Argumento y Falacias

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UNIDAD II. ARGUMENTOS Y FALACIAS.

Prácticamente en cualquier contexto argumentativo está latente la posibilidad de que nos engañen; es decir,
que se nos haga tomar por correctas conclusiones que no se desprenden apropiadamente de las razones que se
arguyen para llegar a ellas. Lo más común es que nos tomen por sorpresa o nos dirijan supuestos argumentos
que, aunque no son sólidos, sí tienen una importante fuerza persuasiva. Las falacias son justamente esos
argumentos cuyas conclusiones, aunque no se infieren adecuadamente de sus premisas porque tienen errores,
pueden tener un alto poder de convencimiento.
En nuestra vida diaria constantemente damos o escuchamos argumentos. Los oímos en la radio, de la gente que
nos rodea; los vemos en la televisión, los leemos en el periódico o en Internet, etc. También los construimos
para defender nuestra propia posición respecto de algún tema o para refutar la de otros. En este contexto,
solemos encontrar con mucha frecuencia argumentos que en un primer momento parecen correctos, pero que
cuando los analizamos cuidadosamente, advertimos que no lo son, a esto lo denominamos falacias

Esta unidad tiene el propósito de habilitarte en la detección de las falacias que más se utilizan en distintos
contextos argumentativos, pero, sobre todo, de que adquieras consciencia de la recurrencia con que se usan
cuando el interés principal nuestro o de nuestros interlocutores está en la persuasión o el convencimiento y la
aceptación en los demás de ciertas ideas independientemente de que sean o no correctas.
Comenzaremos nuestro estudio precisando, por una parte, el uso de la retórica y la persuasión en un sentido
positivo, y por otro, su manejo de manera empobrecida, con la falacia como principal instrumento de
manipulación, hasta caer en el nivel de la marrullería. Revisemos brevemente el campo de la retórica.

Panorama general de la retórica


La retórica se encarga de definir las reglas que rigen toda composición o discurso en prosa, cuyo propósito es
influir en la opinión o en los sentimientos de los demás. También se ocupa de todo lo relacionado con la belleza
o el vigor que se imprime al estilo de hablar o escribir. En un sentido más estricto, se interesa por los principios
fundamentales que gobiernan la composición y enunciación del discurso oratorio. La retórica hablada es la
oratoria.

La retórica como arte y disciplina configuró, de muy variadas maneras, la vida espiritual de los griegos y los
romanos. Uno de los más importantes retóricos de la antigua Grecia fue Gorgias (490 -380 a.C.), quien
perteneció a la primera generación de sofistas y escribió manuales de retórica y numerosos discursos políticos.
Fue también un orador famoso. En la antigua Roma, un destacado retórico fue también un prominente político.
Nos referimos a Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.), considerado un orador de enorme talento. Cicerón escribió
textos sobre retórica, oratoria, cartas y tratados de filosofía moral. Sin embargo, para los estudiosos de este
arte, el personaje que nos aporta la visión más amplia y detallada de la retórica romana es Marco Fabio
Quintiliano,

De acuerdo con estos teóricos, un discurso retórico consta de distintas fases: la invención, el ordenamiento, el
ornato, la memoria y la acción . Las tres primeros son fundamentales; las dos últimas son de índole práctica, y
se aplican al pronunciar el discurso. Para el retórico es de gran importancia ser elocuente (adornar el lenguaje
para seducir al auditorio) porque tiene muy claro que su objetivo es persuadir, principalmente con el placer que
produce la forma sensible y elegante de la palabra, de tal forma que el rigor lógico o la solidez de sus
argumentos no es lo que más le importa, y por ello no tiene inconveniente en recurrir al empleo de falacias.

Falacias como malos recursos retóricos


Tal como anticipábamos, una falacia es un argumento falso con apariencia de ser correcto. La falacia comete
algún fallo 'en el proceso de elaboración del argumento, específicamente en la manera en que plantea las
premisas, al punto de que hace inadecuada la consecuencia de la conclusión. Esto es, lo que se aporta como
premisas no ofrece razones pertinentes ni suficientes para sostener o probar la verdad de la conclusión. Las
falacias no son buenos argumentos, por tanto, están lejos de ser planteamientos sólidos. No obstante, tienen la
propiedad de ser admitidos como recursos retóricos, puesto que se usan para convencer o persuadir. Debe
quedar claro, sin embargo, que emplear falacias como recursos para lograr la persuasión supone privilegiar ese
fin a cualquier otro; es decir, se busca de modo tan vehemente la aceptación de los interlocutores, que se dejan
atrás otros fines importantes, como alcanzar el conocimiento de lo verdadero, obtener acuerdos racionales o
llegar a la solución más eficaz y eficiente de un problema. Antiguamente se solía distinguir la falacia del sofisma
a partir de la intención de la persona que argumentaba. Se decía que se producía un argumento falaz si el paso
de las premisas a la conclusión era inadecuado, pero no se tenía la intención de engañar. En cambio, se cometía
un sofisma si se era consciente de este propósito, utilizado con el único fin de persuadir al interlocutor. Es sin
embargo muy complicado establecer una clara distinción entre la situación epistémica y psicológica de las
intenciones de quienes argumentan. Nos parece en este sentido mucho más clara la propuesta de Alejandro
Herrera', quien retoma de Schopenhauer la noción de marrullería, pues en ocasiones, más que falacias, hay
flagrantes trampas que se urden con tal de ganar una discusión, persuadir a los interlocutores o simplemente,
como se dice coloquialmente, salirse con la suya. Existe una extensa investigación sobre las falacias. No
pretendemos presentar aquí un estudio completo por los límites propios del tema, pero nos conformamos con
plantear de manera clara y ordenada las falacias más comunes y las que consideramos que no puedes dejar de
conocer. Esperamos, sin embargo, que este análisis te sirva de motivación para que sigas documentándote
sobre el tema. Hay gran cantidad de falacias claramente tipificadas. Algunas fueron estudiadas desde la Edad
Media y por ello es usual llamarlas por su nombre en latín. En esta unidad conoceremos sólo algunas a partir de
un esquema general que revisaremos con cierto detenimiento.

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