La Muerte Pies Ligeros, Natalia Toledo

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La Muerte pies ligeros

Lo que les voy a contar sucedió hace mucho tiempo, cuando la muerte no existía para las personas ni para los
animales, cuando nadie moría sobre la tierra y todos los seres vivos se reproducían sin parar. La de los pies
ligeros, preocupada al ver que el mundo se sobrepoblaba, quiso limpiar un poco; sentada bajo un tamarindo,
pensó que hacer, y como un rayo que se asoma en el cielo, dijo de repente:
- ¡Ya se! voy a tomar un mecate y haré que todos brinquen conmigo, llamaré al hombre y a los animales, los
retaré a saltar hasta que se cansen y mueran exhaustos. El que se dé por vencido, irá muriendo. Nadie va a poder
competir conmigo, puesto que soy eterna, y todos sin excepción tendrán que morir. Al primero que llamó fue al
Hombre, uno delgado de cabello largo que llevaba puestos unos zapatos de cuero. La muerte comenzó a brincar
para calentar su mecate y le hizo una seña invitándolo a entrar.

Brinca y brinca el Hombrecillo


burlándose de la Muerte,
con pito de molinillo
se quedó tieso e inerte.

Al hombre se le acabó el aire y murió. Pero la muerte miró de reojo, o como dicen en mi pueblo, echó ojo de
frijol a los zapatos que él llevaba puestos; se los quitó con cuidado, se los puso y amarró sus agujetas de bejuco.
Entonces la muerte para dispareja llamó al sapo. Éste entró bajo la cuerda dando un giro en el aire y comenzó a
brincar.

Brinca el Sapo saltarín


con cachetes de papera,
ya conocerás el fin
que la muerte nunca espera...
Cuando el Sapo murió, la muerte dijo:
- ¡Ahora que pase el Chango viejo!
El Chango enrollo su cola y corrió como un equilibrista sobre la rama donde se encontraba, después se aventó
de un salto.

Changuito de la selva oscura


mueve tu cola tiznada
aunque grites como un cura
te llevará la changada.
Pasado un tiempo no muy largo, murió el Chango.
Luego vino la Iguana que se asoleaba sobre la arena para calentar su cuerpo frío y comenzó a brincar.

Iguana del iguanar


en molito te comiera
cavas tu tumba al brincar,
como si volver pudieras.

Por ahí venía corriendo el Conejo perseguido por el Coyote, pero como el Coyote es medio tonto, no vio que el
Conejo se pasó de largo. La Muerte atrapó al Coyote con la cuerda y cuando el Coyote se dio cuenta ya estaba
brincando, muerto de la risa.

Brinca, Coyote risueño,


tu risa es tu perdición,
y aunque yo soy tu dueño
sí te llevaré al panteón.

Murió el coyote.

Se acababa de morir el Coyote, cuando aparecieron las orejotas del Conejo entre la maleza y preguntó:
- ¿Dónde está mi compadre?
La Muerte le respondió:
-Aquí está descansando, dice que lo esperes y que brinques conmigo la reata en lo que despierta.
-Bueno- dijo el conejo obediente y comenzó a saltar.

Conejo, en los cuentos ganas


aquí pelarás los dientes
porque a mí me da la gana
ya llorarán tus dolientes

Y el Conejo cayó muerto sobre su compadre.


Entonces entró el Lagarto con su paso delicado e intentó brincar, pero no pudo; con el peso de su espalda se
abrió como los pétalos de una flor.

Lagarto de mil lagunas,


novio de la flor del fango,
no te vayas con ninguna,
come conmigo este mango.

Así pasaron, uno por uno, todos los animales a brincar la reata con la muerte. Y cuando ésta pensó que ya
habían pasado todos, comenzó a doblar y guardar su mecate. En eso brincó del monte el Chapulín.
-Anda- dijo la Muerte-, a ti, comida de oaxaqueños, te traigo ganas. y el Chapulín comenzó a saltar.

Baila conmigo este son,


Chapulín bella figura
picaré con mi aguijón
tu saltarina cintura.

Brinca que brinca el Chapulín, pasó un día, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, ¡Diez! La Muerte
interrumpió y dijo:
- ¿Qué se cree este? ¡Se está burlando de mí!
Entonces le hizo mole. ¿Sabes qué es hacer mole con el mecate? Pues arreciar con la cuerda para que los que la
brincan se cansen más rápido. Pero el Chapulín jamás se cansó. El muy listo se paró en el mecate y, sin hacer
ningún esfuerzo, parecía que saltaba. Cuando la Muerte no pudo más, aventó la reata, se quitó los zapatos, los
tiró y se fue enojada.
Por eso dicen que cuando la Muerte entra en las casas no se le oye llegar, porque sus pies son ligeros y no llevan
zapatos.
Al Chapulín en cambio, le quedaron tantas ganas de brincar que se quedó brincando para siempre.

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