11 Tesis Sobre Milei

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11

TESIS
SOBRE
MILEI
La Argentina post 2001 también parió una
corriente “anti-populista” que en los últimos años
avanzó hacia posiciones cada vez más
beligerantes contra el Estado, las políticas
redistributivas y las organizaciones sociales. Al
fin de este proceso emergió un candidato cuya
masificación creció en espirales ampliadas hasta
alcanzar el triunfo en las PASO. No es
únicamente rabia ni antipolítica. El mileísmo
género “un pueblo”: conquistó votantes en los
sectores populares porque el discurso anti casta
y promercado que antagonizó exitosamente
contra los dos grandes partidos se hizo carne no
sólo entre las juventudes, los chetos y los
varones, sino en una multiplicidad de sujetos.

Por: Pablo Semán
 
Nicolás Welschinger
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Fotos: Télam.

Simbólicamente sitiados

Marzo. El grupo de amigos que nos recibió para conversar un


sábado por la tarde en una casa del conurbano bonaerense
estaba integrado por jóvenes de familias peronistas
beneficiarias de las políticas del kirchnerismo en empleo,
salario y posibilidades educativas para sus hijos. La
conversación estuvo dominada por la la angustia ante un
presente doloroso y las incertezas por sus futuros personales.
El sufrimiento no sólo se debía a las circunstancias laborales y
económicas sino, también, al hecho de que el malestar que
denunciaban apuntaba al bando político al que pertenecen sus
mayores, al que votaron en elecciones anteriores, al que creen
deberle logros vitales como la recuperación del trabajo de sus
padres o las mejoras estructurales de sus barrios. Uno de los
participantes, con lágrimas en los ojos, decía que viniera quien
viniera, esto no podía seguir. Muchas de las quejas sobre la
situación actual están moldeadas por la crítica mileísta: su
visión de los planes sociales, de las elites dirigentes como
“clase política” y del propio estancamiento económico como
producto del déficit del Estado aparecían en sus intervenciones
como algo que al mismo tiempo que les hablaba no podían
aceptar. Paralizados por la angustia del futuro nos daban el
mejor indicador de lo que sucedería meses después: más que
territorialmente, el peronismo estaba sitiado simbólicamente.

Una elección destituyente


El 70 por ciento del electorado votó contra el gobierno y la
fuerza gobernante. Ha sido un largo camino el que llevó a este
resultado. La argentina posterior a 2001 no sólo contenía el
retorno al “verdadero peronismo”. Esos mismos días parieron
una corriente sociopolítica que recuperaba críticamente la
herencia de la convertibilidad y las reformas impulsadas por
Menem repudiando “la corrupción” y “el populismo”. Como el
balance de esas reformas resultaba oprobioso esa corriente,
después de la caída de la convertibilidad, se vio casi silenciada
por un tiempo. Renació como antikirchnerismo poco antes de la
disputa con “el campo”, que la potenció en intensidad y
extensión. Y esos mismos contingentes crecieron y avanzaron
hacia posiciones cada vez más beligerantes contra el Estado,
las políticas redistributivas, las organizaciones sociales en un
largo camino en que se sucedieron y relevaron los liderazgos
antikirchneristas: Lillita Carrió desde los inicios, Francisco de
Narvaez en 2009, Sergio Massa en 2013, Mauricio Macri en
2015, Patricia Bullrich y Javier Milei hoy. Una serie que jalona
el crecimiento de las opciones cada vez más radicales en un
proyecto que condensa en el valor de la libertad, la afinidad con
el libre mercado a ultranza y la crítica de las instituciones
igualitarias y públicas con el repudio creciente al legado
kirchnerista cuyo significado en el tiempo tiende a invertirse. 

Ese camino es tan largo, y tan pegado a nuestros trayectos


vitales actuales, que se corre el riesgo de decir “es todo lo
mismo”, “siempre la misma derecha”, “todos gorilas y fascista”,
como ya se ha dicho, hasta encontrarse con lo que no debió
haber sido una sorpresa. Pero lo fue porque las miradas
legítimas en el círculo de sujetos políticamente activos, de
productores y consumidores de información política se
retroalimentaron de prejuicios del tipo “Milei no puede crecer
porque no tiene estructura” o porque la grieta y sus
protagonistas creyeron que sus conflictos eran lo único digno
de tener en cuenta en la vida social. Cómo afirmó Esteban
Schmidt, “Milei interpretó una oscuridad” que va más allá de la
de los varones resentidos por el feminismo. Se trata la
oscuridad en la que quedaron arrumbados deseos,
frustraciones y voluntades de imperio a las que Milei le puso
nombre, le adjudicó responsables y pudo canalizar en un
tránsito que va de la frustración a la esperanza, al menos para
una parte  de la población. 

No está de más tratar de entender ahora lo que no se pudo, no


se supo o no se quiso entender antes. También es necesario
actualizar análisis que dado el dinamismo de la situación
exigen nuevas interpretaciones. Si todos vimos en Milei el
emergente de la crisis de representación, el ariete social
elegido contra la casta política, además hay que asumirlo como
el resultado de una profunda crisis de nuestra capacidad de
compresión de la sociedad argentina. Y es conveniente aclarar,
contra cualquier tipo de mala fe, que no se trata de reivindicar
los usos justificadores de la comprensión sino de tomar nota de
cuáles son los los motivos de las personas para hacer lo que
hacen y votar lo que votan. Los motivos son sagrados para la
explicación de la acción social aunque sean objeto de combate
para la acción política.
Milei crece en espirales ampliados

Hasta el día previo a la elección de las PASO proliferaban las


fórmulas simplificadoras para evitar reconocer la densidad y
amplitud del fenómeno de la candidatura de Milei: “Sólo se trata
de otarios y virgos”, “es un fenómeno del AMBA” se afirmaba
con con arrogancia.

Reducir el electorado de Milei al núcleo de sus impulsores


iniciales parte de una falta de conocimiento de las
transformaciones de la sociedad. Lo que comenzó hace ya
algunos años creció, al menos, a partir de tres públicos
sucesivos que se encauzan en la corriente político electoral
que describimos al inicio. Un primer público integra dogmáticos
antiprogresistas casi calcados de las fuerzas neo reaccionarias
que triunfan en varios países del mundo: fundamentalistas de
mercado, antiglobalistas, muchas veces antifeministas, que se
agregan a través de la circulación internacional las ideas de las
nuevas derechas y su articulación y expansión a partir de
medios virtuales.

Un segundo público surge del proceso en que se suceden el


triunfo y la derrota de Macri, la pandemia y la aceleración del
proceso inflacionario. Se suman y masifican desde una
experiencia social que no opone la calle y las redes: las integra.
En un pivoteo entre esos públicos, Milei creció primero como
economista televisivo y luego como político en dos momentos
sucesivos: 2021 a nivel CABA/GBA y 2022/2023 a nivel
nacional.
El tercer público que consolidó su masificación se forjó al calor
mismo del actual proceso electoral por la presidencia. Los
procesos electorales son expresivos de realidades previas pero
mucho más son instituyentes de nuevas realidades. En la
Argentina hay un tiempo de precipitación histórica que inicia en
diciembre del año anterior a la elección y se acelera en marzo
del año electoral y de ahí en adelante en cada mes. Los últimos
en activarse y acelerarse son los electores para los cuales la
elección y la conexión con los propios sentimientos políticos
sobreviene como mucho diez días antes de la elección y a ellos
se deben las sorpresas de los encuestadores y los informados.
Varios desplazamientos, que explican la masividad que no
pudo tener el liberalismo de señores con un sweater
acomodado en los hombros, se encajan en esa temporalidad
electoral que acelera la conversación pública. 

Al antiestatismo dogmático le sucede la desconfianza y la


frustración con el Estado argentino por sus desempeños
concretos en salud, educación o seguridad y economía. A la
viralización de Tik Tok sobre Hayek, Smith y diversos
publicistas liberales le sigue la conexión con la experiencia del
conflicto con regulaciones, impuestos que parecen obstáculos
en las prácticas y las ansiedades económicas de una población
que tiene en su mayoría empleos informales y corre detrás de
la inflación con la sensación épica de dar una lucha desigual y
solitaria. En esta masificación del mileísmo se suman los
decepcionados por la tibieza de Cambiemos (que piden ir por
todo reclamando la muerte del gradualismo), los ex votantes
del Frente de Todos (que esperaban algo de lo que terminó
siendo frustración) y los que votaron por primera vez luego de
la lección anti-Estado que sacaron de la crisis pandémica (crisis
que reforzó los motivos antigobierno de la mayor parte de los
electores).

En este proceso político las identificaciones con “la derecha”


como categoría anti-igualitaria y autoritaria en general van
siendo eclipsadas por la impugnación de una élite -la casta-
que exige deferencia sin dar nada a cambio y no controla ni la
inflación, ni el orden, ni los servicios estatales. Seducidos por la
masividad y exasperados por la irritación de los decires
rutinarios que parecen ser parte del problema los votantes
adquieren la convicción de que vale la pena arriesgar por lo
nuevo ante el fracaso sistemático de lo conocido, como lo
afirman desde la “famosa” Anamá Ferreira hasta empleados de
supermercados, policías e incluso miembros de organizaciones
sociales. Ahí hay un pueblo al que el despotismo ilustrado a
ambos lados de la grieta ha dejado de lado. Y entonces la
asunción de una identidad de derecha surge, si es que surge,
como expresión relacional del proceso más amplio, en
oposición al estado actual de cosas y ante sus defensores que
se identifican como de izquierda: “¿Si esto es el progresismo
por qué no ser de derecha?”. Pero para ese pueblo muy poco
se resuelve en el posicionamiento espacial en el eje izquierda-
derecha: hay un reclamo de eficiencia, de protección y un
cuestionamiento al privilegio que se compatibiliza con uno de
orden que vuelve muy problemática la clasificación identitaria
que proponen una sociología y una opinión públicas hechas
con escuadra y compás. Y esto no quiere decir que los
dirigentes libertarios no tengan claro qué quieren, ni adonde
quieren llevar las cosas. Pero sí quiere decir que la sociología
del voto no es igual al destino de su capitalización política en
un proyecto excluyente. 

A la ideología se adhiere desde la experiencia

La ideología no es el dogma declarado. A la ideología se la


constituye en la experiencia y la experiencia del Estado y del
mercado en las dos últimas gestiones de gobierno ha sido
fuente de un sinsentido para muchos electores que fueron
encontrando en las explicaciones de Milei un ordenamiento
convincente. 

Más allá del núcleo de jóvenes nerds que el progresismo ama


odiar, veamos las capas que se sumaron al mileísmo de forma
creciente desde 2020. ¿Qué experiencia es la que conecta el
discurso pro mercado y anti casta de Milei? Leído desde las
cúpulas, incluidos los análisis comprometidos de ambos
bandos de la grieta, en la contienda actual se ven dos
facciones: progresistas, estatistas y desarrollistas por un lado y
aperturistas liberales por el otro. Vistas las cosas desde la
sociedad con todas sus heterogeneidades se aprecia un
impulso diferente, lo que en nuestro trabajo hemos
llamado mejorismo. 

Para el mejorismo, la idea de que el progreso personal es


posible y que se basa en el esfuerzo individual, está en la base
de una gama de muy variadas relaciones con el Estado y la
política: nadie, ni libertarios, ni peronistas, ni cambiemitas
admiten querer regalos sino posibilidades. La de emprendedor
no es una categoría meramente económica sino centralmente
moral: “la gente de bien” no permite que nadie le regale nada.
Para los mejoristas el esfuerzo personal es la medida de todas
las cosas y la cuantificación de su rentabilidad la vara con que
juzgar la dignidad ajena.

Y esto no quiere decir que, en la medida en que estos


desplazamientos se nutren de condiciones de vida y
experiencias novedosas, no haya avanzado subterráneamente
una concepción capaz de darle al mercado y su disciplina un
espacio extraordinariamente ensanchado en la historia
argentina. 

El mileísmo masivo se alimenta de esa subjetividad forjada al


calor de las crisis sucesivas: el sobreviviente de la
"infectadura", el héroe del mercado, el emprendedor de sí
mismo, la superioridad moral del león que se impone en la ley
de la selva. El mejorismo es la práctica y la conciencia de la
práctica a la que el discurso de Milei quiso y logró seducir. Si,
como dijo Martín Rodriguez, Milei ganó las PASO porque “armó
el PT de los trabajadores pobres” es porque impactó al corazón
de los mejoristas como conjunto. Aquellos que más necesitan
de lo público y que más sufren en sus condiciones materiales
de vida la mímica estatista, la inseguridad y la devaluación
constante de sus derechos (¿y qué son hoy por hoy esos
derechos sino pesos que se devalúan al calor de la crisis?),
encuentran en la narrativa libertaria una explicación
convergente con la idea de si mismos. 
El viento político arrasa los ranchos sociodemográficos 

No se trata de quedarse en la correspondencia que pueda


haber entre ocupaciones y voto, edades y voto, género y voto.
El mileismo generó “un pueblo”, como dice Martín Rodríguez:
obtuvo una votación amplia a nivel nacional y notable en los
sectores populares porque el discurso anticasta y promercado
que antagonizó exitosamente contra los dos grandes partidos
se hizo carne no sólo entre las juventudes, los chetos y los
varones, sino en una multiplicidad de sujetos.

Si las identificaciones con Milei presentaron privilegiadamente


algunas situaciones laborales, el avance de la situación
electoral mostró que los sentimientos de agobio con la
oposición tradicional y el oficialismo fueron canalizados por el
discurso libertario en una oleada masiva y transversal a las
cuadrículas sociodemográficas. Todo se sucede como si -
impulsado primero por su emergencia durante la cuarentena,
luego por su masificación a la salida de la pandemia y
finalmente con la consolidación del batacazo electoral- Milei
encontrase en la coyuntura electoral un campo fértil para que
su llamado carismático le permita continuar ganando
adhesiones en sectores antes impensados frente a la
desorientación de sus rivales. Confirmando que la dinámica de
convocatoria que ahora lo impulsa es de una naturaleza distinta
a la que le proporcionó sus primeros militantes.

De Milei atrae tanto “lo que dice” como el “cómo lo dice”. Su


performance rupturista, que aunque pueda recordar a Trump o
Johnson no remite a ninguna otra performance de la historia
argentina en su tono y en su prédica, fue resonando con la
experiencia popular a partir de hablar distinto de lo que sus
adversarios intencionadamente dejaron de nombrar. Como
explica Martín Plot, cuando “un paradigma o régimen político -
en este caso el régimen de la polarización entre dos
coaliciones que han sido oficialismo en la última década-
empieza a mostrar signos de incapacidad para dar sentido o
integrar a un número creciente de experiencias colectivas,
aquellos que hablan diferente empiezan a ser escuchados”. Y
ese es el momento en que irrumpen los “poetas vigorosos”:
aquellos que encuentran su fuerza en el hecho de dar sentido a
lo que los otros ya no pueden1.

Por fuera del lenguaje gastado de sus adversarios, en su


función de poeta vigoroso, Milei se empeñó por resignificar la
idea de Nación, de lo popular y de Justicia. Buscando capturar
la rebeldía, su discurso logra al mismo tiempo volverse
inaudible para el peronismo dogmático y minoritizado, en
versiones morenistas o progresistas ya que poco importa si se
evoca el caballo pinto o una Eva con pelo suelto, y forja otra
audibilidad para un público policlasista y en expansión. Milei
mismo ya había observado hace un año y medio que mientras
que el círculo rojo de la política menospreciaba el discurso
libertario como “ruido blanco” en vías de extinguirse en la
intrascendencia, una mayoría silenciosa pero interesada
comenzaba a escucharlo.

Ni solo rabia, ni sólo antipolítica


“No soy más un indignado, soy un esperanzado gracias a
Milei”. El desplazamiento de la indignación a la esperanza, de
la bronca crítica a la adhesión apasionada, también aparecen
en los públicos de la masificación libertaria por fuera de ese
primer núcleo más ideológico. En el discurso de Milei se ha
enfatizado en su carácter reactivo, rechazado su componente
emocional y subestimado su prédica explicativa, argumental. 

Es la rabia y la pasión anti casta tanto como lo fueron el


antimenemismo o el repudio del alfonsinismo que tampoco
fueron meramente reactivos. La pasión anti políticos de La
Libertad Avanza es un momento, que no excluye la dimensión
programática. Podrá ser excéntrica, autoritaria, pero no está
comprobado que lo convencional haya funcionado ni que no
hayan llegado al poder políticos con propuestas extravagantes
durante procesos de abrupta decadencia de consensos que se
desvencijaron.

El mileísmo toma la iniciativa, se define, se enorgullece y


dispara una politización veloz en la que los sentimientos y los
programas se entraman con un ritmo que sorprende a los
contemporáneos, pero se compara a cualquier proceso político
en los que una generación o una sociedad entera viran ¿Por
otra parte por qué luego de haber encomiado tanto
el sentipensamiento le viene ahora al progresismo tanta tirria
con el elemento emocional en la política?

La incoherencia de señalar incoherencia


“Votan a Milei y después quieren el Estado”, “lo votan pero
rechazan sus propuestas”, reza un análisis que parece ser al
mismo tiempo una especie de castigo para la incoherencia del
votante mileista señalado como el más tonto del condado.
Sucede que para estos votantes supuestamente
contradictorios, “el estado del Estado” es deplorable y los
responsables son los que estuvieron y los que están. Para
quienes en el pasado formaron parte del llamado voto blando
del FdT y JxC la presencia del Estado en educación, salud,
transporte y seguridad son un padecimiento. Es la experiencia
diaria de lidiar con una estatalidad nominal o de muestras
gratis, con intervenciones percibidas como arbitrarias,
cercenadas y sesgadas, la fuente de la crítica social del estado
del Estado. Antes que un rechazo doctrinario en abstracto al rol
del Estado como actor en la vida social, estos votantes señalan
en concreto la inconsistencia de la intervención estatal en sus
vidas. 

Pero esto no es todo. Se olvida que los votantes de Milei, como


los votantes de cualquier partido político salvan la contradicción
que les señalan jerarquizando sus objetivos: quieren que se
vayan estos y después se verá. 

Y más aún: aquellos que en 2015 fueron seducidos por la


promesa cambiemita de una revolución económica sin víctimas
(“nadie va a perder nada”) o aquellos que CFK  buscaba
convocar en 2019 con la idea de que el macrismo “desordenó
la vida de la gente” son los mismos que hoy se ven convocados
por un Milei que, como dice Mayra Arena, los dignifica al
hablarles como sujetos que cuentan con la fuerza necesaria de
cambiar la fatalidad de sus destinos si lo acompañan en su
promesa de rebelarse contra las injusticias del sistema de la
casta.  

El voto anti casta a Milei tiene componentes anti deferentes de


reivindicación de la autonomía personal frente a las injusticias
de ese sistema que hacen que en la masificación del voto
libertario se encuentren entremezclados y coexistan, elementos
autoritarios con reivindicaciones y demandas democrática,
deseos de revancha social con demandas de bienes públicos. 

Milei logra la unificación de todos esos elementos


contradictorios a partir de antagonizar en contra de un
responsable concreto y primordial. Resulta muy extraño que
quienes pensaron sus luchas políticas de la mano de la teoría
de Laclau, a partir de la posibilidad de la promoción de
símbolos que equivalían a demandas plurales e inclusive
contradictorias, inquieran el voto del antagonista con la lógica
racionalista del Siglo 19. Una recomendación: menos paja en el
ojo ajeno y saborear la propia medicina. 

Nacionalismo y dolarización

La fusión de nacionalismo y liberalismo a ultranza puede


parecer extraña, pero es uno de los senderos que recorren los
votantes de Milei, especialmente los provenientes de las
últimas camadas en las que se combinan un origen que ya no
es el de los deciles más altos de la sociedad, con un viraje
reciente hacia posturas de la derecha antiglobalista. En la
medida en que la idea de que la única salida es Ezeiza, que es
fogoneada por y para un público que tiene la ilusión y la
posibilidad de irse y tener éxito, aparece mellada por la
circulación global de la novedad de que el proyecto migratorio
no es tan fácil ni tan promisorio, las posibilidades
antiglobalistas, preconizadas por los sectores más
radicalizados y/o afinados con la las vertientes de la derecha
extrema el nacionalismo reverdecen.

Entre el arraigo y, tal vez, el conocimiento más o menos difuso


que el mundo “está difícil” para los que migran, el nacional
liberalismo es una alternativa natural que no necesita de la
coincidencia consciente con la alt right europea. Desde ese
punto de vista, aquellos que deciden irse del país haciendo de
esa postura una distinción esconden una resignación que los
acerca más a los responsables de la inercia decadentista. Una
alteridad difusa que abarca desde los chetos hasta los que
viven de privilegios sin esforzarse…  ellos también son la casta.

Para la versión del nacionalismo que componen los libertarios,


la dolarización, antes que la renuncia a la soberanía nacional,
es una vía de salida para volver a darle previsibilidad y futuro al
país. A la crítica de la mímica estatal le sucede la crítica a la
mímica del peso argentino como moneda fallida. “Un peso
zombie”, grafican por Tik Tok para apoyar la convicción
libertaria de que ya estamos dolarizados de hecho, pero
tenemos todas las desventajas y ninguno de los beneficios de
la moneda fuerte. Para ellos la dolarización no acarrearía una
pérdida de soberanía sino poner fin a la incertidumbre
inflacionaria, la posibilidad de recuperar la previsión de cálculo,
contabilizar cuán lejos o cerca están los sueños del terreno y la
casa propia. Es por patriota que Milei pide la dolarización.

Las mujeres y la libertad de los libertarios

Si bien el hecho de que los hombres adhieren a LLA en mayor


proporción que las mujeres evidencia la falta de afinidad de esa
fuerza con la igualdad de género, hay un contrapunto: las
mujeres que votan al libertario rechazan el machismo aunque
esto no se exprese en el lenguaje de los ministerios. Una
recurrencia que emerge en los focus groups en los que
participan personas con diversas posiciones sexogenéricas es
que las mujeres que votan a Milei reconocen, deploran y
combaten las agresiones de género y a su vez eluden o
relativizan la contradicción entre los planteos machistas del
candidato y sus posiciones feministas. Lo hacen en maniobras
que se parecen bastante a la que afrontan los votantes de
cualquier espacio político que por su heterogeneidad también
elaboran y relativizan las contradicciones de sus candidatos ¿O
acaso los militantes del FdT que odiaron a Massa no lo
transformaron en su salvador? ¿o los militantes de JxC no
intentan conciliar aspiraciones democráticas con impulsos
autoritarios? Pues bien: no se debe esperar otra cosa de
algunas de las mujeres que votan a Milei. Otras, seguramente,
tendrán otros modelos de femineidad. Pero en suma: entre
feminismos sin marco teórico y mujeres tradicionales, en el
salto del 20 al 30% el predominio masculino en el voto de Milei
probablemente no es el mismo que se denunciaba hace
meses.

Laclau puso la teoría, Milei puso la práctica 

Milei forja así un “populismo de la libertad” a partir de ir


anudando su prédica con la experiencias de aquellos para los
que la oposición “la derecha o los derechos” ya no hace sentido
porque no hay derechos que les asistan. “Peor no podemos
estar” es una convicción concluyente entre los que conformaron
esa tercera onda que terminó por masificar su candidatura. Si
en los cacerolazos de 2012 uno de nosotros ya advertía sobre
"un sujeto en plan de nacer" que formaria un “polo de la
libertad”, once años después vemos consumado ese sujeto con
la fuerza de mutar en dos meses de un populismo de la libertad
a uno de la demolición como sostiene Jerónimo Pinedo. Único
impugnador legítimo de los dos ex oficialismos en el ring
electoral, Milei podrá lanzarse a la alegre tarea de divorciar la
democracia de la igualdad social. 

Los libertarios podrían hacer suya la frase de Thatcher, “la


economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”, pero a
la inversa. Si Thatcher luchaba en la economía para
desarraigar del alma popular los consensos del welfare
laborista, para alcanzar el objetivo de cambiar la economía
Milei busca como método conectar con un alma popular que ya
cambió. 

Mucho más que el reflejo de una ola mundial


Lo sucedido en Brasil, Hungría, Italia y EEUU no es una lección
aprendida para el progresismo porque el “optimismo de la
voluntad” ha derivado en una forma de fingir demencia
desgraciadamente efectiva. Pero tampoco ha sido un
aprendizaje para JxC que se durmió en las posibilidades
imaginarias del poder, la inercialidad de la propia fuerza y la
ilusión de control que les produce a los dirigentes la medición
minuto a minuto, la vista supuestamente panorámica que
ofrece el palacio. Por eso no se trata de la incapacidad o falta
de voluntad de las personas.

Lo que subyace a estas imprevisiones es mucho más que la


tardíamente percibida erosión del sistema político: por debajo
de ella se despliega un proceso histórico en el que el papel del
Estado, en que se ancla el sistema político en crisis, ha sido 
superado por un lado y puesto en cuestión por otro lado. El
pensamiento de Estado, y el vinculado al sistema político, sirve
más para retroalimentar la ceguera del sistema político que
para revertirla porque el Estado, entre sus múltiples
limitaciones, ya no es el punto de vista sobre todos los puntos
de vista. Muchas cosas le resultan opacas. Aún hoy las
coaliciones existentes y sus satélites intelectuales y técnicos
apuestan al triunfo en segunda vuelta del “sistema”. Pero si no
lo hace se abrirá en la historia de la exclusión y la violencia un
capítulo argentino que hará contribuciones propias la ola
mundial en la se excusan los responsables políticos e
intelectuales de las crisis de representación y comprensión. De
la misma manera que el menemismo o el kirchnerismo fueron
“faros mundiales” de sus propios tiempos lo que pueda venir
por el camino que Milei abrió será más que una réplica de lo
que trae la época.

El análisis político está anclado a un pasado con Estado


benefactor legítimo y operativo, derechos humanos, fuerzas
sociales empatadas y un proceso igualador legítimo; sigue
mecánicamente el antecedente europeo, aunque los 40 años
que le tomó a las ultraderechas que fueron del margen al
centro de la política europea y los topes institucionales que
encuentra por ejemplo Melloni en Italia o Macron en Francia no
tienen correlato latinoamericano. En Brasil donde una
transición gradual de la dictadura a la democracia abrió espacio
impensado al reformismo lulista todo volvió a un punto de
partida previo a la constituyente de 1985 en muy poco tiempo y
de ese pantano le está resultando muy difícil salir al nuevo
gobierno del PT. Aquí puede ser más agudo y más rápido: las
dimensiones gigantes de la marginalidad incrementada con las
décadas estanflacionarias son el combustible para un paso al
abismo: incluso con elecciones libres y parlamento podemos
legar al mismo tiempo a una democracia sin liberalismo político
y sin más perspectiva social que el mercado.

[1] Plot, Martín, Poetas Vigorosos, El Dipló, Septiembre de


2023.

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