¿Qué queríais? —preguntó, intentando cambiar de tema con el fin de
que olvidaran aquella escena tan infantil—. ¿Es sobre el proceso de
selección? Es mañana, ¿no?
—Sí —respondió Sasha, intentando borrar aquella imagen de su cabeza
—. Necesito que le eches un vistazo a las preguntas que les voy a realizar a
las candidatas y que des tu visto bueno.
—Está bien, déjame verlas —accedió, extendiendo la mano para
reclamar el papel que tendría que revisar.
Sasha miró al esclavo... Bueno, becario, con una orden implícita de que
le diera las preguntas. Aquella pobre alma, que acababa de graduarse de la
carrera de Recursos Humanos, estaba muy cansada y nerviosa. Había
terminado la universidad deseando entrar en una empresa importante, y
cuando lo hubo hecho, se emocionó muchísimo, desconociendo que
acabaría entre las garras de aquella bicha. Tendría que haberlo sospechado
desde el primer momento en que la vio caminando, contoneándose por el
pasillo en dirección a él, y también cuando empezó a hablarle de forma
sensual para que cediera a sus peticiones de ayuda. En aquel momento
había creído que era un ángel, pero este se transformó ante sus ojos en
cuanto le entregó el primer trabajo, permitiéndole conocer su verdadero
carácter.
A partir de entonces había empezado a hacerle la vida imposible.
Se había pasado todo el fin de semana revisando los cientos de
currículums que había enviado a la empresa y descartándolos bajo las muy
explícitas órdenes que había dejado la víbora en la que se había convertido
su nueva jefa. Por si eso fuera poco, le había hecho llamar la noche anterior
para que redactara las preguntas que tendría que realizar a las candidatas.
Ahora se estaba llevando todo el mérito, y sin despeinarse, delante de él. Lo
peor era que no podía decir nada, porque, de hacerlo, su futuro pendería de
un hilo en aquella empresa. Aunque bien mirado, también corría el riesgo si
aquel hombre tan extravagante (nadie podía culparle de pensar eso después
de que su primera experiencia fuera verle intentando lanzar un teléfono por
la ventana) no estuviera de acuerdo con las preguntas que tanto sueño y
esfuerzo le habían costado.
Sí, el chico estaba en todo su derecho de estar nervioso.
—A ser posible, me gustaría que para mañana a estas horas me hubieras
conseguido una secretaria acorde a lo que necesita esta empresa. Respecto a
las preguntas, creo que están bastante bien, Sasha
Tras oír esto, el becario respiró aliviado.
Al menos aquel día no sería despedido.
—Fantástico.
Sasha sonrió, sensual, y con un movimiento de mano despectivo
despachó a un más que explotado trabajador. Tuvo que fingir marcharse
normal, aunque su mente le instara a poner en práctica todos aquellos años
en los que había realizado atletismo mientras mandaba al cuerno a todos
aquellos niños de papá.
Una vez solos, Adam se sentó en el gigantesco sillón que
complementaba a la mesa de roble que presidía el despacho principal de
Henderson Enterprise. Sasha tomó aquel movimiento como una invitación
clara para acercarse y reclamar para sí un momento íntimo.
Sentándose en el regazo de Adam, le preguntó:
—¿Te veré esta noche?
—No lo creo, tengo mucho trabajo que hacer. La oficina es un desastre.
—Pues más razón para que nos veamos. Yo sé qué hacer para que
mandes toda esta situación al diablo por unos minutos y conseguir que te
relajes...
La invitación estaba ahí. Sí, conocía las dotes magníficas que tenía Sasha
para hacer olvidar a un hombre, pero por primera vez en su vida todo
parecía haberse descontrolado. Si no se arreglaba toda aquella situación al
día siguiente, la empresa no podría avanzar. Estaba meditando sobre si
debía empezar a implicarse más en el trabajo a costa de dejar desatendidos
los placeres de los que jamás se había tenido que ver privado cuando, de
repente, volvió a sonar el teléfono.
«Al cuerno. Necesito una noche de diversión».
—De acuerdo —cedió ante una Sasha que lo miraba con una sonrisa de
triunfo.
Sabía que siempre se saldría con la suya en cuanto a Adam se refería.
Aquello solo era un ejemplo más. Al día siguiente sería facilísimo:
sencillamente tendría que encontrar a una ingenua aburrida y, a ser posible,
fea, que de ningún modo pudiera captar el interés de SU hombre.
***
Solo habían pasado unas pocas horas desde que habían puesto los pies en
Nueva York, y, desde entonces, Ada y Ellie estaban fascinadas haciendo
turismo por la gran ciudad. Aunque la mayor había decidido que debían
ponerse un tope de horario que cumplir, porque tenían que volver al
albergue en el que se estaban quedando para poder repasar la información
que se sabía casi de memoria sobre la empresa.
Había estado buscando información adicional sobre la misma para tener
todos los frentes cubiertos por si decidían preguntarle sobre ella. Al parecer,
se trataba de una empresa que manejaba un capital colosal. Había
descubierto, asombrada, que, aunque en sus inicios habían comenzado
siendo una empresa hotelera, en la actualidad había adquirido tal
importancia que no se dedicaban a un negocio en concreto, sino que
formaban parte de inversiones con una infinidad de negocios importantes.
Ellie se mareaba solo de imaginar el tipo de trabajo que tendría que
realizar... en el caso de que la escogieran para el puesto, claro. Aquella
noche, gracias a una crisis de ansiedad, se estaba atiborrando de
hamburguesas que habían comprado en el McDonald’s más cercano cuando
decidió comentarle sus inquietudes a su hermana:
—Creo que estoy muy nerviosa.
—No me digas... —respondió con ironía Ada, sacando el perrito caliente
que se había comprado a escondidas en un puesto ambulante.
En cuanto Ellie vio al culpable de la mayor vergüenza que había tenido
que pasar en todos sus veinticuatro años siendo esgrimido en dirección a la
boca de la traidora, fulminó con la mirada a su hermana.
—¿En serio, Ada? Justo en un momento así... ¿te estas comiendo un
perrito caliente?
—Sí, enfádate todo lo que quieras. Pero el punto es que no solamente
está delicioso, sino que te ha permitido olvidarte por un momento de tu
nerviosismo —se defendió Ada con satisfacción, mientras mordía otro trozo
de aquella delicia celestial.
La cara que se le había quedado a su hermana al constatar que tenía
razón era un poema. Había funcionado. Aquella tontería había conseguido
que dejara de comer impulsivamente. Ellie se preguntó a sí misma si,
quizás, no sería masoquista.
«¿Tienen que enfadarme para evitar que pague mi ansiedad con la
comida? ¿Qué será lo siguiente? ¿Un Cincuenta sombras de Grey?».
Descubierta esta faceta suya tan peculiar, no pudo evitar trasladarla a lo
que le había estado ocupando los pensamientos durante todo el día.
—Creo que después de todo lo que he descubierto sobre esa empresa
más me valdría ser masoquista, porque creo que voy a tener que aguantar
mucha tensión si deciden darme el puesto —afirmó solemne. Mientras,
permitía a Ada asimilar aquella última información, dando como resultado
que las dos hermanas acabaran estallando en risas.
—De verdad que pienso que lo harás fenomenal, señorita masoquista —
la animó su hermana con una sonrisa—. Eres una mujer muy inteligente,
Ellie, sabrás capear el temporal muy bien. Y si no... Bueno, no pasa nada,
siempre nos tendrás a nosotros para atormentarte. ¿Qué más puedes pedir?
Ellie sonrió mirando con cariño cómo su pequeña diablesa se acababa el
hot dog.
Sí, pasara lo que pasase, siempre les tendría a ellos. Su ancla en el
mundo. Y eso era lo único que le importaba.
***
***
Sasha estaba harta de ver desfilar mujeres a las que siempre acababa
sacando alguna pega. No conseguía encontrar ninguna con la que pudiera
estar completamente segura de que Adam jamás sería capaz fijar en ella.
Hasta entonces, aquel becario, en su opinión, había hecho las cosas muy
mal. Ya se encargaría ella de ponerle en su sitio.
Pasó al siguiente currículum. Lo primero que observó fue la foto tamaño
carnet de la siguiente aspirante. Abrió los ojos y, presionando el
intercomunicador, ordenó:
—Que entre Ellie Hawk.
Si era tal y como se veía en la foto, sería perfecta. Era totalmente insulsa,
con esa cara cuadrada que no llamaba nada la atención y aquel pelo cuanto
menos aburrido. Observó expectante la puerta por la que haría acto de
presencia la única persona que de momento había captado su atención, y al
ver entrar a aquella mujer obesa, vestida tan remilgada y a la antigua, lo
confirmó.
¡Era perfecta! ¡Adam jamás se fijaría ni por un momento en una ballena
como esa! Se relamía solo de pensar en ello. A ella le podía permitir que
estuviera al lado de su novio con total seguridad. Era imposible que Adam
pudiera echarle siquiera una mirada. Revisó su currículum y, al ver que
cumplía todos los requisitos que la exagerada de la señora Spark se había
empeñado en que tenía que buscar, no creyó necesario tener que hacerle
ninguna pregunta más. Dispuesta a encasquetarle aquella mole a Adam, se
dirigió a ella:
—¿Ellie Hawk? —preguntó con satisfacción.
—Sí —respondió ella, dubitativa sobre qué responder a esa pregunta—.
Soy yo.
Sasha confundió aquel momento de vacilación que tuvo la chica con
timidez e inseguridad. No pudo evitar sonreír. Sería simplemente perfecta.
Intuía que mantendría un perfil bajo cuando tuviera que trabajar con Adam,
así que sería imposible que pudiera captar su interés de ninguna de las
maneras.
—He de decir que tenemos una gran impresión de usted —declaró,
mintiendo como una bellaca—. En cuanto leímos su currículum, nos causó
una buena sensación, y creemos que podría ser la persona ideal para este
puesto. ¿Le gustaría aceptar esta oportunidad?
Ellie no sabía qué decir. ¿Lo único que preguntaban era el nombre? ¿No
le harían ninguna pregunta sobre la empresa? ¿Ni sobre su experiencia
personal? Aquello no parecía una entrevista común. ¿Tanto les había
gustado de verdad su currículum?
«Por el amor de Dios, si la mayor parte es mentira».
Superada la impresión inicial, debatió por un segundo con su yo interior
y decidió que ella no era quién para juzgar el cómo se seleccionaba a las
personas en aquella empresa. Además; necesitaba el trabajo
desesperadamente y no podía ponerse quisquillosa al respecto. Aceptaría
sin dudarlo y ya vería luego cómo se enfrentaría al día a día.
Miró a la rubia despampanante que se cernía sobre ella y, ataviándose
con una sonrisa, aceptó.
—Sí. Sería un placer entrar a formar parte de esta empresa.
—Perfecto, entonces firme aquí —le indicó, señalando el sitio que donde
tendría que firmar—. Como observará, la remuneración es bastante
generosa, ¿no cree?
Durante un segundo, Ellie sintió que de alguna manera estaba firmando
un pacto con el diablo, pero aquella sensación fue relegada al plano más
lejano de su cerebro cuando observó la cifra estampada en el papel que
indicaba cuál sería su salario anual.
¡¡Quinientos mil! A duras penas podía creerlo. Con eso pagaría todas las
facturas y el dentista de Chris no tendría que sacar el bate a pasear, además
de que, quizás, hasta podrían comprarse una casa propia. Las cosas que
podría hacer con aquel dinero le estaban dando vueltas todavía en la cabeza
cuando una firme convicción se asentó en lo más profundo de su ser.
«Tengo que aguantar en este trabajo, aunque sea un año».
Una vez firmado el contrato, Sasha extendió la mano, esperando que la
nueva secretaria de dirección se la estrechara.
—Bienvenida a Henderson Enterprise, comenzará mañana. Se le
informará de todo a la salida.
Ellie se sentía flotando como en un sueño. Lo único que fue capaz de
romper su burbuja de felicidad fue verla pronunciar la palabra: MAÑANA.
«¿¿MAÑANA??».
CAPÍTULO 4
«No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las
cosas que no puedo aceptar».
Ángela Davis
***
«Una chica sabia conoce sus límites. Una chica lista sabe que no tiene
ninguno».
Marilyn Monroe
***
***
En efecto, Adam Henderson estaba que se subía por las paredes. La inepta
de su secretaria no había respetado los cinco minutos que tan
benévolamente le había concedido. Aunque de forma secreta reconocía que,
en aquellos tres días, se había adaptado bastante bien.
Se había percatado de que se quedaba hasta altas horas de la noche para
adelantar trabajo y que era la primera en presentarse en la oficina cada
mañana. Cuando él llegaba, ya se la podía encontrar sentada en su
escritorio. Además, el teléfono le había dejado de sonar cada cinco minutos.
La chica lo intentaba.
Pero no era suficiente.
Adam no podía evitar seguir pensando que no daba buena imagen. No
solo porque siguiera vistiendo con trapos que la sentaban fatal, sino porque
pesaba el triple de lo establecido saludable. Estaba algo avergonzado de lo
que pudiera pensar el señor Brown cuando la viera. Con toda probabilidad
creería que había bajado mucho la clase desde entonces. Por si fuera poco,
había podido observar que «la señorita Rollitos» tenía una personalidad
muy peculiar. A veces le contestaba con soberbia y luego trataba de
esconderlo inútilmente; otras, parecía como si quisiera mantener una
imagen reservada.
Hostigarla le resultaba muy divertido. Quería ver hasta dónde podía
aguantar, hasta el punto de conseguir que cogiera sus cosas y se marchara.
Estaba tan molesto con el hecho de que le hubieran impuesto su presencia
que la única manera que tenía de sacar aquella frustración era haciéndole la
vida imposible.
«Maldita Sasha», se repetía como un mantra. Maldecir a su novia era lo
único que lo mantenía cuerdo. Todavía se acordaba de la gran discusión que
habían mantenido aquella noche en la que se encontraron:
—¡¿En qué narices estabas pensando para contratar a alguien cómo
ella?! —le había recriminado.
—¿Por qué estás tan molesto, Adam? ¡Te dije que había escogido a la
mejor!
—¡A la mejor tragabollos!
—¿Has visto a su currículum? ¡Cumple los requisitos! —le rebatió
Sasha con satisfacción—. Además, ¿qué pasa si tiene algo de peso más?
Mientras haga bien su trabajo...
—¡Eres imposible, Sasha! Lo has hecho aposta, ¿verdad? ¿Creías que
no me imaginaría que estarías celosa si hubieras tenido que contratar a
alguien atractivo?
En ese momento, Sasha le había mirado dolida y le había respondido:
—¿Me crees realmente capaz de hacer eso a sabiendas de que te
afectaría en el trabajo?
—La verdad es que no sé qué pensar al respecto, Sasha.
—A veces eres muy cruel, Adam.
Ella se había marchado de su apartamento dando un portazo y desde
entonces no habían vuelto a hablar. Puede que hubiera sido muy duro con
ella, se estaba replanteando en aquel momento, pero no entendía cómo
podía haber sido tan irresponsable.
Once y cuarenta y tres.
Aquella secretaria se iba a enterar de lo que acarreaba llegar tarde con él,
se juraba mientras abría la puerta de su despacho. Justo en ese momento,
vio una persona que se precipitaba hacia él a toda velocidad.
—¡Oh, joder! —escuchó cómo maldecía una voz femenina a la vez que
impactaba contra él.
En respuesta a esto, Adam perdió el equilibrio e inconscientemente la
rodeó con los brazos. Cayó de espaldas al suelo con ella encima, notando
que dejaba caer todo su peso sobre él.
—Dios mío, ¡lo siento tanto! —exclamó Ellie, nerviosa. Trató de
apartarse, pero él la estaba sujetando con fuerza.
Adam no podía creer lo que estaba pasando.
¡Aquella inútil había dejado caer todo su peso encima de él!
—¡Usted! —le gritó, descontrolado—. ¿Es que no sabe llamar? ¿Esto
forma parte de algún plan retorcido para matarme? ¿No ve que es un peligro
andante? ¡No intente ir de princesa! ¡Yo no soy ningún tipo de caballero que
tenga el menor deseo de cogerla en brazos!
«De ninguna forma un tipejo como usted podría ser un caballero
andante», pensaba Ellie, intentando tranquilizarse.
—Ya le he pedido perdón. Ahora, ¿me haría el favor de soltarme? Ya
vamos tarde.
Fue en ese momento cuando Adam se dio cuenta que la estaba sujetando.
«Pero ¿qué demonios?».
La soltó, asqueado consigo mismo por haberla tocado. Ellie se apartó de
él, levantándose como un resorte.
—¿Y por culpa de quién cree que llegamos tarde? —le espetó él, todavía
enfadado e incorporándose también—. ¡Le dije cinco minutos!
—Ya le he pedido perdón. La cafetería está a diez minutos de aquí.
¡Vengo corriendo!
—¡Eso es lo que pasa cuando se pesa tanto, no se corre suficiente! Un
momento... No habrá venido corriendo como una vulgar oficinista por toda
la empresa, ¿no?
«Estúpido, ¿pero quién coño te crees para sacar cada dos por tres el tema
de mi peso? ¿Mi entrenador personal?», cavilaba Ellie mientras lo
fulminaba con la mirada.
—¿Qué pasa? ¡Me dijo cinco minutos!
—¿Qué cree que va a pensar la gente cuando vea a mi secretaria
corriendo de aquí para allá? ¡La señora Spark nunca dio esa imagen!
—Bueno, lo siento. No he pensado en ello.
—Pues la próxima vez piense un poquito, que para algo tiene la cabeza
—espetó él, saliendo del despacho escoltado por ella.
«No entiendo por qué tengo que aguantar escuchar esto de un
descerebrado como usted», se planteaba Ellie.
Se mantuvo siguiéndolo a una distancia prudencial. Quería evitar
cualquier tipo de contacto con él. Ya había sido lo suficiente bochornoso
caerse encima de él después de llegar tarde.
Llegaron a un recibidor donde se encontraba una recepcionista que
parecía estar resguardando una habitación en la que, a pesar de no haber
estado nunca, Ellie pudo observar cómo la recepcionista se levantaba para
recibir a Henderson y sonreía nerviosa.
«Vaya, vaya..., el idiota levanta pasiones allá donde va. Preferiría
clavarme un tenedor oxidado en los ojos antes que hacerle ojitos a ese
pedazo de estiércol con patas», pensó, poniendo los ojos en blanco. Aquella
chica debía de desconocer la terrible personalidad que poseía su jefe.
Ellie recordó que aquella sala a la estaban entrando era donde Henderson
se solía reunir con sus invitados más allegados.
«Gracias, señora Spark».
Al entrar, estudió la habitación. Estaba compuesta por varios sillones y
una mesa de por medio. En el fondo había un ordenador, y del techo estaba
colgado un proyector que arrojaría las imágenes hacia el lugar donde
miraban los sillones. Finalmente, aquel espacio estaba equipado para
preparar cualquier cosa que se le antojase al invitado.
Ella se situó en una de las esquinas, tratando de no llamar la atención. En
la memoria de la señora Spark ponía que, cuando tuviera que asistir a una
reunión así, sus funciones serían preparar un té o café y anotar lo que se
dijera en la misma. Sacó del bolso una libreta y la dejó dispuesta para
registrar cada palabra que se pronunciara en aquella sala. Luego se acercó al
ordenador más cercano e insertó el USB en el que llevaba la presentación que
tanto sueño le había costado la noche anterior.
Pudo observar que Adam se había sentado en uno de los sillones
cruzando las piernas. Se notaba que estaba molesto, pero eso a ella le
importaba bien poco.
Siguió preparando lo que necesitaba sin prestarle atención. Miró su reloj:
las doce menos tres minutos. El señor Brown debía estar a punto de llegar.
Ellie se había estado informando acerca de él. Al parecer era el
copropietario de la cadena hotelera con la que los Henderson habían
comenzado el negocio y amigo íntimo de la familia, pero Ellie también
había descubierto con sorpresa que no solo era dueño de múltiples negocios
que con toda seguridad le proporcionarían gran retribución, sino que aquel
hombre pertenecía a una de las familias más importantes de Nueva York.
Tenían buenos contactos a nivel político (uno de sus hermanos era senador)
y económico.
No le cabía duda de que sería un hombre que impondría.
—¿Sabrá dónde tiene que venir? —preguntó Ellie, dudosa de que el
hombre pudiera haberse perdido por el camino.
—Desde luego. Con la gente con la que tenemos negocios importantes
nos reunimos aquí primero siempre.
Le cansaba que tuviera que explicarle aquello tan básico.
Ellie sospechaba que la recepcionista que estaba fuera sería la que
recibiría al señor Brown. Y debía de ser así, porque se abrió la puerta en
aquel momento, revelando a un señor entrado en años acompañado de un
bastón y vistiendo una sonrisa de satisfacción. Se había percatado de que,
en dos pasos, Adam estaba en la puerta con una sonrisa también. Ellie se
pudo dar cuenta de que no le había visto sonreír ni una vez desde entonces.
A ella solo la miraba frunciendo el ceño o enfadado. Ahora parecía
relajado, y hasta abierto de alguna manera. Se fijó en que sus ojos azules
brillaban de alegría.
Realmente debía de apreciar a aquel hombre, meditó.
—Adam, ¡querido muchacho!
—¡John! ¡Cuánto me alegra verte! Ven, vamos a sentarnos, debes de
estar cansado —invitó, señalando los sillones.
—Te lo agradezco, mis rodillas ya no son lo que eran.
—¿Cómo están los niños?
—Cada día más traviesos. Melissa me regaña diciéndome que no debo
mimarlos tanto, pero ya sabes..., soy su abuelo. No estoy ya para educarles,
ya me encargué de su madre y su tío en su momento.
—Claro, es normal —corroboró Adam, riendo—. ¿Te apetece tomar
algo, John?
—Un café estaría bien.
Ellie se dio cuenta que era su momento de intervenir, así que se acercó y
formuló:
—¿Cómo lo desea?
El señor Brown se percató en aquel momento de su presencia, y,
observándola con afecto, le respondió:
—Solo por favor.
—Un cappuccino para mí, señorita Hawk —exigió Adam.
Ellie se encaminó hacia la cafetera y empezó a preparar el café,
intentando no perder el hilo de la conversación que estaba discurriendo, ya
que tendría que apuntarlo más tarde.
—¿Es tu nueva secretaria? He escuchado que Angie tuvo que dejar el
cargo para encargarse de Tom.
—Sí, pero no de forma permanente. Está en periodo de prueba mientras
encuentro otra que sea mejor.
—¿Por qué? A mí me gusta. Es diferente.
Adam no podía creer que John de verdad estuviera diciendo eso. ¿Qué
diablos pasaba con aquella gente? ¿Es que no veían que esa mujer era todo
lo contrario a lo que se esperaría de una secretaria? Dispuesto a no
enfadarse con aquel hombre, que había sido como su padre, dirigió el tema
a lo que le interesaba: la reforma del hotel Henderson en Italia.
—Bueno, dejemos de lado ese tema. Te he pedido venir debido a los
cambios que hemos pensado hacer en el complejo de Roma, para saber tu
opinión.
—Sí, yo también quería hablar contigo sobre eso...
—¿Ha pasado algo, John?
—No, para nada.
—¿Entonces?
—Es solo que creo que sería conveniente que nos pasáramos a echar un
vistazo por los hoteles principales. Últimamente hemos recibido bastantes
quejas.
—¿Cómo es que no se me informó de eso? ¿Qué tipo de quejas?
—Te estoy informando de ello ahora, Adam. Respecto al tipo, son de
índole muy variada. Lo ideal sería que fuéramos a ver qué sucede en los
hoteles que más quejas han recibido. Mandé hace tiempo a varios
empleados de confianza y me han dicho que no han sabido descubrir la
causa que está ocasionando este aluvión de quejas. Así que pensé que nadie
sería mejor para descubrirlo que los propietarios, que conocemos el
funcionamiento del hotel. Sin embargo, como ves, estoy demasiado viejo
para andar revisando cada hotel, por lo que pensé que podrías ir tú, si no
estás muy ocupado. En el caso de que necesitaras una ayuda extra, mi hijo
te ayudaría.
—Por supuesto, John. Mi secretaria buscará todas esas valoraciones
negativas y nos trasladaremos a los que hagan falta para descubrir qué es lo
que sucede.
—Muchas gracias, Adam.
Ellie, que no se había perdido ninguna parte de la conversación, casi dejó
caer los vasos que estaba preparando.
No lo podía creer. Tendría que irse de viaje con aquel estúpido durante
bastante tiempo. Sabía que tendría que viajar, y en parte era una de las cosas
que más le habían atraído de ese trabajo, pero no estaba preparada para
tener que viajar con aquel mentecato tan pronto. Y lo peor de todo era que...
¡tendría que quedarse toda la noche buscando reseñas negativas entre los
cientos de hoteles Henderson que había alrededor del mundo!
CAPÍTULO 6
«No soy un pájaro y ninguna red me atrapa. Soy un ser humano libre con
un espíritu independiente».
Charlotte Brontë
***
Adam estaba muy preocupado. No entendía qué podía estar ocurriendo con
los hoteles, los cuales siempre habían sido muy queridos y demandados por
los turistas. La cadena hotelera Henderson siempre había sido un símbolo
de referencia por la calidad que ofrecían. Su abuelo, que no quería olvidar
los orígenes de los que provenían los Henderson, se había encargado de que
fueran hoteles accesibles para todo el mundo, así que estos siempre eran
construidos bajo unas directrices muy claras: tendrían que ser una
confluencia de ostentación y sencillez, es decir, un lugar al que también
pudiera acceder la clase media. Por esta razón era uno de los hoteles más
queridos por los consumidores.
Adam le tenía mucho cariño a esa parte de la empresa. Desde pequeño se
había alojado con sus padres en los mismos porque su padre había
considerado necesario que fuera tomando conciencia del trabajo que se
llevaba a cabo en aquellos lugares.
El simple hecho de que pudiera estar fallando le generaba mucha
intranquilidad.
Estaba debatiendo cuáles podrían ser las causas que habían generado
aquel sentimiento de negatividad al que se había referido John cuando
escuchó que alguien tocaba la puerta.
Debía ser la señorita Hawk.
—Adelante.
Observó cómo la regordeta que se hacía llamar su secretaria entraba
embutida en aquel traje tan horroroso y pasado de moda mientras cargaba
en una mano con un fajo de papeles. En la otra esgrimía una taza caliente de
algo que no logró vislumbrar.
—Imagino que trae lo que le he pedido.
—Efectivamente, pero primero tómese esto.
Adam pudo observar que ella depositaba la taza al lado de su escritorio
mientras le alentaba a que probara el contenido.
—¿Qué es esto? ¿Algún plan sádico para envenenarme? —le preguntó,
observando cómo una vena muy graciosa se alzaba en su sien, indicando
que la muchacha estaba claramente molesta.
—Para ser honesta, ¿qué ganaría envenenándole? Usted me
proporcionará el sustento económico que necesito. Aunque no descarto que
alguna pobre alma de aquí, víctima de la explotación, sienta algún deseo
por retorcer el pescuezo a más de uno.
—¿Se atreve a insinuar que mis socios o yo nos aprovechamos del
personal que se encuentra bajo nuestro mandato? —preguntó, iracundo ante
la desfachatez de la descarada.
—Por supuesto que no, ¿cómo se me ocurriría? El hecho de echar horas
extras y acabar agotado hasta la extenuación no se considera explotación —
respondió irónica, sonriendo con fingida inocencia.
No podía creer que aquella mujer se dirigiera de esa manera a él. Nadie
lo había tratado así jamás. Sin embargo, esa sinceridad, aunque le
molestara, le llamaba mucho la atención. Adam estaba acostumbrado a
tratar con mujeres que para conseguir lo que querían daban mil vueltas.
Por esta razón, la honestidad de la señorita Hawk lo desconcertaba.
—Esas horas que echan de más se retribuyen —contratacó, ofuscado.
—Buen punto, pero ¿no cree que algunos cargos se exceden
demandando a los empleados labores que no les competen? —preguntó
Ellie, pensando en Jeray.
—Usted no tiene la capacidad para juzgar qué debe o no pedir un alto
cargo a un subalterno.
—Puede que tenga razón, solamente soy una secretaria —dijo Ellie,
intentando dejar el tema atrás. Había comprobado que sacar el tema con él
era imposible. Señaló la taza que aún estaba sin tocar—. Pero por favor,
pruebe lo que he hecho o se enfriará.
Adam observó a la muchacha. Parecía que tenía valores firmes. Después,
miró la taza que ella le indicaba y, cogiéndola, observó de qué se trataba.
Chocolate caliente, ¡y con una carita sonriente! Y aquello que parecían las
mejillas... ¿eran nubes?
—¿Cree que soy un niño? —la interrogó, todavía anonadado porque
hubiera tenido la desfachatez de tratarle como tal.
—¿Un niño? ¿A quién no le gusta el dulce? Pero si está buenísimo.
Pruébelo, no se arrepentirá.
—Yo no tomo cosas dulces, y usted tampoco debería... No querrá
reventar esa falda horrible que tanto le gusta vestir.
Ellie sintió unas imperiosas ganas de estampar aquella cabeza pelirroja
contra el escritorio. Lo mismo si lo hacía reviviría alguna de las neuronas
que se debieron de morir tras descubrirse propietarias de aquel sujeto tan
odioso.
—Como quiera, usted se lo pierde. Aquí tiene los documentos que me
pidió.
Adam recogió la documentación que ella le entregaba, evitando tocar la
taza. Mientras repasaba todos los papeles que había impreso, se dio cuenta
que le había adjuntado hasta un gráfico que señalaba el porcentaje de los
hoteles que habían recibido más valoraciones negativas. Para hacer todo
eso, aquella mujer habría pasado toda la noche trabajando. Había podido
venir observando que la muchacha había empezado a desarrollar unas
medialunas oscuras bajo los ojos. Intentaba ocultarlas bajo capas de
maquillaje, pero aun y con eso seguían siendo visibles.
—Los hoteles principales que se ven asediados de malas críticas son,
como he señalado ahí, los de Roma, París, Madrid, Londres, Ámsterdam y
Atenas.
Adam estaba confirmando que tenía razón. Todo ellos estaban en
ciudades donde el turismo fluía de manera constante. Aquello era cuanto
menos preocupante.
—Empecemos por el de Roma, que es donde estábamos pensando
comenzar las reformas. Prepare la maleta y saque los billetes para mañana
con la tarjeta de la empresa que le proporcionamos. Una vez tenga la hora
de estos últimos, nos encontraremos dos horas antes del embarque en la
entrada del aeropuerto. Le proporcionaré un ordenador portátil para que
pueda seguir trabajando incluso estando en otro país. Espero que tenga su
pasaporte en regla.
Ellie, previsora por naturaleza, al percatarse de que tendría que viajar, se
había sacado el pasaporte nada más haber sido contratada.
—Sí, no habrá problemas con el pasaporte. Cuando tenga los billetes le
enviaré la hora a la que saldrá el avión, y una vez en el aeropuerto, le daré
su billete impreso, pero no ha mencionado el hotel... ¿Le reservo una
habitación?
—No hará falta. Nos ocuparemos de eso una vez estemos allí.
—De acuerdo. Si no necesita nada más, me marcharé para adelantar
tiempo con todo lo que tengo que hacer.
Adam la despachó con un ademán de mano. YEllie abandonó el
despacho sin darle una mirada más.
Una vez la señorita Rollitos hubo abandonado la habitación, Adam miró
con atención la taza humeante que aún se encontraba en una esquina del
escritorio. Realmente le había llamado la atención que a aquella mujer se le
hubiera ocurrido hacerle una taza de chocolate como si fuera un infante, y
aunque él no era proclive a tomar chocolate, aquel gesto le había resultado
de alguna manera tierno.
Uno de los empresarios más poderosos y agresivo en cuanto a los
negocios tomando chocolate con nubes y sonrisas de nata. Cualquiera de
sus conocidos se habría reído si hubiera contemplado al todopoderoso
Adam Henderson llevándose a la boca la taza al principio un poco
dubitativo y, finalmente, esbozando una sonrisa de satisfacción.
***
***
Cuando Ellie Hawk consiguió llegar al lugar donde se estaba alojando, eran
las diez de la noche. Empezaba a pensar que aquel viaje había llegado caído
del cielo, porque se iba a ahorrar tres días por pagar en el albergue. Había
estado muy preocupada por desconocer cómo iba a arreglárselas para poder
pagar la siguiente semana, y ahora caía en que, mientras estuviera de viaje,
no tendría que preocuparse por la estancia. ¡Seguramente durante el tiempo
que pasarían en el hotel Henderson podría dormir en la mejor cama en la
que hubiera dormido en toda su vida! Se emocionaba solo de pensarlo.
Había visto aquellas camas de matrimonio gigantescas que, se imaginaba,
serían muy mullidas. Casi se le hacía la boca agua. Eso si el idiota la dejaba
dormir, porque desde que había empezado aquel trabajo apenas había
dormido cinco horas, si llegaba, cada día.
Estaba pensando mientras se disponía a preparar su maleta. Mirando su
vestidor, pudo observar que no tenía nada bonito que ponerse en Roma.
Realmente le gustaría tener un poco más de dinero para poder comprarse
cosas que le gustasen y sentasen bien, evitando conformarse con la ropa
más barata que pudiera encontrar. Suspirando, introdujo en su diminuta
maleta la escasa ropa que había obtenido a un precio económico y por la
que Henderson se dedicaba a hacerle la vida imposible, así como lo único
que tenía decente para vestir: un camisón de seda negra que le habían
regalado por su cumpleaños entre sus dos hermanos. Aún no lo había
estrenado, pero había decidido llevárselo por si la vida en Nueva York le
daba un empujón de valentía. Ahora sabía que ni eso la había animado a
ponérselo, pero estaba determinada a que de Roma no pasaría. Se pondría
su precioso camisón, y si tenía suerte, encontraría a algún italiano hecho
para el pecado que estuviera dispuesto a darle una alegría al cuerpo.
Todavía recordaba la conversación que había mantenido con Ada cuando
la había llamado nada más enterarse de su primer destino.:
—Hermana, ¿te vas a Roma? —había exclamado Ada, muy emocionada
—. ¿Y en compañía del sexy de tu jefe?
—Ada, ya lo hemos hablado antes... Es un idiota de tomo y lomo. ¡No es
para nada SEXY!
—¿A quién pretendes engañar? ¿Olvidas que en cuanto fuiste
contratada cotilleé toda su vida? ¡El amigo está de infarto! Incluso aunque
sea pelirrojo...
—¡ADA HAWK! Ni se te ocurra fantasear ni por un instante con
adjudicártelo de cuñado Es un descerebrado
—Vale, vale..., pero al menos intenta pasártelo bien, Ellie, ya sabes,
divertirte un poco. Que no sea todo trabajo. Susan me ha contado que los
italianos están de muerte. ¿Sabes esa mousse de chocolate que tanto te
gusta? ¡Pues imagínate el reino de las mousses! Ese es el nivel, hermana.
¡Más te vale meter el camisón que te regalamos Chris y yo por tu
cumpleaños! ¿Me has oído?
—No sabes lo raro que se siente tener este tipo de conversación con tu
hermana menor...
—Pues vete acostumbrando, porque quiero muchos detalles
—¡Ada! Ni sueñes con que pienso contarte nada, vete olvidando desde
ahora.
—¡OH!!¡Traición a tu hermana! No creas que te lo perdonaré
—Que sí, lo que tú digas...
Su hermana estaba loca si pensaba que con aquellas ropas podría seducir
siquiera al taquillero del Coliseo... por muy italiano delicioso que este fuera.
Pero, aunque no pudiera cenarse a un italiano bien guapo, lo que sí pensaba
era comerse muchos helados, reflexionaba mientras se imaginaba la cara
que pondría el estúpido de Henderson cuando la viera aparecer cargando las
bolsas a reventar con helados italianos.
No pudo evitarlo, se rio.
En cuanto terminó la maleta, se puso su pijama de flores y se durmió.
***
6:00 AM.
Ellie había quedado con Adam dos horas antes para realizar el check in.
Había decidido que, como era un viaje largo, tenía que ir cómoda, así que
aquella mañana se había ataviado con un vestido negro cuyo corte llegaba
hasta la rodilla y unas medias rojas y negras a cuadros a juego con unas
manoletinas. Habían quedado en la entrada del aeropuerto y Ellie estaba
empezando a plantearse si el idiota no le habría vuelto a hacer otro de sus
feos, cuando vio aparecer en la lejanía un coche negro que denotaba gran
ostentación. Al llegar a su altura, este se detuvo y la puerta trasera se abrió,
revelando a un todavía muy dormido Adam Henderson. Un hombre que
hasta entonces Ellie no había visto, salió del lado del conductor y depositó
la maleta de Henderson en la acera. Después, volvió a subirse al coche y se
perdió en la lejanía.
Al percatarse de que Adam no hacía ningún esfuerzo por coger su propia
maleta, la muchacha se dio cuenta de que el muy idiota estaba esperando
que las cargara ella. Ellie claudicó al final. Todo fuera por no arruinar el que
esperaba sería el viaje de su vida, pensó, agarrando la maleta del fanfarrón.
Ellie le miró intentando evaluar de qué tipo de ánimo estaría ese día.
Parecía que no tenía buen despertar. Solo había que verle mostrando aquel
ceño fruncido.
Aunque esto no era ninguna novedad, claro.
—Entremos dentro. Necesito otro café —declaró Adam sin mirarla dos
veces.
—Sí, a mí también me vendrá bien tomarme uno. He traído los billetes
—dijo Ellie, buscando en su bolso mientras intentaba arrastrar las dos
maletas con evidente esfuerzo.
Se dirigieron a la parte de los controles de seguridad, porque según había
investigado Ellie, dentro se encontraba la zona comercial. Ellie subió a
duras penas las dos maletas a la cinta transportadora que pasaba y se
quitaron todo lo que pudiera pitar. Llevaba menos cosas metálicas que
Adam, así que acabó antes. Ambos pasaron el control sin ningún problema
y se encaminaron hacia donde según Adam estaba la cafetería más cercana.
Sentados en una mesa de esta, y cuando cada uno estaba servido con su
café, Ellie consideró conveniente aquel momento para darle el billete.
Sacándolo de su bolso, lo deslizó por la mesa para dárselo a su jefe.
—¿Lo ve? —comentó, orgullosa, mientras sonreía—. ¡He conseguido el
precio más barato! Debe ser que estaba de oferta, porque el resto rondaban
los cuatro mil dólares. ¡Por persona! ¿No le parece un atraco en toda regla?
Éste lo estaba mirando de reojo, cuando algo debió de llamar su
atención, porque Ellie le vio cómo parecía que los ojos se le salían de las
órbitas mientras soltaba una maldición.
—Pero ¡¿qué demonios?! ¿Cómo se le ocurre?
***
***
El momento más temido por Adam se hizo realidad. Había conseguido que
le bajaran la maleta a bodega, pagando más, claro, porque se negaba a
introducirla en aquellos compartimentos estrechos y que pudiera tocar
alguna otra de clase baja, pero no había podido evitar que le sentaran en
aquel asiento. Su ya de por sí día pésimo iba tornándose cada vez más
horrible cuando pudo comprobar que, desde el asiento en el que se
encontraba, podía observar la cortinilla que daba a la clase business. Por si
fuera poco, había acabado sentado entre la señorita Hawk, su secretaria de
curvas más que generosas, y un hombre con poco pelo entrado en carnes
que parecía que iba a estallar el asiento como uno se descuidase.
No podía creer todo aquello. ¿Es que solo atraía gente gorda, o qué?
Encima el calvo parecía de los que roncaban, pensó, mirándole de lado. Si
el avión conseguía aterrizar, besaría el suelo como el Papa, se prometió a sí
mismo.
Ellie no había podido evitar estar nerviosa todo el rato. La tarde anterior
se le había ocurrido comprobar la estadística de muertes producidas por
aviones, y el resultado no era nada alentador. Encima, tras escuchar la
demostración en caso de emergencias impartida por las azafatas, aquellos
datos destellaban en su cabeza.
—Quinientas cincuenta y seis personas —se repetía sin darse cuenta de
que estaba alzando la voz.
—¿Disculpe? —preguntó Adam, curioso por lo que no dejaba de
murmullar su asistente.
—¡Quinientas cincuenta y seis personas han fallecido solo en este año en
accidentes aéreos!
—¿Qué? No es posible que haya estado buscando eso.
—Por supuesto que lo he hecho. Hay un veinte por ciento de
probabilidades de que la palmemos en este avión —contestó, acongojada—.
Imagine que falle una turbina mientras estemos volando, o que empecemos
a perder altitud...
—¿Le importaría callarse? Está poniendo nervioso a mi hijo —espetó
una mujer que estaba sentada delante de ellos.
—Vale, vale... Ya me callo —accedió Ellie, pero no pudo evitar añadir
—: ¿Ha visto Destino final, la primera?
—¿Qué? ¡Por supuesto que no!
—El avión explota.
—Deje de imaginarse cosas, eso no pasará aquí —intentó tranquilizarla
Adam, empezando a estar nervioso también.
—¿Tendremos seguro? Aunque, claro, estando muertos ¿para qué
querríamos un seguro? Bueno, quizás, si Ada y Chris reciben un buen
pellizco, mi muerte habrá servido para algo. La suya seguro que no... En las
películas, cuando muere un millonario, los familiares están ahí como
hienas, preparados para tirarse de los pelos unos a otros solo para recibir
una parte de lo que ha dejado el muerto. Todo fingiendo mucha clase, eso
sí. ¿Usted tiene preparado el testamento? Porque yo no, aunque, claro, ¿qué
iba a poder dejarles? Si acaso, como mucho mi plancha del pelo. Ada se
moría de envidia cuando la obtuve a aquel precio de ganga, pero dado que
está en mi maleta, hasta eso se perdería...
—¿Quiere callarse de una vez? —le ordenó Adam, cada vez más
afectado. Podía imaginarse a a bastantes amigos y familiares
despellejándose mutuamente, solo para conseguir unas pocas acciones de su
empresa.
Transcurrido un tiempo, Ellie consiguió calmarse un poco. Se percató de
que Adam llevaba todo el tiempo tenso y con la cara como el papel. El
motivo era, pudo constatar, que el hombre que se situaba a su derecha no
dejaba de roncar. Quería echarse a reír, pero sospechaba que este la
ahorcaría con los cascos que venían en el asiento para ver la película que
pusieran.
—¿Está bien?
—Perfectamente —contestó Adam con los dientes apretados mientras
intentaba separarse del hombre, que no paraba de dejarse caer hacia él.
Estaba vez no pudo evitarlo y Ellie se echó a reír. El todopoderoso Adam
Henderson, quien estaba acostumbrado a ser perseguido por multitud de
féminas, ahora estaba siendo acosado por un hombre entrado en carnes.
—¿De qué diablos se ríe? —le espetó Adam, irritado.
—De nada, disculpe.
En aquel momento, el avión empezó a coger turbulencias, y Ellie, que
tenía el estómago muy delicado y se mareaba hasta en el autobús, no pudo
evitarlo. Demandó en un grito:
—¡Una bolsa!
—¿Perdone?
Adam posó su vista en ella, y horrorizado por las arcadas que acometían
a su secretaria, buscó con desesperación lo que le pedía. Al parecer no venía
ninguna bolsa en cualquiera de los dos asientos. Al final, la hallóó en el
asiento de enfrente del calvo.
Con un movimiento rápido, la agarró, despertando al hombre.
—¡EH! —se quejó el calvo, enfadado por la pérdida de su objeto.
—¡Maldita clase turista! —maldijo, desesperado, mientras le pasaba la
bolsa de papel.
—¡Ábrala! —ordenó Ellie.
—¿¿QUÉ?? —le contestó Adam, aterrorizado por lo que sabía que se le
venía encima. A la vez, con los dedos temblorosos la abría para ella—.
¡SUJÉTELA USTED MISMA!
Pero la señoría Hawk no llegó a tiempo.
—Ugggggggggggh...
Ellie acabó devolviendo mientras Adam observaba horrorizado cómo la
bolsa que estaba sujetando se empapaba.
Ni siquiera podía decir nada. Todo parecía ser producto de un mal sueño.
—¡Mejor fuera que dentro! —exclamó el calvo, riendo al ver la cara
descompuesta de Adam.
—Lo siento tanto —se disculpó Ellie cuando pudo recomponerse un
poco—. ¿Está bien?
Adam, quien todavía creía que estaba en un mal sueño, sostenía la bolsa
anonadada. El único indicio de que estaba vivo era que se le movía un
músculo de la boca de forma nerviosa.
NO PUEDE SER. NO PUEDE SER. NO PUEDE SER. NO PUEDE SER.
NO PUEDE SER.
—Creo que ha entrado en shock —declaró todavía riendo el hombre de
su derecha.
Aquello despertó a Adam de su mundo interior. Reuniendo toda la
fortaleza de la que creía ser capaz, le lanzó la bolsa llena de vómito a Ellie,
ordenándole:
—Tire esto de inmediato. ¿Cómo se atreve? ¿Quién se cree que soy?
¡Solo faltaba que la cogiera del pelo!
—Ya le he pedido perdón.
—¡Si con el perdón se arreglaran las cosas, no existiría la cárcel! ¿Sabe
cuánto cuesta este traje? —la interrogó, señalando su propia vestimenta—.
¡Es de Hugo Boss!
—¿Tiene por costumbre vestir el traje de otras personas? Yo creía que
con el dinero que tiene, se podría permitir comprar algo propio. Si me lo
permite, le puedo recomendar una tienda de segunda mano bastante buena
que encontré el otro día.
—¡¿QUÉ?! —exclamó un cada vez más anonadado Adam.
El hombre de su derecha, que no se había perdido nada de la
conversación, se volvió a echar a reír.
—Señor, su amiga es muy graciosa.
Cuando le escucharon ambos referirse a Ellie con aquel estatus, se
giraron como dos resortes hacia él y le espetaron a la par:
—¡NO SOMOS AMIGOS!
—Vale, vale... Lo entiendo, no me asesinen.
***
Tras aquellas tres primeras horas tan agitadas, Ellie se había visto sometida
a tal estrés que estaba muy cansada. Adam podía ver cómo su secretaria
empezaba a dar cabezazos, indicando que dentro de poco se encontraría
sumida en el mundo de Morfeo. Mejor, así dejaría de darle dolores de
cabeza. Apenas había tenido tiempo para asimilar todo por lo que había
tenido que pasar con aquella loca mujer. Seguía pensando que todo aquello
era propio de una pesadilla, pero ya había intentado infructuosamente
pellizcarse varias veces.
Estaba cavilando sobre todo aquello, cuando sintió un peso recaer sobre
su hombro izquierdo. Se giró y pudo ver a la señorita Hawk dormitando.
Adam decidió tomarse su tiempo para estudiarla con profundidad,
preguntándose por enésima vez en qué estaba pensando Sasha al contratar a
aquella mujer. En cierto modo tenía una cara bastante corriente, aunque si la
miraba así, durmiendo y con el rostro relajado..., podía considerarse —de
una manera por completo extraña, cabía añadir— hasta dulce.
Sin embargo, aquel pensamiento no duró mucho tiempo. Se evaporó en
el momento en el que Ellie abrió la boca y entonó un ronquido que le dejó
la cara manchada de saliva.
«¡De ninguna jodida manera! ¿Qué clase de mujer es esta?», pensaba
Adam mientras la echaba hacia un lado, totalmente horrorizado con su
vulgaridad.
Esto provocó que Ellie se despertara, sobresaltada y desorientada.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—¡Ronca!
—¡Cómo se atreve a acusarme de tal falacia!
—¿Falacia, dice? Usted la ha escuchado, ¿verdad? —preguntó al señor
de su derecha, buscando que le apoyara.
—No sé de qué me está hablando. La señorita parece un ángel
durmiendo.
—¡No mienta! —le recriminó enajenado Adam.
—¿Quieren callarse todos de una vez? ¡Mi hijo trata de dormir! —
intervino otra vez muy enfadada la señora que se sentaba delante.
Sin duda, aquel vuelo no tenía ningún desperdicio, pensaba Adam tras
maldecir a aquellos dos ordinarios que les había tocado de compañeros de
viaje.
CAPÍTULO 7
«¡Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un solo momento
antes de comenzar a mejorar el mundo!».
Anna Frank
Ocho horas habían transcurrido desde que iniciara aquel viaje tortuoso.
Debía de quedar muy poco para aterrizar en Roma y los nervios de Adam
Henderson no habían tenido ni un minuto de descanso desde que subiera a
aquel avión en compañía de su muy... especial secretaria, pero no debería
confundirse uno: especial en el peor sentido de la palabra.
Él, que siempre se había codeado con las altas esferas más ilustres del
mundo, por culpa de ella se encontraba ahora a merced de toda clase de
personajes que pudiera uno imaginarse. Lo pensaba mirando cómo el
hombre de su derecha, quien roncaba como un oso en plena hibernación, se
había quitado los zapatos mientras cruzaba las piernas, permitiendo que
Adam tuviera una vista perfecta de su pie maloliente y rugoso, así como un
contacto totalmente inaceptable para su sistema nervioso con su traje Hugo
Boss.
«Puaj. Ahora te vas a enterar, calvo apestoso», pensaba Henderson,
sonriendo malévolamente. Alternaba la mirada entre la pezuña del oso y el
ordenador caliente que reposaba en su regazo. La venganza estaba al
alcance de su mano. No soportaría ni un segundo más aquel olor incesante.
Se consideraba el representante y defensor de pilares tan fundamentales
como la clase y la elegancia, y no permitiría que nadie le vilipendiara de
aquella manera, razonaba mientras levantaba el ordenador y ponía en
contacto la parte que más quemaba con la planta del pie del hombre.
—¡AHHHHHHHHHH! —El alarido del tipo, así como el respingo que
dio, alertó a una más que ensimismada Ellie, quien alcanzó a vislumbrar la
vendetta personal de su jefe—. ¿Qué diablos? ¡Aparte ese aparato de mí!
—Solo si usted retira primero ese pie —dijo Adam, señalando la
extremidad causante del hedor impregnado en sus fosas nasales.
Ellie observaba cómo las facciones del hombre empezaban a cambiar al
darse cuenta de que el estúpido lo había hecho a sabiendas.
—¡¿Lo ha hecho aposta?!
«Oh no, lo va a matar. Lo hará pedazos y luego lo tirará del avión. ¡¡Me
voy a quedar sin sueldo!!», pensaba Ellie acongojada, vislumbrando cómo
su cuenta bancaría temblaba al no recibir jamás el dinero que tanto se
merecía después de haber tratado con ese creído. «Oye, estúpido, ¿es que
siempre tienes que ser el matón del patio? Más te vale saber mentir o te
abrirá la cabeza».
—Totalmente —contestó el suicida, mientras la boca de Ellie caía
desencajada.
Era el momento de intervenir, tenía que salvar el sustento de su familia.
—Perdone señor, este hombre de aquí no sabe lo que dice. Tiene
problemas, ¿comprende? —le dijo Ellie, mientras con el dedo índice hacia
la señal de «está loco».
—¿Problemas? —preguntó el hombre, extrañado—. Yo le veo bastante
bien.
—No lo está, ya se lo digo yo. ¡Sufre la enfermedad del egocentrismo!
Adam estaba empezando a molestarse seriamente con aquellos dos
palurdos.
¿Cómo se atrevían a hablar de él como si no estuviera presente?
—¡Eh! ¡Que estoy aquí! —dijo mientras chasqueaba los dedos para
captar su atención—. ¿Cómo osa decir eso sobre mí? Solo hay que mirarla a
usted. Por otro lado, no tengo ningún problema. En todo caso, el único aquí
con problemas serios es este hombre. No solo de alopecia, ¡también de
podobromhidrosis!
—¿De qué? —preguntaron a la par Ellie y el señor curioso por el
término empleado.
—¡Que le huelen los pies!
—Será... —comenzó el hombre de manera amenazante, alzando el puño.
No tuvo tiempo para formular la frase, porque en aquel momento se
escuchó por megafonía:
En breves momentos procederemos a aterrizar en Roma. Por favor,
abróchense los cinturones de seguridad. Gracias por volar con United
Airlines, espero que hayan disfrutado el vuelo.
Aquello debió de surtir el efecto que tanto buscaba Ellie, pues el señor se
dispuso a abrocharse el cinturón, pero sin dejar de dispararle miradas
asesinas a Henderson. Adam, por el contrario, quería gritar de la
frustración. ¿Disfrutado? Tenía que ser una maldita broma. ¡Hasta aquel
piloto se burlaba de él! Solo de pensarlo, le entraban unas ganas terribles de
quemar el avión con toda aquella chusma dentro.
Ellie miró de reojo a su jefe. Al menos no lo asesinarían ese día. No
podía creer que, aparte de ser su secretaria, también tuviera que actuar de
guardaespaldas. Tampoco entendía cómo había podido triunfar en los
negocios si era un experto insultando a todo aquel que se le acercase, se
planteaba mientras cogía fuerzas para enfrentar lo que vendría en su
compañía.
***
Al contar con la diferencia horaria, eran las once menos veinte cuando
finalmente desembarcaron en Roma. Ellie estaba emocionada. El simple
hecho de encontrarse en el aeropuerto era de por sí muy estimulante, pero
que estuviera en la cuna de los helados y de las pizzas, no tenía parangón.
Sin embargo, no acababa ahí la situación. Estaba deseosa de visitar el
puente Milvio, donde iban todas las parejas enamoradas a depositar el
candado que representaba el símbolo de su amor, por el que quedarían
unidos toda la vida.
Ellie ya había asimilado que su único enamoramiento sería por la
comida, más en concreto por los dulces. Se imaginaba llegando al puente
cargada de chucherías y prometiéndose amor verdadero con ellas bajo la
atenta mirada de todas aquellas medias naranjas.
Sin embargo, una voz odiosa la sacó de sus reflexiones.
—Vaya a recoger mi maleta.
—¿Disculpe?
—Mi maleta. Dese prisa, la espero aquí —le ordenó Adam, señalando la
cinta transportadora por la que salían las maletas.
—De acuerdo, cuide mientras tanto la mía —dijo, encargándole de su
equipaje.
Aquel estúpido ni siquiera le daba un minuto para fantasear, pensaba
mientras se desplazaba hacia donde le había indicado.
Cuando alcanzó el sitio pudo observar, anonadada, que aquello era peor
que las rebajas. Sentía que era como una competición por quién agarraba su
maleta primero. La gente se empujaba por ser el primero o la primera en
cogerla. Ellie, pese a hallarse bajo amenaza de Henderson, se negaba a
pegarse con nadie por una maleta. Ya saldría más tarde. Pero esa decisión
comenzó a tambalearse cuando, de repente, notó que algún ser detestable la
empujaba para abrirse camino, y eso activó el instinto vengativo —y, por lo
general, durmiente— de Ellie. Nadie conocía cómo era ella cuando se
trataba de una oferta. «Os habéis metido con la mujer equivocada», pensaba
mientras se abría camino dando codazos a diestro y siniestro para llegar a la
primera línea.
Escuchó protestas, pero las ignoró. Estaba demasiado concentrada
buscando la maleta del idiota. No obstante, pasaban los minutos y no salía.
Empezaba a plantearse si no sería ese lugar del que salía el equipaje de su
vuelo. Sin embargo, reconoció al otro lado de la cinta a la mujer con el niño
que les había mandado callar durante todo el vuelo. No, sin duda, tenía que
ser..., pero ¿por qué no aparecía?, se preguntaba, sintiendo que la ansiedad
comenzaba a embargarla. Si se había perdido, estaría en problemas. En
graves problemas.
Minutos después, la mayoría ya había recogido sus equipajes y la cinta
comenzaba a vaciarse, pero la maleta seguía sin dar señales de vida.
«¿Cómo le digo esto a Henderson?», reflexionaba Ellie comenzando a
frustrarse, pero no le dio tiempo a pensar más sobre el asunto porque sintió
una voz profundamente masculina interrogarla:
—¿Sucede algo, señorita Rollitos?
Al escuchar ese mote, Ellie apretó los dientes.
«Pensándolo bien, todo lo que le suceda a este capullo arrogante es
poco».
Ellie se giró, y encaró al hombre que invadía sus pesadillas.
—No estoy del todo segura... —comenzó, dudosa—. La maleta no
aparece.
—¿Cómo dice? —le preguntó sospechosamente calmado, intentando
confirmar la información que le había proporcionado aquella mujer.
«Oh, no, esto es muy malo. No ha saltado».
—La maleta no ha salido por la cinta.
***
***
***
Adam amaba el olor que impregnaba sus fosas nasales cada vez que entraba
en uno de los hoteles. Era como regresar a la infancia. Había pasado la
mayoría de sus vacaciones entre aquellas paredes. Aún podía recordar la
voz de su madre llamándolo para advertirle de que no corriera por las
escaleras, o cuando se colaba de noche en la cocina para hurtar algún trozo
de tarta que le hubiera sobrado a la cocinera.
Sumido todavía en los recuerdos, Adam se acercó al mostrador de la
recepción. A continuación, observó cómo los dos recepcionistas que
estaban trabajando a aquellas horas de la noche se levantaban con rapidez
para saludarle formalmente.
—Bienvenido señor Henderson.
—Gracias. Me quedaré una temporada por aquí. Espero que la
habitación que siempre suele estar reservada para mí siga estando
disponible.
—Desde luego, señor.
—Perfecto —dijo Adam, cuando de repente cayó en la cuenta de que
Ellie también necesitaría una habitación—. Además, me acompaña mi
nueva secretaria.
—¿Quiere que la pongamos en la habitación que siempre ocupaba la
señora Spark?
Tras escuchar aquella pregunta, a Adam se le ocurrió un plan de
venganza perfecto. Aquella mujer se lo había hecho pasar horrible durante
todo el viaje, y él no se iba a quedar de brazos cruzados.
¡Faltaría más!
—No, esa no. Estaba pensando en la trescientos nueve —le respondió,
esbozando una sonrisa cuanto menos angelical.
—Pero, señor... esa es una de las que tenemos que reformar. ¿Está
seguro?
—Por completo.
Se sentía maravillado con su plan.
—De acuerdo —accedió el recepcionista, poco convencido a la vez que
le pasaba la llave de su habitación y la de su secretaria—. Disfrute de la
estancia, señor.
—Gracias —respondió él, cogiendo ambas llaves.
Se estaba dando la vuelta para comprobar que la señorita Rollitos ya
hubiera entrado al hotel cuando la encontró en la entrada, contemplando
fascinada toda la ornamentación con la que estaba adornada la recepción.
Adam le dio un segundo para disfrutar de las vistas, ya que la comprendía a
la perfección. Podía verlo todo como un lugar nuevo a través de la mirada
de ella. El interior era una delicia para la vista: las paredes estaban
recubiertas de colores cálidos que conferían una sensación de estabilidad y
suntuosidad, a la vez que había dispuesta una serie de mesas y sillones de
estilo real, que, aparte de ser extremadamente caros, eran comodísimos.
Todo estaba adornado con unas lámparas de araña y unas alfombras
imperiales que convergían proporcionando un ambiente de riqueza y
confort.
Una vez superada la sorpresa inicial, Ellie fijó la vista en Adam,
sorprendiéndose de que este la estuviera mirando a su vez. Algo incómoda
con la situación, rompió el silencio.
—No reservé habitación porque usted me lo indicó.
—No hacía falta, siempre tengo una habitación reservada —le explicó,
mostrándole la llave de su dormitorio—, lo que me recuerda... Tome, aquí
está la suya.
Ellie pudo observar que el capullo estaba sonriendo mientras le
entregaba la llave. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. No sabía qué
estaba planeando el idiota, pero aquella sonrisa no auguraba nada bueno, se
planteaba mientras cogía la llave que él le tendía.
—Gracias.
—Buenas noches —se despidió él.
Todavía sonreía misteriosamente cuando se giró para dirigirse hacia las
escaleras que tendría que subir para llegar hasta su habitación.
«¿Qué diablos estará tramando ese desgraciado?», se preguntaba Ellie,
siguiendo las señales indicadas en las paredes y que la llevaban a adentrarse
entre diferentes pasillos.
***
***
***
***
***
***
Cuando Ellie consiguió encontrar las cocinas con un poco de ayuda de las
señales, se quedó anonadada. El sitio era inmenso, y con electrodomésticos
que serían extremadamente caros, calculó. En el centro se encontraban los
fogones, y alrededor había distribuidas lo que creyó que serían varias
neveras, así como muebles para guardar todo tipo de productos
alimenticios. Cuando localizó a Henderson, pudo constatar que se
encontraba sentado encima de una banqueta que daba a un mostrador en el
que se prepararían los platos de repostería.
—¡Es inmensa!
Cuando la escuchó, Adam se giró hacia para posar su mirada en ella.
—Sí, se necesita mucho personal para poder atender a tantos clientes
—Lo que no entiendo todavía es por qué me ha hecho venir.
—¿No? Es bastante sencillo. Está aquí para cocinarme.
—¿Qué? —preguntó una cada vez más sorprendida Ellie.
—No creería ni por un momento que cocinaría yo, ¿no?
—No estoy segura de hasta qué punto el hecho de cocinarle entra en mis
funciones como secretaria.
—Entre las de secretaria no, pero sí entre las de asistente personal. Deje
de quejarse y póngase un delantal. Nunca vi a nadie tan reticente en una
cocina.
Ellie realmente sentía deseos de acuchillarle. ¿La había incordiado a esas
horas de la noche para que le cocinara? Si le quedaba alguna duda de que
Henderson estaba loco, fue disipada en aquel momento.
Sin embargo, no le quedaba otra. Estaría atada a aquel estúpido lo que
durara el periodo de prueba, y ya había cometido muchos errores con él.
—¿Dónde está el delantal?
—Ahí —dijo Adam, señalando una esquina. Vio cómo Ellie se dirigía
hacia el lugar indicado y se lo ataba a la cintura.
—¿Qué desea comer?
—Una ensalada.
«¿Una ensalada? ¿Qué eres, un conejo?», pensaba Ellie, preguntándose
si el hombre comía algo que no fueran vegetales. Durante el transcurso del
viaje apenas le había visto probar bocado a nada, y ahora, tras un día entero
sin comer, se limitaba a pedirle una ensalada.
—De acuerdo —accedió. Mientras, rebuscaba en aquella cocina
descomunal hasta encontrar los ingredientes que iba a necesitar.
Ahora que lo pensaba, con los nervios del viaje —sin contar con que
había echado el precario desayuno de aquella mañana— ella tampoco había
comido mucho, y el hecho de estar preparándole la comida al estúpido le
abrió el apetito. Si iba a hacer aquello, lo haría bien, pensó, fantaseando con
el plato de pasta que planeaba hacerse mientras silbaba una canción que le
había enseñado Ada.
Adam había estado callado desde que la muchacha había comenzado a
cocinar. Sin embargo, el comportamiento raro que había observado que
tenía cuando subieron al coche seguía permaneciendo en su cabeza.
Convenciéndose a sí mismo de que era necesario saberlo —porque mientras
fuera su secretaria se tendría que subir más veces a uno—, le preguntó:
—¿Es que tiene miedo de los coches?
—¿Eh? —preguntó Ellie, tensándose.
—Le pregunto si teme subirse en un coche.
Ellie no quería contestarle. Henderson no tenía por qué saber eso, era
algo totalmente personal y que no tenía ningún deseo de compartir con él.
—No entiendo a qué viene esa pregunta.
—Espero que sepa que siendo mi secretaria deberá aprender a convivir
con la idea de que en más de una ocasión tendrá que subirse en alguno.
—Lo sé, no hace falta que usted me lo diga.
—Ahora bien: ¿le teme?
—No creo que eso sea algo relevante ahora mismo. No tiene de qué
preocuparse, cuando tengamos que subirnos en uno, lo haré —le contestó
Ellie, apretando los dientes mientras cortaba la cebolla.
—De acuerdo.
En realidad, no le importaba si ella quería cerrarse como una concha
cuando intentaba sacar el tema. Aunque en el fondo no entendía por qué
alguien tan directo y sincero como la señorita Hawk eludiría un tema como
aquel de esa manera.
Ellie, por su parte, se negaba en redondo a contarle a aquel hombre
odioso algo que era tan importante para ella. Ese tema nunca lo tocaba
abiertamente. La muerte de su padre era un tabú para ella. Estaba siempre
presente entre su familia, pero nadie hablaba sobre ello. Si no lo hablaba
con sus hermanos, no había forma de que lo tratase con el hombre que
siempre estaba haciéndole la vida imposible.
—Aquí tiene —le dijo, pasándole el plato de ensalada que acababa de
terminar.
Adam lo miró y le sorprendió encontrar una carita sonriente hecha con
los tomates y el pepino.
«¿Es que le encanta hacer caras con la comida?», se planteó, estudiando
el plato.
Primero en el chocolate, y ahora en la ensalada.
—¿Usted qué va a comer? —la interrogó cuando un olor delicioso
impregnó la cocina.
—Pasta a la carbonara —le contestó, sonriendo al imaginar lo bien que
sabría.
—¿A estas horas? ¿Sabe lo que engordan los carbohidratos por la noche?
—Oiga, ¿me meto yo acaso con sus hábitos alimenticios? Cállese y
disfrute de su ensalada, que yo mientras me deleitaré con un plato de
carbohidratos bien rico.
—¡Es usted incorregible! —le reprochó Adam, consternado—. ¡Ni
siquiera trata de cuidarse un poco!
—La vida está para disfrutarla, que es muy corta.
—Más se le acortará como no empiece a controlar lo que come.
—Ahora comprendo por qué está tan amargado. ¡Con tanta lechuga y
apio, parece una jirafa! Aunque claro, eso sería insultar a las pobres jirafas,
animales preciosos y pacíficos.
—¿Qué me acaba de llamar?
—Solamente digo que, en algunas ocasiones, no está mal que uno se dé
una alegría al cuerpo.
—En su caso, diría que usted se da más de una —añadió, mirándola de
arriba abajo.
Ellie apretó los dientes. Algún día, aquel idiota se las pagaría, ya fuera
cuando no estuviera cubierta de deudas hasta la coronilla o cuando su
paciencia se agotara. Aún no sabía determinarlo; lo que sí sabía hasta la
médula era que ese tipejo la escucharía.
—Una y las que hagan falta —le espetó ella en respuesta, mientras se
giraba para verter en el plato la porción de espaguetis que se le antojó.
Se iba a echar mucho. Que se jodiera. Si le molestaba verla comer, la
vería pero bien.
Puso el plato enfrente de él y, mirándolo fijamente a los ojos, se llevó
una buena cantidad a la boca ante la mirada horrorizada de él.
Compuso una mueca de satisfacción a la vez que relamía el tenedor.
—Riquísimo.
—¡Carece de cualquier tipo de modales! —se quejó Adam con
amargura.
—Vaya, ya entiendo lo que ocurre, usted me tiene una envidia que no
puede con ella.
—¿Envidia? ¿De usted? —preguntó al tiempo que soltaba una carcajada.
—Sí, nada más hay que ver su cara. No se atreve a comerse un plato a
estas horas, mientras yo, con mis kilos de más y todo lo que usted quiera,
estoy aquí disfrutándolo sin complicaciones.
Adam no podía creer que aquella descarada le soltara todo eso a la cara
sin inmutarse.
—No es que no me atreva o cualquiera de las tonterías que usted está
soltando por esa boca. Es una regla básica de la vida saludable.
Ellie, quien estaba acostumbrada a tratar con el ego masculino de su
hermano Chris, recurrió a la frase clave que, bajo su experiencia, obligaba a
que un hombre se precipitara a cumplir con lo que hubieran apostado.
—Lo que pasa es que no tiene huevos para probar este plato delicioso.
—¡¿Qué no tengo huevos?! —preguntó Adam, boquiabierto porque la
palabra «huevos» hubiera salido de los labios de su secretaria, aun así, era
imperativo que defendiese su orgullo masculino—. Ya veremos si los tengo
o no. Póngame un plato.
«Te tengo», pensó Ellie con satisfacción. No tenía que sonreír o se
echaría para atrás, pero le estaba costando tanto no hacerlo...
—¿Cuántos espaguetis quiere? ¿Dos? ¿Desea que los cuente?
—¡Será posible! No acostumbro a comer como una vaca, como usted,
pero puedo intentar comerme un buen plato.
—No sé si sabe que las vacas son herbívoras, y usted es el único que
come vegetales aquí. ¿Realmente me está llamando vaca... una vaca? —se
rio Ellie a la vez que le servía el plato.
—¡Usted! Es totalmente desesperante. Todavía me pregunto en qué
diantres pensaba Sasha al contratarla. ¡Es lo menos parecido a la señora
Spark de lo que podría encontrar uno en el mercado laboral! —le recriminó
Adam, mirando temeroso la cantidad de pasta que ella le ofrecía.
—Oh, la verdad que, mientras estemos en Roma, me importa un comino
lo que usted piense sobre cómo debería ser o no. Aunque mire, siendo
sincera, ya estemos en Roma o en la China, en general me da bastante igual
lo que opine sobre mí —declaró Ellie, llevándose otro trozo enorme de
pasta a la boca. Saboreándolo, le guiñó un ojo.
Aquello desconcertó a Adam, quien acostumbraba a tratar con una serie
de mujeres a las que sí les importaba lo que la sociedad pensara sobre ellas.
Por un momento, en aquella cocina no supo qué decir ante la afirmación de
su secretaria, quien por cierto parecía que estaba disfrutando a lo grande la
comida.
Ellie pudo observar cómo Henderson miraba su plato con la duda
reflejada en los ojos. Podía ver que en su interior se producía una lucha de
voluntades: hacer lo correcto VS. contrariar a su secretaria. Al parecer debió
ganar esta última, porque pudo ver cómo Adam enrollaba mucha cantidad
en su tenedor y se lo introducía a la boca.
—Bien hecho.
Adam iba a gruñir cuando comprobó, ante su total estupefacción, que los
espaguetis se le empezaban a deshacer en la boca. La muchacha pudo ver la
transformación que sufrió la cara, por lo general, amargada del estúpido en
auténtico placer.
Casi se echa a reír. Casi. Pero no podía hacerlo. Con lo orgulloso que
era, si se lo recriminaba en ese momento, se cerraría en banda.
—¿Qué tal?
—No está mal —reconoció Adam a regañadientes, mirando extrañado el
plato.
—Eso creía.
Ambos terminaron de comer en silencio. Luego, Ellie fregó los platos, y
antes de que cada uno se fuera a su habitación, acordaron verse al día
siguiente para iniciar la investigación de campo del hotel.
***
Ellie estaba dispuesta a empezar aquel día con una sonrisa. Iría como la
seda, sin ningún percance. Actuaría en su rol de secretaria fenomenal y
Henderson se metería la lengua en el culo durante al menos veinticuatro
horas.
El hecho de que le hubiera preparado una deliciosa pasta y el que tuviera
que forzarle a comérsela a regañadientes eran menudencias. Había supuesto
una ofrenda de paz, reflexionaba Ellie mientras se acercaba a la habitación
de su jefe, vistiendo una sonrisa.
Había tenido que preguntarle a los de recepción cuál era su habitación,
porque el idiota había sido incapaz de comunicárselo. ¡Qué vergüenza había
pasado! Al principio, la recepcionista la había mirado sin comprender lo
que quería decir.
«Seguro que este hombre tiende a recurrir a la prostitución. Si no, ¿quién
podría aguantarle? Debe pensar que soy algún tipo de prostituta que este
hombre ha solicitado. Pero espera, Jeray me dijo que tenía novia, la que me
hizo la entrevista... ¿Qué verá en él? A mí me cuesta horrores soportarle,
incluso con todos esos ceros que venían escritos en el contrato», divagó
Ellie.
Al ver que la mujer se había quedado callada, tuvo que explicarle que era
la nueva secretaria del señor Henderson. Esta, al escucharla, le había
dirigido una despectiva mirada de arriba abajo, como si dudase de aquella
afirmación.
«Vaya, quizás no, aunque en las películas siempre es así. ¡Menuda
maleducada, mirándome de esa forma! ¿Es que toda la gente con la que
trabaja Henderson —incluido él, claro— ha asistido a la misma universidad
de la estupidez...? En caso de que existiera, seguro que este hombre se
graduaría con honores de ella. ¡O mejor! ¡Sería el rector de esa
universidad!», había pensado Ellie, ofendida, cuando consiguió sacarle la
información que quería obtener de la mujer.
Pero incluso con eso, había decidido mantenerse optimista. Se había
mentalizado de que sería un día estupendo. Cuando alcanzó la habitación
del estúpido de su jefe, miró su reloj. Las diez de la mañana. No era una
mala hora para tocar a la puerta. Al fin y al cabo, era el día en que tendrían
que investigar qué era lo que estaba pasando con el hotel.
Se disponía a llamar a la habitación cuando esta se abrió sin darle tiempo
y un ojeroso Adam apareció ante sus ojos. Componiendo una sonrisa, le
saludó:
—Buenos días, señor Henderson. Espero que hoy nos llevemos bien,
¿sí? —le dijo en son de paz—. Avíseme si quiere que le prepare otro plato
de pasta.
Lo siguiente que vio Ellie fue que Henderson abría mucho los ojos
mientras se ponía blanco como el papel y la apuntaba con el dedo índice.
—¡USTED! ¿¿Qué diablos echó anoche en la pasta?? ¿O fue en la
ensalada? ¿Algún tipo de droga extraña? Exijo que me lo diga de inmediato.
«Adiós a mi día grandioso», se despidió Ellie de sus ilusiones.
—¿Me está acusando de drogarle? —le preguntó tranquilamente.
—¡No lo niega!
—Ni afirmo ni desmiento.
—¡¡Está usted loca!! —le recriminó Adam, afectado—. ¡Estoy en manos
de una chalada!
—¿Realmente cree que le drogaría? —le preguntó, y tras reflexionar
sobre ese punto, añadió con descaro—: Si le drogara, ¿me subiría el sueldo?
—¿Qué dice? ¡Por supuesto que no! Estaría frente a un juez en menos de
lo que canta un gallo.
—¿Lo ve? No gano nada con ello. Por lo tanto, no lo haría. Aunque, en
lo personal, creo que sería muy divertido verle de esa guisa.
La boca de Adam cayó desencajada de la sorpresa al escuchar eso.
—¡Usted desvaría!
—¿No era Ámsterdam uno de los lugares donde teníamos que ir? Tengo
entendido que allí la droga está legalizada —le comentó Ellie, emocionada
—. ¡Podría probar un poco! ¡Comerse un muffin de esos de marihuana! O,
bueno, espere... ¿cómo se me ocurre? ¡Con la cantidad de calorías que
tiene! Usted mejor tómese un tecito.
Adam no podía creer lo que aquella mujer estaba diciendo, de verdad
que no. Toda la situación en sí era surrealista. Apenas podía articular
palabra. De hecho, sentía que le estaba subiendo la tensión, y él no era
hipertenso.
A pesar de lo que le había dicho, ella repelía por completo todo lo
relacionado con las drogas, pero había considerado necesario darle una
lección.
Al ver la cara que componía su jefe, Ellie decidió apiadarse de él.
—¿No ve que estoy de broma? No tomo drogas, pero en el muy remoto
caso de que me planteara siquiera probarlas, usted sería la última persona a
la que pediría que me acompañase.
—¿Broma? ¿Qué clase de bromas hace usted? ¡Como si yo tuviera la
menor gana de acompañarla en esa locura que plantea! —la espetó Adam,
un poco más relajado tras la confirmación de que ni había sido drogado ni
tenía por secretaria a una drogadicta.
—Bueno, bueno..., dejemos de lado todo esto. ¿Ha desayunado?
—¿No ve que acabo de salir de la habitación?
Ellie reprimió las ganas de poner los ojos en blanco.
—Perfecto. ¡Tenemos que hablar sobre cómo vamos a empezar la
investigación! Pero primero... —añadió, simulando dramatismo mientras se
dirigían a la planta de abajo—. ¡Tenemos que ponerle nombre!
—¿De qué habla? —la preguntó, mirándola con sospecha.
Tras la conversación que habían mantenido hacía escasos minutos,
dudaba de lo que pudiera salir por aquella boca.
—Sí, ¡en las películas siempre se hace! Cuando se quiere descubrir qué
está pasando, siempre le ponen un nombre. Podríamos llamarla... Umm...
¡Operación sombra!
—Creo que ese ya existe. Es la de Jack Ryan —dijo Adam, sin poder
resistirse a señalar el error.
—¡Oh! Entonces... ¡Operación «descubriendo al mamón»!
—¿No ve que nada de lo que dice tiene sentido?
—Por supuesto que lo tiene. ¡Si se le pone nombre a la investigación,
habrá más posibilidades de resolver el caso!
—¿Qué caso? Esto no es ningún caso, señorita Hawk. Deje de tomárselo
a broma. Aquí hay mucho en juego. Este hotel es una parte muy importante
de mi familia, y tengo la intención de que esta situación se trate con toda la
seriedad posible.
—Por supuesto que me tomo esto con seriedad. Lo único que trataba de
hacer era aliviar algo de la tensión que continuamente desprende por los
poros de su piel.
Finalmente alcanzaron el comedor principal. Ellie comprobó,
boquiabierta, que este era enorme, mucho más grande que las cocinas. En
una esquina había dispuesto un aparador enorme repleto de todo tipo de
comidas.
«Bufé libre», se maravilló Ellie.
—Usted busque mesa. Yo tengo una cosa muy importante que hacer.
—¿El qué? —preguntó Adam curioso mientras seguía el camino de su
mirada—. ¡Oh, no! ¡Ni se le ocurra! Estamos rodeados de clientes, ¿qué
cree que pensarán si ven a mi secretaria comportándose como una
pobretona?
Ellie le ignoró y se dirigió hacia donde creía haber visto unas tortitas
recién hechas.
—¡Eh!¡Venga aquí!
Sin embargo, la muchacha siguió su camino sin dar un vistazo atrás.
Resignado, Adam sondeó el lugar en busca de una mesa, pero algo captó
su atención. En una de las mesas más alejadas del centro de la estancia, se
encontraba sentado el supervisor del hotel.
«Justo con el que quería hablar», pensó, encaminándose hacia él.
***
***
***
***
***
***
Ellie se encontraba vibrando por dentro. ¡Iba a recorrer Roma! ¡Estaría lejos
del idiota!
Bueno, al menos le había dado la tarde libre. Tendría que bajar dos
puntos a su odio permanente hacia él. Si iba a patearse Roma, lo haría
cómoda, decidió, cambiándose su ropa formal de trabajo por una más
acorde con las horas que pasaría recorriendo la ciudad.
¡Tenía tantos lugares a los que quería ir! No se podía olvidar la cámara o
Ada contrataría a un sicario para que le diera caza si no le enviaba fotos. Ya
se podía imaginar a su hermana mediana contactando con la mafia italiana,
pidiéndoles que mataran a su desconsiderada hermana. Solo había que ver
El Padrino para darse cuenta de que los tipos eran personas muy familiares.
Eso, unido al hecho de que su hermana poseía la envidiable capacidad de
convencer hasta a las piedras, daba como resultado un destino nada
alentador para Ellie.
Después de cambiarse, se estaba dirigiendo hacia la recepción cuando
notó que el idiota se encontraba en ella.
«¿Habrá pasado algo?», se planteó Ellie, acercándose hacia él.
—¿Sucede algo, señor Henderson? —le preguntó, llamando su atención.
—Sí. ¿Tiene algún reto consigo misma para vestir lo más hortera
posible? —le espetó él, mirando el nuevo conjunto de deporte que llevaba
ella, muy similar al que llevó durante la cena.
—¡Usted! ¡Le aseguro que es más habitual de lo que piensa! —le
aseguró Ellie mientras intentaba controlar la rabia que la embargaba. El tipo
le había dado la tarde libre, tenía que ser paciente—. Además, me refería a
si había ocurrido algo para que estuviera aquí.
—No, nada... Solamente recordé que tengo que hacer unas cosas en la
ciudad. Así que, ya que va para allá, y como me siento benévolo, le
concedo la enorme oportunidad de que venga conmigo.
Ellie se tensó. No quería pasar ni un segundo más de lo necesario con
aquel personaje. Ese era su día y pensaba aprovecharlo al máximo. No
quería estar teniendo que tratar con un egocéntrico, pero sabía que no podía
negarse. El hombre tenía muchísimo orgullo y había comprobado de
primera mano que era vengativo. Ella ya tenía suficiente con su mala suerte
como para que también tuviera que añadirse a ella el zopenco.
—De acuerdo —le respondió, dubitativa. Añadió, con la esperanza de
que él desistiera—: Pero voy a tomar el autobús.
—No para en el hotel
Adam prestó atención a la reacción que seguiría a aquella afirmación.
Esta no se hizo de rogar. Ellie abrió los ojos claramente nerviosa, pero al
darse cuenta de que él la estudiaba atentamente desvió la mirada.
—Bueno, entonces tendremos que coger un taxi —dijo Ellie, intentando
que su voz sonara firme.
—¿Ha montado en moto, señorita Hawk?
—¿Qué?
—Yo no me muevo por Roma en coche, el tráfico es horrible. Por no
mencionar lo poco que los italianos se ciñen a la seguridad vial. Aunque si
usted desea desplazarse en taxi no se lo impediré.
—¿De dónde ha sacado la moto?
—Me ofende, ¿Quién se piensa que soy? ¿Cree que no dispongo de todo
tipo de vehículos en cada uno de mis hoteles?
—¿Eh?
—Lo único que espero es que no nos caigamos de ella. Con esas piernas,
seguro que vence.
—¿Está seguro de que será por mis piernas, y no debido a la enorme
estupidez que pesa sobre usted? No me cabe duda de que supera al tamaño
de mis muslitos por mucho.
—¡¿Cómo dice?!
—¿Podemos irnos ya? Me gustaría aprovechar la tarde.
—No se ponga insolente conmigo, que le voy a hacer el favor de
llevarla. ¡Debería ser más agradecida!
—Sí, sí... —dijo Ellie, siguiéndole la corriente al tiempo que le
acompañaba a la salida del hotel.
Cuando la muchacha observó la increíble motocicleta que se encontraba
aparcada en la entrada del hotel, su boca cayó desencajada.
—¿Le gusta? —preguntó Adam—. Aunque ¿cómo no le iba a gustar?
—¡Tiene un Honda RC213V-S!
—¿La conoce? —inquirió él, perplejo—. ¿Ha montado en moto con
anterioridad?
Ellie omitió decirle que había sido una de las repartidoras más rápidas en
los diferentes establecimientos de comida rápida que había trabajado. Claro
que eso había supuesto un motivo de despido. Ponerse con aquel trasto a
más velocidad de la indicada no había sido buena idea. Además, en su
currículum no había hecho referencia a los mismos.
Se suponía que solo era una secretaria al uso.
—No —mintió con descaro—, pero a mi hermano Chris le encanta el
motociclismo.
—Ah, vale. Bueno, lo primero que debe saber es que tiene que ponerse
el casco —le explicó al tiempo que le introducía el casco en la cabeza de
una perpleja Ellie—. Así, ¿ve?
—Sí...
De repente aquella pequeña clase totalmente innecesaria se había
tornado muy extraña.
—Me subiré yo primero y usted tendrá que coger algo de impulso para
ponerse detrás. ¿De acuerdo?
—Vale
Observó cómo Henderson se subía a la moto tras ponerse su propio
casco.
—Venga, ahora usted. No tenga miedo.
El comportamiento del estúpido hacia ella parecía haber cambiado por
unas milésimas de segundo, en lo que duraba su lección. Ellie casi se sintió
mal por estarle mintiendo al respecto. Casi. La animadversión por él
todavía seguía muy presente, reflexionaba mientras seguía los pasos que él
había indicado para subirse en la moto.
—Perfecto. Ahora, sujétese a mí. Esta moto, como sabrá, va muy rápido,
por lo que más le vale agarrarse fuerte. Sí, no me mire así, a mí tampoco me
apetece este contacto, pero es lo que hay.
—No se preocupe —dijo Ellie, rodeando su estrecha cintura con los
brazos.
«Es bastante fuerte», fue su primer pensamiento al notar la firmeza con
la que ella le agarraba. El hecho de notar las curvas infames que su
descarada secretaria poseía, así como el repentino y sorprendente olor a
algodón de azúcar que desprendía, le produjeron unas ganas enormes de
meterse en una bañera repleta de azufre.
¿Qué diablos le ocurría?
—Venga vámonos... —declaró Adam, que, encolerizado consigo mismo,
arrancó la moto y fue cogiendo velocidad hasta que se perdieron en el
camino en dirección a un destino totalmente incierto para ambos.
CAPÍTULO 10
«El sentido del humor consiste en saber reírse de las propias desgracias».
Alfredo Landa
***
Habían transcurrido unos minutos desde que llegaran a una de las nuevas
siete maravillas del mundo moderno y Ellie se sentía dichosa.
Era enorme. Había visto fotos por Internet, claro, pero nada la había
preparado para lo que se encontró cuando estuvieron de cara a él.
La fachada estaba compuesta por cuatro órdenes caracterizados por
poseer altitudes diferentes unos de otros. Los arcos y dinteles conferían una
composición perfecta a la construcción. Ellie había visto por Internet que el
Coliseo tenía en cada planta órdenes superpuestos: toscano, corintio y
jónico, y la planta inferior estaba adornada por el de estilo compuesto.
En resumen, era una delicia para los ojos de la romántica Ellie.
—¡Increíble!
—En eso le doy la razón. Es precioso. Cada vez que vengo me sigo
sorprendiendo —le concedió Adam con sinceridad mientras contemplaba el
anfiteatro.
—¿Cuántas veces ha venido?
Estaba sacando muchas fotografías para luego enviárselas a sus
hermanos.
—Siempre que vengo a Roma intento pasarme, así que son tantas que ni
las recuerdo.
—¡Qué envidia! Entonces yo soy la novata —comentó ella,
decepcionada.
—Al parecer, eso no es ninguna novedad.
—¡Oiga! —se quejó Ellie, molesta. Luego, emitiendo un chillido de la
emoción por la anticipación, dijo—: ¡Tenemos que entrar!
—Creo que la entrada era por ahí —dijo, señalando hacia un lugar que
ella no fue capaz de determinar.
—Entonces usted liderará la marcha.
Ambos se encaminaron hacia la entrada, y tras realizar una cola enorme,
compraron las entradas y se dispusieron a entrar. Lo que encontraron en el
interior dejó noqueada a Ellie, quien no conseguía salir de su asombro.
La cávea era preciosa. Se trataba de un gigantesco graderío dividido en
diversos grados. La muchacha había descubierto que estos estaban
destinados a dividir a las diferentes clases sociales. Tradicionalmente se
accedía a las gradas a través de los vomitorios, que eran pasillos que
recibieron este nombre debido a que permitían salir una gran cantidad de
personas en muy poco tiempo. Y en el centro se encontraba la arena, que
estaba tres metros debajo del suelo para que, durante las peleas con los
animales, estos no pudieran acceder a las gradas. La arena estaba
flanqueada por dos palcos en los que se sentaban las autoridades
eclesiásticas y vestales.
Adam podía observar todo a través de la mirada de Ellie. Estaba
emocionada. Al parecer, sí que era cierto que debía ser la primera vez que
viajaba.
Nadie podría fingir aquella mirada, reflexionó.
—¿Sabía que debajo de la arena estaba el hipogeo?
—¿El hipogeo?
—Era un laberinto donde se encontraban las estancias en las que se
mantenían a los animales y a los prisioneros. Además, era el lugar donde se
los gladiadores esperaban para salir al ruedo. Cuando tenían que sacarlos a
la arena, lo hacían por aquellas entradas —dijo, señalando la arena con el
dedo.
—¡Es horrible! ¿Los tenían encerrados?
—Pues claro. En este anfiteatro se llevaban a cabo todo tipo de
espectáculos, desde lucha de gladiadores hasta peleas entre animales
salvajes. ¡Incluso se simulaban batallas navales!
—¿En serio? ¡Luchas de gladiadores! ¡Qué emocionante! Sería increíble
poder haber visto todo esto en su día. Pero... ¿a qué te refieres con batallas
navales?
—Sí, hay relatos que explican que se llenaba de agua el tramo inferior y
representaban escenas de las distintas batallas. Sin embargo, algunos
historiadores no están de acuerdo con esto.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque algunas cosas no les encajan. Por ejemplo, el hecho de que no
hubiera espacio suficiente para que un buque de guerra se moviera.
—¡Oh!
De repente, Ellie vio el estrado en el que se debía de sentar el emperador,
y señalándoselo a Adam, le dijo, emocionada:
—Ahí era donde el emperador decidía si vivía o moría una persona, ¿no?
—Exacto, ahí se sentaba.
—Me hubiera gustado poder verlo.
—Si traspasáramos la actualidad a esa época, usted sin duda habría sido
de las pobretonas que se sentaban ahí arriba.
«Y ahí está. Estaba tardando mucho en mostrar su vena idiota», se
enfureció Ellie.
—Pues yo creo que usted no hubiera durado mucho en la misma.
—Si hubiera vivido en aquella época, señorita Hawk, yo hubiera estado
sentado en la zona de los nobles. Los Henderson estamos destinados a hacer
cosas grandes.
—En cuanto hubieran visto que se sentaba en la grada, estoy segura de
que algún aristócrata le habría metido una patada para tirarle a los leones.
No creo que nadie, incluido los nobles, pudiera soportar el egocentrismo
que se gasta.
—¿Cómo se atreve a decirme todo esto? ¿Es que no tiene vergüenza?
—Quien tiene vergüenza, ni come, ni almuerza.
—¡¡Descarada!!
—Venga, venga..., si ha comenzado usted. No se enfade cuando le
rebatan.
—Es que se supone que no me debe contradecir, ¿no lo entiende?
—¿Y se puede saber por qué no? Ahora mismo estoy en mi tiempo libre.
Puedo y somos dos seres humanos al mismo nivel.
—¿Al mismo nivel? Ni lo sueñe. Eso jamás. Yo estoy aquí —dijo,
poniendo una mano cerca de su cabeza—, y usted, aquí. Al nivel del suelo.
—Está hablando de la escala de la estupidez, ¿verdad? Porque si es así,
estoy de acuerdo.
—¡Es usted inaguantable!
—Lo mismo digo sobre usted.
La gente que los rodeaba, los miraba furtivamente como si ellos fueran
los representantes de la lucha de gladiadores. Las personas que más cerca
estaban de los peculiares luchadores no podían reprimir la risa al escuchar
el intercambio de palabras que se profesaban uno al otro.
Y así, entre diferentes escaramuzas que iban manteniendo entre ellos,
consiguieron completar el tour por el Coliseo.
***
Una vez salieron del Coliseo, Ellie miró su reloj. Las seis de la tarde. De
repente notó que se le había abierto el apetito, y ante su total vergüenza, le
sonó el estómago delante del idiota.
Al escuchar el rugido, Adam la miró.
—¿Perdone?
—¿Qué pasa? Tengo hambre.
—¡Siempre tiene hambre! Es un pozo sin fondo.
—¡Oiga! Que apenas he desayunado esta mañana —se quejó Ellie,
ofendida.
—No creo que le haya hecho ningún mal. Tiene reservas de sobra.
—Si piensa que me ofende, está muy equivocado. Y si cree por un solo
momento que no voy a comerme el helado del que le estaba hablando antes,
más aún lo está.
—¿Sigue con eso? Ya le dije que no como cosas dulces.
—Como si a mí me importara eso. Yo sí las como, y eso es lo único
relevante aquí.
—Le recuerdo que voy con usted.
—Pero no me amargará mi delicioso helado. ¡Llevo soñando con esto
desde que me dijo que vendríamos a Roma!
—¡Oh! Como usted quiera —claudicó Adam, molesto con la situación.
—¡¡He escuchado de una heladería que tiene ciento cincuenta helados!!
¡Deberíamos ir a esa!
—¿Ciento cincuenta?
—¡Sí! Increíble, ¿verdad? —respondió Ellie, maravillada—. Pongamos
el GPS, porque no sé dónde está. Se llamaba Giolitti, creo.
Siguiendo las indicaciones del móvil de Adam, consiguieron llegar a la
heladería. En cuanto traspasaron las puertas, a Ellie se le abrieron los ojos
como platos. Prácticamente se puso a dar saltos de alegría al ver aquel
mostrador en forma de «S» gigantesco, repleto de todo tipo de helados. Lo
único que no le gustó fue que hubiera tanta cantidad de gente, aunque lo
entendía. ¿Quién podría resistirse a entrar en aquel Valhalla de los helados?
Ella desde luego no, pero, por ejemplo, el idiota que estaba a su lado, sí.
—¿Qué? Se está replanteando su decisión de tomarse uno, ¿verdad?
El tipo parecía estar perplejo.
—Ni lo sueñe. Yo no tomo dulces.
Ellie prácticamente le gruñó. ¿Cómo podía existir una persona tan
desesperante como él? No lo entendía. Ella, que estaba allí muriéndose por
uno de esos exquisitos helados...
—Aburrido —murmuró ella.
—¿Cómo dice?
—Nada. —Sonrió ella—. Que no sé quién es el último, hay demasiada
gente.
—Esto es agobiante, parece que estamos en una lata de sardinas.
—Señor, ¿es usted el último? —le preguntó Ellie a un hombre mayor
que estaba al lado de ellos.
—¿Uh? Io non lo capisco —contestó en italiano el señor.
—Es italiano
Se maldijo frustrada por desconocer el idioma.
—Sei l'ultimo, signore? —preguntó Adam en un perfecto dominio del
italiano.
—¡Oh! Sì.
—Ha dicho que sí —tradujo él.
—Grache.
La muchacha contempló cómo al señor le cambiaba la cara, denotando
que no la comprendía.
—Se lo acaba de inventar, ¿no?
—Totalmente —declaró Ellie, sin demostrar ni un ápice de
arrepentimiento.
Adam estaba buscando una respuesta plausible para reprender la
conducta desfachatada de su secretaria cuando uno de los clientes que salía
con su helado intentó abrirse paso. El local estaba tan abarrotado que
ocurrió lo predecible: el desconocido empujó a una muy despistada Ellie y
esta terminó precipitándose hacia Adam. De forma instintiva, Ellie se
agarró al primer objeto sólido que encontró en su camino, que no era otra
cosa que la pulcra pechera de su malhumorado y ahora muy anonadado jefe.
Tiró de él hacia su cuerpo, tratando de mantener el equilibrio, por lo que el
pobre desgraciado se vio siendo arrastrado hasta chocar frente a frente con
la cabeza de su secretaria.
El número cinco puede definirlo todo. Cinco centímetros de distancia
entre dos bocas que hasta hace escasos cinco minutos bien podrían haberse
estado insultando, cinco segundos de intercambio de cálidos alientos
entremezclados, cinco dedos de la mano que pueden capturar la tez áspera
de una mejilla recién afeitada.
Cinco...
—¿Señorita Hawk?
Un susurro entrecortado, a media voz pronunciado.
Ellie se percató de que el entorno, pese a toda la gente que había, se
acababa de enrarecer en menos tiempo del que el aceite repele el agua.
Estaba segura de que había voces de fondo, pero de repente, al tenerle así
de cerca, estas últimas se habían apagado.
Estaba segura de que lo único que podía escuchar eran los latidos
rítmicos y poderosos de su corazón.
—Señor Hen...
Con toda probabilidad se lo estaría imaginando, pero ¿le estaba mirando
los labios? Quizás tuviera alguna mancha de chocolate. El único problema
era que todavía no había tomado helado, así que era imposible.
Un momento... ¿Las pupilas se le habían dilatado? El hombre componía
una expresión confundida. ¿Se sentiría tan extraño como ella?
«Ay, Dios, no irá a besarme, ¿no? Creo que no podría lidiar con eso».
—¿No hace calor aq...?
La señorita Hawk no estaba muy al tanto de la temperatura, ni, por
supuesto, sus pensamientos discurrían por esos lares. La joven se limitó a
contemplar, absorta, a su jefe: no lograba pronunciar la última palabra.
Adam Henderson se puso pálido y cerró los ojos, a lo que Ellie compuso
una mueca horrorizada y trató de apartarse. Sin embargo, tampoco le dio
tiempo a huir demasiado lejos, pues a simple vista pareció que el cuerpo de
su jefe era desprovisto de cualquier aliento vital y se dejaba recaer encima
de ella, o, más en concreto, ¿dónde?
Un segundo...
«¿Qué narices? ¡Sí! ¡Me está besando!».
***
Hay veces en la vida en las que uno recibe la visita de la diosa del
surrealismo. Y esta siempre viene cargada de una serie de señales que
permiten a los ingenuos reconocerla: sudoración, mente en blanco, ojos
desencajados y un sinfín de etcéteras. Cabe señalar que, aquella tarde, en
mitad de una heladería de Roma, Ellie Hawk experimentó todos y cada uno
de ellos.
No podía comprender cómo había acabado en aquella situación.
Ni siquiera creía que fuera cierto.
¡Tenía que estar soñando!
Sin embargo, por muy terrorífico que sonara, todo parecía muy real.
¿Había dicho «terrorífico»? Bueno, tampoco era justo ser una cínica.
Jamás lo confesaría en voz alta, pero unas incipientes mariposas
revolotearon en su estómago cuando sintió los suaves labios del hombre que
detestaba sobre los suyos con ligereza.
Apenas fue un roce que duró... ¿tres segundos?
—¡Qué romántico! —Escuchó a duras penas que exclamaba una mujer
en las proximidades.
Aquello debió de ser el detonante que faltaba. Ellie abrió los ojos,
estupefacta, y observó que Adam ni si quiera había hecho el menor intento
de separarse de ella o mirarla.
¿Qué diablos pasaba con aquel tipo?
¡Qué maleducado!
—Oiga...
Lo empujó, dispuesta a pedirle explicaciones, y fue en ese instante en el
que Ellie observó, impactada, cómo su jefe, que medía un metro ochenta y
seis, impactaba contra el suelo y como un saco de patatas delante de toda la
tienda.
—¡Espere un momento! ¿Los besos en los cuentos no son los que tienen
despertar a la protagonista? ¡Oh, Dios! ¡Acabo de cargarme a un tipo con
aires de príncipe! ¡¡Ayuda!!
Presta, la muchacha se arrodilló a su lado a tomarle el pulso y comprobar
si respiraba. Cuando constató que Adam todavía seguía en el mundo de los
vivos, suspiró aliviada. Apenas había tenido tiempo para reflexionar sobre
que hubiera besado a aquel imbécil. Menudo susto le había dado cuando le
había visto caerse como un despojo.
Después de que se hubiera asegurado de que todavía podría seguir
diciendo imbecilidades a lo largo del mundo, empezaba a tomar conciencia
de todo lo que había ocurrido.
Ellie se sentía estafada por el universo, y no era para menos. Era la
primera vez que besaba a alguien, y entre todas las personas en la faz de la
tierra, ¡tenía que ser a aquel engreído! No solo eso. No había sido algo
voluntario, resultado de un amor intenso o al menos de una ligera atracción,
porque a ver, el capullo era atractivo físicamente, nadie podría negarlo,
incluso sabía medianamente bien, aunque no debía olvidar que el tipo era
todo un amargado en lo más profundo de su oscuro corazón... A pesar de
todo, durante el corto tiempo que duró el beso, Ellie reconoció a
regañadientes que tenía una boca muy masculina, hecha para besar. Aquel
labio inferior volvería loca a más de una. Y, sin embargo, ahí se encontraba,
planteándose el celibato tras aquella bochornosa experiencia.
¿Conclusión? El tipejo había recibido buenos labios, pero perdía el
encanto nada más abrir la boca.
Además, si entraba a profundizar en el hecho de que el hombre en
cuestión fuera su jefe y que para colmo hubiera tenido la poca decencia de
desmayarse, se sentía enfurecer. Cuando fantaseaba sobre cómo sería su
primer beso, se imaginaba flores, bombones y mariposas en el estómago. Al
tiempo de que el hombre la besara, le juraría amor eterno, la adoraría. ¿En
qué posición la dejaba eso? En ninguna buena, eso seguro, y, para más inri,
¿a qué chica le gustaría siquiera contarle eso a alguien?
Ya se imaginaba sentada frente a una reunión al estilo Alcohólicos
Anónimos, pero de mujeres tan desgraciadas como ella.
«Hola, soy Ellie Hawk y perdí mi primer beso con un idiota que me
odiaba porque otro imbécil que llevaba demasiada prisa (y un helado
delicioso) me empujó. Ah, bueno, ¿he mencionado que el tipo se desmayó?
¡Todo un espectáculo!», pensaba con amargura en lo que les diría. «¡Hola,
Ellie!», contestarían las otras pobres mujeres.
Bien pensado, con la mala suerte que tenía, a lo mejor sería la única que
asistiría a esas reuniones por completo imaginarias.
—Sigue inconsciente —afirmó una mujer que también se encontraba en
la tienda.
—Me va a asesinar —se lamentó Ellie, mirándolo compungida—. Me
degollará y alquilará unos leones para tirar mi cuerpo putrefacto al
Coliseo... ¡Seré devorada!
La señora la miraba consternada escuchando todas aquellas divagaciones
que no tenían ningún sentido.
—Señorita, ¿se encuentra bien?
—Sí... No... No lo sé. ¿Sabe si los prófugos de la justicia viven bien?
—¿Disculpe? Creo que no la comprendo —le dijo la mujer, sin entender
a la par que intentaba seguir la verborrea que demostraba tener la
muchacha.
—Nada, perdone. Es que estoy algo nerviosa. Deberíamos ponerle en
otro sitio. Si se despierta y se encuentra tirado en el suelo rodeado de
servilletas manchadas de helado con las que se habrán limpiado otras
personas, entrará en crisis.
—En los bancos no cabe —señaló un hombre.
—¡Tumbémosle entre aquellas dos mesas! —alegó Ellie, señalando unas
que estaban alejadas del mostrador.
—De acuerdo —accedieron los demás.
—¡Al cielo con él! —gritó un hombre que debía de ser español, imitando
lo que se decía cada vez que en una procesión alzaban a la Virgen.
Entre todos cogieron a Henderson en brazos y lo tumbaron sobre
aquellas dos mesas en la posición de momia egipcia, ya que era muy grande
y apenas cabía.
—Ya puede decir que alguna vez ha sido trasladado como una estrella de
rock —comentó con sorna una de las mujeres.
Al escuchar aquella referencia, Ellie estalló en carcajadas. La tensión
producida a raíz del momento acontecido parecía ir remitiendo poco a poco.
Ya se imaginaba la cara que pondría el amargado cuando se enterase que
había sido llevado como si fuera alguna especie de mesías.
«Aunque sea mi primer beso... solo fue un contacto de labios, ¿verdad?
Ha sido Henderson como podría haber sido cualquier otro. Calma Ellie, no
fue tu culpa. Te empujaron», pensaba, intentando tranquilizarse a sí misma
mentalmente.
***
«Cuando te das cuenta de que deseas pasar el resto de tu vida con una
persona, quieres que el resto de tu vida empiece lo antes posible».
Billy Crystal
***
***
«¿Por qué me odia tanto? ¿Por qué me odia tanto? ¿Por qué me odia
tanto?».
Estas palabras destellaron en la mente obnubilada de Adam. Se había
quedado en blanco. En ningún momento se hubiera esperado que le
plantease aquel dilema. Lo más grave de todo el asunto era que
sencillamente no sabía qué responder.
¿Por qué la odiaba? No creía que fuera odio. No, solo no soportaba que
fuera tan vulgar, que representara la antítesis de todos los valores con los
que había ido creciendo. No conseguía entenderla, aunque tampoco es que
tuviera especiales ganas de hacerlo. Resultaba sencillo, le sacaba de quicio
y alteraba todos sus nervios cada vez que abría la boca para soltar alguna
frase extraña de las suyas.
—¡Oigan! —gritó un hombre de la fila, interrumpiendo la respuesta que
no cesaba de morir en los labios de un reflexivo Adam—. ¿Se piensan tirar
toda la mañana ahí? ¡Somos muchos esperando!
—Señor, ¡un respeto, por favor! ¿No ve que este hombre se está
enfrentando a su propia verdad? —le respondió otra mujer que también
esperaba, pero que había estado escuchando toda la conversación mantenida
entre aquel extraño dúo.
—¿Y a mí qué me importa? ¡Lo único que quiero es avanzar!
—Sí, sí..., ya nos vamos. Disculpen las molestias —dijo Ellie,
componiendo una sonrisa al tiempo que Adam sacaba la mano.
La muchacha lo arrastró a una esquina del pórtico y lo miró en busca de
una respuesta.
—No la odio, señorita Hawk.
Todavía se planteaba qué era lo que le diría.
—¿Entonces? ¿Por qué siempre que estoy cerca anda con esa cara?
Parece que ha olido algo en descomposición.
—¿Qué cara?
—Pues esa —dijo, señalando el ceño fruncido que siempre mostraba—.
Debería relajarse. ¿Sabe? No soy tan mala como cree.
—No es odio, pero no me gusta su forma de ser. Tampoco tolero que se
burle de mí continuamente. Por no hablar de que siempre me está metiendo
en problemas. En vez de ayudarme, lo único que ocasiona son dolores de
cabeza.
—Primero de todo, tiene que entender que no me burlo de usted. Más
bien creo que es al revés. Respecto a lo demás, por un lado, le comprendo,
pero... Sabe que la mayoría de las veces no ha sido culpa mía, ¿no? Las
cosas solo se dieron así.
—No debería estar poniendo excusas tontas y asumir su parte de
responsabilidad. Tiene un papel muy importante en esta empresa y lo único
que hace es liarla continuamente. La señora Spark jamás actuó de la manera
en la que usted lo hace.
—Lo estoy intentando, señor Henderson, pero usted tampoco pone
mucho de su parte Siempre está amargado cuando estoy a su lado.
—¿Cómo tiene la desfachatez de decirme eso? Aunque tiene tendencia a
olvidarlo, sigo siendo su jefe, y no creo que tenga por qué estar escuchando
todo esto.
Al ver que Henderson había entrado en una espiral de auténtico drama,
Ellie se dio cuenta de que tenía que claudicar.
—Bueno, vale —accedió ella—. Lo siento, intentaré adaptarme mejor a
sus necesidades.
—No lo intente, hágalo.
—Sí, sí...
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
—Me gustaría ver la iglesia por dentro.
—De acuerdo, entremos —accedió Adam, guiándola hacia la puerta de
entrada.
***
***
Transcurrida media hora, pues Ellie se había ido deteniendo en todas las
heladerías que le llamaban la atención —Adam había tenido que separarla
de los escaparates a rastras—, consiguieron localizar la fuente, famosa por
conceder deseos. Se encontraba situada en una plaza inmensa, y había tanta
gente lanzando monedas que, de repente, a Ellie se le abrieron los ojos de
placer.
—Si no tuviera tan mala suerte, me sentiría tentada a llevarme las
monedas.
—¿Cómo dice?
—En 2011 fueron recaudados 951.000 euros. Eso, trasladado a dólares,
es más que mi sueldo anual —le informó, emocionada.
—Veo que está muy bien informada de eso.
—Por supuesto, es dinero, pero no voy a arriesgarme a que mi mala
suerte se triplique —le confesó.
—Comprendo —le dijo Adam, aunque claramente no lo hacía.
Los dos se acercaron a la fuente y la contemplaron maravillados por su
belleza. De fondo se reflejaba el palacio Poli, la escena principal que estaba
representada era la del titán Océano, que, ayudado por los tritones, domaba
a varios hipocampos. En los nichos al lado del titán, se podían contemplar
las estatuas de Abundancia, vertiendo agua de su urna, y Salubridad,
sosteniendo una copa de la que bebía una serpiente.
—Vale, la situación se aborda de la siguiente manera. Se tira sujetando la
moneda con la mano derecha por encima del hombro izquierdo —le explicó
Ellie con seriedad—. Una moneda quiere decir que volveremos a Roma.
—Yo seguro que sí.
—Calle y escuche. Si tiramos dos, indicará que surgirá un nuevo
romance. No sé si eso le interesa, teniendo en cuenta que ya tiene novia,
pero bueno. Tres significará que se busca un matrimonio o un divorcio.
¿Comprende?
Adam palideció ante la palabra matrimonio.
Ninguna de las opciones le parecía plausible para su condición actual.
—De acuerdo.
—Venga, prepárese —dijo al tiempo que cogía dos monedas de su
monedero. Sujetándolas con fervor, imploró—: Invoco a todas las fuerzas
del amor: ¡Afrodita, Cupido, Hathor, San Valentín, Kamadeva! ¡Venid a mí,
alojaros en estas monedas y concededme mi deseo! ¡¡Quiero dejar de ser
inmaculata!!
Adam observaba, estupefacto, cómo después de que la mujer llamase a
todos los dioses del amor de las diferentes culturas existentes, gritaba en la
plaza que deseaba...
¿Qué? ¿Perder la virginidad?
Todo esto mientras tiraba ambas monedas por su hombro izquierdo con
la fuerza de un jugador de baloncesto.
CAPÍTULO 12
«La vida no se juzga por el tiempo, sino por los recuerdos de los
momentos especiales que vivimos».
Leonid S. Sukhorukov
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***
***
***
Mañana tengo asuntos importantes que atender en la ciudad, así que no estaré en el hotel en todo
el día. Encárguese de la situación que hablamos y de adelantar los informes que le pedí.
CAPÍTULO 13
Un día se convirtió en dos; dos, en tres, y cuando Ellie quiso darse cuenta,
llevaba cinco días sin ver a su jefe.
No comprendía qué podía estar pasando. Ella había cumplido a rajatabla
los mensajes que le enviaba. El móvil se había acabado convirtiendo en su
nuevo canal de comunicación, y aunque al principio se lo hubiera tomado
como un descanso de ser el centro de sus burlas, había comenzado a
preocuparse.
Tenía que haber hecho algo muy mal para que la evitara de esa forma,
que ya comenzaba a ser descarada. Sin embargo, aquello no era lo único
que la venía inquietando. Empezaba a intranquilizarla aquel extraño
silencio que se había erigido sobre el hotel, pues si bien Henderson estaba
desaparecido en combate, Ellie había seguido muy de cerca el
funcionamiento de la empresa, y puede que no fuera nada, pero todos
parecían estar muy felices con el mismo. Aquello, sin duda, era muy
sospechoso.
Si la muchacha no hubiera tenido experiencia con diferentes trabajos, lo
hubiera visto como una conducta normativa, pero su veteranía en multitud
de empleos diferentes la avalaba para reconocer que era prácticamente
imposible que todos estuvieran felices y funcionara tan bien. Algo tenía que
ir andando mal si no conseguía que se abrieran. Pasaba las mañanas en el
comedor hasta que se acababan los desayunos, y la recepción se había
convertido en su segunda casa. Estaba tan desesperada por encontrar algún
fallo que hasta había deambulado por los interminables pasillos en busca de
alguna limpiadora que se sintiera con ganas de criticar los pormenores de su
trabajo.
Nada. No había encontrado nada.
Nadie sabía nada, nadie hablaba de nada. Incluso había empezado a
percatarse de que algunos empleados le dirigían miradas hostiles,
sintiéndose juzgados por su presencia en las instalaciones. No obstante, a
pesar de no encontrar una respuesta tangible, cada vez se sentía más
observada. Seguía diciéndose a sí misma que no era posible. Había buscado
de donde podría venir aquella sensación y nunca había hallado nada. Al
final, decidió que debía estar volviéndose paranoica por no encontrar
ninguna causa.
Aquel día era viernes, y tenía la esperanza de ver al inaguantable de su
jefe. El hecho de mensajearse a través de wasaps escuetos lo había vuelto
todo más impersonal.
No es que ella buscara un contacto íntimo, pero no le había pedido ni un
café desde el día de la moto. Y aquello era muy raro. Empezaba a sospechar
que su ausencia podía deberse a ese motivo: él la culpaba de la pérdida de
esta última, y se lo había dejado bien claro. Sin embargo, la muchacha no
lograba acabar de comprenderle. El tipo era multimillonario. Tenía
suficiente dinero para comprarse ochenta de esas si quisiera. Sin duda,
tendría que encararle en cuanto el muy gusano se atreviera a asomar aquella
cabeza pelirroja por el agujero. Pero, sobre todo, lo que más la indignaba
era que no le hubiera puesto excusas más creativas.
Una de ellas había sido que dos amigos habían llegado a la ciudad y
tenía unos asuntos que atender con ellos. Pero su favorita fue cuando dijo
que tenía que ir a hablar de negocios. Había empezado a aborrecer esa
palabra. NEGOCIOS. Se repetía en todos los mensajes que le enviaba. En
serio, hasta ella cuando era pequeña y no quería ir al colegio inventaba
pretextos mejores. Bien, bueno, mejor no mencionar aquella vez en la que
explotó el termómetro por meterlo en el microondas. Nadie le había dicho
qué grados eran aptos para empezar a considerarse fiebre, pero oye, al
menos había intentado ser más imaginativa que aquel hombre.
Sus esperanzas de verlo a lo largo del día se vieron truncadas al recibir
otro de sus mensajes odiosos en los que la palabra «negocios» volvía a
verse reflejada. Llegó la tarde y Ellie se dio cuenta de que había estado tan
inmersa en el cumplimiento efectivo de su trabajo que había conseguido
terminarlo todo y ponerse al día con sus labores administrativas. Al menos
eso ya era algo, porque con la cuestión de la investigación no había
conseguido avanzar nada. De hecho, no había salido del hotel desde el día
en el que descubrió Roma con el imbécil. Se merecía un descanso, se dijo.
Sospechaba que el idiota estaba teniendo muchísima diversión mientras
ella estaba allí, haciendo todo el trabajo sucio. Era su secretaria, no una
esclava; sin mencionar que no sabía cuánto más tiempo se quedarían en la
dolce Italia y aún no había cazado al esperado italiano. Lo único que había
conseguido rozar, para su desgracia, había sido un pez payaso muy
escurridizo. Así que esa tarde se la dedicaría a ella misma, y por la noche
saldría a capturar italianos que fueran como los helados: deliciosos.
Era consciente de que su único problema era que no tenía la caña de
pescar correcta, pero aquello iba a cambiar. Por una noche, sería como
Cenicienta, determinó al tiempo que sostenía con devoción la VISA ilimitada
que le proporcionaron cuando empezó a trabajar para Henderson.
«Hola, pequeña hada madrina. Nadie tiene por qué enterarse. Esto será
un secreto entre tú y yo».
Pensándolo bien, quizás Cenicienta no fuera el cuento correcto. Aquella
rubia afortunada siempre se iba a las doce de palacio y ella tenía la firme
intención de cerrar la discoteca en la que se encontrase.
Eso si no lograba atrapar a il suo cioccolato dolce.
***
***
La noche cayó y Ellie estaba preparada para sacar sus armas y conseguir
su meta.
«El plan cazando al ragazzo ha iniciado», pensaba con satisfacción,
encaminándose a la discoteca embutida en su delicioso vestido nuevo y en
unas sandalias a juego.
Una vez dentro observó, fascinada, que estaba repleto de gente. Las
paredes estaban recubiertas de espejos con luces y teñidas de rojo pasión.
Por todo el espacio habían repartido diferentes sillones que iban a juego con
el color de las paredes, así como mesas y sillas repletas de bebidas. En el
centro se encontraba la barra, y, en un extremo, la pista de baile, que en
aquel momento estaba siendo regentada por el DJ.
Ellie se acercó a pedirse una bebida a la barra e intentó llamar a un
camarero rubio que estaba de infarto.
—Perdone...
Al ver que él no se giraba, probó con una de las palabras proporcionadas
por el diccionario en línea.
—Scusa...
—¡Disculpe! ¿Me pone otra copa? —escuchó que preguntaba en alto
otra mujer que parecía una modelo salida de Victoria’s Secret.
Al oírla, el camarero se alejó en dirección a la morena despampanante
bajo la mirada conmocionada de Ellie.
—¡Tú! ¡Valiente desgraciado! ¡Que todos somos clientes! Si crees que te
la vas a llevar a la cama, lo llevas claro. Te usará solamente para las copas
gratis. Será muy guapo y todo lo que quiera, pero estoy segura de que el
anacardo lo tendrá minúsculo.
El murmullo fue realizado un poco más alto de lo normal, provocando
que el hombre que se encontraba esperando su turno a su lado se girase,
divertido, hacia ella.
—¿Disculpa?
—¿Eh? —inquirió Ellie, dándose cuenta de que había sido pilla
infraganti maldiciendo al estúpido camarero—. No me diga que lo ha
escuchado.
—Todo.
«Oh, no está nada mal. No parece ser italiano, pero esos ojos como de
chocolate están muy bien. ¡Y esa sonrisa! Si parece un modelo de pasta
dentífrica. Ummm... Bien, bueno. Venga, Ellie, tú puedes. Al menos no
tendrás que inventarte las palabras».
La vergüenza inundó cada poro de su ser y se ruborizó con intensidad.
—Vaya... lo siento.
Aquella frase logró captar el interés del desconocido.
—¿Nos hemos visto antes?
—No creo.
«Me acordaría de un bombón como tú»,
—Bueno, debido a que nuestro amigo —dijo señalando al camarero—
no te presta mucha atención, ¿te parece bien si pido yo las bebidas?
—¡Oh! Sí, por favor, así evitaremos un asesinato —comentó, riéndose.
Al ver que él no reaccionaba, explicó—: Es broma.
—Lo sé, solo quería ver tú reacción. Es muy divertida.
—¡Oye!
—Sí, justo así —señaló él, provocando que la cara de la muchacha se
volviera de un rojo carmesí—. Por cierto, me llamo Luke, ¿y tú?
***
***
***
***
Ellie se sentía un poco mareada. Puede que se hubiera pasado un poco con
la bebida, pensaba, contemplándose al espejo. El ligero maquillaje que se
había aplicado con ayuda de un vídeo de YouTube todavía seguía
aguantando. No había querido que la maquillaran porque se dio cuenta de
que, si se pasaba con el dinero, Henderson empezaría a sospechar.
«Ajá, pero no te importa haberte gastado esa asombrosa cantidad de
dinero en el perfume Dolce & Gabbana, ¿eh?», le recordó la odiosa
conciencia.
«Es un La Roue de La Fortune, y no te quejes, porque necesitamos
mucha fortuna», se contestó a sí misma, al tiempo que se echaba unas
gotitas de este mirándose al espejo.
No podía creer que hubiera bebido tanto. Ni que las copas estuvieran tan
buenas. Se las había bebido como si fueran vasos de agua, lo que había
provocado que un mareo se extendiera por su cerebro todavía embotado. No
obstante, Ellie no pensaba permitir que aquella noche acabara tan pronto.
Tenía que activarse un poco, se dijo, echándose un poco de agua en la cara.
Esto consiguió despejarla un poco, aunque seguía perdiendo el hilo de sus
pensamientos. Tenía que hacer algo para aferrarse a la realidad, reflexionó,
retocándose el maquillaje. No podía perder la oportunidad con aquel
caramelo dulce que había tenido la dicha de encontrar.
En ese momento, escuchó que en uno de los cubículos anexos alguien
estaba vomitando, y esto provocó que, del asco, ella tuviera una arcada.
«Aún no he catado un hombre y ya estoy teniendo los síntomas del
embarazo. que salir de aquí o acabaré como la mujer vomitona».
Se encaminó hacia la salida lo más dignamente posible que pudiera una
persona con aquellos grados de alcohol en sangre, y al traspasar el umbral
de la puerta que separaba los servicios del pasillo, se dio cuenta,
horrorizada, de que Luke no estaba.
«¿En serio? Qué pronto ha huido. Al menos es el que me ha durado
más»,
Sin embargo, era un alma optimista por naturaleza, así que se dijo que no
pasaba nada. Le había gustado mucho, pero si se marchaba a la primera,
entonces no merecería tanto la pena. Esto no iba a desanimarla, seguiría con
su plan. Encontraría a otro.
Se encaminó hacia la pista de baile, dispuesta a divertirse, pero al ver
que no conseguía atraer ni a los ratones, desesperada y todavía afectada
gravemente por el alcohol, se dirigió hacia donde estaba el DJ y lo llamó.
—¡Eh! ¡Eh!
—¿Qué? —preguntó el muchacho, sin escucharla bien debido a la
intensidad de la música.
—¡Oiga, señor DJ!
—¿Qué hace aquí? ¿Quiere una canción?
—No, en realidad, lo único que necesito es el micrófono
Sin esperar su consentimiento, lo cogió eludiendo que el chico se
percatase, ya que no podía dejar de pinchar porque la música se pararía.
Ellie huyó con su recién adquirido nuevo tesoro, como si fuera un
mapache con la comida, bajo la mirada atónita del DJ, que comenzó a llamar
a los de seguridad en cuanto se dio cuenta de que le acababan de robar.
La muchacha se acercó a la barra y se subió a duras penas, ignorando las
órdenes del estúpido camarero de antes que intentaba que se bajara.
—Bájese, señorita. ¿Qué narices está haciendo?
—¡Hola a todos! —dijo ella al micrófono, que todavía estaba apagado.
Dirigiéndose al camarero, le espetó, furiosa—: Esta cosa no funciona.
¿Cómo es que no tenéis micrófonos decentes?
—¡Está loca! ¿Quiere bajarse? Y démelo.
—Cállese. Esta es mi única oportunidad —le contestó al tiempo que
averiguaba cómo se encendía, provocando que su voz retumbara por toda la
sala—. ¡Holaaaaaaaaaaaaa, italianos del mundo...!
Todas las personas presentes se giraron hacia ella, que todavía seguía
subida en la barra. Unos se reían ante la escena, otros no daban crédito, y
los más borrachos solo la veían como una mancha borrosa.
—¿Quién es esa? —gritó uno de los integrantes que pertenecía a ese
último grupo.
—¡¡Buena pregunta!! ¿Qué quién soy? Puedo ser muchas cosas: soy
camarera, repartidora, secretaria, cocinera... Peroooo... ¡sobre todo soy
cantante! ¡Por eso tengo este micro de aquí! ¿Queréis escuchar una
canción?
—¡He dicho que se baje!
A eso le siguió un murmullo entre las personas que se encontraban
presentes.
—¡Por vuestro silencio entenderé que sí! ¡Venga! Allí vamos...
Y cantó. ¡Vaya si lo hizo! Entonó el Work de Rihanna con todos los
gallos que es capaz de emitir un ser humano.
***
***
Una vez salieron de la discoteca, Adam, que todavía cargaba con la
muchacha en su espalda, se encaminó hacia el coche que había aparcado a
unos metros de distancia. Notar la suavidad que desprendía, así como sus
brazos rodeándole el cuello y el aliento de ella impactando contra su nuca,
le produjeron ganas de pegarse un golpe contra la farola que estaba cerca de
ellos.
Tenía que llegar ya al coche. No podía seguir así. Aquella mujer le metía
en un lío tras otro. Cuanto antes consiguiera librarse de ella, mejor. Las
probabilidades de que surgieran nuevos problemas irían menguando.
«Menos mal que se ha quedado callada ya»,
No había parado de removerse desde que salieran.
—¡Me ha ignorado esta semana! ¿Cómo ha hecho eso? ¡He sido la única
haciendo el trabajo!
—Yo también he estado trabajando, no hable de lo que no sabe —mintió
como un bellaco. Apenas había podido adelantar nada—. Además, mejor no
diga nada, ¿eh? Que menuda noche nos ha dado. ¿No le da vergüenza?
—Ninguna, yo solo quería un gelatto..., pero se marchó y ahora estoy
aquí con usted, que tampoco está mal, pero quería descubrir nuevos
horizontes.
Al parecer había olvidado todo lo acontecido.
La referencia que hizo a los hombres, así como a sí mismo, provocó que
Adam se tensara.
—No crea que me siento encantado de llevarla. Si no la hubiera sacado
de ahí, nos habría puesto en ridículo a los dos —le reprochó, abriendo el
coche—. Bájese, ya hemos llegado.
—¿Un azucarillo? —dijo Ellie refiriéndose a los ponis, al tiempo que se
deslizaba patosamente hacia debajo de su espalda.
—Suba.
Adam sostuvo la puerta para ella, pero la muchacha se encontraba tan
afectada por el alcohol que no reparó en que se trataba de un coche donde
se estaba subiendo.
Henderson le puso el cinturón de seguridad intentando rozarla lo menos
posible.
—Ahora que le veo de cerca, es usted muy sexy, señor Henderson —lo
aduló Ellie, riéndose todavía ebria. Adam se quedó congelado ante aquella
confesión despreocupada—. Siempre anda vistiendo esos trajes, pero
reconozco que estos pantalones vaqueros le hacen un culo de infarto.
—No sabe lo que dice. ¡Está borracha!
—Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad.
Sonrió pícara, dejando a Adam sin saber qué decir.
Al final, Henderson se subió por el lado del conductor y, acelerando,
salió de allí. Puso el coche a ciento cincuenta por la carretera para llegar
antes.
«Tengo que librarme de esta mujer»,
***
Trascurrieron treinta minutos hasta que alcanzaron el hotel. Para Adam, ver
la construcción fue como ver su salvación. La señorita Hawk no había
cesado de realizarle confesiones ridículas, como, por ejemplo, que escondía
bajo su almohada el tarro de galletas para que sus hermanos no se hicieran
con él.
Ridículo. Un infierno.
La ayudó a bajarse como pudo y entraron al hotel alertando a los de
recepción.
—Señor Henderson, ¿pasa algo?
—Nada
—¡Oh! ¡Vosotros sois de los que me miráis siempre mal! —les acusó
ebria Ellie bajo la confusa mirada de Henderson—. ¡Solamente trato de
hacer mi trabajo!
—No sé de qué habla, señorita..
—Disculpadnos —se despidió Adam, arrastrando a su secretaria con él
escaleras arriba. No podía dejarla sola o se metería en algún lío que
afectaría a su reputación.
Una vez consiguieron llegar a la suite, entró con ella y, acompañándola
hasta el dormitorio, le explicó:
—Esta habitación está alejada de los clientes. No se confunda: la traigo
aquí para que no monte otro de sus espectáculos. Yo dormiré fuera.
—Qué calor.
Ellie le ignoró, notando que empezaba a sofocarse.
—Abriré las ventanas.
Agradecido de tener algo que hacer, Adam se encaminó hacia las
mismas. Sin embargo, en cuanto se dio la vuelta, pudo observar que la
muchacha se le había adelantado, estaba...
¿Quitándose el vestido? ¿Ahí?
—¡¿Qué hace?! —exclamó al borde del soponcio.
—Tengo calor, y quiero probar el jacuzzi. Y no me diga que no tiene,
cualquier ricachón que se precie posee uno.
Adam no podía creer lo que se encontraba ante él. La muchacha se había
quitado el vestido y se estaba paseando desnuda delante de él. Bueno,
desnuda del todo no, aún tenía el sujetador y...
¡¿Aquello era un tanga?!
—La población masculina dirá lo que quiera, pero estas cosas son un
infierno. No para de metérseme por el trasero —confesó ella,
despreocupada, al percatarse de que la estaba mirando.
—¡Eh...! ¡Póngase algo!
Se daba cuenta de que la voz le temblaba, mientras intetaba desviar la
vista de su cuerpo expuesto. Sin embargo, aquello le supuso un esfuerzo
titánico porque no podía apartar la mirada de aquel culo que se encontraba
exhibiéndose ante él.
«Maldito tanga»,
—¿Sabe? Había preparado todo para esta noche... Sabía perfectamente lo
que quería hacer... y otra vez he vuelto a fallar. No tengo a mi gelatto...
¿Cree que le hubiera gustado a Luke?
—¿Y a mí que me cuenta? —le espetó, molesto consigo mismo por ser
incapaz de mirar hacia otro lado—. No haberla liado de esa forma
vergonzosa. ¡Cúbrase!
—¿Qué debería hacer? —se preguntó a sí misma en voz alta, ignorando
la presencia de su jefe—. No quiero acabar la noche así... Necesito
aprovechar mi transformación.
—Mañana hablaremos de su comportamiento inaceptable. Ahora váyase
a la cam...
No obstante, no le dio tiempo a terminar la frase, pues ella le empujó
hacia la cama y se subió a horcajadas encima de él.
—Escúcheme cuando le hablo. Me encuentro ante un problema muy
grave, no sé qué más hacer... Todo me sale mal. —se quejó desenfadada sin
preocuparse de estar encima del odioso—. ¿Cómo cree que puedo
acercarme a su amigo?
—Eh, me importa un rábano lo que me está contando. Bájese de encima.
¿Qué diablos está haciendo? —graznó, removiéndose debajo de ella al
tiempo que sudores fríos empezaban a recorrer su cuerpo, despertados por
el contacto con la suavidad de su piel.
—¡Estese quieto! ¡Solo quiero una respuesta!
«Está peor que una cabra», pensó Adam, estudiándola con atención.
—Le doy dos segundos para dejarme marchar, señorita Hawk.
La risa musical de Ellie resonó en la sala.
—¡Oh! ¡Es usted un aburrido! ¡Solo estaba bromeando! Ni que le fuera a
violar. Usted parece más virgen que yo —se rio ella, quitándose de encima
de él y tumbándose en la cama.
En cuanto fue liberado, Adam se incorporó como un resorte, y cuando
fue a increparla por su comportamiento desvergonzado, se dio cuenta,
consternado, de que esta se encontraba con los ojos cerrados.
—No se haga la dormida. Esto no ha tenido ninguna gracia. Muestre un
poco más de decencia. Soy un hombre —le espetó intentando levantarse,
mas no le dio tiempo: una muy dormida Ellie le pasó la pierna desnuda por
encima, evitando que pudiera marcharse.
«¿Qué demonios?».
CAPÍTULO 15
«Me estás enseñando a amar, yo no sabía. Amar es no pedir, es dar».
Gerardo Diego
***
***
Era una cobarde. Se había refugiado en el baño como una buena miedosa.
No quería enfrentar aquel tema con Henderson, porque solía tenerlo
controlado lo mejor que podía. Además, estaba el hecho de que ella jamás
hablaba con nadie sobre eso.
Todo había sido por culpa de la resaca, se dijo tomándose las pastillas
para la ansiedad. Las odiaba, la dejaban un poco aturdida y ya había tenido
suficiente con la noche anterior.
Sintiéndose un poco más calmada, decidió que tenía que salir o
empezaría a levantar sospechas. Así que, echando una última mirada al
espejo, comprobó que todo se encontraba en su sitio. Seguía siendo la
misma señorita Hawk. Nada había pasado. Encararía el nuevo día con una
sonrisa, y si Henderson tenía que reprocharle algo más sobre lo ocurrido,
también lo enfrentaría, pensaba, saliendo del servicio dispuesta a encontrar
a los chicos.
Al no encontrarles en el interior, se dejó guiar por las escasas
indicaciones que entendió de uno de los camareros, saliendo a lo que debía
ser un patio interior.
Aquella imagen la fascinó. Parecía ser el jardín de algún hada. En el
centro había un roble descomunal rodeado por una barra donde se debían de
servir todo tipo de bebidas, y alrededor de la misma se encontraban
desperdigados todo tipo de sillas y mesas de múltiples estilos. Además,
Ellie contempló, fascinada, que habían atado a las ramas del árbol unas
cuerdas de las que colgaban frascos repletos de flores o plantas de tal
manera que la mayoría de las mesas pudieran disfrutar del suyo.
—¡Señorita cantante! —gritó Enzo, intentando captar su atención y
provocando que Luke se girara para mirarla.
—¡Ellie, ven!
Ella se aproximó con rapidez, temerosa de que al italiano se le ocurriera
volver a llamarla de aquella forma.
—Sí que ha tardado —la espetó Adam, estudiándola mientras ella
tomaba asiento al lado del rubio.
—Tuve que hacer unas cosillas, ya sabéis, temas de mujeres.
Con una sonrisa, sacó una cuestión que sabía que cualquier hombre
rechazaría.
—Oh, ¿en serio? —preguntó Enzo, fastidiado—. Cada vez que Clare
menciona ese tema me dan ganas de irme una buena temporada al Valle de
la Muerte. El fuego que hace allí es más dulce que la ira que cae sobre mí
cuando pasa por esos días.
—Oye, deberías ser un poco más comprensivo. No sabes lo doloroso y
complicado que es —le reprendió Ellie como representante de la población
femenina.
—¿De verdad tenemos que hablar de esto? —preguntó Adam,
malhumorado por el rumbo que estaba tomando la conversación. No le
interesaba saber sobre el ciclo menstrual de su secretaria.
—La información es importante, Henderson —le dijo Luke mientras
sonreía a Ellie.
—¿Qué desean pedir?
—Un café y un croissant a la plancha.
—Mira que eres sencillo, Luke. Café y tostadas, para mí
—Un café solo.
—¿Solamente se va a pedir eso? —inquirió Ellie—. ¡Encima solo! Un
poco de azúcar no le haría ningún daño. ¿Y si le da un mareo?
—Métase en sus propios asuntos —rebatió Adam.
—Déjale, sigue el estilo más fitness que te puedas imaginar.
—Sí —se carcajeó Enzo—. Luke y yo tenemos una apuesta sobre si
guarda todavía los VHS de Jane Fonda. ¿Te quieres unir?
—¿En serio? ¡Yo también los tengo! —exclamó Ellie, emocionada—.
¿Cuál es su favorito? Para mí el workout de abdominales y glúteos, ¡pero es
horrible hacerlos! Te deja un dolor de trasero...
«Trasero. Culo. Tanga. ¡¡STOP!!», pensó Adam, recordando la noche
anterior.
—Pero ¿qué dice? ¿No ve que es mentira?
«Mi madre los donó en el último acto benéfico», se lamentó
interiormente.
—¿Señorita? —volvió a preguntar el camarero, que quería continuar
haciendo su trabajo.
—Oh, sí, perdone. Yo quiero una manzanilla y dos tostadas
Aquello se ganó una mirada sospechosa de Adam, quien se había
acostumbrado a verla comer otro tipo de alimentos.
—¡Pero bueno! Cuéntanos —empezó con sorna el italiano tras la retirada
del camarero—. ¿Cómo se te ocurrió llamarlo pez payaso?
—Enzo, cuidado —le avisó Luke, intuyendo que su amigo empezaba a
tensarse.
Aquello despistó a Ellie, que frunció el ceño.
—¿Pez payaso?
—Sí. Es porque es pelirrojo, ¿verdad? Jamás se me habría ocurrido,
¡pero es buenísimo! Nosotros solíamos llamarle «zanahorio» por el doble
sentido, ya sabes, por el pelo y porque come como un conejo.
—Cállate ya, Enzo —le ordenó Adam—. ¿No ves que es mi secretaria?
—Pues sí, lo veo. Y me gusta que sea joven, así puedes traértela con
nosotros.: Imagínate a la señora Spark en una reunión como esta.
—Ellie, perdona a estos dos locos —intervino Luke, risueño—. Nos
conocemos de toda la vida, y bueno, ya sabes lo que dicen: la confianza da
asco.
—Oh, sí. Doy fe de eso. Mi hermana Ada es de tomarse muchas
confianzas.
—¿Tienes una hermana? —preguntó el castaño, interesado.
—Sí, y un hermano.
—Debes echarlos de menos.
—Muchísimo —confesó ella, nostálgica—. Siempre hemos sido
inseparables.
—¿Son mayores o menores que tú? —inquirió el rubio.
—Menores. Yo soy la mayor.
—Como tú, Luke. —El italiano sonrió con picardía, y luego explicó—:
Henderson y yo somos los hijos únicos del grupo.
—¡Oh!
La joven se fijó con curiosidad en Adam. Hasta ahora poco sabía de su
familia.
«Con razón es así, deben haberlo malcriado mucho».
—Por cierto, ahora que estamos todos aquí, quería aprovechar para
comentaros algo.
Los otros tres se giraron con curiosidad hacia él.
—¿Sí? ¿A qué locura nos quieres arrastrar ahora, D’Angelo? —indagó el
pelirrojo, escéptico.
—Solo diré dos palabras: San Marcos.
—¿San Marcos? —preguntó Ellie sin comprender.
—Es una de las mayores fiestas que se celebra cada año en Venecia. Las
calles se llenan de música, bailes, conciertos...
—¡Y carreras de góndolas, no olvides eso, Luke! —añadió el rubio,
exaltado.
—Sí, eso también. Siempre que podemos, vamos. A Enzo le encanta.
Deberías venir, es mañana.
—No creo que este año sea posible —comentó Adam—. Tenemos
muchas cosas que hacer en Roma, entre ellas el tema de los hoteles, que aún
no hemos averiguado nada.
—Sabes que esa cuestión me preocupa tanto como a ti, pero por un par
de días que estemos fuera no pasará nada —argumentó Luke—. Además,
Ellie nunca ha estado, se lo merece. Y si te niegas, Enzo publicará en
Internet esa foto que no quieres que vea la luz.
Aterrado, Adam dirigió una mirada al rubio, quien elevó las cejas y
sonrió, encantado.
—¿Qué?
—Sí, lo subiré.
—No, el señor Henderson tiene razón. Debería concentrarme en el hotel
—No le hagas ni caso, todos los años nos hace lo mismo y siempre
acaba yendo —le susurró el italiano.
—De acuerdo, iremos —claudicó el pelirrojo, amargado porque
siguieran teniendo la prueba de la vergüenza—. A cambio, borraréis esa
foto.
—Vale —accedió Enzo, sonriendo. Luego volvió a murmurar divertido a
Ellie—: Tengo cien copias de ella.
—¿Qué foto es esa?
—Si se lo decís, vuestras acciones en China volarán —amenazó Adam,
sosteniendo el móvil.
—¡Oh! Creo que mejor me callo.
—A mí no me importa decirlo —dijo Luke, riéndose—. Perdió una
apuesta y tuvo que disfrazarse de bebé gigante.
—¡NO! Quiero verla —comentó Ellie, emocionada ante la perspectiva
de ver a su jefe, quien se caracterizaba por la seriedad y la rectitud, vestido
de aquella guisa.
—¡Os mataré a los dos!
Tras eso, Adam comenzó a interactuar frenético con su móvil.
—Lo ha dicho él, hermano. No yo —apuntó Enzo, uniéndose a las
carcajadas de los demás.
—Pero... ¿dónde nos quedaremos? Lo digo para reservar o no algún
hotel —preguntó Ellie tras recuperarse del ataque de risa.
—Oh, en la casa de los padres de mi novia. Su hermana ha venido a
pasar San Marcos también, así que estará allí con nosotros
—De acuerdo.
El grupo transcurrió la mañana entre bromas y risas, todas a costa de
Henderson, claro. Cuando finalizaron su desayuno, acordaron quedar todos
por la tarde para iniciar su viaje.
¿Qué les depararía el futuro?
CAPÍTULO 16
«El amor es intensidad, y por esto es una distensión del tiempo: estira los
minutos y los alarga como siglos».
Octavio Paz
***
17:45 pm.
Ellie se había quedado dormida. Al acabar de meter las escasas
pertenencias que traía consigo dentro de su maleta, decidió que echarse una
siestecita de diez minutos no le vendría mal, puesto que lo tenía todo
preparado. Sin embargo, ya fuera porque no escuchó el despertador o bien
porque este no sonó, se despertó más tarde de lo que había planeado.
Cogiendo la pequeña maleta y el bolso donde llevaba tanto el portátil
como los documentos, salió corriendo hacia la recepción. En ella se
encontró a los chicos con sus respectivas maletas. Al acercarse a ellos, notó
que ambos mostraban diferentes expresiones. Adam lucía impaciente,
mientras que Luke estaba calmado.
«Ni que fuera el conejo de Bambi, ahí, moviendo la pata»,
La comparativa con Tambor no podía ser más acertada, ya que su jefe
estaba realizando un movimiento nervioso con la pierna.
—Llega tarde —le recriminó el pelirrojo, mirándola de arriba abajo.
—Sí, perdón, me quedé dormida.
—Eso puedo verlo —declaró con ironía él, fijándose en el peinado
deshecho de Ellie—. Habíamos quedado en el aeropuerto a las seis.
—Basta, Adam. Estaría agotada. Se acostó después de estar trabajando.
«Pero ¿qué diablos?»,
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque nos encontramos en la piscina —explicó despreocupadamente
el castaño—. ¿Nos podemos ir ya, o planeas hacernos pasar por el
polígrafo?
—Vale.
Gruñendo, Adam encabezó la marcha del grupo. Una vez se encontraron
en el exterior, Ellie advirtió, temerosa, que tendría que volver a montar en
un coche. Aquella mirada fue captada por Henderson, quien, tras lanzarle
las llaves del coche a Luke, le dijo:
—Ve metiendo las maletas. Tengo que hablar un momento a solas con la
señorita Hawk.
—De acuerdo —aceptó dubitativo, lanzándole una mirada a Ellie que
venía a decir: «Si necesitas que intervenga, solo dilo».
La muchacha se dejó llevar por su jefe hasta un extremo, Adam había
decidido que tenía que saber lo que le sucedía.
—Necesito que me diga cuál es su estado actual —demandó Adam con
seriedad.
—¿A qué se refiere?
—No se haga la tonta. ¿Se siente preparada para subir ahí?
Ellie volvió a observar el coche y, lamiéndose los labios con
nerviosismo, confesó:
—No estoy segura.
Mientras ella pronunciaba aquellas palabras, Adam advirtió auténtica
vulnerabilidad en las facciones de su secretaria.
—De acuerdo. Deme un momento
—¿Qué va a hacer? —indagó Ellie, agitada.
Henderson se acercó con determinación a Luke, que les estaba esperando
apoyado en el automóvil. Algo tuvo que decirle, porque este se despidió
sonriente de ella y se marchó con el coche.
Después de esto, su jefe se acercó a ella, que todavía se encontraba
demasiado sorprendida para incluso moverse.
—¿Qué...?
—¿Qué le he dicho?
—Sí.
—Que teníamos que acabar de resolver unas cosas y que se fuera
adelantando para avisar a Enzo.
Vaya, la situación se iba tornando aún más rara y sorprendente para ella.
—¿Le ha mentido?
—No. Tenemos que solucionar un asunto.
—¿Cómo? ¿De qué habla?
—Venga conmigo
Adam la condujo hacia el interior y tras eso, la guio hasta el ascensor.
Una vez dentro de él, Adam introdujo una llave que sacó del alijo que
siempre llevaba consigo en la ranura que indicaba la planta más baja. Ellie
se sentía tan asombrada por aquella actitud de su jefe que no pudo articular
palabra.
Cuando finalmente llegaron, la muchacha se encontró entrando en un
lugar donde había todo tipo de vehículos, desde deportivos hasta coches
clásicos.
—¿Todo esto es suyo?
—Por supuesto, ¿de quién, si no? —se quejó Adam, muy ofendido—. Lo
único que falta es mi moto, y eso es culpa suya.
—¿Ya volvemos a eso? La olvidamos los dos, y, por cierto, si la policía
no la ha encontrado todavía, es porque la habrán convertido ya en una
lavadora
—¡Es usted una descarada!
—Solo digo lo que pienso, señor Henderson. Pero ¿qué hacemos aquí?
¿No llegábamos tarde?
—Calle, estoy buscando algo —exigió con rudeza él, tanteando con la
mirada la gigantesca estancia. Aal encontrar al fondo lo que quería,
exclamó—: ¡Ah! Ahí está. Espere aquí.
Ellie lo vio desaparecer entre la infinidad de vehículos. Al cabo de unos
minutos, escuchó un ruido suave y, seguido a esto, le vio aparecer con lo
que parecía...
¿Qué? No podía ser.
—¿Ha tenido eso guardado durante todo este tiempo? —preguntó ella,
observándolo fascinada.
—Mi madre ama las Vespas. Más nos vale no perder esta o me asesinará.
—¡Es preciosa! —exclamó Ellie, admirando el vehículo blanco sobre el
que iba montado él. Pícaramente, añadió—: Le queda muy bien ese casco,
señor Henderson.
—No se ría —la regañó, amargado por estar usando el casco rosa—. Son
los únicos que tienen mis padres.
—Vale, vale... —dijo ella, riéndose al tiempo que se ponía el otro rosa
que él le tendía.
—¿Recuerda cómo subirse?
—Sí.
Cuando quedó firmemente instalada rodeándole con los brazos, le
murmuró con suavidad:
— Gracias.
Ante aquella simple palabra cargada de emoción contenida, Adam le
respondió con un gruñido, y, arrancando la Vespa, se dirigieron a su
destino.
***
***
***
Una vez los cuatro se encontraron dentro del avión, los chicos se instalaron
en sus sitios correspondientes bajo la mirada atónita de Ellie, para quien era
su segunda vez montando en uno. Este no se parecía en nada al primero en
el que estuvo. Había asientos y sofás de cuero rodeando toda la estancia y
una televisión de plasma situada enfrente de estos. En el centro se podían
observar mesas repletas de todo tipo de comida, y flanqueando las puertas
había apostadas dos señoritas hermosas y sonrientes ataviadas con trajes de
azafata.
—Estáis de broma.
—Y eso que no has visto la habitación que tiene detrás —se rio Luke,
divertido.
—Oh, colega, Clare y yo hemos pasado ahí grandes momentos.
—Creo que a ninguno nos interesa conocer ese tipo de información,
D’Angelo.
—Tampoco tenía intención de entrar en detalles. Está más amargado
desde que no tiene esa clase de diversión con la estirada.
—¡Enzo! —le reclamó el pelirrojo—. Te he dicho mil veces que no la
llames así.
—Oh, vamos, hasta tú tienes que reconocer que es una petarda. Jamás
me ha caído bien.
—Me importa una mierda si te gusta o no. Es mi noviay deberías ir
asumiéndolo ya, que son muchos años.
—¡Já! Eso ya se verá.
—¿De qué hablan? —inquirió Ellie, sorprendida de que estuvieran
tratando aquel tema.
—No les hagas caso. Es lo mismo de siempre. Sasha no nos gusta. Ven
aquí —le indicó Luke, palmeando el sitio al lado del sofá en el que se
encontraba sentado—. Siéntate conmigo. Dentro de poco despegaremos.
Ellie obedeció, y desde aquella posición siguió estudiando el interior del
avión, totalmente inconsciente de las miradas que les estaba disparando
Adam.
—¿Desean algo, señores? —preguntó con educación una de las azafatas,
que se notaba que estaba interesada en Luke.
—Ellie, ¿qué te apetece? —preguntó este último, ignorando las señales
femeninas de la mujer.
—Creo que nada
Todavía podía vislumbrarlos precios de la carta de la última vez. Le
entraban escalofríos solo de recordarlo. Si aquellos habían sido caros, esos
estarían por las nubes. Ni siquiera había visto la carta, y eso nunca era
buena señal.
—Oh, vamos. Tómate algo, invita Enzo.
—¿De verdad? —preguntó Ellie, emocionada. Al ver que Luke asentía,
pidió—: Vale, quiero una Coca-Cola.
—¿Y usted, señor?
—Lo mismo que ella —declaró, risueño. La azafata, al darse cuenta de
la atención que estaba recibiendo aquella insulsa mujer, la fulminó con la
mirada mientras se dirigía a servir la bebida—. ¿Te gusta el avión?
—Sí, pe...
—¡Como para no gustarle! No sabéis cómo me hizo viajar para venir a
Roma —la interrumpió el pelirrojo, molesto con la cercanía que estaba
teniendo su amigo con la señorita Hawk.
—¡Eh! No se queje, la empresa no tuvo que gastar tanto dinero.
—Oh, aquí hay algo interesante. Cuenta, cuenta, señorita cantante.
—Pues nada, que compré los más baratos.
—En clase turista, dígalo —le espetó Adam—. ¡Me hizo viajar en clase
turista! ¿Podéis creerlo?
—Eso sí que me habría gustado verlo —se carcajeó Enzo en su asiento.
—No sería para tanto, Adam...
Su amigo solo había recibido lo mejor desde siempre, y no acostumbraba
a frecuentar nada que fuera inferior.
—Prueba a hacerlo tú y luego hablamos —le gruñó el susodicho.
En breves momentos procederemos a iniciar el despegue. Por favor,
pónganse los cinturones de seguridad.
—Oh, Dios, solo espero que no haya turbulencias —rezó Ellie,
recordando la última vomitona mientras se abrochaba el cinturón.
***
***
Ellie estaba maravillada. Después de comer y beber todo lo que había
querido —que había sido mucho, cabía señalar—, se sentía saciada por
completo.
—Y cuéntanos: ¿cómo es Adam en su faceta de jefe? —preguntó Luke a
su lado, curioso.
—Sí, y puedes ser sincera, no se enterará. Probablemente ahora estará
acabando con mi despensa de Riojas, así que eso es motivo más que
suficiente para exponer la verdad.
—Bueno...
«Inaguantable», fue la primera palabra que le vino a la mente. No
obstante, empezaba a descubrir que también tenía sus facetas positivas,
como, por ejemplo, el detalle de la Vespa.
—Es extraño —respondió con firmeza bajo la mirada anonadada de los
chicos. Sin embargo, fue Enzo el que primero que se repuso, estallando en
risas.
—Nadie lo hubiera definido así jamás. Si se enterase... extraño.
—¿A qué te refieres con «extraño»?
—Bueno, no me soporta. Ni yo a él, claro, pero no creo que sea un mal
hombre —finalizó, recordando la forma en que la había arrastrado hasta el
garaje.
—No lo es, y no lo decimos solo porque seamos sus amigos. Es solo que
nuestro mundo lo ha cambiado...
Aquello captó el interés de Ellie.
«¿Cambiado? ¿De qué forma?», se preguntó. Pero no le dio tiempo a
preguntarlo, porque Enzo se sentó al lado de ellos con un objeto en la mano.
—Mirad.
—¿Qué es? —preguntó Luke, cogiéndolo. Acto seguido, se echó a reír
—. ¡Oh! ¡Lo has traído! ¡Qué cabrón! Te matará.
—Lo sé. Enséñaselo a Ellie.
—¿De qué se trata?
Con curiosidad, agarró lo que le tendía Luke, y al verlo casi creyó
morirse. Sus ojos se desencajaron de la sorpresa.
No se lo podía creer.
Una fotografía, pero no cualquier foto. Ante ella se encontraba LA
FOTO en mayúsculas. El idiota aparecía ataviado con un pañal gigantesco,
un babi azul color bebé, un chupete enorme colgando del cuello y sujetando
un osito de peluche. No obstante, lo mejor para Ellie fue la mirada. Se
encontraba frunciendo el ceño molesto, con aquel pelo pelirrojo
despeinado.
—Adorable, ¿verdad? —se mofó Enzo—. Nuestro niño ya se ha hecho
mayor...
Ellie no pudo soportarlo más. Sus carcajadas resonaron por todo el
avión. No podía parar de reír, tanto que los líquidos y la comida que había
ingerido previamente, combinados con la imagen que mostraron ante ella,
hicieron efecto y su esfínter le llamó la atención. Tuvo que levantarse como
un resorte.
—No puedo más, necesito ir al baño. ¿Dónde está?
—Hay uno aquí al lado, pero es de las azafatas. Mejor ve al que está
después de mi dormitorio.
—Vale, gracias.
La joven salió con rapidez. De pronto, el italiano recordó algo
importante.
—Creo que quizás debería haberla informado de que no funciona el
pestillo.
***
Una vez pasó por donde se encontraban las azafatas, observó cómo la que la
había atendido con anterioridad volvía a mirarla con desprecio.
«Menuda estúpida», decidió Ellie, ignorándola y adentrándose en lo que
debía ser el dormitorio de Enzo. «Bien, bueno... Creo que no debería buscar
una cabina pequeña, este hombre debe viajar a lo grande», reflexionó,
acercándose a la siguiente habitación.
—Supongo que debe ser esto...
Determinada, giró y empujó hacia adelante el pomo de la puerta.
No debería haberlo hecho. Fue la peor decisión tomada de toda su
existencia. Ante ella se encontró un muy mojado y... Santa madre,
¡DESNUDO!, Henderson, que la miraba igual de horrorizado. Y
sencillamente no lo pudo evitar, miró hacia abajo.
Al parecer, Enzo no era el único que se divertía...
—E... El anacardo... —tartamudeó desencajada.
«Joder».
CAPÍTULO 17
***
Ellie Hawk lo había visto todo. Ante ella se había descubierto un mundo
nuevo. Aquella visión había despertado en su persona una terrible
curiosidad que no podía expresar a nadie, y mucho menos a su jefe, quien
había parecido a punto de padecer un ataque de pánico cuando la encontró
observándole con descaro.
Realmente no había podido evitar mirar... Nadie podía culparla. Al fin y
al cabo, era la primera vez que pillaba a un hombre sujetándose el pene con
intenciones diferentes de orinar. ¿Y cómo podía saberlo? No es que fuera
ninguna versada en el asunto, pero ella misma había tenido que enseñar a
Chris a usar el orinal. El único problema es que aquella situación y esta eran
diferentes por completo. Su hermano había sido un niño al que había tenido
que educar adoptando un papel maternal y Henderson era… un hombre
adulto, bastante interesante.
¿Qué se suele hacer en esos casos en los que una se encuentra con un
hombre desnudo sin que haya sido por consenso?
«Pedazo de idiota, te pusiste a desvariar como haces siempre. ¿Tanto te
hubiera costado disculparte y salir? No, tú tuviste que echarle a él», le
recriminó de nuevo la voz de la conciencia.
«Pero ¿qué dices? Me estaba haciendo pis. ¿Hubieras preferido que lo
hiciéramos en el tiesto de la planta que tenía Enzo? Eso no hubiera sido
muy ético. Además, estaba muy nerviosa», rebatió a su parte sensata.
—¿Pudiste encontrar el baño con facilidad? —preguntó Luke desde su
asiento al verla llegar.
—Eso, eso... ¿viste mi habitación del pecado?
—Sí.
«También encontré otra cosa relacionada con ese tipo de pecado...», añadió
para sí misma.
—Se me olvidó comentarte que el pestillo no funcionaba, perdona..
«No me digas... con razón cedió con tanta facilidad la dichosa puerta».
Luke sonrió tranquilizador, Ellie parecía bastante afectada, acercándose
hacia donde se encontraba, debían de ser los nervios del viaje.
—No debe quedar mucho para llegar.
—¿Cuánto se tarda?
—Se suele tardar una hora aproximadamente, pero al ser un vuelo
exclusivo tardaremos menos.
—Eso es bueno.
—Bueno, ¿qué? ¿Quieres la foto? —preguntó el italiano mientras se la
tendía.
«Lo que está claro es que ese hombre de bebé tiene muy poco. Pero me
vendrá bien tenerla, así si me recrimina algo podré usar esto»,
***
***
La cocina era inmensa. Ellie estaba segura de que en ella se fabricaban los
platos más deliciosos que hubiera probado en su vida. Pura comida italiana.
Deliciosa.
Estaba sentada en una banqueta de la cocina ayudando a cortar cebollas
para la cena que se serviría por la noche cuando, sin apenas darse cuenta,
entre sándwiches y dulces, se forjó la amistad. Entre ambas mujeres hubo
una conexión casi instantánea. Ellie descubrió en Maddie a una persona
cariñosa y atenta con el servicio, que, según le había dicho, consideraba una
familia. Cada vez que la muchacha se acercaba al fregadero, Arabella —o
Bella, como la llamaba— la regañaba por ayudarla a fregar los platos, justo
como en aquel momento, que a hurtadillas se había acercado para volver a
intentarlo.
—¡Señorita! Se lo tengo dicho un millón de veces, fuera del fregadero.
—¡Oh, vamos! —se quejó la aludida bajo la mirada divertida de Ellie—.
Si solo es una olla.
—A mí me pagan por esto, es mi trabajo.
—Sí, sí lo que tú digas... —Después se fijó en Ellie y la preguntó—: Y
bueno, ¿de qué conoces a los chicos?
—Soy la secretaria del señor Henderson.
—Oh, ¡o sea que tú eres la famosa secretaria que tanto les costó
encontrar! Debo decir que Sasha no ha hecho mal su trabajo.
—Gracias, aunque no estoy segura de que Henderson piense de esa
forma.
—Ni caso, le gusta hacerse el duro con todo el mundo, pero en realidad
es un hombre muy atento.
—Bueno, tiene sus ratos.
Estaba a punto de preguntarle sobre aquel extraño intercambio con Enzo
cuando ella cambió de opinión.
—¿Has estado antes en Venecia?
—No, es mi primera vez y la segunda viajando a cualquier lado.
—¡Ay! Entonces tendremos que enseñarte muchos sitios. Además,
mañana es San Marcos, te encantará.
—¿Sí?
—¡Desde luego!
—Ya están listos los bocadillos, señoritas —intervino Arabella—.
¿Vamos ya con los chicos?
—Vale —accedieron ambas, encaminándose cargadas de comida hacia el
salón.
—¡Pero no lo lleven ustedes!
***
***
«Soy lo que has hecho de mí. Toma mis elogios, toma mi culpa, toma
todo el éxito, toma el fracaso. En resumen, tómame».
Charles Dickens
Venecia, ciudad conocida no solo por ser uno de los lugares donde las obras
barrocas y renacentistas seguían en pie, sino también por los innumerables
canales que surcaban el lugar. Estos últimos eran como calles que partían de
una vía central llamada el Gran Canal, que atravesaba la ciudad en forma de
una gran «S».
La góndola del quinteto protagónico había tomado una de estas curiosas
calles a petición de Maddie, quien quería mostrarle a su nueva amiga los
encantos de la parte más antigua de la ciudad. Ellie, maravillada, se
embebía de la visión de aquellos estrechos y mágicos canales por los que
iban pasando. Los edificios construidos en diferentes colores y materiales
conferían una imagen anhelante, tanto así que casi se podía imaginar
viviendo allí.
Aunque iba a resultar un poco complicado desplazarse, pues venía
observando que casi todo estaba rodeado de agua.
—¿Cuánto costaría vivir aquí?
—¿Por qué? ¿Está pensando mudarse a Venecia, señorita Hawk? —
preguntó divertido Adam, observándola de reojo.
Para él estaba resultando muy duro el escaso trayecto que llevaban
recorrido. Tenerla a su lado era... un suplicio de olores, pues estaba claro
que el algodón de azúcar no perdonaba a nadie y no cesaba de hostigarle.
—No me importaría. Cuando usted me dé la patada y me eche de mi
puesto, a lo mejor me traigo aquí a mis hermanos.
El hecho de oír aquellas palabras provocó que la mente de Adam se
quedara bloqueada.
Aunque había meditado sobre esa cuestión multitud de veces, escucharlo
de labios de su propia secretaria le hizo experimentar un sentimiento muy
extraño. Era un auténtico desastre, de eso no cabía duda, y más le
convendría estar muy lejos de ella, pero con todo y con eso había empezado
a apreciar de una manera totalmente retorcida aquellos momentos en los
que la vida se le presentaba de otra manera.
—No te preocupes, Ellie. Si Adam se busca otra secretaria, siempre
podrías venir a trabajar para mí.
—Gracias, Luke. Lo tendré en cuenta.
«¿Por qué diablos se pone roja? Te está ofreciendo un puesto de trabajo,
no hacerte un trabajo ahí abajo, pedazo de estúpida», caviló Adam,
furibundo.
Imaginar a la señorita Hawk trabajando para su amigo no debió agradar
mucho al sistema nervioso de Adam Henderson, pues no concebía la idea
de que la señorita Rollitos, con todas las situaciones ridículas en las que le
metía a él, sirviera a Luke. Resultaba antinatural. Casi una traición.
¿Es que no estaba a gusto con su puesto de trabajo, vacante por la cual se
habían peleado decenas de mujeres mucho más competentes que ella?
De cualquier forma, aquella mujer seguía siendo su secretaria por el
momento, y el hecho de que el idiota de Brown, por muy amigo suyo que
fuera, intentara levantársela de aquella forma tan descarada, provocó que le
hirviera la sangre.
—Tenía entendido que tú no querías una secretaria, Luke.
—He cambiado de opinión después de descubrir la joya que es la tuya.
Estaba claro que el aludido ignoraba por completo la tormenta que se
cernía sobre él.
—¿Joya? ¡Ja! Si por joya te refieres a una mujer que te avergüenza en
público delante de todo el mundo, entonces sí, es la joya de la corona
Sabía que aquello era un vano intento por impedir aquel plan que su
amigo de la infancia había decidido poner en marcha sin su consentimiento,
pero le daba lo mismo.
¿Cómo lo llamaría? ¿«Arrebatamiento de secretaria»?
Lo mismo daba. Era inmoral.
—No me importa aventurarme en ese tipo de experiencias —aclaró
Luke, provocando que Henderson apretase los dientes, frustrado con uno de
sus mejores amigos.
—Señor Henderson, soy consciente de que a veces piensa que no estoy
aquí cuando decide hablar mal sobre mí, aunque, siendo sincera, no le
importa denostarme directamente, pero sigo estando presente ¿sabe? Y
usted no es precisamente Santa Teresa de Calcuta.
La risa de Luke siguió a esa declaración.
—Y gracias a esa sinceridad es por lo que me gusta tanto esta mujer.
—¿Cómo dice? ¿Santa Teresa de Calcuta? — ¡Bastante que la aguanto!
—Después, dirigiéndose a Brown, le espetó—: Para, Luke. Vete olvidando.
En el momento en el que yo despida a esta mujer, que lo haré, no podrás
contratarla tú.
—¿Y eso por qué?
—Mientras sigas formando parte de mi empresa. No permitiré que una
bomba andante como es la señorita Hawk cause más problemas de los
necesarios.
—¿Me estás prohibiendo contratar a mi propio personal, Henderson?
—Si este afecta a la empresa, sí.
—Oh, vamos. Estás amargado, Adam.
Los otros tres observaban incrédulos el intercambio de palabras que se
producía entre los dos amigos.
—Disculpad que intervenga, pero preferiría que mi presencia no
supusiera un conflicto entre ambos
—Exacto —interfirió Maddie en defensa de su nueva amiga—, estamos
aquí para divertirnos y estáis poniendo en una situación comprometida a la
pobre muchacha
—Claro, porque tú eres una experta en situaciones comprometidas, ¿no,
Madeline?
La repentina participación del italiano en la conversación provocó que
todos pusieran su foco de atención en él.
—Oh, ¿por qué no te callas, D’Angelo? Puede que mi hermana te
soporte, pero eso no significa que yo tenga por qué hacerlo.
Al escucharlo, el rubio la fulminó con la mirada.
—Eh, Enzo, tranquilízate. Recuerda que hemos venido a pasar un buen
rato —le aconsejó Luke, poniéndole una mano en el hombro.
—Como si me importase algo lo que esta mujer tuviera que decir.
Ellie contemplaba aquella situación totalmente tensa. Tenía que calmar
el ambiente de cualquier forma, así que decidió intervenir soltando lo
primero que se le ocurrió.
—Umm... Yo había visto en algunas películas que en las góndolas te
cantaban una serenata.
Observó desesperada al barquero tratando de apoyar su argumento.
Cuando este la vio intentando captar su atención, negó con la cabeza.
—Eso es un servicio adicional —explicó Luke, riendo por la actitud del
gondolero.
—Oh, vaya... Entonces tendremos que poner nuestra propia serenata,
¿no?
—¿Qué? No se le ocurrirá, ¿verdad? —indagó Adam, estudiándola con
atención en busca de alguna señal de broma—. Ya tuvimos suficiente con el
bochornoso espectáculo de la última vez.
—Oh, la señorita cantante de nuevo al ataque.
Era la primera vez que Enzo volvía a sonreír desde que hubieran llegado
a casa de los padres de su novia, por lo que Ellie se sintió alentada.
—Pues a mí me parece muy buena idea —añadió Maddie, pícara—.
Hasta me uniría.
—Sí, a mí también.
—Estáis locos. Deseo bajarme de esta góndola de inmediato —dijo
Adam, frenético.
Así pues, comenzó Ellie, quien cantó lo primero que se le ocurrió:
Al pasar la barca
me dijo el barquero
las niñas bonitas
no pagan dinero.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser
yo pago dinero
como otra mujer.
La volvió a pasar
me volvió a decir
las niñas bonitas
no pagan aquí .
Suciedad.
Oscuridad.
Podredumbre.
Aquellas eran todas las palabras que le venían a la cabeza a Ellie cuando
se encontró sumida dentro del agua que llenaba el canal. Cuando habían
caído dentro, ambos habían sido separados por el impacto.
Lo mataría, resolvió. El idiota la había rodeado con sus musculosos
brazos para que cayeran juntos. Si creía que iba a salir vivo de aquello, lo
llevaba claro. Solo tenía que encontrarle, pero lo primero era buscar
oxígeno. Había estado tan sorprendida cuando fueron lanzados de la
góndola que ni si quiera había cogido aire.
Tres palabras: hijo de puta.
No quería abrir siquiera los ojos, pues por lo que había notado de los
objetos que había en el interior, la estúpida gente tiraba mierda al agua.
Cerdos. Ya se enteraría Greenpeace.
Esperaba que aquello que había sentido recientemente no fuera un
condón o buscaría el ADN del propietario y le cortaría la parte de su cuerpo
donde había introducido ese objeto. De repente notó cómo una mano
caritativa la cogía de uno de los brazos y tiraba de ella hacia arriba,
instándola a salir a la superficie, pues ella no se había visto capaz.
Cuando salió, se encontró cara a cara con el malnacido, que la estudiaba
con atención comprobando se si había hecho algún daño.
—¿Cómo se atreve?
Aunque estaba furiosa, o bservó, atónita, cómo el pelirrojo que hasta
ahora había demostrado tener limón en las venas se echaba a reír.
Jamás le había visto desternillarse de aquella forma. La risa provocaba
que sus facciones se relajasen, y luciera más joven. Además, ¿por qué no?
Atractivo. Lo peor de todo era que tenía una risa que instaba a que los
demás también se rieran, y con esto todo el enfado de Ellie hacia aquella
extraña criatura se esfumó.
—Tendría que haberse visto la cara.
—¡¡Ellie!!
La voz preocupada de Luke llamándola desde la góndola, que se
encontraba a unos metros de ellos, hizo que la muchacha despertara del
bloqueo en el que se había visto envuelta al ver de aquella manera a su
siempre amargado jefe.
—¿Estáis bien? —preguntó Maddie.
—¡Sí, estamos bien! ¡Lo único es que esto está lleno de mierda!
Su grito femenino, alertó a otra góndola que pasaba por allí.
Ambos observaron cómo su gondolero, furioso, se acercaba con la barca
hacia ellos. Una vez estuvieron al lado de esta, Adam arrastró a Ellie con él
hasta el borde, y, agarrándola de las caderas y tratando de ignorar cómo
estaba tocando la piel desnuda, la subió para tendérsela a Luke, que estaba
preparado para ayudarla.
Después de que Ellie estuviera encima, Henderson subió por sí mismo.
De esta forma, ambos consiguieron montarse de nuevo en la góndola.
—En veinticinco años en este trabajo, jamás me había pasado una
situación así. ¿En qué estaban pensando? ¿Saben lo peligroso que es?
—Señor, tranquilícese, por favor. Fue un accidente. Lo sentimos —se
disculpó Maddie, intentando apaciguarlo.
—Señorita, no creo que sea consciente de la que han formado. Son unos
irresponsables.
—Le daré quinientos euros si olvida lo que ha pasado —intervino Enzo.
—¿Intentan sobornarme? La otra góndola ha visto lo que ocurría. ¿Van a
intentar comprar su silencio también? Están bajo mi responsabilidad, y
ahora mismo voy a llevarlos al primer punto de embarque que haya.
Tanto Adam como Ellie se encontraban empapados y se sentían sucios.
El pelo lo tenían completamente grasoso.
Al ver temblar a Ellie, Luke se quitó la chaqueta.
—Vas a coger una pulmonía. Ponte esto.
Al ver que el castaño recubría con su chaqueta a su secretaria, Adam
gruñó.
—Gracias, Luke.
—¿Estás bien, Ellie? —preguntó preocupada Maddie, que había dejado a
Enzo discutiendo con el gondolero.
—Sí, pero no veas la cantidad de suciedad que había ahí dentro.
—La gente es una cerda, en cuanto lleguemos a casa te darás una ducha
y nos iremos a ver los fuegos artificiales —la apoyó Maddie, sonriendo.
—¿Fuegos artificiales?
—¡Sí!
***
—No creas que no he visto cómo la tirabas contigo, Adam —le reprochó
Luke a Henderson, asesinándole con la mirada.
—¿De qué me estás acusando, Brown?
—La has agarrado para que cayera contigo.
—¡Eso es una mentira flagrante! —exclamó el pelirrojo, y después,
dirigiéndose a su secretaria, inquirió—: Señorita Hawk, ¿usted cree que la
tiré?
—Pues sí.
—¡Estáis compinchados! —les acusó, enajenado y molesto con la
humedad que le cubría.
—Cálmate, Adam, habrá sido un malentendido.
—De malentendido nada, yo también vi cómo la aferró a él.
—Madeline, tú no intervengas.
En aquel momento, el gondolero llegó a un lugar donde podrían
desembarcar y atracó la góndola.
—Bájense.
Y así fue como los cinco fueron puestos en la lista negra de los
indeseados para los gondoleros.
***
El ser humano está tan acostumbrado a la riqueza que les otorga el primer
mundo que muchas veces no es consciente de hasta qué punto es
fundamental una buena ducha o un baño... hasta que se ve tomando
contacto con un lugar tan sucio como puede ser el Gran Canal de Venecia,
ya que, aunque posee una gran belleza, no destaca por su salubridad. Es en
esos momentos en los que agradeces tener a tu disposición agua limpia.
Por esta razón, tanto Adam como Ellie, lo primero que hicieron al llegar
a la opulenta casa de los Wright fue tomar una ducha, y en el caso del
primero, una bien fría. A la fiesta de la espuma y del jabón también se unió
Maddie, quien de ver el olor y la inmundicia que desprendía su amiga se
sintió igual de sucia que ella.
Y es que nada une más que dos mujeres se arreglen juntas.
La pequeña de los Wright, quien era una experta costurera, aprovechó
uno de los vestidos floreados que estaba confeccionando para adaptárselo a
Ellie, que, ajena de hacia dónde discurrían los pensamientos de la morena,
todavía se encontraba en la ducha.
Aquellos que pertenecían a la clase social de los amigos de Henderson
les habían enseñado desde pequeños que el dinero abre muchas puertas,
incluso aquellas que están cerradas. Sin embargo, Madeline Wright nadaba
a contracorriente de todos ellos. Sabía que el dinero era importante, pero lo
despreciaba. Había visto durante años cómo este alteraba a las personas, y
no quería tener nada que ver al respecto.
Muy orgullosa de terminar su creación para su nueva amiga, se aproximó
al baño para dejarle el vaporoso y precioso vestido que estaba segura de que
le sentaría de maravilla. Tras colgarle la pecha que cargaba la prenda al lado
del lavabo, comentó:
—Te he dejado un regalo.
La cabeza de Ellie salió por la puerta de la ducha.
—¿Cómo dices?
Tenía el pelo lleno de jabón y una expresión de incomprensión ocupando
su cara.
No había necesitado mucho más para que Maddie se encariñara con ella
enseguida. Era aquella aura de pureza, sinceridad y diversión que la
acompañaba a dondequiera que fuera la que se había ganado su confianza.
—Pareces un gnomo.
—Ay, Dios, qué vergüenza —respondió la aludida, introduciendo la
cabeza de nuevo para deshacerse el desastre.
—Había dicho que te he traído un presente, y ni se te ocurra rechazarlo.
—¿Qué es? —preguntó la señorita Hawk. Habiendo terminado de
ducharse y envolviéndose en una gran toalla, salió de la ducha. Al ver lo
que Maddie sostenía ante ella, su boca cayó desencajada—. Es una broma,
¿verdad?
—¿Me ves cara de estar bromeando contigo?
Ellie admiró dudosa el vestido negro con estampados floreados.
—Es demasiado bonito... y no creo que me valga.
—Ni se te ocurra decirme eso. Lo he adaptado pensando en ti. Te
quedará como un guante y realzará esas caderas de infarto que tienes. Solo
dime: ¿tienes sandalias?
Para Ellie, verla allí descalza, en vaqueros y camiseta holgada se le
antojó como si estuviera tratando con algún tipo de criatura mágica del
bosque.
—Tengo unas de la última vez, pero creo que el cambio de look no es
para mí, Maddie... No sabes las cosas horribles que suceden cada vez que lo
intento.
—Ellie Hawk, no creas que me voy a quedar aquí aburrida con esos tres
pasmarotes, y tampoco pienses por un momento que te voy a dejar a merced
de ellos. Tú y yo nos vamos a ir a ver los fuegos artificiales, y, después... lo
que surja.
—¿No vienen? —inquirió ella, sorprendida.
—Jesús, no. Si les incluimos tendrá que venir D’Angelo, y ni sueñes con
que voy a pasar una noche en compañía de ese... ¡bah! Mejor ni hablemos
de él.
—¿Qué ocurrió con Enzo? Parece que os odiáis.
—Por eso me caes bien, no te callas nada. No como todos estos
presuntuosos con los que tengo la desgracia de rodearme.
Ellie lo captó a la primera. Madeline no quería hablar acerca de Enzo.
Tenía que respetarlo.
—Si alguna vez necesitas hablar, estaré encantada de escucharte.
—Lo mismo te digo —respondió ella, guiñándole un ojo. Luego,
tendiéndole de nuevo el vestido, la instó—: Ahora, venga, póntelo.
—Um... Bueno, vale
Agarrándolo reticente, se encaminó a su habitación a ponérselo.
No obstante, antes de salir por la puerta, escuchó la voz amenazante de
Maddie:
—Voy a ducharme. Ni se te ocurra acobardarte y quitártelo hasta que no
te lo vea puesto.
—Sí, sí.
***
***
***
Adam Henderson se sentía molesto. Vale que hubiera accedido a aquel plan
descabellado, pero esto era pasarse. ¿Esperarlas en el salón y acoplarse con
descaro? Eso solo se les ocurriría a esos dos.
Lo más absurdo de aquello era que estaban tardando mucho.
—¿Estáis seguros de esto?
—Por supuesto, Adam, es sencillo. Le preguntamos a dónde van y nos
ofrecemos a acompañarlas
—Claro, porque no se va a notar nada que estamos preparados para ello
—apuntó el pelirrojo, señalándose las ropas que vestían.
—Hacemos esto por su seguridad.
—Y la de todos los italianos.
—Si tú ni siquiera querías venir —le reprochó Adam.
—No te equivoques, sigo sin querer, pero ya que Clare no está aquí, me
conformaré con otro tipo de diversión, así que estaré encantado de ver cómo
rechazan a Madeline Wright
—D’Angelo, dudo mucho que la rechacen —comentó repentinamente
Luke, espiando hacia el recibidor.
—¡Ja! Eso es porque no la conoces
—Bueno, no es mi estilo, pero dudo mucho que alguien la vaya a
despreciar esta noche.
—No te creo, déjame ver. —Se levantó el rubio, acercándose al lado del
castaño—. ¡La hostia! Adam tienes que venir a ver esto.
—¿Qué pasa ahora?
—¡Pero si es Ellie! ¡Dios mío! Es una diosa.
—Tu secretaria se ve caliente —murmuró repentinamente Enzo, sumido
en sus pensamientos.
Aquello provocó que Adam se tensara y caminara veloz hacia el lugar en
el que se encontraban aquellos dos cotillas.
—Apartad —demandó exigente el pelirrojo, ganándose la mirada airada
de sus dos mejores amigos.
—Eh, tranquilo, que aquí todos podemos ver —le reprochó Luke—.
Tenemos que intervenir. No han pasado por el salón como habíamos creído
en un principio.
—No creo que tengamos que decirles nada. ¿Y si las seguimos? Si se
meten en algún problema, estaremos ahí
—¿Qué dices, Enzo? Eso es espionaje en toda regla.
—Ah, ¿y esto que estamos haciendo qué es?
Mientras sus dos amigos debatían, Adam se dedicó a observar a través
de la puerta que conectaba el salón con el vestíbulo, y lo que vio a través de
ella provocó que sus dos horas de ducha se fueran por el sumidero de la
desesperación.
No podía creerlo. ¿Aquella era la señorita Hawk? Sin duda alguna, debía
ser alguna broma de mal gusto. Si Maddie se había encargado de aquel
cambio, se afiliaría al club de odio a Madeline Wright fundado por el
italiano.
Ante él se encontraba una mujer arrebatadora con un vestido vaporoso
que realzaba sus curvas de infarto. «¿Infarto? No exageres, Adam». Lo que
hasta entonces había visto como piernas regordetas embutidas en aquellos
trajes de abuela, ahora llamaban la atención de cualquier imprudente, pero
lo peor, sin duda, era que podía vislumbrar aquel delicioso trasero siendo
remarcado por el endemoniado vestido. Todo esto fue rematado por el
intrincado recogido en forma de corona que dejaba expuesta la suave piel
de su nuca.
La muchacha que se encontraba a unos metros de ellos destilaba una
combinación entre pureza y sensualidad. Todo hombre que se preciara
sabría que aquello era un arma explosiva.
La mataría. Ya la había advertido de que no vistiera indecente, y allí se
encontraba, a la caza de cualquier tipejo que se le pusiera delante.
«Bienvenido al club de odio de Madeline Wright».
Aún más resuelto, Adam sentenció:
—Iremos con el plan de Enzo.
CAPÍTULO 19
***
***
***
***
Durante toda la cena, las chicas y los dos chicos que se les habían unido se
dedicaron a conocerse.
Al parecer, eran dos hermanos que se habían tomado un año sabático y
habían decidido emprender la aventura de sus vidas, probando la vida de
mochileros antes de retomar sus rutinas diarias. Aunque a ambas
muchachas les parecieron muy atractivos, las dos sentían que les faltaba
algo. Quizás fuera que notaron los resquicios de una inmadurez todavía
presente. Sin embargo, eran divertidos e hicieron que la cena les resultara
amena.
En aquel momento se encontraban tomando un delicioso postre que
hacía que Ellie se deleitase ante aquel manjar, compuesto de un crêpe con
helado. Estaba tan concentrada en disfrutar la explosión de sabores que
entraban en contacto con sus papilas gustativas que era totalmente
inconsciente de que un poco de chocolate se apoderaba de una pequeña
parte de la comisura de sus labios. Tampoco fue sabedora de lo que este
hecho, combinado con la expresión de auténtico placer que mostraba su
rostro, provocó en los sentidos de uno de los tres hombres que se
encontraban de incógnito sentados a escasas mesas de distancia.
—Um... Tienes algo aquí.
El pequeño de los hermanos señaló el lugar concreto, ya que también
había visto la mancha de chocolate.
—¿Cómo dices?
—Que tienes... —comenzó el muchacho, pero después se lo pensó mejor
y, acercándose a ella, se lo limpió con uno de los dedos—. Así. Mucho
mejor.
Ellie estaba tan atónita por la escena que estaba viviendo que apenas se
percató del estruendo de mesas y sillas que provocó un hombre cerca de
ellos. Ella lo interpretó como la discusión acalorada de una pareja
homosexual, ya que eran las voces de dos hombres.
***
***
***
Oscuridad, explosión. Tenebrosidad, estallido. Tinieblas, detonación.
Negrura, estruendo.
Miedo, terror, pánico. Respiración agitada. Bum... Corazón acelerado...
De nuevo el rugido del dragón trajo otro temblor incontrolado.
—¿Princesa? ¿Dónde estás, pequeña?
La voz grave se filtró a través de los sentidos de una Ellie de tres años
que se encontraba con los ojos cerrados, sentada en el suelo rodeándose las
piernas con los brazos.
—¿Pa... papi?
—Eh...
Ellie no veía nada, no podía abrir los ojos Solo trataba de enfocarse en el
susurro de su padre.
—. Aquí estabas... Mamá y yo estábamos muy preocupados por ti. De
repente saliste corriendo y no pudimos verte.
—E... el dragón... da miedo.... Está enfadado, papi.
—¿El dragón?
Al principio su padre no comprendió la referencia. Pero al percatarse del
pavor que presentaba su pequeña hija, que se encontraba sentada debajo de
un banco de la calle con los ojos cerrados y con espasmos de terror,
entendió que se refería a los fuegos
— ¡Oh! Nunca te he contado la historia de las hadas, ¿eh?
Aquella referencia captó la atención de Ellie, que, todavía sin abrir los
ojos, al menos cesó de moverse de forma compulsiva.
—¿Ha... das?
—Pues claro, ese dragón que escuchas no está enfadado.
—¿No lo está?
—Por supuesto que no. Hace mucho tiempo, un hada pequeña se perdió
en su camino al reino de las hadas. Entonces, los padres de ella se
preocuparon tanto que fueron a hablar con su reina.
—¿La reina de las hadas?
Aquello consiguió captar la atención de Ellie, que por aquel entonces
amaba todo lo relacionado con el mundo feérico. Sin darse cuenta, había
abierto los ojos y observaba admirada a su padre a través del enrejado que
componía el banco.
—¡¡Sí!!
Su padre se había sentado al lado del banco e ignoraba las miradas que le
disparaban el resto de los transeúntes, quienes veían extraño que un hombre
sentado en el suelo y a una niña debajo de un banco estuvieran hablando de
historias mágicas
—¿Y qué pasó?
— Los padres, preocupados, le suplicaron a la reina que hiciera algo. Así
que esta le pidió a un amigo dragón que tenía que por favor utilizara su
rugido para guiar a la pequeña de regreso a casa.
—¿¿Y volvió??
Se encontraba tan enfrascada en la historia de su padre que fue poco a
poco saliendo de debajo del banco.
—Consiguió encontrar el camino y se reunió con sus padres, que la
regañaron por desviarse del sendero. Entonces, la reina, a cambio de la
ayuda inestimable del benévolo dragón, le concedió un superpoder.
—¿Cuál?
—Como el pobre dragón asustaba al resto de criaturas, ya que solo
expulsaba fuego por la boca, ¡decidió concederle el poder de exhalar
colores! Así que cada vez que rugiera, un torrente de colores preciosos
saldría de él.
—¿Y pudo tener amigos?
——Claro, y como estaba tan contento de que los demás ya no le
tuvieran tanto miedo que se le dijo a la reina usaría su superpoder para
ayudar a encontrar su camino a las demás criaturas que se perdieran.
—¡Oh! ¡Colores!
—¿Quieres que veamos al dragón juntos?.
—¿No me comerá?
—Yo estaré aquí para protegerte.
Esto provocó que la niña chillara de placer. Saliendo finalmente del
banco, se tiró en brazos de su caballero andante.
Y de esta forma fue como ambos llegaron a conocer al dragón mágico.
¡Y Ellie hasta lo saludó! En brazos de papá, claro, pues cuando una toma la
firme decisión de conocer a una criatura tan poderosa como es un dragón,
toda seguridad es poca.
***
Cuando Ellie despertó del recuerdo que había chocado contra su conciencia
repentinamente, se dio cuenta de que tenía que salir de allí. Comenzaba a
notar los ojos húmedos, y empezó a agobiarse. No podía estar ahí cuando
llegara, así que componiendo una sonrisa se dirigió a su amiga.
—Um... Maddie, voy a por una bebida. ¿Quieres que te traiga algo?
—Te acompaño —intervino el menor de los hermanos.
Con una sonrisa cada vez más tensa, negó con la cabeza.
—No, no te preocupes. Vendré enseguida.
«Ya viene... No, no...».
—Ellie, ¿estás bien? —demandó Maddie, preocupada.
—Sí, sí. ¿La bebida?
—No te preocupes... Te voy a acompañar.
—¡No!
—Bueno..., vale. Entonces, ¿te espero aquí?
—Claro
Pese a que se esforzaba por sonreír, en cuanto se dio la vuelta, una
lágrima comenzó su descenso por la mejilla.
Frunciendo el ceño, Maddie la observó alejarse preocupada. Estaba tan
abstraída en lo que podría ocurrirle a su amiga que no se dio cuenta de la
mirada sabedora y miserable que intercambiaron los dos hermanos.
El ambiente repentinamente cambió.
—Bueno ¿qué? ¿Nos divertimos un poco?
Adam había visto que las chicas se dirigían a la orilla con aquellos dos
idiotas, que no le gustaban nada. Ni a él ni a sus amigos, que sabían
identificar a la primera a dos depredadores en cuanto los veían.
Esta circunstancia les había hecho tener que precipitarse hacia las
cercanías de la orilla en el momento justo en el que comenzaban los fuegos.
Todo iba bien hasta que la vio. Solo fue de perfil, pero con eso bastó. La
mirada perdida en las estrellas, una expresión de auténtico dolor reflejada
en el rostro. Jamás la había visto de aquella forma, sumida en su propio
mundo interior.
Aquellos instantes le proporcionaron una nueva visión de ella. Estaba
claro que no deseaba mostrarlo ante nadie. De nuevo, sus piernas volvieron
a reaccionar por sí solas, atraídas por una fuerza superior a él. No pensó, no
sintió. Sin reflexionar nada más, se arrastró a través de la arena sin ser
consciente de que se estaba alejando de los chicos.
—Adam, ven aquí.
La voz de un Luke frenético, se perdió en el viento.
Adam Henderson solo veía una cosa.
¿Qué era aquello? ¿Un puchero?, se preguntó, intentando enfocar la vista
en la mujer del vestido floreado. No obstante, algo le paralizó sin darle
tiempo a llegar. Cuando ella sonrió hacia las estrellas y luego se dirigió a
sus acompañantes, Henderson captó a duras penas las palabras que
pronunciaba atropelladamente. Después de escuchar el intercambio de
palabras y la posterior salida precipitada de la señorita Hawk, debatió
consigo mismo sobre si continuar los pasos que dejaba ella en la arena, pero
fue en el instante en el que ella se giró dando la espalda a los demás en el
que él atisbó el rastro perdido de una lágrima. Aquello lo determinó, y ajeno
al hecho de que sus amigos hubieran cesado de llamarle, sus piernas
volvieron a cobrar vida propia y la voluntad de Adam Henderson
desapareció.
***
Ellie Hawk evitaba hablar o recordar a su padre. Para ella, la pérdida de este
fue un duro golpe debido al impacto emocional que ocasionó en su vida. No
obstante, en algunos momentos de la vida, una situación repentina colisiona
contra el subconsciente del ser humano despertando recuerdos tenazmente
guardados, pero que siguen latentes preparados para escuchar la señal del
bang que les dará permiso para quebrantar la estabilidad emocional del
propietario. Y el disparo que había activado los recuerdos de Ellie habían
sido los fuegos artificiales.
«Malditos fuegos», pensaba, limpiándose furiosa las lágrimas que no
cesaban de correr inexorables por sus mejillas. Intentaba pararlas, pero las
muy dichosas seguían cayendo. Casi parecía como si se estuvieran burlando
de ella. Tenía que parar de llorar y volver con Maddie, lo que menos
deseaba Ellie era preocupar a la dulce Maddie, quien desde que se habían
conocido había estado pendiente de ella.
«Bueno, venga, ¿necesitas llorar? Pues lloremos, pero después cortas el
rollo del sentimentalismo, ¿me has escuchado, tristeza?», reprendió
irracional a su parte emocional. Nadie podía juzgarla. En la película de
Inside Out funcionaba.
Al ceder el control para derramar cada lágrima que le requería su sistema
nervioso, los sollozos comenzaron a intensificarse.
—¿Qué hace aquí?
A pesar de que reconocía aquella voz, no conseguía relacionarla con el
lugar en el que se encontraba.
¿Henderson?
Estaba a unos metros de donde ella se encontraba sentada.
—¿Aquí? —repitió en shock y con la cara todavía empapada en
lágrimas. Evitando sostenerle la mirada, se limpió con rapidez la prueba del
delito con el dorso de la mano—. Eso es muy subjetivo, «aquí» puede ser
muchos sitios. Por ejemplo, estoy en la tierra, pero también estoy en Italia
y...
—Permítame ser más claro. ¿Qué hace sentada aquí, en la arena, lejos de
todos?
Parecía totalmente diferente, como si estuviera sobre terreno pantanoso y
temiera hundirse en cualquier instante.
—¿Es usted real? Supondré que se trata de alguna mala pasada que me
está haciendo mi subconsciente. Mi retorcido subconsciente, añadiría. Yo
creía que cuando una tenía alucinaciones se aparecía ante ti alguna figura
famosa, no sé, hubiera preferido que viniera Michael Jackson. Con esta
arena rodeándole hubiera quedado genial que se despertara cantando y
bailando Thriller
—Si quiere, puedo intentarlo... le aseguro que tengo un movimiento de
cadera que haría que Jackson volviera a caer fulminado
Henderson se acercó a ella.
Aquella frase provocó que la boca de Ellie cayera desencajada.
—Definitivamente estoy alucinando. El amargado de mi jefe jamás diría
eso.
—¡Eh! ¿Cómo que amargado? Soy humano, tengo sentimientos
—Bien, supongamos por un momento que usted es Henderson. El real.
Adam tomó asiento a su lado en la arena.
—Sí...
—¿Y qué hace aquí? ¿Nos ha seguido?
—¿Qué? Por supuesto que no. Vinimos a ver los fuegos artificiales
también. Las vimos, pero no quisimos molestarlas
—¡Ah! ¿Entonces están aquí todos? ¿Incluso Luke?
—Sí, él también —gruñó Adam, molesto con la referencia a su amigo—,
pero aún no ha respondido a mi pregunta.
—¿Cuál?
—¿Por qué estaba llorando?.
—¿Llorar? Señor Henderson, no sé de qué me habla
Ellie trató de sonreír bajo la atenta mirada de Adam, que la estudiaba con
intensidad.
Todavía tenía el rostro húmedo.
Antes de revelarle su presencia allí, Henderson la había visto llorar desde
la lejanía. Hacía escasos minutos se había encontrado ante él una mujer
diferente a la que conocía y era plenamente consciente de que tenía que
andar con mucho tiento para conseguir acceder a ella.
—Ah, ¿no? Me habré equivocado, entonces —cedió él, desviando la
vista de la joven. Tenía que dejarla ir, pues notaba la tensión que emitía la
señorita Hawk—. Ah, qué bonita noche, ¿verdad?
—¡Sí! —exclamó Ellie, entusiasmada, y, dirigiendo la atención hacia el
firmamento, añadió—: El cielo está precioso.
—¿Le gustan las estrellas, señorita Hawk?
—Oh, sí, pero no conozco nada sobre ellas...
—No soy un experto..., pero la de allí —explicó Adam, señalando con la
mano hacia un punto en el cielo donde convergían varias estrellas que para
la muchacha no tenía ningún sentido— creo que es la Osa Mayor.
—He escuchado algo sobre ella.
—Según los griegos, se llamaba Calisto y era una de las participantes del
cortejo de Artemisa. Zeus se encaprichó con ella, así que la trató de seducir.
—Cómo no... Ese hombre no podía tener ni por un segundo la hortaliza
dentro de sus pantalones —intervino Ellie, molesta, provocando que el
pelirrojo soltara una carcajada ante su frescura.
Este último notó cómo la muchacha le miraba sorprendida por aquella
reacción tan impropia de él.
—Bueno, el caso es que Hera, la mujer de Zeus, se enteró y quiso
vengarse de Calisto.
—¿Qué? ¿Y por qué? La culpable no fue ella, sino el sinvergüenza de
Zeus.
—Es probable, pero es lo que dice la historia. ¿Puedo seguir?
Debería molestarse con ella, pero le divertía a lo grande su continua
interrupción.
—Sí, perdón.
—Entonces, para ponerla a salvo de la ira de la diosa, la convirtió en osa.
Adam estudiaba con atención la reacción de la señorita Hawk. En lo que
a ella respectaba, estaba maravillada con la clase de Astrología que le había
permitido dejar atrás la tristeza del recuerdo. Así que, señalando otra
estrella, le preguntó:
—¿Y esa? ¿Qué significa señor, Henderson?
—No tengo ni idea.
—¡Oh! Me acaba de fallar
—Pero mire, aquella que está al lado de la Osa Mayor, es la Osa Menor.
—¿Son hermanas?
—No, se decía que era Cinosura, la nodriza de Zeus que le amamantaba
a escondidas cuando Cronos creía que estaba muerto con el resto de sus
hermanos.
—Qué obsesión tenía ese hombre con enviar ahí arriba a todas las
mujeres que veía desnudas.
—Solo son historias mitológicas, señorita Hawk —le explicó él,
riéndose por la aportación que hacía ella continuamente a la historia—. No
puede tomárselas en serio.
—No entiendo por qué no sonríe más a menudo, señor Henderson —
confesó Ellie, observando maravillada cómo la risa alteraba sus facciones.
Después añadió, pícara—: Está usted hasta más guapo.
—¿Eh?
Aquello desconcertó y confundió a Adam, quien no había previsto el
cauce que tomaría esa conversación.
Una persona como Adam Henderson había conocido multitud de
mujeres que llamaban la atención de cualquier hombre, pero lo que se
encontraba ante él era diferente por completo. Estaba a otro nivel. Ella lo
estaba mirando divertida, sonriéndole brillantemente despreocupada con su
corona casi deshecha, y que, por muy loco que sonara, la hacía parecer una
princesa.
De repente, Adam sintió cómo el ambiente comenzaba a cambiar. La
densidad les rodeó. Podía palpar la electricidad que regía la atmósfera. Algo
en su interior le advirtió de que, si la tocaba, se quemaría, y, sin embargo, la
piel de sus manos clamaba por sentir la suavidad de la mujer que se
encontraba delante de él. Una auténtica locura, aunque claro, tampoco
ayudaba que el traidor del viento trajera consigo otra bofetada de olor a
algodón de azúcar.
Nada de aquello tenía sentido... Tenía que apartar la mirada de ella y no
lo conseguía. Debía alejarse de aquel misterio que componía la joven y algo
se lo impedía. Incluso la muchacha parecía haberlo sentido, porque había
dejado de sonreír, estudiándole con atención.
Adam no sabía qué decir. Su cerebro no lograba componer una frase
coherente, y sobre su cuerpo había caído una losa que le impedía moverse
de aquel sitio. Algo que sí consiguió reavivar el interés de su adormilado
sistema nervioso fue cuando la señorita Hawk inconscientemente se lamió
el labio superior. Esta circunstancia provocó que Adam Henderson gruñese.
«Lárgate de aquí, Adam», le aconsejó su parte racional, sin conseguir
apartar su atención de ella.
—Gracias, señor Henderson.
Adam no supo qué responder a aquello, así que optó por lo que haría
cualquier superviviente: huir. Por lo que, levantándose de la arena, le
sugirió:
—¿Volvemos?
—Sí.
La sorpresa la embargó cuando se percató de que Adam le tendía la
mano para ayudarla a levantarse.
Sintió algo de temor por entrar a reflexionar sobre ello.
Algunas personas sostienen que las noches son preciosas, mas el crepúsculo
en la costa de Venecia era mágico. Caminar por la playa sintiendo la arena
deslizándose por tu piel, tener la luna como testigo del ambiente
electrizante que se cernía entre la persona que te acompañaba y tú... Así era
como se sentía Ellie Hawk regresando con su jefe hacia el sitio en el que se
suponía que tenía que estar su amiga.
No obstante, tiempo después de que Adam y Ellie volvieran en silencio a
la orilla donde se suponía que debía estar Maddie, ambos comprobaron que
la morena no se encontraba por ningún lugar.
—Qué extraño, la he dejado aquí...
—A lo mejor ha ido a tomarse algo.
—No la veo por ningún sitio.
—¡Ellie! —escucharon que les llamaba la voz de alguien que
reconocieron como Luke.
La aludida se giró, buscando el punto de procedencia, y la visión que se
encontró ante ella la dejó sorprendida. Enzo iba hacia ellos con paso
acelerado y más serio de lo habitual, pero detrás de él iba Luke
acompañando a una calmada Maddie.
—¡Maddie! Perdona por irme de repente. Cuando he vuelto y no te he
visto por ningún lugar, he empezado a preguntarme si no habría pasado
algo. ¿Qué ha ocurrido?
Al verla llegar, la joven sonrió dulcemente y la tranquilizó.
—No, no ha pasado nada, no te preocupes.
—No es...
La explicación de Luke murió en sus labios, porque Maddie le propinó
un golpe para que se mantuviera callado.
Lo que menos deseaba era inquietar a su amiga, pues empezaba a
percibir la inocencia de Ellie Hawk, quien veía el mundo de una manera
optimista, y Maddie, aunque la conociera de escaso tiempo, sentía la
necesidad de protegerla de la cara más podrida de la sociedad.
—¿Y los hermanos?
Extrañada, Ellie les buscó sin percatarse del intercambio comunicativo
no verbal que se producía entre la joven y el castaño.
Ante aquella pregunta, el italiano gruñó.
—Digamos que tenían unas cosas que hacer y se fueron antes...
Al ver que Maddie no quería que Ellie se enterase de nada, Luke
permaneció callado. Sin embargo, aunque la señorita Hawk se hubiera
creído aquella historia, Adam Henderson había captado el golpe que le
había propinado Madeline Wright a Luke. Todo eso, sumado a la dura
actitud que irradiaba el italiano, daba como resultado que algo había
sucedido.
—¿Nos vamos de aquí ya?
Y así fue como el quinteto protagónico puso fin a la noche de estrellas y
fuegos artificiales.
Cuando los cinco llegaron a la casa de los Wright, ya era muy tarde. Las
chicas se fueron a sus respectivas habitaciones a prepararse para dormir
mientras que los otros tres hombres se acomodaron en la terraza para
tomarse unas cervezas.
—¿Dónde fuiste, Adam? —interrogó Luke, molesto—. Te llamé y
seguiste adelante.
—Tuve que ir a resolver unos asuntos.
Aquel momento esporádico con la señorita Hawk bajo las estrellas
todavía le inquietaba. No se reconocía a sí mismo, y no estaba seguro del
todo de querer estudiar en profundidad sobre ello.
—¿Y esos asuntos involucraban a Ellie?
—¿Por qué lo dices?
—Al regresar os vimos juntos.
—Eso fue porque coincidimos en el mismo lugar. Además, ¿no
habíamos acordado que no nos dejaríamos ver? —preguntó hipócritamente
Adam, sorteando el tema.
—Eso no es culpa nuestra, la muchacha casi es atacada —confesó Luke,
recordando la escena que había acontecido ante ellos.
—¿Cómo? ¿Por los hermanos? —inquirió Adam—. ¿Y qué hicisteis?
—Esos cobardes salieron huyendo. Nosotros no llegamos a escucharlo
todo, pero creo que Maddie no quiere hablar sobre el tema —explicó Luke.
—Esa idiota siempre está metiéndose en problemas —gruñó Enzo—. Si
le hubiera pasado algo, Clare me habría cortado los cojones.
—Esa es otra. ¿Te parece normal tratar así a una mujer que ha sido
atacada?
—¿Qué mierdas sabrás tú, Brown? Mejor no te metas.
—¡Eh! Tíos, relajaros.
—En serio, Henderson, ¿qué te traes con Ellie?
—Te lo acabo de decir, Luke. Nada. Solo es mi secretaria.
—Ya, claro...
—¿Olvidas que tengo novia?
—Sí —se mofó Enzo por primera vez—. La estirada lo castraría si se
enterase de que se fugó con Ellie.
—¿Quién habla de fuga? No pienso dejar a Sasha. ¡Y deja de llamarla
estirada!
—¿Siquiera la has llamado? —indagó el italiano, divertido.
—He estado muy ocupado, no he tenido mucho tiempo...
Luke miró sospechoso a Adam. Su amigo estaba cambiando y ni siquiera
se daba cuenta.
—¡Oh! La bruja estará subiéndose por las paredes. Ya quiero verle la
cara
—¡Calla, D’Angelo! ¿Siquiera sabes cuándo viene Clare?
—Al parecer, le va a tomar un día más... Cosas de la empresa —comentó
el italiano, desilusionado.
—Bueno, mientras tanto podemos divertirnos nosotros.
—Pero es que vosotros no me podéis dar la diversión que yo necesito,
Brown.
—Enzo, tío... No nos interesa saber esos detalles sobre ti —espetó
Adam, levantándose para irse.
—Oh, menudo cobarde, como si tú no lo hubieras hecho nunca.
—Que sí, lo que tú digas... Yo me largo a mi habitación
Hastiado, Adam entró de nuevo a la casa ignorando que, a cada paso que
daba, escuchaba las carcajadas de los otros dos.
***
Calor.
Oscuridad.
Ellie solo vislumbraba una lobreguez apacible. Aún con los ojos
cerrados, empezó a notar que una suave luz anaranjada traspasaba sus
párpados. No estaba segura de querer abrir los ojos, pues había empezado a
escuchar crepitar algo. Sin embargo, tenía que ser fuerte.
Abrió un ojo castaño y lo que se encontró ante ella la dejó aterrada. La
sangre se le congeló en las venas.
Una ciudad en llamas.
El mundo ardía, y ella se encontraba acurrucada en el suelo en posición
fetal. Tenía que levantarse o las lenguas de fuego la consumirían. El fuego
estaba llegando. No había nadie con ella... O eso creyó en un primer
momento.
A mucha distancia de ella se encontraba un niño desconocido jugando a
la pelota. Podría quemarse en cualquier momento.
—Eh... Niño, ten cuidado. ¡Ven aquí!
El pequeño no pareció escucharla. Repentinamente agarró el balón,
dando la impresión de que había percibido algo. Después se giró hacia una
zona indeterminada para Ellie y comenzó a correr.
La muchacha, que estaba aterrada y comenzaba a sentir muchísimo calor
a causa de las llamas, no quiso quedarse sola y comenzó a seguirle
corriendo. Tenía que ser rápida o lo perdería.
El niño giró en una calle y se adentró en una pequeña casa alejada de la
ciudad en llamas. Parecía tranquila a la par que lúgubre. No quería entrar,
pero si no entraba, el fuego acabaría llegando hasta ella.
Acercándose cuidadosamente a la casita, agarró el pomo negro de la
puerta, lo empujó y se dispuso a internarse en la oscuridad desconocida.
Nada de lo que hubiera podido imaginar que podría contener la casa la
preparó para lo que había dentro del interior Parecía que había entrado en
una prisión de metal en la que en el centro se encontraba un osito de
peluche gigantesco. Todo estaba en calma, quietud máxima regía el
ambiente.
No había ni rastro del niño que había seguido.
Ellie se acercó al muñeco, y, poniéndose delante de él, lo estudió con
detenimiento. Era marrón clarito, como esos que ganan los niños en la feria,
pero tenía la peculiaridad de tener por ojos dos pozos negros e insondables.
Estaba tan concentrada inspeccionando el cuerpo del oso que no reparó en
que el peluche comenzaba a mirarla con interés.
—¿Sí o no? —preguntó con voz sepulcral.
Ellie dio un brinco, asustada por la repentina voz que acababa de salir
del muñeco.
—¿Me dices a mí?
—¿Sí o no?
Ellie decidió que tenía que ser ella, porque no había nadie más en la
habitación.
—No entiendo lo que me quieres decir... Sí o no ¿sobre qué?
—¿Sí o no?
—Bueno, vale... ¿sí? —resolvió, dudosa, evaluando sospechosamente las
intenciones del juguete que se cernía sobre ella como una presencia
amenazante.
No obstante, Ellie supo que había elegido mal en el momento exacto en
el que el rostro del peluche demudó en una sonrisa... ¡Estaba sonriendo
encantado con su respuesta!
Aquel gesto la aterró.
—¿Qué...? ¿Qué he dicho?
No hizo falta que el oso la contestara. La habitación estalló en llamas y
Ellie cayó al suelo tosiendo con fuerza.
No podía respirar.
El fuego volvía a estar ahí, cerniéndose sobre ella, pero esta vez sus
músculos no respondían para huir. No tenían suficiente oxígeno. Ella
miraba horrorizada al juguete, sujetándose la garganta; luchando por
conseguir algo más de aire.
El juguete le sonreía sin piedad.
—¿Te ayudo?
—S...
Sus cuerdas vocales no podían articular apenas la palabra afirmativa,
pero el muñeco pareció entenderla.
—Pronto se acabará.
Aquello fue lo último que Ellie escuchó antes de ver cómo el oso
sostenía en lo alto una barra de hierro y descendió el brazo articulado hasta
impactar el objeto contra ella. La joven solo sintió un impacto seco y
doloroso atravesar su corazón.
Y Ellie Hawk gritó como nunca lo había hecho en su vida.
***
***
***
***
***
***
***
Se dice que los momentos importantes de la vida son aquellos que definen y
caracterizan la manera de ser y actuar de una persona. Somos el resultado
de un componente biológico y experiencial que, fusionados, forman un ente
que vive, siente y piensa. Pero en el instante en el que Ellie Hawk fue
acercada impetuosamente a la boca de Adam Henderson, una de estas
reglas universales falló; se desintegró junto con el libre albedrío de la
muchacha.
Dejó de pensar. Únicamente sentía y se dejaba caer en aquel frenesí sin
principio ni fin.
¿El mundo podía dar vueltas? ¿La tierra debía temblar de aquella forma?
No estaba segura. Lo que sí tenía claro es que ni en cien años olvidaría esa
maravillosa experiencia.
Al principio había estado tan sorprendida que lo primero que pensó era
que desconocía qué pasos tenía que seguir para corresponderle de forma
adecuada, mas no hizo falta, pues Henderson la guio como un maestro
experimentado. Con la punta de su lengua, la obligó a abrir los labios, y fue
en el instante en el que él se introdujo dentro de ella que ambos ardieron. El
universo giró y giró para las dos almas que se reconocieron en aquel idilio
improvisado e inesperado. Ambos fueron envueltos en un torbellino de
emociones y sensaciones poderosas. El beso, que empezó siendo
impetuoso, se fue tornando ansioso y furioso. Aquel loco y sensual labio
inferior la estaba volviendo loca. Las lenguas se entrelazaron infinidad de
veces con vehemencia y necesidad. La intensidad ascendió, y, con ella, la
confianza de Ellie, que lo rodeó con sus brazos por el cuello para acercarlo
más a ella.
Sentir. Solo quería sentir más. Estaba borracha de aquel recién
descubierto nuevo mundo en el que Henderson la había envuelto. Todos sus
reparos y prejuicios fueron relegados al lugar más lejano de su conciencia.
Solo importaba el momento de ahora y tenerlo más cerca. Mucho más.
Sin duda, lo que tuvieron en aquella heladería no se podía considerar su
primer beso. Esto era diferente. Arrollador, vibrante, demoledor.
Adam no podía creerlo. Lo que había comenzado como un acto
irracional e impulsivo se había convertido en una delicia de sabores. La
señorita Hawk había resultado ser toda una caja de sorpresas.
Su torpeza del comienzo lo enterneció, por lo que decidió mostrarle
cómo debía hacerlo. Había notado que sus labios eran suaves y voluptuosos,
pero fue en el instante en el que él se disponía a enseñarle cómo tenía que
hacerlo que una certidumbre impactó contra él, dejándole sin aliento.
Aquella lengua, que estaba seguro de que llegaría a ser muy traviesa, era
una maravilla. No solo olía a algodón de azúcar: sabía jodidamente como
uno.
Lo peor era que no conseguía despegarse de ella. Ansiaba más.
Cuando sintió que la joven le rodeaba con sus brazos y lo acercaba más a
ella, creyó morir entre algodones. Escuchar el repentino gemido que escapó
de labios de la muchacha provocó que Adam soltara un gruñido gutural
totalmente involuntario. Profundizando el beso, la empujó hasta dejarla
encerrada entre la pared y su cuerpo. Presionándola contra sus caderas,
logró captar sus curvas deliciosas. Fue consciente de su feminidad
llamándole como los cánticos de aquellas sirenas que relataba Homero.
Percibiendo cómo lograba despertar con furia su virilidad, la aferró
férreamente por la nuca para saquear su boca. Tenía que parar, pero no
podía: una impetuosidad indeterminada lo absorbía y arrastraba a seguir
asaltando la dulce e inexplorada cavidad de la señorita Hawk. El hecho de
ser consciente de que era el primero en besarla lo enloqueció. Con esta
afirmación impregnando cada fibra de su ser, volvió a adentrarse en su
interior con violencia.
Un sentimiento de posesividad aletargado despertó súbitamente en él.
Necesitaba marcarla. Sacarla de allí y hacerla suya. Pero aquello era un
total sinsentido. Estaba delirando por los días de abstinencia. Tenía que
soltarla y alejarse.
Con una determinación que no creyó reconocer en sí mismo, se
desprendió de su boca, pero aún no podía dejarla ir. Sentir la sinuosidad de
su cuerpo embutido en aquel vestido del demonio lo estaba desquiciando.
Una tortura y deliciosa locura. Apoyando su frente en la de ella, ambos
alientos se entremezclaron con las respiraciones aceleradas, demostrando
ante los dioses cuánto les costaba respirar.
Aquel beso les había consumido mucho más de lo que alguna vez
pudieran imaginar. De repente, percibió cómo la señorita Hawk comenzaba
a temblar entre sus brazos.
El deseo. Sabía que acaba de descubrir las sensaciones ocasionadas por
un apetito sexual truncado, y él maldijo. Gruñó porque sus bajos instintos y
la razón habían comenzado una lucha de voluntades desaforada.
Pese a que sabía que debía dejarla ir, no lograba hacerlo.
—Joder.
«Maldita abstinencia». Tenía que ser eso.
Todavía entre sus brazos, Ellie notaba su pulso acelerado. Su sistema
nervioso amenazaba con colapsar.
—Vaya... eso ha sido... Guau... y me quedé como... ¡Guau!...
No entendía por qué se sentía tan intranquila. Sus pechos pesaban,
doloridos y comprimidos en el escote, y notaba una humedad desconocida
entre las piernas.
—Bueno —comenzó Adam, recuperando el oxígeno. Después, añadió
bruscamente—: Ahí tiene lo que quería. Ya no hace falta que lo busque en
Luke.
—Pero ¿qué dice?
La humedad se volvió cada vez más incómoda con cada palabra que
Henderson le lanzaba.
—Lo que ha oído. ¿Ese plan descabellado que ha ideado? Vaya
olvidándose de él. En cuanto acabe esta dichosa noche, nos iremos a París.
—¿Eh? —exclamó, sintiendo que su cuerpo, que había estado en llamas
hacía unos instantes, comenzaba a enfriarse. No entendía nada de lo que
decía su jefe. ¿París? Pero ¿qué demonios?—. ¿Y Roma? Aún no hemos
resuelto lo del hotel.
—Luke se encargará de eso. Usted y yo nos vamos al de Francia.
—¿Y mi beso?
—Le acabo de decir que se olvide de besar a mi amigo.
—Me refiero a este, cabeza de alcornoque. ¿Qué? ¿Me besa y después
quiere arrastrarme así, nada más que a París?
—¿Acaba de llamarme alcornoque?
Adam aún no conseguía adaptarse a la desfachatez de aquella mujer.
—Pues sí, tiene la sensibilidad de una serpiente. ¿Por qué lo ha hecho
siquiera?
La señorita Hawk parecía muy enfadada y aquello le sorprendió. Al fin y
al cabo, le había dado lo que ella buscaba.
—Usted lo pidió. Considérelo un extra. Como las pagas de las dietas,
pero en un terreno más personal.
—¿Cómo dice?
—No tiene más importancia. Dijo expresamente que no le importaba con
quién fuese, así que, como hoy me sentía benévolo, accedí a su petición.
—¡Oh! ¡Era mi segundo beso! —le reclamó enajenada.
—¿No estuvo bien?
—Sí, sí... digo... no. ¡NO!
Había sido increíble, pero no podía darle esa satisfacción.
—¿Todavía siente deseos de ir a asediar a mi amigo?
Esa frase enfureció aún más a Ellie, quien no podía seguir los
pensamientos de aquel arrogante pomposo.
—¿Y a usted qué le importa?
—Me interesa el porvenir de mis amigos. Y usted no le conviene.
—¿Se está escuchando?
—Si aún tiene ganas de ir a tirarse a los brazos de Luke, tendré que
volver a intervenir —amenazó él, acercándose más a ella.
«Oh, joder, sí», clamó la voz del deseo, recién despertada en Ellie.
«¿Y tú quien mierda eres? Largo de aquí», ordenó la razón, alterada por
la presencia del nuevo integrante.
—¿Intervenir? Por el amor de Dios, ¡tiene novia!
—Esto es mucho más importante que el amor. Se trata de amistad. Por
los amigos se hacen muchas cosas. Luke me lo agradecerá con el tiempo.
Ahora, deme su palabra de que no increpará sexualmente al señor Brown.
—Pero no puedo prometer eso.
—De acuerdo, usted lo ha querido.
Adam comenzó a acercarse a ella de nuevo. No escaparía de sus brazos a
menos que lo prometiera.
Sus labios quedaron a escasos milímetros de los de la señorita Hawk. La
virilidad de Adam Henderson saltó por la anticipación.
—¡Espere! —clamó Ellie, alzando las manos en señal de rendición. No
quería seguir con aquel juego retorcido, por muy placentero que este fuera
—. Vale. Solo por esta noche.
—Perfecto, me complace saber que hemos llegado a un acuerdo —
sentenció. Separándose de su cuerpo, ordenó—: Volvamos al salón.
Perder el calor que había provocado el contacto con él fue como si le
hubieran tirado un jarrón de agua fría. Ambos se encaminaron a la estancia
donde los invitados seguían bailando ajenos a todas las situaciones que
estaban aconteciendo en aquella tórrida noche de San Marcos.
***
***
***
***
Ellie se dejó arrastrar por Luke hasta lo que parecían ser unos jardines
situados detrás de la mansión.
Ambos se echaron a reír en cuanto fueron conscientes de su huida
frenética.
—Esto me recuerda a una ocasión en la que también fui arrollado.
—¡Ay, Dios, sí! A mí también me pasan ese tipo de cosas siempre... Soy
una torpe. ¡Cuánto lo siento, Luke!
—No te preocupes, fue diferente y divertido. Además, quería hablar
contigo.
—¿Sobre qué?
Curiosa, observaba cómo los ojos chocolate del hombre cambiaban de
intensidad.
—Sé que Adam y tú os iréis a París dentro de poco.
—Ah, ¿sí? Qué suerte. Yo me he enterado esta noche —respondió ella,
recordando indignada que Henderson le había soltado a bocajarro y de
malas maneras la información después de besarla.
«Estúpido idiota...».
—Bueno... Sin darme cuenta se me echó el tiempo encima y no encontré
el momento adecuado para decirte que me pareces una persona increíble.
Eres divertida, inteligente, paciente, fuerte... Para aguantar la amargura de
mi amigo hay que serlo. ¡Y mírate! —exclamó Luke, señalándola de arriba
abajo—. También eres preciosa y jodidamente sexy. ¿He dicho ya que con
ese vestido pareces una diosa? Porque, si no lo he dicho, de verdad,
golpéame.
Ellie se quedó estupefacta ante aquella confesión inesperada. Luke era el
hombre más dulce y caballeroso que había conocido... y estaba ahí,
diciéndole que ella... ¡Ella!, Ellie Hawk, le parecía increíble. Casi parecía
un sueño. Si se lo hubieran dicho años atrás, hubiera creído que era una
locura que un hombre como aquel estuviera llamándola «sexy y preciosa»
...
—Luke..., no sé qué decir...
Y era verdad. No había estado preparada para aquello. Al principio de la
noche estaba decidida a poner en marcha el plan ideado con Maddie, pero
ahora que él ponía aquello ante ella, no sabía cómo actuar.
—No tienes que decir nada, solo... ¿me dejas intentar algo?
Una sonrisa traviesa se extendió por su cara.
—¿El qué?
—Esto.
Sujetándola por la nuca, la sostuvo hasta depositar su boca encima de la
de la muchacha, quien en aquel instante estaba atónita.
«O sea, universo, Dios, karma o lo que sea que esté ocasionando esto:
¿en qué piensas? Durante veinticuatro años no se me acercan ni las moscas
del estercolero y ahora estoy aquí, siendo besada por dos... ¡en la misma
noche! ¿Esto es alguna clase de retorcido experimento? ¿Habrá alguna
cámara? Como me salga algún tipo con peinado raro diciéndome que he
sido víctima de alguna broma pesada, colapsaré aquí mismo».
Ellie estaba tan sorprendida que su mente había activado un mecanismo
de defensa y comenzado a delirar.
Tras superar el shock inicial, comenzó a debatir consigo misma. Bien
visto, ¿quién era ella para contradecir los designios de su destino? Tomaría
lo que aquel chico sexy le daba y lo disfrutaría.
Se concentró en sentir sus suaves labios invadiendo los suyos y se
preparó para el impacto. Ellie abrió la boca, solícita, para permitirle la
entrada a Luke. Notó la lengua de él acariciar la suya y le agradó. La besó
con dulzura, probándola, conociéndola. Poco a poco fue aumentando la
intensidad, y Ellie se tensó esperando la colisión de emociones.
Mas no llegó.
El hombre besaba deliciosamente, pero su mundo no giró ni hubo
explosiones internas. Ella, frenética, le devolvió el beso, desesperada por
notar algo más. Tenía que haber algo. «¿Dónde está el dichoso
interruptor?». Sabía genial, pero no conseguía que se moviera la tierra.
«¿Sería descarado que le pidiera que me toque?», caviló, frustrada por no
encontrar lo que buscaba. «A lo mejor con cada hombre es diferente», se
tranquilizó. Con Luke había experimentado dulzura, con Henderson,
frenesí. Aquel hombre la había hecho sentirse ardiendo.
Una locura, no tenía ningún sentido.
Su plan se había ido por el sumidero de la decepción.
«¿Por qué diablos me pasa esto? Es perfecto, placentero... pero no
consigo notarlo. No viene...».
Era injusto. El único hombre que había considerado perfecto no
conseguía activar lo que el imperfecto encendió en ella.
Ellie notó el momento en el que la intensidad del beso fue menguando.
Luke se retiró sonriendo.
—Ha sido genial —comentó Luke. Después añadió, preocupado—:
Espero que no te haya molestado que me lanzara de esta forma...
—No, no te preocupes
Estaba muy decepcionada consigo misma.
—Sé que nos conocemos desde hace poco, pero me gustas y quería darte
un beso como despedida.
—Ay, Luke, tú también me gustas.
Le emocionaba lo dulce que era el hombre. Y lo hacía. Incluso si el
mundo no había girado con él, Luke era una persona a la que siempre le
tendría un cariño inmenso.
—Espero que en un futuro nos podamos encontrar y sigamos
conociéndonos más.
—Por supuesto.
—La echaré de menos, señorita Hawk —pronunció el castaño, imitando
la voz amargada de Henderson.
—¡Luke! No es así —le reprendió Ellie, divertida. Después, simulando
la voz del idiota de su jefe, añadió—: Es más parecido a... No tiene ninguna
clase, señorita Hawk.
—Intenta tener paciencia con él. Es un bruto, pero en el fondo tiene buen
corazón.
—Sí..., aunque creo que jamás conseguiré caerle bien.
—Ya lo haces, pero es un orgulloso como para reconocer las cosas. Dale
tiempo.
—Vale.
—Venga, volvamos o ese idiota nos matará.
—Dios, sí... ¿Viste qué cara puso?
Entre carcajadas ambos se adentraron en la mansión de nuevo en busca
de los demás.
CAPÍTULO 22
***
***
***
Hay ocasiones en las que los designios del destino te sorprenden, asaltan tus
sentidos provocando que te preguntes qué fue lo que pasó para haber
llegado hasta ahí.
De esta forma se sentía Adam Henderson cuando la persona que contestó
al teléfono no fue la propietaria del mismo. No entendía qué hacía un
hombre a esas horas en casa de su novia. Jamás había sucedido algo similar,
y eso que acostumbraba a viajar. Hasta entonces, Sasha no había tenido
ningún problema.
Aunque, claro... también en situaciones anteriores habían mantenido
mayor contacto.
—¿Quién eres?
—¿Y tú?
—¿Yo? Soy el novio de Sasha. ¿Dónde está ella? Y ¿quién eres tú?
—¿Señor Henderson? ¿Es usted?
El hombre le conocía. Solo hacía falta que él también consiguiera
adivinar de quién se trataba.
—El mismo. ¿Alguien me puede explicar qué está pasando ahí? —
espetó el pelirrojo, inquieto.
«A ver si se va a estar follando a uno de la empresa...», caviló. Mas no
podía ser. Sasha y él habían estado juntos desde el instituto, no le haría eso.
—Ay, sí... La señorita Sullivan no se puede poner ahora mismo, señor
Henderson
—¿Y por qué no? —indagó, perdiendo la poca paciencia que tenía.
—Básicamente porque está inconsciente.
—¿Qué?
¿Sasha había vuelto a beber? La cosa debía estar muy mal.
***
Ellie Hawk se despertó con los rayos del sol atravesando la ventana de su
habitación. La noche anterior se había dedicado a preparar el equipaje y
encontrar un vuelo en clase business que se adecuase a los deseos y
necesidades del señor Henderson. Es decir, uno directo y con todos los lujos
incluidos.
Su primer pensamiento fue destinado a la carísima compra que había
realizado por la madrugada.
«Novecientos euros ha costado la broma. ¡Por persona! Menos mal que
es el dinero de Henderson. Si me tocara a mí pagar ese sinsentido, tendría
que venderle un riñón al mercado negro, pero antes de que vinieran a por él,
reclamaría a la compañía que me pusieran como mínimo una tuna y un
masaje en los pies», fantaseó Ellie, imaginándose a un azafato
descontracturándole la espalda en paños menores. «¿Incluirían el servicio
de abanicar?».
El vuelo salía sobre las dos de la tarde. Lo hizo de esa forma para que
les diera tiempo a despedirse de sus amigos. Antes de irse a dormir le había
enviado a su jefe un mensaje y una foto adjuntas para avisarle de la compra
de los billetes. No obstante, el idiota había visto el mensaje, pero, como
siempre, no le había contestado.
«Estúpido... Ni siquiera sabe dar las gracias. Tanto hablar de clase y él
parece sacado de alguna universidad de pijos, ricos y maleducados».
Recordar al ególatra de su jefe provocó en ella sentimientos encontrados.
Los sucesos acontecidos durante la noche anterior la asaltaron de golpe.
«Eres una idiota, Ellie. Mira que sentir aquello por ese imbécil y no con
Luke... Espera que encuentre a Rachel, voy a tener unas palabritas con ella
acerca de la manera en la que me realizó. Mi cerebro no se pudo haber
fabricado peor», sSe reprochó a sí misma, frustrada. «Pero no pasa
absolutamente nada. En París encontraré al macho que necesito. Ese que me
haga girar la habitación trescientas veces por segundo cada vez que me
bese. No es que Luke no sea un avezado maestro; a lo mejor es que
simplemente no es para mí».
Comprobó el reloj: las once de la mañana. Bueno, le quedaban tres
horas, así que más le valía ir a desayunar.
Se atavió con un pantalón deportivo gris que usaba para estar en casa y
una camiseta corta blanca con una sudadera a juego con el pantalón, se hizo
una coleta alta y decidió que ya era hora de bajar Una vez llegaran a París
se cambiaría allí de una forma más correcta, pero teniendo en cuenta que
durante ese viaje solo la vería el idiota de su jefe, poco le importaba lo que
él pensara de ella. Total, ya la tenía en muy baja estima, su opinión no iría a
peor.
Después de dejar hecha la cama y la maleta al lado de la puerta, se
encaminó en busca de Maddie. Estaba preocupada por la muchacha. La
había visto muy alterada cuando se encontraron con ella durante la noche.
Prácticamente había salido huyendo de la fiesta y no había querido decirle
nada sobre qué podía haber ocurrido, aunque Ellie no era tonta: en cuanto
se enteró de que Enzo se encontraba en la mascarada, dedujo que algo
habría sucedido entre ellos para que su amiga se inquietara de aquella
forma. No obstante, Maddie no se había querido pronunciar acerca del tema
y parecía como si quisiera olvidarlo. Así pues, a Ellie lo único que le
quedaba por hacer era respetar sus deseos.
Sin duda, de alguna manera, aquella noche había resultado movida para
los cinco. Si no, que se lo dijeran a ella, que había sido besada por dos
hombres diferentes con escasos minutos de diferencia.
«Soy como un digimon, he pasado de no comerme un colín a ser una
casquivana de los besuqueos», se dijo amargada, llegando a la habitación de
Maddie. Al tocar la puerta, no encontró respuesta alguna detrás de ella.
«Debe estar desayunando... o en la cocina», resolvió Ellie, quien ya
empezaba a conocer los hábitos diarios de su amiga.
Transcurrido un tiempo, y al no encontrarla desayunando en el salón, se
encaminó hacia la cocina. Allí se encontró a su amiga. Estaba fregando
unos platos que Arabella había dejado mientras cocinaba. Esta última se
estaba encargando de regañarla, señalándola con una espátula.
—Señorita Maddie, pare ya. Vaya con sus amigos a desayunar al jardín.
—¿Jardín? Esos ni siquiera son mis amigos, Bella. Son los del señor
D’Angelo.
—Eso es porque no interacciona más con ellos. ¡Siempre apartándose...!
Si se dejara conocer, llegarían a ser los suyos también.
—No me interesa. Estoy bien tal y como estoy —desestimó la joven. No
obstante, se percató en la presencia nueva en la estancia—. ¡Ellie! Por fin
has despertado. Como anoche te acostaste tarde, no quise ir a llamarte.
—Oh, gracias. No he podido evitar escucharos. ¿Están los chicos fuera?
—Sí, ahí están. Tu avión salía a las dos, ¿no? ¡Podríamos desayunar
juntas! —ofreció Maddie con una sonrisa, sin darse cuenta de que Arabella
la separaba del fregadero.
—Me gustaría mucho.
—Mira, ya que ha venido la señorita Hawk, ya puede usted salir con los
chicos ahí fuera. Las llevaré el desayuno en nada.
***
«Una mala paz es siempre mejor que la mejor de todas las guerras».
Cicerón
***
Muchas personas luchan por llegar a fin de mes mientras que otras lo hacen
para incrementar su cuenta bancaria. Por lo tanto, cabría la posibilidad de
preguntarse la siguiente cuestión: ¿el dinero está sobrevalorado?
La mayoría de los pertenecientes a la clase media han fantaseado alguna
vez sobre el factor lotería, y Ellie Hawk no es la excepción a esta regla. Al
haber sido pobre durante toda su vida, siempre se había consolado
diciéndose que el dinero no era tan importante como decían, pero al
encontrarse reposando sus posaderas en aquel asiento de cuero que era más
cómodo que su cama, comprendió por primera vez por qué los ricos eran
los más avariciosos. Sencillamente no querían perder lo que ya tenían.
Aunque seguía sin entender la razón de aquella necesidad de poseer
siempre más que los demás. Para ella, lo más importante era la felicidad.
Cuestionándose ese hecho, estudió a Henderson, que se encontraba
sentado a su lado, intentando averiguar aquella respuesta.
Él se percató de que el interés de su secretaria estaba fijo en él.
—¿Qué piensa de la primera clase? ¿A que no tiene nada que ver con la
chusma con la que me hizo viajar la última vez?
—Um... Hasta ahora solo he podido ver la diferencia en que el asiento es
más cómodo y que puedo estirar mejor las piernas. ¡Ah!, y en que mis
muslitos no están tan juntos como la otra vez. Aquí puedo sentarme como
todo un gamberro —bromeó Ellie, abriendo las piernas y adoptando la
postura desgarbada propia de los hombres con poca clase.
—¡No se comporte tan vulgar!
Pese a su recriminación y a que se mostrase anonadado, se estaba
divirtiendo a lo grande.
—Ya paro, hombre... Qué susceptible —lo tranquilizó la joven, cerrando
las piernas. Adquiriendo una posición de señorita tomando el té,
sosteniendo una taza imaginaria, levantó el meñique y añadió—: ¿Así
mejor?
—¡No tiene ninguna clase!
—Oh... No exagere, solo bromeaba.
Ellie sonrió. Le encantaba hacerle rabiar. La cara de sorpresa que
componía con aquel pelo rojo como el fuego le hacía mucha gracia.
— Pero cuénteme: ¿en qué es diferente de la clase turista?
—En el trato.
Adam reparó en una una azafata que se acercaba a ellos para ofrecerle
dos copas de champán.
—¿Quiere una copa, señor?
—Sí, por favor.
El alcohol le ayudaría a dormir algo durante el viaje. Esperaba poder
conciliar el sueño y no ser perseguido esta vez por nada relacionado con la
mujer que se encontraba a su lado.
—¿A estas horas de la mañana? O sea, no quería tomarse la tableta de
chocolate que le di, pero está ahí como buen alcohólico pimplándose una
copa de champán mañanera.
***
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«Siempre hay algo de locura en el amor. Pero también hay siempre una
cierta razón en la locura».
Friedrich Nietzsche
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21:00pm.
Ellie, que iba cargada de compras, consiguió llegar al hotel con
suficiente antelación para cambiarse. Su vacilación para escoger una prenda
adecuada había ocasionado que perdiera un tiempo valioso, provocando que
apenas le diera tiempo a estudiar el vestido que había elegido y, en
consecuencia, hubiera tenido que darse prisa para visitar la peluquería. En
esta habían obrado magia con su pelo, creando unos preciosos tirabuzones
que enmarcaban su rosto cuadrado.
Una vez instalada en su dormitorio, se contempló enfrente del espejo del
baño y reconoció a regañadientes que quizás Henderson tuviera algo de
razó. Su magnífico peinado no lucía bien con la ropa que ella había
considerado adecuada para su puesto de trabajo.
Desanimada con esa repentina revelación, se desembarazó del atuendo
con el que iba ataviada y se embutió en el vestido negro con el que la
dependienta la había convencido.
Se trataba de un modelo tubular con cuello barco y corte por debajo de la
rodilla. Definía su figura, remarcando sus curvas, y, aunque fuera ajustado,
el color minimizaba el efecto de la grasa que tenía en el estómago. Percibía
que le comprimía un poco las piernas, lo que aseguraba a la larga el
rozamiento de estas, y si se remontaba a épocas pasadas, sabía que sus
muslos acabarían heridos. El problema residía en que no había encontrado
las medias que compró en Roma, y sabía que tendría consecuencias.
No obstante, lo que no tenía era tiempo, así que se calzó con rapidez los
primeros tacones rojos que había encontrado en la tienda y terminó de
maquillarse naturalmente siguiendo las indicaciones de un tutorial de
YouTube.
Cuando quiso darse cuenta, eran las nueve y media. Soltando un
juramento, fue corriendo, o, al menos, todo lo rápido que pudo con el
precario movimiento que le permitían los tacones, a abrir la puerta.
Lo que encontró detrás de ella la dejó impactada.
Un muy atractivo Henderson trajeado se encontraba con el puño
levantado en una posición que le indicó que se disponía a llamar a su puerta
en el momento en el que ella había abierto.
—Señorita Hawk —saludó, empleando una tonalidad más grave que a la
que la tenía acostumbrada.
A raíz de aquella cena, los días se fueron sucediendo uno tras otro, y tanto
jefe como secretaria se relacionaron solo por trabajo.
Adam era consciente de que la señorita Hawk había comenzado a
frecuentar la compañía de Leblanc, pues a lo largo de aquella semana, cada
vez que Ellie terminaba su trabajo administrativo, quedaba a tomar algo con
el idiota de Leblanc. Y cada día, secretamente frustrado, la contemplaba
marcharse a su cita con el tipejo ataviada con su atuendo habitual.
Sin embargo, pese a que le desagradara la idea de que su secretaria
estuviera relacionándose con su más directo competidor, sabía que no podía
hacer nada al respecto.
Bastante tenía con sus propias preocupaciones y necesidades.
Sus sueños se habían ido tornando cada vez más extraños desde que la
viera vestida de aquella forma, y le costaba mucho conciliar el sueño. Así
fue como se despertó aquel sábado, dispuesto a revisar las noticias de ese
día, como hacía cada mañana.
Se encontraba repasando las noticias más relevantes sobre economía y
política del periódico digital cuando se percató de que, en una esquina de la
página web, se le sugería una noticia acerca de la fiesta que cada año daban
los Harrison, un matrimonio conocido por sus grandes eventos y al que
siempre había asistido con Sasha.
Lo abrió, curioso por saber quién habría asistido, y lo que se encontró en
la pestaña que se abrió lo dejó helado. El titular era el siguiente:
Debajo se encontraba plasmada una foto de una mujer rubia besando con
impetú a un hombre que le fue imposible reconocer debido a que estaba
siendo cubierto por la joven. No obstante, a ella sí que la identificó.
Distinguiría ese cuerpo en cualquier lugar, pues lo había tocado infinidad de
veces.
Sasha Sullivan, su novia, le había sido infiel, y ante él se encontraba la
prueba irrefutable.
«Pero ¿qué diablos?».
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Resulta cuanto menos curioso que, cada día, por todos los aeropuertos de
cualquier parte del mundo, estén transitando miles de personas, las cuales se
mueven debido a intereses diferentes. Habían transcurrido apenas dos días
desde la fatídica llamada cuando en el aeropuerto de Orly aterrizó un
hombre cuyos propósitos indescifrables distaban mucho del resto de
individuos que le rodeaban.
Empezaba a molestarle tener que realizar esas llamadas. Se suponía que
el plan inicial consistía en realizar la mitad de los intercambios
comunicativos que hasta ahora había mantenido con la persona que le había
contratado. Y, sin embargo, allí se encontraba, marcando por cuarta vez.
Al segundo timbrazo, descolgaron.
—Ya estoy en París —informó escueto, recogiendo su maleta y
dirigiéndose a la salida—. Sí, los mantendré vigilados.
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—¿Sucedió algo?
«Ya estamos de nuevo con los malditos cinco minutos», reflexionaba,
molesta, mientras se levantaba rápidamente del asiento. «Ni siquiera he
podido desayunar...».
—Lo siento mucho, François. El señor Henderson me espera, así que
tendremos que posponer el desayuno para otro día.
—Pero ¿qué es tan urgente que tienes que irte sin desayunar?
—Supongo que se le habrá traspapelado algún documento.
—¿Y por algo así te hace llamar? —inquirió, extrañado—. ¡No debería
consentirlo, chérie!
—Y por cosas peores. Bueno, de verdad que tengo que irme... Ha sido
un placer conversar un ratito.
—Para mí también. No olvide lo de esta noche.
El francés vio cómo la joven salía corriendo hacia la oficina al tiempo
que levantaba un brazo indicando que estaba al tanto sobre ello.
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—Llega tarde.
Aquellas fueron las primeras palabras con las que Henderson la saludó al
verla llegar por la entrada principal en vez de bajar las escaleras, como
siempre hacía.
Adam la observó con atención. No le cabía la menor duda de que había
estado con el idiota de Leblanc. Aunque no parecía como si hubiera pasado
la noche con él, determinó, contemplándola.
Hacía escasos dos días había puesto fin a su relación con Sasha, y desde
entonces se había centrado en el trabajo para evitar pensar en cómo le había
cambiado la vida repentinamente: de pasar de tener una relación estable a
estar soltero. Por si aquello fuera poco, se había visto obligado a ver cada
día a la señorita Hawk salir con aquel imbécil de manual, pero la ocasión
más complicada en la que ella se había marchado a una cita con el tipejo
había sido la noche anterior, pues por primera vez habían quedado por la
noche.
—Lo siento, vengo de intentar desayunar.
Había perdido la oportunidad de comerse sus cruasanes franceses, y no
comer la ponía de mal humor.
—Lamento que sus obligaciones hacia la empresa, por las cuales se le
retribuirá generosamente, hayan interrumpido su desayuno con...
—Lo sabe muy bien, no sé por qué me hace decirlo: François.
—¡Oh! ¿Ya se llaman por los nombres de pila? Sí que van rápido. ¿Debo
ir solicitando que le confeccionen el ramo de novia?
—Pues mire, ahora que lo dice, no estaría mal. Espero que sean rosas.
Son preciosas —repuso la joven, bromeando. Pero al ver la expresión
horrorizada que componía su jefe, añadió—: Creía que habíamos superado
esa fase.
—No sé de qué fase habla, solo le aviso de que está siendo una
inconsciente relacionándose con ese mequetrefe.
—¿Y a usted qué le importa?
Aquello le estaba molestando, pues no lograba comprender aquella
actitud.
—A mí nada, únicamente me preocupo por mi bienestar. No me gustaría
que mi secretaria estuviera en boca de todos por ser el hazmerreír de un
mentecato.
—Permítame hablar con franqueza, señor Henderson, dudo que ese
François vaya con esas intenciones.
—Crea lo que guste. Ahora, vayámonos. Suficiente tiempo hemos
perdido por hoy.
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Tanto jefe como secretaria estuvieron todo el día visitando todo tipo de
negocios variados. Descubrió que a Henderson le gustaba que los
propietarios de las diversas empresas en las que tenía acciones se sintieran
cuidados, así que siempre trataba de reunirse con ellos.
Llegó un momento en el que se sentía muy cansada de andar por toda la
ciudad de negocio en negocio. Al menos, solo les quedaba por visitar la
pastelería Ladurée, conocida por ser símbolo de París y por proveer los
mejores dulces a los diferentes establecimientos. Incluidos los hoteles.
Henderson estaba terminando de acordar algo con el propietario cuando
de repente un movimiento conocido apareció en la esquina inferior de su
campo de visión, provocando que la joven desviara su atención de la
conversación que estaba acabando de tener Adam con el dueño. Ellie esperó
a que ambos finalizaran de hablar y, tras realizar unas pequeñas anotaciones
en su libreta, se acercó al pelirrojo, que en aquellos instantes acababa de
despedirse del hombre y la estaba mirando.
—Señor Henderson, si no me necesita, creo que he visto a alguien.
Ahora vengo
Ignorando la mirada atónita que le lanzó Henderson, siguió el camino
que había creído verle hacer.
No podía ser él. Le había dicho que estaría todo el día en la oficina.
«A lo mejor ha venido a tomarse algo».
Adam Henderson no podía creer que su secretaria se marchara de
aquellas formas. La había llamado y ella ni siquiera se había girado. Así
pues, no le quedó más remedio que seguirla hacia dondequiera que
estuviera yendo, pues no se iba a quedar allí solo como un pasmarote.
Ellie viró en una esquina y la voz reconocible del francés la instó a
seguir hacia delante para saludarle. ¡Menuda coincidencia encontrárselo
allí! Si aquello no era el destino, no sabía qué lo sería.
Leblanc se encontraba hablando por teléfono en un pasillo desértico, de
espaldas a ella. Al escucharle hablar, decidió permanecer a unos metros de
distancia para no interrumpirle. Esperaría a que se girase.
Estaba reflexionando sobre esto cuando comenzaron a llegarle trozos de
la conversación.
—Sí, la idiota se lo ha creído todo. ¡Es más crédula...! —comentaba a su
interlocutor, riéndose—. ¿Te lo puedes imaginar? ¡Como si yo pudiera estar
con alguien tan vulgar como ella! De verdad, si hubieras visto la cantidad
de tonterías que suelta... ¡Si no fuera porque es la secretaria del imbécil de
Henderson, no la habría mirado dos veces! ¡Yo jamás me relaciono con
mujeres como ella!
Secretaria. Henderson. Vulgar. Idiota...
Esas palabras increparon feroces contra la mente embotada de Ellie, que
se había quedado blanca al escuchar toda aquella información.
No sabía qué decir. La habían engañado como a una tonta.
Quería salir de allí, pero sus piernas no reaccionaban. Había entrado en
shock.
«Eres tonta, Ellie... debiste verlo venir», se recriminó, decepcionada.
Otra vez volvía a fallar. Había vuelto a ser rechazada, como si valiera
menos que una mierda. Se sentía pisoteada y burlada. Asqueada, intentó
mandar una señal a sus piernas para que reaccionaran, mas no logró nada.
El tipo acabó la conversación y se giró para volver a dondequiera que
tuviera la intención de ir.
No obstante, al menos tuvo la decencia de aparentar sorpresa al
encontrarla allí frente a él.
—¿Cuánto has escuchado?
—Todo.
La palabra había salido de sus labios con extraña calma. Su interior
estaba hecho un auténtico caos.
—Así que ya lo sabes. Bueno... Supongo que eso me ahorrará mucho
tiempo y esfuerzo. ¿De verdad creías que alguien como yo podría estar
interesado por ti?
Ellie no supo qué decir. Se encontraba delante de otro tipo de acosador,
como con los que se había encontrado a lo largo de toda su vida, pero esta
vez era diferente. Con los otros había logrado ponerse una coraza porque no
los había conocido, lo único que sabía de ellos eran las palabras despectivas
que le habían dirigido desde el principio, pero aquello era muy diferente.
Ese hombre había hecho que durante aquella semana se ilusionara y abriera
para él.
¡Le había hablado incluso de sus hermanos!
—¿No dices nada? —volvió a interrogar el francés, curioso.
La muchacha no podía responder, pero tampoco hizo falta.
Una tercera voz intervino por ella en la conversación y sintió una
presencia acercándose a ella.
—¿Realmente crees que mi secretaria se rebajaría a contestar a un tipejo
tan bajuno como tú, Leblanc?
—Henderson.
Ellie notó cómo Adam le pasaba un brazo por el hombro y, acercándola a
él, la obligó a darse la vuelta para que no viera al francés.
—Nos vamos de aquí, ¿vale?
El susurro pronunciado con amabilidad sobre su pelo, le envió un
escalofrío por su espina dorsal Ellie asintió de forma imperceptible,
dejándose arrastrar por él hacia la salida. No obstante, Adam no pensaba
irse sin más. Había escuchado toda la conversación y estaba furioso. Así
pues, lanzándole una última mirada furibunda al odioso de François, le
devolvió las palabras que este le había lanzado la semana anterior
—Sí, definitivamente tendremos mucho de lo que hablar, Leblanc.
Al escuchar aquello, observó complacido cómo François Leblanc
palidecía aún más. Todas las personas que se encontraban involucradas en
el mundo de los negocios sabían que no era conveniente sobrepasarse con
Adam Henderson.
Tras esto, el pelirrojo condujo a la señorita Hawk hacia la salida,
satisfecho porque el francés hubiera entendido a la perfección el mensaje:
sufriría una pérdida económica irreversible.
***
Tan solo quedaban unos pocos pasos para llegar a la zona donde se situaban
ambas habitaciones colindantes, y todavía no sabía en cuál tendría lugar su
planeada desinmaculadez. Ninguno había dicho nada desde que salieran del
restaurante, y hasta entonces, habían mantenido una actitud de sospechosa
tranquilidad, muy contradictoria a lo que sucedía en el interior de Ellie.
Pronto, la joven se percató de que no tendría la opción de elegir en qué
sitio entrarían, ya que Henderson se decantó decidido por su propia
habitación. Las pulsaciones de Ellie se dispararon en el momento en el que
Adam abrió la puerta, invitándola a entrar mientras, con la mirada, la
repasaba con intensidad de arriba abajo. Se sentía como si estuviera
entrando en la cueva del lobo feroz, e intuía que, en cualquier momento,
este se la comería sin dejar ningún resquicio de cordura.
La joven se desplazó hasta el centro del salón. Se sentía tan inquieta que
no sabía qué tenía que decir. En ese instante, escuchó a Henderson cerrar la
puerta. Tras esto, cada una de sus terminaciones nerviosas la alertó de que
estaba acercándose por detrás. Así pues, Ellie inspiró, y con una valentía de
la que minutos antes se habría creído incapaz, se giró para encararle. Mas lo
que descubrió en sus ojos la dejó completamente paralizada y confundida.
¿Quién había hablado de lobo feroz? Aquello era un león a punto de
cazar a su presa. La única diferencia residía en que, en esta ocasión, el
depredador estaba cerniéndose sobre ella. La imagen que confería aquel
hombre ocasionó que un escalofrío recorriera su espina dorsal a causa de la
anticipación.
Adam se encontraba a escasos centímetros de la muchacha y notaba
cómo todo su cuerpo dolía por tocarla. No obstante, sabía que, en el
momento en que pusiera sus manos sobre ella, no tendría apenas control.
Necesitaba tiempo para poner en orden sus emociones, por lo que,
inhalando su dulce fragancia natural, se apartó de Ellie para dirigirse a un
sillón que se encontraba detrás de ella.
Era consciente de que, por no tocarla, la sorpresa había alterado las
facciones de la joven. Esta se giró para mirarle dudosa sobre qué hacer a
continuación.
—Quítese la camisa.
BIOGRAFÍA